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AYUDAS A LA INVESTIGACIÓN FRANCESCA BONNEMAISON 2004 SUBJETIVIDADES EN TRÁNSITO EN LOS SERVICIOS DE ATENCIÓN Y CUIDADO. APROXIMACIONES DESDE EL FEMINISMO Informe Final Informe elaborado por: Cristina Vega Solís Julio 2006

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AYUDAS A LA INVESTIGACIÓN FRANCESCA BONNEMAISON 2004

SUBJETIVIDADES EN TRÁNSITO EN LOS SERVICIOS DE ATENCIÓN Y CUIDADO.

APROXIMACIONES DESDE EL FEMINISMO

Informe Final

Informe elaborado por: Cristina Vega Solís Julio 2006

SUBJETIVIDADES EN TRÁNSITO EN LOS SERVICIOS

DE ATENCIÓN Y CUIDADO.

APROXIMACIONES DESDE EL FEMINISMO

CRISTINA VEGA SOLÍS

Universidad de Valladolid

Instituto de Investigaciones Feministas, Universidad Complutense de Madrid

BASADO EN LA INVESTIGACION: CRISIS DE LOS CUIDADOS Y

ESTRATEGIAS DE CONCILIACION. DIFERENCIAS DE GENERO, CLASE Y

ETNICIDAD/ORIGEN EN LA PROVINCIA DE BARCELONA, DIPUTACIÓ DE

BARCELONA

ÍNDICE

CAPÍTULO 1

La crisis de los cuidados. Discursos y perspectivas desde el

feminismo

1. De entrada. «El cuidado en el centro»

2. Un concepto complejo en la encrucijada

3. «Organización social del cuidado» y «cualidades del cuidado»

4. Motivaciones y ánimos. La especificidad de los cuidados y la cuestión

de género, clase y etnicidad o extranjería

5. Visibilizar, cuantificar la crisis

6. Los servicios de cuidado en los Regímenes Locales de Bienestar

7. Diario de preguntas y entrevistas

CAPÍTULO 2

Ideaciones del cuidado. Fragmentos para pensar los cuidados (hasta)

hoy

1. Cuidados y cambio social

2. Rastrear los cuidados en la domesticidad

3. (des) Psicologización en el orden doméstico familiar

4. De éticas y cuidados

5. Subjetividades del cuidado

6. Los cuidados en la reproducción flexible

7. Tránsitos entre el familismo, el servilismo y la profesionalización

CAPÍTULO 3

Los estratos del cuidado. Condiciones y transiciones de las inmigrantes

latinoamericanas en los servicios particulares

1. Historias de transferencias

2. Obreras, «inactivas» y trabajadoras del cuidado

3. Empleadas de hogar, empleadas inmigrantes

4. Domésticas y/o cuidadoras, hogares y domicilios

5. Fórmulas de etnoestratificación

6. Espacios sociales del cuidado migrante: particulares y suplentes

a. Particulares en casa

b. Particulares fuera de casa

7. Del cuidado a la atención, de la casa al domicilio

8. «Pongo mucho sentimiento en mi trabajo»

9. Profesionales y profanas. La experiencia como cualificación

10. «Como (de) la familia»

11. Mucho amor

12. «Conocer para trabajar»

13. «¿Què son de aquí las noias?». Confianza e integración poscolonial

CAPÍTULO 4

Atender en lo personal. El trabajo afectivo en los servicios domiciliarios

1. «Hablar por hablar»

2. La atención: una forma de situarse ante la otra persona

3. Tecnologías de la atención: proximidad y domicilio

4. Lo personal y lo familiar en el trabajo familiar

5. El «saber hacer» en la atención domiciliaria. Disposiciones,

desplazamientos, cualidades

CAPÍTULO 5

Políticas del cuidado. El modelo mixto catalán y la nueva organización social

de la vida cotidiana

1. Preguntas iniciales para una nueva organización del cuidado

2. El modelo mediterráneo in progress: «lo que sobra»

3. El mix catalán

4. Políticas para el cuidado de mayores

5. Nova gestió pública. El caso del SAD en la provincia de Barcelona

6. Del servicio a las prestaciones económicas

7. La «ayuda» a la dependencia y la crítica feminista

8. La pugna por el sentido de la universalización vista desde

Cerdanyola del Vallés

9. Mataró. «La demanda es así»… «siempre tenemos que buscar otro

recurso»

10. Agitar el imaginario… para concluir

Me gustaría mostrar mi agradecimiento en primer lugar a todas las mujeres que se

han prestado a contarme sus historias de cuidado: a las de aquí y a las de allá; a

las que trabajan sin contrato en las casas y a las que lo hacen en los servicios de

proximidad; a las que tienen papeles y a las que no; a las que atienden a otros por

un salario y a las que atienden sin salario; a las que reclaman sus derechos. Me

gustaría mencionar sus nombres pero no creo que a todas les parezca bien, de

modo que las recuerdo aquí de corrido como nombres un tanto anónimos que

seguro que para ellas y desde luego para mi tienen mucha presencia: Angela,

Miriam, Milagros, Nadia, Doria, Javiera, Lorena, Reyes, Mariana, Gladis, Luci,

Ramona, Rosa, Lourdes, Anna, Isabel, Maria Antonia, Gladis, Josefa, Elena,

Miriam, Beatriz, Lilia, Mari Carmen… También a las personas que reciben cuidados

y a las hijas, cuidadoras que he tenido ocasión de entrevistar formalmente, así

como a aquellas con las que he charlado en algún momento: a Antonia, Sogues,

Enriqueta, a la hija del señor Joan y a su memoria, a Carmen, otra Carmen, … Con

muchas no he hablado ni como lo uno ni como lo otro, sino un poco como todo,

cuidadoras y cuidadas, aunque en contextos diversos y en relación con distintas

personas.

Mi agradecimiento también a las mujeres emprendedoras de la cooperativa Sad

Suport en Mataró, especialmente a Anna Joan Farga. A Pedro M. Moreno y Mª

Belén Garcia, a Irene Rodríguez, a Maria Angeles, que desde el Lloc de la Dona ha

estado muy pendiente; a Nuria Isanda de la Fundació Un Sol Món, siempre tan

acogedora; a las mujeres de El Safareig y muy especialmente a Elena Grau, que

me contó muchas historias de nuestra historia común en el feminismo y de los

proyectos de este centro; a Mamen Martín de Mujeres Latinas sin Fronteras, a la

que debo algo en retorno; a las compaleras de SURT, Marta Cruells y Noelia, y en

particular a Lorena Pazmiño.

Querría así mismo agradecer el apoyo que me han brindado Kontxi Odriozola y

Anna Cabó desde el Departament de Igualdad Dona Home de la Diputació de

Barcelona, que es el organismo que ha financiado este estudio, y también Carmen

Gabaldón; a Magda y Paqui Benitez desde el IMPEM en el Ayuntamiento de

Mataró; a Carmen Espuña desde Promoció Social del Ayuntamiento de

Cerdanyola.

Desde la universidad mi agradecimiento a Cristina Carrasco (UB), a Teresa Torns

(UAB) y Maria Jesús Izquierdo (UAB), con las que tuve jugosos encuentros. A

Verena Stolcke (UBA) y a Sonia Parella Rubios (UBA). También a Jordi Bonet i

Martí (UAB), con el que en algún momento di vueltas al tema. La aportación

económica de la Fundació Jaume Bofill ha sido clave para poder desarrollar este

proyecto.

Gracias por último a quienes transcribieron las entrevistas, siempre mucho más

que trascriptoras, y a Amparo Navarro, que se encerró conmigo en el último

momento. A todas las compañeras de Barcelona que me brindaron contactos,

reflexiones y vivencias, como las que compartimos en los días de reclamar

derechos durante el proceso de regularización de 2005. Y a las de Madrid, muy

especialmente a Maggie Schmitt, por un intercambio rico en afecto político cada

vez más encarnado. Con todas continuaremos la deriva…

Madrid, 10 de julio de 2006

CAPÍTULO 1

La crisis de los cuidados. Discursos y perspectivas desde el

feminismo

1. De entrada. «El cuidado en el centro»

Hace no mucho un grupo de Precarias a la Deriva salió por el madrileño barrio de

Lavapiés a preguntar qué era eso del cuidado. Entre los intercambios que tuvieron

lugar aquella soleada mañana hay uno particularmente significativo. Una mujer de

unos cincuenta y tantos nos contó que había cuidado de una señora durante más

de quince años. Esta mujer no podía valerse por sí misma y sus familiares

contrataron a una cuidadora y más tarde, dada la carga de trabajo, a una asistenta

encargada de la casa y de apoyar a la primera en las tareas de atención. Estos

cuidados intensivos se habían prolongado dando lugar a una relación que la

cuidadora valoraba muy positivamente. La atendía, la quería, «nos entendíamos».

En un momento dado, los hijos de la mujer cuidada, cuyo estado de salud

imaginamos se iría deteriorando, decidieron trasladarla a una residencia, poniendo

por lo tanto a estas dos mujeres en la calle. Les salía, claro, más barato que tener a

dos mujeres contratadas. La cuidadora nos contó afligida que la mujer murió a los

tres días. A ella le había costado mucho superar ese trago; alguien a la que había

cuidado durante tanto tiempo y por la que sentía tanto apego, que le había tratado

tan bien, etc. Un auténtico trauma al que le costó sobreponerse. Ahora se dedicaba

a otras cosas, principalmente a la limpieza. Cuando le preguntamos si tenía

intención de volver a buscar un trabajo de cuidado nos respondió con un no

rotundo y muchos aspavientos. «¡Nunca más! Es mucho trabajo, una carga muy

pesada, no tienes vida, hasta tu aspecto físico se degrada». Ahora, decía, me

pinto, salgo, he recuperado mi vida y no quiero pasar por eso, por cuidar a alguien,

nunca más.

Esta pequeña historia de cuidados intensivos de larga duración es un caso extremo de lo

que puede comportar el cuidado, tanto por la carga de trabajo que representa como por el

apego, la intimidad y en general el vínculo que se genera en una relación próxima de tantos

años. Es, así mismo, una muestra de las contradicciones que atraviesan el cuidado: carga y

afecto, entrega, a menudo idealizada de puertas afuera, y pérdida de la propia vida.

También pone de manifiesto la total informalidad y falta de derechos de las asalariadas

que cuidan en el hogar, algo que se agrava en el caso de las cuidadoras inmigrantes.

El cuidado es una actividad compleja que siempre ha estado, a pesar de su aparente

invisibilidad, en el centro de nuestra existencia. No es, como quieren algunos, «lo que

sobra», conceptualizado como dependencia1 cotidiana, sino «lo que hay», nuestra vida de

todo los días, que es una vida atravesada por la autonomía y la dependencia o, por los

vínculos de apoyo y atención en nuestros quehaceres2. Cuando contemplamos el cuidado

desde una perspectiva más amplia, no deja de sorprendernos todo lo que conlleva.

Hay que llevar a un hijo al hospital y acompañarlo durante cuatro horas para

hacerle más grata la estancia. Una hija necesita una fiesta de cumpleaños de sus

15 años. Hay que escribirle a la suegra contándole las noticias familiares y

preguntarle por su salud y su torcedura de tobillo. Hay que ir al colegio a hablar con

el profesor.

Una hermana necesita apoyo por un inminente divorcio y un hermano necesita

compañía por su inminente desempleo. Un sobrino alivia su soledad conversando

acerca de los pulgones de los rosales. Un familiar debe devolver a la tienda unos

zapatos ortopédicos. Una amiga necesita un canguro para su hijo mientras va la

médico. Otra amiga necesita consejo acerca de un hijo problemático…

Parece que estuviéramos ciegas y no viéramos esa red que actúa y responde

frente a situaciones difíciles y, sin embargo, es tan necesaria para el bienestar

humano e incluso para la existencia misma que se considera casi un hecho natural,

como respirar (Tweedie 1978).

Hoy, y ésta es nuestra tesis de partida, el cuidado se está reestructurando en muchos

sentidos y por distintos motivos en todos los ámbitos: la familia, el mercado, el Estado y el

sector de la economía social. Está, se ha dicho, en «crisis» (Precarias a la Deriva 2004b;

Pérez Orozco 2005). Aumenta la demanda y disminuye el número de personas dispuestas

a realizarlo o a realizarlo de forma desinteresada, incluso en el seno de las familias (Daly y

Lewis 2000). Las mujeres en el mundo laboral no pueden cuidar del mismo modo que

estando fuera de él y además muchas no quieren hacerlo o se agobian porque no

alcanzan. La «conciliación», una política destinada a amortiguar esta contradicción, hay

que entenderla en esta conyuntura. Los elementos demográficos, sociales y económicos

que determinan esta crisis son de sobra conocidos y no nos vamos a detener ahora en

ellos (Del Río y Pérez Orozco 2003 y 2002; Monteros y Vega 2004; Caixeta et al. 2004).

1 En el sentido médico, la dependencia significa no valerse por sí misma. El IMSERSO define dependencia como ese estado de las personas que necesitan asistencia o ayuda para realizar las actividades de la vida diaria a causa de la pérdida de capacidad psíquica o intelectual. Este concepto, a pesar de aspirar a describir situaciones específicas, ha de someterse a sospecha, sobre todo por lo que revela acerca de nuestras ideas de la autonomía y la dependencia, más trabadas en el cotidiano, y no tanto como situaciones o colectivos de riesgo, como a menudo se desprende de algunos estudios.

En cualquier caso, resulta indudable que en la actualidad el trabajo de cuidados necesario y

no cubierto o malamente cubierto está generando sentimientos de estrés, culpa, maltrato,

miedo y doble vínculo en las cuidadoras familiares y en las personas cuidadas (Izquierdo

2003a), y empleos precarios, ya se trate de trabajo subcontratado (residencias, servicios de

proximidad, etc.) o contratados privadamente por los hogares. La tradicional desprotección

de este sector, el de las cuidadoras particulares en casa, empleadas de hogar, y la que

genera la migración sin derechos son hoy un buen caldo de cultivo para la expansión de

una de las salidas privadas de la crisis. Por fortuna, cada vez son más las investigadoras

que analizan esta salida y las personas que se enfrentan en lo cotidiano y en la política a la

invisibilidad y vulnerabilidad que origina la migración sin derecho y el trabajo invisible.

En este apartado introductorio trataré de aproximarme a esta temática desarrollada en

trabajos anteriores (Monteros y Vega 2004; Caixeta et al. 2004 y 2006), centrándome

específicamente en la conceptualización de los cuidados. Presentaré también brevemente

el trabajo de campo realizado en el presente estudio. En cualquier caso, este primer

acercamiento, en su parcialidad, será completado, rebatido y volteado a lo largo del texto.

La dificultad a la hora de acceder a muchos de los estudios que sobre los cuidados se han

realizado en otros países no es algo que haya que ocultar. Dejaré la revisión de la literatura

sobre cuidados y migraciones para el capítulo 3, en el que me detendré en la inserción

laboral femenina en los servicios con base en el hogar, algo que ya hice junto a otras

compañeras en los textos anteriormente citados, aunque en ellos hablamos tanto de trabajo

doméstico como de cuidados, actividades que aparecen de forma muy entrelazada en el

empleo casero.

Retomando el hilo de la crisis, todo el mundo sabe que el hueso duro de roer aquí es el

envejecimiento y la atención a los llamados «dependientes», no ya a los dependientes

«especiales» (enfermos crónicos o personas discapacitadas para las que apenas existen

servicios y ayudas), sino los «dependientes» que una vez no lo fueron o siguen sin serlo

totalmente porque se valen por sí mismos, incluso cuidan de otros, pero que cada vez

precisan más apoyo por parte de los demás (Durán 1999). Estos ancianos y ancianas,

estas madres y padres, abuelas y abuelos del futuro, hijas e hijos –porque esto será un

problema que afectará a varias generaciones–, socializados en una cultura (católica,

mediterránea, familista, etc.) de responsabilidades y obligaciones que se tambalean, no

entienden que se les escamotee lo que les corresponde por lo que dieron. La reciprocidad a

largo plazo es una expectativa cultural que no se ha debilitado con el desarrollo del Estado

del Bienestar, sobre todo en los países mediterráneos. Esta responsabilidad en el caso de

las mujeres se confunde con su papel social en el mundo (Izquierdo 2003a). Ser mujer ha

sido hasta hace poco equivalente ser cuidadora. Cuando echamos un ojo a los textos, no

tan lejanos, del franquismo nos damos cuenta de la importancia que ha tenido esta

identidad en nuestro entorno. Proporcionar cuidados a los demás es un elemento central en

la identidad femenina. Las mujeres cuidan, se ha dicho muchas veces, incluso a costa de sí

mismas, de su propia salud y bienestar. Por suerte para nosotras, cada vez hablamos más

del cuidado de quienes cuidan, aunque muchas veces parece que los programas públicos

que tratan de dar respuesta a esta situación no cuestionen el esquema de

responsabilidades sociales existente.

Al enfrentarnos a las cuestiones de identidad surge un auténtico problema con una doble

vertiente que hay que abordar de forma conjunta. Una vertiente sociocultural y afectiva –

¿cómo se está transformando el cuidado a medida que cambian sus condiciones de

realización?, ¿qué categorías –cuidado, necesidad, dependencia, afecto, etc.– empleamos

para nombrarlo y manejarlo?– y política –¿qué alternativas se pueden desarrollar para

afrontar esta crisis y el sufrimiento e incertidumbre que genera de forma justa? Justa en

relación al género, a la clase, a la etnicidad y a la extranjería. Y, más allá, ¿qué significa

políticamente este cambio en la percepción del cuidado como algo más visible, más

necesitado? ¿Qué tipo de organización de la vida, qué tipo de servicios y recursos se

precisan? ¿Qué tipo de protecciones y reconocimientos deberían tener quienes los

prestan? ¿Se arrinconará el cuidado en la conciliación o, como parece estar sucediendo de

forma marginal, se gestionará? ¿Se gestionará mínimamente o podrá el cuidado ser un eje

central de la ciudadanía? ¿Estará esta ciudadanía impulsada por un Estado de Bienestar

que expanda el concepto de reproducción en lo público o lo estará por un régimen de

bienestar mixto, como de hecho ya sucede? Familia, mercado, Estado y voluntariado en

distintas dosis.

Todas estas cuestiones preocupan a muchas personas a título individual, investigadoras

que trabajan en torno a las desigualdades de género y extranjería o al futuro de las políticas

sociales, a profesionales de los cuidados en distintos entornos, a activistas, pero sobre todo

a muchas personas en su faceta humana, es decir, como personas que ocupan en el

presente o en un futuro no muy lejano el papel de cuidadores y cuidados, ambos, en

relación a otras personas mayores allegadas. Esta condición humana que no es sino

hacerse cargo de los cuerpos que somos, como lo expresa Butler, tan alejada de la

concepción del individuo y de la sociedad en el neoliberalismo, es lo que hoy ha de situarse

en el centro del debate público (Precarias a la Deriva 2004a). La nueva legislación sobre

dependencia propuesta en el Estado Español ya lo hace, sin embargo, lo hace, al menos a

nuestro juicio, de forma muy poco interesante. La posibilidad de poner el cuidado en el

centro, una posibilidad que han construido muchas personas en lucha diaria –mujeres,

individual y organizadamente en el feminismo, personas ancianas, organizaciones de

familiares de personas con minusvalías o enfermedades especiales, cuidadoras

domiciliarias, enfermos crónicos, etc.– puede convertirse en un problema a gestionar y no

en una oportunidad para pensar, volver a pensar y expresar como queremos vivir y morir, y

cuidarnos y cuidar de las demás…

Mucha gente no puede cuidar bien (noción, la de cuidados de calidad o la de «bien-estar»,

cuyo significado habremos de elucidar, sobre todo a partir de las entrevistas con las

«expertas»), y muchas no quieren hacerlo y se sienten atrapadas. Las que pueden pagarlo

contratan servicios a otras mujeres, en su mayoría pobres, que carecen de una profesión

reconocida u oportunidades para moverse en el mercado laboral y que como «buenas

mujeres» hacen el papel de cuidadoras profanas (Haro Encinas 2000), es decir, ejercen de

mujeres y movilizan conocimientos que nacen de la experiencia, en muchos casos de una

experiencia reflexiva. Hoy esas pobres, que ayer fueron mujeres venidas del campo, son

inmigrantes procedentes de otros países (Colectivo IOE 2001).

Esta es una de las soluciones privadas a la crisis, uno de cuyos efectos perniciosos es el

de soterrar el conflicto sobre el reparto de la carga global y el conflicto de cómo la

desprotección, producto de las leyes restrictivas de extranjería, favorece la explotación,

aunque ésta se justifique como una «ayuda a esa pobre gente…» o un modo de engrasar

el desgaste relacional que produce la falta de reparto de los trabajos en la mayoría de los

hogares. Este es, así pues, el hilo argumental de este estudio que quiere ser un

acercamiento a:

1. las vivencias del cuidado (cuidadoras migrantes y, aunque de una forma

secundaria, personas cuidadas e hijas que gestionan cuidados),

2. la reconceptualización de los cuidados cuando éstos se convierten en servicios

privados (o ¿cómo se deconstruye y reconstruye el valor social de los mismos

cuando se transfieren?), y

3. la concepción de los servicios, relación entre los servicios particulares en el hogar y

otros servicios existentes (sobre todo domiciliarios, a los que no se accede o se

accede pero no acaban de solucionar el conjunto) y la orientación general de las

políticas de cuidados a partir de un estudio de caso.

La reflexión nace con la crisis –la crisis de los cuidados– pero como dicen algunas, la crisis

«nos gusta». Es un punto de inflexión para pensar las ideaciones del cuidado, la

estratificación social que hoy atraviesa la organización mixta del cuidado, la dimensión

afectiva que nos obliga a pensar las cualidades deseables en el cuidado modificado y las

políticas que hoy apenas responden a los déficits que se nos vienen encima. Crisis pues,

como oportunidad.

La crisis y reorganización del ámbito de los cuidados se expresa en distintos niveles: (1) el

de las cuidadoras (mujeres en las familias, mujeres inmigrantes empleadas, mujeres en los

servicios pseudoprivados), siempre mujeres (2) el de los regímenes familiares y públicos

(sus racionalidades y recursos) bajo los que se desarrolla esta actividad (trabajo familiar,

servicio en el hogar, empresas privadas, de economía social, ONGs, servicios públicos de

gestión a distancia, etc.), y (3) el valor social que reciben y el que podrían recibir desde un

punto de vista que pusiera en el centro el cuidado como un elemento constitutivo de la

ciudadanía.

2. Un concepto complejo en la encrucijada

Existe una extensa bibliografía feminista en inglés que aborda de forma específica los

cuidados, parte de la cual he tenido ocasión de revisar. Otra, por desgracia, aún no ha

llegado a las bibliotecas. En cualquier caso, lo que encuentras y no encuentras ya es un

hecho revelador en sí mismo. Contrasta, en este sentido, el desarrollo de la temática de los

cuidados en el mundo anglosajón y escandinavo, y el escaso tratamiento específico que ha

recibido en el Estado Español, al margen, claro está, de los cuidados especializados (desde

la práctica de la enfermería o desde del tratamiento a enfermedades o dependencias

específicas como los trastornos mentales, las minusvalías, etc. o desde la salud en

general). En la literatura interdisciplinar feminista (sobre todo desde la sociología, la

economía, la teoría política y el análisis de las políticas sociales), de la que partimos y en la

que con sus estrecheces nos movemos, los cuidados aparecen, cada vez más, como un

campo de reflexión. El encuentro SARE, Cuidar cuesta: costes y beneficios del cuidado de

2003, alguna literatura en el terreno de la conciliación, los estudios de Durán, las

reflexiones de Izquierdo, Carrasco, Torns, Río y Pérez Orozco, Esteban, Comas d’Argemir,

el Colectivo IOÉ, etc. son entre otras muchas una importante fuente de análisis que, por

suerte, está creciendo con rapidez, con especial fuerza en algunas tesis doctorales como la

de Pérez Orozco y Martínez Buján o estudios especializados, y en algunos análisis

provenientes de los contextos de reflexión militante como el de Precarias a la Deriva, el del

grupo Dones i Treballs, el de la Asamblea de Mujeres de Bizkaia, la Asamblea Feminista de

Madrid, El Safareig en Cerdanyola, o el de los debates y luchas de las mujeres inmigrantes,

especialmente en Barcelona durante los procesos de 2001 y 2005, entre otros. También

algunos seminarios y grupos de investigación están en ello, entre otros el Grupo de

Estudios Sociológicos sobre la Vida y el Trabajo de la UAB o el grupo Trabajos, Afectos y

Vida Cotidiana de la UCM. Por otro lado, la literatura proveniente de los estudios

migratorios sobre el cuidado realizado por mujeres inmigrantes también está en proceso de

expansión a partir de las aportaciones de autoras como Oso, Parella Rubio, Gregorio y

Escrivá, entre otras. Las reflexiones de las cuidadoras, migrantes y autóctonas, asalariadas

o no, aunque no siempre en papel son la auténtica fuente del debate que nos traemos entre

manos en el día a día. Lo que aquí he podido rescatar nace de mi particular acercamiento a

sus testimonios y análisis en un periodo muy concreto, como fue el que marcó el proceso

de regularización y conflicto en torno a la regulación de la extranjería de 2005. Fue

justamente en esos meses en los que anduve arriba y abajo acercándome a las realidades

que entrecruzan cuidados particulares y domiciliarios llevados a cabo por autóctonas pero

sobre todo por migrantes, ya fuera desde cooperativas, asociaciones, espacios de

formación, de promoción del empleo y programas de emprendedoras o sencillamente,

como ha ocurrido casi siempre, desde cada una a título individual.

En primer lugar, es preciso llamar la atención sobre la popularidad de este concepto

justamente ahora, como sugieren Daly y Lewis (2000), a causa a su carácter

transfronterizo. El cuidado está en los intersticios de las dicotomías más importantes de la

provisión social. Está presente en distintas esferas y opera, como veremos más adelante,

bajo regímenes de bienestar aunque hay que advertir que cuando se cuela por la puerta

pública se convierte en «asistencia». Por eso, por ese carácter plural que hoy adquiere el

cuidado, privilegiaremos el plural de este término, para recuperar, al menos parcialmente,

su carácter situado. Cuando hablamos de cuidados hablamos de muchas cosas. Los

cuidados están a caballo entre lo asalariado y no asalariado; lo público y lo privado; lo

formal y lo informal; la familia, el Estado, el mercado y el voluntariado; las ayudas

monetarias y los servicios; la persona cuidada, la que cuida y la familia; etc. Un cuadro, el

que aporta M. A. Durán (1999), ayuda a situar la complejidad de los espacios y lógicas que

atraviesan los cuidados. En él se recogen distintos tipos de cuidado según el sistema en el

que se integran:

A. Sistema doméstico

a. Autocuidado

b. Por familiares residentes en el hogar

c. Por familiares no residentes en el hogar

d. En el hogar por no familiares

i. Remunerado

ii. No remunerado

B. Sistema extradoméstico

a. Servicios sin ánimo de lucro

i. Servicios Públicos

1. Servicios estatales

2. Servicios de la Comunidad

3. Servicios municipales

4. Servicios de Organismos Autónomos

ii. Servicios de voluntariado

1. De carácter funcional (según tipos de enfermedad)

2. De carácter social (según tipo de beneficiario)

3. De carácter ideológico (según ideología de la institución

que lo presta)

iii. Servicios cooperativos o mutualistas

b. Servicios para la venta (con ánimo de lucro)

i. De compra directa en el mercado

ii. De compra indirecta a través de aseguradores (págs. 229-230).

Pero la cosa es aún más complicada. Cuando hablamos de políticas del cuidado veremos

que no se trata sólo del sector privado o público, sino de nuevas modalidades mixtas de

gestión y ejecución. Tampoco cuando hablamos del cuidado en casa hablamos de una

única cosa: el cuidado familiar no asalariado. El cuidado casero adquiere hoy muchas

modalidades, tanto asalariadas como no. De hecho, resulta extraño que exista tan poco

análisis de un sentimiento común, al menos en mi entorno, como ha sido el cuidado

familiar, el que prestan las hijas a sus progenitores, pero de forma asalariada o

pseudoasalariada. En cualquier caso, las modalidades son más complejas de lo que parece

a simple vista. Aunque es importante irlas ventilando.

Thomas (1993) en su «de-construcción del cuidado» como categoría uniforme que tiende a

marginalizar actividades, sujetos o aspectos del mismo, prefiere hablar de las dimensiones

que operan en la conceptualización del cuidado, recuperando así la necesidad de un

análisis de carácter empírico. Esta forma de abordarlo resulta de una enorme utilidad.

Distingue:

1. La identidad social de quien cuida: familiares, profesionales o integrantes de

sectores pseudoprofesionales (auxiliar familiar, voluntarios a domicilio, etc.). El

género se halla aquí en el centro del análisis.

2. La identidad social de la persona cuidada: la categoría fundamental suele ser la

«condición de dependientes», cuestión que he mencionado de pasada y me

gustaría discutir más adelante.

3. La relación interpersonal entre cuidadora y cuidada: esta dimensión se refiere a la

naturaleza del vínculo entre ambas personas, si se trata de relaciones contingentes

(de servicio) o familiares o de amistad o vecindad.

4. La naturaleza del cuidado: el contenido, a saber, un estado emocional (emoción,

afecto, amor) o un estado de actividad (trabajo, tarea, empleo). En inglés este par

se expresa como «caring about» y «caring for». Cuando se habla de cuidados, en

ocasiones, se alude a uno de estos aspectos, habitualmente a la combinación de

ambos (la relación y la actividad); la disposición hacia el otro, lo que se hace por el

otro/a.

5. El ámbito social en el que se ubica la relación: algo relacionado con la división

social del trabajo en la sociedad capitalista y particularmente con la distinción entre

el espacio público y el privado.

6. El carácter económico de la relación de cuidado: su carácter asalariado o no

asalariado, este último ligado a una obligación normativa (familiar o de otro tipo).

7. El contexto institucional en el que se ejerce: el hogar, el hospital, las instituciones

residenciales, los ambulatorios, etc.

Cruzando estas dimensiones podemos obtener distintas caracterizaciones del cuidado en

sus versiones más abiertas –disposición general hacia los demás, a hacerse cargo de sus

necesidades–, y en sus actividades concretas.

Maria Jesús Izquierdo (2003a), aludiendo a estas primeras versiones, y avanzando ya en el

terreno de las definiciones, afirma que: el cuidado más que una actividad o grupo de

actividades particulares, es una forma de abordar las actividades que surge de la

conciencia de vulnerabilidad de uno mismo o de los demás (pág.5).

Para matizar a continuación: sin embargo, tomaremos el cuidado como si se tratara de un

grupo de actividades específicas que requieren un cierto estado emocional y de conciencia.

Este es un dilema feminista común porque desde los sentimientos morales tendemos a

valorar el cuidado, mientras que desde sus actividades solemos menospreciarlo. También

Precarias a la Deriva (2004a) lo atraviesa: el cuidado está en todo, es una forma de habitar

la realidad, pero el cuidado es también un trabajo, una actividad que entraña carga,

explotación. El cuidado es satisfacción y elección, pero también esfuerzo. Desde el

feminismo resulta difícil renunciar a esto último aunque se perciba con claridad que el

marco heredado del trabajo, como nos recuerda Himmelweitt (1995), no sirve sin más.

Además, los cuidados atraviesan hoy distintas esferas y nos permiten estudiar las

continuidades (por ejemplo, la feminización de todos los cuidados) y las distintas

racionalidades bajo las que opera. Es pues un lugar privilegiado para detectar

transformaciones, tanto en la familia, las relaciones amorosas, intergeneracionales, entre

los sexos como en el Estado. El cuidado revela mucho acerca de las formas de gobierno,

cada vez más permeadas por el miedo, la inseguridad y el riesgo.

En el presente análisis asumiré esta doble vertiente: (1) cuidado como actividad en

particular, como unos servicios concretos realizados por un grupo específico de mujeres

(clase-etnicidad-origen), en un ámbito con una regulación laboral y de extranjería

determinadas, y (2) cuidado como disposición o estado específico de conciencia que

atraviesa la realidad y cuestiona o debería cuestionar los presupuesto de la ciudadanía; la

del sujetos individual, autosuficiente y autosatisfecho.

Además de este dilema entre actividad y disposición, entre trabajo y afecto, existe un

aproximación poco desarrollada (al margen de las aportaciones de carácter más filosófico)

sobre el cuidado de la vida y la muerte y las propias concepciones cambiantes de estas

condiciones (Durán 1999). Los debates sobre la reinvidicación de la iniciativa en lo que a la

propia muerte se refiere en un contexto de alargamiento de la vida o los límites en el

mantenimiento asistido de la vida producto del avance tecnológico o el control de los

procesos reproductivos o las definiciones de «vida que merece la pena ser vivida» (Butler

2005) forman parte de una aproximación biopolítica que toca de lleno la cuestión de los

cuidados en tanto sostenimiento de la vida o de los cuerpos. Los cuidados, entonces, no se

refieren únicamente a la producción de identidades, sino también a la producción y atención

a los cuerpos (sexuados). Todo esto nos remite indudablemente a una visión normativa

sobre la salud, la enfermedad, sobre la dependencia y los sujetos capaces e incapaces.

Nos remite, además, al debate sobre los instrumentos jurídicos desarrollados para

«construir» y preservar estas visiones normativas sobre la vida. Durán alude, en este

sentido, a los «derechos del enfermo» y a lo que revelan en torno a estas concepciones

que están en el trasfondo de la deontología en tanto pensamiento sobre la ética del trabajo

y la profesión.

El siguiente esquema sobre el futuro de la sanidad y el cambio en la dirección de la

actividad, propuesto por la autora, pone de relieve los aspectos productivos y de

transformación que ha adquirido la vida social y tecnológicamente mediada.

Curar a los enfermos

Cuidar enfermos

Curar enfermos

Prevenir la enfermedad

Evitar/transformar, producir la

muerte

Cuidar enfermos

Curar enfermos

Prevenir la enfermedad

Producir/transformar, evitar la

vida

PASADO PRESENTE FUTURO

FUENTE: Durán (1999).

Si bien estas cuestiones están más estrechamente relacionadas con el ámbito de la

enfermedad y la medicina, escisión, la de la salud (medicina) y el benefactor (cuidado) más

que dudosa, lo cierto es que están íntimamente intrincadas con los modelos de

sostenibilidad de la vida, las concepciones de los sujetos y la sociedad y el reparto de

responsabilidad en la gestión de los cuerpos y la toma de decisiones sobre los mismos.

3. «Organización social del cuidado» y «cualidades del

cuidado»

El problema de los cuidados, desde la presente aproximación, se refiere a quién hace qué,

dónde y cómo. Es decir a la organización social del cuidado vigente en un momento dado.

Desde esta perspectiva situada vemos que lo que hoy está en crisis es el esquema que

resolvía malamente los cuidados de acuerdo a un arreglo histórico basado en la división

sexual del trabajo para las clases medias y de la sobrecarga femenina y socialización en el

espacio público comunitario en las clases bajas urbanas.

Las mujeres obreras siempre han trabajado asalariadamente, a menudo de manera

informal, y esto implicaba una gestión femenina comunitaria de los cuidados distinta al

esquema del ama de casa y el cabeza de familia proveedor. Aun así, este último fue

imponiéndose como modelo general gracias, entre otras cosas, al salario familiar. Tal y

como se señaló desde el feminismo marxista a lo largo de la década de 1970, el trabajo de

las mujeres en el hogar produce y reproduce la mercancía «fuerza de trabajo», que es

central para el sistema capitalista. Se trata de una «forma enmascarada de trabajo

productivo» que es pagada con el salario del varón casado, el cual incluye la reproducción

de la unidad familiar (dalla Costa 1972). Hoy las mujeres están cada vez más en el

mercado de trabajo, el formal y el informal, y esto ha tensionado el pacto de género del que

se beneficia también el capital. El Estado del Bienestar supuso una socialización de

algunas funciones reproductivas, pero no afectó al desarrollo de los cuidados cotidianos,

sobre todo en los países del sur de Europa, donde el modelo ha sido abiertamente familista

(Trifiletti 1999; Bettio y Plantega 2004; Caixeta et al. 2004). En la actualidad, como observa

Izquierdo (2003a),

nos encontramos en una situación de transición entre la concepción familiar del

salario y una concepción individual, en la que no se considera el coste de

reemplazo de la población trabajadora. En los países occidentales, la continuidad

del sistema productivo es perfectamente compatible con un descenso de la tasa de

natalidad dada la disponibilidad prácticamente ilimitada de la fuerza de trabajo

inmigrada y de los patrones de natalidad de la población inmigrante. Sin embargo,

lo que no ha cambiado es la práctica de externalizar a las familias, léase las

mujeres, tanto las actividades de cuidado como sus costes. Se trata de una

externalización de costes triple, del Estado, del mercado y de los hombres hacia las

mujeres (pág.20).

El concepto de «cuidado social» («social care»), apreciado por la ciencias sociales con

perspectiva feminista, viene a recuperar esta visión multidimensional (y no fragmentada) del

concepto de cuidados como organización social que sería preciso situar en una dimensión

histórica sobre la transformación. Lewis lo cifra en tres aspectos: cuidado como empleo,

cuidado como marco normativo de obligaciones y responsabilidades y cuidado como

actividad con costes, tanto financieros como emocionales que traspasan las fronteras de lo

público y lo privado. El cuidado social

está formado por las actividades y relaciones implicadas en el sostenimiento de los

requisitos físicos y emocionales de los adultos y niños dependientes, y en los

marcos normativos, económicos y sociales a los que son asignados y en los que se

desarrollan (Daly y Lewis 2000, pág. 285).

Evidentemente, el concepto está notablemente determinado por los análisis del cuidado en

los regímenes de bienestar existentes (por el propio concepto de bienestar y dependencia

legado de los mismos) y por los nuevos marcos mixtos o «pluralistas» que comienzan a

extenderse por toda Europa (Kröger 2001) y a los que aludiremos en relación a los

regímenes locales de bienestar en Cataluña y a la provincia de Barcelona en el último

capítulo.

Los cambios en la organización social de los cuidados no son meramente cuantitativos –

desciende la capacidad para cuidar al tiempo que aumenta la demanda–, sino también

cualitativos (Daly y Lewis 2000). Hoy se empieza a cuidar, no sólo a curar y a educar, bajo

otros presupuestos o al menos bajo presupuestos en disputa. Por ejemplo, los

presupuestos del mercado, su empeño por instalar la lógica de la escasez, el riesgo y la

«dosificación» chocan con la esencia misma de la sostenibilidad de la existencia (Carrasco

2001; Del Río y Pérez Orozco 2002). El deseo de autorrealización individual de las mujeres

choca con el papel tradicional femenino (Beck 1998). La profesionalidad de las cuidadoras

domésticas se enfrenta con la fagocitación emocional y laboral de muchas personas

ancianas y solas que reclaman –como dicen algunas– «una chacha para todo» y que tienen

una concepción familista y servil de los cuidados. También los criterios de cuidado de

muchas empleadas de proximidad entran en conflicto con el sentido instrumental y

desencarnado que imponen las administraciones a través de empresas de servicios

subcontratadas (servicios domiciliarios de 50 minutos, control de las visitas en la

teleasistencia, etc.). La lógica caritativa, sacrificial y paliativa de la Iglesia y las

organizaciones voluntarias también colisiona con las demandas laborales. Y finalmente la

práctica de apoyo de las ONGs contrasta con la neutralidad que manifiestan para

enfrentarse a las orientaciones políticas que provocan la desigualdad que les proporciona

su campo de actuación. Estas y otras colisiones ponen de manifiesto la encrucijada en la

que se hallan los cuidados. A pesar de todo y contra las perspectivas que quieren recuperar

o consolidar la preeminencia del ámbito familiar en la atención a los ancianos, muchas

feministas insisten en que los cuidados y la calidad de las relaciones interpersonales puede

mejorar cuando éstos salen del ámbito familiar y se realizan como actividad profesional.

Aunque aquí la cuestión que se plantea es cómo valora la sociedad esta actividad y a sus

profesionales, además de qué códigos han de tener estas profesionales, es decir, cómo

debe construirse su cultura del cuidado en interacción y si tal cosa es posible en un

contexto marcado por la precariedad, tanto en el reconocimiento como en las condiciones

de trabajo.

Hay un grupo de mujeres particularmente atrapado en esta encrucijada. Nos referimos a la

cohorte de mujeres que ahora tienen entre 50 y 60 años. Estas mujeres de clase media

lideraron el impulso emancipatorio cuando tenían entre 20 y 30 años, entraron

masivamente en el mercado de trabajo, acogiéndose al esquema de «carrera y familia».

Ahora se encuentran exprimidas entre el empleo y el cuidado de sus mayores. Se han

convertido en «malabaristas de la vida» (Donas i Treballs 2003). La falta de servicios

públicos para el cuidado hace que sean las mujeres inmigrantes en los hogares las que

vengan a suplir estas necesidades de cuidado cuando existen posibilidades económicas

para ello (Bettio, Simonazzi y Villa 2004). Sabemos, por otro lado, cuáles son los perfiles

más habituales entre las cuidadoras, familiares autóctonas.

en el 12% de los hogares españoles hay al menos una persona que cuida a otra

persona de edad avanzada y la proporción de personas que proporcionan cuidados

a ancianos es nada menos que el 5% de toda la población de 18 años. De acuerdo

con la encuesta llevada a cabo en España sobre este tema por el CIS (1994,

publicado en 1996), el 83% de los que proporcionan cuidados a las personas

mayores son mujeres. La edad media de los prestadores de cuidados es de 52

años y la mayoría son casados (77%), aunque una cuarta parte pertenecen a otras

categorías (Durán 1999, pág. 258).

Estos cuidados consisten en ayuda en las tareas domésticas, gestiones, cuidado personal,

ir al médico, hacer compras, preparar la comida, ayudarles a bañarse. Durán se refiere a

esto como «el trabajo de cuidar». Además menciona otras actividades como: ayudarles a

gestionar el dinero, a salir a la calle, a vestirse, a salir de la cama, a usar el transforme, a

usar el wc, a darles la comida, a cambiarles los pañales. Y añade, «con independencia de

cuánto cariño implique el cuidado, ésta es en un primer lugar y sobre todo una forma de

trabajo. Y a menudo, una forma dura de trabajo y muy escasamente recompensada o

apreciada» (pág. 260).

Además de la organización social de los cuidados, otro debate importante gira en torno a

la calidad en los cuidados es importante, junto a la crítica a la organización social del

mismo, analizar lo que algunas llaman las cualidades del cuidado (Precarias a la Deriva

2004 a, b y c; Monteros y Vega 2004) para comprender las bases normativas sobre las que

se asientan las distintas relaciones de cuidado y, en términos generales las relaciones

afectivas desde una perspectiva de género: libertad de elección, adscripción, reciprocidad,

individualismo, dependencia, interdependencia, grado de implicación, concepción de la

vulnerabilidad, etc. Estas cualidades conforman culturas del cuidado en movimiento y a

ellas me referiré a los largo del texto. El corte entre la «autoproducción» y la

«heteroproducción» en las distintas fases de la vida (juventud, madurez y vejez) según el

sexo determinan esquemas de dependencia económica y de cuidados fuertemente

marcados por la cosmogonía occidental. La percepción de los cuidados «aquí» que tiene

las inmigrantes desde fuera evidencia nuestras propias visiones que no son sino las

imposiciones, opciones, argumentos que construimos socialmente ante las posibilidades e

imposibilidades, deseos y conflictos que el cuidado suscita. Evidentemente no construimos

estas culturas en igualdad y de forma simétrica, y esto se debe a las posiciones sociales

que ocupamos respecto al mismo.

Más allá de las actividades de cuidado, lo que está en juego son las bases sobre las que

hoy se crean los vínculos sociales (entre otros, los públicos, los familiares, los

comunitarios). La crítica a la familia, como institución social que se funda también en el

cumplimiento de necesidades no socializadas, es decir, en la dependencia y el poder, no

puede ser ajena al análisis de la organización y cualidades de los cuidados.

La visión tradicional de los cuidados se sustenta en tres principios que el pensamiento

feminista ha sometido a una dura crítica. Estos principios, heredados de la visión del sujeto-

ciudadano autosuficiente y de la sociedad como conjunto de individuos son: (1) los

cuidados son una cuestión individual, (2) los cuidados se basan en la dependencia de unos

(ancianos, enfermos, discapacitados, niños) con respecto a otros (adultos sanos y

normales) y (3) los cuidados se prestan de forma unidireccional (Izquierdo 2003a, Pérez

Orozco 2005).

La socialización creciente y bajo otras premisas de los cuidados pasa por cuestionar estos

principios, que han determinado la movilidad de unos a costa de la fijación de otras

(Fernández 2005). Cuando los cuidados niegan el propio cuidado, cuando para cuidar una

tiene que descuidarse, lo habitual es que se genere resentimiento. Esto sucede igualmente

cuando la cuidadora no se siente reconocida en su actividad, ya sea en el plano de la renta,

de los derechos o del reconocimiento. Y a la inversa, si la persona cuidada carece de voz y

respeto, se siente objetualizada, negada en su constitución como sujeto deseante

independiente (Izquierdo 2003b). Este tipo de conflictos acaban degradando la cualidad de

los cuidados y de la relación en la que se desarrollan. El cuidado pasa a ser una

herramienta para demostrar la propia invulnerabilidad; el poder y la venganza sobre la otra

persona.

Las responsabilidades compartidas de otro modo podrían pasar, como sucede en el

presente, de ser una carga, una sobrecarga que puede dañar la relación, a convertirse en

cooperación no necesariamente familiar en un sistema basado en el respeto a la

vulnerabilidad humana y la reciprocidad. Pero dicho horizonte está lejos de ser una

realidad, aunque estemos en un periodo crucial para definir los términos del debate sobre

dicho futuro (y no dar por buenas las categorías que ahora están dominando la producción

de datos e ideaciones sobre la dependencia).

4. Motivaciones y ánimos. La especificidad de los cuidados y

la cuestión de género, clase y etnicidad o extranjería

Al hablar de la «naturaleza» del cuidado o de qué está hecho el cuidado, destacan dos

componentes inseparables a los que ya he aludido: el que tiene que ver con un tipo

específico de actividad, con una serie de tareas y protocolos, la parte instrumental, y el

emocional, la clase de conexión que se establece entre los sujetos; los motivos del cuidado.

El trabajo de cuidados es una actividad que incorpora tanto tareas instrumentales

como relaciones afectivas (…) se espera que las personas que cuidan

proporcionen amor, así como esfuerzo; que además de encargarse de los demás,

se preocupen por ellos (Abel y Nelson 1990, citado en Badgett y Folbre 1999).

Algunas afirman que las bases del conocimiento para el cuidado son emocionales (y no

estrictamente racionales, como sugieren algunas seguidoras de Gilligan, o que nacen en la

práctica de la relación, subrayando sus elementos contextuales y situados. Otras autoras

optan por mostrarse cautelosas ante el «espontaneismo» (el estilo) con el que a menudo se

tratan las actividades de cuidado como prolongación de los conocimientos sociales de las

mujeres (Murillo 2003).

Algunas, entre ellas Himmelweit (2003), hablan de motivación y actividad. Folbre (1995)

distingue tres motivos diferentes para cuidar: (1) el altruismo, (2) la reciprocidad a largo

plazo y (3) un sentimiento de cumplimiento de una obligación o responsabilidad; o sea,

«ideas de amor, obligación y reciprocidad». (Naroztky 1990), a partir de un estudio sobre el

cuidado de ancianos en el entorno de las pequeñas explotaciones agrarias, observa cómo

estas motivaciones se entremezclan en una ideología del deber de los sucesores de cuidar

hasta su muerte a sus predecesores en la propiedad. Esta ideología se actualiza de un

modo flexible que las parejas (en una «labor de equipo generacional») utilizan de un modo

estratégico.

(…) la mujer maneja en última instancia el elemento emotivo-afectivo de la

ideología sucesoria y eso le otorga una maniobrabilidad suplementaria

independiente de factores directamente asociados con la producción como es, por

el contrario, la mayor o menor necesidad de mano de obra que pueda tener el

predecesor (pág. 46).

La autora vincula, de este modo, las obligaciones de cuidado a la reproducción social y al

acceso a los recursos. Esta cuestión de las «rentas del afecto» constituye un elemento

escasamente analizado; sin embargo, en nuestras sociedades urbanas sigue vigente la

idea de que se tiene más legitimidad en la herencia si se cuida, hecho poco declarado que

determina comportamientos estratégicos de parte de las familias que en ocasiones choca

con la institucionalidad jurídica. Por desgracia este estudio no aborda los cruces entre

propiedad y cuidado, sino otra cuestión, que sin duda se toca con esta que debería ser

analizada en el futuro.

Pocas son hoy las reflexiones feministas que conectan el afecto al interés. Existe cierto

pudor al respecto. Pareciera como si la componente afectiva del cuidado se perdiera al

conectarlo a ámbitos materiales como la propiedad o el dinero. Lo suyo ha costado

conectar el cuidado al trabajo, aunque ahora ese marco también se nos queda, como

cuidadas y cuidadoras, estrecho. En esto, como en otras cosas, el feminismo de hoy pasa

por encima con demasiada rapidez la aportación clave del feminismo marxista.

Más importante que la idea de obligación o responsabilidad vinculada a la propiedad,

emerge la idea de afecto y necesidad. Bubeck (1995) en su libro Care, Gender and Justice

ofrece una definición convincente en la que recupera la idea de necesidades:

El cuidado (caring for) es la satisfacción de las necesidades de una persona por

otra persona donde la interacción cara-a-cara entre cuidador y cuidado es un

elemento crucial del conjunto de la actividad y donde la necesidad es de tal

naturaleza que no puede ser satisfecha por la propia persona necesitada (citado

por Izquierdo 2003b).

He aquí la de Badgett y Folbre (1999):

un tipo de trabajo que precisa de atención personal, servicios que habitualmente se

proporcionan en interacciones cara a cara o en primera persona, que a menudo

van dirigidas a personas que no pueden expresar claramente sus propias

necesidades, tal y como sucede con los niños, las personas enfermas o ancianas.

Pero además de describir un tipo de trabajo, el trabajo de cuidado describe una

motivación intrínseca para realizarlo, un sentido de vínculo y conexión emocional

con la persona a la que se cuida (pág. 229).

La de Fisher y Tronto es más abierta: el cuidado se refiere...

al tipo de actividades que abarca todo lo que hacemos para mantener, continuar y

reparar nuestro ‘mundo’ de modo que podamos vivir en él lo mejor posible (citado

en Bubeck 1995, pág. 128).

El dilema, para algunas autoras, surge a la hora de situar la especificidad de los cuidados.

Los cuidados se hacen siempre si no con amor, sí al menos con trabajo emocional.

Implican, como explicaremos en distintas partes de este texto y según indican las

profesionales en el servicio domiciliario y las particulares en casa, la construcción de una

relación. Este trabajo (de cuidado) emocional implica identificación con las otras personas

del entorno. Folbre vuelve una y otra vez sobre esta cuestión de la implicación para

deshacer los presupuestos de la economía neoclásica, según la cual algo se hace o bien

por el propio interés, como sucede en el mercado, o bien por altruismo, terreno que la

filosofía política reserva a la familia. Para la autora, estas facetas se combinan de un modo

mucho más complejo. Como se ha señalado desde el feminismo, el altruismo puede ser

socialmente impuesto. Y el interés por ejemplo de quienes perciben un salario, puede estar

animado por una fuerte sensibilidad hacia los demás como requisito de profesionalidad.

Para muchas, el empleo de cuidados no está exento de esta componente emocional o de

creación de un vínculo afectivo, aunque éste no sea amoroso (i.e., la enfermera no atiende

bien a sus pacientes porque «les quiera», sino porque quiere que estén bien, se siente

comprometida y responsable con su bienestar; además, claro está, de obtener unos

ingresos por ello). Muchas empleadas manifiestan su inclinación o vocación por el cuidado

refiriéndose a la satisfacción que les produce preocuparse por el prójimo, proporcionarles

bienestar y que dicho bienestar se vea reconocido, también en términos laborales

(Monteros y Vega 2004). Esto mismo sucede a la inversa, las personas cuidadas han de

verse reconocidas y respetadas. Muchas aluden también a motivaciones que tienen que ver

con la justicia social, con un rechazo hacia la privación y el sufrimiento y una sensibilidad

especial hacia la vulnerabilidad inherente a todos los seres humanos.

Las feministas caminan con cuidado por esta fina línea del trabajo emocional, justamente a

causa de los problemas normativos y morales que plantea y a sus efectos sobre la

subjetividad femenina. Al final, las mujeres siempre resultan ser más comprensivas,

amorosas, dispuestas a sacrificarse por los demás y a cuidar de todos a cualquier precio,

incluido su propio bienestar.

Esta cuestión del cuidado como trabajo relacional y vocacional es uno de los dilemas a los

que se enfrentan las cuidadoras profesionales: el compromiso afectivo con los demás. Un

dilema que, como decíamos, no nos gustaría interpretar como necesariamente derivado del

amor, pero tampoco de la implicación interpersonal en la satisfacción de necesidades (la

disposición y responsabilidad hacia los otros), sino con el tipo de implicaciones o criterios

éticos de implicación que se establecen, no con que se produzca afecto o empatía entre la

cuidadora y la persona cuidada, sino con la clase de afecto que se establece; afecto

basado en la autonomía, la dependencia, las relaciones de poder, el sacrificio, etc. No es lo

mismo, como me comentaba recientemente una empleada en un servicio de proximidad,

lavar a alguien que apoyar un proceso cooperativo que fomente que esta persona pueda

lavarse por sí misma. Aquí el trabajo afectivo y la motivación para realizarlo de un modo y

no de otro está dirigido a promover la independencia, la autoestima y a desarrollar

habilidades. Los criterios en el hacer son quizás más relevantes para entender el cuidado

que los motivos.

Izquierdo (2003 a y b) señala cómo para muchas cuidadoras familiares ejercer de

cuidadoras les desgasta (Durán 1999) pero también les proporciona una situación de

control sobre el otro, prácticamente la única situación de control y legitimidad, a la que no

están dispuestas a renunciar. Renunciar equivaldría perder su fuente de identidad social, su

condición de cuidadoras como parte de su identidad social de género muy valorada. Salir

de ella despierta incertidumbre. Esta situación, que se apoya fuertemente en motivaciones

de tipo afectivo, advierte Izquierdo, da lugar a instancias del maltrato mutuo. Precisamente

por este componente identitario, muchas veces, los cuidados no implican simplemente un

«saber hacer», sino, como explica Torns (1997), un «saber estar»; «estar plenamente

disponible en situación de subordinación». Y esto puede proporcionar control y

resentimiento. En este sistema de género existirían tres tipos de posiciones de sujeto:

hombres, mujeres y seres dependientes. Y luego, mujeres mayores solas (viudas o

solteras), abuelas, madres, esposas, domésticas, etc. Poco sabemos, no obstante, de los

cuidados en relaciones, hogares o comunidades minoritarias en las que los vínculos no se

construyen a partir de la división sexual y étnica del trabajo.

La parte afectiva del cuidado, tal y como señala Pérez Orozco (2005) siguiendo a Folbre,

permite superar la dicotomía altruismo/egoísmo, en el sentido de que asegurar la «mano

invisible de la vida cotidiana» no implica (más bien no debería implicar) ni el autosacrificio ni

el mero interés. En todo caso, resulta difícil defender esta «lógica», sobre todo cuando se

piensa como intrínseca o esencialmente contraria a este binomio y a las relaciones de

poder. Quizás sea más útil, en este sentido, optar por una postura más situada y empírica

ante los cuidados, sin renunciar a una visión normativa de transformación social acerca de

los mismos. Se trata de una discusión abierta en la que nos quedamos con la sugerencia

de Pérez Orozco (2005), concientes de que acaso esta no viene al debate:

Buscando escapar de estos binomios (altruismo/ egoísmo; independencia/

dependencia), la economía feminista de la ruptura pretende hablar de una lógica

del ‘cuidado de la vida’, que capte la voluntad de generación directa de bienestar,

pero que permita la aparición de relaciones perversas en el cuidado y, por otra

parte, de la interdependencia entre personas, en distintas dimensiones y a lo largo

del ciclo vital, que posibilite captar las situaciones en las que una ‘dependencia’

implique la necesidad de cuidados intensivos y/o especializados (pág. 433).

Por otro lado, conviene siempre recordar que la conexión y la implicación emocional en un

sentido general, no es exclusiva de las actividades o trabajos de cuidado, sino de otros

muchos, especialmente en la economía de servicios. Esta se sustenta en buena medida en

relaciones de confianza, en las relaciones públicas y en la buena comunicación entre las

partes. Estas capacidades o habilidades para la atención (como un flujo relacional en

ocasiones difícil de medir y acotar) forman parte de los procesos de explotación en el

capitalismo tardío (Precarias a la Deriva 2004a). El proceso que ha desplazado la

producción hacia el front office como mecanismo de ajuste para recuperar la tasa de

ganancia frente al auge de los derechos y rentas del trabajo ha corrido en paralelo a la

valorización capitalista de ciertos rasgos de la socialización de las mujeres como

cuidadoras. El resultado ha sido la precarización de los empleos y la extracción de

plusvalías afectivas. De la secretaria se espera protección, apoyo y reducción del estrés en

el entorno del jefe; de la camarera amabilidad y buena presencia; de la azafata

disponibilidad, jovialidad y templanza en momentos de crisis. El afecto, componente

indisociable del cuidado, atraviesa en la actualidad todo el continuum de la reproducción

social en el capitalismo posfordista.

Lo interesante de esta conexión entre disposición relacional e implicación emocional en la

nueva economía y en los cuidados, que abordaremos en el capítulo 4, es la extracción o

explotación de esta capacidad humana, la de crear relaciones (ya sea elaborando una

cartera de clientes y contactos, prestando servicios de atención al cliente o a las personas o

atendiendo un puesto de información), y su carácter inacabado. Inacabado se refiere aquí a

la diferencia preliminar que establecen Precarias a la Deriva (2004c) entre la atención

(como disposición comunicativa, sobre todo emisiva) y el cuidado, como una actividad

compleja, que también incluye tareas concretas de apoyo y satisfacción de necesidades

cuyo fin es el bienestar. Además de atención (escucha, manifestaciones de empatía,

adaptación del registro, persuasión, etc., todo ello muy común en la publicidad o la atención

telefónica), el cuidado implica compromiso y actuación. La teleasistencia, por ejemplo,

conlleva además de escucha, asistencia, además de palabras, recursos e intervenciones o

más bien ambas cosas de forma entrelazada. Sin embargo, también han adoptado algunos

de los rasgos que caracterizan a otros se los servicios de atención.

Si hay algo común a todas las prácticas de atención y cuidado es la especificidad de los

sujetos que las llevan a cabo de forma mayoritaria: las mujeres. Los cuidados,

independiente de cómo o dónde se desarrollen, están feminizados. Son una prolongación

de las «normas de género» (o «manufactura del género») (Badgett y Folbre 1999).

Además, como señala Izquierdo (2003b), son las clases más desfavorecidas las que han

asumido históricamente estas tareas. Tener poder, nos recuerda Tronto (1994), permite

descargarse de las responsabilidades de cuidado. Desplazarse por el campo social implica

que alguien tiene que quedarse quieta.

Por este motivo, la distribución de cuidado es una cuestión de justicia redistributiva, de

justicia de los valores y las representaciones.

Una destacada aproximación a los cuidados es la que parte de la influyente teorización que

hizo Gilligan (1982) de la ética del cuidado. De acuerdo con algunas lecturas de Gilligan,

esta ética se opone de forma substancial a la ética de la justicia (Nodding 1984) que

domina en el ámbito público. Las voces críticas con esta partición, como es el caso de

Bubeck (1995), defienden una ética del cuidado en lo público imbricada con los principios

de igualdad y redistribución, que no son estrictamente de carácter individualista. Tanto

Bubeck como Tronto plantean la cuestión de esta ética como una base sobre la que

refundar los derechos de ciudadanía. Esta ética, vista a través de sus prácticas, no sería

una nueva versión mistificada del amor materno, sino un impulso a responder ante las

necesidades de los otros, que se realizará de distinto modo dependiendo del tipo de vínculo

que exista entre las personas implicadas en la relación de cuidados (si se une el «care for»

con el «care about»).

Una relación de cuidado como servicio accesible no implica, de acuerdo con Bubeck, un

peor cuidado, sino a menudo todo lo contrario. El cuidado público tiene, siguiendo esta

argumentación, principios compatibles con la justicia, como la imparcialidad, y se rige por la

deliberación (y no por la mera percepción o la sensibilidad). Es decir, que en los cuidados

hay juicios y conocimientos (por ejemplo acerca de cómo minimizar el daño) y estándares

de buenas prácticas. Además, los cuidados son, al igual que las consideraciones sobre la

justicia, situados. Se inscriben en ejercicios concretos y dependen de los contextos vivos en

los que se producen y en los que los principios se someten a consideración y negociación.

