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PUESTO DE COMBATERevista de la ImaginaciónAño XXXXI No. 79 -2013

Licencia No. 001129del Ministerio de Gobierno

Oficina de Derechos de Autor

Director.Milcíades Aré[email protected]

Consejo Editorial:Marco Iván Escobar, Amadeo González Triviño. Marcos Fabián Herrera Muñoz, Esperanza Carvajal Gallego, Esmir Garcés Quiacha, Io Arévalo, Oscar E. Bustos.

Portada:“Noctámbulos”. Pintura de Edward Hopper

Diseño y Diagramación:Nelson Alayón Juan David CáceresImpresol Ediciones Ltda.

Depósito Legal Conforme a La LeyPuesto de Combate es una publicación sin ánimo de lucro, dedicada en su totalidad a la divulgación de la literatura de Colombia y del mundo. Las opiniones y los artículos publicados en cada entrega son respon-sabilidad de sus autores.

Correspondencia, Canje, Venta de Suscripciones de Apoyo:

Carrera 3 No 10-89 Barrio La Candelaria-CentroTel 2849205 Cel: 312-376-380www.milciadesarevalo.blogspot.comBogotá-Colombia

Impresión:Impresol Ediciones [email protected] (1) 250 8244Bogotà. D. C. Colombia

La Penúltima

Fayad Jamís fue uno de los poetas con los que mantuve una amistad que se prolongó durante varias décadas, gracias a uno de sus más bellos poemas “El ahorcado del café Bonaparte”,

con el que me identifiqué desde un comienzo, por el aire de soledad resplandeciente que tenemos todos los hombres alguna vez en la vida y que quisiéramos fuera distinta, distante y no tan cargada de nostalgia y bruma de otoño. Muchos años después tuve oportunidad de invitarlo a la Primera Feria del Libro de Bogotá, pero ya estaba tan enfermo que no le alcanzó el tiempo para hacer todo lo que soñaba. “Diáfana, senci-lla y sin rodeos, así podríamos describir la poesía de Fayad Jamís dice el poeta mexicano Jaime Augusto Shelley para referirse a su poesía, pero debo hincar una rodilla, antes que todo; oler la tierra húmeda después de la lluvia y agradecer a los genios tutelares que habitan en el aire, por dejar que éste hombre salga a la calle y pueda ser escuchado en lo que dice y en cómo lo dice; porque oyéndolo el mundo se me hace más bueno, la mujer más humana y el tiempo un juguete extraño con el que empecé a jugar desde niño”.

Toda la vida me la he pasado soñando al revés, y esa es una ver-dad que aplasta. Nunca imaginé que mantener viva una publicación literaria en un país que se aprecia de culto, soberbio y majestuoso, no fuera más que un sueño que un día, como en el cuento de las Mil y una noches, todo tiene un principio y un fin. Creo con toda seriedad que estoy presentando la penúltima entrega de esta publicación donde di a conocer a muchos escritores con el solo patrocinio de nadie. 40 años de navegación no se hacen en un solo día; 79 entregas tampoco.

En esta entrega, además de poesía, encontrarán varios cuentos de autores ampliamente conocidos en la narrativa colombiana, entre ellos los escritores Miguel Méndez Camacho, Celso Román, Jorge Eliecer Pardo, Rafael Vega Jácome, el fallecido Hugo Ruiz de Ibagué, Marco Tulio Aguilera Garramuño y tantos otros importantes en todo sentido, la entrevista de Marcos Fabián Herrera a la novelista Consuelo Triviño Anzola y los comentarios a libros recientes, entre ellos Al pie de la Ho-guera de Hernán Borja.

En esta entrega colaboraron las manos invisibles de periodistas, escritores, dibujantes, diagramadores y editores, así como también el apoyo de personas que hicieron posible esta entrega como el doctor Marco Iván Escobar y Amadeo González Triviño, generosos espíritus de la patria.

Milcíades Arévalo - Sociedad de la Imaginación.

Editorial

Para mí la literatura es un acto vital, entrañable y sustantivo que me pone en contacto con la catástrofe cotidiana, porque me considero un

habitante de este tiempo, y es también una batalla per-sonal que no da tregua, un riesgo, un oficio, una pasión activada por los instintos de la vida y los acosos de la muerte; es también un alegato contra el aburrimiento es-tablecido y contra la falta de imaginación. Cada palabra es una apuesta, un pacto de honor con los estallidos del corazón, algo que se desprende de su propio significado y se transforma en música de la idea, en el ritmo de la san-gre, en fuerza material que se desdibuja y se reconstruye en el ciclorama inagotable de las imágenes. Pero las pala-bras son vivas, cálidas, materiales, tangibles, vivenciales y todo el tiempo está fluyendo desde la fuente inagotable del lenguaje.

Las intensidades que se despiertan a través del recuer-do me remiten a puntos neurálgicos de una memoria co-lectiva que nos habita y que nos imponen una suerte de amnesia inmediata, tal vez porque muchas veces nos fu-gamos para no perecer ante la abrumadora tragedia que hemos heredado como filamentos esenciales de nuestra propia historia.

Es verdad que somos mortales, pero también so-mos grandes generadores de oleadas de luz. Eso lo supe gracias a la magia del verbo, pero en la literatura y en la poesía encontré una posibilidad de sobrevivirme, de so-breponerme a los escombros morales del establecimien-to. Estos años han sido difíciles y agitados, pero los he disfrutado con toda intensidad, desde las profundidades ingenuas del placer natural.

En los libros aprendí que era posible reinventar el mundo y desafiar el orden establecido e inventarse un universo propio donde la libertad germina sin hacer-le concesiones a nadie, a ninguna preceptiva, a ningu-

na norma de conducta, porque siempre me ha parecido abominable que nos intenten poner ejemplos de com-portamiento social, cuando los que diseñan los planes educativos y los proyectos económicos y las razones para pertenecer a este país, todo el tiempo están infringiendo las reglas naturales de la convivencia.

Yo no me hice escritor por voluntad sino porque no tenía otra salida. Tenia que elegir un camino extremo, porque tuve la suerte de nacer, crecer, germinar, podrir-me y resucitar a partir de mí mismo en un entorno hos-til, apenas indispensable para hacer de la literatura una práctica de vida y no una aspiración retórica.

Los más lúcidos, los que se atrevieron a ir más allá de la simple escritura, los que encarnaron el sueño y la ca-pacidad de reinventarlo todo a través de metáforas y pa-rábolas, están muertos; por persecución política, porque la guerra ha sido demencial y no se sabe en qué punto del fuego cruzado estamos parados cuando nos atrevemos a salir a la calle. Escribir en un país como el nuestro, es un juego donde se cruzan las ráfagas del viento y las balace-ras de la incertidumbre.

En todos estos años se ha mantenido viva la llama de la creación. Se ha producido en la literatura, en el teatro, de la música, en las artes plásticas, en la danza, a pesar de la carencia de condiciones materiales. La palabra ha tenido vuelo poético y la poesía, se ha mantenido en los poros de mucha gente. Eso ha sido grato y ha demostra-do que la cultura es materia en estado de ebullición.

Creo en la utopía de vivir algún día en un país pacífi-co, porque afortunadamente no hemos perdido la capa-cidad de reír, de escribir de soñar.

Moyano Ortiz, Juan Carlos. “La literatura como acto de vida” Conferencia sobre el oficio de escribir S/p. Bogotá, l998.

La literatura como acto de vida

Juan Carlos Moyano

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Elogio Natural del Moro*

Roberto Fernández Retamar

No tengo, ni quiero tener, imparcialidad para hablar de la poesía del Moro. Durante varios años, independientemente de nuestra volun-

tad, hemos sido algo así como Cástor y Pólux de la nueva poesía cubana; Dióscuros, desde luego, sin adoradores. Él editó su primer cuaderno, Brújula (que después deci-dió olvidar), en 1949, y yo el primero mío en 1950. Em-pecé a publicar en la revista Orígenes (publicar poemas en Orígenes era por entonces ambición de todo poeta joven) en 1951, y Fayad en el número siguiente. Ambos cerrábamos aquella hermosa antología Cincuenta años de poesía cubana que realizó Cintio Vitier en 1952. Des-pués anduvimos por París y por otras partes. Al romper la Revolución Cubana, en 1959, juntos compilamos la colección Poesía joven de Cuba, que por primera vez re-uniría a un grupo de poetas de nuestra generación, de Escardó a Baragaño, grupo al que, naturalmente, han venido a sumarse después nuevos nombres. Pero no hay que forzar el paralelo: su poesía es completamente otra, y durante años que ya no son pocos la he visto crecer con admiración, conmovido y deslumbrado una y otra vez.

Después de las líneas de adolescente, Fayad había em-pezado a escribir cosas bien distintas. Aquellos poemas, de un arrasador lirismo oscuro, a la vez a la intemperie (“era descalzo como caminaba”) y en una ciudad grande, miserable y polvorienta (“todas las cosas viejas y sucias, revueltas bajo el polvo”), aparecieron como un meteo-ro entre nosotros, algo después del año 50. Yo lo había conocido a él poco tiempo antes, cuando cruzamos los cuadernos iniciales y hablamos de surrealismo y pintu-ra, camino de su destartalado cuarto de la calle Reina. Dejé de verlo. Supe de su nueva poesía cuando, una tar-de, Vitier, terminando su libro, me leyó unos poemas que le había hecho llegar esa eminencia gris (perla) de las letras cubanas: Agustín Pi. Resultaron ser de Fayad Jamís. Pero era otro que el que yo había conocido. Por aquellas palabras habían arrastrado sus centellas y sus sombras Neruda y Milosz, Rimbaud y Vallejo y algunos poetas de Orígenes. Pero, sobre todo, había en ellas el testimonio de hondas experiencias agrestes y citadinas, y una mirada implacablemente real.

Fayad había vivido en varias ciudades de la isla: sobre todo en Guayos, donde editó su primer cuaderno. Cuan-do, saltando de pueblo en pueblo, llegó a La Habana, a estudiar pintura, era pobre de verdad, y conoció, por eso, no una bohemia literaria, tan convencional y pre-visible como la vidita medida de un burócrata, sino necesidades de carne y hueso, hambre física que hace iluminar la mirada hasta la incandescencia ante un café con leche. Todo esto atestigua en favor de su genuini-dad. Su escritura, por eso, no se hacía (no se ha hecho nunca) a base de temas literarios, sino de realidades vi-vidas. Esto hay que tenerlo presente para entender su desarrollo, su crecimiento.

Muchos de aquellos poemas, Fayad los reunió en 1954 en uno de los libros más intensos de nuestra poe-sía de los últimos años: Los párpados y el polvo. Has-ta tipográficamente el libro es bello, nuevo, necesario. Como en Fayad conviven un poeta y un pintor, un hom-bre que convierte en hermoso lo que toca, el libro es una pieza que vale la pena tener entre las manos, incluso sólo para mirarla. Pero cuando se abre su grave carátula parda, y las palabras del título empiezan a desgranarse hoja tras hoja, entendemos que se nos prepara, como a campanazos severos, para entrar en un recinto en que la belleza no lo es todo. Aquel libro es un alegato, una declaración, en que el poeta de esos años, venido de otras partes o echado a un lado en la propia ciudad,

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tarse y no, cosa imposible, a hacerse los huesos. Si una virtud inmediata tuvieron aquellos años para él, fue la verificación de que el desamparo que sintió en su tierra era mayor de lo que él pensaba: su poesía, en ese sentido, fue universalizada, porque su propia experien-cia lo había sido. No se trataba, pues, de familiarizarse con la palabra de Apollinaire o Éluard, que no le era desconocida, sino de experimentar, en vida propia, el acorde mundial de su situación. El vagabundo haba-nero se hace vagabundo del alba de París: pero cuando el poeta, que viene de una especie de colonia lateral, recorre “esta terrible hermosa grande ciudad que se llama París”, ya sus ojos dejan de mirar al pasado, a la joya perdida de su infancia; ya resplandece allí a ratos la otra joya que se dice mañana:

mañana todos tendremos el mismo rostro de bronce y hablaremos la misma lenguamañana aunque usted no lo quiera señor general señor comerciante señor de espejuelos de alambre y cenizapronto la nueva vida el hombre nuevo levantarán sus ciudadesencima de vuestros huesos y los míos encima del polvo de Notre Dame.

No es extraño que, esos versos se reunieran luego en un libro llamado Los puentes. Ellos son, desde luego, los memorables puentes que lloviznan sobre el Sena; pero son, también, los caminos que llevan de una orilla a otra: del polvo a mañana.

* * *

Mañana fue de pronto, como un relámpago, sobre la patria lejana. Fayad estuvo entre los primeros que vol-vieron, a sumar su trabajo y su costumbre de aumentar la belleza, al gran trabajo y la gran belleza de nuestra revolución. Se encontró con un mundo otro; y se en-contró, sobre todo, con que había que hacer un mundo cada vez más otro. Adiós la oscuridad, el desamparo, la soledad, la errancia, adiós el polvo, la mosca que pasa zumbando en la sombra, los muebles rotos, adiós el ham-bre, la miseria, el insomnio sobre el banco del parque, la caminata toda la noche, que no desemboca en un peda-zo de pan. Los puentes han sido cruzados, y estamos en mañana, y no precisamente con nuestros huesos abajo, sino contando con nosotros para hacerlo vivir. Mañana somos nosotros.

habla de su desamparo, de su errancia, del polvo en que vive y sobre el cual sólo brillan, ya que no realidades hermosas del presente, memorias profundas, figuras y nombres de una fosforescencia espectral, alucinaciones de desvelado, el insomne “párpado abierto” de que nos había hablado Martínez Villena. Aquellos poemas iban a encontrar resonancia en muchos compañeros. Quizá bastará recordar cómo eran leídos, con fraternal iden-tificación (“compadeciendo”, como hubiera dicho Una-muno), por el grande y bueno Rolando Escardó. Por donde quiera que se rompan, mana de ellos una poesía real, en que la oscuridad es atributo fatal de su honra-dez. Poniéndole espejo fiel a un tiempo oscuro, esta poe-sía nos muestra un rostro desolado, y es, por su belleza, como la salvación del dolor, padecido por una de las sensibilidades más puras con que contamos.

* * *

Formado ya, y habiendo pasado largamente la noche en vela de las armas, el Moro partió a Europa. Por eso su experiencia parisina, tradicional escuela o tradicional tumba del poeta hispanoamericano, no lo descoyuntó: porque fue ya hecho, armado, a alimen-

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Considero una de las pruebas mayores del tamaño grande de la poesía de Fayad, el coraje con que, hecho a cantar el dolor, se ha propuesto aprender a cantar la alegría. Esto es algo que no entienden, ni pueden enten-der, critiquitos de vario pelaje: una poesía se mide por la cantidad de riesgo que está dispuesta a correr. Volver a hacer lo hecho no es riesgo ninguno, por una parte; y, por otra, es pura repetición, hojarasca mojada. Yo no diría que los poemas en que Fayad ha cantado la nueva realidad del país son necesariamente mejores, por ejem-plo, que muchos de aquellos en que expresó la soledad, el miedo y el hambre en Los párpados y el polvo, diez años atrás. Pero eso no me extraña nada. Llevamos si-glos, milenios ensayando la voz para cantar la soledad, la miseria, la negación, y apenas unos momentos apren-diendo a decir sí, buscándole expresión a la vida nueva: apenas unos instantes en la orilla de acá. Lo importan-te es haber tenido el corazón dispuesto para cruzar los puentes, para llegar a la nueva orilla. Después vendrá lo otro. Las palabras surgen, como burbujas del fondo del agua, de las experiencias entrañablemente vividas. No se encuentran por azar, entre cuatro paredes: afloran, dán-doles nombres a aquellas experiencias. Con ellas ven-drán las nuevas letras. Con ellas están viniendo ya en los nuevos versos de Fayad. Así en “El ómnibus y la ciudad”:

Amo las calles grises de mi ciudad.Amo el calor que me consume y los rostros que huyen presurosos,y los viejos y hermosos rincones llenos de sombra.Amo las manos que transforman las calles, las luces que las alumbrany las gentes que las recorren sufriendo cada vez menos.Amo los parques donde juegan los niños,los parques que guardan el sueño de los últimos vagabundos.Amo los parques fieramente invadidos por el amor.Yo no tengo prisa. No tengo ninguna prisa. Quiero llegar en el tiempo necesario,ni antes ni después. En el tiempo que el trabajo madura y ennoblece.En el tiempo del pan sobre la mesa y las manos amadas en las manos.No tengo prisa. De todos modos llegaremos.

En otra ocasión dije que Ungaretti, usándolo, nos ha-bía quitado a los otros poetas el nombre con que debe titularse una colección de poemas escritos a lo largo de

los años: Vita di un uomo. Vida de un hombre es también esta colección de Fayad Jamís. Por eso interesa: porque conmueve fraternalmente. Porque es la vida de un próji-mo, que encontró palabras para decirla. Un prójimo que viajó desde su pueblo lejano hasta el encuentro de la tie-rra; un prójimo que pudo universalizar su experiencia, y dejarla viva y permanente ante la mirada de los otros; un prójimo que ha tenido, que tiene el coraje de vivir en su tiempo, de serle útil y de expresarlo con fidelidad.

* * *

Yo podría esperar a que el Moro muriera para decirle sobre su tumba, con voz entrecortada, estas y otras ver-dades. Pero, por una parte, no sería raro que las cosas no pasaran así, y que no fuera él el primero de los Dióscuros en irse a podrir entre la hierba; y, por otra, me moles-ta esa costumbre: ahora vivo, como pedía Mayokovski, es que hay que decirle las cosas al poeta. Ahora es que quiero decirle que lo considero uno de los poetas más importantes de nuestra generación, en el Continente. Ahora es que me complace decirle que nuestra Revo-lución se enriquece con él, como él se ha enriquecido con nuestra Revolución. Pero ¿dónde se traza el límite entre una revolución y un poeta verdadero? Ese límite no existe, o es como el límite entre el aire y la luz.

La Habana, octubre de 1964.*Prólogo a la antología de Fayad Jamís Cuerpos,

La Habana, Ed. Unión, 1966.

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Fayad JamísEra descalzo

Era descalzo como caminaba tantas veces y como tantas veces hallaba finísimas hojas, piedras de raros destellos o pájaros desconocidos. Cruzaba los matorrales lentamente, detenién-dome y sintiendo a cada paso la gracia de una curva, el beso de un color, el roce de un sonido. Aquí, una piel de jubo col-gando del difícil dibujo de la zarza. Luego, una botella, o un cuchillo dulcemente dorado, sobre el tronco, a veces vivo, de un añoso y mutilado jagüey. Entonces, el ojo muerto de un toro, con el paisaje reducido y brilloso en el centro de su lágri-ma, para estremecerme después, siempre, la trágica sonata del cuerpo profanado. Así todos los días, en dulces descubrir, en melancólico retorno por ese sendero hora altivo.

(De “Los párpados y el polvo”, 1954)

Contémplala: es muy bella

Contémplala: es muy bella, su risa golpea la costa, toda de iras y espumas. Pero no intentes decirle lo que piensas.  Ella está en otro mundo (tú no eres más que un extranjero de sus ojos, de su edad) Dile, en todo caso, que te gustan sardinas fritas, sobre todo una tarde en que llueve un inolvidable vino blanco. Háblale del hermoso fuego de tu patria. Ella es clara y oscura como la lluvia en que reina su ciudad. Sus ojos se detienen en un punto movedizo entre la estación del amor y un tiempo imprevisible. Claro que a veces olvidas  (por un instante, es cierto)tu oficio de notario, y como ser humano al fin, te pones a hablar líricamente de política. Lo mejor que puedes hacer es convencerte de que la poesía te completa, comprobar que has cruzado el lindero del horror y la angustia, escribir que una tarde recorriste la bella ciudad empedrada para encontrar lo que no podía ser el amor sino el poco de sueño que recuerda un gran sueño.

Vigo, noviembre de 1965 De “Abrí la verja de hierro”, 1973

A Saltos

A saltos la bestia de mi amor desgarra el cielo.Mi bestia, mi mugido, mi parcela de harina y pies de grillo romántico.El cielo destila oro por todas sus heridas.Tiene mi animal un arroyo sagrado donde bebe y se reclina (Bestia mía, ¿y las hojas del atardecer y la guitarra de mi novia, y las filosas, resplandecientes, nubes, cuándo empezarán a respirar contigo?)Mi animal está cansado de pisotear y abrir maravillas.Yo, su pastor, me tiendo al lado de su inocencia,rompo el cayado, empiezo a morder sueño.

La Habana, 17 de Diciembre de 1952 De “Los párpados y el polvo”, 1954.

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Por esta libertad

A Manuel Navarro LunaPor esta libertad de canción bajo la lluviahabrá que darlo todoPor esta libertad de estar estrechamente atadosa la firme y dulce entraña del pueblohabrá que darlo todoPor esta libertad de girasol abierto en el alba de las fábricas encendidas y escuelas iluminadas y de tierra que cruje y niño que despiertahabrá que darlo todoNo hay alternativa sino la libertadNo hay más camino que la libertadNo hay otra patria que la libertadNo habrá más poema sin la violenta música de la libertadPor esta libertad que es el terrorde los que siempre la violaronen nombre de fastuosas miseriasPor esta libertad que es la noche de los opresoresy el alba definitiva de todo el pueblo ya invenciblePor esta libertad que alumbra las pupilas hundidas los pies descalzos los techos agujereados y los ojos de los niños que deambulaban en el polvoPor esta libertad que es el imperio de la juventudPor esta libertad bella como la vidaHabrá que darlo todosi fuere necesariohasta la sombra Y nunca será suficiente.

De ”Los párpados y el polvo”, 1954

Puede Ocurrir

A Rafael AlcidesPuede ocurrir que en la noche suene el teléfonoy que del otro lado de la ciudad una voz más bien gravete pregunte si Dora está en la casa.Pero Dora no está, no estuvo, no vive en esa casa,y tampoco Pablito, solicitado por voces llenas de ternura,y aún menos el doctor en cuyo consultoriohan de hormiguear pacientes de muy diversa índole.Puede ocurrir que mañana, al abrir el periódico,te enteres de que un hombre grande (alguien que acaso viste alguna vez desde lejos), ha muerto.O también el periódico puede sacudirtecon noticias de ciudades derrumbadas, de huelgas generales,y, en fin, de pequeños sucesos previamente condenado al olvido.Puede ocurrir que la noche te parezca demasiado larga,que te pongas a mirar cómo se deslizan las estrellas,pero de ningún modo quedará excluidala posibilidad de seguir alimentando el amormientras realizas, o sueñas que realizas, algo nuevo.Todo esto y mucho más puede ocurrir y ocurre sin duda,sólo que tú no dedicas unos minutos a sentir lo que te rodea,ni dejas que el mundo participe plenamente de tu mundo,ni conoces el hermoso poder de escribir un poema.

De “Abrí la verja de hierro” 1973.

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El Ahorcado del Café Bonaparte

A Pablo Armando Fernández.Para no conocer los abismos del humopara no tragarse los periódicos de la tardepara no usar unos espejuelos cubiertos de sangre o telarañaEl que estaba sentado en un rincón lejos de los espejostomándose una taza de café no oyendo el tocadiscossino el ruido de la pobre lloviznaEl que estaba sentado en un rincón lejos de los relámpagoslejos de los leones morados de todas las guerrashizo un cordón con una hoja de papelen que estaban escritos el nombre del Papa el nombre del Presidentey otros dos mil Nombres Ilustresy a la vista de todos los presentesse colgó del sombrerero que brillaba sobre su cabezaEl patrón del café salió bajo su capa negra en busca de un policíaArmstrong cantaba sin cesar la luna había aparecidocomo una gata furiosa en un tejadoTres borrachos daban puñetazos en el mostradory el ahorcado después de mecerse dulcemente durante un cuarto de horacon su voz lejanacomenzó a pronunciar un hermoso discurso:«Maintenant je suis pendu dans le BonaLa lluvia es el cuarzo de mi miseriaLos políticos roen mi bastónSi no me hubiera ahorcado moriríade esa extraña enfermedadque sufren los que no comenEn mis bolsillos traigo cartas estrujadasque me escribí yo mismopara engañar mi soledadMi garganta estaba llena de silencioahora está llena de muerte»«Estoy enamorado de la mujer que guarda las llaves de la nocheElla se ha mirado en mis ojos sin saber quién he sidoAhora lo sabrá leyendo mi historia de hollín en los periódicosSabrá que me llamaba Louis Krizekciudadano del corazón de los hombres libres

heredero de la ceniza del amanecerHe vivido como un fantasmaentre fantasmas que viven como hombreHe vivido sin odio y sin mentiraen un mundo de jueces y de sombrasLa tierra en que nací no era míay tampoco el aire en que reposoTan sólo he poseído la libertades decir el derecho a sufrir a errara ser este cuerpo fríocolgado como un frutoentre los que cantan y ríenentre una playa de cervezay un templo edificado para adorar el miedoLa mujer que guarda las llaves de la nochesabrá que me llamaba Krizeky que cojeaba un poco y que la amabaSabrá que ahora no estoy solo que conmigova a desaparecer un viejo mundodefinitivamente borrado por el albaAsí como la niebla a veces aplastalas flores del cerezola muerte ha aplastado mi voz»Cuando el patrón volvió con un policía de lata y azufreel ahorcado del café Bonaparteya no era más que el humo tembloroso de un cigarrobajo el sombrererosobre una taza con restos de café.

De “Los Puentes”, 1962

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Carta

Mira, muchacha, de pronto sentí ganas de escribirte una cartapara entregártela yo mismo y leértela yo mismo. No quieroolvidar tantas cosas que debo decirte y por eso me valgode pluma y papel. Te leeré esta carta sentado en aquella rocaen que los dos hablamos casi por primera vez, y casisin darnos cuenta comprendimos que la vida nos puso pecho a pecho.El tiempo que durará tu ausencia desbordará una nochede vigilia con estrellas, con mosquitos, con estas voraces ganasde comerte tu sonrisa, de hacerte descomunalmente mía,como si no existieran los ómnibus, las gentes y las horas. Estoy a puntode llorar, pues de pronto me acuerdo de que no estamossolos en el mundo,la noche se desliza, interminable, sobre los árboles impasibles,sueño una pesadilla en que tus besos caen al agua como piedrasmientras estoy atado de pies y manos, amordazado, debatiéndome inútilmente.Pero no, no es verdad. Estoy despierto, sé que a pesar de todo nos amaremos locamente, como si mañana (ahora mismo)fuera la última vez, como si este fuera el gran amor de nuestras vidas,como si este pudiera ser otro que el gran amor de nuestras vidas.

De “Abrí la verja de hierro” 1973.

Fayad Jamís (Zacatecas, México, l930 - 1988). “De manera imprevista y dolorosa a finales de 1988 fallecía en La Habana dejando tras sí una obra diversa, siempre original. Desde 1972 mantuvimos una amistad sin fronteras que se prolongó hasta su muerte”. Los poemas publicados en la presente entrega fueron tomados de su libro La Pedrada (Selección poética 1951-1973).

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Poetas y Poemas

Antes

Antes de la poesía la rosa.Antes de la rosala rama y sus espinas.Antes de las espinasel cogollo fresco.Antesla raíz.Antes de la raízla semilla.Antes de la semillala tierra abonada.Al comienzola felicidad y las heridaspreparándose.Antes el deseo de los árbolesde los mueblesde la luz del viento que sopladel relente nocturnoy tu rostro en la ventana.Antes de todo tiempo y espacio amasados.Y mucho antes la viday una percha para colgar sueñoso desvelos.Al final la soledad en un armarioo las gavetas de la compañía.

después

Si antes fue la tierra abonada, el cogollo, la rosa, las verdes hojas, las espinas, la soledad en un armarioy las gavetas de la compañíadespués será el polvola rama secala hoja caídalos pétalos deshechos e incolorosla piel de la flor casi griscasi amarillasin agua que refresque.Y el amortalvez nubeapenas deletreadocasi en silencio como una exhalaciónen la profunda y larga noche.Antes y después todo.

Luz Mary Giraldo

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Poetas y Poemas

Cotidianas

Voy y vengo con mi lista de sueños.El correo que respondo la pantalla dispuesta a los poemasun campo de girasoles dibujado en los ojos el misterioso amante de la noche en las alturas del Cárpatos.Con la inversión de todo frente a las sobras que se acaban maúlla el perro y ladra el gatomientras lavo los días y pulo los oficiosel mismo calendario cada díala lista de sueños que tejo a la lista del mercado.Ladro y maúllomaúllo y ladro frente a tu imagen que salta en la pantalla cuando respondes el correoo estás en el Skype tan lejos y tan cercacomo una aparición que marca ausencias.Ladro otra vez maúllo runruneoy un poema acaricia el teclado.

