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Relato histórico de los grandes crimenes del Porfirismo

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Page 1: Relato histórico de los grandes crimenes del Porfirismo
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APUNTES PARA LA HISTORIA

Page 5: Relato histórico de los grandes crimenes del Porfirismo

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RELATO HISTORICO

DE LOS

GRANDES CRIMENES

DEL PORFIRISMO

Page 6: Relato histórico de los grandes crimenes del Porfirismo

- o D 5 R c/5

F O N D O FERNANDO DIAZ RAMIREZ-

c

MATALOS EN CALIENTE

24 y 25 de julio de 1879. Una sucesión continua de acontecimientos dolorosos, ya

con livideces espectrales de muerte o ya manchados con la roja sangre del martirio, han desfilado por los horizontes de la República entera, llenando las almas de estupor; pero ningu-no se ha alzado hasta el presente con caracteres tan sombríos, con perfiles tan hoscos, con procedimientos tan horribles como la hecatombe veracruzana desarrollada entre la noche del 24 de junio de 1879 y la madrugada del 25 en que fueron arrancados de sus hogares, nueve ciudadanos honrados, que sin for-mación de causa fueron villanamente asesinados en el inte-rior del Cuartel del 25 Batallón Federal de Línea, por orden expresa del General Porfirio Díaz, que en el exilo y maldecido de todos los buenos mexicanos, expiró, victima de sus remor-dimientos.

La tragedia veracruzana que hoy evocamos no como un vano recuerdo ni como espíritu de estéril resignación, sino como ujna jornada que marca un hostal obligado en el camino ascendente de la reivindicación nacional, desde el cual se vuel-ve la vista a contemplar, allá a los lejos, el sendero recorrido donde han quedado girones de 'alma popular, sangre de gleba y carne de miseria, donde el ciudadano mexicano, hundido hasta el cuello en opresión tiránica, ha sabido mantener erguida la frente humilde que anida aspiración imperfecta pero tenaz y levantado el brazo oue sostiene la ¡bandera libertaria; los GRANDES CRIMENES del Porfirismo, que sublevan el cora-zón de la Patria, conmueven las conciencias rectas y justifican nuestros movimientos revolucionarios, hacen arder en santas rebeldías los pechos generosos que lanzan su anatema contra tan nefasto crimen, esperando que el Tribunal Supremo de la Historia que es el que mas castiga, sabrá hacer caer sobre el asesino el estigma nacional.

LOS EDITORES

México, D. F. junio 25 de 1930.

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/ ¡LA VERDAD SIEMPRE SURGE Y LOS DELITOS JAMAS

QUEDAN IMPUNES!

Tal parece que las almas de los que inmolan generosos su vida en aras de la Patria, vagan incesantemente por el espacio para ejemplo de la humanidad y remordimiento de sus verdugos.

Cincuenta y un años ha que en la heroica Veracruz fueron sacrificados Vicente Capmany, Ramón Albert Hernández, Luis G. Alva, Jaime Rodríguez, Antonio Ituarte, Lorenzo Portilla, Francisco Cueto, el teniente Caro y García y el subteniente Ruvalcaba y no obstante el tiempo transcurrido, nadie olvida ese proditorio atentado que lampreó de fango la faz del caudillo tuxtepecano, que más de treinta años impuso su voluntad en México conculcando todas las libertades y abatiendo el espíritu público.

El crimen fué horrible y se perpetró con objeto de acabar con el Lerdismo y de perpetuar en el Poder de la Nación a Por-firio Díaz que apostataba de los principios de SufragioEfectivo y No Reelección, proclamados en el Plan de Tuxtepec..

Las víctimas aerificadas en Veracruz, no intentaban nin-guna rebeldía, no preparaban ningún movimiento sedicioso, únicamente le estorbaban a Porfirio Díaz para su futurismo y había que acabar con ellas y para lograrlo se valió del gene-ral Luis Mier y Terán. hombre de perversos antecedentes que usaba un nombre apócrifo, pero que por las prebendas que había recibido de Tuxtepec era un sumiso lacayo de Porfirio Díaz, quien supo utilizar todas sus perversidades para realizar su obra de continuismo en la Presidencia de la República.

Mier y Terán inventó una conspiración y evolucró a los mártires sacrificados en Veracruz, informándole a Díaz que iban a levantarse en armas para derrocarlo, Díaz se limi-tó a contestarle en un mensaje cifrado: MATALOS EN CA-LIENTE y el sanguinario y falso Luis Mier y Terán consumó

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y e 1 crimen con todo lujo de crueldad según lo relatan en opúscu-los que jamás dejaron circular los Porfiristas los valientes es-critores Adolfo Carrillo, José Negrete, Manuel Peniche, Agus-tín B. González, Manuel Azpiroz, José Vicente Villada,, Miguel Albores, José Peón Contreras, Juan A. Mateos, Antonio Plaza, Irineo Paz, Manuel Gutiérrez Nájera, Alfredo Chavero y Julio Zárate en los que sé han inspirado los 'editores del presente folleto histórico, que lamentan con tristeza que la mayoría de esos escritores, fueran después apasionados partidarios de Porfirio Díaz, que soátuvieron denigrantemente todas us re-elecciones.

EL VERDUGO.

Balanceando el cuerpo, colgantes los brazos e inclinada la cabeza, así andaba Luis Mier y Terán después de consu-mada la tragedia del 25 de junio de 1879; su estatura era elevada, pero más carnosa que musculosa, la cara llena, y de aparente energía; la mirada incierta, cabizbaja, escudriña-dora, desconfiada. Su fisonomía carecía de lealtad, era un juego escénico que ocultaba y disimulaba sus sentimientos y se veían cruzar al través de su frente, sus pensamientos, co-mo al través de ciertas aguas se ve la ondulación de los pe-ces. Sus ideas no eran muy abundantes, su cerebro estrecho y las paredes del cráneo, que por lo común se estrechan al descender al cerebro, en Luis Mier y Terán se oprimían de tal suerte que obstruían la dilatación y expansión de la ma-teria gris. Era uná naturaleza rudimentaria que la evolución de la especie produjo en ella un efecto descendente.

Entre los actos de ese hombre —si tal nombre puede dársele— y su organismo existía entera paridad: una vez en la barra de Tampico, que estaba infestada de tiburones, hizo zozobrar un bote en que iban dos de sus amigos, adrede, pa-ra tener el gusto de salvarles después la vida.

En otra ocasión de viaje para Nueva Orleans, obligó al capitán del buque, revólver en mano, a que detuviera la má-quina para tener el gusto de pescar. Podrían referirse por ese tenor una infinidad de locuras semejante, que confir-man la perturbación mental que padeció. ¿Mas para qué? Si otras no hubiere, sería bastante con la diabólica y mostruo-sa del 25 de junio para meterlo en la camisa de fuerza de la historia ¡Pobre loco! fue un instrumento del verdadero ase-sino del Caín maldito que se llamó PORFIRIO DIAZ el úni-co y odioso culpable.

Luis Mier y Terán nunca tuvo derecho a usar el nombre que ostentó en vida y que le sirvió para ocultar su pasado de la-trocinios y crímenes, su verdadero nombre era él de Luis Do-

mínguez y el año de 1854 siendo mozo de estribo de un Sr Mier y Terán, en Orizaba, lo asesinó cobardemente, robándo-le su fortuna, que dilapidó en veleidades, alcohol y juego, rea-pareciendo en Vérácruz el año de 1860 con el apócrifo y no-biliario que también mancilló con la infamante cadena de crí-menes cometidos bajo el amparo del caudillo tuxtepecano. Sus panegiristas dicen que fue botero, cargados de muelles y capa-taz de trabajadores, por su enérgica crueldad los patrones lo preferían, por su altanería y despotismo sus compañeros lo odiaban y temían. Cuando la intervención francesa, fué traidor y sirvió al Imperio, al que robó, pasándose después con los Re-publicanos en donde hizo sus proezas; restaurada la Repú-blica en 67, tornó al puerto de Veracruz, reasumió sus labo-res de capataz y llegó a ser el más populachero del Golfo. Por-firio Díaz, que tenía como serpientes, el don de fascinar a los imbéciles, arrastró a Terán del lado de Tuxtepec. La fidelidad que en los organismos inferiores es teriblemente sumisa y en el organismo de Terán degeneró en bestial; ya no era su-misión de hombre a hombre, sino de perro a amo.

Sentíase feliz el desdichado idiota en lamer aquella ma-no empapada en sangre; luego dado el estado patológico de Terán, encontrábase en aptitud de cometer cualquier locura.' Lo que en ese espíritu embrionario hubiera de generoso y humano se ofuscaba en el momento en que se trataba de obe-decer a Porfirio Díaz. Ofuscado la noche del 24 de junio, sólo quedó funcionando .la ferocidad dinstintiva de la hie^ n a . . .

