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PRESENTACIÓN DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA Renato Raffaele Cardenal Martino Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz» AUDITÓRIUM CASA SAN PABLO Santo Domingo, República Dominicana 19 de Febrero de 2006 __________________________________________________________________ _____________ Saludo Dirijo un respetuoso y cordial saludo al Eminentísimo Señor Cardenal, Nicolás de Jesús López Rodríguez, Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo y Primado de América, a Su Excelencia Reverendísima Mons. Timothy Broglio, Nuncio Apostólico de Su Santidad, al Excelentísimo Señor Arzobispo de Santiago de los Caballeros y Presidente de la Conferencia Episcopal Dominicana, Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio, a Su Excelencia Mons. José Dolores Grullón Estrella, Presidente de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz, a los Excelentísimos Señores Obispos que nos acompañan, a las Autoridades que nos honran con su presencia y a todos los sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas. Un saludo especial lleno de afecto para todos los fieles cristianos laicos que se han dado cita esta mañana del día del Señor, para participar en este Seminario que tiene como objetivo presentar el Compendio de la doctrina social de la Iglesia. Espero que esta Reunión les ayude en su misión irrenunciable de evangelizar los ambientes en que se desarrolla su vida cotidiana, 1

PRESENTACION Compendio de La DSI, Santo Domingo

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PRESENTACIÓN DEL COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA

Renato Raffaele Cardenal Martino

Presidente del Pontificio Consejo «Justicia y Paz»

AUDITÓRIUM CASA SAN PABLO

Santo Domingo, República Dominicana

19 de Febrero de 2006

_______________________________________________________________________________

Saludo

Dirijo un respetuoso y cordial saludo al Eminentísimo Señor Cardenal, Nicolás de Jesús López

Rodríguez, Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo y Primado de América, a Su Excelencia

Reverendísima Mons. Timothy Broglio, Nuncio Apostólico de Su Santidad, al Excelentísimo Señor

Arzobispo de Santiago de los Caballeros y Presidente de la Conferencia Episcopal Dominicana,

Mons. Ramón Benito de la Rosa y Carpio, a Su Excelencia Mons. José Dolores Grullón Estrella,

Presidente de la Comisión Episcopal de Justicia y Paz, a los Excelentísimos Señores Obispos que

nos acompañan, a las Autoridades que nos honran con su presencia y a todos los sacerdotes,

seminaristas, religiosos y religiosas. Un saludo especial lleno de afecto para todos los fieles

cristianos laicos que se han dado cita esta mañana del día del Señor, para participar en este

Seminario que tiene como objetivo presentar el Compendio de la doctrina social de la Iglesia.

Espero que esta Reunión les ayude en su misión irrenunciable de evangelizar los ambientes en que

se desarrolla su vida cotidiana, de dar testimonio de Jesucristo en el mundo del trabajo, de la

política, de la empresa y de la economía, de la universidad... contribuyendo así para que estas

realidades temporales sean cada vez más dignas y respetuosas de la persona humana y de su

inalienable dignidad.

Introducción

Sin duda una de las grandes novedades del Concilio, particularmente de la Constitución pastoral

Gaudium et spes, ha sido comprender que la Iglesia tiene que responder a los desafíos del mundo y

a los que Cristo pone al mundo, lo cual supone hoy aceptar los desafíos del orden social, político,

económico y cultural.

Durante el XXI Encuentro Nacional de Pastoral, se presentaron algunos de los principales desafíos

que enfrenta la sociedad y la Iglesia en la República Dominicana, representados por una serie de

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problemas presentes en el país. Problemas culturales, económicos, políticos, religiosos y pastorales:

pérdida de valores morales y religiosos, pobreza creciente, bajo nivel educativo, desintegración

familiar, individualismo, transculturación, pérdida de identidad, degradación social, política,

económica...

La Iglesia, y la Iglesia en República Dominicana, como la comunidad de los discípulos de Cristo,

sabe que tiene el deber de ocuparse y preocuparse de los problemas que aquejan al hombre y dañan

su dignidad inalienable; de alegrase con los triunfos que ponen de manifiesto su grandeza y su

ingenio; de alertar al hombre sobre los peligros y obstáculos que se interponen en su recorrido

histórico hacia su destino eterno; y de revelarle que la sed de infinito presente en su corazón sólo

puede ser saciada para siempre por el agua viva del Espíritu ofrecida por el Señor 1. Los problemas

identificados y las potencialidades y valores señalados en el diagnóstico pastoral presentado el 21

de mayo de 2005, por el Instituto Nacional de Pastoral, son la concretización en República

Dominicana de «los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro

tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren» de los que habla la Gaudium et spes, y de

ellos se ocupa la Iglesia porque «nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su

corazón»2.

