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37 • ISNN: 1690-6054 • Volumen 11 • Número 21 • Ene'-Jun', 2014. pp.37-42 Resumen El presente ensayo no pretende originalidad. Busca expo- ner lo dicho por H. G. Gadamer sobre la palabra, en su Fi- losofía y poesía, relacionándolo a ideas que el mismo autor trabaja sobre tales asuntos en otras de sus obras. Resulta, en buena medida, un esfuerzo por dejar que este filósofo alemán de cuenta de su pensamiento. Nada más damos la palabra a otros dos autores: Arturo Ortiz-Osés (Universidad de Deusto) quien nos presenta una corta, pero sustancio- sa, entrevista hecha a aquél en los albores del siglo XXI, y a Martin Heidegger, el cual es citado en documentos de Gadamer que hemos leídos para confeccionar este escrito. Palabras clave: Gadamer, hermenéutica, palabra, filoso- fía, poesía, Heidegger. Guillermo Méndez / [email protected] Departamento de Humanidades y Formación Integral. Universidad Santo Tomás (Colombia) The word: nexus between philosophy and poetry This essay does not intend to be original. It seeks to expose what H.G. Gadamer said in his Philosophy and poetry about the word, linking it with the ideas which the author deals with in other works. Thus, it becomes in an effort to let this Ger- man philosopher give reasons about his way of thinking. We also give the word to two other authors: Arturo Ortiz-Osés (University of Deusto) who presents to us with a short but substantial interview with that German philosopher during the twentieth first century and Martin Heidegger, who was cited by Gadamer in his documents which we have read in order to write this text. Key Words: Gadamer, hermeneutics, word, philosophy, poetry, Heidegger. Abstract Recibido: 23-06-2014 • Aceptado: 09-10-2014 La palabra: nexo entre filosofia y poesia Ensayos

Resumen - Revista Kaleidoscopiokaleidoscopio.uneg.edu.ve/numeros/k21/k21_art04.pdf · ... el arte y la verdad Heidegger se ... general de las cosas, al Ser, porque la obra de arte

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37 • ISNN: 1690-6054 • Volumen 11 • Número 21 • Ene'-Jun', 2014. pp.37-42

Resumen

El presente ensayo no pretende originalidad. Busca expo-ner lo dicho por H. G. Gadamer sobre la palabra, en su Fi-losofía y poesía, relacionándolo a ideas que el mismo autor trabaja sobre tales asuntos en otras de sus obras. Resulta, en buena medida, un esfuerzo por dejar que este filósofo alemán de cuenta de su pensamiento. Nada más damos la palabra a otros dos autores: Arturo Ortiz-Osés (Universidad de Deusto) quien nos presenta una corta, pero sustancio-sa, entrevista hecha a aquél en los albores del siglo XXI, y a Martin Heidegger, el cual es citado en documentos de Gadamer que hemos leídos para confeccionar este escrito.

Palabras clave: Gadamer, hermenéutica, palabra, filoso-fía, poesía, Heidegger.

Guillermo Méndez / [email protected] de Humanidades y Formación Integral.

Universidad Santo Tomás (Colombia)

The word: nexus between philosophy and poetry

This essay does not intend to be original. It seeks to expose what H.G. Gadamer said in his Philosophy and poetry about the word, linking it with the ideas which the author deals with in other works. Thus, it becomes in an effort to let this Ger-man philosopher give reasons about his way of thinking. We also give the word to two other authors: Arturo Ortiz-Osés (University of Deusto) who presents to us with a short but substantial interview with that German philosopher during the twentieth first century and Martin Heidegger, who was cited by Gadamer in his documents which we have read in order to write this text.

Key Words: Gadamer, hermeneutics, word, philosophy, poetry, Heidegger.

