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Jesús no quiso morir en la cruz, quiso amar, hasta el extremo. Lo primero fue consecuencia de lo segundo. La cruz, por si misma, no tiene ningún valor. Recuerda: “ya puedo dejarme quemar vivo, que, si no tengo amor, de nada me sirve” (1Co 13,3). En cambio, como manifestación de ese amor máximo, la cruz tiene todo sentido del mundo. Cuando la vista de la madre es arrebatada de sus ojos se diría que el prisionero se viene abajo. ¿Va a caer de nuevo? El centurión se acerca a él y examina su rostro. Teme que pueda morírsele allí mismo. Gira sus ojos en derredor. Necesita a alguien que cargue con el travesaño de la cruz. Llevar la cruz del reo es participar de algún modo en su castigo, en su culpa. Era por tanto algo degradante. El elegido fue Simón de Cirene. Nada hace pensar que lo conociera de antes. Lo más probable es que tomara la cruz a regañadientes; que en el camino volviera alguna vez sus ojos iracundos a este condenado que le había estropeado su comida y le obligaba, cansado como regresaba del campo, a una tarea que nada tenía que ver con él. Pero seguramente vio cómo toda su ira se derretía ante los ojos mansos y serenos de aquel hombre que, ciertamente, poco tenía que ver con los otros condenados. Probablemente al principio sólo sentía curiosidad. Luego piedad. Y amor por fin. Sin él saberlo estaba cumpliendo literalmente palabras que, un año antes, había dicho este condenado al que ayudaba: Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). Y él tomaba la cruz a la misma hora en que todos los discípulos le habían abandonado. Con la denominación de Jesús Nazareno se identifica la escena evangélica en la que Cristo carga la cruz a cuestas camino del Calvario. Esta advocación se introduce en Andalucía a comienzos del siglo XVI. En nuestra provincia, su presencia más antigua se encuentra en la capilla del Arco de San Lorenzo de Jaén, en cuyo lateral de la entrada muestra una inscripción en letras góticas, en la decoración de la azulejería, donde reza: “Esta capilla de Jesús Nazareno es/ del Hospital de la Madre de Dios”. Se trata por tanto de una advocación reciente, con la que se denomina una iconografía ya desarrollada en época paleocristiana, que usa una terminología bastante antigua, con la que se hace referencia a la procedencia de Jesús, pero que también acabó por denominar a sus primeros seguidores. Por otro lado, su terminología se encuentra en

Solfeando 2012 nuestro padre jesus nazareno el abuelo

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Solfeando 2012 Explicación breve sobre la imagen de nuestro padre jesús el abuelo de Jaén

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Page 1: Solfeando 2012  nuestro padre jesus nazareno el abuelo

Jesús no quiso morir en la cruz, quiso amar, hasta el extremo. Lo primero fue

consecuencia de lo segundo. La cruz, por si misma, no tiene ningún valor. Recuerda:

“ya puedo dejarme quemar vivo, que, si no tengo amor, de nada me sirve” (1Co 13,3).

En cambio, como manifestación de ese amor máximo, la cruz tiene todo sentido del

mundo.

… Cuando la vista de la madre es arrebatada de sus ojos se diría que el prisionero se

viene abajo. ¿Va a caer de nuevo? El centurión se acerca a él y examina su rostro. Teme

que pueda morírsele allí mismo. Gira sus ojos en derredor. Necesita a alguien que

cargue con el travesaño de la cruz. Llevar la cruz del reo es participar de algún modo en

su castigo, en su culpa. Era por tanto algo degradante.

El elegido fue Simón de Cirene. Nada hace pensar que lo conociera de antes. Lo más

probable es que tomara la cruz a regañadientes; que en el camino volviera alguna vez

sus ojos iracundos a este condenado que le había estropeado su comida y le obligaba,

cansado como regresaba del campo, a una tarea que nada tenía que ver con él. Pero

seguramente vio cómo toda su ira se derretía ante los ojos mansos y serenos de aquel

hombre que, ciertamente, poco tenía que ver con los otros condenados.

