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La transición en Hungría Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas 2001 - 2002 FRIDE Madrid, 2002 23 de mayo de 2002

La transición en Hungría

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La transición en Hungría

Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas2001 - 2002

FRIDE

Madrid, 2002

23 de mayo de 2002

© Fundación para las Relaciones Internacionales y el Diálogo Exterior (FRIDE).

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Índice

Ficha de la sesión 5

Transición y consolidación de la democracia en Hungría, Ludolfo Paramio 7

La transición en Hungría, Gyula Horn 17

El sistema de partidos en Hungría, Carmen González Enríquez 23

Causas del éxito húngaro, Wolfgang Merkel 29

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Seminario sobre Transición y Consolidación Democráticas2001 - 2002

Mesa redonda

La transición en Hungría23 de mayo de 2002

PONENTE PRINCIPAL:

Gyula HornPrimer Ministro de Hungría (1994-1998).

PARTICIPANTES:

Carmen González-EnríquezProfesora de Ciencias Políticas y Coordinadora del programa de doctorado “Procesos políticos en la Unión Europea y Europa del Este”, Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED (España).

Wolfgang Merkel

Catedrático de Ciencias Políticas y Director del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Heidelberg.

MODERADOR Y COORDINADOR DEL SEMINARIO:

Ludolfo ParamioDirector de la Unidad de Políticas Comparadas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC (España) y miembro del Comité Asesor de FRIDE.

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Transición y consolidación de la democraciaen Hungría

Ludolfo Paramio

En abril de 2002 se celebraron en Hungría las cuartas elecciones democráticas tras el período comunista, y en ellas regresó al gobierno el Partido Socialista Húngaro (MSzP),

un partido socialdemócrata que ya había gobernado en los años 1994-98, y heredero del viejo partido comunista (Partido Socialista Obrero Húngaro, MSzMP) tras el congreso que en octubre de 1989 no sólo aprobó el cambio de nombre, sino también el abandono del régimen de partido único y el restablecimiento del pluralismo político. Sólo un año antes, en mayo de 1988, se había producido el desplazamiento del poder de János Kádár, el hombre fuerte del comunismo húngaro durante más de treinta años, desde la intervención soviética que había puesto fin a la revolución de octubre de 1956 y al gobierno nacionalista de Imre Nagy.

Que los herederos del partido comunista volvieran al poder no resulta demasiado raro a la vista de lo que ha sucedido en otros países del Este de Europa, y tampoco se puede discutir seriamente que la adopción por el MSzP de las ideas democráticas y liberales en economía es un proceso auténtico y profundo. Pero es que además este proceso tiene raíces ya desde la época de Kádár, como se ejemplifica en la figura del nuevo primer ministro socialista en 2002, Péter Medgyessy, quien ya fue ministro de finanzas en el último gobierno comunista, además de haberlo sido en el anterior gobierno socialista y de haber trabajado también como banquero (inicialmente, tras las elecciones de 1990, como director general de la filial húngara del grupo bancario francés Paribas).

En junio de 2002, dos meses después de las elecciones, Medgyessy fue acusado por el diario de derechas Magyar Nemzet de haber trabajo para los servicios de seguridad del régimen comunista. La respuesta del primer ministro en sede parlamentaria fue que se había limitado a

Ludolfo Paramio es Director de la Unidad de Políticas Comparadas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, CSIC (España). Coordinador General del Seminario sobre Transición y Consolidación Democráti-cas 2001-2002, es miembro del Comité Asesor de FRIDE.

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realizar tareas de contrainteligencia, como funcionario del ministerio en el que trabajaba, para impedir que el espionaje de una potencia extranjera pudiera obtener información con el fin de impedir la entrada de Hungría en 1982 en el Fondo Monetario Internacional. La potencia extranjera en cuestión era la Unión Soviética, que ya en 1961 había frustrado un intento anterior del gobierno húngaro de incorporarse al FMI cuando éste fue descubierto por los servicios soviéticos de inteligencia. Lo menos que se puede decir de la anécdota es que revela unas peculiares relaciones del gobierno de Kádár con el régimen soviético.

La revolución de 1956 había sido la culminación de una pugna entre dos fracciones de los comunistas, nacionales y moscovitas, y Kádár pertenecía a la primera —y había sido encarcelado en 1951-53 por el régimen estalinista de Mátyas Rákosi— antes de pasar a ser el hombre providencial para la intervención soviética. Su proyecto político se había basado en prestar completa fidelidad a Moscú en la política exterior y en contrapartida obtener cierta autonomía en el gobierno de Hungría. Pese a los indudables límites que encontró en este segundo aspecto, el kadarismo incluyó un clima mucho más tolerante en el plano político y de las ideas que el existente en otros países del Pacto de Varsovia, y también un prolongado esfuerzo por liberalizar la economía y desarrollar una mayor vinculación de ésta con la de los países occidentales, en especial Austria y la RFA.

Así, en 1968, a la vez que tropas húngaras participaban en la intervención del Pacto de Varsovia que puso fin a la Primavera de Praga, en Hungría se ponía en marcha el Nuevo Mecanismo Económico, un programa de liberalización económica impulsado por Rezso Nyers, que introducía incentivos de rentabilidad y daba autonomía de decisión en algunos aspectos a los empresarios industriales y agrícolas. En los años setenta la crisis de la energía supondría un freno para este experimento —Nyers fue cesado en 1974—, pero el país había conocido ya un fuerte auge del consumo y de la producción agrícola que marcaría una diferencia fundamental respecto al clima social de sus vecinos. Fue el descontento social ante la crisis —incluyendo una alta inflación— lo que favoreció al grupo de reformistas que en 1988 desplazan a Kádár del poder.

Gyula Horn subraya, probablemente con razón, que las grandes directrices de cambio en un sentido democrático y hacia el mercado fueron tomadas entre 1988 y 1990, desde que Károly Grósz sustituye a Kádár como secretario general hasta que se abandona el régimen de partido único y se convocan las primeras elecciones democráticas. No cabe sorprenderse a posteriori, sin embargo, de los decepcionantes resultados electorales del partido que había impulsado desde arriba esa transición a la democracia: en 1990 el MSzP obtuvo un 10% del voto. La gravedad de la crisis económica a la que se había enfrentado el gobierno reformador, desde que Grósz se convierte en primer ministro a mediados de 1987, y sobre todo el natural rechazo de la población a la herencia del régimen comunista, se suman para explicar este pésimo resultado.

Existe cierto acuerdo en que la transición húngara puede considerarse un éxito en todos

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los aspectos, pese a la indudable dificultad que el gobierno encuentra para satisfacer las demandas sociales y a la vez controlar el déficit para cumplir las condiciones para la entrada de Hungría en la Unión Europea en 2004. Una de las razones para considerar un éxito la transición húngara, como subraya la profesora Carmen González Enríquez en su intervención, es la mayor estabilidad que presenta el sistema húngaro de partidos frente a experiencias muy próximas como la de Polonia. Aunque ha operado también en Hungría —como en el resto de los países del este y centro de Europa— el mecanismo de castigo automático a los partidos de gobierno, y aunque el resultado de este mecanismo a lo largo de cuatro elecciones durante doce años haya sido una tendencia creciente al bipartidismo, los tres principales partidos en 2002 existían y compitieron ya en las elecciones de 1990.

