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PPrrootteessttaannttee DDiiggiittaall,, 1111 ddee mmaarrzzoo ddee 22001122
El deber es actuar como esa pieza debe
funcionar. Eso, por sí mismo no es
negativo, es el fundamento del “trabajo
en equipo”, pero la idea de “lugar que se
ocupa” es todavía muy estamental,
refleja el modelo de sociedad que
precisamente el tipo de vocación política
que aquí se propone debe transformar.
El concepto de vocación reducido a
simple “cumplimiento del deber”, es
válido para muchos casos, pero aquí se
propone la vocación política con un
horizonte muy superior. En un sentido,
por el enorme bien que puede producir,
se compararía a una vocación ministerial
(seguramente por eso en ambas hay
tanta falsificación).
Este matiz diferencial puede
notarse en la propia impresión ética que
provoca en nuestro lenguaje la
traducción de beruf por “profesión” o
por “vocación” en la frase: “la política
como profesión”, con su carga más
negativa que “la política como
vocación”. No se trata de pararnos en
disquisiciones sobre la riqueza de una
palabra u otra, sino de considerar esta
cuestión como cristianos.
Es evidente que, como cristianos,
tenemos que cumplir con nuestro deber
“según el lugar que ocupemos”. No se
trata de gusto por hacer algo, sino de
que nos guste cumplir con nuestro
deber. Esto es algo aplicable en general.
Ya tenemos un
sitio, una parcela
ocupada, y es
nuestro deber
“ocuparnos” de
los deberes que le
son propios. En
este sentido,
nadie está en el
“paro”, no existe nadie desocupado.
Como padres, hijos, abuelos,
estudiantes, maestros, mecánicos,
peluqueros, etc., todos tenemos un lugar
al que corresponden unos deberes (vale,
también unos derechos). El concepto de
vocación política que usamos en estas
reflexiones no se refiere a un lugar ya
existente donde cumplir sus deberes,
sino a la creación, transformación y
progreso de la esfera social para que se
puedan disponer de sitios, de
ocupaciones en libertad social para
desarrollar los dones que el Creador ha
conferido a cada uno. Conociendo y
aprendiendo de todo lo realizado en el
pasado, está casi todo por hacer, el
horizonte es amplísimo. Ahora es el
tiempo.
Que somos peregrinos. Claro. Que
nuestra vida está escondida con Cristo en
el cielo. Claro. Eso aquí precisamente no
se olvida, al contrario, está en cada letra
que se escribe. Miren, lo aclaramos en el
próximo encuentro, d. v., con El progreso
del peregrino, de Bunyan, como
referente. Si no lo han hecho antes, lean
esta obra; hay traducción clásica de
Carlos Araujo de libre disposición en
internet.
EELL HHOOGGAARR,, IIGGLLEESSIIAA DDOOMMÉÉSSTTIICCAA ((IIII))
EEddeessiioo SSáánncchheezz CCeettiinnaa
“Para bien o para mal, todos debemos reconocer que
dentro de la familia sucede una rica variedad de
encuentros educacionales: pleitos, violencia, amor,
delicadeza, honestidad, engaño, sentido de propiedad
privada, participación comunitaria, manipulación,
decisiones en grupo, ‘centros’ de poder, igualdad... Todo
esto puede darse en el seno del hogar”.
Sin embargo, estas realidades no son excluyentes.
Las influencias externas siempre se “cuelan” a través de
los miembros de la familia y no en el vacío. Los valores y antivalores de la vida
llegan a los hijos (y a los miembros de la familia en general) a través de los padres,
de manera directa o indirecta. En efecto, la enseñanza más influyente es la de las
actitudes, muy poco la de las palabras. Vez tras vez los padres se extrañan del poco
impacto de sus palabras. Con dolor, muchos descubren la razón: sus palabras
contradicen sus actitudes y prácticas. Los hijos sufren con la contradictoria
pedagogía paterna: por un lado, reciben los verdaderos mandatos (la comunicación
no verbal en actitudes y acciones) y por el otro, los mandatos aparentes, que en
realidad son contramandatos (la comunicación verbal de lo que el hijo debe o no
debe hacer).
Una madre, que sufría al ver la vida descarriada de sus dos hijas adolescentes,
nos decía: “¿Por qué ellas nos han hecho esto si nos hemos preocupado por
instruirlas en los caminos del Señor?”. Y lo que decía era cierto en parte, pues se
trataba de una de esas familias cuya “fidelidad” se mostraba aun en la práctica del
“culto familiar”. Participaban en la mayoría de las actividades de la iglesia. Sin
embargo, una charla más extensa con toda la familia mostró el otro polo del
asunto. Había una comunicación consciente, el contramandato: “Ve al templo; lee
tu Biblia...”. Pero también existía la comunicación no verbal, el mandato: la relación
de los padres, su contacto con las hijas, los valores inculcados en las prácticas “no-
religiosas” llevadas a cabo fuera del ámbito “religioso”, la disciplina permisiva, la
televisión, las lecturas indiscriminadas de literatura “barata” en el hogar.
Es aquí donde 6:4-9 nos «da la mano» para obtener pautas que ayudarán en la
búsqueda de una solución.