Probablemente al principio sólo sentía curiosidad. Luego piedad. Y amor por fin. Sin él

saberlo estaba cumpliendo literalmente palabras que, un año antes, había dicho este

condenado al que ayudaba: “Si alguno quiere ser mi discípulo, niéguese a sí mismo,

tome su cruz y sígame” (Mt 16, 24). Y él tomaba la cruz a la misma hora en que todos

los discípulos le habían abandonado.

Con la denominación de Jesús Nazareno se identifica la escena evangélica en la que

Cristo carga la cruz a cuestas camino del Calvario. Esta advocación se introduce en

Andalucía a comienzos del siglo XVI. En nuestra provincia, su presencia más antigua se

encuentra en la capilla del Arco de San Lorenzo de Jaén, en cuyo lateral de la entrada

muestra una inscripción en letras góticas, en la decoración de la azulejería, donde reza:

“Esta capilla de Jesús Nazareno es/ del Hospital de la Madre de Dios”.

Se trata por tanto de una advocación reciente, con la que se denomina una iconografía

ya desarrollada en época paleocristiana, que usa una terminología bastante antigua, con

la que se hace referencia a la procedencia de Jesús, pero que también acabó por

denominar a sus primeros seguidores. Por otro lado, su terminología se encuentra en

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estrecha relación con el vocablo hebreo Nazir, que significa santo, y que aparece

utilizado en varias ocasiones en el Antiguo Testamento.

Con esta denominación de Jesús Nazareno se hace alusión a una iconografía de larga

tradición que designa el momento pasionista del camino del calvario, denso como

pocos, y ejemplo de mansedumbre, sumisión y entereza ante la adversidad para el

devoto, al enlazar las dos naturalezas, humana y divina, de la figura de Cristo.

Con la Contrarreforma la advocación de Jesús Nazareno fue vinculada por varias

órdenes religiosas al culto del dulce nombre de Jesús, identificado por el anagrama IHS

(abreviatura de su nombre) y con cuyo fomento se pretendían desterrar las blasfemias y

falsos juramentos.

Desde los primeros tiempos del cristianismo, el episodio tiene para la Teología su

principal prefiguración en la escena de Isaac llevando sobre sus hombros la leña para el

sacrificio, con frecuencia en correspondencia con el camino del Calvario. Pero también

otras escenas del Antiguo Testamento, tales como la de Aarón, marcando con la tau el

dintel de las casas de los israelitas; la del patriarca Jacob, bendiciendo con las manos

entrecruzadas a sus nietos Efraim y Manasés, o la imagen de la viuda de Sarepta,

llevando al profeta Elías dos leños dispuestos en forma de cruz, también se utilizan

como prefiguraciones del camino de Cristo hacia el Calvario.

El Nazareno jienense, secularmente conocido como Jesús de los Descalzos, y hoy más

popularmente como “el Abuelo”, es uno de los protagonistas indiscutibles de la Semana

Santa y en general de la religiosidad popular en la ciudad de Jaén, si bien, no ha contado

siempre con el beneplácito de los historiadores del arte. Tal vez por su condición de

imagen de vestir, por los postizos barrocos que complementan su aspecto, o por la

discutida restauración de la que fue objeto en 1902, que ya Enrique Romero de Torres

se limitó a señalar “de regular mérito”.

La cronología de su hechura podría cifrarse entre 1588, fecha de la fundación del

convento carmelita de San José y 1594, de cuando data la primera referencia señalada a

la ya fundada cofradía.

La cabeza y las manos, partes visibles, centran la atención del artista. Su rostro es

dolorido, pero sereno, de una belleza idealizada, en la que el sufrimiento es más

introspectivo que evidente, a través de las huellas físicas, lo que lo pone en la línea

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formal de los nazarenos granadinos de la escuela de Rojas. La frente amplia y

despejada, y el cabello tallado, muy pegado al cráneo, permiten afirmar que la imagen

fue ideada para recibir los postizos de la corona de espinas y de la cabellera natural que

hoy luce.

