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Óxido Diego Colomba 1

Óxido Colomba

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poemas en prosa

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Óxido

Diego Colomba

1

Carne cruda

Se abandona. En el contagio del fuego. En el último culito de ginebra. Una

sensación de paz lo embriaga. Por eso aguanta los grumos de sol en la cara. Inspirado,

golpea con la hoja afilada en la madera. Los teros oyen. Desde lejos. Corren con el ala

mocha. Como hijos a los brazos de un padre. Picotean los pedazos.

2

Decadente

Olvidado entre bolsas de arpillera, con un yuyo en la boca, contempla el

desgarro del cielo. Su espalda flaca se hunde en las espigas, ausculta el traqueteo de la

chata en los rastrojos. Ni siquiera un ladrido puede arrebatarlo del vértigo con que las

cosas se van muriendo.

3

Crédulos

Me pierdo en los pálidos brillos que salpican el pasto, en la música ligera de las

tramperas. No sé nada de pájaros. Tampoco la tacuarita que cae con el canto del corbata,

ni ese jilguero pintón.

4

Se viene el agua

Un cielo de porlan parece. Que se cae. Ya está tronando. El abuelo cava una

zanja con la pala de punta. Quiere que se vaya esa agua porfiada. Rezonga cuando hace

fuerza. No le importa que las abejas, que tomaban agua del charco, se le peguen como

enjambre en un zapato. Yo las espanto con un palito cuando se acercan. Pero me quedo

en cuclillas, arriba de los ladrillos cachados de la entrada. No quiere que se le ahoguen

las gallinas, dice. Tampoco que me embarre, que mamá nos va a retar. Yo pienso que

no: las gallinas saben flotar como los patos. Aunque estén encerradas. Muy despacio, un

cauce de barro chirle supura para un costado. Cuando se larga, ya estamos en la cocina.

Y afuera no se ve nada.

5

Enamoradizo

En el agua barrosa donde bullen las mojarras, un potrillito zaino espanta

mariposas con las patas. Y yo, vida, que me creo tus mentiras…

6

Paraje abandonado

Camino por el empedrado salpicado de yuyos. Un pequeño cartel parece indicar

el lugar donde se esfuman los guijarros. Es un rectángulo de hierro fundido que soporta

una madera angosta y añeja. El naranja rojizo de la herrumbre veló por completo su

mensaje. Mientras me acerco como un miope sin lentes a las páginas de un libro, parece

cobrar altura el pajonal seco que lo circunda. Advierto ahora el relieve de las letras:

“FERROCARRIL DEL SUD/ AVISO AL PÚBLICO/ ES PROHIBIDO/ TRANSITAR

POR/ LAS VÍAS”. Deshago entonces mis pasos, satisfecho de haber disipado el

misterio: mi lenguaje y yo tenemos los días contados.

7

Ver para creer

Una tropilla al trote rompe el silencio de la estación. Son cinco caballos sin

dueño. Tres ya están sobre las vías, uno de ellos algo apartado del grupo; los otros dos

aún están subiendo la pendiente. Del otro lado de las vías hay un árbol y un camino. Por

sus huellas ahora derivan hasta perderse de vista. Permanezco sentado en la galería de

una estación por la que no pasan los trenes. ¿Podría decir que los trenes no existen

porque han dejado de pasar? ¿Lo mismo de los caballos? ¿O de esos obreros que creían

en el alma de los rieles?

8

Aldo o la intuición de que vivimos en las renuencias de un holocausto

Con una cámara que no sé manipular, que ese mismo viejo trajo hace diez años,

la única vez que se alejó del pueblo, y ahora me saluda sonriente, bajo la pátina

amarillenta de la tarde, con una bolsa de pan en la mano y el gabán descosido, tomo la

fotografía. Hay detrás un tambor de cien litros, volcado, leña seca que se apila en el

centro del baldío, latas de pintura arruinada alrededor, dos chapas que se enciman en el

suelo sembrado de cardos, entre víboras de caucho y alambres en constelación rastrera.

Hay estrellas que apenas se ven.

9

La corrupción del sepia

Esos hombres oscuros que aguantan el aire junto a las máquinas en la quemazón

del maizal, llevándose las manos al cinto o tímidamente abrazados y sonrientes, se

llenan de borujos.

10

Límites

Se rasca esa quemazón de costras, con las uñas sucias, aunque se haga sangrar.

