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Un libro de Manuel Torres y Pedro Mantero. Te proponemos con este libro doce paseos por nuestra ciudad. Si vienes con nosotros encontrarás dos miradas, una escrita y otra a través de una cámara, a esos lugares tan caminados que parece que no tienen nada más que decirnos. La apuesta (hace un año ya, tanto tiempo...) fue visitarlos y fotografiar, con lápiz y cámara, lo que sentíamos. Sin enseñarnos los resultados hasta que no estuviesen terminados, listos para tí. Así dejamos abierto el puzle, esperando que seas tú quien lo complete con tus propias vivencias. Camina con nosotros y escucha, porque como verás nuestra ciudad aún tiene mucho que contarnos.
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Portada
La mirada escritaMANUEL TORRESPEDRO MANTERO
Creditos:
Los textos y fotografías son propiedad de sus autores (Pedro Mantero y Manuel Torres)Diseño y maquetación: Pedro Peinado/Diseño Gráfico & IlustraciónRegistrado en el Registro de Propiedad Intelectual de Safe Creative con el nº 11112190766754 (19 de diciembre de 2011)Derechos de la propiedad intelectual Creative Commons Attribution Non-commercial, No derivatives 3.0
MANUEL TORRESPEDRO MANTERO
La mirada escrita
Te proponemos con este libro doce paseos por nuestra ciudad. Si
vienes con nosotros encontrarás dos miradas, una escrita y otra a través de una cámara, a esos
lugares tan caminados que parece que no tienen nada más que
decirnos. La apuesta (hace un año ya, tanto tiempo...) fue visitarlos y
fotografiar, con lápiz y cámara, lo que sentíamos. Sin enseñarnos los
resultados hasta que no estuviesen terminados, listos para ti.
Así dejamos abierto el puzle, esperando que seas tú quien lo
complete con tus propias vivencias. Camina con nosotros y escucha,
porque como verás nuestra ciudad aún tiene mucho que contarnos.
Los autores
Para el fotógrafo, pasear en soledad, se convierte en un rito donde empleamos la cámara como arma para reflejar
nuestra conciencia y nuestra interpretación del mundo que nos rodea.
En una gramática de imágenes, relatamos nuestras experiencias y sentimientos capturados.
Para crear este libro, el pasear y la soledad, han sido compartidas con el amigo Pedro en nuestra promesa de
traducir en imágenes y texto nuestros andares por la ciudad de Córdoba.
La actividad fotográfica siempre es tranquilizadora. Charlar y pasear con un amigo también lo ha sido.
Manuel Torres
Manolo Torres es un magnífico fotógrafo y sin embargo buena persona. Cuando le conté la idea de hacer juntos
este libro me preguntó el porqué y yo le contesté que para aprender. Y así ha sido: Elegir los paseos, fijar las
imágenes y las impresiones, buscar ese hilo que lleva al texto final... han sido mis primeros pasos en la escritura y afortunadamente los he dado con todo un caminante
en el mundo de la expresión de lo que ver.
Ahí quedan nuestros paseos, nuestras paradas en las tabernas, nuestras charlas y búsquedas.
Espero que os gusten. Salud.
Pedro Mantero
El bulevar Gran Capitán y el 15 M
Cuatro esquinitas tiene mi Bulevar en su cabecera. Y cuatro arcángeles la guardan: El Corte Inglés, Banesto,
Cajasur y el Banco Popular.
Velan nuestro sueño más abajo el Banco Espíritu Santo, Hacienda y
el Banco de España. Nos libran de pesadillas y malos pensamientos
el Gran Teatro, la Delegación de Cultura del Ayuntamiento y la Real
Colegiata de San Hipólito.
Y por las mañanas colocan las cafeterías sus veladores con
la gente bien muy ordenadita. Pero Jesusito de mi vida, desde
mediados de Mayo me despiertan las verdades que discuten
tranquilos esos diablos indignados. Y no me dejan dormir más.
La Mezquita de Córdoba desde dentro
Saliendo del patio de los naranjos me dicen: “¿No te ha parecido que tiene
hoy la sonrisa amarga?”
