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Las corporaciones guadalupanas: centros de integración "universal" del catolicismo y fuentes de honorabilidad y prestigio A LICIA MAYER Las corporaciones y las metas de la Contrarreforma El desarrollo del culto a la virgen de Guadalupe estuvo condicionado por diversos factores que brindan al investigador la oportunidad de penetrar en aspectos históricos de gran amplitud. Es en la segunda mitad del siglo XVI cuando se percibe ya un culto en torno a la figura de María en su advocación de Guadalupe. Esto coincide con la época en que España está comprometida en la defen- sa del catolicismo, no sólo internamente, sino a nivel continental y marítimo, lo que —en palabras de Edmundo O 'Gorman implica— "la forja del sentimiento de conciencia de la unidad del pueblo espa- ñol". 1 La monarquía española se levanta como la campeona de la or- todoxia y en rescate de la Iglesia católica, de sus tradiciones, dogmas y prácticas rituales. El embate de la Reforma protestante (desde 1517) coincidió tam- bién con la Conquista de América, de tal suerte que la empresa de colonización y conversión llevada a cabo por la mancuerna indisolu- ble en la península ibérica de Iglesia-Estado iba respaldada por un programa político religioso impuesto desde las altas esferas del po- der con fines y metas específicos que debían cumplirse a todo trance en el Nuevo Mundo, según los europeos, prístino y virgen escenario para llevar a cabo la reforma católica. 1 Edmundo O 'Gorman, Destierro de sombras, p. 115.

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Las corporaciones guadalupanas: centros de integración "universal" del catolicismo y fuentes de honorabilidad y prestigio

ALICIA MAYER

Las corporaciones y las metas de la Contrarreforma

El desarrollo del culto a la virgen de Guadalupe estuvo condicionado por diversos factores que brindan al investigador la oportunidad de penetrar en aspectos históricos de gran amplitud.

Es en la segunda mitad del siglo XVI cuando se percibe ya un culto en torno a la figura de María en su advocación de Guadalupe. Esto coincide con la época en que España está comprometida en la defen-sa del catolicismo, no sólo internamente, sino a nivel continental y marítimo, lo que —en palabras de Edmundo O 'Gorman implica— "la forja del sentimiento de conciencia de la unidad del pueblo espa-ñol".1 La monarquía española se levanta como la campeona de la or-todoxia y en rescate de la Iglesia católica, de sus tradiciones, dogmas y prácticas rituales.

El embate de la Reforma protestante (desde 1517) coincidió tam-bién con la Conquista de América, de tal suerte que la empresa de colonización y conversión llevada a cabo por la mancuerna indisolu-ble en la península ibérica de Iglesia-Estado iba respaldada por un programa político religioso impuesto desde las altas esferas del po-der con fines y metas específicos que debían cumplirse a todo trance en el Nuevo Mundo, según los europeos, prístino y virgen escenario para llevar a cabo la reforma católica.

1 Edmundo O 'Gorman, Destierro de sombras, p. 115.

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El objetivo planteado era lograr la unidad del pueblo español, lo que sucedió en el terreno político con la centralización llevada a cabo por los Reyes Católicos. Sin embargo, ésta no necesariamente resultó en una toma de conciencia de sentirse parte de un todo homogéneo. La península ibérica, y eventualmente sus colonias, debían unificarse en lenguaje, costumbres, tradiciones e idiosincrasias comunes y, na-turalmente, en lo religioso. El proyecto de España, desde el siglo xv, por tanto, debía implicar una forma de vida distinta a la medieval. Una centuria después, España utilizó todos sus recursos para militar contra el protestantismo en varios frentes. Respaldó a la naciente Compañía de Jesús (1534) y secundó el programa depurador propuesto por los jesuítas quienes se aprestaron a llevar el espíritu de reforma hispano-romana por todos los rincones de la tierra.

Mientras tanto, en la Nueva España, según la tradición, en el mes de diciembre de 1531 se le apareció a Juan Diego, un indio recién convertido a la fe, la prodigiosa virgen que se hacía llamar Guadalu-pe en el cerro del Tepeyac. Traía un mensaje de esperanza para sus fieles y pedía a cambio que se le edificara un templo allí donde pisa-ban sus sacratísimas plantas. Según los relatos, no sólo ocurrió aquel milagro, sino otro más que aseguró la protección de la madre de Dios y fue que su imagen quedó plasmada en la tosca tilma del indio, con-servándose para siempre la belleza del portento.

Empero, es hasta 1556 en que se inicia un culto formal y "oficial" de la imagen guadalupana, lo que ocurrió bajo los auspicios del se-gundo arzobispo de México, Alonso de Montúfar. Él había llegado de España con la consigna de estructurar la iglesia novohispana confor-me a los nuevos cánones del la Reforma católica, es decir, con estric-to apego a la ortodoxia. Montúfar reunió el Segundo Concilio Provincial Mexicano para hacer adoptar las resoluciones del de Trento (1545-1563).

Cuando Edmundo O'Gorman sugiere que la imagen del Tepeyac es "la más genuina y espectacular flor novohispana de la Contrarre-forma",2 creo que pone al descubierto una veta muy rica y, en mi opi-nión, aún inexplorada para la investigación histórica. El propio O'Gorman prefirió canalizar su estudio por otros cauces, pero dejó

2 Ibid.,p. 122.

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abierta la puerta para estudiar la relación existente entre dicho mo-vimiento y el guadalupanismo novohispano.

Ese proyecto de vida mencionado líneas atrás que se planteó el Es-tado-Iglesia español, también se perfiló hacia el Nuevo Mundo. En Nueva España, la devoción a la imagen del Tepeyac logró cristalizar la meta unificadora, lo que se consiguió con un mismo símbolo vene-rado por la inmensa mayoría de sus pobladores, caso, sin duda, ex-cepcional en la historia.

