Poder_y_Desaparicion_-_Calveiro

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    Poder y desaparicin : los campos de concentracin en Argentina.

    Calveiro, Pilar Calveiro

    - 1a ed. 2a reimp. - Buenos Aires : Colihue, 2004

    176 pag.18x11 cm. - (Pualadas)ISBN 950-581-185-31. Ensayo Argentino I. 1 Ttulo CDDA864 "Director de coleccin: Horacio Gonzlez Diseo de coleccin: EstudioLima+Roca Ilustracin de portada: detalle de la obra de Eduardo Mdici"De dnde venimos? Quines somos? A dnde vamos?", 1995.1a edicin/ 2a reimpresin Ediciones Colihue S.R.LAv. DazVlez 5125

    (C1405DCG) Buenos Aires - [email protected]. ar www.colihue.com.arI.S.B.N. 950-581-185-3Hecho el depsito que marca la Ley 11.723 IMPRESO EN ARGENTINA -PRINTED 1N ARGENTINA

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    PRELUDIO

    El 7 de mayo de 1977, un comando de Aeronutica secuestr a PilarCalveiro en plena calle y fue llevada a lo que se conoci como "la MansinSer", un centro clandestino de detencin de esa fuerza instalado a dos

    cuadras de la estacin Ituzaing. Esa noche Pilar so con su familia esposo, hijas, padres inmvil en una foto fija y despidindola con ungesto de la mano. Ese da comenz su recorrido de ao y medio por uninfierno que prosigui en otros campos de concentracin: la comisara deCastelar, la ex casa de Massera en Panamericana y Thames convertida encentro de torturas del Servicio de Informaciones Navales, la ESMA,finalmente. Y este, su libro, es un libro extraordinario.Hay obras notables sobre la experiencia concentracionaria desobrevivientes de campos nazis de concentracin o gulags soviticos Primo Levi, Gustaw Herling, escritas en primera persona, como exige el

    testimonio. Este libro es distinto: su autora ha recurrido a la tercerapersona, la persona otra, para hablar de lo vivido. Slo al pasar senombra a s misma: "Pilar Calveiro: 362 ", el nmero que los represores leadjudicaron en la ESMA. Desde ese alejamiento despliega un campo de re-flexin rico y matizado sobre "la vida entre la muerte" de los prisioneros,la esquizofrenia de los verdugos, los cruces obligados entre unos y otros,Lis diferentes actitudes de los unos y los otros. No elude tema alguno, niaun el todava hoy urticante en la Argentina de las sospechas que sepropinan a los sobrevivientes de un campo, tal como ocurri en la Europade posguerra. Pilar Calveiro desmonta la fcil divisin de los cautivos en

    "hroes" y "traidores "y aborda la dura complejidad de ese problema enun universo dominado por los tormentos, el silencio, la oscuridad, el cortebrutal con el afuera apenas separado por una pared, la arbitrariedadde los victimarios, seores de lavida y la muerte, su voluntad de convertir a la vctima en animal, en cosa,en nada. Tambin nos habla de "la virtud cotidiana" de la resistencia delos "desaparecidos", actos pequeos de valor, annimos, que entraabanun gran riesgo y eran ejercicios de la dignidad humana que ni el mstotalizador de los poderes puede ahogar.La rigurosa reflexin de Pilar Calveiro no se detiene ah: profundiza en las

    relaciones entre el campo de concentracin y la sociedad argentina "secorresponden", dice, convertida en habitante de un enorme territorioconcentracionario manipulado por el terror militar. Advierte: "la represinconsiste en actos arraigados en la cotidianidad de la sociedad, por eso esposible". Se trata de ideas sobre las que conviene meditar: la Historia estllena de repeticiones y pocas pertenecen al orden de la comedia.En realidad, este libro es una hazaa. Pilar Calveiro atraves la situacinms extrema del horror militar y ha tenido la difcil capacidad de pensar laexperiencia. Es singular que sean los sobrevivientes de los campos lasvctimas que ms ahondan en lo que aconteci. Salen as del lugar devctima que quiso imponerles para siempre la dictadura militar y slo ellassaben a qu costo. Su contribucin al despeje de la verdad y la memoria

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    cvica es inestimable para la sociedad argentina. Que algn da -espero-reconocer esa deuda.Este libro contiene dos relatos. El primero es el que cuaja negro sobreblanco, analtico, pensante, aparentemente despersonalizado.Aparentemente. El relato segundo, invisible a los ojos, es el que sostiene

    una escritura que jams decae, alimentada por una pasin indemne apesar de la tortura y la visin de diversos rostros de la muerte, yseguramente movida por el deseo de acabar con "el silencio que navegasobre la amnesia" social. Con el trabajo para y desde este texto, PilarCalveiro sale airosa del campo de concentracin y, con ella, vivos omuertos, todos sus compaeros de dolor. Es decir, este libro es tambinuna victoria.Juan Gelman

    CONSIDERACIONES PRELIMINARES

    Para Lila Pastoriza, amiga querida, experta en elarte de encontrar resquicios y de disparar sobre elpoder con dos armas de altsima capacidad de fuego:la risa y la burla.

    Salvadores de la patria

    "No se puede hacer ni la historia de los reyes ni la

    historia de los pueblos, sino la historia de lo queconstituye uno frente al otro... estos dos trminos de loscuales uno nunca es el infinito y el otro cero. "MICHEL FOLCAULT

    Es casi imposible comprender el fenmeno de los campos deconcentracin en Argentina sin hacer referencia a las caractersticasprevias de algunos de los actores polticos que coexistieron en ellos, yasea administrndolos o padecindolos. Me refiero, en particular, a lasFuerzas Armadas y a las organizaciones guerrilleras, como actores prin-

    cipales del drama.Con respecto a as Fuerzas Armadas, cabe recordar que entre 1 930 y 1976, la cercana con el poder, la pugna por el mismo y la representacinde diversos proyectos polticos de los sectores dominantes les fue dandoun peso poltico propio y una autonoma relativa creciente. Si en 1930 elEjrcito intervino simplemente para asegurar los negocios de la oligarquaen la coyuntura de la gran crisis de 1929, en 1976, en cambio, se lanzpara desarrollar una propuesta propia, concebida desde dentro mismo dela institucin y a partir de sus intereses especficos.Cuando los grupos econmicamente poderosos del pas perdieron lacapacidad de controlar el sistema poltico y ganar elecciones cosa queocurri desde el surgimiento del radicalismo y se profundiz con el

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    peronismo, las Fuerzas Armadas, y en especial el Ejrcito, seconstituyeron en el medio para acceder al gobierno a travs de lasasonadas militares. As, se convirtieron en receptculo de los ensayos dedistintas fracciones del poder por recuperar cierto consenso pero, sobretodo, por mantener el dominio.

    Las Fuerzas Armadas fueron convirtindose en el ncleo duro yhomogneo del sistema, con capacidad para representar y negociar conlos sectores decisivos su acceso al gobierno. La gran burguesaagroxportadora, la gran burguesa industrial y el capital monoplico seconvirtieron en sus aliados, alternativa o simultneamente. Toda decisinpoltica deba pasar por su aprobacin. La limitacin que representabapara los sectores poderosos su falta de consenso se disimulaba ante elpoder disuasivo y represivo de las armas; el alma del poder poltico seasentaba en el poder militar.La capacidad de negociacin de las Fuerzas Armadas con diferentes

    sectores sociales dio lugar a la formacin de grupos internos que apoyarona una u otra fraccin del bloque en el poder. La institucin en su conjuntofue capaz de reflejar en sus propias filas corrientes atomizadas pero queaceptaban, por va de la disciplina y la jerarqua, una unidad institucionaly una subordinacin al sector dominante, segn el proyecto de turno. Lascorrientes internas pudieron articularse y encontrar consistencia por laidentificacin con el inters corporativo y por la existencia de una red delealtades e influencias que sostiene la estructura: la pertenencia a unadeterminada arma o a una promocin, el haber compartido un destino o elconocimiento personal, anees que las inclinaciones poltico ideolgicas,

    pueden ser razn de respeto y reconocimiento. Este rasgo fue de primeraimportancia en el marco de una nacin en que las clases dominantes nohaban logrado forjar una alianza estable y los partidos polticosatravesaban una profunda crisis de representacin frente a una sociedadcompleja y ambivalente. La atomizacin poltica y econmica de lasociedad se compensaba entonces, hasta cierto punto, por la unidaddisciplinaria del aparato armado y su imposicin sobre la sociedad.De esta manera, las Fuerzas Armadas concentraron la suma del podermilitar y la representacin de mltiples fracciones y segmentos del poder,adjudicada tcitamente. Esta conjuncin explica su alta independencia con

    respecto a cada una de las fracciones o segmentos en particular.El proceso conjunto de autonoma relativa y acumulacin de podercrecientes las llev a asumir con bastante nitidez el papel mismo delEstado, de su preservacin y de su reproduccin, como ncleo de lasinstituciones polticas, en el marco de una sociedad cuyos partidos eranincapaces de disear una propuesta hegemnica.As, los militares "salvaron" reiteradamente al pas o a los gruposdominantes a lo largo de 45 aos; a su vez, sectores importantes de lasociedad civil reclamaron y exigieron ese salvataje una vez tras otra. En 1976, no exista partido poltico en Argentina que no hubiera apoyado oparticipado en alguno de los numerosos golpes militares. Radicales delpueblo, radicales intransigentes, conservadores, peronistas, socialistas y

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    comunistas se asociaron con ellos, en diferentes coyunturas.El general Benito Reynaldo Bignone, ltimo presidente de facto, seal:"nunca un general se levant una maana y dijo: 'vamos a descabezar aun gobierno'. Los golpes de Estado son otra cosa, son algo que viene de lasociedad, que va de ella hacia el Ejrcito, y ste nunca hizo ms que

    responder a ese pedido.'" El razonamiento es tramposo por ser sloparcialmente cierto. Se podra decir, en cambio, que los golpes de Estadovienen de la sociedad y van hacia ella; la sociedad no es el genio malignoque los gesta ni tampoco su vctima indefensa. Civiles y militares tejen latrama del poder. Civiles y militares han sostenido en Argentina un poderautoritario, golpista y desaparecedor de toda disfuncionalidad. Y sinembargo, la trama no es homognea; reconoce ncleos duros y tambinfisuras, puntos y lneas de fuga, que permiten explicar la ndole del poder.Cuando se dio el golpe de 1976, por primera vez en la historia de lasasonadas, el movimiento se realiz con el acuerdo activo y unnime de las

    tres armas. Fue un movimiento institucional, en el que participaron todaslas unidades sin ningn tipo de ruptura de las estructuras jerrquicasdecididas, esta vez s, a dar una salida definitiva y drstica a la crisis. Enese momento, la historia argentina haba dado una vuelta decisiva. Elperonismo, ese "mal" que signara por dcadas la vida nacional, amenazay promesa constante durante casi 30 aos, haba hecho su prueba finalcon el consecuente fracaso. Se haban sucedido, sin descanso, aos deviolencia, la reinstalacin de Pern en el gobierno y el derrumbe de sumodelo de concertacin, el descontrol del movimiento peronista, el caosde la sucesin presidencial y el desastroso gobierno de Isabel Pern, el

    rebrote de la guerrilla, la crisis econmica ms fuerte de la historia ar-gentina hasta entonces; en suma, algo muy similar al caos. Argentinapareca no tener ya cartas para jugar. La sociedad estaba harta y, enparticular la clase media, clamaba por recuperar algn orden. Losmilitares estaban dispuestos a "salvar" una vez ms al pas, que se dejabarescatar, dispuesto a cerrar los ojos con tal de recuperar la tranquilidad yla prosperidad perdidas muchos aos atrs y gracias a ms de ungobierno militar.Las tres armas asumieron la responsabilidad del proyecto de salvataje.Ahora s, produciran todos los cambios necesarios para hacer de

