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PSICOTERAPIA DE RECONSTRUCCIÓN EXPERIENCIAL: Su uso en la resolución de problemas de familia y pareja. Dra. Rosario Chávez Ríos. Dr. Sergio Michel Barbosa. Psic. José Carmen Ledesma Fonseca. Centro Interamericano de Psicoterapia de Reconstrucción Experiencial (CIPREMEX) En este trabajo se esboza un proceso, una propuesta, una aventura. El primer apartado se refiere al vínculo inevitable entre el contexto y el producto; trata de la historia personal de sus autores, con relación a una búsqueda durante un par de décadas por los caminos de la integración en la Psicoterapia. Si el lector posee una mínima dosis de morbo constructivo y de vez en cuando es capaz de disfrutar — aunque sea furtivamente— algún episodio de telenovela, este capítulo puede resultarle interesante. Si por el contrario, el lector se considera una persona definidamente “orientado a la tarea” y no le gusta rodear mucho para llegar al grano, más le vale, en aras de su salud mental, dirigirse directamente al segundo apartado donde se describen de manera introductoria las cinco etapas del modelo de Reconstrucción Experiencial (TRE), y se hace una primera referencia a uno de los elementos más importantes en la búsqueda del cambio: la expansión de conciencia. Al escribir esta síntesis, nos movió el gusto de compartir nuestra pasión, nuestro hobby, nuestra búsqueda por los caminos del cambio, y finalmente nuestro reto, en esta sociedad que requiere de alternativas “ya”, de optimizar cada sesión y cada intervención terapéutica. Al hacer alusión al pasaje bíblico de “Hay un tiempo para amar, un tiempo para

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PSICOTERAPIA DE RECONSTRUCCIÓN EXPERIENCIAL: Su uso en la resolución de problemas de familia y pareja.

Dra. Rosario Chávez Ríos.Dr. Sergio Michel Barbosa.

Psic. José Carmen Ledesma Fonseca.Centro Interamericano de Psicoterapia de Reconstrucción Experiencial

(CIPREMEX)

En este trabajo se esboza un proceso, una propuesta, una aventura. El primer apartado se refiere al vínculo inevitable entre el contexto y el producto; trata de la historia personal de sus autores, con relación a una búsqueda durante un par de décadas por los caminos de la integración en la Psicoterapia. Si el lector posee una mínima dosis de morbo constructivo y de vez en cuando es capaz de disfrutar —aunque sea furtivamente— algún episodio de telenovela, este capítulo puede resultarle interesante. Si por el contrario, el lector se considera una persona definidamente “orientado a la tarea” y no le gusta rodear mucho para llegar al grano, más le vale, en aras de su salud mental, dirigirse directamente al segundo apartado donde se describen de manera introductoria las cinco etapas del modelo de Reconstrucción Experiencial (TRE), y se hace una primera referencia a uno de los elementos más importantes en la búsqueda del cambio: la expansión de conciencia.

Al escribir esta síntesis, nos movió el gusto de compartir nuestra pasión, nuestro hobby, nuestra búsqueda por los caminos del cambio, y finalmente nuestro reto, en esta sociedad que requiere de alternativas “ya”, de optimizar cada sesión y cada intervención terapéutica. Al hacer alusión al pasaje bíblico de “Hay un tiempo para amar, un tiempo para odiar, un tiempo para decir adiós…hay un tiempo para cada cosa”; hacemos también alusión a nuestra forma de entender el arte y ciencia de la psicoterapia. Desde nuestra perspectiva, también en el campo de la psicoterapia, todo tiene su tiempo. Aunque pueden existir excepciones radicales, en general podemos afirmar que no hay un recurso necesariamente malo per se, simplemente hay un tiempo donde dicho recurso facilita, y un tiempo donde el mismo recurso bloquea el proceso de cambio terapéutico. Cuando la aplicación de una técnica se convierte en algo rígido en algo más bien centrado en la teoría, o en el manual, que en la persona, entonces cualquier participación —por virtuosa que parezca—se llega a convertir en vicio. Por el contrario cuando el tiempo es el correcto, el contexto convierte en virtuoso lo que en otro momento podría parecer desafortunado. Así, en la Terapia de Reconstrucción expresamos nuestra aspiración —de alcanzar; el máximo impacto, el máximo de profundidad, el cambio de segundo y finalmente de tercer orden— a través de nuestra propia versión: hay un tiempo para escuchar, hay un tiempo para entender, hay un tiempo para ser no-directivo, hay un tiempo para ser directivo, hay un tiempo para confrontar, y un tiempo para renunciar al cambio, hay un tiempo para reírse a carcajadas y un tiempo para llorar, hay un tiempo para odiar, y finalmente hay un tiempo para perdonar,

OEM USER, 03/01/-1,
Revisado en marzo del 2003-03-30 alineado y ortografia para master está listo
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hay un tiempo para decir adiós, y un tiempo para dar la bienvenida, un tiempo para observar, y un tiempo para cambiar.

Querer cambiar de manera significativa, cuando no están dadas las condiciones, es parte de un ejercicio ancestral del primer orden, un ejercicio que han practicado las madres y los padres, los hermanos y las parejas, y en el último siglo también de manera lucrativa los terapeutas que terminan depositándole al cliente, la frustración de su incompetencia con el pomposo nombrecito de “resistencial al cambio”

Ojalá el lector encuentre estimulante este compendio y disfrute tanto de su lectura, como nosotros sus autores disfrutamos de su elaboración.