La Iglesia sabe que «evangelizar constituye... su dicha y vocación... su identidad más profunda»3, y

es desde ésta su identidad que quiere dar una respuesta a los grandes problemas que aquejan a las

sociedades modernas. Sabe que uno de los grandes desafíos que enfrenta hoy es el de una «cultura

actual, profundamente marcada por un subjetivismo que desemboca muchas veces en el

individualismo extremo o en el relativismo...» donde «el hombre tiende a replegarse cada vez más

en sí mismo, a encerrarse en un microcosmos existencial asfixiante, en el que ya no tienen cabida

los grandes ideales, abiertos a la trascendencia, a Dios»4. Es por eso que está convencida que todas

estas cuestiones no se afrontarán eficazmente sin una verdad absoluta acerca del hombre, cuyo

misterio «sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado»5; sin un propiciar, sin un provocar

el encuentro del hombre con Cristo vivo y presente, para que esta experiencia dé «un nuevo

horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva»6. Es a partir de esta experiencia personal

del encuentro con el Amor de Dios en Jesucristo que pueden surgir hombres y mujeres nuevos para

1 Cf. JUAN PABLO II, Homilía, Parroquia de San Gelasio, Roma, 3 de marzo de 2002.2 CONCILIO VATICANO II, Const. past. Gaudium et spes, 1.3 PABLO VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi, 14.4 BENEDICTO XVI, Discurso a los Miembros de las Academias Pontificias, 5 de noviembre de 2005.5 CONC. ECUM. VAT. II, Const. past. Gaudium et Spes, 22.6 BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 1.

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una humanidad nueva7 y una conciencia clara y compartida de pertenecer a la única familia

humana, que los moverá eficazmente a la práctica de la solidaridad.

El Compendio de la doctrina social de la Iglesia que ahora les presento, quiere ser una contribución

a la misión esencial de evangelizar que pertenece a la Iglesia, pretende ser un instrumento de

servicio que contribuya al encuentro de los hombres con Cristo, y al encuentro de los hombres entre

sí. Este Documento indica la íntima relación que la doctrina social posee con la misión de la Iglesia,

con el anuncio de la salvación cristiana en el contexto de las realidades temporales. La misión de

servicio al mundo propia de la Iglesia cuenta entre sus instrumentos con la doctrina social8, que no

debe ser considerada como algo añadido o colateral a la vida cristiana.

De la Ecclesia in America al Compendio de la doctrina social

En este momento, nuestro pensamiento lleno de gratitud se dirige al amadísimo Siervo de Dios Juan

Pablo II, que quiso la publicación del Compendio, confiando la redacción del texto al Pontificio

Consejo "Justicia y Paz". Él mismo enumeró los motivos que lo animaban a solicitar la publicación de

este documento, y los expuso en su Exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in America. El gran

Papa anhelaba la promoción de una cultura de la solidaridad para establecer un orden económico «en el

que no domine sólo el criterio del lucro, sino también el de la búsqueda del bien común nacional e

internacional, la distribución equitativa de los bienes y la promoción integral de los pueblos» (n. 52);

solicitaba, además, «una renovada fuerza» (n. 53), en el testimonio de la Iglesia, de «la verdad plena

que está en el Hijo de Dios» (n. 53), ante la «difusión preocupante del relativismo y el sujetivismo en el

campo de la doctrina moral» (n. 53), y escribía: «Ante los graves problemas de orden social que, con

características diversas, existen en toda América, el católico sabe que puede encontrar en la doctrina

social de la Iglesia la respuesta de la cual partir para buscar soluciones concretas. Difundir esta doctrina

constituye, pues, una verdadera prioridad pastoral. Para ello es importante "que en América los agentes

de evangelización (Obispos, sacerdotes, profesores, animadores pastorales, etc.) asimilen este tesoro

que es la doctrina social de la Iglesia, e, iluminados por ella, se hagan capaces de leer la realidad actual

y de buscar vías para la acción". A este respecto, hay que fomentar la formación de fieles laicos

capaces de trabajar, en nombre de la fe en Cristo, para la transformación de las realidades terrenas.

Además, será oportuno promover y apoyar el estudio de esta doctrina en todos los ámbitos de las

7 PABLO VI, Exh. ap. Evangelii nuntiandi, 18.8 Cf. JUAN PABLO II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis, 41. De la íntima conexión entre doctrina social y misión de la Iglesia, trata precisamente un famoso pasaje de la Centesimus annus. Juan Pablo II, en el n. 54 de esta encíclica afirmaba que: «la doctrina social tiene de por sí el valor de un instrumento de evangelización: en cuanto tal, anuncia a Dios y su misterio de salvación en Cristo a todo hombre y, por la misma razón, revela al hombre a sí mismo. Solamente bajo esta perspectiva se ocupa de lo demás». A la doctrina social le interesa el proyecto de Dios sobre el hombre y si se ocupa de trabajo humano, economía, política, paz... lo hace desde la perspectiva del anuncio cristiano de salvación.