EL CRIMEN

Si desolado y triste, era Veracruz el año de 1879, du-rante el día, lóbrego y 'tenebroso resultaba por la noche; uno que otro farolillo alimentado con aceite iluminaba a trechos, débilmente, paredes amarillas comidas por la acción salitro-sa del aire, conservando algunas de ellas todavía los aguje-ros que hicieran las balas del General Scott. La mar allí a dos pasos se inchaba y crujía y algunos metros adentro le-vantábase la masa informe del Castillo de San Juan de Ulúa, en las tinieblas apenas disipadas por la luz intermitente de su faro. Nada

más lúgubre y sombrío que aquel pasaje en que el mar semejaba un sudario y la tierra parecía un ce-menterio. En esa fatídica noche de junio no había estrellas, ni brisas, el cielo estaba cubierto de nubes y el suelo con den-sos vapores.

El escenario lúe trágico y monstruosa indescriptible la escena que en él se representó entre la noche del 24 que ter-minó tinta en sangre y la madrugada del 25 que fué salu-

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dada con un escándalo de barbarie capaz de hacer ruborizar a los habitantes del centro de Beosia. ?

Por una escueta callejuela desembocó un pelotón de sol-dados, sus bayonetas despedían reflejos acerados, destacán-dose en el centro una forma blanca que era la de un hombre descalzo y en paños menores que ansiosamente interroga-ba por qué lo trataban así y a dónde lo llevaban, sin que nin-guno de sus custodios le hiecira caso.

—¡Por Dios Santo! a dónde me llevan capitán, gimió el desventurado.

Al cuartel 259 Doctor, respondió el militar honda-mente conmovido..

—Pero me permitirán, llegando, mandar por mi ropa y por mi catre?

—¡Piensa dormir el desgraciado! sí, el sueño eterno. . . Al aproximarse al cuartel se escuchó una descarga de

fusilería: el Dr. Albert Hernández ¡porque él era—comenzó a temblar, y poseído del terror de la muerte comenzó a gri-tar:—¡Oh! me van a m a t a r . . . ¡a m a t a r . . . a matar!! .

La puerta del cuartel estaba abierta; los soldados esta-ban sobre las armas y muchos de ellos con los ojos encendi-dos por la embriaguez. Se les había dado aguardiente para convertirlos en verdugos. Cuando la escolta que conducía al Dr. Albert hubo penetrado, otro pelotón se acercaba en di-rección opuesta, con el bravo marino Jaime Rodríguez, tam-

' bién en ropa de cama. Adentro, el cuadro no podía ser más pavoroso, formá-

banlo un patio de muros elevados, enlozado y estrecho; a la izquierda y en el fondo montones de estiércol en activa des-composición. Una compañía de soldados formada en ángulo recto, cargaba y descargaba las armas, por secciones, a la voz de un comandante; en el centro yacían varios cadáve-res revolcándose todavía en su caliente sangre, eran los de Cue-to, Gutiérrez e Ituarte. No había más luz que la reflejada por cuatro linternas. Terán llevaba una en la mano izquierda, te-niendo en la derecha la humeante pistola, que acababa de descargar en el oído de Ituarte. Rielaba en los charcos de sangre la claridad de las linternas, dejando envueltas en la penumbra a los actores de aquella tremenda hecatombe, Al-bert Hernández apareció en esos momentos y al verlo Terán, con delirio salvaje lanzóse hacia él y cogiéndolo por el hom-bro lo empujó brutalmente.

¿Ah, es usted Doctorcito? y dirigiéndose a los soldados, vociferó:—Ahora a éste, cristianos, carguen!

El joveji se asió de las rodillas de Terán implorando mi-sericordia, el vértigo del miedo le hizo proferir frases inco-nexas y apóstrofes insensatos. Terán hombre corpulento,

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deshaciéndose de aquellos brazos convulsivos que le impedían moverse, haciendo rodar a la víctima'sobre las lozas se apar-tó rápidamente del sitio de la ejecución y fué a colocarse entre los soldados. Cuando Albert se levantó y se vió rodea-do de rifles que le apuntaban y con tres cadáveres a sus pies, trató de salir y arañando las paredes, pretendía saltar, pero una descarga uniforme lo hizo caer de espaldas revotando su cabeza en el duro suelo, levantóse aún sobre las rodillas con los pulmones .desgarrados y los intestinos colgando (las balas eran de gran calibre) y otra descarga lo hizo caer desplo-mado sobre las piedras. No se levantó más.

—Venga otro! Jaime Rodríguez se adelantó: marino de un valor indo-

mable y de una generosidad proverbial. En Veracruz era muy querido de todos y aún del mismo Terán. Rodríguez no ofre-ció el espectáculo enervante del Dr. Albert, por el contra-rio encarándose con el verdugo, di jóle con impasible asento:

—Te creía un hombre, pero no eres más que un cobar-de, el más cobarde de los cobardes!

—¡Cristiano! fusilaría a mia madre si EL me lo man-dara (1) ¿Estás listo?

—Déjame escribir unas líneas, con lápiz, para mi fami-l i a . . .

—¡Ni un minuto más: ¡adentro! Y Terán quizo arrojarlo bruscamente dentro del cua-

dro, pero el marino más fuerte y sereno, dióle una tremen-da bofetada, colocándose él mismo en la trayectoria de las balas.

—¡Fuego! rugió Terán. Jaime Rodríguez se doblegó y cubriéndose con las dos

manos el clareado pecho, por donde se escapaba la sangre a borbotones, pudo lanzar todavía este supremo apostrofe:

—¡ Miserable ases ino! . . . ¡ Maldito seas! (2). Momentos después nueve cadáveres yacían en el pavi-

mento, la sangre corría hasta empapar los pies de los solda-dos. La pálida luz del alba entraba tímidamente y en rayos lívidos, en aquel lúgubre recinto, de donde acababa de salir la muerte. Se tenía vergüenza de que el sol iluminara la horren-da carnicería y era preciso enterrar a los cadáveres y lavar la sangre antes del toque de diana. Del machero se sacaron dos muías todavía medrosas por el ruido de las descargas, unciéndolas al carro de la basura, y el carretón se llenó de

(1) Se refería al telegrama de Díaz: MATALOS EN CALIENTE.

(2). Todos estos detalles se deben a un Subteniente que presenció la hecatombe.

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cadáveres, en fúnebre confusión, destilando sangre y mate-ria cerebral.

¡Pronto a la calle! al cementerio fueron las últimas pa-labras de Terán. El día se había echado encima, el már co-menzaba a sacudir su ropaje de niebla, y el vuelo pesado de los zopilotes y el lejano canto de los pescadores, anuncian-

,ban la aparición del astro resplandeciente. Las muías que tiraban del carro apenas podían con la carga. ¡Pegán' tanto los muer tos ! . . . Los perros vagabundos que desinfectaban Veracruz husmearon el degüello, primero fué uno, después dos y al llegar al cementerio era ya una jauría la que iba t ras el carretón, lamiendo la sangre que escurría y devoran-d o los sesos que a trechos se escapaban de la carreta y caían disputándoselos a mordiscos . . . .

Los perros. . . fueron los dolientes que formaron el cor-tejo fúnebre que llevó al cementerio a los últimos Lerdis-t a s - . . }

\ COMO FUE LA HECATOMBE

El 24 de junio de 1879 se interrumpió el telégrafo de la costa de Sotavento, sin que el Gobernador de Veracruz, JjUís Mier y Terán, supiese la causa de la interrupción. A las cinco de la tarde de ese día se recibió en el Gobierno, por extraordi-nario, la noticia de que el vapor de guerra nacional "Libertad" se había pronunciado en Tlacotalpam; saliendo en seguida para Alvarado, cuya población había secundado el movimiento.

Al saber esta noticia, se apoderó de Terán un pánico es-pantoso, librando inmediatamente órdenes de prisión contra multitud de ciudadanos pacíficos y alejados de la política, pero a quienes se acusaba, en las regiones oficiales, de no tener simpatías por el régimen porfirista y de no prestar su apoyo moral a esa administración.

El delito era uña calumnia, dice don José Negrete, la calumnia era una sospecha y ni aún esa sospecha podía for-mularse de una manera clara y precisa.

El fuero interno, el sagrado tabernáculo de la opinión pri-vada, sin manifestación hostil, sin carácter alguno de oposición o fuerza, fué la cabeza del proceso y el auto motivado para arrancar de sus hogares a nueve ciudadanos honrados, fusilar-los sin formación de causa y dejar viudas a ocho esposas y huérfanos a treinta y nueve niños....