1. CONFORMACIÓN DEL MODELO TRE Para transmitir una visión más completa del Modelo de Reconstrucción Experiencial, consideramos necesario, como autores de esta obra, hacer referencia a nuestro proceso de formación profesional que nos llevó a descubrir, integrar y a muchas veces a reformular, elementos aportados por diversos “exploradores” de la transformación personal (psicólogos, no psicólogos; investigadores, filósofos, etc.). Como recurso para presentarnos mutuamente en este primer capítulo utilizaremos inicialmente la tercera persona

Sergio estudió la carrera de Psicología en un centro de estudios, plural y estimulante; El ITESO. En aquella época de estudiante de licenciatura, sin embargo, se resistía a reconocer las bondades de su universidad, pues como a muchos de sus compañeros les ocurría, era proclive a percibir más sus “innumerables limitaciones”, que los recursos y ventajas que sólo con el tiempo y la distancia se fueron haciendo evidentes.

Por otro lado, igual que a algunos estudiantes de la carrera de Psicología, le tocó ser el territorio en disputa de la influencia de algunos de sus maestros que predicaban sus creencias inspiradas en las principales corrientes de moda existentes en la región, en aquellos tiempos pre-modernos: Conductismo, Psicoanálisis, y Humanismo (el pensamiento sistémico, el enfoque cognoscitivo, el estratégico-Ericksoniano, y el transpersonal, apenas si eran tangencialmente mencionados).

Del Conductismo le seducía, sobre todo en un principio, el planteamiento científico de buscar relaciones causales; de considerar a todas las conductas como potencialmente predecibles. Desde la perspectiva experimental-conductual, la tarea profesional era simplemente cuestión de localizar y manipular las variables ambientales del comportamiento humano. El modelo Newtoniano de las causas y los efectos —como bolas de billar que dibujan de manera bastante clara y predecible su trayectoria al chocar unas con otras— le parecía en aquel entonces lógico y directo. En su incipiente proceso de formación como psicólogo, identificaba a la Psicología como la nueva ciencia que aspiraba a sostener su status, sólo si era capaz de mantener la consigna de dedicarse al estudio de lo experimentalmente reproducible; todo lo demás era puro retroceso.

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Desde la óptica Skinneriana, se subrayaba la necesidad de identificar los reforzadores (positivos o negativos) y los castigos, así como sus programas de aplicación para promover curvas de extinción o de adquisición de conductas.

Como aprendiz de científico le resultaba fascinante la posibilidad de controlar el comportamiento de los organismos —humanos y animales— a través de manipular las contingencias ambientales. Era, para él, como redescubrir a Le Metière en pleno siglo veinte.

Al seguir esa consigna de buscar siempre relaciones causales, lo único que Sergio logró acentuar aún más, fue su ya habitual estado de confusión mental. A partir de una búsqueda de patrones de respuesta reproducibles experimentalmente, le surgía una ecuación inevitable; ser psicólogo profesional es igual a trabajar sólo con lo observable. En otras palabras, si pretendía ser un profesional serio y científico, debía ceñirse de manera incondicional a utilizar en su repertorio como agente o facilitador del cambio, solamente las herramientas permitidas por el dogma experimental de lo cuantificable, lo observable, lo verificable “objetivamente”.

El contacto con la Psicología Humanista, por otro lado, surgió a través de la participación en grupos de crecimiento personal. Ya fuese como materias optativas, ya como actividades extracurriculares, había dos versiones disponibles en aquel entonces para el estudiante universitario; sesiones semanales y grupos intensivos de fin de semana. Hubo Maestros significativos que en diferentes momentos le facilitaron —a través de su generosa entrega profesional— el asomarse a lo que Sergio llamaba el fascinante mundo del crecimiento personal comunitario (Cesar García Ochoa, José Gómez del Campo, Rosa Larios, y Marcelino Llanos, posteriormente; Juan Lafarga, Alberto Segrera, Agustín Ramírez, Jorge Espinosa, Lorena Doegey, Carol Eckless y Aletha Guidry).

Desde cualquier modalidad —la intensiva y la de sesiones semanales— le impresionaba especialmente presenciar cómo gradualmente se estimulaba la confianza y la apertura entre los miembros del grupo. Le parecía mágico cómo, al calor de los procesos grupales y de una manera imperceptible, se iba desarrollando una especie de cultura de tolerancia y aceptación comunitaria. En este clima de seguridad psicológica sucedía algo hasta entonces totalmente inédito para él. El sentir y pensar de manera distinta, y el hecho de tener sus propios valores no le impedía, por primera vez en su historia, sentirse tanto aceptante, como aceptado por cada uno de los demás miembros del grupo.

Durante estas experiencias de crecimiento personal entraba en contacto con personas que inicialmente evocaban sus múltiples prejuicios y estereotipos. Al transcurrir el proceso de compartir, sin embargo, le resultaba inevitable experimentar hacia ellas mayor cercanía. Era sencillamente difícil juzgar y condenar a alguien, conociendo su historia “desde adentro”. Entendió entonces de una manera totalmente natural, que los juicios, las clasificaciones teóricas y en general los adjetivos colgados a las personas, podían ser más o menos sofisticados e investir a quien los emite del halo de “especialista” y de “ser superior”, pero el aprendizaje significativo en el contexto terapéutico, normalmente ocurría

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partir de la comprensión profunda de la experiencia ajena, es decir, desde una postura cercana al marco de referencia personal del otro.

Surgieron después, en el camino de su formación terapéutica y de manera casi simultánea, el Psicodrama y la Gestalt, ambas con una postura crítica hacia las terapias fuertemente dependientes del recurso verbal. La nueva consigna era clara: El cambio se facilita no tanto hablando de, sino entrando en contacto de manera activa con, las vivencias, fantasías, y sueños evocados en el espacio terapéutico. Bajo estos nuevos modelos, Sergio aprendió a forzar su creatividad y a facilitar de manera más directiva; Aprendió a confiar en su intuición, y a pedirle al cliente que interactuara con sus diferentes partes o personajes en conflicto, localizados dentro o fuera de él o ella; Aprendió a iniciar una intervención aun cuando el rumbo a seguir fuese incierto; Aprendió finalmente a tomarse el riesgo de continuar confiadamente un proceso, sin conocer de antemano el camino a recorrer, armado únicamente con la convicción acerca de la importancia de contactar la experiencia, de tocar los sentimientos, y de invitar a asumir como propio lo que ocurre adentro de cada persona. Estas experiencias producían en ocasiones un gran impacto, en la conciencia y en la conducta de las personas; otras veces sin embargo, llegaban a ser percibidas como amenazantes, y parecían estimular la resistencia al cambio.

