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Reflexiones (septiembre de 2012)
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1. ¿LIBERTAD CRISTIANA O LIBERTAD HUMANA?
…si el Hijo les da la libertad, serán verdaderamente libres.
JUAN 8.36, La Palabra, SBU
a libertad es quizá uno de los temas bíblicos más específicamente localizados, pero cuyas
consecuencias e implicaciones para la fe, la vida cristiana y la participación para su práctica
efectiva en el mundo a veces no es bien comprendida. Como sinónimo de la salvación, la cadena de
asociaciones que proceden de interpretarla como un resultado fundamental de la obra de Jesucristo.
Además, la Biblia completa puede ser leída en la clave de la oposición esclavitud-libertad y de cómo
Dios ha intervenido permanentemente a favor de la segunda. Por todo ello es necesario revisar de
nuevo su naturaleza y las derivaciones que proyecta para la vida humana.
Yahvé se da a conocer históricamente en el mundo como un Dios libertador, que tomó partido
por quienes no conocían o no recordaban la experiencia de la libertad. Las tribus hebreas que
estaban cautivas en Egipto, y sobre todo las nuevas generaciones que no la habían saboreado
consideraban que la esclavitud era una situación natural, pues no percibían que podía haber otras
alternativas. Esa circunstancia hizo que al comenzar a gestarse el liderazgo de Moisés, no lo
recibieran como él esperanza, especialmente debido a su origen ubicado en la clase social
dominante, de la cual la divinidad lo tomaría para realizar la liberación. El modelo bíblico de
liberación y acceso a las libertades humanas es integral, puesto que el argumento con que Moisés
se presentó ante el faraón era “religioso” o “litúrgico”: sin el ejercicio de la libertad, el pueblo no
podría acceder a una sana imagen de su Dios. Lo acontecido después es una evidencia, quizá la
mayor, pero no la única en la “historia sagrada”, de que la opción divina por producir ese ejercicio es
una constante universal. Al agregar la ley como factor de equilibrio para la libertad, fundó una
sociedad potencialmente alternativa que debería influir, desde su pequeñez política, en los demás
pueblos, porque lo que estaba en juego también, era la naturaleza de su propio Dios; Dios y la
libertad se vuelven sinónimos:
En tales sucesos el nombre de Dios está indisolublemente unido con la libertad real, histórica y política de su
pueblo. El Dios que “ha sacado a su pueblo de la esclavitud de Egipto” es el Dios de la libertad. “Libertad”
significa aquí un tomar la delantera en la marcha que conduce al futuro histórico del pueblo libre, del país libre,
del mundo libre: y un penetrar ya en este futuro. El acontecer del Éxodo, con el que se identificaba en Israel toda
nueva generación, permite hablar de Dios y de libertad sin tener, por así decirlo, que tragar una palabra al tomar
aliento para pronunciar la otra; ni que definir al uno con la negación de la otra. De esta coincidencia entre “Dios” y
“Libertad” es de donde, en las guerras bíblicas y en los grandes profetas, brota la nueva idea del Dios “que nos
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precede”, del Dios que va a la cabeza de la marcha que, desde la esclavitud y la servidumbre nos lleva a la
libertad omnímoda.1
La interpretación cristiana de esa libertad promovida siempre por las acciones de Dios
atraviesa, en el Cuarto Evangelio por el pensamiento y acción de Jesús (“Mesías de la libertad”) en
el marco de una religiosidad que, contradictoriamente, coartaba las libertades de las personas. Si se
analiza la manera en que él cuestionó el sistema religioso de su tiempo, se verá que su crítica
evidenció la ineficacia de una ley que había secuestrado la conciencia de libertad que Dios esperaba
que su pueblo pusiera en práctica. Nuevamente la esclavitud, explicada también en la clave del
pecado en todas sus manifestaciones, se hacía presente, abiertamente pero también transfigurada
en la imposición (y aceptación, que era lo peor) de un régimen social que se presentaba como
absoluto, como todos los imperialismos en su momento. Jesús, entonces, se presenta en la historia
para rescatar el concepto y la vivencia de la libertad, tal como era deseada por Dios. Ésa es la razón
formal de todos los conflictos que enfrentó, pues al recuperar la conciencia guiada por la propuesta
divina acerca de la libertad y ejercerla en grado sumo, no podía sino vivir en una confrontación
permanente con los defensores del sistema prevaleciente.