Abstract

Recibido: 23-06-2014 • Aceptado: 09-10-2014

La palabra: nexo entre filosofia y poesia

Ensayos

38 La palabra: nexo entre filosofia y poesia. Guillermo Méndez

AQué y cómo tienen que ver filosofía y poesía?

rturo Ortiz-Osés da la palabra al profesor H. G. Gadamer, quien opina que el mundo contempo-ráneo rinde un culto extraño a la ciencia, de quien espera dema-siado a veces. Los investigado-res reconocen sus restricciones, pero, “experimentamos hoy día cómo nuestra civilización técnica, basada en la ciencia, arriba a un límite crítico” (Gadamer en Ortiz-Oses, 2001: 228), en donde lo técnico interviene en el dominio de la naturaleza y la organización social. De esta forma, la herme-néutica aparece, según este fi-lósofo alemán, como una teoría que se enfrenta a esta especie de idolatría, al considerar que “el en-tendimiento (…) de los hombres entre sí es algo más que mero problema técnico…” (Gadamer, 2001b: 228).

Este afán de la cultura occiden-tal por lo científico ha extraviado a la filosofía, la cual “tiene que habérselas con el todo…” (Gad-amer, 2002: 23), evitando fijarse en el conocimiento de lo finito y distanciándose del saber propio de la ciencia (que siempre es so-bre lo particular). A aquella le es propio aspirar a la sistematización de todos los saberes. Sin embar-go, la contemporaneidad no la ha visto así, puesto que la considera anclada en su manera subjetiva y privada de comprender el mundo. Para restituirle su dignidad per-dida -para legitimarla- Occidente (desde la Edad Moderna hasta

hoy) le demanda a la filosofía que cultive cierta pretensión científica, con lo cual desvirtúa su vocación por entender más allá de lo cien-tífico y la empuja a tornarse en “<<el componente filosófico de la ciencia>>” (Gadamer, 2002: 24), es decir, a mostrarse como una “estéril gnoseología” (Gadamer, 2001b: 173).

No obstante, asevera Gadamer que en el siglo pasado los que él llama filósofos de la existencia (Jasper, Sartre, Merleau-Ponty, Marcel y, en especial, Martin Heidegger) han revitalizado a la alicaída filosofía, al atreverse y al resolverse, entre otras cosas, a “surcar las regiones margina-les del lenguaje poético” (2001b: 173). Cabe preguntar ¿Qué y cómo tienen que ver filosofía y poesía? Este autor alemán ase-gura que entre ellas hallamos relación-tensión, proximidad-leja-nía, las cuales no son descubier-tas ahora, sino que vienen desde antiguo y han acompañado a la cultura occidental a lo largo de su historia. Entonces, es válido que diga: “reina entre filosofía y poesía una cercanía enigmática” (Gadamer, 2001b: 173) y que Ga-damer suponga esta cercanía en la mediación del lenguaje, de la palabra.

La palabra que es por sí misma

El lenguaje en la cotidianidad se aleja de la mediación indica-da, haciéndose, en buena medi-da, interferencia para la misma. Es cuando “gana una precisión y

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univocidad plena de sentido en lo universal a partir de un contexto vital que alcanza su concreción por la situación y por aquel a quien se dirige el habla” (Gadamer, 2001b: 174). Esto pasa cuando la palabra es por sí misma. Tanto la palabra poética como la pa-labra filosófica deben ser capaces de estar y erguirse por encima del texto que las fija, demostrando así su autonomía, alzándose sobre aquello que las articula, pero sin perderlo de vista.

Gadamer, en su Filosofía y poesía (2001b) y en otro lugar (1993), nos cita de Paul Valery una metá-fora que califica de brillante:

La palabra que utilizamos habitualmente es como la moneda corriente, es decir, significa lo que no es. La pieza de oro de otras épocas, por el contrario, era al mismo tiempo el valor que representaba, ya que su valor metálico co-rrespondía a su valor monetario. Era, pues, al tiempo aquello que significaba. Eso es precisa-mente lo que distingue a la palabra poética: que no se limita a ser un mero indicador que nos aparta de si para que lleguemos a otra parte, como ocurre con la moneda corriente o el bi-llete de banco, necesitados de cobertura; más bien es ese apartarnos de ella una vuelta a la misma: es la palabra misma la que da cobertura también a aquello de lo que habla (Gadamer: 1993: 107).