Claro, como la de una vieja querida aún deseada. Tal vez cansada de soportar dioses domésticos y conquistadores;
políticos y cabildos; mareas de agnósticos en chanclas y de beatas
madrugadoras.
Menos mal que los albañiles asentaron bien sus cimientos, en el nombre de Alá entre sudores, como si supieran
que sus arcos tendrían que aguantar además a toda una ciudad tomándolos
por bandera.
Y es que nadie en Córdoba ve sólo ladrillos rojos, mármol, madera y hierro
en genial composición.
Hasta me aseguran que piensa: “Qué ironía. Ser de piedra y desde muy joven
distinguir la codicia del poderoso de la rabia del que envidia, el esplendor de la belleza más simple del ridículo
oropel. Sorprenderse con la vana ilusión del desposeído y con la fe
inquebrantable del ignorante.”
Fíjate si es irónico que yo también, sabiéndola sin vida, hoy he creído ver
en sus labios un triste desdén, como ellos.
La plaza de la Juventud
Me los encuentro en el recuerdo de una tarde, en la Plaza de la Juventud,
compartiendo. Le dice Marcos que ahondaron tanto la plaza porque
buscaban un tesoro y que le pase la litrona que se calienta. Será divino el tesoro, intangible entonces para
los que nunca compartieron aquí sus desahogos después del curro.
Por eso no lo encontraron, infelices, pienso ahora en voz alta irrumpiendo
sin permiso en el relato. Perdonad. Respóndele Silvestre y dale la
cerveza.“Claro tío y pusieron los arbolitos, la fuente de colores y la
peineta esa del fondo pa disimular la cagada. Vaya, que buena hierba.”Lo
que no sabe, y así nos cuenta, es porqué coño pusieron pa sentarse
estos putos adoquines que le tienen el culo en carne viva, joder con las
virguerías arquitectónicas y los políticos incapaces.
Sí que lo son, y por eso no saben que el verdadero tesoro de la plaza está
donde siempre: entre sus colegas, sentado al fresco de la charla. Que no dejo de interrumpir, mejor nos vamos.
Patios en mayo
Y de repente, de nuevo, aquel revuelo. Me encalan una vez, dos y una tercera. Sudor
de Mayo.
En la reja, que tantos años atrás defendió sin suerte las mocedades de ventana, me hacen cosquillas de pincel -Para,
atrevido-Rebuscan en mis paredes las alcayatas para el traje de geranios. Rojo,
claro, y este año con lunares blancos y de terciopelo añil. Me calzan enaguas de ficus
y helechos para mis muslos de mármol.
Y al final sarcillos de la reina morados con un rizo de claveles reventones que
se asoma curioso: !Ya están aquí! Miradas que no ven de tanto ver y otras curiosas,
preguntas tantas veces contestadas, fotos, planos de colores, chanclas de colores,
más fotos, enhorabuenas, autobuses de Carmona, vecinos en pareja, caricias a
escondidas en la flor y más fotos.
Escucho sin querer, que en los de Viana, abrumadas de rancio boato, carruajes y
loza, las gitanillas se esconden, ni siquiera cortesanas, en el patio del lavadero; que en el del Tinte grupos de jóvenes turistas sudorosos aprenden a bailar en una hora entre dos aguas.¿Sabes qué el de la Casa de las Campanas sigue dando espectácu-los para acallar su edad y que en el de la calle Parras la tinaja apenas abraza ya el despilfarro de hortensias y de envidia?-
Calla, no cuentes más-. Que acostumbrado a la calma, hoy, otro mayo, me han abierto
en canal y me rebuscan por los rincones.
Luego de noche, como después del banquete, nos quedaremos solos de
nuevo. Estirando los pies al fresco en la intimidad de los recién casados desde
siempre.
Cementerio de La Salud
En los tiempos que corren lo natural es terminar por morirte.
Una vez finado tal vez te achicharren hasta las cenizas o quizá depositen
tus pellejos en una barca y la empujen al mar, pero lo más frecuente es que
te almacenen para siempre en un cementerio.
Con suerte te llevarán al de la Salud, con los que la perdieron
definitivamente, que es muy coqueto y ordenado:
Nada más entrar, en la parte baja de la pequeña loma, están los panteones.