Por todo ello puede decirse, con Jürgen Moltmann que el cristianismo es, esencialmente, una
“religión de libertad”, pues su aspiración más auténtica es el establecimiento del “Reino de la
Libertad”: “Los verdaderos fines de la fe cristiana no son los privilegios políticos y sociales de la
Iglesia, ni siquiera el ejercicio de la religión cristiana, sino la transformación del mundo, la tarea de
sacarlo de la esclavitud en que culpablemente se encuentra y de elevarlo a la libertad. Es sólo
conociendo este fin como podremos comprender y aceptar el derecho a los medios y caminos que
conducen a él”.2 El capítulo octavo del Cuarto Evangelio (vv. 31-40) es un auténtico “clásico” en este
proceso, pues es una especie de “manifiesto en acción”, una “proclamación en acto” y frente a la
oposición más rotunda, de la libertad cristiana en camino a su transformación en una auténtica
libertad humana. Jesús expone que la forma religiosa dominante es un obstáculo para su conciencia
y práctica ya que tal forma y sistema radicalizan el dilema entre la libertad y la existencia misma de
Dios, pues el estado de cosas predominante, que anulaba la libertad, no podía ser representativo de
la dinámica de las acciones de Dios en el pasado del propio pueblo y la lucha continuaba y continúa:
1 J. Moltmann, “El cristianismo, religión de libertad”, en Convivium, Universidad de Barcelona, núm. 26, 1968, p. 43. Este texto fue presentado como ponencia en la reunión de la Paulus Gesellschaft, en Marienbad, Alemania, en la primavera de 1967. La fecha es importante, pues precede en algunos meses al surgimiento de lo que se conocería después como “teología de la liberación” latinoamericana, iniciada por los escritos de Rubem Alves (presbiteriano brasileño), Gustavo Gutiérrez (sacerdote peruano) y Hugo Assmann (teólogo y pensador católico brasileño). 2 Ibid., p. 41.
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Toda la historia del Pueblo judío, como la de los demás pueblos, está presentada en el Antiguo Testamento
como una procesión: una procesión que va de la humillación a la elevación, de la estrechez a la holgura. Sólo un
mundo libre corresponde efectivamente al Dios de la Libertad. Mientras el Reino de la Libertad no sea un hecho,
Dios no se permite descanso en el mundo; mientras Dios no ha llegado a su derecho y a su identidad en el
mundo, se encuentra aún con éste, en camino. Mientras el pobre sea humillado: mientras viudas y huérfanos
sean privados de sus derechos, mientras el poderoso no sea humillado y el humilde no sea ensalzado, dicen los
profetas, no habrá reposo.3
Jesús anuncia que sólo siguiendo su modelo de pensamiento y acción se puede tener acceso
a la verdadera libertad y confronta a sus seguidores (judíos aclara el v. 31) a liberarse del yugo del
sistema religioso que les impedía experimentarla. Igualmente, hoy somos confrontados para superar
riesgos similares de aceptación acrítica de las nuevas formas de opresión.
3 Ibid., p. 43. Énfasis agregado.
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2. LIBERTAD HUMANA Y DESIGNIO DIVINO
Recuerda que tú también fuiste esclavo en Egipto, y que el Señor tu Dios te sacó de
allí con gran poder y destreza sin igual. Por eso tu Dios te ordena observar el sábado.
DEUTERONOMIO 5.15, La Palabra, SBU
a saga libertaria del éxodo de Egipto reaparece corregida, aumentada y “recargada” en el
testimonio del Deuteronomio, pues la repetición de la Ley divina tuvo la intención de actualizar
lo sucedido para las nuevas generaciones y así dotarlo de nuevo sentido. La libertad entregada por
Yahvé al pueblo generaría una serie de consecuencias, obligaciones y responsabilidades para
ambas partes. Ella debía conducir a la organización de una auténtica sociedad alternativa que
mantuviera ese extraordinario logro como la base de las relaciones entre Yahvé e Israel, una alianza
que debía producir y ampliar sus resultados en cada aspecto de la vida humana. Por ello, el
Decálogo, el núcleo de la Ley, aparece como el documento de la alianza, la fuerza liberadora del
pueblo de Dios. Luego de la libertad, la organización popular para reglamentarla. Ella exigía, por así
decirlo, una reglamentación nueva de toda la existencia bajo el designio divino.