Rosario, por su parte, estudió también la carrera de Psicología en el ITESO de Guadalajara, donde vivió la experiencia de un profundo crecimiento personal, entre otras razones, por el hecho de haber salido de su ciudad natal Chihuahua. Durante su formación, la Universidad ofrecía, dentro del currículo las alternativas que en aquel momento (1980) representaban las mencionadas corrientes más conocidas dentro de la Psicología Académica: Conductismo, Psicoanálisis y del Humanismo específicamente el Enfoque Centrado en la Persona.

En aquella época, en la carrera de Psicología se cursaban cuatro semestres de tronco común y en el quinto se optaba por el área clínica, educativa o industrial. Rosario gradualmente fue sintiéndose atraída por la práctica clínica y por la investigación a través del contacto con materias relacionadas.

Alguien especialmente importante para ella, en aquellos tiempos, fue el maestro de los cursos vinculados con el enfoque conductual: El profesor Ricardo Melgoza, apasionado y convencido de lo que hacía, realmente logró transmitirle y contagiarle una atracción especial por dichas materias. Su rigor científico y disciplinada mente crítica fueron parte de un modelo importante en su formación. Fue así como inició la exploración e interés creciente por el estudio del Conductismo. Sentía una gran seguridad cuando, como aspirante a científica, trataba con datos observables, cuantificables, y demostrables. Una de las críticas más frecuentes y severas, escuchadas por Rosario, era, en aquel entonces, que la Psicología tal como se practicaba, no acababa de dar el salto para convertirse en ciencia; su certeza era muy dudosa, y sus datos generadores de teorías, no eran objetivos. Su interés por la ciencia y la investigación en aquel momento, la llevaban a soñar en realizar un postgrado sobre Psicofisiología.

Cuando cursaba los primeros semestres de la carrera, conoció a Sergio y aunque se sintió irresistiblemente seducida por su manera caótica de dar clases, no se permitió reconocer

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dicha atracción fatal abiertamente y optó, en un acto desesperado de autodefensa, por el antiguo mecanismo psicoanalítico de “formación reactiva”. Con el deseo inconsciente de no revelar sus verdaderos sentimientos, inmediatamente lo clasificó de una manera tajante como “fanático” del enfoque Rogeriano y de algunas otras teorías y herramientas psicológicas que según ella sonaban “demasiado blandas y poco serias”.

Pese algunos enfrentamientos ocurridos al contrastar las creencias y experiencias de ambos, a la luz de los diferentes enfoques involucrados, gradualmente se inició, sin embargo, una etapa de intercambio más civilizado donde empezó a brotar el enriquecimiento a partir de las diferencias. Rosario fue permitiéndose descubrir, al incursionar en lo que ella llamaba “los terrenos de Sergio”, que existía todo un mundo —que por considerarlo “no científico”— había quedado hasta entonces sin explorar. Empezó a comprender lo limitado que resultaba el estudio del tan complejo ser humano, exclusivamente bajo la lupa del Análisis Experimental de la Conducta. Quedaba tanto camino por recorrer en esa búsqueda de pistas para entender tanto el funcionamiento humano como sus alternativas de cambio.

En una etapa posterior realizó un doctorado con énfasis en Psicoterapias Existenciales. Durante ese tiempo pudo profundizar en la Psicología Existencial y en la Fenomenología como un método alternativo de conocimiento a partir del cual la experiencia sólo puede ser entendida y descrita con el lenguaje de la experiencia misma.

DE CONSTRUCTOS PERCEPTUALES A RECONSTRUCCIÓN EXPERIENCIAL

En 1980, por parte de la Escuela de Psicología de la Universidad de Coahuila, Sergio fue invitado a dar un taller sobre “alguno de los rollos que andas explorando” —según le confío, corriéndose el riesgo, la directora de la carrera. En ese entonces por puro accidente se había cruzado por su camino un libro de George Kelly (1955); el primer tomo de “Constructos Personales: Una teoría de la Personalidad”. El lenguaje del libro a veces rayaba en lo esotérico. Lo árido de los términos casi autistas de Kelly escondía sin embargo una gran riqueza que hacia tolerable y hasta inevitable su lectura. Una idea destacaba: El ser humano común y corriente en el proceso de explicarse el mundo, no era básicamente diferente del profesional científico con formación académica. Ambos personajes están sujetos —proponía Kelly— a las mismas aberraciones en el desarrollo de sus teorías de cómo funciona el mundo. Llega el momento, cuando la teoría parece no coincidir con la realidad, y en lugar de cuestionar la susodicha teoría y ajustarla o de plano declararla obsoleta; lo que finalmente resulta cuestionado, alterado y distorsionado es la misma realidad. El lema del ser humano según el modelo de Kelly, pareciera ser:

“Si la realidad no se ajusta a tus teorías, cambia la realidad pero por el amor de dios no cambies tus teorías”.

El “rollo” que en ese momento Sergio traía en su cabeza, estaba inspirado por George Kelly y el taller en honor a su teoría del mismo nombre, se llamó “Constructos”. Sin embargo, más en la línea de la Psicología Cognoscitiva, el adjetivo “Personal” fue reemplazado por el de “Perceptual”, y así se inició oficialmente la etapa de los talleres con el nombre de “Constructos Perceptuales” que dos años después fue adoptado como materia

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optativa en el plan de estudios de la Maestría de Desarrollo Humano de la Universidad ITESO de Guadalajara.