La palabra poética enuncia lo que representa. Ella se confirma a sí misma y no puede (ni debe) ser confir-mada por ninguna otra, ni nada más. Éste es el anhelo y afán que persigue el poeta al concebir su obra de arte, es su más grande deseo al poetizar.

Sin embargo, este autor alemán (2001b) no iden-tifica con facilidad algo que se parezca a lo anterior en relación con la palabra filosófica. Solo puede ver-se algo similar en la crítica platónica a la escritura y en su incapacidad para defenderse ante abusos que con ella se comenten. Esta crítica vuelve la mirada hacia la manera de ser del pensamiento filosófico, focalizado en la dialéctica del diálogo. Únicamente se logra hacer filosofía al interiorizar ese diálogo (al

pensar). De tal forma, al aferrarnos al lenguaje del concepto se abandona la cotidianidad del habla.

Si el lenguaje es mediación, cabe preguntar ¿Cómo media entre filosofía y poesía, entre el texto poético y el de conceptos? Para hallar una respues-ta, Gadamer aborda las preguntas por sus extremos: el poema lírico, por un lado, y al concepto dialéctico, por otro.

Comienza por la poesía lírica. Tomándola en su forma más radical que es la poésie pure de Mallar-mé. En ésta, la intraducibilidad es absoluta. Parece que “…la poesía <<pura>> demuestra que la lengua habla en su plena idealidad sensible, en la cual el sentido y el sonido han llegado a ser uno” (Gadamer, 2001a: 145), generándose cierto equilibro entre ellos. Sonidos, rimas, ritmos, modulación de la voz, etc., se hacen “factores estabilizantes que recuperan la pa-labra cuyo eco se pierde indicando lejos de sí, para plantarla, hacerla estar por si misma…” (Gadamer, 2001b: 176).

El poema también está fundado en un discurso con sentido, en estructuras lógico-gramaticales. La palabra aparece integrada al contexto discursivo, que en su versión más originaria es capaz de nom-brar y con ello, convoca a la existencia, lo determina, lo significa y lo hace aprehensible. La palabra suelta no puede evocar sentido; ella requiere estar articula-da con algún contexto discursivo.

Cada palabra representa todo un campo se-mántico que se abre a ella. Todos los enuncia-dos en los que pueda aparecer representan ya un aspecto parcial del ámbito semántico, y esta representación no necesariamente ha de tener un carácter de oración enunciativa. Mas la pala-bra siempre ejerce su función dentro de un con-texto pragmático. Ya sea el de un discurso, de un diálogo, de un texto o de lo que fuera, para ejercer su función, la palabra debe poder enten-derse, y cuando aparece fuera del contexto de un discurso sirve para entenderse sobre algo que no sólo dice la palabra misma (Gadamer, 2003: 378).

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Las palabras cuando se unen articuladamente forman discurso, poseen significado colectivo y dan cuenta de tales vínculos sociales. Ellas mismas se sostienen (Gadamer, 1998). Así la palabra poética tiene pretensión de verdad, porque enuncia lo que representa (Gadamer, 1993), puesto que ella des-oculta, trae a la luz aquello que es confuso, se oculta o puede ocultarse. Gadamer (1998) nos presenta la categoría desocultación (y su relación con la verdad), citando a Heidegger, quien al interrogarse por el ori-gen de la obra de arte, se pregunta también por la esencia del mismo, porque aquél resulta la fuente de ésta última.