El presente estudio trata de indagar cómo se manifestó el impulso corporativista durante la Contrarreforma, en particular, en torno al culto a la virgen de Guadalupe y cómo resultó en el ulterior desarro-llo de éste. Para ello, se resaltan antes dos fenómenos históricos cen-trales de dicho culto. El primero, es la reunión bajo Guadalupe de todos los novohispanos que hace entrever, en la época colonial, un proto proyecto de nación, auspiciado por la Corona española y apo-yado por el papado como impulsor y defensor del catolicismo roma-no por todo el mundo. Esgrimiendo a la virgen como símbolo, se integró y cohesionó a toda una población de carácter heterogéneo y se crearon lazos de unión entre hombres y mujeres, distintos estados sociales, etnias y estratos económicos.

El segundo fenómeno, se orienta precisamente a ese impulso del rey y de Roma para llevar el culto a una condición prestigiosa en el universo del catolicismo, a través de bulas, indulgencias, concesio-nes, cédulas reales, etcétera. El crecimiento y extensión del culto gua-dalupano en todo el territorio virreinal hizo aumentar la popularidad de la imagen al grado de convertirla no sólo en un símbolo cristiano sino en uno patriótico y generalizado, que daba honor a quien lo si-guiese con devoción y piedad. Al venerar a la Madre de Dios, en su advocación netamente mexicana de Guadalupe, los novohispanos realzaban su propia honorabilidad ante sí mismos y ante el mundo. Por eso, el espíritu criollo está tan ligado con el desarrollo de este fenómeno.

A veces se crea la impresión de que el culto a Guadalupe surgió casi por generación espontánea y que su transmisión y triunfo final fue cosa fácil. Pero no basta con haber existido la tradición de las Apariciones para que se creyera en ellas. Hubo que hacer énfasis en el carácter milagroso de la virgen, hubo que fomentar peregrinaciones

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al Tepeyac concediendo indulgencias, hubo que agrandar y embelle-cer el santuario, hubo que promoverse la circulación de reliquias como estampas y medallas con la imagen sagrada, hubo que delegar en las congregaciones la responsabilidad de organizar y extender el culto, así como la administración de los bienes. Finalmente, hubo que espe-rar a toda una generación de historiadores, oradores y poetas que escribieran sobre el significado del portento. Por eso se debe profun-dizar en cómo las autoridades de España, de Roma y del mismo virreinato, así como los criollos articularon los medios para lograr implantarlo al resto de la población novohispana. En suma, contri-buyeron a su expansión las autoridades civiles y eclesiásticas, las ór-denes, las congregaciones, los colegios —sobre todo los jesuítas— y los intelectuales.

El desarrollo del culto fue posible, sin duda, por el temprano fer-vor popular que se manifestó en torno al milagro del Tepeyac. Inclu-so, podemos remontarnos a tiempos anteriores cuando la devoción indígena se expresaba a través de las peregrinaciones al cerro donde moraba Tonantzin, la diosa madre prehispánica. Pero no es arriesga-do advertir que, después de la Conquista, fue a través de las corpora-ciones que se impulsó con éxito el culto guadalupano. Coincido con Christian Duverger cuando afirma que las cofradías desempeñaron un papel muy importante en el desarrollo del sincretismo pagano-cris-tiano. Injertaron el culto cristiano en la red de barrios prehispánicos y lo arraigaron en el alma popular. Así, los indios percibieron las co-fradías como las manifestaciones de sus antiguas asociaciones religio-sas. Por su parte, Murdo Me Leod ha demostrado esta dinámica de las cofradías en los pueblos indígenas de Chiapas.3 Al ser de naturales la primera gran cofradía de Guadalupe podemos suponer que su fun-ción primaria no fue la difusión del culto, sino la integración de la población india de los alrededores de la ermita. Esto prueba también que Guadalupe es una devoción federadora y mixta, como le llama Solange Alberro; revela la esencia fundamentalmente barroca del

3 Christian Duverger, La conversión de los indios de Nueva España, p. 207 y Murdo Me Leod, "The Social and Economic Roles of Indian Cofradías in Co-lonial Chiapas", en Jefírey A. Colé, ed., The Church and Society in Latin America. Selected Papers from the conference at Tulane University, abril, 1982, pp. 28-30.

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México actual que se identifica, une y fortalece a través de un conjunto simbólico surgido a mediados del siglo XVII.4 Fueron las hermandades y cofradías partes importantes de transmisión que encauzaron y di-rigieron el sentimiento popular para lograr fines concretos. Estas po-pularizaron su culto a través de las celebraciones públicas, misas y procesiones. Fueron un medio de asociar la vida cotidiana con la re-ligiosa. Combinaron la asistencia social, la caridad y los menesteres económicos a través de la recaudación de limosnas y donativos así como la administración de los bienes.

Las corporaciones promovieron el culto a Guadalupe primero a nivel local o regional para luego convertirse en una devoción que abarcó casi todo el virreinato. El culto a la imagen misma propició peregrinaciones desde lejanos lugares. Las formas de asociación re-ligiosa contribuyeron asimismo a que la población, sobre todo los indios, incorporaran esta devoción a su vida. A nivel más amplio, dicha devoción sirvió, a su vez, como medio de cohesión de la co-munidad. Con todo su contenido simbólico, el culto guadalupano hizo que la población compartiera una misma ideología, una misma visión del mundo. Como dice Rosalva Loreto en su estudio sobre la fiesta de la Concepción "se creó un sistema generador de prácticas y esquemas de percepción transmisibles de una generación a otra".5

De esta forma —añadiríamos nosotros— pero ya en el caso concre-to de la virgen del Tepeyac, esa devoción cundió en todo el orbe virreinal.