Impresionantes de piedra y mármol, los rodean recias verjas wpuntiagudas para que, supongo, los ricos no se escapen y
sigan, como en vida, fastidiando.Alrededor las calles de los nichos. Son pequeños y apilados (cinco alturas de
ataúdes) pero tienen lápidas, epita-fios muy sentidos y ramilletes. Y como los vecinos son callados invitan a una
muerte muy plácida.
Y al final de la pendiente las fosas comunes, la tierra misma clasificada apenas con una fecha, para que los
perdedores, de natural revoltosos, se atumben donde quieran.
Así nada turba los recuerdos de los vivos que son,al fin y al cabo, los únicos
que hasta ahora pueden opinar.
Plaza de La Magdalena
Ni apenas plaza ya.Paso fugaz del barrio al centro es
aliviadero de perros y coches. Y banco ocasional de jóvenes besos.
Curioso. Una iglesia sin Dios; un ruinoso cine, llegó a ser dos en
uno, que desparrama hombres sin rostro en su esquina; la universidad
semi clandestina de un banco que ya no es; casas sin vecinos, futuros aparcamientos ¡Compre su cochera
aquí! que nunca se harán.
Debe ser el nombre, La Magdalena, única ramera y virgen, que se sepa.
Feria de Córdoba
A la feria con mis amigos por sevillanas.
Mírala cara a cara que es la primera.Y es lo primero:
Arcos de cartón piedra, fuentes sin caño.Dos palmeras postizas, se ven plumeros.
Qué alegría de verte, toma una caña.Qué de tiempo ha pasado, cuánto te
quiero.¿Ves?, ya te va seduciendo a su manera.
Va la segunda.Cógete del talle de un flamenquín y te
lleva a los maños, que castigados en el infierno a no aprender nunca, intentan
una jota. Bailan, devolviéndonos la rima al fin,
las caras juntas.
Tres mojitos de ron añejo y se me va la copla al sur, para hacer bien el amor
con Rafaela, -verás que bien zapateo-, justo antes de caerme.
Ay, piérderme en el río, que a esta gitana la conquistas bebiendo por
filigranas.
Llega la cuarta y en la última vuelta el sol te alumbra, son los lances
definitivos.
Pues súbeme a la noria, niño, que voy contigo.
Jardines de Orive
Cuando era pequeño los fantasmas aún existían.
Podían vivir en la plaza de Orive, en la Casa de los Villalones y ser la hija de una
acaudalada familia, encontrar una losa que se abre secreta en el portal y cada
noche bajar y robar el tesoro, moneda a moneda.
Y apagarse la vela, llave del prodigio, y quedarse encerrada, aullando sus socorros
para siempre.
Al tiempo poderosos funcionarios de las culturas oficiales okuparon los palacios de los huertos de San Pablo. Considerados, y
también molestos con los gritos, plantaron un jardín en la olvidada trasera para
calmar los insomnios de la espiritual dama con un imposible paseo al fresco.
Y claro, se les llenó de la inquietud de las almas en pena: del esqueleto de una iglesia, de muros sin casa, de vanos sin
ventanas, de olivos retorcidos, de sitio sin alma.
También podría ser, para los que no crean en cuentos, que una vez en sus flamantes
despachos miraron a sus espaldas y vieron un desagradable solar. Un hábil sastre les vendió un traje nuevo, un huerto-
jardín de la vanguardia, que como a aquel emperador les dejó, a sus pomposos
edificios y a ellos mismos, con el culo al aire.
Plaza del Potro
Imagino que, tal vez por prisa o porque de piedra no sirve para el tiro, lo
abandonaron unos carboneros en la posada. Sin saber muy bien qué hacer
con él, terminó coronando la fuente. En la atalaya, feliz, aprendía a ver el río.
Y, ay, para arroparlo en las noches de frío, dieron su nombre a la plaza.
Dios, lo supongo envidioso, le interpuso todo un arcángel custodio con pompa y
eucaristía.
Iluso, aún se aupa ingenuo sobre el escudo mismo de nuestra ciudad
confiando, no lo puede creer de otra manera, que lo eleve sobre la eterna
pilastra celestial y vuelva a ver su ribera.
