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La Torre del Virrey Revista de Estudios Culturales Serie 7. a 2010/3 FÉLIX DE AZÚA, Auto- biografía sin vida, Mondadori, Barcelona, 200, 68 pp. ISBN 978-84-397-2322-6. H ACE menos de dos meses acudí a un congreso de filosofía que ofrecían los cursos veraniegos de El Escorial dedicados al pensamiento de Weber y Ortega. El punto de partida no podía ser más oportuno. Se trataba de ofrecer y discutir un marco conceptual que diera luz a la crisis en la que estamos mediante la revi- sión de las categorías que hace años encumbraron a estos dos pensadores, probablemente los mejores ejemplos del liberalismo alemán y español. La actualidad y la relevan- cia de este vínculo está marcada por una modalidad de intervención filosófica que combina impulso crítico con una propuesta científica alternativa, celo destructivo con la elaboración de una subjetividad que, al tiempo que sortea las tentaciones místicas e irracionalistas, esté en condiciones de articular la vocación privada con el bien general. En medio de este planteamiento general, una de las intervenciones últimas, llena de provechosas lecciones, abogaba por someter la amenaza tecno-política que sub- sume la vida a la idea a un metódico trabajo genealógico que fundamente la filosofía futura. Sin embargo, una ta- rea como esta no tiene porqué permanecer siempre de- trás de operaciones exclusivamente filosóficas, sino que también puede estar muy presentes en otras referencias culturales orientadas al cuestionamiento del sujeto sobe- rano. Tanto el cine, como la música y la literatura ofrecen la posibilidad de empujar hasta su propio límite aquellos mecanismos que permiten la asignación de una subjetivi- dad y de ese modo abrirse a fuerzas impersonales. A esta maniobra de extrañamiento responde Autobiografía sin vida, un intento brillante y eficaz de indagar la exploración de nues- tro propio pasado y su escritura bajo el prisma de lo que Deleuze denominó violencia de los signos. No hay ni verdad ni justicia si hay reconstrucción, conformidad, reparación. La verdad se pro- duce en el encuentro fortuito y eventual con el pasado, aparece sin ser llamada, alterando nuestra tranquilidad y motivando una res- puesta. Como ocurre en varias de las imágenes en la que el autor se detiene, la heterogeneidad de los signos que salen a su encuentro —el crucifijo en las escuelas franquistas, todo el recorrido por las imágenes que jalonan la historia del arte, de la poesía, de la lite- ratura— traspasan su condición gramatical y la realidad histórica a costa de invertir su valor habitual. Lejos de mostrar su sentido como hecho del pasado, sus imágenes adquieren la forma de una profunda intimidad, es decir, de una experiencia donde la mirada no se configura proyectándose sobre un objeto exterior, sino que se hace pasiva e interna y al mismo tiempo abiertamente íntima. En este sentido todos los acontecimientos narrados, tanto los que se muestran congelados en imágenes (primera parte) como los que pasan al dominio salvaje de la palabra (segunda parte), no deben contabilizarse como hitos de la educación sentimental del autor. Su presencia, absoluta e innegociable, emerge como evidencia de lo que conforma su pasión más íntima y se presenta como el cora- zón mismo de su subjetividad. Libros 264

La Torre del Virrey · La Torre del Virrey Revista de Estudios Culturales Serie 7. a 2010/3 Félix de AzúA, Auto- biografía sin vida, Mondadori, Barcelona, 20 0, 68 pp. ISBN 978-84-397-2322-6

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Page 1: La Torre del Virrey · La Torre del Virrey Revista de Estudios Culturales Serie 7. a 2010/3 Félix de AzúA, Auto- biografía sin vida, Mondadori, Barcelona, 20 0, 68 pp. ISBN 978-84-397-2322-6

La Torre del Virrey Revista de Estudios Culturales

Serie

7.a

2010

/3

Félix de AzúA, Auto-biografía sin vida, Mondadori, Barcelona, 20�0, �68 pp. ISBN 978-84-397-2322-6.