Las limosnas, legados testamentarios, donativos, etcétera tuvieron importancia en diversas áreas de la economía. Fueron necesarios para el engrandecimiento y manutención de los edificios dedicados a) cul-to, para la conservación de la Colegiata y de sus gastos así como de la Villa de Guadalupe. La cofradía colaboraba en las funciones religio-sas, en la obtención de recursos para obras de arte, retablos, capillas, etcétera. Asimismo, fueron protectoras del santuario y también des-

4 Solange Alberro, "Imagen y fiesta barroca: Nueva España, siglos XVI y XVII", en Petra Schumm, ed., Barrocos y modernos. Nuevos caminos en la investi gación del Barroco iberoamericano, p. 40.

5 Rosalva Loreto "La fiesta de la Concepción y las identidades colectivas. 1619-1636", en Clara García y Manuel Ramos, eds., Manifestaciones religiosas en el mundo colonial americano, p. 239.

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tinaron capital a reconfortar enfermos y derivarlo a gastos que se re-querían para distintas necesidades de los cofrades.

En última instancia el papel de las cofradías fue que la iglesia re-uniera a todos los Fieles bajo la religión cristiana. Cumplieron con éste objetivo de la Contrarreforma, además de que propagaron valo-res como la caridad, las prácticas religiosas rutinarias, la organiza-ción de las fiestas como medio de cohesión social y las obras pías.

El estudio de las corporaciones dedicadas al culto guadalupano arroja luz sobre el desarrollo de las prácticas religiosas y de las creen-cias en el México colonial. Estos organismos reafirman la modalidad del catolicismo postridentino basado en la veneración a las reliquias, la devoción a imágenes milagrosas y la importancia de los santuarios para promover la veneración y la devoción de los fieles. "En el san-tuario de Nuestra Señora de Guadalupe —afirma Marina Warner— to-dos los elementos de la devoción católica desde la separación de las iglesias reformadas están reunidos en su forma más característica de tal manera que [...] este culto particular ilustra el catolicismo occi-dental".6 En este caso especial, se trató, además, de la veneración a una bella imagen milagrosa de la virgen morena trasunta de un raci-mo de rosas primaverales en el paraíso indiano, con lo que también se respondió a las necesidades anímicas de una sociedad heterogénea resultante de la Conquista. Modelo de divinidad y espiritualidad con-junto al modelo étnico y estamental, la virgen del Tepeyac se covirtió así en catalizador de una identidad propia para los novohispanos.

Sobre estos dos ejes —el culto de unificación y el impulso de la vanguardia contrar reformista— construimos ahora este ensayo. Por razones de espacio, nos resulta imposible ampliarlo en toda su mag-nitud. Debo hacer referencia a un estudio más extenso que estoy por terminar en un futuro próximo donde, alentada por estas cuestio-nes, extenderé mis conclusiones. Ahora bastará con exponer sólo al-gunos ejemplos que hacen referencia al modo en que el ejercicio corporativo asumió el guadalupanismo, cómo lo proyectó y de qué forma refleja el proyecto de vida católico español basado en los pro-pios valores hispánicos y contrarreformistas.

6 Marina Warner, Tú sola entre las mujeres. El mito y el culto de la Virgen María, p. 390.

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En su lucha contra el protestantismo, la Contrarreforma se valió de todos los medios al alcance para buscar prosélitos. Para captar la atención popular, se utilizaron las más variadas manifestaciones del ritual, de las tradiciones sacramentales y ceremoniales y de antiguas prácticas de la Edad Media que, renovadas, fueron de gran éxito para sus fines. Las formas corporativas de organización fueron retomadas y se convirtieron en importantes agentes transmisores del culto cató-lico. A través de ellas se fomentaba cotidianamente la creencia en san-tos, reliquias, la adoración a imágenes sagradas, etcétera.7 Se puso especial atención en la teatralidad, en la expresión sensorial y en re-presentaciones plásticas con profundo contenido psicológico. Se in-sistió en la creencia en los milagros y se recuperó con fuerza el marianismo. Las cofradías fueron instituciones con un importante ca-rácter religioso, pero también económico, político, social y cultural pues "dieron uniformidad y conformidad, dos de los valores impues-tos por la disciplina postridentina".8

En Nueva España, la simplicidad de los frailes que habían logrado la evangelización de la población nativa cedió lugar a las formas de transmisión religiosa acostumbradas por el clero secular, que se volcó en la festividad popularla exteriorización del culto, el fervor masi-vo, el gasto y la ostentación en las prácticas rituales. El Primer Con-cilio Provincial Mexicano fue el primer golpe organizado para destruir los cimientos de la Iglesia misional.

El culto a la virgen fue uno de tantos elementos existentes en España al que se le dio nuevo vigor con la Contrarreforma. Dicha devoción cumplía con las directrices del Concilio de Trento y retomaba una vieja tradición medieval. Virgen y madre, ella era ideal de la vida doméstica y, por ende, una fuerte garantía de devo-ción. Expresaba una necesidad profunda —como explica Rodrigo Martínez— de adorar la divinidad también en su aspecto femenino.9

Por eso, se convirtió en una práctica piadosa muy popular del catoli-

7 Cf Amos Megged, Exporting the Catholic Refomation. Local Religión in Early Colonial México, p. 5.

8 Ibid., p. 63. 9 Rodrigo Martínez, "La virgen del licenciado Zuazo", en Clara García y M.

Ramos, comps., Manifestaciones religiosas en el mundo colonial americano, p. 307.

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cismo tradicional enarbolado como estandarte allende y después aquende el Atlántico.

Desconozco aún dónde está el eslabón de la cadena que encontró Montúfar para preferir a Guadalupe sobre otras advocaciones cuan-do en 1556 pronunció su sermón en honor a la virgen del Tepeyac.10

Lo cierto es que ya para 1559, según opinión de Xavier Noguez, era ya indudable un culto que se fue propagando hasta convertirse en uno de los símbolos más característicos de la cultura mexicana.