La restauración realizada en 1902 por el valenciano José Bodria debió alterar la

policromía original, y con ella su expresividad, restándole dramatismo y reforzando con

ello la idealización que se desprende del clasicismo de su cabeza.

Presenta brazos y hombros articulados, que en siglos pasados se movían mediante un

sistema de poleas para dar la bendición; aspecto problemático éste, pues de forma

contraria a lo habitual en estas imágenes, carga la cruz con el hombro derecho, lo que

dificultad el movimiento de este brazo. Se ha señalado que quizá ese fuera el motivo por

el que se abandonara ese rito de la bendición y sólo se mantuviera, como sucede

actualmente, la ceremonia del Encuentro. Lo cierto es que también se ha constatado que

la primitiva Dolorosa, existente antes de la realizada por José de Medina en 1741, era

también talla articulada, permitiendo, por tanto, su movimiento.

Los paralelismos entre la cabeza del Nazareno giennense y algunas obras de Sebastián

de Solís, o de su círculo, como el crucificado del retablo mayor de Cambil, el del

Monasterio de Santa Clara y del Calvario de San Juan de Jaén, además del desaparecido

Nazareno de Mancha Real, justificarían la atribución de su autoría. Tal y como ya se ha

apuntado, “el Abuelo” ejemplifica la relación de la obra de Solís con Sevilla y Granada.

No obstante, las notables diferencias que se aprecian en la producción escultórica de

Sebastián de Solís, así como el cotejo con el desaparecido Nazareno de Alcaudete,

evidencia el problema aún no resuelto en la historiografía de si puede seguir

considerándose la producción de Solís en Jaén como un apéndice de la de Rojas en

Granada, dados los rasgos formales y compositivos que ambos comparten, dentro de la

misma rigurosidad.

La piedad popular se ve estimulada por el culto a las imágenes, escogido de forma

entusiasta por el pueblo devoto como elemento básico de diferenciación frente al

protestantismo iconoclasta, aunque acabe superando las expectativas de clérigos y

teólogos.

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La espiritualidad emanada del Concilio de Trento acabaría alumbrando y permitiendo

una piedad popular no condicionada por reglas ni teorías, sincera, extrovertida y muchas

veces poco o nada ortodoxa.

En este contexto la iconografía de la Pasión renueva su importancia por varios motivos:

por una parte por su capacidad para “convencer”, dado su estrecho vínculo con la

renovación del sacrificio de la cruz en la Eucaristía, dogma negado por la Reforma.

Pero, sobre todo, en el “persuadir”, al prestarse los temas pasionistas, como ningunos

otros, a la expresividad.

Ciertamente, de la contemplación de esta imagen, la de Nuestro Padre Jesús Nazareno,

pueden brotar sentimientos, pensamientos, reflexiones y porqué no, oraciones desde la

vida como ésta:

Quisiera un amor, Señor

Quisiera Señor, un amor profundo a los demás,

sin buscar recompensa,

ni respuesta,

ni siquiera la satisfacción del bien hecho

o la alegría de parecerme más a ti.

Quisiera amarte más a ti,

sin esperar nada de ti,

sin estar pendiente de ti,

sin necesidad de saberte cercano,

ni experimentarte como amor.

Y quisiera amarme a mí mismo,

así como soy,

pero estimulándome a ser como debo ser,

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como Tú quieres,

como los demás me necesitan.

Bien sabes la alegría y seguridad que me da

el saber que Tú me amas

hasta el límite de donde puedes amar,

es decir, hasta el amor sin límite.

Mantenme, Señor, limitado, y que lo acepte.

Que tenga, eso sí, pena de no amarte

hasta los límites que puede amarte un mortal.

Que aspire a amar a los demás,

hasta el límite de lo que puede amar un ser humano.

Amar hasta donde pueda para hacer a los demás

más humanos, más hermosos,

más parecidos a ti, más felices.

Esta noche, Señor,

a solas contigo,

me he sentido fuerte,

y además, fortalecido.

Me he sentido amado.