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Soraya Aracena. - Buenalectura | Noticias y críticas de ... · Había una vez una madrastra que vivía con ... atender como si fuera su madre. ... si se te pierde una tripita también

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Soraya Aracena. Antropóloga dominicana. Creadora de los Festivales Antropológicos de Culturas Afroamericanas realizados por el Centro Cultural de España de Santo Do-mingo. Ha realizado varios vídeos etnográficos [se desta-can: Los cocolos de San Pedro de Macorís (1997) y Expresio-nes de fe: La religiosidad popular dominicana (2004)].

Cuadernos de Letra Gráfica • núm. 1 • septiembre 2009

Presentación

En el año 1989 investigaba, junto al antropólogo social puertorri-queño José Francisco Alegría Pons, el culto propio del vudú conocido como Gagá, el cual es practicado durante la Cuaresma por haitianos y dominicanos residentes en bateyes azucareros. Durante la investigación viví en la comunidad de los Coquitos, en Andrés de Boca Chica, que para ese entonces era un barrio que iniciaba su transición de lo rural a lo urbano, con la construcción de casas en cemento, la mayoría ocupa-das por el turismo que allí empezaba a habitar. Nuestra estadía en los Coquitos nos ofreció la oportunidad de conocer a varios hombres y mujeres cargados de historias orales, bailes, música, arte y especialmen-te de un gran saber popular.

Soraya Aracena

CUENTOS FOLKLÓRICOS

DOMINICANOS

Cuentos domínico-haitianos enBoca Chica, República Dominicana

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Para esa época, en un viaje a la isla de Puerto Rico, me reuní con don Ricardo Alegría quien me manifestó su preocupación por el rescate de aquellos cuentos tradicionales que en años pasados eran relatados a los niños por las abuelas, madres, nodrizas, tías, padres y amigos y que aún en muchos de nuestros pueblos corren de boca en boca, preserván-dose como valioso legado cultural a través de varias generaciones.

A raíz de esta conversación empecé la búsqueda y el contacto con la gente del pueblo, y posteriormente el Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe, institución que entonces dirigía don Ricar-do Alegría, me ofreció una beca por seis meses para la compilación de cuentos tradicionales en la República Dominicana.

Para esa tarea recorrí varios lugares de la comunidad de Boca Chi-ca, así como barrios cercanos, convencida de la importancia que tenía rescatar estas historias, producto de la imaginación popular y que de por sí son un gran tesoro de la cultura dominicana. Estos cuentos, con múltiples variantes, se encuentran esparcidos por todo el Caribe.

Para el año 1930 el folklorista Manuel Andrade dedicó su obra Folk-Lore from the Dominican Repúblic (New York, American Folk-Lore Society, 1930. Traducido al español como Folklore de la República Dominicana. Ciudad Trujillo, Universidad de Santo Domingo, 1948) al cuento tra-dicional dominicano. El ejemplo de este investigador junto a otros, como la cubana Lidia Cabrera, quien publicó Cuentos negros de Cuba (La Habana, La Verónica, 1940. Prólogo de Fernando Ortiz), me sirvió de sólida base para el rescate y transcripción de estas historias contadas por dominicanos, haitianos y descendientes de éstos.

Dichas historias, con el devenir del tiempo, han pasado de generación en generación y no obstante los cambios económicos, sociales y políticos que se suceden en el mundo a lo que no escapa nuestro país, se mantie-nen como un eslabón importante de la cultura dominicana y caribeña.

Estos cuentos que aquí transcribimos, también muestran parte de las aportaciones culturales del vecino país de Haití, pues muchos nos fueron narrados por inmigrantes haitianos residentes en bateyes domi-nicanos que para ese entonces se dedicaban a las labores relacionadas con la producción de la caña de azúcar, producto que para la fecha en que fueron recopiladas estas historias, era uno de los renglones princi-pales de la economía dominicana.

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Aunque los cuentos fueron recogidos en 1990, no fue sino casi cuatro lustros después, en 2009, cuando motivada por el historiador Orlando Inoa procedí a trabajarlos con una detenida lectura y revisión de los mis-mos, respetando en todos el lenguaje original de quien me los contó.

Quiero expresar mi agradecimiento a todas las personas que con-tribuyeron a la recopilación de estos cuentos, así como su posterior transcripción. Especialmente quiero mencionar a José Francisco Ale-gría Pons, quién en todo momento con sus críticas y aseveraciones me guió por el camino o «kalfú» de la investigación social. A don Ricardo Alegría, quién a través del Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe colaboró en este proyecto. A la artista gráfica del histó-rico pueblo de Lares en Puerto Rico, Juana Lugo, quien en un gesto de hermandad decidió realizar las ilustraciones de los cuentos.

Y a todos mis informantes, que hicieron posible esta investigación, ya que sin su ayuda no hubiese podido germinar este proyecto. A todos muchas gracias, pues ellos me abrieron sus puertas y me enseñaron a sentir amor y profundo respeto por las culturas del Caribe.

Soraya AracenaAbril 1993 - mayo 2009

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Prólogo

Estos cuentos, que fueron recogidos y recopilados por la investi-gadora Soraya Aracena en la comunidad de San Andrés, Boca Chica (y en sus barrios aledaños) próximo a la ciudad de Santo Domingo, en la región este, revisten una gran importancia, debido a los si-guientes factores:

• Son rescatados por la voz del pueblo («vox populi»), es decir, re-flejan la antropología polifónica, para algunos de nosotros muy importante. Como etnógrafo sé el valor que tiene la «voz del otro» y la otredad en nosotros mismos.

• Los cuentos dominicanos y haitianos reflejan nuestras socieda-des del Caribe y como tal representan un rescate de la oralidad. El estudio, revaluación, conservación y divulgación de las expre-siones de la cultura tradicional dominicana y de todo el Caribe, es un gesto de por sí meritorio.

• Hacen falta más estudios como este para enriquecer las teorías de las Ciencias Sociales. Soraya Aracena ha comprendido esto y recorre parte del camino.

• Estos cuentos los podemos encontrar en el Caribe hispano: Cuba, Puerto Rico, y República Dominicana. También en el Caribe anglofóno: Barbados, Nevis y Saint Kitts, asimismo, con sus debidas variantes en el Caribe francófono: Haití, Martinica y Guadalupe. En sentido etnográfico, la data que aportan estos cuentos es fundamental para comparar los mismos con toda el área cultural del Caribe.