Plato de Sobras

Si con tanto fragmento hiciera un mapa en la oscuridadsi lo pegara en las cuatro dimensioneso si partido en dos enfrentara ambos ladosvería como se invierten norte y surcomo se cruzan oriente y occidentecomo la primavera es otoñoy el invierno verano.Si cortara los trozos de papel donde anoto las líneas que hablan del mundo y de tipobre huérfano acongojado en mitad de la nochevería un calidoscopio informebuscando salir de su prisión.Y si al menos dibujara tu sombra para no perder tu imageno la forma de tus letrasde pronto sabría si en medio de la tarde que grita su rutinase levanta la página en blanco o la nota musical que quiere subirantes de que aturdan los díasen las manos que yacen abandonadas sin un plato de sobras sobre la mesa.

LUZ MARY GIRALDO Nació en Ibagué y desde muy joven se radicó en Bogotá, donde se ha desempeñado como pro-fesora universitaria. Es autora de varios libros de ensayo y de antologías de cuento colombiano que le han merecido algunas distinciones nacionales e internacionales. Ha publicado cerca de ocho libros de poesía, poemas suyos han sido premiados, incluidos en antologías del país y del exterior y traducidos al inglés, francés, portugués, italiano y rumano. Por su trayectoria intelectual y poética, en julio del 2013, le fue otorgado en Rumania el Gran Premio Internacional de Poesía Academia Oriente-Occidente, en el marco del Festival Internacional Noches de Poesía en Curtea de Arges.

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Poetas y Poemas

El Abuelo Iván

El abuelo Ivánconsiguió un empleo de fantasmaen los bosques de Ontario,eso dicen los niñosque han hablado con élde cosechas de pinosy de pájaros.El abuelo se fue a Canadáa ver crecer los árbolesque sembró en Medellín-en su finca de Caldas-y se llevó los brazospara medir los troncosy la mira de alturade sentirlos subir.El abuelo aparece de prontoen lugares distintos,con la ropa de siempre,y el cabello más blanco,sólo para sus nietosque padecen su ausencia.Aprendieron los niñosque el abuelolos espera siempre donde quieran buscarlo,no importa que se escondacomo ahora, debajo de un ciprés.

Agazapados Ausencia

¿Por qué en domingotu ausencia se vuelve insoportablesi ha sido siemprela huésped de la casa?¿Por qué si las cariciasse fueron de mis manos,ahora, me duele más, y espero sin saber a quién?

Memoria

Solo estamos los dos, el olvido y el espejo, en un pacto, una alianza, donde la piel recuerda.y el espejo es la memoria del deseoAgazapados como dos felinoscubrimos de pasiónel miedo ajenoque llevamos dentro.

Clara Mercedes Arango Mercado

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Poetas y Poemas

detalles

Naufraga el sol, la luna salta de su escondrijoy las estrellas se enfilan en el horizontecomo una caravana de soldados, mientras yo,me agazapo contra tiHuyamos antes de que nos alcancela urgencia que sentimos.Huyamos ya,cuando necesitarnosse hace insoportable.insatisfecho.

CLARA MERCEDES ARANGO MERCADO Nació en Cúcuta, Norte de Santander, licenciada en lenguas modernas con énfa-sis en los idiomas español y francés, con maestría en estudios hispánicos de la Universidad Católica de Lovaina en Bélgica y diplo-mado en periodismo literario de la Universidad Externado de Colombia. Docente en la enseñanza de la lengua española y francesa, manejo de la escritura y lectura, conocimientos en talleres de periodismo literario, corrección de estilo, diseño, diagramación, y edi-ción de libros. Crítica literaria, poeta y cuentista, con un poemario y un libro de cuentos en preparación. Ha publicado en revistas y magazines literarios, nacionales y extranjeros. Es la coordinadora general de la Decanatura Cultural de la Universidad Externado de Colombia y de la Colección poética Un libro por centavos, donde ha realizado las antologías de César Vallejo, Quiero escribir pero me sale espuma; José Asunción Silva, Antología Poética y Poemas Infantiles y otros poemas de Rafael Pombo.

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Poetas y Poemas

Luisa Fernanda Trujillo Amaya

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Solía ver colores en el pasto.Pequeños retazos de siembras, a lo lejosbajo el sol.Cuando las sombras izaron sus banderastodo se ocultó frente a mis ojos.

2En cada línea reconocer un mapa un viaje sin retorno.Avizorar cercano a mi derivael espejismo.Saberlo tierra humedecida por mis lluvias.Qué paso he de dar para no anclarme.Qué paso he de olvidar para virar de pronto, hallarme a espaldas de su ruta. Sin remos, ni viento,navego ciega al sol que de frente miro.

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Poetas y Poemas

3Abrirse camino entre la nieblaseguir sus tenues bordes. Sin rumbo claro, puntear sus alas, develar pequeños trazos desde el horizonte donde los pájaros acostumbran cerrar los ojos, lanzarse al aire en nados curvos.Qué mejor entregacuando la confianza en la nada nos invade.

4Es cierto que preferí el camino de las piedras al de la hierba serpenteada por los pasos en la relativa firmeza de la tierra. Veces en que apunté al crepúsculo en una escalada incierta hasta encontrar la ausencia de las cosas.Azotes de chamizos en mis brazos anidan el rocío, palpan el grito de los filos de un cuerpo que como recuerdo cargo.

5Se hace fría la tarde. Donde habitaba una compuerta abre su silencio al vacío.Tal vez sea ese el origen de mi aturdimiento; haber deambulado el límite de un territorio que se desprende y hunde.Necesitaré aletas,un par de ojos de pez para ver alguna señal de respiro. Para alejar mi miedo al mar donde ellas eligieron morir,entregar al naufragio de las olas su palabra.Acaso la muerte sea una forma de exilio libertario,la urdimbre de sostén al peso del agua que resta aire a la las bocas, y bajo tierra, acaso la voz se olvide.Soñé tenerla capturada como en aquella mañana cuando escuché el primer quejido.Su voz traspasaba un mapa premonitorio y en mis ojos, el paso de la muerte pestañeaba.

LUISA FERNANDA TRUJILLO AMAYA nació en Bogotá, Colombia. Es Poeta y ensayista. Comunicadora Social - Periodista egresada de la Universidad Externado de Colombia. Ha sido catedrática en las Universidades Pedagógica, Externado e Inpahu. Autora y editora de textos escolares. Tiene dos obras poéticas publicadas: De soslayo, prendada, editada por la Fundación Palabra a Tiempo en el 2010 y Trazo en sesgo la noche, editada por la Colección Un libro por centavos de la Universidad Externado de Colombia en el 2012.

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Poetas y Poemas

Eugenia Sánchez NietoVerde

El día y la noche son un canto alegre en mi oídola ciudad con sus múltiples verdesacostados al solhombres y mujeres de mi ciudadcon búsquedas particularesla mujer con su voz negrami entusiasmo abierto a los demásel silbido del adolescente en búsqueda del amorel canto ceremonioso y contundente de fuertes vocesme hace temblar de emociónel cielo azul y este clima espléndidociudad abierta a todoscon sus cometas de múltiples colores.Me deslizo por caminos abiertosdonde sombras palpitantes escudriñanla luna ilumina la nochejóvenes despiertos se mecen en el bailela música telón de fondo apaga las voces estridentesebrios son jalados por indeseablesmujeres desprovistas de pudorse pasean por calles colmadas de genteparejas abrazadas a su momento palpitan locamenteel amor iluminado un instante.Todo se agita, todo se muevey desvanece en el airela noche prestada para abandonos sublimespor paredes de la noche suben hombres musculososla noche se ilumina con destellos de fuegos artificialesdesde diversos lugaresvoces contundentes nos llaman, nos cantantoda la diversidad y las lenguas del mundotodo es leve y sin pesomi ciudad anhelada desprovista de miedo.

Puede Suceder

Cuidado no te alejes demasiadoen el sueño cualquier cosa puede sucederverás tu cuerpo suspendido con una expresión de terror en los ojosuna sordomuda en una pista de baile expresando su gracia y soltura de movimientosninfas que acechan y te llaman produciendo extraños sonidosuna mujer de rostro apacible que te amamantaun ángel lascivo en abstinencia dedicado a ritos dolorososun sobreviviente de ojos hermosos guiando un trasatlántico en alta marun general frente a un espejo masturbandosu miedoniños implacables cobrandopor fin al mundo su indecencia.Cuidado no te alejes demasiado cualquier cosa puede suceder.

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Poetas y Poemas

Exposición Permanente

Templar la piel hasta reventargolpear, pisotear, horadar hasta el extremomoretón, hinchazón, herida que sangragritos, bostezos, murmullosel puñal barrena el cuerpotemplar la piel hasta reventarcon sus propias manos, manos que acaricianque golpean como tambor en la nochemanos que esculpen, que fijan lentamentela cicatriz.Siglos de horror, de trampas, de indiferencianadie se opone, todo se vuelve naturalcaída lenta desde la montañahasta el azul infinito y la profundidaddel océanocon sus bestias maravillosas.Pieles expuestas, encontradasexposición abierta a la miradabocas abiertastemplar la piel, colgarla de extremo a extremoponerle color,exposición de cuerpos abandonados, ruinosos.

EUGENIA SÁNCHEZ NIETO, ha publicado los libros: Que Venga El tiempo Que Nos Prenda, Ulrika Edi-tores, 1985, Con La Venia De Los Heliotropos, Ulrika Editores, 1990 y los cuadernos “Las Puertas De Lo Invi-sible”, Departamento de Publicaciones del centro Colombo Americano, 1993 y “Visibles Ademanes”, colección viernes de poesía, Universidad Nacional de Colombia, 2004; el libro “Dominios Cruzados” Caza de Libros, Agosto, 2010, Iba-gué, Tolima y Visibles Ademanes – Antología, colección un libro por centavos, Universidad Externado de Colombia, No.93, julio 2013. Sus poemas han sido publicados en diversas revistas, periódicos y antologías nacionales e internacionales. Poemas TOMADOS del libro Visibles Ademanes de Eugenia Sánchez Nieto que acaba de ser publicado (Julio 2013), en la co-lección un libro por centavos de la universidad Externado de Colombia, bajo la dirección del poeta Miguel Méndez Camacho. www. eugeniasancheznieto.blogspot.com

Lo Inasible

Aún siento el frío de aquella nocheen la puerta del besola noche nos cubría con su manto de seducción y miedotus fuertes manos recorrían aquel cuerpo palpitanteextasiados traspasaban sus pieleslas tenebrosas calles perdían fuerzano había másla noche presenciaba fascinada aquella entregaen la puerta del besoel amor tenía su lugar.

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Poetas y Poemas

Martha Cecilia Cedeño Pérez

V

Este hombre lejano huyó con el tiempo y es figura de piedra.Anda con su vida al hombro y sus ojos como ascuasbuscan la palabrao un brazo que sonría con su diente de pan.Este hombre diáfano de sueñoses un impulso de nervios y carney risay pensamientos rotos. Un cuerpo en reposo trashumado del viaje.

De Caminos en suspenso (Almería, 2009)

Sublimación

En la cara oculta de la tarde el olvido ya no existe-déjame-déjame entre tus piernas dormidas que nacen y mueren en mi memoria.

De Versos en Claroscuro (in-Verso, Barcelona, 2012)

Otra

El espejo dibuja mi figura de jueves con líneas mudas en los ojosy horas aciagas en las pestañas.El espejo calla ante mi noche de pájarosy este piélago inmenso de ausencias y nostalgias. Observa y calla.Palpo a Otra en su mirada empañada.

De Versos en Claroscuro (in-Verso, Barcelona, 2012)

RegresosPartir es volver dos veces.Es beber el polvo de la ausencia en el vaho de la memoriay alzar la miradapara descubrir el camino apenas dibujadoen el recuerdo.

De Versos en Claroscuro (in-Verso, Barcelona, 2012)

MARTHA CECILIA CEDEÑO PÉREZ Doctora en Antropología Social y Cultural de la Universidad de Barcelona, Magíster en Educación por el Arte y Animación Sociocultural del Instituto Pedagógico Latinoamericano y Caribeño, IPLAC (Ciudad de la Habana, Cuba) y Licenciada en Lingüística y literatura de la Universidad Surcolombiana. Coautora de los libros Neiva al Filo del Milenio (1993), Historia General del Huila (1996); Las Culturas de la Ciudad, 1 (Donostia, 2003); Quaderns d’Estudi 20. Apor-tacions al voltant de la immigració estrangera a l´Hospitalet (Barcelona, 2008); Migraciones, trenzando palabras (Universidad de Almería, 2009), Ciudades globales y culturas locales II (Donostia, 2010), Huila: cien años no es nada (Neiva, 2010). Ha publicado los poemarios Duermevela. Amores, símbolos y muerte (1997); Amores urbanos (2010) y Versos en Claroscuro (2012). Hace parte de la Academia Huilense de Historia y del Colectivo de Escritores El Laberinto de Ariadna de Barcelona.

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Hojas al viento

Natalia Londoño

NATALIA LONDOÑO LIZARAZO, nació en Bucaramanga en un octubre de tantos años. Es licenciada es Español y Literatura de la UIS y ama las letras desde siempre. Su primer libro, DÍAS DISTINTOS es el fiel retrato de diez años dedicados a la poesía a través de lecturas y vivencias. Ha pertenecido a talleres literarios formales e informales, entre otros Umpala. Ha publicado en diferentes medios de comunicación masiva, tales como: Vanguardia Liberal, Revista Prometeo, Revista Humanidades de la UIS y El retrete.

Lucía

Incrédula Deberás secar los misterios de tu cuerpo y del mío. Piensa en la primera vez que sola junto al abismo contabas dientes de león para mi espesa sombra de caminos. ¿Recuerdas los círculos de sal que enredaban tus aullidos? Por encima de nosotras, jamás olvides que el más fuerte sobrevive a sí mismo. ¿Será necesario que llore o que ría? ¿Qué prepare una taza de café o que me duche mientras esta sensación de perderlo todo me abandone y una vez más, deje atrás el oficio de crear ficciones, de inventar mis días?

Cosas Que Ignoro

Hay cosas que ignoro. A la primera categoría pertenecen los nombres de la mayoría de mis primos, el sabor de las especias Irlandesas, la textura y el cuerpo del sake la ubicación de las colonias francesas, los tintes de la luna desde Constantinopla, el sabor del coñac, las palabras de amor que con un amante primerizo se han de usar, la sonrisa de un moribundo - diferente a a la sonrisa que veo en el espejo- la metafísica, la astrofísica y otra serie de eventos que me llevaría algún tiempo enumerar. A la segunda categoría pertenecen, el caminar despacio como quien lleva una prisa tardía, sin tiempo, el gusto de tomar una mandarina y desmembrarla gajo a gajo, partícula a partícula. La ardua tarea de pasar noches en blanco, hablando con mis muertos. El nombre de la primera persona que leyó mis versos. El mote con el que cruelmente me designaban mis compañeros de colegio. El sentido de lo ajeno y lo propio. Sin embargo, existe una última categoría de la que me gustaría hablar: la de aquello que conozco, pero que no puedo olvidar por mucho que lo desee, por más esfuerzos que haga. En ella te encuentras tú, mi homólogo, y algunos ebrios más.

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Hojas al viento

Alejandra Menco

Al poeta

Habitada por el desvelobusco una mirada sin reservas,viajera de tu olvido. Quiero tus ojos de profundidad abismal, luciérnagas calladasque destellan silenciosashaciendo la luz con su aleteo.Déjame oírte,como un bálsamo es tu vozaliviando esta imposibilidad que abraza.Son tus palabraspájaros de invierno,calmando a una mujer sedientacon alas de escarcha. Te invoco, bésame los parpadosda luz a esta ceguera,y haz eternamentela noche en mi rostro.

ALEJANDRA MENCO, nació en Bogotá (Co-lombia) el 10 de Marzo de 1993. Es estudiante de Licenciatura en Educación Básica con Énfasis en Humanidades y Lengua Castellana de la Universi-dad Distrital Francisco José de Caldas. Correo electrónico: [email protected]

Insistencias A Eduardo F.

Peregrina en ti, me abismo a la tierra del sueño:reposo de un bosque sin raíces,susurro en la hora impenetrable. Un mapa abarca tu miradaante la brújula me pierdo,extravío las huellas en una región sorda, donde el grito danza hostigándote. La vigilia me devuelve al sueño, tu voz se acuna en el párpado de la nochey cada hoja es la memoria de un recuerdo,no puedo escribir una letra sin oír el crujir de tus palabras respirando en mis manos.El día y la noche son un cielo abierto,me hago silencio pájaro sin vuelo,y el poema se viste de tu aliento.  

El viento se revela en soledad,la espera lleva tu nombre.

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Hojas al viento

Magdalena Velasco Mendoza

CasualidadEl tres se confundió con su primoUn camino de cinco trochas que llevanUna función teatral incompletaUna exposición de arte cerradaUna gaseosa en un barUna pizza regordetaEllos entran al parque se pierden en adrenalina y por azar sintonizan la misma frecuencia.

Escondidas

Ahora esUn murciélago perdido en el desierto,Se diseca al baño del oasisToma un café, ve una películaSucciona el aliento del último cigarroImagina el coito ajeno,Escucha blues en aquel momento.Y busca repuestas en cada rincón Porque él sabe que ellas están por ahí Observando su ansiedad.

La Justicia Rie

Caminan como tigres en la selvaDisfrutan la función.El miedo limpia el álbum de la niñezla boca espera un heladoque se derrita en ochenta añosempieza el holocausto danza entre las piernasacaricia las mejillas y las cabezas esperan como doncellasel falo de la muerte.

detrás de La Colilla

Elixir de mi pielPlacer de dioses profanosMientras succiona tu serel aroma cobija mis porosUn trío de magias y cascabelesLa muerte mira entre rendijasTu, nuestra eterna compañíaY aunque el duelo sea entreOlores y locuraTu espectro se ha escondido en el cenicero En mis dientes, en las sabanasEn el mismo firmamento, En mi ventrículo, en la espesa neblina.

MAGDALENA VELASCO MENDOZA (Migdal Madu) nació el 16 de Noviembre bajo la neblina de Pamplona Norte de Santander integrante del taller rayuela de la ciudad de Pamplona y miembro del colectivo cultural Rayuela estu-diante de licenciatura en humanidades y lengua Castellana ha sido gestora Cultural y le gusta diversas artes asidua lectora y amante de la crónica y poesía erótica

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Hojas al viento

Fausto Marcelo Ávila Ávila

de La Cama

En donde hacíamos El amora cualquier hora del día – Extraño el olorHúmedo del llantoY las palabras de despedidaEl eterno adiósQue goteaba de nuestrasManos

Cuando Las HistoriasPara contar se acabaronLa noche se tornó fríaEntonces, dimos riendaSuelta a nuestras manosHicimos el amorCerca de la ventana.Fue sexo triste.Cuando la última prenda Se desprendióSalí corriendoMe vestíCon las lágrimasQue brotaban de las AusenciasY los recuerdos me Tendieron una celadaNo volveré a tu pielAsí no salga másDe mi soledad.

En El Bus de La Mañana

Los enamorados rozanSus cabellos húmedosRecién salidos de las duchasSus cuerpos exhalan el frescorDe las gotas de aguaY sus corazones están tibiosDel amor matutinoNo conciben que a la tardeya cansadosCon el peso de las horas –El regazo de otro Sea promesaY desde ahora el vientreTiembla con el dulce fríoDe las manos que ajenasJuguetean con sus vellos

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Hojas al viento

Fabriqué Muñecos

De plastilinaPara ahuyentar la soledad.Grabé mi vozPara tener Con quien hablarSoñé paraísosPara creerme ángel.Corté mis cabellosPara verme decenteDejé de consumirAlucinógenos paraCompartir la alegríaCon mis familiaresY ahora soy otroPero tan indiscutiblementeSoloQue extraño misQuejas al amanecer.

Extraño Las Tardes

De la infanciaLos días en que las Cometas remontaban el cieloLas piernas de la sordomudaQue generosamenteMe las regalabaForradas en licra.Extraño los amoresPasajeros y los besosA hurtadillas detrásDe la pared del parque.Extraño hacer el amorCon mi primer amorY su olor de perfumeBarato Bajo sus faldasY extrañoSu ropa interior De dulces estampados

FAUSTO MARCELO ÁVILA ÁVILA nació en Bogotá 1970. Escribe desde los 12 años. En 1992 empezó a colaborar con la revista Ulrika y el Encuentro Hispanoamericano de Poesía. En 1994 cursó dos semestres de Filosofía en la Universidad Nacional. En 1998 en la Corporación Nuevo Milenio hizo la coordinación editorial del libro Juego limpio. Ese mismo año se empleó como escolta hasta diciembre del 2000 cuando un “accidente de trabajo” lo hizo pensionarse. A partir de 2004 se introdujo en el mundo de la pintura. Su trabajo poético y pictórico ha aparecido en la revista Ulrika, El Tiempo y la revista Directo Bogotá de la Universidad Javeriana de Bogotá.

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Hojas al viento

Carlos Mario Garcés Toro

Lucero

“Mañana amanecerá podrida” se decía en las madrugadas,

la boca oliéndole a ron.

Vine desde mi ciudad amurallada frente al mara esta casa donde con el tiempo me convertiríacasi en una hija, casi en una hermana.Decían que era una muchachaque conquistaba con su corazón generoso y su bellezaPero algo en mí interior me oprimía.No era miedo, era una terrible angustiaque como un barco enormese hundía en mi sangrey golpeaba contra mi alma.Por eso, cuando me embriagaba,lloraba desconsolada,destrozaba el dinero,rechazaba a los clientes angustiadaNo pocas veces amanecí en el hospitalcon las venas rotas por mis propias manos.Noche y día me parecía escucharen mi pecho el llamado incesante del marque me ofrecía su caracola de olvidopara navegar.Por eso en mi deliriodesnuda y borracha penetré en sus aguasdel color de mis ojos,en busca de la caracola gigante que desde el fondo de la noche me llamaba.

La Bogotana

Mi hijo Jorge nació en la casa de Resfa,pero se crió y se levantó con su padre,hasta hacerse ministrode la iglesia evangélica.Me emocionó mucho en su primer sermón,citando a Cristo sobre María Magdalenay los lapidadores, cuando dijo:“El que esté libre de culpaque arroje la primera piedra”.En el negocio de la vida aprendíque no hay nadie en el mundolibre de culpa.La primera piedra es siempre la del más hipócrita.

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Hojas al viento

A Través de La Pared

A ninguna de las muchachas espiábamos tantocomo a Gloria.Tenía la piel de golosina tersa y blanca,ojos verdeazules como el mar, ojos de gata marina.Le gustaba siempre pistonear encima, y cuando un cliente la medía en deseo,se movía con él adentro, los ojos entrecerrados,estrujaba sus pechos con las manosy lanzaba un largo y pluralizado gemidocon el labio entre los dientes.Era una bomba de placer.No necesitábamos ir al teatro Olympiaen busca de La Tongolele, de Margot Serranoo María Antonieta Pons.Esto era una pantalla real.Mirando a través de la pared,alegremente nos masturbábamos,si quiere saber quiénes, William, Hugo, Héctor y yo.

Justiniana La Madre de Resfa

Cómo me duele que una hija míahaya terminado siendo capitanade una casa de citasdonde todo el mundo viene a orinar.Desde mi juventud en la finca La Amalia, en Venecia,me consagré a las plegarias, al rosario en las noches,a la misa diaria y a comulgar con el padre Astete.Por eso cuando me dijeron que la Resfa estabaembarazadade las dos mellizas (Alicia y Rocío),mi hijo Ernesto y yo la echamos de la casa.Pero el tiempo que todo lo tasa y todo lo mide,trajo consigo mi vejez,debilitando mi voluntad y mi fuerza.Por cuenta de la Resfa,que un día envalentonada se alzó la falda para enrostrarme su pecado, gritando que de eso vivíamos,me trajeron a la casa familiar del barrio Santa Maríade donde una noche de domingo de 1972 me sacarían muerta.

CARLOS MARIO GARCÉS TORO Nació en Medellín. Docente de historia y filosofía, investigador de la lúdica y el juego como estrategia pedagógica y didáctica. Cofundador de El Gaviero, periódico literario. En 2001 ganó el concurso de ensayo de la Asociación de Institutores de Antioquia (ADIDA), y en 2007, el concurso de literatura Ciudad de Itagüí. Textos suyos se han publicado en los principales periódicos y revistas del país. De su poesía dice Jaime Jaramillo Escobar para referirse a La casa de Resfa, de donde hemos tomado los poemas aquí publicados: “Verdadera poesía, de gran aliento. Desde Barba Jacob nadie más había puesto el sentimiento en la poesía con tan desgarrada autenticidad”. E-mail: [email protected]

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Hojas al viento

Víctor BustamanteAteneo

Todo es la espera en esta noche de lluvia que bañami cara por el Paraninfo atestado de transeúntes yvendedores, en el paso de cebra por Pichincha, alláarriba de San Ignacio.Todo es la espera en la cita inconclusa y en eltiempo que se espesa y es eterno en su inmovilidad.Interregno o pausa silencio y distancia.Todo es la espera en el humo del cigarrillo que meesculpe.Todo es la espera en la curva de la noche con suébano último.Todo es la espera en la música que me agrieta yaraña la lejana ola de la luna y de los neonesíntimos en el bar del Ateneo.Todo es la espera en el tiempo que forja otro silencio.Todo es la espera en el alma antigua de unbandoneón que sangra y en las arenas de esta noche, cuchillo del tiempo.Todo es la espera en esta mesa vacía donde alguienapurando un trago de ron fragua otros motivosy debe buscarte en la noche de las callescon la incertidumbre de otros pasos que se diluiránal alba cuando ya no seremos nada,ni tiemponi esperani deseos en el ocaso de Medellíntan vacío, tan solitariocomo los solitarios que beben hasta matar la furiade la ausencia en el vano tiempo definido por tuesquivo oro perdido en las tinieblas.

1 de noviembre, 8. p.m. y 2007

Corrección

De esa muchacha no sé su historia.En la mañana se desliza sobre el agua de la piscina.serena sirena.A esta hora el sol le dora y dona su color,quiere verse morenasu diminuta tanga rosa esconde su fruta ámbarcon su cálido bosque que no tendré en mi boca,ahora peina su cabello rojo.En la mañana del otro día repite sus mismos actossin mirar a nadie, porque sabe que la espían,alza sus brazos y cae el brasier.No quiero saber su historia personal.Recoge la toallaLos bronceadores y sus gafas negrasluego se marcha con su tallado vestido grismientras la espuela de mis deseos la protege.

D.R

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Hojas al viento

Balada

También eres la lluvia, sol de mi carne,sal de mis babas.La lluvia que se desgaja sobre los bosques alláen las montañas, aguacero de agosto.Lluvia que cruje en los caños y lava la cara de los transeúntes y con su música de agua y susbarrotes de agua encierra a quien espía a través delas ventanas.Lluvia viajera, mi lluvia, también eres.También eres el viento que mece las hojas de los árboles, barre el polvo de las calles y despeina micabellera.Eres viento y eres luz al final de la calle y al final del viaje.Eres también los pasos tibios y desnudos en la casavacía sobre las briosas baldosas.Eres vino y la sombra y también la seda de lanoche.Eres el espejo donde me miro, sal de mi rostro.También eres la casa y el fuego, cristal y ceniza deLos deseos en mi derrota matutina.También eres la flor que crece en el solar de la casaVacía y la flor negra donde me escondo cuando teaspiro.Y entonces despunta el alba.

Víctor BUSTAMANTE. Barbosa, Col. 1954. Economista de la Universidad de Medellín, profesor, Director de la revista Babel, director de los Blogs Neonadaismo y Tango en Medellín.Colaborador de El Mundo de Medellín, La Nación de Buenos Aires, Revista Interregno, Susurros, Universidad de Antioquia, Universidad Nacional, Kinetoscopio y Arquitrave. Tiene varios libros publicados, entre ellos Música (Poesía, 20910), de donde hemos tomado los poemas aquí publicados.