Pero no precipitemos la relación de los sucesos. A las dos de la mañana del 25 de junio, fué Terán, acom-

pañado del Comandante Militar de la Plaza, al cuartel del bata-llón número 25, pidió cuatro soldados y un cabo, previniendo al Capitán Antonio Loredo, al Teniente Roselló y al Subtenien-

te Ruvalcaba, que aunque oyesen unos tiros no se alarmasen. En .seguida despertó al Teniente Caro y García, ordenando a todos ellos que lo siguieran.

Después mandó que don Vicente Capmany, Capitán de un bergantín goleta ,fuese sacado de su buque y traído a t ierra entre las dos filas de una escolta. Capmany estaba a bordo, tendido en una hamaca sobre cubierta, tranquilo, tranquilo como su conciencia, sin mancha y sin reproche.

—Dése usted por preso, le dijo el jefe de la escolta. —Se me permite al menos vestirme? preguntó Capmany. —Sí, pero en mi presencia, le contesto el oficial.... y media

hora después llegaba Capmany ai cuartel 25. Allí lo esperaba Terán. —Usted conspira contra Porfirio, le dijo con acento tem-

bloroso, como si le agitara una pasión que en vano pretendía sofocar.

—Yo no conspiro, cuando soy responsable de intereses ajenos, le contestó fríamente Capmany; pero no crea usted qué por eso dejo de tener a todos ustedes en la tr iste opinión que siempre me han merecido.

Terán no pudo contenerse. El miedo, ese consejero terrible e implacable se había

apoderado de aquella naturaleza, cuyo vigor se había evapora-do en motines militares y en cobardes y alevosas intentonas contra el orden constitucional.

—Voy a fusilarlo a usted, gritó lleno de ira Terán, y sus ojos se inyectaron de ese flúido rojo que, según el poeta latino, dispiden los ojos del verdugo.

—Eres un asesino y un cobarde; pero ya que los mexi-nos están a merced de la canalla, estoy dispuesto a morir, mi-serable, aprende a morir como mueren los hombres . . .

Una descarga sofocó las últimas palabras del benemé-' rito e ilustre, del valiente y honrado Capmany . . .

Los soldados no habían podido herir con tino, en medio de las semi-obscuridad que reinaba en el cuartel.

Terán levantó una linterna y él mismo alumbró a su v í c t ima . . . '

Capmany había muerto, maldiciendo a los enemigos de la Constitución, pero con la sonrisa en los labios.

Terán había mandado aprehender a todos los individuos a quienes sospechaba como desafectos al gobierno de Porfi-rio Díaz.

En presencia del cadáver de Capmany, sintió el vértigo de la sangre, esa terrible y espantosa locura que los alienis-tas han calificado como delirio de persecución.

Creyó que el muerto iba a hablar, y para vencer la preo-cupación que lo dominaba, creyó que podía ahogar en san-

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cadáveres, en fúnebre confusión, destilando sangre y mate-ria cerebral.

¡Pronto a la calle! al cementerio fueron las últimas pa-labras de Terán. El día se había echado encima, el már co-menzaba a sacudir su ropaje de niebla, y el vuelo pesado de los zopilotes y el lejano canto de los pescadores, anuncian-

,ban la aparición del astro resplandeciente. Las muías que tiraban del carro apenas podían con la carga. ¡Pegán'tanto los muer tos! . . . Los perros vagabundos que desinfectaban Veracruz husmearon el degüello, primero fué uno, después dos y al llegar al cementerio era ya una jauría la que iba tras el carretón, lamiendo la sangre que escurría y devoran-d o los sesos que a trechos se escapaban de la carreta y caían disputándoselos a mordiscos. . . .

Los perros. . . fueron los dolientes que formaron el cor-tejo fúnebre que llevó al cementerio a los últimos Lerdis-t a s - . . }

\ COMO FUE LA HECATOMBE

El 24 de junio de 1879 se interrumpió el telégrafo de la costa de Sotavento, sin que el Gobernador de Veracruz, .Luis Mier y Terán, supiese la causa de la interrupción. A las cinco de la tarde de ese día se recibió en el Gobierno, por extraordi-nario, la noticia de que el vapor de guerra nacional "Libertad" se había pronunciado en Tlacotalpam; saliendo en seguida para Alvarado, cuya población había secundado el movimiento.

Al saber esta noticia, se apoderó de Terán un pánico es-pantoso, librando inmediatamente órdenes de prisión contra multitud de ciudadanos pacíficos y alejados de la política, pero a quienes se acusaba, en las regiones oficiales, de no tener simpatías por el régimen porfirista y de no prestar su apoyo moral a esa administración.

El delito era uña calumnia, dice don José Negrcte, la calumnia era una sospecha y ni aún esa sospecha podía for-mularse de una manera clara y precisa.

El fuero interno, el sagrado tabernáculo de la opinión pri-vada, sin manifestación hostil, sin carácter alguno de oposición o fuerza, fué la cabeza del proceso y el auto motivado para arrancar de sus hogares a nueve ciudadanos honrados, fusilar-los sin formación de causa y dejar viudas a ocho esposas y huérfanos a treinta y nueve niños....

Pero no precipitemos la relación de los sucesos. A las dos de la mañana del 25 de junio, fué Terán, acom-

pañado del Comandante Militar de la Plaza, al cuartel del bata-llón número 25, pidió cuatro soldados y un cabo, previniendo al Capitán Antonio Loredo, al Teniente Roselló y al Subtenien-

te Ruvalcaba, que aunque oyesen unos tiros no se alarmasen. En .seguida despertó al Teniente Caro y García, ordenando a todos ellos que lo siguieran.

Después mandó que don Vicente Capmany, Capitán de un bergantín goleta ,fuese sacado de su buque y traído a tierra entre las dos filas de una escolta. Capmany estaba a bordo, tendido en una hamaca sobre cubierta, tranquilo, tranquilo como su conciencia, sin mancha y sin reproche.

—Dése usted por preso, le dijo el jefe de la escolta. —Se me permite al menos vestirme? preguntó Capmany. —Sí, pero en mi presencia, le contesto el oficial.... y media

hora después llegaba Capmany al cuartel 25. Allí lo esperaba Terán. —Usted conspira contra Porfirio, le dijo con acento tem-

bloroso, como si le agitara una pasión que en vano pretendía sofocar.

—Yo no conspiro, cuando soy responsable de intereses ajenos, le contestó fríamente Capmany; pero no crea usted qué por eso dejo de tener a todos ustedes en la triste opinión que siempre me han merecido.

Terán no pudo contenerse. El miedo, ese consejero terrible e implacable se había

apoderado de aquella naturaleza, cuyo vigor se había evapora-do en motines militares y en cobardes y alevosas intentonas contra el orden constitucional.

—Voy a fusilarlo a usted, gritó lleno de ira Terán, y sus ojos se inyectaron de ese flúido rojo que, según el poeta latino, dispiden los ojos del verdugo.

—Eres un asesino y un cobarde; pero ya que los mexi-nos están a merced de la canalla, estoy dispuesto a morir, mi-serable, aprende a morir como mueren los hombres . . .

Una descarga sofocó las últimas palabras del benemé-' rito e ilustre, del valiente y honrado Capmany. . .

Los soldados no habían podido herir con tino, en medio de las semi-obscuridad que reinaba en el cuartel.

Terán levantó una linterna y él mismo alumbró a su v íc t ima. . . '

Capmany había muerto, maldiciendo a los enemigos de la Constitución, pero con la sonrisa en los labios.

Terán había mandado aprehender a todos los individuos a quienes sospechaba como desafectos al gobierno de Porfi-rio Díaz.

En presencia del cadáver de Capmany, sintió el vértigo de la sangre, esa terrible y espantosa locura que los alienis-tas han calificado como delirio de persecución.

Creyó que el muerto iba a hablar, y para vencer la preo-cupación que lo dominaba, creyó que podía ahogar en san-

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gre, la sangre derramada, y sofocar con nuevas víctimas el reproche de la primera.

Mandó sacar de su casa al Dr. Ramón Albert Hernán-dez, a Antonio Ituarte, ayudante del General Carlos Fuero, y dependiente, después del triunfo de Tuxtepec, de una acre-ditada casa de comercio; así como a Francisco Cueto, socio de una de las principales agencias mercantiles de Veracruz. Los llevaron al cuartel del 25, en donde fueron ejecutados en la forma antes descrita.

Diez minutos después sacaron amarrados a los comer-ciantes Lorenzo Portillo y Luis Alva, los colocaron en línea y fueron fusilados en el acto. Después le tocó su turno a Jai-me Rodríguez, antiguo práctico del puerto y luego siguieron los oficiales Ruvalcaba y Cairo García.

