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Estudios Turísticos, n.° 163-164 (2005), pp. 7-16 Instituto de Estudios Turísticos Secretaría General de Turismo Secretaría de Estado de Comercio y Turismo LOS LÍMITES DE LA MODERNIZACIÓN EN ESPAÑA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX Ángel Bahamonde Magro* Existen varias sendas interpretativas a la hora de valorar la realidad histórica española de principios del siglo xx. El acogerse a cual- quiera de ellas, además de implicar una opción de naturaleza historiográfico-ideológi- ca, supondrá que podamos establecer el con- texto histórico, a todos los niveles, en el que se desarrollan los primeros pasos normativos del turismo en España. La visión más clásica, que fue dominante en la historiografía espa- ñola de los años setenta y ochenta sobre todo, incidía sobremanera en el desastre español de 1898 y en sus consecuencias posteriores. Exa- geraba la magnitud de ese pretendido desas- tre, se circunscribía en demasía en un estado psicológico de opinión de una minoría inte- lectual, es decir, se ajustaba al discurso rege- neracionista, como si de pronto todos los males de la patria hubieran sido puestos de manifiesto como consecuencia de la derrota con Estados Unidos y de la pérdida de los res- tos del viejo imperio colonial, en este caso, de Cuba, Puerto Rico y Filipinas. Era una inter- pretación más centrada en lo que podríamos denominar el sistema de las percepciones colectivas, que en la realidad histórica con- creta. Quizás el trasfondo fundamental de esta interpretación residía en considerar el caso español como un fenómeno singular, exclusi- vo y apartado de los derroteros seguidos por otros países europeos. Radicaba en una valo- ración del siglo xix como una secuencia de fenómenos desajustados, como una lamenta- ción permanente de una revolución burguesa incompleta y, por lo tanto, incapaz de colmar sus objetivos teóricos, es decir, incapaz de asegurar una modernización autosostenida para el conjunto español en cualquiera de las dimensiones que definen el hecho histórico. Esta valoración insistía con asiduidad en la comparación negativa con respecto a los logros conseguidos en otros espacios europe- os. España había sido un país dependiente, dominado por unas élites procedentes del antiguo régimen con escasa vocación para abrir las espitas del cambio y de la transfor- mación. Una segunda interpretación, desarrollada sobre todo en la década de los noventa, signi- ficó un giro radical de ciento ochenta grados en la manera de concebir la España de princi- pios del siglo xx. De naturaleza conservado- ra, en la línea de una revisión justificativa y legitimadora del quehacer histórico de las éli- tes conservadoras del siglo xix, ha exagerado Catedrático de Historia Contemporánea. Universidad Carlos III de Madrid.

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Estudios Turísticos, n.° 163-164 (2005), pp. 7-16

Instituto de Estudios TurísticosSecretaría General de Turismo

Secretaría de Estado de Comercio y Turismo

LOS LÍMITES DE LA MODERNIZACIÓN EN ESPAÑAA PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

Ángel Bahamonde Magro*

Existen varias sendas interpretativas a lahora de valorar la realidad histórica españolade principios del siglo xx. El acogerse a cual-quiera de ellas, además de implicar unaopción de naturaleza historiográfico-ideológi-ca, supondrá que podamos establecer el con-texto histórico, a todos los niveles, en el quese desarrollan los primeros pasos normativosdel turismo en España. La visión más clásica,que fue dominante en la historiografía espa-ñola de los años setenta y ochenta sobre todo,incidía sobremanera en el desastre español de1898 y en sus consecuencias posteriores. Exa-geraba la magnitud de ese pretendido desas-tre, se circunscribía en demasía en un estadopsicológico de opinión de una minoría inte-lectual, es decir, se ajustaba al discurso rege-neracionista, como si de pronto todos losmales de la patria hubieran sido puestos demanifiesto como consecuencia de la derrotacon Estados Unidos y de la pérdida de los res-tos del viejo imperio colonial, en este caso, deCuba, Puerto Rico y Filipinas. Era una inter-pretación más centrada en lo que podríamosdenominar el sistema de las percepcionescolectivas, que en la realidad histórica con-creta. Quizás el trasfondo fundamental de estainterpretación residía en considerar el caso