Para algunas autoras, el problema se plantea cuando la aparición de los cuidados en el

terreno público no va acompañada de un cambio en la ética de los cuidados, que sigue

dominada por ciertas idealizaciones y esencializaciones como muestra el ejemplo con el

que empezábamos este texto. Este desfase entre lo que ya experimentan las cuidadoras

profesionales y otras mujeres que trabajan en ámbitos afines (entre las que hay que

destacar a las enfermeras) y las ideas tradicionales que permean la atención menos

medicalizada es la que hoy tratan de salvar numerosas autoras elaborando una crítica de

cómo se construyen los afectos y qué consecuencias tienen para las mujeres. Y aquí, el

concepto de cuidado social no basta. Para plantear una justicia del cuidado es necesario no

sólo pensar en ámbitos compartidos, por supuesto en los principios bajo los que se negocia

y formula la redistribución, sino también, como ya señalaba más arriba, en los afectos y

cualidades con los que cuidamos y somos cuidadas. Si cuidamos en lo público con las

mismas expectativas, prácticas y valores poco habremos avanzado. En cualquier caso,

alterar las condiciones implica alterar los valores o al menos esta es la premisa de la que

parto.

La sucesiva externalización de aspectos concretos de la reproducción de los individuos

desde la familia hacia el Estado, fundamentalmente la salud y la educación, o al mercado,

en los productos y servicios para el consumo, ha supuesto nuevos empleos para las

mujeres. Algunas han hablado de «patriarcado público» para definir las sucesivas

transferencias (del trabajo de las mujeres desde el hogar hacia el Estado) y otras, como

veíamos, de feminización del trabajo o de los circuitos productivos, para referirse a la

emergencia de sectores de la economía de servicios con un fuerte contenido relacional.

Son las mujeres las que siguen gestionando la salud y la educación familiar, además del

consumo y la contratación de servicios y planificación general de la vida diaria. Están en los

dos lados y no alcanzan. La externalización hoy ha llegado de forma parcial a algunas

tareas de cuidado: primero las residencias de ancianos, los centros diurnos, los centros

infantiles, después distintos servicios domiciliarios. La nueva legislación sobre

dependencia, que prevé una mejor articulación de estas y otras medidas, según las

declaraciones de sus promotoras, pretende llegar a todo aquello que ha quedado fuera del

EB: las dificultades para desarrollar las actividades básicas de la vida diaria (ABVD).

Esto, naturalmente, se ha producido de forma diferencial según el país de la UE. Con la

externalización, estos empleos femeninos se ha recualificado. Al conocimiento práctico se

ha sumado la formación intelectual de las mujeres. Sin embargo, este incremento en su

valor no ha resultado en la superación del sexismo. Por el contrario, se han generado

nuevas jerarquías de valor en los trabajos feminizados. Estratos de clase, género, etnicidad

y origen que van desde los empleos tecnificados hasta los cuidados considerados profanos

que realizan muchas migrantes particulares, pasando por las auxiliares de domicilio y toda

una serie de cualificaciones intermedias.

Las mujeres inmigrantes, como hemos explicado extensamente en otro lugar (Caixeta et al

2004 y 2006; Monteros y Vega 2004), están al final de esta cadena de estratificación del

trabajo, también de los propios trabajos de cuidados. Su empleo es el más «domesticado»

(Feminismo y Cambio Social 2001), invisible y desprotegido; a pesar de que, como

muestran las entrevistas realizadas en un estudio precedente, valoren en gran medida su

actividad como cuidadoras. Por otro lado, como señalan Bettio, Simonazzi y Villa (2004) al

hablar de la «fuga de cuidados» («care drain»), relacionada con la feminización de la

migración, de los circuitos alternativos (Sassen 2003) y de la formación de «cadenas

mundiales de afecto» (Hochschild 2001), la preeminencia de las ayudas monetarias a las

familias por parte de los Estados del sur de Europa por encima de la habilitación de

servicios

puede haber contribuido a que algunas familias con rentas bajas o medias hayan

logrado reunir el coste de contratar a inmigrantes para el cuidado de sus ancianos,

ya que es de sobra conocido que los subsidios para la atención y el cuidado se

emplean con frecuencia con este propósito (pág. 15).

Se trata de políticas que pueden efectivamente abordar los cuidados, pero no

necesariamente determinando los contenidos y condiciones de su ejecución. El vínculo de

clase y origen en la distribución y valoración de este trabajo es una componente

fundamental en el análisis actual de los cuidados.

Nos interesa también, en este sentido la conexión entre las formas de entender la provisión

de servicios de cuidado y la contratación (suplementaria o no) de personas en el hogar.

Otra cuestión relacionada es el tránsito laboral entre el trabajo de mujeres inmigrantes en el

hogar (se ha hablado sobre el tránsito entre internas y externas o asistentas) y los servicios

de asistencia a los que acceden las mujeres con permiso de trabajo, por ejemplo en

residencias o servicios domiciliarios asistenciales.

De acuerdo con algunas autoras, estamos en un momento de indefinición en cuanto al

modelo de externalización de los cuidados cotidianos que se asentará en Europa. Por un

lado, asistimos a una corriente familista, una neodomesticación, ya sea por la falta de

servicios públicos o por la privatización de los mismos. Por otro, a la emergencia del sector

de los servicios de proximidad feminizados, muchos de ellos subcontratados por los

gobiernos locales para proporcionar atención que va desde lo privado hasta lo gratuito

pasando por lo parcialmente subvencionado y los sistemas mixtos de copago. Un sistema

que inevitablemente generará desigualdades sociales en el acceso. El trasvase de lo

asalariado a lo no asalariado y a la inversa no se ha definido en ningún sentido claro hasta

el momento (Daly y Lewis 2000). No obstante, el análisis de experiencias concretas, como

las que centran la atención de este estudio, arroja luz sobre la dirección en la que se

desarrolla este campo de la atención a las personas.

5. Visibilizar, cuantificar la crisis

No vamos a detenernos aquí en la cuestión de contabilizar las necesidades de cuidado o

analizar los parámetros que las defines. Algunos estudios han recogido y reelaborado los

datos disponibles cuestionando las categorías normativas desde las que se producen;

fundamentalmente la de dependencia (Durán 1999; Pérez Orozco 2005). En la actualidad,

la producción de datos sobre dependencia es incesante. Estos datos están en el trasfondo

de este estudio, pero no son ni mucho menos su motor, porque lo que aquí me interesa no

es tanto la magnitud del fenómeno –aunque preferiría huir de este tipo de enunciación–

cuanto la producción de subjetividad que la acompaña.

Recogemos aquí, recopilados en la reciente tesis de Pérez Orozco (2005) para dar una

idea aproximada del volumen de trabajo y necesidades a las que nos referimos3.

Aludiremos más en detalle y a lo largo del texto la articulación entre esta demanda y la

oferta de trabajo particular en los hogares.

Las economistas feministas han realizado un enorme esfuerzo por visibilizar y contabilizar

el trabajo reproductivo, en el que se incluyen las actividades de cuidado. Esta ha sido una

de las estrategias de visibilización más importantes. El presente estudio no presta atención

a esta cuestión, que forma parte de esa realidad que se nos ha venido encima, sino que

pone el acento en otras dimensiones hasta ahora desconocidas que se refieren a cómo

está cambiando nuestras definiciones –valores, cualidades, argumentos, etc.– del cuidado

de la mano de las nuevas formas en las que se organiza. Nos interesa pues la subjetividad

en el cuidado. Recogeremos, no obstante, a continuación algunas cifras que nos ayudan a

estimar el volumen de trabajo al que nos referimos.

La siguiente tabla muestra la cantidad de trabajo de cuidados no remunerado y su

equivalente en número de empleos, así como la carga que de este trabajo soportan las

mujeres.

Horas anuales de trabajos de cuidados no remunerados

Número de horas

(millones)

Equivalente en empleos

(millones) % realizado por mujeres

Cuidado de niñas y niños 14.514 8,8 81,4

Cuidado de personas adultas 4.283 2,6 80,1

TOTAL 18.797 11,4 81,1

FUENTE: Durán (2001), citado por Pérez Orozco (2005).

El siguiente cuadro nos ayuda a establecer la identidad de las personas que cuidan de

forma no remunerada por sexos.

Cuidados no remunerados a personas adultas (2001)

Personas al cuidado diario

de adultas/os Horas a la semana (% sobre población que cuida)

% sobre

población

total

Miles menos de 20 entre 20 y 39 entre 40 y 59 60 o más

Ambos sexos 5,5 1.800,2 23 33,9 17,5 23,3

Varones 2,3 371,5 29,2* 32,8 21,3* 16*

Mujeres 8,4 1.428,7 21,3 34,1 16,5 25,2

FUENTE: Instituto Nacional de Estadística (INE) (2001), Panel de Hogares de la Unión

Europea

* Cifra no fiable por bajo número de observaciones muestrales

A continuación, un cuadro que muestra las necesidades y carencias en lo que a servicios

de cuidado se refiere.

Cuidados a personas con discapacidad

De 6 a 64 años

(Cobertura demanda estimada)

Mayores de 65 años

(% de la población afectado)

Plazas residenciales 14.310 (53%) 198.358 (3,2%)

Ayuda a domicilio 4.050 (9%) 112.797 (1,82%)

Centros de día 3.840 (16%) 7.103 (0,11%)

Teleasistencia 60.000 (0,9%)

FUENTE: Rodríguez Cabrero (coord.) (2000), citado por Pérez Orozco (2005).

Adviértase que la cobertura de la demanda estimada ronda el 0,3%. Este rápido repaso de

superficie a las cifras que se manejan nos acercan a la demanda no cubierta.

He aquí, el tipo de servicios a los que acceden las personas mayores:

3 Los datos se refieren al conjunto del Estado Español.

Número de usuarias/ os por tipo de servicio, mayores de 65 años

Número total de

usuarias/ os

% del total de

mayores de 65

% del total de

mayores de 65

años con

discapacidad

% del total de

mayores de 65

años con

discapacidad total

o severa

Residencias 213.398 3,18

Ayuda a domicilio 139.384 2,07

Teleasistencia 75.978 0,94

Centros diurnos 8.843 0,13

Estancias temporales 1.385 0.02

Estancias en otros

alojamientos 3.558 0,05

Algún tipo de servicio 442.546 28,5 40,4

FUENTE: IMSERSO (2000)

Estas cifras nos ayudan a aproximarnos a la enorme demanda insatisfecha a la que nos

enfrentamos.

En Cataluña, según el Llibre Blanc de la Gent Gran amb Dependencia de la Generalitat de

Catalunya (2002), el diagnóstico apunta en la misma dirección:

•Uns escenaris demogràfics amb increments de població gran de grans volums.

•Un increment de les proporcions de persones dependents en paral·lel a

l’envelliment demogràfic.

•Un increment exponencial dels costos assistencials, sanitaris i socials generats per

la gent gran.

•Una fallida potencial dels sistemes de cobertura social, des del sistema de

pensions fins a les cures informals subministrades per la família. (pág.15)

El envejecimiento de la población en España y en Cataluña es un dato que hay que tener

en cuenta. En el año 2000, las personas mayores de 64 años alcanzaban un millón de

personas, 500.000 eran mayores de 74 años. En 2006, los mayores de 64 años podrían

representar 1.159 millones de personas. Y en 2030, la cifra podría elevarse a 1.604.

Pensemos por un momento que en el siglo pasado, en 1950, la población de más de 65

años ascendía a 278.593, el 8,60% de la población catalana de aquel momento. Esto

quiere decir que la población envejecida se ha duplicado en ese período.

El sobreenvejecimiento es así mismo un hecho cada vez más común. La siguiente tabla,

extraída como el resto de los datos del Llibre Blanc, muestra así mismo el perfil de género

de los grupos de edad.

FUENTE: Generalitat de Catalunya (2002), p. 29.

En Cataluña, las personas mayores se concentran en los núcleos urbanos. La provincia de

Barcelona, que nos proporciona un interesante caso para el presente estudio, es un

referente territorial destacado. Según un estudio en el que se recogen los indicadores de

envejecimiento en la provincia, el Barcelonès es junto a Berguedà y el Bages, la zona con

una tasa más elevada. Entre los municipios más envejecidos destacan Berga, Manresa y

Barcelona. El Baix Llobregat es, con un 12,8%, la comarca menos envejecida.

Por otro lado, al estimar las cifras, hay que tener en cuenta que no todos los ancianos

necesitan ayuda, más ayuda que el resto. Esto vale también para las personas con

minusvalías, aunque este pensamiento, como el inverso, el de que los «hábiles» no

precisan de apoyo en la vida diaria, resulta cada vez más marginal. A pesar de todo, la

discapacidad, siguiendo la misma fuente, crece con la edad. Se sitúa en el 18,9% en el

grupo de 65-69 años y alcanza el 56,8% en las personas de más de 85 años. Son las

mujeres las que tienen más posibilidades de precisar apoyo. Esto se suma una situación de

sobra documentada: la mayor exposición de los mayores y especialmente de las mayores a

la pobreza (7,6% de los ancianos están por debajo del límite de la pobreza, frente al 5,3%

para el conjunto de la población; en España, el 13,4% y el 21,1% respectivamente). Según

la Enquesta metropolitana de Barcelona realizado por Institut d´Estudis Metropolitans de

Barcelona (1990), el 9,1% de la población entrevistada afirma tener dificultades

económicas. La pensión media ronda los 100 euros.

Volviendo a la cuestión de la llamada dependencia, la propia propuesta legislativa en este

terreno establece distintos niveles. El siguiente cuadro presenta el volumen de la

independencia y la dependencia en España.

FUENTE: Generalitat de Catalunya (2002), p.26.

En la provincia de Barcelona y según los datos aportados por el informe sobre los mayores

al que vengo aludiendo, el 33,2% de los hombres y el 43,6 de las mujeres mayores tienen

algún tipo de discapacidad.

El lenguaje de los «factores de riesgo», sobreutilizado para hablar de las cuestiones

sociales en los últimos años, no nos parece adecuado. Vuelve a insistir en la idea de

dependencia –la de «lo que sobra» con respecto a lo normal en lugar de la de «lo que hay»

como normalidad– que nos gustaría desterrar. Aun así, es evidente que las personas que

precisan apoyo están mejor cuando existen los servicios y recursos necesarios para el

desarrollo de su vida diaria. Estos recursos, tal y como los piensan muchos mayores,

deberían pasar por su propio domicilio. El 78,6% prefieren seguir en su casa, mientras que

el 14% estarían dispuestos a vivir en casa de sus hijos. Tan sólo el 2,5% estarían

dispuestos a vivir en una residencia.

FUENTE: Generalitat de Catalunya (2002), p. 40.

En la provincia de Barcelona, de hecho, el 19% de los hogares envejecidos son

unipersonales, el 33,8% de los mayores viven con alguno de sus hijos, de forma que la

familia sigue siendo un soporte destacado. Esto implica la invitación que lanzan muchos de

los estudios sobre el envejecimiento no tanto a crear servicios sino a facilitar el trabajo de

los cuidadores, hecho que suscita otra serie de problemas.

En cuanto a quién debe responsabilizarse de los cuidados, la combinatoria familia-

instituciones ocupa el lugar preferente.

FUENTE: Generalitat de Catalunya (2002), p.40.

La disposición a pagar un seguro de dependencia es baja; el 25% de las personas

manifiesta su negativa a pagar dicho seguro. Las de rentas más altas ya están pagando

sustitutos financieros como los seguros de vida y los planes de pensiones.

La cuidadora informal de la familia ha sido hasta el momento la opción preferida para cubrir

esta demanda. Sin embargo, si analizamos su perfil –mujeres (83%), amas de casa (50%),

de más de 45 años, parientes (hijas y esposas del mayor) y con un nivel de estudios bajo–

al que ya nos hemos referido, vemos que se trata de un grupo amenazado. En cuanto a la

frecuencia, sólo decir que más del 74% de estas mujeres cuida permanentemente.

En cuanto a la ayuda externa, ésta se distribuye como sigue:

FUENTE: Generalitat de Catalunya (2002), p.53.

La oferta de servicios es, como veremos a lo largo del texto, muy limitada. Se estructura en

tres niveles: (1) atención primaria, donde se sitúa la teleasistencia y la atención a domicilio,

(2) la atención social especializada, que incluye residencias y centros de día y (3) la

atención sociosanitaria, tanto en domicilios como en centros. La oferta de plazas

residenciales en 1999 en Cataluña cubría a un 3,83% de la población de más de 64 años,

por encima de la media del Estado (2,54%). La cobertura de la atención domiciliaria, como

veremos más adelante, es así mismo deficitaria. En la provincia de Barcelona, donde

menos plazas residenciales y en centros de día existen es en el Barcelonès. Con respecto

a la ayuda a domicilio, son las comarcas menos urbanizadas las que presentan los ratios

más bajos. La oferta de servicios privados es la más destacada.

El coste de la atención, que es un coste social y económico, descansa sobre los hombros

de las mujeres. Abandonar el propio empleo o tratar de combinar cuidados con trabajo

asalariado como estrategia de «conciliación» se sitúan por delante, en cuanto al coste

económico si lo comparamos con la opción de acudir a una residencia o contratar a alguien

en casa. Tal y como veremos con más detalle en el capítulo 3, las amas de casa

cuidadoras son junto a las empleadas sobresaturadas los dos perfiles más destacados

entre las cuidadoras familiares.

FUENTE: Generalitat de Catalunya (2002), p. 71.

El valor económico del cuidado informal (respecto al de los servicios públicos), pero sobre

todo la progresiva desaparición del perfil que hasta ahora han tenido las cuidadoras y su

sustitución por el de la asalariada sobrecargada ha animado tan sólo recientemente a las

administraciones a tomar medidas. Sin embargo, estas no consisten en aumentar los

servicios públicos, sino, tal y como advierten numerosos estudios en estos momentos,

apoyar a la cuidadora informal, tanto económicamente como emocional y formativamente.

Este es, como hemos descrito en otros lugares, el espíritu de la política conciliadora

(Marugán y Vega 2001 y Vega 2003b).

FUENTE: Generalitat de Catalunya (2002), p. 40.

En Cataluña, la ayuda que reciben estas mujeres es privada y proviene fundamentalmente

de mano de otras mujeres: las empleadas de hogar.

La realidad que presentan estos datos, a pesar de que en muchas ocasiones se construyen

a partir de concepciones problemáticas, nos inducen a pensar en algunos de los elementos

que hoy conforman la crisis de los cuidados: (sobre) envejecimiento, cambio progresivo de

los perfiles de las cuidadoras, insuficiencia de los servicios públicos para cuidar, primacía

de la iniciativa privada y concertada, demanda de atención en el hogar, etc. Sus

componentes subjetivas y encarnadas serán el objeto de esta aproximación.

6. Los Servicios de Cuidado en los Regímenes Locales de

Bienestar

Las crisis del modelo de Estado del Bienestar fordista basado en la división sexual del

trabajo –varón sustentador/ama de casa– y el declive de la sociedad salarial como principio

organizador del orden social, no ha generado un único modelo alternativo de provisión del

bienestar, sino que ha abierto un amplio abanico de alternativas que si bien tienden a

agruparse en torno al denominado welfare mix agregado de bienestar, presentan notables

diferencias a la hora de afrontar la satisfacción de las necesidades ocasionadas por las

transformaciones sociodemográficas, productivas y reproductivas derivadas de la

postfordización.

Estas transformaciones repercuten notablemente en la arena de las políticas sociales que

para dar satisfacción a demandas cada vez más diversificadas y localizadas, especialmente

en la dimensión de servicios personales, tienden a una progresiva descentralización,

primando el principio de subsidiariedad, lo que conlleva la asunción por parte de los

municipios de un rol cada vez más prominente en la provisión de bienestar.

Sin embargo, esta descentralización implica a su vez un cambio en el ejercicio del gobierno

local, a partir de la introducción de lógicas de gobierno en red que tienen por finalidad

aprovechar las capacidades y sinergias presentes en lo social (capital privado, tercer sector

cívico asociativo, redes informales,etc.) a fin de desarrollar regímenes locales de bienestar

dónde el diseño y provisión de servicios ya no sea monopolio exclusivo de la administración

pública, sino fruto de una red compleja, donde distintos actores operan con sus recursos a

fin de aumentar el capital social, y cuyo diseño redunda en la performance, medida como

capacidad para dar satisfacción a las necesidades de las poblaciones inscritas en su radio

de acción en función de los recursos disponibles.

Las diversas manifestaciones en que se visibiliza la crisis de cuidados (personas ancianas,

con discapacidades físicas y psíquicas y población infantil) constituyen uno de los

principales retos que deben abordar las políticas públicas de bienestar local. En este

sentido, y acorde con nuestra exposición anterior, las tentativas de resolución de la crisis de

cuidados por parte de la administración pública no presentan un modelo unívoco, sino

respuestas diversificadas en función tanto de las relaciones que se establezcan con la

ciudadanía (universalización, copago, cheque servicio, etc.) como de las distintas formas de

concertación y cooperación que se establezcan entre administraciones –autonómica,

municipal y las distintas instancias de coordinación supramunicipales–, la iniciativa privada

–empresas (concertadas o no) y cooperativas–, y el tercer sector cívico-asociativo –ONGs,

organizaciones religiosas, de mujeres, de migrantes, asociaciones de vecinos, de personas

afectadas, etc.–. La articulación de estos sectores, que en Cataluña ha tenido un impulso

notable con respecto a otras partes del Estado Español, no siempre es explícita. Una de las

articulaciones más importantes, en este sentido, es la que se produce entre los servicios

públicos, semipúblicos y privados para el cuidado y el mercado informal que existe en torno

a ellos y al que se integran muchas mujeres inmigrantes que, una vez regularizadas, hacen

el tránsito entre unos y otros servicios y categorías del cuidado.

Nuestro objetivo no consiste en realizar un mapeo exhaustivo de los distintos actores que

se integran en los regímenes locales de bienestar (RLB), sino rastrear a partir de las

experiencias que existen en dos municipios de la provincia de Barcelona, algunas de las

lógicas políticas subyacentes y como éstas intervienen en la crisis de cuidados.

Para ello hemos seleccionado dos unidades de contexto (Cerdanyola del Vallès y Mataró)

que destacan por sus programas innovadores en relación a la provisión de servicios de

cuidado. La elección de ambos municipios responde al hecho que ambos han desarrollado

dos soluciones alternativas pioneras en el ámbito del gobierno local catalán a las

necesidades derivadas de la crisis de cuidados el cheque servicio en Mataró y la

universalización de la asistencia domiciliaria, como veremos con matices, en Cerdanyola a

fin de comparar ambos modelos y evaluar los efectos que ejercen sobre la satisfacción de

las necesidades derivadas.

7. Diario de preguntas y entrevistas

A fin de acotar con mayor precisión el objeto de estudio me he centrado en los servicios de

cuidado a las personas mayores, al ser éste uno de los segmentos poblacionales dónde se

presenta con mayor crudeza y urgencia los efectos de la crisis.

Para abordar estas cuestiones sobre la redefinición de los cuidados en el ámbito de la

provincia de Barcelona propuse dos puntos de partida:

1. una serie de entrevistas con cuidadoras asalariadas de personas mayores en

distintos contextos socioespaciales: profesionalizadas y profanas; inmigrantes y

autóctonas, particulares en casa y contratadas por empresas de servicio doméstico

en casa («trabajadoras familiares»). También he realizado algunas entrevistas, más

bien a título testimonial, a ancianas atendidas en sus domicilios, así como a varias

hijas gestionadoras de este tipo de cuidados.

2. dos experiencias innovadoras o sencillamente reveladoras en lo que se refiere a la

orientación que están adoptando las políticas sociales mixtas en relación a los

cuidados. En estas experiencias se integran responsables de los servicios locales,

asociaciones sin ánimo de lucro, cooperativistas en el sector de los cuidados,

formadoras en el ámbito local, promotoras en la formación de empresas, etc.

Con respecto al primer punto de partida es importante explicitar que hablamos en femenino

puesto que constatamos una y otra vez que son las mujeres, de uno u otro modo, unas u

otras, las que siguen realizando y gestionando el cuidado de forma mayoritaria.

También me parece relevante centrar el estudio en el ámbito del hogar o el domicilio, con

sus distintos matices respectivos, por varios motivos: (a) el deseo de muchas personas

ancianas de quedarse siempre que puedan en sus hogares y el coste económico, social y

emocional que esto conlleva, por ejemplo para otras familiares directas (corresidentes o

no), (b) el sentido privado, personalizado e íntimo de las relaciones que en él se desarrollan

(aunque éstas sean de carácter laboral) y finalmente (c) la emergencia de la «proximidad»

como dimensión pertinente en el diseño de las políticas sociales y el desarrollo de

dispositivos específicos en este terreno (tanto en lo que se refiere a la proliferación de

servicios domiciliarios, que varían de acuerdo a su carácter más o menos universal y a su

coste, a su modo de gestión y pago como a los criterios, baremos y protocolos que siguen).

Nuestras ideaciones de los cuidados deseables siguen pasando, de un modo u otro, por

nuestra casa y nuestros allegados.

Por otro lado, la casa sigue estando asociada a los cuidados familiares y a la propia familia,

razón por la que también he realizado algunas entrevistas a las principales gestoras de

cuidado externalizado: las hijas. En definitiva, el domicilio es un lugar estratégico para ver

cómo se modifican nuestras concepciones de lo público y lo privado en el trabajo casero,

así como la propia orientación en la actividad y el afecto inherentes a la relación, en este

caso también laboral, que se establece en el cuidado.

En la medida en que las empresas que prestan servicios domiciliarios son uno de los

lugares del mundo laboral al que acceden las mujeres inmigrantes regularizadas, nos

interesa analizar el tránsito entre las particulares y las empleadas externas en este espacio

tradicionalmente privado y personalizado. Parece que si las ancianas prefieren seguir en

casa y no aumentan considerablemente los servicios, el trabajo migrante particular se

impondrá con mayor fuerza presionando los salarios a la baja. Esto no parece interesar a

las trabajadoras a domicilio, tanto autóctonas como migrantes, cuyas exigencias pasan por

un mayor reconocimiento y protección de sus empleos a través de la profesionalización.

Sus empleos interaccionan inevitablemente con la oferta y la demanda en el sector

informal.

En relación al segundo punto, me gustaría advertir que este trabajo trata de traer a un

primer plano, de una parte, la subjetividad de las cuidadoras asalariadas (también en

alguna medida de las cuidadas y sus familiares de referencia) y, de otra, las importantes

mediaciones institucionales que regulan, influyen y operan sobre nuestras subjetividades

biopolíticamente gobernadas. Me refiero, en particular, a las políticas del cuidado, sobre las

que me detendré en el último capítulo. En ellas se entretejen políticas sociales, familiares,

de género, extranjería, laborales; se entretejen conflictos y estrategias individuales y

colectivas llevadas a cabo por las propias mujeres, entre ellas, las cuidadoras en sus

distintas posiciones de clase, etnicidad, extranjería y cualificación.

El diario de campo de esta investigación se inicia en la primavera de 2005 con el encuentro

con algunas investigadoras a las que me gustaría agredecer sus indicaciones, sus

contactos y, en realidad, su obra, que es la que hace que otras volvamos, una vez más, a

acercarnos a los cuidados. Yo no pensaba hablar con mujeres autóctonas en la atención a

mayores, pero mi encuentro fortuito con algunas de estas expertas, entre otras con Reyes

Cáceres, que fue con la que primero hablé, me animó a indagar en la composición de clase

de las cuidadoras, muchas también, inmigrantes interiores.

Nuestras ideas del buen cuidado están cambiando a medida que se transforma esta

composición, tanto como resultado de la mercantilización, como de la etnización. A partir de

estos encuentros se abría una dimensión histórica importante que me llevaría a explorar un

lugar del cuidado en casa limitado en cuanto al tiempo de atención, pero interesante desde

el punto de vista de las cualidades del cuidado (el ímpetu de la proximidad y lo cotidiano en

el servicio), los procesos de profesionalización (formación) y la expansión sostenida de los

puestos de trabajo en este sector tradicionalmente precario. De ahí comencé a ver que

algunas inmigrantes con perfiles profesionalizados y desde luego con papeles –aunque

algunas empresas emplean también como suplentes a mujeres sin papeles– ya se habían

introducido en el colectivo de las trabajadoras familiares, categoría con la que en Cataluña

se denomina a las empleadas, el servicio de atención a las personas, pero sobre todo en el

colectivo de las auxiliares de hogar. Si muchas de estas últimas no podían acceder al

cuidado era porque carecían de papeles y de la titulación necesaria, no porque careciesen

de experiencia laboral en este terreno. Con este recorrido se perfilaban distintos ámbitos de

indagación: (1) el cuidado particular en casa, con muchas inmigrantes al frente en servicios

bastante intensivos, algunos de 24 horas; (2) las trabajadoras familiares, un sector

eminentemente autóctono pero con una composición migrante exterior cada vez mayor, y

(3) el de las auxiliares de hogar, lugar común de inserción laboral, junto a los geriátricos, de

las inmigrantes regularizadas. La estratificación de género, clase, pero también origen y

extranjería descrita entre otros por Parella Rubio (2003a), podía enriquecerse así con los

testimonios y estrategias de las entrevistadas, ofreciendo una aproximación centrada en las

subjetividades en la concepción del cuidado.

Estos fueron entonces los lugares sociales del cuidado a los que dirigí mis pasos.

1. Cuidadoras Particulares Inmigrantes (CPI): trabajan asalariadamente cuidando a

ancianas en sus domicilios. Habitualmente son contratadas por las hijas

directamente o a través de alguna asociación. Algunas, pero no todas, no han

logrado aún regularizar su situación. He realizado un total de 12 entrevistas a

mujeres en este tipo de empleo, que como explicaré varía en cuanto a sus

condiciones e intensidad.

2. Trabajadoras Familiares Inmigrantes (TFI): mujeres que trabajan como TFs en los

servicios de proximidad. Suelen ser mujeres que ya contaban con una formación

previa al proceso migratorio en este sector. He realizado un tal de 3 entrevistas a

empleadas en estos servicios.

3. (CEI): se trata de mujeres que han trabajado e incluso realizan algunos servicios

de cuidados pero su actividad laboral central se desarrolla en otro sector. He

realizado 2 entrevistas.

4. Trabajadoras Familiares Autóctonas (TFA): mujeres que responden al perfil

tradicional de la atención domiciliaria, muchas son inmigrantes interiores. He

realizado 4 entrevistas individuales y 1 en grupo a las mujeres que integran la

cooperativa Sad Suport en Mataró.

5. Cuidadoras Familiares (CF): fundamentalmente hijas de entre 45 y 55 años que

cuidan y gestionan cuidados. He llevado a cabo 4 entrevistas.

6. Personas Ancinanas Cuidadas (PAC): únicamente y a título testimonial he realizado

una entrevista a una mujer de 90 años que reside en su casa y tiene a tres

personas que de uno u otro modo la atienden.

7. Técnicas de Atención de la Administración (TAA): se trata de trabajadoras de la

administración responsables de algún servicio vinculado a la atención de mayores.

4 entrevistas.

8. Técnicas y Mediadoras en Atención y Cuidados: mujeres que trabajan en

organizaciones sin ánimo de lucro que gestionan servicios a las cuidadoras y sus

familias; técnicas pertenecientes a ONGs y, finalmente, una responsable de una

cooperativa de atención.

Como siempre sucede en estos casos, unas mujeres me fueron llevando a otras y

ampliando el espectro de las preguntas en torno a los cuidados. Además de con amigas,

investigadoras vinculadas con esta temática y activistas inmigrantes en procesos de lucha

por sus derechos, he tenido ocasión de entrevistar a mujeres vinculadas de distintos modos

al trabajo de atención y cuidado.

En aquellos días hablé también con algunas jóvenes inmigrantes que se habían fugado

hacia lugares laborales distintos a los del cuidado. El elemento vocacional aparecía, en

este sentido, también en el tránsito entre servicios particulares y servicios en empresas y

cooperativas. Y aunque en ocasiones es difícil saber si la enunciación vocacional no es

sino un hacer de necesidad virtud (cuando no mística), lo cierto es el trabajo de cuidados se

halla siempre, como cualquier otro, empapado de dilemas y pensamientos reveladores

acerca de sus motivaciones.

Pronto empezaron a perfilarse algunos de los debates centrales que cruzan este estudio:

(1) elementos profesionales y profanos y códigos de profesionalización o simplemente de

supervivencia, códigos religiosos, códigos éticos, etc.; (2) aspectos de la estratificación; (3)

componentes de la ideología familista, neodoméstica, servil, incluso solidaria, en el

contexto de bienestar mixto; (4); herramientas técnicas en el desarrollo de las tareas –

higienes, alimentación, medicación, movilidad, etc.– pero también comunicativa y de

gestión interpretativa, afectiva, en el cuidado más reflexivo; (5) sentido de la

personalización (frente a la institucionalización, por ejemplo) de la relación como calor

positivo en el cuidado, (6) medidas para el cuidado, políticas del cuidado, discursos sobre

la participación, la socialización y los derechos de ciudadanía y «cuidadanía», término

utilizado por Precarias a la deriva (2004a y 2005b).

Estas preocupaciones que atraviesan el presente texto dan forma al índice, que partiendo

de un diagnóstico coyuntural –la crisis de los cuidados–, que en realidad está mejor

fotografiado en otros muchos lugares, trata de densificar y sobre todo de encarnar eso de lo

que a veces hablamos en abstracto: de qué están hechos hoy los cuidados.

Otro desplazamiento que tengo que mencionar es el que dejaba en segundo termino a

ancianas e hijas. ¿Por qué? No desde luego porque me parezca adecuado. Desde distintos

lugares venimos, algunas, insistiendo que el cuidado es por encima de todo articulación de

posiciones o construcciones sociales de sujeto y de políticas. Creo que abrir el terreno a las

cuidadoras autóctonas ya era una tarea suficientemente exigente como para llegar a las

ancianas y sus hijas con rigurosidad. A pesar de todo, y gracias a muchas intuiciones

personales y compartidas con las amigas y a algunas entrevistas, he tratado de plantear

algunos problemas de la triangulación trabajadora-cuidadora familiar-anciana,

especialmente en el segundo y tercer capítulo, en los que también interfieren

administraciones, empresas y asociaciones. Además, situar a las profanas asalariadas

junto a las profesionalizadas, conectarlas en una investigación, me parecía una oportunidad

para recobrar un vínculo real en las trayectorias vitales de muchas mujeres profesionales

sobrevenidas que llegan a esto tras haber cuidado o mientras cuidan a los suyos. También

una oportunidad para pensar en esas cuestiones de estilo, de cualificación, de

espontaneísmo, de servilismo cuando no de naturaleza con las que a menudo se pretende

desvalorar y desprestigiar o sobrevalorar según se mire, una actividad tan compleja como

el trabajo relacional de atención o se pretende corporativizar una actividad para la que

todas deberíamos estar cualificadas. Una actividad que cuando la realizamos cualquiera de

nosotras, profanas, además de desencadenar los problemas afectivos que se presentan en

el cuidado de allegados, implica todo un proceso de aprendizaje que en ocasiones no

podemos culminar con éxito, bien por cuestiones técnicas, expresivas o de regulación

inadecuada del propio esfuerzo o por los derechos que (des)regulan su desempeño.

Los contactos e intercambios con las trabajadoras en Barcelona, de la mano de Nuria

Isanda de la Fundació Un Sol Món, de las compañeras de SURT, de iniciativas de

búsqueda de empleo como Anem per feina y las Germanes Oblates de Barcelona que

conviven en el espacio el Lloc de la Dona en el barrio del Raval, de la asociación religiosa

Mujeres Latinas sin Fronteras4 y de la casa feminista El Safareig en Cerdanyola, un

espectro en realidad suficientemente amplio, pronto contribuyeron también a perfilar la

relación entre el asociacionismos, a través de sus servicios, fundamentalmente bolsas de

empleo, mediación y formación, en algunos casos también espacio de socialización, y las

mujeres inmigrantes que trabajan cuidando. Estas relaciones que varían en gran medida en

4 La decisión de contactar con éstas y no con otras entidades es, como siempre, una cuestión de oportunidad, encuentro y continuidad en el lazo. En cualquier caso resulta conveniente distinguir aquellas de carácter religioso-caritativo de otras provenientes de los movimientos sociales y/o de sus derivas hacia la economía social. Algunas de estas derivas han nacido ya en el escenario de la economía social. Entre estas últimas se dan formaciones con distintas características: cooperativas, algunas de gran tamaño como CTF y ONGs como ABD que operan en Barcelona y en otros municipios aledaños, o SEMPRA; otras más reducidas como Feines de Casa o Sad Suport; asociaciones y fundaciones como PRISBA o Un Sol Mon, esta última vinculada a La Caixa. También han proliferado consorcios como la Fundació Domicilia, en la que participa el Consell Comarcal del Baix Llobregat, la Diputació de Barcelona, los sindicatos UGT y CCOO, algunas organizaciones empresariales y ayuntamientos. Algunas de las empleadas en servicios de proximidad entrevistadas trabajan o han trabajado para alguna de las cooperativas mencionadas. En cualquier caso, se trata de un panorama complejo y bastante diversificado que habría que reconstruir de forma más detallada.

función de la genealogía e ideas de la organización de la que hablemos ponen de

manifiesto la fragmentación, en cuanto a criterios, valores, condiciones, etc., que hoy existe

en el campo de la gestión del cuidado informal. Si bien las asociaciones a menudo

desarrollan criterios éticos de mediación en el empleo particular enfrentándose a los

abusos, los malos tratos, el chantaje o la excesiva fidelización de la fuerza de trabajo en el

cuidado de ancianos, carecen de mecanismos sólidos, pero sobre todo de reconocimiento y

capacidad de interlocución con otros sectores involucrados, las administraciones en primer

lugar, para coordinar esfuerzos en la regulación, aunque sea informal, del sector. Su

intervención queda a menudo en manos de los criterios y buen hacer individual de

trabajadoras sociales y voluntarias, cuando no de los propias pautas de un mercado que ya

es, sin ayuda pero más con ella, un gran agente de domesticación. Su capacidad de ser

escuchadas por la administración o intervenir en los mecanismos de contratación es

limitada. Su sentido crítico, en ocasiones, también. El comportamiento de intermediación –

traducción e interpretación de la oferta y la demanda– y promoción de la confianza es muy

valorado tanto por parte de las familias contratadoras como de las trabajadoras. En ese

sentido, su labor es crucial en los procesos de identificación y para el desarrollo del trabajo

relacional. Donde existe una mayor coincidencia es en el campo de la profesionalización ya

que muchas de estas organizaciones empujan a las mujeres a realizar cursos para poder

acceder así a empleos en el sector de la atención.

Un pensamiento prometedor pero con un estrecho margen de maniobra es el que elabora

y promueve la cooperativa de cuidadoras Sad Suport en Mataró. Pertenece, en conexión

estratégica con la administración local, en particular con el IMPEM, y con la Fundació Un

Sol Món, al sector propiamente emprendedor5. Tras el fracaso de las cooperativas

autónomas y la acaparación del sector por parte de grandes empresas, algunas de ellas

iniciativas empresariales de economía social que operan más allá del área metropolitana de

Barcelona, se ha reavivado un discurso de lo cotidiano y lo próximo como valor en alza en

la intervención. La inviabilidad económica de algunas de estas pequeñas cooperativas, que

compiten con otras de mayor embergadura a la hora de firmar contratos con las

administraciones locales, hace que tengan que desarrollar mecanismos extremadamente

flexibles y adaptativos para arreglárselas sin perder la ética por el camino. Algunos de estos

mecanismos flexibles pasan por las fórmulas mixtas de las que se alimenta la economía

social.

Además de entrevistar a mujeres autóctonas e inmigrantes en los servicios de proximidad,

a los que acceden junto a los geriátricos, cada vez más mujeres una vez regularizada su

Para un acercamiento a la interesante trayectoria de PRISBA, véase Mercadé i Rubiola (1997). 5 Barcelona Activa, un portal del Ayuntamiento de Barcelona, desde el que se brindan recursos dirigidos a emprendedores, expresa algunas de las tendencias y discursos más recientes en la

situación, inicié los contactos y las entrevistas con las trabajadoras informales. Hablar con

ellas era mi propósito principal, ya que la pregunta central de este trabajo, al menos una de

ellas, se refería a la transformación de nuestras percepciones del cuidado cuando éste no

lo realizan las mujeres en la familia, es más, cuando lo realizan mujeres provenientes de

otros países, fundamentalmente de Amércia Latina.

Lo que buscaba no era una caracterización general del trabajo a través de sus condiciones

sociales de realización, sino una comprensión más específica sobre los cuidados –valores y

cualidades en formaciones culturales de servicio, familia y derecho– en un contexto

marcado por las transferencias y las migraciones. Algunas mujeres me contaron sus

historias y conocimientos al respecto, que no son pocos, y me introdujeron en los dilemas

de un trabajo que a pesar de todos los pesares no dudan en definir como vocacional. El

sentido de este recorrido: definir el cuidado, el buen cuidado para ellas, y hacerlo en

relación al papel que están desempeñando y al universo que rodea sus desarrollo.

Contrastarlarlo también con otros sentidos con los que convive, enfrentar su polifonía

interna, los sentidos múltiples que se crean desde los distintos sectores que intervienen en

el agregado de bienestar, en la versión socializadora y privatizadora que hoy encontramos

en Cataluña y en la provincia de Barcelona, era un objetivo.

Y para ir terminando esta introducción una cuestión más: ¿por qué ancianas? «¿gent

gran?» Para mi los mayores no deberían ser un colectivo específico. Si lo son es porque los

hemos producido como tales. No digo que la edad no importe, importa y mucho en esta

sociedad. Pero esto se debe a que tras mucho esfuerzo, sobre todo urbanizador, hemos

logrado separarlos del resto de las edades. Las cosas que les pasan a los mayores tienen

que ver con los cambios de los cuerpos, pero por encima de todo, con el aislamiento que

sufren esos cuerpos. Esto no sólo es grave para la gente mayor, sino para las que no

tenemos lugares a donde mirar para envejecer mejor. Creo que esto mismo podría ocurrir

con la maternidad, ahora que el índice de las autóctonas está por los suelos. Curiosamente,

el lenguaje actual de la dependencia tiene un doble efecto. Por un lado, visibiliza una

situación anteriormente oculta y penosa, pero, por otro, parece que el envejecimiento, más

asociado a la dependencia, es algo que les ocurre a otros, que no tiene nada que ver con lo

que nos pasa a todas, con cómo vivimos y como vivimos juntos. La dependencia no le pasa

a unos grupos, ni siquiera a unos grupos de cuerpos. La dependencia es una situación,

sostenida sí, que si bien ha de «naturalizarse», como los propios achaques que se van

dejando notar a diario, ha de «extrañarse» en el sentido de obligarnos a pensar sobre cómo

queremos estar. He procurado, aunque seguramente con deficiencias y traiciones, ser fiel a

este punto de vista, porque cuando una se acerca al cuidado, como cuando se acerca a la

promoción del empleo.

vida o a la muerte, tiene que hacerse con herramientas bastante insólitas en una sociedad

de juventud y consumo perpetuo.

Así pues, recapitulando, la pregunta que atraviesa el análisis del servicio en casa –

particular y de proximidad; autóctono y migrante; precario informal y precario formalizado–

es cómo estas posiciones se complementan, se empujan o se organizan y, sobre todo,

cómo desde ellas podemos ver los cambios en el cuidado a través de los argumentos que

unas y otras construyen sobre su experiencia.

La hipótesis de partida es que asistimos a una trasformación de las cualidades del cuidado

y la atención que se expresan en nuestras vivencias del cuidado, es decir, en nuestras

subjetividades. En estas modificaciones lo que prima no es una lógica contrapuesta –la de

la familia o la del mercado, la del altruismo frente al interés, ni siquiera la de la

«sostenibilidad de la vida» versus la acumulación de beneficio– sino una articulación

bastante más compleja, incluso híbrida que encuentra su lugar, más bien se produce y

reproduce, en la actual organización social del cuidado y en las políticas (mixtas) del

cuidado. El cuidado, desde esta perspectiva, no es un dato o una categoría esencial desde

la que podamos partir sin deconstruir su sentido, como tampoco lo son «la atención» o «el

bienestar». Estas relaciones sociales son el resultado de procesos sociales históricamente

constituidos. La pregunta: ¿a qué llamamos hoy cuidado, atención…? es una pregunta

abierta que debería estar, cada vez más, en nuestras mentes. El cuidado, en cierto modo,

ya se ha socializado, se está socializando, se va a (tener que) socializar. De modo que no

nos enfrentamos sólo a los límites de la socialización, sino por encima de todo a las pautas

que la están determinando, de una parte, la informalidad, y de otra, las propuestas del

agregado de bienestar. La pregunta que este comentario sugiere es entonces: ¿cómo se

organiza socialmente el cuidado y, sobre todo, cómo nos gustaría que se organizara?

Este texto, que es el resultado de estas preguntas y estos encuentros, está lleno de

agujeros, que en parte se justifican por tener que trabajar siempre a salto de mata, entre un

trabajo y otro, entre un momento existencial y otro, entre una tensión subjetiva y otra.

Algunos de estos agujeros son evidentes. Por ejemplo, un colectivo que sí ha pensado en

los cuidados, y en el ejercicio de su profesión atravesada por el género y la etnicidad, son

las enfermeras que trabajan en el entorno sociosanitario. Por desgracia, no me he acercado

a esta literatura. Tampoco he podido revisar los textos que hoy proliferan sobre ética

profesional en el ámbito de la gerontología. Y me hubiera gustado prestar más atención a

los procesos formativos y los textos y prácticas didácticas en los que se inscriben y ya sin

más, a ello. Un campo a explorar particularmente desconocido son los conflictos laborales y

sociales que han planteado las trabajadoras domiciliarias y, en general, las que están

empleadas en los cuidados. Creo que aquí, como en el conflicto migrante, hay mucho

trabajo por hacer. He procurado acercarme a esta cuestión en distintas partes del texto,

pero es necesario elaborar estudios específicos al respecto que reconstruyan las luchas y

procesos de hegemonización privada de los cuidados a lo largo de las últimas décadas, y

hacerlo además, de la mano del vínculo con los usuarios de estos servicios. Estas, como

otras cosas, están aún en el tintero. Pero eso también es un estímulo, imagino, para seguir

pensando.

En cuanto a la estructura del texto, en el capítulo primero trato de establecer una

genealogía de los cuidados como concepto histórico. Este emerge y se esconde en el

pensamiento social y político. Lo hallamos en las propuestas liberales ilustradas, en las

socialistas, en el psicoanálisis y su impronta en la cultura de masas y en los discursos

feministas de segunda o tercera ola de una forma más o menos consistente y

problematizada.

El capítulo tercero, situándose en la encrucijada contemporánea, analiza las pertenencias

de género, clase y etnicidad o extranjería en los cuidados asalariados, particulares o de

proximidad. En él se presta especial atención a la composición diferente que hoy tienen las

cuidadoras, siendo la provincia de Barcelona un claro exponente tanto de la externalización

y de los cuidados de la familia a los servicios asalariados como del parcial y creciente

protagonismo de los inmigrantes latinoamericanos en el sector. En este tránsito analizo

también las formas en las que estas trabajadoras argumentan sus posiciones y conflictos

en el desarrollo de su actividad.

El cuarto capítulo está dedicado a las cualidades subjetivas de la atención en los servicios

de proximidad. El afecto, la personalización son todos elementos comunicativos,

expresivos, ¿femeninos?, muy apreciados en la nueva economía que están hoy presentes

en el trabajo de cuidadoras. ¿Cuál es su singularidad?, ¿qué aportan?, ¿cuáles son sus

limitaciones en un modelo en el que los servicios, también los de cuidado, son cada vez

más rápidos, estandarizados, precarios y serviles? Las representaciones de las cuidadores

de proximidad son clave para indagar en esta dirección.

Finalmente, el capítulo cinco se centra en las políticas del cuidado y en particular, en el

modelo de agregado de bienestar y la formulación desde el estado de lo que las familias

denominan «cuidado social». El caso catalán, a través de dos instancias de acción local en

la política local, nos proporciona un lugar privilegiado desde el que entender la nueva

gestión pública y las nuevas orientaciones gubarnamentales en este terreno. Y sin más, a

ello.

CAPÍTULO 2

Ideaciones del cuidado. Fragmentos para pensar los

cuidados (hasta) hoy6

1. Cuidados y cambio social

Una de las cuestiones más retadoras cuando de cuidados se trata es reflexionar acerca

de los cambios que han atravesado la idea de que los seres humanos precisamos de

atención y asistencia en nuestro entorno diario. Idea y práctica claro, porque a pesar de que

los cuidados se piensan más allá de actividades concretas (Izquierdo 2003a), lo ciertos es

que son, por encima de todo, expresiones de subjetividades encarnadas, prácticas

estilizadas en los cuerpos por las que transitan afectos. Cuidar es una actividad atemporal,

universal, nos confronta diariamente y en el curso de la vida al hecho de que somos

cuerpos, cuerpos que importan, y que estos son vulnerables, frágiles, mudables, pero

también potentes, plenos de posibilidades cuando se sienten alegres, acompañados o

sencillamente estimulados. Todas las personas habitamos esta condición, aunque luego,

en la práctica, no todas podamos afrontar esta necesidad y este deseo, este límite y esta

potencia, o si se prefiere, y desde otro lugar, este compromiso y este derecho en las

mismas condiciones.

Esta universalidad, no obstante, tiene otra vertiente, que es la de la mudanza. No siempre

se ha cuidado de la misma manera, no siempre han cuidado las mismas, no siempre lo han

hecho bajo el mismo régimen (institucional, normativo, jurídico, afectivo). Si bien los

cuidados han estado estrechamente vinculados a la institución familiar, y en algunos

aspectos y periodos a la asistencia del Estado a caballo entre lo público y los hogares, en la

actualidad, aparecen otras figuras comprometidas en su realización, entre ellas, las

trabajadoras familiares y las cuidadoras informales («asistentes personales»). Las

preguntas sobre los cambios en los cuidados, como hemos señalado en la introducción,

son claves hoy porque a lo que asistimos es a trasvases parciales en la actividad de cuidar,

por ejemplo, de las familias y en particular de los hogares autóctonos a mujeres

inmigrantes, ya trabajen privadamente o en el seno de alguna agencia prestataria de estos

servicios (Monteros y Vega 2004). Las transferencias de cuidados van inextricablemente

unidas a cambios en los valores asociados a los mismos. La familia, como ámbito de los

cuidados, pierde peso, al menos peso en el imaginario, y la idea de cuidados se modifica

introduciendo elementos técnicos, profesionales, médicos, laborales, etc. Este perder o

6 Una fuente de inspiración indudable en la redacción de este capítulo proviene de las conversaciones sobre madres, abuelas e hijas en los cuidados en el entorno de La Eskalera Karakola y Precarias a la

repartir peso también está vinculado a una idea más funcional de los cuidados, si bien la

sentimentalidad sigue siendo una cuestión clave sobre la que poco sabemos.

Para el nacional-catolicismo español, que las mujeres cuidaran abnegadamente de los

demás era una muestra de su valía social. Las mujeres eran, socialmente hablando, porque

cuidaban. Y cuidaban transmitiendo los valores asociados a cada uno de los sexos en cada

uno de los contextos en los que éstos podían encontrarse, como bien muestran los

manuales en los que se enseña a las esposas a convertirse en «ángeles del hogar» y en

buenas madres y esposas o al «servicio» (criados y asistentes), en el que se confundía

cuidados desde la subordinación y tareas domésticas, a comportarse como corresponde.

También el pensamiento liberal utilitarista anglosajón del siglo XVIII, con sus figuras

emblemáticas, Harriet Taylor y John Stuart Mill, se topaba con el límite «natural» de que las

mujeres, a pesar de tener derecho a la educación, a estar a la par con los hombres en las

cuestiones de la vida pública, debían seguir desempeñando esta misión, propinando

cuidados ilustrados, sobre todo a sus hijos, y atenciones ilustradas a sus compañeros

sentimentales. Quizás en este punto Harriet no viera las cosas de la misma forma que

John. Pero la cuestión sigue siendo que en todas las corrientes de pensamiento

descubrimos implícita una determinada cultura del cuidado, un imaginario sobre qué es

cuidar y en qué consiste hacerlo bien, y que estas culturas están sometidas a cambio.

Cuando no se tiene un pensamiento histórico sobre el cuidado, éste se naturaliza,

convirtiéndose, en realidad, y gracias a esta operación, en un pensamiento histórico

aunque implícito vinculado a prácticas y sujetos socialmente existentes.

En este sentido, la reflexión siempre ha de ir dando brincos desde las prácticas del cuidado

concretas, vigentes, con las que nos topamos, prestando especial atención a las diferencias

atravesadas por el género, la clase, la edad, la etnicidad y hoy sobretodo la extranjería, y

los discursos sobre el cuidado, los modos en los que lo conocemos, lo postulamos, lo

defendemos o atacamos como parte de nuestras estrategias y nuestros posicionamientos

éticos y políticos a la hora de definir, de una parte, quiénes, cómo y a quienes hemos de

cuidar/recibir cuidados, es decir, qué modelos de sostenibilidad de la vida queremos

propugnar y, de otra, cómo interviene todo esto en la identidad de las mujeres en la medida

en que hemos sido y somos nosotras, mujeres de aquí y de allá, de arriba y abajo, las que

mostramos una mayor disposición y responsabilidad a la hora de realizarlo. Prácticas y

discursos aparecen entrelazados porque quienes cuidan imprimen estilos y valores que se

explicitan en la indagación. Y quienes diseñan políticas no son ajenos a estos estilos y

valores.

Deriva, y recientemente de forma más específica con Silvia López.

En la actualidad, la idea general de cuidado se fragmenta dando paso a distintos términos

con los que aludimos a partes, ámbitos o dimensiones que pueden manifestarse

parcialmente: atención, asistencia, apoyo, soporte, etc. El propio término de cuidado

aparece en los debates sobre el Estado del Bienestar y la familia reconfigurado en

ocasiones como cuidado social. Estos vaivenes terminológicos nos ponen también sobre la

pista de los cambios que están teniendo lugar.

Así pues, navegaremos el cambio y lo haremos recomponiendo algunos trozos de qué han

significado los cuidados, desde las prácticas y los discursos, es decir, desde el ámbito de la

ideación, en distintos momentos. Es un viaje incompleto, fragmentario, en ocasiones

tortuoso, pero en estos momentos no puede ser de otra manera. Con los cuidados en

mente me acerqué hace poco a la librería de mujeres en Madrid y claro, nada o casi nada

trataba este tema como tal. Y no es que carezca de importancia, ¡Cómo va a carecer de

importancia para el feminismo la relación entre mujeres y cuidados! No, la cuestión es, más

bien, que los cuidados están en todas partes, que se han entretejido con las identidades

sociales de las mujeres, con los discursos feministas que aparecen aquí y allá, en los

análisis históricos sobre la vida privada, en los estudios sobre el servicio, en las

aproximaciones psicosociales a la maternidad, en las reflexiones sobre la ética, la justicia y

el contrato sexual, en las exposiciones más recientes sobre bioética, en los trabajos sobre

ecofeminismo, en las disertaciones sobre la asistencia y el Estado del Bienestar, en los

libros sobre la distribución de la carga global de trabajo. Los cuidados están dispersos, de

modo que en el esfuerzo de reconstruir algunas ideaciones del cuidado tendré que adoptar

la práctica del «picoteo», consciente de que en el futuro tendremos que componer historias

más completas y situadas sobre su evolución y sus sentidos.

2. Rastrear los cuidados en la domesticidad

Uno de los lugares comunes en la literatura feminista dedicada al análisis de la división

sexual del trabajo y en particular a la desigual distribución de la carga reproductiva, en la

que se integra el grueso de los cuidados, ha sido reconstruir la invisible concepción de la

ciudadanía y del ciudadano en la tradicción occidental ilustrada. Una tradición, la de nuestra

modernidad, que arranca, como sabemos, de pensadores como Locke, Rousseau o Smith,

filtrándose a la sociedad salarial que se conforma con el desarrollo del capitalismo y que se

prolonga en el «pacto social» fordista después de la II Guerra Mundial del que emergen

como servicios sociales en lo público algunas actividades reproductivas de atención.

En esta tradición, de sobra caracterizada y deconstruida desde la teoría política feminista

(Pateman 1995; Frasser 1997; Benhabib y Cornell 1990; Amorós 1997; Young 2000, entre

otras), nos encontramos con una sociedad compuesta por individuos que además son

autónomos, y cuyas actuaciones están orientadas por el interés que se deriva, por ende,

del hecho de ser propietarios. «El hombre –afirma Locke (1990) en el Segundo Tratado– es

amo de sí mismo, y propietario de su propia persona y de las acciones y del trabajo de esa

misma persona». La propiedad en Locke es la llave del acceso al sí mismo. Esta

concepción del sujeto moderno rompe con el orden feudal y con la hetero-determinación

religiosa. Tal y como señalan Robert Castel y Claudine Haroche (2001),

(…) el hombre puede construirse a través de su relación con las cosas,

apropiándose y transformando la naturaleza, en lugar de ser definido a partir de

relaciones de dependencia y de interdependencia como las que establecía en la

sociedad ‘holista’ (pág. 17).

Los soportes o recursos de independencia, continúan los autores, entre ellos la propiedad

privada, son los que permiten entrar en un proceso de devenir-sujeto: capacidad de

autonomía que no es solamente independencia, sino además sentido del otro, acceso a la

alteridad, a la dimensión ética. La igualdad que emana de la ley natural, hace que todos los

individuos, incluidos los no propietarios, puedan pasar a serlo ya que son libres de vender

su única posesión (su trabajo) y apropiarse de los frutos de su venta. El pacto entre los

propietarios consiste en la cesión del poder al Estado con el fin de evitar el peligro de la

guerra por la propiedad (Pateman 1995; Domínguez Martín 2000).

Si bien el liberalismo había acabado con el problema de las bases «naturales» de la

desigualdad entre los hombres, y supuestamente también entre las mujeres, lo que hizo en

realidad fue desplazarlo a otro terreno. El problema entonces no era que la naturaleza

determinara la desigualdad, sino que podían existir distintas naturalezas. Dos, para ser más

exactas. Si no ¿cómo explicar el curso de vidas tan diferenciadas? Para Locke, el

matrimonio ya existía en el estado de naturaleza, era «un pacto voluntario entre hombre y

mujer» que «lleva consigo la obligación del apoyo y ayuda mutua y una unidad de intereses

que es necesaria no sólo para la unión de las preocupaciones y de los cariños, sino

también para su prole común, que tiene derecho a ser alimentada y sostenida por el marido

y por la mujer para que esté con condiciones de bastarse a sí misma» (citado en

Domínguez 2000). Al igual que los obreros, los no propietarios, las mujeres quedaban fuera

del ámbito político. Rousseau, aunque desde un punto de partida distinto, llega a la misma

conclusión. En el estado de naturaleza, todos somos iguales, sin embargo, en el estado

presocial, y a medida que las actividades económicas se van haciendo más complejas se

rompe el equilibrio y las mujeres aceptan de buen grado la división del trabajo y la exclusión

de la esfera pública a favor de una unidad de intereses fundada en el matrimonio y, en

Rousseau especialmente, en la legitimidad de los futuros herederos, que es lo que está en

el trasfondo de la «mujer virtuosa». La importancia del pacto sexual, aparentemente no

coercitivo, de la unidad de intereses en la diferencia, será la piedra angular para el

pensamiento liberal, tanto en lo que se refiere a las diferencias de clase como a las

diferencias coloniales y de género.

La educación de las mujeres debe estar en relación con la de los hombres.

Amarles, serles útiles, hacerse amar y honrar de ellos, educarlos cuando niños,

cuidarlos cuando mayores, aconsejarlos, consolarlos y hacerles grata y suave la

vida son obligaciones de las mujeres en todos los tiempos, y esto es lo que desde

su niñez se las debe enseñar (Rousseau 1972, citado en Domínguez Martín 2000).

Con este desarrollo queda plenamente instaurada en el siglo XVIII la escisión entre dos

mundos que se tornan, a su vez, complementarios, mutuamente útiles en sus diferencias

naturalizadas: el de la provisión de bienes mediante el trabajo asalariado y el de la atención

y el cuidado de los productores y sus descendientes. No se trata sólo de la oposición entre

lo mercantil y lo doméstico, sino también entre el trabajador y la criadora, el independiente y

el dependiente, lo productivo y lo reproductivo-improductivo, el egoísmo y el altruismo.