Si Montúfar eligió a la virgen de Guadalupe fue, sin duda, resultado de una gran agudeza o una enorme visión a futuro. Quiso aprovechar la atracción que ejercía sobre los indígenas el viejo centro ceremonial donde se adoraba a Tonantzin, diosa madre. El objeto del dominico era fortalecer moral y materialmente a la Iglesia, lo que podía lograrse —como observa María Alba Pastor— a través de la veneración a las advocaciones,11 pero qué tan consciente fue al renovar un culto de sus-titución, es un misterio. Sí sabemos que el culto a la imagen del Tepeyac se extendió desde el siglo XVI y con mayor ímpetu en las dos centurias siguientes. También que las autoridades —desde el rey de España, el papa y el virrey, hasta las capas subalternas de poder— lo fomentaron. Pero la pregunta es por qué, para qué y cómo se logró esto.

Podría preguntársenos a dónde apuntamos con todo lo escrito, pues a simple vista parecería difícil empatar una vieja tradición indí-gena, una renovada devoción católica y un movimiento de reforma religiosa originado en Europa, mas todo ello nos conduce a una meta final que es demostrar cómo tuvo que imponerse, primero la autori-dad episcopal y regalista de España, antes de hacerse posible el desa-rrollo del culto guadalupano. El 15 de mayo de 1556 Montúfar

10 Vid. Xavier Noguez, Documentos guadalupanos, p. 89. También puede verse aquí la polémica suscitada por dicho sermón entre Montúfar y los franciscanos, recelosos del origen pagano del culto. Para William Taylor los sucesores de Montúfar siguieron su ejemplo, así como los virreyes, quienes financiaron y promovieron eventos espectaculares en el Tepeyac, tratando el santuario como puerta de entrada sagrada a la capital. (Our lady of Guadalupe and friends: The virgin Mary in colonial México city.)

11 María Alba Pastor, Crisis y recomposición social. Nueva España en el tránsito del siglo XVI al XVII, p. 87.

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adscribió la ermita del Tepeyac a la directa jurisdicción de la mitra metropolitana, es decir, del clero secular. El camino estaba allanado para que una forma corporativa tomara el control del culto, que ma-nejaría el aparato ceremonial y ritual así como también propagaría la tradición guadalupana, rescatada de los textos indígenas y aderezada con elementos del pensar y del sentir criollo. Un año después, se ha-bla del aumento de las rentas y limosnas que entraban a la ermita que se destinaban a obras pías.12 Le siguen informes de procesiones cada vez más numerosas, de obras de ampliación y remodelación de la er-mita así como de festividades ostentosas con trompetas y atabales que atraían a multitudes de todos los estamentos sociales.

Las cofradías de Guadalupe y el desarrollo del culto

Fue a través de las corporaciones que se llevó a cabo un culto formal a la virgen del Tepeyac. La estructura jerárquica y canónica de la Igle-sia postridentina lo hizo posible. Era una exigencia general de la Con-trarreforma exaltar la devoción mariana. No debe olvidarse que la Contrarreforma fue una cultura impuesta por los grupos dominan-tes. Se buscaba afianzar la religión católica a través del culto público, preferentemente en un santuario, con un gran ceremonial, la devo-ción a imágenes, el fervor por los milagros y prácticas devotas coti-dianas que inspiraran la piedad. La Iglesia y el Estado —recuérdese la unión de éstos en el mundo hispánico— buscaron cohesionar y or-ganizar a toda esa población multiétnica. Pero no bastaba unir a la sociedad en un sentido meramente "físico", también —y más impor-tante aún— se trataba de inculcar un sentido de pertenencia a un grupo, lo que a la larga fue creando lazos firmes de identidad. A tra-vés de la transmisión de valores femeninos, familiares y devocionales la visión del mundo contrarreformista logró imponerse. Por eso fue que "articulándose con la intención de regenerar la institución de la familia y de reorientar él papel social de la mujer, el uso de cofradías para promover el marianismo empezó a extenderse en esta época".13

12 X. Noguez, op. cit.,p.99. 13 M. A. Pastor, op. cit., p. 89.

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Fue en el siglo XVII en que surgieron múltiples formas de asociación religiosa en torno a la devoción a Guadalupe que sirvieron para propagar su culto. Esto es ya tardío si se toma en cuenta la fundación de otras cofradías, como por ejemplo, la del Santísimo Sacramento que data de 1538.

En la ciudad de México, una congregación de la virgen de Guada-lupe fue fundada para eclesiásticos en 1674. Treinta y dos sacerdotes le solicitaron al virrey Payo Enríquez de Rivera su beneplácito para la fundación. Se eligió como primer prefecto a don Isidro de Sariñana. El breve de Clemente X del 7 de enero de 1675 confirmó a la congre-gación. "Poco tiempo después —nos dice Delfina López Sarrelangue— seglares de ambos sexos pidieron pertenecer a ella; la cofradía fue llevada a la categoría de real archicofradía y colmada de privilegios e indulgencias".14

La primera congregación de indios en el Santuario de Guadalupe fue fundada en 1678 en la iglesia antigua. Después su sede fue en la Colegiata (1749). Su fiesta anual se celebraba el 8 de septiembre. La congregación de Nuestra Señora de Guadalupe del Santuario de Gua-dalupe de México admitió a congregantes "a los indios de uno y otro sexo".15 Otras dos cofradías fueron la de Jesús del Santo Entierro y la de Jesús de los Caídos cuya fecha de fundación se desconoce, pero sucedió en el siglo XVII. Las tres contaban con un mismo mayordomo, rector y diputados. Como observa Alicia Bazarte, "a través de la cofradía el indio cumplía con sus deberes de buen cristiano, manifestando por un lado la caridad con el prójimo y por otro participando en el culto divino para la propagación del mismo".16 Las cofradías de indios en la ciudad de México no adquirieron tanta importancia como las de españoles que parecen haber tenido mayor difusión, quizá porque rara vez se beneficiaban de dotaciones considerables. En cambio, en el medio rural, las cofradías de indígenas proliferaron. Además, debe tomarse en cuenta que en el siglo XVII era muy escasa la pobla-

14 Delfina E. López Sarrelangue, Una villa mexicana en el siglo XVIII, p.153. 15 ACN, Cofradías y archcofradías, vol. 10, exp. 2. Se tiene la reimpresión

de la "patente de la Cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe fundada por na turales".