Conocí a los informantes de la antropóloga Soraya Aracena y me parece que algunos de estos cuentos folklóricos son una joya de la tra-

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dición oral dominicana. Conozco a la artista lareña Juana Lugo, quién ha realizado las ilustraciones de estas historias y doy testimonio de su creatividad.

Creo que es tiempo de reorientar la búsqueda y recogida de la tradi-ción oral dominicana. Esto es un trabajo que queda por hacer, y es por ello que confío en que los trabajos de investigación de Soraya Aracena sirvan de puntal y de ejemplo a otros nuevos aportes, a los cuales este trabajo les va a abrir las puertas.

José Francisco Alegría Pons. 9 de marzo 1993.

San Juan, Puerto Rico.

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El ají

Había una vez una mujer que tenía dos hijos suyos y tres del marido. A los niños del marido les puso sobre la mesa unos higos, pero uno de ellos al ver la sabrosa fruta se comió una. La mujer, enseguida se per-cató de la falta y exaltada llegó hasta donde estaban los muchachos y preguntó ¿quién cogió un higo de la mesa? Los niños por temor a ser reprendidos dijeron que no habían cogido nada. Pero uno de los jóve-nes, el que le decía mamacita a la madrastra, con insistencia empezó a preguntar: ¿Quién había hecho semejante acción? La mujer al ver la urgencia con que el muchacho cuestionaba, se dio cuenta de que él había robado el higo y furiosa lo mató y lo enterró en el patio de la casa.

Como el padre de los muchachos se preocupaba poco por ellos, no se percató de inmediato que la mujer le había matado a uno de sus hijos. Al cabo de unos días preguntó por el muchacho y la madrastra le respondió que lo había enviado a casa de su mamá; lo mismo le dijo a los demás hermanitos, para así ocultar lo sucedido. La madrastra sem-bró una mata de ají, en el lugar donde había enterrado al niño. Al poco tiempo empezó a parir ajíes.

Pero un día la madrastra estaba cocinando y envió a uno de los hermanos del muchachito que había matado, a que le buscase un ají y cuando el niño lo estaba arrancando, la mata empezó a cantar: Herma-nito, hermanito, no me jales mis cabellitos, que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado. El niño asustado pegó un grito y soltó los ajíes, diciéndole a la mamá que la mata de ají cantaba. La madre le contestó: ¡Mira muchacho!

Luego, fue otro de los muchachos a arrancar un ají y al tratar de ha-cerlo la mata cantó: Ay, hermanito, hermanito, no me jales mis cabellitos, que mi madre me ha enterrado por un higo que ha faltado. El muchacho al oír esto, salió corriendo y fue a decirle a su mamá que la mata estaba cantando. La madre al escuchar esto no lo creyó y fue a buscar los ajíes y al tratar de arrancar uno, la mata canto: Ay, mamacita, mamacita, no

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me jales mis cabellitos, que tú misma me enterraste por un higo que ha faltado. La mujer, se desmayó del susto y al caer al suelo murió. Los niños inmediatamente empezaron a desenterrar a su hermanito, hasta encontrarlo.

Cuando el padre llegó, los muchachitos le contaron toda la historia. Este muy triste se llevó a los niños a vivir bien lejos de ese lugar en el que tanto habían sufrido.

Informante: Victoria Santana Martínez (Ñaña); 76 años. Lugar de nacimiento: Boca Chica.

Ocupación: Ama de casa.

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El pescadito

Había una vez una madrastra que vivía con tres hijas de su marido, y cuando él se iba a tra-bajar las dejaba con ella, confiado en que las iba a atender como si fuera su madre. Inmediatamente salía el papá de las niñas, la madrastra las enviaba al río para que lavasen el

mondongo. Al llegar al río, vino un pescadito y se llevó una de las tripitas de mondongo que lavaba una de ellas. La muchacha, ante lo ocurrido, llegó a casa de su madrastra diciendo que se le había perdido una tripita. La explicación fue dada porque siempre que alguna de las muchachas regresaba del río, la madrastra contaba las piezas que tenía el mondongo.

La madrastra, furiosa ante lo sucedido, decidió enviar esta vez al río a una de las jóvenes mayo-res a lavar el mondongo, pero an-tes de salir le dijo: Si se te pierde una tripita voy a darte una pela cuando regreses. La joven asusta-da, obedeciendo a su madrastra, fue al río y empezó a lavar las tri-pitas, pero de repente apareció el pescadito y se comió una de las

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tripitas más grandes. Atemorizada, ella dijo: No, no, no, no me cojas la tripita que mi madrastra me va a pegar. Pero de nada valieron sus ruegos.

La muchacha regresó a la casa llorando: ¡Ay, ay, ay, ay se me perdió una tripita! La madrastra le dio una pela y ante tal situación esta vez decidió mandar al río a la tercera de las hermanas y le dijo: ahora, vas tú al río y si se te pierde una tripita también te voy a dar una pela. La joven, con un nudo en la garganta, le aseguró que a ella no se le iba a perder ninguna tripita y se fue a lavar el mondongo.

Inmediatamente llegó la muchacha al río, empezó a lavar el mon-dongo y apareció el pescadito e intentó jalar una de las tripitas. El pes-cadito jalaba y jalaba la tripita intentando quitársela a la joven, quien se echó a llorar. Al coger la tripita el pescadito le dijo: No te voy a dar la tripita, pero vete que tu madrastra no te va a pegar. Cuando ésta iba de regreso a casa de su madrastra, vio un príncipe que le confesó que él había sido el pescadito. El príncipe llevó a la joven al palacio y le suplicó que fuera a buscar a sus hermanas, las que llegaron al palacio y quedaron deslumbradas ante tanta belleza.

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La gente del pueblo, al enterarse de lo sucedido, fue a ver lo que pasaba en el palacio y todos comentaban cómo el pescadito se había convertido en príncipe. Una de las muchachas se casó con él y las otras dos se casaron con ayudantes de la corte.

El papá y la madrastra de las muchachas llegaron al palacio, para preguntar al príncipe qué había sucedido con sus tres hijas y éste furio-so le respondió: Déjenlas vivir en paz, porque ellas habían sido prince-sas en un pasado y la madrastra las maltrataba porque no lo sabía. Esa noche el palacio vistió sus mejores galas y el príncipe hizo una hermosa fiesta en su honor, y así de esta manera todos quedaron felices.