Edesio Sánchez caracteriza el Decálogo a partir de cuatro aspectos. Primero: “No son leyes
dirigidas a un cuerpo legislativo, sino palabras divinas que mandan y ordenan para asegurar la vida
de toda la comunidad. Son en realidad promesas”. Cada sección y mandamiento es expresión del
deseo divino por influir positivamente en la conformación de una nueva cosmovisión que sea capaz
de trascender los usos y costumbres predominantes. Prohibir el politeísmo, por ejemplo, no es sólo
un acto narcisista de Dios sino el intento concreto por prevenir las nuevas esclavitudes que siempre
comienzan por la conciencia y la idolatría era (y sigue siendo) el recurso de muchos poderes
humanos para controlar a las personas. Es un estatuto eminentemente liberador que busca aplicar la
voluntad divina en totalidad de la persona y del cuerpo social. En palabras de A. Exeler, trasladar los
mandamientos a la realidad es “vivir en la libertad de Dios”: Son el “manual de uso” de la libertad:
“Después de que Dios libró a su pueblo, éste ha de comportarse de acuerdo con esa acción divina y
no jugarse alegremente o malgastar de modo inconsecuente la libertad recibida. Dios no eligió a una
„élite‟ sino a esclavos; pero se lanzó a la tarea de hacer de aquel tropel de esclavos un „reino de
sacerdotes‟ con objeto de liberar a toda la humanidad”.4 No debía olvidarse nunca el origen y la
situación de esclavitud de la que procedía el pueblo.
En segundo lugar: “Es un conjunto de principios que involucran a dos entes personales: un yo
(Yavé) y un tú (cada miembro de la comunidad berítica). […] …todos en Israel están llamados a vivir
bajo los principios de estas palabras; nadie en el pueblo queda excluido. A la vez, cada uno es
4 Adolf Exeler, Los Diez Mandamientos: vivir en la libertad de Dios. Santander, Sal Terrae, 1983 (Presencia teológica, 14), p. 19. Cf. A. Exeler, “Los Diez mandamientos”, en Comunidades de Vida Cristiana, sección Biblia: http://cvx.leon.uia.mx/biblia.htm.
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receptor individualmente responsable de los mandamientos; por ello el Decálogo está redactado en
la segunda persona del singular”. La relación personal, el papel de la conciencia y la necesaria
reflexión y práctica se muestran como un conjunto de factores que deben conjugarse cotidianamente
para que la perspectiva religiosa no se disperse únicamente en la “obediencia de mandatos” sino
que se fundamente plenamente en algo más afectivo, como lo es el trato constante con “el Dios del
éxodo y de la alianza”, ambas perspectivas vistas y vividas desde los horizontes individual y
comunitario. La libertad debe, además, producir justicia en todos los niveles de la vida humana.
En tercer lugar, “el Decálogo en su totalidad reúne todos los aspectos de la vida comunitaria:
la relación con Dios, la relación familiar y la relación social. El Decálogo parte de la relación
fundamental entre el ser humano y Dios, y luego sigue con la relación entre seres humanos”. Si es
verdad que el culto a Dios cumple una función preponderante (fue la razón de ser “oficial” del
éxodo), también es cierto que Yahvé manifiesta su intención de no dejar resquicio vital alguno para
hacer presentes los frutos de la libertad: cada espacio de la vida humana debía mostrar la eficacia
de la libertad, es decir, que no basta con tener el panorama existencial abierto a todas las
posibilidades sino que éstas deberán experimentarse en el marco de la justicia, los derechos y las
obligaciones dentro de una sólida proyección histórica y cultural que pudiera consolidar los
beneficios de la alianza para todos los integrantes del pueblo. Nadie podía quedar fuera de sus
consecuencias positivas y formativas.
En cuarto lugar, “el Decálogo manifiesta la capacidad tanto de ser resumido (véase como
ejemplo el gran mandamiento citado en Mr. 12:28-34), como de ser maleable y elástico. Estas
características posibilitaron no sólo la expansión y reelaboración de algunos de sus mandamientos
(el primero, segundo, cuarto y quinto), sino también la adaptación hermenéutica del conjunto de
acuerdo con las necesidades del pueblo en sus diversos momentos histórico”.5 Al culto al único y
verdadero Dios le sigue el respeto de su nombre, guardar un día de descanso, el cuidado por la
institución familiar y el mandamiento ético, cada aspecto como punto de partida de una ética
personal y comunitaria que desglosara minuciosamente el contenido de los mandamientos como un
todo y en cada particularidad. La libertad humana es conducida por Dios hacia rumbos impensables
que la comunidad original y las subsiguientes no hubieran imaginado, pero siempre con el deseo de
ampliar las posibilidades de la realización vital plena.