En aquel tiempo, Rosario empezó a acompañar cada vez más frecuencia a Sergio y a co-impartir los susodichos cursos de “Constructos Perceptuales”, donde además del enfoque Rogeriano, se integraban eclécticamente, muchos otros elementos de terapias Cognoscitivas y de Procesamiento de Información, para abordar lo que Skinner había llamado la “Caja negra”.

Todavía iban a pasar otros siete años para que la teoría acerca de cómo debería seguirse llamando el taller, cediera finalmente ante la evidencia de una nueva realidad. La admiración y afecto intelectual por la obra de George Kelly seguían existiendo, pero tanto el nombre como la estructura original del taller se estaban agotando. Así, en mayo de 1990 durante el desarrollo del último taller de Constructos Perceptuales, fue que ocurrió el siguiente intercambio —a partir de entonces la materia se llamaría oficialmente “Terapia de Reconstrucción Experiencial”.

Sergio Vázquez, director del Instituto de Postgrado de Terapia Gestalt “INTEGRO” de Guadalajara, que ocasionalmente asistía a los talleres de fin de semana y los enriquecía invariablemente con sus ocurrencias les espetó a boca de jarro:

—Oigan “tocayos” saben que la confesión al estilo católico puede llegar a ser, en ciertas circunstancias, una experiencia de cambio personal bien impactante, y francamente lo de ustedes me parece una confesión...

Mientras Rosario escuchaba divertida las asociaciones libres del tocayo, a Sergio se le ahogó en la garganta un esbozo de respuesta que aunque no alcanzó a hacerse audible, se alcanzó a deslizar a la conciencia en forma de imágenes multicolores. Era algo así como un letrero de colores rojo y amarillo brillantes: “¡Hay tocayo no manches!”. La expresión parecía demasiado adolescente para su edad, y académicamente un tanto inadecuada, y así, dado el clima de seguridad psicológica todavía incipiente, de plano no se atrevió a decirla. Se tuvo que conformar con una forzada actitud de empatía. Después de todo, el Dr. Vázquez, además de ser un muy querido amigo, era el director-anfitrión que amablemente nos invitaba y se arriesgaba a ofrecernos solidariamente un foro para la exploración de nuestra propuesta terapéutica.

—Eso suena interesante. ¿Podrías elaborar más la idea? El tocayo continuó elaborando su línea de pensamiento:

—La confesión tiene cinco elementos básicos que la conforman; examen de conciencia, dolor de corazón, propósito de enmienda, confesión de los pecados, y cumplir la penitencia

—Y eso que tiene que ver—le preguntó Rosario a su vez estimulada en su curiosidad.

—Verán tocayos —les dirigió a los dos la mirada con aire solemne— ustedes están proponiendo cuatro etapas en su modelo de cambio terapéutico, es decir Exploración,

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Reconstrucción, Reedición y Ensayo, (ERRE) y francamente aunque no lo hayan formulado explícitamente hay algo entre la redecisión y la acción que de hecho ustedes facilitan, aunque no esté incluido formalmente en sus etapas.

—A qué te refieres, —le inquirimos con interés.

—Pos al acto mismo de la confesión tocayos, que en el fondo es como una catarsis de reconciliación. Fíjense que con este elemento incluido, su proceso mantiene una secuencia paralela a la de la confesión.

DE LA RECONCILIACIÓN A LA RECONSTRUCCIÓN.

Coincidimos —ahora sí en plural— que la confesión al menos como la habíamos malpracticado, no siempre resultaba en un sentimiento estable de reconciliación. También pensamos que las penitencias solían ser tareas que nada tenían que ver con el pecado —y eso para nosotros era un dato terapéuticamente relevante. Sin embargo, como parte de nuestra actitud ante la vida, decidimos finalmente quedarnos más con las similitudes de fondo, que con las diferencias aparentes. Continuamos con el taller y al finalizar éste, decidimos además del cambio de nombre, que efectivamente, la Reconciliación merecía un lugar propio en la secuencia de las diferentes etapas. Resultaban inevitables tantas erres para la nueva versión del modelo de cambio terapéutico: E-R-R-R-E.

Quedaba por resolver el problema del nombre. Cada uno de los cinco elementos —Exploración, Reconstrucción, Redecisión, Reconciliación y Ensayo— definitivamente nos parecía importante. Al final optamos de manera relativamente arbitraria por el de “Terapia de Reconstrucción Experiencial” (modelo TRE) por considerar que a lo largo de todo el proceso terapéutico, el factor “experiencial” se encuentra presente como un ingrediente esencial y característico.

Exploramos juntos, durante todo el proceso de evolución de aquellos talleres, el elemento cognoscitivo, es decir, todo ese proceso de pensamientos y sentimientos que se encuentran en medio de un estimulo y una respuesta observable; era parte de un nuevo paradigma en la Psicología que veíamos surgir en aquel entonces. Después de vivir la experiencia de los talleres, teníamos largos intercambios, estimulantes de nuestro crecimiento personal y proveedores importantes —hasta después nos dimos cuenta— de nuevos eslabones en el desarrollo de “Nuestro Modelo de Terapia”.

El proceso de búsqueda, era, y ha sido desde entonces, como un rompecabezas. Las preguntas surgidas de manera constante, han sido variadas; ¿En qué condiciones una intervención terapéutica aparentemente impecable, promueve la resistencia? ¿Cómo es posible integrar tantas y tan variadas alternativas de intervención, ante el único reto realmente importante en la psicoterapia: el ser humano que tenemos enfrente? ¿Cómo es posible establecer puentes razonablemente consistentes entre los planteamientos teóricos subyacentes a los diferentes modos de tratamiento terapéutico exitoso?

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Ya como compañeros de trabajo, fuimos descubriendo y consolidando un creciente respeto mutuo. Resultaba profundamente estimulante aprender a través de nuestro intercambio de retroalimentación tanto después de talleres realizados conjuntamente, como de sesiones de co-terapia. En un principio, resultaba amenazante y cansado el tomar demasiado en serio la lealtad a Rogers y a Skinner que en algún sentido aunque muy relativo, Sergio y yo respectivamente profesábamos. Creíamos discutir cuestiones académicas cuando en el fondo lo que estaba en juego —después lo descubrimos— era más bien cuestión de orgullo personal y de territorialidad.