La hipótesis de González Enríquez es que las divisorias electorales (cleavages) estaban ya definidas en los años ochenta, gracias al clima de apertura política y económica que había caracterizado a los años finales del kadarismo. La cuestión que puede resultar un tanto intrigante es la que plantea la relativa continuidad del voto por el MSzP a partir de las segundas elecciones, superado el quizá inevitable castigo de las de 1990. En efecto, el partido socialista logró un 33% del voto en 1994 —lo que le permitió gobernar en coalición con los liberales de la SzDSz, Alianza Demócratas Libres—, un 32% en 1998 y un 42% en 2002, regresando así al gobierno de nuevo en alianza con los liberales. Lo que llama la atención es la estabilidad de los resultados de los socialistas incluso en las elecciones de 1998, en las que resultan derrotados.

Una posible explicación de semejante estabilidad podría encontrarse en la trayectoria del actual partido socialista como heredero de los sectores reformadores del anterior partido comunista. En la oposición entre nacionalistas y no nacionalistas los elementos reformadores tenían credibilidad como nacionalistas frente a las presiones de los soviéticos —como se revela en la singular experiencia de Medgyessy como agente de inteligencia—, y en la oposición entre conservadores y modernizadores contaban con una larga trayectoria como defensores de la apertura y modernización de la economía. A ello se sumaba la imagen de los socialistas como defensores de los trabajadores y de los agricultores, lo que les favorecía frente a la derecha a la hora de enfrentarse a las consecuencias menos positivas de las reformas económicas.

Es decir, que aun partiendo de que las divisorias estuvieran ya consolidadas a finales de los años ochenta, la mayor estabilidad electoral del MSzP desde 1994 podría resultar de su peculiar posición respecto a todas ellas. Identificado a la vez con el nacionalismo, la modernización económica y la protección de los trabajadores, estaba en las condiciones más favorables para competir con la derecha, tanto si ésta se definía como opuesta a la integración en la Unión Europea en función de valores nacionalistas como si apostaba por la integración sin una reputación previa de defensa de los intereses de los sectores económicos más débiles.

Esta es sólo una de las posibles interpretaciones de los resultados de las elecciones de 2002, y podría verse refutada por el curso posterior de los acontecimientos, sobre todo si el gobierno de Medgyessy no fuera capaz ahora de satisfacer las expectativas sociales de redistribución y

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mejora de las pensiones, la educación y la sanidad. Pero se adecua bien al hecho de que los socialistas no cayeron electoralmente de forma significativa, aunque perdieran las siguientes elecciones, tras una primera experiencia de gobierno democrático, entre 1994 y 1998, durante la cual impulsaron una fuerte liberalización de la economía húngara, y a que ahora las hayan ganado, aunque durante el gobierno del primer ministro Viktor Orbán la economía creciera a un promedio del 4% anual.

Ciertamente la victoria del MSzP no se explica sólo por su identidad política, sino también por los errores de Orbán, fundador en 1988 de Fidesz (Federación de Jóvenes Demócratas), la organización rebautizada en 1995 como Partido Cívico Húngaro bajo las siglas Fidesz-MPP. Pese a un encomiable intento de la Fundación Soros por hacerle descubrir la historia del liberalismo inglés en Oxford, no hay mucho de liberal en las posiciones de Orbán, más próximas a un populismo nacionalista y conservador. Nunca ha abandonado su hostilidad hacia el MSzP por su pasado comunista, no ha perdonado que los Demócratas Libres pensaran de otra manera y pactaran con los socialistas para formar gobierno en 1994, y durante el suyo ha mantenido una abierta hostilidad contra el alcalde liberal de Budapest, enfrentamiento que puede explicar los malos resultados electorales del Partido Cívico en la capital.

Orbán se dio a conocer, también internacionalmente, por su discurso sobre la tumba de Imre Nagy, en junio de 1989, con motivo de la recuperación de los restos del dirigente comunista patriota de la fosa común en que habían sido ocultados tras su ejecución en 1958. Esa combinación de nacionalismo y anticomunismo era fácilmente comprensible en aquel momento, pero no constituía una identidad política que pudiera sobrevivir a las primeras elecciones democráticas. Fidesz sólo obtuvo en 1990 un 9% de los votos, y así comenzó la travesía del desierto —incluyendo un abandono del aire poco convencional de Orbán y el cambio de nombre del partido— que culmina con la victoria de 1998.

Ahora bien, esa victoria fue sobre todo un resultado del mecanismo automático de castigo al partido del gobierno —el MSzP, en este caso—, sumado al hundimiento del Foro Democrático (MDF), que, tras su experiencia de gobierno en 1990-94, y la muerte de su líder József Antall en 1993, sigue una trayectoria de creciente insignificancia. Sin embargo, en las elecciones de 2002 Orbán ha conseguido, pese a su derrota, unos grandes resultados: el 41% del voto, lo que permite hablar también, como en el caso del MSzP, de estabilidad o consolidación de los resultados del Partido Cívico. Pero en este caso se suman circunstancias irrepetibles y se plantea un problema sobre la estrategia adoptada por Orbán —sobre todo en la segunda vuelta— en su enfrentamiento con los socialistas.

Las circunstancias específicas de las últimas elecciones se refieren al estallido de uno de los socios del Partido Cívico en el gobierno, el Partido de los Pequeños Propietarios (FKgP) de József Torgyán, desgarrado por una sucesión de escándalos que afectaban al propio hijo de Torgyán, por lo demás un socio notablemente conflictivo: el ascenso del Partido Cívico entre 1998 y 2002 —del 28 al 41%— equivale a los 13 puntos de caída del FKgP entre esas mismas

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fechas, del 14 al 1%. Si recordamos además que en estas últimas elecciones se han alcanzado cifras de participación sin precedentes —71% en la primera vuelta, y 73,5 en la segunda—, parece evidente que Orbán y Fidesz sólo podrían pensar en mejorar su apoyo electoral compitiendo directamente con los socialistas por el electorado de corte más centrista.

El problema, precisamente, es que la campaña de Orbán durante la segunda vuelta ha mostrado un rumbo muy distinto, adoptando los tonos demagógicos, más nacionalistas y antioccidentales, propios del Partido de la Verdad y la Vida (MIEP) de István Csurka, que habría podido ser el aliado de Orbán para formar gobierno si no hubiera quedado por debajo del listón del 5% de voto, y por lo tanto sin representación parlamentaria. La idea de Orbán, evidentemente, ha sido la de agrupar todo el voto conservador en torno al Partido Cívico, pero su propia trayectoria permite pensar que en este deslizamiento hacia el populismo nacionalista Orbán no se siente incómodo, y que podría tratarse de algo más que de un simple gesto de oportunismo electoral.

En efecto, la retórica antisemita de Csurka es una más descarnada traducción étnica del antiliberalismo y el anticomunismo que definen las posiciones de Orbán, ya que la minoría judía estaba sobrerrepresentada en la dirección del viejo partido comunista y lo está ahora dentro de la élite política de los Demócratas Libres. El antisemitismo resulta ser así una forma particularmente perversa de afirmación nacionalista frente a los temores sociales que provocan la integración en la Unión Europea o la simple apertura de los mercados a las inversiones y el comercio internacional. Desde esta perspectiva, el Partido Cívico de Orbán —que ha mantenido el camino hacia la integración en la UE abierto ya por Horn durante el anterior gobierno socialista— se presentaría como un defensor de los pequeños propietarios y garante de los intereses nacionales mediante el discurso antiliberal y anticomunista.

