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LEYENDO PIKETTY

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INDICELeyendo a Piketty: la primera ley fundamental del capitalismo ................................................................. 2

Leyendo a Piketty: la auténtica relación entre capital y renta ................................................................... 7

Leyendo a Piketty: la segunda ley fundamental del capitalismo .............................................................. 15

Leyendo a Piketty: el tipo de interés ........................................................................................................ 22

Leyendo a Piketty: r>g............................................................................................................................... 30

Leyendo a Piketty: La desigual desigualdad en salarios y capital ............................................................. 39

Leyendo a Piketty: la expansiva desigualdad salarial................................................................................ 44

Leyendo a Piketty: el surgimiento de las clases medias capitalistas ........................................................ 56

Anexos ....................................................................................................................................................... 64

¿Qué pasó con los superricos de 1987? ............................................................................................... 64

Piketty destroza a Marx y a Keynes ...................................................................................................... 68

El apriorismo austriaco y Piketty .......................................................................................................... 72

La gran contradicción de Piketty........................................................................................................... 76

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Leyendo a Piketty: la primera ley fundamental del

capitalismoEl Capital en el siglo XXI, de Thomas de Piketty, se ha convertido en uno de los libros de economía más

leídos y comentados de los últimos años. The Economist ha llegado a denominar al economista francés

el “Carlos Marx del s. XXI” y Paul Krugman ha calificado la obra como la más importante de la última

década. A ojos de muchos, Piketty se ha convertido en el gran refundador de la izquierda, por cuanto

reelabora con aparente rigor teórico e histórico la polémica en torno al valor central del pensamiento

izquierdista: la igualdad. No en vano, Capital en el siglo XXI es una crítica a las tendencias

supuestamente desigualitarias de un sistema, el capitalista, en el que el capital se acumula de manera

cuasi-automática y, en consecuencia, va copando porciones crecientes del conjunto de la economía.

Dada la trascendencia del libro en muy diversos órdenes —el mediático, el académico y el ideológico— 

conviene dedicarle una serie de artículos en el que se analicen críticamente los principales capítulos de

la obra, de modo que puedan ponerse de relieve tanto sus errores como sus aciertos. A partir de la

presente semana, pues, iré publicando una recensión de los capítulos más relevantes, de modo que ellector pueda lanzarse a leer a Piketty con la visión complementaria de un economista que, hallándose

en sus antípodas ideológicas, valora positivamente una parte de la obra y rechaza frontalmente la otra.

Hoy comenzaremos con el primer capítulo, dedicado a proporcionar algunas de las definiciones y

relaciones que constituirán la base del resto del libro: más específicamente, las definiciones y

relaciones entre renta y capital.

La definición de renta y capital 

No tengo ninguna intención de disputar las definiciones que nos proporciona Piketty para la renta y el

capital. No sólo porque las definiciones son definiciones y no hay mucho que criticar sobre ellas, sinoporque, además, en este caso coinciden grosso modo con las que yo manejaría.

Por un lado, Piketty define “renta” como “renta nacional neta”, a saber, el PIB (que mide el valor de

mercado de todos los bienes y servicios producidos en el interior de una economía durante un año)

deduciendo la depreciación del capital (aquella porción de la producción anual que se destina a

reponer el equipo productivo) y añadiendo la renta neta percibida desde el extranjero (o restándola, si

el saldo neto nacional es negativo con respecto al extranjero):

Por otro, Piketty define capital (al que también denominará “riqueza nacional”) como “el valor total de

mercado de todas las propiedades de los ciudadanos residentes y de los gobiernos en un momento

dado del tiempo, bajo la condición de que esas propiedades puedan comprarse o venderse en un

mercado secundario”. La definición de capital de Piketty excluye el llamado capital humano y los bienes

de consumo duradero a excepción de la vivienda (omisiones que no me agradan y cuyas implicaciones

comentaremos en otro momento) e incluye todo lo demás: a saber, el valor de mercado neto

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(deduciendo las deudas) de los activos no financieros (como la tierra, los inventarios de mercancías, la

maquinaria, las infraestructuras o las patentes) y de los financieros (cuentas bancarias, fondos de

pensiones, acciones, bonos, etc.) en propiedad de los hogares y de los gobiernos.

La ratio capital/renta 

Una de las relaciones básicas de toda la obra de Piketty es la relación entre capital y renta, a la que

denomina por simplicidad . La ratio, en realidad, no mide demasiado, ya que la renta es un flujo (la

producción anual) mientras que el capital es un stock (valor de los activos no financieros y financiados

acumulados). En ese sentido, la ratio nos informa de cuántas veces el valor de mercado de los activos

es superior al valor de mercado de la producción anual: por ejemplo, si la ratio es del 600%, significa

que el valor de mercado de toda la riqueza acumulada equivale a seis años de producción anual.

Dado que Piketty se ha encargado de popularizar esta ratio y a Piketty se le asocia con la crítica a la

desigualdad, en algunos foros se confunde esta ratio como una medición de la desigualdad: si el capital

de una sociedad equivale a muchos años de su producción anual tiende a concluirse rápidamente que

esa sociedad es muy desigualitaria. En este sentido, Piketty es taxativo: “La ratio capital/renta de un

país no nos dice nada sobre las desigualdades en ese país: simplemente mide la importancia del capital

dentro de esa sociedad”. Por consiguiente, estamos ante una ratio únicamente informativa de la

relación capital-renta.

A este respecto, Piketty nos ofrece unas cifras ilustrativas para ubicarnos en el mundo actual: como

media, cada ciudadano de un país occidental percibió en 2010 una renta de aproximadamente 30.000

euros anuales y contaba con un capital de 180.000 euros (de los cuales 90.000 euros estaban

materializados en viviendas y otros 90.000 en inversiones financieras), de modo que era igual al

600%. Así que ya sabe: si su renta per cápita anual es inferior a 30.000 euros anuales, percibe uningreso inferior a la media de los países ricos; pero si, aun percibiendo una renta per cápita inferior a

30.000 euros, posee unas propiedades libres de cargas con un valor de mercado superior a seis veces

su renta (por ejemplo, una viuda española con una pensión de 15.000 euros anuales y un piso en

propiedad de 150.000 euros), entonces controla más capital del que, como media, le correspondería

atendiendo a los estándares de los países ricos.

De hecho, conviene remarcar este último punto: de los países ricos. Según los datos que aporta Piketty,

la renta per cápita mundial es de 10.100 euros anuales y el capital per cápita mundial es de 44.400

euros, por lo que si usted cobra más de 10.000 euros anuales o tiene propiedades libres de cargas

valoradas en más de 45.000 euros, sepa que está contribuyendo a la desigualdad mundial y que, según

el discurso redistribucionista extremo (que no es el de Piketty, conviene aclarar), debería serle

expropiado todo cuanto exceda de esos valores medios para entregárselos a quienes dispongan de

menos: verbigracia, un asiático medio tiene una renta per cápita de 7.000 euros anuales y unas

propiedades de 30.000 euros, mientras que un africano medio tiene una renta per cápita de 2.600

euros anuales y unas propiedades de 10.400 euros. En términos globales, pues, usted, o sus padres, o

sus abuelos probablemente sean unos ricos privilegiados de esos que, según cierto discurso político,

acaparan avariciosamente renta y propiedades mientras miles de millones de seres humanos poseen

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mucho menos que usted: si le preocupa la desigualdad dentro de su país por cuanto usted se halla en

el estrato bajo de la distribución nacional de la renta y de la riqueza, piense que tal vez se halle en el

estrato medio-alto de la distribución mundial de la renta y de la riqueza.

La primera ley fundamental del capitalismo 

Con todo, la parte esencial del capítulo uno son las cuatro páginas en las que Piketty describe lo que él

ha denominado “la primera ley fundamental del capitalismo”. A la postre, si Piketty desea estudiar la

desigualdad y la ratio capital/renta no guarda ninguna relación per se con la desigualdad, ¿cuál es el

propósito de concederle relevancia alguna? Pues que constituye, a través de la primera ley

fundamental del capitalismo, el punto de partida esencial para estudiar las desigualdades.

La primera ley fundamental del capitalismo simplemente dice que la participación de las rentas del

capital en la renta total (es decir, la porción de la producción anual que va a parar a los capitalistas y no

a los trabajadores) es igual a la ratio capital/renta multiplicado por la tasa de retorno de capital. O

matemáticamente : , donde es la participación de las rentas del capital en la renta

total, la ratio capital/renta y r la tasa de retorno del capital. Por ejemplo, si la tasa de retorno del

capital es el 5% y la ratio capital/renta es del 600%, la rentas del capital se “apropiarán” del 30% de la

renta total.

En realidad, más que de una “ley” estamos ante una identidad que el propio Piketty reconoce como

“tautológica”. Al cabo, si definimos , y , es

evidente que:

La conclusión a la que Piketty nos querrá conducir más adelante ya puede intuirse claramente con

estas sencillas relaciones. Si la tasa de retorno del capital se mantiene estable en el tiempo (por

ejemplo, en el 5%) y la ratio capital/renta va en aumento (por ejemplo, del 600% actual al 1200%),

entonces el porcentaje de la renta total del que se apropiarán los capitalistas seguirá creciendo (en el

ejemplo anterior, del 30% al 60%), dejando una menor porción de la renta total para los trabajadores.

Cuanto más ahorre e invierta un capitalistam más rico se volverá en el futuro: el capital crea capital y

los desposeídos quedan, al final, excluidos del reparto de la tarta.

Claro que, aisladamente, la “primera ley fundamental del capitalismo” no conduce necesariamente

hacia esa conclusión desigualitaria: si, por ejemplo, la ratio capital/renta se eleva hasta el 10.000% pero

la tasa de retorno cayera al 0,25%, el porcentaje de la renta total que va a parar a los capitalistas

bajaría al 25%. O, en el extremo, si la tasa de retorno cayera al 0%, la ratio capital/renta podría irse

hasta el infinito sin que los capitalistas se quedaran con un ápice de la renta total. Por eso, Piketty

complementará más adelante esta “primera ley fundamental del capitalismo” con una segunda ley. 

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Un error mucho más fundamental que la ley 

Aunque, en principio, las definiciones que ofrece Piketty no son controvertidas y la “primera ley

fundamental del capitalismo” es, en realidad, una tautología, en el primer capítulo de Piketty ya

aparece un error esencial que vicia todo su análisis ulterior y que, sorprendentemente, muy pocos se

han dedicado a resaltar.

Como hemos visto, la “primera ley fundamental del capitalismo” incorpora el concepto de tasa de

retorno del capital: el problema es que Piketty ofrece dos definicionesdistintas de tasa de retorno del

capital. Así, en la introducción, Piketty define tasa de retorno del capital como “la tasa de retorno

media anual del capital, donde se incluyen los beneficios, los dividendos, los intereses, las rentas y

otras rentas del capital expresadas como porcentaje sobre el valor total del capital”. En cambio, en el

capítulo 1 Piketty la define como “el retorno sobre el capital a lo largo de un año con independencia de

la forma legal que adopte (beneficios, rentas, dividendos, intereses, royalties, plusvalías…)”. 

Aunque puedan parecer definiciones asimilables, no lo son debido a una diferencia esencial: una

definición incluye las plusvalías sobre el capital y la otra no (o, al menos, no la incorporaexplícitamente). Y, en tal caso, no pueden tratarse de definiciones coincidentes. Por ejemplo, si una

vivienda tiene un valor de mercado a comienzos de año de 100.000 euros, proporciona una renta por

alquiler de 10.000 euros y aumenta de precio hasta 120.000 euros a finales de año, diremos que su

tasa de retorno es del 10% en caso de que no incluyamos las plusvalías y del 30% si las incluimos. En

principio, ambas definiciones pueden ser válidas según cual sea nuestro propósito analítico, pero sí

debe quedar claro que no son idénticas. En todo caso, aunque Piketty ofrece ambas definiciones, utiliza

consistentemente a lo largo del libro la segunda: la que incluye las plusvalías del capital.

Pero eso no solventa el problema de fondo sino que lo agrava: las plusvalías del capital no forman

parte de la renta nacional bajo ninguna definición comúnmente aceptada de renta nacional. La razónes simple: que los activos de un país tengan un mayor valor de mercado no significa que hayamos

producido más bienes o servicios en el interior de la economía (bienes y servicios a distribuir entre los

distintos individuos de esa economía); es decir, que las viviendas se revaloricen no significa ni que la

producción haya aumentado ni que los dueños de viviendas estén apropiándose de una mayor

cantidad de los bienes y servicios que sí se producen (los dueños de viviendas sólo se apropiarían

sistemáticamente de una mayor cantidad sólo si los alquileres aumentaran).

Así pues, en la medida en que las plusvalías del capital no integran la Renta Nacional Neta (tampoco el

mucho más común PIB), la “primera ley fundamental del capitalismo” deja de ser cierta en tanto en

cuanto Piketty incluye las plusvalías del capital dentro su definición de tasa de retorno: es

decir, (salvo cuando el valor de las plusvalías es igual a cero), porque:

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El error es harto relevante, ya que las burbujas de activos elevarán tanto la ratio capital/renta como la

tasa de retorno sobre el capital, sobredimensionando artificialmente el porcentaje de la renta nacional

que va a parar a los capitalistas. Por ejemplo, supongamos una economía con una renta total de un

millón de euros (el valor de mercado de los bienes y servicios producidos), de la cual el 90% va a parar a

los trabajadores (900.000 euros) y el 10% (100.000 euros) a los capitalistas; si el valor del capital es de

cinco millones de euros, la ratio capital/renta será del 500% y la tasa de retorno del capital del 2%.Imaginemos ahora que, a lo largo del año, el precio del stock de capital aumenta un 10% y la

distribución de la renta entre capitalistas y trabajadores no cambia (900.000 euros para trabajadores y

100.000 euros para capitalista): en tal caso, la tasa de retorno del capital à la Piketty (rentas del capital

+ plusvalías) pasará a ser del 12%. Si en ese contexto aplicamos la “primera ley fundamental del

capitalismo” llegaremos a la conclusión de que los capitalistas se habrán apropiado del 60% de la renta

de esa economía (12% multiplicado por 500%), cuando en realidad éstos seguirán obteniendo sólo el

10% del total.

Teniendo en cuenta el muy sustancial —y en una parte burbujístico— aumento del precio de los activos

acontecido en las últimas décadas, la confusión de Piketty no es una cuestión menor. De hecho,  ese esel motivo fundamental por el que, pese que la ratio capital/renta ha crecido de manera muy apreciable

en Occidente desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial (hasta el punto en que se ha más que

duplicado), el porcentaje de las rentas del capital dentro del PIB apenas haya cambiado (o lo ha hecho

en mucha menor medida) a pesar de que la tasa de retorno no se ha desplomado.

Ya desde el comienzo de su obra, pues, las dinámicas fundamentales que Piketty atribuye el

capitalismo contienen equivocaciones básicas que conducen a conclusiones igualmente falsas. Pero,

como veremos próximamente, éste no será el único error fundamental que cometerá el francés.

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Leyendo a Piketty: la auténtica relación entre capital y

rentaLos capítulos 2, 3 y 4 de Capital en el siglo XXI de Thomas Piketty ofrecen una radiografía histórica

sobre la evolución de la renta y del capital. Pero lo más relevante de la conjunción de estos tres

capítulos no es tanto la descripción de los hechos pretéritos cuanto el interrogante que suscitan: cuál

es la relación entre el capital acumulado y la renta.

El lento crecimiento de la renta 

La tesis central de Piketty a propósito del crecimiento económico es que a largo plazo suele ser

bastante modesto. Para que nos hagamos una idea, durante los primeros 17 siglos después de Cristo, la

renta mundial apenas creció a una media del 0,1% anual y todo ese crecimiento fue imputable al

incremento de la población (dicho de otro modo, la renta per cápita no aumentó entre el año 1 y el

1700). Fue a partir de 1700 y, sobre todo, a partir del s. XIX cuando las cosas comenzaron a cambiar de

manera apreciable: el crecimiento económico medio entre 1700 y 1820 fue del 0,5% anual (si bien, el80% del mismo se debió al aumento de la población), entre 1820 y 1913 fue del 1,5% anual (y el 60%,

nueve décimas de media anuales, fueron imputables al aumento de la productividad y repercutieron

en una mayor renta per cápita) y desde 1913 hasta la actualidad fue del 3% (siendo la mitad imputable

al aumento de la población y la otra mitad al incremento de la productividad): gracias a ello, la renta

per cápita mundial se ha multiplicado por 12 desde 1700 (por 23 en Europa y América) y el PIB global

por 141.

Atendiendo a los datos, en principio el crecimiento económico se estaría acelerando. Piketty, sin

embargo, cree que es más probable que la tasa de crecimiento describa una campana de Gauss: es

decir, que, partiendo de unas tasas de crecimiento prácticamente nulas, hayamos alcanzado un cénit

que hasta finales del s. XXI iremos viendo decrecer y estabilizarse en unas tasas medias anuales del

1,5%-2% (si bien el economista francés también contempla otros posibles escenarios más pesimistas).

El motivo principal, a su juicio, será que la población mundial dejará de crecer y que, por tanto,

tendremos que contentarnos con aumentos de la renta per cápita vía mejoras de la productividad.

En cualquier caso, Piketty pone de manifiesto que un crecimiento más lento aviva las llamas de la

desigualdad: por un lado, una demografía explosiva tiende a diezmar el tamaño y la importancia de las

herencias; por otro, una productividad explosiva logra que las rentas actuales ganen tamaño con

respecto a la riqueza acumulada en el pasado. A mi juicio, no obstante, el economista francés está

sobrevalorando la influencia del crecimiento sobre la igualdad en estos dos factores. Es verdad que una

alta demografía diezma las herencias, pero si esa elevada demografía se concentra en los estratos máspobres de la sociedad (mientras que en los más ricos la demografía está controlada o sometida a reglas

de transmisión de riqueza que tiendan a conservarla en pocas manos), lo que impide es, más bien, que

los pobres se enriquezcan, ahondando en las desigualdades. Asimismo, y como el propio Piketty

reconoce, un alto aumento de la productividad puede contribuir a que una minoría de individuos

amase gigantescas fortunas en unos pocos años (si esos pocos individuos son los principales

responsables de ese aumento de la productividad).

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No sucede lo mismo, sin embargo, con un tercer factor que menciona Piketty y que sí tiene, a mi

entender, bastante más relevancia a la hora de explicar cómo el crecimiento contribuye a la igualdad:

en una economía sin crecimiento, los patrones de producción son estáticos, por los que apenas hay

margen para la movilidad social y profesional (y el poco margen existente es en forma de juego de

suma cero): “Cuando el crecimiento es igual o cercano a cero, las diversas funciones sociales y

económicas, así como las actividades profesionales, se reproducen sin demasiados cambios degeneración en generación. Por el contrario, con crecimientos del 0,5%, del 1% o del 1,5%, aparecen

continuamente nuevas profesiones y nuevas habilidades que puedan ser aprovechados por cada

generación”. 

Dejando esta cuestión de lado, la hipótesis clave a propósito del crecimiento para comprender el resto

de la obra es que, según Piketty, es altamente verosímil que el crecimiento mundial vaya a ubicarse en

niveles máximos del 1,5%-2% medio anual durante el próximo siglo.

El capital: constante pero variable 

De la radiografía histórica sobre el capital que nos ofrece Piketty sobresalen dos elementos. El primero,la constancia en sus cifras agregadas: Piketty mide el capital como un múltiplo de la renta anual (es

decir, como ) y lo llamativo es que, tanto en Reino Unido, como en Francia, EEUU o Canadá, ese

múltiplo se mantiene muy estable hasta 1913: en Reino Unido y Francia, la riqueza nacional equivale a

siete años de renta anual entre 1700 y 1913 (es decir, =700%), y en EEUU y en Canadá a unos cinco

años ( =500%). La ratio entre riqueza y renta se desploma en Europa a partir de la Primera Guerra

Mundial (hasta aproximadamente el 300%), mientras que en Norteamérica la caída es más suave y

tardía, concretamente durante la Segunda Guerra Mundial y hasta el 400%. En ambos casos, sin

embargo, la ratio riqueza/renta vuelve a crecer a partir de los años 50 con la tendencia clara de

recuperar previos a la Primera Guerra Mundial. Por consiguiente, parece que existe una tendencia clara

a que el capital represente, según el país, entre cinco y siete años de renta anual.

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Semejante constancia en el valor agregado del capital no debería conducirnos, empero, a considerar

que su composición también es constante. Más bien al contrario, la composición del capital agregado

ha sufrido, según el propio Piketty, una auténtica metamorfosis desde comienzos del siglo XIX. En

concreto, los dos hechos más llamativos de la mutante composición de la riqueza nacional son: por un

lado, la desaparición casi total del valor de las tierras de labranza; por otro, el notable crecimiento del

valor de las viviendas familiares.

En cuanto al primer punto, las tierras de labranza pasan de representar entre tres y cuatro años de

renta anual en Reino Unido y Francia a comienzos del s. XVIII a ser del todo irrelevantes (menos de dos

meses de renta anual) a comienzos del s. XXI. Dicho de otra manera, los terratenientes pasaron de

concentrar toda la riqueza nacional a ser unos actores sin peso significativo dentro de la distribución de

la riqueza. En cuanto al segundo punto, el valor de las viviendas familiares en Francia y Reino Unido se

ha incrementado desde un año de renta anual a comienzos del s. XVIII hasta tres o cuatro años a

comienzos del s. XXI: no en vano, la riqueza en forma de viviendas familiares llega a representar ahora

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mismo hasta el 50% de toda la riqueza nacional. Ambas tendencias también se manifiestan en Canadá y

EEUU, aunque de un modo algo menos acusado.

Por consiguiente, aunque el valor agregado del capital se mantiene constante en relación con la renta

anual (salvo por unas pocas décadas a lo largo del siglo XX y con claras tendencias a la reversión), su

composición varía de un modo muy radical a lo largo de tres siglos, hasta el punto de que riquezaspreponderantes pasan a ser marginales y riquezas poco relevantes pasan a ser preponderantes.

El cambio radical en la composición del capital será un factor muy importante para analizar los

próximos capítulos ya que, si nos fijamos, en el s. XVIII toda la riqueza nacional se concentraba en la

tierra y en algunas empresas que, debido al bajo crecimiento, eran bastante estáticas (recordemos que,

como hemos visto, con un crecimiento nulo los patrones productivos tienden a reproducirse de

generación en generación, de modo que lo habitual es que las empresas ya consolidadas tiendan a ser

las que sigan copando el mercado): es decir, en el s. XVIII todo el capital se materializaba en formas de

riqueza fácilmente heredables, pues la renta era un producto o de la naturaleza (tierra) o de la

repetición estática de las condiciones productivas. En cambio, en el s. XXI, la riqueza o se materializa en

una vivienda familiar (que obviamente sí es heredable, pero tiene un margen muy limitado para

generar renta y autorreproducirse) o en activos empresariales sometidos a un entorno competitivo y

dinámico muy violento (y, por tanto, difícilmente heredables).

Pero, de momento, concentrémonos en reflexionar sobre la enigmática relación entre capital y renta.

El puzle de la relación estable entre capital y renta 

Como acabamos de comentar, el valor agregado del capital tiende a mantenerse constante entre el

500% y el 700% de la renta anual. En principio, esta constatación histórica puede no resultar

demasiado enigmática: pero si tenemos en cuenta que, como ya hemos visto, la renta nacional anual

ha crecido desde el año 1700 a una tasa media del 1,6% anual y, según nos relatará Piketty en el

capítulo 6 de su libro, la tasa de retorno media del capital se ha ubicado entre en el 5% anual, el asunto

ya cambia frontalmente. ¿Cómo es posible que en 1700 la relación capital/renta fuera del 700% (en

Reino Unido y Francia) y más de tres siglos después se halle en el 600% si la rentabilidad del capital ha

duplicado, como media, al crecimiento económico?