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Iglesias particulares de América y, sobre todo, en el campo universitario, para que sea conocida con

mayor profundidad y aplicada en la sociedad americana. La compleja realidad social de este

Continente es un campo fecundo para el análisis y la aplicación de los principios universales de dicha

doctrina. Para alcanzar este objetivo ─he aquí el proyecto que Juan Pablo II confió al Pontificio

Consejo «Justicia y Paz»─ sería muy útil un compendio o síntesis autorizada de la doctrina social

católica, incluso un "catecismo" que muestre la relación existente entre ella y la nueva evangelización.

La parte que el Catecismo de la Iglesia Católica dedica a esta materia, a propósito del séptimo

mandamiento del Decálogo, podría ser el punto de partida de este "Catecismo de doctrina social

católica". Naturalmente, como ha sucedido con el Catecismo de la Iglesia Católica, se limitaría a

formular los principios generales, dejando a aplicaciones posteriores el tratar sobre los problemas

relacionados con las diversas situaciones locales» (n. 54).

Estructura y finalidad del Compendio

El Compendio de la doctrina social de la Iglesia ofrece un cuadro de conjunto de las líneas

fundamentales del «corpus» doctrinal de la enseñanza social católica. Fiel a las autorizadas

indicaciones que el Siervo de Dios, Juan Pablo II ofreció en el n. 54 de la Exhortación apostólica

Ecclesia in America, el documento presenta «de manera completa y sistemática, aunque sintética, la

enseñanza social, que es fruto de la sabia reflexión magisterial y expresión del constante

compromiso de la Iglesia, fiel a la Gracia de la salvación de Cristo y a la amorosa solicitud por la

suerte de la humanidad» (n. 8).

El Compendio tiene una estructura lineal y sencilla. Después de la Introducción, siguen tres

partes: La primera, compuesta de cuatro capítulos, se ocupa de los presupuestos fundamentales de la

doctrina social –el designio de amor de Dios para el hombre y para la sociedad, la misión de la

Iglesia y la naturaleza de la doctrina social, la persona humana y sus derechos, y los principios y

valores de la doctrina social–; la segunda parte, que consta de siete capítulos, trata sobre los

contenidos y los temas clásicos de la doctrina social –la familia, el trabajo humano, la vida

económica, la comunidad política, la comunidad internacional, el medio ambiente y la paz–; la

tercera parte, muy breve (un solo capítulo), contiene una serie de indicaciones para la utilización de

la doctrina social en la praxis pastoral de la Iglesia y en la vida de los cristianos, sobre todo de los

fieles laicos. La Conclusión, titulada «Para una civilización del amor», expresa la intención de

fondo de todo el documento.

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El Compendio tiene una finalidad precisa y se caracteriza por algunos objetivos expuestos

claramente en la introducción, concretamente en el número 10 que dice: «El documento se propone

como un instrumento para el discernimiento moral y pastoral de los complejos acontecimientos que

caracterizan nuestro tiempo; como una guía para inspirar, en el ámbito individual y colectivo, los

comportamientos y opciones que permitan mirar al futuro con confianza y esperanza; como un

subsidio para los fieles sobre la enseñanza de la moral social». Un instrumento elaborado además

con el objetivo preciso de promover «un compromiso nuevo, capaz de responder a las exigencias de

nuestro tiempo, adaptado a las necesidades y los recursos del hombre; pero sobre todo, el anhelo de

valorar, en una nueva perspectiva, la vocación propia de los diversos carismas eclesiales con vistas

a la evangelización de lo social, porque “todos los miembros de la Iglesia son partícipes de su

dimensión secular”9».

La doctrina social, que refleja la luz del Evangelio sobre la sociedad, además de estar destinada en

primer lugar y de manera específica a los hijos de la Iglesia, tiene también una destinación

universal, porque la buena noticia que anuncia es para todos los hombres, y todas las conciencias e

inteligencias están en condiciones de acoger la profundidad humana de los significados y de los

valores por ella proclamados, así como la carga de humanidad y de humanización de sus normas de

acción.