En esta lucha de poder, aunque Sergio había sido mi maestro en la Universidad, se enfrentaba, lo confieso, a una alumna con poco respeto a su autoridad; una alumna —que había dejado de serlo— con una tendencia irrefrenable a cuestionar y criticar las conclusiones “ligeras e insostenibles” de la psicología blanda de su ex-maestro.

Un día nos dimos cuenta que la seguridad psicológica también tiene un efecto en la productividad y creatividad intelectual. Aprendimos que ambas partes teníamos importantes contribuciones capaces de enriquecer de manera insospechada la versión parcial del “socio-adversario”. La energía generada por los intercambios “sobre el proceso del cambio y la terapia” empezó gradualmente a ser más creativa, más productiva. Empezamos a escucharnos más y a invalidarnos menos. Ya no se trataba tanto de ver quien ganaba con su propia testarudez, se trataba más bien de darle la bienvenida y celebrar las diferencias, las ideas creativas, las innovaciones, las señales de cautela, y así todo lo imaginable. El modelo de Reconstrucción Experiencial iba tomando forma.

Llegamos a la conclusión de que así como hay colegas, profesionales de la Psicología y la Psicoterapia cuya misión personal ha sido la especialización y la exploración circunscrita a determinada dirección; la vocación nuestra ha sido más bien, la búsqueda de la integración de procedimientos promotores del cambio personal.

Pensábamos cómo —desde nuestra percepción— en la historia personal de los individuos que acuden a terapia, de alguna manera, la capacidad de integrar en la conciencia, todas o por lo menos la mayoría de las experiencias vividas, era sinónimo de salud mental. Desde esta lógica, el sinónimo de disfuncionalidad tenía que ser la incapacidad de integrar, esto es; la tendencia, a reprimir pedazos de la historia personal, a negar necesidades y preferencias, a desconocer la experiencia interna en alguna de sus dimensiones, etc. En esa medida, es decir en la medida de la exclusión, la persona se aleja de la salud mental, se aleja de su propio desarrollo y actualización.

De la misma manera que ocurre con las personas, la validación y la integración de recursos y experiencias se convierten en la consigna de la promoción humana. En el contexto del desarrollo de nuestro modelo terapéutico, la inclusión de aportaciones aparentemente incompatibles, ha representado para nosotros el gran reto de poner al servicio de quien acude buscando ayuda profesional, agobiada por sus propios sentimientos y conductas autodestructivas, la sabiduría de diferentes autores que nos han precedido, cuestionado, e inspirado en la búsqueda del cambio.

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En nuestro andar por caminos académicos y no académicos hemos tenido el privilegio de entrar en contacto con distintas formas de entender el comportamiento humano: el Desarrollo Humano; la Psicología Cognoscitiva; el Procesamiento Humano de Información y en especial la Teoría de Procesamiento Dual con sus aportaciones al conocimiento del funcionamiento automático y rígido; un entrenamiento de postgrado en Terapia Familiar con orientación psicodinámica-sistémica y la adaptación de algunos elementos del modelo de Musicoterapia de Muñoz Polit y del modelo “GIM” (ver Muñoz Polit 1999). Asimismo, se integraron a nuestro inventario de recursos, la Programación Neurolingüística y la Hipnosis Ericksoniana así como, ocupando un lugar de especial importancia, la teoría de la personalidad “existencial-humanista” de los Potenciales de Experiencia.

La Terapia de Reconstrucción Experiencial ha evolucionado así, como una versión integradora, y permanentemente provisional de recursos terapéuticos. Como modelo de intervención, busca reconceptualizar y reacomodar, a lo largo de los diferentes momentos críticos de un proceso terapéutico, diversas herramientas. Proponemos, a manera de analogía, la utilización de una cajonera en cuya estructura molecular profunda se encuentran la teoría de la personalidad de los Potenciales de Experiencia de Alvin Mahrer (1989a) y en su estructura más externa el enfoque general de Procesamiento de Información (ver Michel 1984). En dicha cajonera existen cinco cajones donde caben —o pueden caber— prácticamente todos los implementos terapéuticos desde los más académicos, hasta los más esotéricos.

En las presentaciones magistrales de los duetos de música clásica, la entrada y acompañamiento sincronizado de los instrumentos es de vital importancia para una ejecución armoniosa. De la misma manera, el “timing” o utilización del momento adecuado para cada uno de los recursos básicos sacados de alguno de los cajones de la Terapia de Reconstrucción Experiencial, determina el éxito en la ejecución de la obra “terapéutica”. En una primera versión (Chávez & Michel, 1996) de Terapia de Reconstrucción Experiencial mencionábamos los dos elementos o hilos básicos en el arte de entretejer el cambio terapéutico; la Seguridad Psicológica y la Expansión de Conciencia. Sin embargo más tarde, a partir de una estancia con Alvin Mahrer de la Universidad de Ottawa durante el verano de 1996, surgió la necesidad de hacer algunos ajustes al modelo original de reconstrucción terapéutica, e integrar —a partir de la Teoría Experiencial de la Personalidad de Alvin Mahrer— la idea de los potenciales de experiencia del ser humano, así como el método para llegar a ellos; el escuchar experiencial.

A Alvin Mahrer lo habíamos conocido en 1988 en un foro de la Academia Internacional de Psicoterapia Ecléctica e Integrativa en San Miguel Allende, Estado de Guanajuato. Especialmente nos impactó en ese primer encuentro, una frase impresa en uno de los folletos anunciando su taller: “el máximo impacto en el mínimo tiempo”.