Heidegger, el arte y la verdad

Heidegger se cuestiona sobre el artista, el arte, la obra en sí y sobre las cosas en general. Una de las ideas que alcanza es “la esencia del arte sería, pues está: el ponerse en operación la verdad del ente…” (1978a: 63). Lo que antes tenía que ver con lo bello, ahora se liga a la esencia de lo verdadero. Entonces, con el arte no se trata de reproducir entes singulares, sino que el quid del mismo es contemplar la esencia general de las cosas, al Ser, porque la obra de arte al abrirse al mundo, lo que hace es presentar, mos-trar, dar a conocer, desocultar al Ser de los entes, ya que éste luego de acontecer se refugia en la obra del artista.

¿Qué significa la verdad? Ella es la esencia de lo verdadero. Y ¿la esencia? Aquello que otorga el con-cepto general, el género, lo que es común a una cosa o muchas. Si la verdad surge ante la concordancia del conocimiento con la cosa, es necesario que la cosa deba mostrarse tal cual es ante aquél que la quiere conocer. La verdad se alza y recae sobre la desocultación del ente. ¿A qué se refiere Heidegger con esto en sí mismo?

En los entes impera la ocultación. Ellos se escon-den de la nada entre sí y de todos aquéllos que de-sean contemplarlos, “aquí el ocultarse no es el simple negarse, sino que el ente aparece, pero ofreciéndose diferente a lo que es…” (Heidegger, 1978a: 87). La desocultación sería un negarse a este disimulo del ente, buscando su totalidad en la sencillez, lo esen-

cial, lo puro, lo sin adornos, lo bello, porque la belleza es un modo de ser de la verdad.

La producción de la obra de arte instala al ente en ésta. Cuando se crea una obra se permite la apertu-ra del mismo. Se alcanza la verdad (no una verdad singular). Al iluminar al ente, la verdad lo desgarra, lo abre ante sí misma. Contemplar una obra artística sería, según Heidegger, “estar dentro de la patencia del ente que acontece en la obra…” (1978a:104), asumir la verdad que se instala en la obra desde las vivencias del hombre que la contempla, conseguir el ser-para-otro y ser-con-otro. Por ello, contemplar está más allá del dominar las cualidades formales de la obra de arte, llama a un saber que es fruto de par-ticipar en la lucha que se da dentro de la misma, de infiltrarse en la desgarradura del ente.

Heidegger señala que todo arte conlleva al adveni-miento del ente y a su vez, todo arte resulta Poesía. La verdad se alcanza al poetizar. Poesía debe ser entendida en sentido amplio, incluyendo disciplinas como la arquitectura, la escultura, la música, la litera-tura. Es más que la imaginación o la fantasía, repre-sentación de lo irreal, porque se funda en y responde a lo histórico. Es luz que ilumina y alumbra lo que antes se ocultaba y ahora se encuentra al descubier-to. Poesía dice sobre la ocultación del ente; inyecta apertura, abre el desgarramiento y hace llamados a la armonía. La esencia del arte es Poesía. Mientras que la poesía (con su inicial en minúscula) aparece siendo subespecie de las artes, de la literatura, en específico, pero que ocupa un lugar extraordinario en medio de las mismas.

Heidegger en su afán por comprender el origen y la esencia del arte asevera que del mismo brota la verdad, siendo de carácter histórico, externamente porque acontece en el tiempo y genera efectos en torno a sí e internamente pues posee y otorga signifi-cación. La contemplación de una obra de arte resulta histórica.

La verdad es la desocultación del ente en cuan-to tal. La verdad es la verdad del ser. La belle-za no ocurre al lado de esta verdad. Cuando la verdad se pone en la obra se manifiesta. El manifestarse es, como este ser de la verdad en

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la obra y como obra, la belleza. Así pertenece lo bello a la verdad que acontece por sí. No sólo relativo al gusto y únicamente su objeto. La be-lleza descansa sin embargo en la forma, pero sólo porque la forma se alumbró un día des-de el ser como la entidad del ente (Heidegger, 1978a: 122).