El interrogante no es menor. Como el propio Piketty explica: “La tesis de este libro es que un diferencial

aparentemente pequeño entre la tasa de retorno del capital y la tasa de crecimiento puede tener

importantes y desestabilizadoras consecuencias en la dinámica de la desigualdad social”. No en vano,

creciendo al 1,6% anual desde 1700, la renta anual debería haberse multiplicado por 144 en 2012…

pero creciendo al 5% la riqueza nacional debería haberse multiplicado por 4,2 millones, de manera quela ratio capital/renta debería haber pasado desde el 700% al 2.982.085%. Pero no: la ratio no sólo no

sube, sino que cae ligeramente hasta el 600%. ¿Por qué?

Piketty no afronta la cuestión de manera directa y sistemática. Las explicaciones parciales que ofrece se

refieren específicamente al siglo XX y tratan de justificar la reducción del stock de riqueza apelando a

los impuestos sobre las rentas del ahorro y a la enorme destrucción de capital que tuvo lugar durante

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las dos guerras mundiales. Pero esta explicación parcial no es convincente, ya que no puede explicar

por qué la ratio capital/renta en 1913 era la misma que en 1700 (el 700%, tanto en Reino Unido como

en Francia): con una rentabilidad después de impuestos del 4,5% y un crecimiento económico medio

del 0,93% anual, la ratio debería haberse incrementado hasta 168.830% en 1913. Pero, de nuevo,

siguió atada al 700%. ¿Por qué?

Resolviendo el puzle 

Piketty concibe el capital como si fuera un fondo que va acumulándose a partir del ahorro de

generaciones pasadas, de manera que la única explicación que cabe hallar a este puzle y que sea

compatible con su óptica es asumir que no toda la rentabilidad del capital es reinvertida y acumulada,

sino que una parte significativa es consumida sistemáticamente por los capitalistas. Por ejemplo, si la

tasa de retorno después de impuestos es el 4,5% y asumimos que los capitalistas consumen el 80% de

la tasa de retorno, entonces el capital sólo se estaría incrementando año a año a una tasa del 0,9%, la

misma a la que estaría creciendo la economía.

Como veremos en el próximo artículo, éste es justamente el modelo que tiene Piketty en la cabezacuando desarrolla su “segunda ley fundamental del capitalismo”. La tesis tiene cierto sentido y, desde

luego, en una economía estacionaria y en equilibrio sería la que permitiría explicar el equilibrio entre

todas las variables. Incluso en nuestras economías, es evidente que una parte fundamental de las

rentas del capital son consumidas y no reinvertidas: por ejemplo, ya hemos indicado que la mitad del

stock de capital actual está concentrado en forma de viviendas familiares; en el retorno de esas

viviendas familiares no sólo hay que incluir las rentas por alquileres sino, sobre todo, las llamadas

“rentas inmobiliarias imputadas” (los alquileres que una familia se ahorra por vivir en una casa de su

propiedad): pero, evidentemente, las rentas inmobiliarias imputadas no son un rendimiento monetario

reinvertible, sino una expresión de una renta del capital que es consumida al 100% (esto es, la mayor

parte de las rentas del capital de la mitad del stock de riqueza no son reinvertibles, sino que son pornecesidad consumidas al 100%).

Pero esto no resuelve la totalidad del enigma, pues gran parte de las rentas del capital sí son

reinvertibles, de modo que debemos preguntarnos: ¿es razonable asumir que, en una economía

dinámica y cambiante, la tasa de consumo de los capitalistas se adapta constantemente a los cambios

en el crecimiento medio de la economía de tal manera que el valor agregado del capital se mantenga

constante? Ciertamente no lo parece, por lo que habrá que buscar alguna explicación más que resulte

razonable.

Para resolver el puzle es necesario valernos de un concepto muy sencillo de economía financiera: el

llamado “valor actual”, a saber, el valor del capital es igual al valor presente de sus rentas futuras.

Matemáticamente:

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Por ejemplo, si esperamos que una tierra de labranza genere perpetuamente una cosecha de trigo con

un valor de mercado igual a 10.000 euros, el valor de la tierra será igual al de valor  presente de una

cosecha futura infinita de 10.000 euros anuales. ¿Cómo descontamos el valor de las rentas futuras para

trasladarlo al presente? A través del tipo de interés. Si el tipo de interés es del 5%, el valor actual de esa

tierra será de 200.000 euros.

Por consiguiente, el valor del capital (de la riqueza de un país) no depende del ahorro histórico

acumulado, sino del tipo de interés (que, a su vez, depende, a su vez, de la impaciencia y de la aversión

al riesgo de los agentes económicos) y, sobre todo, de la capacidad de ese stock de capital de generar

rentas futuras. Si invertimos el ahorro en formas de riqueza que no son capaces de

generar nueva renta, el valor de esa riqueza inútil será nulo: por tanto, nos limitamos a dilapidar el

ahorro sin incrementar el stock de riqueza de la sociedad.

Apliquemos estos principios a una economía cuya renta anual crece a una tasa constante del 2%.

¿Puede esa economía seguir creciendo al 2% y que la tasa de retorno de su capital sea el 5%? Sí puede.

En el siguiente cuadro tenemos una economía cuya renta anual agregada crece al 2% y se reparte en un

60% a trabajadores y en un 40% a capitalistas. Si el stock de capital se calcula descontando las rentas

del capital a un tipo de interés del 5%, los capitalistas obtendrán —por definición— una tasa de retorno

del 5% anual (el resultado de dividir rentas del capital entre stock de capital) y la ratio capital/renta se

quedará estable en el 800%.

Como decíamos, Piketty analizará el resultado del siguiente modo: en el año 1, los capitalistas obtienen

unas rentas de 400.000 euros pero sólo incrementan el stock de capital en 160.000 euros, de manera

que la tasa de ahorro de los capitalistas es del 40% (el 60% de sus rentas del capital son consumidas y

no contribuyen a incrementar el stock de capital). La explicación sería válida en un equilibrio

estacionario. Sin embargo, esa explicación es insuficiente en una economía dinámica. La interpretación

completa es la siguiente.

El valor del stock de capital por necesidad  se mantiene atado el valor presente de las rentas futuras que

genera ese stock de capital, de manera que si las rentas del capital no crecen más de un 2% al año, el

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valor del capital no puede aumentar por encima de un 2% al año (salvo que se modifiquen los tipos de

interés a los que de descuentan esas rentas). Ahora, el origen de toda la confusión procede de pensar

que el hecho de que la tasa de ganancia del capital sea del 5% al año significa que las rentas del capital

se estén incrementando un 5% al año. Y no: como vemos en el cuadro anterior, las rentas del capital

pueden crecer al 2% y la tasa de retorno puede ser del 5% (por tanto, , donde gk es el crecimiento de

las rentas del capital y r la tasa de retorno del capital). Dicho de otra manera, aunque los capitalistasreinviertan el 100% de sus rentas del capital, si con esa reinversión no logran incrementar las rentas

agregadas del capital por encima del 2%, su stock capital no podrá revalorizarse por encima de un 2%.

El valor del stock de capital, repetimos, no viene determinado por la acumulación histórica de capital

reinvertido por los capitalistas, sino por el valor presente de las rentas que ese stock de capital sea

capaz de generar.

Por ejemplo, supongamos que Mercadona obtiene una tasa de retorno anual del 10% y la reinvierte al

100% abriendo de continuo nuevos supermercados. Ciertamente, los beneficios de Mercadona

crecerán un 10% al año y, por tanto, el valor del capital de Mercadona también crecerá un 10% al año.

Ahora bien, que los beneficios de Mercadona crezcan un 10% significa, en parte, que otras compañíasde la distribución alimentaria entrarán en pérdidas (pues no podrán competir con Mercadona) y esas

pérdidas destruirán el stock de capital de esas otras compañías. Por tanto, aunque el stock de capital

de Mercadona crezca al 10% anual, eso no significa que las rentas del capital del conjunto de la

economía crezcan al 10% (pues parte de las rentas del capital de los competidores de Mercadona se

destruyen) y, por tanto, que el valor del stock de capital de la economía crezca al 10%. Precisamente,

recordemos que aunque el valor agregado del capital tienda a ser constante en relación con la renta

agregada, su composición es muy variable: verbigracia, el valor de las viviendas se puede disparar a

costa de que el valor de la tierra desaparezca.

Teniendo en cuenta que, como el propio Piketty nos expondrá en capítulos venideros, el peso de las

rentas del capital dentro del PIB se ha mantenido constante en torno al 30-40%, es obvio que la

reinversión del capital no ha contribuido a que las rentas del capital crezcan más rápido que las rentas

del trabajo y, en tal caso, es imposible que el stock de capital de la economía crezca más rápido de lo

que crece la renta nacional (por eso, justamente, la ratio capital/renta se ha mantenido estable

durante siglos).

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Eso no quita, claro está, que si la reinversión del capital consiguiera incrementar las rentas futuras del

capital por encima de las rentas del trabajo, la relación capital/renta sí tendería a aumentar: la

mecanización futura de procesos productivos puede contribuir, ciertamente, a que la mayor parte de la

producción anual de una sociedad tienda a ser imputable a la riqueza acumulada en forma de

máquinas y, en tal caso, la ratio capital/renta sí aumentaría.

Lo que todo esto significa es que es perfectamente compatible que la tasa de retorno del capital se

sitúe sistemáticamente por encima del crecimiento de la renta agregada anual y que la ratio

capital/renta se mantenga constante en el tiempo. Primero, porque no toda la tasa de retorno tiene

por qué ser reinvertida; segundo, porque el valor de las reinversiones agregadas depende de su

capacidad para incrementar las rentas del capital y el incremento agregado de las rentas del capital no

equivale a la tasa de ganancia agregada del capital.

Por desgracia, Piketty no llega a perfilar todas estas interrelaciones y trata de explicar la dinámica entre

el capital y la renta a través de la denominada “segunda ley fundamental del capitalismo”. De ella nos

ocuparemos el siguiente artículo.

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Leyendo a Piketty: la segunda ley fundamental del

capitalismo

La variable central de todo el análisis de Piketty es la ratio capital/renta ( ), es decir, a cuántos años

de renta nacional equivale el stock acumulado de riqueza. En el artículo anterior explicamos cómo sedeterminaba esa ratio: básicamente, ? es igual al valor presente de las rentas futuras del capital; se

trata, pues, de un enfoque forward-looking: el valor del capital actual  depende de las rentas que se

espera que generemañana. El economista francés presenta, sin embargo, un enfoque opuesto al

nuestro, esto es, un enfoque backward-looking: el valor del capital actual  depende del valor del

ahorro acumulado hasta hoy. Es lo que Piketty denomina la “segunda ley fundamental del capitalismo”

y a cuyo análisis vamos a dedicar este artículo.

El enunciado de la ley 

La segunda ley fundamental del capitalismo establece que la ratio capital/renta ( ) es igual a la tasa

de ahorro de la economía (s) dividido por su tasa de crecimiento (g), esto es:

Aunque pueda parecer una ley poco intuitiva, en realidad su formulación es de sentido común. A la

postre, la ratio capital/renta de equilibrio se alcanzará en un punto en el que la tasa de crecimiento del

capital sea igual a la tasa de crecimiento de la renta (si el capital creciera más rápido que la

renta, seguiría creciendo hasta que la tasa de crecimiento del capital cayera y se igualara con la de

la renta; si el capital creciera menos rápido que la renta, caería hasta que la tasa de crecimiento del

capital aumentara y se igualara con la de la renta). Es decir, la condición para tener una ? de equilibrio

es que:

Ahora bien, el incremento anual del capital ( ) es igual, según Piketty, a la porción de la renta

ahorrada, con lo cual inexorablemente llegamos a la conclusión de que la ratio capital/renta es igual al

cociente entre la tasa de ahorro y la tasa de crecimiento:

Dicho de otra manera, si la sociedad ahorra sistemáticamente un porcentaje de su renta nacional cinco

veces mayor que la tasa a la que crece esa renta nacional, la ratio capital/renta será igual a cinco. Por

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ejemplo, si la tasa de ahorro es del 20% y la renta nacional crece al 4%, por necesidad la ratio

capital/renta será del 500%: si fuera inferior a cinco, el capital crecería transitoriamente a un mayor

ritmo que la renta, de modo que tendería a subir hasta el 500%:

Si fuera superior a 5, la renta crecería transitoriamente a un mayor ritmo que el capital, de modo

que tendería a bajar hasta el 500%.

Vemos, pues, cómo Piketty concibe el stock de riqueza a largo plazo como un fondo que va

aumentando de valor conforme se van “depositando” en él nuestros ahorros. Su visión es calcada a la

de un ahorrador que va guardando poco a poco dinero en su hucha para acrecentarla: si yo tengo cinco

inmuebles valorados en un millón de dólares y ahorro 200.000 dólares para comprarme un sexto

inmueble, necesariamente mi patrimonio pasará a ser de 1,2 millones de dólares.

En este sentido, el francés no parece considerar la influencia que desempeñan las plusvalías o

minusvalías sobre el valor del stock de capital existente (la posibilidad de que los cinco inmuebles del

ejemplo anterior se deprecien desde el millón de dólares a los 600.000 dólares): plusvalías o

minusvalías que claramente responden a cambios en la valoración de las rentas futuras que se espera

que ese stock de capital vaya a producir. O mejor dicho, considera que en agregado y a largo plazo las

plusvalías se cancelarán con las minusvalías y que, por tanto, podemos omitirlas del análisis: “En el

corto plazo, las variaciones (plusvalías y minusvalías) de los precios de los activos (relativos a los precios

de los bienes de consumo) pueden tener una mayor importancia que el aumento del capital debido al

incremento del ahorro. Sin embargo, si asumimos que las fluctuaciones de precios se compensan en el

largo plazo, la segunda ley fundamental del capitalismo resulta necesariamente válida”. 

Por consiguiente, y siguiendo esta restrictiva segunda ley del capitalismo, la ratio capital/renta ( )

quedará para Piketty rígidamente fijada por la tasa de ahorro y por la tasa de crecimiento.

Juntando la primera y la segunda ley 

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Traigamos ahora a colación la primera ley fundamental del capitalismo, a saber, que el porcentaje de

las rentas del capital sobre la renta nacional es igual a por la tasa de retorno del capital (

): en tal caso, si conocemos la tasa de retorno, la tasa de ahorro y la tasa de crecimiento

natural de la economía, conoceremos el peso de las rentas del capital sobre la renta nacional.

Por ejemplo, supongamos que la tasa de retorno del capital es del 5%, que la tasa de ahorro es del 12%

y que la tasa de crecimiento natural es la economía es del 2%. En este mundo, la ratio capital/renta

será de 6, lo que multiplicado por un retorno del capital del 5% significa que los capitalistas se

apropiarán del 30% de la renta nacional (frente al 70% de los trabajadores). Ahora bien, supongamos

que los capitalistas deciden ahorrar la totalidad de ese 30% de renta nacional del que se apropian: en

tal caso, la tasa de ahorro aumentará hasta el 30% de la renta nacional. Este ritmo de ahorro e

inversión supondrá que, a largo plazo, ? se elevará hasta 15, con lo que, si la tasa de retorno del capital

se mantuviera constante al 5%, los capitalistas pasarían a apropiarse del 75% de la renta nacional.

Ciertamente, Piketty no considera que esta tendencia hacia la concentración capitalista sea un

resultado inexorable dentro de una economía de libre mercado (pues la tasa de retorno del capital, la

tasa de ahorro y la tasa de crecimiento podrían adoptar valores que llevaran a una desconcentración

capitalista), pero sí cree que será un resultado muy probable siempre que la tasa de ganancia supere a

la tasa de crecimiento de la economía (r>g): en tales circunstancias, los capitalistas sólo tendrán que

seguir aumentando su tasa de ahorro para terminar copando la totalidad de la renta nacional.

Sucede que estas conclusiones sólo resultan válidas en tanto en cuanto aceptemos como válida la

segunda ley fundamental del capitalismo; una ley que, como ya vimos, se basa en un enfoque

backward-looking de la valoración del capital: un enfoque incorrecto que invierte las auténticas

relaciones causales dentro del proceso económico.

La auténtica causalidad en la creación de riqueza 

Como decimos, para Piketty el valor de la riqueza presente es igual a la suma de todo el ahorro

acumulado durante el pasado (restando, eso sí, la depreciación acumulada). El enfoque es claramente

equivocado, ya que no todo ahorro inmovilizado en bienes de capital será capaz de retener su valor

histórico: si un capitalista invierte cien millones de dólares en una compañía que entra

irremediablemente en pérdidas, el valor de mercado de esa compañía caerá próximo a cero; si, en

cambio, invierte 100.000 dólares en una compañía que revoluciona un sector económico y que, en

consecuencia, se espera que vaya a generar rentas millonarias en el futuro, el valor de mercado de esa

compañía puede dispararse —sin invertir un céntimo de dólar adicional— a centenares o miles de

millones.

Tal como expresamos en el artículo anterior, la valoración del capital debe adoptar una perspectiva

forward-looking: esto es, el valor del stock actual de riqueza deriva del descuento de sus rentas futuras

esperadas. Por muchos ahorros que invirtamos en un activo, si su capacidad para generar rentas

futuras se deteriora, su valor de mercado también lo hará; asimismo, si su capacidad de generar rentas

futuras se dispara, su valor de mercado se multiplicará aunque no inmovilicemos más ahorro. De ahí

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que las relaciones entre la primera y la segunda ley fundamentales del capitalismo que plantea Piketty

sean justamente opuestas.

Según el economista francés, la tasa de ahorro y la tasa de crecimiento de la economía determinan la

ratio capital/renta (segunda ley fundamental del capitalismo) y la aplicación de la tasa de retorno sobre

? determina el porcentaje de la renta nacional que va a parar a los capitalistas.

Pero, como decimos, la realidad es más bien la opuesta: los agentes económicos invierten su ahorro

para adquirir o para contratar factores productivos y crear bienes de capital; esos bienes de capital

generan bienes y servicios con un valor de mercado; el valor de esos bienes y servicios futuros

descontado por el tipo de interés prevalente en la economía (que en equilibrio equivale a la tasa de

retorno del capital) da lugar al valor agregado el capital, que al ponerlo en relación con la renta

nacional nos proporciona la ratio capital/renta:

La cuestión que, en esta sede, podríamos plantearnos es qué parte de toda la producción futura que

contribuye a generar un nuevo bien de capital es retenida por el propio capitalista (esto es, el dueño

del bien del capital) y qué parte va a parar a los factores productivos que han sido contratados por el

capitalista para fabricar ese bien de capital (por ejemplo, los trabajadores). A la postre, la valoración

del bien de capital (el valor del stock de riqueza) dependerá de las rentas netas que sean retenidas por

el valor de capital (esto es, por sus beneficios netos después de pagar los costes).

En este sentido, existen diversas opciones: si los bienes de capital son fácilmente reproducibles por

cualesquiera factores productivos, las remuneraciones de esos factores productivos tenderán a

absorber la práctica totalidad del valor presente de esas rentas futuras del bienes de capital (esto es, el

capitalista cosechará unas rentas del capital mínimas que le recompensarán por el tiempo de espera y

los riesgos asumidos a la hora de crear el bien de capital): en jerga financiera diríamos que el valor

actual neto de ese bien de capital será casi cero. Si, por el contrario, un tipo de bien de capital no es

fácilmente reproducible por la especificidad de algún factor productivo concreto, ese factor productivo

tenderá a apropiarse de la mayor parte de las rentas futuras que generará el bien de capital: esto es, el

valor actual neto del bien de capital podrá acercarse a cero pero la parte del león irá a parar a

determinados factores productivos (por ejemplo, propietarios de materias primas escasas o

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trabajadores cualificados). Por último, si un tipo de bien de capital no es fácilmente reproducible por la

habilidad específica del capitalista para diseñarlo, entonces la mayor parte de las rentas futuras del

bien de capital serán rentas que irán a parar al capitalista. De este modo, pues, se repartirá la

producción futura de un bien de capital entre trabajadores (rentas del trabajo) y capitalistas (rentas del

capital).

Así las cosas, la tasa de ahorro no afecta a la ratio capital/renta por la vía de incrementar directamente

el stock de riqueza acumulada (tal como asume Piketty), sino aumentando la cantidad de rentas futuras

imputables netamente a los bienes de capital y, a través de su descuento al tipo de interés de mercado,

modificando el valor de ese stock agregado de riqueza. Por eso mismo, y como ya analizamos en el

anterior artículo, un incremento del número de bienes de capital que no aumente las rentas

imputables a los bienes de capital no incrementará el valor agregado del stock de capital: puede

incrementar las rentas salariales o, simplemente, no incrementar nada (si se trata de una mala

inversión que no aumenta la producción futura).

Por consiguiente, Piketty invierte el proceso causal de creación y valoración de riqueza al adoptar un

enfoque backward-looking en la valoración del capital. Ahora bien, ¿cómo es posible que Piketty caiga

en un error tan flagrante? Pues porque, bajo ciertas hipótesis muy particulares, el enfoque backward y

forward-looking coinciden en el valor que asignan al capital, de manera que el método de valoración

basado en el pasado parece cobrar sentido.

Cuando pasado y futuro coinciden 

Valorar la riqueza acumulada por la suma del ahorro histórico es valorarlo por su coste de adquisición o

de producción. Valorarlo por su capacidad para generar rentas implica evaluarlo por su valor actual.

Cuando el valor actual de un activo supera su coste de producción, el inversor obtiene una rentabilidad

extraordinaria (una tasa de ganancia superior al coste del capital de la inversión: técnicamente,TIR>wacc). Cuando, en cambio, el valor actual de un activo coincide con su coste de producción, el

inversor sólo obtiene una rentabilidad ordinaria (TIR=wacc).

Los enfoques backward y forward-looking de valoración de la riqueza, pues, coinciden cuando todos los

agentes tienen expectativas homogéneas y estables sobre cuáles van a ser las rentas futuras de un

determinado stock de riqueza y cuando no existen ventajas competitivas a la hora de reproducir los

distintos tipos de bienes de capital: en tales casos, el valor de esas rentas futuras ya se encuentra

enteramente imputado en los precios de los factores productivos necesarios para fabricar los bienes de

capital que generarán las rentas futuras (es decir, las rentas netamente imputables al bien de capital

son las mínimas necesarias para compensar al capitalista por el tiempo de espera y los riesgos

asumidos en la creación del bien de capital). Es sólo bajo estas restrictivas circunstancias bajo las que

puede tratarse al stock de riqueza de una economía como si  fuera el resultado de una acumulación

ancestral de ahorro: pero ello es así porque, como decíamos, al haber expectativas homogéneas y

estables sobre las rentas futuras y al no haber barreras que dificulten la reproducción ilimitada de

bienes de capital generadores de rentas futuras, el valor de todas estas rentas ya se hallaba desde un

comienzo imputado en el coste de producción o adquisición de los activos (esto es, en forma de

mayores rentas salariales).

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Valorar la riqueza a su coste de adquisición y asumir que todo flujo de ahorro se incorpora

perpetuamente al stock de riqueza podría tener algún sentido en modelos económicos de equilibrio

estacionario y competencia perfecta, pero carece de toda verosimilitud al tratar de comprender el

mundo real. En el mundo real, el valor del stock de riqueza no es igual al ahorro históricamente

acumulado en adquirir activos, sino que depende de su capacidad esperada para seguir generando

rentas futuras (y del tipo de interés al que se descuenten esas rentas futuras).