Informante: Victoria Santana Martínez (Ñaña); 76 años. Lugar de nacimiento: Boca Chica.

Ocupación: Ama de casa.

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Buquí

Había una vez un señor que tenía un hijo y murió dejando al mu-chacho con su madre. Eran muy pobres, pero el papá le había dejado como herencia un maletín viejo que tenía algunos pedacitos de oro, los que vendió para construir una casa humilde a su mamá. Pero un día empezó a llover mucho. Como llovía mucho, el agua entró a la casa y se mojaron todas las pertenencias de Buquí y su mamá.

Buquí, tras lo sucedido, dijo a su madre: Bueno, como mi papá se murió y te dejó a ti en mis manos, no te preocupes que voy a salir a buscar trabajo. Buquí cogió un burriquito que le había dejado su padre y dijo a su madre que saldría a buscar trabajo. Al escucharlo, la madre exclamo: ¡Mi hijo, tan chiquito como tú!, ¿quién te va a recibir para trabajar en su casa? Buquí respondió que cualquier muchacho trabaja

en una casa, aunque sea cuidando a otro niño. La madre ante tal situación estaba apenada porque no sabía cuándo volvería

su hijo y sufriría mucho estando sola. Buquí la con-soló pidiéndole que no se preocupara que

cuando tuviese trabajo volvería.La madre aprobó el viaje y Buquí agarró el

b u r r i q u i t o

poniéndole sobre el lomo

un pedacito de tela. Del maletín que le había

dejado su padre, sacó una pepita de oro y se la echó en el bolsillo.

Había un rey que vivía en una sabana, pero en la puerta de su casa tenía un sereno

cuidando la entrada. Cuando Buquí iba llegando

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a casa del rey, paró al burriquito en un terreno que tenía mucha yerba para que comiera. Este, de tanto comer, tenía la barriga muy grande. Cuando el muchacho llegó hasta la puerta de la casa del rey, cogió la pepita de oro y se la puso en el trasero al burriquito y como este había comido tanta yerba cagó en la misma puerta de la casa del rey, quedán-dose la pepita de oro pegada a la mierda.

El sereno, al ver el pedacito de oro brillando, asombrado gritó: ¡Anda el diablo¡ y salió corriendo a llamar al rey. ¡Rey, rey, corra, venga acá, corra! Al escuchar el llamado, el rey fue a ver qué pasaba. Al llegar y ver el pedacito de oro pegado en la mierda exclamó: ¡Yo nunca había visto una cosa así en este mundo! ¿Quién hizo eso ahí? Un burriquito que pasó corriendo, respondió el sereno. El rey, de inmediato ordenó al sereno que saliera a buscar al burriquito. Este salió detrás de Buquí y le ordenó que se parara. Buquí paró y preguntó al sereno: ¿Qué quieres conmigo? —El rey te quiere ver. Pero Buquí se negó, pues creía que el rey lo quería matar. El sereno le aseguró que el rey no lo mataría —él te necesita, añadió.

Buquí fue trotando en su burriquito hasta donde estaba el rey y cuando llegó le preguntó: ¿Dónde había comprado el burriquito? Bu-quí respondió que ese burriquito lo había heredado de su padre, quien se lo dejó para que pudiera hacer su vida con su mamá. El rey le pidió que vendiera ese burriquito, porque evacuaba oro y eso era lo que él necesitaba.

Lo siento, señor, yo no lo puedo vender, dijo Buquí. Pero el rey continuó insistiendo, hasta que le ofreció tres talegos por el animal, a lo que Buquí se negaba. Ante tanta insistencia, Buquí vendió el burriqui-to. El rey pagó los tres talegos y lo envió en coche hasta su casa.

El rey mandó a construir una cerca para que nadie viera al burri-quito y uno de sus trabajadores le trajo yerba, maíz y agua para que comiera. Pasaba el tiempo y el animal comía y comía, habían transcu-rrido tres semanas desde el momento en que había sido llevado a casa del rey y estaba cebao de tanta comida que le habían dado, pero el rey no estaba al tanto de lo que estaba pasando.

Buquí, con el dinero que le pagó el rey por el burriquito, hizo una buena casa a su mamá, compró vacas y fincas. Se había hecho rico. Ha-bía pasado un mes y medio y el rey ordenó a sus trabajadores que exa-

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minaran la mierda que había hecho el burriquito para así saber si tenía oro. Los empleados llevaron varios sacos para recoger el oro. Pasaron el día buscando oro y no consiguieron nada. Al no encontrarlo, el rey enfureció y dijo a uno de sus empleados: Mira, yo soy el rey y dejé que ese muchacho me engañara, voy a buscarlo para matarlo.

Como Buquí sabía que tarde o temprano el rey lo iba a buscar, le ha-bía dicho a su mamá que al día siguiente se levantarían de madrugada para juntar candela en la cual hervirían una libra de habichuelas en una olla bien tapada y cuando llegase el rey cambiarían la olla a un anafe frío para que el rey creyese que este cocinaba sin candela.

El muchacho gritó: Mamá, mamá, mira, ahí viene el rey, pon las habichuelas en el anafe. Al llegar hasta la casa, el rey preguntó a Buquí: ¿Qué tú estas haciendo? —Cocinando, respondió. Sorprendido el rey, comentó: Yo nunca había visto a una persona cocinando sin candela. Buquí dijo al rey que ese anafe lo había dejado su padre para que él pudiera cocinar sin necesidad de candela.

Asombrado el rey, destapó la olla y comprobó que las habichuelas estaban cocidas. Junto a Buquí y su mamá, el rey se sentó a comer crema de habichuelas y al comprobar que el anafe cocinaba sin fuego, pidió al muchacho que se lo vendiera. Este se negó porque el anafe lo había heredado de su padre.

De nuevo, el rey ofreció tres talegos a Buquí, quien preguntó a su mamá: ¿Qué vamos a hacer? Bueno, dijo la mamá, usted es quién sabe. Buquí accedió y dijo al rey que podía llevarse el anafe. Al llegar hasta su casa el rey mandó a que su mujer le pelase víveres y los puso a cocinar en el anafe sin candela. La mujer pasó el día tratando de cocinar los víveres y nada.