16 Alicia Bazarte, Las cofradías de españoles en la Ciudad de México (1526- 1869), p. 69.

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ción española en la región de Guadalupe. En 1750 había medio cen-tenar de familias de españoles y mestizos. La población se componía casi en su totalidad de eclesiásticos y servidores del santuario.17 Asi-mismo, en las parroquias de la capital del virreinato hubo cofradías que, si bien no se conocían con el nombre de Nuestra Señora de Gua-dalupe porque no se permitía repetirlo en más de una cofradía, si surgieron especies de filiales con diferentes advocaciones pero siem-pre afines a ésta. Las más mencionadas son la de Santa Catarina y la de las Animas Benditas que se relacionaban con el culto a la virgen del Tepeyac e incluso sus patentes llevaban su imagen impresa. Tam-bién puede apreciarse que la capilla de la virgen de Guadalupe de la Catedral metropolitana estuvo a cargo de la Archicofradía del Santí-simo Sacramento, la más rica e importante de la Nueva España.

Ya en el siglo XVIII abundan las noticias de las congregaciones guadalupanas, precisamente en la época en que fue declarada Patra-ña universal del Reino dé la Nueva España y en el tiempo también en que se le confirió el título de Colegiata Real e Insigne al santuario y los títulos de villa para la población de españoles y de pueblo para la reducción de indios. Fue entonces que el papa Benedicto XIII conce-dió a los congregantes indulgencia plenaria en artículo mortis.18 Este conjunto de acciones indican el interés por concederle al culto guadalupano un lugar excepcional.

Fuera de la ciudad de México la cofradía con advocación a Guada-lupe más destacada fue la de Querétaro. Basta revisar las Glorias de Querétaro (1680) de Carlos de Sigüenza y Góngora para notar la difu-sión que esa ciudad dio al culto guadalupano. Cabe resaltar la labor del principal mecenas, don Juan Caballero y Ocio, hombre muy acau-dalado y modelo de piedad que fue prefecto de la venerable congre-gación de María Santísima de Guadalupe de dicha ciudad. Sigüenza relata las fiestas inaugurales del templo a Guadalupe en Querétaro y describe el papel fundamental de las cofradías en las procesiones, en la organización, en la ornamentación y, en general, en la algarabía del festejo. Nuestro polígrafo novohispano describe cómo el día de la inauguración del nuevo templo dedicado a la virgen de Guadalupe,

17 D. E. López, op. cit., pp. 19 y 37. 18Ibid.,pp. 6 y 105.

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Caballero y Ocio dio principio a la procesión donde participó un enorme concurso de gente.

Siguiéronse —continúa la crónica— por sus antigüedades las nu-merosas cofradías que acreditan la devoción de los que las com-ponen, cada una con el estandarte apropiado a su advocación, formando todos una errante primavera de Damasco y lama. No hubo Mayordomos, Diputados, Ministros y Cofrades, que no asistiesen aseados con galas y ocupando las manos con blancos cirios, que llegaron al prolijo número de trescientos y ochenta I...].19

Es también don Carlos quien informa en su obra sobre la organización de la corporación y sobre las gracias concedidas a ésta y lleva a cabo un verdadero panegírico sobre la forma de asociación dedicada a promover el culto a la virgen y la fe católica. Dice:

Mucho merecerá —así debo sentirlo— la majestuosa estructura del templo, que describí, de la santísima virgen de Guadalupe en las venideras edades, a que puede ser que alcance el eco re-sonante de sus noticias; pero mucho más conseguirá de estima la Congregación Venerable haciendo notorias al mundo las Cons-tituciones y Reglas por donde su devoción se gobierna, porque como ésta ha sido el único blanco que ha tenido siempre a la vista; a ella se le pueden atribuir los gloriosos progresos que conseguirá en lo futuro y que ya experimenta en lo presente.20

Sigüenza relata cómo el papa Inocencio XI agregó la venerable congregación de Nuestra Señora de Guadalupe de Querétaro a la Ar-chicofradía de la Doctrina Cristiana, fundada en la Iglesia de San Pedro de Roma, con la comunicación de todas las indulgencias, facultades, gracias concedidas y diversos jubileos, además de "muy estimables reliquias, que le donó".21

19 Cf. Carlos de Sigüenza y Góngora, Glorias de Querétaro en la Nueva Con-gregación de María Santíssima de Guadalupe. 20Ibid.,p. 75. 21Ibid.,p. 76.

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El de Sigüenza y Góngora es un testimonio temprano. Pero exis-ten diversos manuscritos posteriores que hablan de las diversas con-gregaciones en la iglesia de Guadalupe de Querétaro. Destaca la de San José fundada en 1796. Para conseguir la real confirmación de ella, los miembros de la cofradía enviaron al rey de España sus cons-tituciones, que son un ejemplo valiosísimo para el investigador pues dan una idea muy precisa de la manera en que se gobernaban estos organismos. Para su dirección se nombraba un rector, un mayordo-mo, cuatro conciliarios, un secretario y dos enfermeros elegidos cada año, con la consigna de que los cargos recayesen en "sugetos aptos y veneméritos" para dar "mayor lustre a dha Congregación".22

Según dice el documento, los enfermeros debían "instruirse en las necesidades, así espirituales como corporales, conque se hallen los en-fermos congregantes". Cada año el mayordomo debía presentar las cuentas del tiempo que hubiere estado en el cargo con los compro-bantes necesarios. Era el encargado de la recaudación de las limosnas que los fieles daban para sufragar los gastos del culto y de las fiestas. Debían administar los bienes de las cofradías pero sabemos por los testimonios, que la honorabilidad de dichos funcionarios constante-mente se ponía en duda por razones bien fundamentadas.