Estación Cisneros

Esta es la antigua estación donde partían los treneshacia playas alejadas de una mitología local de tangos y milongas.Los pasajeros en la curva de su regreso,sólo hablan del cobre del sol y de aquel horizontede postal con el caballo azul de las olasmientras lucían desprevenidos y orgullosos laspústulas y los flemones en sus hermosos cuerposbronceados.Y ella aún transpiraba las palabras de algúnextranjero que la visitaría.Pero también partían los cacharreros de baratijasy las gitanas luminosas para adivinar futurosmás allá del valle.Y también paseaban los paseantes con sussombreros de fieltro y sus tocados multicoloresalardeando la despedida.Y el latigazo de la sirena de la locomotora cortabael día y allá el valle verde y la montaña indeleble ymágica.Ahora la reja de hierro impide la absurda vigilia delviaje.La casilla de los tiquetes sin la mugre de las manos.Los zaguanes sin los pasos sigilosos de loscontrabandistas ni la mirada oblicua de losgendarmes.Los rieles invadidos por las espadas de hierbaprefiguran el inicio de la última estación.

20 de Junio y 1983

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Hojas al viento

Johanna Marcela Rozo

Virginia, Mira Allá.

Resuena tu nombre detrás de las ventanas que esperan tus cartases Londres el que grita Virginia, Virginia, detente. Yo como tú también necesito una habitación propiaen el lugar del mundo donde puedan soñar que son reales las palabras en los libros.Detente, Virginiano camines hacía el río, saca las piedras del bolsillocierra el libro y vuelve a sonreír tú y la otra tú.Tus huesos corroídos bajo el árbol necesitan un lector.

Storni Niega El Mar

Ella me cuenta de los miedos del mar.En el último segundo de airesintió las aguas revolotear en el pecho.Ella me dijo que la muerte le habló al oídoy le enseño a despedirsemientras tejía poesía para el diario. El viento de octubre dice Alfonsinamientras el mar insiste en repetirle:Déjala sola.Déjala sola.

Pizarnik de Falda Larga

Quiero que a tú regreso no encuentres mi sombra en el espejo.Necesito estar en tierras lejanaslejos del humor de los vivosde la falda en tinte gris.Ya no es posibleque siempre vuelvas y mis pasos sigan enterrados en la misma arenay mi nombre siga sin pronunciarse en el eco: ¡Flora!.Es mi mano izquierda la que hace posible el milagrollevándome a vivir lejos de la tormentaen el sueño profundo.Quiero que a tú regresoleas la nota y la recuerdes para siempre:“No quiero ir más que hasta el fondo”.

No Te derrumbes Sylvia

Acaso la noche conoció la inmensidad de tu tristeza¿es de nuevo el amor el que te hace cruzar la esquina hacia la nada?Sylvia:No me queda más que extenderte la mano para obsesionarnos juntas con la idea de la muerte.Cada vez que te di mi aliento tú me devolviste un poemadándole al mundo la voz de Víctoria Lewis.Con gusto sería mensajera de tus Cartas a Casa para entrometerme un poco en tu desesperación, es aquí donde duele saber que entregaste tu vida antes que el universo la exigiera.

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Hojas al viento

Mercedes, Exala.

Es tan cierto que la bala cruzapor donde debería transitar el dulzor. También lo es, que frente a la mente infectada de los hombres no tenemos nada que hacer.Te creola guerra como el amor es cruella vida es nuestra hasta que la mano se empuña.Sin embargoaún creo que la poesía salva lo divino del fondo de las entrañasnos redime incluso cuando le hacemos guiños a la muerte.

JOHANNA MARCELA ROZO (Pamplona, Norte de Santander, 1985). Gestora cultural. Productora y locutora de programas radiales actualmente en Colombia informa radio. Obtuvo cuatro premios del ministerio de cultura y Fun-dalectura   por la Tertulia Literaria El Túnel, en el 2004, 2005 y   2006.Trabajo publicado en el libro Bibliotecas, lectores y lecturas. Publicó en el 2007 su poemario Al otro lado del asfalto. Colaboradora por Colombia en la revista argentina LAMAS-MEDULA. Y en REDYACCION periodismo actual. Y en el libro Súmese a la expedición Botánica de la Biblioteca Nacional. Segundo puesto en la categoría de poesía en el V CONCURSO LITERARIO BONAVENTURIANO DE POESÍA Y CUENTO, convocado por BUENAVENTURA CALI. (Certamen internacional-2009).Poemas suyos aparecen en antologías como: Nómi-na de huesos 2010, La sombra y el relámpago poesía de Norte de Santander 2011, Poca Tinta Antología de la Universidad de Caldas 2012, Las mujeres que yo amo antología de la Casa del poeta- Perú 2012 y La última Página Medellín 2012. Directora del taller de escritura creativa Rayuela adscrito RELATA TALLERES DE ESCRITURA CREATIVA del Ministerio de Cultura. EMAIL: [email protected] / www.lenguajedemujer.blogspot.com / www.demoliendo.blogspot.com

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Hojas al viento

Manuel Iván Urbina Santafé

Relieve Rojo

Visto a través de las habitacionescuaderno antiguoo desnudo que cruza ventana o máscarapájaro tal vezo su asombrotodo deviene en espejocuerpo de Maria que habita la estancialeve rastro de sangre en los labios.

La Promesa

Sobre los escaños del parqueQue hoy está invadido de maleza,Flota la promesa De ser amantesSiempre.Si alguna vez esas palabras fueron bellas,No tardaron en hacer aguaY detenerseComo un barco de niebla.Allí han fondeadoDesde entonces,Apenas a los escombrosSe les acerca la tempestad.

Un Ave

Dijistees de nochepero querías decirla ciudad se ocultaveo luz en muchas habitacionesdije una heliconiaquise decir un avealgo pasajero algo levepor miedo al equivoconadie se atrevióa pronunciar un nombrehabló el tiempo tododisfrazado de niño silencioso

Luna Gris Y El dorado

El cuerpo es un tesoroentrada al Doradoaunque lo ocupe un alma roñosa y sus habitantesSi cambias de casaentre tus razonesseguramente habrá un crimen.

MANUEL Iván URBINA SANTAFÉ Pamplona (NS), 1967. Dirige en Cúcuta el taller de la Red Nacional de Escritura Creativa RELATA, y es Coordinador del Nodo Oriente, que integra siete talleres en esta región del país. Tiene varios libros de poesía pu-blicados, ha sido Jurado en diferentes concursos y a la vez se ha ganado varios concursos entre ellos el Premio Nacional de Poesia Eduardo Cote Lamus (2011). Estos poemas fueron tomados de su libro El Dios de Johannes del Silencio (Antología Personal) 2012.

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Ensayos

El Poeta-PescadorBeatriz Calvo

El poeta Jesús Mellado Valle con su poemario La Orilla Inalcanzable, asombra, conmueve y ex-pone de modo inigualable durante 59 páginas

un cosmos que no es sino un sumario de la vida y del tiempo que le correspondió vivir.

El trasfondo de su infancia se convierte en la excusa para explorar en busca de la condición humana en va-rias facetas, desde la más elemental a la más compleja. Una infancia ubicada en el tiempo físico y metafísico, colectivo e individual, sin imposturas, desde un profun-do humanismo centrado en su historia personal. Con una poesía fuertemente existencial, Jesús Mellado Valle parece escribir desde su postura de pescador con la lu-cidez del filósofo que es. El poeta se expresa a partir de un eje de pocos símbolos y palabras (la infancia, el río, la pesca, el pasado y el barrio) y crea divertimentos sobre temas que ruedan en una espiral de nostalgia, recuer-dos, melancolía, angustia y miedo al futuro.

En su poema El Barrio, que es un baúl repleto de re-cuerdos de niñez y un retrato fiel del paso del tiempo y de una época en que los niños jugaban sin peligro en las calles sencillas y con juguetes elementales como el aro rodante y los carros artesanales, expresa la añoranza del pasado, la memoria y los recuerdos:

El sitio donde nací y crecíes ahora un montón de escombros, un recuerdo imborrable en el pensamiento y en la memoria.Esa visión lejana, remota,está perdida en la lejanía,en la inalcanzable orilla de la niñez.

(Fragmento)

En el poema Abundancia, se plaga de anécdotas in-fantiles que transcurren en el barrio industrial y entre los viejos edificios de fábricas y almacenes, con perse-cuciones de lagartijas, mariposas y pájaros que estaban destinados a dos paradójicos fines; uno, la muerte o el maltrato que como “metáfora desangrada” hoy duele. Y

el otro, la protección para su indefenso ser. En últimas queda la imagen de abundancia de animales en contras-te con la escasez del mundo:

En aquella época todo era escaso.Salvo las lagartijas que había unbuen número y las mariposas amarillasque también abundaban.

Poema de gran desolación es Perplejidad, donde a partir de la lluvia y los ríos que se forman en las calles, el poeta atraviesa el tiempo subjetivo y desata recuerdos de juegos infantiles con barcos imaginarios que zozo-bran entre sombras nocturnas. Y sigue la nostalgia te-niendo lugar de preferencia en el corazón del poeta, en otros poemas como Lo Inalcanzable, Pasión y Recons-trucción. Para plantear que la simplicidad del arte de la pesca que no logra alcanzar el pescador moderno, pese a todos los recursos tecnológicos, sólo se consigue con pasión porque el arte está hecho de este material; ade-más, es el remedio contra el hastío y “la servidumbre a la inconfesable nada”.

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Pasión

El ser abundaba en la esperanza de loinmortal, de lo imperecedero y eterno,bajo el brillo de la niebla que eclipsabaal niño con su caña de pescar caminodel río. Y al disiparse, queda el hombre.Satisfecho de haber encontrado entre otras muchas, una pasión perdurable y sencilla con la que paliar el tedio yla servidumbre a la inconfesable nada. (Fragmento)

Sus evocaciones reiteradas hablan de infancia y pesca

en el poema De Espaldas al Mundo donde las metáforas impactan y conjugan profundidad y belleza, tales como “la extraña orfandad del alba tendida sobre el verano” y “los atardeceres de caña que dibujan la niñez” que son el idioma de un espíritu esencialmente poético con sensi-bilidad de adormidera. Aquí el recuerdo de los cromos para coleccionar, la imagen del Cid campeador y la ino-cente pesca con elementos de costura que generaban la mayor sabiduría que resulta de imitar, por ejemplo, la natación de espaldas del pez-carpa.

Una interesante reflexión sobre la poética es la que hace Jesús con el poema Donde Empieza la Poesía, que se ofrece como lección al indicar que hay que ir a la in-versa tras la huella de la espuma para, a lo mejor, encon-trar el instante donde nace la poesía.

Es verdaderamente cierto, que el poeta es capaz de acercarse al arcano poético con el poema Eran Otros Tiempos, atestado de recuerdos del barrio de sus prime-ros años, las fábricas, la noche y el invierno. Estos sen-timientos se abarrotan pintados entre olores, visiones y sonidos; pero siempre con los tópicos recurrentes, pes-ca, río y cañas de pescar.

Poesía y existencia que trascienden en el poema La Noche Interminable, son enunciados con la ansiedad del tiempo que es vívida y angustiosa por el insomnio. De la mano de la alegoría de la caverna de Platón, se recrea la imagen infantil y apasionada por la pesca. De nuevo y siempre la pesca y la añoranza del río, junto al miedo de encontrar un día su afición, inalcanzable:

No es tanto el dolor del pasadosino la sensación que me queda en el paladar dulce y lejano de los veranosrecogidos en la memoria. (Fragmento)

La Noche Interminable

El poema premiado El Almacén está dedicado al gran almacén de sigla AGISA y es el pretexto para recordar imágenes del pasado, ruinas y silencio. Deambula por el tiempo presente mostrando la ruptura propia de com-parar infancia y edad adulta. Después de errar entre mil reminiscencias, se pierde el rastro de la memoria, disol-viéndose entre la fantasía y el inevitable paso de los años:

Entre sus muros creía adivinar la luz marchita de los viejos cargueros de donde venían las manufacturas.Me imaginaba el gran trasatlántico que las habíaarrastrado desde el más remoto mundohasta las mismas puertas de mi casa. (Fragmento)

El Almacen

El poeta consigue muchas veces su propósito: inquietarnos, porque vuelve sobre sus temas prefe-ridos: el turbador paso de los años y su gran pasión: la pesca. Ahora es más fuerte la precisión y aún más poética la expresión, en sus tres poemas El Largo Camino, Incertidumbre y, Lealtad y felicidad.

Miré a ver qué hacían en la otra orillay concluí que no hacían nada. Pero habíagente sentada con los pies dentro del río, como si descansaran de una gran caminata.Y sí, volvían todos, exhaustos, de recorrerel largo camino que los separaba de la niñez.

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Ensayos

El Largo Camino

En un tono exento de enajenamiento, entabla diálo-go con Dios en el poema de nombre Dudas. Y le llama, aconseja, increpa, lo niega, lo afirma y lo desea. Siem-pre dejando en la superficie su gran sensibilidad por los acontecimientos del mundo y reflexionando con profun-didad filosófica henchida de formas bellas del lenguaje.

Algunas de sus imágenes tienen una poderosa fuerza, unas veces flota un pensamiento en torno a los encuen-tros y una acusación de perversidad e ingrata sumisión ante las circunstancias del tiempo. En otras ocasiones hay presentimientos de días imposibles para la pesca por salud, ancianidad y cordura. Aún así con el dolor de las horas idas, se sobrepone y teatraliza el oficio convirtien-do una escoba en caña de pescar, el pasillo en el soñado río y el espíritu peregrino, en un domingo de pesca.

En estilo visual, directo y sin apenas adornos el poe-ta se vuelve pintor de la transición desde un sencillo mundo casi rural a la industrialización. Los cambios que arrasan con el pasado, con las costumbres y las leyes que remplazan al compromiso de palabra. Pero, para so-brevivir están el recuerdo, las imágenes congeladas y las amorosas palabras de la madre que se fue.

Reconstruyo el tiempo, vuelvosobre el sencillo mecanismode una caña de pescary cojo aliento para seguir aferradoa este río, a esta orilla que es la vida.

Reconstrucción

El poema La Rueda del Tiempo es una oda al carrete, la pieza más importante de la caña de pescar. Inefablemen-te descrita por todos sus rincones y rituales de armar. El carrete, el anillo que gira cuando en varios tiempos vuela el hilo describiendo montañas y valles. El entra-ñable metal con manivela que sirve para alejar y acer-car “la silenciosa luna blanca” que se retuerce y fija sus ojos saltones a la espera del momento de liberación. Y El Despertador, es un canto a las cualidades memorables de un cierto despertador tomado de sus recuerdos de infan-cia, cuando la ansiedad de un día de pesca muchas veces

deseado, le mantenía en vigilia. Y muy temprano, antes que aquel cantara, ya el niño se re-encontraba con su río, el suyo, el de sus confidencias, el de sus grandes alegrías.

En la memoria retengo el grandespertador y su esfera con númerosgrandes y negros que presidían el silencio de la noche. (Fragmento)

El despertador

Finalmente, el poema Aliento es su confesión esencial como el fuego ondulante que crepita en la recordación. ¿De qué está hecho el poeta-pescador? En sus palabras: “… Absorbía la naturaleza, me llenaba de éxtasis la can-ción de la espuma, el grito doble de las corrientes y la paz perdurable de los puentes de piedra…soy eterno deudor, de las noches de verano, del canto del mirlo en la fronda espesa, del perro que ladra en la distancia y del tren que silba en la lejanía…”. Y para hablar de la esen-cialidad de sus fantasmas está el poema El Túnel, donde menciona los de la infancia, el túnel de la casa al colegio, el maestro, las derrotas hechas calificaciones mil veces redimidas con la pesca de un gran espécimen aplaudido para bien de la propia valoración. Y el poeta-pescador hace el réquiem a su túnel para desgarrarse y reponerse en la cuna de una evocación infantil.

Beatriz Calvo C. La Jagua, 18 de Agosto de 2013

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Ensayos

donde Empieza La Poesía

He pensado que la filosofía es unaherramienta útil y necesaria parael alma. Como la caña lo es para pescar. He seguido la estela de laespuma con la esperanza de saberdónde termina, y sé que lo hace allí,donde quizá empiece la poesía.

Lealtad Y Felicidad

De mis amigos de entonces algunosdejaron la pesca con caña y vivieronla noche. Algunos no volvieron nunca más a un río. Yo no he dejado de ir desde mi niñez. Y ya está muy lejos. No he dejado nada que verdaderamentehaya merecido la pena. Soy leal a miscompromisos y fiel sólo a mí mismo.

Poeta Español Jesús MelladoPerplejidad

Llovía y bajaba el agua a gran velocidadjunto al bordillo de la acera. El niño improvisó una ramita como si fuera un barco y la siguió corriendo calle abajo. Hasta que una cloaca profunda y negra se la tragó de golpe. Se quedó mirando, perplejo. Y cuando se dio la vuelta, ya había dejado de llover y era viejo.

de Espaldas Al Mundo

Toda la tarde pensé en la extraña orfandaddel alba tendida sobre el verano y sobre los atardeceres de caña que dibujan la niñez.Y el antifaz recuperado de la noche, y si meapuras, te diré que el secreto de la infanciaeran los tebeos y las colecciones de cromos.El Cid Campeador era una de las que empecéy no sé si llegué a terminar, pero es de la quemás me acuerdo. Quizá entre los espejismosde la niñez brilla con entusiasmo el espejo donde quedan atrás los hilos de coser con losque pescaba; hebras de color blanco y alfileresretorcidos, los anzuelos. De estudiar poco, nada.Pero de carpas sabía más que nadie y nadaba,creo recordar, como ellas, de espaldas al mundo.

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ciudad muy pecadora, la castigó Dios borrándola del mapa, con el Terremoto”.

Sor Amalia de la Resurrección

11:10 A.M

La mujer del boticario se sintió más sola que de costumbre y cayó en la cuenta de no haber es-cuchado cantar a los toches en toda la mañana.

Buscó la jaula con los ojos, vio que el sol ya daba en la poceta del tinajero y supo que eran más de las once. Se-gisberto ya está por llegar y yo todavía tontiando con el almuerzo, pensó sin levantarse de la mecedora, mirando la inmensa jaula colgada de la viga del corredor. Pero no vio ninguna mancha amarilla sobre los balancines ni entre los barrotes del castillo de alambres. Jesús, gritó, y antes de darse cuenta ya estaba encima de la banquera, esculcando la jaula con ojos asustados.

Sintió entonces que volvía a respirar cuando descu-brió la mancha de plumas amarillas sobre el piso de lata. Pero estaban tan juntos y tan quietos que dudo que no faltara alguno. Catorce, dijo en voz alta, contándolos por tercera vez, tocándolos con el dedo por entre los barro-tes y decidió abrir la jaula para acariciarlos.

11:12 A.M

-Cerremos, mija, -dice Segisberto. La muchacha se hace la desentendida y sigue rotulando los frasquitos.

-Amalia- repite – te digo que cerremos para no tener que andar con afanes.

-Hoy, no, Don Segis- le suplica asustada- hoy no, por favor.

Déjate de escrúpulos pendejos dijo el boticario tra-yendo las trancas y ajustando el portón, mientras Amalia insiste en seguir untando almidón en las etiquetas ma-nuscritas, a pesar de la oscuridad que no deja distinguir las pomadas de los preparados, ni el color de las vasijas que identifican los menjurjes de los estantes, llenos de morteros, pomos y matraces, con lilimentos, colutorios y bálsamos.

-Me están temblando las piernas y me están sudando las manos- dice Amalia para explicar la tardanza, mien-tras siente cosquillas subiéndole los muslos, y escucha que le dicen cismática.

-Dígame, mija, ¿miedo de qué carajos?-

-Miedo de no sé qué,-dice por decir, porque ya está desnuda.- Un friito raro por aquí, en la boca del estóma-go, un retorcijón como de mal agüero. Y sube las manos para mostrarle el lugar donde siente ese cosquilleo tan raro.

-Chocheras tuyas, mujer- le contestaron riéndose.

11:14 A.M

Ester le dijo a Soledad, Soledad a Eufracia y Eufracia a Juanita que María Concepción había dicho muy brava que hasta que no terminaran las flores de la fila nueve del tapete, no se podían asomar a la ventana. El colmo del abuso, porque ni más faltaba que por ser la mayor fuera tan zarandaja .Si la del invento fue ella. ¿Y qué dis-tracción nos queda entonces? ¿Y qué daño hacemos con curiosear tantico por la ventana? Pero claro, nosotras de pendejas que le hacemos caso, porque si un día contes-táramos en coro: no, María Concepción, ni acabamos las flores ni queremos mirar por la ventana. ¡Que no sea abusiva, carambas! que ya estamos creciditas y nos tiene

Miguel Méndez Camacho Esto es lo que se llama

un día movido“… ese 18 de mayo de 1875, a Cúcuta, que era una

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Puro Cuento

aburridas ventaniar al boticario y a la vagabunda esa, y además, rezonga Juanita, torciendo la boca y las agujas, tanta vaina como si fuera castigo, si en resumidas cuen-tas no se ve nada. ¿Y es que quieres ver más, Eufrasia? ¿Te parece poco? No discutas, Soledad, que la mayor es la mayor. Mejor apúrenle que ya va a llegar la hora y nosotras cotorriando sin acabar las corolas.

-Bueno muchachas,-grita María Concepción,- ya pueden venir a la ventana que está por comenzar el es-pectáculo.

-No gracias, - contestan en coro sin levantar la vista de las lanas, sin intentar moverse de la banca que rodea el mango, que está en el centro del solar.

Con que rebeldes las señoritas, con que fuera de pe-rezosas, desobedientes. Debería darles pena. Pero la ver-dad es que mirar sola no tiene gracia, porque lo bueno no es ver lo poquito que se ve, sino imaginarse el resto con los comentarios de la Juanita, las risitas sofocadas de Soledad y los aspavientos de Eufrasia que siempre anda diciendo que jura no volverlo a hacer, mientras abre los ojotes que casi se le salen por la celosía que disimula la ventana.

-Que vengan, hermanitas, que hoy si se ve clarito, porque no corrieron la cortina de la trastienda.

11:15 A.M

A regañadientes se acomodó en la estera, mientras él respirando como asmático empezó a encajarse entre sus piernas, con la paciencia de quien ajusta las piezas de un rompecabezas.

Cerró los ojos, como siempre, para sentir más como decía, y por eso no vio la cara aterrada de Amalia que empezaba a dar gritos de loca, sin poder entender quién diablos les jalaba la estera. Sintió un ruido sordo, como el de un río abundado que empezaba a salirse de madre, exactamente debajo de sus nalgas, y quiso levantarse a la brava a bajar los frascos de los estantes y protegerlos bajo los mesones, como hacían cada vez que temblada, pero él seguía como si tal, contento, resoplando dichoso, con-vencido quizá que ella ya estaba llegando a su momento.

-Bravo-gritó- y la apretó con más fuerza. Y luego con voz entrecortada: Ijulíiiuuujuuliiiií. Pero al segundo gri-tico ya las varas del techo no estaban sobre los horcones sino sobre sus espaldas regordetas.

11:15 A.M.

-Eufrasia, Juanita y Soledad, es una orden, que vengan pronto, digo. Contesta un ruido de platos que se rompen

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en la despensa, de ollas y sillas y mesas que ruedan por los corredores, de adobes y tejas y vigas que se derrum-ban, pero María Concepción no quiere quitar los ojos de la celosía y no puede ver cómo el mango y las palmas y los mamones se hunden estruendosamente en la dura tierra del solar. María Concepción no se explica cómo desapa-recen los árboles y el corredor y la cocina y la despensa y los dormitorios y la casa toda entra hecha añicos en el hueco grande del solar donde estaban sus hermanas, que no tuvieron tiempo ni de torcer la jeta, como siempre. Lo cierto es que ahí está entera y firme todavía la pared de la sala con la ventana y la celosía con su curiosidad.

-Eso les pasa por desobedientes- dice y se voltea, con un mohín de desprecio, a continuar mirando ansiosa por la ventana.

11:15 A.M

No alcanzó a meter la mano cuando sintió que una ráfaga tibia le cruzaba la cara y la algarabía de los toches, queriendo salir al mismo tiempo, le hizo perder el equi-librio. Sintió que las piernas le fallaban y se agarró de la jaula con desesperación. Me desmayo, pensó, mientras una nube de plumas amarillas le aleteaba ante los ojos, antes de saber que la jaula no podría sostenerla. Tam-poco supo que también a la banquera le temblaron las patas por su cuenta y que ni la viga del corredor pudo quedarse quieta.

Quedó con los ojos abiertos entre un cerco de alam-bres y plumas, con una mirada idiota y rabiosa hacia el cielo del patio. No alcanzó a sentir miedo, porque al se-gundo remezón ya tenía partida la nuca y la tristeza, de haber sido engañada.

4:30 P.M

Amalia le dio varias vueltas a la plaza del Cují gritan-do padrenuestros que terminaban en avemarías, respon-diéndose letanías con vulgaridades, cubierta solamente por una mancha de mercuriocromo que le cruzaba las nalgas y una tintura verde para los orzuelos de la cintura para arriba. Y luego de recorrer a trote los escombros, llegó hasta el puesto de la Guardia Nacional donde esta-ban inventariando muertos y desaparecidos, para decir con voz tembleca: otro que se templó fue Segis.

Y luego, arrepentida: Don Segisberto, el de la botica, cuéntenlo también por muerto.

Dicen que dijo Amalia, en un bohíoconvento del Catatumbo, que para el boticario lo del terremoto se le confundió con gozadera, porque cuando pudo zafarse de tantas tablas y tejas y armarios y algodones, tinturas y frascos, vio la cara de Segisberto sonriéndose con picar-día, aunque ya debía estar muerto.

Vive todavía entre el grupo de chifloretas dedicadas a la pacificación de los motilones. Se llaman entre sí las Iluminadas de la Resurrección, pero los colonos les di-cen simplemente “las temblorinas”.

Cuentan que está vieja y gorda y triste; con decir que es la madre abadesa era suficiente. ¡Lástima!

María Concepción García y Colmenares tuvo mejor suerte. En la desesperación de la catástrofe nadie reparó que duró varios días pegada a la única celosía de la única ventana de la única pared que quedó en pie en toda la cuadra. La salvó el nuevo remezón del 23 de mayo que le aplastó la ventana en la nariz, porque si no, como es-cribió un historiador, de seguro hubiera terminado loca.

Lecturas Dominicales El Tiempo, V-18-75

MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO. Con este cuento (Esto es lo que se llama un día movido), publicado en Lecturas Dominicales de EL TIEMPO en 1975, y que muchos años después (2003) aparecería en el libro La Alegría de Escribir, publicado por la Universidad Ex-ternado de Colombia, comencé mi viaje por la obra de Miguel Méndez Camacho. Ya le dediqué un número de la revista a su obra poética. Leamos ahora uno de sus más espectaculares cuentos.

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Puro Cuento

Después leí en el periódico que el tipo del male-tín grande, como de mi edad, al que se le pe-dían los libros por suscripción y que siempre

se veía cansado y colorado como si llevara plomo y no li-bros en el maletín, era guerrillero. Y que el vendedor de paletas, un tipo que lo miraba a uno fijamente y entre-gaba las vueltas sin decir nada, también lo era. Y que los nueve artistas, sin incluir el mico tití que pensaba como la gente y el tigrillo que había muerto de panleucopenia y parásitos de los mismos de los gatos, y que eran de la nómina del cirquito “ARTISTIC”, estaban también en la nómina de la guerrilla. Eran los mimos que se presenta-ban en la carpa toda remendada que habían instalado en la placita donde hacían mercado cuando la plaza princi-pal estaba ocupada porque habían construido los palcos para las ferias y las corridas de toros, y debajo de las tari-mas estaban las fritanguerías donde me había dado pena que de pronto alguien viera al hijo del doctor por ahí hablando con las viejas de los toldos y me parecía que eso era como rebajarse, y cuando él llegó en el “Jeep” los primero que me preguntó aún an-tes de bajarse y casi sin haber abierto la puer-ta a través de la que yo pude adivinar en su camisa las líneas de la topa recién planchada que hacen que uno piense “esa ropa se la puso esta mañana”, y como llegó cuando estaba haciendo sol y en su cuerpo todavía tenía la frescura de la tierra fría y los ojos no se le habían acostum-

brado bien a la luz brillante de medio día y estaba en-candilado, lo que en cierta forma era como verlo bajar de una parte más fría (no digamos una nevera) a pisar esta tierra reseca mientras me decía que si había vendi-do gallinas y yo le respondía que no, que eso esas vie-jas no compraban pero la verdad es que yo no las había ofrecido en los toldos, debajo de los palcos; y como las Ferias y Fiestas pasaron, desbarataron toda esa armazón y volvieron a hacer el mercado en la plaza grande y el cirquito “ARTISTIC”, que tenía el aviso hecho a mano con pintura anaranjada en una lata vieja de caneca, se instaló en la otra placita y cada vez que la gente entraba a las funciones salía politizada y respirando el mismo aire de manera diferente; con la conciencia de lo que ha-cían, porque nadie volvía a ser el mismo después de vi-sitar el maravilloso Circo “ARTISTIC”, el que anunciaba por dos altoparlantes viejísimos el espectáculo extraor-

dinario del mico tití que era capaz de pen-sar como la gente y el mago que hacía que uno se pudiera ver tal como siempre lo ha-bía soñado y después ponían un disco todo ronco de una ranche-ra, y ese sol cayendo como gotas de plomo y las hojitas de las aca-cias llena de tierra se estaban achicharrando del puro calor. Pero la gente seguía entrando y no hacía mercado por ver las funciones y no habían pasado tres días de estarse pre-sentando cuando ya flotaba el malestar en el pueblo y no se de-cía pero se rumora-

Celso RománEl Maravilloso Circo “Artistic”

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Puro Cuento

ba y presentía el aliento pesado de una conspiración, los rostros tenían el ceño fruncido y las arrugas más pro-fundas, y el alcalde y el personero iniciaron la investiga-ción correspondiente y las indagatorias fueron a templar al circo. Diez carabineros rodearon la cerca de seis hilos de alambre de púas que evitaba que los burros de la pla-za se tragaran la lona y que servía al tiempo para colgar la ropa que los artistas lavaban por la noche. Ahí espera-ron a que saliera la gente a respirar diferente después de la función de las siete.