    Argentina otro pas. Para ello, era necesario emprender una operacin de"ciruga mayor", as la llamaron. Los campos de concentracin fueron elquirfano donde se llev a cabo dicha ciruga -no es casualidad que sellamaran quirfanos a las salas de tortura; tambin fueron, sin duda, elcampo de prueba de una nueva sociedad ordenada, controlada, arenada.Las Fuerzas Armadas asumieron el disciplinamiento de la sociedad, paramodelarla a su imagen y semejanza. Ellas mismas como cuerpodisciplinado, de manera tan brutal como para internalizar, hacer carne,aquello que imprimiran sobre la sociedad. Desde principios de siglo, bajoel presupuesto del orden militar se impuso el castigo fsico virtualtorturasobre militares y conscriptos, es decir sobre toda la poblacinmasculina del pas. Cada soldado, cada cabo, cada oficial, en su proceso

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    de asimilacin y entrenamiento aprendi la prepotencia y la arbitrariedaddel poder sobre su propio cuerpo y dentro del cuerpo colectivo de lainstitucin armada.Cuando la disciplina se ha hecho carne se convierte en obediencia, en "lasumisin a la autoridad legtima. El deber de un soldado es obedecer ya

    que sta es la primera obligacin y la cualidad ms preciada de todomilitar"'. Es decir, las rdenes no se discuten, se cumplen.Pero vale la pena detenerse un momento en el proceso orden-obediencia,grabado a fuego en las instituciones militares. Cuanto ms grave es laorden, ms difusa, "eufemstica", suele ser su formulacin y ms sedifumina tambin el lugar del que emana, perdindose en la largusimacadena de mandos.Hay algunos mecanismos internos que facilitan el flujo de la obediencia ydiluyen la responsabilidad. La orden supone, implcitamente, un procesoprevio de autorizacin. El hecho de que un acto est autorizado parece

    justificarlo de manera automtica. Al provenir de una autoridadreconocida como legtima, el subordinado acta como si no tuvieraposibilidad de eleccin. Se antepone a todo juicio moral el deber deobedecer y la sensacin de que la responsabilidad ha sido asumida en otrolugar. El ejecutor se siente as libre de cuestionamiento y se limita alcumplimiento de la orden. Los dems son cmplices silenciosos.El miedo se une a la obligacin de obedecer, reforzndola. La fuerza delcastigo que sobreviene a cualquier incumplimiento, y que se ha grabadopreviamente en el subordinado, es el sustrato de este miedo, que serefuerza permanentemente con nuevas amenazas. La aceptacin de la

    institucin y el temor a su potencialidad destructiva no son elementosexcluyentes.A su vez, existe un proceso de burocratizacin que implica una ciertarutina, "naturaliza" las atrocidades y, por lo mismo, dificulta elcuestionamiento de las rdenes. En la larga cadena de mandos cadasubordinado es un ejecutor parcial, que carece de control sobre el procesoen su conjunto. En consecuencia, las acciones se fragmentan y lasresponsabilidades se diluyen.Las cabezas dan unas rdenes con las que no toman contacto. Losejecutores se sienten piezas de una complicadsima maquinaria que no

    controlan y que puede destruirlos. El campo de concentracin aparececomo una mquina de destruccin, que cobra vida propia. La impresin esque ya nadie puede detenerla. La sensacin de impotencia frente al podersecreto, oculto, que se percibe como omnipotente, juega un papel claveen su aceptacin y en una actitud de sumisin generalizada.Por ltimo, la diseminacin de la disciplina en la sociedad hace que laconducta de obediencia tenga un alto consenso y la posibilidad deinsubordinacin slo se plantee aisladamente. Aunque el dispositivo estpreparado para que los individuos obedezcan de manera automtica eincondicional, esto ocurre en distintos grados, que van de la ms profundainternalizacin a un consentimiento poco convencido, sin desechar ladesobediencia que, aunque es muy eventual, existe. Aun en el centro

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    mismo del poder, la homogeneizacin y el control total son slo ilusiones.La autonoma creciente de las Fuerzas Armadas, su vnculo con lasociedad y el papel que jug en ellas la disciplina y el temor son slo unapunte preliminar para recordar que sin estos elementos no hubiera sidoposible la experiencia concentracionaria. No intentar trazar aqu las

    caractersticas del poder en el llamado Proceso de Reconstruccin Na-cional. Aparecern a lo largo del texto a travs de una de sus criaturas,quizs la ms oculta, una creacin perifrica y medular al mismo tiempo:el campo de concentracin.Sin embargo, cabe sealar tambin que las caractersticas de este poderdesaparecedor no eran flamantes, no constituyeron un invento.Arraigaban profundamente en la sociedad desde el siglo XIX, favoreciendola desaparicin de lo disfuncional, de lo incmodo, de lo conflictivo. Noobstante, el Proceso tampoco puede entenderse como una simplecontinuacin o una repeticin aumentada de las prcticas antes vigentes.

    Represent, por el contrario, una nueva configuracin, imprescindible parala institucionalizacin que le sigui y que hoy rige. Ni ms de lo mismo, niun monstruo que la sociedad engendr de manera incomprensible. Es unhijo legtimo pero incmodo que muestra una cara desagradable y exhibelas vergenzas de la familia en tono desafiante. A la vez, oculta parte desu ser ms ntimo. Intentamos mirarlo aqu de frente a esa cara oculta,que se esconde, en el rostro del pretendido "exceso", verdadera norma deun poder desaparecedor que a su vez se nos desaparece tambin anosotros una y otra vez.

    La vanguardia iluminada"Los muertos demandan a los vivos: recordadlo todo ycontadlo; no solamente pera combatir los campos sinotambin para que nuestra vida, al dejar de s unahuella, conserve su sentido. "'TZVETAN TODOROV

    En los aos setenta proliferaron diversos movimientos armadoslatinoamericanos, palestinos, asiticos. Incluso en algunos pasescentrales, como Alemania, Italia y Estados Unidos se produjeron

    movimientos emparentados con esta concepcin de la poltica, que ponael acento en la accin armada como medio para crear las llamadas"condiciones revolucionarias".No se trat de un fenmeno marginal, sino que el foquismo y, en trminosms generales, el uso de la violencia, pas a ser casi condicin sine cuanon de los movimientos radicales de la poca. Dentro del espectro de loscrculos revolucionarios, casi exclusivamente las izquierdas estalinistas yortodoxas se sustrajeron a la influencia de la lucha armada. La guerrillaargentina form parte de este proceso, sin el cual sera incomprensible. Laconcepcin foquista adoptada por las organizaciones armadas, al suponerque del accionar militar nacera la conciencia necesaria para iniciar unarevolucin social, las llev a deslizarse hacia una concepcin

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    crecientemente militar. Pero en realidad, la idea de considerar la polticabsicamente como una cuestin de fuerza, aunque profundizada por elfoquismo, no era una "novedad" aportada por la joven generacin de gue-rrilleros, ya fueran de origen peronista o guevarista, sino que habaformado parte de la vida poltica argentina por lo menos desde 1930.

    Los sucesivos golpes militares, entre ellos el de 1955, con fusilamiento deciviles y bombardeo sobre una concentracin peronista en Plaza de Mayo;los fusilamientos de Jos Len Surez; la proscripcin del peronismo,entre 1955 y 1973, que representaba la mayora electoral compuesta porlos sectores ms desposedos de la poblacin; la cancelacin de lademocracia efectuada por la Revolucin Argentina de 1966, cuya polticarepresiva desencaden levantamientos de tipo insurreccional en lasprincipales ciudades del pas (Crdoba, Tucumn, Rosario y Mendoza,entre 1969 y 1972), fueron algunos de los hechos violentos del contextopoltico netamente impositivo, en el que creci esta generacin. Por eso,

    la guerrilla consideraba que responda a una violencia ya instalada deantemano en la sociedad.Al inicio de la dcada de los 70, muchas voces, incluidas las de polticos,intelectuales, artistas, se levantaban en reivindicacin de la violencia,dentro y fuera de Argentina. Entre ellas tena especial ascendiente enciertos sectores de la juventud la de Juan Domingo Pern quien, aunqueapenas unos aos despus llamara a los guerrilleros "mercenarios","agentes del caos' e "inadaptados", en 1 970 no vacilaba en afirmar: "Ladictadura que azota a la patria no ha de ceder en su violencia sino anteotra violencia mayor.'"1 "La subversin debe progresar."'' "Lo que est en-

    tronizado es la violencia. Y slo puede destruirse por otra violencia. Unavez que se ha empezado a caminar por ese camino no se puederetroceder un paso. La revolucin tendr que ser violenta."Por otra parte, la prctica inicial de la guerrilla y la respuesta que obtuvode vastos sectores de la sociedad afianz la confianza en la lucha armadapara abordar los conflictos polticos. Jvenes, que en su mayora oscilabanentre los 18 y los 25 aos, lograron concentrar la atencin del pas conasaltos a bancos, secuestros, asesinatos, bombas y toda la gama deacciones armadas que, a su vez, les dieron una voz poltica. "S, s,seores, soy terrorista; s s seores, de corazn..." cantaban en 1 973

    decenas de miles de jvenes congregados en las columnas de la JuventudPeronista que, en realidad, nunca fueron terroristas; si acaso, algunospocos eran militantes armados.Qu pretendan? Desde la izquierda o el peronismo buscaban,bsicamente, una sociedad mejor. En el lenguaje de la poca, la "patriasocialista" quera decir, sustancialmente, mayor justicia social, mejordistribucin de la riqueza, participacin poltica. Pretendan ser la vanguar-dia que abrira el camino, aun a costa de su propio sacrificio, para unaArgentina ms incluyente.Durante los primeros aos de actividad, entre 1970 y 1974, la guerrillatenda a seleccionar de manera muy poltica los blancos del accionararmado, pero a medida que la prctica militar se intensific, el valor

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    efectista de la violencia multiplic engaosamente su peso poltico real; lalucha armada pas a ser la mxima expresin de la poltica primero, y lapoltica misma ms tarde.La influencia del peronismo en las Organizaciones Armadas Peronistas, ysu prctica de base creciente entre los aos 1972 y 1974, las haba

    llevado a una concepcin necesariamente mestiza entre el foquismo y elpopulismo, ms rica y compleja. Pero esta apertura se fue desvirtuando yempobreciendo a medida que Montoneros se distanciaba del movimientoperonista y creca su aislamiento poltico general.El proceso de militarizacin de las organizaciones y la consecuentedesvinculacin de la lucha de masas tuvieron dos vertientes principales:por una parte el intento de construir, como actividad prioritaria, unejrcito popular que se pretenda con las mismas caractersticas de unejrcito regular, por la otra la represin que, sobre todo en el caso deMontoneros, la fue obligando a abandonar el amplio trabajo de base

    desarropado entre 1972 y 1974.La militarizacin, y un conjunto de fenmenos colaterales pero no menosimportantes, como la falta de participacin de los militantes en la toma dedecisiones, el autoritarismo de las conducciones y el acallamiento deldisenso fenmenos que se registraron en muchas de las guerrillaslatinoamericanas debilitaron internamente a las organizacionesguerrilleras. Lo cierto es que su proceso de descomposicin estababastante avanzado cuando se produjo el golpe militar de 1976. Laguerrilla haba comenzado a reproducir en su interior, por lo menos enparte, el poder autoritario que intentaba cuestionar.