Presiente que las úlceras le pugnan en la piel por volverlo un único organismo.

11

Sin sensiblería

Contempla el limonero. La tumoración precoz de hojas y frutos. Se ha dejado

estar y lo sabe: sin curación, hay embiche. Habrá que ir haciéndose a la idea de tanta

pudrición.

12

Final

Apaga la bujía de un soplo y ni siquiera una penumbra chirle se cuela por el

mosquitero. Con las manos va tanteando la rugosidad de la madera, los zapatos, los

suecos, los cepillos, las latas de betún. Lo oscuro se ha tragado los enseres. Y no se oye

la carcoma.

13

La perdición del pan

El aire de los días hizo de él un resto que bien puede irse a parar al tacho donde

se juntan el agua hervida, la yerba mate, las cáscaras, las colillas de cigarro, los saquitos

de té y los huesos, en un acre mejunje que hay que tirar afuera, antes de que rebalse,

para engordar a las gallinas. Pero no hay más pan bueno en la alacena, ni grisín, ni

galleta para romper sobre la sopa, y decide agregarle esos pedazos duros, que ahora

ceden, se ablandan, prodigan, en su sustancia, su propia sal.

14

Comprobación

Contempla ese rincón de paredes chorreadas. El pan gastado en la batea de

porlan. La toalla roída. La herrumbre en las hojitas de afeitar. Con esos mínimos

materiales se urde una espera.

15

Los oficios terrestres

Este perro de ojos saltones, echado en el pasto, que se pasó la vida rascándose

las pulgas, rapiñando sobras, ladrando, con los pelos parados, que la luz aguachenta de

agosto salpica, respiró apurado en su agonía, pero después, como entendiendo, se fue

aplacando, con espaciada inspiración, hasta lo indecible.

16

Microcosmos

Espera, sin apuro, que la cáscara de naranja que cuelga del clavo, en esa pared

descascarada, al sol, se seque, endurezca, se quiebre al tacto, se vuelva polvo perfumado

entre palitos de yerba. Pero es puro berretín de viejo, piensa, viendo las moscas negras

que se posan en la piel anaranjada, ajenas a cualquier infusión. También la vida anida en

esos bichos. Y otras esperas.

17

Una densidad

Tus lentes culo de botella, esas marcas que dejan en la piel grasosa, el brillo de

tus ojos, tu barba de días, ese quinoto perfumado que llevás en el bolsillo, el asiento de

tractor clavado en la tierra donde probás la embriaguez de lo que dura, no son las

moléculas escandidas de una historia. Apenas pedazos de tu materia viva.

18

Un orden sensible

Aunque se empape la cobija de rocío y amanezca mañana acatarrado, no quiere

salir de esa confusión de destellos y oscuridades que arrojan los naranjos en el porlan.

Seguirá hamacándose, un rato más, en la amistad dudosa de la noche.

19

Contra todo viso de naturalidad

El naranja violento que irradia la mampara, cuando el sol le pega de canto, le

nimba el rostro, lo degrada en un rosa amarillento. En la clausura irreal de la siesta el

diablo se ha metido en la casa.

20

Saba

Patea sin querer un sueco, olvidado, de chanfle, en el piso. Si lo habrá oído

castigar el porlan todo el santo día, desde temprano. Parece mentira que le siguiera los

pasos a una mujer tan delicada, piel y hueso. Y ahora, solo, una nada de voluntad en la

madera.

21

Ración

La carne que se cuece, entre chasquidos, hasta el hueso, que mastica cada día

con cara de desprecio, empujando con la lengua el bolo hacia los pocos dientes que le

quedan, y adoba ya engullida con traguitos de ginebra, se echa a perder ahora en su

propia sangre, por puro vicio de vivir.

22

Una pasión

No aminoran las revoluciones, ni se corta el chorro de vapor que enturbia el aire.

Con la máscara caída, apura tres pitadas del cigarro que ahora apoya en el borde del

hule, todo quemado, de la mesa. En esas confusiones gesticula la inocencia.

23

Existencial

La resaca humeante del plato la borra del vino en la cobija las migas de pan…

Esa inercia calurosa en todo lo que sigue vivo.