Cuando el rey llegó hasta la cocina de su casa y vio que no se había cocinado nada, contrariado pidió a uno de sus empleados que busca-sen a Buquí, pero como éste, de antemano, sabía que el rey volvería a buscarlo, dijo a su mamá: Mamá, mamá, el rey va a venir a buscarme, pero yo sé más que él, lo voy a engañar, tengo un pito ahí y cuando el rey venga por la mañana pondré un saco en el suelo, en el que te vas a acostar boca arriba, como si estuvieras muerta. Así, cuando el rey entre gritaré ¡Ay, ay, Dios mío. Mi mamá se murió. También se murió mi pai! ¿Cómo voy a vivir con la barriga como un pañuelo?

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Al llegar el rey a la casa de Buquí, este le dijo que su mamá había muerto, que le diera tiempo para revivirla. El rey le respondió: ¡Mira muchacho¡ tú has visto gente muerta revivir. Sí, afirmó Buquí, tengo un pito que me dejó mi papá cuando murió y con él revivo a todo el que muere. Asombrado el rey, pidió a Buquí que le enseñase el pito. Este le dijo: Míralo ahí, rey. Como Buquí ya había hablado con su madre, ésta al tercer sonido del pito se levantaría. Mire rey, continuó diciendo Buquí, con ese pito voy a revivir a mi mamá. Vamos a ver, con curiosidad, respondió el rey.

Buquí se escondió y el rey se quedó al lado de su madre muerta. El muchacho empezó a pitar, al segundo pito, la mamá se movió y el rey gritaba: dale, dale, sigue pitando que se está moviendo. Al tercer sonido del pito, la mujer se sentó y el rey de inmediato quería comprar el pito. Buquí se negaba porque ese pito se lo había dejado su padre, pero ante la insistencia del rey, Buquí le vendió el pito por tres talegos de oro.

El rey, como era tan tonto, llegó hasta su casa y dijo a su mujer: Yo estuve buscando, pero ahora encontré una cosa muy buena. Me voy a Francia a apostar con otro rey para revivirlo y me voy a hacer muy rico con el pito, así que tú me vas a tirar un tiro con el revólver y luego vas a esconderte para pitarme. Cuando yo escuche el primer pito voy a moverme y al tercero me pararé.

La mujer obedeciendo al rey, le tiró un balazo y a escondidas em-pezó a pitar, pero el tiempo pasaba y el rey no se levantaba, no revivió. Así de esta manera Buquí quedó muy rico con lo que el rey le dio y él por tonto se murió.

Informante: Raymond Alexis; 62 años. Lugar de nacimiento: Marigot, Haití.

Ocupación: Cortador de caña.

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Buquí y Pedro

Una vez Buquí estaba enamorado de una muchacha, sin embargo cuando iba a su casa a visitarla no se atrevía a decirle nada. Pero un día Buquí fue a la casa de Pedro y le dijo que él había visto a una mujer que le gustaba y quería casarse con ella, entonces Pedro le contestó: Tío, si a usted le gusta esa muchacha, su familia me conoce y la voy a enamorar para usted.

Buquí le dijo que sí y le pidió a Pedro que le comprara un flú bo-nito y unos zapatos buenos para poder casarse. Pedro, con el dinero de Buquí compró para él una remúa de buena tela pesada y a Buquí le compró una remúa de papel. Pedro también compró una buena silla de montar caballos, un freno y una espuela. Entonces cuando llegó la hora del matrimonio dice Pedro: Tío, tío, yo te voy a casar con la muchacha, y buscó dos caballos y los guardó en el monte. Ay, ay, ay, tío, como me golpié, yo no puedo subir al caballo. Buquí reprochó a su sobrino que precisamente al momento del matrimonio se había enfermado y que echaría todo a perder, porque no podría ir.

Bueno tío, contestó Pedro, lo que quiero es que usted me cargue para poder llegar rápido. Apoye sus dos manos en el suelo para subir encima de ti e ir a casa de la muchacha. Buquí obedeció, cargó a Pedro, lo subió al caballo y se fueron. Cuando estaban llegando hasta donde Buquí guardaba un saco, Pedro le dijo: Tío, usted tiene que ponerme algo en el caballo, está muy resbaloso. Pedro bajó del caballo, cogió el saco y lo puso en el lomo del caballo y se fueron. Cuando llegaron más adelante, Pedro nuevamente se tiró al suelo: Ay, ay, tío no puedo aguantarme, si encontrara una silla para que usted pueda agarrarme mejor yo subo al caballo. Buquí dijo a Pedro que fuera porque lo que él quería era llegar hasta la casa de la muchacha.

Pedro buscó la silla y la puso donde estaba Buquí, bien apretada, con un lazo, éste subió e iba trotando. Llegaron más adelante y Pedro,

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comentó a Buquí que había una cosita que le llamaban freno, que si Buquí la encontraba para ponérsela en la boca y así no caerse.

Asintió Buquí, sí, mi hijo, todo lo que has hecho está bien, lo que quiero es llegar para casarme, compra el freno porque tú eres de mi familia y me estas ayudando. Pedro salió, compró el freno y cuando llegó se lo puso en la boca a Buquí. Subió al caballo y continuaron an-dando. Cuando sólo faltaban algunos kilómetros para llegar a la casa de la muchacha, Pedro se quejó de que no podía aguantar más. Hay una cosita que le dicen espuelas, se colocan en los tobillos, te las pones y vas más bonito. Buquí bajó del caballo y fue a buscar las espuelas, al bajar agarró el freno y salió corriendo como un caballo.

Cuando llegaron hasta la casa de la muchacha, Buquí estaba muy cansado, Pedro se desmontó y amarró a Buquí en una enramadita, como si fuera un caballo y le buscó un poco de yerba para que comiera. Pedro entró hasta la casa y cuando vio a la novia se quitó el sombrero para saludarla. Ella abrazó a Pedro y se casó con él y Buquí se quedó sin novia y sin ná.

Informante: Raymond Alexis; 62 años. Lugar de nacimiento: Marigot, Haití.

Ocupación: Cortador de caña.

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Cuento de brujas

Había una vez unos padres que tenían a su hijo enfermo, el papá lo llevó donde los brujos para curarlo, pero ellos no pudieron hacerlo. La señora vaca era una mambo y el señor toro un brujo, la doña puerca también es una mambo y el señor barraco un brujo.