La palabra auténtica es acontecimiento que des-oculta la verdad, se sostiene, siendo palabra di-ciente, que nos dice algo de aquello que se oculta, y en la medida en que más indique sobre ese algo, más podemos considerarla como manifestación de la verdad. “En la obra poética surge la palabra ver-dadera…” (Gadamer, 1998:29), la cual es capaz de nombrar.

La palabra al nombrar desoculta la verdad

La palabra tiene la capacidad de nombrar y ello no es nada despreciable. Gadamer (2003), siguiendo a Heidegger, para comprender el alcance de esta ca-pacidad, nos remite el vocablo griego onoma, signifi-cando éste dar apelativo al que se nombra; el tiempo hará que el mismo devenga en llamar al que ha sido nombrado. Luego, Gadamer ve con buenos ojos tra-bajar el concepto de Logos para entender que quie-re decir con nombrar y evidencia que este segundo término griego apunta a juntar varias cosas, calcu-lar, dar cuenta, relación, justificación. De tal forma, nombrar no parece ser simplemente dar un nombre o llamar al que se ha nombrado.

Nombres (y apellidos) tienen su propio valor. Más aún, “…el nombre de pila incluso conserva nuestro mundo social…” (Gadamer, 2003:378). En buena medida, los nombres no son elementales palabras. Para complementar la compresión del nombrar (por medio del lenguaje), conviene volver la vista hacia otro escrito de Heidegger (1978b): Hölderlin y la esencia de la poesía.

La poesía para Hölderlin pareciera ser como un juego, donde se inventan imágenes, siendo el poe-tizar una actividad inofensiva e ineficaz, porque la misma lo que hace es crear “…su obra en el dominio

y con la materia del lenguaje…” (Heidegger, 1978b: 129). Empero, la poesía no asume a la ligera al len-guaje, como utensilio hecho, sino que ella posibilita al lenguaje mismo. Consiguientemente, debemos ver que la esencia del lenguaje corresponde a la esencia de la poesía. A la vez, estamos llamados a suponer que la poesía no es un juego, porque la primera con-voca a la humanidad sobre la base de la existencia, mientras que lo lúdico normalmente olvida al que participa en el juego. El llamado es a reconsiderar la apariencia de irrealidad que da la poesía, porque el poeta se refiere y toma sus insumos del Ser de la misma realidad.

El lenguaje es un bien inocente y, también, es el más peligroso de los bienes, pues, en él se refleja inocencia al posibilitar el entendimiento, abriendo procesos de apropiación de lo existente, además porque hablar es nombrar, definir y mostrar lo que es en lo que se designa, reconociéndose como bien inocente también por ser testimonio de la existencia de los entes y enlace efectivo con la historia de los mismos. Por otro lado, resulta el más peligrosos de los bienes, ya que, posibilita que los entes, y lo que se hable sobre ellos, amenacen al Ser con el error, con el confundir lo real con una ilusión por el juego de palabras, que puede conllevar a perder al Ser mismo, a colocarlo fuera de nuestro alcance.

El lenguaje resulta ocasión para el diálogo y el en-cuentro con el otro. En el primero debe manifestarse la palabra esencial, el uno, lo que somos nosotros mismos. El lenguaje nombra. Por ello, éste es quien porta, muestra y trae a la existencia con el uso de las palabras. Heidegger afirma que somos diálogo y des-de tal condición hemos definido y construido historia, nombrando con las palabras a los dioses, para que ellos, luego, nos inviten a conversar al invocarnos.

Al nombrar los dioses y todas las cosas, el poeta, con tal designación, define lo que es y no es el ente y con ello, les permiten su primer brillo. “La poesía es la instauración del ente con la palabra” (Heidegger, 1978b: 137). Los poetas al nombrar donan y fundan la existencia humana en relación con el Ser. Enton-ces, se evidencia que la poesía no es simple adorno o compañía del hombre, ni tampoco un rasgo cultu-ral, sino que es fundamento de la historia del hombre.