El día de san José, esto es el 19 de marzo, se debía celebrar la fies-ta principal de dicha congregación con misa solemne, sermón " y la pompa que se pueda". Era obligatorio por parte de los congregantes asistir. También había festejos en honor de la virgen de Guadalupe, de san Felipe Neri y de la Purísima Concepción.

Se solicitaba una contribución de doce reales de los miembros de la congregación para su administración. A cambio, recibían una pa-tente y "quadernitos [...] en los que se encontrarán las partes consti-tutivas e indulgencias concedidas". Es interesante notar en los documentos que se admitía "a toda clase de gentes" previo pago de la cuota, pero en la elección de mayordomo y demás vocales sólo po-dían participar los españoles y en especial "los más distinguidos de la ciudad". En esa misma fuente aparece el fin último de dichas congregaciones que era "el aumento de Nuestra Santa Fe Católica y conservación

22 AGN, Clero regular y secular, vol. 195, f. 263 en adelante.

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de esta congregación para mayor honra de Dios".23 Como puede apreciarse, se transitaba de forma segura por los parajes señalados por la Contrarreforma.

Por último, se estipulaban las limosnas, una parte de las cuales se daba a la misma congregación de Nuestra Señora de Guadalupe para gastos de ornamento, vino, hostias, incensiarios, campanas, campa-nero, órgano, organista, cera, música, cantores, acolitos y sacristanes. En la congregación de San José, afiliada —como se dijo— a la de Nuestra Señora de Guadalupe de Querétaro se pedía a la administra-ción procurar no pedir mucho dinero a los hermanos "por cuanto toda fundación debe subsistir, sin gravamen, ni pensión, para que así no se haga odiosa".24 A pesar de esta preocupación, fue evidente que el dar el tributo resultaba ser en ocasiones una carga onerosa para los congregantes, ya que esa piadosa fundación obtenía fondos de los ca-pitales impuestos a un tanto por ciento (generalmente el 5%).

De los primeros datos que se tienen en cuanto a la reunión de di-nero, se sabe que en 1676 los cofrades cooperaron para que se cons-truyera una hilera de torreones de piedra a lo largo de la calzada dedicados a los quince Misterios del rosario para que los peregrinos que iban a pie se detuvieran a hacer un corto ofrecimiento en cada misterio. Desde entonces, la calzada lleva ese nombre: de los Miste-rios.25 La afluencia de dinero por las limosnas fluctuaba; pero debe haber sido considerable si se toman en cuenta las construcciones su-fragadas por esos conductos. En 1779 se construyeron cuatro puen-tes elevados sobre zoclos de manipostería para cruzar la acequia cuyo costo fue de $13, 750.00.

Los gastos que se originaban para obras hidráulicas, construccio-nes, reparaciones, puentes y caminos también eran cubiertos por las aportaciones de donantes, tanto dentro de las cofradías como de ri-cos y poderosos o pobres y menesterosos de otras regiones. La Villa dependió económicamente de los donativos de la Colegiata.26 Para la satisfacción de sus necesidades y la celebración de sus fiestas, el pueblo

23 Idem. 24 AGN, Clero regular y secular, vol. 195, f. 267. 25 D. E. López Sarrelangue, op. cit., p. 27. 26 Ibid., p. 9.

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Las corporaciones guadalupanas: centros de integración 193 contó con los bienes de comunidad y las donaciones de los mismos indígenas para sus solemnidades religiosas que eran administradas por los mayordomos. En él libro de cuentas pueden verse las aporta-ciones de las cofradías para los gastos del culto, para la reparación de las iglesias, obras artísticas y arquitectónicas y otros.27

A partir del siglo XVII las fiestas en honor a la virgen de Guadalupe fueron obligatorias y debían festejarse en el santuario. Las co-fradías se encargaron de organizarías, conseguir la cera,cuyos gastos eran los más fuertes y llevar a cabo los arreglos de la capilla. Destacan las procesiones, los fuegos de artificio, los ornamentos con-jugados con la solemnidad y manifestaciones de piedad de los par-ticipantes. Las más recordadas fueron la del 12 de diciembre de 1737 cuando Guadalupe fue declarada Patrona principal de la ciudad y la del 9 de noviembre de 1754 para celebrar la confirmación del Patronato. Por supuesto; cada año el 12 de diciembre se desplega-ban los fieles para conmemorar la aparición. Los indios tenían su fiesta con vistosas danzas y procesiones en el mes de noviembre. Eso no hubiera sido posible sin la participación de la comunidad reunida en estas formas de organización religiosa, que con entusiasmo, de-voción y medios financieros impulsaron e! culto a la virgen del Tepeyac.

Si bien los documentos encontrados parecen indicar que las co-fradías en honor a Guadalupe se fundaron en la segunda mitad del siglo XVII hay registros de cobro de limosnas y mandas para Nuestra Señora de Guadalupe en Tepeaquilla que datan de fines del XVI.28 Es interesante añadir que en ocasiones el dinero que habían dejado los benefactores en su testamento era reclamado por la ermita al no que-rer donarlo sus descendientes.29 Hay muchos casos similares, lo que refleja que el pago del tributo o las limosnas no era tan libre o volunta-rio sino que se ejercía fuerte presión para obligar a la gente a cum-

27 AGN, Bienes Nacionales, vol. 718, exp. 2. Libro de cuentas y recibos de la administración de la ermita de Guadalupe, 1664.