5 E. Sánchez, Deuteronomio. Introducción y comentario. Buenos Aires, Kairós, 2002 (Comentario bíblico iberoamericano), pp. 125-126.
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3. LA LIBERTAD, VOCACIÓN HUMANA IRRENUNCIABLE
Yo, el Señor, te llamo con amor,/ te tengo asido por la mano,/ te formo y te convierto/
en alianza de un pueblo, en luz de las naciones;/ para que abras los ojos a los ciegos/
y saques a los presos de la cárcel,/ del calabozo a los que viven a oscuras.
ISAÍAS 42.6-7, La Palabra, SBU
l Dios de la Biblia es un Dios de libertad y los seguidores/as de Jesús de Nazaret son llamados
“hijos de la libertad” por San Pablo por ser, a la vez, “hijos de la promesa” (Gál 4). Desde la
antigüedad, la apuesta permanente de Dios por los procesos libertarios de los pueblos fue muy clara
(Am 9.7) y eso tuvo consecuencias importantes para el surgimiento de liderazgos que caminaran en
ese mismo sentido. Cada pueblo liberado, por lo tanto, debía recordar, escribir y celebrar sus gestas
porque no es posible “vivir de prestado”. El caso de Israel, que ha servido de modelo o paradigma
para muchas comunidades, tiene sus particularidades, que para la fe moldeada por la esperanza
bíblica contiene un sinnúmero de posibilidades de desarrollo en la situación de otros pueblos.
En el primero de los denominados “Cánticos del Siervo” (Is 42) la esperanza por una nueva
liberación está ligada a otro de los episodios de la historia de Israel el destierro y la pérdida de todo
lo que se había construido con el paso del tiempo. La segunda parte del libro de Isaías (40-55) es
una serie de anuncios llenos de esperanza para la restauración del pueblo, una especie de “segunda
independencia”, pues parecería que se requieren en ocasiones varios procesos de liberación
dependiendo de las circunstancias o coyunturas.
Este hombre de fe robusta y profunda se lanza a la tarea de convertir a la esperanza a su propio pueblo. Porque
la vuelta del exilio contará con dificultades, pero la mayor es el mismo Israel que siente el peso de su fracaso y
su decepción.
Para ello el profeta tiene una única arma: la palabra de Yahveh, de la que se sabe portador: se denomina a sí
mismo “boca de Yahveh” (40.5). Pero esta palabra la transmite con una impresionante fuerza religiosa y con un
extraordinario vigor expresivo.
Lo que una vez el Señor realizó, el acontecimiento central de la historia y de la fe del pueblo de Israel -la
liberación de la esclavitud en Egipto y el don de la Tierra prometida-, sirve de referencia para las «cosas nuevas»
que va a realizar: Dios prepara a su pueblo un nuevo éxodo para trasladarlo del destierro de Babilonia a su
propia tierra.
Al pueblo le parece imposible este anuncio. En su desilusión no acaba de dar crédito al anuncio del profeta.
Pero este asegura que la promesa del Señor es fiel, es eficaz y se cumplirá irrevocablemente.6
Soñar con esa nueva liberación y vivir su posibilidad efectiva fue una tarea que Dios le impuso
al profeta para transmitir certezas a un pueblo decepcionado y cansado de los vaivenes políticos y
6 Julio Alonso Ampuero, “Isaías 40-55”, en http://mercaba.org/FICHAS/gratisdate/isaias_40_55.htm.
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sociales. La figura del “Siervo de Yahvé” tiene varios niveles de comprensión y encarnación, pues
podía ser el mismo pueblo encargado por Él para ser “luz de las naciones” (42.6) y después llegaría,
en el Nuevo Testamento a ocupar plenamente esa presencia Jesús de Nazaret, particularmente
cuando anuncia en la sinagoga que él cumplía las palabras del profeta (Lc 4).