La petición de principios que invalida la tesis central de Piketty 

Aunque en próximos artículos retomaremos este punto crucial, conviene poner ya sobre la mesa cuál

es el gran razonamiento circular que sobrevuela toda la obra de Piketty. La tesis central de su libro es

que cuando la tasa de retorno del capital se sitúa por encima de la tasa de crecimiento económico,

existe una tendencia automática hacia la acumulación de capital: “La desigualdad r>g implica en cierto

sentido que el pasado tiende a devorar al futuro: la riqueza originada en el pasado crece

automáticamente más rápido que la riqueza derivada del trabajo que sea ahorrada, aun cuando el

rentista opte por no trabajar”. A juicio de Piketty, que la riqueza pasada tenga más relevancia a la hora

de explicar la riqueza futura que el trabajo desempeñado por el propietario de esa riqueza va en contra

de los valores meritocráticos sobre los que se asienta una democracia moderna: “Cuando la tasa de

retorno del capital supera la tasa de crecimiento económico de la renta, como sucedió en el s. XIX y

parece probable que suceda en el s. XXI, el capitalismo automáticamente genera una tendencia

insostenible y arbitraria hacia la desigualdad que socava con radicalidad los valores meritocráticos

sobre los que se fundamenta una sociedad democrática”. Dicho de otra forma, si el rico es rico por lo

que hereda y no por el valor que él aporta a la sociedad, la distribución de la renta deja de estar

vinculada con el mérito de cada agente económico particular y pasa a depender de un reparto

histórico, más o menos arbitrario, de la riqueza.

Pero fijémonos que en las premisas que necesitamos adoptar para aceptar la segunda ley fundamentaldel capitalismo ya se halla inserta la diatriba anticapitalista a fuer de antimeritocrático de Piketty: si el

economista francés asume que las expectativas de todos los agentes económicos con respecto a las

rentas futuras de los activos son homogéneas y que, además, no existen ventajas competitivas en la

creación de ningún sistema de bienes de capital, por definición está suprimiendo una de las principales

actividades propias de cualquier capitalista: asignar dinámicamente el capital para maximizar las rentas

futuras generadas. Es decir, si asumimos que todos los agentes económicos tienen idéntica información

sobre cuáles son en cada momento los usos óptimos del capital y que todos los agentes económicos

pueden reproducir esos usos óptimos del capital, entonces es obvio que no hay nada diferencialmente

meritorio en conservar dinámicamente el valor de la riqueza a lo largo del tiempo: cualquier podría

hacerlo igual de bien que cualquier otro.

Por esta vía, el capitalista se convierte en un mero rentista, esto es, en un perceptor pasivo de rentas

por la única razón de ser propietario de una serie de activos acumulados en el pasado. Su rol esencial

como asignador de un escaso capital hacia sus fines socialmente prioritarios se ve completamente

laminado dentro de un marco analítico en el que simplemente se asume que la riqueza se reproduce

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por sí sola con independencia de dónde y cómo esté invertida: esto es, si se asume que la tasa de

retorno del capital es independiente de las preferencias y de las habilidades de los capitalistas.

Precisamente, al análisis de esta tasa de retorno dedicaremos el siguiente artículo.

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Leyendo a Piketty: el tipo de interésPiketty llega a la conclusión de que los capitalistas se harán acreedores de una porción creciente de la

renta nacional ( ) merced a que asume, por un lado, que la riqueza de una sociedad (K o, si lo

medimos en relación con la renta nacional, ) es igual al sumatorio de la renta ahorrada y reinvertidaen el pasado y, por otro, que la tasa de retorno del capital es igual al valor monetario de la producción

adicional generada por la creación de nuevos bienes de capital. Es lo que se conoce como teoría del

interés basada en la productividad marginal del capital, expuesta en el capítulo 6 del libro de Piketty:

“[En los modelos más sencillos], la tasa de retorno del capital debería ser exactamente igual a la

productividad física del capital, es decir, a la producción adicional derivada de una unidad adicional de

capital”. La productividad marginal del capital depende, para Piketty, de dos elementos: la tecnología y

la abundancia de capital; a saber, a mejor tecnología, mayor productividad marginal del capital y a

mayor abundancia del capital, menor productividad marginal.

El economista francés recoge esta idea con la siguiente formulación matemática, utilizando una

genérica función de producción CES:

donde K es el capital, L el trabajo, b el peso relativo de ese factor productivo dentro de la función de

producción y la elasticidad de sustitución entre el factor trabajo y el capital. Dado que Piketty

asume que la tasa de retorno del capital (r) es igual a la productividad marginal del capital (PMk), la tasa

de retorno vendrá dada por la derivada parcial con respecto al capital de la función anteriores.

Simplificando:

Es decir, a mayor participación del capital dentro de la función de producción (b), menor cantidad de

capital acumulado ( ) o mayor capacidad de sustituir capital por trabajo dentro de la función de

producción ( ), mayor tasa de retorno. Vamos a desarrollar brevemente la influencia de estos tres

factores.

Primero, que a mayor participación del capital dentro de la función de producción (es decir, cuanto

más capital-intensiva sea la función de producción) mayor sea la tasa de retorno se explica por el hecho

de que la contribución del capital a la generación de rentas es mayor y, por tanto, la remuneración del

capital también lo es.

Segundo, que a mayor acumulación de capital dentro de una función de producción dada, la tasa de

retorno sea menor se explica por la existencia de rendimientos decrecientes. Recordemos que la ley de

rendimientos decrecientes sostiene que, si mantenemos fijo un factor productivo, la acumulación del

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otro factor productivo irá proporcionando rendimientos cada vez menores. Si, por ejemplo,

mantenemos constantes el número de trabajadores y de tierras, la acumulación de más y más tractores

irá proporcionando un rendimiento cada vez menor, ya que los nuevos tractores apenas tendrán uso

alguno. Como dice Piketty: “Demasiado capital mata al retorno sobre el capital: (…) es natural esperar

que la productividad marginal del capital decrece conforme el stock de capital aumenta”. 

Tercero, que a mayor sustitutividad entre el capital y el trabajo la tasa de retorno sea mayor se explica

porque, a mayor sustitutividad, menor influencia desempeña la ley de rendimientos decrecientes. Si el

nuevo capital permite reemplazar parcialmente las funciones que desempeñan los otros factores

productivos, la reducción del rendimiento será menos intensa. Así, si la sustitutividad es nula ( =0),

la tasa de retorno se hundirá al 0% apenas se acumule nuevo capital sin aumentos paralelos de los

otros factores que deben usarse de manera complementaria (es lo que se conoce como una función de

producción de Leontief): por ejemplo, si un carpintero sólo puede utilizar un martillo, la productividad

marginal de crear nuevos martillos (sin que aumente simultáneamente el número de carpinteros) será

del 0%. Por el contrario, si la sustitutividad es infinita, entonces la productividad marginal del capital

será independiente de cuánto capital se haya acumulado: sería el caso de, verbigracia, una economíatotalmente robotizada, donde puede acumularse indefinidamente capital sin que su productividad

decrezca. Nótese que Piketty incorpora la influencia de la tecnología sobre de la productividad

marginal del capital a través de esta elasticidad de sustitución: a mejor y más versátil tecnología, mayor

elasticidad de sustitución (mayor ).

En suma: a más capital, menor interés; a mejor tecnología, mayor interés. De este modo, una vez

determinada la tasa de retorno como resultado de la productividad marginal del capital dentro de un

rango de tecnologías dado, el círculo pikettyano se cierra regresando a la primera ley fundamental del

capitalismo. Recordemos que, según el francés, el porcentaje que las rentas del capital ocupan sobre la

renta total es fruto del producto entre la tasa de retorno (determinada por la productividad marginal

del capital) y la ratio entre capital y renta ( ):

Así pues, el peso de las rentas del capital sobre el PIB ( ) depende esencialmente de dos factores: el

capital que históricamente se ha acumulado en una sociedad ( , determinable mediante la segunda

ley fundamental del capitalismo) y la elasticidad de sustitución entre capital y trabajo ( ). Ahí reside justamente unos de los razonamientos clave de Piketty: si la elasticidad de sustitución entre el factor

trabajo y el factor capital ( ) es igual a 1, por mucho que se acumule más capital (por mucho que

aumente ), el peso de las rentas del capital dentro del PIB ( ) no crecerá (en concreto, el peso de

las rentas del capital dentro del PIB se mantendrá estable según viene determinado por su contribución

a la función de producción: b); si es inferior a 1, la acumulación de capital ( ) provocará una

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reducción de la tasa de retorno (r) mayor que el incremento del capital y, por tanto, decrecerá el peso

de las rentas del capital dentro de la renta nacional ( ); por último, si es superior a 1, aunque la

productividad del capital decrezca conforme aumente su cantidad ( ), la caída de la tasa de retorno

será relativamente menor que el incremento del nuevo capital y, por tanto, crecerá el peso de las

rentas de capital en la renta nacional ( ).

Piketty evidentemente considera que la elasticidad de sustitución entre el capital y el trabajo es

superior a 1 (“De acuerdo con la evidencia histórica, podemos estimar una elasticidad entre el 1,3 y el

1,6”), lo que significa que cuanto mayor capital acumulen los capitalistas, mayor porcentaje de la renta

nacional poseerán. O dicho de otro modo, por el simple hecho de ahorrar y reinvertir su capital, los

capitalistas consiguen apropiarse de un porcentaje creciente de la renta nacional agregada en

detrimento de los trabajadores (en este punto, Piketty enlaza con los planteamientos de los

pensadores ludditas).

Sucede, sin embargo, que estas conclusiones de Piketty han sido tachadas de precipitadas por buenaparte de los economistas debido a que, según se nos ha dicho, la elasticidad de sustitución entre el

capital y el trabajo no es en ningún caso superior a uno.

El embrollo de la elasticidad de sustitución 

De momento, una de las mayores críticas que se han dirigido contra Piketty desde el mainstream

académico es su injustificada asunción de que la elasticidad de sustitución entre el capital y el trabajo

es mayor que 1. Por ejemplo, Larry Summers ha afirmadoque “no conozco ningún estudio que sugiera

que la elasticidad de sustitución sea mayor que 1, si medimos la producción en términos netos; y si

conozco unos cuantos que sugieren lo contrario”. Asimismo, Matthew Rognlie, en la que según Tyler

Cowenes la mejor crítica contra Piketty, ha recopilado la mejor evidencia empírica disponible que

sugiere que el valor de consenso de se sitúa en torno a 0,5. Es más, ambos autores ponen de

manifiesto que si se mide la elasticidad de sustitución en términos netos (descontando la depreciación

del capital de la renta nacional), ésta todavía es menor de 0,5 (ya que la cuota de depreciación es un

porcentaje fijo del capital acumulado, lo que necesariamente provoca que la tasa de retorno neta

descienda sobreproporcionalmente conforme se acumula más capital).

En principio, pues, parecería que todo el edificio pikettyano se desmorona apenas apelando a una

amplia evidencia empírica que ubica la elasticidad de sustitución entre factores por debajo de 1 y que,

por tanto, implica que la tasa de retorno del capital se reduce sobreproporcionalmente ante la nueva

acumulación, de modo que la participación de las rentas del capital sobre la renta total ( ) también

descendería.

Sin embargo, creo que estas críticas a Piketty yerran en dos puntos esenciales. El primero es que, como

ya hemos explicado, Piketty introduce la influencia del cambio tecnológico dentro de la elasticidad de

sustitución de los factores ( ), mientras que las funciones CES tradicionales lo incluyen como uno —

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o varios— parámetros independientes de . Dicho de otra manera, lo único que necesita Piketty

para tener razón en sus pronósticos, aun asumiendo rendimientos decrecientes y escasa sustitutividad

del capital, es que haya un progreso técnológico dentro de las estructuras del capital lo

suficientemente intenso como para compensar la entrada de los rendimientos decrecientes (es decir,

que el de Piketty sea mayor a 1, ubicando la influencia del cambio tecnológico dentro de ).

Summers y Rognlie no incluyen la influencia de ese progreso técnico dentro de , pero Piketty sí, de

ahí que la evidencia empírica que aportan (centrada en calcular una independiente del progreso

técnico) no sirva para refutar que la que utiliza el modelo de Piketty sea mayor que 1.

Segundo, la elasticidad de sustitución mide la capacidad de sustitución entre el capital y el trabajo en el

corto plazo: es una elasticidad de sustitución para unas coordenadas técnicas y temporales concretas,

pero no una elasticidad de sustitución en el largo plazo. La distinción es relevante ya que la creación de

nuevos bienes de capital permite a largo plazo generar nuevas estructuras de bienes de capital más

productivas que las anteriores, y este efecto no es recogido por las estimaciones empíricas de que

aportan Summers y Rognlie. A la postre, que en distintas épocas y países se halle por debajo de 1

sólo indica que, casi siempre, la capacidad de un sistema productivo de reemplazar trabajo por capital

es bastante limitada en el corto plazo, lo que no implica que a largo plazo también lo sea. Tal como

reconoce Rognlie: “Si la sustitución entre trabajo y capital sólo acaeciera en el muy largo plazo, es muy

probable que el estudio de Chirinko [el que recopila toda la evidencia empírica disponible sobre ]

sistemáticamente infravalore la elasticidad de largo plazo”. Y la elasticidad verdaderamente relevante

para las conclusiones de Piketty es la de largo plazo.

En suma, las críticas que se han dirigido hasta la fecha contra Piketty por parte de los académicos que

aceptan que el tipo de interés depende de la productividad marginal del capital no son válidas. A la

postre, si lo fueran, debería haberse observado un tipo de interés del capital fuertemente decreciente

desde el s. XVIII pero, tal como documenta Piketty, esa tasa de retorno se ha mantenido constante en

el entorno del 4-5%. Y, en el fondo, para que las conclusiones del economista francés sean verosímiles,

basta con asumir que la tasa de retorno sobre el capital (r) se va a mantener estable en torno a los

niveles en los que se ha ubicado en los últimos 300 años, con independencia del valor que queramos

asignarle a .

Las críticas a Piketty dentro del marco analístico de la teoría del interés basada en la productividad

marginal del capital yerran por asumir justamente ese marco teórico. Lo defectuoso no es el uso que

efectúa Piketty de estas teorías, sino las propias teorías.

El tipo de interés no depende de la productividad marginal del capital 

En un sistema económico que se halla en equilibrio, la tasa de retorno del capital (r) coincide con el

tipo de interés de mercado (i): es decir, la rentabilidad marginal de las inversiones es igual a la

rentabilidad que existen los ahorradores para proporcionar financiación. Ahora bien, que en equilibrio

la tasa de retorno del capital (lo que en finanzas denominaríamos la TIR) sea igual al tipo de interés de

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mercado (lo que en finanzas denominaríamos el wacc) no significa que el tipo de interés esté

determinado por la tasa de retorno del capital.

Si regresamos a la fórmula pikettyana sobre la productividad marginal del capital, veremos que figura

una variable que presupone la existencia de un tipo de interés y que, por tanto, no puede explicar la

existencia del tipo de interés; en concreto K:

Como ya tuvimos ocasión de explicar en el último artículo, el valor de un bien de capital es igual al valor

descontado de sus rentas futuras esperadas. La magnitud de ese descuento viene determinada por el

tipo de interés de mercado, lo que implica que, en equilibrio, el tipo de interés y la tasa de retorno no

sólo coincidirán, sino que la tasa de retorno vendrá determinada por el tipo de interés y no por la

productividad marginal del capital. Por ejemplo, imaginemos una máquina capaz de producir

perpetuamente unos bienes anuales valorados en 100 um. Si el precio de mercado de una máquinafuera de 1.000 um, rápidamente diríamos que la productividad marginal de esa máquina es del 10% y,

por tanto, su tasa de retorno también deberá ser del 10%. Pero la cuestión verdaderamente relevante

es: ¿qué motivó que inicialmente una máquina que produce una renta perpetua de 100 um anuales

tenga un precio de mercado de 1.000 y no de 500 o de 2.000? Si el valor de una renta a perpetuidad de

100 um anuales es de 1.000 y no de 2.000 es porque el tipo de interés de mercado es del 10% y no del

5% (si fuera del 5%, el precio de la máquina sería de 2.000 um y, en consecuencia, la productividad

marginal del capital se habría reducido aparentemente al 5%). En otras palabras, la productividad

marginal del capital no determina la tasa de retorno sino que —en equilibrio— es determinada por el

tipo de interés.

Justamente, esta fue la mayor crítica que la Escuela de Cambridge (un grupo de economistas

postkeynesianos y neorricardianos) lanzó durante los años 60 contra la teoría del interés basada en la

productividad marginal del capital: el tipo de interés no puede equivaler a la productividad marginal del

capital cuando sólo podemos calcular una productividad marginal del capital presuponiendo un

determinado tipo de interés. Los propios defensores de la teoría de la productividad marginal de la

época (muy en particular el célebre Paul Samuelson) tuvieron que reconocer su error ante las críticas

de Cambridge lo que, por desgracia, no evitó que la teoría de la tasa de retorno basada en la

productividad marginal del capital cayera en el olvido.

Piketty intenta defender su uso frente a las críticas de la Escuela de Cambridge, pero al relatar el

debate académico que tuvo lugar en los años 60 (la conocida como “Controversia del Capital”), sólo

demuestra una escasa comprensión del mismo: no en vano, el economista francés relaciona la

denominada Controversia del Capital con un debate académico acerca de la sostenibilidad del

crecimiento económico, cuando, por el contrario, versaba sobre las posibilidades de definir un

concepto agregado de stock de capital que fuera independiente del tipo de interés y, por tanto, un tipo

de interés que cupiera derivar como la productividad marginal de ese stock de capital (como, por

cierto, le han reprochado otros economistas nada liberales como James K. Galbraith).

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Como consecuencia de ello, la fórmula que presenta Piketty para definir la tasa de retorno (y a su vez el

tipo de interés) induce al error. Asumiendo por simplicidad una sustitutividad entre trabajo y capital

unitariamente elástica (es decir, que las proporciones originales en el uso del capital y del trabajo no se

alteran ante cambios en la disponibilidad de financiación), no es que el tipo de interés venga

determinada por la ratio entre el valor monetario de las mercancías fabricadas por los bienes del

capital (b*Y) y el valor monetario de esos bienes de capital (K):

sino más bien al revés: el valor del capital es determinado por el descuento a presente de las

mercancías producidas por los bienes de capital. A saber:

En suma, K no es la variable independiente y i la variable dependiente, sino a la inversa. Se hace

necesario, por consiguiente, articular una teoría sobre la determinación del tipo de interés exógena al

valor del capital. Los teóricos de la Escuela de Cambridge tienen su propia teoría, la cual no está ni

mucho menos exenta de problemas. La única teoría verdaderamente consistente y sólida sobre la

determinación exógena del tipo de interés es la que lo explica en función de la preferencia temporal y

de la aversión al riesgo de los ahorradores. Piketty es consciente de ello y dedica parte del capítulo 10

de su libro a criticarla.

El tipo de interés sí depende de la preferencia temporal y de la aversión al riesgo 

Explicar el tipo de interés como un subproducto de las preferencias temporales y de riesgo de los

ahorradores supone caracterizar el interés como un fenómeno ajeno a la función de producción de una

economía. Por ejemplo, si un ahorrador está dispuesto a intercambiar 100 um presentes por 105 um

dentro de un año, diremos que el tipo de interés es del 5%, pues el ahorrador valora más altamente

100 um hoy que 100 um dentro de un año pero, en cambio, valora más 105 um dentro de un año que

100 um hoy. Cuanto más impacientes (más valore los bienes presentes sobre los futuros) o más

adversos al riesgo (más valore los bienes seguros sobre los inseguros) sean los ahorradores, más

elevados serán los tipos de interés.

En su capítulo 10, Piketty constata que la tasa de retorno sobre el capital se ha mantenido estable en

torno al 4%-5% durante siglos. Acto seguido, el francés reconoce que la explicación que suele ofrecerse

para justificar esta estabilidad del tipo de interés pasa por la teoría de la preferencia temporal: “La

razón por la que la tasa de retorno del capital se ha mantenido estable en el 4%-5% es en última

instancia psicológica: dado que la tasa de retorno refleja la impaciencia y la actitud hacia el futuro de la

persona medida, no puede alejarse mucho de ese nivel”. Piketty, sin embargo, acusa a esta teoría de

ser tautológica, simplista y en ocasiones poco realista.

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Dice que es tautológica por intentar explicar el comportamiento observado de los agentes apelando a

unas presuntas preferencias: pero toda acción se basa en preferencias y, por consiguiente, es

razonable explicar la acción intertemporal apelando asimismo a preferencias intertemporales. Dice que

es simplista por pretender encapsular todas las causas del ahorro en un único parámetro psicológico (la

impaciencia), cuando existen otras razones que pueden justificar el ahorro (precaución, opulencia o

reparto del consumo según el ciclo vital): pero la teoría de la preferencia temporal es perfectamentecompatible con las preferencias por la precaución (aversión al riesgo) o por la opulencia (riqueza como

bien de consumo presente), así como con la teoría del ciclo vital (considerando que la preferencia

temporal se desata cuando se pospone el consumo con respecto al momento óptimo preferido por el

ahorrador). Y, por último, dice que es poco realista porque un aumento de la fiscalidad sobre las rentas

del capital del 30% debería dar lugar a una caída de del 30%, cuando durante el siglo XX ha

aumentado el gravamen sobre las rentas del capital hasta el 30% y se ha mantenido estable en

torno al 600%; sin embargo, en contra de lo que sostiene Piketty, lo relevante para determinar el nivel

de no es la fiscalidad nominal sobre las rentas del capital, sino cuánto se han reducido

efectivamente esas rentas del capital como consecuencia del aumento de la fiscalidad (a la postre, los

capitalistas podrían trasladar su mayor carga fiscal a los trabajadores o, si esos impuestos son gastados

por el Estado, la rentabilidad de unos capitalistas podría reducirse y la de otros incrementarse): y, en

este sentido, siguiendo los datos ofrecidos por el propio Piketty, las rentas del capital se han

mantenido alrededor del 30%-40% del PIB en el s. XIX y finales del s. XX, y durante esos períodos ha

oscilado entre el 600% y 700% (lo que es compatible con una preferencia temporal y aversión al riesgo

estables del 4,5%-5,5%).

En suma, la teoría de la preferencia temporal sí nos ofrece una explicación razonable y consistente del

fenómeno del interés. El propio Piketty se ve forzado a aceptar que parte de la explicación de la

estabilidad histórica de la tasa de retorno se debe a que el tipo de interés sí depende en parte de la

preferencia temporal: “La intuición que se halla detrás del modelo (como la que se halla detrás de la

teoría de la productividad marginal) no es completamente errónea”. Sin embargo, pese a ese

reconocimiento, Piketty parece no extraer las necesarias implicaciones: básicamente, si el valor de la

riqueza sobre el que obtenemos un retorno (K) no es el resultado de un acaparamiento histórico de

ahorro, sino el valor descontado —según la preferencia temporal y aversión al riesgo— de las rentas

futuras que esperamos que genere nuestra riqueza, entonces no será cierto que los capitalistas

obtengan rendimientos de manera automática e inmerecida.

De hecho, regresando a la fórmula que nos ofrecía Piketty para calcular el peso de las rentas del capital

sobre el conjunto de la renta nacional, es fácil observar que esta ratio depende de tres elementos: la

proporción en la que el capital participaba originalmente en la estructura productiva (b), la facilidad

para sustituir el trabajo por el capital en caso de que este último se vuelva más accesible ( ) y de la

disponibilidad relativa de capital (K/Y).