28 Varias más en el siglo XVII y aumentan considerablemente en el XVIII. AGN, Reales Cédulas, vol. 8,exp. 211, f. 267.

29 Puede verse este ejemplo en AGN, Capellanías. Censo en favor de la obra pía ermita de Guadalupe, exp. 87, f. 35.

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plir con sus obligaciones religiosas. En 1694, por ejemplo, Bartolomé de Villanueva pidió gracia al arzobispo Aguiar y Seixas por no poder pagar 294 pesos de limosna a la congregación de Guadalupe aludien-do a su pobreza y enfermedad. La cofradía de los naturales del san-tuario presentó demanda en su contra. El mayordomo, Gerónimo de Valladolid antepuso la queja ante el arzobispo quien resolvió semanas después "que pagase lo que pudiese", concediéndosele lo que hoy lla-maríamos un "descuento" y un "pago a plazos", pero en ningún mo-mento se le condonó la deuda.30

En el siglo XVIII es frecuente ver cómo la gente hipotecaba sus bie-nes para pagar las cuotas a las cofradías. Un juez impuso réditos del 5 % por cinco años a Josefa Perdomo, viuda, que debía 1 000 pesos a la cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe.31 También se encuen-tran en esta centuria muchas peticiones de los mayordomos pidiendo que se les conceda permiso para colectar limosnas para las fiestas de Nuestra Señora de Guadalupe, para edificar algún templo o capilla, para gastos diversos del santuario o para el capellán. Muchas veces las contribuciones de las cofradías fueron destinadas al arte. Por ejem-plo, en 1789 se da noticia, esta vez en Tepotzotlán, de que la Cofra-día del Santísimo donaría el dinero para un retablo dedicado a la virgen del Tepeyac. Poco después había concluido la obra: "Se fabri-có un precioso retablo —cuanta el presbítero— que costó en blanco un mil 680 pesos y su dorado que costeó la cofradía del Santísimo Sacramento un mil 461 pesos en que se colocó una bellísima imagen de Nuestra Señora de Guadalupe". Destacaba "lo bien acabado del re-tablo y principalmente la singular hermosura de la Sagrada Imagen". La cofradía sufragó también los 300 pesos de la vidriera.32

El apoyo de las autoridades fue fundamental para la transmisión del culto. Como ejemplo existe una diligencia promovida en 1794 por los diputados de la cofradía de Nuestra Señora de Guadalupe en la que se solicita se conceda de las Cajas Reales una contribución de cin-cuenta pesos de limosna para cada uno de los novenarios que se ha-cían a la virgen de Guadalupe y a la de los Remedios. La petición

30 AGN, Capellanías, vol. 45, exp. 310. 31 AGN, Capellanías, vol. 14, exp. 5 y 6. fj. 471-472. 32 AGN, Bienes Nacionales, vol. 575, exp. 124.

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llegó hasta el rey de España. El 29 de mayo de 1799 por una real orden se respondió afirmativamente "cada vez que se hagan rogacio-nes públicas", dice el documento, se le encomienda a la ilustre con-gregación de Nuestra Señora de Guadalupe erigida en la Insigne y Real Colegiata colectar limosna ante los ministros del Real Tribunal de Cuentas.33 Lo mismo se actuó con liberalidad para la celebración de las fiestas, sobre todo las del Patronato, en que el rey se vio muy interesado, y se contó con la participación del virrey, de las altas esferas eclesiásticas y de la nobleza. Lo mismo para la fundación de colegios para indios en Guadalupe y para el establecimiento de las congregaciones en diversas partes de la Nueva España.

No sólo contribuían al progreso del culto las autoridades, también velaban para que las manifestaciones religiosas se llevaran a cabo con-forme a lo establecido por la legislación. En 1793 el arzobispo Alonso Nuñez de Haro y Peralta concedió licencia al mayordomo de la Co-fradía de Nuestra Señora de Guadalupe del Pueblo de Santa Anna Nextlalpan para recolectar limosna y para mandar "que la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe se ha de llevar en un caxon con decen-cia" y añade "que no se tenga en casas particulares, ni con músicas profanas, se conduzca con una o dos personas de satisfacción que pre-cisamente se obliguen a entregar todo lo que percibieren para el des-tino de esta Licencia".34 Comúnmente había transgresiones. Al año siguiente, en 1794, José María Pizarra, fiscal, anunció que había pues-to en la real cárcel de Matehuala a dos indios que vendían sagradas imágenes que además "por el motivo de que embriagados formaron riña unos entre otros... y por el fraudulento delito de colectar limos-na con licencias falsas".35

Existen muchas patentes de las congregaciones dedicadas a Nues-tra Señora de Guadalupe fundadas en diferentes parroquias que prue-ban el gran número de congregantes en torno a ellas. Destacan la de Santa Catarina y la de Nuestra Señora de la Misericordia. Éstos apor-taban sus cuotas a cambio de que, al fallecer, la cofradía se encargara de los gastos del funeral, de las misas o lo que hubieran convenido

33 AGN, Cofradías y archicofradías, vol. 14, exp. 1, fjs. 1-15. 34 AGN, Cofradías y archicofradías, vol. 18, exp. 316. 35 AGN, Cofradías y archicofradías, vol. 18, exp. 317.

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en dichas patentes. Algunas ofrecían, además de las misas de difun-tos o el ataúd, extender indulgencias que la Santa Sede les había con-cedido, amén de "paño negro para la casa mortuoria, velas, paño azul para cubrir el cuerpo y asistencia de guión y luces". Volvemos a ver ejemplos de la teatralidad que caracterizó a la sociedad barroca del mundo novohispano. Lo importante es percibir esas formas de aso-ciación entre la población. A través de los rituales comunitarios "par-ticipan asimesmo los vivos, como los defunctos de las misas"; vida y muerte, magia y religión, allendídad y aquendidad presentes que se juntan gracias a un mismo simbolismo ritual. La presencia de Guadalu-pe era capaz, como vemos, de varios milagros. Debemos insistir en que las cofradías jugaron un papel realmente integrador. Reunieron a una multitud de personas de ambos sexos, si se toma en cuenta que el resto de las corporaciones estaban compuestas por varones o divididas, al igual que de distintos estratos sociales y procedencias. Ésta fue, repeti-mos, la intención central de la difusión de Guadalupe; construir una sola identidad bajo una misma concepción del mundo y de la vida.