Los padres del niño fueron donde la vaca y no encontraron la cura para su enfermedad, luego donde el puerco y nada, llegaron donde el chivo pero tampoco encontraron cura, donde el gallo y nada de sanar al muchacho. Los padres del muchacho siguieron andando en busca de la cura para su hijo que ya se estaba muriendo. Su padre lo llevó donde doña chiva quién le dijo: Soy bruja, pero no soy yo que va a curar a tu hijo, es mi marido quien sabe.

Entonces el padre del niño fue donde el chivo y cuando vio al mu-chacho lo examinó. El chivo berreo, bee, bee, bee, beee, voy a curar a tu hijo, pero tienes que comprarme un chivita hembra y un chivito macho, un poco de toda la comida que come la gente y con eso yo le

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prepararé un servicio para usted y tiene que hacer una fiesta

por siete días, matamos animales y voy a recibirlo con mi familia, así tu hijo se curará. Los padres del niño compra-ron todo lo que el chivo les había ordenado, pero el chivo avisó a los demás chivos del lugar para que fueran a comer.

El día de la fiesta, cuando iban a matar al chivo, este se puso a cantar. Una vez matado el chivo, llegó la guardia, agarró al chivo y

a toda la gente que estaba en la ceremonia, la llevaron presa. Los que llegaron tarde a la fiesta se comieron toda la comida, entonces cuando soltaron al chivo brujo, se fue a la fiesta y dijo: ¡Oh, todo está destruido y el diablo que tenía que venir a comerse la comida no vino. Así como todo había salido mal, el niño murió y la familia buscando la cura gastó todo lo que tenía.

Informante: Similá Jeremie; 64 años. Lugar de nacimiento: Marigot, Haití.

Ocupación: Cortador de caña.

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Ti Malice y Buquí

Había una vez un señor que en su finca tenía muchas guineas cima-rronas y nadie se atrevía a entrar a su propiedad. Como Malice, sabía tanto, siempre entraba a llevarse los huevos. Pero un día Buquí, envió a su hijo Buquiné a buscar candela a la casa de Malice y cuando llegó hasta la casa, la encontró friendo huevos. –Buenos días Malice, –¿Qué quieres? preguntó Malice. –Buquí me envió aquí para buscarle un pe-dacito de candela, mira la candela ahí, señaló Malice, cógela y vete.

Malice hizo esto para que Buquiné saliera pronto de la casa y no viera los huevos que había cogido. Buquiné se fue, pero en el camino se le apagó la candela y nuevamente fue donde Malice. Ella le dio la candela pero no la invitó a comer huevos. Salió y de nuevo se le apagó y volvió a buscar más, en esta ocasión, además de la candela, Malice le dio un pedacito de huevo frito.

Cuando Buquiné llegó a su casa. Buquí le preguntó: ¿Qué estás co-miendo? Un pedacito de huevo que me regalo Malice, ¡Oh¡, ¿cómo Malice te da huevo?, ¿dónde los encontró? Le preguntó. Yo no sé dijo Buquiné, lo que vi es que Malice está friendo muchos. Buquí extrañado dijo: ¡Jum!, cómo es que Malice y yo somos amigos y está comiendo sólo, ahora mismo voy para su casa.

Llegó a casa de Malice y le preguntó: ¿De dónde sacaste los huevos? Malice llorando contestó: ¡Ay, ay, esos huevos son de Madam Sagá, los encontré y freí, luego vino Buquiné y le di un pedacito. Le dije que no llegara a tu casa comiendo huevos. Entonces Buquí empezó a atacar a Malice con la pregunta sobre los huevos. Al fin, Malice dijo: Si quieres conseguir huevos tienes que levantarte a las cuatro de la mañana y trae un macuto pequeño para buscarlos.

Pero Buquí trajo dos macutos y dos sacos. Malice llevó un macuto y se fueron. Ya dentro de la propiedad, Buquí llenó el saco de huevos y el dueño de las guineas lo estaba mirando y le pegó un hierro caliente en el trasero. ¡Anja¡ es usted que se está robando mis huevos. Buquí bien

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quemado salió huyendo, tiró el saco de huevos y tenía mucha vergüen-za porque a partir de ese momento todo el mundo empezó a llamarlo Buquí Nalga Quemada.

Informante: Jean Peté; 36 años. Nacionalidad: Haitiano.

Lugar de residencia: San Andrés, Boca Chica.

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Cuento cantado de brujas

Había una vez una niña malcriada, a la que se le había muerto su mamá. Su padre que tenía otra mujer entregó la niña a ésta, quien era una bruja. Pero el papá no lo sabía y confiaba en que la mujer le atendería la niña como si fuera su madre y se fue a trabajar.

Como la niña era tan malcriada con la madrastra, ésta se la comió y enterró su cabeza debajo de una mata de toron-jas. Pero el espíritu de la niña se quedó dentro de la mata y cuando empezó la cosecha de toronjas, nadie podía coger una sin permiso de la bruja.

Cuando el padre de la niña llegó del trabajo, empezó a preguntar: ¿Dónde estaba su hija? Pero la bruja le con-testó que ella había muerto. El padre sorprendido por la noticia preguntó: ¿Cómo es eso que murió mi hija y no me mandaste a buscar? Usted me la va

a buscar, obligao. La madrastra se echó a llorar: ¡Ay, cómo voy a buscar a su hija, ella murió y no la puedo buscar!

El padre insistió: Sí, sí, tú vas a ir a buscarme a mi hija; algo hiciste con ella. Ella era mi única hija y murió. La mujer seguía llorando. El papá de la niña fue hasta el patio de la casa para coger de la mata una toronja para hacer un jugo y al tratar de arrancar la toronja de la mata, esta se puso a cantar:

No me agarres mis cabellitos papá, no me agarres. Mi madrastra me mató y enterró mi cabeza.

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Entonces el padre se puso muy furioso, cogió un machete y le arran-có la cabeza a su mujer y la enterró debajo de la mata de toronjas. Hizo un hoyo grande y sacó los huesos de la niña y los puso como recuerdo en la sala de su casa.

Informante: Jean Peté; 36 años. Nacionalidad: Haitiano.

Lugar de residencia: San Andrés, Boca Chica.