Avisó a Loredo y Roselló que ellos también iban a ser pasados por las armas.

Los cuatro jóvenes oficiales intentaron protestar contra semejante crimen, pero todo fué inútil. Terán necesitabá ma-tar. El mayor del cuerpo Juvencio Robles, suplicó a Terán que no cometiese tal atentado y que le juraba que aquellos jóvenes ningún delito habían cometido. Terán le dijo que de todas maneras había de fusilar a dos de ellos siquiera y que designara. Dos de aquellos jóvenes pasaron a la derecha y los otros a la izquierda. Terán mandó hacer fuego, y cayó muerto el Subteniente Ruvalcaba. Caro y García corrió ha-cia un pelotón de soldados y allí hicieron fuego sobre él, ma-tando a dos soldados y un cabo. Caro García cayó muerto también.

Terán se paseaba a pasos agigantados por la estancia, frenético, ciego, aspirando con cierta voluptuosidad el olor de la sangre

Entremos en más detalles: Al ir a fusilar a Capmany, Terán le dijo: —Voy a fusilar a usted de orden del Presidente. —Se'va a cometer un asesinato contestó Capmany, por-

que no hay razón para ello, pues mi conciencia no me acusa de ningún delito. —Calle usted ¡Fusilen a ese hombre, pro-firió Terán. —Señor: ¿podré escribir una carta antes de mo-rir? Tengo intereses ajenos a mi cuidado y necesito arreglar-los; pido sólo diez minutos. —Fusílenlo en el acto, rugió Te-rán sediento de sangre. ¡Pobre esposa! Pobres hijos-de mi corazón! exclamó el marino y dos lágrimas se deslizaron por su tostada mejilla, lágrimas que al punto se secaron. Ama-rraron a Capmany y lo asesinaron. . . ¡ Una víctima, una viu-da y seis h u é r f a n o s . . . !

Todos creían que Terán estaría ya saciado, que no conti-nuaría los ases ina tos . . . ! ¡ Error! La hiena llamó a don

Antonio Ituarte, joven de 28 a 30 años, bien parecido, fino en sus modales, caballero en todos sus actos. —¿Es usted D. Antonio Ituarte?— Bien me conoce usted respondió la víc-tima— Ya le he dicho a Ud. que se ausentara de la pobla-ción y a la próxima vez que lo llamara lo fusilaría. —Es cier-to— Pues voy a fusilarlo en el acto. —Está bien.— Fusilen a ese hombre. Los soldados amarraron a I tuar te que enérgi-co marchó al suplicio pero antes se volvió a Terán y le dijo ¡ ¡ASESINO!! . . .

Esta palabra resonó siempre en los oídos del verdugo. Llegó a su vez Cueto. —¿Es usted don Francisco Cueto? —Lo sabe usted también como yo. —Fusílenlo, prorrumpió Terán. —Creo, dijo Cueto, que si soy culpable de algún delito,

se me debe juzgar antes, de qué se me acusa? —Está usted conspirando. —En ese caso que se me consigne a un Juzgado de Dis-

trito. —¡Aquí no hay más jueces, ni más ley, que lo que man-

do, fusílenlo. Y Cueto marchó al suplicio silencioso y resignado, mu-

riendo como los que le habían precedido. La esposa de Cueto estaba embarazada. ¡Otra víctima, otra viuda y dos huérfanos más! La escena con Jaime Rodríguez casi f u é la misma, Ro-

dríguez le dijo a Terán: Me mata Ud. teniendo la conciencia de que soy inocente, pero el que a hierro mata a hierro mue-re y no tardará usted en seguirme.

Otra víctima, otra viuda y cuatro huérfanos m á s . . . Apenas oyó Terán le descarga, se volvió hacia el Dr. Al-

bert, y encarándose con el Dr. Barbachano, le dijo: Ese Sr. es Albert?

—Ese es Albert, contestó el fariseo, que desconoció al compañero y al amigo, pues Albert y Barbachano se cria-ron juntos y se veían como hermanos.

Pocos minutos después fué cumplida la orden del ver-dugo, quedando en la miseria otra viuda y en la orfandad seis niños más.

Dos Luis Alva antes de ser ejecutado, habló con Terán con quien tenía amistad y solicitó permiso para escribir re-cado y ordenar la manera de dejar a cubierto de la miseria a los suyos, ya que todos sus intereses estaban regados, pero Terán le contestó que nada le concedía, porque era un Ler-dista y él a los Lerdistas nada, absolutamente nada les per-mitía.

Alva le replicó, recordándole que los Lerdistas por con-

i6 \ o i

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• ducto de él, le habían perdonado la vida, aún habiéndolo en-contrado con las armas en la mano.

La contestación de Terán fué mancarle poner una mor-daza, con la que fué ejecutado.

En esos precisos momentos llegó al cuartel, el Juez de Distrito, Lic. Rafael Zayas Enríquez a quien fueron a des-pertar algunos vecinos, rogándole que t ra tara de poner tér-mino a semejantes asesinatos.

El Lic. Zayas Enríquez, impidió que siguiera la matan-za, salvándose de ser ejecutados Suárez y Galinié que debían seguir a los anteriores.

Amaneció el día 25 de junio de 1879. . . un rumor sor-do circulaba en la población de Veracruz, varias señoras acompañadas de parvadas de niñitos andaban por las calles deteniendo a los transeúntes y preguntando por sus esposos u hermanos, ignorando que ya eran sus deudos.

—¿ Qué sabe usted de Lorenzo ?, preguntaba la esposa de Portilla, media loca, a todo el que hallaba a su paso, sin que nadie se atraviesa a darle la triste nueva. ?

La esposa de Cueto perdió el juicio y la madre de la víc-tima que estaba enferma en Orizaba al saber la muerte de su hijo falleció. ¡Pobre anciana! a los setenta años de edad recibió tan terrible herida!

Una hijita de Jaime Rodríguez, sufrió serios ataques y quedó enferma para toda su vida.

La población entera se hallaba en las calles adyacentes al cuartel, y fué preciso traer un destacamento de policía, ar-mado con rifles para detener a la muchedumbre. Se presen-taron varias personas a pedir los cadáveres de los asesinados y el Lic. Zayas enríquez Juez del Distrito, pidió los de Cueto y de Capm'any áihbos hermanos; pero la fiera sanguinaria, no contenta con haberles arrancado la vida, quiso cebarse en los muertos y negó los cadaveres, que fueron enterrados en un lugar ingnorado, conducidos en el carretón de la basura, acompañados por los perros.

La infamia cometida en Veracruz no tiene ejemplo en nuestra vida política, Terán dejó pálido a Márquez y chiquito a Troppmann, ya que el célebre bandido francés nunca contó con la impunidad, ni tuvo por jueces a sus cómplices, ni por Tribunal a Gobiernos como los de Porfirio Díaz, en Palmillas Terán mató sin piedad a indefensos inocentes e igual cosa hizo con Reza, Quevedo, Chávez, los hermanos Ríos, Rousseau, Vargas, Amador, Barreda, Díaz, Valadez y tantas y tantas víctimas cuyas sombras flotan en la bandera de la tiranía Por-firiana.

Los muertos de Veracruz hablan todavía En una carreta, hacinados como perros que arrojan en una

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( A s e s i n o )

Page 14: Relato histórico de los grandes crimenes del Porfirismo

fosa detrás de la muralla, he ahí el carro tr iunfal de los que murieron en 25 de junio de 1879 y a los que hoy, la gratitud nacional deposita sobre su ignorada tumba las siempre vivas de la gratitud por el holocausto de su martirio.

La sangre no ahoga las ideas, los principios no se sofocan con un lazo al cuello y una ejecución clandestina, en el fondo de un cuartel,

La revolución tr iunfante ha vengado los agravios infe-ridos a la Patr ia por los nefastos Porfiristas y como los anti-guos cristianos fué al Circo de la TIRANIA a sacar los cada-Teres de los hermanos sacrificados para llevarlos a las catacum-bas, en donde con todo reposo, se les tr ibuta el homenaje a que son acreedores.

COMO MURIO EL ASESINO Y COMO EL VERDUGO

La sabia naturaleza, cumpliendo con el apotegma de IN IPSO FERRO, derrocó a Porfirio Díaz, con tejamaniles y botes vacíos de petróleo, obligándolo a tomar el IPIRANGA, para que expiara sus crímenes en t ierra extranjera, en don-de sólo y abandonado murió.

Terán el verdugo, a poco de cumplir ciegamente la órden telegráfica que recibiera de "Mátalos en caliente" perdió la razón, cuentan que la viuda de Portilla f u é quien le ocasiono el trastorno mental, mandándole todos los días a sus hijos huérfanos a recordarle su crimen.