Alvin continúo visitando México de manera esporádica lo cual nos permitió mantener nuestro intercambio de puntos de vista y asomarnos cada vez más a su visión de la psicoterapia. En la sobremesa de algún restaurante o después de alguna conferencia Alvin, a la menor provocación, compartía con nosotros y elaboraba más sus ideas y a su turno era capaz de escuchar con un extraordinario interés y receptividad; con una gran frescura. Al

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principio nos resultaba sorprendente su disponibilidad para escuchar con tanto interés a dos —comparados con él— jóvenes e inexpertos terapeutas. Fuimos entendiendo que dicha actitud era parte de su gran recurso terapéutico, era parte de su actitud ante la vida, era parte de su riqueza profesional y personal. Si Rogers (1951) había formalmente incluido a la empatía como elemento esencial del proceso terapéutico, Mahrer inspirado en Gendlin (1996) había llegado “Más allá de la Empatía”, como de hecho tituló una de sus conferencias presentada en uno de sus viajes a Guadalajara.

Durante nuestros años en el ITESO, a través de José Gómez del Campo —director de la escuela de Psicología— habíamos tenido la oportunidad de conocer y profundizar en el enfoque Rogeriano. Cuando apareció Alvin Mahrer —dos pasos adelante en su concepción de la empatía según referiría Brown en la presentación del libro “The Process of Change” (Mahrer , 1986)— se reafirmó y desarrolló aún más en nosotros la convicción acerca de la importancia terapéutica de entrar “en el mundo fenomenológico de la persona” con la mayor intensidad y nitidez posible, y con la única intención de escuchar la voz de los potenciales más profundos de la persona. A partir de entonces la escucha experiencial —a la manera de Alvin Mahrer— se nos reveló como un poderoso recurso y a la vez como una oportunidad especial de recrear el mundo interior de la persona y convertirnos provisionalmente (hasta donde humanamente es posible) en la experiencia del paciente, en lugar de convertir a éste en una extensión de nosotros sus terapeutas.

A finales de los 70’s, ya habíamos escuchado a Ceja-Gallardo (1992) hablar del presencialismo como postura filosófica cuyo énfasis en la presencia, trascendía la propuesta existencialista del aquí y el ahora. Este nuevo enfoque, según nos afirmaba categóricamente su autor, permearía el quehacer terapéutico en los inicios del tercer milenio.

En 1997, Alvin Mahrer nos hace partícipes de su distinción —léase el máximo reforzador positivo en el mundo de la psicoterapia académica angloamericana— por parte de la división de Psicoterapia de la Asociación de Psicología Americana (APA). Aunque nos da gusto por Alvin, también nos inquieta la inercia de comercialización que conllevan dichas preseas. De cualquier manera celebramos el reconocimiento y terminamos considerándolo como una oportunidad. Nos dimos cuenta entonces que dos de nuestros modelos inspiradores importantes; Ceja-Gallardo y Alvin Mahrer no estaban finalmente tan lejos entre sí, en sus respectivas propuestas. El gran recurso terapéutico de Mahrer, el escuchar experiencial, nos parecía una herramienta de alto impacto; una poderosa manera de entrar, de hacer presencia, para descubrir, actualizar, e integrar —no para adaptar, o modificar al gusto propio del terapeuta— los recursos y el potencial de las personas. Así pues, el recurso “presencialista” del escuchar experiencial que nos invitaba a ir más allá de la empatía, llegaría a tener un lugar importante en nuestro modelo de Reconstrucción Experiencial. Avizoramos el futuro impacto de este recurso en el desarrollo global de la psicoterapia.

Posteriormente, en nuestra búsqueda de los elementos facilitadores del cambio, consideramos oportuno añadir dos nuevas variables. A nuestro dueto tradicional y básico de la seguridad psicológica y su compañera exclusiva por algún tiempo, la expansión de conciencia (Chávez & Michel 1996) vimos necesario incluirle un par de nuevos elementos:

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la seguridad psicológica profunda, y la focalización o concentración de la experiencia (ambos, requisitos para llegar a lo que después bautizamos, en el contexto del modelo TRE, como cambio de tercer orden).

En este proceso de búsqueda, Alvin Mahrer representa un importante eslabón tanto por su teoría de los potenciales, como por su modelo de intervención. El genio de Jung propuso una visión del funcionamiento del ser humano en términos de polaridades. Alvin Mahrer construyó posteriormente sobre la visión Jungiana lo que a nuestro juicio es una de sus grandes aportaciones a la psicoterapia; el desarrollo de un “como” a través del cual, en un salto cuántico, la persona contacta, integra sus polaridades y se transforma. Fue precisamente esta posibilidad de transformación “cuántica” que nos sugirió, para la Terapia de Reconstrucción Experiencial, la noción de “cambio de tercer orden”.

La teoría de la personalidad propuesta por Alvin Mahrer, hace una invitación que nosotros acogemos con entusiasmo muy a nuestra manera. La invitación es a promover el desarrollo de las personas a través de la actualización e integración de todos los potenciales de experiencia y de sus recursos correspondientes, así como de la búsqueda de una relación armonioso entre ellos.

En nuestra misión personal, como integradores de recursos, encontramos un paralelismo en los niveles social, científico y personal. La integración de las diferencias, es de hecho, uno de los grandes retos que enfrenta la humanidad en su búsqueda de sobre vivencia y actualización. Con aisladas excepciones, la mayoría de los grupos, culturas, países y sistemas ideológico-económicos actuales, muestran todavía una gran incapacidad para incluir recursos y aportaciones —aparentemente ajenos e incompatibles— provenientes de la muy diversificada comunidad humana. Nikito, por ejemplo, el eficiente japonés —obsesionado y comprometido con su empresa y con la producción sin errores— en su frenética búsqueda de calidad total (que no tiene nada que ver con calidad de vida) apenas le dedica 15 minutos semanales a sus hijos. Nuestro amigo oriental tiene mucho que aprender del dueño de la tortillería “El aquiyaora”, Don Pancho, que tranquilamente cierra su changarro a las tres en punto aunque aún haya clientes potenciales generadores de riqueza, esperando en la fila. El magnate de las tortillas campantemente baja la cortina, se va a comer, se regala una siesta y se pone a jugar a la "trais" y a las luchitas un rato con Panchito junior. Seguramente también Don Pancho tiene a su vez algo que aprender de su propio “extranjero interior”.