A semejanza del momento histórico particular de este pasaje bíblico, nuestra
situación actual señala al hogar como el lugar más lógico para la formación de la vida
cristiana. Allí las relaciones generacionales son más espontáneas y significativas y los
momentos pedagógicos más variados y ricos. Se tiene la oportunidad de recibir la
enseñanza tanto de manera “académica” como de la experiencia y el ejemplo. Si bien
los padres son los sujetos principales de la educación, se abre toda una variada gama
de oportunidades y posibilidades para que otros miembros de la familia también lo
sean. Se pasa más tiempo aquí que en los centros de instrucción religiosa. En el
hogar, inclusive la doctrina más académica y esotérica tiene la oportunidad de
convertirse en desafío y estilo de vida.
Es necesario admitir que todo intento por mantener el templo y el domingo
como el lugar y el tiempo para la educación de la vida cristiana ha fracasado y seguirá
fracasando. La educación cristiana clásica se ha manifestado incapaz de ser
obediente al mandato bíblico y dar respuesta a las necesidades actuales. Desde los
centros de educación teológica se tiende a promover una educación cristiana
intelectualista y teórica, que pasa por los templos y llega hasta a los hogares. Basta
observar el currículo de la mayoría de nuestros seminarios para darse cuenta de tal
hecho. Seminarios e iglesias, maestros y pastores, se han convertido en presas del
sistema educativo de escuelas y universidades del mundo actual. La información es lo
importante, no la formación. Currículo y clases se han dividido por edades en la
escuela dominical. Las actividades semanales generalmente se programan teniendo
en mente a las diferentes edades y sexos: sociedad de damas, de caballeros, de
jóvenes, de intermedios, de niños. En la mayoría de las iglesias, el culto dominical
principal está diseñado de tal manera que los niños no quepan en él. ¿Existe una
actividad significativa que involucre a la familia entera? Por lo general, la respuesta es
negativa. Ante tal estructuración, no es difícil entender porqué los padres hallan
tantos problemas para «transmitir» hacia el hogar la fe que aprenden en el templo. Se
ha perdido la visión bíblica: el templo no es el punto de partida de la vida cristiana,
sino el hogar.
¿Qué hacer entonces? He aquí algunos principios a seguir, tomando en cuenta
las pautas establecidas en el pasaje:
1. Luchar para que iglesias y familias se conviertan en centros donde se enseñe una
teología que entienda, evalúe y discrimine lo bueno y lo malo de la cultura. Unir el
testimonio bíblico y las realidades actuales para inculcar el conocimiento y servicio de
un Dios que aborrece las injusticias sociales, las marginaciones, el racismo, el sexismo
y todo tipo de palabras y acciones que en su nombre subyuguen y deshumanicen a los
semejantes.
2. Hacer todo lo posible para que las familias y las iglesias desarrollen estrategias para
contrarrestar a la cultura dominante —materialista, consumista e individualista— y
busquen vivir de acuerdo con la enseñanza bíblica y el ejemplo de Cristo.
3. Reconocer e insistir que la iglesia está formada primordialmente por familias, no
por individuos. Por ello, debe estructurarse teniendo a la familia en mente y no
solamente al individuo. En efecto, la unidad familiar debe considerarse como el foco
básico de la misión y la diaconía. Familias sirviendo a otras familias, familias
evangelizando familias. Este concepto ayudará a destruir la idea de que en la iglesia
los hombres son más importantes que las mujeres, o que los adultos son más
importantes que los niños.
4. Con esta estructura se toma en serio la centralidad de la familia como sujeto y
objeto pedagógico. Por consiguiente ha de proveerse tiempo para enseñar y preparar
a las células familiares. Asimismo, el currículo ha de planearse teniendo en cuenta a
las células familiares, proveyendo guías para que los cristianos desarrollen su fe desde
el hogar.
5. En esta concepción de la educación cristiana, la enseñanza de los hijos se relaciona
de manera directa con los padres. Estos son los co-pastores más efectivos. Así, la
educación deja de ser una simple aseveración intelectual y llega a ser el desarrollo de
una vida responsable, inculcadora de valores bíblicos e instrumento de disciplina a
través de las experiencias de amor. Los padres se ven desafiados a ser cristianos
maduros. Es una educación de vida para la vida.
6. Con tal perspectiva, se entiende y experimenta con más facilidad el principio
pedagógico de 6:4-9. “Estas palabras” son objeto de enseñanza en el ámbito total de
la vida cotidiana. La fe deja de ser una parte minúscula en el programa de vida y llega
a entenderse como la vida total. Así, ser cristiano deja de ser el resultado de una
aseveración intelectual, la afirmación de un credo o la participación dominical en un
lugar establecido y se convierte en un estilo de vida, una nueva vida, que se
manifiesta de la manera más genuina hasta en las horas más seculares y profanas de
la vida cotidiana. Ser cristianos es vivir sometidos al Señor, y sólo a él, las veinticuatro
horas del día.
7. Si se tiene a la familia como la base de la estructura eclesiástica, la programación
de actividades y experiencias por edades, sexos y niveles académicos adquiere un
nuevo significado. Los circuitos de relaciones interpersonales se enriquecen al
permitirse tal variedad de experiencias, tanto generacionales como
intergeneracionales.
8. Una vida eclesial así nos permite vislumbrar el culto dominical como una
celebración familiar de alabanza. En él nadie deberá sentirse extraño. Entonces, la
Cena del Señor logra recobrar su fundamento bíblico.