    Las armas son potencialmente "enloquecedoras": permiten matar y, por lotanto, crean la ilusin de control sobre la vida y la muerte. Como es obvio,no tienen por s mismas signo poltico alguno pero puestas en manos degente muy joven que adems, en su mayora, careca de una experienciapoltica consistente funcionaron como una muralla de arrogancia ysoberbia que encubra, slo en parte, una cierra ingenuidad poltica.Frente a un Ejrcito tan poderoso como el argentino, en ] 974 losguerrilleros ya no se planteaban ser francotiradores, debilitar, fraccionar yabrir brechas en l; queran construir otro de semejante o mayorpotencia, igualmente homogneo y estructurado. Poder contra poder. La

    guerrilla haba nacido como forma de resistencia y hostigamiento contra laestructura monoltica militar pero ahora aspiraba a parecerse a ella ydisputarle su lugar. Se colocaba as en el lugar ms vulnerable; lasFuerzas Armadas respondieron con todo su potencial de violencia.La persecucin que se desat contra las organizaciones sociales y polticasde izquierda en general y contra las organizaciones armadas en particular,despus de la breve "primavera democrtica", parti, en primer lugar, dela derecha del movimiento peronista, ligada con importantes sectores delaparato represivo. Ya en octubre de 1973, comenz el accionar pblico dela Alianza Anticomunista Argentina o Triple A (AAA), dirigida por elministro de Bienestar Social, Jos Lpez Rega, y claramente protegida yvinculada con los organismos de seguridad.'

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    A partir de la muerte de Pern, desatada la pugna por la "sucesinpoltica" dentro del peronismo, su accionar se aceler. Entre julio y agostode 1 974 se contabiliz un asesinato de la AAA cada 9 horas". Paraseptiembre de 1974 haban muerto, en atentados de esa organizacin,alrededor de 200 personas. Se inici entonces la prctica de la

    desaparicin de personas.Por su parte, durante 1974 y 1975, la guerrilla multiplic las accionesarmadas, aunque nunca alcanz el nmero ni la brutalidad del accionarparamilitarpor ejemplo, jams practic la tortura, que fue monedacorriente en las acciones de la AAA. Se desat entonces una verdaderaescalada de violencia entre la derecha y la izquierda, dentro y fuera delperonismo.Cuando se produjo el golpe de 1976 que implic la represin masificadade la guerrilla y de toda oposicin poltica, econmica o de cualquier tipo,con una violencia indita, al desgaste interno de las organizaciones y a

    su aislamiento se sumaban las bajas producidas por la represin de laTriple A. Sin embargo, tanto ERP como Montoneros se consideraban a smismas indestructibles y conceban el triunfo final como parte de undestino histrico prefijado.A partir del 24 de marzo, la poltica de desapariciones de la AAA tom elcarcter de modalidad represiva oficial, abriendo una nueva poca en lalucha contrainsurgente. En pocos meses, las Fuerzas Armadasdestruyeron casi totalmente al ERP y a las regionales de Montoneros queoperaban en Tucumn y Crdoba. Los promedios de violencia de ese aoindicaban un asesinato poltico cada cinco horas, una bomba cada tres y

    15 secuestros por da, en el ltimo trimestre del ao. La inmensa mayorade las bajas corresponda a los grupos militantes; slo Montoneros perdi,en el lapso de un ao, 2 mil activistas, mientras el ERP desapareci.Adems, existan en el pas entre 5 y 6 mil presos polticos, de acuerdocon los informes de Amnista Internacional.Roberto Santucho, el mximo dirigen te del ERP, comprendi demasiadotarde. En julio de 1976, pocos das antes de su muerte y de la virtualdesaparicin de su organizacin, habra afirmado: "Nos equivocamos en lapoltica, y en subestimar la capacidad de las Fuerzas Armadas al momentodel golpe. Nuestro principal error fue no haber previsto el reflujo del

    movimiento de masas, y no habernos replegado."La conduccin montonera, lejos de tal reflexin, realiz sus "clculos deguerra", considerando que si se salvaba un escaso porcentaje deguerrilleros en el pas (Gasparni, calcula que unos cien) y otros tantos enel exterior, quedara garantizada la regeneracin de la organizacin unavez liquidado el Proceso de Reorganizacin Nacional. As, por noabandonar sus territorios, entreg virtualmente a buena parte de susmilitantes, que seran los pobladores principales de los campos deconcentracin.La guerrilla qued atrapada tanto por la represin como por su propiadinmica y lgica internas; ambas la condujeron a un aislamientocreciente de la sociedad. Desde un punto de vista poltico, se puede

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    sealar la desinsercin creciente de la que ya se habl; la militarizacin delo poltico y la prevalencia de una lgica revolucionaria contra todo sentidode realidad partiendo, como premisa incuestionable, de la certezaabsoluta del triunfo. En lo estrictamente organizativo, el predominio de loorganizacional sobre lo poltico, la falta de participacin de los militantes

    en los mecanismos de promocin y en la toma de decisiones; eldesconocimiento y "disciplinamiento" del desacuerdo interno y elenquistamiento de una conduccin torpe ineficiente que, sin embargo, seconsideraba irrevocable infalible. Todos estos Fueron factores decisivos enla derrota militar y poltica del proyecto guerrillero.El incremento de la represin y las condiciones internas de lasorganizaciones cerraron una trampa mortal. Los militantes convivan conla muerte desde 1975; desde entonces era cada vez ms prxima laposibilidad de su aniquilamiento que la de sobrevivir. Aunque muchos, enun rasgo de lucidez poltica o de instinto de supervivencia, abandonaron

    las organizaciones para salir al exterior o esconderse dentro del pas amenudo siendo apresados en el intento, un gran nmero permanecihasta el final, a pesar de lo evidente de la derrota. Por qu?La fidelidad a los principios originarios del movimiento, para entoncesbastante desvirtuados, fue una parte; la sensacin de haber emprendidoun camino sin retorno hizo el resto. Los militantes que siguieron hasta elfin, lo que en la mayora de los casos signific su propio fin, estaban atra-pados entre una oscura sensacin de deuda moral o culpa con sus propioscompaeros muertos, una construccin artificial de convicciones polticasque slo se sostena en la dinmica interna de las organizaciones, la

    situacin represiva externa que no reconoca deserciones ni "arrepenti-mientos" y la propia represin de la organizacin que castigaba con lamuerte a los desertores.Estas fueron las condiciones en las que cayeron en manos de los militarespara ir a dar a los numerosos campos de concentracin-exterminio. Comoes evidente, no se trataba de las mejores circunstancias para soportar lamuerte lenta, dolorosa y siniestra de los campos, ni mucho menos latortura indefinida e ilimitada que se practicaba en ellos. Los militantescaan agotados. El manejo de concepciones polticas dogmticas como lainfalibilidad de la victoria, que se deshacan al primer contacto con la

    realidad del "chupadero"; la sensacin de acorralamiento creciente vividadurante largos meses de prdida de los amigos, de los compaeros, de laspropias viviendas, de todos los puntos de referencia; la desconfianzalatente en las conducciones, mayor a medida que avanzaba el proceso dedestruccin; 1^ soledad personal en que los suma la clandestinidad, cadavez ms dura; la persistencia del lazo poltico con la organizacin portemor o soledad ms que por conviccin, en buena parte de los casos; elresentimiento de quienes haban roto sus lazos con las organizacionespero por la falta de apoyo de stas no haban podido salir del pas; lascausas de la cada, muchas veces asociadas con la delacin, eran sloalgunas de las razones por las que el militante caa derrotado deantemano.

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    Estos hechos facilitaron y posibilitaron la modalidad represiva del"chupadero". El tormento indiscriminado e ilimitado tuvo un papelimportante en los niveles de eficiencia que lograron las Fuerzas Armadasen su accionar represivo, pero no es menos cierto que estos otros factorespermitieron que se encontraran con un "enemigo" previamente debilitado.

    La guerrilla haba llegado a un punto en que saba ms cmo morir quecmo vivir o sobrevivir, aunque estas posibilidades fueran cada vez msinciertas.

    Notas

    1 Foucault, Michel. Genealoga del racismo, Madrid, La Piqueta, 1992.2 En Grecco, Jorge; Gonzlez, Gustavo. Argentina: El Ejrcito quetenemos, Buenos Aires, Sudamericana, 1990.3 General Maffrey. En Grecco, Jorge, op. cit., p. 167.

    4 Todorov, Tzvetan. Frente al lmite, Mxico, Siglo XXI, 1 993.5 Pern, Juan Domingo. Carta a las FAP, 12 de febrero de 1970. EnGasparini, Juan, op. cit., p. 39-6 Pern, Juan Domingo. Carta a Jos Hernndez Arregui, 5 de noviembrede 1970. En Gasparini. Juan, op. cit., p- i).7 Pern, Juan Domingo. Marcha, 27 de Febrero.de 1970.8 Graham Yooll, Andrew. En Seoane, Mara, op. cit., p. 242.9 Gasparini, Juan, op. cit., p. 98.10 Matini, Luis. En Seoane, Mara, op. cit., p. 303.11 Gasparini, Juan. Montoneros. Final de cuentas, Buenos Aires, Puntosur,

    1988.

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    LOS CAMPOS DE CONCENTRACIN

    "...el experimento de dominacin total en los camposde concentracin depende del aislamiento respectodel mundo de todos los dems, del mundo de los vivos

    en general... Este aislamiento explica la irrealidadpeculiar y la falta de credibilidad, que caracteriza atodos los relatos sobre los campos de concentracin...tales campos son la verdadera institucin central delpoder organizado totalitario. ""Cualquiera que hable o escriba acerca de loscampos de concentracin es considerado como unsospechoso; y si quien habla ha regresado decididamenteal mundo de los vivos, l mismo se sienteasaltado por dudas con respecto a su verdadera

    sinceridad, como si hubiese confundido unapesadilla con la realidad."Hannah Arent

    Poder y represin

    El poder, a la vez individualizante y totalitario, cuyos segmentos molares,siguiendo la imagen ele Deleuze, estn inmersos en el caldo molecularque los alimenta2 es, antes que nada, un multifactico mecanismo derepresin.

