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I LEWIS NAMIER, HISTORIADOR Arnold Toynbee fwlucho antes de su muerte, Lewis Namier ya se había hecho de un lugar fir- me, y prestigiado, entre los historiadores británicos; y nada más esto es un lo- gro extraordinario para alguien que al llegar a Inglaterra por primera vez ya había cumplido los veinte años. Namier seguirá siendo célebre por sus investi- gaciones sobre el comportamiento del parlamento inglés durante el reinado de Jorge III. El historiador destrozó la imagen tradicional de las relaciones entre la corona y el parlamento en esa época, y llevó a cabo esta revolución intelec- tual con un método que él fue el primero en aplicar a la historia constitucional británica, al aproximarse al estudio de la evolución de las instituciones a través del estudio de los actos de los seres humano.s. Los estudió minuciosamente a partir de numerosas fuentes primarias. No sólo recabó esta masa de nueva in- formación, la cribó y la analizó, y tuvo la intuición de percibir la importancia de todos aquellos detalles personales en el desarrollo de los acontecimientos institucionales. El genio, en Namier, incluía, en efecto, la proverbial "capaci- dad para resistir grandes fatigas", combinado al brillante don de la intuición. Esta mezcla de cualidades hizo de Namier el enorme historiador que fue. En un círculo más amplio de historiadores sobre el salto más amplio de tiempo en un futuro, se podría conjeturar que el método de Namier parecerá más significativo que los resultados de su aplicación a un periodo particular. A fin de cuentas, la historia constitucional británica del siglo xviii no es un asun- to estrujante por mismo. La configuración general de la historia del mundo Traducción de Antonio Saborit. Tomado de Encourtter, vol. XVl. núni. I. enero de 1961. 108

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I

LEWIS NAMIER, HISTORIADOR

Arnold Toynbee

fwlucho antes de su muerte, Lewis Namier ya se había hecho de un lugar fir- me, y prestigiado, entre los historiadores británicos; y nada más esto es un lo- gro extraordinario para alguien que al llegar a Inglaterra por primera vez ya había cumplido los veinte años. Namier seguirá siendo célebre por sus investi- gaciones sobre el comportamiento del parlamento inglés durante el reinado de Jorge III. El historiador destrozó la imagen tradicional de las relaciones entre

la corona y el parlamento en esa época, y llevó a cabo esta revolución intelec- tual con un método que él fue el primero en aplicar a la historia constitucional británica, al aproximarse al estudio de la evolución de las instituciones a través del estudio de los actos de los seres humano.s. Los estudió minuciosamente a partir de numerosas fuentes primarias. No sólo recabó esta masa de nueva in- formación, la cribó y la analizó, y tuvo la intuición de percibir la importancia de todos aquellos detalles personales en el desarrollo de los acontecimientos institucionales. El genio, en Namier, incluía, en efecto, la proverbial "capaci-

dad para resistir grandes fatigas", combinado al brillante don de la intuición. Esta mezcla de cualidades hizo de Namier el enorme historiador que fue.

En un círculo más amplio de historiadores sobre el salto más amplio de tiempo en un futuro, se podría conjeturar que el método de Namier parecerá

más significativo que los resultados de su aplicación a un periodo particular. A fin de cuentas, la historia constitucional británica del siglo xviii no es un asun-

to estrujante por sí mismo. La configuración general de la historia del mundo

Traducción de Antonio Saborit. Tomado de Encourtter, vol. XVl. núni. I. enero de 1961.

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ha de preservar buena parte de su apariencia, ya sea que se asuma una idea na-

mieriana de la estructura de la política británica en el reinado de Jorge III, o bien que se tome la idea pre-namieriana. Pero nuestro acercamiento a la histo-

ria en términos generales acaso se vea transformado por la estrategia namieria- na, la cual consiste en traducir los acontecimientos públicos en los términos precisos y concretos de los actos individuales. Cada victoria intelectual que ob- tenga esta estrategia acercará mucho más nuestra imagen de la historia a la rea- lidad. De hecho, cuanto acontece en los asuntos humanos es obra de los actos de seres humanos concretos. Y mientras no describamos los hechos en estos

términos realistas, no estaremos hablando de historia sino de mitología. Deci- mos que se ganó o se perdió una batalla o una elección pariamentaria, que se

decidió dejar abierto un asunto consritucional. Pero este lenguaje abstracto e impersonal oculta nuestra verdadera ignorancia. En realidad, enfrentamos el rejuego de los innumerables actos de un gran número de personas. Entre estas realidades y los contadores convencionales que empleamos en la escritura con- vencional de la historia hay un gran espacio inamovible. Namier pasará a la fama con el alto título, y acaso el más duradero, de haber sido uno de los pione-

ros que, en su generación, tuvieron la visión y la audacia de cubrir este espa- cio por medio de una técnica que, en la provincia de la historia griega y roma- na, se conoce como prosopografía: "el estudio de las personalidades".