Es evidente que el Compendio de la doctrina social de la Iglesia concierne en primer lugar a los

católicos, porque «La primera destinataria de la doctrina social es la comunidad eclesial en todos

sus miembros, porque todos tienen responsabilidades sociales que asumir... En las tareas de

evangelización, es decir, de enseñanza, de catequesis, de formación, que la doctrina social de la

Iglesia promueve, ésta se destina a todo cristiano, según las competencias, los carismas, los oficios

y la misión de anuncio propios de cada uno» (n. 83). La doctrina social implica además

responsabilidades relacionadas con la construcción, la organización y el funcionamiento de la

sociedad: obligaciones políticas, económicas, administrativas, es decir, de naturaleza secular, que

pertenecen a los fieles laicos de manera peculiar, por razón de la condición secular de su estado de

vida y de su vocación.

Laicos y doctrina social

El Compendio se confía sobre todo a los fieles laicos, que en virtud de su bautismo, se colocan

dentro del misterio de amor de Dios por el mundo que Cristo ha revelado y que la Iglesia recuerda y

9 JUAN PABLO II, Exh. ap. Christifideles laici, 15.

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continúa en la historia. El laico participa del misterio, de la comunión y de la misión que

caracterizan a la Iglesia10, pero lo hace según una índole particular, la secular11. El laico vive

directamente allí donde se organiza secularmente la vida social, en los ámbitos de la economía, de

la política, del trabajo, de la comunicación social, de la ley, de la organización de las instituciones,

en las que las decisiones y las opciones se vuelven estructuras sociales que condicionan la vida

civil. El laico no está dentro del mundo más que los otros miembros de la Iglesia, pero sí lo está de

modo diverso: Él trata directamente las cosas profanas, construye la arquitectura de las relaciones

entre los miembros de comunidades sociales y políticas, con su acción da un curso a los eventos del

mundo, determinando sus aspectos organizativos y estructurales.

Los laicos cristianos, con sus capacidades profesionales y su experiencia de vida, están al servicio

de la evangelización de la vida social cuando siguen con fidelidad su vocación de «buscar el reino

de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales»12. Ellos llevan al interno de la

comunidad la pasión por aliviar las necesidades humanas y la disponibilidad de aprender de todos,

porque Dios actúa también en aquellos que no pertenecen oficialmente a la Iglesia. Los laicos llevan

al mundo la sabiduría cristiana que ordena las cosas según el designio de Dios y el deseo de servicio

de la comunidad eclesial que a través de sus manos y sus obras llega a todos los ángulos de la

sociedad donde viven concretamente las personas.

La evangelización de la vida social no es una propuesta ideológica abstracta, sino la encarnación de

nuevos criterios de comportamiento en la acción y en la vida cotidiana de los hombres. Así, la

doctrina social no es un puro saber teórico, sino que es «para la acción», está orientada a la vida y

debe ser aplicada y encarnada con creatividad. Los laicos tienen en esto una función muy particular,

aunque no exclusiva. Ya que la doctrina social es el encuentro entre la verdad del Evangelio y los

problemas del hombre, los laicos deben impulsar las directrices de acción de la doctrina social de la

Iglesia hacia resultados operativos concretos y eficaces. Son los hombres que arriesgan y

experimentan en la búsqueda de soluciones, históricas y concretas, para resolver los problemas de la

humanidad, y que no se colocan –por así decirlo– como apéndice en la doctrina social de la Iglesia,

sino en su corazón mismo, pues ésta tiene un profundo carácter «experimental»13.

10 Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Const. dogm. Lumen gentium, nn. 3, 7-8, 31, 3911 cf. Ibidem., n.31.12 Ibidem.13 JUAN PABLO II, Carta enc. Centesimus annus, n. 59.

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El laico cristiano, si quiere ser sal, luz y levadura14debe trabajar para que surja cada vez más todo lo

que es auténticamente humano en las relaciones sociales, sin miedos, con disponibilidad y

esperanza en el futuro. En esto será ayudado por la cercanía de la comunidad eclesial, por el

estímulo de sus sacerdotes y de las personas consagradas, por la participación en la vida

sacramental y litúrgica, y por las indicaciones provenientes de los espacios de discernimiento

comunitario de los signos de los tiempos.

Presbíteros y doctrina social

El Compendio se pone en las manos de los presbíteros. El presbítero «en virtud de la consagración

que recibe con el sacramento del Orden, es enviado por el Padre, por medio de Jesucristo, con el

cual, como Cabeza y Pastor de su pueblo, se configura de un modo especial para vivir y actuar con

la fuerza del Espíritu Santo al servicio de la Iglesia y por la salvación del mundo»15. El servicio

sacerdotal al mundo se actúa según la peculiaridad propia del presbítero. Él es misionero no

independientemente de su servicio litúrgico, de su anuncio de Jesucristo con la palabra y con su

vida misma, de su ser pastor de una grey, de su valor como instrumento de comunión y de diálogo

entre los cristianos y de éstos con todos los hombres.