español como un fenómeno singular, exclusi-vo y apartado de los derroteros seguidos porotros países europeos. Radicaba en una valo-ración del siglo xix como una secuencia defenómenos desajustados, como una lamenta-ción permanente de una revolución burguesaincompleta y, por lo tanto, incapaz de colmarsus objetivos teóricos, es decir, incapaz deasegurar una modernización autosostenidapara el conjunto español en cualquiera de lasdimensiones que definen el hecho histórico.Esta valoración insistía con asiduidad en lacomparación negativa con respecto a loslogros conseguidos en otros espacios europe-os. España había sido un país dependiente,dominado por unas élites procedentes delantiguo régimen con escasa vocación paraabrir las espitas del cambio y de la transfor-mación.

Una segunda interpretación, desarrolladasobre todo en la década de los noventa, signi-ficó un giro radical de ciento ochenta gradosen la manera de concebir la España de princi-pios del siglo xx. De naturaleza conservado-ra, en la línea de una revisión justificativa ylegitimadora del quehacer histórico de las éli-tes conservadoras del siglo xix, ha exagerado

Catedrático de Historia Contemporánea. Universidad Carlos III de Madrid.

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el grado de modernización que alcanzó nues-tro país. Así, el sistema canovista más que serun sistema defensivo y oligárquico, comosustentaba la primera de las interpretacionesantedichas, habría supuesto la primera anda-dura democrática posibilista y la única salidapara la constitución de un sistema representa-tivo de corte estable. Cánovas del Castillo seconvertía así en el primer demócrata realistade la historia de España, y el sistema políticoque él ideó en la única posibilidad, dados losobstáculos estructurales existentes, para esamodernización autosostenida, tanto en lopolítico como en lo económico, que experien-cias anteriores apenas habían conseguidodiseñar.

Una tercera interpretación, más en bogahoy en día y probablemente más en conso-nancia con la realidad, tiende a plantearse esamodernización de las dos últimas décadas delsiglo xix como un hecho evidente, pero mati-za su alcance. Es posible que a partir de estospilares pueda el historiador dar una explica-ción más convincente y entender a la perfec-ción la serie de desequilibrios que se obser-van en España durante todo el primer terciodel siglo xx. El caso español deja de ser unfenómeno singular para quedar perfectamenteimbricado en una casuística común para otrospaíses europeos y, sobre todo, para aquellosque se sitúan geográficamente en la fachadaoccidental del continente, con los cualeshemos tenido una relación abierta y constan-te, expresada en distintos planos a lo largo detodo el siglo xix. Esta interpretación juegacon las contradicciones de esa relativa moder-nización, que se mueven en el par dialécticoentre continuismo y transformación. En otraspalabras, estaríamos ante un proceso moder-nizador resuelto de manera desigual para elconjunto de la sociedad española. Un proceso

modernizador que, por supuesto, afecta a todoel conjunto, pero que trasluce diversos gradosde impacto según los diferentes escalones queconfiguran la pirámide social. Un proyectomodernizador a mayor beneficio de las élitesque conformaron el sistema político de laRestauración, pero que también fue capaz deasegurar unas posibilidades de movilidadsocial desconocidas hasta entonces y cuyademostración cuantitativa reside en el incre-mento de una clase media, sin que por elloquepa definir la realidad española de princi-pios del siglo xx como una realidad mesocrá-tica. Sin embargo es cierto que se estabandando las condiciones para un despegue eco-nómico y social, condiciones que quedaránreforzadas conforme avance el primer terciodel siglo xx.

Siguiendo este último itinerario, el diag-nóstico de la España de comienzos del sigloxx nos revela un país que sufre y goza de losmismos avatares que otros países europeos.Probablemente la clave se localiza en que lademocracia de masas, con todo lo que impli-ca el término, está llamando a la puerta. Seponen en cuestión situaciones de privilegio,el dominio político y económico de unas éli-tes tradicionales, y se plantea como recambiola creación de sistemas auténticamente repre-sentativos que se enfrentan a pautas oligár-quicas, que entienden la democratizacióncomo un fenómeno que empape de arriba aabajo a toda la sociedad, y que posea una sen-sibilidad con respecto a lo que los contempo-ráneos denominaron la cuestión social. Siqueremos en otras palabras, se reivindican,antes de que el concepto exista, unas formasde redistribución de la renta y de la riquezanacional que evite y que supere esa dualidadentre las élites y los segmentos de clase mediade un lado, y el resto de la población de otro