24

Puesta en escena

Corre la cortina de puntillas. Desliza un dedo sobre el vidrio empañado. Esas

lonjas oscuras que van quedando en el cristal descubren los postigos abiertos. El agua

que cae. Detrás se funden el cielo y la tierra en una misma grisalla. Pero gira el cuerpo

por más vino y se marea. El brazo que quiere sostenerse arrastra vasos, botellas,

frasquitos que estallan en el piso. Donde no hay dignidad para la carne.

25

Después del tiempo

Ahora, que se ha quedado sin historias ni promesas, descubre el rostro de esa

gringa de ojos grises, bastante altanera, aunque se embarre los suecos para darle maíz a

las gallinas o haya parido dos hijas que ya son mujeres grandes: en esa carne urdida de

discordias se va fijando lentamente el mundo.

26

Arterioesclerosis

Se apura en lo oscuro, como un chico que aprovecha un descuido, para dejar

atrás las mujeres, los perros, las paredes podridas de la casa. Si sigue la huella se hará

cierto el pensamiento.

27

El idiota de la familia

En una nube que hiede a menta y eucalipto y hace sudar los azulejos, papá

respira bajo un mantel de hule. Entorno un poco la madera mocha, le digo que el

cobrador llamó, que está atrasado, que no le agarran más las jugadas si no achica. Pero

papá no escucha, jadea como un puerco acorralado, que se chupa todo el aire de la casa.

28

Se le vienen las cosas

Ahora que anda sin promesa, medio boleado entre las cosas, ni al chaparrón

esquiva. Piensa y se le pega ese olor a querosén. Se dejará los zapatos puestos. Aunque

después chillen. Y el abrigo que se endurece como una piel.

29

Acobardado

Aunque se deje estar, endereza el paso rumbo a la huerta. Cada mañana. Quiere

perderse en la maleza. Fumarse un pucho. Que no lo jodan. Puede espantar alguna abeja

o pisar con saña un zapallito. Que ni se acuerda cuándo sembró. Sigue saliendo. A veces

puntea un poco. Encuentra alguna isoca. Qué graciosos son los teros cuando se vienen al

humo. Está haciendo tiempo. Llueva o truene. Para dejar de repetirse hay que estirar la

pata.

30

La ley de la miseria

En las achicorias guachas del yuyal atisba la primavera y sus trapicheos. Se

agacha entonces con un jadeo. Arranca un diente de león. Meacamas, le dice, mirándolo

al trasluz. Y lo deshace de un soplo.

31

Mudanzas

Algo risueño lo pone el cuadro (el embudo, las ínfulas florales del botellón, el

mantelito) cuando comprueba que se vació la damajuana. Pero ahora, que dejó una casa

sola y la lluvia le pesa en lo oscuro, como si le hubiesen echado un manto encima, y no

ve ni una luz encendida al final de ese barrial, lo ahoga una risa irrefrenable que solo se

corta dando tumbos.

32

Ardor

Ahora que chispea en la tierra floja, apura una colilla manchada con pomada.

Detrás del tapial, se oyen los gritos. Guarda raudo el resto prendido en la campera.

Aunque diluvie, le va a dar otra pitada.

33

Napas

Por el mosquitero se pueden ver. Los refucilos que blanquean la quinta. Los

gotones que estallan en el barrial. El ruido de las chapas tapa los crujidos de la estufa.

Le sale humo a la rajadura de la chimenea. Encorvado, el hombre tira de una argolla.

Levanta del piso maderas viejas. Que le tenga la linterna, pide. Quiere ver ese mejunje

de papel podrido que se abomba en lo oscuro. Mirá ese rincón, se sonríe: dos ranitas

flotan agitando las patas. Parece que la lluvia cae más pesada. Y la vida sucia lo mezcla

todo.

34

Sospecha

Mirando para otra parte, se limpia el bigote con el puño de la camisa. Desde que

tengo memoria, se confiesa, salgo cada día a buscar el agua al pozo.

35

Composición

En un rincón exterior de la casa, las paredes lucen sus lamparones de musgo.

Una pequeña ventana se insinúa tras un mosquitero corroído en sus extremos. A su lado,

la herrumbre de la bomba descubre sus capas de pintura. Un tacho de cincuenta litros,

que linda con una chapa suelta y algunas caños inclinados, mezcla aceite, escombros,

cal y agua de lluvia. Entre la bomba y el tacho, una pila de cajones amarillos de cerveza,

puestos de canto, entronizan a un gallo rojo, con el brillo perenne del plástico. Porque

también hay luz en lo que se corrompe.