El presbítero sirve a la doctrina social de la Iglesia no cuando se dispersa en actividades sociales,

políticas y económicas directas. Él la sirve predicando el Evangelio social desde el altar,

anunciando en la predicación la liberación de Cristo y denunciando las negaciones de los derechos

humanos y el desprecio de la dignidad de la persona, mostrando la impetuosa fuerza de amor y de

justicia que emana de la Palabra, educando en la dimensión social de la fe cristiana, estimulando

una catequesis, especialmente entre los jóvenes y adultos, inspirada también en la doctrina social,

provocando en la comunidad cristiana y en los laicos, en particular o asociados, la apertura de la

mente, el corazón y las manos a las necesidades humanas de sus prójimos más próximos y también,

en virtud de la fraternidad universal, de todos los de la más amplia comunidad mundial.

El presbítero tiene además la auténtica misión de promover «los diversos cometidos, carismas y

ministerios dentro de la comunidad eclesial»16, también en relación a la asimilación y el anuncio de

la doctrina social de la Iglesia. En su comunidad, él es el primer responsable de suscitar y

consolidar la conciencia que cada sujeto de la comunidad debe tener de su propia función en la

14 Cf. JUAN PABLO II, Exh. ap. Christifideles laici, 15.15 JUAN PABLO II, Exhort. ap. Pastores dabo vobis, n.12.16 Ibidem., n. 18.

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evangelización de las realidades sociales: los padres y las familias, los laicos, el mundo de la

escuela y de la educación, las asociaciones, los movimientos...

El presbítero no puede renunciar, en justicia, al derecho–deber de ejercer su autoridad en los

ámbitos de la política y de la economía, una autoridad que consiste no en la búsqueda de privilegios

o cuotas de poder, sino en el servicio de iluminar, con el Evangelio y los principios de la doctrina

social de la Iglesia, las conciencias de los fieles laicos, dar un juicio moral que sirva como punto de

referencia sólido y autorizado –porque basado en el sano criterio de seguir la verdad antes y por

encima de la moda–, que les ayude a discernir las opciones y decisiones que a ellos corresponde

hacer y poner directamente en práctica para hacer de la política un arte verdaderamente «noble»17 y

dar a la economía un rostro verdaderamente humano.

Vida consagrada y doctrina social

El Compendio se pone también en las manos de los religiosos y de las religiosas. Todos aquellos

que han respondido a la llamada de Cristo a una forma de vida que pueda prefigurar la perfección

del Reino de Dios ya desde este mundo, ocupan un lugar particular en la comunidad cristiana y, en

virtud de su carisma, tienen una tarea especial en la evangelización de las realidades sociales. No

están separados del mundo, sino que viven de modo diverso su relación con las cosas del mundo. Es

un modo particularmente profundo y no evasivo en cuanto que las personas consagradas ven las

relaciones sociales y las cuestiones económicas no sólo como son, sino que también y sobre todo

como serán y por lo tanto como deberían ser.

Las religiosas y los religiosos abandonan todo (cf. Lc 14,33; 18,29) para abrir el corazón a una

plenitud mayor y para vivir mejor un amor indiviso por el Señor (cf. 1Co 7,34) y así mostrar

proféticamente a los hombres nuevas maneras de relacionarse con las cosas de la creación y con los

hermanos: Relaciones orientadas al compartir, regidas por la libertad propia de los hijos de Dios.

Relaciones que no son opresoras ni posesivas, sino que están impregnadas de generosidad y

orientadas a la promoción humana.

La vida consagrada tiene los ojos, la mente y el corazón concentrados proféticamente en la

Resurrección, cuando los hombres «serán en el cielo como ángeles de Dios» (Mt 22,30) y es –ya

aquí y ahora– una anticipación de este misterioso estado de perfección, que los méritos de Cristo

hacen posible: En efecto, todos nosotros ya desde ahora somos uno «con Cristo Jesús» (Ga 3,28).

17 CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Const. past. Gaudium et spes, 75.

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Los consagrados animan de radicalidad evangélica las relaciones sociales, políticas y económicas, a

través del testimonio, en su vida personal y comunitaria, de las bienaventuranzas evangélicas y de

su disponibilidad total –con los votos de obediencia, pobreza y castidad– a vivir con el Señor para la

salvación del mundo. La vida consagrada ofrece un modelo evangélico de convivencia que se funda

sobre la donación y mantiene viva la capacidad de toda la comunidad cristiana, y de todos los

hombres, de discernir en el «ya» el «todavía no», de buscar la comunión y la caridad, para dar un

alma a las relaciones humanas en la sociedad moderna.

