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Militarización revolucionaria en Bs. As, 1806-15- Halperín Donghi Los habitantes de la ciudad que habían expulsado a los ingleses organizaron una milicia urbana, que se constituyó en parte estable del sistema militar en el Río de la Plata. El proceso gana impulso después de 1810. Durante los primeros cinco años de la revolución los militares estuvieron en camino de convertirse en el primer estamento. A fines del siglo XVIII, los militares profesionales fueron un sector de la burocracia imperial que compartió su poder político con comerciantes. El lugar que ocupaban los oficiales en la elite era secundario y de un aislamiento relativo. En las áreas rurales los militares tuvieron un acceso más fácil a las elites por los casamientos y la apropiación de tierras, pero la sociedad rural tuvo poco poder político en la época prerrevolucionaria. Después de 1806, el ascenso de los oficiales en la milicia urbana se consideró como prueba del espíritu igualitario que dominaba la ciudad. No se los consideraba socialmente iguales a los comerciantes ricos con quienes compartían el liderazgo de los nuevos regimientos. Cuando el complejo del régimen colonial falló y Liniers logró la expulsión de los ingleses, el pueblo y el Cabildo tuvieron la sensación de que sólo la iniciativa local espontánea podía salvar a Bs. As para el rey. Los hombres se precipitaron a las milicias. Liniers organizó la infantería urbana con elementos regionales compuestos por patricios (nativos de la intendencia de Bs. As); arribeños (nacidos en el interior); negros libres, mulatos e indios; y una cada una de catalanes, vascos, gallegos, cantábricos y andaluces. La riqueza se volvió un elemento decisivo de la creación de un nuevo cuerpo de oficiales en 1806, tanto más por la informalidad del procedimiento. La milicia estaba compuesta de voluntarios, y sólo después de varios meses usó el método compulsivo. La influencia personal de los organizadores era fundamental y la elección de oficiales, hechas por la tropa, una mera formalidad. De todos modos, se buscaba en ellos experiencia militar previa y prestigio, y las elecciones eran revisadas minuciosamente por los organizadores. Se impuso una nueva igualdad dentro de la elite, y los criollos ganaron status por su superioridad numérica en las filas. Las grandes tiendas y el comercio menor eran controlados por peninsulares que buscaban empleados de su propia región, y los artesanos sufrían la competencia del trabajo de los esclavos. Por esto, cuando los cuerpos de milicia fueron organizados más profesionalmente en 1807, las unidades criollas sufrieron más fuertemente la transformación. Los peninsulares sólo se entrenaron en días feriados. Por la defensa contra una nueva

Militarización Revolucionaria en Bs As

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Militarización revolucionaria en Bs. As, 1806-15- Halperín DonghiLos habitantes de la ciudad que habían expulsado a los ingleses organizaron una milicia

urbana, que se constituyó en parte estable del sistema militar en el Río de la Plata. El proceso gana impulso después de 1810. Durante los primeros cinco años de la revolución los militares estuvieron en camino de convertirse en el primer estamento.