Cuando apagaron las luces del pueblo entraron el alcalde, el personero y cinco agentes con un secretario y una orden de allanamiento, para encon-trar a los diez artistas. Inclui-do el mico tití, sentados sobre la pista de tierra contando las ganancias del día a la luz de una “Coleman” de petró-leo. Todos quedaron como petrificados mirando las bo-cas de las carabinas mientras empezaban los cinco agentes, porque cinco se quedaron por fuera, a abrir los baúles y a desparramar los vestidos de lentejuelas de las dos bai-larinas, la capa de cuadritos de colorines de la gitana que leía la suerte y los atavíos del director, que era el mismo malabarista y domador del ti-rillo que se murió de panleu-copenia y de parásitos de los gatos, y que por estar ya muerto no pudo hallarse en el instante en que los nueve artistas salieron de su ensimismamiento cuando un ca-rabinero derribó al mico que se trepaba por una manila y lo mató en paro, aunque el primo Guillo dice que los micos son durísimos porque ellos le habían hecho como tres disparos con una dieciséis a un animalito de esos y que cuando al fin cayó, me dijo que le habían encon-trado dos perdigones en las pelotas, pero el artistas del “ARTISTIC” quedó atravesado de lado a lado y la bala pasó la carpa haciendo ver al director la necesidad futu-ra de un remiendo, necesidad que se vio postergada para un futuro incierto, cuando un agente abrió un baúl de cuero repujado con broches de oro y empezaron a saltar

consignas como si fueran ratones y salían y salían igual como cuando hurgábamos en los bultos de abono en el cuarto del motor, que empezaron a salir ratones de todos los tamaños y nosotros con don Desi y el chino Arnulfo y los tres perros reparta garrote hijueputa y los ratones salte y salte y trae de subirse por las paredes y nosotros bájelos y el perro “Titancito” ese sí que es cazador ve-rraco los cogía por el aire y hacía como si los mascara pero les daba dos o tres tarascadas y luego los botaba to-

dos babeados y con las tripas por fuera y eso que tenía una mano jodida porque cuando sacamos una maleta vieja de cuero al sol y la sacudimos, salió un ratón y dijimos “mire Tito” y el perrito se le botó pero se tropezó con la zanja y el ratón se metió debajo de un tanque y el pobre perro se puso a chillar y nosotros le decíamos “no chille Titi-co” que ahorita le hacemos un masajito” y le dimos un pan y fue cuando volvimos a meter el palo por entre los bultos de abono y empieza a salir esa ratonera tan arre-cha y nosotros grite y grite y ríanos no joda porque yo no sé por qué se reirá uno tanto cazando ratones y deles ma-dera y eso que se escaparon una docena porque el perro “Guaré” y a la perrita “Tina” les daba como asco morder

los ratones, y la perra los cogía por la cola y los zaran-deaba y los botaba rápido como si dijera “que asco” y le diera como escalofrío y se le pusieron los pelos de punta cuando le corría el frio por la espalda como le corrió al director del circo cuando las consignas salían y seguían saliendo y se le olvido para siempre el remiendo en la carpa porque los policías se asustaron de ver esa vaina y empezaron a dar plomo sobre los nueve artistas del maravilloso circo “ARTISTIC”, que quedaban vivos, y el alcalde, secretario y personero estaban que lloraba del miedo y decían que esa gritería y todo ese mierdero era problema de orden público y que todo el mundo estaba detenido y el alcalde fue el primero que salió corriendo diciendo “caminen a la alcaldía hay toque de queda” , y

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los agentes dele patadas a las consignas que se escabu-llían por entre los tablones removidos y los vestidos de fantasía de bailarinas y payasos y rebotaban contra los uniformes y oprimían las gargantas de los carabineros y saltaban hasta la oscuridad de después de las siete y a medida que iban saliendo iban ahogando la guitarra de las chicharras y el violín de los grillos, y de calle en calle y de esquina en esquina llegaban las consignas a refrescar las de la gente que respiraba diferente: con la conciencia de los que hacían, y con la misma conciencia con que tomaron armas de cacería, cuchillos de cocina y herramientas para iniciar la rebelión y rodear esa luciér-naga en la noche inmensa que era la lámpara “Coleman” que ya se tragaba a llamarada viva la lona desteñida y remendada del maravilloso circo “ARTISTIC2 que por primera y última vez tuvo propaganda en la página roja de los grandes periódicos gobiernistas y ahí fue donde supe que habían capturado vivos, y bajo la acusación de ser guerrilleros, a los siete artistas del “ARTISTIC”, pues decían que habían dado de baja al “cabecilla” del gru-po (al fin y al cabo “cabecilla” y “director” vienen a ser la misma vaina para los informes oficiales), y a su más próximo lugarteniente: el Mago, dizque por oponer re-sistencia, aunque todos sabemos que la única resistencia que puede oponer un mago es la resistencia mental, y leí pero no decía que al mico también lo habían matado y, haciendo la cuenta, tampoco lo contaban como artista de planta. Ahí mismo leí que habían cogido al vendedor de libros por suscripción y al paletero, luego Gustavo

me contó que al sastre Nazario también lo tenían preso porque le había regalado como diez metros de popelina blanca a los muchachos de la concentración escolar que hicieron un poco de pancartas incitando a la rebelión que solamente pudieron sofocar cuando llegaron los ca-miones repletos de tropa y los “Jeeps” verdes con ame-tralladoras que disparaban unas balas como de un dedo de largas y eso y eso que yo tengo manos grandes, pero eso una de esas balas casi no le cabía a uno en la mano, y cuando el alcalde, que era también militar, habló des-de el balcón de la Alcaldía Municipal, tenía atravesado, del hombro derecho a la pierna izquierda, un cinturón de balas de esas pintadas de amarillo, azul y rojo como la bandera colombiana y había ahí, debajo de él, en esa plaza llenita, más soldados que gente del mismo pueblo porque todos los hombres estaban ya en la cordillera or-ganizando más gente con las armas que le quitaron a los carabineros que acabaron con el circo porque cuando una bala rompió la “Coleman” de petróleo la carpa se in-cendió y los cadáveres del director, el mago y el mico tití que era capaz de pensar como la gente, quedaron como puros tizones mientras a los otros siete los escondían en el sótano de la Alcaldía y por eso fue que cuando el ejército tomó el control del pueblo salió por el periódico que los tenían presos y los llevaban a la capital a hacerles consejo de guerra, y cuando el alcalde militar hablaba desde el balcón estaba así de nervioso porque en ese momento oyó el ruido del camión que se fue rapidísimo levantando una polvareda con los presos hacia la capi-tal para dejarlos allá y traer más refuerzos porque en la cordillera y la gente estaba enarbolando banderas rojas entre los cafetales y se rumoraban nuevos levantamien-tos y rebeliones al tiempo que el teniente-alcalde decía con voz trémula que se castigaría con la prisión a quie-nes fomentara el chisme y la calumnia y la gente se rio porque ya empezaban a temblar la tierra y a crepitar los muros con el pisoteo por cañadas, recovecos y caminos de herradura, de las columnas de alzados en armas que bajaban, de rojo embanderados, a imponer su propia ley.

CELSO ROMÁN. Bogotá, 1947. Escritor, médico veteri-nario. Finalista en el concurso de cuento promovido por el diario El Tiempo de Bogotá (1974). Ganador del concurso de cuento “90 años de El Espectador” (1978). Primer premio en el concurso de literatura infantil Enka (1979), con su libro Los amigos del Hombre.

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Puro Cuento

Don Teófilo Mojalud era el único de los ára-bes llegados a Purgatorio que pese a toda una vida de sacrificios y dedicación al trabajo,

no había podido adquirir fortuna. Vendía telas a crédi-to caminando a diario por el sofocante e interminable laberinto de las hirvientes calles del pueblo, donde las almas purgaban sus penas calcinándose bajo el fuego implacable de los rayos solares. Sin embargo el dinero adquirido en las duras faenas no era suficiente para ali-mentar a una familia compuesta por catorce vástagos, dos sirvientas, tres entenados y cuatro perros que al fin y al cabo no servían ni de adorno.

Viendo a sus paisanos progresar, adquirir dinero y posición, codearse con la flor y nata de la capital de la provincia y doblegado cada vez más por el peso de las obligaciones, la noche de un viernes santo decidió acor-tar el camino para alcanzar el mundo de sus sueños y en una loma pelada, donde no nacía ni el cardón, don Teófilo Mojalud le vendió el alma al demonio.

Casi al instante don Teo se convirtió en un ser omni-potente y llegó a tener todos los poderes de la tierra. Lo que nacía o moría era de su propiedad. Más aún, de él eran hasta los presentimientos. Tuvo tantos bienes que ignoraba los límites de su fortuna. Los vaqueros tenían que decirle:

- Don Teo, esas reses también son suyas -, cuando pasaba hasta cuarenta días y cuarenta noches recostado sobre los portillos contando su bien pastada vacada.

Pero pese a su inagotable y siempre multiplicada for-tuna, la felicidad no había sido total para “el todopode-roso” como comenzaron a llamarlo sacrílegamente los “lavaperros”, ya que en un pueblo donde una novilla se cambiaba por una tierna adolescente nadie recurría a sus favores. Primero porque se sabía a ciencia cierta que el dinero provenía de los tesoros malditos del demonio y segundo porque ya estaba corrida la bola de que don Teo era “gallo mócoro”.

Y así su vida transcurría normalmente en medio de agotadoras francachelas que terminaban convertidas en desaforadas orgías, hasta cuando un día se presentó en Purgatorio un gitano de bigote entorchado y rostro ru-bicundo como gallo de pelea que le vendió una hermosa potranca que don Teo llegó a acariciar con una cierta inclinación sexual.

Posteriormente, en una ceremonia pagana que le cos-tó sus buenos reales, el cura de otro pueblo bautizó a la potranca con el fatídico nombre de Cleopatra, porque, según decía, desbordante de orgullo el excéntrico millo-nario de riquezas prestadas, Cleopatra era “bella como una reina”.

- ¡Qué impresionado me tiene este animal carajo! -, exclamaba cada vez que le pasaba con amor y ternura la palma de la mano a lo largo del espinazo a su querido animal.

- Hay que bañarla con leche -, le ordenó a la servi-dumbre, quienes comenzaron a sumergirla en los líqui-dos perláticos de cincuenta ordeños.

Cleopatra se dejaba montar de Jenequén, el eterno do-mador de bestias que dicen que hasta enjaezó a Palomo cuando Simón Bolívar de la Santísima Trinidad acampó sonámbulo en Purgatorio casa de las Campillo, pero no se dejaba montar de su nuevo dueño. Entonces don Teó-filo insistió con tanta obstinación que Cleopatra terminó por propinarle una certera coz en la tetilla izquierda que lo mandó a tres metros de distancia convertido en una gelatina inerte, flácida y transparente.

Sus familiares lo recogieron rápidamente del patio y lo condujeron hasta el pulido catre de cuero crudo don-de había procreado su prole.

El pueblo se dio por desentendido de la tragedia y en los primeros momentos nadie se hizo presente en el velo-rio porque sabían con certeza que de un momento a otro

Rafael Vega Jácome Cuando el Diablo se llevó a Don Teo

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llegaría el demonio a co-brarse el alma del perdedor.

- De que llega, llega -, afirmaban los expertos en transacciones demoníacas.

Y cuando Anillo, el car-pintero, se negó a fabricar el ataúd, se presentaron momentos de verdadero dramatismo. Afortuna-damente la sola presencia de los entenados, rula en mano, le hicieron recordar al artesano los chivos que don Teo solía degollar bajo la sombra de los naranjue-los para engullirlos crudos con gula incontenible.

El carpintero quedó en-tonces tan convencido de las bondades de don Teo que hasta llegó a rebajar en el precio del pompo-so sarcófago de cedro con incrustaciones de crisocal escogido por sus descen-dientes para darle cristiana sepultura.

El cadáver fue colocado en el ataúd elegantemente vestido con corbatín de per-cal, camisa blanca de cuello duro con abotonadura de hueso de ave del paraíso y un pantalón a rayas de paño inglés con el que don Teo había entrado al país cuando emigró del Líbano.

Su mujer levantó lentamente la tapa de vidrio de la caja mortuoria cuando el ventilador del techo se detuvo porque la luz se iba a esa hora para dejar descansar al enorme corazón de hierro de la planta eléctrica de don Pacho Villarreal que batía su insoportable torrente de ruido de seis a seis. Lo besó por última vez en silencio y le colocó en el cuello un escapulario de popelina carme-lita con la imagen del Corazón de Jesús para protegerlo en su largo e interminable camino por el nebuloso sen-dero de la muerte.

Latife Eljay de Mojalud, una turca monumental de carnes embutidas como sal-chichón mal hecho, caminó lentamente hasta la poltro-na matriarcal tapizada de terciopelo marcada con la forma de dos hojas de tré-bol por el continuo contac-to de sus enormes glúteos con la madera.

Dos de sus nietas recos-taron sus mejillas sobre el pellejo estirado de las des-comunales tetas de la viuda mientras el resto de los deu-dos observaba la conmove-dora escena con ese rostro rígido que la gente pone en los velorios por respeto a los muertos.

Los sollozos entrecor-tado de la viuda y la tropa de súbditos huérfanos no cesaba de repetirse, hasta cuando repentinamente, sorprendidos, se miraron mutuamente a los ojos pues les pareció percibir un ex-traño vaho de calor im-pregnado de azufre que era

demasiado fuerte como para compararlo con la explosión del fósforo cuando la viuda encendió las cuatro velas.

Pero la conmoción brutal solo se produjo unos mo-mentos más tarde, cuando las cuatro paredes del amplio dormitorio comenzaron a manar sangre a borbotones. Entonces el terror llegó a ser tan intenso, que Abraham, el décimo cuarto hijo de don Teo, casi muere tritura-do por la enloquecida turba familiar que se arremoli-nó contra la puerta del cuarto tratando de escapar del Buziraco.

Un sordo campanazo de cuarto de hora que sonó en esos momentos permitió que el tropel de deudos se percatara de la cercanía de la iglesia y entonces, los más osados, entraron a toda velocidad a la habitación y

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como tratando de salvar a alguien de un incendio, res-cataron el cadáver, lo tiraron boca arriba en el altar ma-yor y salieron disparados cerrando tras de sí la enorme y pesada puerta de ceiba roja de la vetusta parroquia, como alma que se lleva el diablo.

Casi simultáneamente los habitantes de Purgatorio se agolparon sobre la amplia plazoleta que se abría fren-te al atrio de la iglesia. Al principio solo murmuraron, pero luego comenzaron con las especulaciones y la vo-cinglería.

- Al fin y al cabo tenía que llevárselo porque el diablo da y quita -, dijo Cristo Cobre, erudito en asuntos del infierno.

- Además, comenzó a ser un turco miserable desde cuando hizo pacto con el diablo -, afirmó con énfasis María Ardila.

- Cuando pobre era amable y bueno y si alguien lle-gaba a su casa a la hora de la comida no se iba sin pro-bar un buen bocado -, dijo el Tiznao, el marañero más abusado de los barcos y las lanchas que surcaban el río.

- Cuando hizo plata vendiéndole su alma al diablo, prefería echarle los trozos de perdices, faisanes y pavo-rreales a la perramente, que ni se mosqueaba a hoci-quearlos porque pasaban más hartos que blanco marido de negra -, anotó Julio Pitica.

- Lo único que podemos hacer - agregó María La Larcón, - es rezar por su alma porque de que el diablo se lo lleva, se lo lleva.

- Pero no se lo ha llevado todavía -, replicó William Duarte con la voz ronca y fuerte con que amansaba a las burras.

- Sí, pero se lo llevará -, contradijo enfática La Lar-cón.

- Pero el diablo todavía no ha llegado -, murmuró una anciana sabia con rostro de corteza de árbol.

- Pero está que llega -, afirmó una voz que salió del fondo de la turba -, porque ya empieza a oler a azufre.

Y la confusión fue tal que en medio del dolor y la sor-presa a la viuda también le nació la duda y haciendo un esfuerzo supremo para no caer desvanecida, subió las escaleras que daban al atrio, se asomó cuidadosamente por una las rendijas del viejo portón del templo y fue allí, en ese momento, cuando quedó pálida para el resto de su vida, pues pudo ver al diablo en persona tratando de quitarle a su marido con un candelabro de plata el escapulario del Corazón de Jesús para poder llevárselo para los últimos tinajones del infierno.

RAFAEL VEGA JACOME. El hombre nació en Zambrano (Bolívar) hace 69 años. Ha sido periodista, editor y director de revistas literarias y periódicos en USA. Se hizo famoso en su pueblo por el cuento Historia de un envido del Señor que llegó a Catangalán vestido de Cachacolín, publicado en Puesto de Combate No. 4 de 1974. Ha dirigido revistas y periódicos en USA, así como también ha escrito varios libro entre los que se destacan Cuentos del Purgatorio.

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Como a mis hermanos los han desaparecido, esta noche espero a las orillas del río a que baje un cadáver para hacerlo mi difunto. A

todas en el puerto nos han quitado a alguien, nos han desaparecido a alguien, nos han asesinado a alguien, somos huérfanas, viudas. Por eso, a diario esperamos los muertos que vienen en las aguas turbias, entre las empalizadas, para hacerlos nuestros hermanos, padres, esposos o hijos.

Cuando bajan sin cabeza también los adoptamos y les damos ojos azules o esmeralda, cafés o negros, boca grande y cabellos carmelitas. Cuando vienen sin brazos ni piernas, se las damos fuertes y ágiles para que nos ayuden a cultivar y a pescar. Todos tenemos a nuestros nn en el cementerio, les ofrecemos oraciones y flores sil-vestres para que nos ayuden a seguir vivos porque los uniformados llegan a romper puertas, a llevarse nues-tros jóvenes y a arrojarlos despedazados más abajo para que los de los otros puertos los tomen como sus difun-tos, en reemplazo de sus familiares. Miles de descuar-tizados van por el río y los pescadores los arrastran a la playa para recomponerlos. Nunca damos sepultura a una cabeza sola, la remendamos a un tronco solo, con agujas capoteras y cáñamo, con puntadas pequeñas para que no las noten los que quieren volver a matarlos si los encuentran de nuevo. Sabemos que los cuerpos buscan sus trozos y que tarde o temprano, en esta vida o la otra, volverán a juntarse y, cuando estén completos, los asesi-nos tendrán que responder por la víctima. Si la justicia humana no castiga a los verdugos, la otra sí los pondrá en el banquillo de los que jamás volverán a enfrentarse a los ojos suplicantes de los ultimados.

Esta noche hemos salido a las playas a esperar a que bajen otros. Nos han dicho que son los masacrados hace varias semanas, los que sacaron a la plaza principal y ase-

rraron a la vista de todos. Quiero que venga un hombre trabajador y bueno como los pescadores y agricultores de por allá arriba y que yo pueda hacerle los honores que no le dieron cuando lo fusilaron. Mis hermanas tirarán las atarrayas y los chiles para no dejarlos pasar, uno no sabe si el que le toca es el sacrificado que con su muer-te acabará la guerra. Aquí todas creemos que nuestros difuntos prestados son los últimos de la guerra, pero en los rezos nos damos cuenta de que es una ilusión. Cuando traen ojos se los cerramos porque es triste ver-les esa mirada de terror, como si en sus pupilas vidriosas estuvieran reflejados los asesinos. Nos dan miedo esos hombres armados que quedan en el fondo de los ojos de los muertos, parecen dispuestos a matarnos también. Muchos párpados ya no se dejan cerrar y, dicen en el puerto, que es para que no olvidemos a los sanguinarios. Los enterramos así, con el sello del dolor y la impunidad mirando ahora la oscuridad de las bóvedas.

Algunos están comidos por los peces y los ojos des-aparecidos no dan señales del color de sus miradas. A muchos de los que nos regala el río y no tienen cara, nosotras les ponemos las de nuestros familiares desapa-recidos o perdidos en los asfaltos de las ciudades. Pe-gamos las fotografías en los vidrios de los ataúdes para despedirlos con caricias en las mejillas. Fotos de cuando eran niños, con sus caras inocentes. Las novias hacen promesas, las esposas les cuentan sus dolores y necesi-dades y las madres les prometen reunirse pronto donde seguramente Dios los tiene descansando de tanta san-gre. Las solteras les piden que les traigan salud, dinero y amor. Y cuando las palomas anidan en las tumbas es el anuncio de que deben emigrar para otra parte de Co-lombia o para Venezuela, España o los Estados Unidos.

Los primeros meses poníamos en sus lápidas las tris-tes letras de nn y debajo un número para que todos supieran que era un muerto con dueño, o mejor un des-parecido reencontrado. Cuando nadie viene por ellos y las autoridades también los dejan a la buena de Dios, los dueños de los cadáveres los rebautizan con los nombres

1* Refiere hechos ocurridos en Colombia, en distintas regiones. Primer premio del concurso nacional de cuento, 2008, sobre Desaparición forzada.

Jorge Eliecer Pardo.Sin nombres, sin rostros ni rastros1

A las amorosas mujeres colombianas.

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de sus muertos queridos. Es como un nacimiento al revés: parido entre el agua del río y lavado después en la arena. Les llevamos flores, les encendemos veladoras y les re-galamos rosarios completos y unos cuantos responsos. Todas sabemos que en cada rescatado hay un santo.

Los lunes nos reunimos en un rezo colectivo porque ya todas tenemos muertos y sabemos que están muy solos y que todavía sienten la angustia de haber sido degollados, descuartizados o ejecutados con desmayo en la humillación. El dolor produce una mueca que nos hace respetar más al sacrificado. A los aterrorizados les tenemos más amor y consideración porque uno nunca sabe cómo es ese momento de la tortura lenta y cómo enfrentaron las motosierras, las metralletas, los cilin-dros bomba.

Cuando oímos los llantos colectivos de las viudas errantes buscando a sus muertos, en peregrinación por las riberas, como nuevos fantasmas detrás de sus mari-dos, les damos los rasgos corporales y les entregamos los cadáveres recuperados. Lloramos con devoción y esa misma noche se los llevan envueltos en costales de fique, en sábanas viejas, en barbacoas o en los cajones simples que nosotras hemos alistado para los difuntos santifica-dos. Romerías con linternas apuntando el infinito con estrellas como pidiendo orientación al cielo para no per-derse en los manglares, tras la huella invisible del río. Lloran como nosotras la rabia de la impotencia. Cuando no encuentran al que buscan nos dejan su foto arrugada

porque ya no importa tanto la justicia de los hombres sino la cristiana sepultura de los despojos.

Nos hemos contentado con recibir y adoptar pedazos porque tener uno entero es tan difícil como el regreso de nuestros muchachos reclutados para la muerte. Ellos no volverán, mucho menos las noticias porque la guerra se los come o los ahoga. Cuando no se los traga la manigua, los matan las enfermedades de la montaña o el hambre.

Nos han dicho que no somos los únicos en el puerto, que en Colombia los ríos son las tumbas de los mise-rables de la guerra. Los viejos nos han dicho que siem-pre los ríos grandes y pequeños albergan a las víctimas, desde la violencia entre liberales y conservadores de los siglos pasados cuando venían inflados, flotando, con un gallinazo encima.

Al reemplazar el nn en la lápida por el nombre de nuestro esposo o hijo, la energía que viene del cemen-to es como la que sentimos cuando nos abrazábamos antes de la desaparición. Lo sabemos porque al golpear la pared y empezar las conversaciones secretas, después de las palabras, aquí estamos, no estás solo, nos llega un vientecito tibio como el calor de los cuerpos de nuestros seres inmolados. Los santos asesinados son los mismos en todo el mundo, en todas las guerras y nosotras lo sa-bemos sin decírnoslo. A algunas de nuestras vecinas les han dicho que se vayan del puerto, que busquen en las ciudades un mejor porvenir para los niños y muchas se

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han ido sin regreso posible. Entonces regalan o encar-gan a su muerto, a su Alfredo o Ricardo, a su Alfonso o Benjamín, para que los guíe y cuide en los largos y miedosos tiempos del errabundaje. Así el puerto se ha quedado con muy pocos niños y las adolescentes desa-parecen antes de que los padres las saquen de las zonas de candela. Por eso creemos que nuestros muertos, los descendientes sacrificados que nos da el río, reemplaza-rán a tantas familias que mendigan por Colombia. Mi esposo seguramente ha sido redimido por otra madre desconsolada, más abajo de aquí, porque hemos sabido que lo arrojaron desnudo y dividido, lo acusaban de en-lace de los grupos armados. Tendrá otras manos y otra cabeza, pero no dejará de ser el hombre que amaré por siempre, así me lo hayan arrebatado untado con mis lágrimas. Se me ha acabado el agua de mis ojos pero no la rabia. El perdón, el olvido y la reparación, han sido para mí una ofensa. Nadie podrá pagar ni reparar la orfandad en que hemos quedado. Nadie. Ni siquiera el río que nos devuelve las migajas, nos da la comida para vivir y nos entrega los muertos para no perder la esperanza.

Nuestro cementerio no es de desconocidos como pre-tendieron hacernos creer. Nosotras no pedimos a nues-tros muertos números de suerte ni pedazos de tierra

para una parcela, pedimos paz para los niños que aún no entran en la guerra a pesar de que a muchos de nues-tros sobrinos los han quemado o arrojado al agua. Los niños no llegan a las playas, no son pescados por manos bondadosas. Dicen que a ellos los rescata un ángel cuan-do los asesinan. El río los purifica.

Después de tantas noches de cielo hechizado, de tanto llanto contenido, mi hija ha quedado viuda. Por eso está conmigo esta noche en la orilla, rezando para que baje un hombre por quien llorar junto a nosotras. Más arriba hay chorros de linternas. Sabemos que cada uno tiene los muertos que el río buenamente le entrega. No im-porta que seamos un pueblo de mujeres, de fantasmas, o de cadáveres remendados, no importa que no haya futuro. Nos aferramos a la vida que crece en los niños que no han podio salir del puerto. A nuestras criaturas inocentes las hemos dejado dormidas para salir a pescar a los huérfanos de todo. Mañana nos preguntarán cómo nos fue y nosotras les diremos que hay una tumba nueva y un nuevo familiar a quien recordar.

Bajan canoas y lanchas. No sabemos si estamos den-tro de un sueño o nosotras flotamos despedazadas en el agua turbia, en espera de unas manos caritativas que nos hagan el bien de la cristiana sepultura.