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Así, cuando la elasticidad de sustitución es unitaria ( =1), el nuevo capital siempre se usará en sus

proporciones originales, de modo que el porcentaje de las rentas que va a parar al capital ( )

coincidirá con el porcentaje original de su contribución a la generación de producción (b). Si, en

cambio, la elasticidad de sustitución es superior a 1, el peso de las rentas será directamente

proporcional al uso incrementado que se efectúe del capital en función de su disponibilidad relativa

(K/Y) y de su facilidad para reemplazar al trabajo ( ). Por último, si la sustitución es inelástica, la

mayor disponibilidad de capital sólo se traducirá en salarios más altos (es lo que se conoce como  Efecto

Wicksell Precios). Lo importante, empero, es recordar que en el fondo está midiendo la capacidad

del nuevo capital para generar rentas adicionales dentro de una estructura productiva dada, de manera

que depende de las rentas originalmente generadas (b) y de las nuevas que puedan generarse

acumulando más capital en sustitución de la mano de obra ( ).

En suma, es perfectamente posible que se siga acumulando capital y que el peso de las rentas del

capital dentro de la renta nacional no aumente. No ya porque, a su vez, sea posible que la rentabilidad

del capital se reduzca (cosa que históricamente no ha sucedido para el conjunto de la economía, pues

la rentabilidad marginal del capital ha tendido a equipararse a un tipo de interés que viene

determinado por la preferencia temporal y la aversión al riesgo), sino porque no toda inversión de

capital es necesariamente capaz de generar nuevas rentas futuras y, en tal caso, su valor será nulo: no

es que el mayor haga que aumente, sino que la mayor hace que aumente.

Sentado lo anterior, debería resultar obvio por qué la desigualdad pikettyana de r>g no conduce por

necesidad a ningún desequilibrio insostenible o inequitativo dentro del capitalismo. Pero a sintetizar la

crítica a este argumento central de Piketty dedicaremos el próximo artículo, con el que cerraremos

nuestro comentario al segundo bloque —el teórico— del libro Capital en el siglo XXI. 

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Leyendo a Piketty: r>gLos seis primeros capítulos del libro de Thomas Piketty Capital en el siglo XXI (así como algunos

epígrafes subsiguientes) conforman lo que podríamos denominar el marco teórico del conjunto de la

obra. En ese modelo teórico Piketty expone las razones que le llevan a pensar por qué el capitalismo

podría tender hacia la insostenibilidad. En este artículo vamos a recapitular el modelo teórico dePiketty así como nuestras principales críticas al mismo.

Los problemas del capitalismo según Piketty 

Para el economista francés, las rentas del capital dependen de dos elementos: el stock de capital

(medido en relación con la renta nacional, es decir ) y el tipo de interés (r). Es lo que Piketty

denomina “la primera ley fundamental del capitalismo”: 

Dentro de esta ecuación, r depende de la productividad marginal del capital, que a su vez depende de

la intensividad (b) que se le dé al stock de capital históricamente acumulado ( ) y de la capacidad del

nuevo capital para ir reemplazando al factor trabajo ( ). De este modo, cuanto más intensivamente

se use el capital y más fácilmente pueda reemplazar al factor trabajo, mayor tenderá a ser su tasa de

retorno, mientras que cuanto más capital se haya acumulado en el conjunto de la economía, menor

tenderá a ser su tasa de retorno (debido a la influencia de los rendimientos decrecientes):

A su vez, depende de la tasa de ahorro (s) y del crecimiento de la economía (g), de manera que

cuanto más ahorren los capitalistas y menos pujante sea el crecimiento económico, mayor será la

acumulación de capital de equilibrio. Es lo que Piketty denomina “la segunda ley fundamental del

capitalismo”: 

Si crece (porque la tasa de ahorro se incrementa o porque el ritmo de crecimiento económico sedesacelera) y r se mantiene relativamente estable (porque la elasticidad de sustitución entre el capital

y el trabajo es elevada), entonces los capitalistas irán copando un porcentaje creciente de la renta

nacional ( ). Es más, en la medida en que ese porcentaje creciente de la renta nacional sea ahorrado

y no consumido, la tasa de ahorro también aumentará y, por tanto, seguirá expandiéndose (y

si aumenta proporcionalmente más de lo que cae r, seguirá creciendo).

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Por ejemplo, supongamos una tasa de ahorro (s) del 20% en un entorno de crecimiento del 4% de la

renta nacional: en tal caso, será del 500%. Si, por su parte, la tasa de retorno es del

5%, ascenderá al 25%. Es decir, las rentas del trabajo se quedarían con tres cuartas partes de todo

el PIB y las del capital con un 25%. Ahora bien, dado que los capitalistas copan el 25% de la renta

nacional, imaginemos que, con el paso del tiempo, optan por incrementar su ahorro desde el 20% de larenta nacional a ese 25% y que simultáneamente el crecimiento de la economía se ralentiza al 2,5%: en

tal caso, se duplicará hasta el 1.000%, de modo que, aun cuando la tasa de retorno del capital caiga

del 5% al 4%, los capitalistas verán aumentar su participación en la renta nacional desde el 25% hasta el

40%. Es fácil comprobar que, por esta vía, los capitalistas podrían de nuevo aumentar su tasa de ahorro

hasta cotas cercanas al 40% de la renta nacional, lo que seguiría redundando en un aumento de y,

en última instancia, de .

En apariencia, el proceso de acumulación capitalista conducirá, de acuerdo con la tesis de Piketty, a

que inexorablemente las rentas del capital terminen copando casi el 100% del conjunto de la rentanacional. Pero el pronóstico del economista francés no es ése sino que, en todo caso y a muy largo

plazo, tenderá a cumplirse lo que se conoce como “la regla de oro de la acumulación de capital”: a

saber, que aumente tanto como para que su tasa de retorno se desplome hasta un punto en el que

r=g. Según Piketty, cuando la tasa de retorno del capital se equipara con la tasa de crecimiento de la

economía, se alcanza un equilibrio macroeconómico en el que y dejan de aumentar. La razón

es fácil de ver si combinamos “la primera ley fundamental del capitalismo” con “la segunda ley 

fundamental”: 

Es decir, cuando la tasa de retorno del capital es igual al crecimiento económico, todas las rentas del

capital son ahorradas y reinvertidas para mantener constante el peso del stock de capital en relación

con la renta nacional: “Para que la regla de oro esté en funcionamiento, es necesario acumular tanto

capital que éste deje de generar rendimiento alguno. O, más específicamente, es necesario acumular

tanto capital que, para simplemente mantener la relación entre el stock de capital y la renta nacional,

hay que reinvertir anualmente todo el retorno del capital. Eso es lo que significa =s: que todo el

retorno del capital debe ser ahorrado y reinvertido al stock de capital”. De ahí que, a partir de esepunto, ya no interese seguir acumulando capital: si la tasa de retorno se ubica por debajo de la tasa de

crecimiento económico, será inferior a la tasa de ahorro y, por tanto, será imposible mantener a

largo plazo los nuevos niveles de y .

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Por ejemplo, supongamos que la tasa de ahorro es del 70% y las tasas de crecimiento de la renta

nacional y de retorno del capital se ubican en el 1%. En tal caso, será del 7.000% y del 70%.

Bajo estos parámetros, los capitalistas no serán capaces sostenidamente ni de acumular más capital en

relación con la renta nacional ( ) ni de aumentar la participación de sus rentas en la misma ( ): si

el ahorro aumentara al 80% de la renta nacional (por ejemplo, porque los trabajadores pasan a ahorrar

parte de sus rentas), se incrementaría hasta el 8.000%, de modo que, aun cuando la tasa de retorno

sólo se redujera al 0,99%, caería al 79,2% de la renta nacional, esto es, caería por debajo de la tasa

de ahorro del 80% necesaria para conservar una del 8.000% (de modo que ese nivel de

acumulación de capital y de participación en la renta sólo podría mantenerse si parte de los

ahorradores asumieran pérdidas permanentes sobre su inversión).

En suma, la regla de oro de la acumulación de capital nos conduce, en última instancia, a esa idea del

economista polaco Michal Kalecki según la cual “los trabajadores gastan lo que cobran y los capitalistas

cobran lo que gastan” (es decir, la tasa de retorno de los capitalistas es igual a la tasa de reinversión de

los capitalistas). Nótese, sin embargo, que bajo el escenario de la regla de oro, los capitalistas carecen

de renta disponible para consumir, ya que necesitan reinvertir la totalidad de sus rentas anuales

únicamente para mantener su posición relativa dentro de la economía, motivo por el cual resulta más

factible pensar en un equilibrio con r>g y, por tanto, >s (por ejemplo, si s=60%, r=1,1% y g=1%,

entonces =60 y =66%, dejando seis puntos de renta nacional para el consumo de los

capitalistas). Como dice Piketty: “La regla de oro es una estrategia de saturación del capital: se acumula

tanto capital que los rentistas dejan de poder consumir, dado que deben reinvertir todo su retorno

para preservar su estatus social con respecto al nivel medio de la sociedad. Alternativamente, si r>g,

basta con reinvertir una fracción del retorno del capital que sea igual a la tasa de crecimiento,

pudiendo consumir el resto (r-g). La desigualdad r>g es la base de una sociedad de rentistas”. 

Piketty, pues, reconoce la tendencia natural del capitalismo a que y se estabilicen, pero

considera que ese análisis es incompleto: en realidad, la acumulación de capital sólo proseguirá hasta

que la tasa de retorno del capital decrezca y se iguale con la tasa de crecimiento de la economía (r=g),

asumiendo que la elasticidad social de sustitución intertemporal (cuánto varía el consumo ante un

cambio de los tipos de interés) es infinita (esto es, que el consumo nos proporciona socialmente

idéntica utilidad con independencia del momento en que lo disfrutemos, por lo que pequeños

aumentos en la tasa de retorno deberían posibilitar aumentos infinitos del ahorro). Sin embargo, dice

Piketty, la elasticidad social de sustitución intertemporal suele ubicarse entre 0,2 y 0,5 (es decir, no

somos perfectamente indiferentes entre el consumo presente y el consumo futuro, de modo que un

aumento de la tasa de retorno del 1% sólo reducen el consumo entre un 0,2% y un 0,5%), por lo que el

capital no aumentará hasta que su productividad marginal se reduzca a r=g, sino que dejará de

acumularse mucho antes. En concreto, Piketty echa mano de la ecuación de Ramsey-Cass-Koopmans,

para determinar el suelo en la tasa de retorno hasta el que debería reducirse la productividad marginal

del capital:

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En esta ecuación, representa la preferencia temporal y la elasticidad de sustitución

intertemporal (cuando es cero, la acumulación de capital es nula: las generaciones presentes no

valoran en absoluto la renta futura, por lo que consumen la totalidad de su renta; cuando es

infinito, el capital se acumula hasta que r=g). Por ejemplo, si =1%, g=2% y =0,5, entonces la

acumulación de capital óptima es aquella que reduzca su productividad marginal hasta el 5% (r*=5%).

Por tanto, si la tasa de ahorro compatible con una tasa de retorno del 5% es del 20%, será del

1.000% y del 50% (dado que la tasa de retorno de equilibrio será del 5%). No sería socialmente

beneficiosa ninguna acumulación de capital subsiguiente, de modo que en equilibrio podría darse la

circunstancia de que r*>g, manteniéndose constantes y .

Por esta vía, Piketty introduce de rondón la teoría del tipo de interés basada en la preferencia temporal

como estabilizador de las relaciones macroeconómicas entre renta y capital, pero, como ya expusimos,

el economista francés no extrae todas las conclusiones pertinentes. En concreto, para Piketty la

acumulación de capital derivada de la suma de ahorros pretéritos posee una rentabilidad más o menos

fija que va decreciendo hasta que se topa con el tipo de interés socialmente mínimo (el determinado

por la ecuación de Ramsey-Cass-Koopmans) y, en ese momento, se detiene. O dicho de otra forma: el

ahorro (s) da lugar al aumento del stock de capital ( ), el aumento del stock de capital a una tasa de

retorno decreciente (r) que sólo se detiene cuando llega al mínimo determinado por la ecuación de

Ramsey-Cass-Koopmans (r*), y la relación entre el stock de capital acumulado y la tasa de retorno de

equilibrio nos ofrece el porcentaje de la rentas del capital sobre la renta nacional ( ).

Es posible, sin embargo, ofrecer una explicación mejor.

Las auténticas relaciones causales del modelo de Piketty 

El error esencial en la interpretación de Piketty es definir el stock de capital como el sumatorio del

ahorro histórico acumulado, asumiendo en consecuencia que todo ese capital genera valor y que lo

genera una tasa media decreciente (productividad marginal del capital). Pero esto es un error

fundamental: el valor del capital no es igual a su coste de producción histórico (enfoque backward

looking), sino el valor actual de las rentas futuras que se espera que genere (enfoque forward looking).Por ejemplo, si yo compro una empresa por 100 millones de euros porque espero que genere unos

beneficios anuales de 10 millones, el año que viene la empresa pasará a no valer prácticamente nada

(scrap value) si las expectativas cambian radicalmente y nadie espera que esa compañía vaya a obtener

nunca más beneficios; y su precio se desplomará como consecuencia de ese hundimiento de las

expectativas por mucho que el año pasado yo pagara 100 millones de euros por la empresa.

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En este sentido, el capital no es una masa homogénea de recursos que se autorreproducen, sino el

valor asignado competitivamente por los inversores a una determinada estructura de activos que se

espera que sean capaz de generar rentas futuras. Lejos de ser una cuantía que crece lenta pero

constantemente, es un valor tremendamente volátil por estar al albur de tres elementos: las

estimaciones de rentas futuras que vaya a generar esa estructura de activos; los apetitos de riesgo de

los inversores; y la impaciencia de los inversores. De estos tres elementos, el más fluctuante —segúnlas informaciones o rumores diarios— es la estimación de rentas futuras; pero los apetitos de riesgo y,

en menor medida, la impaciencia también son susceptibles de experimentar repentinos cambios: en

cualquier caso, una alteración significativa de alguno de los tres ya es suficiente como para alterar de

manera muy considerable el valor de la riqueza nacional.

Por eso, las rentas del capital no proceden de aplicar una tasa de retorno más o menos estable sobre

un monto de capital en lenta pero constante expansión (no es que ), sino al revés: el monto de capital

se determina descontando las rentas futuras esperadas a un tipo de interés que expresa la impaciencia

y el apetito de riesgo de los inversores del mercado (). El tipo de interés, pues, no es un parámetro

exógeno al capital que determine su tasa de generación de riqueza (como una lluvia de maná que sereparte proporcionalmente entre los tenedores de capital), sino que es un parámetro de actualización

del valor de las rentas futuras esperadas de una determinada organización empresarial de activos.

Evidentemente, un empresario puede ser lo suficientemente hábil como para generar riqueza a una

tasa superior a la que sirve exclusivamente para remunerar la impaciencia y el apetito de riesgo ajeno

(es decir, técnicamente puede suceder que la TIR supere al wacc), pero también puede ocurrir que sea

lo suficientemente torpe como para que la genere a una tasa inferior.

Así las cosas, pues, las variables independientes dentro de la primera ley fundamental del capitalismo

no son y r, sino y r. El tipo de interés al que se descuentan las rentas ya hemos explicado de

qué depende (de la preferencia temporal y de la aversión al riesgo: en este sentido, la ecuaciónRamsey-Cass-Koopmans es perfectamente compatible con nuestra exposición). Pero, ¿de qué

depende ? Recordemos que no es más que , por consiguiente se

trata de explicar cómo se imputa qué parte de la producción creada conjuntamente por varios factores

productivos termina afluyendo a cada uno de esos factores productivos. En realidad, la explicación no

debería quedar limitada a qué parte va a parar al “capital” y cuál al “trabajo”, pues entre los distintos

bienes de capital también se producirán distintas imputaciones de renta (qué parte va a parar a los

dueños de un local comercial, qué parte a los dueños del sistema informático instalado, qué parte al

dueño de las máquinas alquiladas…). En este sentido, la imputación de rentas a cada factor productivose rige por las mismas leyes económicas que cualquier otra determinación de precios (no en

vano, es una determinación de precios: en particular, de rentas monetarias).

De entrada, si los factores productivos son insustituibles, las rentas monetarias de cada factor se

determinan por negociación directa entre ambos factores, con un límite máximo marcado por su

productividad marginal descontada y un límite mínimo establecido por la utilidad del mejor uso

alternativo de ese factor productivo (es lo que Böhm-Bawerk denomina “intercambio aislado” y hoy

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llamaríamos negociación entre un monopolio y un monopsonio). Esta es la situación habitualmente

denunciada por los socialistas para describir las relaciones entre el  capital y el trabajo: el capital y el

trabajo negocian directamente y, como el primero tiene mayor poder que el segundo, es capaz de

imponerle al segundo unilateralmente sus condiciones (dado que el trabajo no tiene apenas usos

alternativos a su cooperación con el capital). Alternativamente, la relación entre el capital y el trabajo

también es descrita por los socialistas de acuerdo a lo que Böhm-Bawerk llamaría competenciaunilateral (lo que hoy llamaríamos mercado monopsónico): un capitalista tiene a su disposición una

amplísima e inagotable oferta de trabajadores (lo que Marx llamaría “ejército industrial de reserva”) y,

por tanto, el precio se fija entre una horquilla determinada por los trabajadores que se conforman con

cobrar menos.

Sin embargo, es falaz que las relaciones entre capital y trabajo sean las de un solo capitalista

negociando vis-a-vis con un solo trabajador o las de un capitalista escogiendo entre una oferta

amplísima de trabajadores. La realidad es que existen multitud de capitalistas pujando por multitud de

trabajadores y, por tanto, el modelo de determinación de precios se ajuste a lo que Böhm-Bawerk

denominaba competencia bilateral (hoy lo llamaríamos “mercado competitivo”). En la medida en queaquellos factores productivos que deban emplearse conjuntamente con un trabajador sean fácilmente

reproducibles con el suficiente capital monetario, entonces los salarios no podrán alejarse mucho de la

productividad marginal descontada del trabajador (ya que si caen por debajo de la misma, será muy

rentable aumentar el ahorro, crear nuevos bienes de capital fácilmente reproducibles y pujar por el

trabajador, elevando su salario); cuestión distinta es que el trabajador aspire a cobrar un salario por

encima de su productividad marginal descontada (en cuyo caso, no afluirá capital para pujar por esos

trabajadores).

Ahora bien, aunque el modelo de mercado competitivo explique las relaciones más comunes de

formación de rentas monetarias entre el capital y el trabajo, no las explica todas. En algunos casos, el

modelo de intercambio aislado o de competencia unilateral resultan más realistas. Por ejemplo,

cuando un factor productivo dentro de un plan empresarial no sea reemplazable (o lo sea con

gigantescas pérdidas de valor), la remuneración de ése factor productivo sí se determinará por

negociación aislada o incluso por una puja entre sus diversos compradores, llegando a absorber buena

parte de la producción conjunta del plan de negocios: sería el caso del suelo en zonas comerciales muy

concurridas o de profesionales muy cualificados (grandes directivos, futbolistas estrella…). También es

el caso de la rentabilidad extraordinaria que puedan lograr determinados capitalistas cuyas empresas

no puedan ser copiadas por sus rivales debido a sus grandes ventajas competitivas (es decir, un

capitalista puede ensamblar factores productivos al alcance de todos de un modo particular que nadie

más logre emular, logrando entonces embolsarse la diferencia de rentabilidad).

Sea como fuere, y más allá de circunstancias puntuales, la determinación de los salarios y de las rentas

del capital que afluyen a los planes de negocio sin ventajas competitivas se determinan por

intercambios bilaterales (esto es, intercambios con gran competencia entre trabajadores y gran

competencia entre capitalistas). En tal caso, la remuneración del trabajo tenderá a equipararse con su

productividad marginal descontada, y remuneración la del capital, con el residuo que reste tras abonar

los salarios (residuo que deberá ser suficiente para compensar al capitalista por su impaciencia y

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apetito de riesgo). En la medida en que, además, ni capital ni trabajo sean factores complementarios y

no sustitutivos ( <1), el peso de cada uno de ellos sobre la renta nacional no podrá fluctuar

enormemente: si los bienes de capital necesitan de una cantidad mínima de trabajadores para generar

rentas y no hay trabajadores (pues están empleados en otras empresas), entonces esos bienes de

capital no podrán generar nuevas rentas que les sean imputables. Matemáticamente, como ya

expusimos, la remuneración del capital dependerá de la proporción en la que sea usado dentro de la

estructura productiva, corregido por su elasticidad de sustitución por el factor trabajo:

Distinto sería el caso de que capital y trabajo fueran altamente sustituibles: en tal circunstancia, la

creación de nuevos bienes de capital que generaran suficientes rentas futuras como para compensar al

capitalista por la impaciencia y el riesgo asumidos podría continuar indefinidamente. En ese caso, el

peso de las rentas del capital dentro de la renta nacional podría elevarse hasta casi el 100% (aunque sinalcanzarlo): no porque los salarios se hundieran a cero, sino porque casi todas las rentas las generarían

bienes de capital (robots, previsiblemente). Por ejemplo, supongamos que la renta nacional es 100 y

que los salarios se quedan con 70 y los bienes de capital con 30: en tal caso, =30%; imaginemos

que, merced a la robotización de la economía, la renta nacional aumenta a 100.000 y que los salarios

crecen de 70 a 1.000 aun así, pasaría del 30% al 99%.

En suma, el tipo de interés al que se descuentan las rentas (r, aunque sería mejor diferenciarlo como i)

es una variable exógena determinada por la preferencia temporal y la aversión al riesgo; es una

relación entre rentas monetarias que se determina como el resto de precios de la economía; y es

una variable dependiente de r y .

Llegados a este punto, ya es posible entender enteramente por qué r puede ser superior a g sin

que y crezcan de manera ilimitada:

1.  Que la impaciencia y el apetito de riesgo determinen un tipo de interés superior a la tasa de

crecimiento de la economía solo impone una línea de flotación mínima a la acumulación de

nuevo capital: el capital que no espera que genere rentas suficientes como para que su tasa de

retorno supere ese tipo de interés, no llegará a reinvertirse. Por tanto, no toda la rentanacional (tampoco toda renta del capital) es ahorrada: a saber, s puede ubicarse muy por

debajo del 100%.

2.  Que se opte por ahorrar y reinvertir una parte de la renta nacional no significa que esa

inversión vaya a ser exitosa y a generar nuevas rentas (puede tratarse de una inversión

ruinosa).

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3.  Que la reinversión sea exitosa no significa que todas las rentas nuevas que genere vayan a

parar a los capitalistas (incrementen ), ya que parte de las mismas pueden ir a parar a los

trabajadores en forma de mayor masa salarial (será el caso típico cuando <1).

4.  Que la mayor parte de las rentas generadas por una nueva inversión individual vayan a parar a

los capitalistas no significa que, simultáneamente, no estén destruyendo las rentas del capital

que vayan a parar a otros capitalistas: es decir, una inversión exitosa del capital puede

desplazar y dejar sin valor las inversiones de sus competidores. Lo que importa a escala

agregada son las rentas totales del capital y si estas no crecen (porque en parte se fagocitan

entre sí), su peso sobre la producción total ( ) y el valor actual de la riqueza nacional ( )

tampoco lo harán.

Por ejemplo, si =30%, g=2%, r=5% y s=12%, entonces tendrá un valor de equilibrio del 600%. Si

la tasa de ahorro aumentara al 30% sin que variara el tipo de interés y la tasa de crecimiento a largo

plazo de la economía, sólo tendería a adoptar un valor del 1.500% (determinado según la “segunda

ley fundamental del capitalismo”) sí y sólo sí  las nuevas inversiones acometidas con esa inyección de

nuevo ahorro consiguieran incrementar autónomamente la producción total de la economía lo

suficiente como para que aumentara hasta el 75%. Dicho de otro modo: si esas inversiones siguen

siendo relativamente intensivas en trabajo o si, siendo muy intensivas en capital, no logran aumentar la

producción lo suficiente como para copar el 75% de todo lo producido, entonces significará que parte

del nuevo ahorro es absorbido por alzas salariales o dilapidado en forma de malas inversiones (de

modo que no se ubicará sosteniblemente en 1.500%).