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Heidegger plantea una doble vinculación con la poe-sía. Primero, como ya se ha indicado, con los dioses a quienes nombra. Segundo con el pueblo, que también es nombrado y a quien se le traduce los mensajes de los dioses y de quien se registra e interpreta su voz. El poeta debe atender y comprender los signos de la deidad y de lo popular. Entre éstos se pone a prueba quién es el hombre y qué sustenta su existencia.

Acota Heidegger (1978b) que el tiempo poético que muestra Hölderlin es histórico de manera radical, pero, a la vez, es un tiempo de indigencia. El poeta viendo hacia el pasado y esperando el futuro se en-tumece y queda como flotando en el vacío, fijo en el instante del ahora, experimentando la soledad supre-ma, su destino último y debe componer desde ahí un discurso sobre la verdad de y para el hombre y some-terse a los riesgos propios del uso de las palabras.

El discurso poético de la palabra y su capacidad de nombrar requieren cierta unidad de sentido. Pero, el poema moderno se desentiende de esto último. En la era de los medios de comunicación de masas:

... los bloques de palabras yuxtapuestos se van estratificando hasta el todo de la construcción, no sin destacar adrede los contornos de cada uno de los bloques. Tanto es así, que algunos, en poemas muy modernos, llegan a rechazar categóricamente a veces la unidad de sentido del discurso, considerándola un requisito inade-cuado (Gadamer, 2001b: 177).

En la poesía <<pura>>, se cruzan y solapan, suben una sobre otra cada una de las palabras del poema. Ellas no llegan a decir lo que dicen. Por eso, puede dar cuenta de la diversidad de formas de discurso poéti-co, que van desde la misma poesía lírica, incluyendo

la epopeya y la tragedia, contando la importancia del canto. Unas son más traducibles que otras. Todas son arte y se reconocen como tal. Si se elimina todo lo contingente, se mantiene en pie el poema.

La palabra que muestra fuerza enunciativa

Ahora ¿Qué pasa con la filosofía? Aquí no encon-tramos un lenguaje o palabras apropiados. Gadamer reconoce que el filósofo cuenta con estructuras lógi-cas y de proposiciones, de predicados y sujetos, pero lo tiene como cualquier otro discurso, sin embargo, resulta imposible que exista un lenguaje perfecto que le colabore en su pretensión de comprender. La fi-losofía se distingue por disponer tan solo como mé-dium la especulación, “…por el cual, el pensar de la cosa se mueve así mismo y se articula” (2001b: 179), girando en torno al método dialéctico, donde el len-guaje no llega a decir nada y, de forma muy enigmá-tica, se dirige hacia el todo.

“Parece que tanto para el poeta como para el filó-sofo, desde Platón hasta Heidegger, reina una mis-ma dialéctica de descubrimiento y sustraimiento en el misterio del lenguaje” (Gadamer, 2001b:180-181). En el juego dialéctico, tanto el discurso filosófico como el poético no pueden ser falsos. Permitirlo es dejar que la palabra quede vacía. Eso llevaría a que la filosofía fuese solo una fría argumentación formal. Mientras, que la poesía no sonaría ya por ella misma, olvidando su tono, haciéndose otra cosa que no sería la poesía.

Por todo lo dicho, con mucha razón el profesor H. G. Gadamer señala: “Si se quiere reflexionar sobre la proximidad y la lejanía entre poetizar y pensar, hay que ir a una dimensión más profunda en la que la palabra aún muestra una fuerza enunciativa…” (2003: 377).

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Gadamer, H. G., (1998): “Acerca de la verdad de la palabra”. En: Arte y verdad de la palabra, Madrid, Paidós, Pp.: 15-48.

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Gadamer, H. G., (2002): “Ciencia y filosofía”. En: Acotaciones hermenéuticas, Madrid, Editorial Trotta, Pp.: 23-37.

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