La vocación humana irrenunciable por la libertad ciertamente atraviesa muchas “noches
oscuras”, múltiples momentos de frustración, reacomodo y renovación, pero siempre puede
renovarse ante la existencia de promesas, anuncios y signos de su cumplimiento. Justamente estos
últimos, los signos son aquellos gestos y realizaciones parciales, “chispazos” de libertad en medio
del cautiverio que deben ser realzados y destacados mediante una práctica constante, así sea en los
espacios más pequeños. El trabajo quizá más difícil, y que también lo muestra el profeta al recibir la
encomienda, es trabajar y formar esa conciencia de libertad que no siempre acompaña a la fe vivida
de manera tradicional. Parecería que comprender a Dios como promotor y restaurador de la libertad
humana a partir de la fe y las doctrinas religiosas sería una tarea sencilla y hasta obvia, pero no fue
así en el caso del profeta de Isaías 42 y el de Jesús de Nazaret. Implicaba un gran esfuerzo
desenmascarar las formas autoritarias y hasta opresoras que esa fe podía adquirir para alejar al
Dios liberador de la existencia real de las personas. El hecho de que éstas se sigan preguntando si
es verdad que Dios apoya sus causas es una muestra de hasta dónde puede llegar la alienación
religiosa.
Así lo comenta José Roberto Arango:
…la redención de Yahwéh no sucederá como un retorno al pasado, idealizando lo que en un tiempo se pudo
haber vivido y volviendo míticamente hacia él. “No recuerden lo de antaño, no piensen en lo antiguo; miren que
realizo algo nuevo...” (Is. 43,19). Isaías segundo toma la cabeza de los exiliados, anclada en las gestas pasadas
de Dios en su favor, y la voltea hacia el futuro nuevo de salvación que está a punto de regalarles. El fundamento
salvífico de Israel está en el futuro de liberación, algo más allá de lo que podría esperar ateniéndose a su
experiencia religiosa anterior. […]
Deuteroisaías predica al Israel exiliado un Dios emparentado con él, y por ello solidario por un amor radical
que recorre toda la historia suya. Al mismo tiempo hemos sacado una consecuencia: la redención que realiza
Yahwéh, o sea, la salvación que ofrece, pasa necesariamente por la historia del pueblo, se ejecuta y efectúa en y
a través de la construcción de estructuras solidarias, que invitan a la fraternidad, a la apertura incondicional al
otro como prójimo (pariente-hermano); en y a través de una comunidad de creyentes que de modo progresivo
toma conciencia de la acción de Dios en su situación específica, y se une a ella de forma deliberada, creando
una historia orientada por Dios mismo, en la cual acontece la salvación ofrecida irrevocablemente por Dios y, al
mismo tiempo, en la misma acción se realiza de manera plena el hombre, descubre y vive con radicalidad su
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humanidad cimentada en el Dios que lo salva y lo conduce por los caminos de la solidaridad efectiva con los
pobres y marginados. Por esos caminos transita Dios mismo.7
Ésa es la clave para leer Is 42 como un auténtico programa y manifiesto libertario, susceptible
de ser puesto en marcha por una comunidad de fieles comprometidos con las acciones de Dios en la
historia. El Siervo que aparece ahí es un modelo libertario de fe y esperanza para cumplir la
vocación humana por la libertad de manera creativa, crítica y responsable.
7 J.R. Arango, “Dios solidario con el pueblo: el Go‟el en Déutero-Isaías”, en RIBLA, núm. 18, http://claiweb.org/ribla/ribla18/dios%20solidario.html.
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4. LIBRES Y SIERVOS/AS, LA GRAN PARADOJA CRISTIANA
Soy plenamente libre; sin embargo, he querido hacerme esclavo de todos
para ganar a todos cuantos pueda.
I CORINTIOS 9.19
He aquí la libertad verdadera, espiritual y cristiana que libra al corazón de
todo pecado, mandamiento y ley: la libertad que supera a toda otra como
los cielos superan la tierra. ¡Quiera Dios hacernos comprender esa
libertad y que la conservemos!
MARTÍN LUTERO, La libertad cristiana (1520)
o fue Martín Lutero quien acuñó las dos frases que resumen la gran paradoja de la libertad
cristiana: “El cristiano es libre señor de todas las cosas y no está sujeto a nadie. El cristiano es
servidor de todas las cosas y está supeditado a todos”.8 Fue el apóstol Pablo, quien al dirigirse a los
creyentes de Corinto expone la estrategia utilizada para acercarse a todas las personas con quienes
tenía contacto a fin de transmitirles de la mejor manera el contenido del Evangelio. Hoy se diría que
practicó la inculturación del mensaje cristiano, es decir, que adaptó el contenido de éste a la
idiosincrasia de las personas en medio de una cultura determinada. Pero él presenta esa acción
como un ejercicio de la libertad y del servicio a los demás, al mismo tiempo, como parte de la
paradoja que define la libertad otorgada por Dios en Cristo a cada creyente.