Por su parte, la ciencia como producto humano tampoco ha podido evitar sus propias luchas discriminatorias entre ideas “incompatibles”. Una de las tantas guerras santas se desató en el siglo XVII, cuando Isaac Newton estableció la naturaleza corpuscular de la luz mientras, casi simultáneamente Christian Huygens sostenía la naturaleza ondulatoria de la misma (De Solla 1961). Como ambas posiciones resultaban excluyentes —Aristóteles el padre de la lógica occidental, hubiera dicho, nada puede ser y no ser a la vez; es decir, nada puede ser corpuscular y ondulatorio— tuvieron que pasar casi tres siglos y un largo desfile de científicos en ambos bandos para que Einstein propusiera al más puro estilo oriental, que la luz es ambas cosas; corpuscular y ondulatoria.

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Desde nuestra perspectiva, la búsqueda de la transformación terapéutica, es la búsqueda interior de los recursos propios de cada ser humano. Esto implica asimismo, caminar por los senderos del autodescubrimiento y la integración, al encuentro experiencial del sentido de la vida. La visión de futuro que nos inspira en la realización de este libro, avizora la conformación de la experiencia humana cotidiana en un espacio interior impredecible y único, donde la persona sea cada vez más completa, más ella misma y cada vez menos la extensión alienada de los demás.

2. SECUENCIA BASICA DEL MODELO TRE EXPLORACION. Esta etapa que algunos colegas han sugerido sea llamada de acompañamiento, representa el punto de partida, y de alguna manera el cimiento del proceso terapéutico, sin el cual difícilmente se puede avanzar más allá del cambio de primer orden. El producto esencial de esta etapa, es el clima de seguridad psicológica, implícito en las tres condiciones necesarias y suficientes para el llamado aprendizaje significativo de Rogers (1969). Aunque algunos autores de distintas orientaciones no consideran suficientes dichas condiciones para el cambio personal, la importancia de la empatía en la psicoterapia ha sido reconocida a través de una amplia gama de enfoques. Kohut por ejemplo, ha recuperado explícitamente el elemento empatía en sus propuestas psicodinámicas. Bandler y Grinder igualmente han incorporado la empatía en su versión del "espejeo y el acompañamiento (pacing) neurolingüístico” como parte indispensable en la promoción del cambio (King, Novik y Citrenbaum, 1983). En la misma línea, McDermot y O’Connor (1996), han propuesto como “el primer principio” para el proceso de aprendizaje de la Programación Neurolingüística, “respetar el modelo de mundo de la otra persona”. Explorar o acompañar implica entrar al marco de referencia de la otra persona, y ello aunque en apariencia fácil, llega a ser verdaderamente complicado cuando no se está dispuesto, aunque sea momentáneamente, a renunciar a teorías y a preconcepciones acerca de la conducta humana y sus motivaciones. Escuchar con empatía significa, por lo menos en el momento terapéutico de la exploración, ponerse en los zapatos de la persona que comparte algo, a su propio ritmo y con todo y su dosis de incongruencia. David Rimm (1983), investigador prolífico en la década de 1980 en el campo de las terapias Conductual-Cognoscitivas, llegó a afirmar que las tres condiciones propuestas por Rogers (congruencia, empatía, y aprecio incondicional) podrían no ser suficientes pero indiscutiblemente eran necesarias para lograr un cambio terapéutico,. Rimm no concebía como un terapeuta podía ayudar efectivamente a un cliente que no se sintiera aceptado, respetado, y entendido. En términos del modelo TRE, sólo cuando el facilitador ha sido capaz de entender y acompañar la experiencia de un cliente "explorador de sí mismo", estará en condiciones de proseguir a la siguiente etapa y facilitarle el proceso donde el “explorador”, se convierte entonces en "reconstructor de sí mismo".

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RECONSTRUCCIÓN: Antes que intentar cambiar el mundo exterior para adaptarlo a las necesidades y expectativas del cliente, el terapeuta de Reconstrucción Experiencial enfrenta el reto terapéutico de resignificar internamente la percepción que de su propia historia y del mundo tiene el cliente. Desde la perspectiva de TRE, es necesario tocar de manera vivencial —con el hemisferio derecho— las experiencias originales o pasadas que permanecen latentes y constantemente contaminan la percepción del momento. En términos de Alvin Mahrer, (1989a; 1996), el “experienciar” es el elemento clave del cambio terapéutico. En otras palabras de poco o nada sirve verbalizar o entender intelectualmente un problema o disfuncionalidad, si la experiencia interna permanece igual. El hemisferio izquierdo—en una metáfora aproximada— como responsable del procesamiento lógico y lineal de información, contribuye a la comprensión de las causas de una disfuncionalidad "crónica". La comprensión racional, sin embargo, por sí sola no modifica ni la respuesta emocional ni el comportamiento reactivo. “La experiencia ha demostrado que la razón y la lógica no pueden nunca cambiar percepciones, emociones, prejuicios y creencias” (De Bono 1997, Pág. 52). Desde el punto de vista del modelo TRE, mientras no se acceda a la experiencia en su intensidad emocional original, mientras no se reviva, mientras no se vuelva a conectar, o se reconstruya vivencialmente, no es posible el cambio de patrones automáticos disfuncionales. Entender sin vivenciar es como querer curar a un herido a distancia, sin tocarlo aun cuando se tenga un diagnóstico preciso. En términos operacionales, la etapa de reconstrucción consiste en evocar con todos los elementos sensoriales posibles (visuales, auditivos, olfativos, kinestésicos, etc.) experiencias representativas, usualmente de una alta intensidad emocional, donde se dio o consolidó un aprendizaje disfuncional. REDECISIÓN: El tercer elemento de carácter más cognoscitivo, o de hemisferio izquierdo, representa la búsqueda de un espacio de maniobra para la parte libre o consciente del cliente —disociada o distanciada momentáneamente del embrollo emocional— con el fin de enfrentarlo a sus dos alternativas básicas: mantener, o confrontar su percepción autodestructiva de la realidad. En el momento clave de esta etapa, la persona —no su terapeuta— decide "si quiere seguir ganando lo que gana a pesar de perder lo que pierde" al utilizar su respectivo constructo, paradigma, o mapa de la realidad.