Con esta posición, a su vez, Orbán puede disputar a los socialistas el voto de quienes se sienten perdedores en la modernización económica. Sólo los liberales ponen toda su confianza en la mercantilización de las relaciones sociales, mientras que los socialistas consideran necesaria la garantía de bienes y servicios públicos para hacer posible la igualdad de oportunidades y compensar a los perdedores en el cambio en las reglas de juego que conlleva la modernización. En cambio la propuesta populista de Orbán —que ha causado estupor en la prensa conservadora occidental— implica un relanzamiento del Estado tanto en lo económico como en lo simbólico: la creación del Banco Húngaro de Desarrollo o las inversiones previstas dentro del llamado Plan Szechenyi para la reafirmación de la identidad nacional. No es lo que cabía esperar de un dirigente que contaba con el aval de Stoiber, Berlusconi o Aznar.

El nacionalismo de Orbán pretende tranquilizar a quienes temen una compra masiva de tierras por los inversores occidentales, pero también apunta a heridas más antiguas. La historia de las minorías húngaras en Eslovaquia y Rumanía, como consecuencia de los cambios en las fronteras desde el final de la primera guerra, suscita indudablemente una reacción emotiva en la sociedad húngara. Durante el anterior gobierno socialista, Horn había firmado acuerdos

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bilaterales con ambos países para regular las relaciones y los posibles conflictos sobre este tema, pero Orbán fue después mucho más lejos al otorgar derechos especiales a las personas de estas minorías, lo que provocó enfrentamientos con el gobierno rumano. La Comisión Europea, aunque dijo no encontrar objeciones de fondo a la legislación propuesta, sí ha hecho hincapié en la necesidad de que ésta se desarrolle de acuerdo con los países vecinos.

La cuestión más difícil de responder se refiere a la posible dinámica del actual sistema de partidos, un bipartidismo que gira en torno al Partido Socialista y el Partido Cívico, con un partido menor —los Demócratas Libres— actuando como bisagra. La lógica del discurso de Orbán puede conducirle a arrebatar electores al MIEP o, por el contrario, a reforzarle y darle mayor credibilidad. En buena medida la variable de la que dependerá la evolución política de Hungría es el éxito político y económico de la integración en la UE, que se va a producir en el contexto de una crisis económica y de complicados cambios institucionales para hacer frente a la ampliación y posibilitar la gobernabilidad futura de la Unión.

Tras la decisión de la cumbre de Copenhague (diciembre de 2002) de dar luz verde a la ampliación de la UE hasta 25 miembros en mayo de 2004, se abre una segunda fase de adaptación de Hungría, pero sobre todo se abre un período de incógnitas sobre la propia Unión, que debe discutir el proyecto de futuro institucional que están elaborando por un lado la Comisión y su presidente Romano Prodi, y por otro una convención presidida por el ex presidente francés Giscard d’Estaing. La mera existencia de dos propuestas en paralelo sugiera ya un cierto clima de desorientación, y sin duda abre la puerta a más de un conflicto. Si a esto se suma que entre los tres países principales de la UE no existen acuerdos generales sobre el modelo institucional ni sobre la dinámica económica o social de la UE ampliada, cabe temer que durante los próximos meses tanto los países ya miembros como los de entrada inminente puedan encontrarse con algún sobresalto.

La cuestión es saber si el clima de incertidumbre en la Unión, sumado a las dificultades económicas que ésta arrastra a consecuencia de la crisis alemana, contrapesarán o no las expectativas sociales en los nuevos países que serán miembros en 2004. Frente a las dificultades para responder a las demandas sociales y a la vez controlar y reducir un ya excesivo déficit —en torno al 5%—, Hungría no puede recurrir de forma significativa a las privatizaciones, ya que este proceso puede considerarse casi totalmente concluido desde el gobierno de Horn, y no serán sólo los ciudadanos quienes sientan la tentación de atribuir una posible e indeseable frustración de las aspiraciones sociales a los costes de la integración.

Se puede pensar que un clima social de desánimo en los próximos meses perjudicaría sobre todo al gobierno socialista, pero no es obvio que no pudiera llevar también a una creciente dificultad de Orbán y Fidesz para controlar electoral y políticamente a quienes se encuentran a su derecha. Lo que parece indudable, en cambio, es que una integración con éxito favorecería la estabilización del actual sistema de partidos, evitando también un posible desbordamiento de la extrema derecha similar al que ya se ha visto apuntar en otros países europeos. Al igual que la

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integración en la Comunidad fue decisiva para la consolidación de las nuevas democracias del sur de Europa en los años ochenta, el éxito de su integración en la UE podría suponer ahora un impulso irreversible para las nuevas democracias de centroeuropa.

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Lecturas recomendables

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La transición en Hungría Gyula Horn

Señoras y señores, desgraciadamente no hablo español, aunque tengo que reconocer que ése no es mi único defecto. A pesar de ello, para mí siempre es un placer conversar con

españoles, especialmente porque a lo largo de todo el proceso de democratización en Hungría la experiencia de la transición española fue estudiada con gran interés. Tanto es así, que mis compañeros y yo mismo tuvimos la idea de elaborar una especie de Pactos de la Moncloa a la húngara, que desgraciadamente no resultaron tal y como hubiésemos querido. Todavía hoy me apena no haber podido lograrlo.

En 2000, se elaboró una encuesta en Hungría en la que se preguntó: ¿cuándo se vivía mejor: ahora o durante el régimen de János Kádár? La respuesta del 82% de los encuestados fue que durante el régimen anterior se vivía mejor que en la actualidad. Sin embargo, en esa encuesta no se hizo la pregunta de si querían volver al sistema político anterior o no, aunque estoy seguro de que la inmensa mayoría hubiera contestado negativamente. Menciono este ejemplo por la siguiente razón: en 1990, en las primeras elecciones democráticas, el 95% de la población votó a favor de la democracia, a favor del cambio. En aquel entonces, mucha gente creía que ese cambio iba a suponer una mejora automática de su bienestar. Pronto nos dimos cuenta –lo cual fue muy importante para la evolución de la política húngara- de que las cosas no funcionan así.

En mi opinión, la mayor conquista de Europa en el siglo XX ha sido el triunfo inapelable de la democracia. En los cuarenta y un Estados de nuestro continente, incluidos los veintiún países de Europa central y oriental, prevalecen la economía de mercado y la democracia, a diferentes niveles y en diferentes dimensiones. Un hecho que influye considerablemente en el

Gyula Horn fue Primer Ministro de Hungría, de 1994 a 1998.Este texto resume la intervención de Gyula Horn en la sesión “La trasnsición en Hungría”, Seminario sobre transi-ción y consolidación democráticas 2001-2002 (FRIDE, 23 de mayo de 2002).

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desarrollo no sólo de Europa, sino de todo el mundo.Hungría se encuentra en una situación particular en cuanto al proceso de transición. Ya

en 1968 se llevaron a cabo las primeras reformas económicas, cuya puesta en práctica terminó siendo frenada por el inmovilismo impuesto por los líderes políticos. En aquel entonces, los países de la región tenían que hacer frente a dos grandes desafíos: por una parte, un sistema político antidemocrático y, por otra, un sistema económico contrario a la lógica del rendimiento económico. Los cambios propuestos por los reformistas húngaros tendían justamente al establecimiento de la democracia y a la instauración de un sistema en el que predominara el rendimiento económico. Para nosotros estaba muy claro que sin rendimiento económico no se lograría prosperidad alguna.