El primado de la persona humana

La doctrina social de la Iglesia subraya con fuerza el primado de la persona humana sobre las

realidades e instituciones, tanto políticas como económicas. Éstas existen para la persona y para su

promoción integral y no viceversa18. Si queremos traducir en términos de cultura social, económica

y política esta perspectiva, se debe afirmar siempre que las realidades e instituciones económicas y

políticas encuentran su finalidad en la promoción y defensa de los derechos fundamentales de la

persona humana.

Es en base al primado de la persona humana que la Iglesia siempre ha buscado defender con pasión

los derechos del hombre. Hoy no debe ser la excepción. El Espíritu ha suscitado, continuamente en

la Iglesia, defensores apasionados e incansables de la dignidad humana, quienes con la misma

vehemencia de los profetas veterotestamentarios han denunciado las situaciones de injusticia que

dañan la imagen de Dios plasmada en la persona humana. En esta línea se encuentra Fray Antón de

Montesino quien aparece representado –muy oportunamente– en la portada del Compendio

publicado por esta Conferencia episcopal, y quien con justicia es considerado en América el primer

defensor de los derechos humanos y de la dignidad de los indios. En efecto, cuando leemos su

célebre sermón del IV domingo de adviento de 1511, no nos queda ninguna duda al respecto. Ante

las injusticias cometidas por los conquistadores contra los pobladores del Nuevo Mundo, fray Antón

así se expresaba: «...todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que

usáis con estas inocentes gentes. Decid ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y

horrible servidumbre aquestos indios?... ¿Estos no son hombres?... ¿No sois obligados a amarlos

como a vosotros mismos?... Tened por cierto que en el estado en que estáis no os podéis salvar...».

18 Para este propósito vale la pena dejar hablar al Compendio que, con claridad ejemplar afirma: « La persona humana debe ser comprendida siempre en su irrepetible e insuprimible singularidad. En efecto, el hombre existe ante todo como subjetividad, como centro de conciencia y de libertad, cuya historia única y distinta de las demás expresa su irreductibilidad ante cualquier intento de circunscribirlo a esquemas de pensamiento o sistemas de poder, ideológicos o no. Esto impone, ante todo, no sólo la exigencia del simple respeto por parte de todos, y especialmente de las instituciones políticas y sociales y de sus responsables, en relación a cada hombre de este mundo, sino que además, y en mayor medida, comporta que el primer compromiso de cada uno hacia el otro, y sobre todo de estas mismas instituciones, se debe situar en la promoción del desarrollo integral de la persona» (131).

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La obra humanizadora y evangelizadora de la Iglesia que empezó a propagarse por estas tierras,

debe seguir adelante. Ustedes son los herederos del compromiso de este gran fraile dominico y del

de todos aquellos que con la fuerza del Espíritu sembraron –con palabras y obras–, la semilla del

Evangelio en América: Que ningún hombre y ninguna mujer que recorra o habite estas tierras vea

pisoteados sus derechos fundamentales, porque todos los hombres y mujeres pertenecemos a la

única gran familia humana; porque «toda persona, creada a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,

26-28), y por tanto radicalmente orientada a su Creador, está en relación constante con los que

tienen su misma dignidad»19; y porque el secreto para construir una sociedad pacífica y un auténtico

desarrollo de las personas y de los pueblos se encuentra en emprender con decisión, pasión y

valentía la promoción de la dignidad de la persona humana y la defensa de todos sus derechos20. En

esta gigantesca tarea que se encomienda a la toda la Comunidad eclesial, la doctrina social de la

Iglesia es sin duda un útil e imprescindible instrumento.

La dimensión social de la Eucaristía.

Para cumplir con su misión, la Iglesia cuenta siempre con la ayuda y la presencia de su Señor. El

Papa Juan Pablo II, en la Carta apostólica Mane Nobiscum Domine, particularmente en dos

hermosos parágrafos sobre la dimensión social de nuestra fe y del culto cristiano, nos recordaba, en

primer lugar, que estamos llamados a la unión íntima con Dios y con los hermanos y que tenemos

en la Eucaristía una fuente inagotable de vida y una escuela de comunión, de solidaridad, de justicia

y de paz, que nos capacita para enfrentar los grandes desafíos que interpelan hoy a la humanidad

(cf. n. 27). Enseguida aseveraba que son el amor, el servicio y el compromiso activo por construir

una sociedad más justa y fraterna, el criterio que refleja la autenticidad de nuestra participación en

la celebración comunitaria de la Eucaristía: «No es casual que en el Evangelio de Juan no se

encuentre el relato de la institución eucarística, pero sí el «lavatorio de los pies» (cf. Jn 13,1-20):

inclinándose para lavar los pies a sus discípulos, Jesús explica de modo inequívoco el sentido de la

Eucaristía. A su vez, san Pablo reitera con vigor que no es lícita una celebración eucarística en la

cual no brille la caridad, corroborada al compartir efectivamente los bienes con los más pobres (cf.