En el censo de 1790-1794 pedido por el virrey conde de Revillagi-gedo para que los obispos informaran sobre el estado de las cofra-días, encontramos que las congregaciones piadosas dedicadas a la virgen de Guadalupe se extendieron por todo el territorio de la Nue-va España. Hay mención de más de cuarenta cofradías con esta advocación disperas en el centro y sur del virreinato en dicho repor-te. El virrey se interesó por saber el número de cofradías o herman-dades en los pueblos, la época de su fundación, con qué destino habían sido erigidas y si contaban con las licencias del rey o del prelado diocesano, lo que las hacía legales o ilegales. Sobre todo, se hacía hin-capié en que se notificase sobre "las limosnas que por ellas circulan y en qué objeto se imbierten".36

La cofradía más importante era la que pertenecía al Santuario. "En la Iglesia Colegiata y Parroquial de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe, está canónicamente erigida una congregación de fieles del uno y del otro sexo bajo el título e invocación de la misma Virgen Ma-ría, y los asociados a esta congregación acostumbran ejercitar muchas obras de piedad y caridad y promover el culto y la devoción a la Santí-

36 Idem.

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sima Virgen..." Dicha congregación recibió indulgencia plenaria en 1754 "una vez al mes, en el día que uno quiera, para todos los congre-gados que asistieren a las juntas o congregaciones, con tal que, confesa-dos y comulgados, visitaren la capilla de dicha congregación" o bien "los congregados que siquiera por cinco días hicieren los Ejercicios Espiri-tuales de San Ignacio",37 también contarían con el anhelado perdón.

La mayoría de las cofradías tenían fondos destinados al culto y mi-sas en beneficio de sus hermanos. La cantidad de los bienes variaba, habiendo las que se destacaban por su riqueza. Algunas habían sido fundadas hasta con 1 300 cabezas de ganado mayor. En dicho censo se encontró también una gran cantidad de cofradías fundadas sin aprobación real ni canónica y, peor aún, sin más fondos que las li-mosnas de los fieles para el culto, por lo que muchas de ellas fueron disueltas. Vuelve a destacar la cofradía de Nuestra Señora de Guada-lupe de Querétaro por su riqueza. En el informe de 1790 se reconoce la importancia de sus impuestos que ascendían a 5 500 pesos y el im-porte de los jornalillos de los congregantes que ascendía a 400 pesos. En general, sobrevivieron aquellas cofradías que cumplían bien los cargos de sus erecciones conforme a las Leyes de Indias,38 las que gas-taban menos de lo que producían y las que contaban con bienes de cierta importancia: ganado caballar, lanar o vacuno, tierras, solares o casas. En 1695 la cofradía de Guadalupe, en Yanguitlán, aceptó un molino.39

En muchos lugares, al no cumplirse con los requisitos legales, las hermandades de Guadalupe y de otras advocaciones fueron reduci-das a puras devociones, obras pías y mayordomías. Así sucedió en un pueblo cercano a Malinaltenango, pero la cofradía no desapareció sólo "por la tenacidad de los indios y porque tienen varias cabezas de ganado cabrío con cuyos productos hacen sus fiestas".40 Naturalmente, las cofradías que más; penaban para subsistir eran las de indios,

37 Idem. 38 Las Recopilaciones de Indias prevenían que no se fundasen cofradías sin

licencia del rey y autoridad del prelado eclesiástico y sin que sus ordenanzas y estatutos se presentasen y aprobasen en el Real y Supremo Consejo de Indias. Vid. ACN, Cofradías y archicófradias, vol. 10, 1783.

39 AGN, Mercedes, vol. 64, fj. 63. 40 AGN, Cofradías y archicófradias, vol. 18, exp. 294.

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mientras que las de españoles contaban con más fondos. En la visita, el arzobispo reportó algunas de naturales "en estado ruinoso", pero registró en cambio en Cuernavaca una donación fuerte que hizo don Manuel de la Borda a Nuestra Señora de Guadalupe de 300 pesos, además de animales y un capellán.

Reflexiones finales

Las consideraciones presentadas en este breve ensayo confirman el argumento de David Brading de que "el cristianismo en el Nuevo Mundo derivó de la incorporación de comunidades enteras a la cul-tura religiosa de la Iglesia española; no surgió de actos individuales de conversión".41 Es un hecho que la nuestra es una cultura comuni-taria, no individualista, como lo sería la de nuestros vecinos del nor-te, los anglo protestantes, cuyo proyecto de vida surgió de la otra vertiente de la reforma del cristianismo occidental. El éxito del cato-licismo postridentino fue la unión exitosa de la población en una de-voción común. Pero en México, destaca especialmente esa inclinación amorosa, ese hechizo casi mágico de todos los estamentos sociales ha-cia la imagen milagrosa de Nuestra Señora de Guadalupe y de la fuerza de su mensaje redentor en el Tepeyac. Dentro del universalismo católico, el mundo corporativo respondió maravillosamente a las nuevas necesidades religiosas. La acogida que las corporaciones dieron a la virgen de Guadalupe y las formas de transmisión que utilizaron para difundir su culto fueron claves del éxito para su desarrollo generalizado. Finalmente triunfaron como instrumentos de aculturación y de difusión del cristianismo y del his-panismo en el Nuevo Mundo. La transferencia de los valores ibéricos se cumplió desde las altas esferas hasta estas formas de asociación religiosa sin las cuales no hubiera sido posible la entronización de Guadalupe, hoy por hoy, casi cinco siglos después, patrona indiscuti-ble de todos los mexicanos.

41 D. Brading "Images and prophets: Indian religión and the Spanish Conquest", en A. Ouweneel y Simón Miller, eds., The indian Community of Colo-nial México.

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