Durante ese período, Hungría inició algunas reformas que no se observaron en otros países de la región. Por ejemplo, se implantó una agricultura cuyo rendimiento y funcionamiento eran eminentemente democráticos y, en 1981, mi país ingresó en el Fondo Monetario Internacional (FMI) y en el Banco Mundial, lo que nos valió críticas muy duras de nuestros vecinos y aliados. Asimismo, tengo que reconocer que, siendo Ministro de Asuntos Exteriores y, más tarde, Primer Ministro, las críticas nos llegaron por el lado del FMI, que no se caracteriza por ser una organización caritativa. Por aquel entonces, el FMI protagonizaba buena parte de mis pesadillas.

El nombramiento de Mijaíl Gorbachov como Secretario General del Partido Comunista de la Unión Soviética en 1985, constituyó un cambio de gran envergadura para los países de la Europa Central y del Este. El criterio de no intervención en nuestros asuntos internos, seguido por Gorbachov, fue decisivo para que pudiésemos elegir nuestro propio sistema político. Si algo podía hacer el máximo dirigente soviético por nosotros, era precisamente eso. Así que en Hungría no dudamos en aprovechar esa oportunidad histórica. Ejemplo de ello fue que ya en 1988 e incluso antes de que otros países de la región hubieran empezado a discutir sobre el tema, aprobamos medidas legislativas referentes a la libertad de empresa. En realidad, el período decisivo de transformaciones tuvo lugar entre 1988 y 1990, cuando fue aprobada la legislación básica para el cambio del sistema político. Estas leyes fueron adoptadas por el primer Gobierno socialista encabezado por Miklós Németh.

Otro rasgo característico de la transición húngara fue que el cambio del sistema político no fue forzado por la presión popular o por manifestaciones en las calles, sino que fue un proceso muy peculiar, dirigido desde arriba. Este fenómeno se explica ante todo por nuestra situación geopolítica, nuestra situación de tránsito en la región, que nos facilitó tener unas relaciones muy abiertas con nuestro entorno.

Hoy en día, se suele criticar a János Kádár. Sin embargo, no me cabe ninguna duda de que estuvo más próximo de las ideas socialdemócratas, que de las ideas ortodoxas de la Unión Soviética. Hay que tener en cuenta que Kádár siempre actuó bajo la amenaza de que sus decisiones pudieran provocar represalias por parte de la URSS o del Pacto de Varsovia. Un

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hecho que, a mi juicio, no debe ser obviado. Otro elemento a tener en cuenta al estudiar la transición en Hungría, así como la del resto de

países de Europa Central y Oriental, es que, a diferencia de lo que ocurrió en Europa Occidental, la construcción de la economía de mercado fue un proceso de arriba hacia abajo. Un proceso que implicó la destrucción del sistema existente y su sustitución por uno radicalmente nuevo, en un período de tiempo muy pequeño. Citaré algunas de las consecuencias de las reformas económicas: en el primer año de transformaciones, 1,5 millones de húngaros perdieron su empleo; hasta el año 2000, no alcanzamos el nivel de producción de 1989; tuvimos que esperar a 2002 para alcanzar el nivel de vida que disfrutábamos en 1989, a pesar de que no se tratase de un índice muy elevado.

Las privatizaciones son, hoy por hoy, el factor decisivo de la evolución de Europa Central y Oriental, aunque tengo que decir que sólo en el caso de Hungría el proceso de privatizaciones ha sido una realidad. En la actualidad, en mi país no hay terrenos o sectores donde se pueda ahondar en las privatizaciones. Es muy importante señalar que nosotros no tuvimos modelo ni receta alguna de cómo llevar a cabo una privatización masiva, que supuso que en 1998 el 84% de la propiedad estatal había sido privatizada.

El proceso de privatizaciones otorgó al Estado unos ingresos de 5.000 millones de dólares, sin los que no hubiese sido posible la modernización de la economía húngara. Nuestro Gobierno introdujo un nuevo sistema de privatización, por el que los nuevos propietarios privados se veían obligados a modernizar y mejorar la gestión de las explotaciones. Por el contrario, el Gobierno de la derecha posibilitó que los que compraban propiedades estatales pudieran despedir a los trabajadores, privatizando el mercado en vez de la economía.

Es importante señalar, sin jactarnos de ello, que el proceso privatizador húngaro se estudia actualmente en varias universidades extranjeras, quizás porque tomamos la decisión de no pedir ayuda de asesores extranjeros. En aquellos tiempos venían muchos expertos occidentales que no tenían la menor idea de cómo llevar a cabo la privatización en un país como Hungría o en cualquier otro de Europa Central y Oriental. El resultado es que en muchos países de la región, la transformación de sus economías ha estado lastrada por la deficiente e insuficiente privatización.

Simultáneamente a las transformaciones económicas, en Hungría tuvimos que llevar a cabo reformas en materia de educación, salud, administración pública, etc., si bien hubo voces que aconsejaron retrasar las reformas hasta que llegaran tiempos mejores. Mi propia experiencia me dice que no hay reformas populares, que las reformas son siempre vistas como causas de restricciones y desventajas. De este modo, si en Hungría un Gobierno habla de reformas, no obtendrá más que el rechazo de la opinión pública. Siempre he dicho y sigo diciendo, que los buenos tiempos para las reformas nunca terminan de llegar. Las reformas no pueden esperar, si es que queremos cumplir con los desafíos que plantea la economía mundial y, más concretamente, con los requerimientos de la Unión Europea.

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Hay que hacer prevalecer las prioridades comunes, tales como la competencia, la capacidad de adaptación, la integración o la articulación de las relaciones internacionales. A mi juicio, la ampliación de la Unión Europea es un proceso irreversible cuyos requerimientos no contradicen los intereses de Hungría. Es importante subrayarlo porque hay muchas discusiones en Europa Central y Oriental en torno a este tema. Para algunos, la Unión Europea está dictando a los países candidatos las condiciones del ingreso. Tengo que decir, por el contrario, que nosotros nunca hemos aceptado ni aceptaremos que un interés de la Unión Europea, cualquiera que sea, contradiga los intereses de nuestro país.

Es importante tener en cuenta los beneficios considerables que la ampliación tendrá para la Unión Europea. No se trata sólo de la creación de un mercado de quinientos millones de personas, sino también de un incremento notable de las inversiones. Las ventajas de la ampliación ya son visibles en cuestiones como el control de la calidad de los productos o la protección del medio ambiente.