1 Co 11,17-22.27-34)» (n. 28).

La Iglesia, que se descubre a ejemplo de su Señor, Servidora de la humanidad, está llamada a

incrementar cada vez más su compromiso en favor de los pobres, concretizados en los millones de

seres humanos hambrientos de pan y de compañía; en los hombres y mujeres flagelados por las

enfermedades; en la zozobra que invade a los desempleados, impedidos por ello de llevar el pan a la

19 JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1999, 2.20 Cf. ID., 3.

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mesa de sus familias; en los jóvenes esclavizados por el hedonismo, el alcohol y la droga,

deprimidos y cansados de la vida antes de comenzar a vivir; en las angustias y tristezas de millones

de hombres y mujeres, muchos de ellos campesinos, prácticamente empujados por la necesidad a

dejar su tierra y sus seres queridos: «¡Piedad por Haití!, ¡Piedad por este pueblo!,¡Piedad por este

País!». El grito desgarrador de los Obispos haitianos, que los obispos dominicanos hicieron

propio21, es también el llamado que yo hago, en nombre del Dicasterio Vaticano que presido, a la

Comunidad Internacional... y a Ustedes, queridos miembros de la Iglesia en este país, les invito a

hacer de la Parábola del Buen Samaritano, el criterio para salir al encuentro de todos aquellos que se

encuentren heridos, en el alma o en el cuerpo, por los senderos de la vida, sin tener en cuenta su

nacionalidad, color de piel, condición legal... Porque el gesto misericordioso del Buen Samaritano

pasa por alto todas estas consideraciones y expresa un aspecto fundamental de la misión de la

Iglesia que busca levantar a todos los hombres y mujeres caídos en los caminos de la historia.

El número 28 de la Mane Nobiscum Domine, termina declarando sin ambigüedades que «no

podemos hacernos ilusiones: por el amor mutuo y, en particular, por la atención a los necesitados se

nos reconocerá como verdaderos discípulos de Cristo (cf. Jn 13,35; Mt 25,31-46). En base a este

criterio se comprobará la autenticidad de nuestras celebraciones eucarísticas». Benedicto XVI nos

dice también al respecto: «Una Eucaristía que no comporte un ejercicio práctico del amor es

fragmentaria en sí misma. Viceversa... el “mandamiento” del amor es posible sólo porque no es una

mera exigencia: el amor puede ser “mandado” porque antes es dado»22. El Papa afirma la

imposibilidad de separar el amor a Dios y el amor al prójimo y, citando a San Juan, nos advierte que

no es verdad que amamos a Dios si permanecemos indiferentes ante las necesidades del hermano o

incluso lo odiamos. Esto nos impide también llegar a Dios: «el amor del prójimo es un camino para

encontrar también a Dios, y... cerrar los ojos ante el prójimo nos convierte también en ciegos ante

Dios»23.

En la Iglesia, familia de los hijos de Dios, ninguno de sus miembros debe pasar necesidad.

Recordando también que la caridad supera las fronteras de la Iglesia, la parábola del Buen

Samaritano es el criterio de comportamiento que indica la universalidad del amor cristiano24. En

efecto, esta parábola, comenta el Papa «nos lleva a dos aclaraciones importantes... mi prójimo es

cualquiera que tenga necesidad de mí y que yo pueda ayudar», es decir, el concepto de prójimo se

hace universal, pero permanece concreto. La segunda aclaración se refiere a la actuación concreta

21 CONFERENCIA DEL EPISCOPADO DOMINICANO, Mensaje ante la creciente inmigración haitiana, 42 (1º. de noviembre de 2005). 22 BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 14.23 BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 16.24 Cf. BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 25.

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de este amor, que «no se reduce a una actitud genérica y abstracta, poco exigente en sí misma, sino

que requiere mi compromiso práctico aquí y ahora»25.

Conclusión

El pasado 25 de enero tuve el gran honor de participar en la presentación de la primera encíclica del

Santo Padre Benedicto XVI, de la cual acabo de citar algunos pasajes. Y es precisamente en este

maravilloso documento pontificio que me baso para proponer algunas reflexiones que, a manera de

conclusión, puedan enriquecer lo que hasta ahora les he expuesto. Sobre todo porque nos clarifica

cuál es la competencia de la Iglesia, particularmente de los fieles laicos, en la construcción de un

orden social justo. La relación entre justicia y caridad se trata en los números del 26 al 29.