Nótese cómo Piketty altera absolutamente el orden causal de los acontecimientos: no es la

acumulación de ahorro en forma de capital ( ) rentabilizado a una tasa exógena (r) lo que

determina , sino que es la inteligente inversión del ahorro lo que determina y, a través de su

descuento a un tipo de interés exógeno (r o, mejor expresado, i), también . El orden causal que

emplea Piketty le permite eliminar la función esencial del capitalista como asignador empresarial del

ahorro (como creador de estructuras de activos generadoras de renta futura), explicando la porción de

la renta nacional que afluye hacia ellos como el resultado de la mera acumulación de ahorro pasado. Es

por eso por lo que, además, Piketty considera que una sociedad donde el capital cope porciones

crecientes de la renta nacional no es una sociedad meritocrática: porque su análisis obvia el mérito delos capitalistas a la hora de asignar el capital maximizando la generación de riqueza. Una pura petición

de principios cuyos errores se ponen de manifiesto cuando entendemos que la inversión pasada del

ahorro no garantiza rentabilidades futuras y que el valor del capital sólo puede sostenerse en el tiempo

en tanto en cuanto sea capaz de seguir generando rentas futuras.

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Con este artículo cerramos la crítica al modelo teórico de Piketty. En los próximos textos

reflexionaremos sobre su análisis sobre la evolución de la desigualdad occidental en las últimas

décadas; análisis que empleará como premisa el modelo teórico que acabamos de rechazar.

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Leyendo a Piketty: La desigual desigualdad en salarios

y capitalEn su bloque tercero de Capital en el siglo XXI, Thomas Piketty se sumerge de lleno en el análisis de la“estructura de la desigualdad”. A la postre, en los capítulos anteriores se limitó a exponer un

(equivocado) modelo económico según el cual las rentas del capital irían ganando progresivamentepeso dentro de la renta nacional. Pero, hasta este punto, la desigualdad todavía no ha entrado en suexposición: una sociedad donde las rentas del capital vayan ganando peso dentro del PIB no es unasociedad necesariamente más desigual (si el capital está distribuido muy equitativamente, el aumentode las rentas del capital no alterará la distribución agregada de la renta). ¿Por qué, entonces, el

economista francés liga el incremento de la ratio capital/renta (de ) con la desigualdad?Pues, tal como nos explica en su capítulo 7, porque históricamente la distribución de la propiedad delcapital siempre ha sido mucho más desigualitaria que la de las rentas del trabajo. A juicio de Piketty,esta regularidad histórica se explica por el enorme peso que desempeña la herencia a la hora dedeterminar la distribución del capital: la distribución presente del capital se ve altamente influida porsu distribución pasada, por lo que existe un fuerte efecto de dependencia del camino en su

distribución.A modo de ilustración, Piketty nos muestra dos tablas comparando la distribución de las rentassalariales y de la propiedad del capital en distintos modelos de sociedades (esto es, qué porcentaje delas rentas salariales o de la propiedad del capital recae sobre el tramo del 10% más alto de ladistribución, sobre el 50% más bajo, y sobre el 40% de en medio).Podemos observar que incluso en las sociedades más igualitarias conocidas (las nórdicas), ladistribución salarial es mucho más igualitaria (los ciudadanos en el top 10% de la distribución salarialconcentran el 20% de toda la masa salarial) que la distribución de la riqueza (los ciudadanos en el top10% de la distribución del capital concentran el 50% de la propiedad de la riqueza nacional).Distribución salarial 

Baja

desigualdad

(nórdicos) 

Desigualdad

media

(Europa 2010) 

Alta desigualdad

(EEUU 2010) Extrema desigualdad

(¿EEUU 2030?) 

El 10% más alto  20% 25% 35% 45%

(El 1% más alto)  5% 7% 12% 17%

El 40% de en medio  45% 45% 40% 35%

El 50% inferior  35% 30% 25% 20%

Distribución de la riqueza 

Baja

desigualdad

(nórdicos) 

Desigualdad media

(Europa 2010) 

Alta

desigualdad

(EEUU 2010) 

Extrema desigualdad

(¿EEUU 2030?) 

El 10% más alto  50% 60% 70% 90%

(El 1% más alto)  20% 25% 35% 50%El 40% de en medio  40% 35% 25% 5%

El 50% inferior  10% 5% 5% 5%

Dado que la desigualdad de la renta en una sociedad depende de la desigualdad en la distribución de larenta salarial y de las rentas del capital, y dado que las rentas del capital han estado históricamentemucho más desigualitariamente distribuidas que las salariales (debido a los efectos de la herencia),Piketty asume que, si la acumulación de capital prosigue durante las próximas décadas, las

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desigualdades en la renta continuarán acrecentándose. Y esto, insiste el economista francés, constituyeun serio problema para nuestras sociedades democráticas, las cuales se fundamentan en la idea de que“las desigualdades basadas en el talento y el esfuerzo individual son más justificables que otro tipo de

desigualdades”. Así, de entrada, parecería sencillo comprender que desde los 70 las desigualdades hayan vuelto aaumentar en todo el mundo y, especialmente, en EEUU: el 10% de individuos con mayor renta han

pasado de copar el 33% de la renta nacional agregada al 46%; por su parte, el top 1% ha incrementadosu participación del 8% a casi 18%y el top 0,1% del 2% al 7,5%).

Ahora bien, la tesis de Piketty se topa con un primer obstáculo fundamental: entre el 50% y el 60% deeste considerable aumento de la desigualdad en la distribución de la renta acaecido desde mediadosde los 70 se debe al aumento de la desigualdad dentro de las rentas del trabajo… no al aumento de la

desigualdad en las rentas del capital. O, en otras palabras, todo el modelo de Piketty desarrollado en laprimera parte no sirve en absoluto para explicar más de la mitad del aumento de la desigualdad en ladistribución de la renta sucedido desde los 70.Esta circunstancia le lleva a Piketty a reformular su tesis central para hablar de dos tipos dedesigualdad: la que surge en sociedades hiperpatrimonialistas (donde la desigualdad de la renta totalse explica por la distinta distribución de la propiedad del capital) y la que surge en sociedadeshipermeritocráticas (donde la desigualdad de la renta total se explica por la desigualdad de las rentassalariales). En parte, claro, ambas desigualdades pueden realimentarse: los individuos con una mayorrenta salarial tendrán más facilidades para ahorrar y constituir un patrimonio que podrán legar a lasgeneraciones venideras, permitiendo que sus descendientes vivan de la renta derivada de la riquezaheredada.Por eso, el economista francés defiende que hay que combatir ambos tipos de desigualdad: la extrema

desigualdad salarial procedente de los altísimos salarios de los grandes directivos y la extremadesigualdad en la propiedad del capital procedente de la herencia. Lo primero se combatirá con tiposmarginales sobre la renta cuasi-confiscatorios y lo segundo con impuestos sobre la riqueza. Con tal deestructurar mejor nuestra crítica a Piketty sobre la distribución de la renta, en los próximos artículosnos sumergiremos de lleno en el análisis de la evolución de la desigualdad salarial y en la de lapropiedad del capital.De momento, y antes de finalizar esta introducción, simplemente clarificar una cuestión: el llamativocontraste entre la desigualdad salarial y la desigualdad en la propiedad del capital no deberíasorprendernos en exceso. Aunque Piketty la atribuye especialmente al peso intergeneracional que

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 juega la herencia, la mayor parte de la desigualdad podría subsistir en sociedades extraordinariamenteigualitaristas por un motivo muy simple: las personas comienzan percibiendo un salario desde laadolescencia pero los grandes patrimonios suelen amasarse a edades mucho más tardías. Por ello,incluso una sociedad que hiciera tabla rasa en la propiedad del capital tendería rápidamente adesarrollar una fuerte desigualdad en su propiedad.Por ejemplo, supongamos una sociedad donde se trabaja desde los 26 a los 65 años y se vive del

patrimonio acumulado desde los 66 a los 85. Asumamos que el salario es el mismo para todos lostrabajadores y que todos ellos ahorran un 30% del mismo, el cual logran rentabilizar cada año a unatasa media del 5,5%. Igualmente, asumimos que las herencias se destruyen una vez fallece elpropietario y que la cantidad de trabajadores en cada franja de edad es la misma. Es obvio, pues, queestamos ante la sociedad más igualitaria imaginable: no hay nunca diferencias de partida y el salario esel mismo para todos los trabajadores. Pues bien, dentro de esta sociedad extremadamenteigualitarista, nos encontraríamos con una distribución de la propiedad del capital por franja de edad talque así (asumimos, por simplicidad, que en cada franja sólo hay una persona):

Salario Propiedad del

capital 

26  1 0,30

27  1 0,62

28  1 0,95

29  1 1,29

30  1 1,66

31  1 2,04

32  1 2,44

33  1 2,86

34  1 3,31

35  1 3,77

36  1 4,26

37  1 4,78

38  1 5,3139  1 5,88

40  1 6,47

41  1 7,10

42  1 7,75

43  1 8,44

44  1 9,16

45  1 9,92

46  1 10,72

47  1 11,55

48  1 12,43

49  1 13,3550  1 14,32

51  1 15,33

52  1 16,40

53  1 17,52

54  1 18,70

55  1 19,93

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56  1 21,23

57  1 22,59

58  1 24,02

59  1 25,52

60  1 27,10

61  1 28,7562  1 30,49

63  1 32,31

64  1 34,23

65  1 36,24

66  38,05

67  39,95

68  41,95

69  44,05

70  46,25

71  48,56

72  50,9973  53,54

74  56,22

75  59,03

76  61,98

77  65,08

78  68,34

79  71,75

80  75,34

81  79,11

82  83,06

83  87,22

84  91,58

85  96,16

TOTAL  40 1.779,26

De este modo, en esta sociedad altamente igualitarista, la masa salarial y la propiedad del capitalquedarían concentradas del siguiente modo:

Salarios Propiedad del

capital 

El 10% más alto  10 28,8%

(El 1% más alto)  1% 3,2%

El 40% de en medio  40% 57,8%

El 50% inferior  50% 13,4%

Dicho de otra forma, incluso en la sociedad más igualitaria que podemos llegar a imaginar, el 10% másrico de la sociedad tendería a concentrar naturalmente un elevado porcentaje de la riqueza nacional(en este caso, el 30%), mientras que el 50% más pobre apenas se contentará con una pequeña porción(en este caso, el 13%). Modifiquen el cuadro anterior introduciendo supuestos más realistas (sí existenherencias, las rentas salariales no son tan igualitarias, las tasas de ahorro no son idénticas entre todos

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los ciudadanos, la pirámide demográfica va invirtiéndose y las habilidades para rentabilizar el capital noes que no sean homogéneas entre los inversores, sino que la divergencia entre sus tasas de retornoresulta explosiva) y entenderán por qué la desigualdad en la propiedad del capital tiende a ser muchomás extrema que entre las rentas salariales.Pero el análisis de todos estos elementos lo dejamos para los próximos artículos.

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Leyendo a Piketty: la expansiva desigualdad salarialComo ya expusimos en el anterior artículo, la mitad del aumento de la desigualdad en la distribución de

la renta desde finales de los 70 no se ha debido a las dinámicas intrínsecas al capitalismo que describe

Piketty en la primera mitad de su libro sino al aumento de la desigualdad en las rentas salariales. Es lo

que el francés llama sociedad “hipermeritocrática”. En el presente texto, analizaremos este aumentode la desigualdad salarial para comprobar si los razonamientos de Piketty son realmente consistentes.

Una panorámica de la desigualdad salarial en las últimas cuatro décadas 

EEUU probablemente sea el caso más paradigmático de aumento de la desigualdad salarial durante los

últimos 40 años: el 10% de individuos con mayor salario han pasado de copar el 28% de toda la masa

salarial en 1979 a obtener casi el 35% en 2010; asimismo, el 1% con mayores salarios ha pasado del 6%

al 11% (eso significa, además, que el 66% del aumento del peso de la renta salarial del top 10% se

explica por la mayor remuneración del top 1%).

Este proceso de desigualdad dentro del capitalismo no puede explicarse como resultado de las

dinámicas expuestas por Piketty en la primera parte del libro: no es una desigualdad fruto de la

acumulación de capital (al menos tal como lo define Piketty: excluyendo el capital humano) sino del

trabajo desempeñado y —por tanto, dentro del marco pikettyiano— del mérito. Pero en este punto el

economista francés también objeta: la teoría que utilizan la mayoría de economistas para explicar estas

divergencias salariales, basándolas exclusivamente en el mérito, es incorrecta y se hace necesario

hallar otro tipo de explicaciones.

En concreto, la teoría dominante es que los salarios dependen de la productividad marginal del

trabajador y que ésta dependerá, a su vez, del nivel educativo del trabajador y de la tecnología

disponible en una sociedad: a más educación y mejor tecnología, salarios más elevados. Una relación

que, en el caso de EEUU, sí parece tener un cierto respaldo empírico.

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 Fuente: Acemoglu y Autor (2010) 

Además, también hay que tener en cuenta que los trabajadores más cualificados no sólo han pasado a

cobrar más, sino que también han incrementado sustancialmente las horas semanales que trabajan: en

1979, sólo el 15% de los hombres en el quintil salarial más alto trabajaban más de 50 horas semanales,

mientras que en 2006 ese porcentaje ha aumentado hasta el 26%; por el contrario, el porcentaje de

hombres en el quintil salarial más bajo que trabaja más de 50 horas semanales ha caído del 21% al

13%. Más salarios y más horas trabajadas implican un porcentaje mayor de la distribución salarial.

Piketty no es que niegue la dependencia parcial de los salarios de la tecnología, de la educación o de las

horas trabajadas: es que considera que hay otros factores en liza que son especialmente relevantes a la

hora de determinarlos. A ese conjunto de factores los denomina “factores institucionales” y se refieren

al conjunto de normativas, hábitos culturales o estructuras de poder que contribuyen a determinar las

magnitudes salariales: dado que no siempre es sencillo calcular por adelantado cuál es la productividad

marginal de un trabajador, los salarios podrían terminar fijándose en gran medida por estos factores

institucionales.

La influencia de las leyes de salario mínimo 

Un ejemplo de estos factores institucionales que contribuyen a determinar los salarios son las leyes de

salario mínimo. Piketty considera que, dentro de determinados límites que no sobrepasen la

productividad marginal de los trabajadores, las leyes de salario mínimo pueden contribuir a

incrementar los sueldos más bajos de una economía y, por esa vía, reducir la desigualdad salarial.

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Por ejemplo, el economista francés compara la evolución de las leyes de salario mínimo en Francia y en

EEUU, atribuyendo buena parte de la reducción de las desigualdades salariales en Francia a este

elemento: un salario mínimo más elevado significa mayores salarios en los tramos bajos del mercado

laboral y, por tanto, menor desigualdad. A este respecto, Piketty considera que ya ha llegado el

momento de elevar el salario mínimo federal en EEUU hasta unos 10 dólares la hora, pues tal

movimiento sería escasamente distorsionador.

Sucede que la evidencia empírica disponible a propósito de los salarios mínimos tiende a indicar que su

incremento contribuye a incrementar el paro (o reducir el ritmo de creación de empleo), reducir las

horas trabajadas y, en última instancia, minorar los ingresos familiares. Y, siendo así, difícilmente podrá

sostenerse que la caída de los ingresos familiares entre los trabajadores menos cualificados contribuye

a estrechar las desigualdades. De hecho, no parece que la estrategia más inteligente para defender un

elevado salario mínimo sea la de comparar el mercado laboral estadounidense con el francés: a partir

de comienzos de los 80, momento en el que EEUU deja de incrementar su salario mínimo federal en

términos reales, la tasa de paro en EEUU se ha situado sistemáticamente por debajo de la francesa: la

tasa media de paro francesa entre 1983 y 2013 ha sido del 9,3% y la de EEUU del 6,2%. Esos 3,1 puntos

de paro son individuos excluidos del mercado laboral que, por tanto, no obtienen una renta del

mercado y que contribuyen a acentuar las desigualdades.

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 Fuente: FMI

Más grave todavía son los resultados en cuanto a tasa de empleo: es decir, el porcentaje de gente

trabajando sobre la que tiene edad de trabajar. En tal caso, la tasa de empleo media de Francia en el

período 1983-2013 ha sido del 62% y la de EEUU del 70%: ocho punto de diferencia que han equivalido

a una media de casi 15 millones de personas en EEUU. Es decir, si EEUU hubiese exhibido la tasa de

empleo de Francia entre 1983 y 2013, habrían trabajado en ese país una media de 15 millones depersonas medias por año. ¿Habría contribuido ello a reducir las desigualdades en EEUU o más bien a

incrementarlas?

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Fuente: FMI y Banco Mundial

Al final, pues, parece que la productividad sí tiene su influencia a la hora de determinar los salarios y el

empleo: elevar los costes de la contratación creando un mercado laboral muy rígido (no sólo, pero

también, a cuenta del salario mínimo) hace que muchas personas de baja productividad se vean

excluidas del mismo.

Pero la crítica verdaderamente relevante de Piketty contra la determinación de los salarios a través dela productividad marginal no se centra en los bajos salarios (donde acepta parcialmente que, en

determinadas condiciones, el salario mínimo pueda generar paro), sino sobre todo en los salarios altos:

más en concreto, los salarios de lo que él llama superdirectivos.

El chivo de los superdirectivos 

Los superdirectivos son “altos ejecutivos de grandes empresas que han logrado obtener

remuneraciones extraordinariamente elevadas por su trabajo”. Según Piketty, el surgimiento de una

clase de superdirectivos es uno de los principales factores que explica el aumento de la desigualdad en

las rentas salariales a partir de la década de los 70. Como ya dijimos, dos tercios del aumento del peso

del top 10% salarial sobre la masa de salarios se corresponde con el aumento de peso del top 1%

salarial, donde los superdirectivos tienen una notable presencia. Pero, ¿cómo es posible que los

superdirectivos hayan visto incrementar de manera tan rápida sus remuneraciones a partir de la

década de los 80?

Piketty especula que, de nuevo, la fijación de salarios mediante la productividad marginal no aplica a

los superdirectivos: “Dado que es imposible estimar específicamente la contribución de cada directivo

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a la empresa, es inevitable que su salario se fije mediante mecanismos arbitrarios y dependientes de

las relaciones jerárquicas y del poder relativo de negociación de cada parte”. Los directivos, en suma,

son capaces de fijarse remuneraciones muy elevadas que no están justificadas por su productividad

marginal. Pero, siendo así, ¿por qué los directivos sólo comenzaron a fijarse muy elevados salarios a

partir de los 80? A juicio de Piketty, por las fortísimas rebajas fiscales en el tipo marginal sobre la renta

que tuvieron lugar en la mayoría de países anglosajones como EEUU, Reino Unido o Nueva Zelanda(desde tipos nominales del 90% a tipos del 20%): “Durante los 50 y los 60, los directivos de las

compañías británicas o estadounidenses tenían escasos incentivos a batallar por subidas salariales,

pues entre el 80% y el 90% de las subidas salariales iban a parar al Estado. A partir de 1980, el juego se

transformó radicalmente y los directivos invirtieron mucho más tiempo para convencer al resto de

stakeholders de que debían subirles los salarios”. 

Como prueba de su argumento, Piketty aduce el caso de Francia y Alemania, países que jamás tuvieron

unos tipos marginales máximos tan altos como EEUU y Reino Unido y que, en consecuencia, los fueron

reduciendo mucho menos. Pues bien: en estos dos países, el aumento de la participación salarial del

top 1% ha sido menor; en Francia, por ejemplo, sólo ha crecido del 5,7% al 7,2%. Según Piketty, laescasa rebaja fiscal no incentivó a los directivos franceses a renegociar sus salarios al alza.

La tesis de Piketty de que los superdirectivos son en gran medida responsables de la explosión en la

desigualdad salarial en EEUU —y en el resto de países anglosajones— resulta enormemente

problemática por varias razones. Primero porque en EEUU hay alrededor de 120 millones de hogares,

de manera que el 1% representa una población de 1,2 millones de hogares: parece obvio que no hay en

EEUU 1,2 millones de superdirectivos. Por tanto, no todo el aumento del porcentaje salarial del 1%

puede corresponderse a esta figura. Justamente por eso, Piketty acota todavía más el terreno de juego

y pasa a hablar del top 0,1% salarial: en tal caso, la población es de 180.000 hogares, de los que Piketty

estima que entre el 60% y el 70% sí son superdirectivos.

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¿Qué sucede? Si el top 1% explicaba el 66% del aumento de la renta salarial del top 10%, el top 0,1%

permite explicar menos del 40% del aumento. Y si de ese 40%, sólo alrededor de dos tercios son

superdirectivos, estamos diciendo que sólo un cuarto de la variación salarial del top 10% se explicaría

por los salarios de los superdirectivos. Para las otras tres cuartas partes la tesis de Piketty no sería de

aplicación y habría que recurrir a la explicación mayoritaria: su mayor remuneración se debe a su

mayor productividad.

Estas cifras se ven confirmadas si, en lugar de fijarnos en las rentas salariales, analizamos la evolución

de las rentas totales (para las que sí disponemos de datos desagregados). Entre 1979 y 2005, el top

10% de la distribución de la renta total estadounidense pasó de obtener el 32,5% del PIB al 45%: una

variación de 12,5 puntos. De estos 12,5 puntos, sólo 4,35 puntos (el 35% del total) fueron a parar a las

profesiones de directivos y de gestores financieros que se hallan en el top 1%. Claro que el número de

directivos y gestores financieros representa casi la mitad de la población del top 1% (alrededor de

600.000 hogares), de modo que estamos incluyendo en él no sólo a superdirectivos y supergestores

financieros, sino también a directivos y gestores financieros medios pero bien remunerados. Si, como

hace Piketty, restringimos la definición de superdirectivo a los que se hallan en el top 0,1%,obtendremos que la variación del porcentaje del PIB que afluye a superdirectivos y supergestores

financieros ha crecido 3,16 puntos desde 1979: es decir, sólo el 25% de la variación que ha

experimentado el top 10%.

Pues bien, que entre dos tercios y tres cuartas partes de la variación en la distribución de la renta

experimentada por el top 10% de la distribución salarial no se explique por los superdirectivos, sino por

el aumento de las remuneraciones de médicos, abogados, ingenieros e informáticos no dedicados a las

finanzas, comerciales, profesores, científicos o artistas resta fuerza a la tesis de Piketty de que el motor

esencial detrás del aumento de las desigualdades es la emergencia de la clase superdirectiva y hace

necesario adoptar un modelo explicativo más amplio (por ejemplo, que los individuos más formados y

con mayor contribución a la generación de nueva producción perciben mayor renta, esto es, la teoría

de la productividad marginal).

Segundo, recordemos que, aun cuando el motor fundamental de la desigualdad fuera el surgimiento de

esta clase superdirectiva, semejante circunstancia tampoco sería problemática si fuera una

consecuencia de su superior productividad. Piketty sostiene que no: que es imposible medir la

productividad marginal de los superdirectivos y que éstos han logrado incrementar sus remuneraciones

gracias al mayor poder de negociación alcanzado tras las fuertes rebajas impositivas vividas a partir de

los 80. Y, nuevamente, esta segunda tesis de Piketty también resulta altamente problemática.

Por un lado, el falso que se haya producido un radical cambio de régimen tributario para las rentas másaltas en EEUU. La evolución de los tipos marginales máximos resulta poco informativa, ya que son

meros tipos nominales que no tienen en cuenta todos los restantes elementos que constituyen la

figura tributaria (deducciones, exenciones, bonificaciones…). Para conocer cuáles son los

impuestos realmentepagados por los ciudadanos, es necesario acudir a los tipos efectivos medios: es

decir, la relación entre los impuestos finalmente pagados por el contribuyente y las rentas percibidas.