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La albahaca y el arenquero

Había una vez un rey que vivía solo en su casa, pero al frente, vivían tres muchachas con su padre, quien era pescador. Las muchachas y el rey vivían tan cerca que los balcones estaban frente a frente. Todas las mañanas, una de las muchachas salía al patio a regar una mata de al-bahaca y el rey le decía: Señorita que riega albahaca, decidme ¿cuantas hojas tiene la mata? La muchacha le respondía: Caballero de capa y sombrero, dígame usted: ¿Cuántas estrellas tiene el cielo? Por seis días consecutivos la muchacha respondió al rey lo mismo.

Un día dijo el rey: voy a ver de qué manera me gano a esa muchacha, porque sabe más que yo. Se vistió como un viejito y llegó a la casa de la muchacha con una caja de arenques y una mano de plátanos colgando. La muchacha tenía mucha candela en el fogón y el viejito le pidió que lo dejara asar los plátanos y los arenques. La muchacha le contestó que sí.

Cuando las muchachas sintieron el olor del arenque fueron corriendo hasta donde estaba el arenquero y le pidieron arenque. Éste respondió a la mayor: Si me das un besito, a lo que ella se negó diciendo: ¿Cómo voy a besar a un viejo tan feo como tú? Eso no es verdad. La muchacha se fue. Después llegó la hermana del medio y pasó lo mismo, pero cuando vino la más pequeña, la que regaba la albahaca, le dio el besito y el arenquero de la emoción salió corriendo de la casa y dejó los plátanos y el arenque.

Entonces dijo la muchacha: ¿Cómo me iré yo a salvar del arenquero? La única manera de hacerlo es vistiéndome de la muerte. La muchacha se vis-tió con una sábana blanca y se pintó la cara con mucho maquillaje y en su yegua Nalga Rota, llegó hasta la casa del rey. Cuando llegó empezó a llamar al rey: ¡Levántate! El arenquero sorprendido preguntó: ¿Quién me busca a esta hora? Yo, la muerte. El arenquero nuevamente preguntaba: ¿Qué iba a hacer ahora? La muchacha le dijo que si lo trataban lo podía dejar. Si le das tres besitos en las nalgas a esta yegua te dejo, dijo la muerte. Enseguida el arenquero salió de la casa, llegó hasta el patio donde estaba la yegua y le

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dio los tres besitos a la yegua y la mucha-cha se fue.

Un día después, en la mañana, la muchacha se levan-

tó y empezó a regar la mata y cuando ésta

lo hacía, apareció el rey y le dijo: Señorita que riega al-

bahaca, decidme: ¿Cuántas hojas tiene la mata? La muchacha como siem-

pre le respondió: Caballero de capa y sombre-ro, decidme: ¿Cuántas estrellas tiene el cielo? El rey

preguntó a la muchacha: ¿Cuántos besos le había dado al arenquero? Ella respondió: ¿Cuántos besitos le diste

anoche a la yegua en las nalgas?El rey estaba furioso y mandó a buscar al papá de las muchachas y le escribió una

carta en donde le decía que lo estaban ofendiendo y le pedía al señor que

fuera desnudo y vestido, a pié y montado. Cuando el padre llegó a su casa y

leyó la carta, preguntó a sus hijas qué le habían hecho al vecino. Ellas respondieron que nada. La más joven de las muchachas, dijo a su padre: Tú sabes cómo es que vas a ir vestido y desnudo donde el rey? Bueno, dice la muchacha, ponte una tarraya de vestido y móntate en la chiva. Así vas desnudo y vestido, montado y a pié. El padre llegó hasta donde estaba el rey y éste quería que él llevara a sus tres hijas doncellas y embarazadas. ¡Oh¡ no te apures, papá, cómprame tres piezas de tela y las muchachas tenían una barrigota de tela pero el rey no lo sabía.

Un día el arenquero tenía una fiesta y pidió al padre de las mucha-chas que quería que ellas estuvieran allí. Cuando las muchachas llega-ron a la fiesta, había muchos brindis para ellas, el rey le dijo que comie-ran todo lo que quisieran y preguntó a la mayor: ¿Qué clase de dulces

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te gustan? El de manzana, respondió al rey. Hizo la misma pregunta a la hermana del medio y ella dijo que le gustaba el dulce de peras. Cuando el rey preguntó a la más pequeña de la muchacha, ésta respondió que le gustaba el dulce de nieve tostada, entonces el rey sorprendido exclamó: ¡Señorita, cuándo ha visto usted dulce de nieve tostada!; a lo que res-pondió: ¡Cuándo usted señor, vio señorita embarazada!

Entonces las muchachas, incómodas, se quitaron la tela de la barri-ga y salieron para su casa. Bueno, dice el rey al papá de la muchacha. Déme la mano de su hija. Sí, dijo el padre. Desde que comenzaron los amores de la muchacha y el arenquero éste se compró un cuchillo y ella mucha tela, con la que hizo una muñeca igual a ella.

Cuando la muchacha terminó de hacer la muñeca, esta quedó per-fecta, en tamaño y todo, igual a su dueña. La muchacha la guardó en un baúl y el arenquero al día siguiente le dijo: Que si el matrimonio iba y ella respondió que sí, que estaba lista.

La muchacha y el arenquero se casaron, llegaron a la casa y él le ordenó que se acostara, que él regresaba inmediatamente. Pero el aren-quero se había metido en el baño a amolar un cuchillo y la muchacha cogió la muñeca y la acostó en la cama boca arriba. Cuando el arenque-ro salió del baño, la muchacha estaba debajo de la cama y la muñeca encima como si fuera ella. Como el arenquero creía que la muñeca era la muchacha, le dio una puñalada. Cuando la sangre salió dijo: Diablo, esa mujer mía es tan mala que la sangre es amarga, la muchacha que estaba oyéndolo dijo: La sangre es de la muñeca no mía.

Cuando el arenquero se dio cuenta, corrió a abrazar a la muchacha y le dijo: Bueno, ya sí me convencí de que tú sabes más que yo, así que desde hoy en adelante vamos a dejarnos de esas cosas y seremos felices.

«Y a mí me dejaron aquí sentada y no me dieron ná».

Informante: Felicia Moreno; 73 años. Lugar de nacimiento: Agua Santa del Yuna.

Ocupación: Ama de casa.

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Juanillo

Había una vez un muchacho que era sastre, quien llevaba 15 años trabajando en una sastrería y nunca nadie lo llamó don Juanillo. Él sa-bía que en casa del rey hasta al que botaba la basura le decían don. Un día dijo: Bueno, lo que voy a hacer es dejar a mi familia y me voy donde el rey, para que me llamen don. Así lo hizo.