Un día que la viuda de Portilla llevó a recrear a sus hijos a un jardín público, pasó Terán con cuatro de sus ayudantes que por exceso de precaución, hacía que le acompañaran, y sin apercibirse de la señora acarició a uno de los nmos, cuya criatura inocente fué a abrazarse de sus rodillas, y la viuda montada en cólera, llamó su niño diciéndole:—¡ Nmo! aparta-te de ese hombre que es el asesino de tu padre!.

Le impresionó tanto a Terán aquel reproche, que esa misma tarde dió muestras de enagenación mental y por la no-che cuando le llevaron a la mesa para cenar, sus ayudantes vieron que al ir a trinchar una pieza de carne, volvio el tenedor y se lo undió en la cabeza.

Durante su locura, veía espantado a sus víctimas revol-carse en las charcas de sangre, y levantaba las manos temblo-rosas señalando el retrato de Porfirio Díaz ¿Que intentaría expresar el loco? ,

El telegrama cifrado de Matalos en Caliente, todavía exis-te y lo conserva alguien que no ha de tardar mucho en publi-carlo para que sea conocido.

S U P R E M O C O N S E J O DE MEXICO

Ad universi t e r ra rum orbis summi arqui tec tonis glor iam deus meum que j a s .

ARDO AB CHAO BAL. ' . N U M . \ X V .

Segunda série.

Desde el Valle de México en que reside el S . \ C . \ de los muy P P . \ SS.\ GG. \ II.-. GG. . 3 3 ° . ' . y último grado del Rito Esco-cés, Antiguo y Aceptado, bajo el C. . C . \ del Zenit, cerca de la H . \ L . \ que corresponde á los 16026'121 '3, L . \ N . \ 96°6'45"8 L.". O.-. Greenwich.

A todos nuestros Muy llust:. y Subí.'. Prnicijícs del Real Secre-to, GG.\ IIng. CGortiend.'., 1 Llust.'. CCah:. EElegidKad.\, SubUm.'. Príncipes y caballeros; Grandes, inefables y sublimes F R A N C O S Y A C E P T A D O S M A S O N E S de- todos los hrados antiguo* y modernos esparcidos sobre la superficie de ambos Hemisferios y '

A todos aquellos que el presente vieren.

Os hacemos saber que en la sesión de hoy el Sup. \ Cons.'. Ha tenido á bien decretar y decreta: "Artículo único. Queda expulsado para siempre de la ord ' el

General D. Luis Mier y Terán, Gobernador del Estado de Vera-cruz."

Comuniqúese á todos los Supremos Consejos Extranjeros y á todos los Altos Cuerpos, GG.'. LL. \ de Es t . \ y LL. . Simb \ de la jurisdicción de este Sup.\ Cons.".

Y en cumplimiento de dicho acuerdo. EXPEDIMOS el si-guiente BALAUSTRE, firmándolo de nuestra mano, y sellándolo con los G G r . S e l l o s de nuestro Sup.\ Cons.-. y G . \ Sec.' G ' en el Valle de México, el 29 de Junio dej 1879. (E. \ V.'.) NOS éi S oS.-.Gr. • Comend. \Gr . \Maes. \ d e la O r d . A l f r e d o Chofero 33.

Timbrado sellado por Nos, el G . \ Canc.\ Guard.\ sellos.— Julio Zárate 33.

Promulgado por mandato del Sup. \ Cons."., Nos, el G . \ Sec.'. Gen.'.—Eugenio Chavero 33

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fosa detrás de la muralla, he ahí el carro triunfal de los que murieron en 25 de junio de 1879 y a los que hoy, la gratitud nacional deposita sobre su ignorada tumba las siempre vivas de la gratitud por el holocausto de su martirio.

La sangre no ahoga las ideas, los principios no se sofocan con un lazo al cuello y una ejecución clandestina, en el fondo de un cuartel,

La revolución triunfante ha vengado los agravios infe-ridos a la Patria por los nefastos Porfiristas y como los anti-guos cristianos fué al Circo de la TIRANIA a sacar los cadá-veres de los hermanos sacrificados para llevarlos a las catacum-bas, en donde con todo reposo, se les tributa el homenaje a que son acreedores.

COMO MURIO EL ASESINO Y COMO EL VERDUGO

La sabia naturaleza, cumpliendo con el apotegma de IN IPSO FERRO, derrocó a Porfirio Díaz, con tejamaniles y botes vacíos de petróleo, obligándolo a tomar el IPIRANGA, para que expiara sus crímenes en tierra extranjera, en don-de sólo y abandonado murió.

Terán el verdugo, a poco de cumplir ciegamente la órden telegráfica que recibiera de "Mátalos en caliente" perdió la razón, cuentan que la viuda de Portilla fué quien le ocasiono el trastorno mental, mandándole todos los días a sus hijos huérfanos a recordarle su crimen.

Un día que la viuda de Portilla llevó a recrear a sus hijos a un jardín público, pasó Terán con cuatro de sus ayudantes que por exceso de precaución, hacía que le acompañaran, y sin apercibirse de la señora acarició a uno de los nmos, cuya criatura inocente fué a abrazarse de sus rodillas, y la viuda montada en cólera, llamó su niño diciéndole:—¡ Niño! aparta-te de ese hombre que es el asesino de tu padre!.

Le impresionó tanto a Terán aquel reproche, que esa misma tarde dió muestras de enagenación mental y por la no-che cuando le llevaron a la mesa para cenar, sus ayudantes vieron que al ir a trinchar una pieza de carne, volvio el tenedor y se lo undió en la cabeza.

Durante su locura, veía espantado a sus víctimas revol-carse en las charcas de sangre, y levantaba las manos temblo-rosas señalando el retrato de Porfirio Díaz ¿Que intentaría expresar el loco? ,

El telegrama cifrado de Matalos en Caliente, todavía exis-te y lo conserva alguien que no ha de tardar mucho en publi-carlo para que sea conocido.

S U P R E M O C O N S E J O DE MEXICO

Ad universi t e r ra rum orbis summi arqui tec tonis glor iam deus meum que j a s .

ARDO AB CHAO BAL. ' . N U M . \ X V .

Segunda série.

Desde el Valle de México en que reside el S . \ C . \ de los muy P P . \ SS.\ GG.\ II.-. GG. . 3 3 ° . ' . y último grado del Rito Esco-cés, Antiguo y Aceptado, bajo el C. . C. \ del Zenit, cerca de la H . \ L . \ que corresponde á los 16026'12"3, L. \ N . \ 96°6'45"8 L.". O.-. Greenwich.

A todos nuestros Muy llust:. y Subí.'. Prnicijícs del Real Secre-to, GG.\ IIng. COomend1 Llust.'. GCab. l EElegid;. Kad.\, SubUm.'. Príncipes y caballeros; Grandes, inefables y sublimes F R A N C O S Y A C E P T A D O S M A S O N E S de- todos los hrados Wnbigvüs y modernos esparcidos sobre la superficie de ambos Hemisferios y '

A todos aquellos que el presente vieren.

Os hacemos saber que en la sesión de hoy el Sup.\ Cons.'. Ha tenido á bien decretar y decreta: "Artículo único. Queda expulsado para siempre de la ord ' el

General D. Luis Mier y Terán, Gobernador del Estado de Vera-cruz."

Comuniqúese á todos los Supremos Consejos Extranjeros y á todos los Altos Cuerpos, GG.'. LL.\ de Es t . \ y LL. . Simb \ de la jurisdicción de este Sup.\ Cons.".

Y en cumplimiento de dicho acuerdo. EXPEDIMOS el si-guiente BALAUSTRE, firmándolo de nuestra mano, y sellándolo con los G G r . S e l l o s de nuestro Sup.\ Cons.-. y G. \ Sec.' G " en el Valle de México, el 29 de Junio dej 1879. (E.\ V.'.) NOS éi SoS.-.Gr. • Comend. \Gr . \Maes. \de la Ord. ' .-.Alfredo C'harnero 33.

Timbrado sellado por Nos, el G . \ Canc.\ Guard/. sellos.— Julio Zárate 33.

Promulgado por mandato del Sup.\ Cons."., Nos, el G . \ Sec.'. Gen.'.—Eugenio Chavero 33

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VICENTE CAPMANY

Nació en Campeche, allí donde la vista confunde las olas y las nubes, es decir la espuma del mar con la espuma del cielo y en donde la lucha de los elementos levanta el carácter, desde muy niño se dedicó a la marina de guerra y pertenecía a esa ra-za de abnegados que comprenden el sacrificio y saben cumplir

* hasta el fin. Tenía un programa: su deber; tenía un juez: su con-

ciencia. . . , . Liberal por principios, patriota por convicción y vale-

roso por temperamento, prestó eminentes servicios a su país. En tiempo del Imperio él fué quien organizó la expedición

de Tabasco. Asaltó el bergantín goleta "La Industria", acom-pañado sólo de unos cuatro amigos; con tres o cuatro embar-caciones abordó "La Capitana"; en Chapotón armó vanas ca-noas ; ocupó la laguna y todas las principales aduanas y debi-do a su extraordinaria energía y actividad incansable, deci-dió definitivamente la caída de la plaza fuerte de .Campeche.