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Así, es fácil observar que, en términos de tipos medios efectivos, la rebaja ha sido poco apreciable,

sobre todo teniendo en cuenta que a mediados de los 90 los tipos medios efectivos eran similares a los

de finales de los 70 y, sin embargo, la participación del top 1% dentro del PIB ya había crecido del 8% al

14,1% (en 2010 era del 17,4%) y la participación dentro de las rentas salariales había aumentado del

6,2% al 9,8% (en 2010 se ubicaba en el 10,9%).

Fuente: CBO

Por otro lado, no es verdad que exista una irreductible imposibilidad a la hora de determinardinámicamente la productividad marginal de los superdirectivos. No en vano, su remuneración suele

estar ligada a distintos índices que miden el desempeño de la empresa (capitalización bursátil,

rentabilidad sobre activos, aumento de los beneficios, incremento de las ventas…), por lo que los

salarios de muchos superdirectivos se ajustan automáticamente al valor que han generado para la

empresa.

Pero es que, aun en el caso de que los superdirectivos percibieran un salario fijo, el tanteo

descentralizado del mercado conseguiría descubrir poco a poco cuáles son las remuneraciones más

adecuadas. Si una empresa contrata a un superdirectivo por un sueldo fijo de 20 millones de euros

anuales y, posteriormente, sólo es capaz de generar un valor adicional de 10 millones anuales en

nuevos ingresos, los propios accionistas tenderán a despedirlo o a bajarle el sueldo; si, en cambio,

genera un valor de 50 millones de euros para la empresa, otras compañías tratarán de contratarlo

sobrepujando por él. En este sentido, el mercado de los jugadores de fútbol resulta altamente

ilustrativo: un equipo puede fichar a un jugador ofreciéndole una remuneración elefantiásica por

cuanto espera de él un desempeño igualmente extraordinario. Si ulteriormente ese jugador no está a la

altura de lo esperado, simplemente se prescindirá de sus servicios lo antes posible; si, en cambio, tiene

un desempeño todavía mejor de lo esperado, otro club tratará de contratarlo y deberá aumentársele el

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sueldo para retenerlo en el equipo. En definitiva, el mercado de directivos sí es capaz de ir

descubriendo la productividad marginal de cada uno de ellos para ir ajustando los salarios.

Piketty replica que, en caso de que ello fuera así, deberíamos observar un crecimiento de la renta per

cápita en Estados Unidos y Reino Unido muy por encima del de Francia o Alemania (si los directivos son

más productivos en EEUU o Reino Unido que en Francia o Alemania, esto debería traducirse en máscrecimiento económica), cosa en realidad no ha sucedido: “El crecimiento económico —o, mejor dicho,

el crecimiento de la renta per cápita, a saber, el aumento de la productividad— ha sido similar en todos

los países ricos, con apenas unas décimas de diferencia. A la vista de estos hechos, las grandes

diferencias en cómo ha evolucionado la distribución de la renta en los países ricos [Japón, Alemania,

Francia, Suecia, Dinamarca, EEUU, Reino Unido y Canadá] requieren de otra explicación distinta a la

que nos proporciona la teoría de la productividad marginal”. 

De entrada, hay que decir que no es del todo cierto que el crecimiento de la renta per cápita entre, por

ejemplo, Reino Unido y Francia durante los últimos 30 años haya sido idéntico: la renta per cápita de

Reino Unido (en paridad de poder adquisitivo) ha crecido un 472% entre 1980 y 2010, mientras que la

de Francia lo ha hecho en un 357%. Ahora bien, la teoría de la productividad marginal no sostiene que

las diferencias en el crecimiento económico justifican per se cambios en la distribución de la renta: si,

por ejemplo, todos los agentes económicos incrementan su productividad en la misma medida (todos

contribuyen en la misma a generar ese crecimiento), la distribución de la renta no tiene por qué variar.

Únicamente cuando los aumentos de la productividad se concentran sobreproporcionalmente en

algunos individuos, éstos tenderán a obtener porciones sobreproporcionales de la renta total,

acentuando las desigualdades en la distribución de esa renta. Por consiguiente, lo relevante no es tanto

si la economía crece más o menos, sino si ese crecimiento es impulsado por una porción mayor o

menor de los agentes económicos.

Por desgracia, conocer desagregadamente cuáles son los agentes económicos que han participadoactivamente en la creación de nueva producción agregada resulta complicado, cuando no imposible.

Ahora bien, en cierto modo podemos aproximarnos a ello a través del concepto de “Productividad

Total de los Factores”. Recordemos: el crecimiento económico de un país puede retrotraerse al

aumento de la mano de obra (L), al aumento de la dotación de capital (K) y al aumento de la

productividad conjunta de ambos (PTF). Las razones que explican una mayor PTF son muy diversas:

capital humano, transferencias tecnológicas, sinergias en la construcción de infraestructuras, sistema

financiero funcional, apertura comercial o seguridad jurídica. Pero, también, un mejor ejercicio de la

función empresarial (es decir, una reorganización más eficiente de los factores productivos dados). Y

aunque es concebible un mundo donde todas las personas fueran empresarios, científicos, artistas o

intelectuales igualmente exitosos (mundo que Nassim Taleb denomina “Mediocristán” en El Cisne

Negro), en las sociedades complejas modernas lo normal es que unos empresarios, científicos, artistas

o intelectuales sean extremadamente exitosos y otros extremadamente fracasados (lo que Taleb

denomina “Extremistán” en El Cisne Negro). Y viviendo en Extremistán, pues, parece razonable pensar

que fuertes aumentos en la PTF indicarán que porciones crecientes de la nueva riqueza están siendo

creadas por la habilidad de unas pocas personas (por ejemplo, el top 1%).

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Y, justamente, eso es lo que observamos: las sociedades donde la participación en la renta total del top

1% ha crecido más intensamente durante las últimas cuatro décadas son aquellas sociedades donde no

sólo la renta per cápita del país ha crecido más, sino también donde la productividad total de los

factores se ha incrementado en mayor medida (calculamos la PTF como la tasa de variación entre la

PTF media entre 1970-1979 y 2000-2009). Reino Unido, por ejemplo, es el país occidental donde el top

1% más ve aumentar su participación sobre el PIB desde finales de los 70 (casi un 150%), pero tambiénes el país donde más crece la renta per cápita y donde ese superior aumento de la renta per cápita está

más vinculado al aumento de la PTF. Con EEUU, Australia o Suecia sucede algo similar: alto crecimiento

de la renta per cápita y alta expansión de la PTF. En cambio, en Francia, Alemania o España  –países

donde la participación del top 1% apenas se incrementa desde los 70 —, el aumento de la PTF no juega

prácticamente ningún papel (es decir, la creación de nueva producción acaece simplemente por un

mayor uso de capital y trabajo).

Fuente: Piketty y Penn World Table 8.0

La correspondencia dista de ser perfecta: en Canadá, por ejemplo, la PTF decrece y, en cambio, la

participación sobre la renta del top 1% aumenta notablemente; en Dinamarca, por el contrario, la PTF

crece tanto como en EEUU y, sin embargo, la participación del top 1% apenas se incrementa. Pero

tampoco debemos sorprendernos: es obvio que no existe una causalidad unívoca y lineal entre PTF e

incremento de la participación del top 1% (aunque sólo sea porque la medición agregada de la PTF noes ni mucho menos perfecta), pero sí es fácil observar que, en general, el mayor aumento de la

participación en la renta del top 1% está correlacionada positivamente con el incremento de la renta

per cápita y con el incremento de la PTF; es decir, cuanta mayor producción contribuya a crear una

pequeña porción de los ciudadanos, mayor será su participación en la renta total.

La tesis de Piketty de que la participación en la renta del top 1% o del top 10% se debe a que la

histórica rebaja de los tipos marginales máximos sobre la renta ha conferido a los superdirectivos un

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mayor poder de negociación no es convincente: primero porque apenas ha habido rebaja en el tipo

efectivo (muy moderada para el top 1%, cuasi inexistente para el top 10%); segundo, porque entre dos

tercios y tres cuartas partes del aumento de rentas del top 10% no se explica por las mayores

remuneraciones de superdirectivos, sino de profesionales en su mayoría autónomos que, por tanto,

venden sus servicios en el mercado y donde la productividad marginal sí es mucho más

inmediatamente determinable (de hecho, lo llamativo del caso francés, alemán o danés no es tantoque el top 1% apenas haya aumentado su participación en la renta agregada, sino que el top 10%

tampoco lo ha hecho, lo que ilustra una amplia dispersión en los vectores del crecimiento dentro de

estos países: más Mediocristán que Extremistán). Más razonable —y coherente con la teoría— resulta

la explicación de que el top 1% cobra más, cuanto mayor haya sido su contribución a la generación de

la nueva producción.

Empero, imaginemos por un momento que Piketty tiene razón: que, en efecto, la creciente desigualdad

de la renta se explica porque las rebajas impositivas han reforzado el poder de negociación de los

directivos de las grandes empresas, pudiendo gracias a ello acceder a salarios mucho mayores.

¿Quiénes serían los principales beneficiarios de regresar a un mundo con tipos impositivos máselevados que permitieran socavar el poder de negociación y los salarios de los superdirectivos? ¡Los

accionistas de las empresas que los contratan! En el fondo, los altos salarios de los superdirectivos

constituyen un conflicto redistributivo del excedente generado entre capital y trabajo: si rechazamos la

teoría de la productividad marginal y consideramos que los superdirectivos desempeñarán tanto

trabajo y tan bueno como el actual a cambio de salarios mucho menores, serán los accionistas los que

terminarán llevándose el gato al agua; los ingresos de la empresa se mantendrán y sus gastos

(salariales) se reducirán, de modo que sus beneficios se dispararán.

Piketty, pues, cae presa de sus propias contradicciones: después de haber dedicado medio libro a

deplorar las tendencias desigualitarias del capitalismo debido al automatismo de la acumulación de

capital a altas tasas de retorno, termina describiéndonos un mundo donde la mitad del aumento de la

desigualdad se debe a que… una minoría de trabajadores explotan a los capitalistas erosionando sus

tasas de retorno.

Sea como fuere, la desigualdad salarial que describe el economista francés parece estar basada, más

bien, en contribuciones divergentes a la creación de riqueza por parte de los distintos agentes

económicos. Se trataría, pues, de una diferencia basada en el mérito y no en la herencia: por tanto, una

diferencia no criticable desde la perspectiva meritocrática de Piketty. A la postre, ni siquiera podría

rechazarse apelando a supuestas externalidades negativas: que un grupo de agentes genere más

riqueza que el resto no dificulta a ese resto generar riqueza, sino que en todo caso lo facilita (es más

fácil generar riqueza en una sociedad rica que en una sociedad pobre).

Sólo comprendiendo que el mundo se parecerá cada vez más a Extremistán y cada vez menos a

Mediocristán conseguiremos maximizar los beneficios que ello conlleva y minimizar sus perjuicios: no

necesitamos sociedades más rígidas, inflexibles y planificadas centralizadamente, sino sociedades

mucho más adaptables al cambio (sociedades más “antifrágiles”, en la terminología de Taleb). No más

Estado, sino más libre mercado.

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Claro que, para Piketty, el gran problema de verdad del capitalismo se halla en que el capital se halla

históricamente cada vez más concentrado: un problema que analizaremos en el próximo artículo.

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Leyendo a Piketty: el surgimiento de las clases medias

capitalistasPese a que la mitad del aumento de la desigualdad en la distribución de la renta acaecido desde los años

70 se debe al incremento de la desigualdad en las rentas del trabajo, Piketty considera que el problema

esencial del capitalismo moderno se halla en la desigualdad de las rentas del capital que a su vez derivade la desigualdad de la propiedad del capital.

No en vano, el modelo teórico que presenta en la primera parte de su libro se orienta a eso: a demostrar

que las dinámicas del capitalismo tienden muy probablemente a reforzar la supremacía de las rentas del

capital sobre las del trabajo. Sin embargo, como ya tuvimos ocasión de comentar, el que las rentas del

capital ganen peso sobre las rentas del trabajo no implica, automáticamente, que la desigualdad

aumente: si las rentas del capital estuvieran equitativamente distribuidas, podría suceder que incluso

aumentara la igualdad con el mayor peso de las rentas del capital sobre el conjunto de la renta nacional.

Por eso, Piketty intenta demostrar que sí ha habido una tendencia histórica hacia la concentración de la

propiedad del capital que el francés atribuye a dos elementos: la herencia y los retornos crecientes a

escala. En este artículo analizaremos si, en efecto, se ha producido esa tendencia histórica a laconcentración del capital; en próximos artículos procederemos a valorar importancia de la herencia y de

los rendimientos crecientes a escala a la hora de explicar la desigualdad en la propiedad del capital.

Una panorámica de la desigualdad del capital en los últimos dos siglos 

Aunque Piketty recuerda al comienzo de su capítulo 10 que la propiedad del capital tiende a estar mucho

más concentrada que la de las rentas del trabajo, él mismo reconoce que, en contra de sus pronósticos

catastrofistas, a lo largo de los doscientos últimos años se ha producido una notable reducción de la

desigualdad en la propiedad del capital en prácticamente todos los países del mundo: el 10% de

individuos más ricos de la sociedad poseen actualmente entre el 60-70% de toda la riqueza nacional,

cuando en 1810 poseían el 80% y en 1914, el 90%.

Más abrupta todavía ha sido la caída del porcentaje de la riqueza nacional en manos del top 1%: desde

el 45%-55% en 1810, o del 60-70% en 1914, hasta el 20%-30% actual.

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Lo sorprendente para Piketty, sin embargo, no es que a partir de la Primera Guerra Mundial la porción

de la riqueza nacional en manos del 10% o 1% más rico de la sociedad se haya desplomado, sino que no

haya regresado a sus niveles previos a pesar de la tímidamente ascendiente tendencia de los últimos 30

años. Y, en esta sede, el francés reconoce abiertamente que “no posee ninguna explicación definitiva y

totalmente satisfactoria”. 

A pesar de ello, Piketty sí desliza una hipótesis: entre 1914 y 1950 se produjo una gigantesca destrucción

de riqueza debido a las guerras, las inflaciones (e hiperinflaciones) monetarias, las masivas

nacionalizaciones, los procesos de descolonización o los altos impuestos sobre el patrimonio o las rentas

del capital: destrucción de riqueza que se concentró especialmente entre los ciudadanos más

acaudalados. Así, entre 1910 y 1950, la riqueza nacional de Reino Unido pasó de equivaler el 679% al235%, en Francia cayó del 681% el PIB a solo el 278% y en EEUU del 490% al 380%; asumiendo que esa

destrucción de riqueza la sufrieran sobreproporcionalmente los ricos, ello permitiría explicar por qué su

participación en la riqueza total se redujo tan abruptamente. Y, siguiendo con esta línea explicativa, la

única razón por la que los ricos no habrían recuperado su nivel de participación en la propiedad del

capital previo a la Primera Guerra Mundial sería “que no ha transcurrido suficiente tiempo desde 1945”. 

Piketty, empero, se ve forzado a reconocer que esta explicación “no es suficiente por sí sola”. El motivo

es que el cambio en la distribución del capital no sólo ha sido cuantitativo, sino sobre todo cualitativo:

por un lado, el 1% más rico de una sociedad ya no sólo vive merced a las rentas del capital, sino también

a las del trabajo; por otro, la clase media ha pasado de ser propietaria de sólo un 5% de la riqueza nacional

a poseer hasta un tercio de la misma. Asimismo, habría que añadir otro elemento que Piketty no

menciona y que también abunda en la tesis del cambio cualitativo en la distribución de la riqueza: buena

parte de la destrucción del capital acaecida durante la primera mitad del s. XX se debe a la desvalorización

de las tierras de labranza (acontecimiento que no estuvo relacionado ni con las guerras, ni con las

hiperinflaciones, ni con las nacionalizaciones, sino con la obsolescencia de ese bien de capital frente a

otros nuevos). Por consiguiente, se hace necesario hallar cuáles son los elementos que explican ese

cambio cualitativo en la distribución de la propiedad del capital.

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A juicio del economista francés, ese otro elemento son los impuestos sobre el capital: “La explicación

más natural e importante es que todos los gobiernos comenzaron a gravar el capital a lo largo del siglo

XX, y que lo hicieron a tipos importantes (…) Podríamos demostrar que con un tipo efectivo del 30%

sobre el capital, uno puede explicar cambios muy significativos en la desconcentración de la riqueza”.

Por desgracia, Piketty no llega a probar este extremo (remite a su apéndice técnico, pero en el apéndice

técnico no aparece ninguna demostración) y no queda claro cuán significativos son los cambios en la

distribución de la riqueza a los que se refiere. Por ejemplo, en EEUU el 10% más rico de la sociedad poseía

en 1970 el 64% de la riqueza nacional: asumiendo que ese 10% era capaz de rentabilizar esa riqueza al

5% y que el 90% restante se contentaba con un 2%, el 10% más rico debería haber visto incrementada

su participación en la riqueza nacional hasta el 82% en 2010 (aun asumiendo un gravamen del 30% anual

sobre las rentas del capital). En la realidad, sin embargo, apenas superó el 71%. Como ya dijimos y

expondremos en los próximos artículos, Piketty asume que existen retornos crecientes a escala en la

propiedad del capital, por lo que, incluso ubicándonos dentro de sus supuestos, el impuesto sobre el

capital es incapaz de explicar por qué la desigualdad en la distribución de la riqueza no se ha

incrementado mucho más de lo que lo hizo (como tampoco es capaz de explicar, por ejemplo, por qué

las tierras de labranza se desvalorizan y, en cambio, emergen otras formas de capital).

Sin querer restarle importancia al papel que desempeñó la destrucción de riqueza durante la primeramitad del s. XX, creo que los elementos esenciales que permiten comprender el cambio cualitativo del

que habla Piketty es dos: uno por el lado del ahorro y otro por el lado de la inversión.

Por el lado del ahorro, una porción creciente de la sociedad —las clases medias— han sido capaces de

empezar a ahorrar una parte de sus rentas anuales y, gracias a ello, han podido participar en el proceso

social de creación de riqueza. Al cabo, cuando una familia posee una renta tan exigua que apenas es

capaz de ahorrar, tampoco puede capitalizar esa renta adquiriendo los activos que integran la riqueza

nacional. Sin embargo, una vez las rentas comienzan a superar holgadamente el nivel de subsistencia,

masas crecientes de la población pueden convertirse en capitalistas y, por tanto, empiezan a crear

nuevos bienes de capital de su propiedad.

La importancia trascendental de este fenómeno no se le escapa al propio Piketty, quien llega a remarcaren varias ocasiones que: “No nos equivoquemos: la emergencia de una clase med ia verdaderamente

patrimonialista fue la principal transformación estructural en la distribución de la riqueza de los países

desarrollados durante el siglo XX”. Muy en concreto, las series históricas que nos ofrece Piketty en los

capítulos 3 y 4 de su libro ponen de manifiesto que el peso de la vivienda —activo preferentemente

adquirido por las clases medias ahorradoras— dentro del conjunto de la riqueza nacional se más que

duplica entre 1910 y 2010 en Reino Unido, Francia o EEUU:

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Piketty también trata de atribuir este cambio estructural—esta patrimonialización de las clases medias— 

a la influencia de los impuestos sobre el capital, pero debería resultar obvio que el aumento de la

capacidad de ahorro e inversión entre las clases medias no depende de la merma de la capacidad de

ahorro de las clases altas. Uno podría defender con cierta base que las desigualdades en la tenencia del

capital se han reducido por su agresiva fiscalidad, pero no que la patrimonialización de las clases medias

responde a este motivo. Más razonable parece pensar que el progresivo aumento de la renta per capita

en Occidente ha incrementado la capacidad de ahorro de un mayor número de ciudadanos y, en

consecuencia, ha permitido convertirlos en propietarios capitalistas.

El segundo motivo que explica a mi juicio el cambio trascendental en la distribución de la riqueza afecta

a la inversión: a lo largo del s. XX hemos presenciado una transición desde formas de producción poco

complejas (agricultura y ciertas manufacturas industriales) a formas de producción mucho más

complejas (economía del conocimiento). En tal escenario, el valor deja de concentrarse en la tierra o en

la posesión de ciertos activos físicos y pasa a encontrarse mucho más disperso en el conocimiento.

Por desgracia, Piketty no es capaz de valorar la trascendencia de este proceso porque, como ya vimos,

el francés define capital como “el valor de todos los activos no humanos que pueden ser objeto de

propiedad e intercambiados en un mercado”, lo que le lleva a excluir el capital humano de sus

estadísticas. La decisión podrá parecer inocente, pero no lo es. A la postre, no sólo sucede que el

conocimiento está deviniendo el activo más importante de nuestras economías modernas, sino que

además es uno de los dos activos donde predominantemente invierten las clases medias (junto con la

vivienda). Si el efecto de incluir la vivienda en el cómputo de la riqueza nacional nos llevó a constatar laemergencia de una potente clase media patrimonialista. ¿Qué sucedería si en lugar de excluir el capital

humano también lo incluyéramos?

Una omisión trascendental: el capital humano 

Existe una forma más sencilla y coherente de definir capital que cómo lo hace Piketty y es la siguiente:

capital es el valor económico de un factor productivo orientado a conseguir rentas monetarias dentro

del mercado. Bajo esta concepción, los activos intangibles (como el conocimiento técnico, las relaciones

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comerciales o la reputación) también cabe considerarlos capital: en tanto en cuanto son elementos útiles

para generar rentas dentro del mercado, son riqueza. Así, el capital humano (el conjunto de

conocimientos que le permiten a una persona generar valor en el mercado) también es riqueza en tanto

en cuanto constituye una fuente de rentas monetarias evaluable económicamente. O dicho de otro

modo: las rentas futuras que puede generar hoy un ingeniero por el MIT son muy superiores a las que

puede generar un agricultor analfabeto con una pequeña parcela de tierra; no tiene mucho sentido que

consideremos esa pequeña parcela de tierra como riqueza y la formación técnica del ingeniero no.

Aunque Piketty también excluye de su cómputo de riqueza a los bienes muebles (automóviles,

electrodomésticos, mobiliario…), esta omisión resulta cuantitativamente poco relevante: él mismo la  

cifra en menos del 10% de la riqueza nacional. No sucede lo mismo con la educación y la consecuente

formación del capital humano: las familias occidentales destinan una porción gigantesca de sus rentas

anuales a la inversión en educación (ya sea voluntariamente o de manera coactiva, esto es, a través de

la financiación del Estado de Bienestar); una porción gigantesca que precisamente por destinarla a la

inversión en educación no pueden emplearla en adquirir formas alternativas de riqueza. Por tanto, no

capitalizar la inversión en educación equivale a reputar ese gasto como un mero despilfarro consuntivo

de las familias. En EEUU, de hecho, todavía es peor: dado que las familias suelen para invertir en

educación, estos pasivos familiares reducen la riqueza familiar neta en las estadísticas de Piketty pero,en cambio, el activo que se adquiere con ellas no aparece computado en esas mismas estadísticas (lo

que sesga hacia la desigualdad la distribución de la riqueza: la deuda estudiantil en las familias muy ricas

pesa mucho que en las familias de clase media).

Vamos a intentar enmendar esta fundamental omisión de Piketty calculando cuál es el valor del capital

humano en EEUU. Dado que el capital humano no cotiza directamente en ningún mercado (esto es,

carece de mercado secundario), estimaremos su valor económico como el resultante de descontar sus

rentas futuras esperadas. ¿Qué rentas futuras es capaz de generar el capital humano? Sobresueldos: un

trabajador con una mejor formación es más productivo (y cobra más) que un trabajador sin formación.