Adam Smith, advierte Domínguez, completará en el campo de la filosofía moral la labor que

en la ciencia política desarrollaran Hobbes, Locke y Rousseau.

Lo interesante aquí, una vez más, es entender cómo el liberalismo reelabora la idea de

desigualdad natural de los sexos (además de la de los propietarios y no propietarios) y

logra distribuir función y valores en una sociedad que precisa, desde distintos puntos de

vista, garantizar la reproducción en un sistema que se organiza cada vez más en torno al

trabajo asalariado. Los hombres necesitan a las mujeres para que cuiden y trabajen en

casa para ellos y su prole; pero para el sistema capitalista cada vez es más evidente la

necesidad de mujeres para asegurarse el suministro de fuerza de trabajo. Las mujeres, por

su parte, dependen de la relación entre ambos para garantizar su subsistencia. En el

capitalismo de producción se instaura un pacto casi natural entre burgueses y obreros

(Miranda 2005).

En el proceso de modernización capitalista de la Cataluña y la España de finales del XIX,

se advierte con claridad cómo junto a la realidad eminentemente agraria, el analfabetismo,

el caciquismo y la miseria empiezan a propagarse el pensamiento liberal y las ciencias

naturales que acompañan a la expansión del capitalismo. Esta transformación, tal y como

señala Gómez Ferrer (2002), consuma tres hechos significativos: la separación física entre

el trabajo doméstico y el que la mujer realiza en el sector secundario, la imposición del

liberalismo en la vida pública y el camino discriminatorio en cuanto a los sexos que toma la

creciente albafabetización. La decadencia del taller familiar en la industrialización implica

una pérdida de poder para las mujeres.

Estas pasan a ser responsables, incluso protagonistas, eso sí en el campo doméstico, de la

buena marcha de la sociedad industrial. Los manuales escolares, las revistas y la literatura

ponen de relieve la pedagogía social que se despliega en estos momentos para garantizar

una adecuada socialización en la esfera privada. La capacitación que se persigue a través

de estos manuales es comparable en minuciosidad y complejidad a la capacitación

profesional de los varones7. El gobierno doméstico enfatiza no sólo las tareas dedicadas al

aseo, la ropa, la alimentación, la atención a los demás, sino la propia administración de la

economía del hogar basada en el orden, la excelencia, el ahorro y aprovechamiento de los

enseres, la buena organización de las reglas y medidas8. Estos principios se han

modificado en el contexto del capitalismo de consumo en el que vivimos, pero en el XIX, las

virtudes domésticas son de vital importancia para la reproducción de la fuerza de trabajo y

para la prosperidad de las familias. La austeridad es fundamental en las inversiones y la

naciente competitividad, y la domesticidad –por ejemplo, la eliminación o dosificación de los

servicios domésticos externos– serán una pieza fundamental para el florecimiento de los

negocios (Murillo 1996). Mientras para la alta burguesía, el confort del hogar, la capacidad

de las damas que lo rigen y representan, así como sus objetos y hábitos se convierten,

según el propio retrato de Marx y Engels en el Manifiesto Comunista, en expresiones de la

posición social, del estatus que se expresa en la indumentaria y la disposición y

ornamentación de la casa, en los modales y el dominio de las convenciones sociales tan

bien expresadas en la literatura de la época, para quienes aspiran al ascenso social

constituyen un horizonte deseable9.

7 Véase el análisis que hace la autora del célebre manual de Mariano Carderera La ciencia de la mujer al alcance de las niñas, que se publica por primera vez en 1975 y sigue siendo un texto educativo básico hasta 1909. 8 Si en el patriarcado los principios del gobierno del Estado y la familia eran una misma cosa, en el liberalismo éstos van a disociarse. Sin embargo, algunos elementos del orden familiar serivirán de guía y materia en la concepción del poder del Estado y viceversa. La familia se verá, cada vez más, asaltada por los criterios de la cosa pública (Vega 2003b). El cambio fundamental en el gobierno, tal y como lo entiende Foucault, se refiere a la entrada de la vida en la política. De acuerdo con Lazaratto, para Foucault, las técnicas de poder cambian a partir de la integración de la economía (en tanto que gobierno de la familia) y la política (en tanto que gobierno de la polis). La cuestión, en adelante, se refiere a la <<manera de gobernar como es debido a los individuos, los bienes, las riquezas, como puede hacerse dentro de una familia, como puede hacerlo un buen padre de familia que sabe dirigir a su mujer, a sus hijos, a sus domésticos, que sabe hacer prosperar a su familia, que sabe distinguir para ella las alianzas que le conviene. ¿Cómo introducir esta atención, esta meticulosidad, este tipo de relación del padre con su familia dentro de la gestión de un Estado?>> (Foucault 1991,p. 14). Y ¿cómo, siguiendo a Pateman, en esta entrada se produce una alianza fraternal, un contrato socio-sexual, que no responde ya al poder del padre sino al de los hombres, en sentido genérico, sobre las mujeres? (Pateman 1995). 9 Nancy Armstrong (1991) llega plantear que esta cuestión, la construcción de la vida privada doméstica, pasaba por la apropiación del buen gusto, hasta el momento patrimonio de la aristocracia. ¿Cómo desplazarlo sin generar una confrontación política? Según Amstrong a través de la ficción, en particular de la novela, y encarnándolo en una mujer, que se presume ajena a las disputas e identidades políticas del momento. Tal y como explica Begoña Pernas (2002), «Las mujeres quedan eximidas de las relaciones políticas y de las prácticas competitivas del mercado, y a cambio se les entrega la autoridad sobre las emociones, el gusto y la moralidad, que de hecho son las formas de

Bien es cierto que las mujeres de las clases populares se incorporan al trabajo asalariado

desde mediados del siglo XIX y en particular con la crisis finisecular10, no obstante, esto no

interrumpe la propagación del modelo de orden familiar burgués y la dignificación social que

reserva a las mujeres el espacio doméstico. La migración, el desarraigo, la industrialización,

el crecimiento urbano… y con ellos la amenaza que representa el movimiento obrero, y la

creciente presencia del sufragismo, hacen que la familia y las mujeres se convierta en un

lugar clave para la ordenación social11. La corriente del sufragismo maternalista en la

Europa de principios de siglo (Blanco 1996), con su particular exigencia de políticas

protectoras de las madres y su descendencia y sus inclinaciones bien hacia el control de la

natalidad y en algunos casos hacia las orientaciones eugenésicas, tuvo su impronta en el

desarrollo de los nuevos Estados del Bienestar. La propia complicidad del movimiento

obrero masculino en esta exclusión atravesarán este periodo clave (Garcerán 2005).

Finalmente se impone el salario familiar como un modo de asentar la división sexual del

trabajo. Las mujeres trabajarán asalariadamente en caso de necesidad, de forma temporal

y para completar el salario masculino. Una idea contraria a la progresiva individualización

del salario; en realidad, en lugar de individual deberíamos hablar de subindividual, claro que

siempre está el salario intergeneracional diferido en la familia; de no existir, la

supervivencia, incluso en Occidente, se vería seriamente amenazada. A pesar de todo, la

ideología del salario familiar sigue entre nosotras, en algunos casos, bajo el subterfugio de

control social moderno». Además, continua ésta última, las cualidades asociadas al estatus no se presentan como colectivas –valores o rasgos de estamento o de clase– sino como individuales. El hogar y la vida doméstica se presenta, de acuerdo con esta estrategia como una promesa universalizable. 10 La incorporación a la producción fabril venía precedida por su participación en la explotación agrícola y el destacado volumen de trabajo domiciliario que se realizaba. En este sentido, las historiadoras feministas trabajan para desterrar el mito, asentado en parte gracias a la ocultación del empleo femenino en los censos de la época, de que las mujeres han empezado a trabajar fuera de casa en épocas recientes. Sabemos que desde el XIX, las mujeres son mayoría en sectores tan importantes como el textil y el tabaco (Nash 1983; Borderías, Carrasco y Alemany 1994; Candela 1997; Escartín 1999; Díaz 2001). La presencia femenina en el mundo laboral era tan destacada que dio lugar a una legislación específica. A finales del siglo XIX, se crea la Comisión de Reformas Sociales (a partir de 1903 Instituto de Reformas Sociales), siendo las mujeres y los niños los primeros sujetos de la actuación legislativa. A principios del siglo XX se establecen los domingos y festivos como días de descanso, se fija la jornada primero en 11 horas y en 1919 en 8, se prohibe el trabajo de mujeres y menores en determinados sectores industriales, se prohibe en 1908 el trabajo nocturno de las mujeres en las fábricas y talleres, se obliga a los patronos a proporcionar asiento a las trabajadoras de comercios y almacenes, se establece el descanso de 3 semanas, más tarde ampliado a 6, para las obreras después del parto y la conservación de su lugar de trabajo y una hora para la lactancia. Toda esta legislación intervencionista estaba encaminada a suavizar la situación laboral de las mujeres y propiciar su repliegue a la casa y la maternidad. La II República modificará la orientación legislativa en aspectos como el voto, la representación política, la igualdad jurídica, la libertad para ejercer una profesión, el seguro de maternidad, la posibilidad de cobrar directamente el sueldo (sin pasar por el marido). En 1938, las cosas toman un nuevo rumbo, liberándose a la mujer casada del taller y la fábrica y premiándose la maternidad mediante primas y la prohibición de ejercer profesiones liberales, hechos que no retiraron a las mujeres del trabajo fuera de casa. 11 Tal y como señala Gómez Ferrer (2002) siguiendo a Pitt-Rivers, en la familia se dan cita dos clases de honor: el que se deriva de la posición social, que se transmite por línea masculina y el de orden moral, que depende enteramente del comportamiento femenino. En este sentido, se afianza el control de la conducta femenina por parte de los varones.

la conciliación (para quienes cuentan con salarios de apoyo), el tiempo parcial y la

flexibilidad (precaria).

Pero volvamos a dónde estábamos. El ascenso de las mujeres se realizará principalmente

por la vía del matrimonio. La norma heterosexual atraviesa esta ordenación de un sistema

sexo/género construido en torno a tres rasgos fundamentales: existen dos sexos y sus

relaciones son de jerarquía y complementareidad (Rubin 1975). A pesar de las dificultades

que entraña la separación entre hogar y trabajo asalariado, la misión primordial de las

mujeres será la casa y los cuidados. No obstante, estos últimos, en consonancia con las

preocupaciones del XIX, son vistos primeramente en su vertiente educativa y socializadora

de la descendencia. Los manuales se dedican a la sistematización de cuestiones relativas a

la higiene, la economía doméstica, la puericultura y la educación.

De los trabajos caseros se desprende una identidad, la de buena madre y esposa. El hacer

se identifica con el ser. Las tareas no son trabajos, ni siquiera servicios personales, son el

cumplimiento de una misión acordada a través de un pacto que concede a las mujeres una

influencia social determinante. En las mujeres, la educación adquiere una orientación no

intelectual o profesional, sino principalmente moral12.

De ahí que su quehacer fundamental sea, por una parte, el cuidado material de un

hogar, marco adecuado para el desarrollo de la vida familiar, y por otra, la creación

de un clima que asegure primero el bienestar psíquico y espiritual del esposo, que

así podrá desarrollar su tarea en la vida pública, y segundo, la formación moral de

sus hijos que deben reproducir los mismos esquemas de comportamiento (Gómez

Ferrer 2002, pág.173)

El Romanticismo, se entreteje con el liberalismo a lo largo del siglo XIX aportando la nueva

valoración del individuo y la importancia de los sentimientos para la vida íntima. El amor, en

las mujeres, se convierte en el motor de todas las acciones. El dispositivo de feminización

en la Modernidad, que Julia Varela (1997) indaga remontándose a la Baja Edad Media y el

12 Otra referencia fundamental analizada por Gómez Ferrer es la obra de literatura pedagógica, El ángel del hogar, de Pilar Sinués, publicada en 1857, a partir de una reelaboración española de una denominación tomada de la literatura inglesa y emparentada igualmente con una obra clásica del XVI, La perfecta casada de Fray Luis de León. «Enseñadles –escribe Sinués– bien y con preferencia todas las labores propias de su sexo y que tan necesarias son para el buen gobierno de su casa. Enseñadles a leer y a escribir con perfección. Si es posible, enseñadles la música y el dibujo (…), y sobre todo dadles un constante ejemplo de paciencia, dulzura, resignación y amor (…). Nada de ciencias ni estudios áridos, que al paso que les robarían el tiempo que deben emplear en sus deberes domésticos, fatigarían su imaginación y llevarían el vacío a su alma. La instrucción de la mujer debe estar reducida únicamente a sentir, a amar a su esposo y a sus hijos, y a saber educar a sus hijas para que sean lo que ellas deben ser: buenas esposas y buenas madres» (citado por Gómez Ferrer 2002, p. 223).

Renacimiento13, produce el sexo débil y dota de una nueva legitimidad a la redistribución

del espacio social entre lo público y lo privado. Y, añadiríamos, la supeditación del segundo

al primero.

La separación tajante entre la economía por antonomasia, la economía doméstica,

y la economía productiva, permitió la autonomización absoluta de la esfera

económica frente a las redes de intercambios afectivos a su vez recodificadas. La

producción, distribución y consumo de bienes, la actividad propiamente económica

en sentido moderno, se desvinculó de las relaciones sociales, adquiriendo así un

estatuto de extraterritorialidad social sobre la economía doméstica, la esfera de la

reproducción de la especie, el mundo de los intercambios afectivos y de las

relaciones entre los sexos se vio tendencialmente reconducido hacia ‘la privacidad’.

La desocialización de la economía productiva, y su centralidad en el espacio social

capitalista, encuentran por tanto en el dispositivo de feminización una de sus

principales condiciones sociales de posibilidad. (Varela 1997, pág. 230)

Para Varela, la especificidad de la subjetividad femenina moderna se funda en el trabajo

meticuloso sobre el yo, ese espacio interior, en sus dimensiones moral y psicológica, que

se incardina en el alma y la sensibilidad, en el control del cuerpo y sus pasiones en su

separación de la racionalidad, la abstracción y la objetividad que guían el mundo público.

La implantación del matrimonio por parte de Iglesia en los siglos XV y XVI, fue

acompañada, de la mano de los humanistas, de una idealización del amor como sumisión

en su seno. La cruzada contra las malas mujeres, pertenecientes a las clases populares,

afianzó el naciente código familiar en su función de gobierno y su distribución de trabajos14.

En el XIX y los primeros años del siglo XX, el orden sexual de la domesticidad se consolida.

También las clases populares irán poco a poco interiorizando los cánones de la higiene

doméstica, el reflujo hacia el espacio interior de la crianza y vigilancia de los niños, el

13 Varela (1997) se refiere a la labor ejercida en esta dirección por los humanistas primero y más tarde por los moralistas católicos contrarreformistas. El programa de domesticidad o domesticación más que a las mujeres de clase alta que contaban con servicio de cuidado, afectó a las clases medias urbanas, que sentían la necesidad de diferenciarse de las clases populares, al tiempo que controlarlas para no ver amenazadas sus propiedades. Asentar el orden social de la modernidad pasaba necesariamente por pacificar y ordenar el conflicto –la célebre «cuestión social»– que propició el despegue del capitalismo (Castel 1997; Prieto 2002). El matrimonio monogámico y la domesticidad, así como la institucionalización de la prostitución, fueron herramientas particularmente útiles para ordenar los sexos y las clases. A lo largo de los siglos XVI, XVII y XVIII, regular el mundo de los nuevos pobres y/o improductivos –vagabundos, prostitutas, hechiceras, «locas», adúlteras, etc., pero también criadas, nodrizas, celestinas y servidores domésticos en general– del capitalismo se convirtió, tal y como nos ha enseñado Foucault, en el centro de la acción de gobierno. 14 De hecho, la propia constitución de la familia nuclear burguesa, previa expulsión de los domésticos, puede interpretarse, tal y como hace Donzelot, como la consagración de una separación, disciplinamiento y ordenación de las clases, hasta el momento unidas por vínculos tan corporales como la cría y los cuidados.

ahorro, el estímulo escolar, etc. (Donzelot 1998). Las mujeres ajenas al orden

heteronormativo o bien se meterán a monjas o acabarán en instituciones «protectoras» de

las perdidas, ya fuera por su sexualidad o, en general, por su comportamiento asocial: las

célebres cárceles de mujeres. Vagantes y perdidas, prostitutas y desamparadas,

delincuentes y deshonradas irán poco a poco engrosando, sobre todo a partir del XVII, los

correccionales, fundamentalmente religiosos (Almeda 2002). La función normalizadora y

moralizadora de la domesticidad, así como su alto rendimiento en la reproducción de la

fuerza de trabajo estaban en aquel periodo fuera de duda, incluso para amplios sectores

del movimiento obrero y del sufragismo. Su dignificación de cara a las propias mujeres irá

poco a poco descansando en el amor, la entrega, el decoro (propio y de la vivienda), e

incluso el papel educativo y de compañía intelectual que los liberales conceden a las

mujeres en el ámbito del hogar y la familia. Más que de cuidados hay que hablar de

educación, socialización y, más adelante, amor.

La ciencia doméstica, que en el primer cuarto de siglo registra más claramente la influencia

de la Organización Científica del Trabajo, apenas presta atención al tema de la atención y

los cuidados, que aparece habitualmente formulado como «amor» y «sentimiento

maternal». Sólo las socialistas y las anarquistas se plantean cómo podría ser la «nueva

mujer» de la que habla Kolontai (1982), también en el terreno sentimental y sexual. Ni el

consumo, ni el «bienestar», un concepto vinculado a los cuidados públicos, a la asistencia,

en el siglo XX, son todavía prerrogativas de las mujeres en las familias. El control social, no

ya de las mujeres en la familia, sino además mediante las mujeres en la familia constituirán

las bases del futuro concepto de bienestar y la promoción de sus miembros. Tal y como

explica Donzelot, a través de la familia se conjuran las resistencias y las errancias

individuales de las clases populares sin generar ni demasiadas ventajas ni demasiada

represión, previniendo así la dependencia o la solidaridad orgánica. Además, se propagan

los egoísmos y ambiciones particulares al tiempo que se socializa a sus miembros15. Es

esta misma perspectiva, de articulación entre la sociedad, cada vez más definida como

sociedad salarial, y la familia como entra en crisis la supuesta autonomía conceptual de lo

público y lo privado señalada por las pensadoras feministas que insisten en la

compenetración e interpenetración de ambas esferas. ¡Qué mayor intimidad que la de

ciertos lugares públicos! ¡Qué espacio será más intervenido que el hogar la familia, incluso

el sexo!

15 Los higienistas de principios del XX radicalizan esta postura instrumentalistas cuando afirman que «la higiene social es una ciencia económica que tiene por objeto el capital o material humano, su producción o reproducción (genética y puericultura), su conservación (higiéne, asistencia y medicina preventiva), su utilización (educación física y profesional) y su rendimiento (organización científica del trabajo). La higiene social es una sociología normativa: consideramos al hombre un material industrial, o mejor, como una máquina animal» (citado en Donzelot, pág. 185).

A pesar de la propagación de la domesticidad y el familismo, la actividad reproductiva de

las obreras a comienzos del siglo XX, según aparece descrita en algunos trabajos, tiene

todavía un fuerte carácter socializado y comunitario. Paloma Candela (1997), hablando de

las obreras de las fábricas de tabaco, explica cómo el entorno del barrio, la calle y las

corralas ayudan a entender la interrelación entre las salidas y entradas a la fábrica y las

actividades de (auto)cuidado, si es que se puede hablar de cuidado en ese contexto, en

aquel periodo. Un cuidado que, en todo caso, poco tienen que ver, al menos en las

descripciones y relatos disponibles, con la fuerte sentimentalidad de las «perfectas

casadas» propugnada en manuales, folletines, revistas de la época o incluso en las

representadas por las revistas femeninas actuales. En el contexto agrario, entonces

dominante, la actividad laboral y la vida privada estaban en una relación de continuidad,

aunque las mujeres se encargaran, entre otras cosas, de llevar la casa y atender a los hijos

y a los mayores. El mundo industrial prefordista, se caracteriza en el Estado Español como

en otros lugares de Europa, por entremezclar los espacios sociales y físicos de la actividad

salarial y no salarial. En Cataluña, el proceso de industrialización contribuirá a acelerar el

cambio reproductivo con los desordenados avances de la urbanización de principios de

siglo.

Si bien las ideas propiciadas por las corrientes sufragistas y libertarias antes y durante la

República dieron un impulso tardío a los pensamientos emancipatoros favoreciendo el

cambio en la legislación y las costumbres, éstos pronto se verán truncados por la Guerra

Civil y la dictadura franquista (Nash 1993). La concentración cronológica de los

acontecimientos aun hoy resulta impactante (Bussy Genevoise 2001). El régimen de

Franco, gracias al papel de la Iglesia y de la Sección Femenina, ahonda en los principios

del nacional-catolicismo retrocediendo en muchos casos con respecto a las corrientes

discriminatorias de carácter liberal, por ejemplo en materia de enseñanza, profundizando

así en una domesticación de las mujeres de corte autoritario y represivo. El papel de las

mujeres, en especial de las mediterráneas, como cuidadoras va unido a la exaltación

católica del sacrificio16. Panorama que ha quedado magistralmente retratado en algunas

películas como la de J. A. Barden, Calle Mayor (1957), donde también aparece, de lejos, la

representación de la mujer ama de casa y responsable del consumo de masas que más

tarde criticará Betty Friedam. El matrimonio y la maternidad, el cuidado del hogar y de los

hijos, baluarte moral de la nación, se convirtieron hasta bien entrados los sesenta en el fin

16 «Se llega a la maternidad por el dolor como se llega a la gloria por la renunciación (…) Maternidad es continuo martirio. Martirio creador, perpetuador, que comienza con la primera sonrisa del hijo y sólo finiquita cuando los ojos inmensos de la madre se cierran para siempre (…) Ilusosería quien pretendiera asociar la perfección a la felicidad (…) siendo el mundo por mandato divino valle de lágrimas (…) Sólo es mujer perfecta la que sabe formarse para ser madre. Si en el agradable camino de una vida fácil, la mujer no sabe prepararse más que para el amable triunfo de salón, pobre será su victoria (…) El gozo de ser madre por el dolor y el sacrificio es tarea inexcusablemente femenina» (J. Juanes, citado por Martín Gaite 1987, págs.107-108).

de la vida de las mujeres, aunque algunas, las célebres perdidas, continuaran

tambaleándose peligrosamente en los márgenes17.

3. (des) Psicologización en el orden doméstico familiar

La temática de los cuidados como tal, es decir, en su particularidad con respecto a la

categoría general del «trabajo doméstico» o «reproductivo» no aparece en los discursos

feministas hasta la década de 1980, en parte gracias al impacto que causaron las obras de

Chodorow, The Reproduction of Mothering de 1974 y Gilligan, In a Different Voice de 1982.

Los debates que tuvieron lugar a lo largo de la década de 1970 en el feminismo dedicado al

análisis de la reproducción seguían estando permeados por una versión restrictiva, en

ocasiones mecánica, de las actividades que las mujeres realizaban en los hogares y sus

alrededores. Posiblemente esto tenía su explicación si pensamos en el énfasis que las

materialistas ponían en «desnaturalizar» a toda costa la maternidad y los valores

ahistóricos a ella asociados y en pensar la cuestión del valor del trabajo doméstico para el

sistema capitalista18. Beauvoire se sitúa en esto a la cabeza llegando a tachar la

maternidad de acto narcisista que no salva a nadie o de lugar de encierro en la repetición y

la inmanencia19. Adviértase que hablo de maternidad y no de cuidado, en un sentido más

genérico, porque esta formulación no aparece como tal. Los análisis del cuidado son

eminentemente análisis de la maternidad. Las «bases materiales» de la reproducción

aparecen en la propia formulación de Engels, que dará pie a abundantes reflexiones.

Según la teoría materialista, el móvil esencial y decisivo al cual obedece la

humanidad en la historia es la producción y reproducción de la vida inmediata. A su

vez, éstas son de dos clases. Por un lado, la producción de los medios de existir;

de todo lo que sirve para alimento, vestido, domicilio y utensilios que para ello se

necesitan; y de otro, la producción del hombre mismo, la propagación de la especie

17 A menudo la amenaza de la perdición interesaba más que las propias perdidas. Esto se puede ver muy bien en el caso de las chicas que emigraban para servir. Cuenta Martín Gaite cómo estas pobres jóvenes y sus familias se hallaban en el centro de una contradicción: sus familias no podían mantenerlas y necesitaban de los recursos que proporcionaba su trabajo doméstico, lo que las empujaba a un entorno, el de la ciudad, incierto y en muchos casos más libre, pero al mismo tiempo temían por su reputación y esto provocaba una notable ansiedad. Para el control de estas jóvenes se apelaba a la vigilancia de otros parentes –como muestra la película Cómo está el servicio– e instituciones de control y protección (pseudolaboral) habilitadas por el régimen. 18 En realidad, sigue sorprendiendo la incapacidad de los pensadores sociales, aun en nuestros días, para historizar los supuestos vínculos naturales. Un sociológo tan célebre como Boltanski (2000), excluyeen su ensayo antropológico de las «tres formas del amor» –la philia, el eros y el ágape–, de sus consideraciones, al igual que otros autores, «el apego espontáneo y casi instintivo que siente una madre por sus hijos». 19 Delphy, otra pensadora clave en estos debates, habla del «corporativismo de las madres», resultado de la identificación en algunos textos feministas entre mujeres y madres, y de la «apropiación de los niños» y denuncia la tendencia de las leyes a privilegiar el recurso biológico en la definición de la filiación (Hirata et al. 2002)

(1984, pág.12)

Mariarosa dalla Costa y Selma James (1972) invitaban de hecho a rechazar el trabajo

doméstico (imaginamos que en todas y cada una de sus dimensiones) como estrategia

emancipatoria frente al capitalismo. En la medida en que el debate giraba en torno a la

comparación entre trabajo doméstico y asalariado y el valor económico del primero, el

elemento relacional de la reproducción –el afecto, la sexualidad, el cuidado– se fue

quedando a un lado. La desnaturalización de la familia y la maternidad han sido un tema

fundamental para las corrientes del feminismo marxista. Además, como explica Seccombe,

el hecho de que el Estado asumiera las tareas educativas desplazó aún más la

preeminencia de estos trabajos «restantes»20. El cuidado se deja entrever tímida y

ocasionalmente como una parte del trabajo doméstico familiar (el cuidado de las criaturas

porque los ancianos están, como se suele decir, out of the picture) y, en ocasiones, del

amor conyugal. Los aspectos afectivos, comunicativos, inmateriales, de gestión de la

atención y los cuidados han estado más presentes en las corrientes radicales y culturales,

además de en el feminismo de la diferencia, que en los debates sobre la división sexual del

trabajo en el capitalismo patriarcal, aunque algunas autoras, como Balbo (1996) con su

idea de las «colchas locas», pronto advirtiera la complejidad de la actividad que realizan las

mujeres en los hogares. El maternalismo feminista heteronormativo, pero también el

«continuo lesbiano», tan aplaudido por el lesbianismo político, proyectarán, en

contraposición con las corrientes marxistas, una idea armoniosa acerca del cuidado en las

relaciones entre mujeres (Rich 1985). Algunas marxistas, por su parte, no sólo olvidaron o

pasaron por alto las actividades de relación, sino también los espacios en los que se

desarrollaban. La insistencia en el encierro entre las cuatro paredes del hogar hacía olvidar

en muchas ocasiones que la actividad reproductiva ponía los hogares en conexión con

otros espacios, con los servicios que proporcionaba el Estado, y desde luego entre sí21.

Angela Davis (2004) aporta otra razón para explicar esta indiferenciación entre elementos

20 Curiosamente Seccombe (1975) al hablar de la reproducción de la fuerza de trabajo incorpora el «cuidado de los niños» en el capítulo de mantenimiento físico, distinguiéndolo de la consecución del «equilibrio psicológico» (absorción y control de las tensiones, fomento de las relaciones familiares cordiales y relaciones sexuales) y de la «socialización de los niños» (compartida con la escuela). La autora destaca además la dimensión ideológica de la socialización en la familia; «Es la familia, y sobre todo la madre, la que produce jóvenes deseosos de participar en el orden social (…) debe producirse una generación de jóvenes que hayan interiorizado un repertorio de actitudes y estructuras perceptivas que les permitan actuar por propia voluntad de forma adecuada a las relaciones burguesas» (pág. 71). En otro apartado, Seccombe observa de pasada cómo las necesidades humanas de intimidad, compañerismo, espontaneidad, desahogo y afirmación personal son expulsadas del medio social por la cultura de masas, y añade que la privatización del hogar y el papel del ama de casa consiste en absorver y apartar las tensiones públicas. Gardiner (1975), que también participa en el debate, menciona sin detenerse excesivamente la dimensión personal, la carga emocional del trabajo y la dimensión ideológica (de socialización) del trabajo doméstico. 21 Para una revisión actualizada de estas posiciones véase Carrasco 1999 y Pérez Orozco 2005.

subjetivos y objetivos en la reproducción: cuando estos trabajos ocupan toda la jornada

invaden completamente la personalidad femenina; el ama de casa se torna indistinguible de

su trabajo, ella es su trabajo. Hace poco Teresa Torns (1997) insistía en esta confusión

entre actividad e identidad de género. Atender, en sus propias palabras, equivale a «estar

plenamente disponible para los demás y en situación de subordinación». Así, quienes

demandan atención, esperan subordinación («una chacha para todo»), una subordinación

con género y etnicidad que no es «un saber hacer», sino un «saber estar», que se adquiere

según la clase social. La confianza, la intimidad no son exclusivas de los cuidados y los

trabajos en el hogar, también están presentes en otras actividades y profesiones, sin

embargo, sólo en los primeros van unidas a la feminización y a la subordinación. En la

actualidad, «las que saben hacer de todo», las que lo hacen de «forma tan natural», a las

que «les nace» y se conforman como cuidadoras por excelencia son las mujeres

inmigrantes en el servicio. Gracias a ellas podemos nombrar y redescubrir la (auténtica)

feminidad (Monteros y Vega 2004). Ellas son, especialmente las latinas, la nueva cara

heterodesignada y con frecuencia autoasumida del espontaneismo (Murillo 2003), un rasgo

que a pesar de los procesos de profesionalización a los que asistimos pervive, como

veremos en el siguiente capítulo, con otros rostros.

Volviendo a la invisibilidad del trabajo de relación en los discursos feministas sobre la

reproducción, aun hoy se privilegian las estrategias investigadoras que abordan la

cuantificación de estos trabajos, lo que aportan, y sus repercusiones en la economía22,

cuestiones sin duda importantes, frente aquellas dedicadas al estudio de las cualidades y

mutaciones de lo que hoy se nos muestra como reproducción flexible (Vega 2004). Las

rescatadas utopías sobre la industrialización doméstica de los años 50, dan una idea de la

desafección con la que se planteaban las relaciones reproductivas. Para muchas feministas

de entonces, el trabajo doméstico aliena, la dominación sexual oprime, el amor y los

cuidados, aun escasamente abordados en la literatura feminista, encierran la trampa de la

sumisión (Jonasdóttir 1993; Flax 1995).

En esto, como en otras cosas, el feminismo marxista proyectaba una idea del individuo y de

la liberación abiertamente inclinada hacia el mito de la independencia y la autosuficiencia.

El ideal de emancipación ha sido un ideal de tipo individualista (Beck 1998), aunque en esto

los cuidados vuelven a recordarnos que la autonomía se encuentra inevitablemente unida a

las vulnerabilidades de nuestros cuerpos. «La oscilación entre la ‘vida propia’ y la

‘existencia para los otros’ con una conciencia nueva muestra la indecisión del proceso

22 Autoras como Cristina Carrasco han avanzado enormemente en esta vía, que, como indica Picchio, abre un horizonte más basto. «La visibilidad del trabajo doméstico como reivindicación política no sólo se propone hacer explícita la relación entre trabajo de reproducción y producto social, sino también abrir un debate sobre las normas de distribución, los modos de producción y la calidad de la relación entre producción y reproducción» (1999, pág. 221).

femenino de individuación» (pág. 139). Los testimonios dubitativos –entre la

responsabilidad y la culpa– de las que se enfrentan hoy al cuidado de sus madres, la

generación que creció con el feminismo de la segunda ola, ilustra este encuentro entre la

autonomía, que no debería identificarse sin más como individualismo, y el cuidado. Comas

d’Arguemir (2000) habla, en este sentido, de la inclinación no sólo de las mujeres a

«otorgar un valor más elevado a la autonomía individual de las personas», sino también de

una realidad, la nuestra, que por razones de tipo biotecnológico y socioeconómico ha

asistido al aumento de la necesidad de atender a los demás y, por tanto, de visibilizar la

dependencia (pág. 192). Las mujeres se muestran más proclives a consolidar su autonomía

al tiempo que en la sociedad gana peso la experiencia de la dependencia..

Otra serie de trabajos, también publicados a finales de los 70 y ya más claramente a lo

largo de los 80, nos ponían, a través de una aproximación histórica, psicológica o

antropológica, sobre la pista de una versión más compleja, encarnada e históricamente

situada de la actividad relacional del trabajo familiar. La obra de Badinter (1991) sobre la

maternidad en los siglos XVI y XVII, también publicada en los 70, o las investigaciones de

la antropología de la mujer que hablaban de distintas formas de ser madre en diversas

culturas, revelaban el carácter situado y aprendido del instinto materno. Parece, según nos

cuenta Badinter, que las mujeres no cuidaban «naturalmente» de sus criaturas, sino que las

entregaban a los pocos días de nacer para que las criaran otras mujeres de clase baja; los

cuidados y atenciones maternas contravenían los deberes de las aristócratas, la empresa

conyugal de las burguesas y el desgaste y agotamiento de obreras y criadas. Insuflar el

instinto materno, la actividad de cuidar, fue parte del programa domesticador y de

redefinición de la feminidad iniciado por los ilustrados al que aludíamos en el apartado

anterior.

Ya en la década de 1980, en una vena más crítica con el carácter universal del sexo y el

género en la antropología, algunas autoras nos recuerdan que mientras el matrimonio, la

maternidad (de los herederos legítimos) y la sentimentalidad burguesa, no siempre

vinculada a los cuidados directos, formaban parte de una trayectoria común para las

mujeres blancas de clase media, para las esclavas negras, para las indias en las colonias,

ésta tenía un valor muy distinto que no podía ser explicado acudiendo a la separación entre

lo público y lo privado (Davis 2004; Stolcke 1993; Haraway 1995). Sus cuerpos

sexualizados y reproductivos, tratados como cuerpos de hembras, eran propiedad de los

hombres blancos. Sencillamente no operaban en la institución del parentesco y la familia,

sino en la institución, también sexualmente marcada, de la esclavitud dentro del sistema

colonial. En este sentido, se puede entender la familia como un lugar de lo común y la

resistencia, un lugar desde el que ejercer el cuidado como un derecho negado; un

planteamiento nada ajeno a quienes ven restringido en la actualidad su derecho a la

reunificación y la conciliación (Caixeta et al. 2004). La conclusión de estos importantes

trabajos es que teníamos que leer la maternidad, la familia y los cuidados al hilo de los

cambios históricos y las posiciones sociales.

Si el impulso marxista es el de despsicologizar la actividad reproductiva dirigiéndose a las

bases materiales de la opresión23, la influencia del psicoanálisis se hará poco a poco

patente no sólo en la realidad doméstica de las mujeres del siglo XX, en sus prácticas

reproductivas cada vez más vinculadas al papel del deseo y el consumo en la cultura de

masas, sino también, claro está, en los análisis de las mismas a partir de la II Revolución

Industrial. Algunas corrientes feministas de la segunda ola no van ser ajenas a esta

orientación.

El psicoanálisis, tal y como propone Zaretsky (2004), sustituye al puritanismo produciendo

un giro introspectivo distinto al del ahorro, la disciplina y la vida familiar, propias del

calvinismo, desde el que se enfatiza la inquietud de los individuos por vivir una vida

auténticamente personal; «las categorías y las distinciones socialmente impuestas se

disuelven dentro del individuo y son reelaboradas como deseos únicos del propio individuo»

(pág. 95). No hay que olvidar que el desarrollo del psicoanálisis es contemporáneo a las

nuevas aspiraciones de las mujeres, que sienten también ellas el malestar en la cultura. El

psicoanálisis interpretará dicho malestar –el complejo de Edipo y Electra– y sus

manifestaciones en forma de «explosión del afecto» –la histeria–, y aplicará intervenciones

más cercanas a las dimensiones íntimas y reproductivas de los individuos mediante un

trabajo sobre el inconsciente. Este pliegue, que se produjo en la subjetividad y la cultura de

principios del siglo XX, pone de manifiesto aspectos del nuevo control social masculino,

aunque revela también, insiste Zaretsky, dimensiones liberadoras como la propia crítica al

antiguo ideal de «autodominio»24. Las interpretaciones propuestas introducirán nuevos

campos de «sospecha» y control: las mujeres-madres no se limitan a educar o socializar a

sus hijos en los valores definidos como buenos, sino que además les transmiten, por la

puerta de atrás, las neurosis, histerias y castraciones, de las que son víctimas. Las que no

se integran en el régimen sexual familiar se convierten en víctimas de los padecimientos

23 Jane Flax (1991) plantea el problema con toda su crudeza cuando observa cómo las componentes afectivas y sexuales de la actividad femenina en la familia, dificilmente definidas por las propias mujeres como trabajo, hacen tambalearse el desapego que las materialistas expresan hacia la explotación en el «modo de producción doméstico». 24 No es que la cultura del XIX negara la introspección individualista, como bien ilustra la novela realista, sin embargo, éste debía ir unido a la represión, a la negación de la pasividad, la debilidad o la dependencia. También las amas de casa debían acallar sus insatisfacciones y no abrumar a sus esposos con los pesares menores que las invadían. «(…) las clases medias del siglo XIX proyectaban sus propias dependencias, su sexualidad, sus sentimientos de vulnerabilidad, el miedo hacia su propia violencia, etc., en los grupos ‘inferiores’», entre ellos, las mujeres, pero también la clase trabajadora, los homosexuales, los otros racializados. Sobre esto último véase también La ciudad de las pasiones terribles, en la que Walkowitz (1995) analiza el mito cultural de Jack el Destripador,y su operatividad en el Londres victoriano.

propios de la desviación (Preciado 2002). El cuidado desencadena patologías sociales de

dependencia, doble vínculo y maltrato. También el psicoanálisis acabará construyendo un

sentido de la normalidad, restableciendo, tras un primer periodo de exploración, la

estabilización de los géneros, la heterosexualidad, la familia y la domesticidad con la

mediación de la psicoterapia y la autoridad del doctor. Además, el psicoanálisis se hará

funcional al imaginario del capitalismo fordista y a la expansión de la cultura de masas.

La cultura de masas proponía la superación de los conflictos, individuales y colectivos, a

través de una idea aparentemente común: la identidad como proyecto de los individuos. En

ella, la libertad y la consecución del deseo se realizaban a través del consumo, pero éste

no era individual, sino familiar. La virtud del fordismo fue precisamente la de profundizar en

la funcionalidad de la esfera reproductiva, reconduciendo los modos de vida, las relaciones

personales, los sueños cotidianos hacia los requerimientos del modelo productivo: hay que

sostener la vida de los trabajadores y hay que consumir lo que éstos producen. La

elaboración doméstica disminuye, al tiempo que aumentan los productos estandarizados

para las familias estandarizadas de los asalariados. Ya lo dijo Ford, que cada empleado

tenga un modelo T., primero un modelo T, o un 600, tardío equivalente español, y luego

una amplia gama de productos cada vez más diferenciados. La reproducción se revelaba

como el auténtico motor de la economía invirtiendo el proceso que había desencadenado la

crisis de sobreproducción.

El keynesianismo ahondó en esta idea maravillosa, abriendo un nuevo espacio para el

Estado, en adelante encargado de transferir rentas a través de subsidios y servicios y crear

infraestructuras, y reactivando de este modo, tras el despegue postbélico, la producción en

masa para el consumo masivo. Los nuevos artículos inundan los hogares alterando el

desempeño de las tareas y promoviendo la adquisición de artículos en el mercado. Las

amas de casa ya no hacen el jabón como sus madres, lo compran en el super. A las

mujeres corresponde una nueva función: elegir y velar por el bienestar de los suyos,

siempre atentas a los insidiosos microbios y a una mala elección del detergente. La

publicidad y la propagación de imaginarios sobre la buena vida, cada vez más estilizada

(Alonso 1999), pronto contribuyen a dotar de una componente subjetiva, afectiva, personal

a lo que puede representar una familia a través de sus enseres y el perfeccionamiento de

sus hábitos. Las escenas imaginarias sobre la abundancia y la felicidad de la falsa pareja

americana en la película Tiempos Modernos de Chaplin ambientada en plena Gran

Depresión ilustran este modelo incipiente y sus propias limitaciones. Esto mismo podría

decirse de la familia burguesa del XIX, sin embargo, para la familia trabajadora del XX, por

lo menos la de los gloriosos treinta o no tan gloriosos veinte del despegue económico

español, el consumo se convierte en una salida individualizada generalizada, o más

exactamente de un «individualismo de masas», a las aspiraciones de justicia social

propugnadas por los movimientos emancipatorios de principios de siglo.

En el Estado Español, el consumo se vincula al productivismo. Los trabajadores, ajenos a

los procesos de cualificación, a las carreras, a las motivaciones y, en líneas generales, a la

vinculación personal, interna, psicológica o «sentida» con el empleo y por extensión con el

régimen (Fernández Steinko 1999), encuentran en el consumo un escape a la

insatisfacción cotidiana. Los bajos salarios y el paternalismo empresarial, alientan la

realización personal fuera del trabajo promoviendo una movilidad social ascendente y una

capacidad de consumo más lenta y tardía con respecto a la que tiene lugar en otros países

occidentales.

El trabajo asalariado, vacío de implicación personal, falto de desgaste psicológico e

insertado en estructuras de control directo es un pase manchado de sudor y

aburrimiento que permite acceder a nuevas formas de consumo industrial, un cierto

instrumento de identificación e integración en los nuevos entornos sociales recién

conquistados (barriadas, ciudades, regiones) que suple en parte la pérdida de

identidad cultural y se convierte en agridulce comuna vertebral del nuevo

«individualismo de masas» (Hirsch y Roth) arropado por una considerable

seguridad en el empleo pero necesitado de un initerrumpido crecimiento de la renta

para reproducir su precaria razón de ser existencial. (Fernández Steinko 1999, pág.

495).

La separación entre lo que ocurre en el trabajo y lo que ocurre en casa se consolida, al

tiempo que se integra. Como nos recuerda Murillo (1996), la privacidad cobra dos sentidos

subjetivos diferentes: si para los hombres constituye un repliege en una esfera de mayor

autonomía, en la que el Estado, el patrón, la iglesia, etc. moderan su capacidad de

intervención, donde uno hace lo que le da la gana, apropiándose de sí mismo, para las

mujeres, la privacidad es un lugar de privación de sí, de domesticación.

En cualquier caso, y en lo que aquí nos interesa, la expansión del consumo y la cultura de

masas, ligada a la potenciación de la vida personal, modificarán la domesticidad en manos

femeninas introduciendo una mayor atención a los elementos subjetivos y a las relaciones

personales, siempre dentro de un esquema profundamente heteronormativo. El propio

concepto de bienestar –mediado por el desarrollo del Estado y su nueva función social,

reproductiva o protectora de la reproducción– revela un giro hacia la interpenetración de los

aspectos materiales e inmateriales en la vida de los individuos. El bienestar se convierte en

norma social, estándares de dignidad que conforman la regla previendo las circunstancias

excepcionales –la enfermedad y el no trabajo– y aquellas que no siéndolo –la vejez, la

infancia, la discapacidad–, quedan irremisiblemente vinculadas al universo que el empleo

construye en torno suyo. El ámbito de la reproducción, mediante el que se garantiza y

controla la sostenibilidad de la vida, se supedita a los procesos de acumulación gracias al

papel del Estado y su nueva relación con las familias y las mujeres.

La reproducción se socializa en una primera fase de externalización, al menos en parte,

transformando la domesticidad tradicional (cuidados sanitarios, higiene, maternidad,

instrucción) y creando nuevas profesiones feminizadas (asistentes sociales, enfermeras,

maestras, etc.). En términos de Alisa del Re (1997), las mujeres pasan a ser clientes y

empleadas del Welfare, además de corregir su mal funcionamiento mediante el trabajo

gratuito de los cuidados. Exigen una profundización del Estado Social, de los derechos, y

en dicho proceso se ven limitadas y nombradas por la ley y constreñidas por su lenguaje.

Como ocurriera con la protección de las mujeres y las madres con respecto al trabajo

asalariado a comienzos del siglo XX, la legislación protectora, a pesar de las apariencias,

no siempre beneficia a las mujeres, en ocasiones, ni siquiera a algunas25. La componente

disciplinaria del bienestar en el Estado es indudable26, como también lo son los cambios

que ha producido o que han producido las mujeres respondiendo a su acción y sus

limitaciones. Ya no es posible ignorar el valor del trabajo de reproducción, afirma del Re

(1997): «Por primera vez en la historia, ser reproducido se percibe como un derecho». Las

propias mujeres, empleadas en la externalización, (re) descubren en lo público la

importancia, el «contenido precioso» de las actividades de cuidado.

Pero también aquí, no lo olvidemos, se rearticula la división de funciones entre el Estado,

encargado de la asistencia y la formación, y las mujeres en las familias, que no sólo asisten

en las necesidades físicas, sino que realizan la aportación emocional y psicológica que

acompaña a los cuidados, a la satisfacción de las necesidades cotidianas y a los sueños

que induce el consumo. Nuevamente, « los restos» –lo que hoy se pretende abordar desde

el «cuarto pilar» del Estado del Bienestar– vuelven a salir a flote. Y también aquí, se

contempla el nuevo papel de la familia, no como productora, sino como consumidora,

relegando la centralidad de los cuidados en el sostenimiento de la vida y también, ¿por qué

no?, del propio consumo. Así, mientras el Estado asume las funciones disciplinares

públicas, también la de los «outsiders» de la normalidad, la familia garantizará la

25 Para una reciente y estimulante crítica, también en lo que atañe al feminismo, al creciente papel del Estado como protector e instancia máxima en lo que a la seguridad se refiere, véase el trabajo de Wendy Brown (2005). 26 «El Welfare no forma parte de un proyecto de cambio porque siempre ha aceptado y hecho más funcionales las compatibilidades de la reproducción con el sistema productivo y sus modificaciones. Uno de los elementos constitutivos del welfare es haber ‘pensado’ la reproducción como un hecho social y el trabajo de reproducción de las mujeres como algo controlable y disciplinable, lo que ha significado el control y la disciplina de la vida social de las mujeres» (del Re 1997).

reproducción normalizada en el día a día de los hogares. Almodovar captará este estado de

cosas en su (genial) película ¿Qué he hecho yo para merecer esto? En la que aparece una

pluriasistenta ama de casa sobrecargada que apenas alcanza el día a día, mucho menos a

percibir las necesidades afectivas de los suyos, un trabajador alienado con un sueño de

huida irrealizable, una abuela en un domicilio saturado que ansía con volver al pueblo, un

adolescente que se busca la vida en la calle, otro que finalmente se marcha al pueblo con

la abuela y una niña pirada que revela y libera el absurdo cotidiano. Se trata de una

práctica reproductiva que expresa con contundencia los límites de las ideaciones del

consumo y el bienestar.

La importancia creciente de los cuidados en los debates públicos y particularmente en las

aportaciones feministas no es sólo el resultado de una visión coyuntural, a mi juicio

restrictiva, de la crisis de los cuidados, –cada vez hay más ancianos y menos tiempo,

recursos y personas para cuidarlos; cada vez los hijos se independizan más tarde; cada

vez se estrechan las posibilidades de cuidar(nos) sobre todo porque no hay condiciones, ni

tiempo, ni espacio para ello; cada vez se amplia más el «agujero demográfico», según

insiste Torns (1997), que posibilitaría los futuros cuidados–, sino también de un proceso

histórico de valorización de los aspectos inmateriales del bienestar que está presente en el

psicoanálisis, en el feminismo –recordemos su gran lema «lo personal es político»– y en la

propia cultura de masas, en lugares como el new age. Lo cierto es que independientemente

del peso que concedamos al giro subjetivo, el protagonismo de las tareas rutinarias ha

pasado a un segundo plano27, lo que sigue pesando a las mujeres es el cuidado de los

demás, algo que con otras justificaciones sigue estando en nuestras manos.

4. De éticas y cuidados

Como he señalado anteriormente, la obra de Gilligan (1982), proveniente de los entornos

feministas de la psicología anglosajona, situó el cuidado en el debate sobre la justicia y la

ética, llamando la atención sobre este aspecto de la actividad femenina en los hogares

olvidado por las corrientes marxistas. Con esta aportación y las que la siguieron, el cuidado

salía de los hogares, del conglomerado indistinto y reduccionista del «trabajo doméstico»,

para situarse en la esfera pública. El cuidado, en esta vertiente, no se refería únicamente a

una actividad con un contenido concreto, sino a una disposición ética, no tanto moral,

basada en la responsabilidad y la atención a las necesidades y juicios de los demás, que

podía atravesar distintas actividades, espacios, sujetos, relaciones. De hecho, cuando se

popularizó esta literatura, se empezó a hablar de cuidados a diestro y siniestro, también

27 También aquí hay un debate interesante: ¿se han modificado gracias a su tecnologización?, ¿han aumentado o disminuido?, ¿se han especializado con la entrada de productos cada vez más

para legitimar un cierto repliegue de la política en el individualismo («quiero cuidarme»,

«tenemos que cuidarnos»).

Gilligan critica el carácter de déficit que para Freud tiene la existencia femenina y la

construcción de la identidad masculina como norma, pero rescata la idea de que la

socialización de niñas y niños es diferente y crucial para sus respectivas experiencias

vitales. Apoyándose en Chodorow (1974) explica cómo la dinámica interpersonal de

cuidados en los primeros años de las criaturas hace que las niñas acaben percibiéndose

como más similares a sus madres, fundiendo su experiencia de apego con el proceso de

formación de su identidad. Para los niños, en cambio, el proceso de individuación es más

enfático. Chodorow, como hará Gilligan, reemplaza la visión negativa freudiana de la

psicología femenina por otra positiva. «Las niñas salen con una base más fuerte para

experimentar las necesidades y los sentimientos de los otros como si fueran propios»

(citado por Gilligan 1985, pág. 24). Esto hace que su ego no esté tan diferenciado del de los

demás como sucede en el caso de los niños. Así, mientras los varones acaban teniendo

problemas en sus relaciones, los problemas de las mujeres se refieren a su individuación, a

su capacidad de separarse de los otros. Durante la infancia, en los juegos, los niños

aprenden habilidades de organización gracias al empleo de reglas, aprenden a enfrentarse

y a negociar de forma directa: a jugar con sus enemigos y a competir con sus amigos

gracias a las reglas. En contraste, los juegos de las niñas se dan en grupos más pequeños

y en lugares privados y con frecuencia, sobre todo en caso de disputas, subordinan el juego

a las relaciones. Apoyándose en otros estudios psicológicos y en relatos culturales, Gilligan

(1985) llega a la conclusión de que las diferencias entre ambos sexos no sólo producen

subordinación social, sino una sustancia de un interés moral diferente.

La sensibilidad a las necesidades de los demás y a asumir responsabilidad por

cuidar de ellos llevan a las mujeres a escuchar voces distintas a las suyas y a

incluir en sus juicios otros puntos de vista. (…) Cuando el enfoque de la

individuación como logro personal se extiende a la edad adulta y la madurez es

equiparada con autonomía personal, la preocupación por las relaciones parece una

flaqueza de las mujeres, y no una fuerza humana (págs. 29-38).

La conclusión a la que llegaba Freud, y a la que más tarde llega Kohlberg, auténtico

antagonista de Gilligan, en relación al desarrollo moral de los sujetos en su teoría del juicio

morales es que las mujeres no pueden ser imparciales, se detienen en el estadio en el que

la moral se concibe en términos interpersonales y la bondad es equiparada a ayudar y

complacer a los otros. La moralidad de los derechos universales e individuales, la

diversificados?, ¿se han relajado como resultado del cambio en el papel de las mujeres?, etc.

masculina, difiere de la moral de la responsabilidad que pone el énfasis en la conexión con

un «otro particular» y en el contexto concreto28. Lo que para muchos es déficit, para Gilligan

y otras es virtud, es riqueza, aportación original que puede, según las autoras, articularse

con los principios de la justicia: imparcialidad, igualdad, equidad, etc. e incluso con las

modalidades regladas en las que opera (Camps 2005). Quizás las políticas de acción

positiva, una suerte de stand point de las políticas públicas, serían un ejemplo de esta

articulación comunitarista: a todas por igual, pero cuando hay una discriminación

persistente, ha de favorecerse y tomarse más en cuenta la perspectiva y necesidades de

las subalternas29. Los cuidados y los derechos a menudo se encuentran en la vida social.

Benhabib insiste que no es el objetivo de Gilligan sustituir una ética, la de la justicia, por

otra, la del cuidado30, sino, acaso, alcanzar un modelo más completo (1992, pág. 40). No

hay, explica, un rechazo al universalismo, sino una contribución menos formalista, más

situada, posición que también defendería Tronto (1987) cuando en lugar de hablar de un

conjunto de principios preestablecidos alude a una disposición, un carácter. No se trata de

descartar las filosofías morales universalistas y en esto Gilligan no siempre ha sido bien

interpretada.

Benhabib se enfrenta a la posición de Habermas cuando éste pretende arrinconar el apoyo

y el cuidado al ámbito de lo personal –cuestiones evaluativas sobre la buena vida–,

diferenciándolo del núcleo de la ética, que parece arrancar siempre de una idea de la

libertad, tan liberal ella, atravesada por la constante amenaza de agresión externa. Si en la

idea de justicia domina el pacto o consenso frente a la violencia y la preservación de la

libertad individual, en la de cuidado domina la responsabilidad y el compromiso hacia el

prójimo, la atención a la necesidad. Sin embargo, sabemos que las cuestiones personales –

el aborto, el divorcio, los anticonceptivos, el uso del pañuelo en las escuelas, la eutanasia,

etc.– interactúan con las llamadas cuestiones públicas, vamos, que son políticas. Y lo son

hasta un punto tal que no llegamos a saber donde situar la barrera. Con frecuencia el

contenido de lo que se define como valores personal es compartido y tiene más que ver

con los conflictos sociales que se suscitan en un momento dado, con la expresión de

28 Gloria Marín (1993) propone un cuadro para comprender la oposición entre la ética de la justicia, que opera en lo público, y la del cuidado, que funciona en lo privado. (1) principios morales abstractos, imparcialidad y otro génerico frente a juicio contextual y otro particular; (2) derecho a hacer lo que se desee sin interferir en los derechos de los demás para frenar la agresión frente a responsabilidad por los demás; (3) ética del individuo previa a las relaciones sociales frente a la comprensión del yo en una red de relaciones; (4) propone reglas mínimas de convivencia sin emitir juicios (normativo) frente a valorativa sobre lo bueno. 29 Una de las controversias más notables en este sentido es la que enfrenta a quienes ven en la reciente legislación de violencia de género, sobre todo en lo que toca al Derecho Penal, una grave ruptura de los principios de justicia por ser mayores las penas cuando el delito lo comete un hombre contra una mujer, y las que entienden esta diferencia como un reconocimiento al contexto situado en el que la violencia se ejerce en una sociedad machista. 30 Esta sería, más bien, la perspectiva de Nodding.

resistencias, que con un ámbito definido de antemano. Además, lo que hoy observamos es

que la normatividad se inmiscuye en cuestiones personales regulándolas y estableciendo

criterios sobre qué es lo bueno y lo malo. Quizás no asistimos a una autonomización

creciente de la vida personal, como sostienen algunas, sino, por el contrario, a un

legitimidad cada vez mayor a la hora de intervenir en la intimidad, principalmente

controlando la sexualidad (¿opción sexual?) en la (hiper) sexualización31. En cualquier

caso, esta distinción –ética y buena vida– deja fuera muchos aspectos importantes para la

vida pública.

La filosofía moral moderna, en concreto las teorías universalistas de la justicia, han

acentuado nuestro valor como personas morales a costa del olvido y de la

represión de nuestra vulnerabilidad y dependencia como seres corporales. Tales

redes de dependencia y el tejido de los asuntos humanos en el que nos hallamos

inmersas no son sólo como vestidos que se nos van quedando pequeños o como

zapatos que vamos desechando, sino que son como lazos que nos vinculan, lazos

que modelan nuestras necesidades morales, nuestras identidades y nuestras

concepciones de lo que es la vida buena (pág. 49).

Dos de las críticas más importantes que se han hecho a esa voz femenina diferente se

refieren a su carácter ahistórico y a no dar cuenta de las diferencias entre mujeres, por

ejemplo las diferencias entre mujeres blancas y hombres y mujeres negras. Su propuesta

es tachada de esencialista o de defender (y perpetuar) la diferencia sexual basada en la

potenciación de la «cultura de las mujeres». El cuidado tiene que ver con diferencias de

poder; los marginados tienen que adoptar una ética de la responsabilidad y del cuidado

porque tienen conciencia de que la ayuda mutua es lo que les sostiene como comunidad

(Graham 1983). Gilligan ofrecería además un modelo de «niñas buenas» y «mujeres

buenas» que no es sino el resultado de la domesticación de las mujeres y su adscripción al

orden heterosexual; las mujeres son seres cariñosos, que cuidan y atienden a los demás.

Lo que Gilligan propone, según estas críticas, es que nos identifiquemos con un estereotipo

femenino, que sigamos cumpliendo esta misión encomendada producto de la posición

subordinada de las mujeres, que salvemos incluso la sociedad, como sugieren algunas

ecofeministas, a través de esta actuación. En mi trayectoria personal, el varapalo más

fuerte a esta concepción viene de la mano del cyborg, el pensamiento de Wittig y del

feminismo negro y la expansión, no exenta de problemas, del postgénero que les siguió.

Lo cierto es que Gilligan reconoce los dilemas que afrontan las mujeres cuando el cuidado

se convierte en descuido personal y explotación (Marín 1993; Amorós 1997; Camps 2005).

31 Véase a este respecto el debate entre Butler y Fraser (2000) en la New Left Review. También Vega

Otro elemento crítico relacionado con lo anterior es la relación entre esta inclinación hacia

la responsabilidad y el cuidado, producto de la socialización femenina, y el sentimiento de

obligación más o menos explícita que a menudo le acompaña (Pérez Orozco y del Río

2002; Izquierdo 2003a). Es decir, que en el cuidado no todo sería bondad, sino también

coerción. De hecho, como veremos, cada vez más mujeres están impugnando esta

vertiente altruista de la identidad femenina, aunque lo hagan llenas de culpabilidad:

«debería hacerlo, pero no quiero, pero debería, además, ¿quién lo hará si no?» o, como

sucede con frecuencia, «lo hago por mi madre, para que ella no corra sola con esta carga,

para que se sienta más aliviada». Estas voces conviven con otras, que desencantadas de

las promesas emancipatorias del trabajo asalariado, quieren ejercer su derecho y su deseo

a cuidar –esto, todo hay que decirlo, se afirma con mayor frecuencia y énfasis en relación a

las criaturas que a las personas ancianas, enfermas crónicas y discapacitadas–, y a

disponer de los recursos y el tiempo para ello32. En ocasiones, esto es lo más común, la

obligación se entreteje con el afecto; la componente moral con la emocional (Comas

d’Arguemir 2000). Y ambas, juntas o por separado, con el sentimiento de injusticia que

resulta de un reparto poco equitativo. Tal y como ponen de manifiesto las entrevistas

realizadas en este estudio, son las hijas (o las hermanas), raramente los hijos, los que se

sienten interpelados, ya sea bajo el signo de la obligación, de la estima o de ambos, a

cuidar a sus progenitores. Y aquí se pone de manifiesto con claridad un problema de

justicia en los cuidados.

Quienes sí han adoptado la ética del cuidado, radicalizando alguna de sus premisas, son

las feministas de la diferencia sexual, sobre todo en Italia33. Para ellas, el modelo de

relación de la madre con la criatura proporciona la base para refundar no la naturaleza sino

la cultura en su sentido más estricto y a partir de ahí, exportarse a toda la sociedad.