Habían pasado tres días desde que Juanillo fue a casa del rey y todos le decían don Juanillo el sastre. Era muy leal al rey y cuando se armó una guerra el rey lo envió al lugar del combate. Juanillo se quedó en ese lugar y allí conoció a un señor a quién llamaban Mercader que se le tiró encima a otro señor que pasaba por ahí porque iba a cobrarle una suma grande de dinero al rey y Mercader apaleó al señor.

Juanillo que estaba allí, fue hasta donde estaba el apaleado, le dio una suma de dinero y dijo: Toma este dinero, porque por eso fue que Mercader te apaleó, el hombre cogió el dinero.

Habían pasado nueve años desde que Juanillo salió del palacio a la batalla. En la noche llevó hasta su caja fuerte unos documentos y llamó a su esposa para hablarle.

El rey le había regalado dos peines, uno a Juanillo y otro a la es-posa. Estos tenían una matutina a través de la cual se veía el mundo. Cuando Juanillo llamó a su esposa, ésta le dijo que si le daba alguna identificación ella abriría la puerta, entonces Juanillo le enseño el pei-ne y así pudo entrar.

Juanillo y su mujer tenían un niña de 7 años. Cuando su mujer le abrió la puerta, Juanillo entró y guardó el documento. Entonces orde-nó a la mujer que no le abriera a nadie más. Pero Mercader lo había seguido y fue hasta la casa y llamó a la mujer. Como su esposo había salido, ella le abrió la puerta y Mercader le dio siete puñaladas y la mató, llevándose los documentos. Después mandaron a buscar preso a Juanillo junto a su hija, que era la que había dicho que la única persona que había estado en su casa, era su papá. El rey, defendiendo a Juanillo,

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dijo: Pongo mi cabeza a que me la corten que Juanillo no ha matado a esa mujer. Pero aún así la justicia lo condenó.

Habían pasado tres años desde la condena de Juanillo. Este ya no recordaba a Mercader y un día la niña pasó por la cárcel y encontró un papelito que decía: Hay una niña que le causa la muerte a su padre. La niña salió corriendo hasta la casa del rey y le enseñó el papel. El rey se hecho a llorar, pues sabía que no era ella.

Mire papá, ¿por qué usted llora? Por nada, respondió. Entonces la niña mandó a buscar el cuadro grande que había en su casa con la foto de su papá. Juanillo, estaba en prisión del cubo y mandaron a buscar dos o tres presos. Uno de los guardias dijo a Juanillo: Ve tú donde el rey. Él no quería ir porque la ropa que tenía estaba sucia, entonces le mandaron ropa de guardia a Juanillo y fue. Llegó hasta el jardín y se puso a trabajar, la muchacha lo vio y dijo: ¡Oh¡ es el hombre del retrato que hay en mi casa.

La muchacha, dijo al rey que quería sentar a la mesa al hombre que estaba en el jardín. El rey le preguntó: ¿Quién es ese preso, que la niña le ha tomado tanto cariño? Cuando el rey lo vio, dijo: ¡Ah, Juanillo! Cállese, dijo éste al rey. ¿Usted pagó una suma de dinero que había que pagarle a un español? No, no, no lo he pagado, respondió. En días lo pagaré, afirmó. Yo necesito, dijo Juanillo al rey, que en estos días usted me tenga encerrado en un lugar en donde el sol no me dé y cuando Mercader venga, dígale que espere tres días. Está bien, respondió el rey.

Cuando Mercader llegó dijo el rey: Mira, como yo estoy tan mal con la muerte de mi hija, espera tres días. Está bien. Entonces Juanillo mandó a buscar a los siete jueces que lo juzgaron a él. Cuando Mer-cader regresó y vio a todos esos jueces se sorprendió y Juanillo le dijo: Tú mataste a mi mujer. Sí, yo la maté, respondió Mercader y todavía conservo el puñal. Entonces Juanillo mató al hombre y a los siete jueces y el rey lo casó con una de sus hijas.

Informante: Felicia Moreno; 73 años. Lugar de nacimiento: Agua Santa del Yuna.

Residente en el barrio los Frailes.

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Juanico

Había un señor que tenía un hijo pequeño que era malo hasta la última escala. El niño era ahijado del padre de la iglesia y éste no podía aguantarlo porque se portaba mal. El niño se llamaba Juanico. Le ma-taba a golpes los monaguillos y golpeaba con un palo a los que acudían a la iglesia, por lo que el padre un día le dijo: Ya no te puedo tener más, así que vete. Juanico dijo: Lo único que quiero para irme es un bastón que pese algunas veinticuatro libras, un sombrero y un traje. El padre compró todo lo que le había pedido el muchacho y lo preparó para que se fuera.

Cuando Juanico se fue, llegó hasta una pequeña y lejana iglesia en la que había un monaguillo. Al verlo, Juanico le dio unos garrotazos, lo tumbó y se fue. Luego Juanico llegó a una casa y dijo: Buenas noches; buenas noches, le contestaron. El señor de la casa dijo a su mujer: Ese muchacho es malo, vamos a mandarlo a la casa que tiene el diablo.

Los señores enviaron a Juanico a casa del diablo. Cargaba una mano de plátanos y un tocino de puerco. Juanico, al llegar, empezó a asar los plátanos y el tocino y los diablillos que estaban subidos en unas arca-yatas, jugando y murmurando, brincaban para quitarle masa al tocino. Entonces Juanico se paró y con el bastón mató a los siete diablillos. Sólo quedó el diablo viejo sentado en su arcayata, apéate de ahí, le dijo Juanico al diablo, apéate y éste no obedeció. Juanico le dio un palo y lo tumbó.

Cuando Juanico se disponía a volar para irse, el diablo le llevó una oreja. Ahora sí que me jodí, dijo Juanico: Déjame llamar al dueño de la casa. Cuando llegó y preguntó por el diablo, le dijeron que no sabían de él, que siempre andaba por los trigos.

El diablo tenía encantadas y escondidas a las tres hijas del rey. Juanico llegó a un conuco grande y encontró una pila de muertos y dijo: Bue-no, ¿y todos estos muerto? Y siguió. Más adelante se devolvió y donde estaban los muertos, encontró a una vieja poniéndolos en cruz. Juanico

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brincó y se cayó dónde esta-ban éstos. Algo deben de te-ner esos muertos que todos los días los matan y después aparecen vivos, comentó.