A fines del siglo XVIII, los militares profesionales fueron un sector de la burocracia imperial que compartió su poder político con comerciantes. El lugar que ocupaban los oficiales en la elite era secundario y de un aislamiento relativo. En las áreas rurales los militares tuvieron un acceso más fácil a las elites por los casamientos y la apropiación de tierras, pero la sociedad rural tuvo poco poder político en la época prerrevolucionaria. Después de 1806, el ascenso de los oficiales en la milicia urbana se consideró como prueba del espíritu igualitario que dominaba la ciudad. No se los consideraba socialmente iguales a los comerciantes ricos con quienes compartían el liderazgo de los nuevos regimientos. Cuando el complejo del régimen colonial falló y Liniers logró la expulsión de los ingleses, el pueblo y el Cabildo tuvieron la sensación de que sólo la iniciativa local espontánea podía salvar a Bs. As para el rey. Los hombres se precipitaron a las milicias. Liniers organizó la infantería urbana con elementos regionales compuestos por patricios (nativos de la intendencia de Bs. As); arribeños (nacidos en el interior); negros libres, mulatos e indios; y una cada una de catalanes, vascos, gallegos, cantábricos y andaluces. La riqueza se volvió un elemento decisivo de la creación de un nuevo cuerpo de oficiales en 1806, tanto más por la informalidad del procedimiento. La milicia estaba compuesta de voluntarios, y sólo después de varios meses usó el método compulsivo. La influencia personal de los organizadores era fundamental y la elección de oficiales, hechas por la tropa, una mera formalidad. De todos modos, se buscaba en ellos experiencia militar previa y prestigio, y las elecciones eran revisadas minuciosamente por los organizadores. Se impuso una nueva igualdad dentro de la elite, y los criollos ganaron status por su superioridad numérica en las filas. Las grandes tiendas y el comercio menor eran controlados por peninsulares que buscaban empleados de su propia región, y los artesanos sufrían la competencia del trabajo de los esclavos. Por esto, cuando los cuerpos de milicia fueron organizados más profesionalmente en 1807, las unidades criollas sufrieron más fuertemente la transformación. Los peninsulares sólo se entrenaron en días feriados. Por la defensa contra una nueva fuerza inglesa, De Álzaga ganó poder, y la posición de Liniers quedó consolidada al nombrarlo la Corona Virrey interino. Esto marcó el fin de la cooperación durante la cual Liniers y los capitulares reducían a la Audiencia al papel de tener que encontrar fórmulas jurídicas para reconciliar las decisiones de los nuevos líderes locales con el marco de referencia institucional. Con el apoyo pasivo de la burocracia, la Audiencia y el obispo, Liniers había ofreció un tributo público al Emperador de Francia, y esto se terminó transformando en señal de traición. Los capitulares y el Virrey de Montevideo (Elío), aprovecharon esto para tratar de restituir su autoridad. Esto abrió nuevas posibilidades para las milicias. El Cabildo no había dado mucha importancia al rol dominante de los criollos, cuya influencia iba en aumento, y había resistido el aspecto financiero de la política de militarización. En 1809, unidades criollas con las de andaluces y cantábricos impidieron la caída de Liniers, ya que se estaba gestando un golpe con apoyo de milicias vascas, catalanas y gallegas. Luego se nombró como Virrey a Cisneros, que restableció la milicia peninsular, disuelta en enero, sin disolver los regimientos remunerados de criollos, aunque comenzó a debilitar el aparato militar. La administración colonial, asfixiada por el peso del cuerpo militar, dio en 1809 la autorización provisoria para abrir el comercio con Inglaterra.

El peligro inglés había desaparecido gracias al cambio de alianzas de 1808, y ahora la función del ejército debía buscarse en el contexto político de la crisis de poder en España. Las milicias urbanas daban a los criollos la fuerza que obligaba a los contendientes a tenerlos en cuenta. Además, eran independientes del viejo sistema que había protegido a la metrópolis de caer bajo control de grupos locales. En 1810, los cambios introducidos por una fuerza militar enfrentaron tan poca oposición que pudo emerger un régimen revolucionario

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sin romper con la legalidad del antiguo régimen. Dado que España estaba enfrentando su propia guerra de independencia, la guerra en el R. de la P. fue una guerra civil. La milicia creada en 1806 ya no era adecuada para las nuevas demandas que imponía una guerra revolucionaria. La revolución aceptó la militarización de toda la sociedad como un ideal, a la vez que los cuerpos administrativos y eclesiásticos perdieron poder y prestigio. La militarización dio motivos de preocupación reflejados en el decreto de la creación de la Biblioteca Pública de Bs. As, en el que se denunciaba la conversión de Bs. As en un “pueblo bárbaro”. Cada victoria de las armas se celebraba con elogios hiperbólicos en ceremonias públicas y privadas. El ascenso de los militares tomó nuevas dimensiones cuando comenzó a justificarse en términos de doctrina revolucionaria. La pérdida de prestigio de la burocracia se aceleró por el desarrollo de los objetivos revolucionarios. Al principio la hostilidad era sólo dirigida contra un grupo de funcionarios realistas que defendían sus propios privilegios, y su destitución abría nuevas perspectivas a los criollos. Pero, ¿se trataba de los mismos puestos? ¿Tenían el mismo poder y prestigio que en épocas más calmas? Los funcionarios revolucionarios, cuyo poder emanaba del pueblo, debían ajustarse a nuevos criterios éticos y políticos. Los nuevos jueces recibieron un salario y tratamiento más modesto. Mientras la administración civil era despojada de su prestigio e invitada a ganar el apoyo de los ciudadanos, el gobierno reformaba los uniformes militares. La posición de los militares en el Estado fue la única excepción confesada a la nueva igualdad entre gobernantes y gobernados.