«Gracias a la llamada reproducción, a la actividad de cuidado y de educación de los

menores, las mujeres transcienden la naturaleza y realizan la obra máxima de creatividad

humana: ayudar a una criatura a crecer para que pueda convertirse en una persona

especial» (Marsico 2003, pág. 52). Estas teóricas caminan por la peligrosa línea que

confunde la maternidad con la virtud, la buena atención y los cuidados con la práctica

maternal (única, imaginamos por el uso del singular, ahistórica y no biotecnológica), y las

mujeres con las madres34. Para esta corriente, el cuidado es pura virtud y en la práctica no

(2003a) y Precarias a la Deriva (2005c y 2004b). 32 En esto, como en el trabajo doméstico –el denominado «trabajo sucio» o el que se externaliza o se reserva una para sí (Anderson 2000; Monteros y Vega 2004)–, existen cuidados y cuidados; los gratificantes y los asistenciales, estos últimos están a su vez en la trastienda de la medicalización (Murillo 2003). 33 Una fuente de inspiración para esta corriente son los trabajos de Ruddick (1993), Maternal Thinking, y Virginia Held (1993) sobre ética feminista. 34 Una versión, en esta ocasión de corte libertario, de esta misma concepción la encontramos en Casilda Rodrigáñez y Ana Cachafeiro (2005) y su concepción antipatriarcal del deseo materno, no necesariamente feminista por cuanto no atiende a las implicaciones reales que para las mujeres tiene

da lugar, como constantemente vemos y tan enfáticamente nos recuerda Izquierdo, a

situaciones de abuso, dependencia e incluso maltrato. El cuidado, en esta perspectiva,

acaba siendo uno y auténtico (hasta la llegada del capitalismo y otros males sociales), no

un conjunto de prácticas cambiantes vinculadas a cualidades, valores, regulaciones

igualmente cambiantes. Pero, ¿de qué maternidad hablamos?, ¿de la que defienden las

corrientes no directivas?, ¿de la superprotectora?, ¿de la que pone límites?, ¿de la que da

todo?, ¿de la compartida?, ¿de la desprotegida y no valorada?, ¿de la estresada y del beso

por la noche…? ¿Por qué la maternidad, siempre tan virtuosa, y no maternidad junto a otro

tipo de vínculos también proclives a generar figuraciones liberadoras no necesariamente

naturales? ¿Por qué una experiencia por la que optan algunas mujeres únicamente, un

modelo, por cierto, en declive para otras muchas que deciden por uno u otro motivo no parir

o parir menos? Si hablamos de una maternidad cultural, tendremos que hacer entrar con

radicalismo la maternidad en la cultura y en la historia, en los conflictos y las tensiones, en

las opciones situadas y las vivencias históricas. Las jóvenes madres, la verdad, no tienen ni

un respiro, aunque como sucede con los bienes e inversiones escasas, muchas se

muestran proclives, sensibles incluso, a la mistificación.

Con esto no quiero negar un núcleo de verdad que todas percibimos: a pesar de todo, las

madres nos cuidan, sino matizarlo y sobre todo situarlo sobre el terreno escarpado, un

terreno plagado de dilemas de los que posiblemente se resiente el propio contenido del

cuidado. Consciente de estas críticas –la atención a las relaciones de poder en los

cuidados, el rechazo a la imparcialidad, los límites que provienen del abuso de la

cuidadora, el riesgo de limitar el cuidado a los del propio grupo descuidando a los más

lejanos, el excesivo enganche entre ética del cuidado y género–, Marsico concluye que «sin

duda, la preocupación política por todo lo que concierne al poder y a la opresión debe ser

un punto firme para toda visión ética que quiera llamarse feminista» (2003, pág. 63).

Una elaboración esclarecedora en relación al cuidado es la que plantea Bubeck (1995)

cuando defiende que no hablamos de dos éticas distintas, y que ver únicamente

particularismo en el cuidado –contextualización radical– equivale a hacer oídos sordos a las

innegables dimensiones de justicia que éste encierra en sus diversas prácticas situadas.

Bubeck trata de explorar el cuidado no tanto como un sentimiento, que como sugiere

Izquierdo atravesaría cualquier relación humana, sino como ejercicios con un contenido

preciso. Eso sí, la autora sólo lo considera desde la perspectiva de las personas que

cuidan. Los dilemas que circundan dicha práctica son producto de deliberaciones en las

que intervienen reglas y principios como la tendencia a minimizar el daño, la igualdad en el

acceso al cuidado, el principio distributivo, la compensación, etc. También existen

su defensa de una maternidad respetuosa con lo natural en los terrenos de crianza.

estándares de buenas prácticas, es decir, pautas más o menos formalizadas que guían el

desarrollo de la actividad, añadiríamos, en un momento histórico concreto. Estos principios

no son anulados por la sensitividad hacia las situaciones particulares, la imaginación y la

intuición que dominan el ejercicio del cuidado. Acudiendo a Nussbaum, Bubeck defiende

que quizás lo que caracteriza el buen cuidado es esa enorme flexibilidad que presenta,

combinada con la dosis precisa de «tono correcto», en lo que se refiere a la componente

comunicativa, y «toque seguro», en relación a la dimensión corporal. Flexibilidad en la

respuesta, respeto en la consideración de la otra y seguridad en el cuerpo a cuerpo.

Bien, para Bubeck la flexibilidad no es contraria al sentido de la justicia y la deliberación

(opuesta a la percepción y el sentimiento). Se puede «juzgar con cuidado», ejercer una

«justicia del cuidado» (Izquierdo 2003a). Esto, como ya he señalado, es evidente en el

contexto actual. Si las mujeres resienten el cuidado es porque están sobrecargadas y poco

reconocidas. Puede que impugnen, así mismo, la obligación que les ata a determinadas

personas en virtud del parentesco. En cualquier caso, en la sobrecarga y la falta de

reconocimiento encontramos una primera gran injusticia que no debería taparse pidiendo a

la cuidadora que refuerce, ella misma, su autoestima (Bubeck 1995, págs. 206-208),

incluso que se olvide de la historia personal que le une a quien ha de cuidar. Algo, por lo

visto, harto difícil en la práctica.

Tampoco en el caso de las cuidadoras asalariadas se evita este problema, que el cuidado

se convierta en servilismo, falta de reconocimiento e invisibilidad. Esto es especialmente

patente en el caso de las mujeres inmigrantes, especialmente de las internas sin papeles.

Nuevamente aquí, cuidado y derechos han de ir de la mano, en parte porque las

cuidadoras se sentirán menos motivadas en el bienestar de los demás si perciben que son

tratadas injustamente, si falta tiempo y salario y sobra burocracia35. Tal y como explica

Bubeck y veremos en el capítulo 4, también en el cuidado, especialmente en la atención

domiciliaria, hay abstracción; hay principios que aunque se aplican a situaciones concretas

(como sucede por cierto en cualquier estimación sobre la justicia) introducen

consideraciones generales, hay conocimientos y prácticas especializadas exportables; y

hay, cuando se desarrolla en el espacio público y en contextos profesionalizados,

imparcialidad, si no total al menos sí en parte en la medida en que existen procedimientos,

35 El denominado dilema de la explotación en el cuidado representa, para Bubeck (1995) el único lugar en el que la lógica del cuidado choca con la de la justicia puesto que la cuidadora sobrecargada tendrá que elegir entre cuidar –evitar el daño dando respuesta a las necesidades– o negarse a cuidar apelando a la justicia. Este dilema de tan difícil resolución si tenemos en cuenta lo inapelable que es sostener la vida lleva a muchas mujeres a seguir cuidando, olvidándose de la justicia. Este olvido es lo que produce, a la larga, resentimiento y descuido personal e incluso mal cuidado, de modo que Bubeck nos invita a salirnos de la ética del cuidado para afirmar, en estos casos, la ética de la justicia. Otra opción es pensar que la ética de la justicia se preocupa por el bienestar de todo, pero esta opción tiene el inconveniente de anular el contenido específico –percepción y respuesta a las necesidades– que caracteriza la singularidad del cuidado.

requisitos y control del favoritismo y el nepotismo36. Y aquí, claro, tendríamos que entrar a

considerar cómo es nuestra cultura política sobre lo público, no sólo en lo que afecta a la

atención, sino en realidad a cualquier ámbito. Está claro que esta cultura, cada vez más

restrictiva, asistencialista, privatizadora, basada en la escasez, etc. toma caminos que no

nos gustan. Pero es, como la crítica a los valores de la familia, una discusión que no

invalida la generalidad del cuidado, que se vería afectado por diversas dificultades –

servilismo, doble vínculo, despersonalización en el trato, obligatoriedad, etc.– según los

contextos y las injusticias propias de cada uno.

Bubeck se refiere en algunos ejemplos a la actuación de las cuidadoras profesionales y no

a lo que para muchos es el «auténtico cuidado», que supuestamente se basaría en el

conocimiento, la historia compartida y el afecto hacia quien se cuida, es decir, en la

existencia de un vínculo anterior («relatedness») y no en el mero intercambio de dinero por

un servicio, aunque éste sea de carácter relacional. El auténtico cuidado está determinado

por la preocupación por la otra persona («care about»). No obstante, cuidar bien no

siempre implica que tenga que existir este vínculo, de hecho una puede estar relacionada

con personas (sobre todo en la familia) y cuidarles mal en el sentido de no tener la

disposición a atender y responder a las necesidades del otro que requiere el cuidado; en

esto, insisten mucho las profesionales que he tenido ocasión de entrevistar. La percepción

de un salario por prestar un servicio o el afecto hacia alguien pueden ser motivaciones

distintas para cuidar, en un caso el salario, en el otro el amor. Sin embargo, tanto para

Bubeck como para otras autoras, no tienen por qué ser contradictorias o implicar buen o

mal cuidado necesariamente. Que el cuidado resulte de la prestación de un servicio no

significa que

desaparezca el impulso a actuar en beneficio de otras personas (más o menos)

extrañas. Me parece que la atención y la disposición a responder a los que lo

necesitan –los dos principales requisitos en un cuidador– son disposiciones que si

se desarrollan en alguien harán que esta persona cuide generalmente. En otras

palabras, el cuidado es una disposición que no tiene fronteras» (pág. 223).

Muchas veces el déficit de cuidado, tanto en calidad como en cantidad, en el ámbito público

no viene dado por una peor disposición a cuidar sino por la falta de recursos, sobre todo

tiempo y reconocimiento. Tampoco el amor -basado en un ideal de intimidad, igualdad,

36 Justamente por esto, explica Bubeck, algunas sostendrían que los cuidados en lo público no son «auténticos cuidados», son servicios como cualquier otro y distingue, cómo a menudo hacen los trabajadores de proximidad, entre atención y cuidado. Ella objeta que si bien la relación («relatedness») es uno de los impulsos más importantes para cuidar a alguien, para preocuparse por alguien («care about»), no es el único.

reciprocidad y autoreflexividad, cada vez más presionado por las condiciones laborales y

por el cambio de valores– es ajeno a las consideraciones de la renta y la

instrumentalización; esto lo cuentan bien las cuidadoras al referirse al interés económico de

los familiares. Lo cuenta bien así mismo Susana Narotzy (1990) desde una posición

marxista, cuando habla de las rentas del afecto y Clara Coria (1991), cuando se refiere al

sexo oculto del dinero. El altruismo no es un estado ajeno al interés, como querían ver los

ilustrados cuando argumentaban la separación de los principios que rigen lo público de los

que dominan en la esfera privada. Por otro lado, poner límites al cuidado, tanto al que se

presta a allegados como a usuarios, puede ser el resultado de negarse a ser explotada. La

conclusión a la que llega Bubeck con acierto es que el cuidado es una disposición general

que cualquiera puede desarrollar (no necesariamente restringida a los del propio grupo) y

que esto implica cuestiones de justicia, y también posibilidades de cooperación.

La ética del cuidado, en sus distintas aproximaciones polémicas, tiene la virtud de haber

puesto sobre la mesa la positividad de los cuidados y el reto que plantea su deseada

universalización37. Las injusticias asociadas a su desigual reparto, a sus cualidades, a los

recursos comunes que han de acompañarlo han de dirimirse haciendo una ética, pero

sobre todo una política situadas. Algunas llaman a este impulso cuidadanía (Precarias a la

Deriva 2004a y 2005b)

4. Subjetividades del cuidado

La ideación de la domesticidad en la tradición liberal, según la cual los cuidados son el

sostén invisible del ciudadano, ha tenido sus líneas de continuidad en la ordenación social

fordista, en su concepción normativa del trabajador reproducido por el Estado y la familia.

Como nos recuerdan las críticas del liberalismo, la unidad de análisis para éste no será

una, el individuo, sino dos, el individuo, lo cívico, y la familia, sea cuales fueran las bases

naturales y/o sociales (contractuales) sobre las que se sustenta dicha división. El género y

la sexualidad atraviesan todos y cada uno de los ejes que articulan este régimen

sociodiscursivo: (1) libertad–necesidad, (2) autonomía–dependencia, (3) derechos–

necesidades, (4) individuo (interés)–familia (altruismo) y (5) contrato–consentimiento

(Brown 1995). Los cuidados son del orden de la necesidad, generan dependencia, no

pueden ser conceptualizados en el paradigma social, no natural, de los derechos, se

expresan como manifestación absoluta del altruismo y no emanan de un contrato entre

37 La penetración de la ética del cuidado en la vida pública no deja de estar plagada de paradojas. El consumo ético, por ejemplo, considera la idea de que formamos parte de un sistema conectado junto al resto de la humanidad, y que dicho sistema tiene que ver con el ejercicio de los derechos. No obstante, la cuestión acaba resolviéndose con un consumo responsable individualizado que aplaca la mala conciencia y oculta las estructuras desiguales que crean los problemas desplazándolas hacia los actores uno a uno.

iguales, sino de una ordenación presocial y una inclinación singular de los sujetos

(sexuados y emparentados) (Pérez Orozco 2005). Esta concepción está inscrita en nuestra

idea de ciudadanía38. Junto a la realidad de nuestros cuerpos vulnerables, se impone una

cultura que nos separa de este hecho primario que nos constituye como sujetos con los

otros. Tal y como explica Izquierdo (2003a), el vínculo de cuidado en la familia excede la

voluntad y la libertad,

(…) se atribuye a la familia una consistencia orgánica, donde las funciones no son

cuestión de opción libre, sino responsabilidad moral, y por si acaso también

obligación legal. Proveer para que las y los miembros de la familia puedan

satisfacer sus necesidades, defenderles de cualquier amenaza y protegerles, o

bien cuidar de las personas que no pueden hacerlo sea porque no tienen la

capacidad física o psíquica para hacerlo o porque sus ocupaciones no dejan tiempo

para cuidar de sí, es una obligación moral que se contrae. Y la base sobre la que

se sustenta esa responsabilidad es reconocer que la vida nos ha sido dada, que no

somos nadie sin las demás personas (pág. 5).

En nuestra particular versión autoritaria de la división sexual del trabajo podemos identificar

las componentes propiamente nacionales y católicas, y por encima de todo una: el criterio

del buen cuidado (maternal) es justamente el sufrimiento. No ya la obligación moral, sino la

obligación medida por su manifestación en el padecimiento. Aun hoy, parece fuerte decirlo,

es así. Esta idea sacrificial del cuidado es la que ha atravesado nuestra singular

constitución subjetiva, aderezada, eso sí, con buenas dosis del espíritu de laboriosidad y

gestión doméstica y algunos toques, cada vez más y más psicologicos, de sentimentalidad

postromántica.

Si bien los liberales insisten en la idea de pacto y consenso, basada en la autonomía de las

partes contratantes, para los tradicionalistas, el gobierno doméstico se asienta sobre la

obligación natural y la autoridad en el sistema de parentesco. En este sentido, el paradigma

de gobierno del Estado y de la familia no aparece disociado –como explica Pateman, como

explica Foucault–, sino profundamente mezclado como en la caracterización clásica del

patriarcado. En ambos casos, la manutención se paga, primeramente con trabajo y

sumisión y más adelante con afecto. Teresa Torns (1997) insiste en que atender equivale a

«estar plenamente disponible para los demás y –añade– en situación de subordinación».

38 «La actual concepción de la ciudadanía, si nos referimos al lugar en el que se dibuja, la Constitución de 1978, supone un trabajador autosuficiente y más, ya que es capaz de cubrir con su trabajo remunerado, no solo sus necesidades sino también las de su familia (art. 35) y un guerrero dispuesto a defender España (art. 30) y a proteger de riesgos, catástrofes o calamidades (art. 30). La familia, las madres, los hijos (art. 39) y los ciudadanos durante la tercera edad (art. 50), requieren protección o atenciones». (Izquierdo 2003a, pág.6).

Quienes demandan atención esperan subordinación («una chacha para todo»), una

subordinación con género y etnicidad que no es «un saber hacer», sino un «saber estar».

La confianza, la intimidad no son exclusivas de los cuidados, también están presentes en

otros trabajos y profesiones, sin embargo, sólo en los cuidados van unidas a la feminización

y a la subordinación. La domesticidad tendrá estas dos caras: una personal, unida a la

confianza, el cara a cara y la flexibilidad, la eficacia y versatilidad y otra mucho más rígida,

marcada por el control, la jerarquía y la subordinación.

De vuelta a una visión materialista acerca de los cuidados, una visión que choca

necesariamente con las idealizaciones del cuidado y también con los imaginarios

mecanicistas de la explotación, nos encontramos con un sistema en movimiento en el que

circulan rentas, afectos y servicios. Si antes las mujeres se debían a sus esposos, sus

niños (y sus progenitores) porque se limitaba su capacidad de ganarse la vida

autónomamente, si después a esto se le añadió el afecto, un valor burgués en alza, si el

afecto burgués se proletarizó alentado por el consumo de masas, si fue reinterpretado por

el psicoanálisis con su ideal normativo e integrador, que tanto inspiró al Estado social, pero

también por el feminismo con sus demandas sobre la sexualidad, sus críticas a la familia y

a la división sexual del trabajo dentro y fuera de casa, si el afecto se desvincula poco a

poco de la renta porque las mujeres (jóvenes) dependen cada vez menos de los hombres

(y más de los padres) en el sentido económico-reproductivo, si desde el afecto se

proponían otros valores ciudadanos –el cuidado–, si esto contribuía a su vez a que el

cuidado, algunos cuidados, entrara en la economía pública y en los servicios informales, si

las migraciones los estratifican étnicamente… Este es el hilo del que tiramos, y cuando

tiramos nos hallamos ante intercambios que es preciso captar en sus distintas

manifestaciones ubicadas, encarnadas y en transformación.

El cuidado es, junto al sexo, la elaboración corporeizada, visible, tangible del afecto, su

impronta sobre los cuerpos. El afecto, aunque en algunos casos débil, deja huella: hijos que

se desarrollan, patrimonio común, madres más felices por estar atendidas, amigos mejor

pertrechados contra las precariedades cotidianas, etc. Hoy hablamos de cuidados como

resultado de todos estos procesos: importancia de los aspectos psicosociales, entrada de

partes de la reproducción en la vida pública, demandas de valoración de las actividades

femeninas, alargamiento de la vida y cambios en la concepción de la buena vida vinculada

a los cuidados en lo público (bienestar) y al consumo (calidad de vida) en lo privado y,

también, crisis de unos arreglos insostenibles e injustos. El feminismo marxista vuelve a los

cuidados, no sólo como reproducción, cuasi mecánica, de la fuerza de trabajo o como

reproducción ideológica, cuasi pasiva y unidireccional, de los futuros proveedores y

cuidadoras, no sólo como trabajo ni como cultura, no sólo como explotación, dominación, o

amor, sino desde el punto de vista de la subjetividad, del devenir sujeto –cuidador/cuidado–

que entraña esta actividad que preside nuestras vidas de principio a fin.

En los cuidados, según Izquierdo, encontramos una singularidad constituyente. La medida

del cuidado sólo se encuentra en la satisfacción que proporciona, en la respuesta de quien

los recibe. Su valor se halla en el uso, carecen de valor de cambio, no están, para

Izquierdo, sujetos a un equivalente general. Además, su uso está vinculado a personas

concretas, dependen del contexto, del momento, del otro particularizado. En ellos, «(…) la

producción y el consumo son expresiones por excelencia de la subjetividad, razón por la

cual no es posible hallar una medida universal de su valor». Porque cada cual (aunque no

sea a cambio de un salario) cuida a su manera, sabiendo lo que le gusta al otro, lo que

espera y lo que expresa. Esta imprecisión, este particularismo extremo, este, si se quiere,

subjetivismo, hace que los cuidados, como indican algunas autoras que abordan el tema

desde la ética, se piense en términos excesivamente personales, más que otros trabajos

que también implican elaboración afectiva.

No creo que por tratarse de un valor de uso –en el que no media el equivalente universal

dinero– tan pegado a la piel y a la psique no puedan generarse códigos, disposiciones,

cualidades generales de buen cuidado. En realidad, esos códigos, disposiciones y

cualidades, que son medidas de valor, que bien pueden generarse «desde abajo», están

siempre presentes, forman parte de nuestras ideaciones del cuidado. Si hay que sufrir o

vigilar o dejar autonomía al otro, si hay que sacrificarse o poner(se) límites, si hay que

negociar criterios o imponerse «por su propio bien», etc. Todo esto conforma distintas

culturas de cuidado en transición y, por lo tanto, sistemas de valor no necesariamente

particularistas. El buen cuidado, como explica Elena Grau desde su experiencia en El

Safareig (Casa de les Dones de Cerdanyola del Vallés), reside, más que en las

competencias técnicas, en las transversales (o sociales), las que tienen todas las personas

porque las adquirimos viviendo. Las que nos sirven para diagnosticar situaciones, actuar

ante un imprevisto, relacionarnos con las personas, con el mundo. La calidad, que

preferimos llamar «cualidad» para esquivar las connotaciones mercantiles y retener el

carácter perceptible no fácilmente mensurable, cambia históricamente. Para muchas

cuidadoras profesionales y muchas familiares cuidadoras, el cuidado de cualidad es el que

potencia a la otra persona.

Contexto, interacción cara a cara, subjetividades, aspiraciones, emociones, estados de

ánimo, además de formas de hacer, estilos, estrategias comunicativas y conocimientos son,

todos ellos, elementos de esta actividad productiva. Y aquí, siguiendo a Izquierdo, se

plantea un problema que nos devuelve a los arreglos sociales existentes, en particular, a la

división sexual del trabajo. Y el problema es el siguiente: la subjetividad femenina se

configura, en el desarrollo de la actividad de cuidar, como subjetividad relacional. Para las

mujeres, la actividad –la de cuidar y otras por extensión– son un modo de despertar amor y

respeto, no sencillamente un fin en sí mismo (como sucedería en el caso de la relación que

los hombres mantienen con las actividades que realizan). Las mujeres, según Izquierdo,

obtienen satisfacción principalmente de ser queridas y valoradas por lo que hace, algo muy

propio de la subjetividad femenina, pero dicha actividad, el cuidado, no puede ser medida,

valorada objetivamente o al menos mediante un equivalente universal. El valor (de uso) del

cuidado es, más que en cualquier otra actividad, subjetivo, producto de un encuentro entre

un modo de hacer para el otro singular y una persona otra singular que recibe, acepta de

buen grado, rechaza, se mosquea, etc., en cualquier caso, y separándose de esta

unidireccionalidad hegemónica en la ideación del cuidado, reelabora lo que la otra

despliega. La cuidada interviene en la secuencia interactiva del cuidado; cuidadora y

cuidada no necesariamente son papeles nítidamente discernibles, se intercambian, incluso

en el mismo encuentro, aunque habitualmente la petrificación de estos papeles se convierta

en una de las cualidades más comunes cuando los cuidados se dividen socialmente.

Siguiendo con la argumentación de Izquierdo, esta imprecisión intrínseca en el valor del

cuidado y la confusión entre la valoración que las mujeres reciben de sí mismas, de la

actividad de cuidado y de la relación con la persona cuidada, produce una enorme

desazón.

Orientada a la relación cara a cara, las estimaciones que le hacen han de ser

necesariamente parciales y subjetivas. Sabe aunque no lo ponga en palabras que

las reacciones que suscita, sean de agradecimiento o de rechazo, no son una

medida adecuada o cuanto menos suficiente de su valor. Tiene acceso a visiones

particulares de sí misma construidas a partir de la respuesta de personas próximas.

No puede conocer lo que es en sí a partir de la información de quienes le rodean

porque la información que recibe no se refiere a ella sino a la relación, según sea la

calidad de la relación será mejor o peor valorado su trabajo (pág.10).

Además, añade Izquierdo, la presencia constante del cuidado, su carácter de necesidad

colmada en el día a día, contribuye a su naturalización: el cuidado deja de percibirse como

el don del bienestar. Las cuidadoras se enfrentan a un dilema: afirmarse, forzando el

reconocimiento por la atención y los cuidados recibidos, o negarse, pasando a un segundo

plano por anteponer las necesidades y deseos de los demás. El viejo juego de espejos del

ser necesaria y exclusivamente una o la otra.

El feminismo aspira entonces, de una parte, a producir aperturas en la identidad femenina –

además de cuidadora se es otras cosas; la penetración del cuidado en todo lo que hacen

las mujeres sigue resultando una aproximación problemática, como veíamos– y, de otra, a

visibilizarlo –en tanto estrategia fundamental para generar valor en los trabajos

inapreciados y/o estigmatizados39– o a medirlo, otra estrategia común en el feminismo. Las

mujeres, en términos generales y esto sí que resulta extremadamente revelador, aprecian

el valor de lo que hacen, advierten también el poco aprecio social que tiene el cuidado y

aspiran a «objetivarlo», a hallar un criterio justo o cuanto menos propio, supraindividual, de

medida. Ese punto, extremadamente frágil y subjetivo, pasa como nos recuerda Izquierdo

«por reconocer capacidades y autonomía en quien requiere cuidados, y necesidad de

cuidados y carencias en quien cuida», además de no petrificar las posiciones. Posiciones

intercambiables, entonces, porque el don sigue siendo un arma de doble filo: genera

gratitud y resentimiento, generosidad y olvido de sí, deuda y lealtad, autocomplacencia y

altruismo. En definitiva, poder y explotación.

Y es aquí donde Izquierdo introduce su provocadora ligazón entre cuidado y maltrato o

cuidado y poder, algo que también señalan, entre otras, Tronto (1994) o Murillo (2003).

Si el sentido de agencia sólo lo experimenta en las actividades de cuidado estando

marginada en otros ámbitos de la realidad como el político, hay que buscar la

persona dependiente, y encontrarla o inventarla proyectando sobre las demás

personas las propias necesidades, realizándose al proyectar en ‘el otro’ las

necesidades cuya satisfacción requiere cualidades que una misma cree poseer

(pág. 12).

Los cuidados se convierten en un modo de afirmar la propia valía y, si hace falta, ejercer el

poder, aunque sea en un campo limitado y marginado. La cuidadora ahí se presenta como

invulnerable convirtiéndose en un recordatorio constante de la propia fragilidad, encarna

una deuda perpetua e impagable. Otra cosa que sucede con frecuencia es la pérdida de

subjetividad de quien percibe cuidados, algo que se deja notar especialmente en el caso de

las personas ancianas enfermas. Murillo (2003) advierte esta cuestión –la desfiguración del

sujeto y de la relación anterior a la enfermedad– cuando afirma:

Mientras que el goce individualiza, el sufrimiento y el dolor sujetan, y más aún,

desfiguran la individualidad de cada sujeto: pasa a ser un enfermo. Pautar y definir

los límites (entendidos como el derecho a decir qué tipo de cuidado se requiere,

que privacidad se demanda, que protagonismo se desea tener en las decisiones)

es vivenciado como un agravio. Porque, por un lado tenemos una persona volcada

39 Precarias a la Deriva (2005b) advierte en su léxico precario la particularidad de este movimiento estratégico, antesala de posibles conflictos, frente a otros como reclamar autonomía en las pautas de trabajo o en la intervención sobre los contenidos del trabajo (trabajos de tipo profesional/vocacional) o el absentismo, el pasotismo y el sabotaje en los que son monótonos y repetitivos (trabajos cadenizados por ejemplo).

en la atención y, por otro, hallamos un sujeto que se beneficia de tal prodigalidad

de cuidados (pág.8).

La negación de la subjetividad no sólo puede afectar a la persona cuidada, que es tratada

como un cuerpo objetualizado, sino a la cuidadora en distintos contextos. May Rivas (2003)

observa cómo en los servicios privados realizados por mujeres inmigrantes, la persona

atendida opta por invisibilizar a la cuidadora como parte de una estrategia para no tener

que percibirse como un ser dependiente y vulnerable, algo profundamente estigmatizado en

la sociedad estadounidense. La intensidad del roce en el trabajo de cuidado imposibilita

ignorar que se está siendo manipulado, la forma de afrontar la vergüenza que este hecho

provoca en algunos es ignorando la cualidad personal y corporal de la cuidadora, evitando

hablar, esquivando el contacto visual, sobre todo durante las higienes. Muchas cuidadoras

hablan de esto en el trabajo cuerpo a cuerpo, por ejemplo cómo afrontar el pudor de

ancianas y ancianos cuando éstos están desnudos. Sin embargo, y en relación a las

entrevistas de este estudio, todo lo que la higiene difumina, se intensifica en la componente

propiamente expresiva y comunicativa de la atención. La impersonalidad de la primera en

algunos casos contrasta con la inclinación a personalizar de la segunda, algo que como

veremos en el capítulo 4 infringe el código profesional de la atención domiciliaria.

Abordamos algunas de estas modulaciones en una investigación precedente sobre trabajo

doméstico y de cuidados demandado por hogares autóctonos madrileños con distintas

composiciones –mujeres mayores solas, jóvenes parejas profesionales heterosexuales,

mujeres profesionales de mediana edad en parejas heterosexuales, parejas homosexuales,

hombres profesionales solos, etc.– y realizado por mujeres inmigrantes (Monteros y Vega

2004). Nos interesó particularmente cómo se concibe la domesticidad, incluidos los

cuidados, cuando se externaliza en alguna medida. Un estudio, pendiente, sobre las

diferencias culturales en los cuidados en las sociedades de migración pondría de manifiesto

la variación y estrategias que los sujetos ponen en marcha a la hora de modular su

singularidad –su corporeidad, su vida personal, su expresividad, etc.– en el cuidado, un

campo hasta el momento poco explorado.

Pero estas consideraciones abstractas acerca del papel del cuidado en los procesos de la

subjetivación femenina y masculina40 tienen que encontrarse, con sus articulaciones

existentes, con sus cuerpos situados. Tienen, en cierto modo, que pasar la prueba que toda

ideación, incluidas las feministas, precisa. Porque, como sugiere Izquierdo (2003a), entre

otras, la situación ha cambiado. Ha cambiado, como señala esta autora, la división sexual

del trabajo, la demografía y la cultura y las disposiciones personales. La condensación de

40 Para un acercamiento a los cuidados desde los varones, véase Izquierdo 2003a.

estos cambios, en lo que a los cuidados se refiere, aparece en la propia caracterización de

la crisis de los cuidados con la que comenzaba este texto. En este sentido, podemos ver

cómo la descripción anterior de esta subjetividad de la cuidadora está aún excesivamente

cortada a la medida del cuidado familiar tal y como ha sido escrito en nuestra tradición y, en

particular, de la figura de un ama de casa muy volcada en la atención de los suyos, capaz

de dar aun a costa de su propio bienestar. Pero nuestras madres ya no son así. Son ágiles

en el arte de la sospecha.

De las personas cuidadas sabemos poco, aunque cada vez se impone una percepción,

coyuntural, a ver qué remedio, de la persona cuidada más alejada de la infancia y más

cercana a la vejez con o sin enfermedad, que a la luz del cuidado se presenta como posible

dadora y perceptora. Por ejemplo, los propios hombres, mayores, jóvenes, esposos,

amigos o hermanos, aparecen cada vez más no sólo como beneficiarios directos del trabajo

doméstico, sino como personas atendidas y cuidadas aunque estén perfectamente sanos.

Este es el resultado de la crítica hacia nuestra desatención de las formas rutinarias del

cuidado, las que no sólo aparecen con una crisis, sino que se dan en el día a día, todos los

días.

5. Los cuidados en la reproducción flexible

La recombinación de hogares, trabajos y afectos a la que asistimos hoy nos sitúa ante el

horizonte de la reproducción flexible (Vega 2003b). En ella, las vivencias pueden ser

múltiples, por eso, no se agotan con la descripción de los nuevos arreglos de los hogares

heteroprofesionales, en los que si bien no se ha dado un vuelco a la división sexual del

trabajo, ésta sí se ha visto alterada por los efectos situados de las transformaciones del

trabajo, las subjetividades femeninas, la división internacional del trabajo y junto a los

desplazamientos que ésta ha producido, y los imaginarios poscoloniales.

No podemos hacer aquí un retrato exhaustivo de todos estos elementos, pero sí aludir a

algunos, especialmente a los que se refieren al cambio subjetivo en las concepciones del

(buen) cuidado. Cuando el cuidado se convierte en un servicio, ya sea facilitado por

empresas (en acuerdo o no con las administraciones) o por las trabajadoras por cuenta

propia, cada vez más inmigrantes, a título individual, su contenido y su valor se modifican.

Pero no todos aceptan fácilmente que el cuidado sea realizado por personas, mujeres,

ajenas a la familia. De parte de las mujeres, de las que demandan cuidados para sí y sus

parientes, se produce una notable ambivalencia. De una parte, manifiestan cada vez mayor

resistencia ante la asignación exclusiva del papel de cuidadoras, y de otra, y esto se da

particular si no exclusivamente en relación al cuidado de las criaturas, expresan preferir

atender a los suyos antes que trabajar en el mercado. Este hecho, el ánimo para realizar

una vuelta al hogar o la opción del tiempo parcial, que se extiende en distintos países

europeos (Maruani 2002; Maruani, Rogerat y Torns 2000) y que desde luego tiene mucho

que ver con las estructuras familiares y la clase social, puede interpretarse desde distintos

puntos de vista. La promoción de la conciliación responde a una política diseñada para

paliar la crisis de los cuidados que se apoya en la socialización femenina en la atención y la

familia (Caixeta et al. 2004). Hay quienes ven en esta opción inducida una muestra de la

resistencia de las mujeres frente al mercado y sus imperativos deshumanizadores

(Buttarelli 2001). Este tipo de argumentos son empleados por las defensoras de la ética del

cuidado. Seguro que algo de esto hay.

Las mujeres se revuelven en la vocación afirmando el trabajo bien hecho, la calidad en el

servicio, la importancia de las necesidades de los demás, etc., sobre todo porque son ellas

las que más están «de cara al público», en el trabajo relacional. Aunque han fusionado este

saber, producto de la socialización, con el lenguaje de la justicia y la individuación. Hacen,

o al menos lo intenta, justicia en el cuidado. Esto aparece con claridad, como veremos, en

los servicios domiciliarios. Otras, entre las que me encuentro, ven en ello la expresión de un

ciclo frustrado: liberación/ emancipación, empleo, precarización, hogar y cuidados como

fuente de satisfacción y recuperación de la vida personal (Vega 2003b). Miranda (2005),

con su énfasis en la formación y la profesión, se ha topado con los límites de la

estratificación, la precarización, la sobrecarga, la discriminación, etc. que impone el

capitalismo desorganizado a las mujeres en distinto grado y manera en función de la región

del planeta en la que vivan o de la que procedan. El neoliberalismo arrincona la

reproducción retrotrayéndonos, según Miranda (2005), al siglo XIX.

Cuando hay exceso de oferta de mano de obra, su precio es bajo y su explotación

se acrecienta, y se incrementa la tasa de ganancia, el prestigio de los cuidados se

reduce. Los capitalistas no está dispuesto a invertir en ello y los obreros no

disponen de tiempo para dedicarle. En fases de acumulación disminuye la

fecundidad y la esperanza de vida.

Sin embargo, los cuidados y el sexo no disminuyen su importancia, al menos no la

simbólica, como sugiere Miranda. Sencillamente se mercantilizan, como se mercantilizan

otros bienes igualmente tangibles como el agua o el aire.

Pero el camino de los cuidados y la vida personal es un terreno resbaladizo o quizás habría

que decir escarpado ¿Es un camino de recuperación de sí o de privación de sí? ¿Podemos

pensar en los cuidados (de sí y de todas) como ámbito de lo colectivo? ¿Se trata de un

repliegue individualista y conservador para quienes aun disfrutan de salarios familiares o

rentas familiares acumuladas? Además, como sugiere Miranda (2005), la circulación de

dinero y afecto en las parejas formadas por mujeres y hombres se ha visto trastocada.

¿Para qué la heterosexualidad?, viene a preguntar.

¿De qué le sirve un compañero a una mujer trabajadora actual, si no puede

garantizarle la reproducción de sus hijos, es decir, si no puede retirarla del mercado

de trabajo durante los años de reproducción biológica? ¿Si no puede regalarle un

diamante? ¿Si no sabe hacer las tareas de la casa, ni falta que hace, porque ahora

se come fuera, la ropa es de usar y tirar y la limpieza se hace en un periquete?

¿Qué significa para ellas ‘conciliación de la vida laboral y familiar’?

La conciliación, efectivamente, vista así, significa poco. Significa pacificación del conflicto

en términos estrictamente afectivos. No hay conveniencia, como pensaba el lesbianismo

político, en la conyugalidad heterosexual para las mujeres41, sí hay acuerdos flexibles que

dependen de cómo se negocie el poder. Las separaciones, efectivamente, aumentan,

también entre los mayores. Pero hay algo en el argumento que chirría; al capitalismo no le

interesa la reproducción, no necesita mano de obra, puede aceptar sin problemas un ideal

de emancipación individual de las mujeres, sin tener que contraponer un discurso familista.

No hace falta. Las mujeres ya han regulado el número de hijos para ajustarlos a las

condiciones de precariedad e incertidumbre existentes, a sus carreras profesionales con

inserción tardía e insegura y a las hipotecas.

No obstante, creo que esta línea de argumentación olvida algunos elementos importantes

para una propuesta de corte materialista, más si aspiramos a comprender lo social desde

las subjetividades encarnadas, que son las que producen sus propias ideaciones para

encajar lo que de hecho no encaja. El capital sigue necesitando reproducir a los

trabajadores, socializándolos, atendiéndolos en todo lo que esto conlleva. Puede

abandonar a su suerte a la fuerza de trabajo inmigrante, mujeres y hombres; que se las

apañen como puedan. De hecho, las mujeres, más astutas, prefieren reagrupar a otras

mujeres para garantizar tanto la continuidad del salario como una mejor reproducción entre

dos orillas (Oso 1998; Monteros y Vega 2004a). De hecho, como hemos señalado en una

investigación anterior, las políticas de conciliación son políticas pensadas para un sector

muy restringido: autóctonas con empleo estable y protegido. El capital puede abandonar a

los viejos; total, no le sirven para nada, no hacen sino generar gasto social. Los que hayan

ahorrado pueden contratar a una cuidadora inmigrante o irse a una residencia. Pero las

41 Evidentemente, esta apreciación debería ser matizada. Por ejemplo, sí hay muchas mujeres de países del tercer mundo que encuentran conveniente contraer matrimonio con hombres occidentales y acceder de este modo tanto a la residencia y la nacionalidad, como a una relación supuestamente más igualitaria, aunque más tarde descubran que esto no las protege contra las asimetrías racistas, sexistas y laborales que se encuentran en la migración (Riaño 2003).

pensiones son limitadas y las residencias caras, muchos tienen que apoyarse en sus hijos

e hijas, tanto desde el punto de vista económico como en el de la gestión y el apoyo

cotidiano en los cuidados. El afecto es un aspecto importante, los ancianos, sobre todo las

ancianas necesitan de los cuidados y ayudas de sus hijos, y éstos de la herencia (en caso

de haberla) y de la tranquilidad y buena conciencia del sistema de transición entre el

familismo, el asistencialismo y el individualismo en el que nos hallamos.

De modo que la reproducción –en el sentido amplio en el que nos interesa– sigue siendo

importante, aunque sea en un esquema de gestión flexible bastante privatizada, es decir,

dejada a la suerte particular de cada familia. El miedo y la culpa, pero sobre todo el

sentimiento generalizado de inseguridad, son dos elementos clave, también como

herramientas ideológicas. La conciliación puede que no signifique nada, pero conforma un

discurso de legitimidad y reconocimiento parcial de la aportación reproductiva que reporta

sus beneficios, aunque estos sean en la mayoría de los casos de tipo electoral (Marugán

Pintos y Vega 2000). A la conciliación, se ha añadido ahora la dependencia y la igualdad,

ámbitos todos ellos de regulación estatal. De modo que parece que, en el plano material y

en el simbólico, la reproducción sigue siendo objeto de ideaciones, políticas y campañas.

Por otro lado, el situar la reproducción –el sexo, los cuidados, los trabajos de casa, las

gestiones, el seguimiento de la salud y la educación, el bienestar psicológico, etc.– en el

centro no sólo responde a un impulso feminista, sino a modos de gestión, aunque sea

mínima, de los riesgos por parte de los Estados y a formas mediadas de intervenir y

modular los deseos y necesidades que alimentan el capitalismo de consumo. La

comercialización de los sentimientos (Hochschild 1983) hoy por hoy opera mejor desde la

plataforma familiar. Quizás tenga razón Beck cuando afirma que «lo que mantiene juntos al

matrimonio y a la familia no es el fundamento material y el amor, sino el miedo a la

soledad» (1998, pág.51), sobre todo dada la falta de garantías (para el cuidado) que por

desgracia aun presentan las modalidades más libres e igualitarias de convivencia.

Evidentemente, la «ideología del deber de los sucesores a cuidar hasta su muerte a sus

predecesores en la propiedad» descrita por Narotzky (1990) en las comunidades rurales en

Cerviá de Les Garrigues ha cambiado o mejor, han cambiado las maniobras, que siempre

han existido, de las mujeres en el manejo del elemento emotivo-afectivo; «si le llevo a la

residencia es para que esté mejor atendido» (pág. 46). Aquí la cuestión de género desplaza

a la conyugalidad heterosexual como marco para pensar la circulación de tiempo, dinero y

afecto. El grupo doméstico no es, en las sociedades posindustriales, la razón/expresión

ideológica que permite el acceso a los medios de producción, sin embargo, las relaciones

entre géneros y generaciones en la familia siguen cumpliendo una función importante en

las transferencias de rentas y propiedades engrasadas por el afecto. Aunque el intercambio

afectivo se sitúe en un primer plano discursivo, no podemos olvidar el lazo que le une a

otros elementos tangibles de las relaciones sociales. La estrategia preferente tampoco es,

siguiendo a Narotzky, la de la residencia-cuidado por parte de los jóvenes en un «tira y

afloja» con los viejos. Retener a los jóvenes para el cuidado en ausencia de rentas es un

esfuerzo afectivo tremendo y cada vez lo será mayor42. ¿Pero cuáles son estas estrategias

(necesariamente) flexibles de cuidados en la actualidad?

6. Tránsitos entre el familismo, el servilismo y la

profesionalización

Muy poca gente afirmaría hoy que la medida del cuidado, del buen cuidado, tenga que ser

el sufrimiento y el sacrificio de las mujeres. Nos alejamos irremisiblemente del imaginario

de «víctimas y mártires»43, a pesar de lo cual, la discriminación inscrita en el familismo se

perpetúa como forma práctica de solucionar la papeleta. Lo cierto es que como indicaba en

la introducción, esta solución toca a su fin. Lo que no toca a su fin es que las familias

tengan que absorber privadamente, en el sentido económico, de gestión y tareas, las

contradicciones que entraña la carga de cuidados de los mayores, de las personas en

general, a falta de medidas socializadoras (Beck 1998). Los hijos se lo reparten como

buenamente puede, se lo transfieren a una cuidadora informal, los llevan a la residencia

visitando a sus progenitores cada tanto, combinan distintas opciones, etc. Estos arreglos

ponen en primer plano vínculos de cuidado más recientes que hoy adquieren una gran

relevancia. Me refiero, en particular, a la triangulación que se establece entre las hijas –

antiguas cuidadas y actuales responsables del cuidado–, las madres –antiguas y actuales

cuidadoras y necesitadas de cuidados– y las trabajadoras del cuidado, ya sean contratadas

directamente por las familias o a través de ONGs o mediante empresas intermediarias.

¿Qué está ocurriendo ahí en el plano de la intersubjetividad, que es el que aquí me gustaría

destacar? ¿Qué pueden decirnos a este respecto las conversaciones mantenidas con unas

y otras? Pues en realidad cosas que ya todas y todos, por lo que nos toca, intuimos o

sabemos, y otras, más desconocidas, que nos emplazan.

Lo primero que constatamos es que muchas mujeres que hoy son candidatas a recibir

cuidados siguen pensando que cuidar es una obligación femenina44, aunque disculpen a

42 No se trata de un sistema de amor frente al interés, sino de intereses (herencia-cuidados) y amores (filiales, paternales) que se expresan en el intercambio de bienes y servicios. «Lo interesante de esta ideología –observa Narotzky (1990)– es que flexibiliza el acceso a la herencia mediante la potenciación del cuidado de los ‘viejos’ como factor crucial en la determinación de los mecanismos de transferencia de los medios de producción y alejándola de la institucionalidad jurídica» (pág. 49). 43 Aunque como nos contaba una entrevistada en relación a su madre, el argumento para no ceder en el cuidado de su marido es que «ésta es la cruz que me ha tocado a mi». 44 Los datos hablan por sí solos. Los publicados por la Sociedad Española de Geriatría y Gerontología

sus hijas, más a sus hijos, ante terceras personas por el hecho de no hacerlo o hacerlo de

una forma inestable y deficiente. Si nuestras abuelas, menos sentimentales ellas

experimentaron una conyugalidad que enfatizaba la reproducción biológica, la

sostenibilidad económica (también en la gestión de las rentas del afecto) y la autoridad

moral, «nuestras» madres más jóvenes, las que ahora andan en los 50-55, testigos y

protagonistas de la emancipación, viven el cuidado de sus mayores no tanto como una

«cruz», con implicaciones morales, sino como un deber, una carga que a falta de otras

alternativas han de asumir prácticamente en solitario. Y lo asumen a pesar de las

diferencias en los universos de valor y afecto, y en las vivencias profesionales, educativas y

laborales.

(…) es tener que hacer algo que no tienes ganas y que tú no harías debido a

razones que bueno, no entran ahora en el tema. La relación con mi padre no ha

sido nunca buena, y entonces te preguntas. ¿Y ahora porque tengo que

preocuparme por alguien que no se ha preocupado nunca por mi? (…) Acabamos

siempre en la misma conclusión: no es por él, sino por mi madre, porque ha sido su

víctima durante toda la vida, por lo tanto para ayudarle a ella. (FC23)

Mientras, sus madres, a pesar de los achaques, perseveran en el papel de cuidadoras, «lo

que les ha tocado», que es el que les otorga su condición de sujetos, aunque con la edad y

el cambio de papeles («ahora es ella la que tiene la sartén por el mango») pongan en

práctica, con indica Izquierdo, sus propias venganzas psicológicas.

Después de mucha lucha y mucho desgaste conseguimos que una inmigrante, una

señora rumana, fuera a ayudarle para hacer los trabajos de casa, sólo eso porque

ella cree, está convencida de que el cuidado de mi padre le pertenece a ella, tanto

si puede como si no (…) Discutí con mi madre, pero hasta estar un mes sin

hablarnos y nunca me había pasado porque era una persona muy pacífica, no es ni

de levantar la voz, ni de discutir, ni nada. Pero llegó un momento que yo me veía

tan impotente y que ella necesitaba más ayuda. (FC23)

Sienten la obligación exclusiva de cuidar a sus esposos hasta que mueran, aunque por

en su página web (www.segg.es) nos presentan una imagen del cuidado en familia encarnada por mujeres de entre 45 y 65 años. Su perfil es el siguiente: la mayoría son mujeres (83% del total), de entre las mujeres cuidadoras, un 43% son hijas, un 22% esposas, y un 7,5% nueras, la edad media de las personas cuidadoras es de 52 años (20% superan los 65), en su mayoría están casadas/os (77%). Además, una parte sustancial de quienes cuidan (60%) comparten domicilio con la persona cuidada, en la mayoría de los casos (80%) quien cuida no tiene ocupación remunerada, la mayoría de las/os cuidadoras/es (85%) prestan ayuda diaria a un familiar mayor, gran parte de ellas/os (60%) no reciben ayuda de otras personas. Los maridos cuidadores reciben más ayuda de otros familiares y de las instituciones que las mujeres cuidadoras (recogido por la Plataforma por un Sistema Público Vasco de Atención a la Dependencia, Marzo 2006)

dentro y por fuera, expresen no poder más. Tal y como explican las TFs, los hombres

mayores tienen enormes dificultades para enfrentarse al cuidado: no aceptan la

enfermedad y lo que ésta implica (la propia y la de sus esposas). Cuando las trabajadoras

familiares atienden a las mujeres tratan de hacerse con la atención, culpabilizan a las

mujeres por no cuidarles, etc., tratan de arrastrar a la trabajadora a sus conflictos

forzándola a intervenir como mediadora, hecho que produce un enorme desgaste

emocional, un extra provocado por una tercera persona en el domicilio. Estos esposos

quieren, en definitiva, seguir disfrutando de los privilegios acumulados.

Ves en muchos casos mujeres, que generalmente viven más que los hombres, que

han tenido a sus maridos en cama o en sillas de ruedas y que están deseando que

se mueran porque las están matando atadas a una situación de esclavismo por

amor, por compromiso, por las situaciones de la vida. Y ellas desean que se

mueran para poder hacer vida en los últimos años (TFA20).

A pesar de todo no quieren acogerse a las «descargas», programas temporales de

atención a las cuidadoras que ofrecen algunos ayuntamientos. No todas las carencias en la

atención, explica una TF, se refieren a los servicios, muchas se explican por las ideas del

cuidado que tienen los usuarios y sus familiares. Sencillamente, y esto es lo más habitual,

se niegan a cejar en sus obligaciones, a desaparecer como sujetos socialmente valiosos

para sí y para los demás. A diferencia de lo que señala Narotzky (1990) con respecto a la

división del trabajo en las parejas jóvenes en el ámbito rural, aquí el afecto no proporciona

rentas, sino simplemente reafirmación de la identidad que sigue proporcionando visibilidad

y legitimidad social a un sector importante de mujeres.

Curiosamente estas mujeres, muchas de clase media baja, que han sido amas de casa o

se han dedicado a las «faenas» –«piensan- explica una TF- que eres una chacha (…),

piensan que tú estás haciendo lo mismo» (TFA20)–, que están extenuadas, proyectan

sobre sus hijas y sobre la tercera persona mucha de la sumisión (familiar) y el servilismo

(asalariado) que han introyectado45. Estas mujeres resienten no ser cuidadas por sus hijas

de un modo equivalente o similar, es decir, igualitario en esta singular diferencia de género.

Este es un modo de justicia: «yo me he pasado la vida cuidando, pues que ahora me

cuiden a mi (mis hijas)». Además aspiran a recibir cuidados con las mismas cualidades que

conocen, por ejemplo, demostrando paciencia, autosacrificio, resignación, sobreprotección,

infantilización y objetivación del otro, etc. Aquí tenemos una instancia de esta mezcla de

justicia particularizada (igualdad en la desigualdad de género) –«quiero recibir en relación a

45 No hablamos del servilismo que disfruta la clase alta, el de quien ha tenido servicio toda la vida, sino de un servilismo cuyo referente proviene directamente de la domesticidad en el orden familiar (Monteros y Vega 2004).

lo que he dado» – con la textura o cualidad subjetiva que identifica al buen cuidado –«que

no se limiten a acompañarme al médico, que lo hagan con entrega, de buen grado, de

forma desprendida, que me atiendan con la expresividad y modos de hacer que me

agradan y demostrando que están pendientes de mi, que eso está por encima de todo lo

demás»–. Se trata de una equivalencia (contextualizada) y modos de hacer socialmente

generalizados, con frecuencia ciegos a la mutación de valores y condiciones existenciales,

para desarrollar los principios de equivalencia y modos de cuidar demandados. Pero ¿cuál

sería, nos preguntamos, la dosis adecuada de hija/esposa que hace falta para cuidar a una

madre/esposo así? ¿qué modo estilizado de estar pendiente sería el satisfactorio? La

cualidad, a la que volvemos una y otra vez en las entrevistas, a la que aluden las hijas, es

la subordinación y el servilismo, especialmente cuando la persona cuidada es un varón y la

cuidadora es una mujer, su esposa y, en menor medida, su hija.

Si estoy yo le ayudo un poco, pero dejo que él haga, y si veo que él va haciendo

pues que vaya haciendo malabarismos, pero que se la ponga. Conmigo no se

atreve tanto, pero con mi madre, pues todo, se lo hace todo. (FC23)

Cuando uno no ha cuidado (pero ha ejercido de proveedor autoritario) exige subordinación,

siendo éste el caso de muchos esposos que hoy son ancianos. Cuando lo ha hecho, como

la mayoría, la madre con sus hijos, exige reciprocidad, equivalencia dentro de sus ideas de

cuidado, aunque perciba que eso no pueda darse en las mismas circunstancias y diga con

la boca pequeña que no quiere dar faena. Como en el cuidado la medida es incierta, salvo

cuando la medida es «todo», la tendencia es a pedir más por el desequilibrio constante que

se aprecia. A las madres les cuesta aceptar la diferencia en la forma de cuidar, y

desarrollan todo tipo de estrategias para llamar la atención, incluido el chantaje afectivo, un

fenómeno con muchas caras en ambas direcciones y muy extendido en el cuidado

intergeneracional. Que se hagan cargo de la situación, no significa que la acepten.

(…) a la conclusión que yo llegué es que no quería ninguna ayuda y que no que no

y que no, y yo ya estaba desesperada porque la veía peor, cargada de artrosis. Y

yo ya sé que es lo que quieren: que les diga ‘me lo he pensado bien, me he cogido

una excedencia y me vengo aquí a cuidaros’. Se lo comentaba a amigas y me

decían, claro, digo ‘y cuando ellos no estén, ¿quién me devuelve el trabajo?’ Un día

lo hablaba con mi prima y me decía, es que ‘esto ni puedes ni debes hacerlo,

porque no quieren ayuda, lo que quieren es a ti’. (CF23)

Constatar, en palabras de una trabajadora a domicilio «que los hijos no están como tu

pensabas que iban a estar» es una fuente de estrés e inseguridad para las ancianas. No

dejan de pensar cómo «teniendo familia tiene que venir otra persona de fuera a hacerlo»

¿Porqué? se preguntan» (TFA20). Por distintos motivos rechazan los cuidados externos,

hecho que hace que las hijas tengan que emplear estrategias progresivas, el célebre «ir

trampeando», casi siempre acompañadas de amenazas46, porque llegados a un punto todo

el mundo entiende que a partir del primer bajón la situación no va a mejorar: una ayudita en

los trabajos de la casa (excusa para echar un ojo e irse introduciendo47), una cuidadora de

unas horas, por la noche, todo el día, y después, si la situación se agrava, porque la

cuidadora está sobrecargada, la familia no logra articular una red satisfactoria o la cuidada

necesita una atención constante, siempre planea la sombra despersonalizada y

descontextualizada del geriátrico (TAA24 y TAO26).

(…) yo lo he visto mucho en las familias. Piensas, en la mía no pasará, y es

mientras todo va bien. Pero luego, a la hora de la verdad siempre hay a quien le

toca cuidar más o asumir más. Cuando hay una persona enferma o con una

demencia, hablamos de tiempo y en aumento, que hay que organizarse un poco,

siempre salen problemas entre los familiares (TAA24).

En palabras de Mamen Martín, trabajadora social en Mujeres Latinas Sin Fronteras, la

resistencia a la sustitución o la transferencia es, en principio, feroz: «en el momento en el

que se mete una persona en su casa, sabe que es para siempre (…) la gente mayor

consciente o inconscientemente no quiere empezar» (TAO26). Si la residencia produce una

sensación de abandono en las madres y culpa en las hijas, la contratación en casa

despierta desconfianza: «es una persona que no conozco. Todo el día, que hará allí»

(TAA24).

Habitualmente las hijas atraviesan, más o menos en solitario, los dilemas que recorren el

cuidado: (1) la calidad de la relación personal que se ha tenido con la persona que precisa

cuidados, (2) las condiciones de vida y trabajo en las que se encuentren unas y otros, (3) el

grado de responsabilidad que se asuma en función de los valores personales y sociales

(asociados a la familia, el cuidado, la dependencia, etc.)48, (4) la red de cuidados y recursos

para el cuidado –públicos, privados, familiares– que pueda articularse y su grado de

46 Las más frecuentes entre los familiares son la residencia y la retirada de la pensión. Las ancianas cuidadas, por su parte, son más expeditivas. O ponen a todo el mundo en jaque difundiendo informaciones contradictorias o hacen cosas que pueden dañar su salud. 47 Como ya explicamos en otra investigación, el entretejimiento de trabajo doméstico y cuidados cuando se trabaja para personas mayores puede ser empleado como una externalidad por los empleadores (Monteros y Vega 2004). 48 Una de las hijas entrevistadas expresa con toda claridad lo que muchas experimentan de un modo más ambivalente: «No obligar, ni chantajear a nuestros hijos, que es lo que ha hecho nuestros padres con nosotras. Los hijos no tenemos ninguna obligación de cuidar a los padres, primero, los padres no los elegimos, nos los adjudican y segundo, nosotros no hemos pedido que nos traigan aquí para luego tener que cuidarles. Esto siempre lo he tenido claro y se lo he dejado a mis padres: nosotros, lo que hacemos es porque queremos. Ni es obligación moral, ni es obligación personal (…) estoy ayudando y haciendo todo lo que puedo pero no quiero sentirme responsable ni culpable» (FC23).

acuerdo y cohesión, y (5) el tipo de cuidados que se precisen –aquí se abre, soy consciente

de ello, un campo especializado (síndrome de Diógenes, alzheimer, demencias seniles,

dolencias, depresiones, etc.), que no abordaré más que de refilón en el presente estudio– y

se deseen. El cuidado en tanto práctica social es una articulación de todas estas cosas, no

sólo de los valores –como se desprende de algunos planteamientos centrados en la ética

del cuidado–, sino también de su viabilidad, su armonización con otros universos de valor

(asociados al trabajo, la maternidad, el consumo, el tiempo libre, la participación política,

etc.), su negociación en un entorno social y público más amplio, etc. Como se ha apuntado

desde la crítica feminista, el cuidado tiene que dirimirse en esta articulación de lo personal y

lo social que plantea un cambio profundo. Elena Grau, responsable de formación en El

Safareig (Casa de les Dones, Cerdanyola del Vallés), lo explica con claridad:

(…) las mujeres seguimos valorando muchísimo el cuidado como necesidad

humana y además que no se puede negar el cuidado, hacer ver que no hace falta.

Además, el cuidado de calidad. Entonces, no siempre se puede delegar, porque va

unido a la relación subjetiva que tú tengas. Las mujeres esto lo tenemos muy claro,

explícita o implícitamente. (…) Pero, por otra parte, también tenemos claro que no

queremos renunciar a lo otro: a la vida profesional, a las relaciones con otros. No

queremos renunciar absolutamente a nada y a mí me parece legítimo. Todo son

dimensiones de las personas. Ahí hay un reto muy fuerte de cambiar el concepto

de trabajo y cambiarlo de fondo. Primero, el trabajo no es el empleo, es mucho más

(…). Hay muchos trabajos que se hacen al margen del mercado y socialmente son

imprescindibles. (…) Y después, hay que replantear el mundo del empleo para que

no rija todos los tiempos ni valores. Tienen que crecer los tiempos y necesidades

en el ámbito de la gratuidad, que incluye todo tipo de cuidados. (TAO29)

Cuando el cuidado es un servicio, la biografía compartida, lo personal en la relación, se

aminora, en parte gracias a los principios y protocolos, aunque no desaparece del todo

porque también en el servicio se desarrolla una historia de afecto con presente, pasado y

expectativas de futuro. En la familia esto casi nunca es posible, el cuidado está anclado a la

historia compartida y en esa historia, siempre reinterpretada por unos y otros, se elaboran

juicios constantes sobre la circulación de tiempos, rentas y afectos que se valoran en

relación al género, la edad y la clase social. Esta circulación cambia poco a poco de signo.

Por eso las hijas, ante la imposición que proyectan sobre ellas, se anticipan diciendo que

no quieren representar una obligación y afirman que sus hijos (en caso de tenerlos) no las

cuidarán, y desde luego, no las llevarán a vivir con ellos, algo a lo que ellas mismas se

oponen aludiendo a la concepción de la intimidad del núcleo familiar, el propio tamaño de

los pisos y la imposibilidad de atender con los horarios del trabajo existentes. Las

residencias, tal y como son en la actualidad, aparecen como horizonte único aunque

indeseable.

Lo que sí es verdad es que pena teda, no me gusta la palabra pena. Por ejemplo,

con el tema de mi madre tiene que estar, como situaciones que he visto en el

centro [la residencia de ancianos en la que trabajaba], es verdad que hay

situaciones que para vivir así, yo no querría. Pero si llega, ¿qué haremos?