Nosotros queremos pertenecer a la Unión Europea no sólo en lo que se refiere a la mejora del bienestar social. Muchas veces se dice que Hungría y los demás países de la región constituyen un riesgo social para Europa. Esta afirmación, aunque fundada en cierto sentido, olvida que los sacrificios de la ampliación ya fueron asumidos por la población húngara y no por Europa Occidental. Tengo que subrayarlo porque hay quien piensa que algunos miembros actuales de la Unión Europea no quieren asumir sacrificios. A este propósito, vale la pena señalar cómo son muchas las empresas occidentales que se han instalado en Hungría, donde vienen desarrollando algunos de sus mejores negocios. Una realidad que no tiene nada que ver con la caridad, ni con ningún tipo de donación. Al contrario, las inversiones en la Europa Central y del Este son de gran importancia para las economías de los países de la Unión Europea. Quiero resaltar este hecho, porque el riesgo social existe. El año pasado, el 73% de la población de los países de Europa Central y Oriental vivía debajo del umbral de la pobreza de la Unión Europea. Si el nivel productivo de la Unión Europea es igual a 100, en Hungría esta cifra es 33. En cuanto al nivel de vida, las diferencias son aún mayores entre Europa Occidental y Europa Central y Oriental. Respecto a la diferencia de ingresos, en Europa Central y Oriental el nivel de los mismos es cinco o seis veces inferior al de la Unión Europea.

El Partido Socialista Húngaro ganó las últimas elecciones de abril de 2002, porque dijimos que ya habíamos tenido suficiente de la política seguida hasta ahora, porque propusimos un viraje social. Actualmente, la buena marcha de la economía húngara, aunque ciertamente hay problemas, está posibilitando ese viraje. No debemos permitir que el 44% de la población viva por debajo del umbral de la pobreza. Consideramos muy importante que los ingresos por individuo aumenten y no solamente entre los sectores más acomodados. El otro objetivo que nos hemos marcado es la mejora de las condiciones de vida, que a nuestro juicio podría incrementarse en un 5%. La tercera cuestión tiene que ver con el concepto de desarrollo económico sostenible como garantía de equilibrio financiero y de mejoras sociales,

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encaminadas a eliminar, o al menos disminuir, los riesgos sociales. También considero muy importante la existencia de un modelo social europeo que, por ejemplo, garantice la igualdad de oportunidades en la educación, o la asistencia sanitaria. En ese sentido, en Hungría creamos un sistema de pensiones que pone fin al igualitarismo, teniendo un sistema de jubilaciones que corresponde al rendimiento.

En el marco de esta ponencia quiero recalcar otra cosa: hoy en el mundo no existen alianzas que intenten imponer los intereses de las grandes potencias, tal y como hacía el Pacto de Varsovia. La nueva situación internacional ha permitido, por ejemplo, la participación activa de los de Europa Central y Oriental en la resolución del conflicto de los Balcanes. Considero también muy importante el giro de Rusia hacia Europa y no sólo por la cuestión de la lucha contra el terrorismo internacional, sino por la cooperación estratégica que se está creando entre Rusia y Europa Occidental. Es novedoso a la vez que exista una sola organización capaz de prevenir o rechazar las situaciones de crisis: la OTAN. Estoy convencido de que así como la Unión Europea avanza hacia el federalismo, la OTAN trabaja para que todos los países europeos lleguen a ser miembros de la Alianza Atlántica. Creo que no está lejos el día en el que Rusia se convertirá en miembro asociado de la Unión Europea.

La era en la que Europa estaba dominada por los conflictos entre países ha terminado. Ahora es necesaria la reconciliación de los países de Europa Oriental y Central, que se cierren las heridas heredadas de las dos grandes guerras. Debemos ser conscientes de la importancia de la convivencia y de la cooperación.

En este punto me gustaría recordar que, en 1997, tuvo lugar en Hungría el referéndum sobre el ingreso en la OTAN. De entre todos los países de la región, sólo en Hungría se llevó a cabo tal referéndum, a pesar de que el Primer Ministro checo de aquél entonces, Vaclav Klaus, trató de convencerme de lo contrario. Mi respuesta fue clara: una cuestión de tanta relevancia requería pedir la opinión de la gente. El resultado del referéndum es conocido, el 87% de los húngaros que acudieron a las urnas votó a favor del ingreso en la OTAN.

Para terminar mi ponencia, me gustaría mencionar dos cuestiones. Una de ellas tiene que ver con la utilización que se ha hecho del pasado en Europa Central y Oriental y que, aún hoy, es motivo de grandes discusiones. La experiencia de los últimos doce años debería haber sido suficiente para que cada cual haya adoptado una posición clara. España tiene una experiencia considerable respecto a la valoración del franquismo y al papel que cada uno desempeñó en aquel entonces. No debería extrañarnos que tanto en Hungría como en otros países de la región haya personalidades de la izquierda que, en la actualidad, engrosan las filas de partidos de derechas. Es una realidad que forma parte de la naturaleza humana, que tiene lugar en todas partes y que se corresponde con la libertad personal de cada cual.

El comunismo fue una experiencia que probamos en nuestras propias carnes y que no tendría que repetirse. A los que hoy nos acusan de post-comunistas, les respondería que lo somos del mismo modo que podríamos acusar a muchos estadounidenses de antiguos esclavistas. Lo

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decisivo en esta cuestión es que las nuevas democracias de Europa Central y del Este, que viven una interdependencia muy fuerte, necesitan de la ayuda de Europa Occidental. Si no logramos concluir con éxito el camino iniciado, todo el continente puede verse desestabilizado.

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El sistema de partidos en Hungría Carmen González Enríquez

A pesar de haberse visto afectada igual que los demás países de la zona por un voto sistemático de castigo al partido de gobierno y por una alta abstención, Hungría tiene el

sistema de partidos más consolidado del bloque excomunista. Los partidos que han conseguido representación en estas recientes elecciones parlamentarias, de abril de este año 2002, ya formaron parte del primer parlamento democrático de 1990. En este sentido Hungría es un caso excepcional, el único en la zona que ha mantenido esta continuidad en sus partidos políticos.

En mi opinión, esta excepcionalidad proviene de otra anterior a la gran crisis de 1989: El hecho de que en Hungría la oposición al régimen comunista estuviera ya dividida a finales de los ochenta en dos grupos, el liberal, por una parte, y el cristiano y nacionalista, por otra. En esto Hungría era también única, porque en todos los demás países el gobierno comunista tenía enfrente, cuando había algo enfrente, a un gran grupo que unía en su seno a todas las corrientes de oposición, como Solidaridad en Polonia, el Foro Cívico checo o el Nuevo Foro de la RDA.

Esto expresaba a su vez una mayor modernización política frente a los países del entorno. La sociedad kadarista era la más liberal de Europa del Este, la más avanzada en las reformas politicas liberalizadoras antes de 1989, la más consecuente en el proyecto de obtener legitimidad por la vía del bienestar y la única que siguió adelante en los ochenta con el proyecto de mercantilizar su economía. Era además un sociedad laica, donde los sentimientos religiosos, por otra parte minoritarios en los años ochenta, no han sido nunca fuente de identificación contra el poder político, lo que marca una gran diferencia entre Hungría y Polonia, por lo demás muy semejantes en otros aspectos.

La evolución del voto desde 1990 ha producido una simplificacion del sistema de partidos,

Carmen González Enríquez es Profesora de Ciencias Políticas y Coordinadora del programa de doctorado “Procesos políticos en Europa del Este y la Unión Europea”, Universidad Nacional de Educación a Distancia, UNED (España).

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sobre todo a costa de los pequeños partidos del grupo cristiano y conservador. En la actualidad en la vida política húngara existen dos grandes campos: el socialista y el cristiano-nacionalista, con un pequeño grupo, el liberal de la SzDSz (Alianza de Demócratas Libres) que parece condenado a permanecer en minoría, (obtuvo el 8% en las elecciones de 1998 y el 6% en las del 2002) y se presenta de hecho como aliado del partido socialista.