36

La violencia de las horas

Detrás de la pila de troncos recién cortados, asoman los álamos deshojados y un

cielo azul pleno. A unos metros, los tocones agravan la desolación del paisaje. De

similar corteza, aunque diferente tamaño, algunos troncos descubren sus corazones

amarillos; otros, anaranjados. Heridos por rectos y profundos cortes en forma de

estrella. En pocas semanas estarán endurecidos como los corazones de los pobladores.

Un poco antes de que los cerros queden sepultados bajo la nieve. Decididos a

perpetuarse en un nuevo invierno, los lugareños no dudarán en beber agua ardiente, ni

en echar toda esta leña al fuego.

37

Equilibrio

Los yuyos altos de las banquinas, las ramas sin hojas de los árboles, los pastitos

ralos que salpican el camino de tierra… Todo, teñido de blanco, se funde con la luz

neblinosa del amanecer. Parece un paisaje nevado, pero es hielo lo que cubre el campo y

echó a perder sus cultivos. La humedad que da vida se volvió fuego que abrasa. El

mundo puede conmovernos con un poco de frío.

38

Las apariencias no engañan

Los vasos boca abajo sobre el mármol, los triángulos de queso, las rodajas de

salame, el ruido de las heladeras, la balanza con plato, el cuaderno, las carameleras, las

latas de galletitas y el paisano con facón al cinto que bebe su copa de parado no me

engañan con su encanto intemporal. El mundo siempre ha sido algo brutal.

39

Diferencia

Una hilera de eucaliptus se despereza en la fría luz del amanecer, que proyecta

sombras alargadas sobre el llano.

Un ejemplar, casi el último, crece, algo torcido, más flaco, apartado a escasos

metros del conjunto. Como un hijo que ha dado un paso al costado, a la sombra del

resto.

Con menos luz, la imagen perdería su hálito de ternura.

40

El erotismo

Una galería derruida, con ostensibles manchas de humedad, culmina frente a una

puerta celeste de madera. El revoque de la pared que la rodea se descascara. Bajo las

chapas verdes del techo, un vestido rojo con puntillas cuelga solitario de un alambre,

tocado por la luz natural. De vez en cuando se agita con la brisa de la mañana.

41

Poesía visual

El yuyal blanco y las últimas lomas se acobardan bajo el cielo pampeano.

También la luz del día, que apenas retienen las nubes del poniente. En el silencio que

crece, solo hacen mella un molino de viento, un tanque de agua y una yunta de árboles

flacos en sombras. Unos metros adelante, un cartel calado reza EL PENSAMIENTO.

42

Audacia

El tronco se inclina como si hiciera un paso de baile. Otros árboles yacen a

escasos centímetros de su corteza inclinada, de la que brotan algunas ramas tiernas

cubiertas de hojas. El tronco mantiene su postura anómala. Pero los árboles no se

comportan así, sin quebrarse.

43

Retrospectivo

La ruta giró abrupta hacia la derecha para internarse en el pueblo. Yo también lo

hice. ¿Pero qué si seguía en línea recta, por el camino de tierra, rodeado de árboles sin

hojas, acompañado por una sola banquina un poco inundada, en la que deambulaban

algunos perros por los que nadie reclamaría?

44

De anticipación

La hierba oscura contornea el camino, bajo un cielo sofocante. Un par de pasos y

las exiguas banquinas se desploman en sendos humedales, salpicados de aves, juncos y

alambrados sumergidos. Sobre la línea del horizonte brotan dos soles: ligeramente

desplazado hacia la izquierda, el del poniente; frente a mí, su último espejismo.

45

Proyección

En la boca del día, el humedal se tiñe de rojo. Como una larga flama se expande

el sol. Todo se refleja en ese espejo sangriento. El cielo, las nubes, la luz, el color.

Incluso mis pensamientos, fuera del cuadro, se vuelven la sombra de sus sombras.

46

Suspensión

Un sol velado en el tamiz de una enramada profusa, donde penden pocas hojas,

dispersas y apelmazadas por el agua, a oscuras. La llovizna y el viento se han detenido.

Una leve brisa puede desbaratar el milagro.