(TAA24).

Así que las hijas están en estos momentos en la pelea sobre el cuidado de sus mayores –

padres, madres– y articulando el reparto entre hermanos con los escasos recursos en

servicios y ayudas existentes, a los que nos referiremos con más detalle en el último

capítulo.

Las empleadas de la atención personal en los hogares, muchas de ellas en servicios de 24

horas, mujeres que han cuidado a sus familiares sin pasar por un proceso de

profesionalización, se sitúan en el espontaneismo, al que aludía Murillo (2000), y las

cualidades naturales, ni siquiera en la experiencia; «Pienso que es algo espontáneo. No es

que haya aprendido cuidando. Me nace» (CFI1). Valoran el intercambio afectivo, sufren por

y con la otra persona, muestran, a pesar de todo, un alto grado de aceptación y resignación

ante la enfermedad (sobre todo en relación a los familiares de la anciana), y entremezclan

constantemente los planos intersubjetivos: yo y tú, persona cuidada y familiares propios, la

anciana y mi madre, la enfermedad ajena y la propia, mi vida y tu vida, lo que veo y quiero

para mi, etc. Mezclan, en términos generales, lo que el código profesional de la asistencia

se empeña en separar: trabajo y afecto personalizado.

Yo pienso que para ser cuidadora así hay que tener carácter, paciencia y mucha

dedicación. Dar algo de uno mismo, ese cariño, ese amor. Eso sería lo difícil que

digo. Agotador y cansado al mismo tiempo. La verdad es que se pasa muy

divertido, una se siente útil el poder ayudar a esa persona. Tú piensas también,

tengo madre y familia y no sabes cómo vas a llegar al día día de mañana tú. (…) Lo

único que quisiera es ser lúcida de mente porque es lo más crítico que he visto (…)

Yo le decía ‘me gustaría llegar a tu edad cómo tú, ¿qué hay que hacer?’ Me decía,

‘hay que sonreír a la vida (…)’. (CFI1)

Trasponen la experiencia de cuidar a su propia experiencia, tanto en la donación como en

la recepción, porque «una se encariña de estas personas ancianitas, también dan cariño»

(CFI1). Cuidar a un usuario y a un familiar se describen, a diferencia de cómo lo plantean la

mayoría de las profesionales de la atención, como la misma cosa.

La única diferencia sería que en un lugar ganas un sueldo y en otro no, lo haces

por cariño de hijo. Diferencia familiar no veo ninguna porque igual te vas a

encariñar como si fuera familia. Cuidas a esa persona como si fuera lo tuyo. Hay

personas que lo hacen sólo por el sueldo, pero en mi caso no. Pienso, esta

persona puede ser mi madre, mi hermano, yo. ¿Por qué no dar cariño? Entonces

uno da cariño de hijo a esa persona. (CFI1)

La comparación entre países, en esto casos, es constante y se explica casi de forma

exclusiva en términos culturales.

Pienso que en toda Lationamérica somos muy pegados a nuestros padres. Da igual

la enfermedad que tengan, siempre estamos pendientes. Y aquí no. Eso es lo que

he notado (…) Acá son muy fríos con sus padres. Buscan una persona que les

cuide. A veces ni llaman (CFI1).

Dedicaré el próximo capítulo a hablar de los servicios de cuidados a ancianos, realizados

cada vez más por mujeres inmigrantes en los domicilios. Se trata de un colectivo muy

precario y expuesto a abusos- desprotección legal (laboral y extranjería), explotación,

racismo, etc.- que además está realizando, cada vez más, servicios y de forma más

intensiva. Son un apoyo parcial –comparable en muchos aspectos a los servicios de

atención domiciliaria, a la teleasistencia, a los centros de día–, que además tienen la

virtualidad de combinarse con la atención al domicilio (tareas domésticas), pero también, en

muchas ocasiones, un apoyo total –equiparable a las residencias donde los ancianos

internos están controlados las 24 horas del día. Baste por el momento señalar que el

trabajo de sustitución49 que realizan comparte muchos rasgos, aunque evidentemente no

todos, con la actividad de cuidado que vienen realizando las mujeres en las familias, si bien

introducen elementos diferenciados. Veremos a continuación cómo se articula con las

demandas y circunstancias de la extranjería en un sector tan feminizado.

49 Es preciso que el término sustitución, por ejemplo, sustitución de hijas por asistentes personales entraña un presupuesto en disputa: es a las hijas a las que les corresponde la responsabilidad del cuidado. Bubeck e Izquierdo con ella traza una diferencia supuestamente nítida entre cuidado y servicio. La actividad es catalogada como servicio cuando la persona cuidada es potencialmente autosuficiente y lo que consigue cuando hace que otra persona se ocupe de ella es ahorrar tiempo.Este sería el caso de muchos hombres válidos que reciben constantes atenciones, pero también el de personas que delegan el trabajo de cuidado «del que son responsables» (Izquierdo 2003, págs. 13-14). Sin embargo, no parece claro cuál es el sistema que determina las responsabilidades; si es, como parece desprenderse, el parentesco, independientemente de otras cosideraciones afectivas, si es la ligazón legal. Tampoco me parece adecuado el criterio de la sustitución como ahorro de tiempo; creo que impone una visión excesivamente estrecha y antiintuitiva del cuidado, además de difícilmente mensurable. Muchas veces podemos autocuidarnos, pero aceptamos la atención de los demás como un apoyo, una muestra de afecto, que además se expresa cuando estamos en horas bajas.

CAPÍTULO 3

Los estratos del cuidado. Condiciones y transiciones de las

inmigrantes latinoamericanas en los servicios particulares

1. Historias de transferencias

Cada vez resulta más común ver a mujeres inmigrantes en el trabajo de cuidados. Las

vemos con los niños en los parques, paseando por la calle del brazo de ancianas,

acompañando a personas enfermas al ambulatorio y trabajando como internas en hogares

próximos. El rostro de quienes cuidan asalariadamente es con frecuencia un rostro

femenino y migrante, habitualmente latinoamericano.

Las transferencias del trabajo de cuidados, como hemos explicado anteriormente, se

producen en muchas direcciones: de unos familiares a otros, de hijas a madres por

ejemplo; de la familia a los servicios domiciliarios, teleasistencia, centros de día y

residencias; de familiares a asalariadas particulares; de servicios a asalariadas particulares,

etc. La combinatoria más o menos conciliada de distintas opciones suele ser lo más

habitual. El abuelo está en la residencia, recibe visitas (frecuentes) de la hija que está al

tanto y le lleva al médico, le saca a pasear una señora (ecuatoriana) y los fines de semana

se reparte (o no) entre sus hijos, entre los más cercanos y comprometidos. O, la anciana

vive en casa, tiene un dispositivo de teleasistencia y una o más cuidadoras, por ejemplo

una nocturna, que pueden ser parientes o asalariadas (informales); los familiares la visitan.

O, la abuela es cuidada por una trabajadora inmigrante interna, un «servicio de 24 horas»,

algunos parientes acuden a verla y la vecina está pendiente. Podemos seguir. La abuela

vive con la hija cuidadora y cuenta con algunas horas de atención domiciliaria. Mama de

momento se vale por sí misma y viene alguien por horas a atender la casa y echarle un ojo;

si es necesario habrá que ir aumentando las horas y si llegara el caso optar, según las

implicaciones económicas y emocionales, por hacerla interna o buscar una residencia.

Seguramente a cada una nos vendrá a la mente una combinatoria ligeramente modificada,

ajustada a las condiciones de vida y salud y a las economías de cada entorno individual y

familiar. ¿Quién no tiene cerca este tipo de arreglos y cálculos?

Pero las transferencias cuentan sus historias. La propia noción de transferencia nos habla

ya de que las cosas no siempre se hicieron del mismo modo, que el cuidado, sobre todo el

de las personas ancianas enfermas o simplemente envejecidas, con achaques, que es el

que aquí nos interesa, cambia de manos, espacios y racionalidades. Se trasvasa y se

externaliza en un contexto atravesado por nuevas y viejas tensiones reproductivas –

fundamentalmente la falta de reparto equitativo en los hogares y de compromiso de la

administración en la socialización de los trabajos, unida, en el caso de las empleadas, a la

feminización de la pobreza en muchas regiones del planeta– que hacen de la crisis de los

cuidados una crisis global. De todo esto hablamos extensamente en una investigación

anterior Trabajo doméstico y de cuidados. Estrategias de conciliación y condiciones de

empleo. Desigualdades de género, clase y etnicidad/origen (2004), así como en la

introducción de este estudio. La dimensión global de las transferencias de cuidados

aparece representada, de una parte, por la demanda de mujeres inmigrantes para cubrir

estos trabajos y las políticas de extranjería orientadas a favorecer la afluencia e inserción

de mujeres en los sectores más devaluados y, de otra, por las propias estrategias de las

migrantes y sus familias, y la formación de cadenas de cuidados que se generan a caballo

entre los países de origen y destino (Hochschild 2001; Ehrenreich y Hochschild 2002;

Hondagneu-Sotelo 2001). Recordaré aquí brevemente que el conocido fenómeno del

«imperialismo emotivo» alude a la explotación no ya de materias primas, recursos

naturales, personas y sus capacidades, sino de otros «recursos» más personales como el

cariño y los sentimientos50 de los que se priva a otras personas en el país de origen

(Merletti 2004; Hondagneu-Sotelo 1997). Esto está generando una auténtica fuga de

cuidados (Bettio, Simonazzi y Villa 2004).

Una de estas historias de transferencias, la que aquí nos interesa en la medida en que nos

proporciona un marco general de comprensión del cuidado, se refiere a la articulación entre

el tránsito existencial y subjetivo que han realizado las mujeres autóctonas en las últimas

décadas y la concepción modificada que hoy tenemos de los servicios personales –«el

servicio»– con base en el hogar. Efectivamente, el servicio ya no es lo que era. Siguiendo

al Colectivo IOÉ nos referimos al «trabajo asalariado prestado en hogares familiares para

realizar tareas habituales vinculadas a la vida doméstica, siempre que el empleador sea un

particular, miembro de la familia empleadora» (2001, pág. 59). Evidentemente los trasvases

no sólo se producen entre particulares, hogares empleadores y empleadas a título

particular, sin embargo, como veremos más adelante , es en este estrato, el de las

empleadas de hogar, donde se concentran muchas trabajadoras del cuidado extranjeras.

En los últimos años, estas mujeres están poco a poco introduciéndose en otros sectores

«públicos» del cuidado, como la atención domiciliaria y los geriátricos. En cualquier caso,

lo que hoy vemos es que los cuidados particulares vuelven a cobrar su peso.

50 Lo cierto es que la diferencia entre brain drain y care drain presume que los aspectos cognitivos, las

cualificaciones formales, son menos «personales» que los que además del cerebro hacen intervenir los afectos. Tal y como explicaremos en el capítulo 4, conocimientos teóricos, prácticos, sentimientos, modos de hacer, todos ellos atravesados por normas y valores, no están en modo alguno disociados. La tendencia a contemplar el trabajo de cuidado como algo espontáneo e íntimo corre el riesgo de difuminar la componente competencial, que puede provenir dela experiencia e implica también

2. Obreras, «inactivas» y trabajadoras del cuidado

La integración laboral de las mujeres catalanas y españolas desde la década de 1960, una

pieza importantísima en este puzle de las transferencias, ha atravesado distintos periodos.

Oso (2000), al calor de su reflexión sobre los cambios en el servicio doméstico, hablan de

estos tres:

Época del desarrollo (1964-1974): las autóctonas se integran en las ocupaciones menos

cualificadas (agricultura, confección, comercio, alimentación, textil, hostelería, limpieza y

servicio doméstico).

Recesión económica (1974-1985): las mujeres se mantienen sobre el sistema educativo.

Recuperación económica (1985-1990): incorporación posterior de manera cualificada y

profesionalizada.

A los que habría que añadir un cuarto:

Desregulación y precarización (desde mediados de la década de 1990): inserción laboral

(sobre)cualificada en el sector servicios en condiciones degradadas, inestables y de

desprotección.

Además de añadir, es preciso echar una ojeada a la heterogeneidad que presenta la

realidad femenina. Se podría decir que hoy las mujeres autóctonas se reparten en distintas

ocupaciones, fundamentalmente en el sector servicios (75% en la provincia de Barcelona),

según edad, formación y clase social. Encontramos a profesionales estables en sectores

que también se están viendo amenazados o subcontratados en distinto grado y manera

como la enseñanza o la sanidad, la administración en general. Profesionales bien pagadas

o razonablemente pagadas (y abrumadas) en el sector privado que experimentan las

limitaciones del célebre «techo de cristal». Mujeres con baja formación en empleos

tradicionalmente desprotegidos, de baja consideración y movilidad como el trabajo

domiciliario, la limpieza, la agricultura, la hostelería y el comercio. Si además, como suele

ser el caso en este grupo, hablamos de mujeres mayores, entre 45 y 65 años, lo que nos

encontramos es que su trabajo es considerado como una «ayuda», hecho que los

empresarios aprovechan para frenar posibles mejoras y perpetuar condiciones laborales

muy desventajosas. Este es el caso, sin ir más lejos, de las trabajadoras de atención

domiciliaria con las que he tenido ocasión de hablar. Encontramos también en esta primera

ojeada, a jóvenes cualificadas en sectores precarizados y, en general, mal retribuidos,

gestión afectiva.

muchas veces vocacionales, y mujeres en tránsito individual hacia una lenta

profesionalización, más reconocida y protegida.

En la provincia de Barcelona, refiriéndonos ya al contexto en el que se sitúa el presente

estudio, de acuerdo con la Enquesta de la Regió de Barcelona 2000. Condicions de vida i

hàbits de les dones51, se han producido avances claros en los niveles de formación de las

mujeres, así como en su participación en el mercado laboral, que ha aumentado en un 20%

en cinco años. A pesar de todo, el 6% de las mujeres ocupadas trabajan sin contrato, frente

al 1,2% de los varones. El 38,4% de las jóvenes tiene contratos temporales. El salario de

las ocupadas es 32,5% más bajo que el de los hombres y su formación no se corresponde

con la categoría laboral que ocupan. El 53,6% de las mujeres en categorías intermedias

tienen estudios universitarios (28,3% en el caso de los hombres). Así, el nivel de

preparación que se exige a las mujeres continua siendo muy superior; de hecho,

disminuyen las mujeres con cualificación media, produciéndose una mayor polarización

entre las de elevada cualificación, en puestos bajos o intermedios, y las que carecen por

completo de ella. Otro aspecto revelador para pensar las actuales arreglos reproductivos

se refiere a la media de horas semanales dedicadas a las tareas domésticas. Mientras los

hombres no llegan a las 7 horas semanales, las mujeres dedican una media de 23 horas a

estas actividades. Entre los años 1995 y 2000, los hombres han aumentado en 50 minutos

el tiempo que dedican a las tareas domésticas, mientras que las mujeres lo han reducido

en 26 minutos. Lo cual quiere decir que para que se alcanzara un equilibrio en este

sentido tendrían que pasar nada menos que 50 años52. Por otro lado, las relaciones

familiares siguen siendo el referente hegemónico, sobre todo como eje que estructura la

solidaridad y el compromiso, aunque van cobrando más peso las relaciones secundarias.

En definitiva, las mujeres han mejorado sus oportunidades laborales aunque en peores

condiciones que los hombres: mayor precariedad, es decir, mayor inestabilidad y

temporalidad, peores salarios y condiciones y puestos más bajos. Muchas mujeres entre 45

y 64 años, situadas en el colectivo de «inactivas»53, aunque posiblemente participen de un

modo u otro en actividades asalariadas sumergidas, han optado por incorporarse al

mercado laboral ante el contexto de crisis económica y desempleo masculino. Su

incorporación, que es la que ha contribuido a ese 20% de aumento en cinco años al que

me he referido anteriormente, suele ser a tiempo parcial, y no por propia elección. Según

este mismo estudio, sólo el 26% ha elegido el horario reducido como un modo de

compaginar el trabajo familiar con el trabajo en el mercado. De modo que se sigue

51 En el informe que comenta dicha encuesta no aparece ningún indicador relativo a las mujeres

inmigrantes que residen en la provincia de Barcelona. 52 A pesar de que esta realidad se produce en todos los estratos sociales, la edad, el nivel de estudios, la

categoría socioprofesional y la estructura familiar determinan la distribución de la carga reproductiva y junto al nivel económico determinan la contratación de otra persona para su realización.

53 Conviene subrayar aquí nuevamente el sesgo androcéntrico de las categorías, piedra angular desde

perpetuando la idea de que las mujeres más mayores y menos cualificados en el mercado

laboral contribuyen pero no son proveedoras plenamente reconocidas; una idea que

afianza la tradicional precariedad de ciertos sectores feminizados, entre los que se

encuentran las actividades relacionadas con el cuidado.

Esto se hace patente en las entrevistas realizadas en esta investigación, especialmente en

la comarca del Maresme. En Mataró cobra cuerpo el tránsito de las inactivas y las obreras

industriales a los cuidados y la diferencia entre los lugares que hoy ocupan autóctonas e

inmigrantes. La pérdida de empleos masculinos en la industria textil y de la confección en

Cataluña ha empujado a muchas mujeres de mediana edad al empleo en los servicios.

Primero al empleo industrial «modificado», es decir, no en grandes y medianas fábricas,

hoy deslocalizadas, sino en pequeños talleres en ocasiones irregulares, los sweatshops del

primer mundo, o en cadenas de subcontratación que realizan algunas tareas

especializadas e intensivas para firmas muy competitivas54. Y en segundo lugar, tras las

sucesivas crisis o estado de crisis progresivo y permanente del sector desde mediados de

la década de 1990, pero sobre todo a comienzos de 2000, a los cuidados en los estratos

más visibles y formalizados, aunque precarios: residencias y centros de día, de una parte, y

servicios domiciliarios, de otra. Tal y como explica Anna Joan Farga, una de las iniciadoras

de la cooperativa Sad Suport en Mataró.

El textil, aquí en Mataró ha ido bajando por la deslocalización y todo eso. Esto ha sido, ‘yo,

es que me he quedado parado porque he trabajado en el textil hace tiempo y como ahora

no había visto esta crisis nunca’. Personas que estaban fijas trabajando y ha cerrado la

empresa y no tienen nada. Y es que no tienen experiencia en nada más. O sea, tienen que

volver a empezar de nuevo. Y venir la chica aquí, totalmente desesperada, ‘es que yo si

tengo que limpiar limpio, hago lo que sea, pero es que… ¡no sé hacer nada!’. (TAO 28)

las aportaciones feministas. 54 En Mataró, a diferencia de Sabadell o Terrassa, siempre han predominado las PYMES, sobre todo en

la confección de punto. Éstas han sufrido con especial virulencia el impacto de la competencia, especialmente tras la liberalización del mercado, la entrada de China en la OMC y la afluencia de productos de este país («El textil pierde el hilo», EL PAIS, 15-01-2006). La tendencia a la especialización y la miniaturización ha sido una estrategia de recuperación que no siempre se ha mostrado efectiva. La estrategia de Inditex ha sido la contraria, su particular versión de la producción ligera se ha dirigido hacia un diseño rápido e interactivo. En Mataró, tal y como explicaba Josep Palacios, comisionado para el plan de nuevas ciudadanías del Ajuntament de Mataró, en una entrevista realizada junto a M. Ruido, en el 2003 se produjo una confluencia de factores (el «efecto Inditex», cierta alarma de los industriales locales, abundancia de talleres en condiciones ilegales, mas que ilegales, etc.) que tuvieron una enorme resonancia mediática. Como él mismo comentaba en relación a los talleres chinos clandestinos, esa situación se ha ido regularizando (en el aspecto legal) y asentando (en el aspecto social), de forma que actualmente la población de trabajadores chinos en el textil en Mataró es muy numerosa, pero está decantada e integrada en el sistema productivo local. Siguen existiendo talleres irregulares, pero su situación acabará por ser «legalizada» en algún momento. Lo cierto es que la presión externa e interna en Mataró ha reducido notablemente el sector y modificado su fisionomía, y que muchas obreras han buscado una salida en los cuidados.

Estas mujeres «anbifias» (Ruido 2006), muchas de ellas con maridos en paro o

divorciadas, buscan alternativas en la economía sumergida del cuidado, a la que hoy

acceden también algunas inmigrantes regularizadas y en la que aun se mantienen

autóctonas e inmigrantes interiores sin formación –la mitad, según la estimación de Anna

desde su posición estratégica en Sad Suport–, que venían completando el salario familiar

con limpiezas y cuidados parciales para las familias mejor situadas. Las que hacen el

tránsito a los servicios domiciliarios

(…) están acostumbradas al contrato, la mayoría tienen cierta edad. Tienen cuarenta,

cincuenta, incluso sesenta años. Buscan el contrato de trabajo que les permita finalizar el

periodo de cotización para poder jubilarse. (TAO 28)

El desplazamiento del textil y la confección hacia el cuidado no sólo ha afectado a las

mujeres autóctonas. El sector del textil y la confección también llegó a absorber a finales de

los 90, principios de los 2000, a algunas inmigrantes. No obstante, la propia transformación

del proceso de producción, cada vez más parcelado, intensivo y orientado hacia el just in

time, ha ido expulsando a las trabajadoras menos versátiles, que se han dirigido hacia la

limpieza y los cuidados.

Yo trabajé en la textil, en una fábrica aquí en Mataró. Fue el primer trabajo que tuve, luego

comencé en la limpieza (…). Ahora la fábrica está, pero como un cortador. La textil cerró

pero pusieron un cortador muy grande. Ellas diseñan la ropa para Bershka, Zara,

Stradivarius. Tienen una diseñadora y un hombre que les corta. Antes cogían faena para

coser y planchar, pero eso cerró y pusieron el cortador que les va mejor. (…) No era lo

mismo venir y trabajar 8.000, 9.000 prendas a la semana que hacer 5.000, 6.000 diarias.

Entonces ellos hacen el diseño, van a Zara, les dan la respuesta de lo que les gusta (…)

despidieron a todas las chicas. Intentaron mantenerme, yo era la encargada y les gustaba

lo que hacía, pero yo no sabía diseñar, no sabía cortar patrones, no sabía ni ayudarle al

cortador porque es algo que no sé, y no tuvieron más opción que despedirme. Ahí fue

cuando comencé a buscar de limpieza. Me fui al IMPEM y la asistenta me dijo que había de

esto, que podía ir probando y fui probando, pero eran quince días sí, otra vez parada, hasta

que estoy con Anna, desde enero (CPI9).

Las que se incorporaron temporal y tardíamente al textil lo hicieron ya en la economía

sumergida. Mediante las inspecciones que se han puesto en marcha en los últimos años se

está tratando de frenar y regular la proliferación de talleres familiares.

Me salió trabajo con una familiar de la señora Connie, que está aquí en Mataró. Ella llamó

por si sabía de alguien para cuidar a una señora mayor. Me dijeron que si me quería venir y

me vine donde la señora. Trabajé donde ella dos meses y después conseguí un trabajo en

una fábrica de confecciones. Por los papeles me salí. No tenía papeles y en la fábrica

andaban buscando quién no traía papeles. Ahí trabajaba sin contrato claro. De ahí

conseguí otro trabajo cuidando una señora… (CPI 10).

También Elena Grau, desde la realidad de El Safareig en Cerdanyola, describe la

trayectoria de mujeres con experiencias laborales fragmentadas, habitualmente

marcadas por el cuidado familiar, en busca de una salida laboral en los cuidados. Este

grupo integrado por «amas de casa» de clase baja acaba confluyendo con el que

conforman las paradas «que vienen en bloque por el cierre de las fábricas del textil y la

piel» en municipios próximos como es el caso de Igualada.

A pesar de las diferencias de clase y origen, las mujeres han aumentado

considerablemente su participación en el mercado de trabajo, aunque ésta se produzca de

forma subalterna. Sintes (2003), refiriéndose a la provincia de Barcelona, habla de un

colectivo heterogéneo compuesto, de una parte, por jóvenes sobrecualificadas en relación

a los puestos (temporales) que ocupan, precarias aceleradas, mujeres jóvenes y de

mediana edad sobrecargadas también en el ámbito doméstico. Y de un segundo grupo de

mujeres más mayores que «se caracteriza por tener papeles más tradicionales y

diferenciados de los masculinos», tienen menos estudios y una participación laboral

irregular55. Ocupan puestos de baja cualificación, peor remunerados, con horarios

reducidos y escasa protección social. Tal y como señala la autora hay mujeres en torno a

los 45 años que participan parcialmente de ambos mundos. Las mayores de 64 años viven

solas y tiene recursos escasos; tres de cada cuatro hogares unipersonales están formados

por mujeres mayoritariamente ancianas.

La heterogeneidad, no obstante, es aún mayor, así como el alcance teórico de los cruces

de clase, edad, origen y cultura. La propia concepción que se tenga de la precariedad, o en

un sentido más amplio de la clase social, puede poner en entredicho algunas categorías

fundadas exclusivamente y de forma estrecha en la relación salarial o la temporalidad en el

contrato. En el primer grupo, por ejemplo, confluyen precarias cualificadas con

posibilidades de mejora, pero que tienen en alta estima hacer lo que les gusta aunque sea

a costa de fundir lo que ganan en el alquiler56, con mujeres cuyas opciones están mucho

55 Esta diferenciación tiene una impronta territorial, por ejemplo entre las mujeres que habitan el primer y

el segundo cinturón metropolitano, no del todo explorada desde un punto de vista de clase en el análisis de la encuesta del 2000.

56 También, siguiendo la citada encuesta, ha aumentado el número de mujeres entre 18 y 29 años, que se han emancipado. Estas alcanzan el 23,6% (16% entre los hombres); en el Area Metropolitana de Barcelona el 19,6%, frente al 24% y el 27% en las dos primeras coronas respectivamente.

más limitadas por su formación, condición de extranjeras, etnicidad o responsabilidades

familiares. Para muchas, la precariedad puede ser una fase más o menos pasajera durante

el periodo estudiantil, mientras que para otras es una condición estable que impide su

movilidad laboral y existencial.

Si observamos esta divisoria desde la óptima de los cuidados nos encontramos con un

colectivo de mujeres, las que se han incorporado al mercado laboral y han alcanzado cierta

estabilidad, mujeres entre los 45 y 65 años, principales responsables de los cuidados, que

demandan servicios con base en el hogar. Desciende, como hemos dicho, el número de

amas de casa (en la Región Metropolitana de Barcelona, el grupo de entre 30 y 44 pasa del

25,9% al 18,9%) a la par que envejecen las existentes (las mayores de 64 años pasan del

16,7% al 29,5%). En la medida que siguen siendo responsables del trabajo familiar pero

abandonan el papel exclusivo de amas de casa y valoran su vida profesional, estas mujeres

demandan cuidados para sus mayores (las más jóvenes para sus hijos tardíos). Tal y como

explica Martínez Buján (2005), Las familias empleadoras de inmigrantes para el cuidado de

personas mayores recalcan la importancia de la inserción laboral femenina en la toma de

decisión que se plantea ante el agravamiento de una dependencia y la imposibilidad de

hacerse cargo del cuidado cotidiano por motivos laborales. Otro factor destacado en las

entrevistas es la situación de convivencia del mayor.

Existe, en definitiva, un sector de mujeres catalanas y emigrantes interiores que han sido

las que tradicionalmente han contratado los operadores –empresas privadas, algunas

subcontratadas por las administraciones locales– dedicados a la atención. La composición

de clase de las trabajadoras del cuidado ha estado marcada, en Cataluña y en la provincia

de Barcelona, tanto por la migración interior descualificada como por la crisis del empleo

masculino, pero también femenino, en el sector textil. En lo que se refiere a la demanda,

también vemos con claridad que la presencia de mujeres en el mercado , la reducción

del colectivo de amas de casa y su progresivo envejecimiento dejan un vacío en la

satisfacción de los cuidados diarios.

3. Empleadas de hogar, empleadas inmigrantes

Hoy la demanda de cuidados, estrechamente relacionada con la política de extranjería y

como veremos en el capítulo 5 con las políticas sociales y familiares, la cubren mujeres

más pobres, muchas inmigrantes extracomunitarias, ya sean de mediana edad o más

jóvenes. Muchas han llegado en flujos migratorios escalonados procedentes de países de

América Latina (Oso 1998; Gregorio 1998; Solé 2001; Gregorio y Ramírez 2005; Gil Araujo

2006; Martínez Buján 2003; Pedone 2005). La literatura sobre trabajo y extranjería atenta al

género lleva ya tiempo señalando la consolidación de esta tendencia de ajuste entre

migración y crisis de cuidados en las sociedades del Primer Mundo57.

En términos generales, Cataluña y España se han convertido en países de inmigración. En

los últimos años han visto aumentar la población inmigrante, aunque no siempre es fácil

determinar las dimensiones de este crecimiento58. El último dato con el que contamos en

este momento, el de mayo de 2006, eleva el número de extranjeros afiliados en alta

laboral a 1.850,400; 350,400 en el Régimen de Empleadas de Hogar (42,1% de aumento

con respecto al año pasado). Según el INE y otras organizaciones, antes del proceso de

normalización que se cerró en mayo de 2005, hace ahora un año, había entre 1.600.000 y

2.000.000 inmigrantes en situación irregular en España. Se presentaron entonces 690.679

solicitudes (39% de los expedientes en Régimen de Empleadas de Hogar). Se aceptaron

612.979 en el conjunto del Estado.

Según los cálculos de SOS Racismo habría unas 735.000 personas en situación irregular

en el conjunto del Estado. Otras estimaciones elevan aún más la cifra, sobre todo si

tenemos en cuenta los colectivos, entre ellos los menores, las amas de casa,

discapacitadas que no pueden trabajar, «ilegales por definición». En cualquier caso, según

esta organización, como mínimo siguen existiendo tantas personas en situación irregular

como las que se han regularizado. No olvidemos que además de ser un rasgo inscrito en

las políticas de extranjería, la informalidad es una condición cronificada en nuestros propio

mercado y cultura laboral (Gil Araujo 2006).

Si bien hay quienes enfatizan el papel de la oferta como motor del crecimiento del sector de

empleadas de hogar, lo cierto es que la demanda de cuidados es un factor atractor clave en

el crecimiento de estos servicios privados (Parella Rubio 2003a). Estas trabajadoras son las

empleadas de hogar. Según la Encuesta de Población Activa (EPA), en 2005 trabajaron un

57 Tenemos que citar aquí el estudio pionero de Gina Gallardo (1995), que por desgracia a menudo pasa

desapercibido y el importante trabajo de Laura Oso (1998) sobre jefas de hogar, así como otros más recientes que abordan el trabajo de las mujeres inmigrantes. Algunos están dedicados específicamente el empleo doméstico y últimamente de cuidados. Entre ellos cabe citar a Escrivá (2000), Colectivo IOÉ (2001), Catarino y Oso (2000), Cano (2002), Oso (2003), Parella Rubio (2003), Monteros y Vega (2004), Merletti (2004), Martínez Buján (2005) y Pla y Sánchez (2005). También las aportaciones feministas sobre el trabajo de las mujeres en España de carácter general tienen cada vez más presente la influencia de la componente étnica y basada en la extranjería en el mercado laboral.

58 De acuerdo con los datos del Padrón Municipal de enero de 2005, la población española crecía hasta superar los 44 millones de personas, más exactamente: 44.108.530. Los extranjeros representan el 8,5% de la población residente en España: 3.730.610 personas incluyendo comunitarios y extracomunitarios. La inmigración ha tenido un papel determinante en el incremento de la población residente. España ha pasado de ser uno de los países con menos porcentaje de inmigrantes, 2% de su población total en 1998, a ocupar en 2005 el cuarto lugar (8,5%). El proceso ha sido especialmente rápido. España es por séptimo año consecutivo el principal país de acogida de inmigrantes en la UE.

promedio de 682.882 personas en el servicio doméstico; más del 90% eran mujeres, más

de la mitad de nacionalidad extranjera59.

Representan, según el informe del CES (2006), el ramo más importante de personas

ocupadas de otras nacionalidades (49,6%), por delante de la hostelería (23,2%) o la

construcción (19,4%). La media lleva menos de 4 años viviendo en España. Frente a las

españolas, las trabajadoras extranjeras ven el empleo de hogar como una situación

transitoria. Proceden principalmente de países sudamericanos: el 31,5% son de Ecuador y

el 12,7% son colombianas. En los últimos años, se ha producido una

«latinoamericanización» de la inmigración, sobre todo de la femenina (Izquierdo 2003a)60.

Esta latinoamericanización se ha dejado sentir con particular fuerza en el sector del empleo

de hogar, en el que se integran las cuidadoras particulares, al menos las registradas en las

estadísticas. El 24% de las empleadas del hogar es menor de 30 años y el 21% es mayor

de 50; son más mayores que las ocupadas en general (entre estas últimas, son un 27% las

que tienen menos de 30 años y un 17% las que superan los 50) y que las españolas en

este mismo ramo (35 frente a 43 de media)61. Un 30% de las empleadas de hogar tiene

estudios primarios, frente a un 13,5% en el total de empleo femenino. Los datos arrojan, a

pesar de la temporalidad en la relación laboral, una elevada estabilidad en el empleo (el

31,3% llevan entre 1 y 3 años en el empleo actual). El 57% de las empleadas, más que en

otros sectores feminizados, trabajan a tiempo parcial (27,3% horas semanales de media).

La temporalidad les afecta más que a las nativas y realizan jornadas a tiempo completo en

mayor proporción que estas últimas (60% frente al 28%).

Según un estudio realizado por el CERES en 2006, en Cataluña el porcentaje de mujeres

extranjeras en el servicio doméstico es más bajo que en España; el 13,7% de las

trabajadoras extranjeras está en el régimen de empleados de hogar (frente al 16,9% de

España), aunque también hay grandes diferencias en función de la procedencia. El

colectivo femenino más concentrado en este sector son las filipinas: el 62% de las

mujeres filipinas de alta en la Seguridad Social en Cataluña, figura en el régimen de

empleados de hogar.

En cuanto a la informalidad del sector, la EPA en el cuarto trimestre de 2005, cifra en

710.000 las personas ocupadas como empleadas de hogar en España; 460.000 trabajaban

59 Según los datos que aportaba el Colectivo IOÉ, en el 2000, las inmigrantes representan al 11,9% de

todo el sector. Las internas son entre el 50% y el 70%, las externas fijas el 10% y las asistentas por horas el 5%.

60 En el reciente Proceso de Normalización de 2005 el 39,0% de las solicitudes presentadas corresponden tan sólo a cuatro nacionalidades latinoamericanas (Ecuador, Colombia, Bolivia y Argentina) (Martínez Buján 2005).

61 El estudio de Cano y Sánchez (2002) muestra la existencia de jóvenes –entre 20 y 35 años– de clase baja con cargas familiares que ha abandonado los estudios y recurren al empleo doméstico como

habitualmente 72 o más horas al mes, que es el umbral inferior para el nacimiento de la

obligación de cotizar en el Régimen de Empleados de Hogar. Los datos de afiliación en el

Régimen Especial de Empleados del Hogar de la Seguridad Social y en el Régimen

General en esta rama, 366.000 y 36.000 personas respectivamente, permiten hacer un

cálculo aproximado de unas 250.000 personas ocupadas sin obligación de cotizar y en

60.000 las que aun estando obligadas, no cotizan en esta rama. Tras el proceso de

normalización, la irregularidad laboral representaría, según estas aproximaciones, un

10%62. En diciembre de 2005, el balance sería de 184.000 altas de personas de

nacionalidad extranjera en el Régimen de Hogar como consecuencia del proceso, nada

menos que el 33,4 por 100 del total, una cifra posiblemente abultada en relación a las

realmente ocupadas en el sector63.

FUENTE: Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (2005)

Según un estudio de la Fundación Tomillo (1998) anterior a la normalización, muchas

afirmaban no cotizar «porque no les interesa o no les compensa». Este es el caso sobre

todo de las autóctonas, que desconocen la regulación existente o piensan que no tienen

derecho a ella (Colectivo IOE 2001; Pla y Sánchez 2004). Desde luego, el propio régimen

no es un incentivo a la afiliación64.

única opción. 62 Cataluña, pero sobre todo en Madrid, están muy por encima en las afiliaciones en este régimen

especial. Entre 2004 y 2005, la media anual en miles ha pasado de 50,6 a 78,5 y de 34,5 a 56,4 respectivamente. http://www.mtas.es/estadisticas/ANUARIO2005/AFI/index.htm

63 En Cataluña, el número de mujeres dadas de alta en la Seguridad Social (47.790, 42,49%) ha sido inferior al de Madrid (69.847, 53,42%), hecho que sucede a la inversa en el caso de los hombres (63.858, 57,50% en Cataluña 60.878, 46,56% en Madrid). http://www.mtas.es/balance/pagina6.htm

64 La acción protectora es muy limitada; aunque la falta de cobertura de contingencias profesionales o de la protección por maternidad se han ido eliminando, aún subsisten diferencias no desdeñables como la existencia de una única base de cotización, la no contribución por la contingencia de desempleo ni —por tanto— la opción a la protección en ese caso, así como la carencia de 22 días para acceder a las prestaciones de incapacidad temporal. En el caso de las extranjeras, ese posible efecto disuasorio quedaría anulado al ser la afiliación un requisito para mantener los permisos de trabajo y residencia. Lo que finalmente ocurre es que las mujeres se afilian pagando ellas mismas las cotizaciones.

El siguiente cuadro, extraído del Boletín estadístico de extranjería e inmigración realizado

por el Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales (2005) da una idea de la presencia

femenina en el empleo de hogar en la provincia de Barcelona al término de 2005.

Cabe destacar la concentración de mujeres que consiguieron regularizar su situación en

la provincia de Barcelona, así como el volumen de quienes se «normalizaron» como

empleadas de hogar fijas (15.085) y discontinuas (17.208). En definitiva, nos hallamos ante

un sector, el de las particulares, en proceso de crecimiento ante una progresiva etnización

del mismo que según las políticas de extranjería del momento tiende, de una parte, a salir a

la superficie, pero, de otra, a establecer una frontera en adelante más infranqueable entre

la regularidad y la irregularidad.

4. Domésticas y/o cuidadoras, hogares y domicilios

Entre estas trabajadoras, a pesar del énfasis que a menudo se pone en una concepción

restrictiva del servicio doméstico, hay muchas cuidadoras. Algunas son contratadas para

cuidar, otras para combinar tareas domésticas y cuidados y otras prestan cuidados no

reconocidos como tales al desarrollar tareas de atención al domicilio65.

65 Esta cuestión, que Monteros y yo detectamos en una investigación anterior, merece especial atención

y pone de manifiesto la complejidad que en ocasiones presenta el servicio doméstico. Las tareas de casa son, casi siempre, tareas de cuidado: atención a al domicilio y atención directa o indirecta a los que lo habitan. Para ilustrar este punto valga este testimonio, que no es de una interna sino de una asistenta. «La señora que se va de viaje me aburre, porque se pone a hablar y tengo que hacer la casa. Todas las paredes están llenas de cuadros, y por donde usted va hay plata, y tengo que brillar en 4 horas toda la plata, aspirar, fregar el piso, hacer los baños. Y ella habla y habla, y va detrás de mí contándome cosas. ¿Y cómo voy a mirarla? (…) Ella me dice, «Magda, tu eres muy especial porque me escuchas y me aconsejas». Tiene problemas con su nuera y yo le dije un día,«mire, para que usted no tenga más problemas con su nuera, no la visite y ya está». Luego me dice, «tienes razón». Cosas así. (…) yo le digo, «Ay, Doña Carmen, yo la escucho pero con los oídos». Porque me dijo ella, «Pero Magda, te estoy hablando, mírame», y yo bien agobiada (…) «vale, yo la voy a mirar, pero ya van a ser las 2 de la tarde, no me vaya a empezar a dar palmaditas». Porque ella me da

Tal y como observa Martínez Buján (2005), las mujeres extranjeras ocupadas en el cuidado

de mayores lo hacen principalmente como empleadas en hogares privados, algo que no

sucede en la misma medida en los países de la Europa continental y nórdica. Pocas son las

que desempeñan tareas de cuidado de forma profesional en el ámbito de la salud y los

servicios sociales que proporciona el Estado del Bienestar. De hecho, como veremos en el

capítulo 4, cuando salen de casa estas tareas dejan de considerarse «de cuidado», más

vinculado a la intensidad, la permanencia, el domicilio y la afectividad, y se transforman en

«atención». De hecho, cuando las asalariadas de los servicios sociales subcontratados

entran en casa, ésta deja de llamarse hogar para concebirse como domicilio, modificación

que nos da una idea de los mundos de referencia tan distintos que operan en un mismo

espacio. «El escaso desarrollo de los servicios sociales en Europa del Sur -recuerda

Martínez Buján- genera que estas ocupaciones sean afrontadas de manera “privada” entre

la familia empleadora y la persona empleada» (2005, pág.14). En cualquier caso, no

sabemos cuántas empleadas de hogar son cuidadoras, aunque según un estudio del

IMSERSO (2004) citado por Martínez Buján (2005), se estima que el 40% de las

cuidadoras de mayores contratadas en el hogar son extranjeras y esta cifra se eleva a

81,3% en el caso de las internas. Existe además una segmentación adicional entre

extranjeras y autóctonas, este mismo estudio estima que el 80% de las cuidadoras por

horas son autóctonas, cifra que me parece excesivamente abultada a tenor de las

entrevistas que he tenido ocasión de realizar.

En cualquier caso, pareciera que sus tareas poco tienen que ver con las que realizan otras

trabajadoras de la atención en entornos públicos. Agrupadas por las modalidades de

contratación, la composición de clase de las trabajadoras, las vías de contratación, etc.

aparecen invariablemente agrupadas con el trabajo doméstico, es decir, de atención sobre

el domicilio. Además de restaurar la relación en el análisis entre cuidados asalariados y

familiares, este estudio pretende restaurar el vínculo entre cuidados particulares y públicos

(domiciliarios y extradomiciliarios), tanto en lo que se refiere al contenido esencial de la

actividad como a la movilidad de los sujetos entre unos y otros contextos y regímenes.

palmaditas «Magda, ya va a hacer las dos». (…) La señora me quiere harto. (…) Me dijo, «¿puedo darte un abrazo?» «¿Por qué?» le dije, «porque te quiero». «Porque tú haces cosas que ni mis hijos hacen». Un día estaba enferma y me llamó, tenía un catarro y yo me fui por la tarde y me llevé dos naranjas de aquí y miel, y le hice como un jarabe que se hace en Colombia. Y le dije, «venga a tomarse este jarabe». «No, no me gusta la miel».«No señorita, se lo tiene que tomar". Y se lo hice tomar, y le dejé el jarabe hecho y le dije, "vea, por la noche se lo calienta y toma y por la mañana, más, y yo ya vengo el viernes y le hago más jarabe. Y se lo toma, Doña Carmen, no lo vaya a tirar». Y por la noche le llamé, «Doña Carmen, acuérdese, tómese el jarabito». Y eso es porque me nace, y me da pena ella solita en esa casa. Ella me dijo, «Magda, eso nunca se me va a olvidar, usted estaba pendiente» (2004). Esta situación se acentúa cuando se asiste a personas mayores.

Pero volviendo a la articulación entre los servicios con base en el hogar y su ajuste con la

fuerza de trabajo inmigrante femenina, es evidente que ésta se encuentran en expansión.

La contratación de una mujer para cuidar en casa constituye una estrategias de

conciliación, un modo de salir o al menos esquivar la crisis de los cuidados. Según observa

el CES (2006), esta rama de actividad invirtió en 1994 su anterior tendencia decreciente y,

desde entonces, ha ido creciendo gradualmente a un ritmo mayor que el de las ocupadas

en el conjunto de los sectores.

Tal y como se explica en el estudio realizado por el Colectivo IOÉ (2001), la demanda de

trabajadoras extranjeras se incrementa en la década de 1990. Se trata de una demanda

urbana, algo más de la mitad radica en Cataluña, Madrid y Andalucía. Se trata

mayoritariamente de parejas con niños, con estudios superiores y viviendas de mayor

superficie. Estos hogares realizan poco trabajo doméstico y hacen una utilización intensiva

del servicio doméstico (Monteros y Vega 2004). También en este grupo, como revelan las

entrevistas realizadas en este estudio en la provincia de Barcelona, se encuentran muchas

mujeres y parejas de mayores receptoras de servicios intensivos; los célebres «24/7».

Destacan las mujeres solas que tras varias recaídas necesitan, aunque no suelen ser ellas

las que los reclaman, cuidados intensivos. Sólo entonces los familiares, especialmente las

hijas se plantean el célebre dilema entre el internamiento o el domicilio. La decisión

dependerá, evidentemente, de muchos factores, entre ellos la importancia que sigue

teniendo, sobre todo entre las personas mayores, una cultura del cuidado que rechaza la

institucionalización y el desarraigo. La concepción que tienen muchos mayores de que «en

ningún sitio como en casa» se ajusta como anillo al dedo con la baja cobertura de los

servicios públicos y la estratificación que propugna la política de extranjería.

Esta cultura del cuidado en casa y por la familia produce las tensiones y chantajes afectivos

a los que nos hemos referido en otras partes del texto. En algunos casos, en los hogares y

familias con mayor poder adquisitivo, estos servicios son realizados por dos, incluso más

mujeres66. Tal y como sucede en el siguiente caso, puede darse cita en el domicilio el

servicio clásico «de toda la vida» –jóvenes autóctonas sin estudios, mujeres en la

cincuentena que han trabajado en la misma casa toda la vida– y otras inmigrantes, más

jóvenes y formadas, que se integran como particulares modificando la composición de

clase, edad, origen, etnicidad, formación y, claro, subjetividad en el servicio67.

66 Tal y como explican algunas mediadoras en organizaciones con bolsas de empleo para particulares,

Mujeres Latinas sin Fronteras y el Lloc de la Dona en Barcelona, los servicios internos anulan la vida social y personal de la trabajadora inmigrante, además de estár infrapagados.

67 Aunque no todas son jóvenes y formadas. También existe un importante colectivo de mujeres más mayores, abuelas reagrupadas, que apoyan a los familiares y realizan servicios como externas o por horas.

A mi me cuidan 4. Por la mañana tengo una chica que la tengo desde hace 14

años. Es una muchacha de servicio, pero me hace cosas (…). Por la tarde viene

una, la Lucía, se va a la 13.30 y yo hasta las seis estoy sola y tengo miedo (…).

Estando sola me pongo nerviosa, por eso viene ésta. La Lourdes viene por la

noche, cuando se va ella. Y después, sábado y domingo viene otra porque ellas no

quieren. Una señora de la misma escalera que mi prima. Claro, la obligación de

Lucy es de lunes a viernes, y el sábado y domingo no se trabaja. Era distinto hace

13 años (…) Tenía una chica fija en casa y se iba el domingo por la tarde, después

de comer, pero sólo 4 horas. (…). Era otro tipo de trabajo.

(…) Ella, Lourdes, la única extranjera, es la que me habla más. Me gusta más

hablar con ella que con las otras. Son buenas chicas, pero no tienen educación

ninguna (PAC 21).

En las categorías de externas y por horas siguen abundando las trabajadoras autóctonas,

aunque la tendencia apunta a una sustitución progresiva. Lo que sí se confirma es el

empleo intensivo de las inmigrantes: más horas de trabajo, peores salarios y peores

condiciones. La falta de derechos asociada al régimen especial de empleados de hogar ha

contribuido a que la afiliación a la Seguridad Social fuera limitada entre las autóctonas,

hecho que ha cambiando con la llegada de las inmigrantes, que aspiran a una relación

laboral formalizada para poder así renovar el permiso de trabajo y, entre las que ya han

decidido culminar su vida laboral en este sector, para obtener la jubilación.

Si hace 30 años eran los hogares acomodados los que reclamaban a las jóvenes rurales

como empleadas de casa, hoy son los hogares de clase media con «doble carrera» y

valores igualitaristas los que solicitan «ayuda», ya sea para cuidar a sus niños, hacer o

repasar sus casas o atender el hogar o los cuidados de sus progenitores (Parella Rubio

2003a; Monteros y Vega 2004). Si los primeros demandaban estos servicios como una

manifestación de su estatus social, hecho que por cierto sigue dándose, los segundos lo

hacen, muchas veces disculpándose, como una exigencia cotidiana producto de una

negociación de genero sin resolver y, en el caso de las mujeres autóctonas, como un modo

de defender la propia carrera (Colectivo IOE 2001; Monteros y Vega 2004). La nueva

demanda de servicio doméstico no enfatiza la demostración de status de puertas a fuera

sino el rechazo que hombres y mujeres sienten hacia las labores «sucias» (Anderson

2000), que procuran transferir al servicio (Catarino y Oso 2000; Parella Rubio 2003a).

El cuidado de los ancianos sigue muchas veces este patrón, que establece marcadas

diferencias entre lo que los familiares retienen (visitas, gestiones, paseos, consultas, etc.) y

externalizan (higienes, alimentación, movilidad y tareas del día a día). En la medida en que

las carreras femeninas autóctonas siguen siendo subalternas, no nos hallamos ante el final

del modelo del varón proveedor. La nueva división sexual y étnica del trabajo reproductivo

vuelve a habilitar, aunque bajo otras claves, la desigualdad femenina, las diferencias en el

colectivo femenino y la importancia del neoservilismo en casa (Salazar Parreñas 2001;

Cheng 2004; Sassen 2003; Monteros y Vega 2004).

5. Fórmulas de etnoestratificación

En la introducción, hemos aludido al enfoque del cuidado social para poner de manifiesto la

diversidad de espacios, marcos normativos, relaciones y sujetos que hoy intervienen en la

atención. Me gustaría esbozar brevemente a continuación la estratificación de los cuidados

ante la que nos hallamos. El ajuste entre «lugares» y sujetos en el cuidado crea posiciones

diferenciadas en cuanto a la regulación, los derechos y el valor social. Estas posiciones

jerarquizadas presentan grados de cierre que pueden llegar a ser totales. Los papeles y la

titulación y su homologación, aunque también las redes, las estrategias migratorias y de

conciliación, o las propias preferencias laborales pueden interaccionar en el tránsito de las

mujeres entre los distintos segmentos: (cuidados familiares no asalariados, familiares

asalariados), trabajo doméstico, cuidados particulares en el hogar, atención en centros de

día y residencias, atención domiciliaria, teleasistencia (y atención del voluntariado). El paso

del cuidado particular a la contratación en servicios externos mediante empresas pasa por

una conjunción de «papeles» y formación, aunque la barrera, como siempre, es porosa.

Además del género existen otros ejes en torno a los que se estructuran estas posiciones,

que son laborales, pero también sociales en un sentido más amplio. Estos ejes no son

datos, instrucciones para interpretar la realidad social. Son, por el contrario, elementos

(re)producidos en la acción y, en este sentido, intervenidos y remodelados por los propios

sujetos. Si, como explica Moulier-Boutang (2006), la extranjería «pone una brida» al

trabajo, éste se revuelven intentando ampliar el margen de movimiento y reclamando

mayores cotas de autonomía.

Pero, ¿qué ejes atraviesan hoy las posiciones en el cuidado? En primer lugar, resulta obvio

decirlo, el género y la clase. No es ninguna novedad. Las asalariadas del cuidado siempre

han sido pobres y mujeres. Además, su trabajo está impregnado de la cultura familista que

lo concibe no como un trabajo, a pesar de percibirse un salario, sino como una obligación.

Aunque Himmelweit tenga mucha razón en su crítica a las constricciones teóricas que

impone la categoría “trabajo”, adoptada en muchas ocasiones en forma acrítica por el

feminismo occidental, cuando se utiliza para pensar lo que hacemos en casa por los que

queremos. Con ella o con la idea hegemónica del “trabajo” corremos el riesgo de perder «la

habilidad de dar valor a los aspectos personales y relacionales de buena parte de la

actividad doméstica» (1995, pág. 2), por no hablar de otros riesgos etnocentristas, que aquí

apenas abordaré.

En segundo lugar, otro de los ejes que ordena y jerarquiza el cuidado social es la propia

relación de extranjería y las identidades que se genera: ciudadanos, inmigrantes,

extranjeros (extra)comunitarios, residentes, refugiados, residentes con permiso de trabajo,

irregulares, irregulares sobrevenidos, arraigados, reagrupados, etc. (Santamaría 1999;

Delgado 2002; Gutiérrez 2001; Gil Araujo 2004; Gil Araujo y Vega 2003). Las cuidadoras a

menudo han sido inmigrantes en la medida en que este trabajo era poco valorado por la

sociedad. La extranjería, como política relativamente reciente de demarcación del Estado-

nación, aparece además en conexión con dos despliegues fundamentales de la alteridad

moderna: la racialización, también en sus derivas culturalistas, y el origen nacional, la

relación no ya entre nacionales y extranjeros, sino entre los distintos nacionales y los

distintos extranjeros; entre los nacionales de sangre y los nacionales naturalizables; entre

los nacionales auténticos y los sobrevenidos, interpelados o no como tales según su lugar

de origen; entre los autodesignados y los heterodesignados. La “prioridad nacional”, los

contingentes, los acuerdos bilaterales, las exenciones de visados o los permisos en

sectores determinados constituyen, como sucede con el empleo doméstico, expresiones

legales de una discriminación vehiculada por el Estado-nación. La concepción que vincula

la nación al territorio, y éste al origen se enfrenta además, en el caso de Cataluña, a los

dilemas añadidos de cómo o sobre qué bases pensar hoy la identidad catalana. De hecho,

las estratificaciones, se entrecruzan con proyecciones de una «comunidad imaginada»

(Anderson 2000) a menudo asociada a los valores de la burguesía catalana y a una

identidad que a pesar de los discursos multiculturales permanece fuertemente anclada al

nacimiento y la homogeneidad cultural. En la medida en que la extranjería sigue siendo una

competencia estatal, la crítica a la articulación de las desigualdades étnicas, de género,

clase y origen, sin ir más lejos en la definición femenina, migrante y precaria de los

cuidados particulares, permanece convenientemente a resguardo frente a las críticas que

se plantean en el frente jurídico estatal. La política de no intervención en el mercado

particular, que como nos recuerdan algunos autores no se limita a no exigir la modificación

del Régimen de Empleadas de Hogar, contribuye a que las condiciones laborales acaben

siempre descansando en las bondades individuales. Tal y como explica una empleada de

hogar en relación al salario, «la pregunta no es ‘¿qué puedo pagar?’, sino ‘¿qué se está

pagando?’» (Monteros y Vega 2004).

Los empresarios y particulares, a quienes en realidad beneficia esta política de

precarización legal que afecta al empleo en los hogares, cuentan con una población laboral

en el alambre, embridada a ocuparse en los segmentos más devaluados. Recordaré, en

este sentido, algunas características de la inserción laboral de los inmigrantes no

comunitarios: (1) tasa de actividad superior a la de los autóctonos, fuerte empuje a pesar de

las constricciones a la movilidad laboral, el ahorro y la disponibilidad (la tasa de ocupación

de las inmigrantes es del 43,3%, frente al 38,5% de las nativas), (2) tasa de paro inferior;

(3) fuerte contribución a las arcas del Estado; en los últimos años se ha disparado el

número de autónomos (16,42% frente al conjunto de trabajadores por cuenta propia,

2,52%); (4) la concentración en núcleos urbanos con sectores económicos intensivos en

mano de obra, apenas siete sectores (entre los que figura el sector doméstico); (5) se

concentran en puestos poco cualificados; (6) presentan mayores índices de temporalidad,

etc. (Cachón 2002; Albarracín 2006).

Además, las limitaciones normativas que determinan la etnoestratificación68 se convierten

en un recurso para ejercer una presión a la baja con argumentos xenófobos o de otro tipo

en las condiciones generales del trabajo, generando de paso divisiones entre los

trabajadores. Se trata de la «paradoja de la necesidad del inmigrante indeseado», al que se

demanda para situar en una posición subordinada (Abad, citado en Zaguirre 2004, pág.18).

Tal y como explica Macklin (1998), la cuidadora particular, la empleada de hogar en

general, ocupa un lugar social paradójico: dentro de la nación pero fuera de la ciudadanía,

dentro del hogar pero fuera de la familia. Capitalismo, racismo y sexismos acaban

retroalimentándose en la perpetuación de las identidades sociales, aunque no siempre

acertemos a comprender sus imbricaciones. Wallerstein ha descrito este juego entre

inclusión y exclusión, cuya salida acaba no es otra más que la inclusión subalterna.

«Para Wallerstein, el racismo jerarquizante o desigualitarista es parte de la

ideología que sostiene al sistema capitalista. El capitalismo para sustentarse divide

a la humanidad en subespecies, jerarquizables en base al sistema productivo. Y

emplea categorizaciones raciales, nacionales y sexuales para diferenciar entre

grupos de trabajadores, dividiendo la mano de obra y permitiendo la

superexplotación de algunos de ellos. La etnificación de la mano de obra y el

racismo dentro del proceso de acumulación capitalista se relaciona directamente

con la regulación y asignación de la mano de obra dentro del mercado de trabajo

(Ibíd., pág.32). Siguiendo esta línea, cabe señalar que un sistema capitalista en

expansión necesita toda la fuerza de trabajo que pueda encontrar. Pero, para

68 El término etnoestratificación, tal y como explica Sánchez Garrido (2003), que convive junto a otros

como división étnica del trabajo (Martínez Veiga, 1997) o segmentación racial del mercado laboral, alude a la exitencia de determinados sectores laborales, con condiciones laborales inferiores, solo para extranjeros. Entre estos sectores destaca el servicio doméstico. La preferencia por los extranjeros en estos sectores, previamente devaluados o tradicionalmente devaluados como sucede con el empleo de hogar, se explica en la medida en que el empresario reduce los costes y gana en

maximizar la acumulación de capital es necesario, simultáneamente, minimizar el

costo de producción (es decir, los costos de la mano de obra, entre otros) y el costo

de la inestabilidad política. En esa situación el racismo es la formula que satisface

ambas necesidades, permitiendo el abaratamiento de la mano de obra y

justificándolo ideológicamente». (Gimeno Giménez y Maguemati Wabgou 2000,

pág.14)

Existe, así pues, un «marco constitucional de la discriminación, previo a las posibles

discriminaciones concretas de que pueden ser objeto los inmigrantes en la asignación de

puestos y condiciones de trabajo» (Cachón 1995, pág.11). La extranjería genera un tipo

específico de trabajadora precaria administrativamente determinada. Tal y como denuncia

SOS Racismo (2006) ,

La fragilidad sociolaboral que supone todo el sistema de permisos diseñado por la

normativa de extranjería. La obligación de disponer de un permiso para trabajar,

que a su vez condiciona el permiso de residencia. La obligación de renovarlo y la

obligación de completar un determinado número de cotizaciones y continuar

trabajando o disponer de un nuevo contrato para hacerlo. El hecho de que no

cualquier trabajo permite acceder al permiso de trabajo. El hecho de que el primer

permiso de trabajo tenga limitación geográfica y limitación profesional. El hecho de

que hasta tener el segundo permiso no se pueda abordar la reagrupación con la

familia, y la necesidad de disponer de medios económicos y vivienda suficiente

para hacerlo. Es un sistema que está construyendo un tipo de trabajador o

trabajadora, administrativa y laboralmente precario.

La existencia de este marco consagra la discriminación y refuerza las percepciones y

autopercepciones etnizadas de los trabajadores. Las inmigrantes en los servicios –

construidas en torno a una categoría a caballo entre la procedencia y la raza– acaban de

uno u otro modo siendo «sirvientas» y reproduciendo el lugar social que les ha sido

asignado. Muchas cuidadoras, a pesar de valorar con insistencia su trabajo, resienten esta

identificación inmediata como cuidadoras domésticas, un sector que coinciden en tachar de

invisible y poco apreciado. Muchas hablan de sí mismas como llevando un cartel de

extranjeras y/o empleadas domésticas en la frente, algo que equivale a decir, sin formación,

encerrada en casa, sacrificada, en tareas de baja consideración, etc. (Monteros y Vega

2004)69.

productividad. 69 En el curso de las entrevistas no había apreciado verdaderamente el alcance de esta interpelación. Sí,

el trabajo doméstico y de cuidados y quienes lo realizan no son valoradas, ni siquiera cuando trabajan fuera del espacio doméstico. Un día paseando con dos mujeres a las que entrevisté me encontré a un conocido y se lo presenté «aquí fulanito, aquí dos compañeras que han participado en este estudio,

La idea inicial de este estudio no era hablar de los cuidados en todos los ámbitos

asalariados en los que se realiza, del tránsito entre todos ellos, sino únicamente de

aquellos realizados por mujeres inmigrantes para particulares con base en el hogar, de

aquellos dirigidos específicamente a personas mayores y contratados por ellas mismas o,

como ocurre habitualmente, por sus familiares más inmediatos: sus hijas. De todas las

situaciones asalariadas ésta es la más desprotegida. Desprotegida por los regímenes

institucionales que la regulan: el RD 1424/85 y la Ley de Extranjería, por el aislamiento en

el que se practica, por los sesgos sexistas, clasistas y servilistas, familistas y racistas que

conforman la cultura hegemónica del cuidado y del propio mercado laboral, por la falta de

compromiso de las organizaciones sociales en su visibilización y defensa y por la

ambigüedad de la relación laboral y afectiva en la que se juega. Todo esto, como ya

veíamos en un estudio anterior (Monteros y Vega 2004), confabula en detrimento de las

trabajadoras, que acaban ocupando, junto a las asalariadas del sexo, un escalafón

especialmente explotado y poco valorado, algo que evidentemente repercute en la calidad

de los cuidados.