En la siguiente tabla aparecen los diferenciales salariales con respecto al trabajador sin bachillerato:

Diferenciales medios de remuneración anual en EEUU con respecto a trabajadores sin bachillerato en

2009 (en dólares) 

Bachillerato 

Estudios

universitarios

no concluidos 

Grados

formativos

medios y

superiores 

Grado

universitario 

Máster

universitario 

Grado

universitario

profesional 

Doctorado 

10.386 12.054 19.530 36.424 53.497 107.562 82.813

A partir de esta información, basta con que descontemos a presente estos diferenciales salariales. Por

ejemplo, la formación de bachillerato habilita a un trabajador de 20 años a percibir una renta de 10.386

dólares durante el resto de su vida laboral (45 años); en cambio, un graduado universitario de 40 años

sólo podrá lograr una renta de 36.424 dólares durante 25 años. Por tanto, podemos aplicar la fórmula

del valor actual de una renta futura asumiendo un descuento anual del 5% (el cálculo podría refinarse

todavía más distinguiendo diferenciales salariales según grado formativo y edad, en cuyo caso el valor

del capital humano sería algo menor entre los más jóvenes y algo mayor en las etapas más adultas del

que hemos computado). Si lo hacemos, obtendremos la siguiente tabla, que recoge el valor del capital

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humano según la etapa de vida del trabajador: por ejemplo, un título de doctor a los 20 años tiene un

valor presente de casi 1,5 millones de dólares (pues habilita a quien posee esos conocimientos a obtener

un sobresueldo medio de 82.813 dólares anuales durante el resto de su vida).

Valor actual de los títulos formativos según la edad del trabajador (en dólares) 

Bachillerato 

Estudios

universitarios

no concluidos 

Gradosformativos

medios y

superiores 

Grado

universitario 

Máster

universitario 

Grado

universitario

profesional 

Doctorado 

18 a 24  183.417 212.874 344.900 643.248 944.757 1.899.545 1.462.4

25 a 29  174.485 202.507 328.104 611.923 898.750 1.807.042 1.391.2

30 a 34  166.176 192.864 312.480 582.784 855.952 1.720.992 1.325.0

35 a 39  154.751 179.605 290.997 542.718 797.105 1.602.674 1.233.9

40 a 44  140.003 162.488 263.264 490.996 721.140 1.449.936 1.116.3

45 a 49  121.308 140.791 228.110 425.432 624.845 1.256.324 967.25

50 a 54  97.628 113.308 183.582 342.386 502.872 1.011.083 778.44

55 o 59  67.094 77.869 126.164 235.299 345.591 694.851 534.97

60 a 64  28.250 32.787 53.122 99.073 145.512 292.569 225.25

Llegados a este punto, sólo hemos de multiplicar estos valores actuales por el número de ciudadanos

estadounidenses con tales títulos formativos y, de ese modo, obtendremos el valor agregado del capitalhumano en EEUU.

Ciudadanos estadounidenses por nivel de formación máximo alcanzado en 2010 (en miles) 

Bachillerato 

Estudios

universitarios

no concluidos 

Grados

formativos

medios y

superiores 

Grado

universitario 

Máster

universitario 

Grado

universitario

profesional 

Doctorado 

18 a 24  8.716 10.693 1.481 2.505 155 23 14

25 a 29  5.908 4.310 2.033 5.338 1.182 179 96

30 a 34  5.278 3.442 1.870 4.502 1.592 315 277

35 a 39  5.361 3.328 2.063 4.521 1.662 330 286

40 a 44  6.220 3.265 2.116 4.336 1.636 319 288

45 a 49  7.348 3.659 2.422 4.359 1.677 318 333

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50 a 54  7.215 3.773 2.284 4.070 1.648 328 329

55 o 59  5.979 3.482 1.861 3.565 1.721 300 284

60 a 64  5.089 2.654 1.408 3.028 1.684 351 297

Efectuando la susodicha operación, llegamos al resultado de que el valor de todo el capital humano en

EEUU era en 2010 de 47 billones de dólares. Dado que todas las otras restantes fuentes de riqueza que

computa Piketty ascendían ese mismo año a 65,6 billones de dólares, debería resulta evidente que omitir

el capital humano del cómputo de la riqueza nacional altera gravemente las conclusiones a propósito de

la distribución del capital.

Especialmente si, además, tenemos en cuenta que la distribución de la propiedad del capital humano es

bastante más igualitaria que la del resto del capital: si el 10% más rico de la población poseía el 71,5%

del capital no humano, cuando consideramos el 10% de la población más rica en términos de capital

humano (los graduados profesionales entre 18 y 59 años, doctorados entre 18 y 54 años, másters

universitarios entre 18 y 49 años, y graduados universitarios de entre 18 y 39 años) su participación enel capital humano total se reduce hasta el 42%.

Así, podemos ir un paso más allá: asumiendo que el 1% de ciudadanos más ricos en términos de capital

no humano sean también el 1% de ciudadanos más ricos en términos de capital humano, la participación

de ese 1% en la riqueza total de EEUU caería en 2010 del 33,8% del total al 22,6%; a su vez, la

participación del 10% más rico caería del 71,5% al 59,5%. Es decir, en el peor de los escenarios posibles

(los ciudadanos que integran el top 1% o top 10% del capital no humano son los mismos que integran el

top 1% o top 10% del capital humano), la desigualdad en la propiedad del capital se reduciría

significativamente. Pero adoptando supuestos más realistas (por ejemplo, que el top 1% o 10% del

capital no humano está constituido de media por personas de más de 50 años), la participación del top

1% en la propiedad del capital caería al 20,1% y la del top 10% al 45,3%.

Fijémonos que estos porcentajes (20% del capital para el top 1% y 45% para el top 10%) coinciden con la

participación del top 1% y del top 10% en el conjunto de la renta nacional (17% para el top 1%; 46% para

el top 10%). Y es que cuando pasamos a considerar que la mayor parte de las rentas del trabajo son, en

realidad, retornos del capital (del capital humano), entonces deja de haber una artificial división entre

las rentas del trabajo y del capital, coincidiendo el reparto de la renta total con el reparto del capital.

Ahora bien —y éste es un punto central—, no es que el reparto de la propiedad del capital lo que explica

el reparto de la renta, sino que el reparto de la renta explica el reparto de la propiedad del capital. El

capital es el valor actual de una expectativa de generación de renta futura: si por cualquier motivo

dejamos de ser capaces de generar esa renta, el capital se esfuma. Con el capital humano el asunto es

obvio: el hecho de tener unos conocimientos técnicos de primer nivel no nos garantiza que siempre

vayamos a cobrar un sobresueldo frente a los trabajadores no cualificados. Si nuestros conocimientos se

quedan caducos, si su utilidad desaparece o incluso si somos reemplazados por otras formas de capital

(máquinas), entonces el valor de nuestro capital humano desaparecerá: no es el capital el que da valor a

la renta, sino la renta la que da valor al capital. 

Justamente, esta aplicación de la concepción dinámica del capital al análisis de la distribución

intertemporal de la riqueza la efectuaremos en el próximo artículo. Hasta ahora, de hecho, hemos

asumido que en el top 1% siempre están los mismos ricos y que el otro 99% puede aspirar, como

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mucho, a equipararse con ellos. La realidad, evidentemente, es que la movilidad existe y que del hecho

de que el 1% cope porciones crecientes de la riqueza nacional no puede inferirse en absoluto que los

mismos ricos sean cada vez más ricos. Pero incluso bajo ese muy restrictivo e irreal supuesto, los

resultados palpables del capitalismo en materia de distribución de la riqueza durante el último siglo son

obvias: si a comienzos del s. XX apenas existía una clase media patrimonialista, a principios del s. XXI ya

contamos con una amplia clase media que posee alrededor del 50% de toda la riqueza nacional(incluyendo dentro de la riqueza nacional, claro está, al capital humano). Las desigualdades en la

distribución del capital no se han ensanchado, sino que se han reducido espectacularmente a pesar del

alarmismo de Piketty.

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Anexos

¿Qué pasó con los superricos de 1987?Son muchos quienes tienen una visión estática de la riqueza y caen en el error de considerar que,

cuando una persona se convierte en rico, él y sus herederos serán ricos —y cada vez más ricos— para

siempre. Sin ir más lejos, el economista de moda,Thomas Piketty, trata de demostrar en sudeliciosamente equivocada obra, Capital en el siglo 21, que es muy probable que exista una tendencia

dentro del capitalismo a que la rentabilidad del capital se sitúe por encima de la tasa de crecimiento de

la economía, de manera que la clase capitalista irá acumulando cada vez una porción creciente de la

renta nacional, agravando las desigualdades sociales.

Todavía peor: Piketty también ve probable que los más ricos dentro de la clase capitalista tengan

mayores facilidades para obtener una tasa de retorno superior a la de los capitalistas de menor

dimensión, con lo que el curso natural dentro del capitalismo será a que los superricos (y sus

herederos) se queden con porciones crecientes de la riqueza total. Con tal de demostrar su punto,

Piketty echa mano de la revista de billonarios elaborada anualmente por Forbes: si uno agrega lariqueza de la cienmillonésima parte de la población mundial adulta en 1987 (las 30 personas más ricas

del mundo) y la compara con la riqueza de la cienmillonésima parte de la población mundial adulta en

2010 (las 45 personas más ricas del mundo), llegará a la conclusión de que ésta ha crecido a una tasa

media real del 6,8% (descontando ya la inflación): el triple que el crecimiento anual medio del conjunto

de la riqueza mundial (2,1%).

Los superricos, pues, son cada vez más superricos según Piketty, y no porque se lo merezcan merced a

su exitosa gestión empresarial, sino simplemente por haber acumulado una enorme cantidad de

riqueza capaz de autorreproducirse en modo de piloto automático. Tal como dice Piketty: “Una de las

lecciones más impactantes del ranking de Forbes es que, superado un cierto umbral de riqueza, todas

las grandes fortunas, hayan tenido su origen en la herencia o en la empresa, crecen a tasas

extremadamente elevadas, con independencia de si su propietario trabaja o no trabaja”. 

Sin embargo, Piketty da un salto lógico inadmisible: que la riqueza del estrato más rico de la sociedad

haya crecido a una tasa de retorno anual media del 6,8% entre 1987 y 2010 no significa que las

personas ricas de 1987 sean las mismas que las de 2010. Por ejemplo, si el sujeto A es en 1987 la

persona más rica del mundo con 20.000 millones de dólares, podría suceder que en 2010 esa persona

A se haya arruinado por completo y que otro sujeto B sea, en ese momento, la persona más rica del

mundo con 40.000 millones. ¿Concluiríamos a partir de ese hecho que la conservación y

acrecentamiento de la riqueza es un proceso simple y automático que no requiere de ninguna destreza

personal por parte del propietario? Evidentemente no.

Por suerte, no hay necesidad alguna de lanzar hipótesis teóricas sobre el crecimiento de la riqueza de

los superricos entre 1987 y la actualidad ya que podemos, simplemente, estudiar qué ha sucedido con

los superricos de 1987. ¿Su riqueza ha crecido desde entonces a un 6,8% anual, como afirma Piketty, o

se ha estancado e incluso retrocedido, habiendo sido desplazados por otros creadores de riqueza?

Los diez hombres más ricos del mundo en 1987 

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En 1987, la revista Forbes comenzó a elaborar su lista de billonarios. Si le echa un vistazo casi tres

décadas después, probablemente se sorprenda de no conocer a casi nadie. Y no, la razón esencial no es

que muchos de ellos ya hayan muerto, sino que prácticamente todos ellos han visto mermar su

patrimonio de un modo muy considerable.

Comencemos por el hombre más rico del mundo en 1987: el japonésYoshiaki Tsutsumi, con unafortuna estimada de 20.000 millones dólares. La última vez que apareció en la lista de Forbes fue en el

año 2006 y su riqueza se había hundido a 1.200 millones de dólares, que descontando la inflación

equivalían a 678 millones. Desde entonces su fortuna ha seguido en declive y ya ni siquiera figura en la

lista de Forbes. Pero, tomando como referencia el último valor conocido (678 millones de poder

adquisitivo similar al de 1987), tendríamos que su riqueza se habría hundido un 96% desde 1987: según

Piketty, debería haberse multiplicado por seis.

Sigamos con otro japonés, Taikichiro Mori, el segundo hombre más rico del mundo en 1987. En aquel

entonces amasaba una fortuna de 15.000 millones que le llevaron a convertirse en 1991 en el hombre

más rico del mundo, superando a Tsutsumi. Taikichiro Mori falleció en 1993 y legó su fortuna a dos sus

dos hijos: Minoru Mori y Akira Mori. El patrimonio combinado de ambos a día de hoy es de 6.300

millones de dólares, equivalentes a 3.075 millones de dólares de 1987: un hundimiento del 80% de su

riqueza.

No he sido capaz de encontrar datos referidos a la fortuna actual de los hombres (o de sus herederos)

que ocupaban el tercer y cuarto puesto de la lista, Shigeru Kobayashi y Haruhiko Yoshimoto, con unas

fortunas de 7.500 y 7.000 millones de dólares respectivamente. Pero el hecho de que estuvieran

plenamente invertidos en el sector inmobiliario japonés en 1987 y que apenas exista rastro alguno de

ellos (o de sus familias) por internet, parece sugerir que no habrán seguido mucha mejor suerte que

Tsutsumi y Mori.

El quinto lugar de la lista lo ocupaba en 1987 Salim Ahmed Bin Mahfouz, cambista profesional y

creador del mayor banco de Arabia Saudí (National Commercial Bank of Arabia Saudi). En aquel

entonces gozaba de una fortuna de 6.200 millones de dólares. En 2009 falleció su heredero, Khalid bin

Mahfouz, con una riqueza de 3.200 millones, equivalentes a 1.700 millones de 1987; esto es, un

empobrecimiento del 72,5%.

En el sexto puesto nos encontrábamos con los hermanos Hans y Gad Rausing, dueños de la

multinacional sueca Tetra Pak: entre los dos contaban con un patrimonio de 6.000 millones de dólares.

En la actualidad, Hans Rausing, de 92 años de edad, posee un patrimonio de 12.000 millones de dólares

(y ocupa el puesto 92 entre los más ricos del mundo); Gad murió en el año 2000, pero se estima que

sus herederos amasan una fortuna de 13.000 millones de dólares. En total, pues, han pasado de 6.000

millones de dólares a 25.000. Eliminando la inflación, empero, sucede que el enriquecimiento ha sido

bastante menor: de 6.000 millones a 12.200, lo que equivale a una tasa de rentabilidad media anual del

2,7%. Muy alejada del 6,8% que sugería Piketty.

En el séptimo lugar estaba un trío de hermanos: los hermanosReichmann, propietarios de Olympia and

York, uno de los mayores promotores inmobiliarios del mundo. Su riqueza también se estimaba en

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6.000 millones de dólares, pero cinco años después protagonizaron una de las bancarrotas más

sonadas de la historia, lo que dejó reducido su patrimonio a 100 millones de dólares. Uno de los

hermanos, Paul, consiguió recuperarse de las cenizas y hoy la riqueza de sus herederos se estima en

unos 2.000 millones de dólares, equivalentes a 975 millones de 1987: es decir, unas pérdidas del 84%.

El octavo escalón estaba tomado por otro japonés, Yohachiro Iwasaki, con una fortuna de 5.600millones. Su heredero, Fukuzo Iwasaki, murió en 2012 con un patrimonio de 5.700 millones,

equivalentes a 2.800 millones de 1987: es decir, unas pérdidas patrimoniales del 50%.

Mucha mejor suerte corrió el noveno hombre más rico del mundo de 1987: el canadiense Kenneth Roy

Thomson, propietario de Thomson Corporation (hoy parte del grupo Thomson Reuters). En aquel

momento disfrutaba de un patrimonio de 5.400 millones de dólares y, cuando murió en 2006, había

conseguido incrementarlo hasta 17.900 millones, equivalentes a 9.300 millones de 1987. En este caso,

su tasa de retorno media anual ascendió al 2,9%: de nuevo, muy alejada del 6,8% certificada por

Piketty.

Por último, nos encontrábamos con Keizo Saji, con un patrimonio de 4.000 millones de dólares. Sajimurió en 1999 con una fortuna de 6.700 millones de dólares, lo que descontando la inflación del

período los habría dejado en 4.600 millones: esto es, una tasa de retorno media anual del 1,1%.

La muy complicada conservación del capital 

En contra de lo que muchos suelen imaginar y de lo que Thomas Piketty pretende demostrar, no es

nada sencillo conservar tu patrimonio en una economía de mercado: éste siempre se halla al albur de

las cambiantes preferencias de los consumidores, de la aparición de nuevos competidores que puedan

terminar desplazándote o del posible recalentamiento (y ulterior colapso) del precio de los activos. Es

falso que exista un umbral a partir del cual la acumulación de capital opere de un modo cuasi-

automático.

Al contrario, cuanto mayor sea el patrimonio personal de un individuo más complicado le resulta

rentabilizarlo: las oportunidades para reinvertir a altas tasas de retorno todo su capital son muy

escasas a menos que se quiera dar el salto a otros mercados en los que normalmente no se tiene

ninguna ventaja competitiva. Las mismas razones que llevan a un Estado grande a ser un pésimo gestor

de capitales sirven para explicar por qué los billonarios se van quedando sin ideas y facultades para

gestionar su fortuna… hasta el punto de que no son capaces de reinventarse continuamente y terminan

viendo sus haciendas diezmadas. No en vano, la sabiduría popular a este respecto vale más que las

elucubraciones de muchos economistas miopes: from shirtsleeves to shirtsleeves in three

generations. Hoy, de hecho, ni siquiera se necesitan tres generaciones, bastan tres décadas paraperderlo casi todo.

En 2013, los apellidos Tsutsumi, Mori, Reichmann, Iwasaki o Saji son casi irrelevantes. Asimismo, en

1987, muchos de los hombres más ricos del mundo a día de hoy —Bill Gates, Amancio Ortega, Larry

Ellison, Jeff Bezos, Larry Page, Sergey Brin o Mark Zuckerberg— o estaban trabajando en un garaje, o

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estudiando en bachillerato, o jugando en el jardín de infancia. Veremos cuántos de ellos siguen en la

lista dentro de tres décadas y qué otros geniales creadores de riqueza habrán entrado en ella.

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Piketty destroza a Marx y a KeynesUna de las ideas más generalizadas en la literatura anticapitalista es que las economías de libre

mercado padecen la maldición de la “ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia”: a saber,

que conforme el capital va acumulándose, su tasa de retorno va reduciéndose (pues se asumen

rendimientos decrecientes de la inversión en capital), de manera que finalmente ésta terminaría

desapareciendo y todo incentivo para la nueva inversión se extinguiría.

El sofisma adquirió especial relevancia a partir de Marx, quien le dedicó la parte III del tomo 3 de El

Capital . Según el alemán: “Es una necesidad lógica de la naturaleza del modo capitalista de producción

que, conforme vaya desarrollándose, la tasa de plusvalía media del conjunto de la economía se exprese

en una tasa de ganancia decreciente”. Para Marx, la acumulación de capital en forma de medios de

producción modifica la “composición orgánica del capital”, haciendo que la masa de plusvalor creada a

través de la explotación del trabajo se vaya volviendo relativamente más pequeña con respecto al

capital total. Esto, a su vez, provocaría la incapacidad del sistema económico para reabsorber todas las

mercancías producidas (debido al insuficiente poder adquisitivo de los trabajadores) y, por tanto, la

incapacidad del capital para seguir reproduciéndose y acumulándose: es decir, las crisis seríanconsecuencia de las “contradicciones internas” del capitalismo. 

Décadas más tarde, esta misma teoría fue reavivada John Maynard Keynes, para quien la acumulación

de capital provocaba una inexorable tendencia hacia la reducción de la “eficiencia marginal del capital”.

De acuerdo con el inglés, la acumulación de nuevos bienes de capital reduce la rentabilidad de los

existentes (más competencia para vender unos productos llevan a menos márgenes de beneficio). Para

Keynes, si la tasa de ganancia no había desaparecido por completo ya en su época es porque el

atesoramiento de dinero frenaba el proceso de acumulación de capital cuando éste se volvería

demasiado poco rentable para los capitalistas. Es decir,  el atesoramiento permitía volver el capital

disponible artificialmente escaso: “Estoy convencido de que la demanda de capital se halla

terminantemente limitada en el sentido de que no sería difícil incrementar el stock  de capital hasta un

punto en que su eficiencia marginal disminuyera hasta un guarismo muy reducido (…) Lo anterior

significaría la eutanasia del rentista y, consiguientemente, la eutanasia de ese poder de opresión

acumulativo del que goza el capitalista al explotar el valor de un capital artificialmente escaso”. Era

 justamente la caída y la volatilidad de la tasa de retorno del capital por debajo del tipo de interés del

dinero (ocasionada tanto por la constante acumulación de capital como por las expectativas

fluctuantes) lo que, en opinión de Keynes, provocaba las crisis capitalistas por infrainversión.

Pero, ¿realmente el capitalismo adolece de una tasa de ganancia decreciente? Nada mejor que

consultar al economista de moda: Thomas Piketty y su libro Capital en el siglo XXI.

El sorprendente rescate del capitalismo a manos de Piketty 

Como ya he comentado en otras ocasiones, la mejor parte del libro de Piketty es, con mucha

diferencia, la diversidad y riqueza de datos históricos que proporciona. Su interpretación de los mismos

es mucho más discutible, pero esa es otra cuestión a tratar en otro momento. Pues bien, a este

respecto, el magnum opus de este economista francés arroja dos series de datos que nos servirán para

responder a la pregunta anterior.

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Primero, ¿cuánto ha aumentado la acumulación de capital en los últimos dos siglos? Combinando a

Angus Maddison con Piketty, es fácil calcular que el capital total de Inglaterra (descontando inflación)

se ha multiplicado en 115 veces desde 1700 y en 35 desde 1820. Una tendencia similar se observa en

Francia: 68 veces desde 1700 y 37 desde 1820. Semejante explosión de capital debería haber hundido

las tasas de retorno del capital según Marx y Keynes, ¿no? Pues no.

Justamente, y en segundo lugar, Piketty también nos ofrece una estimación de la tasa media de

ganancia en Inglaterra y Francia desde finales del s. XIX y finales del s. XIX y, lejos de observase una

tendencia a la reducción de la tasa de ganancia, lo que se aprecia es una marcada estabilidad de la

misma en un rango que oscila entre el 4% y el 5% en Inglaterra y el 4% y el 6% en Francia.

Es verdad que Piketty admite que la tasa de ganancia podría haber decrecido muy “ligeramente” en el

siglo XX con respecto al siglo XIX, pero lo cierto es que el motivo de esta caída no se debe a la menor

rentabilidad de las empresas, sino a que el mix de composición del stock agregado de capital ha variado

en los últimos dos siglos. Durante el s. XIX, cuando se aprecia una tasa de ganancia ligeramente

superior a la actual (en torno al 5% en Inglaterra y al 6% en Francia), el stock  de capital de Inglaterra

estaba compuesto por capitales empresariales en un porcentaje de entre el 60% y el 70% (en Francia,

de entre el 30% y el 40%), por tierras de labranza entre un 30% y un 20% (en Francia, entre un 60% y un

45%), y por viviendas en un 10% (en Francia, entre 10% y 15%): es decir, el 85%-90% del capital

nacional era capital productivo. En la actualidad, en ambos países el capital nacional está constituido

en más de un 50% por el capital inmobiliario en forma de viviendas familiares, cuyo retorno y riesgo

son inferiores al del capital productivo (ya sea empresarial o agrario). El mix de capital cambia y su tasa

de retorno mediatambién.

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Por consiguiente, en realidad no ha habido ninguna reducción real de la tasa de ganancias pese a la

gigantesca acumulación de capital que se ha producido desde entonces (no en vano, todo el libro de

Piketty se articula en torno a esa idea: que la tasa de retorno del capital tiende a mantenerse por

encima de la tasa de crecimiento natural de la economía). La evidencia empírica ilustra que Marx y

Keynes se equivocaban pero, ¿por qué lo hacían?