JORgE ELiéCER PARDO Líbano, Tolima, Colombia, 1950. Escritor, periodista, director y productor de documentales sobre arte y literatura para la televisión pública colombiana. Profesor universitario y conferencista. Ha publicado, cuatro novelas, El jardín de las Weismann, Plaza & Janés, 1979, con ocho ediciones, traducida al francés por Jacques Gilard y adaptada bajo el nombre La estrella de las Baum por Caracol Televisión para la serie de autores latinoamericanos. Irene, Plaza & Janés, 1986, seis ediciones, traducida al inglés. Seis hombres una mujer, Grijalbo, 1992, colección Espejo de Tinta, dos ediciones. El pianista que llegó de Hamburgo, Cangrejo Editores, 2012. En el género cuento, destacan las publicaciones Las primeras palabras, Pijao Editores 1973, en coautoría con su hermano Carlos Orlando Pardo. La octava puerta, Editorial Oveja Negra, 1985, incluido en la Bibliote-ca de Literatura Colombiana, tres ediciones. Las pequeñas batallas, Pijao Editores, 1997, dos ediciones. Transeúntes del siglo XX, Ediciones Alcaldía del Líbano, 2007, dos ediciones y el libro de poemas, Entre calles y aromas. Pijao Editores, 1985, Premio Na-cional de Poesía Colombiana. Su obra ha sido incluida en diversas antologías internacionales, como Cuentos Hispanoamericanos, Colombia, edición bilingüe español-alemán, Erzählungen aus Spanisch Amerika, Kulumbien, compiladora, Erna Branderberger, cuento, Das Mädchen mit der weißen Haarschleife, Berlin, 1997. Cuentistas Hispanoamericanos en la Sorbona, Menaces, Compila-dor, Olver Gilberto de León, cuento, Cristina, Ediciones Mascarrón, Barcelona, 1983. Anthologie de la Nouvelle Noire et Policiere Latino-americaine, Cuentos Latinoamericanos, edición en francés, compilador, Olver Gilberto De León, cuento, Encore le bruit des bottes, traductor, Colette Yvergniaux, Ediciones L’Atlante Nantes, 1993. Antología da Novela Hispano Americana, edición en portugués, compilador, Rubén Bareiro Saguier, cuento, Cristina, Lisboa, 1987. Literaturas Ibéricas y Latinoamericanas Contempo-ráneas, Compilador, Olver Gilberto de León, fragmento de El Jardín de las Weismann, Ophys-París, 1980, texto de referencia en la Universidad de La Sorbona en el curso de Literatura Latinoamericana. Aparece en 30 antologías de diferentes géneros en Colombia, y en el 2008 con su relato, Sin nombre, sin rastro, sin rostro, recibió el Primer Premio del Concurso Nacional de Cuento. Blog: jorgeepardoescritor.blogspot.com

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Tampoco hoy se ha olvidado de sacar los dos viejos asientos. Viene haciendo sin falta lo mismo desde esa lluviosa tarde de mi muer-

te, cuando diciembre dejó por un momento de brillar y una lluvia menuda cayó sobre el levantadizo polvo de las calles. Desde entonces, saca todas las noches a la ca-lle los desvencijados asientos y permanece horas enteras absorto en el triste croar de las ranas en la charca. Pero la lluvia de esa húmeda tarde no ha cesado un instante de mojar la tierra de mi tumba, ni los marchitos mano-jos de nomeolvides que cada viernes deposita frente a la lápida.

Lo que no sabes sabe aún es que esta noche su lar-ga espera de nueve años ha terminado. Que mañana no volverá a sacar los asientos para recostarse contra la pa-red y sentarse bajo el alero a esperarme.

En su cuarto el tiempo lleva nueve años sin mover-se, detenido en las cuatro y cuarto exactas de esa última tarde decembrina; insinuada la hora en el tosco reloj de péndulo con forma de casa en el que quince veces al día oímos el fa-miliar cucú del jilguero de palo. El gigantesco baúl reposa todavía en el mismo sitio donde lo abandoné la tarde de mi muerte: a media dis-tancia entre la cama y el armario. Pero ni la serena inmovilidad de los años ha logrado preservar el lu-gar del tenaz deterioro de la polilla y las telarañas; el sigiloso adorme-cerse del polvo sobre los antiguos objetos queridos. A un lado del techo, en la pequeña repisa, des-cansa aún el oxidado daguerrotipo que nos tomaron el día de la boda: adustamente vestido él con su traje oscuro y su camisa con cuello de pajarita; envuelta yo en mi largo traje blanco, tocado el cabello con la pequeña mantilla de encaje y sosteniendo en las manos el ramo de azucenas. El viejo daguerrotipo, con las extrañas palabras escritas

en la madera del marco, que él compró a un forastero un día de mercado en la plaza y que ninguno de los dos pudimos descifrar nunca.

Esa tarde, cuando me acostaron en el ataúd con el mismo estrafalario traje que saqué del baúl momentos antes de la lluvia, y colocaron cuatro cirios en cada es-quina para empezar los rezos, mientras la casa se iba lle-nando de gente, él permaneció silencioso en medio del tenue bullicio de las jaculatorias que ahogaban el monó-tono caer de la lluvia sobre el pueblo. Y al día siguiente, cuando él y tres amigos cargaron el cajón hasta el ce-menterio, me parecía asistir por segunda vez al entierro del niño que había nacido muerto, cuarenta años antes, y era como si, desde entonces, adquiriera la certidumbre de que su vida sería en lo sucesivo como una esperada carta de la que alguien ha arrancado una hoja.

Por eso su vejez ha encanecido en estos nueve años tan presurosamente. Desde que se quedó solo en la casa y empezó a sacar los asientos, cuando el pueblo deci-

dió que había perdido el juicio, fa-tiga sus días dando vueltas por los cuartos atiborrados de muebles carcomidos, o dormita sentado en la mariapalito, en el patio, cerca a la mata de raspilla de donde arran-ca los nomeolvides que invariable-mente lleva a mi tumba los viernes. Espera así a que anochezca para po-der sacar a la calle los viejos asientos de cuero y empezar a espiar el ru-mor invisible de mis pasos, ese volar de un ángel, cuando camine hacia el asiento para sentarme y volverlo a acompañar como entonces.

Siempre igual desde la lluvia de mi muerte. Los meses anteriores, postrada en mi lecho de enferma, él cerró el almacén de baratijas que tenía aquí mismo en la casa y no escatimó esfuerzos para curarme. Pero la muerte es incurable, y yo lo sabía. Cada nueva mañana era sólo

Hugo Ruiz Una Mujer Viene Todas Las Noches

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el milagro supérstite de mi muerte aplazada. Por eso una tarde desempolvé de debajo de la cama el enorme baúl con la ropa de mis abuelos y de mis padres, protegida por innumerables bolitas de naftalina y me atavié con las pesadas y oscuras prendas del siglo pasado: altos cotur-nos, el sombrero negro con flores amarillas de terciopelo y el velo calado sobre el rostro macilento. Fue apenas un capricho de moribunda, pero él llegó en ese momen-to y se quedó mirándome desde el vano de la puerta, como si estuviera viendo a una remota y desconocida antepasada, hasta que, por fin, con un temblor reprimi-do en la voz, como si advirtiera ocultas intenciones en mi acto, dijo malhumorado: “Quítate ese traje ridículo, Visitación. El doctor te tiene prohibido levantarte”, y en-tonces supe descifrar los presagios de la lluvia que em-pezaba a caer sobre el pueblo, a refrescar ese caluroso e inolvidable diciembre de hierro, más transparente el aire por la noticia cierta de mi muerte inmediata. “Me estoy preparando para un largo viaje, Anselmo –dije- y debo hacerlo bien arreglada”, y así vestida, sin llorar, obser-vando su duro rostro compasivo, me acosté para seguir escuchando el eterno golpear de la lluvia en el techo de paja, indiferente a la huida precipitada de los pájaros. Desde entonces, no ha dejado un minuto de llover.

Hubo antes años de sol. La tarde que fuimos con Car-lota y Lucrecia al bazar de la iglesia. Recorrimos todos los toldos, vestidas con el uniforme del colegio de mon-jas, colocando a los hombres diminutas estampas de la virgen. Octubre florecía en promesas cuando noté que él me estaba mirando desde lo alto del caballo negro que montaba ese día. Se apeó y vino hacia nosotras, y en la sofocante confusión del momento en que yo intentaba ajustar el alfiler con la estampa en el bolsillo de su cami-sa, cuando creía derretirme en el calor angustioso del sol que ardía sobre el pueblo, sin poder acabar de asegurar la imagen, él dijo: “Regálame un ojo”, y yo traté entonces inútilmente de ver la pestaña caída. El esperaba mi res-puesta. Cuando señalé la mejilla izquierda sonrió: “Aho-ra ya no podrá olvidarme nunca –dijo- porque es el lado de la pestaña” y sacó del bolsillo un espejo.

Desde esa tarde fue por mí al colegio. Acompañados por Chabela y Lucrecia paseábamos al atardecer por el parque, a la sombra de los matarratones. Dos años des-pués, la noche del velorio del niño que había nacido muerto, él encendió un fósforo para prender los cirios, y cuando lo dejó caer sobre el candelabro vi que no se había apagado. “Lo están pensando, y no soy yo. ¿Quién otra puede ser?, y él se quedó mirándome como oculto

en el rumor monocorde de los rezos. Entonces apagó el fósforo de un soplo, y cuando, en las primeras horas de la madrugada, salimos a sentarnos en la barbacoa del patio, a recibir la fresca brisa de esa hora, se inclinó ve-lozmente sobre mí y me besó en la boca. Luego fuimos a ver otra vez al niño muerto, diminuto en su pequeño ataúd blanco adornado con flores, las manos cruzadas en el pecho y los ojos abiertos por los palillos. Y en el mortal silencio de esa noche su voz continuaba llegán-dome como llevada por el viento: “Ahora ya no podrá olvidarme nunca, porque es el lado de la pestaña”.

De esto hace casi cincuenta años. Y hace nueve que espera todas las noches mi visita, sacando los dos asien-tos, como en vida. Sumido en el silencio nocturno, los árboles mecidos por la brisa, olvidado por todos en el pueblo, espera. Pero no sabes que dentro de unas horas, cuando entre los asientos, se quede mirando las chuche-rías del almacén arruinadas por el polvo y la humedad, salga al patio y aspire la fragancia huidiza de los no-meolvides, todo el inmodificable ritual que cumple des-de entonces antes de acostarse, pensando: “Ella vendrá alguna noche por mí”, llegaré hasta su cuarto, descorreré las rasgadas cortinas, cruzaré con cuidado al lado del baúl que guarda la ropa de mis antepasados, y lo veré intentado una vez más comprender el significado de la leyenda del marco de herrumbrado daguerrotipo: Pour alors, comment souffrirons nous. Entonces mirará hacia el lugar que ocupo en el cuarto, sin verme; destenderá con cansancio las amarillas sábanas y se acostará para una nueva noche de espera. Pero no llegará, porque tan pronto lo sepa dormido, me acostaré en silencio, despa-cio a su lado, y sólo entonces dejará de esperar, cuando despierte y conozca la materia inasible con están tejidos los sueños.

HUGO RUIZ (Ibagué, 1941). En su biografía dice que fue periodista y otras tantas cosas, pero para mí tengo que fue un escritor íntegro que es lo importante, como importantes fueron sus libros. Lo conocí a finales de los años setenta, pero ya había escrito muchos cuentos y publicado otros tantos, en periódi-cos y revistas de Colombia y del exterior. Figuraba también en varias antologías: Nuevos rebeldes de Colombia (Montevideo, 1966), en la revista Mundo Nuevo (Buenos Aires, 1967), y en la antología editada en alemán por Horst Erdmann Verlag (Tubingen, 1987). Dirigió las revistas de literatura Astrolabio y Plural en Ibagué-Col. Entre los libros publicados cabe destacar su libro de Relatos Un pequeño café al bajar la calle, (1981), libro del cual se han hecho dos ediciones una de ellas por Pijao Editores en 1995.

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El viento la traía en sus hendijas, agazapada, si-lenciosa, voraz. Pasaba al lado de uno, invisible, y se quedaba en la piel, en los labios, entonces

el sabor de la tarde era diferente y había que salivar para librarse un poco de su presencia. Todo le pertenecía; estaba en todas partes. Las casas cerradas, las ventanas clausuradas a cualquier ojo, pero ella entraba indómita, libre de obstáculos, se podría decir que atravesaba las paredes, que utilizaba al sol, al aire, y se metía y hacía suyo los espejos, los cuales iban tomando una costra gris que impedía que la gente se viera entera. Era como si se estuviera comiendo a las personas. Lo supe un día que no pude peinarme completamente, sólo alcancé a ver media cabeza, la otra parte era una figura extraña que se extendía por la superficie del espejo. No dije nada a nadie. Nunca nadie dijo nada.

Se fue haciendo cotidiana, simple, como las gallinas que un día desaparecieron. Muchos decían que era im-portante para el pueblo, que mejoraría la vida de todos. Cuando los pájaros comenzaron a desviar su vuelo, estu-ve seguro de que no era cierto aquello. La soledad se iba apoderando de las calles, las puertas tapaban los huecos de las casas que siempre estuvieron abiertas. Una iglesia terca peleaba sola con el sol de las tres de la tarde, con una campana que llamaba a quien no iría a su encuen-tro; sólo el oxido se quejaba desde la torre que la veía venir en silencio, galopando en las fisuras del aire llega-do del mar.

El cementerio se fue llenando lentamente de tumbas blancas, con cruces artesanales de cemento, gente que iba perdiendo el nombre y se iba rezagando de la memo-ria de los que sufrían callados el embate de ella, la que se adueñaba de la tierra.

Un día de sed, metí mi jarro en el agua y un sabor a océano invadió mi boca. Escupí como pude. Allí es-taba, una fina capa en la superficie del agua. Salí a la calle a denunciarla al primero que viera, sin embargo, un ramalazo de sol ardiente me pegó en el rostro, una

Juan Carlos Céspedes AcostaÉxodo

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calle larga y solitaria se me perdió en los ojos. Por una esquina cruzó veloz un niño, creo, pues si me ponen a jurar, no estaría seguro de haberlo visto. Podría haber sido una visión, el efecto de tanta soledad y tanto silen-cio para uno solo. Me dejé caer en el pretil de la casa, un sudor pegajoso me corría por todo el cuerpo, un ca-lor que me disminuía, como si el objetivo fuera desa-parecernos, acabar con la resistencia de los habitantes del pueblo. Una anciana atravesó a la distancia la calle polvorienta, llevaba la cabeza cubierta con una cofia, o algo parecido; era una aparición, estoy convencido, pues no es posible evaporarse con sólo un cerrar de parpados. Allí estaba, ahora ya no…

¡Los Perros! ¿Qué se hicieron los perros? ¿Cómo pue-de haber una tarde sin un ladrido de perro?

Las casas comenzaron a quedar solas; cualquier ma-ñana sin gallos las ventanas fueron selladas. Todo estaba en su poder. No hubo despedidas, nadie quería explicar porqué se iba. Después las casas empezaron a quejarse por las noches con un lamento de lobo hambriento, y uno se aferraba a los trapos de las camas como único salvavidas en medio de la oscuridad. Las ventanas des-prendidas golpeaban las paredes como carcajadas y tuve la certeza absoluta que nosotros también terminaríamos vencidos y huyendo por el primer camino que aparecie-se a nuestros pies.

Al día siguiente toda la casa estaba cubierta con una fina capa blanca, los muebles de madera habían cambia-do de color; era ella afirmando que todo le pertenecía. Salimos de la casa, afuera la soledad había apretado sus espuelas y era tan espesa que no había voz para cortarla. A lo lejos vimos una familia empujando sus pocas cosas y un reguero de nostalgias como huellas marcando el rastro que otros no tardarían en seguir.

Por primera vez en mucho tiempo la campana estu-vo silenciosa, la iglesia había sucumbido con todas sus oraciones. El sacerdote, de quien nadie se acuerda ya, trancó por dentro sus misterios y huyó despavorido con su propio cáliz y un exorcismo fallido a cuestas.

En el parque asustaban, era como si nunca un niño hubiese trepado a sus columpios o bajado por el tobo-gán. Todo era herrumbre; su sello de poder sobre noso-tros. Jamás nadie caminó una plaza más solitaria como

ese día lo hice yo. Estaba tan solo que los árboles sin ho-jas miraban con sus ramas hacia donde no podían huir. Por primera vez no tuve sombra, era otra aparición más lista para la diáspora. Esa tarde todo estaba decidido, ce-rraríamos el corazón y partiríamos lejos donde el poder de la sal no nos alcanzara.

JUAN CARLOS CÉSPEDES ACOSTA (Siddartha) Poeta y escritor de Cartagena de Indias, Colombia. Abo-gado de profesión. Periodista freelance. Presidente de la Corporación Cultural Cartagena de Indias. Director de la Revista La UrraKa Internacional. Director del espacio virtual La Urraka Cartagena. Miembro del Pen Club Co-lombia. Coordinador del Taller Literario La Urraka Crea-dor del Festival de Poesía Erótica de Cartagena de Indias. Presidente del VI Parlamento Nacional de Escritores 2008. Consejero Distrital de Cultura de Cartagena. Cónsul en Cartagena del Movimiento Poetas del Mundo. Hace parte de la Asociación de Escritores de la Costa. Gestor Cultural. E-mail del autor: [email protected]

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Jimmy quería ser un jazzman. Quería una vida corta y la habilidad necesaria para tomarse el mundo en ese plazo. Para ser justos, Jimmy quería

ser Charlie Parker pero sólo pudo reunir el dinero para una trompeta, así que a la fuerza intentó parecerse a Mi-les Davis. Jimmy era en realidad un caso especial: si las historias donde sólo es necesario el amor y el deseo para conseguir lo anhelado fueran ciertas, sin duda Jimmy habría sido el mejor músico del mundo.

Nunca antes había visto a nadie así. Jimmy cruzaba de arriba abajo con su estuche de trompeta bajo el brazo todos los días, alejado de casi todo contacto con los de-más; eran sólo él y la música, y como yo también quería ser músico Jimmy se convirtió en el ídolo que debía seguir.

La primera vez que pasó con el estuche de trompeta bajo el brazo, estaba yo con mis amigos en una esquina del barrio. Hablábamos de tetas y culos conocidos cuan-do alguien dijo que Jimmy venía en camino. Jimmy era el vecino del que todos se burlaban; no era nada más que un muchacho flaco y tonto del que se podía prever ante cualquier burla una retirada. Tan pronto estuvo a unos pasos empezamos a gritarle “Músico, afíneme el instru-mento”, mientras nos tomábamos nuestra entrepiernas con las manos.

“¿Qué es eso?”, le pregunté cuando pasó a mi lado.

“Pues una trompeta”, respondió sin voltear el rostro. “Seré un gran músico, como Miles Davis pero blanco”.

Todos nos reímos, incluso yo que entendí lo del Miles Davis blanco. Desde hacía unos meses practicaba en mi cuarto con una guitarra que era de mi papá y un cuader-nito con canciones fáciles de aprender. También buscaba en Google los nombres de los mejores músicos del mun-do, y Miles Davis apareció allí. La página que encontré decía que se trataba de una de las figuras más relevantes de la historia del Jazz, eso lo recordé cuando Jimmy si-guió su camino sin despedirse. No sé por qué, pero estoy seguro de que mientras caminaba hacia su casa Jimmy deseaba ser sordo para dejar de oír nuestros gritos y risas.

Una noche oí el rumor de que Jimmy no sabía tocar. Yo acababa de ganar una competencia de guitarristas in-visibles. Estaba con mis amigos, bebiendo vino barato, oyendo música y haciendo el ridículo; el ganador se lle-vaba un vaso extra de vino que, por absurdo que parez-ca, me hizo sentir como una verdadera estrella de Rock. “¿Sí saben que Jimmy no sabe tocar? solo hace la mími-ca, lo vi en uno de los semáforos de la calle de los árabes. Del estuche lo que saca es una trompeta de plástico y una grabadora. Finge que toca y luego pide dinero”. To-dos se reían con la historia, menos yo que me imaginé en el lugar de Jimmy, con una guitarra de juguete, rodea-do de cientos de personas chocando y carros pitando en completa disfonía.

Miguel CastilloJimmy

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Lo que me pareció raro en Jimmy no fue esa obse-sión por ser músico, sino que a pesar de vivir a sólo tres casas de la mía jamás lo escuché ensayar. Para no per-mitir que mis esperanzas sobre Jimmy decayeran solía decirme a mí mismo que sus papás odiaban la música, que lo obligaban a practicar con un trapo en la boca de la trompeta. Sin embargo, y por más que me repitiera lo mismo, empecé a tener la necesidad de comprobar la música de Jimmy. Por esa razón lo invité a la casa. Le dije que yo estaba aprendiendo a tocar guitarra y que podríamos ensayar, hasta podríamos armar un grupo si nos entendíamos. Jimmy aceptó y fue algunas veces, pero en ningún momento tocó una sola nota.

“Aún no soy bueno”, fue lo que dijo cuando pedí que siguiera lo que yo tocaba. “Aún me falta mucho por aprender”.

Jimmy se vestía igual a esos niños que predican en los canales evangélicos. La única diferencia era que en lugar de la Biblia Jimmy llevaba bajo el brazo la trompeta. Por eso le pregunté por la ropa una vez.

“Es por las clases de trompeta. Si no me visto bien para ir a estudiar ¿Cómo voy a ser juicioso con lo que me enseñen?” me respondió. Luego agarró el CD que tenía en mi mano, y se fue dejándome con la sensación de haber hablado con mi mamá.

Como era de esperarse los pequeños rumores crecieron en el barrio, incluso algunos llega-ron a hablar de drogas. “Iguali-to a Antonio Banderas, sólo que con un estuche de trompeta lle-no de marihuana” dijo alguien en la tienda una tarde. Sin que yo mismo pudiera percibirlo, la leyenda de Jimmy y su música silenciosa creció tanto que los niños más pequeños empeza-ron a molestarlo y a gritarle los mismos chistes que mis amigos y yo le dijimos la primera vez que llegó con la trompeta.

“Lo verdaderamente impor-tante es la creación del sonido”, me confesó una vez que vino a oír música. Ahí comprendí que

Jimmy estaba tan seguro de lo que afirmaba que yo no podía dudar de él.

“Mira, la relación es entre la trompeta y la soledad”, dijo después de despedirse esa tarde.

Eso fue una iluminación para mí. Si Jesucristo qui-siera mandar a Dios a la mierda y empezar desde cero, esa sería la frase de partida. Por eso quería ser el primer espectador de ese Miles Davis blanco que él mismo ha-bía profetizado, quería ser el primero en decir, cuando nuestra banda fuera la mejor del mundo, que yo sí creí en Jimmy cuando nadie más lo hizo.

A pesar de lo que dijera Jimmy, sin una música qué oír mi confianza empezó lentamente a debilitarse. De ser el mejor músico del barrio, Jimmy pasó a convertir-se en un vegetariano que comía carne a escondidas. El ídolo que había levantado en su nombre empezó a caer y sólo yo podía hacer algo para evitarlo. Debía ser el pri-mer espectador de la música de Jimmy, y por esa razón esperé el momento oportuno para seguirlo sin ser visto.

En vez de ir a la universidad, como debía hacer cada mañana, me senté por varios días en una tienda frente a la parada del bus, atento a Jimmy. Como no iba a ningún lado, el dinero del bus lo gastaba en cerveza y cigarrillos.

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Eso dejé de hacerlo una tarde que Jimmy escapó porque subió a un bus y yo no tenía el dinero suficiente para pagar el pasaje. Sólo pude costear cigarrillos después de eso y como lo que hacía se parecía a las películas de detectives que veía en televisión, solía acomodarme un sombrero imaginario cada vez que sentía que me aburría.

Hasta que al fin pude alcanzar a Jimmy sin que él me viera. Subió a un bus y yo estaba tras él, parecido a una sombra. Jimmy jamás mira a las demás personas, tan sólo camina y mira al suelo. A duras penas solía mirar-me cuando hablábamos, así que pasar a su lado en un pasillo de cincuenta centímetros atestado de gente fue lo más sencillo. Tomé un puesto junto a la ventana que dejó una anciana, y Jimmy continuó atrapado entre la registradora y un grupo de niñas de colegio. El bus era un embutido con ventanas, y Jimmy parecía ahorcarse entre su estuche y los brazos en alto de los demás pasajeros.

Yo miraba por la ventanilla los edificios de cemen-to pasar en desorden, siempre feos, hasta que el reflejo de Jimmy cruzó por entre las torres que pasaban afuera. Oí el timbre del bus y luego vi a Jimmy bajar y empezar a caminar. Me levanté tan pronto las puertas de salida cerraron, toqué el timbre y lo seguí.

Seguí su rastro por entre carros de comida y bultos de basura, hasta que apareció una casona antigua, de dos pisos. Leí “Academia de música”, y la confianza en Jimmy volvió a surgir. Cuando cruzó la puerta recordé el comentario sobre Jimmy haciendo la mímica de un trompetista y pensé que ese sería un chiste del cual nos reiríamos los dos en el futuro, cuando estuviéramos de gira e hicieran la pregunta de cómo empezó todo. Un pasillo largo seguía después de la puerta de la calle, mos-trando un primer piso donde el sonido de guitarras y violines no paraban de circular por la casa. Vi a Jimmy subir por unas escaleras y yo hice lo mismo. Con cada paso que yo daba sentía que pisaba las teclas de un piano sin afinar. En el segundo piso lo único que vi fue otro pasillo que rodeaba la casa. Al final, justo al frente mío, una puerta se cerró ocultando a Jimmy. Casi al instante de cerrarse la puerta el sonido de un saxofón surgió de esa habitación.

No era Jimmy, por supuesto. Un saxofón no cabría nunca en el estuche de una trompeta. Así que caminé hacia la puerta, buscando una ventanilla de vidrio que veía incrustada allí. Cada paso mío era cubierto por la música de la casa. Y justo mientras me acercaba la trom-

peta de Jimmy empezó a intercalarse con el saxofón. No podía creer lo que oía. A ratos era el saxofón y a ratos la trompeta la que cantaba; era un duelo de vaqueros armados con instrumentos de viento.

“No debería estar aquí”, repetía en mi mente hasta que la puerta estuvo frente a mí y pude mirar por la ven-tanilla lo que sucedía, repitiendo aún, pero ya sin con-vicción, que no debería estar allí.

El saxofonista era un muchacho, casi de la misma edad de nosotros. Parecía un niño prodigio, pero quien dominaba la pelea era sin duda la trompeta. “Jimmy es Miles Davis” alcancé a decir antes de reconocer a otro tipo en su lugar.

Resultó ser un viejo, sin duda el maestro de la clase. Jimmy estaba junto a una ventana que daba a la calle, completamente estático. El pobre no quitaba la mirada de los dedos del viejo, y los dos que tocaban no se fija-ban en él. “La relación es entre la trompeta y la soledad”, había dicho Jimmy y desde esa ventana parecía cumplir sus propias reglas.

El duelo de práctica entre saxofón y trompeta paró casi al instante que empecé a mirar. El viejo llamó a Jimmy. Le pidió que agarrara la trompeta y Jimmy lo hizo; “está perfecta, inténtalo de nuevo”, fue lo último que le oí decir al viejo.

“Los músicos no hablan entre ellos, todo lo dicen con música” dijo Jimmy una vez y por lo que veía parecía cierto. El del Saxofón tomó el lugar de Jimmy junto a la ventana y guardó también silencio. Hasta la casa parecía haberse callado, como si en los salones de los dos pisos esperaran a Jimmy. Pudo haber pasado un minuto o más antes de que Jimmy humedeciera los labios y subiera la trompeta a su boca. Sus ojos se inflaron, pero del bronce en embudo salía nada más que vacío seguido de un rui-do indescriptible.

En una clase de la universidad un profesor dijo que los sinónimos no existen. “Una palabra y otra jamás dicen lo mismo”. Al principio creía que sólo exageraba para parecer más inteligente, pero con el tiempo com-prendí que decía la verdad. Por ejemplo, sonido y rui-do parecen decir una sola cosa, pero no es así; sonido quiere decir cualquier cosa que parezca armoniosa, por ejemplo el viento pasando cerca, o el mar golpeando la costa. Incluso el silencio, en ciertos momentos, puede

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considerarse como un sonido; en definitiva, un sonido es música en un nivel más simple. En cambio la palabra ruido es otra cosa, más cercana a una demolición lenta o un zancudo en la noche. Y eso fue precisamente lo que oí en el momento que Jimmy hizo sonar la trompeta.

Las mejillas de Jimmy estaban infladas, igual que los ojos. Sin embargó no logró nada, salvo un chirrido de globo muriendo. Agitaba los dedos sin orden y mante-nía los ojos cerrados. El del saxofón no dejaba de cubrir-se la boca con las manos. El profesor, al igual que toda la casa, seguía guardando silencio, esperando solamente a que Jimmy parara.