Pronto advertí que las mujeres inmigrantes en el cuidado se encuentran repartidas en

distintos lugares, algunos más complejos de lo que permite suponer una primera

aproximación, y que acaso el tránsito entre estos lugares o algunos de ellos y todo lo que

conlleva en cuanto a sus modalidades, prácticas, sistemas de valor, contenidos, formación,

códigos, etc. podía ser un buen lugar desde el que reflexionar acerca de los cambios en el

cuidado. Vuelvo así a situar en el punto de mira la conexión entre los lugares y sujetos que

cuidan y reciben cuidados. Uno de los rasgos más interesantes en la organización del

cuidado desde la perspectiva del cambio social es el desplazamiento que muchas

inmigrantes protagonizan desde los cuidados asalariados particulares hacia aquellos que

se realizan teniendo a administraciones y empresas como intermediarias. Se trata del

tránsito entre los ámbitos más informales70 y por extensión cualitativamente personales del

dos cuidadoras». Me di cuenta, ya tarde, del error que acababa de cometer. Ser identificada como empleada de cuidado en el hogar sigue siendo un estigma identitario difícil de sacudirse. Equivale a decir lo que muchas mayores bienintencionadas repiten a sus cuidadoras, «nena, si vos valés para más que para hacer este trabajo».

70 Utilizo la idea de informalidad en un sentido amplio: ausencia de regulación laboral o, como sucede con las empleadas domésticas, regulación laxa.. A menudo la informalidad se solapa con la precariedad. Existe habitualmente una interpenetración entre formalidad e informalidad. En los cuidados particulares puede existir contrato pero la negociación sobre vacaciones, permisos, pagas, es discrecional. Esto es particularmente relevante para las inmigrantes que si bien ocupan lugares de informalidad, necesitan formalizar su situación laboral, hecho que no siempre se traduce en una mejora. Hoy, la batalla contra la informalidad se está resolviendo por medio de una degradación de la protección socia! La última reforma laboral, bajo la éjida de reducir los contratos temporales, apunta en este dirección. Existen, además, elementos formales o codificados en la informalidad; costumbres o formas de hacer las cosas que se generan en la interacción. Cano y Sánchez (2002) describen este tipo de dinámicas en el contexto de las redes barriales para el empleo doméstico: «las normas y recomendaciones establecidas por ella se convierten en una referencia clara, que crea una regulación

cuidado, y los que se realizan bajo esquemas más formales, aunque la formalidad

(precaria, atípica) no sea una garantía automática de mejora.

En el interior de estos lugares existen diferencias notables: trabajar a domicilio, en centros

de día o en residencias, entraña disparidades importantes en la forma de cuidar. La

definición actual de un ámbito propiamente sociosanitario busca dignificar e integrar los

aspectos relativos a la salud, el entorno social, psicológico y lo que se ha definido como

atención a las personas. Me interesó en particular la estratificación y movilidad entre los

cuidados particulares y la atención domiciliaria. ¿Por qué? Pues porque ambos se realizan

en el espacio doméstico, porque establecen relaciones individualizadas –entre la cuidadora,

la cuidada y la familia–, personalizadas y negociadas (algo menos intenso en los contextos

institucionales o institucionalizados), porque a pesar de la similitud en el contenido de la

actividad –higienes, acompañamientos, medicación, movilidad, etc.–, que no en su

duración, representan dos formas distintas de entenderla, realizarla y recibirla; porque

plantean dos modalidades de penetración de los códigos institucionales, mercantiles y

formativos en el espacio privado, especialmente a medida que avanza en Cataluña la

concepción sociosanitaria de los servicios; porque existe una estratificación étnica entre los

mismos que se despliega en el trabajo y en los discursos sobre los trabajos y sus sujetos,

etc. Aunque en ambos casos la actividad se lleva a cabo en el domicilio, el sentido de la

misma varía. Trabajar en uno o en otro, al igual que trabajar en centros o en casas71,

conlleva algunas similitudes pero también muchas diferencias.

Así pues, las reflexiones centrales que aquí pretendo esbozar se refieren a la

caracterización de los discursos que rodean estos lugares desde el punto de vista de la

trabajadora, aunque también, en un segundo plano, desde el de las destinatarias, familiares

e intermediarias. La atención está aquí puesta en el domicilio como palanca de conexión.

Hablaré, así pues, del SAD (Servicio de Atención Domiciliario) y del empleo particular en

sus implicaciones de género, raza y situación de extranjería.

informal y una idea de lo que es justo o no. La falta de adaptación y lejanía de la regulación legal es sustituida por la intervención de un organismo intermedio, vinculado claramente a las redes sociales del barrio, que genera ‘reglas de juego’. Lo que abre espacio a la posibilidad de dignificar las condiciones laborales de estas empleadas y otros aspectos de su vida social» (pág. 16).

71 De hecho, el tránsito más común para las trabajadoras se produce desde los servicios particulares a las residencias como auxiliares de geriatría, ya que los servicios domiciliarios no pueden, hoy por hoy, compararse en volumen de prestación o contratación. Tampoco el perfil de los usuarios es generalmente el mismo, aunque esto está empezando a cambiar con los sistemas de copago. Hasta ahora, la atención domiciliaria pública ha asistido a personas con pocos recursos, mientras que los servicios particulares eran contratados por personas con un nivel adquisitivo más alto. La presión a la baja de los salarios en estos últimos, unida a la acuciante necesidad, y la implicación económica de los demandantes en los primeros hace que estos sectores en principio alejados en lo que se refiere a intensidad horaria del servicio, el poder adquisitivo de los usuarios, el estado físico de los mismos, la existencia de otros cuidadores, los derechos laborales, etc. se aproximen. La posibilidad, por ejemplo, de que los hijos se junten para completar la pensión y contraten a una empleada hace que se empiece a generalizar esta alternativa al temido internamiento. Cabe prever que la Ley de Autonomía

6. Espacios sociales del cuidado migrante: particulares y

suplentes

Pero antes de adentrarme en esta cuestión, veamos algunos rasgos generales de estos

segmentos del cuidado asalariado. El presente cuadro, elaborado por Parella Rubio

(2003a) permite visualizar los vínculos/lugares laborales desde los que se prestan servicios

de proximidad: (1) empresas (con financiación pública o privada) y (2) particulares (con o

sin intermediación; en régimen interno o externo).

Segmentación de los servicios de proximidad

Empresas no intermediarias con financiación pública

Empresas no intermediarias sin financiación pública

A través de empresas intermediarias

Servicio doméstico tradicional externo

(«fijas» y «asistentas por horas»

Por «cuenta propia»

Servicio doméstico tradicional interno

FUENTE: Parella Rubio (2003a), pág. 484.

Los testimonios contribuyen a revelan sus condiciones y transiciones entre estos lugares.

Además de la modalidad en la inserción laboral, me gustaría enfatizar cómo estos estratos

conforman espacios y prácticas diferenciadas. Dejo aquí de lado el trabajo en residencias y

geriátricos para centrarme en las relaciones y/o entornos en los que domina el trabajo “en

casa” particular e individualizado.

a. Particulares en casa

Se trata de servicios de 24 horas («internas»), nocturnos, externos de jornada completa o

casi completa, de fines de semana, vacacionales, estancias hospitalarias e incluso por

horas (frecuentemente paseos o acompañamiento al médico o a la compra), aunque esto

último es menos frecuente. Mientras que los primeros son una alternativa conciliadora a las

residencias72, los de horario más reducido equivaldrían a una atención domiciliaria de pago.

Personal acelere este proceso. 72 Las residencias vienen a costar entre 1.500 y 2.400 € mensuales. Las religiosas pueden costar 800 o

900 pero tienen cola. Esto hace preveer un aumento de la demanda de servicios particulares.

Introducir, como explicamos en el capítulo 1, a la cuidadora en casa es una estrategia

adaptativa en la progresión del envejecimiento. De modo que los servicios parciales son

cada vez más aceptados por los familiares responsables del cuidado. Aunque la divisoria

entre internas y externas es importante, hay que llamar la atención sobre la diversidad de

situaciones en las que se cuida como externa y la intensidad afectiva que entrañan.

Cuando las mujeres cuidan como externas, bien porque tiene familiares, bien porque han

buscado esta situación, difícilmente pasarán a ser internas y esto implica que si existe un

vínculo afectivo, la persona cuidada o empleadora habrá de decidir si contrata a otra(s)

persona(s) o acude a una residencia. Las externas representan un grupo importante con

dos perfiles. En el primero se compagina con cuidados familiares o con otras asalariadas.

Este es el caso, por ejemplo, de las trabajadoras nocturnas. La hija está pendiente o

incluso cuida de forma intensiva, algunas trabajan de forma flexible en negocios familiares y

acuden a una empleada para compaginar sus actividades.

La hija está durante el día, pero en la noche ella tiene su casa con su esposo y voy

yo a dormir. Si me despierta pues me habla, si tiene picores o se le mueve la

compresa y se le escapa el pipi, la humedad, yo la cambio. Le quito la compresa, le

pongo una nueva porque ella ya no siente para poder ir al baño, se hace pipi y caca

en el pañal (…) yo entro a las 11 de la noche y ella se va, vuelve a las 8.30 y yo

salgo y me voy a donde la otra yaya, que tiene 89 años, pero ella sale, me ha

buscado para caminar (CPI 3).

El segundo es el de las ancianas que aún no necesitan cuidados constante, aunque sí

regulares.

Yo también cuido a una señora a una señora de 85 años. Ella tiene dos hijos y vive

solita, pero no le gusta dormir sola, entonces me voy a acompañarla. Así mismo, es

muy buena persona y uno se encariña mucho. Y cuando la dejo malita, muy

enfermita, uno empieza a sentirse mal también y empieza a sufrir por ellos. Ella

estuvo mal y estuvo ingresada en el Hospital de Barcelona. Ahí estuve con ella

todas las noches. Ella se ha enseñado conmigo (CPI 4).

La duración del servicio es un elemento fundamental en las actitudes hacia el trabajo y la

relación entre cuidadoras y cuidadas, aunque pueden darse relaciones de gran intensidad

emocional con ancianas para las que se lleva tiempo trabajando en servicios externos de

tiempo parcial.

Las internas y algunas externas fijas realizan, además, tareas domésticas (84,4% según el

estudio del IMSERSO del 2004, citado por Martínez Buján 2005), aunque casi todas sitúan

el cuidado en el centro de su actividad. Son, como explica esta investigadora, «chicas para

todo», aunque las entrevistadas en este estudio, centrado en los cuidados a mayores,

apuntan a una autodefinición mucho más centrada en su papel de cuidadoras y la

insistencia en el valor de su trabajo de atención personal73. La intensidad de los cuidados

que requieren algunos ancianos hace que este trabajo cobre una gran importancia. En el

caso de las externas todo depende del estado de salud de la anciana.

Si en un domicilio coinciden varias trabajadoras es común que además de la asistenta «de

toda la vida» (o de la cuidadora familiar), exista una cuidadora especializada y con

dedicación exclusiva. En el caso de las internas, la carga fundamental suele ser el cuidado,

aunque el peso que tengan las tareas –en cuanto a su dedicación, control, modos de hacer,

etc.– dependen en gran medida del grado de salud de la destinataria y, en segundo lugar,

de si se realizan para una mujer o para un hombre74.

El colectivo de las cuidadoras particulares de ancianos, internas y externas, es claramente

migrante75. Así como entre las asistentas encontramos a mujeres autóctonas, muchas

inmigrantes interiores, entre las cuidadoras particulares resulta cada vez menos común, a

no ser que existan vínculos familiares o incluso vecinales. Las externas completan sus

trabajos, incluso a las 24 horas en el caso de las que realizan servicios nocturnos76.

En el momento en el que realicé el presente estudio, el salario oscila entre los 600 € y los

800 €. Las trabajadoras nocturnas perciben entre 30 € y 60 € por noche, aunque algunas

de las entrevistadas perciben 500 € por los 30 días que tiene el mes. Las asistentas del

cuidado pueden cobrar entre 6 € y 10 € la hora. Tampoco, como vemos, existe en el

mercado informal una mayor valoración del cuidado con respecto al servicio doméstico.

73 Es posible que el entidad que ha cobrado en la provincia de Barcelona la formación de auxiliar de

geriatría, como salida al empleo informal ofertada por muchas asociaciones, haya contribuido a esta identificación en el trabajo propiamente de cuidado.

74 Esto ya lo vimos en una investigación anterior: las diferencias en el control del trabajo y la trabajadora que ejercen las ancianas solas que contratan tareas domésticas y las parejas o personas solas más jóvenes (Monteros y Vega 2004). Las internas que trabajan en domicilios masculinos «llevan la casa» de un modo mucho más autónomo, mientras que las que trabajan para mujeres, a no ser que se dedique en exclusiva al cuidado por motivos de salud, están sometidas a mayores niveles de control.

75 Tal y como señala Martínez Buján en su investigación doctoral para la que ha entrevistado a empleadas en las comunidades autónomas de Galicia y Navarra, «La contratación de una inmigrante únicamente se ha realizado en el momento en que no se ha encontrado a una persona nativa que quisiese desempeñar este trabajo. En las propias organizaciones no gubernamentales informaban a las familias interesadas de que no había mujeres nativas dispuestas a trabajar y menos de ‘internas’» (2005, pág.11). Según lo que nos han contado las mediadoras en las bolsas de empleo a las que he acudido, en el área metropolitana de Barcelona, las familias tienen claro que el sector particular es mayoritariamente migrante. Nadie espera encontrar a trabajadoras autóctonas. Este no es el caso en la demanda de servicios a empresas conectadas a las administraciones.

76 El trabajo nocturno, combinado con otros trabajos diurnos, constituye una alternativa para muchas mujeres que quieren ahorrar, no gastar en alquiler pero tampoco quieren estar internas en un único domicilio. Estas mujeres carecen de domicilio, cuando llega la noche siguen cuidando. Están extenuadas.

Muchos de estos empleos han salido a la luz tras el proceso de normalización de 2005. Aún

así, tal como he señalado anteriormente, sigue siendo un sector que concentra una gran

bolsa de oferta de trabajo irregular77. Realicé las entrevistas estando abierto el proceso y

muchas de las mujeres a las que entrevisté habían presentado su solicitud con alguna de

sus empleadoras; casi todas pensaban que tendrían que abonar ellas mismas las

cotizaciones íntegras o la mitad a la Seguridad Social.

Las internas llevan menos tiempo en el país y no tienen responsabilidades familiares

inmediatas, aunque muchas gestionan familias transnacionales. No obstante, esto no se

traduce necesariamente, como veíamos, en una elevada movilidad de unos hogares a

otros, de unos empleos a otros. Como explicaré más adelante, la mayoría se sienten

comprometidas con las ancianas a las que cuidan y este compromiso, explican, determina

en gran medida su (in)movilidad laboral. Les cuesta dejarlas, aunque se produzcan abusos

y desencuentros importantes. La movilidad depende en muchos casos de la muerte o

ingreso hospitalario de las personas que atienden, aunque también puede estar sujeta si se

ha logrado «arreglar los papeles» y encontrar un empleo mejor, por ejemplo, accediendo a

un contrato en un geriátrico. «Voy –afirma una de estas cuidadoras– hasta el final».

Muchas se sienten encerradas y deprimidas. La mayoría preferirían trabajar por horas y

fuera de los hogares. Todas, a pesar de las ambigüedades de su actividad de «trabajo» y

«relación», cuando llega el momento de hablar del salario consideran que éste es muy

bajo. «Creo –comenta una mujer boliviana– que te pagan mal, pero no tienes que

cansarte», y sigue «a los inmigrantes nos explotan, porque una española no trabaja más,

máximo 8 horas y gana lo mismo que yo». Pero coexisten todos estos planos. Esta

cuidadora interna seguía comentado, saltando y conectando lugares llenos de

interrogantes, sobre el salario, sobre la integración, sobre la duración de la jornada, sobre

el afecto hacia un anciano payés de izquierdas que se acababa de morir, y al que después

pudimos recordar con su hija… «cuando uno quiere a la persona, pasan los días rápido, y

ya ves que mañana ya te pagan y piensas ‘¿por qué?’. Para mi transcurrían rápidos los

días» (CPI11).

En los servicios de 24 horas es donde se concentran las mujeres con menor tiempo de

residencia (o aquellas que tienen claro el retorno y quieren enviar todo el dinero a casa).

Dada la intensidad del servicio y el tipo de vínculo que se genera –un modelo que en otro

lugar describimos como un sistema de deberes y favores atravesados por el servilismo–,

77 La propia normalización asume la continuidad de la irregularidad cuando plantea el arraigo laboral.

Este requiere una estancia irregular de tres años de estancia irregular, contar con un contrato de trabajo de un año y tener familiares con permiso de residencia, un informe del ayuntamiento en el que se reside, sobre el grado de inserción social. Tal y como observa SOS Racismo (2006), aparte de exigir una estancia irregular previa de tres años, parece obvio que un contrato de trabajo de un año, siendo más del 92% de los contratos que se firman de carácter temporal, es imposible que se ofrezca

muchos empleadores se sienten en la obligación de regularizar la situación de sus

empleadas y pagar las cuotas de la Seguridad Social78. Pero esto, cada vez depende

menos de la voluntad de los particulares y más de los procesos de regularización. Las que

no consiguieron acogerse al último por no cumplir alguno de los requisitos, habitualmente el

que se refiere al empadronamiento, esperan poder hacerlo en un proceso futuro. «Lo otro

es hacerlo desde Perú, pero es arma de doble filo porque de repente nos íbamos y no

podríamos regresar. Milagro espero que suceda» (CPI6).

Las mujeres encuentran empleo a través de contactos con paisanas, mediante bolsas de

empleo de parroquias y asociaciones79 y, cada vez más, a través de agencias que cobran

una mensualidad a los empleadores y ofrecen una garantía de tres meses. Cuando se

consiguen trabajos por horas, la agencia se queda una parte de la retribución (Parella

Rubio 2003a). Algunas asociaciones tienen una política de protección de salarios mínimos,

además de otros criterios de intermediación y modo de trabajo80. Por desgracia, otras

contribuyen a hacer más adaptable aún la fuerza de trabajo «a lo que se demanda».

(…) el caso de una chica que estaba trabajando día y noche porque el señor no le

dejaba dormir. Ella habló con la hija y la hija le dijo que ella la quería para esto. Y le

paga 620, y está haciendo doble trabajo porque obviamente no puedes hacer 24h,

o sea, tiene que ser dos personas. Ella se lo explicó a Margarita, me lo contaron a

mi y yo les dije que eso no podía ser y que tenía que hablar con la hija para poner a

otra persona. Habló con la hija. Yo le dije que no se preocupase, que le

buscábamos otro trabajo (…) Mira por donde, cuando vino el miércoles, la señora le

había regalado un collar, unos pendientes y una pulsera y claro, ¿cómo se iba a ir?

Yo le decía: ‘vale, ella te ha hecho ese regalo pero tú le estás haciendo el favor de

su vida quedándote gratuitamente todas las noches con su padre a costa de tu

salud, que te duermes en las clases todo el tiempo’. Y me dice: ‘es que yo le he

prometido a la mujer que no me iré hasta finales de junio’. (TAO 26)

si previamente no se ha dado una relación laboral irregular. 78 Esto no significa que los empleadores actúen en un marco de derechos (Monteros y Vega 2004). Como veíamos, las interacciones están dominadas por la falta de información y la informalidad. Las cotizaciones se interpretan como una cuestión piadosa, desde una posición de beneficencia, y la negociación de pagas y vacaciones a menudo se convierte en una caballo de batalla plagado de sobreentendidos y presuposiciones. 79 En Barcelona tuve ocasión de entrevistar a las responsables de varios de estos espacios de recursos. En concreto, el Lloc de la Dona y Mujeres Latinas sin Fronteras, vinculados a la iglesia, y SURT y El Safarereig, organizaciones feministas. Estas entidades proporcionan bolsas de empleo, formación, asesoramientos de distinto tipo y espacios de socialización (asistir a actividades, seguimiento, etc.). En algunos existe un sistema de socias con derechos pero también obligaciones dirigidas a sostener el anclaje con la entidad. Las demandas se atienden y median por teléfono, aunque algunas asociaciones han optado por hacerlo directamente en sus instalaciones a través de la trabajadora social para tener un mayor control sobre las condiciones y un seguimiento de los casos. Esto genera, además de límites, garantías y confianza para las demandantes. 80 Martínez Buján Buján (2005a) detecta esto mismo en el trabajo de campo realizado en Pamplona.

Quienes contratan suelen ser las hijas, hecho que genera una relación triangular –madre,

hija y empleada (en algunos casos con mediación)– que, como veíamos en el capítulo

anterior, conlleva negociaciones emocionales dificultosas al movilizar la culpa y la

recriminación ante el sistema de obligaciones y expectativas incumplidas.

Las trabajadoras internas viven solas con las ancianas en las casas de éstas. Si hay

familiar en el domicilio no hay trabajadora interna, puede haber asistenta, pero raramente

externa. Esto revela hasta qué punto este trabajo se entiende como un sustituto del cuidado

familiar. Como he indicado más arriba, puede darse el caso de que coincidan distintas

empleadas en el mismo domicilio, pero no todo el mundo puede pagarlo, de modo que la

modalidad de las 24 horas combinada con los familiares, en el caso de que estos existan y

acepten esta responsabilidad durante los fines de semana, suele ser una opción más

económica y alternativa a la residencia. Tampoco suelen coexistir con el SAD, que presta

servicios gratuitos a personas con escasos recursos o en régimen de copago, como sucede

en Mataró. Sólo en los municipios que se acercan a los criterios de universalidad, como es

el caso de Cerdanyola, puede producirse esta coincidencia. La limitación de la cobertura se

encarga de filtrar a quienes han generado otros recursos para el cuidado. Generalmente, si

una anciana necesita pocas horas de atención, si tiene recursos contratará a una particular

y si no los tiene acudirá a los servicios locales de proximidad.

Es común en este grupo heterogéneo –no olvidemos que hablamos de servicios

particulares de muy distinta duración e intensidad– el incremento progresivo del tiempo de

atención. «La cosa va a más». Este aumento está relacionado con dos hechos básicos que

puntúan cualquier historia de cuidado de mayores: (1) el deterioro progresivo de la salud y

(2) el grado de aceptación que las ancianas tengan, tanto de su necesidad de ser atendidas

como de la trabajadora en cuestión. La iniciativa de «meter a alguien en casa» es de las

hijas y no es inmediatamente aprobada. De hecho, las empleadas aluden con frecuencia a

las distintas caras, casi siempre fundadas en prejuicios racistas, que adopta la

desconfianza con la que se les recibió (y expulsó) y al duro esfuerzo de «ganársela» o

«tenerla enseñada».

Dejar de trabajar como particular implica no sólo tener la documentación, es decir,

«aguantar un cierto tiempo sin papeles hasta que te salgan» siempre y cuando lo permita la

excepcionalidad de la política de extranjería, que prevé inserciones graduales (en la

ciudadanía laboral) desde la economía sumergida. Implica también acceder y renovar el

permiso de trabajo y residencia. Cumplir el tiempo necesario para poder cambiar el

permiso. Y finalmente, «porque siempre te falta algo» formarte…

Lo que a mi me da la residencia es una seguridad continua de trabajo porque si a

esa persona la internan o… entonces tengo que salir a buscar otra y así parece que

estás picoteando, no me da tranquilidad económica. Prefiero, de repente, trabajar

para una empresa.

Yo ahora no puedo con la tarjeta. El otro día que fui a la entrevista, todo bárbaro.

Me llamaron el mismo día y hablé con los abogados y mi tarjeta no me lo permite.

Entonces voy a dejar pasar así, como si estuviera en un año sabático, trabajando

de lo que encuentre, hasta marzo, que se puede renovar dos meses antes la

tarjeta, y ahí sí, a salir a por todas. Hay épocas muy buenas para conseguir trabajo

con las suplencias. Puedes entrar de suplente y quedarte, si eres buena

obviamente (CPI11).

b. Particulares fuera de casa

Esta modalidad es más común de lo que pareciera a simple vista. Entre las mujeres a las

que he tenido ocasión de entrevistar destacan las empleadas particulares que acuden a

atender a ancianos en residencias y hospitales. Algunas incluso se han especializado y han

conseguido distintos trabajos a partir de la red de relaciones que han establecido en el

geriátrico (o el hospital). Acuden a realizar tareas suplementarias: acompañamiento,

paseos y, dado los ritmos de trabajo que existen en estos centros, a dar de comer a

algunas personas mayores.

Estos servicios, hasta el momento poco estudiados, representan un punto intermedio en la

atención en ámbitos públicos y privados, fuera del domicilio pero en el marco de una

relación particular de carácter informal, desde la que se interactúa, negocia, y en ocasiones

interviene sobre las pautas de la institución con el fin de adaptarlas a las condiciones

personales de los beneficiarios y sus familias. El ritmo del geriátrico y el del hogar no tienen

nada que ver, aunque la cuidadora particular tenga que acelerar su actividad en el segundo

en este capítulo. El elemento de personalización en los cuidados, del que hablaremos más

adelante y en el capítulo 4, no se detiene en el vínculo particular sino que penetra las

relaciones institucionales, aunque éstas traten de limitarlo. En cualquier caso, como cuenta

una inmigrante que trabaja atendiendo a varias ancianas en un centro, la negociación entre

la cuidada, la cuidadora particular y las empleadas del geriátrico (y los familiares) revela

lógicas contrapuestas.

En el geriátrico a Rafaela le dicen ‘tú puedes comer, ¡come!’. Puede comer, sí, pero

la comida ya está fría. Estoy ahí y no puedo ser indiferente a eso. Tienen a los

pacientes que están en cama y hay que darles de comer en la boca. Igual que

Rosa, no puede controlar. En la tarde a ella le dan la merienda y la cena. Hay un

día que viene su hijo y su nuera y ahí no le dan de comer las auxiliares. Hay días

que las auxiliares tienen más paciencia y que la yaya está más cariñosa. Conmigo

come, me dicen, porque me quiere. Dicen que no quiere tomar las medicinas por la

noche. Si no es con Eugenia, la señorita enfermera o conmigo. Me las dan a mí y

yo se las doy. Ayer me encontré con una auxiliar y como Rosa estaba con diarrea

le digo, ‘Disculpe Conchita, ¿a usted le toca con Rosa?’, ‘no, me dice. ¿Qué pasa?’.

‘Es que Rosita está con diarrea’. Yo sé que ella sí le tiene paciencia, sé que con

ella sí come porque da con cuchara. A Rosa no le gusta comer con jeringuilla. (…)

Empecé así, a trabajar con la cuchara porque hasta entonces me habían dicho que

la diera con jeringuilla. Yo le digo ‘yaya, ¿por qué no quieres la gelatina?, ¿la

quieres aparte?’. Y es que francamente, yo sé que todo se mezcla en el estómago,

pero darle todo junto me hacía algo a mi también. Empecé, ‘yaya, ¿quiere la

gelatina aparte?’ Y así empezamos. El puré con la cuchara y la gelatina con el

triturado aparte. Y empezó a comer de lo más bien. (…) Yo me quedo tranquila

porque hago mi trabajo. Se supone que estoy para que ella pueda comer y si no lo

realiza me siento intranquila. Me he encariñado mucho con Rosa. Es mi abuela

(CPI 6).

El impulso de muchas cuidadoras particulares, la responsabilidad extrema que demuestran

se concreta en algunas orientaciones que entrañan una enorme sabiduría relacional que

puede fácilmente deslizarse hacia el autosacrificio: «¿Lo que ha hecho que coma conmigo?

Siempre le pregunto qué es lo que quiere hacer, nunca lo que yo quiero hacer».

Así pues, este trabajo de «alivio» o «respiro» (Martínez Buján 2005) o «por día o jornada»

(Colectivo IOÉ 2005), no implica necesariamente intermitencia o falta de regularidad. La

componente personalizada diferencia a las asistentas del cuidado de las asistentas de

hogar que, como indicamos en otro lugar, sienten la invisibilidad que implica la regularidad

sin copresencia con sus empleadores (Monteros y Vega 2004).

7. Del cuidado a la atención, de la casa al domicilio

El SAD ha asistido en los últimos años a la lenta y paulatina incorporación de trabajadoras

inmigrantes extracomunitarias, hecho que revela un importante desplazamiento en la

estratificación étnica y de extranjería de los servicios de cuidado. Las trabajadoras de estos

servicios han tenido hasta hace hace pocos años un perfil nítidamente diferenciado:

mujeres autóctonas de clase baja e inmigrantes provenientes de fuera de Cataluña desde

la década de 1960. Algunas vienen, como he explicado, del declive del sector industrial.

Son mujeres que hoy tienen entre 45 y 55 años, muchas llevan más de diez años en el

sector. Tienen una experiencia enorme pero resienten la fatiga psicológica y física que

entraña el trabajo de atención.

De hecho, asistieron al nacimiento de este nuevo yacimiento de empleo en los servicios de

la vida diaria que algunos vivieron con relativo entusiasmo a mediados de los 90. En

cualquier caso, estos servicios respondían al tardío desarrollo del Estado del Bienestar en

España y Cataluña y su solapamiento con las políticas neoliberales y con destacados

cambios sociales y demográficos (CCE 1993; Cachón 1995). También los cuidados menos

ligados al ámbito sanitario entraron de lleno en la corriente remercantilizadora y

neomercantilizadora, no necesariamente desfamiliarizadora o desprecarizadora (Torns

1997; Fraise 2000; Parella Rubio 2003b; Precarias a la Deriva 2004a). Tal y como explica

Parella Rubio (2003b) a partir de la Enquesta a les llars de Catalunya, realizada por la

Fundación CIREM (2001), se calcula que la demanda efectiva insatisfecha futura de estos

servicios podría dar lugar a más de 200.000 puestos de trabajo a tiempo completo, hecho

que plantea nuevamente la calidad de estos empleos femeninos. La futura Ley de

Autonomía de las Personas dará sin duda un impulso a la contratación y, por lo que se

trasluce en el proyecto, éste no será de calidad (Asamblea Feminista de Madrid 2006).

Después de que el Estado transfiriera las competencias en materia de asuntos sociales a

las comunidades autónomas, los ayuntamientos y diputaciones provinciales asumieron la

gestión del SAD. No todas enfatizaron los cuidados del mismo modo, ni retuvieron la

gestión de los mismos a idéntico ritmo. Así, mientras en la provincia de Barcelona, el SAD

ha dado lugar a dos figuras diferenciadas, la trabajadora familiar y la auxiliar del hogar, de

las que la primera se dedica en exclusiva a la atención personal, en la Comunidad de

Madrid existe sólo una que agrupa la atención a las personas y al domicilio con

consecuencias muy negativas para la persona trabajadora y la atendida. En Asturias,

Cataluña, Navarra o País Vasco tienen prioridad los cuidados y la atención a la

dependencia, mientras que en la mayoría de las comunidades restantes la filosofía está

menos dirigida a la atención personal.

En cuanto a la cobertura, la información del Mapa de Serveis Socials de 2000 da una idea

de sus limitaciones. La cobertura del SAD sobre la población general es del 2,12% para

CataluÑa y del 2,16 % para la provincia de Barcelona. La cobertura para los mayores de 65

años es del 1,33% en CataluÑa y del 1,28% en la provincia de Barcelona.

El siguiente gráfico, elaborado por a raíz de un extenso estudio realizado por CIMOP (2005)

sobre la situación de este servicio en algunas comunidades, da una idea de la implantación

del servicio en el Estado Español, si bien, como este estudio observa, las variaciones entre

las comunidades son notables81. En él podemos apreciar el desfase que existe entre la

situación a finales de los 90 de la actualidad, y apreciar la evolución en intensidad horaria.

FUENTE: Elaboración propia sobre datos del informe realizado por CIMOP (2005).

Comparando la atención con otros países europeos, el informe llega a la conclusión de que

la cobertura en España y Cataluña, como en el resto de los países del sur de Europa es

baja (en todos ellos muy por debajo del 5% para personas de más de 65 años). Según

cuentan las entrevistadas, los servicios no cubren las necesidades de la población, ni

siquiera de la atendida. En algunos casos son diarios o de dos o tres días a la semana, una

o dos horas. Estos últimos pueden incluir compra, comida, aseo, acompañar al médico.

Cuando la visita al médico es más larga se recurre a voluntarios. Las personas que «ya

están de residencia», según cuenta una trabajadora refiriéndose a uno de sus casos, tienen

asignada una intervención de 1.15h diaria dos días y 1.30 otros tres días. «Estos son los

que más tiempo tienen. Les tengo que hacer la comida y la compra no me da tiempo, se la

traen del super. Yo todos los días bajo del autobús y les compro el pan, pero ya lo demás

me es imposible» (TFA 18).

81 Tal y como señala el citado informe, el gran impulso de los recursos del Plan Concertado eleva las cifras en el periodo 1991-1996, excepto en aquellas comunidades cuya implantación se inició con fuerza en el periodo 1978-1985, País Vasco (89,5%), Madrid (68,2%) y Cataluña (64,1%). No obstante, el incremento de la población envejecida en el periodo 2000-2006, hace insuficientes estos recursos. Del total de usuarios existentes en España en 2004 más de la mitad (111.762) corresponden a las Comunidades Autónomas de Andalucía, Cataluña y Madrid. Sin embargo parece más riguroso analizar el índice de cobertura de este servicio, según el cual las Comunidades de Castilla La Mancha y Extremadura se sitúan a la cabeza.

Como buenas virtuosas de la comunicación, las trabajadoras familiares, auxiliares y

trabajadoras sociales se esfuerza, e incluso consiguen, «llegar a todas partes». Pero su

tarea, tal y como explica el estudio de CIMOP, acaba siendo la de adaptar la demanda a la

oferta y no a la inversa.

De allí que la articulación de un acontecimiento primero como es una experiencia

de“escucha” acerca de las necesidades de los usuarios expresada por estos

mismos, o por los inmediatos beneficiarios de su entorno, implica para los

trabajadores sociales, el complejo y diverso trabajo de transformar las carencias y

debilidades en que se halla una persona en necesidades potencialmente factibles

de cubrir – aunque sea en parte – por el mismo servicio, por las posibilidades

reales que éste tiene de operar algún grado de eficacia ante el complejo y múltiple

nivel de necesidades. De allí que el trabajo que realizan los trabajadores sociales,

sea, en síntesis, transformar las necesidades de los futuros usuarios en demanda

para que ésta se perfile como una forma factible de ser resuelta por las

características específicas del servicio, de la oferta del servicio. (2005, pág.729)

Tal y como advierte Elena Grau de El Safareig, entrevistada en este estudio, el desarrollo

de los centros, públicos pero sobre todo privados, fue desde los años 90, superior al del

SAD. Si bien el incremento del SAD en Cataluña nació con un fuerte impulso, pronto se

ralentizó. Aún así, el gasto social en SAD sigue siendo muy superior al de otras

comunidades. Entre 2001 y 2002 ha experimentado un fuerte crecimiento, que ha

descendido nuevamente en el periodo 2003-2004.

(…) los ayuntamientos empiezan a quitarse de encima a las trabajadoras familiares

y empiezan a aparecer las empresas externas. Los ayuntamientos ahora contratan

horas a empresas de servicios de proximidad. De hecho, es bastante significativo

que El Safareig empezó haciendo cursos de trabajadora familiar. Luego lo dejó,

continuó con geriatría durante muchos años, y ha sido después que hemos vuelto a

la trabajadora familiar. En el fondo esto responde intuitivamente al mercado.

Crecieron mucho antes las residencias para gente mayor que los servicios de

proximidad domiciliarios. (TAO 29)

Tras el despegue a principios de los 2000 en algunas comunidades, estos servicios han

vuelto a ralentizar su crecimiento cuando no a disminuir, aunque éste no ha sido el caso en

Cataluña. A pesar de estos vaivenes, los datos sobre envejecimiento y cobertura subrayan

las carencias del servicio.

Muchas mujeres autóctonas entrevistadas asistieron a la expansión de estos servicios

cuando dependían de la Generalitat. Algunas perdieron la fugaz batalla de las pequeñas

cooperativas frente a las grandes entidades prestatarias, que han ido acaparando los

contratos con las administraciones locales y privatizando los riesgos en las trabajadoras.

Una trabajadora proveniente de Andalucía explica el proceso:

(…) antes de que pasaran a los ayuntamientos, la Generalitat abrió la mano y

entraron estas empresas a la baja, pero muy a la baja. Nosotras estábamos

cobrando por entonces 700 pts. y ellos con la gente que se quedaron pagaron 500

pts. EULEN, que es una empresa muy conocida por todos porque es lo peor de lo

peor, ha estado pagando a 500 pts. la hora. La misma trabajadora que estaba con

la cooperativa de entonces comenzó a cobrar a 500 pts. Entonces dijimos: aquí hay

que hacer un convenio. Entonces se reguló con el esfuerzo por parte de las

cooperativas. (…) Acra lo firmó a nivel nacional, el otro fue solamente de Cataluña,

y a nivel nacional se hizo otro, en el que se trabajaba más barato. Lo que pasa es

que las empresas, los ayuntamientos, nosotros trabajamos por obra, siempre ha

sido por obra. Entonces cada vez que no hay trabajo, que el anciano se muere, que

entra en la residencia, hay bajas y la trabajadora de aquel momento es la que lo

afronta (…) ¿Qué haces? ¿o despides a la trabajadora o la tienes trabajando sin

horas? Eso es un descalabro. Y otro descalabro es que tanto los ayuntamientos

como los consejos comarcales sacan en los concursos públicos los precios hora

muy ajustados, tan ajustados que no sé cuál es el futuro de la ayuda a domicilio.

Tenemos un salario de supervivencia. Yo gano 651 € neto, y me descuentan 129

por mes. ¿Qué futuro quieren de la ayuda a domicilio? (TFA18).

El salario base de las mujeres entrevistadas, en jornadas de 30, 35 y 37 horas, no se

aproxima a los 800 €. Además son frecuentes, sobre todo entre las inmigrantes, las medias

jornadas. En la actualidad se ha dado prioridad a las jornadas de 25-30 horas como un

modo de asegurar los riesgos que producen las oscilaciones lógicas de este servicio en el

que se «cierran casos» (por defunción) y no hay certeza de cuándo se abrirá uno nuevo. El

precio público por hora de servicio oscila entre los 7.60 euros de Galicia y los 20.40 euros

de Navarra. Las mujeres que he tenido ocasión de entrevistar en la provincia de Barcelona

aseguran que éste no llega a los 9 € según los convenios firmados con la administración,

un salario que establece unos elevados niveles de competencia entre las empresas

prestatarias en detrimento de las cooperativas. El precio del servicio público se sitúan para

Cataluña, en el citado estudio, a 10,42 € en el mes de enero de 2004. Comparar estos

cálculos resulta difícil, en particular por la variación y falta de datos acerca de la aportación

de los beneficiarios allí donde existen sistemas de copago. Lo que parece evidente es que

la tendencia, según veremos en el capítulo 5, es a que los usuarios corran con parte de los

gastos del servicio.

Las historias personales de las TFs revelan una vida laboral puntuada por las diferencias

de clase y género: integración al trabajo industrial, salario familiar, nacimiento de los hijos,

salario femenino subsidiario, cuidados familiares, divorcios, reingreso en el mercado laboral

terciarizado precario, crecimiento del sector, estancamiento de las condiciones laborales.

Las condiciones del SAD fueron diseñadas bajo el modelo de salario subsidiario femenino,

sin embargo, la ruptura del salario familiar y en muchos casos de las propias familias

dejaron a las mujeres en una posición de extrema fragilidad que apenas ha cambiado. Las

críticas a la concepción actual de los servicios, como veremos en el capítulo 4, también

tienen que ver con la gestión, en particular con la relación entre las TFs y la trabajadora

social, además de con la escasa participación de los primeros en la definición de los

criterios del servicio, la individualización y soledad en el trabajo, la falta de una perspectiva

social en su diseño y ejecución, la falta de autonomía, etc. Pero de todo esto, de las

políticas que determinan este sector en el régimen de bienestar mixto, hablaremos más

adelante.

Las ventajas del trabajo domiciliario desde la perspectiva de las trabajadoras son la riqueza

social que aporta y, como explica una inmigrante veterana en el sector con muchos años de

residencia en Cataluña, el no tener que asumir el desgaste emocional que implica estar con

una sola persona. Se trata de un trabajo menos codificado y burocratizado que el de los

geriátricos, también más aislado y con menor cobertura82. Trabajar en el domicilio implica

una relación mucho más personalizada. Las desventajas: el salario (más bajo que el que se

saca «limpio» en el cuidado a particulares, siempre y cuando éste sea externo), unido a lo

subsidiario de su concepción, la individualización y el aislamiento en el puesto, el

cansancio que produce desplazarse a distintos domicilios.

Tal y como explica Graciela Moretti desde El Safareig en Cerdanyola, las inmigrantes están

poco a poco cruzando la frontera de los cuidados particulares a base de formación, pero

casi siempre como suplentes. Muchas autóctonas temen que la entrada de trabajadoras

inmigrantes, que necesitan el contrato, que carecen de formación especializada, contribuya

a empeorar la situación, rebajando así mismo los niveles formativos exigidos. Más que

como trabajadoras familiares (TF), primeramente se están integrando como auxiliares de

hogar (AH) o auxiliares de gerontología, puestos con una categoría y un salario inferiores

para el que algunas administraciones, como es el caso del IMPEM en Mataró, también

82 Esto, dado el elevado índice de informalidad y explotación en las residencias privadas, donde trabajan muchas inmigrantes, merecería un análisis más detenido. A simple vista no parece que exista una gran diferencia entre lo que perciben las auxiliares en este tipo de residencias y las TFs en

ofertan cursos formativos. Algunas empresas, no obstante, no se acogen, sobre todo

cuando contratan sustituciones en el trabajo familiar, a este requisito que imponen las

administraciones.

Una prevención común entre las autóctonas y algunas inmigrantes se enraíza en la

percepción de que es la cultura del cuidado de las que provienen las latinoamericanas y no

las condiciones de la informalidad la que las convierte en poco profesionales.

Así pues la jerarquización de los servicios de proximidad operaría en la siguiente dirección:

TF fijas (autóctonas y algunas inmigrantes), TF sustitutas (inmigrantes) y AH (inmigrantes).

Muchas inmigrantes provenientes de los servicios particulares –sumergidos, no sumergidos

o pseudosumergidos (las que pagan ellas mismas la Seguridad Social)–, si han conseguido

regularizar su situación pueden aproximarse al empleo de auxiliares de hogar, al trabajo en

los centros e incluso algunas, pocas de momento, previa formación como TFs, al SAD

como suplentes. Algunas descubren que ganan menos y se plantean, las que tienen

contrato como empleadas de hogar, hasta qué punto les interesa el tránsito.

Estoy esperando la regularización y depende como me vaya con los papeles

porque trabajando en un sitio o en otro se puede hacer más dinero. Si no hallara un

lugar donde me pagaran la seguridad social, mejor estar sin papeles porque no voy

a pagar yo (CPI3).

La atención domiciliaria, evidentemente, tiene sentido si quieren establecerse. La inversión

de tiempo en formación también es un factor a tener en cuenta en la medida en que

suspende durante un período de tiempo la obtención de ingresos, si bien muchas empresas

aceptan suplentes sin formación. Una auxiliar de hogar que trabaja para Sad Suport en

Mataró, lo explica:

Una gana más por cuenta de uno, pero ¿qué pasa? Ahí no tengo derecho a paga,

no tengo seguridad y si me quedo sin trabajo es posible me quedo parada. Mientras

que allí tengo la seguridad, mi pago puntual y mi trabajo. No estoy sin trabajo. (…)

Las horas ahí las pagan a 6 € y particular, donde voy la señora me da a 10 € y

donde la niña, mensual son 400 porque es toda la noche. Ahí hago 30 horas

semanales. Es el requisito (CPI9).

Otras cuestiones de conciliación influyen, así mismo, en el recorrido de cada mujer.

las empresas de trabajo a domicilio.

No me ha salido (externa fija). Sí, yo tengo amigas que trabajan así. Había otra

amiga que tenía un señor que quería todo el día, pero yo no puedo todo el día, no

puedo entrar a las 8 y salir a las 7 porque yo tengo mi familia. En cambio mi amiga

es soltera o el marido está en Ecuador. (…) Siempre he dicho: ‘diosito, dame unos

yayitos, una parejita que pueda ir, cuidarles por la mañana, voy a mi casa, vuelvo a

la tarde y salir por la noche’ (CPI9).

Tal y como advierten las formadoras del IMPEM, «hacemos ver la importancia de tener un

contrato, cotizaciones… una seguridad social y tal. Pero a veces los horarios que te pide la

empresa no son los más adecuados, porque todas ellas [las que asisten al curso de TF, en

este caso, cobrando] tienen cargas familiares» (TAA25).

Así, el terreno en el que se juegan los dilemas entre los distintos estratos del servicio se

conforma de acuerdo con los siguientes parámetros:

1. Formal/pseudoformal/informal: el régimen de contratación es doble: trabajadoras de

residencias y SAD y empleadas de hogar. El esquema pseudoformal se presenta, en este

segundo caso, cuando la trabajadora paga ella misma las cotizaciones. La escasa

protección también hace pensar este régimen en términos pseudoformales.

2. Empresas (según su tipología y servicios) intermediarias, no intermediarias, con y sin

subvención y particulares: las empresas no intermediarias con subvención son las que

estipulan mejores condiciones. De hecho, las empresas intermediarias parecen estar más

emparentadas con el servicio a particulares. Son, para las trabajadoras, una vía de

integración alternativa a los contactos informales.

3. Servicios domiciliarios y extradomiciliarios (centros y SAD): este elemento juega un papel

importante a la hora de decidir el trayecto laboral y vital.

4. Duración del servicio: 24h, externa, atención.

La incorporación de mujeres inmigrantes, vista desde el punto de vista de los cuidados

podría ser representada del siguiente modo:

Mujeres inmigrantes en los servicios domiciliarios de atención y cuidado

Empresas SAD

(situación similar en centros aunque en los

centros trabajan más inmigrantes)

Predominio de determinados perfiles de

autóctonas

Algunas inmigrantes como AH

Determinados perfiles de inmigrantes como TF.

Sustituciones

Jornada completa: inmigrantes que realizan

algunas tareas domésticas, cuidados diurnos

intesivos o servicios nocturnos

Cuidadoras externas

Media jornada o por horas: inmigrantes que

realizan tareas puntuales, servicios de fin de

semana, servicios adicionales en residencias

Algunas conviven con externas y asistentas

autóctonas que realizan tareas domésticas y

algunos perfiles de cuidadoras autóctonas.

Conviven con familiares. También con el SAD

Cuidadoras internas

Inmigrantes en situación irregular o en proceso

de regularización

Algunas inmigrantes regularizadas

Combinan trabajo doméstico y cuidados

FUENTE: elaboración propia.

A pesar del interés que puede suscitar este desplazamiento en los sectores del cuidado, lo

que verdaderamente constituye el centro de este estudio es qué conllevan estos cambios

en el plano de las prácticas del cuidado. ¿Qué implica, entre otras cosas, que las

cuidadoras sean extranjeras asalariadas bajo una u otra categoría? ¿Qué implica en las

percepciones del cuidado, de quienes lo llevan a cabo y se benefician del mismo? A esta

cuestión, que dota de contenido y cualidades al proceso de etnización de los servicios de

proximidad (Colectivo IOE 2001; Parella Rubio 2003a; Monteros y Vega 2004; Martínez

Buján 2005) dedicaré el resto del capítulo83. Una cuestión clave que atraviesa este proceso

es la concepción más o menos profesional, más o menos profana que se tiene del servicio

de cuidado y de quienes lo realizan. Pero la profesionalización no depende únicamente de

la formación recibida y reconocida, sino que además descansa en los criterios, las

relaciones y los marcos subjetivos del trabajo. A partir de esta idea explicaré cómo la

personalización de los cuidados o, más bien habría que decir, ciertos modos de

personalizar el cuidado por parte de muchas inmigrantes y de las ancianas a las que éstas

cuidan en los hogares ha contribuido a perpetuar o configurar algunos elementos del

familismo y el servilismo.

8. «Pongo mucho sentimiento en mi trabajo»

Siempre hemos pensado que no hay nada como el cuidado de la gente próxima, de la

familia en realidad. «Nada –decimos– como una madre», y con menor énfasis, «como una

hija». Pero el sentido de ser madre se ha modificado. Las criaturas ya no son un destino

sino una elección, que además ha de meditarse bien. Han pasado a ser un bien escaso,

una inversión, hecho que ha traído consigo actitudes ambivalentes: falta de atención por el

poco tiempo que se tiene para ellas, pero encarnación en dicho vínculo de valores y

sentimientos importantes y genuinos. O, en el caso de algunos hogares jóvenes con doble

salario, lugar de autorrealización voluntaria donde gana un enorme peso la educación, la

alimentación, el cuerpo a cuerpo con la madre, la vida en la naturaleza, etc. En lo que se

refiere a las hijas, la cosa es más complicada. Cuando la hija tiene que afrontar su papel

estelar de hija es cuando ha de cuidar y hacerlo motivada. Pero ésta no suele ser una

situación elegida (viene dada por el parentesco), cargada de positividad (dadas las ideas

dominantes sobre la vejez), de una intensidad bajo control (por tratarse de una actividad

muy demandante, continua pero también plagada de imprevistos y urgencias) y siempre

pilla a trasmano (no cuando conviene sino cuando se necesita) y en el peor momento,

vamos.

Hoy, lo que escuchamos con frecuencia es que «las latinoamericanas son muy cariñosas»,

incluso, como me explicó en una ocasión una empleadora que había redescubierto la

maternidad a través de la mujer que cuidaba a su criatura mientras trabajaba, «saben hacer

cosas que nosotras no sabemos». Por su parte, muchas cuidadoras particulares

latinoamericanas afirman que a ellas les «nace» cuidar, ayudar a los demás, ser sensibles

y receptivas a sus necesidades. En eso, se sienten diferentes y las fuentes de esa

diferencia son muchas: el papel del Estado en América Latina, la importancia de la familia y

83 El concepto de etnización ha sido elaborado, entre otros, por Anthias y Yuval-Davis (1992). Para estas autoras, la posición política y económica de las mujeres inmigrantes, diferente a la de los

las redes informales, el peso de la iglesia católica y evangélica, el lugar de las mujeres en

la sociedad, etc.

En este sentido, cabe destacar la fuerte respuesta religiosa que han tenido los ajustes

socioculturales de la globalización. Esta ha contribuido en la extensión de la lógica

económica neoliberal que privilegia la renovación del capitalismo. Los Planes de Ajuste

Estructural dictados por los organismos internacionales han supuesto un empobrecimiento

del continente. Esto ha implicado, así mismo, un descuido generalizado del elemento

afectivo y existencial de las personas, especialmente de las mujeres que son las que

cargan con las consecuencias del empobrecimiento. En este contexto, ciertas modalidades

religiosas, en particular el pentecostalismo evangélico y el movimiento carismático de

renovación católica84, encuentran un espacio social propicio para su expansión. El

individualismo y la participación conviven en estos movimientos con supuestos del sistema

democrático como el laicismo, el pluralismo y la tolerancia, y con otros, el olvido de la

justicia social, el respeto a la jerarquía, el alejamiento del Estado, el fomento de la ayuda

mutua, que se amoldan mejor a las nuevas condiciones económicas.

Las mujeres latinoamericanas en el cuidado particular afirman estar más apegadas a los

suyos, aunque claro, hablamos con cuidadoras, que si bien se sienten limitadas y

enclaustradas en este papel, tienen el impulso de dignificarlo y dotarlo de la importancia

que verdaderamente tiene «sostener la vida», algo que sólo se ve cuando se realiza.

Cuidar no es, como nos recuerda Himmelweit (2000), un trabajo alienado; opera sobre la

subjetividad, construye relaciones de tú a tú, genera expectativas sobre la motivación para

la implicación, actúa sobre las emociones y los sentimientos. El problema aquí se presenta,

como veíamos en el capítulo 2, bien cuando esta dedicación se convierte en

(auto)explotación bien cuando se esencializa, incluso se mistifica85, y se sitúa el valor y las

hombres, produce «etnicidades generizadas» y la «racialización del género». 84 Tal y como explica Alicia Hamui Sutton (2005), especialista en globalización y religión en América Latina, el éxito de estos movimientos se basa: 1) en el pragmatismo de sus rituales ante agudas situaciones de crisis personales, dando respuestas rápidas y una sensación de seguridad, 2) en la imagen de un Dios cercano y accesible para todos, 3) en su adecuación a las nuevas condiciones del mercado, 4) en su ajuste al proceso de ciudadanización, propio de las democracias modernas y sobre todo 5) en la satisfacción de las necesidades afectivas y espirituales de las personas en situación de intenso cambio, intentando crear nuevas identidades para restablecer el entramado social. El vínculo entre religión y Estado, así como los ideales utópicos, se quiebra y cobran fuerza las denominaciones religiosas, cultos o sectas que operan como religiones de salvación individuales. El MCRC, por ejemplo, «ofrece un producto atractivo a la religiosidad popular con estrategias como propiciar la relación de los individuos con el Espíritu Santo, una mayor participación en la liturgia, la formación de grupos pequeños de oración donde se establece un contacto más personal, comunidades de fe, legitimación del estado secular, así como la curación de las enfermedades y de los males psicológicos en épocas de crisis y de desintegración social. Las diferencias significativas con el pentecostalismo son la adoración de la virgen María y el reconocimiento del Papa como la máxima autoridad de la Iglesia católica, es decir, se afirma el dogma y la estructura vertical de la institución». 85 Según cuenta una amiga que trabaja en los servicios domiciliarios, en el trabajo de cuidado se atraviesan distintas fases y una de ellas es la de la mistificación. La entrega, la de saberse organizar y de reestablecer límites («esto es un trabajo») y la del desgaste conforma otros momentos del

formas del cuidado por encima de la práctica de la relación: hay que cuidar por encima de

todo, aunque exista maltrato. Además, atender a ancianos introduce elementos subjetivos

que, como explicaré, pueden contribuir al olvido de sí en la situación.

9. Profesionales y profanas. La experiencia como

cualificación

En la percepción etnizada de los cuidados intervienen distintos elementos. En primer lugar,

hay que señalar que la mayoría de estas cuidadoras no son, salvo algunos casos,

profesionales del cuidado. No han recibido formación en este campo, ni siquiera han

trabajado en su país en algo afín. Lo que sí han hecho es cuidar de los suyos,

fundamentalmente de sus abuelas, de modo que se sienten fuertemente interpeladas en su

bagaje vital. No olvidemos que la mayoría de las personas ancianas latinoamericanas viven

en hogares multigeneracionales o son acogidas por sus hijas cuando se presenta alguna

enfermedad o deterioro de la salud. Algunas viven solas y una minoría en instituciones. Aún

hay otro sector de clase media alta que es cuidado por empleadas en casa. La inexistencia

de servicios públicos para el cuidado y de sistemas de seguridad social hace de la atención

una responsabilidad exclusivamente familiar o, en ausencia de parientes, de instituciones

caritativas.

Así pues, la experiencia familiar es, como sucede aquí, una alternativa legítima a la

cualificación. Una legitimidad que además descansa en la naturalización y feminización del

trabajo afectivo. Tal y como nos recuerda Murillo (2000), existe una inercia a invisibilizar las

competencias para el cuidado, que se consideran talentos de la persona, estilos

espontáneos. No es, como insiste Torns (1997), un «saber hacer», sino «un saber estar».

Pero no un saber estar que se genera como un vínculo de confianza público, como el que

representa el embajador o el notario, sino privado, es decir, sin reconocimiento y

subordinado. Si para las empleadas domésticas, tal y como lo expresa una mujer negra en

Bélgica, su «diploma es su cuerpo» (Bruneau y Roudil 2005), para las cuidadoras

particulares, es una combinación de cuerpo y psique.

Algunas de estas mujeres, las que están en contacto con agrupaciones, pasan por

procesos de profesionalización –cursos de geriatría y otros talleres relacionados (por

ejemplo, sobre cómo afrontar el duelo)– parciales e intermitentes una vez están trabajando.

Estos cursos, incluidos los de catalán, son en muchos casos la llave para acceder a

empleos extradomésticos o domiciliarios86. Empiezan entonces a desarrollar algunas

desarrollo de la actividad. 86 El IMPEM (Institut Municipal de Promoció Econòmica) en Mataró ha puesto en marcha un taller

técnicas, muy importantes para su propia salud, además de ciertos criterios para afrontar la

parte afectiva del trabajo: controlar la implicación emocional, elaborar el encierro y la

enfermedad, relacionarse con los familiares, frenar el estrés psicológico, acudir y articular

otros recursos familiares, buscar información, etc. Dicho de otro modo, comienzan a

fomentar un cuidado activo, que entre otras cosas es autocuidado y colaboración o gestión

compartida del cuidado en la que se aprende a contar con otras personas del entorno.

Estilos de cuidado pasivos o «sobreidentificativos» serían, más bien, rezar para obtener

fuerza, decirse a sí mismas que deben sentirse mejor, aguantar o resignarse, prometerse

que lo harán mejor, rechazar, como revela el siguiente testimonio, la ayuda de otros.

Es duro cuidar a la familia de uno, porque uno quiere que estén bien y en el

corazón de uno está el dolor de ellos. Yo quería ponerme en el lugar de mi madre,

igual con papá. Para mi fue triste. No quería ni que mi hermana me ayude (CPI10).

Aprenden además a hacerse con herramientas que les permitan negociar mejor sus

condiciones laborales con las empleadoras diferenciando los aspectos afectivos de los

derechos laborales87. A pesar de todo, las cuidadoras involucradas en cursos, a diferencia

de las plenamente profesionalizadas, enfatizan el conocimiento adquirido sobre las distintas

enfermedades por encima del aprendizaje en torno a los contenidos emocionales, a los que

apenas aluden.

Cuidar puede hacer a alguien extremadamente vulnerable si no genera criterios propios. No

obstante, estos criterios no se adquieren únicamente en los cursos. En América Latina, las

mujeres han desarrollado trayectorias que no delimitan de un modo tan nítido como aquí las

carreras profesionales de las cualificaciones sociales, experienciales. Aunque también aquí

esta cuestión está cambiando a marchas forzadas. Por otro lado, la diferenciación entre lo

público y lo privado no tiene los mismos contornos. Todo esto contribuye a que las mujeres

destaquen el valor de sus saberes y prácticas, además de sus formas de ser, en otros

terrenos para afrontar los cuidados. Esto no ocurre únicamente con las educadoras, en

general, con aquellas que trabajan de cara al público y que afirman tener talentos

(«carisma») para la atención. «Mi carácter –afirman con frecuencia– es así». Las tareas de

voluntariado cristiano y los trabajos comunitarios son parte de un entrenamiento en el que

se apoyan y al que se refieren con frecuencia, sobre todo las mujeres colombianas. Estas

ocupacional con estos perfiles. El curso es de 800-900 horas, en el marco de un itinerario de un año, con prácticas en empresas de la zona. Es uno de los pocos cursos en los que las asistentes perciben unos ingresos. No obstante, a él sólo pueden acceder personas con permiso de residencia, hecho que deja fuera a todas las que engrosan la economía sumergida. 87 Hay que hacer notar, como se mencionaba más arriba, que no todas las asociaciones tienen este ideario y que algunas contribuyen a un proceso notable de domesticación de la fuerza de trabajo. Se trata de enseñar a las trabajadoras a amoldarse a las exigencias y demandas de un mercado «muy particular», sin cuestionar en modo alguno su dinámica y exigencias (Monteros y Vega 2004).

competencias sociales pueden ir desde el consuelo que proporciona la oración (con

poderes mántricos indudables), hasta la capacidad de gestionar y movilizar a las amistades

y los familiares (los de los mayores y los propios si hace falta).