Nunca se alcanzarán a explicar con suficiencia los alcances de esta libertad para advertir las
enormes dimensiones del proyecto libertario al que nos introduce la fe en Jesucristo. Uno de los
obstáculos para captarla en todas sus aristas es, contradictoriamente, el ánimo de espiritualizar en
demasía las consecuencias y derivaciones que invaden, literalmente, otras áreas de la existencia
cristiana, pues el impacto de la conciencia liberada por la fe en Cristo es capaz de transformar todas
las relaciones humanas, sociales y políticas, con el propósito de establecer esa libertad como norma
en todos los ámbitos.
Desde la tradición reformada, Jürgen Moltmann esbozó desde 1967 una amplia lectura de las
diversas palabras paulinas referidas al tema de la libertad, comenzando con II Corintios 3.17:
Las primeras comunidades cristianas que vivieron en suelo helenístico poseían un lema impresionante; rezaba
así: “Aquí está el Espíritu y la Libertad”. En esta divisa quedan anuladas todas las diferencias humanas: las
diferencias religiosas, políticas, sociales, e incluso las que se ha venido en llamar diferencias naturales: “Aquí no
hay ni judío ni pagano, ni griego ni bárbaro, ni señor ni esclavo, ni hombre ni mujer: todos son una sola cosa en
Cristo”. La vocación a la semejanza con Cristo al mesianismo recíproco y al futuro común de la libertad e s un
8 M. Lutero, La libertad cristiana (1520), en www.fiet.com.ar/articulo/la_libertad_cristiana.pdf, p. 1.
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elemento nuevo que, elevando al hombre por encima de su nivel no-humano. Penetra en los conflictos en los que
los hombres, al afirmar el elemento positivo de su ser personal, se separan unos de otros. Por esto caen también
las fronteras históricas y naturales que separan a los hombres: “Todo es vuestro; el mundo, la vida, la muerte; lo
presente, lo venidero, todo es vuestro; pero vosotros sois de Cristo, y Cristo dc Dios” (1 Co 3.21-23). “Todo es
lícito, pero no todo conviene” (1 Co 6.12). “Todo es lícito pero no todo edifica'' (1 Co 10.23). Exactamente lo
contrario de lo que concluían Dostoievski y Sartre. Ellos decían: si no hubiera Dios todo sería lícito; los primitivos
cristianos, en cambio: cerca del Dios de la libertad todo es lícito, todo es nuestro.
No es cuando Dios no existe que está todo permitido; es exactamente lo contrario: cerca de Dios, en el
Espíritu de la Resurrección, todo es lícito, todo está permitido: el hombre se convierte en dueño absoluto de la
Naturaleza y de la Historia, de su propia vida e incluso de su muerte. La predicación del apóstol no se dirige a
limitar por medio de leyes esta libertad omnímoda, lo que hace es colocarla en el centro del amor que libera al
prójimo y redime a toda criatura de su estado de opresión.9
Este enfoque trata de espiritualizar la “vida mundana” de los creyentes, por decirlo así, para
que se den cuenta de los alcances de la libertad cristiana. Ésta invade los intersticios de la
existencia, justamente aquellos en donde la alienación sigue haciendo de las suyas; la
desenmascara, la evidencia y propone las formas nuevas que Dios desea instalar en todas las áreas
de la vida. Moltmann agrega: “Por esto no es posible pasar ante las desigualdades e injusticias de la
historia sin ver en ellas algo que guarda relación con la igualdad y la libertad últimas: en las
circunstancias históricas de cada momento se anuncia ya la común libertad y la libre comunidad. La
lucha por los derechos y por la libertad de cada hombre no se basa en unos derechos innatos, sino
en un futuro de libertad y comunidad que actúa ya sobre nuestro presente”.[3]10
Eso es lo que soñaron los autores bíblicos y los reformadores/as del siglo XVI. Moltmann
también bosquejó una interpretación actual de las consecuencias aludidas, al referirse directamente
al documento de Lutero:
De la palabra que justifica nace la libertad de un hombre cristiano. El cristiano pasa a ser señor de todas las
cosas y hombre libre de toda sumisión porque tiene en Cristo el fundamento mismo de su libertad. 'Con esto la
libertad cristiana pierde su carácter de privilegio de clase y se convierte en fundamento de las decisiones libres
en la obediencia de la fe. Los privilegios del clero no tienen ya lugar allí donde la libertad cristiana se convierte en
fundamento de la realeza sacerdotal de todos los creyentes. La Iglesia ya no puede ordenar que el hombre
trabaje para ganar la libertad porque éste ya no se libera por medio del trabajo sino que por la libertad de la fe