Salí sin saber lo que el viejo le habría dicho. Llevaba asistiendo casi un año y no había aprendido nada. Algo debió decirle el viejo después de eso, pero preferí no oír-lo. En algún lugar de la casa el piano de antes volvió a sonar. Cada paso mío fue marcado por cada tecla, hasta que una vez afuera la música de los demás estudiantes volvió a retumbar por toda la casa. La música parecía expulsada por los pasillos hacia la acera de enfrente, donde en ese momento pasaba una pareja de ciegos que caminaba despacio.

Yo también caminé, solo que sin rumbo. Después, cuando ya las clases a las que no fui debieron haber terminado, tomé el bus de regreso al barrio. En la tien-da pedí una cajetilla de cigarrillos. Luego, esperé a que Jimmy regresara. No deseaba hablar con nadie porque los músicos no lo necesitamos; solo quería ver a Jimmy pasar con su estuche de trompeta bajo el brazo, decidido más que nunca a practicar.

Compré los cigarrillos especialmente por Jimmy. No es que yo sea un gran fumador, la verdad solo lo hago cuan-do bebo. Imaginaba a Jimmy cruzando la calle envuelto en humo porque así son las fotos de los Jazzman que tan-

to admiraba, pero como él no fuma debía ser yo el que creara ese humo. Uno a uno los cigarrillos desaparecie-ron en figuras azules y basura arrojada sobre la calle. Solo cuando boté al suelo la última colilla Jimmy apareció.

Jimmy pasó y no había nada con él, ni siquiera humo. Bajo su brazo, donde antes había un estuche de trompe-ta, había solo aire. Eso, debo decirlo, me molestó. Jimmy no saludó y yo tampoco lo intenté. Por un momento pensé en mí mismo tocando una canción con una guita-rra sin cuerdas, hasta que Jimmy desapareció como un sonido cualquiera en el aire.

Un Jimmy sin trompeta no es nada más que un hom-bre acompañado de una soledad doble. Después de que Jimmy desapareció pensé una vez más en jugar al detec-tive; podría buscar y encontrar la trompeta de Jimmy. Podría incluso devolvérsela con una nota que dijera Para Miles Blanco. Pero por supuesto, no lo hice.

Cuando volví a casa ya era bastante tarde. Mamá me preguntó por mi día en la universidad y si tenía ham-bre. Le dije que todo salió bien y que ya había comido. Una vez en el cuarto me quité los zapatos y agarré la guitarra que dormía sobre la cama; cientos de veces ha-bía imaginado que ese diminuto cuarto era realmente un estadio repleto de gente aplaudiendo, sin embargo ahora solo podía ver una cama, zapatos en el suelo, un escritorio y ropa en el armario. Intenté tocar una can-ción que sabía de memoria, pero faltaba una cuerda así que dejé la guitarra en el suelo. Después, cuando inten-taba dormir, la noche tembló. Al principio cada cosa afuera parecía en su sitio, pero al poco pude sentir algo nuevo en el aire. Cerré los ojos para concentrarme y pude oír. Todas las vibraciones, los ruidos y sonidos del mundo se detuvieron. Sólo se oía una cosa, y era una canción compuesta de un silencio enorme y continúo que se repitió toda la noche.

MIGUEL CASTILLO (San Gil, 1985) Estudiante de Licenciado en Español y literatura de la Universidad Industrial de Santander. En el 2003 ingresó al taller literario Umpalá y en el 2008 se une al taller de escritura creativa RELATA-UIS Bucaramanga. Ha sido finalista en varios concursos nacionales de cuento, entre ellos el segundo puesto en el II concurso nacional de cuento La Cueva (2012). Publicó en el 2010 su primer libro, Peces para un acuario. También ha publicado en las antologías de cuento Demasiado jóvenes para morir (cuentos de la Generación del Abandono), Líneas de sombra (antología de cuentos del taller RELATA-UIS), Antología Nacional de Relata 2011, y el libro Ruidos en el techo (Nueva antología de cuento santandereano). Ha sido tallerista de cuento del programa Libertad bajo palabra, del Ministerio de Cultura, en la cárcel Modelo de Bucaramanga. Actualmente trabaja como tallerista del Plan Nacional de lectura y Escritura del Ministerio de Educación y el Concurso Nacional de Cuento RCN-MEN, y dirige el taller de cuento RELATA-UIS Bucaramanga. Tres hombres solos es el cuento que da el nombre a su segundo libro, publicado recientemente por Ediciones Universidad Industrial de Santander.

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Deseaba tanto tener un hijo que creó uno de papel y tinta. Decidió que tendría ocho años porque a esa edad los niños eran suficiente-

mente independientes y estaban aún lejos de la puber-tad, anclados definitivamente en la inocencia. Y escribió para él, mucho, demasiado.

Su niño era el protagonista de innumerables aventu-ras en las páginas de grandes libros de la literatura infan-til. Por eso Billy, así le había puesto, se codeaba con los corsarios de Emilio Salgari, conocía de primera mano a Tom Sawyer, era amigo personal de Huckleberry Finn, y había viajado a bordo del ganzo de Nils Holderson.

Billy era color crema, de pelo negro, con lunares tam-bién muy negros por todo el cuerpo. La primera vez que lo dibujó le salió tan real que esa noche no pudo evitar soñar con él. Acababa de terminar su primera novela: “Billy, ávido lector”. Cuando despertó tenía las bases del que sería el segundo libro de Billy.

Tras pasar varias horas frente a la computadora escri-biendo profundamente concentrada, sintió una risita a sus espaldas. Al voltear la cara le pareció ver que alguien se escondía detrás de la pared. Seguramente sus sentidos la engañaban, como otras veces, y resolvió verificar esta creencia. Para su sorpresa ahí lo encontró, pegado al muro.

Su piel de papel era del color exacto de la pared,pero sus trazos negros lo delataban. Estaba muy quieto y

por un momento pensó que, en uno de sus ata-ques de sonambulismo, se había levantado a

hacer ese dibujo, tan real. Su sorpresa fue a aún mayor cuando el niño ya no pudo

aguantar más y salió de su quietud con una sonora risotada.

Ella no supo si sentir temor o felicidad. Por fin tenía allí a su creación, era real, era su niño y le vinieron unas ganas inmen-sas de abrazarlo que vencieron al miedo. Primero le reprendió dulcemente y luego le dijo: “Te perdono si me das un abrazo”, al que él accedió reacio antes

de salir corriendo en dirección a la sala, no sin antes tumbar una taza de café negro sobre la alfombra.

Y es que en esos días des-cubrió que Billy iba siempre

haciendo regueros, dejan-do manchas de tinta a su paso.

Beatriz E. MendozaBilly, Ávido Lector

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De sus escasos abrazos le quedaban marcas en la piel y sus manos eran las que más se tiznaban, especialmente cuando resolvía acariciar su pelo azabache.

Billy era curioso y travieso y no comía. Por más que ella trataba de darle todo tipo de comida, él siempre la rechazaba y encontraba mil excusas para seguir color papel, flaco y desnutrido. Pero ella lo amaba así, porque era suyo.

Para tenerlo quieto bastaba darle un libro. Alguna vez intentó prender la televisión pero el pequeño no com-prendía el sistema y aseguraba que sólo veía una luz muy fuerte y oía sonidos indistintos. Y es que un niño de papel sólo entiende de letras.

Billy también aseguraba que la única voz que escu-chaba era la de ella. El resto de las personas le producían miedo pues veía sus bocas moverse sin que saliera ruido alguno. Por eso se escondía cuando su madre los visi-taba y, por más que la abuela lo llamara, él encontraba siempre algún recoveco de la casa para aplastarse y que-darse quieto.

Las novelas de Billy le habían dado la vuelta al mun-do traducidas a múltiples idiomas. Los niños de carne y hueso se obsesionaban con este personaje ficticio que sin embargo era real para ella.

El dinero no tardó en llegar pero ella le fue esquiva a la fama. Detestaba dar entrevistas, tan sólo lo hacía por teléfono, evadía siempre las preguntas sobre su vida privada y nunca asistía a una gira publicitaria. Muchas veces traté sin éxito de entrevistarla para el canal en él que yo trabajaba. La oportunidad se dio en el más ines-perado de los lugares.

Ella me confesó que hasta antes de crear a Billy no le encontraba mucho sentido a la vida. Su carrera de escri-tora por encargo no acaba de despegar y ya estaba por volver a trabajar de mesera en un restaurante, cuando un día resolvió que, así se muriera de hambre, escribiría sin parar. Y escribió sobre su otro gran sueño: tener un hijo. Fue así como Billy nació una tarde de abril pero en su parto no hubo pujos, sangre ni sudores, sólo bolígra-fos, lápices, papel y tinta, mucha tinta.

BEATRIZ E. MENDOZA, Nació en Barranquilla, Col. Estudio Comunicación Social en Bogotá y luego emigró a E. U. Ha publicado cuentos y poemas en las revistas Baquiana, Narrativas, Letralia y Puesto de Com-bate. Esa parte que se esconde es su primer poemario.

Luego conocí a su madre y supe que las cosas empe-zaron a complicarse cuando la desalojaron de su propio apartamento. Los vecinos habían soportado hasta en-tonces sus excentricidades: verla caminar por la elegante recepción del edificio con ropa sucia y manos mancha-das de tinta como dos guantes negros. Habían aguanta-do sus conversaciones incesantes a voz en cuello y sus gritos: “Billy, ven a comer” o “Billy, ven a bañarte”.

Pero no habían soportado que desde su apartamento se hubiese generado una invasión de ratas alimentadas de lo que Billy no consumía en su condición de niño de papel.

En casa de su madre las cosas tampoco habían me-jorado y aunque ya tenía planeados los tres libros si-guientes a escribir, la convivencia se hacía cada vez más insoportable para la anciana y con el dolor del alma no tuvo más remedio que llamar a la policía, al ver a su hija amenazándola con un cuchillo por haber recogido la co-mida que Billy no probó.

El dinero compra muchos silencios y por eso en el hospital no dieron aviso a la prensa de que la famosa escritora estaba en la sala de emergencias hablando in-cesantemente con Billy.

Cuando nos topamos en el pasillo por primera vez ella me dijo que nos parecíamos. En su momento no supe en qué. Pero después de una larga conversación que se con-virtió en entrevista supe que no sólo compartíamos el encierro, impuesto el de ella, voluntario el mío, sino que yo, al igual que ella, arrastraba sobre mí la ilusión de un hijo como se vuela una cometa, al viento.

Miami, Mayo 19, 2013

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En el fondo, ¿qué es lo que amamos nosotros, los hombres, en la mujer, sino que cuando se “dan”, siempre dan también un espectáculo?

Nietzsche

Todo era allí diferente. Desde el patio central de cantera donde se levantaban tres absurdas co-lumnas de granito rodeadas por una fuente

colonial, hasta las habitaciones, en las que había un ex-ceso de luz o un exceso de oscuridad, cortinas muy pe-sadas, colchones y almohadas extremadamente mullidas, rellenos de pluma de ganso, supongo. Cielora-sos abovedados consti-tuidos por ladrillos que iban formando círculos concéntricos cada vez más pequeños. Baños dignos de Pompeya, va-sos y jarras de cristal de Bohemia. Espacios, ven-tanas, muros, cuidadosa-mente calculados para que la incidencia de la luz o la sombra crearan cua-dros dignos de Velázquez a partir de las criaturas más vulgares. En la sala, rodeada por ventanales que daban a un jardín que parecía querer resu-mir la flora americana, bajo un gran vidrio, un entierro prehispánico, con huesos, puntas de obsidiana y cerámica prehispánica. Era notable que quien había diseña-do la casa pensó hasta en el último detalle. Sin em-bargo sus designios, su intención no logré pene-

trarlos. La habitación que nos asignaron tenía un aire de santuario o de cárcel, rejas de hierro forjado, paredes muy anchas, candelabros de bronce. Las sábanas de un algodón delicadísimo, una alfombra de tejido suave en la que se hundían los pies, toallas de calidad insuperable. Todo parecía justo a la medida de alguien que no era-mos ciertamente mi marido y yo. Lo que destacaba so-bre todo era un anciano armario de cedro, de piso a techo, que tenía por puerta un espejo gigantesco, en el que se reflejaba casi toda la habitación. No conozco la razón por la que los espejos me ponen nerviosa, de algu-

na forma siento que me atrapan, que me atraen. Sé que la idea es de una vulgaridad vergonzosa, pero no puedo evitar sufrirla. No se trata de la simple vanidad que hace que me mire en mis largas soledades, pues, aunque soy bella sin escándalo, y algunos dicen que muy bella, no me ocupo demasiado de mí misma ni pierdo el tiempo maquillándo-me ni espero la fácil di-cha en el elogio de los demás. Soy más bien sumaria en mis nego-cios con el espejo y con el arreglo personal. Como muchas mujeres, doy al amor mayor im-portancia que a cual-quier otro aspecto de la relación personal. Amo a mi marido con una pasión que tal vez no al-cance ese nombre y que se relaciona sobre todo con las felicidades do-

Marco T. Aguilera Garramuño La Mujer y El Espejo

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mésticas, el tiempo compartido, el descanso de saber que cada noche yace a mi lado un hombre al que creo conocer y del que no puedo esperar nada deplorable. Me entrego a él con facilidad cuando durante el día he sen-tido que comparto una misión con él, cuando las cosas van bien en la casa, cuando sé que en mi marido hay un ingrediente que no podría hallar en nadie. Me abandono a él con resignación cuando mi humor no es propicio. Soy, por decirlo de alguna forma, disciplinada en el amor conyugal. Es algo como un apostolado, algo que tiene que ver con la familia, los hijos y la sospecha de Dios. Por eso me cuesta trabajo entrar en ánimo para hacer el amor cuando estoy fuera de casa y sin embargo, sé que me ruborizo al decir esto, es precisamente lejos de casa, en hoteles o lugares ajenos a los domésticos en los que me so-meto a los caprichos más extrava-gantes de mi esposo. O quizás deba decirlo, dejo salir de mi per-sona una permisividad absoluta, una capacidad insólita de provo-car situaciones escabrosas o por lo menos desacostumbradas. Le pedí a mi marido que nos fuéramos del cuarto, que huyéramos, que regre-sáramos a casa. Patricio sonrió mirando de reojo el espejo. Vi en sus ojos esa expresión de maldad juguetona que le conozco cuando está tramando sus fechorías. )De verdad quieres irte?, dijo ponien-do su mano en mi hombro y atra-yéndome hacia él. No pude evitar ceder a su incitación y acerqué mi cuerpo, que se plegó al suyo con la facilidad y el placer del guante qui-rúrgico a la mano del cirujano. Pa-tricio tomó mi nuca con poca delicadeza y cuando su boca se ad-hirió a la mía, sentí que yo era como un gran fruto en el que ese hombre goloso enterraba la boca. Patricio bajó su mano derecha por mi espalda, recorrió con ella mis vértebras una a una hasta llegar a la cintura, descendió hasta mis

nalgas y enterró sus dedos con deleite, hundiendo mi falda de seda y mis interiores en la entrepierna. Sentí que perdía el aire, miré a mis espaldas el espejo. Vi su cuerpo y el mío como si fueran ajenos, imaginé una es-pecie de batalla a la luz de una hoguera, había desespe-ración y deleite, rabia y amor, algo diabólico, inconfesable, en todo aquello, y sin embargo -pido per-dón por la tonteía que voy a decir- divino. )Estás segura que quieres irte?, preguntó de nuevo. Bajé los ojos y le dije que no. La verdad es que tengo unas ganas locas de quedarme. Por fortuna había muchas actividades pre-

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vias a nuestro placer: unas compras, la asistencia a casa de amigos, un par de conferencias, una obra de teatro. En eso y otros asuntos más olvidables se nos fueron los primeros días, en los cuales se reiteró la pasión, de for-ma algo convencional. De todos modos mi esposo y yo sabíamos que ese espejo que nos miraba casi burlona-mente estaba esperando el momento propicio para obli-garnos a hacer lo que yo ni me atrevo a soñar, o que si sueño, luego pierdo en la piedad en el olvido. Una sema-na se disipó. Yo continuaba inerme, esperando con in-quietud y emoción lo que tenía que pasar. Patricio seguía en sus actividades y no se percataba o fingía no hacerlo, de que el espejo nos estaba esperando, nos acechaba, con risueña paciencia. Llegué a imaginar que detrás del espejo estaba un indígena, que quizás fuera el guardián de la casa, una criatura displicente que disponía de una perseverancia de siglos y una curiosidad malsana. Ima-giné que la casa ocultaba, en algún lugar, tal vez en el entierro indígena, la entrada a otro mundo, más sórdido y cercano a lo bestial, a lo que acaso en el fondo todos los seres humanos guardemos. A la octava noche, en la que los besos de mi marido me había inflamado hasta el ex-tremo, le dije, tratando de sonar lo más natural posible, que por qué no nos acercábamos al espejo. Desnudos los dos nos arrimamos al fuego bruñido y frente a aquel enemigo nos volvimos a trenzar en un abrazo febril. Cuando tuve aliento para hacerlo, después de haber sen-tido el poder pleno de mi marido en las partes más evi-dentes, le dije sin dejar de mirar nuestro reflejo: Pídeme lo que quieras, amor, estoy dispuesta a hacerlo. Patricio se apartó ligeramente, contuvo el aliento, me miró a los ojos y preguntó )estás segura? Absolutamente segura, le dije, haré todo lo que quieras, me dejaré hacer lo que quieras, absolutamente todo. Y entonces lo pidió, eso que nunca me he atrevido a hacer y que no creo que nadie, aparte de las mujeres de la peor vida hagan. Hice que Patricio se tendiera, yo me acosté sobre él, pero oh Dios, no como manda la naturaleza, sino en contra de toda regla, y él comenzó a devorarme y yo con furor de leona lo atrapé con mi boca y lo mordí y lo aspiré, afie-brada, desesperada, más total que nunca, definitivamen-te, y no quise ni respirar sino que me lo comí todo, todo, una y otra vez, hasta el fondo, con mi boquita delicada acepté su tamaño, su vigor, hasta que supe que venía a mí y ni aun entonces quise soltarlo. Él tampoco lo evitó, sino que se vino sobre mí, inmovilizándome con sus muslos, me convirtió en su puerto y ni siquiera entonces quise soltarlo y Patricio seguía casi rugiendo sobre mi

MARCO TULIO AGUILERA GARRAMUÑO. Nacido en Bogotá, Colombia y residente permanente en México des-de hace 33 años. Editor-investigador de la Editorial de la Uni-versidad Veracruzana desde 1979 a la fecha. Su historial es tan extenso que abarca cuento, novela, ensayos, muchos libros publicados y también premios importantes. Pueden buscar su nombre en Internet para una mayor información.

cuerpo y enterraba su rostro y se debatía como un perro rabioso y con su lengua me barría por completo y co-mencé a agitarme, a venirme en él, a desahogarme y ahí quedamos los dos fundidos como seres terribles fulmi-nadas por el mismo disparo, atravesados por una lanza enorme durante horas y horas y caímos a lado y lado, él con su cuerpo glorioso y relajado y yo con el sentimien-to de que al cumplir esa especie de mandato del hombre del espejo había comenzado a ser otra y que ya nada po-dría ser igual y que las pequeñas felicidades que hacen mi amor tendrían ahora un sentido distinto. Me levanté, fui al baño, me lavé una y otra vez, enjuagué mi boca con jabón y pasta dental. Cuando regresé Patricio seguía tendido en la alfombra con su cuerpo reflejando la luz del farol exterior y una expresión de virtud recobrada. Ya no quise abrazarlo. Al día siguiente no pude ocultar mi mal humor, mi desprecio por ese hombre que me ha-bía manchado de esa forma, pero seguí a su lado, fin-giendo la paz natural, aunque mi espíritu estaba en guerra, tratando de entender, de perdonar, de olvidar. El regreso a la habitación, después de las gestiones de cada día, sería a partir de entonces triste, lúgubre y el espejo, ya libre de nosotros, parecía inocente, pero yo sabía que en él residía un poder, el conocimiento de nuestro secre-to, y por eso lo depreciaba. Hubiera querido destrozarlo, pero no lo hice. Sería no sólo una falta de cortesía hacia nuestros huéspedes (que, debo decirlo, eran casi desco-nocidos: miembros de una nueva empresa que ofrecía turismo diferente), sino, tengo que decirlo, un acto co-barde. De alguna manera sé que tengo que vivir conmi-go misma, con mi esposo, con nuestras debilidades. Antes de cerrar la puerta el último día de nuestra estan-cia, Patricio (en cuyo rostro vi una angulosidad de pó-mulos que antes no había notado) y yo nos detuvimos frente al espejo. Mi esposo sonrió con esa confianza, con ese saber de brujo, de sabio, de imbécil, de taimado, que a veces confundo. Yo también me descubrí sonriendo. Supe que en esta vida, detrás de todo lo que sucede, siempre hay otra cosa.

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Puro Cuento

A finales de la primavera es cuando más florecidos están. Sus silenciosos senderos, tapizados por la continua caída de flores, se vuelven perfumadas mullidas alfombras rosadas. Ascendiendo sua-vemente por uno de los peatonales que toma a la derecha, en dirección opuesta al Fujiyama y su es-tatura sagrada, se llega, contados escalones, frente a una pequeña pagoda donde nativos oran intros-pectivamente, mientras se hacen humo sus varitas de incienso ofrecido a Buda. Un poco antes del par-que, en un kiosco, una anciana y su silencio, mirada oblicua, atiende a lugareños, turista y extraviados como yo. Vende helados, agua embotellada, bebi-das gaseosas.

Se ha vuelto costumbre que en aquel sector del jardín, en un trozo de terreno casi anónimo ubi-cado justo detrás de la pagoda, las jóvenes pare-

JAIME CANO Modelo 58. Nómada. Quindiano, con corazón caleño. Colombiano por terquedad, Latinoamericano por con-vicción. Fugado de Economía, U.N. Licenciado en Lingüística y Literatura, Universidad Distrital de Bogotá, 1995. Autor del libro Otro Juego, cuentos, del plegable Haikú, minipoemas, y de 100 Leyes de Murphy y Otros Principios de La Pareja Feliz …si tal cosa existe.(Perspectiva optimista). Galardonado en 8 concursos nacionales/internacionales, género cuento. Extallerista, exadicto, ex-quizofrénico, exconvicto, exposo, excritor. Amo, lucho, he vivido como 100 años… muero, renazco. [email protected] Cel: 314 824 3963

Jaime CanoEl Jardín de los Cerezos

jas de enamorados ejecuten un precario acto de fe. Después de disfrutar una paleta a dos bocas, entre discretos besos y monosílabas promesas de amor eterno, escriben sus nombres y sus ineludibles desti-nos en la pequeña madera a desechar. Voto u ofren-da, la entierran allí, entre el verdor, las flores, las abejas, el perfume, el silencio.

Hoy he regresado a este punto. Ahora más lleno de pulidas blancas tablillas escritas con los nombres del amor y su eternidad. También he comprado un helado de chocolate, mi preferido. Al final he escrito en la clara madera: “Amor, no imaginas cuanta falta me haces”.

Hoy, al final de la primavera, en el jardín de los cerezos, también he sembrado mi soledad.

ERON, Junio/2011

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Puro Cuento

He sido y seré siempre feliz.Siempre no quiere decir mientras

viva, sino eternamente. Jaime Jaramillo Escobar.

Era lo más parecido a una flor enjaulada.

Yo siempre la vi así, mas nunca me atreví a decirle pa-labras bonitas ni nada por el estilo, no porque le tuviera miedo a su belleza sino a su marido, el campeón nacional de lucha libre. A mí también me gustaba la lucha, pero no tanto como para irme detrás de “Pecho-de-lámina” a pedirle un autógrafo. Eso no gusto para mí. Yo prefería hacer cosas que no me exigieran mayor esfuerzo.

Mariám vivía en la calle 22 A, en el segundo piso del Edificio Monserrate. Todos los días yo pasaba por allí a comprarle la comida a mi perrita Crispeta, sólo por verla. Cuando iba para el colegio la veía en la ventana pintándose las uñas. Desde el comedor de La Casa tam-bién la veía. Es que ella era una tentación para mí. ¡Se-guro! Desde cualquier parte del mundo que la viera ella era linda. Así la vi la primera vez y así la seguí viendo durante el tiempo que duró el verano.

Un domingo que yo bajaba para La Casa, sucedió lo inesperado. Ella estaba en la ventana de su apartamento gastando las horas de ese domingo de estío, .mirando sin ver la calle desolada.

--¡Adiós, lindo! –gritó al verme pasar.

De la emoción se me cayeron las partituras de las canciones en latín que me había dado el profesor Arias para cantar en la iglesia, mas no hice ningún intento por recogerlas. Me quedé como una estatua de sal, lelo, ido, ensimismado.

--¿Cuándo los van a presentar en la televisión? –me preguntó, sacando su cuello de jirafa por entre los ba-rrotes de la ventana.

--Dentro de un mes. Eso fue lo que nos dijo el profe-sor Arias –le respondí. Levanté las hojas del piso y seguí mirándola.

--Yo no sé qué voy a hacer cuando empiece el invierno; el calentador de la ducha se me quemó --se quejó como ánima sola en desolado templo. Eso fue lo que verdade-ramente me hizo daño, que me hablara de su soledad.

--¡Cómprese un paraguas! –le dije para animarla.

--¿Por qué no sube y me arregla el calentador? –me pidió.

Era un domingo tan lleno de sol por todos lados que daban ganas que toda la vida fuera como el domingo…

--Más tarde vengo.

Después del almuerzo acompañé a mi hermano al Hipódromo, deseando que cayera una lluvia torrencial sobre la pista y todos los apostadores se quedaran con los crespos hechos; nada de eso sucedió. Mi hermano vendió boletas hasta la última carrera. Al anochecer regresé donde Mariám provisto de una llave inglesa y un destornillador. Mi fama de electricista empírico se había extendido por el barrio como un reguero de pólvora. Las señoras de la vecindad vivían solicitando mis servicios a cambio de unos pesos que me servían para comprarle la comida a mi perra Crispeta.

Mariám bajó a abrirme la puerta y subimos la escale-ra, ella delante de mí, meneando el trasero de la manera más escandalosa, envuelta en una levantadora de seda negra y yo agarrado del pasamanos para no rodar esca-leras abajo.

El apartamento era muy bonito, pintado de amarillo, alfombrado de pared a pared. Sobre la mesa del come-dor había una rosa amarilla y al fondo del pasillo una habitación, arreglada con esmero y el baño. Una jaula con canarios colgaba en la terraza del lavadero. Le pre-

Milcíades Arévalo La Muchacha de la Ventana

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Puro Cuento

gunté por el calentador. Hizo un mohín con los labios y me lo señaló un cuartico oscuro.

Encendí y apagué las luces varias veces, revisé el taco de la luz, los cables y al conectar el calentador funcio-nó correctamente. Para cerciorarme que todo estaba en perfectas condiciones repetí varias veces la misma ope-ración.

--Solamente era un cable mal conectado –le dije.

Quiso agradecerme por el trabajo con un café. No sabía cómo decírselo, pero, ¿qué iba a pasar si llegaba su marido y me encontraba en su habitación hablando con su mujer como Jesús en el templo?

--Juan Manuel; no mata ni una mosca –dijo y puso la cafetera en la estufa.

--¡Okey!

La detallé: no tenía más de treinta años. Sus modales eran finos y agradable su con-versación.. Tenía el cabello rubio, largo, el cuerpo esbelto, los ojos de avellana, el ros-tro bronceado por el sol. Le pregunté si co-nocía el mar.

--La semana pasada estuve en Santa Marta –dijo. Santa Marta estaba muy lejos para mí, pero debía fingir que mi familia podía darse cientos lujos:

--Haroldo prometió llevarme a conocer el mar, pero no creo porque ahora está pa-gando las cuotas de un equipo de sonido que compró –le dije.

La cafetera comenzó a silbar. Mariám fue a la cocina y regresó con dos pocillos de café y unas tostadas embadurnadas de mantequilla. Ya para entonces era como si fuéramos amigos de tiempo atrás, charlan-do tan cerca el uno del otro que yo podía sentir los pálpitos de su corazón que quería salírsele del pecho. Y sin embargo, ninguno de los dos hacía nada por impedirlo.

--¿Cómo te llamas?

--Alejandro, pero me dicen Alexandro.

--Bonito nombre para un chico.