El propio Namier aplicó la herramienta de su elección a otros campos ade- más de la historia consritucional británica del siglo xviri. Por ejemplo, al cum- plirse el centenario de la revolución de 1848, exploró y analizó las historias per- sonales de muchos de los miembros del pariamento alemán en Frankfurt, y ahí también realizó un importante hallazgo. Encontró que la mayor parte de los

hombres que dejaron su huella en la polírica alemana en 1848 eran originarios de territorios alemanes que cambiaron de soberano con los tratados de paz de

1814-1815. Los pobladores de estos territorios habían sido privados de sus alianzas políricas históricas. Encontraron una compensación psicológica en en-

tregar su subverrida lealtad al nuevo ideal de una Alemania unida. Otros pioneros han empleado en sus propios terrenos el método namieria-

no. Sir Ronald Syme lo aplicó a los dos úlrimos siglos de la historia de la repú- blica romana, el profesor W. Eberhard al estudio de la historia china -campo

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en el que nuestra información sobre las personalidades, en diferentes niveles

de la vida, es de una riqueza casi increíble- Lo interesante es que estos pione- ros echaron a andar su trabajo simultáneamente en estos tan distintos campos

de manera muy independiente de los demás. Es patente que sus exploracio- nes paralelas responden al mismo reclamo intelectual. Pareciera como si, en el

terreno de los estudios históricos, Namier y sus colegas pioneros en la prosopo- grafía estuvieran en "la ola del futuro" -o en todo caso, en la cresta de la ola-.

Namier encontró su métier como pionero en la aplicación de la técnica pro- sopográfica al estudio de la práctica parlamentaria británica del siglo XViii, pero

cumplió su aprendizaje en los años de estudiante en Oxford, a donde llegó como un muchacho de Balliol originario de la Galicia oriental. Este parece un papel mordazmente distinto. Sin embargo, los antecedentes personales y so- ciales de Namier, que en ese momento parecieron tan exóticos a los ojos de sus

contemporáneos ingleses, tienen mucho que ver al querer explicarnos la forma en que llegó a emplear su método y el brillante éxito que alcanzó al aplicarlo

a la historia de Inglaterra, su país adoptivo. De hecho, la técnica namieriana re- sulta igualmente iluminadora si se aplica al mismo Namier, tal y como sucedió

cuando él la aplicó a Alemania en 1848 y a Inglaterra en 1760. En 1908 al llegar a Balliol, Namier descubrió un nuevo mundo fascinante

y se enamoró de él. Curiosamente, él se encargaría de revelar otro mundo -igualmente nuevo y fascinante- a cualquiera de sus compañeros que tuviera

la curiosidad de asomarse por la ventana que Namier abrió hacia la insospecha- da tierra de ensueño de la Europa oriental.

Pero Namier no sólo se encargó de revelar Europa oriental a sus condiscí- pulos; nos reveló asimismo nuestro país; pues nos hizo ver a Inglaterra a través de sus ojos, y esos ojos ávidos, penetrantes, atraparon una visión fresca de In- glaterra que era muy distinta al cliché nativo convencional. Uno de los ojos de Namier era el de un académico rabínico. Namier era orgullosamente conscien- te de descender de Gaón de Vilna. El otro ojo era de un terrateniente polaco.

Su familia era de terratenientes católicos romanos -rito latino- de origen judío en la parte oriental de Galicia, en ese entonces uno de los territorios de la co-

rona del Imperio de Austria. Hoy está dividida entre dos repúblicas comunis- tas: Polonia y la República de Ucrania de la Unión Soviética.

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El ojo rabínico para las minucias que Namier heredó es sin duda parte del

secreto de su éxito en la aplicación del método prosopográfíco al estudio de la política británica durante el siglo xviii. Una vez que él y yo dimos con nues- tras diferentes líneas de investigación, Namier me dijo en una ocasión que al menos nos parecíamos en que abordábamos la historia de una manera diferen-

te a la que seguían casi todos los historiadores contemporáneos. —Tú —me dijo— tratas de ver el árbol en su totalidad. Yo trato de disec-

cionar la textura del árbol, hoja por hoja. La mayoría de los demás rompen una rama y tratan de arreglárselas con eso. Nosotros dos estamos de acuerdo en no

favorecer ese método. Desde luego que la vena judía de Namier no era exclusivamente intelectual.