Habiendo asaltado las posiciones del Carmen, perdono en los momentos mismos del combate, la vida del Prefecto Im-perial, a pesar de terminantes instrucciones que había recibi-do sobre el particular

Era el león que peleaba con esa fiereza y no el tigre carni-cero que se sacia en sus víctimas.

En premio de sus hazañas Juárez lo nombró capitán de fragata, pero él quiso separarse de la política, renunciando la capitanía del puerto de Campeche, que desempeñaba con hon-radez e inteligencia.

Compró un buque mercante y navegándolo como capi-tán, se dedicó al comercio, su firma era respetada, pues, era un esclavo de los compromisos contraídos.

En la noche del 24 de junio de 1876 dormía tranquila-mente en su buque, cuando fueron a arrancarlo los esbirros del Gobernador de Veracruz y sin formación de causa, sin juicio previo, sin permitírsele siquiera escribir dos palabras de despedido a su esposa y a sus seis pequeños .hijos, fué pasado por las armas, muriendo como un mártir sereno y tranquilo, cobardemente asesinado en el fondo de un cuartel.

RAMON ALBERT HERNANDEZ *

Ramón Albert Hernández, joya preciosa de una juven-tud robusta y noble, alma nacida para el bien, inteligencia privilegiada, voluntad inquebrantable, carácter altivo, con-junto, en fin, de muy relevantes virtudes y levantadas cuali-

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L U I S G. A L V A .

( A s e s i n a d o )

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Page 17: Relato histórico de los grandes crimenes del Porfirismo

dades, nació en las agrestes regiones del río Palizada, Distri- > to del Carmen, Campeche, buscó en Mérida la educación que reclamaba su espíritu, las cátedras de la Escuela de Medici-na de México, fecundaron su preclaro entendimiento y cuan-do el águila imperial se cernía sobre nuestra infortunada Re-pública, Albert fue a tomar un lugar al lado de los valientes, que el denodado general Cepeda Pedraza, llevó a la victoria en la Península Yucateca, contra las huestes de Maximiliano. Después de cumplir con sus santos deberes para con la Pa-tria, entregóse al lugar en donde una joven y amante esposa rodeada de siete inocentes niños endulzaba las amarguras de aquella alma noble y generosa.

Los deberes para con la Patria lo distrajeron de su pro-fesión y retirado de los empleos, pobre y sin más porvenir que su misma profesión, no se mezclaba en la cosa pública y abandonó el lugar de su residencia para venir a México en busca de lo necesario para sus felices hijos, después de per-manecer corto tiempo en la capital iba por su familia encon-trándose de tránsito en Veracruz la noche del 24 de jumo de 1879, presentándosele la muerte en una de sus más feroce« formas.

Nada aseguraba al Dr. Albert, al recogerse la noche del martes 24 de junio de 79, que el miércoles 25 descansaría e® la tumba de los mártires, i

LUIS G. ALVA.

La poética ciudad de las flores, Jalapa, fué su cuna, es-tudió en el colegio de ese oásis del país y de allí salió para combatir a la reacción, no por odio a los hombres del pasado, no por cáleulo, no por especular, sino porque su conciencia le decía que era preciso sacrificarse con el fin de alcanzar el triunfo de la libertad y de la Constitución.

Luchó y vió coronados sus esfuerzos, sus esperanzas se realizaron; la causa del pueblo obtuvo el triunfo más esplén-dido.

La intervención y el imperio vinieron a sembrar el llan-to en la República, y Alva acudió a defender a su Patria, cubriéndose de gloria en Puebla en 1863, combatiendo a los enemigos de su Patria.

Alva fué liberal, fué patriota, fué hombre de conviccio-nes y de corazón, fué un buen ciudadano que en tino de aque-llos días en que la lucha era más sangrienta y la fortuna son-reía a los invasores, se encomendó á su valor y patriotismo una empresa más que atrevida. Habían abierto una brecha los franceses, y el digno veracruzano tomando primero un sa-co de tierra y seguido de un puñado de valientes, logró con-

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tener los avances de los que fueron los primeros soldados del mundo.

Y no era este hecho el único que debía demostrar el he-roísmo del hombre cuya biografía hacemos a vuela pluma, el 2 de abril de 1867, estando Alva a las órdenes del General Ala-torre, fué con treinta hombres a desalojar a más de doscien-tos que ocupaban la manzana del Hospicio de Puebla, obte-niendo el triunfo más completo.

Después Alva sirvió un empleo humilde a los gobiernos le-gítimos de Juárez y Lerdo, no perteneciendo a esa falange de tránsfugas que no se avergüenzan de ser amigos el día si-guiente de los que la víspera eran sus adversarios, retirándo-se a la vida privada apenas obtuvo un triunfo casual la odia-da regeneración y sin desmentir sus honrosos antecedentes, jamás se ensució en el fango de lds tumultos de donde salie-ron los mandarines Porfiristas, de la talla de Mier y Terán, el chato Franco, Cravioto y otros más cuyas hazañas pronto serán conocidas.

Y del asilo sagrado del Hogar, donde sólo se gozan los inefables encantos de la familia, donde el alma se extasía en medio de las dulzuras de la esposa y de los hijos, del seno de la tranquilidad y la ventura, respetado en todos los países y por todos los gobiernos, fué arebatado Luis G. Alva para ser villanamente asesinado en un cuartel Porfirista, sin for-mación de causa, atropellando las fórmulas de la Ley y la Ley misma, insultado por el verdugo que ciegamente obedecía el mandato de Mátalos en Caliente.

JAIME RODRIGUEZ

Jaime Rodríguez, recibió el primer bfeso de la vida en 1824, en la Península de Yucatán, cuyo Estado ha sido fecun-do en dar ilustres y valerosos hijos a la Patria, desde muy ni-ño se dedicó a la tormentosa vida de la marina, a esa vida pe-ligrosa, terrible, siempre en pavorosa lucha con los elementos destructores que parecen hacinados por la mano de Dios pa-ra reflejar en sus ondas el espíritu de las tinieblas.

El aire del mar vigoriza el cuerpo, ensancha el "alma y comunica a los marinos un ígneo efluvio en su ardorosa ima-ginación, haciendo de ésta manantial perenne de generosos sentimientos.

Á los 23 años Rodríguez había alcanzado un puesto dis-tinguido en la marina mexicana, debido a su honrada y dig-na conducta; pero una enfermedad peligrosa que le sobrevi-no le obligó a retirarse a Alvarado, donde residía cuando en 1847 la escuadra de los norteamericanos arribó a las playas de Veracruz, alistándose Rodríguez bajo las órdenes del ge-

A N T O N I O I T U A R T E .

( A s e s i n a d o )

Page 19: Relato histórico de los grandes crimenes del Porfirismo

neral Tomás Marín, para combatir a los invasores, resultan-do peligrosamente herido en una acción contra los yanquis in-vasores, escapando de la muerte por los esfuerzos y la cari-ñosa atención del facultativo que lo visitaba, apellidado Va-lenzuela y originario de Guanajuato. Desde entonces luchó siempre contra los enemigos de la República, filiándose en el Partido Liberal y combatiendo a todos los opresores de Mé-xico, pero donde más se distinguió fué en la guerra de Re-forma, desplegando actividad tal, que mereció los caluroso« aplausos de sus amigos, especialmente del general José G. Par-tearroyo, quien le confió delicadísimas comisiones que supo llenar cumplidamente, exponiéndose con frecuencia a la sa-ña de los traidores.

¿Cuántas veces —dijo Adolfo Carrillo— recostado en el puente de su embarcación contemplaría silencioso la sonrisa, de la noche que amorosa besaba las espumosas ondas ?

¡Ah! Tal vez cuando las henchidas olas azotaban con fu-ror el buque en sombría y borrascosa noche, elevaría una do-lorosa plegaria al Omnipotente para que velase por su espo-sa y por sus adorados hijos.

ANTONIO ITUARTE

Don José Vicente Villada, que fué el Gobernador del Esta-do de México durante los últimos' años del Porfirismo, cuan-do se desarrollaron los acontecimientos trágicos de Veracruz era un furibundo Lerdista y al hablar de Antonio Ituarte di-ce : La niñez de Antonio Ituarte se arrulló tranquila en el flo-rido seño de su ciudad natal. Instruido en los ramos del sa-ber que deben ilustrar el entendimiento del hombre en sus primeros años, y dotado stí corazón con el sentimiento de ho-nor y la ambición de gloria, se'trasladó a la capital de Ve-racruz para recibir la enseñanza superior.