En el número 27, el Santo Padre corrobora la validez y actualidad de la doctrina social de la Iglesia

que «en la difícil situación en la que nos encontramos hoy, a causa también de la globalización de la

economía... se ha convertido en una indicación fundamental, que propone orientaciones válidas

mucho más allá de sus confines: estas orientaciones —ante el avance del progreso— se han de

afrontar en diálogo con todos los que se preocupan seriamente por el hombre y su mundo».

En el número 28, afronta el tema de la competencia de la Iglesia y de su doctrina social en la

construcción de un orden social justo, iniciando con las siguientes palabras: «El orden justo de la

sociedad y del Estado es una tarea principal de la política. Un Estado que no se rigiera según la

justicia se reduciría a una gran banda de ladrones» (28ª). Aprovechando la riqueza de las

enseñanzas sobre la autonomía de las realidades temporales de la Constitución pastoral Gaudium et

spes del Concilio Vaticano II, el Santo Padre continúa diciendo que «la justicia es el objeto y, por

tanto, también la medida intrínseca de toda política. La sociedad justa no puede ser obra de la

Iglesia, sino de la política».

Afirmada la competencia de la política y del Estado en la construcción de un orden social justo, el

Santo Padre se apresura de inmediato a delinear la competencia específica de la Iglesia y de su

doctrina social. Las enseñanzas del Papa Benedicto sobre este punto podrían sintetizarse de la

siguiente manera: ya que la razón práctica, en su constante prefigurarse un orden social justo,

constantemente está llamada a interrogarse sobre qué es la justicia, y estando, de hecho,

continuamente acechada por la tentación de hacer prevalecer el interés y el poder, esta razón debe

purificarse constantemente. La doctrina social de la Iglesia, con las profundas instancias formativas

25 BENEDICTO XVI, Carta enc. Dios es amor, 15.

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que le caracterizan, se propone como respuesta a esta exigencia permanente de purificación de la

razón práctica. En este punto es oportuno dejar hablar al Santo Padre: «… la construcción de un

orden social y estatal justo, mediante el cual se da a cada uno lo que le corresponde, es una tarea

fundamental que debe afrontar de nuevo cada generación. Tratándose de un quehacer político, esto

no puede ser un cometido inmediato de la Iglesia. Pero, como al mismo tiempo es una tarea humana

primaria, la Iglesia tiene el deber de ofrecer, mediante la purificación de la razón y la formación

ética, su contribución específica, para que las exigencias de la justicia sean comprensibles y

políticamente realizables» (n.28).

El Santo Padre afirma que la tarea de la Iglesia, con su doctrina social, en la construcción de un

orden social justo, es una tarea mediata que consiste «contribuir a la purificación de la razón» y en

despertar las fuerzas espirituales y morales. ¿A cuáles fuerzas se refiere el Santo Padre?

Escuchemos sus palabras: «El deber inmediato de actuar en favor de un orden justo en la sociedad

es más bien propio de los fieles laicos. Como ciudadanos del Estado, están llamados a participar en

primera persona en la vida pública. Por tanto, no pueden eximirse de la “multiforme y variada

acción económica, social, legislativa, administrativa y cultural, destinada a promover orgánica e

institucionalmente el bien común”. La misión de los fieles es, por tanto, configurar rectamente la

vida social, respetando su legítima autonomía y cooperando con los otros ciudadanos según las

respectivas competencias y bajo su propia responsabilidad. Aunque las manifestaciones de la

caridad eclesial nunca pueden confundirse con la actividad del Estado, sigue siendo verdad que la

caridad debe animar toda la existencia de los fieles laicos y, por tanto, su actividad política, vivida

como “caridad social” » (n. 29).

Al terminar la presentación del Compendio de la doctrina social de la Iglesia a los fieles laicos,

presbíteros, religiosas y religiosos de la Iglesia en República Dominicana –cuyo texto se pone hoy

en sus manos–, quisiera volver a insistir en la doble dimensión de la presencia de los cristianos en la

sociedad, cuya promoción y apoyo es una verdadera prioridad pastoral. Es una doble inspiración

que se deriva de la doctrina social misma y que cada vez más en el futuro exigirá ser vivida en una

síntesis complementaria, me refiero a la exigencia del testimonio personal, por una parte, y por la

otra, a la exigencia de un nuevo proyecto en favor de un humanismo integral y solidario que

abarque las estructuras sociales. Dos dimensiones, la personal y la estructural, que no se deben

separar jamás. Yo tengo la firme esperanza que el Compendio de la doctrina social de la Iglesia

ayudará a madurar en los cristianos auténticas personalidades creyentes y les inspirará para que sean

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testigos creíbles, capaces de modificar, con el pensamiento y la acción, los mecanismos de la

sociedad actual. Muchas gracias.

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