Con el filo de la puerta se dio un golpe, se le puso todo verde. A los 8 días voy que

me toca hacer limpieza y muestra la cabeza, cuando le veo eso era verde, morado,

hasta el cuello. La señora llorando. Yo le dije ‘de las 2 horas que tengo que hacer

mi trabajo, voy a robarle 10 minuticos para hablar con usted’. Hablé con ella, me

puse a sobarla. En mi mente oraba, y la hice orar a ella. Pues se puso tranquilita,

se le quitó la llorera y pude trabajar bien (CPI10).

Casi todas las mujeres entrevistadas echan mano en el desarrollo de su trabajo de

conocimientos, criterios, pautas aprendidas en otros contextos. No sólo en contextos

feminizados de atención –fundamentalmente educativos y comunitarios–, sino

prácticamente en cualquiera que implique aunque sea mínimamente la atención a los

demás. La formación es, para ellas, amor y experiencia relacional (y a menudo fe).

10. «Como (de) la familia»

Los cuidados profanos están sin lugar a dudas atravesados por lo familiar. Pero no sólo por

el imaginario, sino por la «aparición» de la propia familia cuando se cuida. Se cuida como a

la familia y pensando en los propios familiares. Esto genera fuertes sentimientos de culpa

ya que los destinatarios no hacen sino recordar las responsabilidades que se abandonaron

en el país de origen88. Las carencias afectivas que esta evocación genera se vuelcan en las

personas cuidadas a modo de compensación dando lugar al conocido fenómeno de las

cadenas mundiales de afecto. El resultado es una combinación globalizada de vocación,

altruismo y sentimiento de culpa.

La mayoría de las entrevistadas reelaboran esta articulación en términos religiosos: «haz el

bien y no mires a quien», «hoy por ti mañana por mi», «lo que uno siembra, cosecha», etc.

«Al cuidar yo a estos yayos, piensan, los míos merecerán ser cuidados», aunque ambas

actividades se produzcan en lugares y entre sujetos alejados en el espacio.89

88 Los estudios feministas sobre globalización y migración destacan que la culpabilización que con frecuencia se trasmite a las inmigrantes, en particular las que son madres, como una temática nacional en algunos países (Hondagneu-Sotelo y Avila 1997). Los cuidados y las remesas se jerarquizan establecen relaciones jerárquicas que atraviesan los imaginarios nacionales y las políticas efectivas de los gobiernos. 89 Una trabajadora del SAD a la que entrevisté me contó un proceso distinto aunque también vinculado a su historia familiar. Había atendido a su madre con cáncer hasta que ésta murió. Descubrió una vocación y decidió formarse. Hablaba de «devolver todo lo que habían hecho por mi

Me pongo triste porque pienso en mi padre, cuando yo les veo que están así tan...

que si que ya van a morir, que esto, que ya estamos viejitos, la soledad que les

espera, se me viene mi padre. Me digo ‘bendito dios, mi padre también está solo’.

Yo también a veces quisiera darle el mismo cariño, el cuidado que a papá, que

también se lo merece. Es el único momento que me pongo super mal. Pero aun así

me dicen ‘¿qué pasa?’ y digo ‘no, estoy pensando en mi padre y en mi madre’, mi

madre es la hermana de mi padre pero es porque me crió, (…) y asimilo la soledad

de Joan y Carmen con mis tíos. Entonces yo les brindo todo el cariño, les brindo

todo lo que quisiera hacerles a ellos, ¿me entiendes? También digo que dios algún

día les pondrá también una chica que les haga feliz a ellos, haz el bien sin mirar a

quien, y lo que haces hoy por ti mañana lo harán... (CPI9).

Para muchas, este intercambio deslocalizado tiene lugar en primera persona: si cuido bien,

seré merecedora de cuidados.

(…) hay mucha gente que le hace falta el amor. Yo me encuentro con unos

ancianos que se me hace un nudo. Deprimente, tan solos y faltos de cariño. Yo no

quiero llegar a esa edad así. Quiero tener amor para esa edad. Pienso que si doy

voy a recibir. Así no sea de acá, de mis hijos. El que da recibe (CPI10).

El altruismo inmediato –motivación extrasalarial, afecto y satisfacción ante el bienestar de la

otra persona– se piensa junto a la reciprocidad global, trascendental, no situada. Las

motivaciones del cuidado difícilmente se presentan en estado puro.90 En todas ellas

conviven: 1) normas, patrones culturales de comportamiento, 2) preferencias, deseos

individuales, y 3) valores, afirmaciones universales que transcienden las particularidades

culturales e individuales.

Esta vía de escape, que es una elaboración normativa (responsabilidad del cuidado de los

familiares) de un valor universal (ayudar a los necesitados) en un contexto específico, el de

la migración, no es compartida por todas las mujeres en los mismos términos. Algunas

desplazan o más bien recombinan este dilema moral a terreno de las estrategias y

alternativas situadas.

madre». Sin embargo, establecía una férrea distinción entre cuidar de un familiar y realizar un servicio de atención. Esta mujer aplica el código profesional y tampoco tiene claro trabajar de esto toda su vida. 90 En este sentido, el amor diferenciado como philia, eros y ágape al que alude Boltansky (1990) no es sino mera idealización (Folbre 1995). El servicio de atención, hasta hace poco excluido de las discusiones sobre el afecto, presenta este carácter híbrido (altruismo, reciprocidad, responsabilidad e

(…) al cuidar estas yayas yo me acuerdo de ella y pienso que yo estoy cuidando

aquí y que no la cuido a ella. Pero sé que está mi nuera y mi hijo cuidándola y a

través de esto me dan ganas de traérmela o de trabajar un año más y marcharme.

Si tuviera papeles haría ‘zas’ y me iría (CPI3).

En el caso de que finalice la relación laboral, seguirán atendiendo a los ancianos de forma

intermitente. Esto sucede con especial intensidad, como cuentan algunas mujeres, con las

primeras personas a las que una ha atendido. Una empleada, por ejemplo, a pesar de

trabajar a domicilio para una empresa en Mataró sigue visitando y ayudando a sus primeros

yayos, cuidados en los que se implica su familia al completo. Aunque acude tres horitas un

día a la semana percibiendo un salario mínimo, está pendiente y se acerca si tiene un

momentito a ver cómo están y si necesitan algo. Ha prometido a la sobrina que les cuidaba

y tuvo un accidente, que no les abandonará.

Lo hago porque quiero, eso no me lo pagan (…) yo voy dos veces a ducharle, y si

la C me llama ‘M. C., quiero ducharme’, digo ‘¿a qué hora bajo?’ Y bajo, la ducho y

me voy. Ya más por cariño, y como gracias a Dios tengo mi sueldo, y mi esposo me

dice también, ‘no los dejes’. Incluso el hermano de ellos me ha llamado a veces, la

sobrina quería conocerme. (…) ‘Quiero agradecerte todo lo que haces por mis tíos’.

Y le dije, ‘no tienes porqué, lo hago con cariño, lo hago porque me nace’ (CPI9).

Yo pensaba en mi madre. Claro, mi mami vive solita. Yo decía, ella está sola con

tantos hijos y esta señora tiene dos, pero tiene cómo pagar a alguien por hacerle

compañía. ¡Pero cobrar por comer y dormir! Me siento tan mal, voy a cenar, a

ducharme y a dormir, encima tengo que cobrar (CPI4).

Para las cuidadoras, los mayores son sus yayos. De hecho, la mayoría tiene dificultades

para concebir lo que hacen por ellos como un trabajo. Tienden o bien a proyectarse como

una extensión de la familia involucrándose en vínculos extralaborales o a establecer

relaciones de tipo caritativo. Hacen innumerables «extras», pero no los tratan como tales, y

cuando salen de trabajar siguen pendientes de ellos. Exceder la relación salarial, una

positividad que entraña la relación afectiva, amenaza en algunas ocasiones con difuminar

las asimetrías que ésta encierra y sobre las que se origina.

El cuidado de la primera persona para la que se trabaja suele ser determinante, y si muere

sufren un fuerte proceso de duelo individual. Algunas pueden hacerlo junto a los familiares

intercambio económico). No es economía del regalo, pero tampoco mero cálculo de beneficios.

de la anciana, pero muchas viven este proceso en soledad. La identificación con la persona

cuidada es muy intensa.

Me gustan las personas mayores. Si mi señora viviera, con ella estaría. Como le

cogí tanto cariño, me prometí no cuidar a personas mayores. Porque yo vivía con

ella, salía sábados y domingos. La pienso y la echo de menos. Entonces pensé,

fija, ya no. (…) Me sentí deprimida y como si fuese parte de mi familia. Estuve

como cinco meses mal, y escuchaba que ella me llamaba, cinco meses así, y se lo

dije a su hija. Le decía, presiento a su madre, veo su sombra (CPI8).

En muchas ocasiones, las malas condiciones laborales se compensan con el afecto.

Ancianos y familiares aprovechan esta circunstancia a su favor. Las pensiones o la soledad

son aquí un poderoso argumento de presión a la baja de los salarios y las condiciones.

Pues no me pagan mucho, pero lo único bueno de esta señora es que voy a dormir.

La tengo que cambiar si está húmeda, si no, no la tengo que cambiar. Y darle un

poco de leche por la mañana, la levanto y se lo doy y ya está y ya llega la hija y me

marcho. Ahí me pagan 300 por mes, 4 días a la semana. Mire, a no tener nada me

siento bien porque si me quedo en casa pues no gano. Muchos me dicen que está

muy barato, que me debería pagar más, pero ahí estoy. Y la otra yaya me paga al

mes 310. Me dice que me quisiera dar más, pero no puede porque se pasa de su

pensión. Pero es muy buena porque me da el desayuno cuando llego, me hace dos

tostadas, me compra mermelada, y yo sólo voy a caminar con ella. (CPI3)

Muchas ven a sus yayas «tan malitas», viudas, solas, que no se atreven a plantear ninguna

exigencia. Muchas cuidadoras particulares no abandonan a sus viejitos hasta que éstos

mueren. Les cuesta despegarse y anteponen el afecto a las condiciones laborales. «Yo –

afirma una trabajadora brasileña que atiende a anciano gruñón– no he dejado este trabajo

porque tengo mucha pena porque él está solo. Cree que nadie le quiere. Es una persona

mal amada, como se dice en Brasil».

A diferencia de las empleadas del SAD sobre cuyos códigos me detendré en el próximo

capítulo, pocas son las trabajadoras particulares inmigrantes que establecen una diferencia

entre cuidar a un familiar y realizar servicios de cuidado, ya sean internos o externos, ya

sean formales, pseudoformales e informales. Esta pregunta sobre la cualidad del cuidado

ha sido determinante a la hora de establecer un límite en los códigos del cuidado, sobre los

que volveremos en otra parte del texto, de unas y otras.

Yo no veo ninguna diferencia. Diferencia familiar no veo ninguna porque igual te

vas a encariñar como si fuera familia. Cuidas a esa persona como si fuera lo tuyo.

La única diferencia es el sueldo. Hay personas que lo hacen sólo por el sueldo,

pero en mi caso no. Pienso, esta persona puede ser mi madre, mi hermano, yo.

¿Porqué no dar cariño? Entonces uno da cariño de hijo a esa persona (CPI8).

A pesar de los imperativos del salario y los papeles, los servicios particulares siguen

siendo, como en las tareas domésticas, más impermeables a las concepciones orientadas

hacia la profesionalización: el reconocimiento de las competencias, la formación técnica, la

regulación de las condiciones, etc. El marco de los derechos en ocasiones queda

difuminado por el familismo aunque en otras regresa con fuerza: los papeles, el salario

(entrelazado con el ahorro y las remesas), el proyecto migratorio y vital. Estas medidas del

reconocimiento social –en forma de derechos– del cuidado, universo dominante del salario

que en el caso de la migración condensa el imaginario en torno a la inserción laboral91,

apenas se articulan en el discurso de las inmigrantes con otras medidas o formas de

reconocimiento del valor del cuidado. Se cobra poco, se piensa cómo mejorar… y, por otro

lado, se producen medidas afectivas de valor concernientes a los vínculos («Lo hago

porque lo deseo»). Como dirían las pensadoras de la diferencia sexual, se trata de dos

universos de valor (Butarelli 2001). Cuando uno, el del afecto en la cultura femenina, se

introduce en el otro, el del empleo con su lenguaje de derechos y conflictos, el primero

ejerce sus resistencias tratando de modificar los mecanismos del segundo metiendo, como

dirían estas autoras, el afecto en el mercado (a cualquier precio). Tal y como explicamos en

el capítulo precedente, operar en esta dicotomía, entraña problemas a la hora de afrontar

las asimetrías y pensar, al interno de la cultura femenina o desde la política de las mujeres,

los movimientos de sumisión.

Las descripciones vocacionales del trabajo de relación y restitución son compartidas por

empleadas del SAD y particulares, pero se explican a partir de procesos diferenciados:

unas invocan al amor (con carisma, con o sin Dios) y a sus familiares, mientras que otras

hablan de la satisfacción personal (principio vocacional) que implica proporcionar bienestar.

Ambas reflexionan sobre el envejecimiento, las culturas del cuidado y las circunstancias

sociales en las que se conforman. Esta línea de demarcación adopta características

específicas cuando la trabajadora es inmigrante. La «aparición» de la propia familia en

virtud del amor que se moviliza en el trabajo se acentúa en situaciones de desarraigo y

separación de los propios allegados

91 En otra investigación llamabamos la atención sobre esta consideración de las inmigrantes sólo y exclusivamente como fuerza de trabajo. Este hecho se revela en la agenda diferenciada de género. Las inmigrantes, regularizadas o no, permanecen ausentes en los debates sobre la conciliación, siendo ellas uno de los recursos de conciliación fundamentales y cada vez más importantes para las familias autóctonas (Monteros y Vega 2004 y Caixeta et al. 2004). Tampoco temática de la integración se vincula a la del trabajo; se trata de dos «entradas» distintas en las políticas que definen

11. Mucho amor

Las entrevistas revelan un diálogo mudo entre las trabajadoras domiciliarias (y en

geriátricos) y las particulares, que se van integrando poco a poco a los servicios de

proximidad como auxiliares de hogar. Las primeras afirman que las particulares, en su

mayoría inmigrantes, carecen de profesionalidad, lo mezclan todo, no ponen límites, se

implican, limpian aunque no sea su función… Todo el trabajo especializado –atender a la

persona y no al hogar o al domicilio– que ellas introducen en la cultura del cuidado es

borrado de un plumazo. Para ellas, esto genera una presión hacia la informalidad, tanto en

los criterios como en las condiciones laborales. «Se agarran a lo que sea» y no limitan su

implicación. «Me he prometido no volver a hacerlo porque cuando la señora se enferma, yo

me siento mal» -comenta una trabajadora particular- «Te afecta porque entras en la piel de

esa persona que cada día se va deteriorando».

A las familias les resultan más rentable su servicio, pero a medida que se introducen en

otros sectores extienden sus modos y condiciones de trabajo. Algo que las empresas

aprovechan a su vez para exigir menores calificaciones y precarizar el sector. La economía

sumergida y los servicios precarios declarados, en el particular pulso que mantienen,

contribuyen a frenar la crisis, además de generar ambigüedad en la concepción del

cuidado. Con distintos argumentos y profundidad al analizar las líneas de estratificación, las

TFs, algunas incluso inmigrantes formadas en su país de origen, ven en las que trabajan

por su cuenta una vía de devaluación de su propio trabajo, directa en el caso de las

auxiliares de hogar e indirecta, en el de las particulares.

(…) una de nuestras condiciones es que nosotras no limpiamos, y había un señora

que llegaba al domicilio y le limpiaba, le planchaba, y dices, estamos luchando para

mejorar la calidad de la trabajadora familiar y luego esto. Esto pasa ahora con las

personas inmigrantes, yo también lo soy pero no lo hago, que hacen esto: se

involucran demasiado con las personas, también lo hacen los españoles, es

verdad, no quiero generalizar pero sucede (TFI14).

Las segundas, teniendo más presente el tipo de cuidado que se lleva a cabo en los

geriátricos, muchas han trabajado en ellos o conocen a otras mujeres que lo hacen, ponen

por delante el trato personalizado. Aun cuando el servicio no sea de 24 horas existe la

convicción de que los cuidados son mejores cuanto más se conoce a la persona, cuanto

más se acerca una a su vida y, desde luego, cuanto más tiempo se pasa con ella.

el campo de la migración.

Esta es una de las claves que nos ayudan a entender, gracias a sus argumentos, la

relación entre trabajadora y beneficiaria. Lo profesional se presenta entonces, para unas y

otras, profesionales (autóctonas) y profanas asalariadas (inmigrantes), como contrario a lo

interpersonal, aunque las palabras que las segundas emplean con más frecuencia sean

«amor» y «cariño».

Yo a la mía, por ejemplo le decía ‘cariño, ya verá que con la medicina va a estar

bien’. Y con cariño, con palabras, también la sobaba. Hay personas que tratan bien,

pero no les dan tanto amor y cariño. Porque necesitan que uno les de cariño. Yo,

por ejemplo, la trataba muy pero muy bien. La mimaba (CPI8).

Es evidente que las particulares reconocen la importancia de la profesionalización,

especialmente la técnica y experiencial, pero sus juicios acerca de los entornos más

formales están impregnados por la crítica a lo impersonal, la falta de cariño, al

automatismo, la rigidez y una desafección generalizada. Cuidar en una institución y cuidar

en el hogar o domicilio es otro aspecto de esta visión. La crítica, además, se presenta en

términos culturalistas, incluso psicologistas. No se dirige simplemente a los centros, los

servicios de proximidad… sino a la forma en que aquí se cuida y da a cuidar a los

familiares, frente al modo en que se hace allí, en los países latinoamericanos. Porque, en

definitiva, «Nosotros somos más apegados».

Así pues, tenemos dos ejes que se entrecruzan: 1) las visiones de lo profesional y lo

profano, y 2) las visiones sobre cómo se cuida allí –donde la familia (aparte de la

beneficencia), más numerosa, es la única institución para el cuidado– y aquí –donde los

mayores se desarraigan, deshumanizan e institucionalizan–. Con esto no estoy negando

que existan diferencias culturales en los distintos países (y grupos sociales), sino que

dichos aspectos, que existen, no se explican a partir de las coordenadas institucionales,

sociales, familiares en las que se desenvuelven, sino acudiendo al carácter de las personas

visto según su origen92. Este ejercicio de identidad es, como todos, producto de una

interpelación: somos así, diferentes, y nos ven así, diferentes. Las mujeres no dudan en

censurar el abandono que sufren los ancianos por parte de sus hijos. Para ellas, el modelo

de las residencias, que desafía sus creencias sobre la familia, la autoridad de los mayores y

con frecuencia las ideas religiosas es dañino. El contratar a una persona en el domicilio,

aunque no sea ideal, si se acompaña de atenciones, puede ser una solución, sobre todo si

se tiene en cuenta que las hijas trabajan asalariadamente, no tienen tiempo ni paciencia.

92 Para tratar de explicar la institucionalización algunas empleadas inmigrantes además de al mayor o menor apego en la familia aluden a otros aspectos: número de hijos, alargamiento de la vida, dificultades de los hijos para conciliar, las pensiones, los servicios, etc.. Explican lo que aquí pasa,

Están «muy nerviosas» al enfrentar empleos, hijos, casa… (esto último, «para las

empleadas mal»).

12. «Conocer para trabajar»

¿Cómo describen entonces las cuidadoras particulares inmigrantes su trabajo afectivo en el

cuidado? ¿Qué hace de los cuidados que ellas propinan buenos (y distintos a los que

tienen lugar en contextos profesionalizados (domésticos)? ¿El amor, el cariño, la paciencia,

la entrega?

Las trabajadoras más reflexivas profundizan en las modalidades y criterios del ‘buen’

cuidado que van más allá del «tratar bien» y «dar amor». Este pensamiento, minoritario

pero en algunos casos progresivo en las inmigrantes, no tiene por qué haberse adquirido

en un curso, sino que puede originarse en experiencias anteriores y no necesariamente

experiencias de cuidado. Que las ancianas se sientan mal no ha de implicar el propio

malestar por sobreidentificación, aunque esto no siempre resulte fácil de controlar En

segundo lugar, estas trabajadoras generan criterios generales: autonomía, reconocimiento,

respeto, comprensión del envejecimiento y pautas comunicativas: indagar, buscar,

acercarse, interpretar.

(…) nunca hacer por el enfermo lo que él pueda hacer porque es atrasado. Tratar

siempre de lo poco que haga tratar de valorizárselo y hacérselo notar lo bien que lo

está haciendo, y cuando hay cosas por ejemplo, en el caso de esta señora sus

incontinencias, y se da cuenta, pues hacerle notar que no pasa nada, que las

podemos sufrir gente joven como yo, que es algo normal que a cualquiera le puede

pasar, que no es preciso ser mayor para eso… O sea tratar de llevarles de la

manera más humanamente y que la enfermedad no les deprima, porque muchas

veces se deprimen. Esta señora tiene sus ratos, muy poquitos, buenos, y ahí le

entra la depresión… porque percibe el deterioro de su cuerpo, de que no es capaz

de caminar como antes, que no puede planchar, que no puede cocinar, que son

cosas obvias… o que se ve torpe con sus manos. Entonces claro, tratar de que le

resulte lo más suave posible. Bueno, son ciclos de la vida. A unos nos toca una

cosa, a otros otra y que bueno, el cuerpo va envejeciendo y hacérselo lo mínimo

posible, para que no se deprima (…). En esos momentos trato de hablarles, de

hacerles caricias, de demostrarles que a todos nos va a pasar, que todos vamos a

llegar (…) (CPI 11).

pero consideran que el modelo latinoamericano es mejor.

Cuando estas trabajadoras, que están a caballo entre lo profesional y lo profano, tal y como

se define esta dicotomía, explicitan los valores, ponen el acento en la dignidad, en la

humanidad. «Y entonces pienso, ¿cómo me gustaría que me lo hicieran a mí si yo llegara a

esa situación?»

Un tercer elemento particularmente interesante se refiere al acercamiento personal, sobre

el que volveremos en el capítulo 4. En los servicios de 24h., el conocimiento del otro es

muy intenso. Esto puede ser, suele ser una trampa, pero también puede transformarse en

una ventaja. «A mi –explica una empleada brasileña– me gusta para saber trabajar. Porque

conociendo muy bien a la persona es muy fácil». Para esta mujer, el conocimiento no es

únicamente en justificación, explicación de los comentarios que rodean el cuidado –este

anciano tiene el corazón duro porque ha tenido una vida difícil, porque fue criado así–, sino

una herramienta de trabajo, algo que le permite tratarle. Algunas llegan incluso a desarrollar

planes de cuidado como procesos de estimulación y autocuidado. Las descripciones de los

procesos son, desde este punto de vista, ricas en detalles, en elaboraciones intersubjetivas.

Las diferencias entre las «yayas», las tipologías de las enfermedades y las actitudes, así

como las prácticas de atención que hay que llevar a cabo con cada una, aparecen con

fuerza en los testimonios.

Siempre le pregunto qué es lo que quiere hacer, nunca lo que yo quiero hacer. Le

pregunto si quiere pasear, pintar. Le saco un dibujo, le saco otro, lo guardo si se

cansa. La paseo, la pongo al sol, le digo, ‘yaya, cinco minutos porque mucho sol no

te hace bien’. Primero le echo crema en la cara. Luego vamos a la sombrita, pero

ella quería seguir al sol. La puse bajo un árbol donde los rayitos pasaban sin

quemarla (CPI6).

Existe todo un campo de operaciones sobre la subjetividad. En él está la «descarga», la

regeneración, el alivio, que son cuidados de tipo paliativo; «entra en un estado de ansiedad

que no hace más que llorar, llorar, llorar… entonces busco, a ver cuál es el tema, y por lo

general, siempre es el mismo: el hijo que se fue. Entonces yo la toco, lo hablamos, se

tranquiliza, se le pasa». Existe también un componente de seducción. La cuidadora

persuade a la cuidada de un modo directo o indirecto para lograr una modificación del

estado de ánimo. Esto se ve con claridad en relación a la «negatividad»; «para ella nada

está bueno, todo es malo». Pero también a la depresión o a la obsesión. «Rafaela antes no

le gustaba hablar… era agresiva…Ahora sí conversamos, me cuenta»; «Estaba

acostumbrado a mi y yo a él le trabajé hablándolo. Le decía ‘José, borra de tu diccionario la

palabra no’. Tienes que decir ‘lo intentaré…’». Está también el establecer límites; «Si no

estás a gusto conmigo yo no puedo hacer nada, pero a mí no me gusta que me traten mal».

No contrariar en los momentos de crisis y agresividad y volver sobre ello más tarde porque

no todo puede ser objeto de diálogo o plantearse en términos de negociación.

Por su propia cercanía a los ancianos, estas mujeres son más proclives a entender la

particularidad en los cuidados, la dimensión personal que encierran, sobre todo vistos

desde el domicilio donde las personas «son más suyas».

(…) el ayuntamiento les ofreció esta ayuda. Entonces, una hora antes de ir yo iban

y la bañaban. Y ahí tú veías que había un roce (…) la persona que iba decía una

cosa, y a veces no era la apropiada para ella, pero era la apropiada para la persona

que iba ¿Me explico? De repente era más cómodo bañarla de cierta manera o

hacer tal cosa, pero no era lo más seguro para la señora (CF11).

Los cuidados medicalizados y mercantilizados, con sus exigencias, códigos y ritmos de

atención, tienden a borrar esta dimensión singularizada. La institucionalización, con sus

prácticas disciplinarias, trata el envejecimiento, como la locura, como una patología que si

bien no puede ser corregida, al menos sí domesticada. Los viejos se ven así privados de su

individualidad, de su entorno y de su capacidad de decisión desde el momento en el que

son otros los que deciden hacer las cosas por ellos y «por su bien». Desresponsabilizar,

objetualizar, incapacitar e infantilizar son hoy en día dinámicas comunes que hacen difícil

encontrar lugares éticos y comunitarios para el cuidado. Para concitar los peligros y

excesos de la personalización, que como hemos visto no son pocos, se opta por anularla.

Las propias profesionales han de hacerlo si quieren cumplir con sus servicios y sobrevivir a

las exigencias que implica ser sensibles a la necesidad y a la interacción con otro ser

humano que «forma parte de tu vida también». Quizás las trabajadoras familiares están en

esa pinza entre un tipo de personalización que es la del familismo, del que venimos, y la

institucionalización, el encierro, del que también venimos, pero que hoy se ve cuestionado

tanto desde la izquierda como la derecha neoliberal.

Por otro lado, la posibilidad que brinda la entrada de mujeres inmigrantes en los cuidados

domésticos ha acentuado la aversión institucionalizadora y ha reavivado algunos de los

principios del modelo familista (Bettio, Simonazzi y Villa 2004), entendido también desde los

distintos lugares y posiciones latinoamericanas. En este sentido, los dilemas de las

empleadas particulares, que realizan un trabajo intensivo y singularizado, nos brindan una

oportunidad para acercarnos nuevamente a las cualidades del cuidado pero desde un lugar

distinto aunque próximo a la familia. «Cuidar bien es escuchar. Intentar entender por qué la

persona es así».

Pero existe, en cuarto lugar, un componente añadido que es el del cuidado de la vejez y en

ocasiones de la enfermedad. No sólo se trata de conocer a la persona, sus gustos, sus

historias, sus nudos existenciales, sino de conocer a la persona en las circunstancias en las

que halla. Y aquí se plantea una reflexión enigmática para la subjetividad. No me voy a

referir al caso extremo del Alzheimer, pero sí a las dificultades habituales del

envejecimiento, agrupadas como demencia senil, que es desmemoria, repetición,

inseguridad, sentimiento de vulnerabilidad, alucinaciones y cambios de estado de

conciencia. «Estás consciente –explica una trabajadora familiar inmigrante– que estás

tratando con una enferma; tú eres el profesional y por eso estás allí». Aquí es donde las

trabajadoras, todas, pero sobre todo aquellas que han pasado por procesos de aprendizaje,

se alejan de los familiares impacientes y cargados de historia para construir una posición

diferenciada. Los hijos no aceptan con facilidad este deterioro que va a más, y piensan:

«siempre ha sido así». Esta observación, que casi siempre es cierta, en adelante adquiere

nuevos matices. La demencia está conectada a la vida de cada cual. Muchas ancianas, por

ejemplo, entran en estado de crisis en el preciso momento en que sus esposos, hoy

fallecidos, llegaban diariamente a casa del trabajo («Ya está llegando mi marido. Ya están

hirviendo las patatas»). La mayoría, acentúa las actitudes que ya tenían: autoritarismo,

control, dependencia, pero también otras de carácter positivo. Enfermedad y vida se

entremezclan determinando las potencialidades de la relación de cuidado.

Depende de la enfermedad que tengan. El era una persona tan lúcida. Podías

dialogar, jugar, compartir, entonces se hace ameno el día (…) una persona que

solamente en toda su vida lo único que hizo fue lavar ropa, hacerle la comida al

marido, qué se yo, solamente lo de la casa, entonces no hay esa relación (…) con

este señor te ponías a hablar de política, él estaba al tanto de todo lo que sucedía

en el país. En cambio con una persona que solamente estás ahí, con el pasado,

porque lo único que hace es retroceder y volver a lo mismo, lo mismo, lo mismo.

Ahí en realidad tú sientes el tiempo, y te va cargando (CPI5).

Pero la distancia y la paciencia, esa palabra mágica en estas situaciones, es un estado

difícil de alcanzar para los familiares, especialmente sin que se convierta en resignación y

autosacrificio. A menudo, las cuidadoras se convierten en traductoras afectivas para las

hijas y las ancianas. Hacen un trabajo de mediación.

No asimilas esa enfermedad. Pienso que como hijos, tampoco se asimila (…)

Estábamos saliendo y la mujer decía: ‘¡las llaves! ¡El monedero!’ Y yo le explicaba,

‘no lo lleves con contrariedad’. Las llaves, le digo, ‘aquí las tengo’, y así. O cuando

salíamos y quería comprar fruta, yo le explicaba que ya la habías comprado o le

decía que la compraremos más tarde. Y la hija no tenía esa paciencia, porque un

día le dice, ‘¡que coja el monedero! ¡Pero no te das cuenta que tú no tienes que

usar monedero!’ Un día le dio un empujón pero que casi la tumba. ‘¡Que tú y el

monedero, y las llaves, ya me tienes hasta aquí!’ Y cuando le dio el empujón yo la

agarré por detrás del vestido para que no se cayera. Ella miró hacia atrás y al

verme creía que yo la había empujado. ‘¡Me has empujado, pero esto no se queda

así!’ Yo, ‘lo siento Antonia, no fue mi intención, te tropezaste y para que no te

cayeras te cogí así’. La hija no decía nada. Pero luego, la señora se dio cuenta que

la hija le había empujado y, ‘¡que tú me empujaste! ¿Verdad Isabel?’ ‘No Antonia,

se ha tropezado, no te diste cuenta’. Entonces después nos fuimos a tomar un café

y me dice la chica, ‘Isabel, te agradezco. Es que no entiendo por qué reacciona

así’. ‘¿Cómo no va a entender, su mamá tiene demencia, está loca en palabras

comunes?. Eso tiene que asimilar. No la trate así. Después usted se iba a lamentar.

Téngale paciencia’. (…) Yo no puedo darle la contrariedad. Lo único es llevarle la

corriente. Porque un día dijo voy a hacer esto, y yo le dije, ‘no’, y se puso, ‘te doy

un porrazo’. Comprendí que no podía imponer, sino seguirle la corriente (CPI1).

Así pues, el equilibrio entre el reconocimiento de la subjetividad de la anciana, con todo lo

que comporta, y la comprensión del desgaste de la edad resulta, para las hijas, pero

también para las asalariadas, extremadamente frágil. El cansancio psicológico y el estrés

son, en definitiva, parte de la vida cotidiana de quienes se implican en la actividad

relacional, motivo por el que una cuidadora no debería ni actuar en solitario ni cuidar

ininterrumpidamente de una única persona.

Las historias del cuidado no están únicamente bañadas de dificultades. Las cuidadoras

explican cómo son sus yayos, cómo ha sido su vida, así como lo que aprenden de ellos, lo

que se ríen con ellos, lo que reciben de ellos. Son una fuente de información clave para

explicar la historia reciente de un país, de una clase, de un género, de un modo de vida y

comprender las condiciones de vida en el lugar al que se llega.

13. «¿Què son de aquí las noias?». Confianza e integración

poscolonial

El cuidado construye una relación que opera en ambos sentidos. Muchas cuidadoras la

definen, en el contexto migratorio, como un intercambio de cuidado por confianza (y salario,

claro). Este intercambio afecta al conjunto de los familiares (y profesionales) implicados en

un vínculo de cuidado más o menos socializado. La confianza, al igual que el afecto que

reciben de sus yayos, es muy apreciada por las trabajadoras inmigrantes, más sensibles al

desarraigo afectivo, al encierro y la invisibilidad social.

(…) algo maravilloso, muy agusto, es conectar con la gente, sentir lo que ellos

sienten, verle la alegría de los ojitos, cómo les brillaban cuando tú le dabas cariño.

No sé, es muy bonito. Yo preferiría estudiar y trabajar de eso más que limpiando,

porque es bonito ver cómo la gente te da confianza. Al principio es como que te

dicen esto, a veces porque te ven inmigrante y ellos la mayoría son catalanes, pero

al darle tú el apoyo, el cariño que les das, pues mira. Hasta que se te agarran

(TF14).

Esta no sólo se genera en la relación, sino que además puede venir facilitada por las

referencias y la actividad de mediación que llevan a cabo agencias y asociaciones. La

iglesia tradicionalmente ha jugado un importante papel en tanto intermediaria en la

contratación y contratación de servicios por parte de las familias. La confianza, como la

desconfianza responde muchas veces a una percepción difusa que puede encubrir

prejuicios y dinámicas de abuso y control. En otro lugar hemos explicado cómo a través de

la confianza y la relación afectiva se instaura un sistema de deberes y favores que en el

caso de las inmigrantes puede implicar el intercambio de extras por papeles, que son

considerados como «regalos», «detalles», cuando no «milagros»93 (Monteros y Vega

2004). Existen distintas formas (y fuentes) de confianza. Para CTF94, una cooperativa de

atención domiciliaria de Barcelona con una larga andadura, la confianza –«¿quién confía

en nosotros?»– descansa en los protocolos, la formación, la ética profesional y las

instituciones (públicas o semipúblicas, científicas, sindicales, etc.) que avalan su código

deontológico y sus prácticas de economía social. Una TF inmigrante de esta cooperativa

nos baja al terreno de juego, donde la confianza se encarna en sujetos racializados.

Como mi padre era gallego y mi madre italiana yo tiro por ahí. ‘Yo he nacido en

Galicia’, les digo. Y ya me miran de otra manera, porque con los inmigrantes

también hay problemas. No les quieren. Y yo todas esas cosas me las tengo que

comer y me tengo que montar esas historias (TFI11).

Las latinoamericanas blancas, las «europeas», uruguayas y argentinas, a las que hemos

entrevistados advierten con claridad esta situación que, de hecho, utilizan a su favor. Desde

ahí, desde el campo, vemos que las fuentes de confianza se enfrentan a las resistencias de

los usuarios. La segmentación, que no es mera posición estructural, sino subjetividad

encarnada que, como explicamos más arriba, se apoya fuertemente en el racismo.

93 Así lo formula una empleada cuando cuenta un intercambio con su empleadora: «¿Tú crees que los Reyes Magos te van a traer algo?’. Le digo ‘nunca me han traído nada, pero ahora espero que sí’. ‘Pues te traerán porque yo te haré los papeles’» (CPI1).

Desde la cooperativa de cuidados Sad Suport (Mataró), se explica el universo de

referencia cerrado, en ocasiones localista («las de aquí, de toda la vida»), de algunos

usuarios frente a las TFs y Auxiliares de hogar extranjeras.

Cuando yo voy a un servicio lo primero que me dicen: ‘¿son de aquí las noias?"

‘¿Cómo si son de aquí?, ¿qué quiere decir?" ‘Pues no’. El colectivo que más

trabajamos nosotras, que nos hemos identificado más y tal o porque la forma la

trabajar es bastante igual son, digamos, las chicas de Colombia y sudamericanas.

Por el idioma. Hay muchas que ya incluso entienden el catalán; y les vemos más,

eeeh, no sé cómo decirte... Ahí no hacemos distinciones pero se nos dificulta

bastante la tarea. Entonces si por lo menos el idioma está conseguido y la chica

trabaja bien y digamos que tenemos referencias, o sea hay, hay un trabajo detrás.

Entonces claro, yo cuando voy a ese servicio lo primero que le digo: « ‘Ud. Qué

quiere?’ - ‘Yo, una chica maja que trabaje bien’. – ‘Eso quiere? Yo se la traigo.

[Así de claro]’. – ‘Yo no tengo chicas ni de aquí ni de allí; son las chicas que quieren

trabajar. Si Ud. quiere chicas de aquí que no quieren trabajar...’ »]. [RISAS] Porque

esto sí que lo tengo que decir, en favor de estas chicas: hay mucha más gente con

ganas de trabajar, con marcha y que se pone que venga... que hay chicas de aquí

(…) sí que es verdad que a veces hay chicas pues catalanas mismo, o de aquí,

digamos, que hablan castellano y tal, pues que no son responsables. Entonces a

mí me da igual que sea de aquí que sea de fuera mientras sea responsable y

trabajen y también pedimos que tengan una atención con los abuelitos (TAO28).

Los imaginarios del género y la extranjería atañen a todos los estratos del cuidado

conformando poderosos argumentos informales para justificar la segmentación. Las

inmigrantes son conscientes de que se integran en aquellos empleos devaluados que no

quiere la población autóctona para sí. Los más duros pero también los más necesarios. No

obstante, haciendo de la necesidad virtud, inmigrantes y empleadoras/mayores exponen las

ventajas de la inserción diferencial etnizada en el mercado de trabajo doméstico y de

cuidados catalán. La resistencia que se produce en la atención domiciliaria o geriátrica,

donde se presumen sólidos criterios profesionales95, requisitos formalizados, se transforma

en cariño y paciencia en los servicios particulares para las familias. Esto, que se reclama de

las TFs autóctonas, se exige, junto a la realización de tareas domésticas (no estipuladas en

la figura de la trabajadora familiar) a las inmigrantes. La fuerte responsabilidad de las

cuidadoras particulares, que prefieren por un motivo de autoridad, muchas veces de

94 http://www.ctf-coop.org/cs/index.html 95 «A lo mejor llegas –explica una TF negra que trabajó en un geriátrico– y te dicen ‘¿de dónde eres?’, como que se sienten un poco… inseguros que a lo mejor no tienes la capacidad para es profesión, pero cuando lo ven pueden pensar que lo puedes hacer hasta mejor, pero al principio dudan de si sabes (…)» (TFI12).

autonomía, cuidar a ancianos que a niños, pone de relieve el carácter subjetivo de la

confianza.

Para las cuidadores inmigrantes, los catalanes se muestran serios, cerrados y desconfiados

ante los inmigrantes. Esta representación, que se reproduce en distintos entornos, se

acentúa cuando el trabajo es de puertas a dentro. Es entonces cuando los imaginarios

poscoloniales reelaborados como robo, maltrato, intromisión, desconfianza ante la

responsabilidad adquirida, descualificación, etc. se precipitan. Donde las mujeres de

verdad, que cada vez son más mujeres latinoamericanas, cuidan (o seducen), y las hijas,

por no hablar de los hijos, son otra categoría de personas ocupadas que son buenas pero

están muy atareadas en sus cosas, sus carreras profesionales, o no son buenas y

descuidan a sus mayores, ni siquiera están pendientes. «Me hace sentir mal, pero en el

fondo es buena. Yo me doy cuenta de que no le caemos bien los latinos, nosotros los

inmigrantes». Tal y como indicamos en una investigación precedente (Monteros y Vega

2004), estas representaciones varían según el país, el color de la piel, la lengua, etc.

Las colombianas vuelven una y otra vez sobre las visiones de guerra y droga que los

medios proyectan sobre su país y los efectos que esto tiene sobre su trabajo relacional. Las

inmigrantes explican el efecto de fascinación que suscita el cuerpo a cuerpo, que en su

caso viene determinado por las diferencias de sexo, edad y etnicidad. La sexualización del

cuidado, que contra lo que se piensa habitualmente es común en la atención a personas

mayores, adquiere connotaciones particulares. Esta cuestión, que merecería un estudio

específico, aparece de forma recurrente en las entrevistas. Las higienes, explican las

trabajadoras del SAD, pueden producir pudor o excitación.

Algunas trabajadoras exponen situaciones de acoso. Aquí, como en otros terrenos del

trabajo relacional con ancianos, las cuidadoras tienen que caminar por la frágil línea

subjetiva que delimita la exculpación que acompaña a la demencia senil de la plena

responsabilidad sobre los propios actos. Más allá del cuerpo a cuerpo, los ancianos

bromean con las cuidadoras sobre la sexualidad, salvando de este modo un sentimiento de

masculinidad aminorada.

Había uno en la residencia al que queríamos muchísimo (…) veces yo le cambiaba

el pañal (…) El otro día me decía ‘tú duermes conmigo hoy ¿verdad?’ (…) pero yo

creo que no son conscientes de lo que dice, son ya muy mayores (…) hay otros

que te piden que les toques las partes, los genitales y todo eso (…) les hablas

fuerte, le amenazas de que su vuelve a ocurrir se lo dices a la directora y si no te

hacen caso a tu familia y si tu familia tampoco pues te voy a cascar yo, y ya se

quedan quietos, pero sí, hay muchos casos que te tocan las piernas (…) (TFI12).

En cualquier caso, para las profesionales que desarrollan su actividad en espacios públicos

esto, que no sólo sucede con hombres, es más fácil de manejar, mientras que para las

trabajadoras particulares resulta más incómodo o abiertamente hostil, sobre todo cuando se

produce con varones con los que se convive 24 horas y a los que hay que aprender a

manejar.

A veces me toca y no me gusta. Me siento y pongo el periódico o el mando en el

medio. No me gusta (CPI2).

Para trabajar hay que tocar, además, el (con) tacto en el cuidado tiene un valor terapéutico.

En ocasiones son los propios ancianos los que limitan la corporeidad del encuentro.96

Sienten pudor. También las trabajadoras, al principio, tienen reparos en el contacto, pero

pronto los superan por la necesidad y el afecto.

Al principio me daba corte. La primera vez que les vi comer, limpiarles, luego el

popó y así, pero como yo creo mucho en Dios dije al señor, ‘dame fuerzas señor,

dame amor, ponme esta señora como si fuera mi madre, ponme amor en ella’.

Porque al principio me daba asco, y mira, ahora lo veo todo normal (CPI 9).

Tal y como pone de manifiesto la siguiente historia, narrada por la trabajadora social de

Mujeres Latinas sin Fronteras, el racismo y la xenofobia no sólo se condensan en la idea de

que las latinas son más cariñosas o atractivas, sino también más «oscuras», más

indígenas, y temidas, una condensación significante que encierra el rechazo y el deseo de

devaluar el trabajo.

(…) viene la hija y yo ya la notaba muy de ‘mamá’, ‘mamá’. Le mandé una chica

encantadora de El Salvador. Me llama la chica, me dice que está todo bien. A los

dos meses llama la madre y me dice que quiere venir ella a hablar conmigo

personalmente. ‘Mire, es que la chica que me ha mandado, pues lo primero es que

yo soy una artista, y esta chica es feísima, feísima. Y además me dijo un día que

los pololos no se los quita nunca, que su marido no la había visto nunca sin pololos,

y ¿cómo se lavará? Y además no la veo nunca lavarse el pelo ’. Yo le digo que

esta señora es una persona muy limpia y muy pulcra’; ‘¿Y cómo se lava el pelo?’,

sigue la mujer. ‘Pues eso a usted le tiene que dar igual, porque ella va limpia y

punto’. Y entonces la señora sigue: ‘Pero es que además me persigue’. Digo, ‘esta

96 Las TFs cuentan cómo se produce una desagregación de las tareas en la higiene: «lo ponen contra la pared de la bañera, yo le limpiaba la espalda, pero el culo, el pene y todo eso se lo limpiaba su mujer. Las hay que no tienen problemas, pero hay otras que los ponen contra la pared (…) Yo el

persona no le sigue, esta persona su hija la ha mandado para que esté pendiente

de usted y por eso está pendiente, ¿o es que le habla y le atosiga mucho?’. ‘No, no,

no, pero es que sale de la habitación y me mira a ver qué hago’. Y entonces al ver

que no podía con todas las cosas que me decía me suelta: ‘Además es que yo no

le puedo pagar 620 euros, búsqueme otra’. Y le digo, ‘no colocamos a nadie que

cobre menos de 620 euros, dos medias pagas y vacaciones’. Y me dice que no

puede pagar y que la diferencia que ella no puede se lo paga su hija y que ella no

quiere que su hija le pague nada. Yo le digo que se apañe con su hija pero que no

es problema nuestro, que quizás puede darle las mañanas libres y le paga menos,

en las mañanas ella se puede buscar otro trabajo. Me dice que le parece bien y que

lo va a hablar. El jueves que vino M hablé con ella y me dijo que lo de irse por las

mañanas a otro sitio le venía fatal. Así que yo le dije que no se preocupase, que le

buscábamos otro trabajo. A continuación me llama la hija y me dice que está

preocupada por su madre porque dice que le da miedo, que su cara le da miedo, y

yo le digo: ‘¿No será que su madre le está explicando cosas que se imagina y que

le está contando unas cuantas mentiras? Mire, hable con su madre y no se

preocupen porque yo a M ya la colocaré en otro sitio’. Y entonces hablé con M y me

dijo que se volvía a su país, que había hablado con su marido y con sus hijos y que

le habían dicho que se volviese para allá. (…) A la madre lo que le ocurría es que

ella ni quería tener a nadie ni nada. Y así tengo montones de casos (TAO26).

Uno de los problemas de la confianza en el ámbito de la relación doméstica es que con ella

se adquiere un compromiso.

Al principio les daba recelo, corte. Me miraban raro, les daba cosa. Y estoy un año

y un mes ya con ellos y ellos me ruegan ‘Mari Carmen, no te vas a ir, no nos

dejarás, haznos un huequito’, me dicen. Voy hasta que Dios no decida llevárselos

(CPI9).

Este compromiso, con frecuencia, se pone por delante de cualquier otra consideración. La

integración en la intimidad de otra persona, en sus relaciones familiares, pero sobre todo el

reconocimiento de las necesidades que se cumplen y la fragilidad que en muchas

ocasiones tienen los arreglos para cuidar hace que las empleadas recoloquen una y otra

vez el maltrato como una manifestación de la demencia. Las hijas actúan entonces como

freno y fuente de apoyo: «Tranquila Isabel, tú sabes que mi mama no está bien». Las

muestras de agradecimiento por parte de los familiares, sobre todo de las hijas y hermanas,

son muy apreciadas por las cuidadoras inmigrantes. Son, muchas veces, una

primer día le digo ‘¿cómo lo hacía hasta ahora, cómo quiere hacerlo?’».

compensación ante el abuso, el maltrato o el desgaste en el propio trabajo. Las actitudes

de idealización del cuidado y servilismo se acentúan. Lo cierto es que la disposición a decir

«sí», a no contraria, acaba naturalizándose: «yo tengo esa facilidad».

Existe una fractura, que no pasa desapercibida a las trabajadoras del cuidado, entre el

reconocimiento público de la inmigración y la aceptación individualizada que se produce en

el seno de las familias y con algunos familiares. La sociedad catalana es descrita como

clasista y racista con las inmigrantes. Pero cuando se pasa al plano individual, familiar, la

ambivalencia es mucho mayor. La dificultad de expresar públicamente la explotación por

parte de las personas para las que se trabaja, a los que se asiste, es enorme, aunque

enseguida surgen juicios sobre el comportamiento de los distintos hijos, los distintos

ancianos, la cultura del cuidado, y, cuando se suscita el tema, las diferencias en derechos y

salarios. Para las cuidadoras particulares, el trabajo de ganarse la confianza es una forma

de lograr una aceptación semipública, un grado de reconocimiento e integración deficitario

en dos sentidos, uno, por la propia valoración social del trabajo y dos, por la segregación

sexual, étnica, de origen que lo atraviesa. Integrarse en casa y en las relaciones familiares

no equivale a integrarse en la ciudadanía, pero esta forma de integración plantea preguntas

a la ciudadanía, en particular, interrogaciones sobre el papel que desempeña y

desempeñaré el cuidado de las personas y los vínculos salariales y extrasalariales

mediante los que, cada vez más, se organiza.

CAPÍTULO 4

Atender en lo personal. El trabajo afectivo en los servicios

domiciliarios97

14. «Hablar por hablar»

En la sociedad red terciarizada, las relaciones sociales están en el centro de los procesos

productivos. El objeto producido deja de ser objeto, y pasa a ser la vida social misma. La

prestación de servicios a las personas que realizan la enfermera, la teleoperadora, la

dependienta, la trabajadora social, todas las que están de cara al público, comparten ese

rasgo distintivo: generar un flujo comunicativo. Este intercambio, por momentáneo que sea,

busca mejorar o satisfacer una necesidad. También puede ayudar a crearla, como sucede

en la publicidad. En algunos casos, la interacción da lugar a un servicio o compra ulterior –

la reparación de una avería, la adquisición de una falda, la cura de una herida, la acogida

en un centro de rehabilitación–, en otros, nada de esto sucede. Hablar por hablar –

escuchar activamente, manifestar empatía, comprender, aconsejar, orientar, desmenuzar la

experiencia, analizarla, dramatizarla, interrogarla, maldecirla, etc.– es, sencillamente, el

objetivo del servicio.

El teléfono dorado, dirigido a la tercera edad, cumple el propósito de tranquilizar y en

ocasiones canaliza o deriva a los usuarios hacia otras entidades que podrán proporcionar

prestaciones especializadas. Quienes lo atienden explican que muchos ancianos llaman

aunque no les pase nada, se sienten solos y quieren charlar. Llaman todos los días.

Además quieren hablar con alguien en concreto porque es particularmente cariñosa, saben

a qué hora tienen que llamar para encontrarla. Las operadoras-asistentes les identifican y

les echan una regañina: «¡este servicio es de urgencias, para quienes lo necesitan!». Pero

ellos repiten porque suponen que lo hablado ha dado lugar a un vínculo. Los consultorios

radiofónicos, que experimentan un renovado éxito en tanto género de la intimidad en la

esfera pública anónima, también cumplen ese fin. Hacen las veces de ese familiar, esa

amiga o ese terapeuta que no existe o no sirve en la práctica98.

Este fenómeno, el aumento de los servicios de atención a las personas, tiene muchas

97 Me gustaría agradecer los comentarios y aportaciones que Paulina Jiménez y Maggie Schmitt han hecho a este texto, además del impulso siempre presente desde Precarias a la Deriva. 98 Se puede, a través del intercambio de servicios, ingresar en una comunidad: «la comunidad virtual», como me explicó una amiga oyente de un conocido consultorio radiofónico nocturno, de los que siguen un programa y empatizan, incluso opinan y aconsejan a otros que se enfrentan a dificultades comunes. Cada vez son más frecuentes los géneros mediáticos –realities, consultorios, programas de sucesos, etc.– que apelan a sujetos con dificultades ofreciendo no sólo

caras. Una se refiere a su capacidad para sustituir relaciones que se han disuelto o

debilitado, generando a su vez otras de un carácter más frágil y sin un asiento local, un

entorno de copresencia sostenida99. Muchos de estos servicios de escucha dirigidos a

solventar problemas cotidianos eran prestados, y siguen siéndolo, por mujeres en las

familias. Otros formaban, y forman parte, pero a distancia o de manera discontinua, de la

red asistencial del Estado que ahora también llevan a cabo empresas privadas y ONGs que

funcionan como empresas externalizadas de la administración gracias a las subvenciones

(Torns 1997; Lallement 2000; Comas d’Argemir 2000; Daly 2003).

La atención, en este punto, se convierte en una herramienta útil para canalizar la asistencia

«personalizada»100. Hay quienes siempre han comprado estos y otros servicios más

especializados como parte de un pack de lujo, como terapias corporales y vacaciones de

relax, que hoy se popularizan creando distintas escalas de usuarios de servicios

personales. Otros son realizados por los medios de comunicación. Finalmente, algunos

están en manos de personas que desde la economía informal o pseudoformal –servicios

sexuales o de cuidados– hacen este papel de escuchar, atender, aconsejar, etc. sin ver

plenamente reconocida su actividad (Monteros y Vega 2004; Agustín 2005)101. Los

familiares no siempre pueden, quieren o saben ayudar, las amistades están liadas y

disponibles sólo en función de lo que sobra, el tiempo libre. Casi siempre acudimos a una

combinación de cosas para procurarnos consuelo.

La importancia del front-office, relacionada con este fenómeno de la atención, toca a otros

terrenos productivos distintos a los servicios a las personas. El aumento general de este

sector de las empresas tiene que ver con tres elementos esenciales en la especialización

flexible: (1) el ajuste entre la producción y el consumo, entre la oferta y la demanda (el

acompañamiento sino seguimiento, incluso salidas a problemas concretos. 99 También hay que destacar aquí la progresiva psicologización de los individuos, un desplazamiento de los códigos sociales externos de la ética liberal decimonónica –fundamentalmente la independencia y el autocontrol–, reformulados como internos o psicológicos. Las teorías de Freud tuvieron en esto un papel determinante. Tal y como explica Zaretsky (2001), en las sociedades premodernas el mundo interior era homólogo al mundo simbólico cultural dominante. La idea de Freud, por el contrario, era que los símbolos por los cuales los hombres y las mujeres modernas vivían, eran personales e idiosincrásicos. La cultura de masas, en cuyo trasfondo crece la psicoterapia, ensalza las nuevas posibilidades de la subjetividad, la pluralidad y la liberad personal frente a la familia. La recuperación posterior de este potencial liberador habría de darse paradójicamente a través de la sobreproducción de subjetividad en el consumo. 100 Atender no es asistir, pero es un componente importante de esta actividad, que además está relacionada con otros significados como apoyar, acompañar (seguimiento) o ayudar. Si acudimos a la definición del diccionario Seco, Andrés y Ramos (1999), encontramos los siguientes significados: «ponerse en situación de poder captar [algo] física y mentalmente», ocuparse [alguien de una persona o cosa que está bajo su responsabilidad], ocuparse de lo que [alguien precisa para satisfacerlo], dar acogida [a las peticiones, consejos o argumentos de alguien], respondiendo a ellos favorablemente». 101 Sassen (2003) habla, en este sentido, de los «hogares sin esposa» y los nichos laborales que este fenómeno genera en las ciudades globales, nichos que están siendo ocupados por mujeres inmigrantes en situaciones de desprotección.

célebre just in time102) y el control comunicativo del trabajo que ésto precisa103, (2) la

proliferación de productos intangibles (financieros y de aseguradoras, pero también

culturales, artísticos, de entretenimiento) que requieren un intensa conectividad y (3) la

importancia de «desengrasar» y fidelizar a empresas, trabajadores, consumidores en un

contexto de fuerte competencia. Las tecnologías de la información y las nuevas formas de

gestión del trabajo –la empresa en red– han hecho viable este proceso en el que la

interactividad pasa a ser una pieza fundamental. El modo de producción comunicativo

(Marazzi 2003) atraviesa hoy muchos ámbitos, entre los que se ha venido destacando el

hacer inmaterial de los productores de signos en los distintos escalafones de las industrias

culturales. Aquí nos gustaría dedicarnos a otro campo menos lucido pero igualmente

implicado en la construcción de imaginarios y vínculos: la comunicación en tanto atención

personal en los servicios de cuidado. En palabras de Torns (1997), esos «otros servicios»

vinculados al cuidado de las personas.

Hay que hacer notar que este mismo campo reúne servicios muy dispares que no son

equivalentes entre sí, ni en importancia para la vida social, ni en recursos necesarios

(comunicativos o de otro tipo) para su satisfacción, tampoco en lo que se refiere a su valor

simbólico. No es lo mismo atender un problema de salud o emocional que puede acabar en

un tratamiento, que otro, un error de pedido, una avería en carretera, susceptible de

resolverse en una única llamada telefónica. Tampoco es igual atender para vender, si bien

la venta implica la construcción de un mundo compartido, un imaginario sobre el deseo y la

identidad construidos a partir de la relación, que atender para calmar, para aconsejar. Es

probable, no obstante, que todas estas modalidades precisen de cierta continuidad en el

tiempo. Incluso las incidencias, por emplear el lenguaje de las operadoras telefónicas,

esconden necesidades de mayor envergadura. Sostener el contacto es importante, si bien

éste puede modularse y dosificarse de distintas formas. Es posible también que compartan

códigos culturales, expectativas acerca de lo que cabe esperar de las relaciones. En los

servicios personales, éstas son asimétricas. El salario paga la amabilidad, la buena

presencia, la información y el apoyo. Pero la actuación, como sucede en la economía del

amor, deja huellas que dan continuidad al vínculo (Lewandowska y Cummings 2004). El

dinero, a diferencia del don, no cancela totalmente las derivas sociales del intercambio.

Precarias a la Deriva, un proyecto de acción sobre las precariedades vitales, ha advertido

otra de las vertientes interesantes de este fenómeno. Atender es una parte de la historia

102 Y aquí el fenómeno Zara, con su línea directa entre tienda-fábrica, diseñadores-comerciales, fábrica-taller, público-diseñadores, sigue siendo un ejemplo ilustrativo (Vega 2001). 103 Lazzaratto (1994) señala en este sentido la diferencia entre la vieja organización taylorista de los servicios y el nuevo paradigma, en el que «el producto ‘servicio’ se convierte en una construcción social y un proceso social de ‘concepción’ e innovación».

pero no siempre resuelve las necesidades. Una cosa es atender y otra es cuidar104.

Además, mientras se atiende se disimulan o contienen las soluciones que precisan los

sujetos en dificultades. En muchos casos, las derivas comunicativas no llevan a ningún

puerto. Para quienes no quieren perder el tiempo y tienen recursos, la atención

personalizada es un signo de distinción que cuando hace falta puede transformarse en

bienestar cumplido. Porque hay ocasiones en las que el bienestar se alcanza hablando –

hablando mucho y durante mucho tiempo como en el psicoanálisis–, pero en la mayoría, el

bienestar está relacionado con procesos más complejos que habitualmente implican a más

personas y actuaciones, ya sean profesionales o profanas, que además no pueden

realizarse a distancia, que precisan de un cuerpo a cuerpo no siempre parlante o, más bien,

de un cuerpo parlante que se comprometa, que se responsabilice, que cumpla lo que

anuncia o anuncie y cumpla otras cosas. Esto evidentemente implica poner en primer plano

la materialidad de la atención.

Aún otra cara de este fenómeno tiene que ver con esto último, con el contenido y contexto

en el que se intercambian los mensajes de atención. Es evidente que la atención está

altamente codificada. Tiene sus palabras claves, sus gestos sabidos, sus guiones

aprendidos. Nadie puede hoy engañarse a este respecto. La reificación de la atención,

como ya advirtiera Guattari (1994), se ha generalizado. Los medios de comunicación han

ejercido aquí de agentes de socialización enseñándonos a fuerza de repetición, pero

también de innovación y participación, la condiciones de validez de estos actos discursivos

de cortesía que apenas comunican nada, pero prenden y sujetan nuestra atención.

Pero si esto es así, si la atención no es más que hablar por hablar, si no crea vínculo sino

que lo pospone indefinidamente, si no produce bienestar sostenido sino apenas una

satisfacción momentánea, si está hipercodificada y no expresa lo singular de los contactos,

¿cuál es entonces la secuencia que posibilita una continuidad comunicativa, una acción

comunicativa plena o simplemente una acción comunicativa que es, así mismo,

104 Precarias a la Deriva (2005a) introducía aquí una distinción entre tres categorías: atención, que alude a los aspectos comunicativos de la relación, tarea, que se refiere a los aspectos «materiales», corporales del contacto y cuidado, que es el resultado de la articulación de las dimensiones anteriores. Desarrollando algo más esta formulación se podría separar atención y tarea para hallar instancias de atención sin tarea y tarea sin atención. En una dimensión histórica cabría decir que el fordismo acentuaba la tarea, la asistencia, sin elaborar excesivamente la atención, mientras que en la actualidad lo que se relega es la tarea. En cualquier caso, tarea y atención aparecen casi siempre vinculadas. Puede existir una atención sin tarea, sin embargo, resulta difícil imaginar una actuación encarnada –una higiene, una mediación, etc.– al margen de la actuación lingüística. Quizás donde esta distinción resulta más operativa es en los intercambios masmediáticos y en la telefonía, si bien la literatura cyberfeminista añadiría interesantes matices a este debate sobre la supuesta descorporeización de estos encuentros. Cuando existe copresencia, cuando la tarea implica y afecta a los cuerpos, la atención en sus dimensiones expresivas, afectivas, etc. siempre está presente, aunque evidentemente, no siempre del mismo modo. En este sentido, quizás las preguntas más relevantes se refieran no tanto al deslinde de una y otra como a las «culturas de la atención», de las que hablaremos más adelante.

instrumental pero que nos sitúa ante los otros de forma rotunda y no sustitutiva? Dos son

los problemas implícitos en esta pregunta: uno, determinar la «materia prima» de la

atención (teniendo en cuenta los contextos específicos de los servicios) y dos, identificar la

tensión entre atención codificada y atención singular.