--El tuyo es más lindo: “Mariám”. La boca se le llena a uno de miel y melancolía.

--¿Tienes novia? –me preguntó de soslayo.

--No tengo. Las mujeres son muy locas...

El aire olía a perfume. Por la calle bajaba un trole. En la casa siguiente regañaban a una niña. Unos mucha-chos pasaron cantando una canción de amor. Después todo quedó en silencio y tuve la impresión que por un instante los vecinos habían abandonado la ciudad por miedo a ahogarse y nos habían dejado solos, completa-mente solos en una ciudad de edificios vacíos. Me asomé a la ventana para cerciorarme.

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Puro Cuento

--Va a comenzar a llover con el tamaño de un miedo y muchas furias – le dije.

Se levantó a ponerle la caperuza de tela a la jaula de los canarios, apagó la luz del comedor y también la de la cocina; únicamente dejó encendida la de su noche-ro. Cuando Mariám volvió a sentarse a mi lado me di cuenta que todo a mi alrededor era amarillo, salvo ella vestida de negro de la cabeza a los pies.

Como yo no quería poner en aprietos a Mariám cuando llegara su marido, le dije que me iba antes que empezara a llover.

-- Mi hermano ya debe de estar preocupado por mi demore en volver a casa.

--Quédate otro ratico y jugamos dominó. Juan Ma-nuel está en un campeonato de lucha libre en Medellín y no volverá sino hasta que pierda el alma –dijo y comen-zó a soltarse las hebillas de sus zapatos.

Me gustaba mirarla porque formaba parte del paisaje de esa calle que no era mi calle. Ella estaría por siempre en todas las calles del mundo asomada a la ventana tan sólo para que yo la viera. Yo prefería la contemplación al goce pasajero, pero ella me abrazó contra su pecho como si tuviera miedo de quedarse sola. Olía delicioso. Lo mismo su pelo, su cuello, el nacimiento de los senos, las axilas, la pradera de su sexo, toda ella. Y cuando la tuve desnuda sobre su lecho y se tendió sobre su lecho de pieles, más parecía una rosa que una muchacha des-nuda.

Cuando las gotas de lluvia comenzaron a golpear en la ventana anunciando la llegada del invierno, nos asomamos a mirar cómo se iban formando los ríos que más tarde llegarían al mar. El mar quedaba muy lejos, a la orilla del trópico. Los hombres construían enormes barcos para cruzar el mar, pero siempre llegaban al mis-mo puerto. El puerto era el amor. Mariám era un puer-

to abierto al amor y yo un barco cargado de deseos. Tomé su cuerpo entre mis manos y navegué sobre sus olas, una y muchas veces, no queriendo llegar jamás a mi destino.

--Es tan difícil entender todas las cosas que hizo Dios –dijo con tristeza.

--La felicidad dura todo el tiempo que uno quiera –me respondió.

Me vestí lleno de dicha, casi cantando. Y cuando me despedí volví a besarla como si fueran los pétalos de una rosa.

La calle era un río de orilla a orilla, pero haciendo piruetas en medio de la oscuridad, atravesé la corriente. Tan pronto estuve en la acera opuesta, Mariám asomó la cabeza por entre los barrotes de su jaula y dejó oír su grito herido en todo el barrio:

--¡Adiós, lindo!

Ni al día siguiente ni durante el tiempo que duró el invierno volví a verla asomada en la ventana. Estuve triste una semana, pero tan pronto los días volvieron a ser luminosos, subí a llevarle la noticia que nos iban a presentar en la televisión.

--Ella se fue –me dijo Juan Manuel con un dejo de tristeza.

--¿Por qué? --le pregunté mirando hacia el fondo de la habitación vacía, quiero decir sin Mariám,

--Amaba tanto la lluvia que se fue con ella –dijo dándole golpes a una pera de boxeador que colgaba del techo. Le pedí un autógrafo y salí.

Desde entonces esa calle fue mía y el recuerdo de Mariám también.

MILCÍADES ARÉVALO. Nació en El Cruce de los Vientos (1943) Antes que aburrirse en un aula de clase hizo todos los oficios y le alcanzó el tiempo para navegar, hacer periodismo, vender libros en la costa, leer, trabajar en publicidad, escribir unos cuantos libros (Novelas y cuentos), dirige esta publicación desde hace 40 años y vive despierto las veinticuatro horas del día para no perderse un instante de los temblores del mundo. www.milciadesarevalo.escritor.blogspot.com / [email protected]

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Entrevistas

CoNSUELo TRIVIño ANzoLA

Por Marcos Fabián Herrera Muñoz

Leer cada uno de los cuentos de La Casa Imposi-ble equivale a asomarse a un precipicio para divisar las costuras por las que se asoma la perversión, la pesadilla y el desequilibrio de lo cotidiano. ¿Son los personajes de éste libro “seres amordazados que se rebelan y empiezan a desnudarse”, como lo reflexio-na uno de ellos?

En cierto modo, lo son porque se sienten oprimidos por unos mandatos y luchan por romper los límites que les asignan una forma en la que no encajan sus ansias, su deseo de ir más allá. Es lo que ocurre con la educación que mata en el niño la espontaneidad, la capacidad ilimitada de soñar. Lo que Freud plantea en El malestar en la cultura: la represión del instinto que nos convierte en seres civilizados. Pero no es menos cierto que si Alicia hubiera sido una niña obediente, cauta y prevenida, jamás hubiera atravesado el espejo para entrar en el país de las maravillas. Estos perso-najes buscan la pureza original, en últimas, añoran la infancia perdida y se rompen en su intento por des-truir los moldes que les imponen. He aquí una contra-dicción que exploran estos relatos escritos en distintos momentos de mi vida.

Cons

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Triv

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Anzo

la

Es la suya una voz alejada de los esno-bismos dulzarrones que pregonan lo femenino como etiqueta comercial. Sus

creaciones, equidistantes del averno y la ru-tina, transgreden la convención para poner de manifiesto lo coercitivo en nuestras vidas. Los seres que habitan sus ficciones se esfuerzan por escapar del pesado légamo que acumula el tiempo y que nos impone un mundo en sepia. Su vocación, tan vigorosa como su escritura, conserva la valentía de quien ha cincelado sus libros con la certidumbre del talento y el abrigo del silencio.

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Entrevistas

¿Son sus cuentos pócimas de exultante imaginación con seres despiadados que acuden al delirio para amainar la abulia de sus vidas?

Probamente sí, porque la vida como conjunto de ri-tuales sociales idénticos a sí mismos, repetidos hasta el infinito, es lo más parecido a la muerte. Sin embargo, hay seres que en ello basan su seguridad. De ahí la ne-cesidad de viajar que tenemos algunos seres humanos. Esto no significa trasladarse físicamente de un lugar a otro. La escritura es el viaje que emprendemos cuando nos lanzamos al abismo de la página en blanco. Cuan-do era niña exploraba selvas exóticas en los libros y algo de ese deseo de enfrentarme al misterio permane-ce intacto en mí.

¿En Prohibido Salir a la Calle, el apropiarse de la ni-ñez y su universo para construir una voz narrativa está determinado por la necesidad de valorar la adultez y la ciudad desde una óptica ajena a todo precepto moral?

Sin duda, la mirada de un niño es de lo más pura, porque aún no está condicionada por las rejillas teóricas e ideológicas que nos impiden acercarnos de manera di-recta a las personas y a la propia naturaleza. El procedi-miento más eficaz de dar cuenta del universo del hogar y de la novedad que representaba descubrir la Bogotá de finales de los sesenta, fue enfocar ese universo desde la mirada de la niña que vivía en mí.

¿El hacer de una niña la narradora de la novela es una deliberada apuesta para alcanzar la naturalidad y la escritura libre de artificios?

Eso que llamas “naturalidad “  y “escritura libre”, es muy difícil de alcanzar. La perspectiva de la infancia es la única vía de acceso que tuve a ese lenguaje que nos constituye. Además, es el resultado de un proceso largo y doloroso en mi búsqueda personal de una voz propia. En la distancia, cada palabra de la infancia, con el sen-tido que arrastraba y las sensaciones que traía, fue un hallazgo, una especie de catarsis. Por eso, esta novela es de las que más aprecio entre el conjunto de mis libros.

¿Qué importancia le concedió a la situación de permanente exilio y extranjería a la hora de iluminar literariamente la vida de Vargas Vila?

Mucha, porque como él me he sentido escritora en el exilio, pero compartía pocas cosas y rechazaba sus

novelas folletinescas, que tuve que leer para intentar desentrañar el sentido de su escritura y el efecto en los lectores de su tiempo. Sin embargo, algo del personaje me asediaba, el sentimiento de que no había sido trata-do con objetivad ni justicia por los suyos. Ese reclamo de Vargas Vila, esa ira que no daba tregua, motivaba mi búsqueda y también mis evasivas, porque la novela fue escrita veinte años después de haber presentado mi tesis doctoral sobre este personaje: una franja de tiem-po muy importante como para tomar distancia de él. Gracias a esta distancia pude desdoblarme y en cierto modo representar la teatralidad de sus maneras y sen-tir, como solo era posible en la atmósfera de la belle epoque, maravillosamente inspiradora. Pensemos en la chica de la película de Woody Allen, Midnight Paris, que se quiere quedar a vivir en ese tiempo… yo tam-bién sentí deseos de vivir en aquel tiempo y la escritura me lo permitió.

¿Se puede considerar la incomprensión y el desdén hacia el intelectual y el creador, como la Semilla que fecunda la ira en la postura contestaria de José María Vargas Vila?

Puede ser… porque Vargas Vila no tuvo ocasión de redimirse con el retorno a su tierra natal que siempre soñó. Sin embargo, no es una actitud generalizada en Colombia, si pensamos que a muchos intelectuales se les presta a veces demasiada atención. Núñez era poeta, además de político y fue la figura dominante del últi-mo cuarto de siglo en Colombia, el fundador del Estado moderno. Los Cuervo, y los Caro, que eran intelectuales, tenían mucho poder. La cuestión era ideológica: la ten-sión entre el espíritu expansivo de las fuerzas liberales y la opresión de un tradicionalismo de raíz católica ultra-montana que conspiraba contra los reclamos de justicia y libertad de las clases populares. Ahí es donde Vargas Vila ejerce su magisterio, entre las clases populares que lo aclamaban.

¿El lenguaje como escudo, la vida como testimonio y la novela como admonición, es la formulación poética que abriga La Semilla de la Ira?

La novela como artificio de dramaturgia, como pues-ta en escena de un periodo histórico no muy distinto del presente. No hay que olvidar que la novela trae al presente no solo a la persona y al personaje que se cons-truyó Vargas Vila, sino a los fantasmas históricos que no hemos superado. Yo esperaría que los lectores no vieran

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Entrevistas

solo a Vargas Vila, sino que pudieran verse a sí mismos y hacerse preguntas. En ese sentido, la novela pretende ser un espejo, no un reflejo.

Una de sus obsesiones investigativas ha sido la obra de José Martí, ¿Exige estos tiempos de incredulidad y autismo recobrar el pensamiento americanista de éste Cubano?

El americanismo de Martí es una defensa no solo de nuestro suelo frente a la codicia del capital extranjero, sino de nuestras raíces multiculturales, de nuestra iden-tidad mestiza, algo que en esta época globalizada está en peligro de desaparición (la vigencia de las preocupacio-nes identitarias). Pero la pregunta sobre quiénes somos y hacia dónde vamos, siempre tendrá sentido, porque es mucho más que un mandato ideológico, o consigna política: es una cuestión existencial. Desde esa perspec-tiva el pensamiento de Martí es trascendente y constitu-ye una referencia obligada, así no sea posible poner en práctica su ideario.

La crítica literaria en Colombia agoniza entre la asfixia editorial y el fárrago académico. ¿La inexistencia de interpretación y estudio es contraproducente para la literatura Colombiana?

La verdad es que a la literatura colombiana le ha hecho falta una acogida crítica rigurosa que se sitúe más allá de lo local, que la proyecte en los circuitos internacionales y por eso sigue siendo muy desconocida. Ese desdén por parte del los maestros lo viví en mis años de estudiante en la Universidad. Habría que citar a Juan Gustavo Cobo cuando habla de la “tradición de la pobreza” que no es otra cosa que una falta de amplitud de miras y de gene-rosidad intelectual por parte de quienes han ejercido la crítica de manera espontánea. Y es que solo los espíri-tus nobles y generosos son capaces de la admiración, lo

que puede ser el comienzo de una valoración estética. Lo que se siente en el aire es cierta mezquindad a la hora de reconocer los méritos de otros escritores…eso, a la postre, trae consecuencias tristemente nocivas para lo que entendemos como “literatura colombiana”. Por otro lado, se vive la necesidad de una postura crítica que con valentía cuestione los productos culturales del merca-do, que erróneamente trata de convencernos de que una obra tiene valor porque “se vende más”. Sabemos que es-tos son datos manipulados por el marketing. Por suerte, hay entre las recientes generaciones, grupos de trabajo que intentan desenmascarar esta impostura cultural, en el caso de Colombia, y que empiezan a expresarse en las redes sociales y en los congresos internacionales, como ocurrió recientemente en el XXXIX Congreso del Insti-tuto Internacional del Literatura Iberoamericana en Cá-diz al que asistí. El tema está a la orden del día.

MARCOS FABIáN HERRERA Nació en El Pital, Huila, Colombia en 1984. Ha ejercido el periodismo cultural y la crítica litera-ria en diversos periódicos y revistas de Europa y América, entre ellos Prensa Latina, Revista Universidad de Antioquia, Aurora Boreal, Alhucema, ómnibus, Puesto de Combate y Cuentosymas. Autor de los libros El Coloquio Insolente: Conversaciones con Escritores y artistas colombianos (Coedición de Visage - con-Fabulación 2008);  Silabario de Magia - Poesía (Trilce Editores - 2011). Varios de sus cuentos y poemas han sido traducidos al francés, italiano y el inglés y hacen parte de antologías publicadas en España, Colom-bia, Chile y Ecuador. Sus diálogos con escritores y artistas para la prensa cultural hispanoamericana, además de despertar febriles polémicas, le han reportado unánimes elogios y lo han ubicado como uno de los cultores más versátiles, documentados y agudos de la conversación literaria. Dialogantes es su segundo volumen de entrevistas con poetas, narradores y ensayistas de Hispanoamérica.

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Entrevistas

HERNÁN BoRJA, al pie de la hoguera

Clara Elena Baquero Santos1

Nacido en El Cairo (V), último municipio del norte del Valle en límites con el Chocó, es el cuarto hijo de trece de una familia de tradi-

ción paisa. Estudió la primaria en su pueblo natal y los secundarios en Popayán, Palmira y Cartago. Licenciado en español de la Universidad Pedagógica Nacional y ma-gíster en literatura hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo. Fue docente en colegios y universidades de Bo-gotá por más de veinte años, hasta que en el año 2006 de-cidió entregar todos sus esfuerzos a la creación literaria.

Para encontrar a Hernán Borja en un café del centro de Bogotá, ya es preciso citarlo expresamente, pues sus años de bohemia en que se lo encontraba con facilidad en cafés o en los lugares donde concurrían los intelec-tuales en agraz, parecen haber terminado. Llega puntual y después de algunos chistes y chismes, empezamos nuestra conversación literaria, expresamente encargada para la revista Puesto de Combate por Milcíades Arévalo.

“Al pie de la hoguera” es una novela que trata el tema de la violencia, desde diferentes aspectos ¿Cuáles son los principales? 

El tema de la novela es la degradación que produ-ce la violencia. Dicha relación causa-efecto se produce individual, familiar y políticamente. Nadie escapa. Para unos, las consecuencias son letales en sus condiciones de vida y de sobrevivencia; para otros, los victimarios, el resultado es el envilecimiento de la conciencia y, por tanto, la desazón permanente que termina solo con la extinción de la existencia. La narración muestra cómo no hay posibilidad de ser testigo incólume de una si-tuación de enfrentamientos generalizados y locales. Las campanas doblan por todos, como lo mostró Ernest He-mingway en su obra sobre la Guerra Civil Española.

El despojo de las mínimas condiciones de sobrevi-vencia trae como consecuencia la incorporación a la vorágine de fuerzas, con miras a eludir la propia elimi-

nación y la de otros en iguales condiciones. Dicha in-corporación surge de la conciencia de que es la única vía para defenderse; en los peores casos, el actor se vende al mejor postor. La violencia intrafamiliar que sufren algu-nos personajes, los conduce a una vida sin horizonte que culmina en la autodestrucción que producen los vicios, los amores venales y el suicidio.

Al pie de la hoguera no es un museo de la infamia. Está atravesada por actos de heroísmo, de solidaridad humana y de amor. Refleja también los procesos de la niñez y la adolescencia, experiencias juveniles de fra-ternidad y de disfrute de la vida, así como la bohemia intelectual. Permite, con estos elementos, contemplar el sol a través de las nubes.

¿Tiene alguna pretensión social esta novela?

Al pie de la hoguera tiene implícita una condena a cualquier forma de sojuzgamiento personal y social. Aunque no pretende ninguna modificación del statu quo existente en el país, sí propone una reflexión sobre la necesidad de cambiar un modo de ser nacional equi-vocado, el de que las diferencias se pueden eliminar a través del ejercicio de la fuerza. Con esta dirección es un llamado al pacifismo, al diálogo y a la tolerancia, como factores de progreso personal y comunitario; mediado, naturalmente, por la justicia social.

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1* Escritora bogotana, ha publicado cuentos y artículos pedagógicos.

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Entrevistas

Como cualquier actividad humana honrada, la litera-tura quiere servir para algo, no ser un ejercicio de mero regodeo. Es la posibilidad de contribuir al conocimiento del ser humano y de su manera de relacionarse con los demás para asumir las circunstancias vitales. Y si el lec-tor modifica, así sea mínimamente, su forma de pensar y de actuar, entonces la existencia del texto se justifica. Necesitamos del arte porque nos expresa de manera to-tal y ayuda a la comprensión de los marcos de la existen-cia; seguimos buscando al arte porque aspiramos a una vida consciente y plena.

¿En qué basó la novela?

Algunos hechos tienen relación con algunas viven-cias propias, aunque procuré universalizarlas para que cualquier persona de otras latitudes las pudiera conside-rar como suyas. La enciclopedia vital se nutre, en gran parte, de actos ajenos y, la intelectual, de las innúmeras fuentes en donde se formó uno como escritor. De esta forma, no es una novela confesional, ni tiene las caracte-rísticas de un diario íntimo; apuntaría a ser más una no-vela generacional, al apuntar a mostrar la vida de grupos de personas de la Colombia de los años 70 al 90.

El hilo narrativo básico empieza y culmina en El Cairo (V), mi pueblo natal. Sin embargo, las acciones se abren a otros espacios por imperativos de la cons-trucción de los acontecimientos. Los escenarios de la acción cubren varias ciudades del país; no son historias meramente locales, aunque tengan sus raíces en dicho municipio y la idiosincrasia paisa se me salga a chorros por la pluma.

¿Quiénes son los personajes? ¿Existen en la vida real algunos de ellos?

Existen algunos personajes colectivos innominados, contendientes en la sombra, que determinan el curso de los acontecimientos y de los actos de los protagonistas visibles. Organizaciones no precisadas que terminan de-cidiendo el curso de los hechos.

Los personajes visibles principales son el poeta, Chila y el Negro, tres hermanos atrapados en un triple enclave: el familiar, el del pueblo y el del país. Ellos son también los narradores de la historia. Por su intermedio, se entra en contacto con una galería numerosa de actores con la que se tejen las historias secundarias, construidas como cajones que se abren paulatinamente en la habitación donde se han refugiado los protagonistas. El conjunto

total de personajes permite una aproximación parcial a la Colombia de años de la segunda mitad del siglo XX, comprendido su medio rural y urbano.

Determinadas personas han servido de modelo para la construcción de los personajes, naturalmente transfi-guradas para los fines estéticos concebidos. En la novela existen muchos guiños para que se reconozcan personas de la población de El Cairo y de otras partes; muchas ya fallecidas. La escritura se origina, generalmente, del co-nocimiento real y propone también, a través de los per-sonajes, personas para el mundo, formas de actuación y derroteros para el pensamiento.

¿Es ‹Al pie de la hoguera› su primera novela?

Es mi primer libro publicado. Su elaboración duró cerca de diez años, pues la alterné con otros menesteres. Apareció bajo el sello Ediciones Sociedad de la Imagina-ción, colección Novelística Colombiana del siglo XXI; con artes de Feriva Impresores de Cali.

La novela participó de una presentación colectiva en la 26ª Feria Internacional del Libro de Bogotá, gracias a la gestión de la Sociedad de la Imaginación, que lidera mi editor Milcíades Arévalo. En el Cairo (V) en el marco de las Fiestas del Retorno la Organización Ambientalis-ta Comunitaria Serraniagua tuvo la gentileza de realizar su lanzamiento.

Actualmente, tengo bastante adelantada una novela sobre un bandido de la violencia clásica en Colombia (1945-1965); luego, en otra, exploraré los sentimientos en el erotismo.

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Entrevistas

¿Cuál es la génesis de su vocación literaria?

Leí fervientemente desde niño historietas, fotonove-las, relatos de pistoleros y periódicos, que circulaban de manera abundante en el hogar y en mi pueblo (existían negocios exclusivos dedicados al alquiler y venta de ellos). Ciertas obras censuradas, como las novelas de José Ma-ría Vargas Vila, circulaban profusamente, aunque fuera necesario esconderlas. Luego, las obras básicas del canon literario, gracias a la formación académica; finalmente, autores y autores, en una búsqueda incesante que me pro-porcionó mucho placer y algo de conocimiento sobre la peculiaridad del ethos literario. Así, como la mayoría de los lectores insaciables, desemboqué en la necesidad de la escritura. Testigo de la violencia partidista que azotó a la Colombia de sus primeros años, pienso que mi sensibili-dad se perturbó tempranamente ante el dolor y la muerte. No era extraño para los niños del pueblo, asistir al desfile de varios ataúdes traídos desde las veredas y enterarnos de hechos horrendos. Me refugié en el mundo de la fan-tasía a través de la lectura y las radionovelas, para escapar a esa realidad cruenta. A los quince años, la novela auto-biográfica de Jan Valtin (Richard Julius Hermann Krebs), La noche quedó atrás, activista sindical y agente doble en la Alemania nazi, me decidió por la escritura como vo-cación fundamental; cuando terminé de leer el libro, no pensé que tanta belleza fuese posible en medio del horror y me dije que si alguien escribió una novela de tal calidez humana, mi propósito sería emularlo. Desde entonces ya no hubo retorno y la creación de mundos de ficción se convirtió en la justificación de mi vida.

¿Es consciente de algunas influencias?

En principio, los hechos, las lecturas, las vivencias, los amores, las amistades, las expectativas de cualquier índole, ocupan su lugar en la escritura. El hombre es un ser racional, pero también pulsional. Ernst Fischer en La necesidad del arte hace hincapié en esa pretensión del arte de expresar la totalidad del ser humano.

En Al pie de la hoguera es posible identificar marcas proustianas. En especial, en la propensión romántica de retorno al pasado que condena a la inacción a uno de los personajes centrales, quien simplemente permanece en su espacio esperando la llegada del fuego que lo destruirá, abstraído en las vivencias pretéritas y en sus dolores in-dividuales. El progresivo deterioro de una situación hacia el desastre y la muerte colectiva, tiene ecos de La Peste de Albert Camus, pues acumula hechos sencillos de miedo que, paulatinamente, se intensificarán y terminarán tra-duciéndose en actos de barbarie. Los grupos que se inte-gran y desintegran en el transcurso de la historia, reflejan una influencia decisiva de Cortázar, autor de cabecera, a quien permanentemente leo: tiene una función catártica para quitarle trascendencia a los asuntos vitales molestos.

Hernán, en últimas, ¿qué ha sido la literatura para usted?

Sin ánimo de repetir a nadie, un camino hacia la fe-licidad, una manera de justificar la existencia ante el espejo y mirarnos con complacencia. Cuando se han buscado los senderos del arte y se ha sentido la necesi-dad de las letras, cualquier otra satisfacción vital se tor-na inocua e impertinente. El adentrarme en una obra representa para mí una experiencia fascinante; conocer un nuevo autor es como tener otra realidad que sumar a las ficticias ya exploradas y a la propia. Los mundos creados por las palabras son mágicos y nos permiten ju-gar a la invención cuando los recreamos con la lectura; lo sensacional es que cada lector recrea de manera dife-rente pues sus características personales lo conducen a ello; así, en cada lector los relatos tienen ecos diversos, todos ellos generalmente válidos. En cuanto a la escri-tura es casi igual, es abrir otra dimensión del cosmos, es construir un mundo que no existía antes de que uno lo configurase; y ese es un reto de altos quilates, es inelu-dible labor que exige el empleo de todas las armas para rendir esa fortaleza que muestre en su interior esa nueva realidad; y, de nuevo, es el lector quien validará o deses-timará esa pretensión creadora.

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Reseñas y Comentarios

EL FUEGo A ToDoS QUEMA Por Édgard Collazos

Borja, Hernán. Al pie de la hoguera. Santiago de Cali, Sociedad de la Imaginación, Colección Novelística Colombiana del Siglo XXI, 2013, 221 págs.

rentela. El hilo narrativo, marcadamente alineal, se conforma por los sucesos que se presentan en dicha situación, alternados con otros que son producto del recuerdo y unos más que son elaborados y represen-tados como estrategia de entretenimiento para elu-dir la situación externa.

En la acción principal, entonces, están estos tres personajes que van destapando ca-jones de sus vidas anteriores y cons-truyendo historias; las subhistorias están enlazadas por vasos comu-nicantes que son unidades temáti-cas (niñez, adolescencia, madurez, ideologías en confrontación, valo-res enfrentados de generaciones, visiones políticas y acciones indivi-duales y grupales). Los personajes a través de sus diversas peripecias, como en un aprendizaje vital, es-tructuran sus caracteres y los ponen en juego en la vida amorosa, social y política.

La novela empieza y termina en el mismo escenario, cuando el progre-sivo agrietamiento de la situación de riesgo en que han vivido, provoca una situación final sin retorno para el protagonista que finalmente no tomó una decisión para abandonar dicho espacio. La novela crea, pau-

latinamente, una atmósfera de pe-sadilla, dado la amenaza que sufre la casa por efectos de una acapara-miento de víveres y el conocimiento de la muerte lenta y colectiva que se ha instalado en el pueblo y el país, débilmente contrarrestada por al-gunas fuerzas; muerte colectiva pro-ducto de luchas partidistas tras las cuales se esconde la ambición por la posesión de tierra; muerte colectiva producto de la intolerancia moral y de la insolidaridad social.

El relato principal se ra-mifica en los recuerdos de sus pro-tagonistas, mediante las cuales se estructura un devenir individual, insertado en una recreación de épo-ca que evoca a grandes rasgos la si-tuación sociopolítica de los años 60 al 90 del siglo veinte en Colombia. Novela generacional que retrata una sociedad en búsqueda de su destino.

La novela tiene como tema la de-gradación que produce la vio-lencia. Examina tres instancias

de esa relación temática: degradación personal, familiar y social; empero, Al pie de la hoguera no solo revela una trampa donde ha caído una sociedad, sino también alternativas para dibu-jar nuevos horizontes en búsqueda de la felicidad y la concordia política. La acción principal inicia y culmina en un pueblo; sin embargo, se traslada por imperativos del desarrollo narra-tivo a una ciudad intermedia y luego a una urbe.

La forma de ser y sentir de las gen-tes de los diferentes espacios donde se mueven los protagonistas se refleja en la recreación de costumbres y conver-saciones; sin embargo, no es una obra costumbrista, pues las experiencias de los personajes tienen carácter univer-sal. La novela obedece al imperativo artístico de convertir vivencias indivi-duales en generales.

Al pie de la hoguera tiene como histo-ria principal las peripecias de tres per-sonajes partícipes de un triple enclave donde están atrapados; por un lado, un pueblo aislado del resto del país por efectos de una cruenta guerra civil; por otro, una familia separada de la pobla-ción a causa del acaparamiento de víve-res; y, finalmente, un trío de hermanos enclaustrados en una habitación como estrategia para repudiar a su propia pa-

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Reseñas y Comentarios

La novela tiene diversas miradas, surgidas de los personajes que son sus narradores; paralelamente, los espacios se abren a variados sitios y tiempos, hasta confluir en el pueblo donde se materializará la violencia que disolverá la conjunción fraterna. Los temas retratan la infancia, sus encantos, conflictos y mortificacio-nes; la adolescencia mirada desde la fascinación y la contradicción; los años de la juventud, sus luchas y con-quistas con el propósito de forjarse un rol social y una personalidad que propicie la felicidad; los avatares de la madurez y de la responsabilidad con los hijos.