La tasa de ganancia no decrece en el capitalismo 

La idea de que la tasa de ganancias decrece se basa en una premisa equivocada: a saber, que la tasa de

ganancias depende de la productividad marginal del capital y que los retornos del capital son

marginalmente decrecientes (Piketty, de hecho, sigue siendo rehén de este error a pesar de mostrar

empíricamente su inconsistencia). A este respecto, le debemos a la Escuela de Cambridge

(neorricardianos y postkeynesianos) haber colocado académicamente contra las cuerdas a los

defensores de la idea de que la tasa de ganancia depende de la productividad marginal del capital

(Samuelson y Solow, especialmente). Su argumento fue muy sencillo: el capital no es un factor

productivo, sino el valor monetario de un factor productivo (o de una combinación de factores

productivos), de manera que, como sabe cualquier estudiante de finanzas, para calcular el valor

monetario de ese factor productivo será menester descontar sus rentas futuras esperadas al tipo de

interés de mercado. ¿Cómo puedes, pues, el capital determinar el tipo de interés (que en equilibrio

coincide con la tasa de ganancia) cuando el capital está determinado por ese tipo de interés?

En efecto, la teoría de la productividad marginal del interés cae en un cul-de-sac, pues la definición de

capital requiere de un tipo de interés determinado exógenamente al sistema productivo o, como

mucho, codeterminado (ese es uno de los puntos que acertadamente James Galbraith le reprocha a

Piketty: no haber entendido las implicaciones de la Controversia del Capital). Ante esta situación

existen dos alternativas: o seguir a la Escuela de Cambridge en su concepción pre-moderna del interés

(el llamado surplus approach) o admitir que el interés es un fenómeno derivado de las preferenciassubjetivas y marginales de los agentes económicos a propósito del tiempo, el riesgo y la liquidez.  Este

último enfoque es el que adopta la Escuela Austriaca. 

Así las cosas, el valor del capital de una economía es, simplemente, el valor presente de las rentas

netas futuras de sus factores productivos (es decir, el valor que resulta de descontar esas rentas por la

preferencia temporal y la aversión al riesgo de los ahorradores marginales). Eso implica que, salvo

cambios bruscos en la impaciencia y en la cobardía de los ahorradores, la tasa media de retorno sufrirá

escasas variaciones (y, a su vez, ello implica que la relación entre el valor del capital y el PIB dependerá

de la contribución relativa del factor trabajo a la generación del PIB: lo cual, por cierto, resuelve todo el

acertijo pikettyano). Por ejemplo, si el valor de la producción a un año de un factor productivo es 100 yel tipo de descuento del 10%, su valor actual será 90,9; si fuera 200, su valor actual sería de 181,8; si

fuera 50, sería de 45,5. Es decir, sea cual sea su producción física (y el valor monetario de esa

producción), el valor actual del factor productivo es un 10% inferior al su producción dentro de un año

y, por tanto, su tasa de retorno se mantiene constante en el 10% haya mucho capital o muy poco

capital.

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Claro que quizá entonces la cuestión pase a ser: ¿la creación mediante inversión de nuevos factores

productivos reduce su productividad marginal física? Y la respuesta es que no necesariamente:

recordemos que la ley de los rendimientos marginales decrecientes se refiere a que incrementando el

uso de un factor productivo, manteniendo los restantes constantes, la productividad de ese factor se va

reduciendo. Pero, a menos que veamos todo bien de capital como sustitutivo de otro bien de capital (y

no, no son homogéneos: 1.000 cafeteras no son una locomotora), no existe constancia de factores enla creación de nuevos bienes de capital y, por tanto, no hay necesidad de retornos decrecientes. Esto

es algo que entendió muy bien el economista austriaco Ludwig Lachmann en su esencial obra  Capital

and its Structure: el valor de los bienes de capital depende de las estructuras que conformen, de

manera que la creación de estructuras sinérgicas más complejas de bienes de capital puede

incrementar la productividad de todos los bienes de capital aun cuando la tecnología no mejore. Por

ejemplo, construir una central eléctrica para abastecer a una empresa no sale a cuenta: construir una

central eléctrica una vez se hayan creado miles de empresas, sí sale a cuenta. La acumulación de bienes

de capital tiende a generar nuevas oportunidades para acumular nuevos bienes de capital

complementarios.

En definitiva, valiéndonos de la teoría económica, ya podíamos señalar desde hacía décadas que Marx

y Keynes estaban completamente errados. Piketty nos ha proporcionado las evidencias para constatar

su error desde un punto de vista histórico. Y eso, claro, siempre habrá que agradecérselo al economista

francés.

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El apriorismo austriaco y PikettyA la Escuela Austriaca se la suele acusar frecuentemente de vivir instalada en una Torre de Marfil por

desarrollar teorías económicas que se niega a reconocer como falsables por la realidad. Como se nos

suele criticar: “si la realidad no encaja con vuestro modelo, lo que está mal es la realidad”. 

El año pasado mantuve un debate con el profesor José Luis Ferreira que hacía —y sigue haciendo— acusaciones del mismo cariz contra los austriacos y ya tuve ocasión de explicar que esta visión de la

metodología que utilizan los austriacos está tremendamente distorsionada. Lo que realmente sostiene

la Escuela Austriaca son dos puntos:

a) El primero es el de reconocer los límites de la contrastación empírica. No es que ésta sea

imposible en Economía, pero no es tan inmediata como suele asumirse. Todo modelo económico (todo

conjunto de relación económicas básicas y generales) se enriquece con hipótesis auxiliares de carácter

empírico (se adapta al mundo actual) y se utiliza para pronosticar ciertos cambios observables (output)

al verse sometido a ciertos estímulos (inputs). Dado que el modelo económico no describe

específicamente ninguna relación observable —sino que pretende ser un modelo general aplicable a

multitud de circunstancias con un contenido empírico algo distinto— el modelo en sí mismo no es

directamente falsable porque, sin hipótesis auxiliares complementarias, no realiza ningún pronostico

concreto. Por consiguiente, lo único que puede contrastarse empíricamente es la suma del modelo y de

las hipótesis empíricas auxiliares. Pero, si la realidad se coincide con los pronósticos de ese modelo

enriquecido por hipótesis auxiliares, ¿cómo determinamos realmente qué está fallando? ¿Será que las

relaciones económicas contenidas en el modelo no son nunca válidas? ¿Que no lo son sólo ante las

específicas hipótesis empíricas auxiliares que hemos empleado? ¿O es que el modelo es cierto pero

incompleto? ¿O acaso las hipótesis empíricas auxiliares no describen adecuadamente el mundo en el

que estamos? ¿O lo describen adecuada pero incompletamente? ¿O es que los inputs no son

realmente los que hemos observado? Como vemos, la contrastación empírica, siendo necesaria, tiene

un alcance limitado a la hora de decirnos cuándo y en qué nos equivocamos.

b) La otra tesis metodológica importante de la Escuela Austriaca es que dentro de los modelos

existen ciertas implicaciones lógicas que, si las relaciones fundamentales descritas por los modelos son

ciertos, necesariamente habrán de ser ciertas. Atendiendo al punto anterior, habrá un problema serio

en considerar ciertas esas implicaciones lógicas: no tenemos ninguna certeza de que el modelo

económico sea cierto. Es decir, sí, p implica q, de manera que si p es cierto, q también lo es, pero no

hay forma de saber con cierta que p es cierto, por tanto tampoco tenemos forma de decir que q

también lo es. En este punto, la Escuela Austriaca trata de arrojar algo de luz: sí hay ciertos axiomas,

sobre los que extraer implicaciones lógicas, que sabemos necesariamente que son ciertos, sin

necesidad de ulterior contraste empírico (o incluso con ese contraste): de manera paradigmática, el ser

humano actúa deliberadamente. A partir de ahí pueden extraerse implicaciones lógicas que serán

necesariamente ciertas. Nótese que, de este modo, la Escuela Austriaca sólo pretende alcanzar un

modelo económico que sea cierto, consistente y general: pero no pretende sugerir que ese modelo sea

capaz de explicar todos los casos particulares del mundo ni que permita efectuar pronósticos sin la

adopción de hipótesis empíricas auxiliares. Por eso el modelo es válido con independencia de la

realidad (contiene implicaciones lógicas necesarias a partir de un axioma cierto) y, al mismo tiempo,

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puede ser casi irrelevante para explicar la realidad concreta en la que nos movemos. De ahí que la

Escuela Austriaca, una vez abandona el terreno de la teoría económica pura (la confección del “modelo

económico” no directamente falsable), por supuesto que conceda importancia a la investigación

empírica (historia económica, economía aplicada, etc.) para enriquecer el poder explicativo de sus

modelos. No puede ser de otro modo.

¿Por qué traigo a colación todo esto? Porque el método austriaco, tan denostado como

incomprendido, no es tan diferente del que utiliza cualquier economista convencional. Ferreira nos ha

ofrecido hoy un magnífico ejemplo. La famosa obra de Thomas Piketty se basa en que r>g, es decir, que

la tasa de retorno del capital supera el crecimiento de la economía. Piketty no ofrece razones muy

sólidas de por qué esto ha de ser necesariamente así, pero sí ofrece evidencia empírica de que, durante

varios siglos, ha sido así.

Ferreira, antes de leer a Piketty, estuvo negando por activa y por pasiva que el retorno del capital

pudiese ubicarse sostenidamente por encima del crecimiento económico, ya que en caso contrario las

rentas del capital terminarían siendo superiores al PIB (algo que es imposible). Si adoptáramos la

postura empirista extrema, ¿qué debería decir ahora Ferreira? “Lo siento, me equivoqué”. Pero

Ferreira no ha dicho eso: al contrario, ha defendido que las implicaciones lógicas del modelo siguen

siendo válidas y que, por tanto, sigue siendo imposible que r supere a g en el largo plazo (cuando r lleva

superando a g durante dos siglos y medio). Lo cito:

Tengo ganas de ver cómo desarrolla su modelo explicativo, el punto (2) arriba indicado. Se trata de la

evidencia empírica de que la tasa de crecimiento de las rentas de capital (r) sea siempre superior a la

del crecimiento de la economía (g) en términos reales. Poniendo esta condición en el modelo se llega a

la conclusión de que las rentas de capital se comerán toda la economía. Sin embargo, que r sea mayor

que g es una imposibilidad manifiesta a largo plazo en un estado estacionario, ya que cuando todo el

crecimiento vaya a las rentas de capital, algo que debe ocurrir si la desigualdad se da, tendremosque r = g. Parece que el autor así lo reconoce, pero dice que cuando se vaya acercando ese momento

ocurrirá algo que cambie las cosas (como hicieron, parece, las guerras mundiales o como pueda hacer

una revolución).

Si este razonamiento lo hubiésemos efectuado algún austriaco, rápidamente nos habrían caído

toneladas de acusaciones de que seguimos encerrados en nuestra Torre de Marfil y que somos

impermeables a la realidad. Pero lo que dice Ferreira es cierto: el modelo, tal como está

planteado, necesariamente implica que, si esa desigualdad se mantiene (hipótesis empírica auxiliar), en

el largo plazo las rentas del capital se terminarán comiendo todo el PIB (pronóstico internamente

inconsistente). Pero eso no es lo que ha sucedido: la hipótesis empírica auxiliar (las rentas del capitalmantienen un porcentaje más o menos estable dentro del PIB) sí se ha verificado, pero la realidad

observada no tiene nada que ver con la pronosticada por el modelo (que las rentas del capital se

comerán todo el PIB). Entonces, ¿debemos decir que las implicaciones lógicas del modelo son

incorrectas? No, porque de la lógica interna del modelo, necesariamente se sigue que, si r>g a largo

plazo, las rentas del capital se comerán el PIB. Por consiguiente, o ese modelo no es cierto aunque sea

internamente consistente y válido (que es mi tesis desarrollada más abajo: el modelo que explica la

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rentabilidad del capital en función de su productividad marginal no es realista), o las hipótesis

auxiliares no son ciertas (Piketty ha tomado mal los datos) o faltan hipótesis auxiliares (¿puede haber

otros elementos que contrarresten r>g?).

En cualquier caso, insisto una vez más: nadie está planteando que las implicaciones lógicas del modelo

sean ciertas/consistentes internamente al margen de toda experiencia, lo que se cuestiona, en todocaso, es si las hipótesis iniciales del modelo son ciertas. Pero si basáramos el modelo en hipótesis

necesariamente ciertas (axiomas), las implicaciones lógicas también lo serían por necesidad. En este

sentido, a menos que consideremos que el axioma de la acción humana deliberada no es cierto —y que

sea un axioma matizable o complementable por hipótesis auxiliares empíricas, extraíbles de la

economía conductual por ejemplo, no invalida que tenga un núcleo duro de verdad axiomática—, las

implicaciones lógicas que de ahí se deriven también lo serán. Y ese es el método que utiliza la Escuela

Austriaca para la teoría económica pura, esto es, para la construcción de modelos muy generales que

no pretenden efectuar pronósticos específicos sobre el mundo —salvo cuando se los complemente con

hipótesis auxiliares— pero que sí son ciertos y que, en consecuencia, poseen una ventaja

incuestionable: son la base sólida sobre la que desarrollar toda la restante Ciencia Económica.

Addenda sobre el modelo de Piketty y sobre sus auténticas implicaciones 

Me sorprende que nadie todavía se haya dado cuenta de por qué el modelo económico que utiliza

Piketty es incompatible con sus observaciones empíricas y por qué, en cambio, un modelo económico

alternativo de determinación del tipo de interés sí lo es: el modelo que defiende la Escuela Austriaca de

Economía basado en la preferencia temporal. 

Supongamos una economía que crece al 2% (g=2%), que las rentas del capital se apropian del 40% del

PIB (alfa=40%), que reinvierten el 40% de esas rentas (s de los capitalistas=40%) y que el tipo de interés

viene fijado exógenamente (por la preferencia temporal y aversión al riesgo) al 5% (r=5%). Es unmodelo, por tanto, donde r>g, pero es un modelo donde la ratio capital/renta (beta) se mantiene

estable en el 800% y donde la porción del PIB que va a parar a las rentas del capital (alfa) también se

mantiene estable en el 40% y a su vez en el 5% del capital acumulado (rentas capital/capital=5%).

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Siendo el valor del capital el valor descontado al presente (al tipo de interés de mercado: 5%) de las

rentas del capital futuras, entonces el modelo es plenamente consistente y explicativo de la realidad

(en verdad, si asumimos previsión perfecta, los datos anteriores serían consistentes con un tipo e

interés del 7%, en lugar del 5%, y una tasa de crecimiento del 2%, ya que el valor actual de una

perpetuidad creciente es igual al flujo actual dividido entre i-g). Por supuesto, el modelo puede sufrir

variaciones: los capitalistas podrían incrementar el porcentaje ahorrado de su renta, pero ese cambiono dejaría inalteradas oras dos variables del modelo (el PIB podría comenzar a crecer a una tasa mayor;

y, sobre todo, si se ahorra más, es que la preferencia temporal ha caído y, por tanto, el tipo de interés

también lo haría).

En suma, el error básico del modelo de Piketty es confundir el retorno del capital con la revalorización

del capital:

  Si llamamos “r” a la revalorización del capital (a la tasa de variación de K), entonces su primera

ley del capitalismo (alfa=r*beta, esto es, el porcentaje de las rentas que afluye a los capitalistas

es igual a la ratio capital/renta por el retorno del capital) deja de ser cierta, ya que no toda

revalorización del capital se transforma en rentas del capital dentro del PIB (un encarecimiento

de la vivienda es aumento del valor del capital, y podríamos entenderlo como retorno del

capital, pero no como renta del capital). Y, en tal caso, la ratio capital/PIB puede adoptar

cualquier valor sin fagocitar todo el PIB.

  Si llamamos “r” a la ratio entre las rentas del capital y el capital, entonces, como pruebo antes,

r puede mantenerse sostenidamente por encima de g sin que: a) todo el PIB sea fagocitado por

las rentas del capital, b) la ratio capital/renta se vaya al infinito. Esta segunda interpretación

creo que es la más razonable y la que resulta más explicativa de la realidad.

Nuevamente, empero, sólo puedo mostrar mi estupefacción de que una teoría económica tantorremarfilesca y caduca como la austriaca puede explicar la evidencia pikettyanas mucho mejor que

los más avanzados y sofisticados modelos neoclásicos de última generación. ¿No sería esto una

metafalsación metodológica?

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La gran contradicción de PikettyTal suele decir al economista Tyler Cowen, si fueran ciertas las conclusiones de Thomas Piketty acerca

de una tasa de retorno del capital que aumenta por encima del crecimiento del conjunto de la

economía (su famosa desigualdad r>g), la propuesta de política económica más razonable no sería un

impuesto global sobre la riqueza (tal como propone Piketty) sino la privatización de las pensiones

estatales. A la postre, si existe alguna tendencia subyacente que impulse a que la inversión serevalorice sobreproporcionalmente al resto de la economía, ¿por qué reprimir políticamente esa

tendencia (impuesto sobre la riqueza) en lugar de permitir que toda la sociedad se aproveche de ella

(privatización de las pensiones)?

Extrañamente, Cowen acusa a Piketty de omitir cualquier referencia a la privatización de las pensiones

como alternativa a su ambicionado impuesto sobre la riqueza. Pero no: en su libro, Capital en el siglo

 XXI, Piketty sí valora escuetamente la posibilidad de privatizar las pensiones y, a mi juicio, sus opiniones

a este respecto son mucho más sabrosas y reveladoras de lo que podría serlo cualquier omisión.

Piketty, sobre la privatización de las pensiones 

Así, de acuerdo con Piketty, la transición hacia sistemas de pensiones privados y de capitalización —

merced a los cuales los trabajadores podrían beneficiarse de la sobreproporcional revalorización del

capital— no es una buena idea por lo siguiente: “A la hora de comparar los méritos del sistema de

reparto y del sistema de capitalización hay que tener en cuenta que el retorno del capital resulta

extremadamente volátil. Sería muy arriesgado invertir todos los ahorros para la jubilación en los

mercados financieros globales. El hecho de que r>g como media no significa que eso sea cierto para

toda inversión individual. Para una persona con recursos que pueda esperar entre 10 y 20 años para

cosechar los beneficios, el retorno sobre el capital puede ser ciertamente atractivo. Pero cuando se

trata de sufragar los gastos básicos de toda una generación, sería bastante irracional jugárselo todo a la

ruleta rusa”. Es decir, según Piketty las pensiones no pueden privatizarse porque la tasa de retorno

sobre el capital es una magnitud individualmente demasiado volátil e incierta.

Llegados a este punto, recordemos el propósito general de la obra del francés: de acuerdo con este

economista, el capitalismo tiende a exhibir una tasa de retorno del capital superior al crecimiento del

conjunto de la economía, lo que provoca que los capitalistas se vayan volviendo proporcionalmente

más ricos y copando porciones mayores de la renta de una sociedad. Tal como el propio Piketty

resume: “El empresario tiende a convertirse en un rentista que domina crecientemente a aquellos que

no poseen nada salvo su trabajo. Una vez acumulado, el capital tiende a reproducirse a sí mismo más

rápido de lo que aumenta la producción. El pasado devora al futuro”. O todavía peor: “Con

independencia de si la riqueza de una persona de 50 o 60 años es producto del ahorro o de la herencia,lo cierto es que, a partir de cierto nivel, el capital tiende a reproducirse a sí mismo y a acumularse

exponencialmente. La lógica de r>g implica que el empresario siempre termina transformándose en un

rentista”. 

La contradicción de Piketty 

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Es obvio que existe una contradicción profunda entre estos dos razonamientos de Piketty. Por un lado,

el francés proclama que el capital se reproduce solo y de manera automática, lo que contribuye a su

irrefrenable acumulación en cada vez menos manos; por otro, sostiene que el capital sólo se

autorreproduce en términos medios, siendo altamente volátil e incierto como mecanismo individual de

acumulación de riqueza. De hecho, este último razonamiento es el que yo mismo ofrecí hace unas

semanas para criticar la visión de Piketty de que los superricos son cada vez más superricos : no sólosucede que los multimillonarios de finales de los 80 no son los mismos que los multimillonarios

actuales sino que muchos de ellos han perdido desde entonces más del 80% de su fortuna.

Es más, si de alguna manera deseáramos combinar las dos afirmaciones anteriores de Piketty, el

sentido común nos indica que deberíamos hacerlo de forma inversa a cómo lo está haciendo el francés.

Salvo honrosas excepciones, la fortuna de los superricos suele estar concentrada en unas pocas

empresas (Bill Gates en Microsoft, Amancio Ortega en Inditex, Larry Ellison en Oracle, los hermanos

Koch en Koch Industries, la familia Walton en Wal-Mart, etc.) que, por consiguiente, sí están sometidas

a una volatilidad e incertidumbre potencialmente muy elevadas: si alguna de esas compañía

desapareciera, la fortuna del correspondiente superrico se extinguiría. En cambio, las pensionesprivadas de capitalización se hallarían invertidas en una amplia y diversificada cartera con millares de

empresas, de modo que las clases medias se hallarían expuestas a la volatilidad del conjunto del

mercado y no de una empresa o de un sector en particular: en ese sentido, la rentabilidad media de los

mercados de valores durante el último siglo se sitúa alrededor del 5,5% anual. A largo plazo —el plazo

en el que se invierte para la jubilación— se trata de un retorno bastante estable y con escaso riesgo:

todo lo contrario que la inversión en empresas individuales.

A menos que Piketty esté sugiriendo que las empresas de los superricos son sistemáticamente más

conservadoras que las del resto de la economía, carecería de sentido su afirmación de que cuanto más

rico se vuelve un individuo, más automáticamente se capitaliza su riqueza. Ahora bien, si Piketty asume

que las inversiones de los ricos son muy poco arriesgadas, entonces no se entiende que, a su vez,

sostenga que los más ricos obtienen rendimientos extraordinarios por encima del resto del mercado.

¿Más rentabilidad a menor riesgo? Si eso fuera así, sólo cabrían dos explicaciones: una, que las

empresas de los superricos gocen de privilegios gubernamentales; dos, que las empresas de los

superricos generen mucho más valor para los consumidores que todas las restantes debido a ubicarse

siempre dos pasos por delante de la competencia. En el primero caso, lo razonable sería que Piketty

reclamara la supresión de tan nocivos incentivos gubernamentales; en el segundo, que Piketty

aplaudiera la excelente gestión de los accionistas a la hora de maximizar el valor de sus modelos de

negocio pese a la presión competitiva. Sin embargo, este último reconocimiento atentaría de lleno

contra una de las tesis centrales del libro del francés: a saber, que la acumulación de capital es un

proceso automático e independiente de los méritos del inversor a la hora de gestionar su capital

(motivo por el cual puede ser sujeto a un tributo sobre la riqueza).

En definitiva, como dice Tyler Cowen, si aceptamos el mensaje esencial del libro de Piketty, las

pensiones públicas deberían ser privatizadas. El economista francés sólo es capaz de esquivar esta

inapelable conclusión incurriendo en una profunda contradicción interna que pone en solfa la

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perspectiva filosófica con la que analiza sus datos económicos. En el fondo,  y como ya explicamos, la

gestión y acumulación de capital es un muy complejo proceso de adaptación a un entorno dinámico y

cambiante cuyos riesgos y dificultades sólo pueden minimizarse o a través de un extraordinario

conocimiento del sector económico en el que se está invirtiendo (sólo disponible para los ahorradores

exitosos y habilidosos) o a través de una amplia diversificación de activos (sólo disponible para los

ahorradores medios). Ahorro e inversión empresarialmente inteligente: los dos grandes activos queexplican el enriquecimiento de una sociedad respetuosa con los derechos de propiedad y los contratos.