El incluir un elemento de Redecisión consciente implica una concepción del cambio terapéutico donde si bien el hemisferio derecho, asociado con lo inconsciente, lo emocional y lo intuitivo, es vital, también es cierto que la parte “izquierda” resulta indispensable para integrar un proceso completo. El hecho de tomar en cuenta a la persona en su parte “adulta y racional”, por reducida que ésta sea, representa simplemente una medida de congruencia con el planteamiento del modelo terapéutico de respeto a la persona con todas las partes de su comunidad interior.

Creemos que versiones radicales de lo Ericksoniano, lo estratégico o lo conductual, si bien son capaces de producir cambios en el funcionamiento humano aun sin el consentimiento de la conciencia, la vocación del Modelo Experiencial de Reconstrucción no radica sólo en la promoción de un cambio verificable y profundo, sino especialmente, en el ejercicio de la expansión de la conciencia personal y en la utilización del método participativo (conciente-inconsciente; hemisferio izquierdo-hemisferio derecho). Quienes consideran a la parte lógica de la persona, exclusivamente como el elemento bloqueador o

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alimentador de resistencias, corren el riesgo de excluir a una parte importante de la inteligencia humana del concierto de las decisiones vitales. Desde la perspectiva de TRE, creemos que existe un espacio profundamente inteligente, en algún lugar de la conciencia de la persona, cuya misión es la búsqueda del potencial personal; un espacio que promueve, cuando las condiciones se dan, la liberación de consignas y dobles vínculos opresores e irracionales, desarrollados a través de la historia de cada persona; un espacio en el cual finalmente, a pesar de las diferencias aparentes, se produce el encuentro de coincidencias entre todo lo que la persona es; esto es, un encuentro de formas más constructivas y auto realizadoras de relacionarse cada persona consigo misma y con los demás. RECONCILIACIÓN: Este elemento se refiere a la posición ya implícita en la primera etapa —de exploración. Cuando a una persona se le escucha y respeta desde su propio marco de referencia, el mensaje implícito transmitido es de aceptación incondicional; "podrás cambiar o no pero independientemente de ello, yo te aprecio en este momento de tu proceso, con tus recursos y tus limitaciones". En notable contraste con la consigna popular del llamado cambio de primer orden, el énfasis de esta postura no es tanto "cambia para poderte apreciar o valorar", se trata más bien de un "quiérete, profundamente quiérete ahí donde estas, a pesar de todo, especialmente a pesar de la invalidación externa". Un reto de la persona en búsqueda terapéutica, es ciertamente el cambiar aspectos o patrones de su funcionamiento que son autodestructivos; sin embargo, el problema realmente desgastante a enfrentar, es todo el rechazo y auto-regaño generado por la persona al no ser “como debería de ser". De Mello, en sus últimos testimonios afirmaba: La motivación de la persona por el cambio se inspira frecuentemente en la intolerancia hacia sí misma (Vallés 1990). Cuando en lugar de desgastarse con el regaño, con el rechazo, con la negación de lo que ya pasó, con el “auto-vituperio” sistemático, cuando la persona es capaz de invertir su energía en aceptarse y en seguirse explorando tal como es, es decir, permitiendo el flujo de su experiencia, entonces el proceso de cambio ocurre con paradójica fluidez.

La reconciliación finalmente es una experiencia —no una comprensión intelectual— constituida como el gran recurso en la promoción de la salud mental. La reconciliación es “una declaración” de la postura básica del modelo TRE: la de la inclusión (en contraste con la postura de la exclusión). La reconciliación es metafóricamente como un viaje hacia el pasado; un viaje al encuentro amoroso con aquel niño, niña o adolescente de nuestra historia que no solamente tenía limitaciones, o cometió errores, como cualquier humano, sino que —y esto fue lo más grave— se juzgó y se condenó a vivir inmerso en la culpa, por no haber actuado de otra manera, por haber respondido con los únicos recursos con los cuales contaba en ese momento de su historia. ENSAYO: En esta ultima etapa se incluyen elementos conductuales de practica y ensayo de algunos de los recursos justamente redescubiertos y redimensionados en las dos etapas anteriores. Bandura (1977, 1978, 1981) sostuvo que en cualquier intervención terapéutica efectiva incide un elemento que él llama autoeficacia del paciente. Esta expectativas de eficacia —lo que la persona sabe que puede hacer— está gobernada por informaciones de orígenes diversos. Es precisamente la información derivada del propio desempeño, es decir de las propias ejecuciones o conductas, la fuente más confiable y convincente para el

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sujeto. En otras palabras no hay evidencia más contundente para alguien, que la de haber tenido la experiencia de hacer y sentir de una manera nueva y constructiva.

Aun cuando se llegaran a dar pequeñas o grandes "caídas" en el proceso de la persona, la vivencia de "ser capaz" ha sido instalada —para utilizar un lenguaje conductual— en la etapa de reedición y reconciliación para posteriormente ser reforzada en la etapa de acción. Por el otro lado, desde el punto de vista de procesamiento de información, el nuevo recurso una vez experimentado en condiciones de expansión de conciencia, pasa a formar parte del repertorio de la persona.