    Las relaciones de poder que se entretejen en una sociedad cualquiera, lasque se fueron estableciendo y reformulando a lo largo de este siglo enArgentina y de las que se habl al comienzo son el conjunto de una seriede enfrentamientos, las ms de las veces violentos y siempre con unfuerte componente represivo. No hay poder sin represin pero, ms queeso, se podra afirmar que la represin es el alma misma del poder. Lasformas que adopta lo muestran en su intimidad ms profunda, aquellaque, precisamente porque tiene la capacidad de exhibirlo, hacerlo obvio,se mantiene secreta, oculta, negada.En el caso argentino, la presencia constante de la institucin militar en la

    vida poltica manifiesta una dificultad para ocultar el carcter violento dela dominacin, que se muestra, que se exhibe como una amenazaperpetua, como un recordatorio constante para el conjunto de la sociedad."Aqu estoy, con mis columnas ele hombres y mis armas; vanme", dice elpoder en cada golpe pero tambin en cada desfile patritico.Sin embargo, los uniformes, el discurso rgido y autoritario de losmilitares, los fros comunicados difundidos por las cadenas de radio ytelevisin en cada asonada, no son ms que la cara ms presentable de supoder, casi podramos decir su traje de domingo. Muestran un rostrorgido y autoritario, s, pero tambin recubierto de un barniz de limpieza,rectitud y brillo del que carecen en el ejercicio cotidiano del poder, dondese asemejan ms a crueles burcratas avariciosos que a los cruzados del

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    orden y la civilizacin que pretenden ser.Ese poder, cuyo ncleo duro es la institucin militar pero que comprendeotros sectores de la sociedad, que se ejerce en gobiernos civiles ymilitares desde la fundacin de la nacin, imitando y clonando a untiempo, se pretende a s mismo como total. Pero este intento de

    totalizacin no es ms que una de las pretensiones del poder. "Siemprehay una hoja que se escapa y vuela bajo el sol." Las lneas de fuga, loshoyos negros del poder son innumerables, en toda sociedad ycircunstancia, aun en los totalitarismos ms uniformemente establecidos.Es por eso que para describir la ndole especfica de cada poder esnecesario referirse no slo a su ncleo duro, a lo que l mismo aceptacomo constitutivo de s, sino a lo que excluye y a lo que se le escapa, aaquello que se fuga de su complejo sistema, a la vez central yfragmentario.All cobra sentido la funcin represiva que se despliega para controlar,

    apresar, incluir a todo lo que se le fuga de ese modelo pretendidamentetotal. La exclusin no es ms que un forma de inclusin, inclusin de lodisfuncional en el lugar que se le asigna. Por eso, los mecanismos y lastecnologas de la represin revelan la ndole misma del poder, la forma enque ste se concibe a s mismo, la manera en que incorpora, en querefuncionaliza y donde pretende colocar aquello que se le escapa, que noconsidera constitutivo. La represin, el castigo, se inscriben dentro de losprocedimientos del poder y reproducen sus tcnicas, sus mecanismos. Espor ello que las formas de la represin se modifican de acuerdo con landole del poder. Es all donde pretendo indagar.

    Si ese ncleo duro exhibe una parte de s, la "mostrable" que aparece enlos desfiles, en el sistema penal, en el ejercicio legtimo de la violencia,tambin esconde otra, la "vergonzante", que se desaparecen el controlilcito de correspondencias y vidas privadas, en el asesinato poltico, en lasprcticas de tortura, en los negociados y estafas.Siempre el poder muestra y esconde, y se revela a s mismo tanto en loque exhibe como en lo que oculta. En cada una de esas esferas semanifiestan aspectos aparentemente incompatibles pero entre los que sepueden establecer extraas conexiones. Me interesa aqu hablar de la caranegada del poder, que siempre existi pero que fue adoptando distintas

    caractersticas.En Argentina, su forma ms tosca, el asesinato poltico, fue unaconstante; por su parte, la tortura adopt una modalidad sistemtica einstitucional en este siglo, despus de la Revolucin del 30 para losprisioneros polticos, y fue una prctica constante e incluso socialmenteaceptada como25normal en relacin con los llamados delincuentes comunes. El secuestro yposterior asesinato con aparicin del cuerpo de la vctima se realiz, sobretodo a partir de los aos setenta, aunque de una manera relativamenteexcepcional.Sin embargo todas esas prcticas, aunque crueles en su ejercicio, se

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    diferencian de manera sustancial de la desaparicin de personas, quemerece una reflexin aparte. La desaparicin no es un eufemismo sinouna alusin literal: una persona que a partir de determinado momentodesaparece, se esfuma, sin que quede constancia de su vida o de sumuerte. No hay cuerpo de la vctima ni del delito. Puede haber testigos del

    secuestro y presuposicin del posterior asesinato pero no hay un cuerpomaterial que d testimonio del hecho.La desaparicin, como forma de represin poltica, apareci despus delgolpe de 1966. Tuvo en esa poca un carcter espordico y muchas veceslos ejecutores fueron grupos ligados al poder pero no necesariamente losorganismos destinados a la represin institucional.Esta modalidad comenz a convertirse en un uso a partir de 1974,durante el gobierno peronista, poco despus de la muerte de Pern. Enese momento las desapariciones corran por cuenta de la AAA y elComando Libertadores de Amrica, grupos que se poda definir como

    parapoliciales o paramilitares. Estaban compuestos por miembros de lasfuerzas represivas, apoyados por instancias gubernamentales, como elMinisterio de Bienestar Social, pero operaban de manera independiente deesas instituciones. Estaban sostenidos por y coludidos con el poderinstitucional pero tambin se podan diferenciar de l.No obstante, ya entonces, cuando en febrero de 1975 por decreto delpoder ejecutivo se dio la orden de aniquilar la guerrilla, a travs delOperativo Independencia se inici en Tucumn una poltica institucional dedesaparicin de personas, con el silencio y el consentimiento del gobiernoperonista, de la oposicin radical y de amplios sectores de la sociedad.

    Otros, como suele suceder, no saban nada; otros ms no queran saber.En ese momento aparecieron las primeras instituciones ligadas indisolu-blemente con esta modalidad represiva: los campos de concentracin-exterminio.Es decir que la figura de la desaparicin, como tecnologa del poderinstituido, con su correlato institucional, el entripo de concentracin-exterminio hicieron su aparicin estando en vigencia las llamadasinstituciones democrticas y dentro de la administracin peronista deIsabel Martnez. Sin embargo, eran entonces apenas una de lastecnologas de lo represivo.

    El golpe de 1976 represent un cambio sustancial: la desaparicin y elcampo de concentracin-exterminio dejaron de ser una de las formas dela represin para convertirse en la modalidad represiva del poder,ejecutada de manera directa desde las instituciones militares. Desde en-tonces, el eje de la actividad represiva dej de girar alrededor ci lascrceles para pasar a estructurarse en torno al sistema de desaparicin depersonas, que se mont desde y dentro de las Fuerzas Armadas.Qu represent esta transformacin? Las nuevas modalidades de lorepresivo nos hablan tambin de modificaciones en la ndole del poder.Parto de la idea de que el Proceso de Reorganizacin Nacional no fue unaextraa perversin, algo ajeno a la sociedad argentina y a su historia, sinoque forma parte de su trama, est unido a ella y arraiga en su modalidad

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    y en las caractersticas del poder establecido.Sin embargo, afirmo tambin que el Proceso no represent una simplediferencia de grado con respecto a elementos preexistentes, sino unareorganizacin de los mismos y la incorporacin de otros, que dio lugar anuevas formas de circulacin del poder dentro de la sociedad. Lo hizo con

    una modalidad represiva: los campos de concentracin-exterminio.Los campos de concentracin, ese secreto a voces que todos temen,muchos desconocen y unos cuantos niegan, slo es posible cuando elintento totalizador del Estado encuentra su expresin molecular, sesumerge profundamente en la sociedad, permandola y nutrindose deella. Por eso son una modalidad represiva especfica, cuya particularidadno se debe desdear. No hay campos de concentracin en todas lassociedades. Hay muchos poderes asesinos, casi se podra afirmar quetodos lo son en algn sentido. Pero no todos los poderes sonconcentracionarios. Explorar sus caractersticas, su modalidad especfica

    de control y represin es una manera de hablar de la sociedad misma y delas caractersticas del poder que entonces se instaur y que se ramifica yreaparece, a veces idntico y a veces mutado, en el poder que hoy circulay se reproduce.No existen en la historia de los hombres parntesis inexplicables. Y esprecisamente en los periodos de "excepcin", en esos momentos molestosy desagradables que las sociedades pretenden olvidar, colocar entreparntesis, donde aparecen sin mediaciones ni atenuantes, los secretos ylas vergenzas del poder cotidiano. El anlisis del campo deconcentracin, como modalidad represiva, puede ser una de las claves

    para comprender las caractersticas de un poder que circul en todo eltejido social y que no puede haber desaparecido. Si la ilusin del poder essu capacidad para desaparecerlo disfuncional, no menos ilusorio es que lasociedad civil suponga que el poder desaparecedor desaparezca, por artede una magia inexistente.