47

Motivos

Las nubes encendidas, el arbolito sin hojas, los pastos quemados, el aire en

suspenso y las raleadas huellas sinuosas que se pierden a lo lejos como líneas en una

mano dan ganas de seguir respirando este aire frío y seco. Porque es terrena mi

buenaventura.

48

Vacilación

El incendio se había desatado. Pero los girasoles humedecidos por el rocío

estival aún lo desoían. Con sus tallos flácidos y sus tortas vueltas hacia el suelo, le

daban la espalda al día que quería arder. Y así fue, en efecto.

49

Límites

Tras el yuyal seco, el alambrado y un sembrado de trigo que apenas se eleva. No

puede ocultar aún la línea que separa cielo de tierra. Tampoco esos pocos árboles

plantados por gente que también abrigaba una esperanza.

50

Póstuma

La luz atravesó alucinada su último cuadro: la tierra negra, el cielo naranja rojizo

y un gajo filoso de fuego que fundía los hierros de un molino de viento.

51

Desolado

A la vera del camino que conduce a las chacras, se levanta: una blanca casa de

barro sin puertas ni ventanas que reluce como una estampa antigua.

Aturdido por el sol del verano y la brisa campera, la contemplo (la abuela

conoció a quien vivió y murió en esa casa, clavada en el justo centro del terreno).

Ahora las aves sobrevuelan su perímetro de silencio. Un lugar olvidado de

palabras. Pienso. Y en el flanco que roza el humedal del bajo, sacian su sed los cerdos

que se alimentan de basura.

52

El día que vivimos en peligro

I.

En las horas febriles del campo, acechan el otoño y sus primeros fríos. Una

estufa a querosén emponzoña el aire del cuarto. Las frazadas están húmedas. Puedo

contarme los latidos del corazón bajo las sábanas. O echar el vapor por la boca.

Una extraña música desgrana la radio de la tía dormida: es mi única compañía.

II.

La mañana irrumpe inverosímil. Mientras hierve el agua del mate cocido, escapo

al gallinero. Escarbo el suelo con una cuchara sopera. Como un perro, entierro mi mejor

juguete. Mi infancia se prepara para un largo olvido.

53

Madrugadores

Velando con una mano la herrumbre aguardentosa de tus dientes, me despertás,

cuando una luz sucia raspa los postigos, muerto de miedo, cuchicheándome al oído,

como un camarada que no quiere despertar a las mujeres, que debo acompañarte, ahora

que el café con leche está listo y quedan bizcochos de ayer en la alacena: hay que

desmantelar el gallinero, más bien los restos que se arruinan en la maleza, antes de que

el sol del mediodía nos sorprenda juntos, transpirando en un juego sin sentido, y nos

fulmine con su impiadosa luz.

54

Contra el peso de las cosas

Alrededor de una rueda recostada, que apuntala un fierro largo, las ponedoras

cloquean al rayo del sol. Algunos cantos hacen contrapeso. Hasta que un pelotazo

estalla asordinado en el guadal del gallinero y se desata el desbande. En esa polvareda

que se espesa con los tiros graznan el hierro y la madera. Yo también soy materia

ilusionada que volea y abaraja en el aire del verano. Balón que pica se pierde en la

cuneta.

55

Pelotaris

Entre porquerías de paloma y escarabajos muertos, un viejo flaco hurga en el

bolsillo de su gabán. Saca un chupetín mordido y se lo lleva a la boca. Lo chupa con

fruición. Ajeno a los estruendos del tinglado, advierte que lo miro. Me pregunta si

quiero chicle. Quiero, le respondo, y me convida un pedazo de goma que también saca

del bolsillo. En la pereza de la siesta, ninguno puede decir esta boca es mía.

56

El más extenso

Si hubieran colgado su piel como una alfombra que se seca al sol, habría dado

nombre a sus motivos.

La implosión del ojo, el matambre del tórax, la quemazón irradiada del glúteo,

las marcas cuneiformes del sifonazo en el tobillo, los dos lunares de la espalda, que

tratamos durante años con rodajas de papa.

Solo en el revés de la trama no se habría visto el corte final.

57

Caduca

Las vainas tiernas que cubrían el camino se volvieron duras cáscaras: crujen

astilladas bajo mis pies.

Algunas lluvias y un poco de sol hicieron, de una idea propia, una semilla estéril.

Dejo que el viento se la lleve.

Mi camino se siembra de infinitas pequeñas muertes.