La Corredera
La Corredera
Hicieron sitio a las corridas. Y pusieron una virgen del socorro sobre la calle
del Toril. Así los toros, de natural poco creyentes, al menos mataban
santamente.
Seguro que ya entonces olía a churros, a tripas, adelantando el oficio de lonja y
mercado. Todo expuesto a ras de suelo para el regateo.
La conocí muy niño, ya barriga, corazón, culo de la ciudad. Será por eso que
no puedo evitarlo: Entre el laberinto de veladores, carruseles de mentiras,
escucho aún llamarme al gitano a golpes de bastón, por solerías, pa
ofrecerme la silla de la marquesa, la auténtica niño, ven tómate conmigo un
vaso de agua con anís y mira que te espera en los portales. Y miro:
La vajilla de Alfonso el trece, el agua de mayo, jabón ¡Lagarto!, media bellota del
doble cero, el oro del moro, ratoneras infalibles, el jabalí que no acaban de
cazar los perros... y en un espejo, fugaz, el reflejo del alma de mi barrio.
Es la corredera, primo, dónde siempre se vendió sin licencia la vida misma.
Recorrido calle Amparo, plaza del Pozo de Cueto, calle Cara
y plaza de la Alhóndiga
La calle del Amparo, tan pequeña, tiene un corazón. Estampado en la pared.
Será el de Alain, que nunca consiguió ser un turista como los demás. Por eso
antes de verla, la intuyó en el rastro de agua de la fuente de la Alhóndiga.
Al seguirlo, perdido sin remedio en su laberinto de callejas, la encontró. De bronce, niña, desnuda y perfecta,
imagina el agua de los baños ancestrales para limpiarse tantos años
de olvido.
Él no quiso salir sin ver un destello de vida en sus ojos.
Tanto esperó que seguro que al
marcharse derrotado, su corazón no quiso acompañarle.
“Mi vida ha sido un laberinto y ahora que te veo ya no quiero salir T.K.”
(Escrito en un muro de la Plaza del Pozo de Cueto).
Ermita de San Bartolomé
Andando los años he aprendido con cuanta usura esconde la Judería de
Córdoba sus secretos.
Me recuerdo cuando, adolesciendo, buscaba mis pasos en sus callejas;
empapándome en ellas, en amigos y en tabernas.
Y como muchas veces me aferraba a aquella verja que encerraba un sucio
patio trasero.
Debía esconder una verdad muy profunda cuando las raíces de su única
palmera se protegían con una recia cesta de cantos rodados blancos y
negros.
Hoy he traspasado por fin el umbral y he entrado en la Ermita de San
Bartolomé.
Me cuentan que, asaltado el barrio judío y muertos, huidos o conversos sus habitantes, los conquistadores quisieron
hacer una iglesia para el nuevo Dios su Señor.
Supongo que influenciados por la moda del momento contrataron albañiles
mozárabes que hicieron lo que sabían: La llenaron de yeserías con el nombre
de Alá, azulejos nazaríes y un altar consagrado al mismísimo cielo, con las
estrellas como única imagen.
Por supuesto nunca fue parroquia: En un solar judío, un templo cristiano de
corazón mudéjar tiene demasiados dioses para una sola religión.
Además, estoy casi seguro, sus cimientos se enredan en lo hondo con las raíces de mi vieja amiga, haciendo
aflorar esa verdad que ahora creo entrever e intento explicarte.
Agradecimientos
Nos tenemos por bien nacidos o así lo queremos
creer. No podemos por eso terminar el libro sin
agradecer a Pedro Peinado su ayuda en la maquetación
y diseño de lo que tienes entre manos.
A Eva Gutiérrez, por ser la jardinera que ha fertilizado,
podado y hecho florecer estos escritos.
Y a nuestra ciudad por contarnos algunos de sus
secretos.
La mirada escrita es un libro de viajes.
Manuel Torres con su cámara y Pedro Mantero con sus escritos se propusieron visitar doce espacios de la ciudad
de Córdoba y retratar lo que sentían, sin enseñar sus trabajos al otro hasta que estuviesen terminados.
Tenéis delante, por tanto, dos visiones distintas de los mismos lugares. Esperamos que repitáis los paseos y
dejéis surgir la vuestra.
Ánimo, merece la pena.