También había heredado la intensidad emoriva e incluso el fanadsmo judíos. Así que cuando descubrió a los autores puritanos ingleses del xvii, hicieron

pulsar en él una cuerda afín. Ellos, y no sus sucesores laodiceanos en el xviii, fueron el primer amor de Namier en su flirt con el pasado y el presente ingleses.

Mientras tanto, el otro ojo de Namier -el católico romano polaco- realiza- ba también penetrantes observaciones sobre la vida ingles-a; y también aquí

Namier vio cosas que no veían nuestros ojos ingleses narivos, que dábamos por sentadas. Recuerdo su emoción al descubrir el timbre emotivo que Uene la lengua inglesa debido al uso de citas y alusiones bíblicas. Esta era una escala ausente en el órgano de la lengua polaca y por lo tanto atrapó su oído al escu- char la música del habla inglesa. La nota bíblica estaba ausente en la lengua polaca, para los católicos romanos del rito latino la Biblia estaba encapsulada

en el latín de la Vulgata. No existía una traducción consagrada y familiar en lengua vernácula que pudiera influir en la lengua viva, tal y como la versión autorizada de la Biblia del rey jacobo I influyó en la lengua inglesa desde su publicación.

El amor de Namier por su patria adoptiva no fue sólo intelectual o sólo pla- tónico. Este amor le llevó a rechazar una fortuna y a poner su vida en juego al estallar la primera guerra mundial. El mes de agosto de 1914 lo alcanzó en los Estados Unidos en compañía de un inmigrante judío de la Galicia oriental. Este socio suyo era un huérfano a quien había recogido y criado la familia Na- mier. El estaba muy agradecido y mostró su gratitud invitando a Namier a

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compartir con él las ganancias de un fructífero negocio americano que había le-

vantado, aunque a Namier no le agradaban mucho los negocios. Su emprende- dor amigo empezó en Estados Unidos como minero, pero al poco tiempo des-

cubrió una profesión mucho más lucrativa como controlador y manipulador político de la prensa en lengua extranjera de las comunidades de inmigrantes,

las cuales en ese momento gozaban de gran influencia en la vida nacional. En asuntos financieros, Namier seguía la gran tradición de la academia Judía rabí- nica. No le interesaba hacer dinero y su integridad lo hizo eludir cualquier cosa que pudiera sospecharse como turbia. Cuando al estallar la guerra su socio le

pareció mostrar ciertas proclividades en favor de Alemania, Namier regresó a Inglaterra y se enlistó en el Batallón de las Escuelas Públicas. Un problema

con su vista, la cual no estaba a la altura de su visión intelectual, le impidió re- clutarse. Rechazado del servicio activo, se enroló en el Departamento de Inte-

ligencia Política del Ministerio de Relaciones Exteriores. Un día -entre la revolución bolchevique en Rusia y el Armisticio de 1918-

el diario The Moniing Post sacó en primera plana el titular "Bernstein sobre Braunstein". Este artículo era una respuesta a un artículo de Namier en el que

sugería, en términos sumamente moderados, que después de todo acaso sí hu- biera algo que decir en favor de TrotskJ. El titular de TheMomingPost era inge- nioso pero salaz, Trotski, al igual que Namier, era un judío de la Europa orien- tal, y existía la leyenda de que un sacerdote polaco católico romano apellidado

Trotski había quedado en Suiza debido a que, de estudiante, le había presta- do amablemente su pasaporte sin recuperarlo nunca. Según el relato, lo había prestado a un condiscípulo de apellido Braunstein, que se había quemado los dedos en actividades revolucionarias y a quien buscaba la policía.