De la escuela salió para dedicarse al comercio, en un em-pleo subalterno, que sirvió con la honradez, actividad e inte-ligencia requeridas por la carrera que emprendía; mas ella no contestaba las aspiraciones de su alma impresionable y grande; por eso en 1871 se decidió por la profesión de las ar-mas fué nombrado subteniente del 10° Batallón de infan-tería de línea.

Asegurada la autonomía de México por la expulsión de los soldados franceses y afianzadas las libertades públicas ea la Constitución de 1857, gloriosamente restablecida sobre las ruinas del pasado, el joven Ituarte empuñaba la espada pa-ra hacer guardar la Ley y respetar la autoridad del pueblo.

Pronto se le ofreció la ocasión de cumplir este deber porque desgraciadamente el general Porfirio Díaz, olvidando

t a

-6.

RAMON A L B E R T H E R N A N D E Z .

( A s e s i n a d o )

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neral Tomás Marín, para combatir a los invasores, resultan-do peligrosamente herido en una acción contra los yanquis in-vasores, escapando de la muerte por los esfuerzos y la cari-ñosa atención del facultativo que lo visitaba, apellidado Va-lenzuela y originario de Guanajuato. Desde entonces luchó siempre contra los enemigos de la República, filiándose en el Partido Liberal y combatiendo a todos los opresores de Mé-xico, pero donde más se distinguió fué en la guerra de Re-forma, desplegando actividad tal, que mereció los caluroso« aplausos de sus amigos, especialmente del general José G. Par-tearroyo, quien le confió delicadísimas comisiones que supo llenar cumplidamente, exponiéndose con frecuencia a la sa-ña de los traidores.

¿Cuántas veces —dijo Adolfo Carrillo— recostado en el puente de su embarcación contemplaría silencioso la sonrisa, de la noche que amorosa besaba las espumosas ondas ?

¡Ah! Tal vez cuando las henchidas olas azotaban con fu-ror el buque en sombría y borrascosa noche, elevaría una do-lorosa plegaria al Omnipotente para que velase por su espo-sa y por sus adorados hijos.

ANTONIO ITUARTE

Don José Vicente Villada, que fué el Gobernador del Esta-do de México durante los últimos' años del Porfirismo, cuan-do se desarrollaron los acontecimientos trágicos de Veracruz era un furibundo Lerdista y al hablar de Antonio Ituarte di-ce : La niñez de Antonio Ituarte se arrulló tranquila en el flo-rido seño de su ciudad natal. Instruido en los ramos del sa-ber que deben ilustrar el entendimiento del hombre en sus primeros años, y dotado stí corazón con el sentimiento de ho-nor y la ambición de gloria, se'trasladó a la capital de Ve-racruz para recibir la enseñanza superior.

De la escuela salió para dedicarse al comercio, en un em-pleo subalterno, que sirvió con la honradez, actividad e inte-ligencia requeridas por la carrera que emprendía; mas ella no contestaba las aspiraciones de su alma impresionable y grande; por eso en 1871 se decidió por la profesión de las ar-mas fué nombrado subteniente del 10° Batallón de infan-tería de línea.

Asegurada la autonomía de México por la expulsión de los soldados franceses y afianzadas las libertades públicas ea la Constitución de 1857, gloriosamente restablecida sobre las ruinas del pasado, el joven Ituarte empuñaba la espada pa-ra hacer guardar la Ley y respetar la autoridad del pueblo.

Pronto se le ofreció la ocasión de cumplir este deber porque desgraciadamente el general Porfirio Díaz, olvidando

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RAMON A L B E R T H E R N A N D E Z .

( A s e s i n a d o )

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los suyos de militar y ciudadano, levantó en la Noria el estan-darte de la rebelión contra el Gobierno, que según la Ley y la voluntad nacional presidía el reformador de nuestras institu-ciones, gran padre de la patria y Benemérito del Continente Americano.

El .compartimiento de Ituarte en la acciones de armas en que tomó parte le valió el respeto de sus compañeros y la re-comendación de sus superiores, distinguiéndose especialmente en los combates de Zacatecas, Puerto del Carnero y Topo Chi-co. En las primeras la victoria le dió a probar los halagos con que la fortuna sabe premiar el valor esforzado y el talento del guerrero, en la última, proporcionó la medida de su serenidad y pundonor, los contrarios le hallaron firme en su puesto, don-de prefirió afrontar la muerte a dar un paso a t rás para salvar-se. Hecho prisionero y conducido a Monterrey, los vencedores los pusieron en la cárcel. Así tal vez querían envilecer al ofi-cial cuya superioridad no podían menos de sentir ¡Vano in-tento! El valor de la virtud no está en la estimación que de ella hacen los malvados. A los cuatro meses de tan indigno tratamiento la entrada triunfal del general Sostenes Rocha a la capital de Nuevo León, abrieron a Ituarte las puertas de la cárcel, volviendo a la defensa de la Ley y de la Autoridad, desconocidas por el bando Porfirista, siendo designado como ayudante del general Fuero a quien sirvió hasta el final de su carrera militar.

Ituarte estuvo en la batalla de Icamole, en donde el vani-doso caudillo de Porfirio Díaz lloró amargamente por su de-rrota y huyó cobardemente con los suyos como parvada de co-dornices. Todos creían que Porfirio Díaz al presentar las es-paldas a sus contrarios se retiraría de la lucha, pero reapare-ció esgrimiendo el Plan de Tuxtepec amamantado en Palo Blan-co, en que hizo falsas promesas al pueblo, que nunca cumplió.

La fortuna caprichosa concedió en Tecaoc sus favores vergonzosos para el fugitivo de Icamole, pero Ituarte no quiso ser infiel a sus deberes y sacrificó sus inclinaciones marciales al culto del honor que había conservado sin mancilla. Desceñida la espada voivió a Veracruz a la modesta ocupación de depen-diente de una casa de comercio.

D. Luis Mier y Terán, general del ejército porfirista, había obtenido el gobierno de Veracruz en premio de su rebelión. Invitó a Ituarte a servir en las fuerzas que sostenían la usur-pación Porfirista, ofreciendole el ascenso inmediato de su antiguo empleo. Ituarte cortés pero con dignidad, rehusó. Irritó con esto al seductor burlado, quien desde entonces lo hizo objeto de su odio, seguramente porque cómplice de Por-firio Díaz en la infidelidad, no podía comprender el elevado móvil de una conducta tan extraña.

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F R A N C I S C O C U E T O .

( A s e s i n a d o )

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Page 22: Relato histórico de los grandes crimenes del Porfirismo

Luego el Gobernador de Veracruz concibió la sospecha de que Ituarte conspiraba contra el gobierno impuesto al país por los bayonetas rebeldes, y sin mas antecedentes que éste, ni otro motivo que la noticia de la sublevación del "Libertad" en aguas de Alvarado (que fué una camita preparada) se apo-deró de Ituarte y de otros ocho ciudadanos inermes la noche del 24 de junio de 1879 y en el Cuartel del 25 comandado por el coronel Cuesta, cuñado de Mier y Terán, y antes de que las sombras de la noche se disiparan, fué pasado por las armas.

LORENZO PORTILLA

Nació en Veracruz, en donde después de haber recibido su primera educación se dedicó al comercio, ocupando pronto un lugar distingundo, debido a su carácter tranquilo, a su criterio sano y a su conciencia honrada.

Fué un tipo simpático, modesto, franco, leal y laborioso que se hizo querer de todos los que lo trataron, fué el ídolo de sus amigos y la esperanza de sus padres.

Pronto encontró una virtuosa mujer que unió su vida a la suya. Dios bendijo aquella unión, el ángel de la felici-dod extendió sus blancas alas sobre aquel santo hogar y seis tiernos niños trajeron la ventura al corazón de los esposos.

Ninguna acción heroica se consigna de Portilla, ningún hecho de armas se cita en su vida, jamás se mezcló en las re-vueltas políticas, sus manos no estaban manchadas con la san-gre de sus hermanos, su vida la consagró al t rabajo y a los tranquilos goces de la familia, su escarcela siempre estaba abierta para las necesitados y las puertas de su casa se abrían de par en par para aliviar alguna dicha.

Era liberal y patriota sin hacer ostentación de sus vir-tudes y en la época del Imperio fué encarcelado y enviado al destierro, porque manifestaba libremente sus opiniones. Es el único hecho de su vida que tuvo algún roce con la política, y por cierto que ese hecho lo honró altamente.