    Somos compaeros, amigos, hermanos

    Entre 1976 y 1982 funcionaron en Argentina 340 campos deconcentracin-exterminio, distribuidos en todo el territorio nacional. Se

    registr su existencia en 11 de las 23 provincias argentinas, queconcentraron personas secuestradas en todo el pas. Su magnitud fuevariable, tanto por el nmero de prisioneros como por el tamao de lasinstalaciones.Se estima que por ellos pasaron entre 15 y 20 mil personas, de las cualesaproximadamente el 90 por ciento fueron asesinadas. No es posibleprecisar el nmero exacto de desapariciones porque, si bien la ComisinNacional sobre la Desaparicin de Personas recibi 8960 denuncias, sesabe que muchos de los casos no fueron registrados por los familiares. Lomismo ocurre con un cierto nmero de sobrevivientes que, por temor uotras razones, nunca efectuaron la denuncia de su secuestro.Segn os testimonios de algunos sobrevivientes, Juan Carlos Scarpatti

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    afirma que por Campo de Mayo habran pasado 3500 personas entre 1976y 1977; Graciela Geuna dice que en La Perla hubo entre 2 mil y 1500secuestrados; Martn Grass estima que la Escuela de Mecnica de laArmada aloj entre 3 mil y 4500 prisioneros de 1 976 a 1979; el informede Conadep indicaba que El Arltico habra alojado ms de 1 500

    personas. Slo en estos cuatro lugares, ciertamente de los ms grandes,los testigos directos hacen un clculo que, aunque parcial por el tiempo dedetencin, en el ms optimista de los casos, asciende a 9500 prisioneros.No parece descabellado, por lo tanto, hablar de 1 5 o 20 mil vctimas anivel nacional y durante todo el periodo. Algunas entidades de defensa delos derechos humanos, como las Madres de Plaza de Mayo, se refieren auna cifra total de 30 mil desaparecidos.Diez, veinte, treinta mil Torturados, muertos, desaparecidos... En estosrangos las cifras dejan de tener una significacin humana. En medio de losgrandes volmenes los hombres se transforman en nmeros constitutivos

    de una cantidad, es entonces cuando se pierde la nocin de que se esthablando de individuos. La misma masificacin del fenmeno actadeshumanizndolo, convirtindolo en una cuestin estadstica, en unproblema de registro. Como lo seala Todorov, "un muerto es unatristeza, un milln de muertos es una informacin"'. Las largusimas listasde desaparecidos, financiadas por los organismos de derechos humanos,que se publicaban en los peridicos argentinos a partir de 1980, eran unrecordatorio de que cada lnea impresa, con un nombre y un apellidorepresentaba a un hombre de carne y hueso que haba sido asesinado. Poreso eran tan impactantes para la sociedad. Por eso eran tan irritativas

    para el poder militar.Tambin por eso, en este texto intentar centrarme en las descripcionesque hacen los protagonistas, en los testimonios de las vctimas especficasque, con un nombre y un apellido, con una historia poltica concretahablan de estos campos desde /lugar en ellos. Cada testimonio es ununiverso completo, un hombre completo hablando de s y de los otros.Sera suficiente tomar uno solo de ellos para dar cuenta de los fenmenosa los que me quiero referir. Sin embargo, para mostrar la vivencia desdedistintos sexos, sensibilidades, militancias, lugares geogrficos y captores,aunque har referencia a otros testimonios, tomar bsicamente los

    siguientes: Graciela Geuna (secuestrada en el campo de concentracin deLa Perla, Crdoba, correspondiente al III Cuerpo de Ejrcito), Martn Grass(secuestrado en la Escuela de Mecnica de la Armada, Capital Pederal,correspondiente a la Armada de la Repblica Argentina), Juan CarlosScarparti (secuestrado y fugado de Campo de Mayo, Provincia de BuenosAires, campo de concentracin correspondiente al I Cuerpo de Ejrcito),Claudio Tamburrini (secuestrado y fugado de la Mansin Ser, provinciade Buenos Aires, correspondiente a la Fuerza Area), Ana Mara Careaga(secuestrada en El Atltico, Capital Federal, correspondiente a la PolicaFederal). Todos ellos fugaron en ms de un sentido.La seleccin tambin pretende ser una muestra de otras doscircunstancias: la participacin colectiva de las tres Fuerzas Armadas y de

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    la polica, es decir de las llamadas Fuerzas de Seguridad, y suinvolucramiento institucional, desde el momento en que la mayora de loscampos ele concentracin-exterminio se ubic en dependencias de dichosorganismos de seguridad, controlados y operados por su personal.No abundar en estas afirmaciones, ampliamente demostradas en el juicio

    que se sigui a las juntas militares en 1985. Slo me interesa resaltar queen ese proceso qued demostrada la actuacin institucional de las Fuerzasde Segundad, bajo comando conjunto de las Fuerzas Armadas y siguiendola cadena de mandos. Es decir que el accionar "antisubversivo" se realizdesde y dentro de la estructura y la cadena jerrquica de las FuerzasArmadas. "Hicimos la guerra con la doctrina en la mano, con las rdenesescritas de los comandos superiores", afirm en Washington el generalSantiago Ornar Riveros, por si hubiera alguna duda'. En suma, fue lamodalidad represiva del Estado, no un hecho aislado, no un exceso degrupos fuera de control, sino una tecnologa represiva adoptada racional y

    centralizadamente.Los sobrevivientes, e incluso testimonios de miembros del aparatorepresivo que declararon contra sus pares, dan cuenta de numerososenfrentamientos entre las distintas armas y entr sectores internos decada una de ellas. Geuna habla del desprecio de la oficialidad de La Perlahacia el personal policial y sus crticas al II Cuerpo de Ejrcito, al queconsideraban demasiado "liberal". Grass menciona las diferencias de laArmada con el Ejrcito y de la Escuela de Mecnica con el propio Serviciode Inteligencia Naval. Ejrcito y Armada despreciaban a los "panqueques",la Fuerza Area, que como panqueques se daban vuelta en el aire; es

    decir, eran incapaces de tener posturas consistentes. Sin embargo,aunque tuvieran diferencias circunstanciales, tocios coincidieron en lofundamental: mantener y alimentar el aparato desaparecedor, la mquinade concentracin-exterminio. Porque la caracterstica de estos campos fueque todos ellos, independientemente de qu fuerza los controlara,llevaban como destino final a la muerte, salvo en casos verdaderamenteexcepcionales.Durante el juicio de 1985, la defensa del brigadier Agosti, titular de laFuerza Area, argument: "Cmo puede salvarse la contradiccin quesurge del alegato acusatorio del seor fiscal, donde palmariamente se

    demuestra que fue la Fuerza Area comandada por el brigadier Agosti lamenos sealada en las declaraciones testimoniales y restante pruebacolectada en el juicio, sea su comandante el acusado a quien se leimputen mayor nmero de supuestos hechos delictuosos?"1Efectivamente, haba menos pruebas en contra de la Fuerza Area, peroeste hecho que la defensa intent capitalizar se deba precisamente a quecasi no quedaban sobrevivientes. El ndice de exterminio de susprisioneros haba sido altsimo. Por ciertoTamburrini, un testigo de cargofundamental, sobrevivi gracias a una fuga de prisioneros torturados,rapados, desnudos y esposados que revel la desesperacin de losmismos y la torpeza militar del personal aeronutico. Otro testigo clave,Miriam Lewin, haba logrado sobrevivir como prisionera en otros campos a

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    un desconocido.Cmo se lleg a esta rutinizacin, a este "vaciamiento" de la muerte?Casi todos los testimonios coinciden en que la dinmica de los camposreconoca, desde la perspectiva del prisionero, diferentes grupos yfunciones especializadas entre los captores. Veamos cmo se distribuan.

    Las patotas

    La patota era el grupo operativo que "chupaba" es decir j que realizaba laoperacin de secuestro de los prisioneros, ya fuera en la calle, en sudomicilio o en su lugar de trabajo.Por lo regular, el "blanco" llegaba definido, de manera que el grupooperativo slo reciba una orden que indicaba a quin deba secuestrar ydnde. Se limitaba entonces a planificar y ejecutar una accin militarcorriendo el menor riesgo posible. Como poda ser que el "blanco" estu-

    viera armado y se defendiera, ante cualquier situacin dudosa, la patotadisparaba "en defensa propia".Si en cambio se planteaba un combate abierto poda pedir ayuda yentonces se producan los operativos espectaculares con camiones delEjercito, helicpteros y decenas de soldados saltando y apostndose enlas azoteas. En este caso se pona en juego la llamada "superioridad tcti-ca" de las fuerzas conjuntas. Pero por lo general realizaba tristessecuestros en los que entre cuatro, seis u ocho hombres armados"reducan" a uno, rodendolo sin posibilidad de defensa y apalendolo deinmediato para evitar todo nesgo, al ms puro estilo de una autntica

    patota.Si ocupaban una casa, en recompensa por el riesgo que haban corrido,cobraban su "botn de guerra", es decir saqueaban y rapiaban cuantoencontraban.En general, desconocan la razn del operativo, la supuesta importanciadel "blanco" y su nivel de compromiso real o hipottico con la subversin.Sin embargo, solan exagerar la "peligrosidad" de la vctima porque de esamanera su trabajo resultaba ms importante y justificable. Segn elesquema, segn su propia representacin, ellos se limitaban a detenerdelincuentes peligrosos y cometan "pequeas infracciones" como

    quedarse con algunas pertenencias ajenas. "(Nosotros) entrbamos,patebamos las mesas, agarrbamos de las mechas a alguno, lometamos en el auto y se acab. Lo que ustedes no entienden es que lapolica hace normalmente eso y no lo ven mal."6 El sealamiento del caboVilario, miembro de una de estas patotas, es exacto; la polica realizabahabitualmente esas prcticas contra los delincuentes y prcticamentenadie lo vea mal... porque eran delincuentes, otros. Era "normal".

    Los grupos de inteligencia

    Por otra parte, estaba el grupo de inteligencia, es decir los que manejabanla informacin existente y de acuerdo con ella orientaban el

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    "interrogatorio" (tortura) para que fuera productivo, o sea, arrojarainformacin de utilidad. Este grupo reciba al prisionero, al "paquete", yareducido, golpeado y sin posibilidad de defensa, y proceda a extraerle losdatos necesarios para capturar a otras personas, armamento o cualquiertipo de bien til en las tareas de contrainsurgencia. Justificaba su trabajo

    con el argumento de que el funcionamiento armado, clandestino ycompartimentado de la guerrilla haca imposible combatirla con eficienciapor medio de los mtodos de represin convencionales; era necesario"arrancarle" la informacin que permitira "salvar otras vidas".Como ya se seal, la prctica de la tortura, primero sobre losdelincuentes comunes y luego sobre los prisioneros polticos, ya estabapara entonces profundamente arraigada. No constitua una novedadpuesto que se haba realizado a partir de los aos 30 y de manerasistemtica y uniforme desde la dcada del sesenta. La polica, que tenalarga experiencia en la prctica de la picana, ense las tcnicas; a su

    vez, los cursos de contrainsurgencia en Panam instruyeron a algunosoficiales en los mtodos eficientes y novedosos de "interrogatorio"."Yo capturo a un guerrillero, s que pertenece a una organizacin (sepodra agregar, o presumo y quiero confirmarlo, o pertenece a la periferiade esa organizacin, o es familiar de un guerrillero, o...) que estoperando y preparando un atentado terrorista en, por ejemplo, un colegio(jams los guerrilleros argentinos hicieron atentados en colegios)... Miobligacin es obtener rpidamente la informacin para impedirlo... Hayque hacer hablar al prisionero de alguna forma. Ese es el tema y eso es loque se debe enfrentar. La guerra subversiva es una guerra especial. No

    hay tica. El tema es si yo permito que el guerrillero se ampare en losderechos constitucionales u obtengo rpida informacin para evitar undao mayor", seala Aldo Rico, perpetuo defensor de la "guerra sucia".Por su parte, los mandos dicen: "Nadie dijo que aqu haba que torturar.Lo efectivo era que se consiguiera la informacin. Era lo que a m meimportaba."Como resultado, despus de hacer hablar al prisionero, los oficiales deinteligencia producan un informe que sealaba los datos obtenidos, lainformacin que poda conducir a la "patota" a nuevos "blancos" y suestimacin sobre el grado de peligrosidad y "colaboracin" del "chupado".