Este relato sobre el cambio de nombre de Trotski quizá es apócrifo, pero soy testigo presencial del cambio de nombre de Namier. El cambio de nom-

bre de Namier fue un acto simbólico. Fue una declaración de la transferencia de su alianza de la Polonia Irredenía a Inglaterra, y el acto lo sacudió emotiva-

mente. Su patria no había perdido todo el control sobre sus sentímientos, como lo mostró su elección por su apellido inglés, una reminisencia del apellido de la propiedad de la familia en la Galicia oriental. Recuerdo la explicación que me dio, sincera y detalladamente, sobre los motivos que lo llevaron a asumir el

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apellido NAMIR. Luego se dirigió a Somerset House, cumplimentó los trámites

y regresó con su tensión emocional obviamente relajada. Pero unos días más tarde volvió en un estado de agitación mayor que nunca. Se había acordado del

apellido NAPIER, y comprendió que, a la luz de ese apellido, NAMIR parecería

irremediablemente exótico. De inmediato solucionamos su desazón. Regresó por segunda vez a Somerset House, pagó una segunda cuota, y volvió, esta vez, como NAMIER y satisfecho. Ni N.VvilR ni BERNSTEIN pasarán a la historia como el apellido famoso asociado a la revolución prosopográfica en nuestra idea de la estructura de la política británica del siglo xviii.

El cambio de apellido de Namier no alteró su amor por Polonia. El senti- miento por el presente polaco de su familia aún no había chocado con su sen-

timiento por su pasado judío. Hasta que Polonia recuperó su independencia política en el tratado de paz posterior a la primera guerra mundial, Namier

pensaba que la diáspora polaca y judía los hacía compañeros de suplicio de la opresión y pensó que la coexistencia de las dos comunidades era una simbio-

sis provechosa para ambos bandos. Recuerdo que me explicó cómo era que to- dos los terratenientes polacos tenían un hamjude* encargado de velar por sus asuntos comerciales. Pero tan pronto Polonia se volvió independiente, los po- lacos se comportaron con la acostumbrada grosería de nuestra común naturale- za humana. Les arrebataron a los judíos polacos la parte proporcional de los empleos deseables en el nuevo Estado y emplearon su poder político como

mayoría para expulsar a los judíos. En retrospectiva, puede verse que la inde- pendencia polaca habría de producir este antisemitismo, pero este rumbo de

los acontecimientos en Polonia tomó a Namier por sorpresa y lo amargó. Lo llevó a elegir entre la veta polaca y la judía en su legado familiar, y optó caba- llerosamente por la parte que ahora estaba sola en el maltrato y en contra de la que ahora se había transformado en la opresora luego de tanto tiempo de ser la oprimida. Al recargarse de este modo en su pasado polaco cuando los judíos se vieron en problemas en Polonia, Namier hizo en la década de los veinte lo

que en los treinta harían muchos alemanes de ascendencia judía o parcialmen- te judía, y su reacción asumió una forma militante que se ha vuelto muy co-

* Judío (le la casa. (N. del t.)

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mún entre los judíos del centro y oriente de Europa en la época post-hideria- na. Se convirtió en un sionista fanático, y así permaneció por muchos años.

El ardor de Namier por el sionismo era tan intenso que, por una época, su- bordinó incluso su devoción por la academia histórica, que fue la verdadera pa- sión rectora de su vida y que fue asimismo el campo en el que se hizo mereci-

damente de un nombre. El sionismo de Namier, hasta donde alcanzo a juzgar, era secular y no-religioso. Ignoro en qué etapa de su vida dejó de ser un cre-

yente católico, si es que alguna vez lo fue. Ya no lo era ciertamente para 1908, cuando se apareció por primera vez en Oxford. Y su conversión del polaquis-

mo al sionismo no vino acompañada de algún cambio que yo pudiera notar en su actitud hacia la religión. Desconozco su historia religiosa posterior, pero lo que sí sé, y esto una vez más por experiencia directa, es que la vena feroz y en ocasiones vindicativa de su carácter, que en ocasiones resultaba incómoda- mente evidente en su etapa sionista, se atenuó de manera notable al final de su vida. Esta última etapa fue, creo, con mucho, la más feliz, y también estu-

vo marcada por una recuperada amabilidad y calma. Esta alteración en el tem- peramento de sus últimos años se avino muy bien con la vena amoro.sa de su carácter. Era adorable de principio a fin, aún cuando rabiaba de sus amigos y ellos sentían los golpes.