H Ace menos de dos meses acudí a un congreso de filosofía que ofrecían los cursos veraniegos de El Escorial dedicados al pensamiento de Weber y

Ortega. El punto de partida no podía ser más oportuno. Se trataba de ofrecer y discutir un marco conceptual que diera luz a la crisis en la que estamos mediante la revi-sión de las categorías que hace años encumbraron a estos dos pensadores, probablemente los mejores ejemplos del liberalismo alemán y español. La actualidad y la relevan-cia de este vínculo está marcada por una modalidad de intervención filosófica que combina impulso crítico con una propuesta científica alternativa, celo destructivo con la elaboración de una subjetividad que, al tiempo que sortea las tentaciones místicas e irracionalistas, esté en condiciones de articular la vocación privada con el bien general.

En medio de este planteamiento general, una de las intervenciones últimas, llena de provechosas lecciones, abogaba por someter la amenaza tecno-política que sub-sume la vida a la idea a un metódico trabajo genealógico que fundamente la filosofía futura. Sin embargo, una ta-rea como esta no tiene porqué permanecer siempre de-trás de operaciones exclusivamente filosóficas, sino que también puede estar muy presentes en otras referencias culturales orientadas al cuestionamiento del sujeto sobe-rano. Tanto el cine, como la música y la literatura ofrecen la posibilidad de empujar hasta su propio límite aquellos mecanismos que permiten la asignación de una subjetivi-dad y de ese modo abrirse a fuerzas impersonales.

A esta maniobra de extrañamiento responde Autobiografía sin vida, un intento brillante y eficaz de indagar la exploración de nues-tro propio pasado y su escritura bajo el prisma de lo que Deleuze denominó violencia de los signos. No hay ni verdad ni justicia si hay reconstrucción, conformidad, reparación. La verdad se pro-duce en el encuentro fortuito y eventual con el pasado, aparece sin ser llamada, alterando nuestra tranquilidad y motivando una res-puesta. Como ocurre en varias de las imágenes en la que el autor se detiene, la heterogeneidad de los signos que salen a su encuentro —el crucifijo en las escuelas franquistas, todo el recorrido por las imágenes que jalonan la historia del arte, de la poesía, de la lite-ratura— traspasan su condición gramatical y la realidad histórica a costa de invertir su valor habitual. Lejos de mostrar su sentido como hecho del pasado, sus imágenes adquieren la forma de una profunda intimidad, es decir, de una experiencia donde la mirada no se configura proyectándose sobre un objeto exterior, sino que se hace pasiva e interna y al mismo tiempo abiertamente íntima. En este sentido todos los acontecimientos narrados, tanto los que se muestran congelados en imágenes (primera parte) como los que pasan al dominio salvaje de la palabra (segunda parte), no deben contabilizarse como hitos de la educación sentimental del autor. Su presencia, absoluta e innegociable, emerge como evidencia de lo que conforma su pasión más íntima y se presenta como el cora-zón mismo de su subjetividad.

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264La fidelidad a este rastro emotivo convierte al escritor en una figura que recibe la vida de los acontecimientos y se apasiona por ella. La experiencia de esta receptividad a la que con el escritor se someten los lectores hace visible la nada en la que va sumiéndose toda aventura autobiográfica y que sin darnos cuenta responde a la articulación imposible de las dos partes que estructuran el texto y el nervio vital del autor: una primera, dedicada al reino de las imá-genes, y una segunda, consagrada a la pasión física por el juego de las palabras. De manera genérica el texto constituye una tentativa de controlar la articulación entre las imágenes determinables, pa-sivas y receptivas, y las palabras determinantes y activas. Aunque aparentemente entre ambas exista una presunción recíproca y se impongan unas a otras, entre las dos no existe identidad ni confor-midad mediante procedimientos que conduzcan a lo verdadero. El reino de la verdad no se produce aquí por correspondencia entre ambas sino por la vida que fluye tras lo que les mantiene separa-dos. Estar a la altura de esa vida supone una modalidad de sujeto capaz de sustraerse a su determinación negativa y de mantenerse como el lugar donde se da testimonio de la fractura entre lo perso-nal e impersonal, el pasado y el presente, lo público y privado.

No es que para el autor, la vida y, sobre todo, la vida pasada brille por su ausencia, sino que es su falta, ese sin vida que lleva título, lo que alienta la potencia infinita por la que es posible “recordase” abriendo su pasado a la vida. El que la liberación de esa vida, tal y como se produce en Autobiografía sin vida, suponga o no conju-rar el retorno del carisma liberal y republicano fue precisamente la falta que se dejó sin pensar en ese magnífico congreso.

José Miguel Burgos Mazas