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Los límites de la modernización en España a principios del siglo xx

lado. El problema de la sustitución de los sis-temas tradicionales de poder, la resistencia delas élites ligadas a los mismos, en suma lo queha venido a denominarse la refundación de laEuropa burguesa, será el tema central queexplica la evolución histórica en muchos paí-ses europeos, y España es en este sentido unomás. Así la inestabilidad política española delprimer tercio del siglo xx está condicionadapor este fenómeno casi global como inevita-ble trasfondo explicativo, aunque matizadopor unos condicionantes locales que impri-men sus señas de identidad en el corto espa-cio de tiempo.

En definitiva, si establecemos una compa-ración entre la realidad histórica española a laaltura de 1900 y la existente a mediados delsiglo xix, se hacen palpables los avancesobtenidos. En primer lugar, como hemosseñalado, el país va adquiriendo una lenta yfrágil consistencia mesocrática. Precisamenteuna de las cuestiones que llaman más la aten-ción es* que los liberales de mediados de sigloinvocaban siempre como última legitimaciónde su actuación política y económica a lasclases medias, hasta convertir en algo sinóni-mo la idea de Estado liberal y de Estado de lasclases medias. Sin embargo existe una cons-tatación empírica que demuestra la escasez deestas clases medias. Las listas electorales delsufragio censitario son esclarecedoras al res-pecto. Hecho éste que tiende a explicar lasdificultades en la consolidación del nuevo sis-tema en esas décadas centrales a las que alu-dimos. A finales de siglo esas clases mediashan crecido en cantidad y calidad, a la par quelas viejas élites tradicionales poseen unosmecanismos de cooptación muy eficientes,capaces de engrosar su número y su calidad.A principios de la centuria siguiente un 20%de la población española ya está ubicada en

las ciudades, bajo parámetros radicalmentediferenciados de los que son dominantes en elcampo español. Posiblemente estos avancesde las poblaciones urbanas recalcan la exis-tencia de una sociedad más compleja y másautónoma en su toma de decisiones, y por lotanto con una capacidad mayor para expresarnuevas demandas de carácter político, econó-mico, social y cultural.

El progreso económico acaecido a lo largode la segunda mitad del siglo xix tiene muchoque decir en este aspecto. La renta y la rique-za nacional experimentaron una evoluciónmuy favorable, pero el principal destinatariode estos resultados fue un estrecho fragmentosocial. En la investigación que llevamos ade-lante en el Archivo de Protocolos Notarialessobre la evolución de los patrimonios de lasélites y de las clases medias entre 1850 y1904, se comprueba esta realidad. Los patri-monios crecieron enormemente en grosor, yse diversificaron de una manera racional,haciendo explícitos un cálculo y unas estrate-gias de reproducción muy modernas y que nose diferencian de las que practicaban sushomólogos europeos. Pero además de la can-tidad, surgen cambios cualitativos que mere-ce la pena destacar y que pueden resumirse enuna serie de elementos: la posesión de bienesculturales se generaliza, el número de librospor testamentaría se incrementa de formaconsistente, el acceso al coleccionismoadquiere una mayor amplitud. En generalpuede decirse que estamos ante una emergen-te cultura del ocio, inexistente o reducidísimaa mediados del siglo xix, ya que sus deposita-rios eran únicamente los miembros de lascapas nobiliarias. Esa mayor demanda de bie-nes culturales entronca perfectamente con eldeseo de conocer más y conocer mejor. Tam-bién conocer más y mejor otros espacios geo-

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gráficos, empezando por el espacio de lanación, es decir, el deseo de viajar. Llámeseturismo en estos orígenes, o denomínese deotra manera, es igual. A ello colaboran per-fectamente los grandes discursos nacionaliza-dores que van depurando sus contenidos yadquieren un mayor peso específico y unamayor eficacia conforme abandonamos elsiglo xix y penetramos en la siguiente centu-ria. Todo ello desembocará en la expresavaloración de los conceptos de patrimonionatural y de patrimonio histórico como facto-res coadyuvantes a la consolidación de la ideade nación.