nace de nuevo para la creación libre: el hombre libre hace obras libres.[4]11
9 J. Moltmann, op. cit., pp. 45-46. 10 Ibid., p. 47. 11 Ibid., p. 59. Énfasis original.
13
La libertad cristiana es, ciertamente, teologal, pero es también profundamente humana en el
sentido de que ha engendrado y se ha desdoblado histórica y políticamente, en las libertades que se
han alcanzado, no sin luchas, pero progresivamente en un camino interminable que enfrenta
innumerables obstáculos para hacer realidad la paradoja de asumir el señorío y la dignidad que Dios
ofrece a todos los seres humanos y, al mismo tiempo, la disposición para el humildad, el servicio y la
solidaridad fraterna. La falsa libertad deshumanizada no debería presentarse ante los ojos del
mundo como fruto de la obra de Jesucristo, pues él fue un hombre libre que vino a enseñar a vivir en
la libertad de Dios.
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5. PRESENTE Y FUTURO DE LA LIBERTAD CRISTIANA
Ya no volverán a sentir hambre no sed ni el ardor agobiante del sol. El Cordero que está
en medio del trono será su pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios
mismo enjugará toda lágrima de sus ojos.
APOCALIPSIS 7.17, La Palabra, SBU
El futuro de la nueva creación de Dios, por medio del hombre libre, traerá libertad al
mundo, lo sacará de la esclavitud de la nada y lo glorificará. Por esto el que abraza en
espíritu la libertad del Dios que viene, entra en un doble movimiento: el movimiento de la
esperanza y el del sufrimiento por la opresión del mundo en que vive. El nuevo mundo
será un mundo bajo el signo de la libertad de los hijos de Dios, porque en el momento
presente es ya un mundo bajo el signo de Cristo, el Hijo de Dios. De ahí que la lucha por
el advenimiento de este mundo tenga siempre el sentido de una lucha por la verdadera y
plena libertad. Este proceso tiene su consumación en la parousía del Hijo y de la filiación
y por esto determina ya aquí la marcha de la historia universal.12
J. MOLTMANN
a expresión máxima de la libertad cristiana, su plenitud en todos los órdenes, es anunciada y
celebrada en último libro de la Biblia. La perspectiva de ese libro, dominada por la proclamación
de la victoria de Dios sobre los enemigos de la vida no solamente es triunfante sino que forma parte
de la manera en que el Espíritu que lo inspiró quiere dar esperanza a los/as creyentes perseguidos
del primer siglo. La experiencia que vivieron, pletórica de angustia y persecución, es el marco en el
que se inscribe semejante propuesta de fe y esperanza, pues la libertad prometida por Jesús de
Nazaret alcanza las mayores alturas en ese libro, progresivamente, pues parte de la tribulación y
poco a poco va desplegándose como un abanico de promesas que se entrelazan con la mirada
simbólica sobre la conflictividad histórica. Así, cada avance en esa promesa de liberación plena,
agrega zonas de esperanza en las que la Iglesia debía profundizar. Una revisión de esa evolución
puede mostrar la manera en que se atisba la plenitud de la libertad cristiana.
Asomarse a la esperanza apocalíptica y esforzarse por penetrar en su simbolismo abre las
puertas de la comprensión de esta libertad gloriosa. Situarse ante esta proclamación y asumir su
horizonte hace posible comprender el sentido de la historia de la libertad: “¡Dichoso quien lee y
dichosos los que prestan atención a este mensaje profético y cumplen lo que en él está escrito!
Porque la hora final está al caer” (1.3). Comprometerse en las luchas de Dios por esa libertad no es
fácil, pues implica ciertamente un sufrimiento implicado en las crisis que desata el anuncio y la
vivencia en el nuevo Reino de la Libertad. La simbolización de la oposición real y la resistencia del