    Tambin ellos eran un eslabn, si no asptico, profesional, de especialistaseficientemente entrenados.

    Los guardias

    Entonces, ya desposedo de su nombre y con un nmero de identificacin,el detenido pasaba a ser uno ms de los cuerpos que el aparato devigilancia y mantenimiento del campo deba controlar. Las guardiasinternas no tenan conocimiento de quines eran los secuestrados ni porqu estaban all. Tampoco tenan capacidad alguna de decisin sobre susuerte. Las guardias, generalmente constituidas por gente muy joven y de

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    bajo nivel jerrquico, slo eran responsables de hacer cumplir unasnormas que tampoco ellas haban establecido, "obedecan rdenes".La rigidez de la disciplina y la crueldad de) trato se "justificaba" por la altapeligrosidad de los prisioneros, de quienes muchas veces no legaban aconocer ni siquiera sus rostros, eternamente encapuchados. Es

    interesante observar que todos ellos necesitaban creer que los "chupados"eran subversivos, es decir menos que hombres (segn palabras delgeneral Camps "no desaparecieron personas sino subversivos'"'),verdadera amenaza pblica que era preciso exterminaren aras de un biencomn incuestionable; slo as podan convalidar su trabajo y desplegaren l la ferocidad de que dan cuenta los testimonios.Tambin hay que sealar que esta lgica se repeta punto por punto, enamplios sectores de la sociedad; la prensa de la poca da cuenta de la"imperiosa necesidad" de erradicar la "amenaza subversiva" con mtodos"excepcionales" de los que esos guardias eran parte. Un da, llegaba la or-

    den de traslado con una lista, a veces elaborada incluso hiera del campode concentracin como en el caso de La Perla, y el guardia se limitaba aorganizar una fila y entregar los "paquetes".Los desaparecedores de cadveresAqu los testimonios tienen lagunas. El secreto que rodeaba a losprocedimientos de traslado hace que sea una de las partes del procesoque ms se desconocen. Se sabe que estaban rodeados de una enormetensin y violencia. En unos casos, se transportaba a los prisioneros lejosdel campo, se los fusilaba, atados y amordazados, y se proceda alentierro y cremacin de los cadveres, o bien a tirar los cuerpos en

    lugares pblicos simulando enfrentamientos.Pero el mtodo que aparentemente se adopt de manera masiva consistaen que el personal del campo inyectaba a los prisioneros con somnferos ylos cargaba en camiones, presumiblemente manejados por personal ajenoal funcionamiento interno. La aplicacin del somnfero arrebataba alprisionero su ltima posibilidad de resistencia pero tambin sus rasgosms elementales de humanidad: la conciencia, el movimiento. Los"bultos" amordazados, adormecidos, maniatados, encapuchados, los"paquetes" se arrojaban vivos al mar. En suma, el dispositivo de loscampos se encargaba de fraccionar, segmentarizar su funcionamiento

    para que nadie se sintiera finalmente responsable. "Mientras mayor sea lacantidad de personas involucradas en una accin, menor ser laprobabilidad de que cualquiera de ellas se considere un agente causal conresponsabilidad moral."1" La fragmentacin del trabajo "suspende" la res-ponsabilidad moral, aunque en los hechos siempre existen posibilidadesde eleccin, aunque sean mnimas.La autorizacin por parte ele los superiores jerrquicos "legalizaba" losprocedimientos, pareca justificarlos de manera automtica, dejando alsubordinado sin otra alternativa aparente que la obediencia. El hecho deformar parte de un dispositivo del cual se es slo un engranaje creaba unasensacin de impotencia que adems de desalentar una resistenciavirtualmente inexistente fortaleca la sensacin de falta de

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    responsabilidad. Los mecanismos para despojar a las vctimas de susatributos humanos facilitaban la ejecucin mecnica y rutinaria de lasrdenes. En suma, un dispositivo montado para acallar conciencias,previamente entrenadas para el silencio, la obediencia y la muerte.Todo adoptaba la apariencia de un procedimiento burocrtico: informacin

    que se recibe, se procesa, se recicla; formularios que indican lo realizado;legajos que registran nombres y nmeros; rdenes que se reciben y secumplen; acciones autorizadas por el comando superior; turnos deguardia "24 por 48"; vuelos nocturnos ordenados por una superioridadvaga, sin nombre ni apellido. Todo era impersonal, la vctima y elvictimario, rdenes verbales, "paquetes" que se reciben y se entregan,"bultos" que se arrojan o se entierran. Cada hombre como la simple piezade un mecanismo mucho ms vasto que no puede controlar ni detener,que disemina el terror y acalla las conciencias. La fragmentacin de lamaquinaria asesina no fue un invento di los campos de concentracin

    argentinos. En realidad es asombroso ver qu poco invent la Junta Military hasta qu punto sus procedimientos se asemejan a las demsexperiencias concentracionarias de este siglo. No creo que ello se deba aque "copiaron" o se "inspiraron" en los campos de concentracin nazis ostalinistas, sino ms bien en la similitud de los poderes totalizantes y, porlo mismo, en la semejanza que existe en sus formas de castigo, represiny normalizacin.Aunque los asesinos de guerra nazis, como Eichman o Hoess, participaronen la ejecucin de millones de personas, lo hicieron ocupndose tambinde un pequeo eslabn de la cadena. Por eso no se sentan responsables

    de sus actos. Eichman se defendi durante el juicio que se le siguiafirmando: "Yo no tena nada que ver con la ejecucin de judos, no hematado ni a uno solo.""De manera semejante, en Argentina existieron 172 nios desaparecidos yconsta, por denuncias realizadas a la Conadep, la tortura de algunos deellos as como el asesinato de otros. Un caso demostrado, por la aparicinde los cadveres, es el de la familia de Matilde Lanuscou, cuyos hijos deseis y cuatro aos fueron asesinados con sus padres, militantesMontoneros, en un operativo realizado por el Ejrcito y la Polica de laProvincia de Buenos Aires en 1976. No obstante, el general Ramn

    Camps, jefe de la Polica de la Provincia de Buenos Aires en esa fecha,respondi durante una entrevista: "Personalmente no elimin a ningnnio"12, como si ese hecho lo eximiera de la responsabilidad.Para ver cmo opera la fragmentacin desde adentro, es ilustrativa unaentrevista realizada por La Semana a Ral David Vilario, cabo de laMarina que prest servicios en los grupos operativos de la Escuela deMecnica de la Armada. En ella se desarroll el siguiente dilogo:"Una vez que ustedes entregaban a las personas secuestradas a laJefatura del Grupo de Tareas, qu suceda?"Bueno, eso era parte de otro grupo."Qu otro grupo?"El Grupo de Tareas estaba dividido en dos subgrupos: los que salan a

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    la calle y los que hacan el denominado 'trabajo sucio'."-Usted a qu grupo perteneca? "Yo? Al que sala a la calle...Nosotros slo llevbamos al individuo a la Escuela de Mecnica de laArmada... Siempre esper que me tiraran antes de tirar yo... Yo, por miparte, entiendo por asesino a aquel que mata a sangre fra. Yo, gracias a

    Dios, eso no lo hice nunca... los chupadores detenamos al tipo y loentregbamos. Y perdamos el contacto con el tipo... lo dejabas all. Loms peligroso para el detenido comenzaba all... nunca me iba a tocartorturar. Porque a eso se dedicaban otras personas... No est dentro dem el torturar. No lo siento..." (Sigue Vilario)... All por el 78 (se van las patotas y) se quedan lostorturadores, los que haban matado, los que haban quemado... Veocmo se haba perdido sensibilidad... Not que faltaba sensibilidad,delicadeza... O que ya estaban tan, tan, tan rutinarios con eso que ya eranormal que... No s cmo explicarle: se les haba hecho carne. "-Qu era

    lo que se haba hecho rutina? "-El torturar, el no sentir sensibilidad, el noimportar los gritos, el no tener delicadeza cuando uno coma: contabanherejas.""Aunque parezca extrao, tambin los oficiales de inteligencia, lostorturadores, el alma de todo el dispositivo, descargaban suresponsabilidad de alguna manera. Cuenta Graciela Geuna, sobrevivientede La Perla:"Barreiro es un buen representante de los torturadores, porque tenalucidez y conciencia de su participacin en las tareas represivas. Supensamiento era circular en ese sentido: su propia responsabilidad

    personal la transfera a los militantes populares y, fundamentalmente, alas direcciones partidarias, porque no cedan. Es decir, la tortura eranecesaria ante la resistencia de la gente. Si la gente no resista l no tenaque torturar."1'Por el secreto que los envuelve, no hay testimonios directos de losdesaparecedores de cuerpos pero se puede suponer que tendran justificaciones similares y la misma sensacin de carecer deresponsabilidad. En ltima instancia ellos slo ponan el punto final de unproceso irreversible; arrojaban "paquetes" al mar.Es significativo el uso del lenguaje, que evitaba ciertas palabras

    reemplazndolas por otras: en los campos no se tortura, se "interroga",luego los torturadores son simples "interrogadores". No se mata, se"manda para arriba" o "se hace la boleta". No se secuestra, se "chupa".No hay picanas, hay "mquinas"; no hay asfixia, hay "submarino". No haymasacres colectivas, hay "traslados", "cochecitos", "ventiladores".Tambin se evita toda mencin a la humanidad del prisionero. Por logeneral no se habla de personas, gente, hombres, sino de bultos,paquetes, a lo sumo subversivos, que se arrojan, se van para arriba, sequiebran. El uso de palabras sustitutas resulta significativo porque denotaintenciones bastante obvias, como la deshumanizacin de las vctimas,pero cumple tambin un objetivo "tranquilizador" que inocentiza lasacciones ms penadas por el cdigo moral de la sociedad, como matar y

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    torturar. Ayuda, en este sentido a "aliviar" la responsabilidad del personalmilitar. Por eso, la furia del personal de La Perla cuando Geuna los llamasesinos, "...se reiniciaron los golpes, detenindose en el castigo slo paradecirme 'Dec asesino...' y cuando yo lo haca ellos volvan a castigarme."En suma, el dispositivo desaparecedor de personas y cuerpos incluye, por

    medio de la fragmentacin y la burocratizacin, mecanismos para diluir laresponsabilidad, igualarla y, en ltima instancia, desaparecerla. Es muysignificativo que las Fuerzas Armadas hayan negado la existencia de loscampos como una tecnologa gubernamental de represin, como unainstancia en la que el Estado se convirti en el perseguidor y exterminadorinstitucional. Al soslayar este hecho se ignora la responsabilidadfundamental que le cabe al aparato del Estado en la metodologaconcentracionaria, en tanto que los campos de concentracin-exterminioslo son posibles desde y a partir de l.Dentro de las Fuerzas Armadas, la poltica de involucramiento general

    tambin tenda a un compartir responsabilidades, cuyo objetivo era ladisolucin de as mismas. Dentro del trabajo que fuera, se trataba de quetodos los niveles y un buen nmero de efectivos tuviera una participacindirecta, aunque fuera circunstancial. Sus funciones podan ser distintaspero todos deban estar implicados. Dar consistencia y cohesin a lasFuerzas Armadas en torno a la necesidad de exterminar a una parte de lapoblacin por medio de la metodologa de la desaparicin era un objetivoprioritario, que se cumpli en forma cabal. Es un hecho que, si hubo unpunto en que las Fuerzas Armadas fueron monolticas despus de 1 976,fue la defensa de la "guerra sucia", la reivindicacin de su necesidad y lo

    inevitable de la metodologa empleada. Desde los carapintadas hasta lossectores ms legalistas lo declararon pblicamente. Esto es efecto de unaautntica cohesin poltica interna que no reside tanto en la adscripcin adeterminada doctrina sino ms bien en la certeza del rol poltico dirigenteque le cabe a las Fuerzas Armadas y en su autoadjudicado derecho de"salvar" la sociedad cada vez que lo consideren necesario y con lametodologa ad hoc para tan noble empresa.Sin embargo, as como en la cerrada defensa que la institucin hace de suactuacin se puede detectar un alto grado de cohesin interna, tambin seadivina el compromiso de la complicidad. La conviccin ideolgica se

    entrelaza con la culpa, la recubre, atenundola y encubrindola. Al mismotiempo, impide el deslinde de responsabilidades que el dispositivodesaparecedor se encarg de enmaraar, igualar y esfumar.