Pero Juanico encontró a la vieja dándole a oler de un frasquito a los muertos y és-tos revivían y dijo: ¡Ah, eres tú la que revives a los muer-tos!, y Juanico de nuevo mató al muerto que había revivido.

La vieja dijo a Juanico: ¡Ay! no me mates, que voy a enseñarte una cosa y le enseño las tres muchachas que el diablo tenía escondidas del rey.

Juanico cogió las tres muchachas y fue donde el rey y le preguntó ¿Tú no tienes algo escondido o robado? Para qué le voy a decir que me robaron y se puso a llorar, pero dígame, porque nadie sabe, insistió Jua-nico. Entonces el rey le contó que le habían robado sus tres hijas. Pues mire, dijo Juanico: Yo le busqué a sus hijas. El rey, al ver a sus hijas, se volvió loco, las abrazó y le dijo a Juanico: Aunque usted no tiene la cara de bueno, escoja unas de mis hijas para que se case con ella y Juanico pidió a la más pequeña.

Luego Juanico se fue a buscar al diablo, para que le diera su oreja, porque no quería casarse gacho. En el camino encontró a una viejita y le preguntó: ¿Usted sabe dónde puedo encontrar al diablo por aquí? La vieja, que era bruja, contestó: Yo sí sé dónde es que el diablo se acuesta a refrescarse para que las brujas lo rasquen. Ambos se fueron juntos.

A escondidas del diablo, Juanico encendió mucha leña y puso a calentar el bastón de hierro que le había regalado el padre. Cuando el bastón se puso rojo de caliente y vio al diablo que estaba acostado con todas las brujas que lo besaban, sin que el diablo se diera cuenta cogió el bastón y se lo pegó. ¡Carajo!, dijo el diablo, esa que me besó que no lo vuelva a hacer. Al diablo se le había calmado la quemada del bastón y volvieron las brujas a besarlo y Juanico puso nuevamente a calentar el bastón y se lo pegó caliente. Juanico dijo al diablo: Sí, soy yo quién te está quemando. Búscame mi oreja o si no te mato y le dio cinco palos.

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El diablo dio a Juanico como seis orejas, pero ninguna era la de él. Pero como el rey tenía un saco lleno de orejas, empezó a sacarlas y a dárselas a Juanico y tampoco ninguna eran la de él. Búscame mi oreja, le ordenó Juanico, porque si no voy a matarte. El diablo sabía donde estaba la oreja, pero no se la quería dar. Cuando Juanico dio otro palo al diablo, este le dijo: Sí, ombe, toma tu oreja. Pégamela, dijo Juanico. El diablo le pegó la oreja, pero Juanico le dio cuatro lembasos que casi lo mata y dijo: Me voy pero no vayas a molestarme porque si vas te mato.

Juanico se fue y cuando llegó encontró que todo el que vivía en el palacio estaba llorando, porque la muchacha había muerto. Dice el rey a Juanico, y ahora ¿con qué te pago? Porque ahora ha muerto mi hija y con ella era que yo iba a pagarte. No se apure, respondió Juanico. Déjeme una hora sola con ella.

Juanico se encerró con la muchacha y le dio a oler el frasquito que le había quitado a la vieja. A la tercera olida la muchacha se paró y lo abrazó y besó y de inmediato. A partir de ahí empezaron nueve días de fiesta, al noveno día se casaron y vivieron felices.

«Y a mí no me dieron ná».

Informante: Felicia Moreno; 73 años. Lugar de nacimiento: Agua Santa del Yuna.

Residente en barrio Los Frailes.

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Juan Bobo y Pedro Animal 1

Una vez Juan Bobo había salido y en el camino se encontró con Pedro Animal, quién venía comiéndose una asadura. Juan Bobo le pre-guntó a Pedro Animal: ¿Cómo conseguiste la asadura? Pedro Animal respondió: Esa asadura la conseguí de una vaca que bajaba al río a to-mar agua. Cuando el toro que la acompañaba se alejó, le metí la mano por detrás, le halé la asadura y me la llevé.

Juan Bobo al comerse la asadura con Pedro la encontró tan buena que decidió ir a la finca para hacer lo mismo que había hecho Pedro Animal. Pero cuando Juan Bobo le metió la mano a la vaca, como su-puestamente había hecho Pedro Animal, la vaca lo apretó y le agarró la mano, echándose a correr con él. Así mientras quedaban pedacitos de Juan Bobo, estuvo corriendo la vaca hasta que lo desbarató y no quedó nada de Juan Bobo.

Informante: Rafael Martínez; 49 años. Lugar de nacimiento: San Francisco de Macorís.

Residencia: Andrés, Boca Chica. Ocupación: Agricultor.

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Juan Bobo y Pedro Animal 2

Un día Pedro Animal estaba cuidando a su mamá. Como parte de esta labor, calentaba agua todas las mañanas para bañarla y le daba de desayuno un huevo hervido. Pero un día, Pedro Animal tenía que salir y le encargó a Juan Bobo que le cuidara a su mamá. Antes de salir le dijo: Calienta el agua para que mi mamá se bañe y hiérvele un huevo para el desayuno. Pero Juan Bobo, quien era muy bobo, entendió lo contrario de lo que Pedro Animal le había pedido.

Cuando el agua estaba hirviendo se la echó a la mamá. Esta, al reci-bir el agua tan caliente, se murió. Entonces Juan Bobo no sabía cómo darle el huevo a la señora y se lo puso en la boca para que se lo comiera, pero como estaba muerta y Juan Bobo no se había dado cuenta, no se lo comía y él se comió una parte y empezó a pasarle la yema del huevo a la madre de Pedro por la boca a ver si la comía.

Cuando Pedro Animal regresó le dijo a Juan Bobo ¡Oh!, ¿qué pasó con mi mamá? Está muerta, respondió Juan Bobo. Mientras la bañaba quedó muerta y luego le dí el huevo para que se lo comiera y no se lo comió. Mírale la yema afuera, que no se la ha podido tragar.

Informante: Rafael Martínez; 49 años. Lugar de nacimiento: San Francisco de Macorís.

Residencia: Andrés, Boca Chica. Ocupación: Agricultor.