En estas testamentarías a las que nos refe-rimos se trasluce un deseo inequívoco deconocer más profundamente España y Euro-pa. Tengamos en cuenta que a mediados delsiglo xix, si hacemos abstracción de las obli-gadas emigraciones políticas, para muchossectores de esas frágiles clases medias eldeseo de conocer otros lugares penetraba fun-damentalmente por la cultura libresca. Acomienzos del siglo xx se generaliza el deseode pasar a la acción y poner en marcha lo quepuede definirse como una cultura viajera. Yya comienzan a existir, para estos grupossociales, las posibilidades económicas depracticar algo que anteriormente sólo se dabaen la teoría y que sólo estaba al alcance de lossectores más pudientes, nobles y grande bur-gueses.

En 1896 la librería editorial Bailly-Baillié-re e Hijos, de Madrid, editaba su Guía deParís y sus cercanías. El éxito de este librofue inmediato y rápidamente se sucedierondiferentes ediciones, cada vez más perfeccio-nadas. No se trata del clásico libro de viajeroscaracterístico de años anteriores, sino de unsugerente y profundo manual para el turista

español en la capital francesa. Sospechosa-mente está muy próximo en sus contenidos alas célebres guías de viaje que la casa alema-na Baedeker estaba popularizando a lo largo yancho de Europa. Lo verdaderamente intere-sante es que la Guía ya no está dirigida úni-camente a las clases más pudientes desde elpunto de vista económico, sino que posee uncarácter interclasista y está también dirigida alas nuevas capas mesocráticas que, comohemos indicado, incorporan el viaje comouna demanda más de su quehacer cotidiano.Estamos hablando de una guía no minoritaria.En su presentación, bajo el epígrafe A nues-tros lectores, podemos leer:

«el considerable número de españoles ynaturales de las Américas que anual-mente viene a París sin conocer el idio-ma francés y la utilidad que hemos cre-ído les reportará el poder consultar unmanual escrito en español, para haceruna provechosa permanencia en la másrica y monumental de las capitales deEuropa, nos decidió a llevar a cabo esetrabajo ... cuya primera parte consagra-mos a dar a los viajeros cuantos infor-mes, datos y noticias puedan interesar-les a su llegada, y las que más conve-nientes hemos juzgado para suinstalación, alojamiento y orientaciónen el inmenso laberinto de esta populo-sa ciudad; la segunda, a la detalladaindicación de sus calles, paseos, jardi-nes, espectáculos, museos y monumen-tos, a cuyas descripciones acompaña-mos hermosos fotograbados ejecutadospor los más hábiles artistas y destinadosa conservar en nuestros compatriotasun imperecedero recuerdo de su visitaa París... Y la tercera a cortas indica-ciones y descripciones de los puntos

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Los límites de la modernización en España a principios del siglo xx

más notables de los alrededores dela capital, tanto por la belleza del pai-saje cuanto por las riquezas en obrasde arte y recuerdos históricos queencierran.»

Estamos ante una oferta de viaje culturalque difiere mucho de los clásicos viajes desociabilidad y meramente mundanos quepracticaban los aristócratas españoles demediados del siglo xix. Además la Guía vadirigida, por su lenguaje y sus contenidos, aun público más amplio y diverso, pertene-ciente a un gran abanico de circunstanciaseconómicas y sociales, que siempre va aencontrar su nivel inferior en las clasesmedias ilustradas. Así la Guía ofrece múlti-ples soluciones, adecuadas a distintos presu-puestos. Baste como ejemplo cuando enume-ra la jerarquía de restaurantes y se detiene,inclusive, en los establecimientos de boui-llon:

«los más económicos de los restauran-tes a la carta son los establecimientosllamados de bouillon... El servicio enestas casas cuya clientela no es aristo-crática. .. nada deja que desear; los pre-cios son relativamente baratos y lasporciones no muy abundantes, pudién-dose calcular que el precio de unacomida ordinaria varía entre 2 y 4 fran-cos.»

Este tipo de precisiones para un viajero depresupuesto limitado habrían sido innecesa-rias tres o cuatro décadas antes. En adelanteserán una constante en progresivo crecimien-to, bruscamente interrumpida por la guerracivil de 1936-1939 y las consecuencias deri-vadas de una dramática posguerra. En suma,a finales del siglo xix y principios del xx

irrumpe con fuerza un nuevo protagonista delviaje, cuyo perfil inevitablemente exige, porsus características culturales, económicas ysociales, considerarlo como claramentemesocrático. Esto significa un salto cualitati-vo con respecto a la cultura del ocio en etapasanteriores que, insistimos, sólo podían permi-tirse las élites económicas.