58

Hábitos

Cuando la tarde declina, una garza se posa en la rama más alta. A la espera de su

compañero. Se hurga el pecho y las alas con el pico que afila con una pata en alto.

Yergue sus plumas y su cuello. Los retrae. Se ensimisma contra el vértigo de la soledad.

59

Un fuego

Ahora que se pierde en la maleza, que el humo de la quema le enjambra los

pulmones, lo hace lagrimear, cerrar los ojos, hasta el último chispazo que se extingue en

la ceguera, apoya en una horquilla el peso de su cuerpo, un viejo cuerpo ilusionado.

60

Ruleta

Sobre el paño verde de la mesa de mus, desplegó la hoja cuadriculada con sus

largas y prolijas series numéricas, anotadas con birome. Para los incrédulos. La

martingala perfecta, ajustada a los rigores de su vida: con cada fracaso, se redobla la

apuesta.

61

Fiestero

Soy el tonto santo, el poseso que toca la corneta entre las gallinas. Bailo, me

tropiezo, levanto tierra. Me empolvo las narinas. Sopla en mí una pestilencia, una cruel

cacofonía. Que me pierde. Estoy convulso. Soy el bruto, el suicida.

62

Cambiado

En la penumbra del baño te sostuve. Mi hermana te frotaba con un trapo. Te

retaba como a un chico. Vos te dejabas. Ya arropado en la cama, mamá te acariciaba los

cabellos. Nunca antes habías estado tan distante.

63

Un ritmo

En la chamusquina de cartones que se hunden en el barro, en los pedazos de

caucho que estropean las gallinas, en la maraña de fierros que anaranjean y enrojecen,

en el agua oscura, el aire enmerdado, la ruina.

64

Blanco a la cal

¿Qué hacen un tuerto alcohólico y un estrábico con vértigo en la cornisa? Se

preguntó Dios, o un vecino, esa mañana de verano. Antes de que pintaran el techo, con

escobas viejas, bajo la luz cegadora del cielo.

65

Ola de calor

Las chicharras tensan su agonía, estridente y monótona. Hasta el paroxismo. Con

la imagen de un horizonte oscurecido, ancianos crédulos se entregan al sueño. Se

conforman con los atributos piadosos de la lluvia.

66

Promoción navideña

Una réplica del origen de la gran muralla china se levanta con cajones de

cerveza y sidra. A su lado, un cartel anuncia un aniversario más del nacimiento del

primer alienígena en la tierra.

67

Real

El juncal en el ojo del agua, la resaca acre de la orilla, el culito parado de las

gallaretas, su chapoteo luminoso, el estallido de los tordos en las lindes, los fuegos que

cimbran parecen mentira.

68

Principios

Agarra un baybiscuí del plato. Lo ensopa en el vino. Brusco se lo lleva a la boca,

perfumado. Lo aguanta. Como una mugre de delicia. Que engulle con un trago. La

servilleta no la quiere.

69

Chernobyl

Las pastillas y los libros de autoayuda sobrevinieron en su ausencia. No

evitaron, sin embargo, el comercio con médicos y hospitales.

Destino previsible de las células largamente irradiadas. Por temor, se olvidaron

de morir.

70

Luces

El fulgor plateado del olivo se agravó con las horas. Encendimos un montoncito

de ramas quebradas, paja y hojas secas. Un denso humo blanco, luego negro, gris, se

elevó, trémulo, hacia el cielo.

71

Representación

Hojas tornasoladas que agita la brisa de la mañana. Pájaros que caen de los

árboles y vuelven a elevarse. Trinos, ladridos y estridulaciones.

La vida indiferente al carácter lineal de la poesía.

72

Memoria

La duermevela del surco, la mala lumbre, los resabios de vino, la tos, el

pestilente rumor a la altura de la paja del trigo, los rastrojos no se echan a perder.

73

Método

Parpadeos anaranjados en la noche. Entre las nubes que sobrevuelan las islas.

Como mariposas. Para aprenderlas, habría que aplastarlas con la mano. Pero nadie

quiere que algo se muera.

74

Efímeros

Efectos fumígenos desquician el cielo de diciembre. Pródigo en llamas y chispas

multicolores, cortinas de humo con olor a pólvora y materia quemada.

75

Incontinencia

El frondoso follaje del olivo eclipsa el cielo: un límite poroso para quien se

disipa en cualquier dirección.

76