Al triunfo de la República jamás exigió recompensa algu-na por sus sufrimientos, había cumplido con un deber y honra-do y altivo, creyó que nada había hecho que mereciera recom-pensa. Jamás ocupó ningún empleo en el gobierio, y cuando fué asesinado acababa de establecerse con una agencia de comi-siones en Veracruz.

En la noche del 24 al 25 de junio de 79, Portilla fué arran-cado del seno de su familia y llevado al cuartel del batallón núm. 25 de la Federación. Allí presente Terán y ardiendo en ira ordenó que fuera pasado por las armas. Portilla protestó

s e

sin ser escuchado por el chacal y haciendo un supremo esfuer-zo cerró los ojos que no deberían volverse a abrir y esperó tranquilo la muerte, sus labios se movieron convulsivamente, sin duda hablaba con Dios y le pedía por su esposa y por sus hijos abandonados, tal vez tuvo en aquellos momentos pala-bras de perdón para sus asesinos!

Se escuchó una detonación y su cuerpo cayó exánime en el suelo, extendiéndose una mancha de sangre por el pavimento.

Portilla era inocente y fué asesinado de una manera fría, cobarde y alevosa.

FRANCISCO CUETO

Fué un joven altivo de gran inteligencia y corazón en cuyo espíritu apasionado se había arraigado la idea de la leal-tad por la causa constitucionalista.

Cueto, buscaba la justicia, buscaba la razón, quería la legalidad, quería el mejoramiento de su país, naciendo de la ley, no del déspotico sable usurpador y como en México la política es una doble necesidad, y es la ocupación única, él pretendía acabar con los políticos y levantaba muy alta la voz para manifestar sus sentimientos y para proclamar su antipatía por el Porfirismo, que tantos males le ocasionó a México.

He ahí su delito, he ahí su crimen. Cueto füé designado para morir y no vaciló y sereno y

magestuoso presentó su pecho al plomo, despreciando a su asesino, que estaba maravillado de tanta audacia y de tanto valor.

Un relámpago producido por la fusilería, una detonación que repercutió el eco de la noche silenciosa y Cueto cayó rígido, acusando con su mutismo al asesino y a su cómplice, luego una fecha memorable y Un hoyo por sepul tu ra ! . . . .

EL TENIENTE GARCIA Y EL SUBTENIENTE RUVALCABA

Para que ninguna clase social tuviese la fortuna de no contar algunos de sus miembros entre las víctimas sacrifica-das la noche del 24 de junio de 79, dos valientes y dignos ofi-ciales del ejército fueron también asssinados por orden de Mier y Terán.

Los nobles pechos de aquellos que hubieran sabido morir por la patria, fueron asesinados con las balas homicidas del verdugo.

¡Fué la Cruz de la Legión de Honor del Porfirismo! Ningunos datos biográficos pudimos recoger de los már-

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Luego el Gobernador de Veracruz concibió la sospecha de que Ituarte conspiraba contra el gobierno impuesto al país por los bayonetas rebeldes, y sin mas antecedentes que éste, ni otro motivo que la noticia de la sublevación del "Libertad" en aguas de Alvarado (que fué una camita preparada) se apo-deró de Ituarte y de otros ocho ciudadanos inermes la noche del 24 de junio de 1879 y en el Cuartel del 25 comandado por el coronel Cuesta, cuñado de Mier y Terán, y antes de que las sombras de la noche se disiparan, fué pasado por las armas.

LORENZO PORTILLA

Nació en Veracruz, en donde después de haber recibido su primera educación se dedicó al comercio, ocupando pronto un lugar distingundo, debido a su carácter tranquilo, a su criterio sano y a su conciencia honrada.

Fué un tipo simpático, modesto, franco, leal y laborioso que se hizo querer de todos los que lo trataron, fué el ídolo de sus amigos y la esperanza de sus padres.

Pronto encontró una virtuosa mujer que unió su vida a la suya. Dios bendijo aquella unión, el ángel de la felici-dod extendió sus blancas alas sobre aquel santo hogar y seis tiernos niños trajeron la ventura al corazón de los esposos.

Ninguna acción heroica se consigna de Portilla, ningún hecho de armas se cita en su vida, jamás se mezcló en las re-vueltas políticas, sus manos no estaban manchadas con la san-gre de sus hermanos, su vida la consagró al t rabajo y a los tranquilos goces de la familia, su escarcela siempre estaba abierta para las necesitados y las puertas de su casa se abrían de par en par para aliviar alguna dicha.

Era liberal y patriota sin hacer ostentación de sus vir-tudes y en la época del Imperio fué encarcelado y enviado al destierro, porque manifestaba libremente sus opiniones. Es el único hecho de su vida que tuvo algún roce con la política, y por cierto que ese hecho lo honró altamente.

Al triunfo de la República jamás exigió recompensa algu-na por sus sufrimientos, había cumplido con un deber y honra-do y altivo, creyó que nada había hecho que mereciera recom-pensa. Jamás ocupó ningún empleo en el gobierio, y cuando fué asesinado acababa de establecerse con una agencia de comi-siones en Veracruz.

En la noche del 24 al 25 de junio de 79, Portilla fué arran-cado del seno de su familia y llevado al cuartel del batallón núm. 25 de la Federación. Allí presente Terán y ardiendo en ira ordenó que fuera pasado por las armas. Portilla protestó

s e

sin ser escuchado por el chacal y haciendo un supremo esfuer-zo cerró los ojos que no deberían volverse a abrir y esperó tranquilo la muerte, sus labios se movieron convulsivamente, sin duda hablaba con Dios y le pedía por su esposa y por sus hijos abandonados, tal vez tuvo en aquellos momentos pala-bras de perdón para sus asesinos!

Se escuchó una detonación y su cuerpo cayó exánime en el suelo, extendiéndose una mancha de sangre por el pavimento.

Portilla era inocente y fué asesinado de una manera fría, cobarde y alevosa.

FRANCISCO CUETO

Fué un joven altivo de gran inteligencia y corazón en cuyo espíritu apasionado se había arraigado la idea de la leal-tad por la causa constitucionalista.

Cueto, buscaba la justicia, buscaba la razón, quería la legalidad, quería el mejoramiento de su país, naciendo de la ley, no del déspotico sable usurpador y como en México la política es una doble necesidad, y es la ocupación única, él pretendía acabar con los políticos y levantaba muy alta la voz para manifestar sus sentimientos y para proclamar su antipatía por el Porfirismo, que tantos males le ocasionó a México.

He ahí su delito, he ahí su crimen. Cueto füé designado para morir y no vaciló y sereno y

magestuoso presentó su pecho al plomo, despreciando a su asesino, que estaba maravillado de tanta audacia y de tanto valor.

Un relámpago producido por la fusilería, una detonación que repercutió el eco de la noche silenciosa y Cueto cayó rígido, acusando con su mutismo al asesino y a su cómplice, luego una fecha memorable y Un hoyo por sepul tu ra ! . . . .

EL TENIENTE GARCIA Y EL SUBTENIENTE RUVALCABA

Para que ninguna clase social tuviese la fortuna de no contar algunos de sus miembros entre las víctimas sacrifica-das la noche del 24 de junio de 79, dos valientes y dignos ofi-ciales del ejército fueron también asssinados por orden de Mier y Terán.

Los nobles pechos de aquellos que hubieran sabido morir por la patria, fueron asesinados con las balas homicidas del verdugo.

¡Fué la Cruz de la Legión de Honor del Porfirismo! Ningunos datos biográficos pudimos recoger de los már-

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tires cuyas sienes estaban ceñidas con la aureola de los campos de batalla.

Los soldados de la libertad durante el régimen pretoriano fueron sometidos a las órdenes de la tiranía y de la infamia, la sangre de García y Ruvalcaba fué vengada por el actual movimiento revolucionario con la disolución del Ejército Por-firiano, cuyo último brote de indisciplina y de traición fué se-llado por Victoriano Huerta y Aureliano Blanquet al derrocar y matar a don Francisco I. Madero y al Lic. José Ma. Pino Suárez.

Huerta y Blanquet justificaron con sus crímenes ser compañeros de Mier y Terán y compañeros aprovechados.

Sin odio ni rencor hemos formado este folleto histórico, reproduciendo de aquí y de allá los pocos datos verídicos que se conservan sobre los crímenes del Porfirismo que fueron muchos, y que debido a la larga permanencia del Llorón de Icamole en el poder jamás se permitió la publicación de dato alguno que pudiera revelar su sanguinaria administración.

La tumba es inviolable como la libertad, y no se le debe tocar sino con la antorcha de la justicia, en el actual folleto no decimos una sola mentira, todo es verdad, todo es justicia y todo es hitoria.

LOS EDITORES.

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