De las memorias inéditas e inacabadas delduque de Alba, Jacobo Fitz-James Stuart,escritas a finales de la década de los cuaren-ta del siglo xx pero que se refieren a los pri-meros años de la centuria, podemos entresa-car diversas concepciones que el duqueposee respecto de la idea de viaje. Se sitúa enprimer lugar lo que podríamos denominar elviaje formativo, que supone una estancia devarios meses en un lugar determinado confines claramente encaminados a obtener unaeducación conforme a su clase. En este casoel país destinatario es Inglaterra, dada laanglofilia de una casa nobiliaria que solíaanteponer el título de Berwick al de Alba,pero que también plantea la penetración de lacultura inglesa, entendida en un sentido muyamplio, en las capas altas y medias de lasociedad española a partir de la Corte. Ensegundo lugar está el viaje de sociabilidad,que marca explícitamente la categoría de dis-tinción, es decir, acudir a determinados luga-res selectos, generalmente balnearios o luga-res de sport en los que se practica una estre-cha relación de reconocimiento y deidentidad con otros nobles europeos, en unaespecie de espacios de la internacional aris-tocrática, si se me permite la expresión. Entercer lugar surge el viaje iniciático-caballe-resco, generalmente asociado a la caza comoderivación en los tiempos modernos de lasviejas justas guerreras. Curiosamente enestas memorias el mayor número de páginas

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están dedicadas a las grandes cacerías enÁfrica, en compañía de otros aristócratasmadrileños. A continuación encontramos elviaje de divertimento, casi inevitablementeprotagonizado por el automóvil, que porrazones técnicas suele ser de corta duración ytrayecto limitado que no acostumbra a ir másallá de París. Probablemente esta panopliaviajera se aleja de las demandas con mayorcarga cultural que empieza a plantear esaclase media ilustrada a la que nos referimoscontinuamente.

En efecto los primeros pasos del turismo,la irrupción de las clases medias ilustradas enla configuración de un sistema de ampliaciónde los conocimientos culturales, está ligadointrínsecamente a los avances globales en elcampo de la cultura que experimentan losespacios urbanos españoles durante el primertercio del siglo xx. El profesor Mainer hadefinido el panorama con una afortunadadenominación: la Edad de Plata de la culturaespañola. Conviene, pues, que insistamos eneste punto. Nos apoyamos en el caso madrile-ño como exponente máximo de esta realidad.Antes que nada señalemos la dualidad queexiste en la España de la época, ya que elesplendor cultural coincide con la dramáticaexistencia de un analfabetismo generalizadoque a la altura de 1900 lastra a un 60% de lapoblación masculina y casi al 80% de lafemenina. No olvidemos que una de las cla-ves explicativas en el devenir social del sigloxix residió en el fracaso de la escolarizaciónpor una falta de vocación política de las élitesdirigentes en este aspecto y por las penuriaseconómicas de los diversos escalones en quese resuelve la actividad del Estado, desde elmunicipio hasta el ministerio. La Ley Moya-no de 1857 se convirtió en papel mojado enmuchos lugares de España.

La Edad de Plata de la cultura españolareposa fundamentalmente en las clasesmedias ilustradas. Hablar de cultura enMadrid en buena medida significa hablar dela cultura española, y no madrileña exclusiva-mente. La capital se constituyó, desde lasegunda mitad del siglo xix, en el polo deatracción de la cultura española, hasta llegar aser con el cambio de siglo la capital culturalde España, sin menoscabo de la importanteactividad que en este terreno desempeñó Bar-celona. El peregrinaje a Madrid de los jóve-nes con inquietud cultural se convirtió en unaconstante. Para empezar porque en la capitalresidía la Universidad Central, la única concapacidad legal para emitir el título de Doc-tor. Además en la ciudad se ubicaba el con-junto institucional básico para el desarrollo deuna actividad cultural e intelectual, desde elmundo editorial hasta el académico, pasandopor los espacios de sociabilidad, cuyo ejem-plo más significativo son las tertulias, centrosde relación para abrirse camino en el campode las letras, de las ciencias y de las artes.