12 J. Moltmann, op. cit., pp. 48-49.
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mal a esa libertad es elocuente: “No te acobardes ante los sufrimientos que te esperan. Es verdad
que el diablo va a poner a prueba a algunos de ustedes metiéndolos en la cárcel; pero su angustia
durará poco tiempo. Tú, permanece fiel hasta la muerte, y yo te daré la corona de vida”. (2.10)
En este contexto, vencer no significa vivir con una actitud triunfalista sino más bien de
búsqueda y práctica continua de esa libertad, obtenida por la cruz de Jesús y el impulso liberador de
Dios, quien siempre ha estado del lado de la libertad. La victoria es una promesa a corto, mediano y
largo plazo, aderezada con luchas permanentes en todos los frentes de la fe: “Al vencedor lo pondré
de columna en el Templo de mi Dios, para que ya nunca salga de allí. Y grabaré sobre él el nombre
de mi Dios, y grabaré también, junto a mi nombre nuevo, el nombre de la ciudad de mi Dios, la
Jerusalén nueva, que desciende del trono celeste de mi Dios”. (3.12). El sentido de futuro que otorga
la libertad cristiana es la proyección de la existencia humana hacia el encuentro con la eternidad
perfecta de Dios, cuyos anticipos en este mundo deben ser leídos como signos de la presencia
creciente de su Reino.
La magnitud de la obra de redención se relaciona con las dimensiones de esa libertad ofrecida
en Cristo. Las cadenas son rotas, literalmente, con sangre, para impedir que la sangre humana se
siga derramando indiscriminadamente. Ése es el germen del nuevo pueblo de Dios, de hombres y
mujeres libres, sacerdotes y sacerdotisas de sí mismos, pero con una visión plena del servicio libre
en nombre del amor y la fraternidad: “…con tu sangre has adquirido para Dios/ gentes de toda raza,/
lengua, pueblo y nación,/ y has constituido con ellas/ un reino de sacerdotes/ que servirán a nuestro
Dios/ y reinarán sobre la tierra” (5.9-10). Los hijos/as de Dios eligen el servicio y su realeza no es
una señal de superioridad sino de la elección de Dios para cumplir su voluntad. Su destino es la
solidaridad total con quienes viven aún desprovistos de la libertad verdadera. Son portadores/as y
anuncios vivos de la libertad deseada por Dios para todas sus criaturas:
Según Pablo los cristianos sólo poseen esta libertad en la esperanza, y por tanto en la paciente espera de un
Reino que aún no pueden ver. Por esto los cristianos no están excluidos de la miseria general de la criatura
oprimida sino que suspiran con ella y por aquellos 'que han enmudecido. Suspiran no sólo por la esclavitud del
otro sino también por la esclavitud de su propio cuerpo. La tensión esclavitud-libertad, libertad presente-libertad
futura atraviesa el ser mismo del cristiano. Su esperanza en la libertad no le hace llevadera la esclavitud real que
sufre; todo lo contrario, para el cristiano la esclavitud es insoportable porque cuando está cerca la libertad duelen
más las cadenas de la esclavitud. Por esto la esperanza del cristiano en la libertad no le lleva a situaciones de
privilegio ni a un autosuficiente segregacionismo Iglesia-mundo sino a una solidaridad comprometida y luchadora
con toda la creación doliente.13
13 Ibid., p. 49.
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Ellos/as ya experimentan, en medio del dolor a veces inevitable, la realidad efectiva de la
victoria sobre el mal: “Estos son los que han pasado por la gran persecución, los que han lavado y
blanqueado sus túnicas en la sangre del Cordero. Por eso están ante el trono de Dios, rindiéndole
culto día y noche en su Templo; y el que está sentado en el trono los protege. Ya no volverán a
sentir hambre ni sed ni el ardor agobiante del sol. El Cordero que está en medio del trono será su
pastor, los conducirá a manantiales de aguas vivas, y Dios mismo enjugará toda lágrima de sus ojos”
(7.14-17).
La historia de la libertad estará incompleta sin la participación de los cristianos/as. Su labor es
compleja y su testimonio, urgente y conflictivo, pero lleno de esperanza: “Pero al cabo de los tres
días y medio, Dios los hizo revivir y los puso de nuevo en pie, para asombro y terror de quienes los
contemplaban. Oí entonces una fuerte voz que les decía desde el cielo: —Suban aquí. Y subieron al
cielo en una nube, a la vista de sus enemigos” (11.11-12).
La plenitud de la libertad anunciada es la razón de ser de la esperanza y el destino final de la
fe: “¡Dichosos quienes Dios ha elegido para tomar parte en ella! La segunda muerte no hará presa
en ellos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo… mil años” (20.6). La historia se dirige hacia
el rumbo de la libertad que Dios quiere establecer en todas las relaciones para que sea el estado
final de la existencia: “— Esta es la morada que Dios ha establecido entre los seres humanos.
Habitará con ellos, ellos serán su pueblo y él será su Dios. Enjugará las lágrimas de sus ojos, y ya
no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo ha desaparecido” (21.3-4).