    La vida entre la muerte

    Intentar describir aqu cmo eran los campos de concentracin y cmoera la vida del prisionero dentro de ellos, para mirar el rimbombantepoder militar desde ese lugar oculto y negado.En general funcionaban disimulados dentro de una dependencia militar opolicial. A pesar de que se saba de su existencia, los movimientos de laspatotas se trataban de disimular como parte de la dinmica ordinaria de

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    dichas instituciones. No obstante se trataba de un secreto en el que no sepona demasiado empeo. Los vecinos de la Mansin Ser cuentan queoan los gritos y vean "movimientos extraos". La Aeronutica hizofuncionar un centro clandestino de detencin en el policlnico AlejandroPosadas. Los movimientos ocurran a la vista tanto de los empleados como

    de las personas que se atendan en el establecimiento, "ocasionando ungeneralizado terror que provoc el silencio de todos"'6. En efecto, espreciso mostrar una fraccin de lo que permanece oculto para diseminar elterror, cuyo efecto inmediato es el silencio y la inmovilidad.Para el funcionamiento del campo de concentracin no se requerangrandes instalaciones. Se habilitaba alguna oficina para desarrollar lasactividades de inteligencia, uno o varios cuartos para torturar a los quesolan llamar "quirfanos", a veces un cuarto que funcionaba como enfer-mera y una cuadra o galern donde se hacinaba a los prisioneros.La poblacin masiva de los campos estaba conformada por militantes de

    las organizaciones armadas, por sus periferias, por activistas polticos dela izquierda en general, por activistas sindicales y por miembros de losgrupos de derechos humanos. Pero cabe sealar que, si en la bsqueda deestas personas las fuerzas de seguridad se cruzaban con un vecino, unhijo o el padre de alguno de los implicados que les pudiera servir, que lespudiera perjudicar o que simplemente fuera un testigo incmodo, sta erarazn suficiente para que dicha persona, cualquiera que fuera su edad,pasara a ser un "chupado" ms, con el mismo destino final que el resto.Existieron incluso casos de personas secuestradas simplemente porpresenciar un operativo que se pretenda mantener en secreto, y que

    luego fueron asesinados con sus compaeros casuales de cautiverio.Si bien el grupo mayoritario entre los prisioneros estaba formado pormilitantes polticos y sindicales, muchos de ellos ligados a lasorganizaciones armadas, y si bien las vctimas casuales constituan laexcepcin (aunque llegaron a alcanzar un nmero absoluto considerable),tambin se registraron casos en donde el dispositivo concentracionariosirvi para canalizar intereses estrictamente delictivos de algunos sectoresmilitares, que "desaparecan" personas para cobrar un rescate o consumaruna venganza personal.Aunque el grupo de vctimas casuales fuera minoritario en trminos

    numricos, desempeaba un papel importante en la diseminacin delterror tanto dentro del campo como fuera de l. Eran la prueba irrefutablede la arbitrariedad del sistema y de su verdadera omnipotencia. Es queadems del objetivo poltico de exterminio de una fuerza de oposicin, losmilitares buscaban la demostracin de un poder absoluto, capaz de decidirsobre la vida y la muerte, de arraigar la certeza de que esta decisin esuna funcin legtima del poder. Recuerda Grass que los militares "sos-tenan que el exterminio y la desaparicin definitiva tenan una finalidadmayor: sus efectos 'expansivos', es decir el terror generalizado. Puestoque, si bien el aniquilamiento fsico tena cmo objetivo central ladestruccin de las organizaciones polticas calificadas como 'subversivas',la represin alcanzaba al mismo tiempo a una periferia muy amplia de

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    personas directa o indirectamente vinculadas a los reprimidos (familiares,amigos, compaeros de trabajo, etc.), haciendo sentir especialmente suserectos al conjunto de estructuras sociales consideradas en s como'subversivas por el nivel de infiltracin del enemigo' (sindicatos, uni-versidades, algunos estamentos profesionales)."17

    Si los campos slo hubieran encerrado a militantes, aunque igualmentemonstruosos en trminos ticos, hubieran respondido a otra lgica depoder. Su capacidad para diseminar el terror consista justamente en estaarbitrariedad que se eriga sobre la sociedad como amenaza constante,incierta y generalizada. Una vez que se pona en funcionamiento eldispositivo desaparecedor, aunque se dirigiera inicialmente a un objetivopreciso, poda arrastrar en su mecanismo virtualmente a cualquiera.Desde ese momento, el dispositivo echaba a andar y ya no se podadetener.Cuando el "chupado" llegaba al campo de concentracin, casi

    invariablemente era sometido a tormento. Una vez que conclua el periodode interrogatorio-tortura, que analizar ms adelante, el secuestrado,generalmente herido, muy daado fsica, psquica y espiritualmente,pasaba a incorporarse a la vida cotidiana del campo.De los testimonios se desprende un modelo de organizacin fsica delespacio, con dos variables fundamentales para el alojamiento de lospresos: el sistema de celdas y el de cuchetas, generalmente llamadascuchas. Las cuchetas eran compartimentos de madera aglomerada, sintecho, de unos 80 centmetros de ancho por 200 centmetros de largo, enlas que caba una persona acostada sobre un colchn de goma espuma.

    Los tabiques laterales tenan alrededor de 80 centmetros de alto, demanera que impedan la visibilidad de la persona que se alojaba en suinterior, pero permitan que el guardia estando parado o sentado pudieraverlas a todas simultneamente, smil de un pequeo panptico. Dejabanuna pequea abertura al frente por la que se poda sacar al prisionero.Por su parte, las celdas podan ser para una o dos personas, aunque solanalojar a ms. Sus dimensiones eran aproximadamente de 2.50 x 1.50metros y tambin estaban provistas de un colchn semejante, una puertay, en la misma, una mirilla por la que se poda ver en cualquier momentoel interior. En otros lugares, como la Mansin Ser, los prisioneros

    permanecan sencillamente tirados en el piso de una habitacin, con sucorrespondiente trozo de goma espuma. En suma, un sistema decompartimentos o contenedores, ya fueran de material o madera, paraguardar y controlar cuerpos, no hombres, cuerpos.Desde la llegada a la cuadra en La Perla, a los pabellones en Campo deMayo, a la capucha en la Escuela de Mecnica, a las celdas en El Atltico ocomo se llamara al depsito correspondiente, el prisionero perda sunombre, su ms elemental pertenencia, y se le asignaba un nmero al quedeba responder. Comenzaba el proceso de desaparicin de la identidad,cuyo punto final seran los NN (Lila Pastoriza: 348; Pilar Calveiro: 362;Osear Alfredo Gonzlez: X 51). Los nmeros reemplazaban a nombres yapellidos, personas vivientes que ya haban desaparecido del mundo de

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    los vivos y ahora desapareceran desde dentro de s mismos, en unproceso de "vaciamiento" que pretenda no dejar la menor huella. Cuerpossin identidad, muertos sin cadver ni nombre: desaparecidos. Como en elsueo nazi, supresin de la identidad, hombres que se desvanecen en lanoche y la niebla.

    Los detenidos estaban permanentemente encapuchados o "tabicados", esdecir con los ojos vendados, para impedir toda visibilidad. Cualquiertransgresin a esa norma era severamente castigada. Tambin estabanesposados, o con grilletes, como en la Escuela de Mecnica de la Armaday La Perla, o arados por los pies a una cadena que sujetaba a todos lospresos, corno en Campo de Mayo. Esto variaba de acuerdo con el campo,pero la idea era que existiera algn dispositivo que limitara su movilidad.En la Mansin Ser, adems de esposar y atar a los prisioneros losmantenan desnudos, para evitar las fugas. Al respecto relata Tamburrini:"...nos hacan dormir con las esposas puestas, pero desnudos; nos haban

    sacado la ropa haca un mes o un mes y medio y nos ataban los pies conunas correas de cuero para que durmiramos casi en una posicin decuclillas."Los prisioneros permanecan acostados y en silencio; estabaabsolutamente prohibido hablar entre ellos. Slo podan moverse para ir albao, cosa que suceda una, dos o tres veces por da, segn el campo y lapoca. Los guardias formaban a los presos y los llevaban colectivamenteal bao o tambin podan hacer circular un balde en donde todos hacansus necesidades.Los testimonios de cualquier campo coinciden en la oscuridad, el silencio y

    la inmovilidad. En El Atltico: "No nos imaginbamos cmo bamos apoder contar hasta qu punto vivamos constantemente encerrados enuna celda, a oscuras, sin poder ver, sin poder hablar, sin poder caminar."En Campo de Mayo: "Este tipo de tratamiento consista en mantener alprisionero todo el tiempo de su permanencia en el campo encapuchado,sentado y sin hablar ni moverse. Tal vez esta frase no sirva para graficarlo que significaba en realidad, porque se puede llegar a imaginar quecuando digo todo el tiempo sentado y encapuchado esto es una forma dedecir, pero no es as, a los prisioneros se los obligaba a permanecersentados sin respaldo y en el suelo, es decir sin apoyarse a la pared,

    desde que se levantaban a las 6 horas, hasta que se acostaban, a las 20horas, en esa posicin, es decir 14 horas. Y cuando digo sin hablar y sinOToymifsignifica exactamente eso, sin hablar, es decir sin pronunciarpalabra durante todo el da, y sin moverse, quiere decir sin siquiera girarla cabeza... Un compaero dej de figurar en la lista de los interrogadorespor alguna causa y de esta forma 'qued olvidado'... Este compaeroestuvo sentado, encapuchado, sin hablar, y sin moverse durante seismeses, esperando la muerte."20En La Perla: "Para nosotros fue la oscuridad total... No encuentro en mimemoria ninguna imagen de luz. No saba dnde estaba. Todo era nochey silencio. Silencio slo interrumpido por los gritos de los prisionerostorturados y los llantos de dolor... Tambin tena alterado el sentido de la

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    distancia... Vivamos 70 personas en un recinto de 60 metros de largo,siempre acostados..."21En la Escuela de Mecnica de la Armada: "En el tercer piso se encontrabael sector destinado a alojar a los prisioneros... tambin en el tercer pisoestaba ubicado el paol grande, lugar destinado al almacenamiento del

    botn de guerra (ropas, zapatos, heladeras, cocinas, estufas, muebles,etc.)."22 Hombres, objetos, almacenamientos semejantes.Depsito de cuerpos ordenados, acostados, inmviles, sin posibilidad dever, sin emitir sonido, como anticipo de la muerte. Como si ese poder, quese pretenda casi divino precisamente por su derecho de vida y de muerte,pudiera matar antes de matar; anular selectivamente a su antojoprcticamente todos los vestigios de humanidad de un individuo,preservando sus funciones vitales para una eventual necesidad de usoposterior (alguna informacin no arrancada, alguna utilidad imprevisible,la mayor rentabilidad de un traslado colectivo).