El carácter oficial de la Universidad deMadrid había provocado su encorsetamientoideológico con el advenimiento de la Restau-ración. La separación de las cátedras pormotivos políticos, las famosas CuestionesUniversitarias, en las personas de FranciscoGiner de los Ríos, Gumersindo de Azcárate yNicolás Salmerón, alejaron de las aulas uni-versitarias a algunas de las más renombradasfiguras de la cultura española del momento,generando la conciencia en un amplio sectorrenovador de la imposibilidad de abrir laspuertas a las nuevas corrientes de pensamien-to desde la universidad. Surgió así la iniciati-va de la Institución Libre de Enseñanza, bajoel impulso y la inspiración de Giner de losRíos, quien, imbuido del espíritu krausista,

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Los límites de la modernización en España a principios del siglo xx

trataba de renovar un sofocante y estrechomarco. Su fundación en 1876 pretendía pre-sentar una alternativa a la anquilosada ense-ñanza universitaria. La labor de la Instituciónresultó esencial en la renovación de la prime-ra y la segunda enseñanza, pero también a lahora de definir un nuevo concepto de univer-sitario. Esto se hizo evidente en la influenciade la Institución en la creación de la Junta deAmpliación de Estudios e InvestigacionesCientíficas, en 1907, la puesta en marcha delCentro de Estudios Históricos o la apertura dela Residencia de Estudiantes, fundada en1910 por Jiménez Fraud.

La labor de la Institución no se paró aquí.Su influencia excedió con mucho los límitesdel marco educativo, impregnando al conjun-to de la cultura española, a través de las acti-vidades que como entidad cultural desarrolló,de tal manera que el espíritu institucionistaalcanzó a buena parte de la flor y nata de loque sería la intelectualidad española del pri-mer tercio del siglo xx. Establecer una estre-cha relación entre el pensamiento institucio-nista y los orígenes del turismo resultaríaequivocado. Pero sí hemos de señalar que elespíritu institucionista estaba cargado de uninmenso deseo de descubrir nuevos conoci-mientos, articular la realidad española másestrechamente en los ámbitos culturales euro-peos más importantes; en suma, el espírituinstitucionista comporta la idea de movilidadcultural, la necesidad de conocer otros espa-cios, desde los más próximos, como puede serla Sierra de Guadarrama, hasta los más remo-tos. El viaje cultural se convirtió en un impe-rativo de obligado cumplimiento.

La atracción que ejercía Madrid sobre losque querían triunfar en el mundo de las letrasera irresistible. Conforme avance el siglo xx

esta tendencia no hará sino acentuarse. AMadrid se venía a triunfar, a buscar el reco-nocimiento, la fama y un público lector.Entretanto se subsistía precariamente, merceda las colaboraciones en los cada vez másnumerosos órganos de prensa. Las páginas deEl Imparcial, El Liberal o posteriormente ElSol, por citar algunos periódicos madrileños,o la colaboración en alguna revista como LaRevista Nueva, Germinal, Alma Española,Europa, más tarde España, La Pluma, Revis-ta de Occidente... sirvieron de primeras tri-bunas en las que iniciarse en el oficio de lapluma o darse a conocer. En esta nuevaambientación cultural del primer tercio delsiglo xx la consolidación de una prensa demasas y el surgimiento de revistas especiali-zadas de una gran calidad se convirtieron enel alimento cultural que refuerza a la clasemedia ilustrada, amplía sus demandas cultu-rales y llena de contenido su tiempo de ocio.La generalización del telégrafo a todo el terri-torio español, hecho que se produce a princi-pios del siglo xx, y el nacimiento del teléfo-no, así como los enormes avances técnicos enlas artes de la ilustración, el grabado y la foto-grafía, confluyeron de forma decisiva en elauge de una prensa que con estas herramien-tas materializaba y acercaba al público lectorun conocimiento más preciso de lugares leja-nos, al tiempo que una inmediata sensaciónde proximidad, invitando continuamente auna interminable ampliación de horizontes.