Las unidades urbanas se transformaron en regimientos veteranos, y muchos destacamentos fueron enviados al interior como fuerzas expedicionarias, por lo que se creó una nueva milicia urbana comandada por una reducida fuerza de veteranos. En octubre de 1810, la Junta impuso a los cadetes la obligación de asistir a la Escuela de Matemáticas, donde se enseñaban los principios de la artillería. La promoción de personal de tropa fue poco usual, y la distancia fue mayor que en las unidades creadas en 1806, lo cual creó resentimiento entre los veteranos de 1806-7. En 1811 la derrota de la rebelión de patricios y la relegación del regimiento desde el primero al quinto lugar en el ejército puso fin a la militarización urbana abierta cinco años antes. La Junta ordenó a la expedición militar al Norte que hiciera reclutas rigurosas. Esto afectó la relación entre los oficiales y sus hombres, y la actitud de la población rural hacia los ejércitos revolucionarios, produciéndose mayores deserciones. El reclutamiento en el campo no alivió la presión sobre los habitantes de Bs. As. Con la perspectiva de una larga guerra en lugares lejanos por delante, funcionarios públicos y hombres ocupados en las “artes útiles” fueron eximidos del servicio militar, y las presiones se dirigieron a “vagos y malentretenidos”. La donaciones de esclavos destinados al ejército se hizo más frecuente a partir de 1810, y cuando esto decayó, el gobierno comenzó a comprarlos. Las ventas eran a menudo forzadas e incluso a veces quedaban impagas. Pero en 1817 el resentimiento de los propietarios esclavistas detuvo el reclutamiento universal de esclavos. Con reclutas espontáneos rurales y vagos y esclavos, los oficiales ya no eran los intérpretes naturales de la nueva conciencia política de los soldados. La importancia dada a la capacitación militar y el traslado del ejército a lugares lejanos fomentó una indiferencia hacia la ciudad y la vida política urbana, a la vez que tornaba más sólida la red de solidaridad y rivalidades en los cuarteles. Los jóvenes oficiales adoptaron rápidamente pautas militares profesionales. Pero los veteranos siempre considerarán a la experiencia como una ventaja importante. La continuidad reflejada en los apellidos era apreciada como garantía de capacidad profesional. Los oficiales regulares que preferían no entregar su lealtad a los realistas, tenían posibilidades de fácil progreso a pesar de su pasado.

A fines de 1813 el ejército revolucionario se había reorganizado con pautas menos locales y más profesionales. La organización más tradicional se justificaba porque la guerra era ahora de estilo más tradicional. El reemplazo de tropas urbanas semi-voluntarias por un ejército organizado sobre base más amplias y profesionales tuvo consecuencias políticas. En 1810 el ejército proporcionó el marco organizativo dentro del cual se gestó el partido revolucionario. Pero la agitación revolucionaria se había extendido más allá, lo que permitía

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a los jefes del ejército urbano asignarse un papel de árbitros entre el viejo orden y sus enemigos. Dentro del ejército surgían nuevas agrupaciones y liderazgos paralelos a la organización formal existente dentro de los batallones. La revolución fue al mismo tiempo la victoria final del ejército urbano y el comienzo de una crisis de su influencia política. La agitación que se extendía entre sectores más amplios debilitaría la solidez del apoyo que las unidades habían prestado a sus líderes armados antes de mayo de 1810. Las diferencias latentes entre militares y seguidores civiles del régimen revolucionario se introdujeron dentro del ejército.