    La comida era slo la imprescindible para mantener la vida hasta elmomento en que el dispositivo lo considerara necesario; en consecuencia,era escasa y muy mala. Se reparta dos veces al da y constitua uno delos pocos momentos de cierto relajamiento. Sin embargo, en algunoscasos, poda faltar durante das enteros; por cierto, muchos testimoniosdan cuenta del hambre como uno de los tormentos que se agregaban a lavida dentro de los campos. "La comida era desastrosa, o muy cruda ohecha un masacote de tan cocinada, sin gusto... Estbamos tanhambrientos, habamos aprendido tan bien a agudizar el odo, que apenasempezaban los preparativos, all lejos, en la entrada, nos

    desesperbamos por el ruido de las cucharas y los platos de metal y delcarrito que traa la comida. Se puede decir, casi, que vivamos esperandola comida... la hora del almuerzo era la mejor, por eso apenasterminbamos y cerraban la puerta, comenzbamos a esperar la cena.'"23Por la escasez de alimento, por la posibilidad de realizar algunosmovimientos para comer, por el nexo obvio que existe entre la comida yla vida, el momento de comer es uno de los pocos que se registra comoagradable: "...poco a poco, comenc a esperar la hora de la comida conansiedad, porque con la comida volva la vida a travs del ruido de lasollas, con el ruido de la gente. Pareca que la cuadra donde estbamos los

    prisioneros despertaba entonces a la existencia."24Si la comida era uno de los pocos momentos deseados, el ms temido, elms oscuro era el traslado, la experiencia final. Se realizaba con unafrecuencia variable. Casi siempre, los desaparecedores ocultabancuidadosamente que los traslados llevaban a la muerte para evitar astoda posible oposicin de los condenados al ordenado cumplimiento deldestino que les impona la institucin. La certeza de la propia muertepoda provocar una reaccin de mayor "endurecimiento" en los prisionerosdurante la tortura, durante su permanencia en el campo o en la mismacircunstancia de traslado. Ante todo, la maquinaria deba funcionar segnlas previsiones; es decir, sin resistencia.Prcticamente en todos los campos se ocultaba, al tiempo que se sugera,

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    que el destino final era la muerte. Los testimonios de los sobrevivientesdemuestran la existencia de muchos secuestrados que prefirieron"desconocer" la suerte que les aguardaba; la negacin de una realidaddifcil de asumir se sumaba a los mensajes contradictorios del campoprovocando un aferramiento de ciertos prisioneros a las versiones ms

    optimistas e increbles que circulaban50dentro de los campos como la existencia de centros secretos dereeducacin, la legalizacin de los desaparecidos y otros finales felices.Muchos desaparecidos se fueron al traslado con cepillos de dientes yobjetos personales, con una sensacin de alivio que no intua la muerteinmediata. Otros no; salieron de los campos despidindose de sus com-paeros y conscientes de su final, como Gtaciela Doldn, quien pidi morirsin que le vendaran los ojos y se dedic a pensar un rato antes de que latrasladaran "para no desperdiciar" los ltimos minutos de su vida. Aunque

    no supieran exactamente cmo, sin embargo, los prisioneros saban. Tam-bin ellos saban y negaban, pero las conjeturas, lo que se vea por debajode las vendas y las capuchas, las amenazas proferidas durante la tortura("Vas a dormir en el fondo del mar", "Ac al que se haga el loco, leponemos un Pentonaval y se va para arriba"), las infidencias de guardiasque no soportaban la presin a la que ellos mismos estaban sometidos, elclima que rodeaba a los traslados les permita saber.Estos son relatos de lo que se saba: en la Escuela de Mecnica de laArmada, "los das de traslado se adoptaban medidas severas de seguridady se aislaba el stano. Los prisioneros deban permanecer en sus celdas

    en silencio. Aproximadamente a las 17 horas de cada mircoles se pro-ceda a designar a quienes seran trasladados, que eran conducidos unopor uno a la enfermera, en la situacin en que estuviesen, vestidos osemidesnudos, con fro o con calor."" "El da del traslado reinaba un climamuy tenso. No sabamos si ese da nos iba a tocar o no... se comenzaba allamar a los detenidos por nmero... Eran llevados a la enfermera delstano, donde los esperaba el enfermero que les aplicaba una inyeccinpara adormecerlos, pero que no los mataba. As, vivos, eran sacados porla puerta lateral del stano e introducidos en un camin. Bastante ador-mecidos eran llevados al Aeroparque, introducidos en un avin que volaba

    hacia el sur, mar adentro, donde eran tirados vivos... El capitn Acostaprohibi al principio toda referencia al tema 'traslados'."26En La Perla, "cada traslado era precedido por una serie de procedimientosque nos ponan en tensin. Se controlaba que la gente estuviera bienvendada, en su respectiva colchoneta y se proceda a seleccionar a lostrasladados mencionando en voz alta su nombre (cuando ramos pocos) osu nmero (cuando la cantidad de prisioneros era mayor). A veces,simplemente se tocaba al seleccionado para que se incorporara sinhablar... Los prisioneros que iban a ser trasladados eran amordazados...Luego se proceda a llevar a los prisioneros seleccionados hasta un caminmarca Mercedes Benz, que irnicamente llambamos Menndez Benz, poralusin al apellido del general que comandaba el III Cuerpo... Antes de

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    descender del vehculo los prisioneros eran maniatados. Luego se losbajaba y se los obligaba a arrodillarse delante del pozo y se los fusilaba...Luego, los cuerpos acribillados a balazos, ya en los pozos, eran cubiertoscon alquitrn e incinerados..."27Los traslados eran el recuerdo permanente de la muerte inminente. Pero

    no cualquier muerte "sino esa muerte que era como morir sindesaparecer, o desaparecer sin morir. Una muerte en la que el que iba amorir no tena ninguna participacin; era como morir sin luchar, comomorir estando muerto o como no morir nunca"28. Por su parte, lapermanencia en la mayora de los campos representaba el peligroconstante de retornar a la tortura. Esta posibilidad nunca quedabaexcluida. Muerte y tortura: los disparadores del terror, omnipresente en laexperiencia concentracionaria.Los campos, concebidos como depsitos de cuerpos dciles que esperabanla muerte, fueron posibles por la diseminacin del terror... "un espacio de

    terror que no era ni de aqu, ni de all, ni de parte alguna conocida...donde no estaban vivos ni tampoco muertos... Y tambin all quedabanatrapados los espritus apenados de los parientes, los vecinos, losamigos."2' Un terror que se ejerca sobre toda la sociedad, un terror quese haba adueado de los hombres desde antes de su captura y que sehaba inscrito en sus cuerpos por medio de la tortura y el arrasamiento desu individualidad. El hermano gemelo del terror es la parlisis, el"anonadamiento''del que habla Schreer. Esa parlisis, efecto del mismodispositivo asesino del campo, es la que invade tanto a la sociedad frenteal fenmeno de la desaparicin de personas como al prisionero dentro del

    campo. Las largas filas de judos entrando sin resistencia a los crematoriosde Auschwitz, las filas de "trasladados" en los campos argentinos,aceptando dcilmente la inyeccin y la muerte, slo se explican despusdel arrasamiento que produjo en ellos el terror. El campo es efecto y focode diseminacin del terror generalizado de los Estados totalizantes.

    La pretensin de ser "dioses"El poder de los burcratas concentracionarios, no obstante constituirsecomo simple dispositivo asesino, como fra maquinaria de desaparicin,como "servicio pblico criminal", tomando la expresin de Finkielkraut, al

    disponer del derecho de decisin de muerte sobre millares de hombres seconceba a s mismo con una omnipotencia virtualmente divina.Aunque resulta irrisoria la sola formulacin, El Olimpo, campo deconcentracin ubicado en dependencias de la Polica Federal, llevaba estenombre porque, segn el personal que lo manejaba, era "el lugar de losdioses".La recurrente referencia de los desaparecedores a su condicin "divina",aunque supongo que con un dejo irnico, merece algn anlisis. ANorberto Liwsky, en la Brigada de Investigaciones de San Justo, al tiempoque lo golpeaban, sus captores le decan: "Nosotros somos todo para vos.La justicia somos nosotros. Nosotros somos Dios.' !1 Tambin Jorge Reyesrelata que "cuando las vctimas imploraban por Dios, los guardias repetan

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    con un mesianismo irracional: ac Dios somos nosotros. Graciela Geunarefiere que un guardia encontr una hoja de afeitar que ella habaguardado para suicidarse, entonces le dijo: "aqu dentro nadie es dueode su vida, ni de su muerte. No podrs morirte porque lo quieras. Vas avivir tocio el tiempo que se nos ocurra. Aqu adentro somos Dios.

    Las referencias a la condicin divina asociada a este derecho de muerte,que aparece como un derecho de vida y muerte puesto que el prisionerotampoco puede poner fin a su existencia, se reiteran en los testimonios.Prolongar una vida ms all del deseo de quien la vive; segar otra quepugna por permanecer; aduearse de las vidas. Cuando la misma GracielaGeuna, ya sin la menor esperanza, sufriendo en la cuadra del campo deconcentracin, pide a Barreiro por su muerte, no por su vida, es quizs elmomento en que sella su sobrevivencia. Hay un placer especial del poderconcentracionaro en ese aduearse de las vidas. La muerte se administraa voluntad, haciendo exhibicin de una arbitrariedad intencional. De

    hecho, la muerte alcanza a vctimas casuales, nios, familiares de losperseguidos, posibles testigos. Es en esta arbitrariedad donde el poder seafirma como absoluto e inapelable. Esta arbitrariedad no es irracional sinoque su racionalidad reside en la validacin de la inapelabilidad y laarbitrariedad del poder.As como la mquina asesina mata a millares, as tambin le impone lavida a otros. El esfuerzo que se realizaba en la Escuela de Mecnica de