¿Cúales son los elementos que diferencian a estos dos grandes bloques? Durante algunos años, al menos hasta mediados de los 90, la referencia al pasado operó como instrumento central en el intento de los partidos por construir imágenes mutuamente diferenciadas. Y en ese contexto el anticomunismo se convirtió en una de las principales señas de identidad y en escala para medir posiciones en la vida política.

Hoy, el pasado ya no funciona como referencia. En la medida en que las reformas económicas se han consolidado, se ha creado una nueva sociedad, más compleja que la anterior, que ahora ya se entiende a sí misma a partir de claves del presente. El anticomunismo ya no tiene peso electoral, habla de una realidad que dejó de existir.

Sin embargo, a pesar de su declive electoral, el anticomunismo sigue pesando en el discurso de los partidos que forman el bloque conservador, cristiano y nacionalista, es decir, el Foro Democrático Húngaro, el Partido Cívico (Fidesz) o el ultraderechista Partido de la Justicia y la Vida (MIEP). Una muestra en la campaña electoral de este año son las acusaciones de “liberal bolcheviques” que ese bloque ha dirigido a los socialistas y liberales. ¿Cómo se puede ser liberal y bolchevique a la vez? Para entender esto, que parece una contradiccion en sus términos desde nuestra parte de Europa, hay que colocarse en la mentalidad de una nación para la cual tanto el liberalismo como el comunismo fueron percibidos en el pasado como importaciones desde Occidente o desde Oriente, como ideologías ajenas a las necesidades de la sociedad local. Y para acabar de entenderlo hay que recurrir a un elemento étnico y nacional: la preeminencia de los judíos en la creación del partido comunista húngaro en 1918, su papel en la República de los Consejos de 1919, y su dominio de ese partido en la etapa estalinista, entre 1947 y 1956. Esta presencia judia provocó que durante años se identificara en Hungría comunismo con judaismo.

Después de 1989 se ha identificado al partido liberal, la SzDSz, como grupo judío, porque algunos de sus dirigentes lo son. De hecho ya en la primera campaña electoral, de 1990, se acusaba a la SzDSz de “bolchevismo liberal”, con lo que se quería denotar un supuesto intento de imponer el libre mercado y la desprotección social pasando por encima de la voluntad de la población.

¿Cúales son entonces los elementos que diferencian a los dos grandes bloques políticos?. Quizá es más fácil responder por exclusión. En primer lugar, no les diferencian sus posiciones sobre los grandes temas, como las reformas económicas o la incorporación de las normas europeas para la adhesión a la UE. De hecho, si existen diferencias operan en el sentido contrario al que podría esperarse y el Partido Socialista es más decididamente promercado

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que los grupos de derechas: el gran paso adelante en la reformas liberalizadoras y saneadoras del gasto público se produjo con un gobierno socialista, el llamado “paquete de medidas de Lajos Bokros”, ministro de Economía. Ese año, 1995, marca el momento de mayor pobreza en Hungría, en parte a consecuencia de la reducción del gasto público. A partir de ahí la economía está creciendo de modo continúo y la pobreza disminuyendo.

Al contrario de lo esperable frente a la etiqueta “socialista”, los nacionalistas y cristianos han acusado a los socialistas en esta última campaña electoral (2002) de planear una venta del país al extranjero y una reducción de los beneficios sociales. El hecho de que el cabeza de lista socialista, Peter Medgyessy, haya sido Presidente de un banco internacional, ayuda a fabricar esa imagen que asimila a los socialista con la promoción del capitalismo más descarnado.

Las diferencias son de matiz pero importantes. Aunque ninguno de los partidos que ha obtenido representación parlamentaria es antieuropeo, sí lo es el partido radical MIEP, dirigido por István Csurka, que promueve una visión conspirativa de la vida política nacional e internacional, según la cual estas elecciones que han dado la victoria al Partido Socialista, aliado con los liberales, las han ganado los judíos. Es un partido declaradamente antisemita, y el hecho de que Fidesz-Foro, que se presentaban en coalición a estas elecciones, planearan contar con ellos para formar la nueva mayoría parlamentaria, indica su cercanía. De hecho, el partido de Csurka dice en voz alta cosas que piensan muchos militantes del Foro.

De modo que aquí tenemos una clave de diferenciación en el sistema de partidos que no hace referencia a políticas concretas ni a elaboraciones teóricas, sino a grupos de personas definidas étnica y geográficamente. En Hungría sólo quedan unos 60.000 judíos, y es improbable que ninguno de ellos milite o vote en el Foro o Fidesz. La geografía, por su parte, tiene que ver con la división tradicional en la oposición anticomunista, entre los urbanos y los populares, o lo que es lo mismo, entre los liberales concentrados en Budapest y los conservadores, cristianos y nacionalistas de las provincias. Esta división reproduce a su vez una mucho más antigua, que data del periodo de entreguerras, entre populistas rurales y liberales urbanos.

Pero la cuestión étnica o nacional es también importante desde otra perspectiva, la de la posición del Estado húngaro respecto a la defensa de las poblaciones húngaras que habitan en los países vecinos.

Estas minorías están formadas por unos tres millones de personas que pasaron a soberanía de otros Estados al fragmentarse el imperio austrohúngaro por decisión de los vencedores en la Primera Guerra Mundial. Durante el periodo de entreguerras el irredentismo húngaro, es decir, la negativa a aceptar las nuevas fronteras, consiguió el apoyo de la Alemania nazi y, gracias a él, obtuvo durante la segunda guerra mundial la devolución de Transilvania (región hoy rumana, sede de la minoría húngara) y de la franja sur de Eslovaquia. Tras la derrota alemana estos territorios volvieron a soberanía rumana y eslovaca respectivamente, y Eslovaquia aprovechó la expulsión de los alemanes de los Sudetes checos para expulsar a su vez a unos 40.000 húngaros. El recuerdo de estos acontecimientos envenena las relaciones de Hungría con ambos países. En

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la actualidad, residen en Rumanía alrededor de 1.800.000 húngaros, la mayoría en Transilvania, y otros 600.000 viven en la zona sur de Eslovaquia, en una franja paralela al Danubio que sirve de frontera con Hungría. El resto de las minorías húngaras se distribuye entre la Voivodina de Serbia (300.000), la región Subcarpatia de Ucrania (200.000) y otros pequeños grupos en Croacia, Eslovenia y Austria.

La actitud de los estados rumano y eslovaco hacia sus minorías húngaras es de desconfianza. Ven en ellas posibles vehículos de influencia de la anterior potencia dominante, Hungría, y por eso han tendido a negarles derechos de autonomía cultural, con el objetivo de conseguir su asimilación, su desaparición como minoría. El conflicto se plantea explícitamente en torno a los derechos culturales de estas minorías (educación en su lengua, uso de los toponímicos propios, utilización del húngaro ante la Administración, etc.) pero en el fondo lo que hace difícil resolver el problema es la desconfianza de los vecinos hacia las intenciones del Estado húngaro.