Los revolucionarios ya no eran una facción de hombres que luchaban por el poder: ahora estaban en el poder. Trataron de movilizar a la Iglesia ordenando a los sacerdotes dar sermones sobre las ventajas del nuevo orden político. Usó a la policía y a los burócratas menores. Después de la reorganización del Cabildo en octubre, y del nombramiento de nuevos hombres en el puesto de alcaldes y tenientes alcaldes, se les dios mayor autoridad sobre la libertad y propiedad de los habitantes de su distrito. Alcaldes y tenientes eran elegidos entre los notables locales. La Junta debió confiar cada vez más en sus representantes locales, aunque estos eran a menudo acusados de actos despóticos. Esta red de autoridades locales con poderes cada vez mayores constituyó un filtro entre el ejército y sus potenciales reclutas. El aumento de poder de los alcaldes fue facilitado por conflictos dentro del gobierno revolucionario. A fines de 1810, Moreno relevó a Saavedra del supremo comando militar. Saavedra forzó a la Junta a incorporar los diputados electos en ciudades y pueblos del virreinato hostiles a Moreno, quien se apartó de la Junta para cumplir una misión diplomática en Gran Bretaña, muriendo en alta mar. Sus seguidores mantuvieron influencia y se reorganizar en la Sociedad Patriótica. Los morenistas formaron una alianza con el Cabildo y organizaron una campaña contra el proyecto de deportar a los peninsulares solteros. En abril de 1811 una multitud protegida por oficiales saavedristas del regimiento de Patricios, se reunió y sitió pacíficamente el Cabildo y la fortaleza. Los grupos de civiles llegaban desde los suburbios conducidos por sus alcaldes y tenientes, que hacían peticiones en su nombre. La petición exigía medidas más severas contra los peninsulares, ya que la población criolla de los suburbios no los consideraba ni amigos ni compadres. La solidaridad creada por la movilización militar en la que la población criolla pobre y marginal se organizó bajo el liderazgo de la elite criolla había agotado sus posibilidades. Su reemplazo por un lineamiento de sectores más amplios implicó nueva inestabilidad política, ya que estos grupos no habían participado en el proceso que había creado una opinión pública militante antes de la revolución. Esta población no estaba comprometida con los jefes de la elite revolucionaria. Pronto la policía pasó a depender del control directo del gobierno central y los puestos de alcaldes y tenientes se hicieron renovables por año. El ejército urbano ya no tenía control sobre la movilización política de la plebe de Bs. As, por lo que era esencial la creación de un ejército profesional bajo el control de un cuerpo de oficiales surgido de la elite. El poder revolucionario adquiere rasgos más oligárquicos. La Sociedad Patriótica era precursora de esta tendencia: su objetivo era divulgar nuevas ideas dentro de sectores ya movilizados. La Logia Lautaro agrupaba al pequeño grupo que ejercía el poder. Su creación había sido consecuencia y causa de un estrechamiento del orbe político porteño y de una creciente coherencia interna del grupo gobernante.

Entre octubre de 1812 y mediados de 1815 el ejército fue el pilar del régimen revolucionario en su lucha contra los realistas, los disidentes federales del Litoral y la oposición en la ciudad, pero su apoyo resultaba costoso, y transformaba en costumbre el uso de la fuerza para solucionar problemas internos, perpetuando las contradicciones políticas. Las poderosas clases altas de Bs. As debían soportar el costo de la guerra. El gobierno militar fue visto en la opinión popular como el responsable de la carga impositiva, y el resentimiento aumentó por la violencia cotidiana. Después del desmoronamiento de la estructura política revolucionaria en 1815, la reconstrucción se hizo sobre bases diferentes. Se condenó el extremismo revolucionario y se buscó el apoyo político entre los grupos adinerados, y el

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gobierno dirigió su “preocupación paterna” al bienestar de los pobres , esperando ganar el apoyo popular. Pero los moderados no eran favorecidos por las clases plebeyas, y líderes que se habían identificado con el odiado régimen de 1811-15 empezaron a ganar nueva popularidad como jefes políticos de la oposición latente. Podría ser que la militarización más que una carga resultara una bendición. Como medio para lograr una redistribución del poder político el nuevo ejército había fomentado primero y luego desalentado la ampliación de su base social. Pero la redistribución de ingresos, durante ambas etapas, transfirió riqueza de los grupos altos a los bajos. Los artesanos se vieron favorecidos por la absorción de los esclavos en el ejército, además surgió un nuevo mercado (el ejército), y se crearon puestos de trabajo. La carga fiscal se enjugaba con nuevos derechos de importación y exportación o con contribuciones extraordinarias. Sólo la primera afectaba a la masa de la población pero estaba contrabalanceada por los beneficios del comercio libre, y los derechos de exportación y las contribuciones extraordinarias sólo se imponían a los ricos.