Pese a que Namier se empeñó con entereza en convertirse en un caballero inglés, había una característica inglesa que por constitución era incapaz de ad-

quirir, y me refiero a la ignorancia y a la indiferencia inglesas hacia la Europa oriental. Sin embargo, en muchas ocasiones se enfrentó a este rasgo inglés, y

cada nueva muestra de eso le producía un impacto nuevo. En 1913, por ejemplo, durante la guerra de los Balcanes, en una ocasión re-

gresó .sumamente alarmado a Oxford, luego de una visita a casa en la Galicia oriental. "El ejercito austríaco-nos informó-, está acuartelado en las tierras de

mi padre y el ejército ruso se colocó del otro lado de la frontera, a una distan- cia de veinte minutos a pie. La situación e.s muy grave". Como es natural, Na-

mier no entendió por qué soltamos la carcajada. El ganso que se estaba coci- nando al oriente de Europa era también nuestro ganso, tanto como el suyo.

Namier nos trató de explicar esta verdad elemental, pero fue inútil. Lo único que nos interesaba ver era que Namier estaba exagerando su jubilosamente fa-

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mosa mise-eti-sáne nativa. Hasta la aparición de Namier sobre nuestro horizonte

oriental en Oxford, supusimos que la Ruritania de Anthony Hope era una fic- ción, pero ahora, con Namier, se volvió cómicamente en un hecho. El hombre

acababa de regresar de Ruritania en la vida real. Esta reacción nuestra ante el serio informe de Namier acaso suene increíble, pero es cierta y, lo que es más, era característica de la actitud de los ingleses antes de agosto de 1914 -una fe- cha que se encontraba a quince meses de distancia en el futuro cuando Namier

regresó de su última visita a casa antes de la guerra- Ni siquiera el agosto de 1914 y su apocalíptica secuela bastaron para edu-

car cabalmente a los ingleses sobre los asuntos de la Europa oriental. Hacia el final de la primera guerra mundial, algunos de los ingleses más distinguidos, titulares de los cargos de mayor responsabilidad, aún tenían muchas cosas que aprender. Un día, una o dos semanas antes del armisticio de 1918, Namier

irrumpió en mi habitación en el Departamento de Inteligencia Política del Mi- nisterio de Asuntos Exteriores, en donde ambos trabajábamos entonces como empleados temporales del ministerio. Tenía una mirada de estupefacción en la cara y a duras penas rae podía describir con coherencia lo que le acababa de suceder.

Lo que acababa de pasar era que lord Robert Cecil había mandado buscar a Namier para saber por él algo sobre Austria-Hungría. Cecil necesitaba saber algo sobre el tema en ese instante, pues lo acababan de nombrar titular de la

sección de la delegación británica para la inminente conferencia de paz de la Liga de las Naciones. Namier entró al despacho del ministro con un mapa de la Monarquía Dual en las manos. Había elegido un mapa sencillo en tres colo- res: Austria en rojo, Hungría en amarillo, Bosnia-Herzegovina en verde -el mapa seguía en las manos de Namier y al día de hoy aún recuerdo sus colores-

—Este mapa debe estar mal —dijo lord Robert, colocando el dedo en la

Galicia de Namier, entre todos los sitios—. Este fragmento debería estar en amarillo, en lugar de rojo, ¿no es así.''

—No —lo amonestó tímidamente Namier—, Galicia forma parte de Aus- tria, no de Hungría.

Hubo una pausa y luego lord Robert agregó pensativo: —^ué forma tan curiosa tiene Austria.

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Y esto de una persona (}ue vivió la guerra como ministro de la corona en-

cargado del bloqueo de los Poderes Centrales. Tal ignorancia británica resultaba devastadora para Namier. Tengo la sospe-

cha de que cada vez que recordaba este incidente, siempre le producía el mis- mo impacto. Sin embargo, hay algo pertinente que escapaba a la atención de

Namier, pues se requiere la mente prosaica de un inglés para apreciar algo tan absurdamente práctico. La ignorancia de lord Robert sobre Austria-Hungría era ciertamente lo colosal que sólo puede ser en un inglés. Pero era colosal sin ser detrimento; pues a fín de cuentas, lord Robert no necesitó saber mucho so-

bre la curiosa estructura de la monarquía para realizar sus dos tareas consecu- tivas de bloqueada mientras aún vivía y de lanzar a la Liga de las Naciones

cuando dejó de existir. Esta, desde luego, es la típica defensa inglesa que Na- mier jamás habría aceptado. Nunca se habría naturalizado hasta ese límite.

Así que ahí lo dejaré, un inglés naturalizado de corazón, pero que nunca se naturalizó intelectualmente -y qué bueno-. Si hubiera logrado convertirse en inglés en términos intelectuales al cien por ciento, jamás habría logrado reali- zar las grandes cosas que hizo por la historiografía inglesa. (^

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