La modernización del sistema de transpor-tes promueve y favorece la movilidad espa-cial. Pero no nos engañemos: lo que predomi-na en la España de principios del siglo xx esel incremento de las corrientes migratoriasque van del campo a las ciudades y que per-miten el aumento de población urbana. Sin irmás lejos Madrid pasa de 500.000 habitantes

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en 1900 a casi un millón en 1930. Pero no hayduda de que para las primeras prácticas turís-ticas la modernización de los transportes fueun factor de primera consideración. El ferro-carril se inició en España en 1855, ya que losensayos anteriores, de finales de la década delos cuarenta, no pasan de ser anecdóticos. En1865 se había construido el esqueleto básicode la red ferroviaria española, al menos suprimer diseño radial con centro en Madrid. Enaquel año se habían abierto al público un totalde 5.400 kilómetros de vía. No obstante,grandes espacios de la geografía españolatodavía no estaban servidos por este nuevomedio de transporte. Durante la época de laRestauración se experimentó un progresoconsiderable en este sentido. El ferrocarrilcontinuó siendo el primer beneficiario de lasinversiones de capital, con la ayuda del Esta-do. En 1875 la red ferroviaria alcanzaba los6.500 kilómetros, duplicándose en 1902. Lared radial se complementó con líneas periféri-cas y transversales, a fin de llegar a todas lascapitales de provincia y a los principales ejeseconómicos del país. Esta expansión ferrovia-ria tuvo como correlato una disminución delcoste de su utilización, resumido en el preciodel billete, lo que permitió su difusión en elconjunto social. Puede afirmarse que a la altu-ra de 1902 el ferrocarril cumplía perfecta-mente su misión articuladora del espacionacional.

La red de carreteras experimenta un creci-miento similar. En 1875 existían 17.000 kiló-metros, y en 1902 un total de 37.000. Tenien-do en cuenta que el automóvil era un objetode lujo minoritario, la carretera sería conti-nuaba considerándose un complemento delferrocarril, pero resulta evidente el esfuerzopara completar un sistema que asociaba rutasde primero, segundo y tercer orden y que será

la base para el auge posterior del transporteterrestre.

Este conjunto de transformaciones en-cuentra se ordena en torno a la acción delEstado. Una de las características de la políti-ca española durante las dos primeras décadasdel siglo xx fue la inestabilidad gubernamen-tal. Los gobiernos se sucedían sin que aparen-temente ningún proyecto ministerial pudieraconsolidarse en el tiempo, de tal manera queincluso los historiadores denominan gobiernolargo al ejercido por Antonio Maura y el Par-tido Conservador entre 1907 y 1909, es decir,dos años permiten calificarlo de largo. Ladesaparición de Antonio Cánovas del Castilloy Práxedes Mateo Sagasta, los dos artíficesdel sistema político de la Restauración, trajoconsigo una crisis acusada de liderazgo juntocon la fragmentación de los dos partidos quehabían efectuado el turno pacífico de gobier-no durante cerca de un cuarto de siglo, atomi-zados en tantas banderías como caudillos sepostulaban a la jefatura de ambos partidos.Para el profano en estas cuestiones el conoci-miento de la política parlamentaria de estaépoca se resuelve en un difícil y complicadogalimatías de personalidades, más que de ads-cripciones político-ideológicas. Asimismoresultaba evidente una acentuación de la dico-tomía entre el país real y el país formal en tér-minos políticos. Un porcentaje importante delelectorado español se situaba fuera de lo queya resultaba el marco obsoleto del sistemabipartidista ideado por Cánovas del Castillo.Los nacionalismos catalán y vasco ocupabanuna plaza importante en la política española;del mismo modo que los republicanismos,atomizados también y con dificultades pararealizar una acción conjunta de oposición, yel movimiento obrero, se situaban fuera delsistema político imperante. El discurso rege-

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Los límites de la modernización en España a principios del siglo xx

neracionista, ya antes de 1898, pero sobretodo como consecuencia del impacto psicoló-gico del desastre colonial, planteó la necesi-dad de una profunda reformulación políticaque en líneas anteriores hemos relacionadocon las primeras composiciones de lo queviene a denominarse la democracia de masas.Cada vez más el sistema político está aqueja-do de un déficit de representación, lo que esperceptible sobre todo en las grandes ciuda-des españolas. Da la sensación de que elanquilosado sistema de la Restauración sóloconsigue legitimarse en los ámbitos rurales através de la lógica caciquil, que por otro ladopierde su operatividad orgánica, fragmentán-dose de forma paralela a como lo hacen lospartidos conservador y liberal. Curiosamentese dibuja una situación política en la que exis-te un desfase cada vez más acusado entre lapráctica gubernamental y las demandas queemanan de la sociedad.