Durante la etapa kadarista (1956-1988), el Partido Socialista mantuvo silencio sobre el tema, en la idea de que cualquier intervención suya en apoyo de estas minorías se interpretaría como una provocación y sería contraproducente. Al contrario que sus homólogos en otros países del área, el Partido Socialista no derivó hacia la búsqueda de legitimidad social por la vía nacionalista. Sólo en 1988, en los últimos meses del régimen, cuando el Partido estaba iniciando su descomposición interna, se produjo el primer gesto en apoyo de la minoría húngara de Rumanía, con la visita del primer ministro, Károly Grósz, a Bucarest.

El nacionalismo, abandonado durante 40 años por los socialistas, fue recogido por la oposición no liberal como primera seña de identidad, y dentro de esas expresiones de nacionalismo la defensa de los intereses de las minorías húngaras en los países vecinos se convirtió en elemento central.

El vencedor en las primeras elecciones democráticas de 1990, Joszef Antall, del Foro Democrático Húngaro, declaró en su toma de posesión que deseaba ser el Primer Ministro de 15 millones de húngaros, con lo que se refería, además de a los 10 millones de habitantes de Hungría, a los 5 millones de húngaros dispersos en los países vecinos y en otras zonas del mundo, sobre todo en EEUU. Esta declaración motivó las protestas de los países vecinos, que vieron en ella una intención de injerencia en sus asuntos internos, y causó un empeoramiento de las relaciones de Hungría con los países de la región.

Desde 1990 se han producido en varias ocasiones declaraciones de este tipo por parte de líderes húngaros de los partidos de derechas que han acentuado la desconfianza de los países vecinos, a pesar de que los sectores moderados de la derecha así como del Partido Socialista o de la Alianza Liberal se esfuerzan en asegurar el respeto del Estado húngaro a las fronteras actuales. Uno de los casos recientes más graves ha coincidido con la conmemoración del 80º aniversario del Tratado de Trianon, en el que se firmó el despiece de la antigua Hungría. Durante uno de los actos conmemorativo, en junio del 2000, un miembro del gobierno,

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dirigente de un partido hoy extraparlamentario, Jozsef Torgyan (del Partido de los Pequeños Propietarios), reprochó a Eslovaquia y Rumanía la no concesión de autonomía administrativa a las zonas habitadas por magyares, y les recordó que la OTAN (de la que Hungría forma parte) había bombardeado Serbia por razones semejantes respecto a Kosovo. A su vez, animó a los miembros de estas minorías a confiar en una futura modificación de fronteras. Obviamente, declaraciones de este tipo arrojan por la borda todo el esfuerzo de creación de confianza que Hungría ha desarrollado desde el inicio de su vida democrática en 1989.

El Partido Socialista se ha incorporado también, desde 1988, a las políticas dirigidas hacia la defensa de las minorías húngaras en los países vecinos, aunque en muchos casos el destinatario real de esas políticas es el propio electorado húngaro que aparentemente considera compatriotas a esas poblaciones y desea que el Estado húngaro se ocupe de algún modo de ellos. Sin embargo, el Partido Socialista ha sido mucho más moderado que los partidos de la derecha conservadora y sobre todo más cuidadoso con los gestos para evitar el deterioro de las relaciones con los países vecinos.

En cualquier caso, la transición democrática se ha traducido en Hungría, como en casi todos los países postcomunistas, en un peso muy superior del nacionalismo en la vida política. Todos los partidos se han incorporado al lenguaje y los gestos nacionalistas, excepto el grupo liberal de la SzDSz, que quizá por ello está condenado a ser minoritario. Sin embargo, el nacionalismo es hoy el principal elemento diferenciador en el sistema de partidos: hay un gradiente en la expresión de ese nacionalismo en el que el Partido Socialista está en un extremo, el más prooccidental, y el partido del antisemita István Csurka, MIEP, en el otro, con Fidesz y el Foro en un lugar intermedio.

En definitiva, la democracia húngara ha conseguido estabilizar un sistema de partidos aunque con una gran diferencia entre los dos campos en litigio. En el campo socialista aparece un único partido, que ha continuado sin escisiones y en una línea estable desde 1989. En el campo cristiano-conservador, aparecen varios grupos cuyo apoyo electoral relativo ha sufrido grandes cambios desde 1990, dejando fuera del Parlamento a varios de ellos. De modo que lo estable es el apoyo electoral a ese grupo de partidos pero no a ninguno de ellos en concreto.

Podría decirse, además, que las señas de identidad socialdemócrata son relativamente sólidas, por más que podamos hablar de una crisis actual europea de la socialdemocracia, mientras que las de la derecha son mucho menos nítidas. Probablemente esto es así en cualquier país europeo, ya que en todas partes los partidos socialistas tienen detrás un cuerpo ideológico del que carece la derecha. Pero esta diferencia es mucho más acentuada en un país que acaba de salir de la experiencia de una sociedad con una distribución de ingresos decidida estatalmente, que mimaba al obrero especializado y pretería al intelectual o al técnico, y que, en su transición a la economía de mercado, ha formado una nueva sociedad en la que los ricos no se identifican con la derecha. Esto es así, en buena parte, porque muchos de los más beneficiados por la transición económica ocupaban ya posiciones de alto nivel en la etapa

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socialista y se sienten por ello cercanos al partido socialista. Pero en otra buena parte, porque las políticas desarrolladas por los partidos de derecha no son más favorables a los intereses de estos grupos que las políticas del partido socialista. De modo que no puede establecerse en Hungría una relación entre clases altas y medias y partidos de derecha, o ,en general, entre voto y nivel de ingresos.

En este sentido, podría pensarse que al sistema de partidos húngaro le falta todavía una adaptación a la diversidad de intereses en la nueva sociedad surgida en estos últimos años, pero en este terreno resulta imposible realizar pronósticos, sobre todo cuando el modelo europeo tradicional de división de votos y de políticas entre la derecha y la izquierda es ahora poco claro.

Anexo

VOTO EN ELECCIONES PARLAMENTARIAS EN HUNGRIA *Marzo 1990 Mayo 1994 Mayo

1998 Abril 2002

MDF Foro Demócrata 25% 12% 3% **

SzDSz Alianza Demócratas Libres 21% 20% 8% 6%

MSzP P. Socialista 11% 33% 32% 42%

FKGP Pequeños Propietarios 12% 9% 14% ***

KDNP P. Democristiano 7% 7% 2% -

MIEP. P. de la Justicia y la Vida - 2% 5% 4% (sin

escaños)

FIDESZ Jóvenes Demócratas 9% 7% 28% 41% **

* Voto a listas de partidos que consiguieron en algún momento representación parlamentaria** El Foro Demócrata y FIDESZ se presentaron juntos a las elecciones del 2002 *** El Partido de los Pequeños Propietarios se fragmentó antes de estas elecciones en tres grupos. Ninguno de ellos llegó al 1% de los votos.

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Causas del éxito húngaro Wolfgang Merkel

Aparte de los casos de España, Grecia y Portugal, la transición húngara ha sido uno de las más exitosas de las más de ochenta transiciones de la tercera ola de democratización, desde

1974. Una afirmación que está avalada por muchos de los indicadores utilizados para evaluar el desempeño democrático de un país en transición. El éxito húngaro se extiende también al plano económico y social.

¿Por qué Hungría ha tenido tanto éxito? Me gustaría responder a esta pregunta haciendo referencia a cuatro puntos:

- Las condiciones económicas y políticas de Hungría al principio del proceso de transición, a finales de la década de los ochenta, eran mucho mejores que las de otros países ex comunistas.