La cosmovisión de los personajes abarca, por otro lado, la postulación de la noción de desfase, entendida como una desacomodación a la na-turaleza heredada social y familiar-mente, como un querer transgredir los límites impuestos desde afuera y con los cuales no se puede ser feliz. En este sentido, los desfasados son seres en tránsito, personajes que su-fren hasta alcanzar un nivel superior al recibido o al cual fueron arroja-dos por fuerzas ajenas a sí mismos. En ellos se encuentra la posibilidad del ser humano de ir más allá de sus circunstancias, explorando dimen-siones que le fueron sesgadas o anu-ladas. En la mayoría de los casos, los intentos por superar las propias cir-cunstancias, se quedan en arcadias que florecen en el inconsciente de los protagonistas: figuración de la inau-tenticidad de un país sin proyecto nacional, sin cartografía humana. Los personajes terminan unidos a núcleos donde su voluntad se aliena o caen en un individualismo lasti-moso, como uno de los protagonis-tas que en medio de la deflagración no ve más que sus propios fantas-mas amorosos.

Una imbricación de imágenes en espejos que a su vez son espejos de otros espejos, la narración formal-mente se disemina en relatos que comportan, cada uno, un aspecto de una entidad personal esquiva; el lec-tor se enfrenta a ese juego de repre-sentaciones donde la ficción dentro de la ficción es una estrategia para integrar la metáfora global de unos seres inmersos en unas circunstan-cias que los niegan a la vez que los potencian, que los anula a la vez que registra sus actos contra ellos mismos y contra el establecimiento. Unas luces últimas contra la degra-dación y el silencio, son quizás des-tellos de esperanza para sobrevivir en una sociedad hundida en el caos individual y social; en Al pie de la ho-guera varios personajes toman vías de hecho, obligados por las circuns-tancias políticas.

Las voces de los personajes se su-ceden sin transición unas después de otras como sus historias. No es, en este aspecto un relato plano, sino que integra al lector en la construc-ción de la trama, cuando une las acciones en cadenas narrativas. La novela construye mediante la com-plementación para dar una idea de la vida en sus diversas edades: así, de unos personajes se habla de su in-fancia; de otros, de su adolescencia; y finalmente, acerca de la vida adulta de otros.

En Al pie de la hoguera se quiebra la sintaxis sin atentar contra el senti-do. La puntuación cede el paso a las expresiones interiores y, por ello, son frecuentes los bloques de palabras sin puntuación, como improvisacio-nes de jazz que se lanzan al aire en pos de otros significados, a través de la búsqueda de percepciones sonoras interiores. Igualmente, los juegos de palabras, en los cuales el significado

no existe, a la manera de los juegos infantiles, buscan efectos musicales y remarcar lo que de lúdico e irra-cional tiene la existencia humana. Múltiples hablas recorren las pági-nas de este texto: unas brutales, otras atemperadas, muchas dolidas; pero, en las voces de los narradores es per-ceptible una gran carga de poesía, como si se hubiese querido conjurar la crudeza de algunas acciones con los destellos de la belleza.

Esta novela refleja los desequi-librios económicos nacionales que han conducido al país a una situación de permanentes enfrentamientos, el juego de las ideologías imperantes y los intereses partidistas, así como los rasgos de los núcleos familiares que soportan o estimulan la violencia.

En Al pie de la hoguera es posi-ble identificar marcas proustianas. En especial, en la propensión ro-mántica de retorno al pasado que condena a la inacción a uno de los personajes centrales, quien sim-plemente permanece en su espacio esperando la llegada del fuego que lo destruirá, abstraído en las viven-cias pretéritas y en sus dolores in-dividuales. El progresivo deterioro de una situación hacia el desastre y la muerte colectiva, tiene ecos de La Peste de Albert Camus, pues acumula hechos sencillos de miedo que, paulatinamente, se intensifica-rán y terminarán traduciéndose en verdades actos de barbarie. Los gru-pos que se integran y desintegran en el transcurso de la historia, reflejan una influencia decisiva de Cortázar.

Al pie de la hoguera no solo re-vela una trampa donde ha caído una sociedad, sino también alter-nativas para dibujar nuevos hori-zontes en búsqueda de la felicidad individual, la justicia social y la concordia política.

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PoR LoS VERICUEToS DEL EXILIoJosé Martínez Sánchez . Poeta y narrador.

D e Éfer Arocha habíamos leído cuentos y artículos de reflexión en revistas

y suplementos literarios a comien-zos de la década de los ochentas, antes de partir hacia un exilio in-voluntario en París, donde inició la empecinada labor de publicar una revista de divulgación bilingüe co-nocida con el nombre de Vericuetos. Por sus páginas han pasado autores de diversa índole y calidad litera-ria, osados de la escritura poética y narrativa dispuestos a sacudirse del yugo impuesto por el ninguneo literario predominante hoy en Co-lombia, siempre en la búsqueda de lectores ajenos a las cortinas de humo generadas por la presencia física del autor o los grupillos au-tocomplacientes que hormiguean por las ciudades intermedias lati-noamericanas. Con Eduardo García Aguilar, Helena Araújo, Marco Tulio Aguilera Garramuño y Luis Fayad, entre otros, hace parte de un núcleo representativo de escritores con una ética y un compromiso literario más allá de los coqueteos publicitarios o la “mediatización” forzosa de nues-tra literatura.

Situado en un punto equidistan-te entre la tradición y la vanguar-dia, Éfer Arcoha parece más una figura estratosférica del surrealismo decimonónico que un autor perte-neciente a la única generación crí-tica que aproximó a Colombia a las puertas de la modernidad. Los nom-bres de Estanislao Zuleta, Jaime Me-

jía Duque y Eduardo Gómez, sólo algunos de la cofradía aventurada al pensamiento reflexivo y a la crea-ción propiamente dicha, son reflejos desdibujados del sentido profundo que el país requería en términos de crítica certera a un país desbocado hacia una crisis de valores propi-ciada desde la misma instancia del poder oficial. Vuelta la mirada a un universo “extraño” a sus orígenes, lo que hallamos en Arocha es ese hi-bridación literaria donde el “ser la-tino” se sumerge en la vivencia del conflicto europeo.

En su novela “Atribulaciones de un pingo envainado” (Vericuetos Colletion Escargot au París, 2013), los modismos son quizás los ele-mentos insolubles para quienes leemos, sin artificios ni deslumbra-mientos, en un contexto y una tra-dición lingüística definida. Editada como propuesta “vanguardista”, con las implicaciones de la lectura múl-tiple, el texto es un largo recorrido por los reveses de un medio incom-patible, llevados de la mano por un personaje dotado con la suficiente experiencia práctica y teórica para interpretar la decadencia burguesa que lo rodea. Como mediador om-nisciente nos abruma con la certeza de un caos político, económico y so-cial de alcances patológicos. Aquel “sueño europeo”, tan acariciado por los autores latinoamericanos en dé-cadas anteriores, nunca más será la vía posible de redención en una so-ciedad sometida al desempleo, a las

barreras culturales y a la extensión planetaria de la usura y la quiebra de las instituciones.

Aunque el autor nos entrega una estructura novelística “pre-deter-minda”, por momentos nos asalta la idea de estar ante un gran cuento sobre los movimientos de ascenso y descenso de la clase social incor-porada a la mujer-narradora, tanto por el grado de concentración que exige del lector como por el desarro-llo minucioso de las situaciones. El proceso de “proletarización”, sucedá-neo de la escalada “neo” en todas las esferas de la vida, resulta evidente en “Atribulaciones” desde los primeros forcejeos del grupo por conquistar un lugar propio en el complejo labo-ral del viejo continente: “A la época Demetrio Abril cumplía cinco años de estar buscando trabajo, nunca es-tuvo tan cerca de lograrlo… Luego viviría catorce meses conociendo la sensación de haber sido lanzado a un precipicio sin fondo” (Pag.22).

Con la novela “Atribulaciones de un pingo envainado”, Éfer Arocha nos trae un presente literario, el re-cuerdo de unos años más lúcidos y la advertencia para quienes aún con-sideran que todo tiempo pasado to-davía es actual.

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CoLoMBIA CRÓNICAIván Guzmán López

El miércoles 24 de abril de 2013, en el marco de la magnífica (sigue siendo

magnífica) Feria Internacional del Libro de Bogotá, fue presentado el título Colombia Crónica, del perio-dista (en este caso, debería escribir la palabra “periodista” con mayúscula y subrayada) Oscar Bustos. Para ello contó con la presencia del Director de Ediciones Cátedra Pedagógica, Olegario Ordóñez Díaz, y del escri-tor mejicano Ricardo ávila, a más de buenos amigos y colegas.

El libro es una celebración al ofi-cio de periodista, a la buena crónica, a los colegas  y a la vida misma del autor, quien durante 23 años ha ejer-

cido un periodismo libre, auténtico, profesional y responsable: “Y estoy especialmente agradecido con los compañeros de Canal Capital, el ca-nal regional de Bogotá, donde de la mano de Hollman Morris, luchamos día a día por hacer un periodismo auténtico, comprometido con la me-moria, con el anhelo de justicia y con la verdad”.

El libro, dividido en tres capítulos, a saber: Crónicas de guerra y de via-jes, Crónicas urbanas y Crónica de las crónicas, hace un tremendo reco-rrido a lo largo y ancho de Colombia, nuestra patria, donde la guerra, el pillaje, la droga, el hambre, la deso-lación y la miseria, son males cróni-

cos, son crónica diaria, muchas veces mal contadas y aprovechadas para, en palabras de Óscar, “obtener más rating,…”. Por las crónicas de Óscar, pasa “Zoraida, la novia de Tirofijo”, buscando un hogar y una madre para su niña; corren las 24 horas de terror de un pueblo tomado a sangre y fuego; un indígena cuyo nombre ancestral (Yorena), hubo de trocar por el de Manuel García, al perder su cultura de origen; el horror de la base antinarcóticos de Miraflores, tomada por cientos de guerrilleros; la historia del Indio Narváez, espe-rando eternamente (como el coronel de Gabo) su pensión como veterano de guerra; el gran Amazonas con su

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carga de soledad y belleza; el chamán que juega con las penas de incautos citadinos; la triste historia de la espa-ñola María Isabel  Escaso Coronado; un “atardecer gótico en Chapinero” y la  realidad de “Ciudad Bolívar: la otra ciudad”, entre otras.

Óscar Bustos, comunicador social de la Universidad Externado de Colombia, con múltiples galardones, entre ellos dos Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar, es paradigma del periodista comprometido con su oficio; es un maestro de la crónica que completa 23 años ejerciendo “el oficio más bello del mundo”,   publicado una 4 mil historias, trabajado en 14 medios, y “echado” de 5 de ellos, por hacer respetar la deontología de la profesión. 

Con Óscar Bustos, comprobamos que la crónica es un género perio-dístico-literario delicioso, capaz de atraer toda la atención del lector, y como en los mejores autores, atra-parlo de principio a fin. Sus crónicas

frescas, narradas en un lenguaje sen-cillo, fluido y preciso, con no poca chispa de humor e ingenio, actúan sobre el lector como una tenaza que sólo lo suelta en el momento justo en que se ha llegado a la última palabra. Al hablar sobre la crónica como un género del periodismo literario, es preciso recordar al doctor Rafael Yá-ñez Mesa, ese excelente periodista español, cuando expresa:

“En la crónica destaca su estilo creativo. No es la simple interpre-tación de un acontecimiento, sino la narración valorada de lo sucedi-do, contado de forma amena. Según Manuel Graña, lo que distingue la verdadera crónica es precisamente el sello personal que se advierte, por-que va firmada, y su autor, además de enjuiciar, prioriza los hechos a su manera (Martín Vivaldi, 1998: 139)”. 

La revista El Malpensante, en su edición N° 105 de febrero de 2010, nos recuerda: “Hace años, en el cur-so de un almuerzo, Tomás Eloy Mar-tínez dijo   que un rasgo indeleble

de los verdaderos periodistas es que alguna vez los hubieran despedido. El autor de Santa Evita no se refería, por supuesto, a los casos en que al-guien es expulsado de una redacción por su incompetencia o su desidia. Lo que intentaba decir es que a ve-ces la independencia crítica, el sen-tido ético y la vocación de informar lealmente al público resultan incom-patibles con las ideas autoritarias de algunos medios, cuyo único norte parece ser la adulación del gobierno de turno y el mantenimiento del sta-tus quo. En esas circunstancias, de-cía Tomás Eloy, el despido, más que una ignominia, es un orgullo: literal-mente, una medalla”.   Recordemos que a Óscar Bustos lo han echado de por lo menos 5 medios; es decir, 5 medallas que debemos agregar a sus múltiples reconocimientos, a su estilo y a su leal ser de periodista, con mayúscula y subrayada, como dijimos al comienzo. Colombia Cró-nica, una crónica de nuestra patria, que hay que leer y sentir y degustar.

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PoDENE

Betty Brunal

Cuando un escritor compar-te sus textos con un pú-blico determinado, lo está

haciendo partícipe de su búsqueda, lo está involucrando en su visión de la vida a través de los personajes y las historias que hábilmente se inventa. Sus reflexiones son un acto íntimo en el que el escritor va mucho más allá del silencio. Se requiere coraje para no dejarse aplastar por las reacciones del espíritu frente a los miedos, a las obsesiones, a los conflictos, y al llan-to que pueda brotar cuando se aso-me a los abismos buscando sentido al mundo y a su escritura

Luego, conjugar toda esta tensión en el vasto universo de las palabras, empeñar toda la voluntad para es-clarecer juicios y prejuicios, destruir mitos y fantasías, para construir una realidad que cure la dispersión, no es tarea fácil. El escritor quiere decirlo todo, y de qué manera. Pero a veces la palabra se extravía y se pierde en el umbral de la emoción humana. Ya lo expresa Naudín en uno de los cuentos del libro: “nunca el idioma ha sido tan inservible para mí como ahora que trato de describir aquel terror… jamás me había sentido tan mal escritor… qué importan mis estudios lingüísticos, los cientos de página que he escrito, si ahora soy incapaz de nombrar con las palabras precisas la conmoción sin par que padeció ese niño”.

Sin embargo, Naudín Gracián ha salvado esta distancia, se ha abierto

camino, ha sosegado su latir humano, ha decan-tado su emoción. Pero, al fin y al cabo ¿no es la soledad un sentimiento en el que nos recono-cemos todos? ¿A quién le es ajeno su perfil: sus modos, su estilo, sus manifestaciones? Surgen, entonces, en alto grado de concien-cia estos ocho cuentos aprisionados en una estructura emocional llena de traumas no re-sueltos, de orfandades que niegan la felicidad y el bienestar, de ausencias que hieren y de abandonos que limitan la pleni-tud del ser.

Cada soledad habita su propia at-mósfera. En estas historias de PODE-NE, tan particulares, el autor enfatiza la soledad a través de varios temas o aspectos:

TiempoMe gusta mucho lo que hace el

autor con el lo prolonga para agra-var los miedos del personaje central, lo dilata para que Podene esconda su cobardía vergonzosa, lo detiene para que su abandono se haga más doloroso, lo estira para que Podene reponga sus cansancios; lo paraliza para que su personaje tenga tiempo de maravillarse, lo ensancha para

que se ilusione y evite su aniquila-miento. En fin, estas formas le per-miten ir creando un presente eterno, un ahora, ideal y coherente con la concepción de la vida de una mente infantil. Creo que es a este tiempo al que se refiere Mallarmé cuando dice: “este presente, virgen, vivo y bello”. Yo creo que todos sabemos de qué se trata. En mi caso particular, leyendo estas historias me fui a Tres Piedras, mi pueblo de infancia, y la verdad no sé cuánto tiempo estuve allá.

Paisaje Físico Y Emocional La espesura del bosque, la hirien-

te luz del sol, un arroyo estéril, la naturaleza toda no se ofrece tibia y protectora, sino como un útero ame-nazante; también son recursos con

Un texto limpio, inteligente y con temas de mucha profundidad

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los que el autor afirma los miedos y la terrible soledad en el corazón de este niño.

Por otro lado, las demostracio-nes afectivas de su padre son lo más cercano a la ausencia; de su madre solo un leve recuerdo que le ha des-ordenado su mundo: una falda roja y unos cabellos negros al viento, la nostalgia por sus hermanos des-conocidos, la inconciencia de los vecinos, el temor infundado de la existencia del diablo… Estas actitu-des y sentimientos le reafirman su minusvalía. Un niño flacuchento, sucio y mal vestido, que sangra, que convulsiona, que gimotea, a quien se le corta la respiración, a quien el pecho le está a punto de explotar; su cobardía, su vergüenza, ¿no son sufi-cientes razones para creer que debe estar apartado y solitario?

Otros Recursos De Estilo Para lograr el efecto deseado,

es decir, el estado de soledad en el personaje central, que es el hilo conductor del libro, son: LAS REITE-RACIONES. Permanece la idea de la

muerte con mucha fuerza, como si-nónimo del abandono y la irrespon-sabilidad de su padre. Tanto, que el autor no se resiste a volverla casi un estribillo. Otro es LA VIBRACION. Me refiero a la onda energética, esa que hace que uno se involucre, que se conecte, la que te pide que dejes de ser una persona lúcida y mires o leas por el lente distorsionado de sus fantasmas; te presiona a pasar por todas sus angustias, cuando te sien-tes débil, triste, rendido de dolor, su-tilmente te toma el pulso y te ayuda a recuperar, como a Podene, la con-dición normal, para curar el alma y salvar esta historia con la costumbre de la esperanza.

Finalmente, quiero advertir que este extraño título es de lujo: PO-DENE, funciona como un KOAN, aquella fórmula de meditación ZEN, donde al discípulo se le suelta una palabra o frase aparentemente sin significado que le hace detener el flujo de ideas e imágenes mentales, para alcanzar la concentración.

Podene, cuando escuché este tí-tulo por primera vez, no apareció imagen ni hubo asociación alguna.

Al igual que con el koan, mi ima-ginación se detuvo, se creó cierta incertidumbre por conocer el con-tenido, y me pasó algo importante: sin proponérmelo se había creado el primer lazo afectivo con el libro. Se siente como si el autor hubiera di-cho: ya me escuchó, ya la atrapé, ya no estoy solo. Este juego inicial en la construcción del título se me hace divertido y me confirma la impor-tancia de un título seductor. Pero qué pronto se acabó la diversión: creo que la felicidad aquí no está permitida, porque el complemento del título es: “la historia de un niño solitario”.

Realmente me ha dado mucha alegría que Naudín me permitie-ra compartir mi opinión sobre su libro. Es un trabajo y un tema ex-celente. Considero que él es un escritor disciplinado, que trabaja cuidadosamente el lenguaje en pro de un texto limpio, inteligente y con temas de mucha profundidad. Quienes han leído a Naudín Gra-cián, saben que mi apreciación va más allá del halago generoso que le hacemos a un amigo.

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Hace pocos días fui invitada a contar mis his-torias bogotanas a una emblemática plazoleta del centro de la ciudad. Las nubes amenaza-

ban lluvia, el frío obligaba a frotar las manos, a desear un tinto caliente y amargo, a abrigarse en un abrazo. Pocos transeúntes en la calle porque era sábado por la tarde, es un sector de la Candelaria donde el fin de semana es solitario, silencioso, agradable para visitas turísticas.

A un costado de la plaza, una pequeña tarima con dos micrófonos señalaba la proximidad de un evento artísti-co, la música de una emisora se escuchaba por los alto-parlantes. Me estaba terciando el pañolón y ajustando el sombrero cuando sin más preámbulos anunciaron que una “señora” presentaría “De Rolos, Ala.” Como ese es uno de mis espectáculos, entré sin más a escena y reco-nocí que me había hecho señora, contando cuentos.

Gracias a éstos 25 años de pararme frente a públicos a contar historias reales o fantásticas que avivan la ima-ginación, que nos hacen vivir mundos ilusorios donde habitan personajes fantásticos a quienes, según el relato, amamos u odiamos. 25 años de interactuar con todos los públicos, en diferentes escenarios, el Teatro Colón, la plaza de mercado, la cárcel, acumulando la experiencia necesaria para poder esa tarde, con arrojo, pararme en una plaza semivacía, sin el apoyo del aplauso que anima las palabras, a contar cuentos a nadie.

Seguramente en otra ocasión, hubiese apelado a ima-ginar la plaza atiborrada de gente para comenzar a contar el cuento, pero ese día hice lo contrario, mientras ensaya-ba el micrófono con un 1, 2, 3, 4873, etc. probando, miré en la plaza alejada de bullicio, al vendedor de agua aro-mática sonreír ofreciendo alegría con yerbabuena y alba-

Nelly Pardo Palabra Con Boca De Cuentera25 Años de la Narración Oral en Bogotá

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haca; al vendedor de dulces, chicles, cigarrillos, sentado en su butaca junto a un coche de bebé transformado en un versátil mostrador de toda clase de comida preserva-da en paquetes; a una inquieta señorita que hablaba por celular e impaciente miraba hacia la estación Museo del oro, donde paran los buses del Transmilenio.

Sonido, sonido, probando, probando, “Cuentos bogo-tanos”, así convocaba a la gente, acérquense, insistía con la intensión de atraer público, pero los pocos moradores se mostraban reticentes a la invitación; el espectáculo te-nía que comenzar, los organizadores temían las lluvias y apuraban por la otra intervención artística prevista para las 4:00 p.m.

Buenas tardes, saludé a todos y a nadie. Me presenté con un fraseo que compuse para iniciar “En cuentos con mujeres”, otro espectáculo que construí en primera per-sona, para crear una atmosfera intimista, femenina, que facilita la comunicación. Apelé a éste recurso mientras me acostumbraba a la soledad de la plaza.

-“Soy Nelly Pardo, contadora de cuentos, confabulo sue-ños, enredo la historia…”

Me salían las palabras mientras buscaba unos ojos don-de apoyarme, un humano para la interacción oral.

-“…Nací en la ciudad de Bogotá hace…”

En ese momento por el costado sur oriental de la plaza del Rosario vi llegar a mi escritor favorito con un paque-te de manzanas verdes en la mano; su sonrisa de cóm-plice comprometido, me llenó de confianza para seguir conjugando el verbo. Con su paso ligero, la mochila de cabuya sobre uno de sus hombros, caminó hacia el pe-destal donde Jiménez de Quezada aún sujeta la espada de la conquista; se sentó en la escalinata externa, frente a la tarima. Se sentó a escucharme.

Me alegró su presencia, seguí presentando el preám-bulo a mis cuentos con la certeza de su compañía, tenía el mejor público, el más selecto, un consumado lector, ávido escritor, como pocos un ser incondicional y solida-rio, quien desde su puesto combate promueve las letras literarias que se tejen en éste país y en otros.

Me sentí acompañada, las palabras me fluyeron con facilidad al describir el barrio viejo, me deleité mostran-do cómo imagino el entorno por los años de 1800:

-Allí, por la Calle Real o carrera séptima, el puente so-bre ese maloliente muladar, otrora rio venerado por los nativos, hoy nuestro Eje Ambiental, permitía el cruce ha-cia la iglesia de San Francisco…

Estaba contando el cuento “El misterio del señor caí-do” donde una joven española, antes de la independencia, se enamora de un hermoso nativo, cuando un hombre cargando una maleta de viaje, cruza la plaza hacia la esta-tua del conquistador, con pinta de extranjero, rubio, alto, con ojos claros, aunque también pudo ser boyacense, co-nocí en Tunja a varios con ese fenotipo, dicen que son descendientes de Federmann, el otro conquistador; dejó la maleta en el piso y se sentó en uno de los peldaños, me contemplaba con atención, sin parpadear como dicen, me sentí un poquito vanidosa ante esa mirada.

Continué el relato, contenta al ver cómo se acercaban a escuchar la narración, ese género literario oral que hace 25 años Francisco Garzón Céspedes, lo enseñó como Na-rración Oral Escénica, el arte de tallar en la imaginación mundos creados con el verbo. Cautivar la atención del espectador es la destreza del narrador, nos reiteraba el maestro. Atraparlos con la mirada, el tono de la voz, el gesto; sin embargo, lo importante es el cuento, decía, la descripción, los giros en la acción, la caracterización de los personajes, todo ello permite que el público quiera escuchar un cuento y otro y otro. Afi

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En la plaza pensé que éste era el mejor homenaje a mis 25 años de contar cuentos, allí, en esa pequeña ta-rima ratifiqué mi terca postura de conjugar la metáfora, afirmé mi decisión de evitar en la composición de mis relatos el chiste fácil que entretiene al público como el algodón de azúcar. Rebelde a las actuales tendencias del arte y el mercado que promulgan el divertimento, me convencí ese día que hay espacios en la calle para los cuentos, porque hay personas que también detienen un afán para pararse a imaginar.

Cuando terminé el primer relato tenía previsto con-tinuar con el siguiente, pero fui interrumpida por los aplausos, como un aguacero que recién comienza se extendieron por toda la plaza. Pude notar que fren-te a La Romana, al café El Pasaje, en la entrada del claustro, había gente escuchando y aplaudiendo. A través del micrófono los saludé, agradecí la atención, me sentí un poquito orgullosa y muy, muy contenta. De seguir así pensé, llenaría la plaza. El sol caía sobre los edificios circundantes, los vidrios brillaban como bombillos, me entretuve buscando a mi incognito pú-

blico en la plaza, mientras sonreía como reina de be-lleza que espera ser coronada.

Cuando comencé la segunda historia, solo me acom-pañaba mi buen amigo Milciades. La plaza otra vez estaba desolada, sin público, todos habían regresado a sus afanes; sin embargo, en esos 15 o 20 minutos que se quedaron a escuchar, me ofrendaron con el tiempo, me regalaron la atención y se llevaron un cuento bogotano.

Seguí contando el repertorio previsto, sin embargo, asumí cada cuento como un espectáculo distinto que concluía con el “colorín colorado…” entonces, la plaza otra vez vacía.

En busca de un tinto caliente y amargo, al terminar el espectáculo atravesamos la plazoleta hacia el café; mi es-condido público sin moverse de sus sitios, de pié o sen-tados, me saludaba con la mano, la mirada, o el verbo, entonces volví a sentir, como hace 25 años cuando nos juntamos con Kechava, Demetrio, Dora, Carolina, Car-los, José, Diego, Germán a fundar espacios para el cuen-to, que pararse en un escenario a contar, es una adicción que no se quiere dejar.

el apoyo que nos brindaron las siguientes personas y entidades, para hacer posible esta entrega:

Marco Iván Escobar. Miguel Méndez Camacho. Enrique González Villa. Diana Carolina Rey. Luis álvaro Mejía Arguello. Miguel Méndez Camacho. Adriana Cediel Sterling. Clara Mercedes Arango M. Juan Gustavo Cobo Borda. Isaías Peña Gutiérrez. Luís Fernando Macías Zuluaga. Flor Delia Pulido Castellanos. Amadeo González Triviño. Mónica Morón Cotes. John Jaime Sosa. Jorge Consuegra. Talía Carolina Osorio. Luz Helena Cordero Villamizar. Ana Milena Puerta. Raúl Ospina Ospina. Leonardo Rosero. Esperanza Carvajal Gallego. Iohanna Paola Arévalo. Verano Brisas. Fabio Martínez. Leonel Ramírez Cerquera. Alberto Osorio. Alberto Motta. Beatriz Calvo. Cecilia Caicedo Jurado. Diana Marcela Pacheco. Edith Vargas Muñoz. Cecilia Vargas Muñoz. Jorge Dussan. Juan David Correa. Elizabeth Córdoba Pérez. Julio Hernán Erazo Guerrero. Lucía Estrada. Verano Brisas. Víctor Bustamante. Ulises Arévalo. Nelly Pardo. Johanna Carolina Bazurto. Gustavo Zuluaga. Nicolás Arévalo. Gloria Luz ángel. Federico Díaz Granados. Fabio Jurado Valencia. Eduardo García Aguilar. Jesús Mellado. Emperatriz Muñoz Pérez. Adelaida Nieto. Teatro Taller de Colombia. LIT Asociación de Literatura. Cámara Colombiana del Libro. Biblioteca Luis ángel Arango del Banco de la República. Impresol. Confiar Cooperativa Financiera.

Agradecemos