Sin embargo, más allá de esta inestabili-dad políjtica cabe otro tipo de análisis que noslleva hacia una línea de continuismo moder-nizador del Estado. Por supuesto se trata deuna modernización visible desde los orígenesde la Restauración, pero que posee más uncalado administrad vista que social. Como talmaquinaria el Estado español no ha dejado demodernizarse, sobre todo con los gobiernoslargos de Sagasta, en la década de los ochen-ta del siglo xix. Se dieron pasos decisivos enla consolidación y el robustecimiento de lamaquinaria estatal. También se empezaron aplanear, y es lo que nos interesa señalar, losprimeros discursos que planteaban una dife-rente naturaleza en las relaciones entre elEstado y la sociedad. En el gozne entre lossiglos xix y xx resultaba evidente que laacción del Estado, basada en el laissez faire,laissez passer, había entrado en crisis y era

preciso llevar a cabo redefiniciones en pro-fundidad. Así emerge la idea de un Estadomás intervencionista, aunque teniendo siem-pre mucho cuidado con la utilización de esteconcepto, ya que estamos aún muy lejos en eltiempo de la lógica del Estado keynesiano,que se pondrá en marcha en los principalespaíses del occidente europeo después de laSegunda Guerra Mundial.

En este contexto de una mayor presenciadel Estado en diversos ámbitos económicos ysociales cabe plantearse un interés embriona-rio y pionero por el fenómeno emergente quevino a denominarse turismo. El Estado empe-zó a comprender sus ventajas en términoseconómicos, sociales, culturales y de cohe-sión nacional. Precisamente el Real Decretode 6 de octubre de 1905, para el fomento delturismo en España, señalaba en su exposiciónde motivos al comparar el valor económicoque éste tenía en países como Suiza, Franciao Italia:

«.. .ante la falta de iniciativa privada, elEstado se cree en el deber de dar elejemplo y de estimular a todos en latarea patriótica de fomentar tales excur-siones...»

En definitiva, un aspecto más del cambioen la naturaleza del Estado, que llegará a sumáximo exponente en tiempos de la dictadu-ra de Primo de Rivera, hasta formularse elprimer ensayo de un nacionalismo económicoen el que el turismo ocupará una parte signi-ficativa, todavía más simbólica que otra cosa,con la creación de los paradores de turismo.

En definitiva, en la España del primer ter-cio del siglo xx comienza a desarrollarse demanera paulatina una cultura del ocio en la

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Ángel Bahamonde Magro

que el deseo de conocer nuevos espacioscobrará cada vez mayor importancia. Porsupuesto esta naciente cultura del ocio estálimitada por condicionantes económicos,sociales y culturales. En el campo del turismosus principales destinatarios fueron necesaria-mente las élites económicas, que ya veníanrealizando estas prácticas desde tiempo inme-morial, y las nuevas clases medias que el pro-greso económico va configurando y que tie-nen las condiciones precisas para jugar unpapel básico en la incipiente industria delocio. Poco a poco este fenómeno se fue exten-diendo de forma capilar hacia sectores másmodestos de la sociedad. Se ha insistido enque la fijación de la jornada laboral en ochohoras, en 1919, y el incremento del poderadquisitivo de las masas populares, tambiénsignificaron para éstas una minúscula incor-

poración al disfrute del tiempo libre. El augedel fútbol como espectáculo de masas, que sehace palpable desde los años veinte, del géne-ro chico, del teatro y de otras expresiones delocio popular nos conducen en esta dirección.Los partidos políticos de signo obrero y lasorganizaciones sindicales difundieron a prin-cipios de los años treinta el gusto por unmayor conocimiento de espacios relativamen-te cercanos, normalizando las excursionesdominicales a la sierra de Madrid, por ejem-plo; todo ello venía condimentado por undiscurso de encuentro con la naturaleza y unuso de la cultura como instrumento de rege-neración. Pero conviene no exagerar: las pri-meras prácticas turísticas sólo se circunscri-bieron a los sectores altos y medios de la pirá-mide social, y así será durante muchosdecenios.

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