- La sociedad húngara es mucho más homogénea y tiene un potencial conflictivo mucho menor que la de otros países del Este de Europa, especialmente aquellos que tienen sociedades multiétnicas y multirreligiosas y en las que el crimen organizado se halla profundamente enraizado.

- En Hungría el capital social es mucho más sólido y la sociedad civil tiene raíces mucho más profundas que las del resto de los países de Europa Central y Oriental. Podemos definirlo como el “factor Habsburgo”, al que hay que añadir el hecho de que, de entre todos los regímenes comunistas, el húngaro fue el menos represivo, especialmente desde finales de la década de los sesenta, en que algunas parcelas de la economía y de la sociedad se liberalizaron moderadamente.

- La forma en que tuvo lugar la transición y, particularmente, el diseño de la constitución demostró ser el más apropiado en la promoción de la rápida consolidación de la democracia húngara.

Wolfgang Merkel es Catedrático de Ciencias Políticas y Director del Instituto de Ciencias Políticas de la Universidad de Heidelberg.

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Durante esta breve exposición, centraré mi atención en el punto del favorable marco constitucional e institucional que posibilitó el arraigó del proceso de consolidación democrática durante la década de los noventa.

Me gustaría insistir en los siguientes seis puntos:- La elección de un sistema parlamentario favoreció de forma decisiva la consolidación

de la democracia. En ese sentido, los sistemas parlamentarios son más propicios que los sistemas semi-presidencialistas, como el que tuvo Polonia hasta 1996, los presidenciales de América Latina, Asia Central y Oriental, o los super-presidenciales, como el establecido en Rusia en 1993.

- La clara separación de las moderadas competencias del Presidente frente a los más amplios poderes del Gobierno y del Parlamento.

- La fortaleza del Gobierno del Primer Ministro (“el principio del canciller”).- La fortaleza del Tribunal Constitucional como instrumento eficaz de control del

equilibrio de poderes.- El complejo sistema electoral, que mejora la estabilidad gubernamental y la alternancia

al mismo tiempo.Permítanme referirme brevemente a estos puntos:

1. Las razones por las que afirmo que para la mayor parte de las jóvenes democracias de la tercera ola los sistemas parlamentarios han demostrado ser más apropiados que los presidencialistas o los semipresidencialistas son las siguientes:

a. Los sistemas parlamentarios suelen facilitar la formación de mayorías parlamentarias, necesarias para cumplir con los enormes requerimientos a los que tienen que hacer frente las jóvenes democracias.

b. Los presidentes en los sistemas presidenciales carecen a menudo de esas mayorías parlamentarias, por lo que no pueden introducir las reformas económicas y políticas necesarias. Esto les lleva a gobernar mediante decretos, como ocurre en Perú, Argentina, Corea del Sur, Taiwán o Rusia. Pasar por encima del parlamento, a menudo conduce a democracias delegativas o deficientes.

c. La dependencia de los gobiernos sobre los parlamentos permite resolver constitucionalmente crisis gubernamentales mediante votos de confianza, antes de llegar a una crisis de todo el régimen.

2. En Hungría existe una separación de poderes claramente definida entre el jefe del Estado, el jefe del Gobierno y el Parlamento. El Presidente de Hungría no es competente para intervenir en la política del día a día, como sí lo hizo Lech Walesa en el sistema semipresidencial polaca de 1991 a 1995 –causando graves conflictos dentro del Ejecutivo y con el Parlamento.

3. Hungría tiene un Gobierno fuerte y controlado de forma eficaz. La enorme carga de reformas que deben soportar las jóvenes democracias hace que los gobiernos fuertes,

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capaces de tomar decisiones, suponen una ventaja en la consolidación democrática. El Primer Ministro goza de una sólida posición dentro del Gobierno, comparable a la del Canciller de la República Federal de Alemania, pero su poder se encuentra controlado por los votos de confianza y de censura, por el propio Parlamento y por el Tribunal Constitucional.

4. El alcance de las competencias del Tribunal Constitucional de Hungría no sonfrecuentes en el mundo democrático, siendo el alcance de su jurisdicción mayor que los del Tribunal Supremo de Estados Unidos o del Tribunal Constitucional de Alemania. El Tribunal Constitucional húngaro fue especialmente activo bajo la presidencia de Laszlo Solyom, de 1990 a 1994, resolviendo conflictos constitucionales, afianzando la legislación constitucional, incrementando el nivel de cumplimiento de la Constitución por las instituciones y promoviendo lo que podríamos definir como el “patriotismo constitucional”. Todo ello no quiere decir que no hubiera conflictos: por ejemplo, el conflicto de competencias entre el Gobierno de Gyula Horn y el Tribunal Constitucional a propósito de la aprobación de las reformas económicas de Boros –hay que reconocer, sin embargo, que el Tribunal Constitucional resolvió de forma eficaz éste y otros conflictos-.

5. Hungría tiene un complejo sistema electoral, mezcla de un sistema plural y derepresentación proporcional. El elemento de pluralidad del sistema tuvo efectos desproporcionados en la relación entre votos recibidos y escaños logrados, aunque menores que en el sistema electoral británico en el que “el que gana se queda con todo”. Además, el efecto de desproporción en la representación se compensa parcialmente por la formación de un sistema de partidos estable y no fragmentado y porque en las cuatro elecciones que han tenido lugar desde 1990 siempre ha facilitado la creación de mayorías parlamentarias claras. Más aún, contribuyó al cambio de Gobierno en cada una de las elecciones –superando en tres ocasiones el test de alternancia de Huntington-.El sistema de partidos húngaro tiene fortalezas y debilidades. Entre sus fortalezas se encuentran su estabilidad, su moderada polarización ideológica, su moderada fragmentación y su relativamente baja volatilidad electoral. Entre las debilidades del sistema de partidos húngaro destaca su escaso arraigo en la sociedad, lo que motivaría la formación de “partidos cartel”, según definición del politólogo húngaro Attila Agh, excluidos de la sociedad y que pueden conducir a una partitocracia a la húngara.

6. La sociedad civil hace que la democracia funcione. La democracia debería estararraigada en una sociedad civil fuerte, haciendo que las instituciones democráticas sean receptivas a las demandas de los ciudadanos no sólo durante época de elecciones. Como dijo Tocqueville, la sociedad civil es la “escuela de la democracia”.Sin embargo, la sociedad civil es todavía débil en Hungría, a pesar de sus buenas condiciones de partida (el “factor Habsburgo”, la tradición del Estado de Derecho o la importancia

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del asociacionismo en el pasado). La sociedad civil húngara está más desarrollada que la del resto de los países de Europa Central y del Este, pero aún se encuentra a una considerable distancia de las de Europa Occidental.

Conclusión:

La democracia en Hungría se encuentra consolidada. Las instituciones de la democracia liberal y el Estado de Derecho están firmemente asentados. El ingreso en la Unión Europea está a la vista. La economía se desarrolla rápidamente. Por todo ello, la “democratización de la democracia” debería estar en la agenda política, de otro modo Hungría podría instalarse en la fase de una “democracia elitista” schumpeteriana, con sólidos partidos cartel y una débil y pasiva sociedad civil, con una economía próspera y una protección social en progresivo desmantelamiento. El nuevo Gobierno húngaro tiene todas las oportunidades para evitarlo.