Estas cuestiones son enormes, de modo que voy a intentar pensarlas a partir de un

contexto más localizado: el de las cuidadoras en tanto «expertas» de la atención105. Como

cuidadoras somos todas (y algunos todos) limitaremos un poco más la cosa a fin de

comprender mejor la naturaleza de la atención en sus contextos particulares. Hablaré de

las cuidadoras asalariadas, las que proporcionan cuidados a modo de servicio en un

entorno definido por una relación laboral y no estrictamente afectiva. Estas cuidadoras,

trabajadoras familiares (TF), además, prestan sus servicios en los hogares (SAD, servicios

de atención domiciliarios), de modo que existe un cuerpo a cuerpo en la interacción106. Se

trata, así mismo, de una comunicación que no está en lo fundamental mediada

tecnológicamente, aunque la dirección de la atención domiciliaria es cada vez más la de la

teleasistencia. Sí hay que hablar, no obstante, de mediación institucional y de mercado

puesto que son la administración (Servicios Sociales o sociosanitarios) y las empresas las

que intervienen en la concepción del servicio y, en gran medida, en la modulación del flujo

comunicativo inherente a la misma. No voy a abordar aquí cuestiones que tienen que ver

con la asimetría del servicio derivada de la fragilidad de los derechos, las condiciones de

trabajo, el salario. Estas cuestiones aparecen, querámoslo o no, cuando hablamos de la

cualidad de la atención, pero permitidme, para poder acercarnos a la temática de la

actividad comunicativa, colocarlas en el trasfondo del debate. Mi propósito aquí es

aproximarme a esta actividad, el trabajo familiar, en sus vertientes expresivas, de creación

de signos y afectos en un marco que siendo distinto al de la familia aparece interpenetrado

por las referencias que de ella se desprenden.

2. La atención: una forma de situarse ante la otra persona

Estos servicios personales se definen gracias a tres términos. El primero es el de atención,

una noción, que como veremos evoca significados distintos a los del cuidado. El segundo

105 Soy consciente que una elaboración completa de esta dinámica intersubjetiva tendría que incorporar a las personas atendidas: quienes prestan atención y quienes la reciben, posiciones que en la interacción de servicio se ponen en juego con contenidos distintos. 106 Los testimonios que aquí presento pertenecen a entrevistas realizadas en la provincia de Barcelona pertenecientes al estudio, Crisis de los cuidados y estrategias de conciliación. Diferencias de clase, etnicidad y género en la provincia de Barcelona, financiado por la Diputación de Barcelona y finalizado en 2006. Las entrevistadas eran mujeres inmigrantes y autóctonas que trabajan en los domicilios cuidando a personas ancianas, algunas en el marco de los SAD y otras de manera informal y en servicios de duración variable. En el marco de esta investigación realicé también entrevistas con familiares y personas cuidadas, así como con personal de organizaciones que median entre demandantes y trabajadoras.

es el de domicilio, un término neutro alejado de otros de uso común más marcados por la

vivencia de los lugares habitados como el de hogar, e incluso el de espacio doméstico.

Finalmente, encontramos lo familiar, presente en la categoría profesional de quienes

prestan estos servicios, como ámbito y objeto en la realización del trabajo.

Detengámonos por un momento en la atención. Desde la psicología de la percepción y la

atención se contempla esta última como la capacidad para concentrar la actividad psíquica,

es decir, el pensamiento, sobre un determinado objeto. Es un aspecto de la percepción

mediante el cual el sujeto se coloca en la situación más adecuada para percibir mejor un

determinado estímulo107. La atención sería un mecanismo central de capacidad limitada

cuya función primordial es controlar y orientar la actividad consciente del organismo de

acuerdo con un objetivo determinado. Se habla de tres modos de atención: la red

atencional posterior en la que la atención constituye un mecanismo de selección de

información relevante proveniente del medio; la anterior, en la que la atención es un

mecanismo de control cognitivo, es decir, es un ejercicio voluntario; y la red de vigilancia,

que opera como un mecanismo de alerta produciendo una sobreorientación hacia lo

perceptual externo e inhibiendo la atención orientada conscientemente.

El interés por el primer modo, aunque también por el último, subyace a los principios de la

denominada economía de la atención, que sitúa esta disposición en el escenario de las

relaciones socioeconómicas contemporáneas. La atención, la intensificación de la

conciencia en relación a un objeto, es en esta perspectiva un bien escaso. La economía, tal

y como se nos ha repetido sin descanso, se funda sobre bienes escasos, o más bien habría

que decir, sobre el desigual reparto de bienes basado en la escasez. De acuerdo con

Goldhaber (1997), precursor de la economía de la atención, lo auténticamente valioso no es

la información, sino la atención108. En una sociedad en la que la información circula de

forma abundante, siendo el paradigma internet y los mensajes publicitarios en todo tipo de

medios, soportes y canales, la atención se convierte en algo a conquistar y a consolidar en

la medida de lo posible. Los navegantes y en general los seres humanos nos socializamos

en este entorno de exceso de información proveniente de la televisión, las vayas

publicitarias, el correo electrónico, los chats, weblogs, los hyperlinks, etc. El exceso de

información satura e imposibilita la elección. Además, los seres humanos necesitamos en

todas las fases de nuestra vida de la atención de los demás. Dos planos que Goldhaber

107 Si bien hasta mediados de los 50 la psicología se había centrado en el comportamiento, a partir de entonces se incrementa el interés por los procesos cognitivos. En lo que a la atención se refiere esto ser verá expresado en el estudio de la atención múltiple y fragmentada. 108 Recordemos aquí que el paradigma informacional, como señala G. Abril (1997), conoce en nuestra época su momento de apogeo gracias a la implantación de la tecnología electrónica, el tratamiento digital de las señales y la manipulación informática de los signos. En él, las mediaciones tecnológicas de tipo instrumental agudizan la tendencia a la definición cuantitativo-estadística del conocimiento y la comunicación.

funda en esta necesidad, en la escasez, y consecuentemente, en el deseo de captar la

atención. Sobre ellos se erigen los principios de lo que para él es una economía

radicalmente distinta a la economía de mercado, con sus clases, sus formas de propiedad y

sus relaciones de poder. En la actualidad, estaríamos, de acuerdo con él, en una fase de

transición.

Es indudable que la competencia en torno a la atención es una pieza fundamental de la

economía capitalista. La atención, como explica Goldhaber, no es un proceso

unidireccional, un emisor que atrae a un oyente que a su vez presta atención. Quien atrae

la atención lo hace para implicar a la otra parte, para hacerle cómplice e incluso copartícipe

como sucede en cualquier conversación en la que los interlocutores se consideran

mutuamente. La atención se presta, se recibe, incluso se transfiere. Desde luego se crea, y

es fundamental en la fidelización de clientes y audiencias. La activación del interpelado es

esencial en los procesos de trabajo actuales porque cualquiera puede poner en juego su

capacidad comunicativa y puede en lugar de desempeñar un papel de audiencia pasiva,

implicarse buscando nuevos interlocutores que atiendan a los fines estratégicos de quienes

promueven la movilización. Todo esto resulta de sobra conocido. Para Goldhaber, no

obstante, la atención como moneda de cambio alternativa aparece con el propio éxito, el

exceso de éxito, de la economía monetaria-industrial: la abundancia de los bienes

materiales da paso a un nuevo movimiento de intercambio y competición en torno al nuevo

bien escaso. Es más, cuando la auténtica atención escasea, una ha de conformarse con

atención ilusoria, basada en una falsa reciprocidad, que es la que a menudo se expande

por los medios. Por otro lado, para el autor, quien tiene atención tiene además más

posibilidades de solventar el resto de sus necesidades, pudiendo incluso acumular capital.

En este sentido, la relación entre acumulación de atención y capital se asemeja al proceso

que se originó en la transición entre la acumulación de propiedad y estatus, en el sistema

de linaje del Antiguo Régimen y el capitalista burgués. Hoy quien tiene atención puede

tener bienes y dinero, pero lo contrario no ocurre tan fácilmente según Goldhaber.

Alguien que aspira a obtener tu atención no puede sencillamente apoyarse en

pagarte una cantidad de dinero para conseguirla, ha de hacer algo más, ha de ser

interesante, es decir, tiene que ofrecerte atención ilusoria en una proporción

semejante a la que obtendría si te hubieras mostrado dispuesta a pagar por

escucharle. El dinero fluye a la atención, sin embargo lo mismo no puede decirse a

la inversa.

Someone who wants your attention just can't rely on paying you money to get it, but

has to do more, has to be interesting, that is must offer you illusory attention, in just

about the same amounts as they would if you had instead been paying money to

listen to them -- which by the way is closer to the case here. Money flows to

attention, and much less well does attention flow to money (1997).

Para Goldhaber, la fortuna de Bill Gates, por ejemplo, se debe a que ha conseguido

sostener la atención gracias a su estrellato personal, al interés que despierta; «a pesar de

que la arena en la que se ha hecho su fortuna son los negocios, su fortuna y la de otros

como él no reside tanto en el dinero y las participaciones en bolsa como en la atención que

recibe». A pesar de la insistencia de Goldhaber por hablar de una economía alternativa,

resulta evidente que la economía de la atención se inscribe de lleno en los procesos de

valorización capitalista. A pesar de lo que sostiene este autor en relación a la creciente

igualdad entre individuos y organizaciones en la red, no estamos al mismo nivel para dar o

recibir atención. La atención se suscita alimentando los procesos semióticos y éstos

descansan sobre intercambios mercantiles. Las industrias culturales y del entretenimiento

ponen los instrumentos comunicativos y cognitivos de la atención al servicio de las

empresas apoyándose en un anhelo humano: la atención y la reciprocidad en la

atención109. Lo cierto es que no todas las personas afrontan este anhelo del mismo modo o

en las mismas condiciones. La propuesta de Goldhaber revela, en este sentido, su carácter

neoclásico: la polaridad escasez vs. abundancia, su base individualista, según la cuál los

sujetos detentan y provocan más o menos atención de forma autónoma y en función de su

carisma personal, y no por otro tipo de posiciones e identidades sociales, que no siempre

se ponen en juego en un intercambio voluntario, independiente de la necesidad, de la

coacción, de las relaciones mercantiles o sencillamente de poder.

Tampoco las necesidades de atención pueden equipararse: la que necesitan niñas y niños

en relación a los adultos, la que precisan las personas ancianas que no pueden

desplazarse sin apoyo, la que requieren los que dan o escuchan una conferencia u optan

por uno u otro link. La atención, ya lo hemos dicho, es una disposición perceptiva que opera

sobre flujos de información intensos, repetitivos, novedosos, pero además es una

disposición ética en la que intervienen los afectos. La otra persona no es mero objeto o

estimulo, sino, como explican las cuidadoras, subjetividad encarnada que interpela en su

109 Este modelo lo hemos discutido para el trabajo sexual, donde el cliente compra la atención de la trabajadora aunque lo que en realidad obtiene es una performance, la ilusión de una atención, de un vínculo de reciprocidad en un contexto de carencia pero también curiosamente de poder. La profesional atenderá las peticiones de su cliente produciendo estímulos basados, como en la publicidad, en la manipulación de la novedad, la repetición y la intensidad. Se sentirá, así mismo, implicada, hecho que explica los limites que cada trabajadora de los servicios de atención tendrá que poner entre su identidad como profesional y sujeto que una vez concluido el trabajo se va a su casa. Las que reivindican esta identidad asalariada, profesional, dejan con frecuencia excesivamente de lado los aspectos subjetivos que se construyen en el trabajo, las partículas del hacer comunicativo, expresivo, que conforman un cuerpo que transciende la actividad. Por el contrario, desde las posiciones abolicionistas, estas transferencias y desplazamientos subjetivos suceden «a los sujetos», a las mujeres, que los «reciben» y «sufren» de forma pasiva. Estas partículas, hay que insistir en ello, pueden contribuir a los procesos de empoderamiento.

condición de cuerpo vulnerable.

Habría que ver que hay muchos ancianos que a lo mejor necesitan y no tienen

atención. Veo ancianos con la bolsa de la compra y no pueden, si se les aliviara la

carga diaria… Hay que prestar atención (TF13).

Atender es orientarse hacia el otro y esto implica una actividad comunicativa en la que se

construye una posición desde la que hablar y afectar. Advertir, acercarse, comprender,

empatizar, anticipar, contextualizar, apoyar, son ingredientes del trabajo relacional de

atención a las personas. La mayoría de estas dimensiones son comunes a algunos campos

de la atención como la enfermería110, que introduce componentes técnicos y afectivos, o los

trabajos socioeducativos que entretejen aprendizaje, transmisión de valores y estimulación

emocional. Sin embargo, en el cuidado domiciliario, donde la mediación institucional aun no

está consolidada, la cultura de la atención y la propia práctica adquieren un carácter más

individual y generalista: cualquiera puede atender, lo cual representa ya de por sí un

problema para el reconocimiento de quienes cuidan. Si además tenemos en cuenta que el

trabajo se lleva a cabo en el domicilio, tendremos un combinado de alto valor personal. La

empatía, la práctica afectiva es el principal instrumento de potenciación de la otra persona.

El apercibimiento entonces produce mirada y compromiso, además, claro está, de modos

de hacer cultural e históricamente construidos, dirigidos a modificar la vida de las personas.

La atención puede adquirirse a cambio de dinero gracias a la compra-venta de servicios.

Pero esto no quiere decir en modo alguno que la atención en el servicio pueda reducirse a

un intercambio estrictamente económico en el sentido de guiado por el beneficio. Tal y

como señala Torns (1997), a diferencia de los servicios culturales y de ocio, los de atención

personal requieren la presencia de mucha mano de obra y de mucho tiempo para su

realización, lo cual encarece los costes laborales de estos empleos, que se expanden

gracias a la precarización. Además, estos servicios compiten con el voluntariado impulsado

desde instancias religiosas y/ o benéfico-asistenciales. Son escasamente visibles y

valorados, ya que las mujeres los han realizado tradicionalmente como parte de sus

obligaciones doméstico-familiares. Todo esto, unido a las habilidades y experiencia

requeridas en este tipo de actividades, concluye Torns, hace que estén feminizados y

acaben reforzando las estratificaciones sociales de género y etnicidad. La precariedad y la

feminización se hallan en la base de su relativa rentabilidad.

110 Existe una extensa literatura sobre la atención en enfermería. En ella se pone de manifiesto el compendio de habilidades y destrezas afectivas, cognoscitivas y motrices necesarias en su ejecución. La evolución de esta profesión y los discursos a ella asociados revelan la resistencia de las enfermeras a supeditar sus saberes, su elaboración de las competencias sociales, al control y la jerarquía médica.

Pero las fuentes de valor de los servicios a las personas no se producen únicamente en

términos de beneficio económico. No se producen, como diría Antonio Negri (2005),

únicamente «desde arriba». El valor se produce también desde otros lugares, si bien estos

lugares habitualmente quedan supeditados a los marcos de comprensión y ejecución de las

empresas y las administraciones públicas: abaratar costes laborales, aumentar la

productividad a costa de la cualidad, reducir el tiempo de atención, introducir controles («de

calidad») para ajustar el servicio, etc. Todas las que realizan trabajos domiciliarios

coinciden en señalar el valor de la atención que prestan a los ancianos. «Me gustaría –

señala una empleada– que se valorará más [el salario y el reconocimiento] y se prestara

más atención a los ancianos desde el punto de vista social y educativo». Y lo valoran

sobretodo a partir de la respuesta de los usuarios, del cambio que se produce con su

ejecución.

–¿Qué es lo que más te gusta de este trabajo?

–Uy, pues cuando les ves reír, cuando les ves que están bien, cuando se cumplen

los objetivos, cuando ves que las personas salen… no sé y cuando abren la puerta,

te ven, te cogen y te dicen ‘¡ay, qué guapa!’ y te cogen, te abrazan. Es una

satisfacción brutal. Te miran con unas caritas a veces, eso es fenomenal, salir y

decir ‘jolin, qué bien que me siento, he ayudado a alguien’ [risas] (TF14).

En este sentido, tal y como nos recuerda Standing (2003), no podemos olvidar que una

parte de nuestra identidad como seres humanos es cuidar de los que nos rodean, contribuir

a su desarrollo.

En conjunto, la actividad de atender en el domicilio es enormemente compleja ya que no se

reduce a la realización de tareas de carácter simple, sino que involucra dimensiones

comunicativas y competencias sociales cuya optimización sólo se obtiene, como en otros

trabajos especializados, a través de la experiencia111. Esta idea se observa claramente en

los testimonios de las cuidadoras informales cuando hablan de la brecha que se abre entre

lo que hacen de hecho y lo que los empleadores ven, valoran, contabilizan, que son las

tareas simples (Monteros y Vega 2004; Caixeta et al. 2004). Esta brecha pone de

manifiesto por defecto los aspectos más inmateriales de su trabajo, los que conciernen a

los afectos112. Estas mujeres, la mayoría inmigrantes, no son explícitamente contratadas

111 La universalidad de la asistencia, tal y como señala Standing (2003), el hecho de que hasta cierto punto todo el mundo se considera capaz de asistir a otra persona, dejando al margen enfermedades, discapacidades o situaciones de vulnerabilidad muy especiales, ha contribuido a que las destrezas asociadas no hayan sido suficientemente valoradas. Para este autor, el trabajo asistencial es un compendio de los siguientes elementos: tiempo (real + reserva), esfuerzo, técnica, habilidades sociales, aportación emocional, estrés (miedo a fallarle al beneficiario, miedo a fallar ante los observadores y los reguladores). 112 Y aquí surge una paradoja: la que establecen las cuidadoras entre alimentar la relación con la otra

por su hacer emocional, que si ya en las profesionales está poco reconocido–«se conoce

poco este perfil», comentan a menudo refiriéndose a la elaboración socioafectiva que

entraña su trabajo–, en el caso de las que hacen cuidados informales no llega siquiera a

verse. El ir a recoger a los niños al colegio, hacerles la cena, dársela, bañarlos,

acostarlos… se convierte, en realidad, en un intenso ejercicio en el que intervienen hábitos,

estilos, registros expresivos, escucha, conocimiento y transmisión socioeducativa, etc; en

definitiva, socialización y ética en un contexto situado que se transforma con la

intervención. Todo lo que hace una madre y un padre, sobre todo la primera, aparece aquí

externalizado o pseudoexternalizado en una empleada. Bien, estos elementos intangibles

que aparecen también, contra lo que se suele suponer, en el trabajo doméstico, en el que

se atienden las necesidades, gustos y modos de hacer de un hogar connotado, apoyando

incluso a sus integrantes, hacen que la tarea como tal sea una abstracción. La tarea en la

práctica aparece siempre inundada, desbordada por la producción de subjetividad.

Así pues, es preciso llamar la atención sobre dos cuestiones paradójicas. La primera es

que la atención se inserta con fuerza en los procesos de valorización capitalista.

Representa un plus vital con respecto a la información, pero no es ese proceso plano –

prestar, recibir, dar atención en función del interés que algo suscita– descrito por

Goldhaber, sino algo que opera en un terreno irregular en el que habitan posiciones

sociales, «objetos» susceptibles de prestar y recibir atención de forma asimétrica y a

distinto precio, además de fórmulas de atención muy diversas atravesadas por valores y

sentimientos morales. La segunda es que la atención hace intervenir al afecto, hecho que

enriquece la actividad y pone sobre la mesa interrogantes relativos a las cualidades y

estilos de atención que hoy se favorecen desde los servicios personales.

3. Tecnologías de la atención: proximidad y domicilio

La familia y los servicios del Estado del Bienestar han sido hasta el momento los

encargados de habilitar a los sujetos para su participación en una sociedad de mercado. La

división de tareas entre ambas instituciones ha sido hasta el momento bastante precisa.

Las mujeres eran las encargadas de que el empleado llegara con su tartera, de que la niña

se curara la gripe, de que la abuela estuviera vigilada, de que el marido se sintiera

reconocido y descansado. El día a día de los cuidados con distintos niveles de intensidad y

persona, nutrirla sin establecer límites, o acogerse a los protocolos o incluso calcular, habitualmente para protegerse o como una estrategia de valorización por defecto. Una enfermera social lo expresaba así: «trabajar para la gente o trabajar para el sistema» (Precarias a la Deriva 2003), mientras que una cuidadora informal explicaba cómo al luchar por sus derechos ha tenido que aprender a «cuantificar», medir el flujo afectivo que nace de un vínculo que se desenvuelve como una prolongación del amor por sus hijos, es decir, de una «cadena afectiva» en la emigración (Monteros y Vega 2004).

especialización y, sin lugar a dudas, con una fuerte carga afectiva y estilística –ese modo

específico que cada cuál tiene de atender el hogar, de cocinar para los suyos, de animar,

de acompañar, etc.– apenas tocó las puertas de los servicios sociales (Izquierdo 2003a;

Fraser 1997). Al Estado correspondían sobre todo dos áreas, la salud y la educación,

producto de una primera externalización que junto a la transferencia de rentas a través del

desempleo o las pensiones contribuía a desmercantilizar, al tiempo que a normativizar, un

área de la reproducción que seguía apoyándose en la fuerte colaboración gratuita de los

hogares. Porque, en definitiva, y a pesar de la habilitación de servicios para la

reproducción, seguía siendo necesario acompañar al médico, quedarse en el hospital o

supervisar los deberes. En España, este proceso fue tardío, pero siguió tendencias

similares en lo que se refiere a las políticas públicas con respecto al resto de Europa. La

desmercantilización se sustentaba en la obligación de trabajar de todos y la imposibilidad

de hacerlo de algunos en algunas ocasiones, las menos posibles, bien por eventualidades

no calculadas o por pertenecer a uno de los siguientes grupos: de corta edad, enfermos,

discapacitados, mayores o vulnerables (Standing 2003). Tal y como se ha señalado sin

descanso desde el feminismo, a la sombra quedaba una enorme cantidad de trabajo, al que

además se tachó durante mucho tiempo de improductivo, un verdadero impedimento para

el cumplimiento del sueño de aquel entonces- la realización por medio del trabajo del

empleo total-, una barrera para la consecución del bienestar económico, incluso para

conseguir aquellos derechos sociales basados en normas. Por regla general, y en lo que a

los grupos mencionados se refiere, las familias se encargaron de los niños y las personas

mayores, además claro, de cualquiera que lo necesitara en cualquier momento, mientras

que las instituciones y la asistencia comercial tomaron a su cargo de forma restrictiva la

atención de los enfermos crónicos y los discapacitados. Hay que tener presente, tal y como

señal Standing, que lo que se considera necesario y la definición de los grupos asistidos ha

sido objeto de cambios más arbitrarios de lo que podría llegar a pensarse, cambios que

tienen que ver con la flexibilidad con la que el trabajo asalariado y sus regulaciones

políticas vienen tratando el ámbito reproductivo113. Esto nos obliga a mirar con lupa

conceptos hasta hace poco transparentes como el de necesidad.

En la actualidad, las transferencias reproductivas han tomado una dirección múltiple ante la

ofensiva remercantilizadora y antinormativa. La tendencia será descargar la reproducción

en manos privadas y/o privatizadas: las mujeres en las familias con una notable

sobrecarga, cambalaches o arreglos diversos como la media jornada (Comas d’Argemir

2000; Tobío 2005). No olvidemos, por otro lado, que hablamos de unas familias que han

113 Por ejemplo, tal y como advierte Standing (2003), cuando creció en las mujeres el deseo de integrarse al trabajo asalariado descendió la edad máxima a la que los niños debían ser atendidos por sus madres. También se ha venido ampliando la definición de los enfermos y las personas discapacitadas merecedoras de asistencia.

mutado su sistema de relación y de valores114. La segunda tendencia es a transferir la

atención a un sector público cada vez más cofinanciado, que imprime una orientación pero

delega la ejecución a empresas y ONGs o se inhibe ante la expansión de la informalidad y

explotación del trabajo migrante. El pulso entre las empresas de atención y el sector

informal, que en muchos casos son servicios migrantes de 24 horas, no se ha inclinado aún

en un sentido claro (Colectivo IOE 2001; Parella Rubio 2003a). La segunda externalización,

la de la atención personal en el ámbito de la convivencia que está teniendo lugar en estos

momento, y a cuyo desarrollo responde la iniciativa de la propuesta de una ley de

promoción de la autonomía y la atención en situación de dependencia, pretende erigirse en

el cuarto pilar, además del sistema sanitario, la seguridad social y el sistema educativo, del

nuevo Estado de bienestar mixto. Esta externalización viene dada por las mismas

circunstancias socio-sanitarias generadas por aquella primera transferencia de lo familiar-

privado hacia lo público: la mejora de la salud de la población que ha alargado el proceso

de envejecimiento generando nuevos dilemas en torno a la calidad de vida, el control de la

natalidad y el alargamiento de la vida. El envejecimiento, de una parte, y la saturación y

mutación subjetiva de las generaciones de mujeres que hoy tiene entre 40 y 60 años, de

otra, determinan este proceso impulsando una reelaboración de los valores asociados al

cuidado de la vida (Caixeta et al. 2004; Pérez Orozco 2005; Precarias a la Deriva 2004c).

Gracias a los convenios entre administraciones y empresas, algunas familias y personas

mayores se han podido beneficiar, eso sí con bastantes limitaciones, de la atención de

proximidad. El problema es que hasta ahora estos servicios sólo han llegado a los sectores

más desprotegidos al fundarse el acceso a los mismos sobre una concepción estrictamente

asistencialista (Torns 1997). La novedad de la ley, en una aproximación crítica, no se

refiere tanto a un aumento espectacular de los servicios externos o a distancia

(teleasistencia), como al hecho de que se apoya en transferencias económicas dirigidas

tanto a las cuidadoras familiares como a la contratación de asistencia personalizada,

posiblemente igualmente precaria, si bien algo más reconocida. Esto quiere decir que las

salidas planeadas, dejando a un lado las cuestiones de financiación, no inciden en la

responsabilidad social de los cuidados, sino que privatizan en las familias las opciones y

costes no asumidos desde la administración. Tampoco parece previsible que cambie la

orientación asistencial y familista en el acceso a servicios y prestaciones (Pérez Orozco

2005). En cualquier caso, el debate apenas ha sido planteado.

114 Hoy se puede escuchar con frecuencia entre hombres y mujeres de entre 40 y 50 años su deseo de no acabar representando una «carga» para sus hijos. Algunas de las hijas entrevistadas en la investigación, muchas de ellas sobrecargadas con los cuidados de sus familiares, manifiestan también esta negativa a que sus cuidados formen parte de un sistema de deberes y obligaciones familiares. Se anticipan así a la sospecha de que no serán cuidados por sus hijos, hecho que no elimina la ansiedad que suscita no saber quién y cómo les va a cuidar, o a cambio de qué. Ni siquiera el afecto es una condición que garantize el cuidado. Beck y Beck-Gensheim (1998), al igual que Giddens (1998) y Hochschild (2003) hablan extensamente de esta deriva individualista de la vida

Visto desde arriba, el panorama no ofrece muchas dudas, aunque sí matices. La vida es

arriesgada y así hay que afrontarla. El umbral de las cosas que se conforman como

amenazas se extiende a la cotidianeidad de los individuos. El tabaco es un peligro, pero

también la edad, la intranquilidad, el abatimiento, la duda, el cuerpo en todas sus

virtualidades (Precarias a la Deriva 2005a). La intervención crea a los dependientes pero

también a los pre-dependientes, categoría construida sobre el miedo al cambio y la

incertidumbre acerca del futuro La ventaja de pensar la población como pre-dependiente,

hacer que ésta se piense en estos términos, es la de introducir nuevos servicios, nuevos

colectivos que los puedan demandar «por si acaso». La autonomía, el autocontrol y la

seguridad se sitúan en el centro de la nueva normatividad (Foucault 2003). La categoría de

los necesitados de asistencia se ha expandido en los últimos años a pesar de la tendencia

a reducir el gasto social. Las eventualidades pasan rápidamente a convertirse en

problemas. Paradójicamente, el discurso de la prevención ha sido enórmememente

funcional a esta concepción. Todo es susceptible de constituir una amenaza, por lo tanto ha

de ser gestionado convenientemente (Rose 1999). No obstante, la gestión ha de aligerarse,

abaratarse, flexibilizarse (Tirado y Domènech 1998). Si puede ser coparticipada y

cofinanciada mejor. La información juega aquí, como en otros terrenos productivos, una

papel clave. ¿Para qué emplear recursos de forma continuada si se pueden utilizar de

forma intermitente, modulando su utilización en función de crisis agudas, estados

sostenidos o eventualidades? ¿Para que asumir toda la responsabilidad y el gasto si se

puede ceder una parte a los protagonistas? ¿Para qué emplear recursos externos de forma

continua si se pueden aprovechar los que movilizan los propios sujetos y las comunidades

en las que se integran?

Otra serie de incógnitas, que son las que aquí más nos interesan, se refieren al carácter

normativo de la atención, a la reconfiguración de valores y cualidades a ella asociadas y

motivadas por su transferencia. La crítica a las instituciones de encierro era una crítica a la

despersonalización, anonimato y homologación del sistema asistencial. Al él se opone

supuestamente la corriente extitucional, que busca una aproximación al hogar, al mundo de

la persona atendida, a sus redes de relaciones, a su intimidad, etc., al tiempo que subraya

el abordaje socio-sanitario, desde el que la componente afectiva en el bienestar cobra un

valor considerable como una dimensión crucial de la salud.

La proximidad y la desestitucionalización, que aúna a reformadores fiscales y sociales, se

desenvuelve en este terreno tremendamente ambivalente de participación y reificación de

lo personal. Desde esta orientación se busca implicar a distintos sujetos e instituciones

familiar.

descentralizando y desburocratizando los servicios. La atención domiciliaria y la

teleasistencia se presentan como alternativas viables al internamiento en virtud de la acción

acordada de múltiples actores en red (López 2004 y 2005). Gracias a estas intervenciones,

monitorizadas mediante dispositivos transportables –móviles inmutables en palabras de

Latour–, se puede en estos momentos frenar el impacto de la crisis de cuidados a la que

nos enfrentamos con fuertes dosis de desquicie y dobles presencias. Se advierte además,

que estos servicios de atención integral en el domicilio no deberían descansar únicamente

en la figura de las asalariadas o realizarse únicamente en la vivienda, sino que tendrían que

incorporar a la familia, al vecindario y a la comunidad y traspasar los estrechos muros de

las viviendas para sumar el paisaje y los personajes que pueblan y transitan las calles, las

plazas, los centros comunitarios, las instalaciones deportivas y culturales de la ciudad, etc.

En definitiva, y tal y como reza una reciente campaña sobre las enfermedades mentales:

«todos somos parte del tratamiento». Este es, al menos, el espíritu de la letra, aunque la

experiencia pone de manifiesto las dificultades de disponibilidad, tiempo, dedicación,

acceso y viabilidad a la hora de llevarlo a la práctica de un modo satisfactorio en el contexto

de las ciudades. Nuevamente, cobran una gran relevancia los procesos en los que se

elabora e intercambia información.

Si un anciano logra medicarse adecuadamente, cuidar su higiene, sus hábitos alimenticios,

si no se encuentra tan solo y desesperado, si se puede ir poco a poco generando en las

familias el hábito, si no de estar en disposición de cuidar o hacerlo de hecho, como hacen

tantas mujeres las 24 horas del día, sí al menos de estar pendientes y coordinarse con

distintas agencias y profesionales, puede evitarse o al menos posponerse el impacto,

emocional y económico, no deseado del internamiento. Como en la teleasistencia, esto

precisa de una intervención en red, de un sistema de proximidades y distancias que

atraviese el espacio doméstico115. La disciplina y el cuidado de sí contribuyen a conformar

el habitus y a amoldar los cuerpos, enfermos, viejos, a la falta de tiempo y de disposición

para el cuidado de la sociedad «activa». Así, el momento antinormativo,

desinstitucionalizador, individualizador, da lugar a una nueva norma que ordena y dota de

un sentido práctico a los intercambios. Las nuevas tecnologías de la atención, en particular

la teleasistencia, fundadas sobre la proximidad y la red tienen el objetivo de garantizar la

seguridad, la autonomía y la inmediatez de la atención cuando ésta es requerida (López

2004)116. En este escenario, a pesar de la cercanía con sistemas como el de la

115 Citando a Mol y Law, Daniel López (2005), explica la noción de proximidad: «En un espacio de red, la proximidad no es métrica. Aquí y allí no son objetos o atributos del exterior o interior de una determinada frontera. La proximidad está relacionada, más bien, con la identidad de una relación semiótica. Es una cuestión que remite a los elementos de una red y al modo en el que se articulan entre ellos. Lugares con elementos similares y relaciones similares entre ellos están cerca los unos de los otros, y aquellos con elementos y relaciones diferentes están lejos. (Mol y Law 1994, pág. 649). 116 Seguridad no es disponer un territorio, disciplinar los cuerpos para evitar imprevistos, sino más bien ser capaz de controlar el entorno. Es decir, disponer de tecnologías y conocimientos capaces de

teleasistencia, el trabajo familiar domiciliario presenta rasgos distintivos. La copresencia y la

gestión comunicativa flexible, sostenida en una cotidianeidad de baja intensidad como la

que llevan a cabo las TFs, introduce brechas más o menos creativas en la

homogeneización de registros y protocolos de actuación que operan de forma estable

aunque discontinua. El trabajo familiar es, en este sentido, paradójico. Construye sus

perfiles, problemáticas, protocolos, pero, enfrentado a la experiencia concreta inventa sus

propios cursos para la acción.

Con respecto a la espacialización del domicilio hay que advertir que la entrada de

profesionales en el mismo constituye un momento en un proceso más general de

interpenetración entre el espacio externo y el interno gracias, sobre todo, a los medios de

comunicación. El hogar es susceptible, a pesar de las dificultades que entraña la idea

moderna de espacio doméstico como entorno acotado, interior, de la privacidad de

convertirse en espacio público –la «bienvenido a la república independiente de tu casa»

como reza una reciente campaña comercial– al que entran personas, productos y

protocolos organizados por instituciones y empresas (Hochschild 2003; Marinas 2005;

Arfuch 2005). El hogar se rige por principios propios atravesados por imaginarios comunes.

Condensa la biografía con sus estilos y modos de hacer. La atención en el hogar

desestabiliza el sistema de autoridad sobre los cuerpos y las prácticas que tienen lugar

entre los muros de la vivienda. Crea nuevas posiciones y alineamientos, desnaturalizando

los ya existentes. Muchas trabajadoras familiares explican cómo su presencia contribuye a

«sanear» relaciones enquistadas. Así como la teleasistencia construye al anciano como un

polo inercial en torno al que se conectan y movilizan distintos recursos, la atención

domiciliaria aspira a conformar un «espacio asistencial personalizado alrededor del

usuario» amoldando poco a poco las posibilidades que ofrece su modo de vida, su día a día

conformado a lo largo de toda una vida, según criterios y pautas generados desde el

exterior y negociados en el encuentro. A pesar de todo, las trabajadoras aluden con

frecuencia a la «soledad» del trabajo en el domicilio, frente a la residencia por ejemplo, y

proyectan en sus ideales una vivienda personal pero mucho más atravesada por equipos,

profesionales, familiares ajenos a la misma.

4. Lo personal y lo familiar en el trabajo familiar

Hemos hablado ya en un sentido general de la atención y de la espacialidad extitucional.

movilizar los recursos adecuados instantáneamente, sin necesidad de institucionalizar a nadie. Se trata de producir lo que Virilio (1990) denomina «centros de inercia». Esto es, reunir en un punto lo que está distante de la forma más rápida posible. Comprimiendo el espacio-tiempo al máximo. Que en el instante privilegiado de apretar la alarma y pedir ayuda, se disponga del recurso sanitario más adecuado in situ. Este es el horizonte utópico de hiperseguridad que proyecta el servicio y que imaginan sus usuarios.

Pero quizás el punto más importante para abordar la atención domiciliaria sea el tercer

elemento definitorio: lo familiar como entorno y objeto de la intervención. La presunción

aquí es que la atención a la persona pasa por una percepción, comprensión y elaboración

de elementos pertenecientes al medio, y que el medio, a no ser que la persona se halle

absolutamente sola, es primeramente definido por la familia, que es quien comparte la vida

de una, si no la presente, al menos sí la pasada. Existen dos explicaciones acerca del por

qué las empleadas en los servicios se denominan «trabajadoras familiares». Una, a la que

aluden las profesionales y las empresas prestatarias, es que estos servicios, a pesar de

estar dirigidos a las personas117, implican un acercamiento a la realidad de las familias. Se

ha de estimar, por ejemplo, el apoyo familiar, los recursos económicos y sociales, la

disponibilidad y disposición de los parientes, las relaciones que tienen entre sí, la actitud de

éstos hacia la vejez y hacia el envejecimiento de sus ancianos, sus posibilidades de

acceder a ayudas alternativas, su sistema de valores, etc. Las demandas de los familiares y

la comunicación con ellos son esenciales en el desarrollo de los cuidados. No olvidemos

que uno de los objetivos de la atención es la propia activación de la familia, que ha de

implicarse nuevamente y desde un lugar mixto, junto a otras instancias, en la atención de

sus ancianos. La perspectiva familista, que sigue dominando los servicios en los países

mediterráneos, se deja traslucir con toda claridad: la familia es la responsable de los

cuidados, los servicios domiciliarios se limitan a proporcionar un apoyo, una descarga. Las

trabajadoras coinciden en diferenciar dos campos de actuación: la atención y el cuidado.

Yo no me considero cuidadora porque cuidar es como [silencio] un trabajo más de

permanecer en el domicilio, como más maternal quizás, no estoy hablando como

trabajadora ni de la cooperativa ni nada. (…) considero que lo que hago a través

de mi trabajo es más como una supervisión, un seguimiento (TF19).

Y aquí surge uno de los dilemas fundamentales de la atención: el grado de implicación

personal en el servicio y en un sentido más amplio en la relación. Las que se han

socializado en la profesión, pasando por ejemplo por los cursos prescriptivos, donde se

insiste sin descanso en no mezclar trabajo y emociones, reflexionan a menudo sobre la

amenaza que en este terreno representan las empleadas de cuidados profanas que se

inmiscuyen en la vida sentimental de sus ancianas, normalmente conmovidas por la

soledad y el miedo que en ellas perciben. El entorno religioso en el que se mueven algunas

de estas mujeres influye en esta aproximación.

(…) muchas veces se confunde el trabajo con la relación que se crea con la

117 En esto insisten bastante ya que muchos familiares pretenden, por el contrario, un servicio al hogar e incluso a ellos o ellas mismas. Esta instrumentalización genera algunas dificultades en la definición de las tareas, pero sobre todo en las relaciones sociales con otras personas que también

persona, cuando por ejemplo has pasado una hora y media riéndote y charlando

con una persona, pues ya piensas que estás ahí por gusto y se les olvida [se

refiere a trabajadoras inmigrantes no profesionalizadas] que es un trabajo (TF14).

Existe un código profesional, cada vez más explícito, que estipula los límites del trabajo

emocional: no dar consejos, no aceptar regalos o dinero, no suplantar a los familiares, no

acudir a celebraciones, no contar cosas de la propia vida personal, no juzgar, no establecer

criterios en ámbitos distintos a la asistencia personal, no dar el teléfono, fotos, no hablar de

otras personas o servicios, etc. Este código, según explican las trabajadoras, facilita el

trabajo y amortigua, aunque no frena, el conocido fenómeno de la cuidadora «quemada»

que se lleva los problemas de los distintos usuarios a su casa emulando situaciones

similares a las de doble presencia. La empatía ha de producirse desde una cierta distancia.

Lo cierto es que aunque muchas operan como si este código fuera efectivo, como si los

sentimientos cuando se cuida a un familiar o a un usuario fueran completamente distintos,

la práctica de la relación y el curso de los acontecimientos desdibujan con frecuencia las

barreras determinando nuevos significados y fronteras para lo personal y lo familiar.

Normalmente compensa por todo el agradecimiento que las personas te dan. Por

ejemplo, te han preparado una torta, una persona que gana trescientos euros y ha

estado ahorrando durante la semana para poder darte un trozo de torta. Se supone

que yo no suelo aceptar cosas, pero ¿cómo le dices que no a esta yaya que ahorró

durante la semana para hacerte la torta? (TF14).

Con frecuencia no hablamos de dos posiciones equidistantes –el afecto que expresa un

familiar o el que pone en marcha una trabajadora– sino de complicidades y acercamientos

progresivos que se entretejen en el hacer relacional. En cualquier caso, la mayoría insiste

en que establecer estos límites no tiene nada que ver con no ser afectuosa. Pareciera que

para favorecer el afecto, el impulso de afectar al otro, hay que bloquear el conocimiento,

que es el que genera prejuicios. Para generar un alineamiento radical con la otra persona –

«estoy por ella»– hay que alcanzar una suerte de grado cero de lo personal. La otra

persona es una presencia total aquí y ahora: humanidad ontológicamente vulnerable.

Aquí hay dos cuestiones que representan un dilema para las trabajadoras. Por un lado la

gestión de los sentimientos, la empatía y el afecto que se generan con el conocimiento de

la persona y, por otro, el control que se pueda llegar a ejercer a la hora de conectar y

desconectar. El trabajo emocional implica entrar en un terreno íntimo al que acaso no ha

accedido una hija, el esposo. Es trabajar sobre la higiene, la alimentación, el entorno, pero

residen en el domicilio y son incluso cuidadoras «quemadas» («burnt out»).

también sobre la autoestima, el modo que tiene cada cual de elaborar los sentimientos, y

aquí se abre el abismo de la historia de cada individuo, porque como explica el personal de

atención «tú no puedes llegar a entender porque no conoces el pasado de esa familia».

Reelaborar los hilos de la historia de una persona implica reconstruir cómo ha llegado

donde está, qué cosas explican su relación con la familia, con sus círculos de vecinas y

amigas, qué hace que perciba su cuerpo, su vejez, su existencia de uno u otro modo. ¿Qué

diferenciaría el cuidado que presta una TF del que prodiga un familiar, incluso una amiga?

Pensamos inmediatamente: ella me conoce, sabe por lo que he pesado, por lo que estoy

pasando, es más, lo ha pasado conmigo, detecta instantáneamente de que están hechas

mis alegrías y tristezas. Es arte y parte en mi vida. Y, desde nuestra peligrosa ideología

familista concluimos: «es total en mi vida, va a estar ahí siempre y para todo»118. Cuando

un familiar aconseja: «hay que llevar a papá a un psiquiátrico», «hay que internarle en una

residencia», «hay que contratar a alguien», se pone en marcha el dispositivo de culpa ante

la obligación defraudada, una obligación que en realidad se pensaba deseo. En cierto

modo, este familiar, esta hija o hijo, pierde autoridad, sobre todo legitimidad. Tendemos a

pensar este gesto como abandono y traición. Ya no va a haber un día a día con la otra

persona. Ya no va a haber conocimiento, vida compartida, traducido en cuidado. Se va a

producir una sustitución y esa sustitución va a implicar una pérdida de materia prima

personal y afectiva. La TF operará a partir del anonimato, no me conoce ni quiere

conocerme, se acercará a mi entorno, pero lo hará de manera superficial puesto que no va

a reconstruir mi biografía.

El código profesional bloquea o trata de bloquear la elaboración biográfica de la otra.

Primero, por la carga que esto representa, y segundo por la complejidad y embergadura de

las soluciones que precisaría un nivel tal de intervención sobre la vida. El trabajo familiar no

es un trabajo terapéutico en profundidad. No obstante, este límite, que es un límite temporal

y social de la profesión, es flexible porque las trabajadoras en todo momento intuyen,

conocen, detectan, qué cosas hay detrás, por qué las ancianas se callan lo que callan o se

comportan como se comportan. El presente de la vivencia siempre presupone un pasado,

partículas existenciales que de hecho habitan lo actual. Es prácticamente imposible

detenerlas.

118 Maria Jesús Izquierdo (2003a) explica cómo todo esto que damos por supuesto en la otra persona acaba naturalizando la actividad de cuidado y borrando el reconocimiento de la cuidadora familiar. Si a esto le sumamos, como sucede de forma acentuada en el trabajo doméstico, la supuesta futilidad de lo autoevidente –comer, limpiar, ordenar, volver a comer, limpiar, ordenar…–, nos encontramos con situaciones de auténtica invisibilidad: lo hago pero desaparece, desaparezco, como si no lo hiciera.

La negación del tiempo, la objetivación, la preeminencia de un plan con fines

preestablecidos forma, todo ello, un compendio de contención frecuentemente utilizado. La

objetivación, para muchas, es justamente lo que facilita la intervención.

(…) tú conoces la necesidad que tiene esa persona y tratas de encauzarlo o de

procurar bienestar, pero claro, como persona ajena a esta problemática puedes ver

de forma objetiva, y realmente es como lo has de ver, de forma objetiva tu

implicación, porque no puedes estar viendo todo lo que hay detrás; yo me

desentiendo de lo que ha podido haber o de lo que puede haber, o sea, tú tienes

que ver de forma objetiva la necesidad que hay ahora (…) Yo por ejemplo puedo

decir «llego hasta aquí», igual tú dices, «pues yo sí me voy a involucrar más, yo

voy a andar más y voy a mirar los motivos personales porque creo que son

importantes para resolver este problema». Igual yo no quiero llegar a esos motivos

personales para llegar a un objetivo. Está claro que tú, como persona que va una

hora al día, tampoco vas a solucionar ningún problema. Tú estás procurando que

en la vida cotidiana no haya un empeoramiento, pero no puedes resolver los

problemas familiares de toda una vida, no quiero (TF20).

Curiosamente lo que convierte el trabajo familiar en un trabajo de articulación socioafectiva,

de producción de subjetividad -lo más apreciado por muchas empleadas-, es percibir,

atender y hacerse cargo de necesidades situadas, comprender la realidad de la otra

persona en toda su complejidad. Esto es lo que desencadena mecanismos de contención y

objetivación ante la magnitud del trabajo emocional que entraña. El trabajo consiste en

afectar a la otra persona creando una posición y una relación nuevas y limitando la

intervención –despersonalizando en cierto modo–, a lo que ya viene dado. «Yo», declara la

trabajadora familiar, «no te cuido por lo que eres, por ser quien eres; te cuido en un grado

cero. Te afecto pero trato de que tú me afectes lo menos posible. Tu biografía, en principio,

no se cruza con mi bienestar ».

De todos modos esto es difícil. La elaboración situada del contexto, el trabajo en su

componente interpretativa y afectiva, da a conocer cosas de los demás que afectan al

propio ánimo. Ninguna trabajadora, pero especialmente la que atiende a las personas, y

más especialmente la que atiende en lo personal, puede mantenerse totalmente al margen

de las repercusiones del contacto. La atención es, en este sentido, un proceso

bidireccional, de afectación mutua, aunque asimétrica.

(…) yo intento ser, no dura, pero intento no implicarme, y es que no puedes. Llegas

a un punto donde ves las carencias que tienen, que están en una casa que se cae

a pedazos, que nadie le dice «¿cómo estás?», que nadie les hace una caricia.

¿Cómo no sentir esa parte? ¿Cómo ponerte dura y decir «bueno, ahora no puedo

ir». Te duele, a veces me voy mal. Y tengo que seguir porque tengo que ir a otra

casa y la otra señora me necesita también.

Cada caso te sitúas en el caso (…) no me implico en ninguno. Ha habido algunos

que sí, por ejemplo, esa persona está sola no tiene a nadie, puede que sí, pero si

tiene a sus hijos no me implico nada emocionalmente, ya tiene a sus hijos para

eso. Si no hay hijos, yo, el tiempo que estoy es para ellos, estoy totalmente

entregada a ellos, para todo lo que necesiten, pero yo salgo de allí y cambio

(TF14).

A este problema de la gestión emocional se suman cuestiones adicionales que tienen que

ver con el trabajo más específico con ancianos, por ejemplo, el tener que repetir o escuchar

lo mismo muchas veces porque se está tratando con mujeres que tienen demencia senil. Y

hay algo que es aún más importante y desafía nuestra concepción social del

envejecimiento. Atender es construir un proyecto de intervención, pero ese proyecto se

construye prácticamente al final de una vida. El propio envejecimiento, antesala de la

muerte para muchas personas, funciona como un espacio-tiempo, una condición del ser,

que desincentiva de forma casi mecánica la capacidad propositiva del trabajo de relación

orientado al cambio.

(…) hay muchos más objetivos a cambiar y a transformar en la vida de personas

más jóvenes y con más posibilidades de vida que en personas de ochenta años y

con muchas enfermedades, que por más propuestas que les des, que consisten en

que vayan a un centro de día, que vuelvan a tener un círculo de personas con las

que hablar, pero igual son ellos los que ya no quieren esto porque saben que

realmente ya igual mañana se mueren ¿sabes? Es muy duro en este sentido

(TF20).

Un segundo sentido de la entrada de lo familiar en la actividad es la interpenetración del

imaginario de la familia en el cuidado –el otro imaginario que convive con el familiar en el

desarrollo de esta actividad es el del servicio, en particular, el servicio doméstico–. Existe,

en la mente de las trabajadoras, una división nítida de funciones entre la familia y el servicio

que ellas prestan. La familia es simultáneamente la que debería estar más motivada, más

implicada, más obligada. Sin embargo, con la entrada de personal externo, la familia tiene

que ceder autoridad y criterio, dejarse aconsejar. Algunos, por el contrario, tal y como

exigen las prestatarias de servicios, tienen que implicarse. Se trata de una nueva división

del trabajo, que evidentemente es social, sexual, pero que crea y alinea las posiciones –

trabajadora social, familiar, hija, esposo, madre, etc.– de un modo distinto, al menos en

algunos aspectos, al que veíamos en la familia tradicional. La familia es la que está para

todo en todo momento, entendiendo este todo de una forma difusa y contradictoria; las

profesionales están como soporte sostenido (diario) pero discreto, intermitente. Aquí

vemos, una vez más, que la atención y el cuidado no se definen primeramente por la

preeminencia del lenguaje o la asistencia, sino por el grado, la intensidad, la profundidad,

los papeles y los métodos que impulsan el proyecto de intervención y cambio sobre la otra

persona. La familia, o al menos eso asumen las TF, conoce y puede producir

modificaciones que son cambios en la historia del otro, que es su propia historia. La

trabajadora, a pesar de acudir a diario a la vivienda, limita premeditadamente su historia en

común, su vida compartida, con la persona a la que atiende.

Las TF, no obstante, se enfrentan todos los días a actitudes de desapego por parte de los

hijos e hijas de los ancianos a los que cuidan. Y se preguntan, «¿es porque no tienen

tiempo y trabajan todo el día o es porque no les sale? Porque cambia mucho la cosa». Y

justifican este «no les sale» inaceptable a partir de los elementos de la biografía familiar

que desconocen. Hecho que no impide que reclamen, una y otra vez, atención y

participación de parte de los hijos.

Nosotras no pedimos el papel de cuidadoras [a los familiares], lo que pedimos es

que te den un poco de atención. Nosotras vamos a descargar un poco a la

cuidadora, no a ocupar su sitio. Y te pones como ejemplo: «¿Yo a mi madre le

haría esto? ¿La dejaría con otra persona? (TAO28).

Y la respuesta es: «iría a verla todos los días», otra manera de prestar atención. Pero

entonces, ¿es la TF la que apoya aliviando a la familia o es la familia la que ha de aligerar

la carga fundamental que soporta la TF? Esta ambivalencia no hace sino expresar la

inestabilidad de los nuevos arreglos en la reproducción flexible; el paso del cuidado, como

una forma del ser, del ser-mujer, a una identidad social, a una forma de estar, incluso de

hacer.

Este ponerte como ejemplo, algo que hacen mucho las trabajadoras entre sí por fuera del

contexto del servicio, pone de manifiesto los universos de valor asociados al cuidado. Son

objeto de fuerte crítica la instrumentalización del cuidado, estar pendiente del otro

exclusivamente por la herencia, alentar el servilismo como una modalidad del «estar bien

atendida», no molestarse en visitar, en llamar, las contestaciones bruscas, perder los

nervios, ignorar sus responsabilidades, no respetar la autonomía de la persona cuidada, no

comprender la enfermedad y los miedos que suscita, no solucionar las necesidades, actuar

de un modo poco consistente, el dirigismo y exceso de control sobre la vida del otro,

desentenderse justamente por estar pagando el servicio, descuidarse en el ejercicio del

cuidado de la otra, etc. El triangulo que forman la TF, la persona cuidada y la hija está

atravesado por procesos intersubjetivos tremendamente inestables: la aceptación gradual

de la vejez, de la responsabilidad y la negociación de papeles de cuidado.

Lo cierto es que muchas asalariadas del cuidado adjudican papeles tradicionales a las

hijas, pero se enfrentan al hecho de que las condiciones de vida y trabajo de éstas

imposibilitan o limitan en gran medida su capacidad de cuidar. Otras no quieren asumir

este papel, hecho reprobado una y otra vez en los testimonios. De modo que lo que vemos

en muchos casos es que todas, trabajadoras e hijas (sobre los hijos, incluso sobre los

maridos no se imponen las mismas obligaciones), acaban cumpliendo, en el imaginario de

compromiso de la TF, el mismo papel: todas atienden, pero al menos se coordinan, se

prestan atención entre sí.

No todas las relaciones producen bienestar o lo producen adecuadamente. Según las

trabajadoras, hay prácticas de atención mejores, más fáciles de realizar, más efectivas,

más saludables, etc. Los vínculos afectivos que se generan en la familia no siempre son los

mejores para el cuidado en opinión de las trabajadoras, y no sólo por el inexplicable

desapego de algunos, sino sobre todo por la imposibilidad de objetivar, de establecer esa

distancia, ese grado cero que permite reconstruir mejor un contexto de necesidades

simplificado desde el presente, o atender a alguien independientemente de lo vivido. Las

necesidades sobre las que no se va a trabajar no existen o son aparcadas. La confianza no

es un producto de la interioridad sino de la cotidianeidad.

El saldo ha sido muy positivo para mí, desde el punto de vista humano y afectivo.

Pero eso sí, sobre la marcha he comprendido cómo establecer las relaciones,

cómo facilitarlas para poder hacer un trabajo verdaderamente bueno (…) no

solamente llegar a la casa y ayudar con la higiene personal, no. Lo que necesitan

es sentir que esa persona está con ellos, a lo mejor necesitan conversar un día o

contar con esa persona para comentar la visita al médico, una contrariedad que

hayan tenido. Que te vean como un apoyo real y para eso es importante conocer

esta sociedad (TF13).

Lo adecuado se define, en último término, de acuerdo a nuestras culturas de la atención y

del cuidado. En la actualidad, éstas afrontan un cambio profundo que afecta, en un sentido

general, a nuestra concepción de la vida. Las tecnologías han permitido alargar la vida

creando situaciones de atención a las que hay que dar respuesta (Durán 2000). Esto

plantea interrogantes bioéticos en torno a qué cuerpos y vidas que merezcan ser vividas

queremos para nosotras (Butler 2002). Este cambio implica lo que en otro lugar hemos

llamado las cualidades del cuidado, que es la materia prima de los afectos (Precarias a la

Deriva 2005 a, b y c; Vega 2006). La cultura del cuidado incluye tanto los cambios que

suceden en el seno de cada cultura como los que provienen de los contactos entre distintas

culturas, algo que cobra relevancia en el presente a causa de las migraciones

internacionales y el desarrollo de las transferencias y cadenas mundiales de afecto (Caixeta

et al. 2004). La cultura del cuidado basada en la obligación, el sacrificio, la disponibilidad

constante que ha formado parte durante mucho tiempo de la socialización sentimental de

las mujeres atraviesa un momento de crisis. No es simplemente una crisis de valores sino

que se entreteje con dinámicas globales que conectan hogares, empleos, servicios y

empresas (Monteros y Vega 2004). De modo que la ética no puede deslindarse de la

política y de las dinámicas de desigualdad y explotación que se producen en la

globalización. Algunas mujeres, en función de su clase social y/o de su origen, abandonan

lentamente esta cultura con muchas contradicciones y costes personales que acaban en

sentimientos de culpa. A esto se une el hecho de que este abandono a menudo no es

voluntario sino forzado por la propia situación laboral119. Otras, en cambio, son nuevamente

«naturalizadas» en el servilismo que ha dominado tradicionalmente los cuidados

asalariados. La medicalización y profesionalización, frente a la idea generalizada de los

cuidados profanos familiares, también han jugado un papel determinante en la concepción

sociosanitaria de la atención120. Así pues, los códigos del buen cuidar y las prácticas para

«facilitar» la atención se redefinen, y las profesionales juegan un papel determinante en

esta redefinición. Son esas terceras personas que entran en las dinámicas de cuidados que

tienen las personas ancianas y sus familias. Las vías de entrada, fundamentalmente dos, el

servicio domiciliario institucionalmente mediado y el trabajo informal, son claves para definir

posiciones de legitimidad, de saber y de modos de afectar los cuerpos. Tal y como explican

las profesionales, ellas representan un elemento foráneo en el domicilio. Si se crea

confianza, logran fijar criterios y valores sobre el cuidado, que a su vez pueden ser imitados

por los hijos e hijas121.

Pero entremos más en detalle. Hemos dicho que la atención, la que prestan las

trabajadoras familiares a domicilio, consiste en la comunicación de una disposición hacia la

119 En este punto es interesante el planteamiento del feminismo de la diferencia que analiza cómo las mujeres nos resistimos a ceder nuestra cultura de cuidado frente a la cultura mercantil y nos negamos a supeditar las prácticas del cuidado a las normas que lo regulan y contienen en los contextos laborales. 120 Los catálogos de «buenas prácticas» buscan sistematizar los códigos deontológicos. Esta aproximación, no obstante, recuerda demasiado a la idea de «calidad» que se extiende en el mundo de los servicios. El control de calidad no se refiere a nuestra concepción común de la calidad, sino a la posibilidad de ajustar el resultado a los objetivos previamente diseñados por la empresa. Así pues, un producto, una falda por ejemplo, es mejor si cumple los objetivos de marca y no si dura más o menos, le salen bolas o se destiñe. Del mismo modo, la calidad del servicio, por ejemplo en la atención telefónica no tiene por qué estar relacionada con la solución de problemas sino que puede medirse por la cantidad de llamadas recibidas. 121 «Cuando vemos que los hijos tratan mal, la cuidadora intenta ser más paciente. Entonces ya

otra persona vinculada casi siempre a tareas concretas de higiene, medicación, salidas y

movilidad en general, cuyo resultado es una modificación subjetiva, que a pesar de sus

limitaciones –no obra a partir de una reelaboración biográfica de largo recorrido– altera las

condiciones en las que se desenvuelve la vida, creando estados de ánimo, hábitos, modos

de estar. Sin embargo, la atención en el servicio aunque continua es limitada en tiempo, así

como en intensidad. Por ello, las empleadas habilitarán distintas estrategias para transmitir

en el poco tiempo diario o semanal que dedican a cada persona, la expresividad que ha de

acompañar a las tareas concretas. Veamos entonces en qué consiste esta articulación

entre disposición y tarea en el servicio de proximidad. Este, no lo olvidemos, es un recorrido

por la materia prima de la atención y sus potencialidades para generar vínculos

satisfactorios. Retomo, en este sentido, las dos interrogantes iniciales : ¿de qué está hecha

la atención en tanto trabajo comunicativo sobre/con el otro? y ¿cuál es la naturaleza de los

vínculos que se originan? o, más específicamente, ¿cómo se resuelven las tensiones entre

la atención codificada y singularizada?

5. El «saber hacer» en la atención domiciliaria.

Disposiciones, desplazamientos, cualidades

Las trabajadoras familiares122 , cuando describen su intervención, aluden a tres tipos de

tareas: (1) asistencia (higiene, movilidad, control de medicamentos, etc,), (2) educación en

hábitos (limpieza y alimentación, cuidado de sí, fomentar la autonomía y la autoestima, etc.)

y (3) acompañamiento (apoyo psicológico).

Existen dimensiones de interpretración tales como observar para detectar necesidades; de

traducción (mediación), por ejemplo, de las necesidades en recursos disponibles o de los

lenguajes de las usuarias a los lenguajes de la administración; gestión y coordinación de

otros servicios, profesionales e incluso familiares, que atienden o pueden llegar a atender a

los usuarios; y de comprensión. Así, cada tarea está atravesada por una o varias de estas

dimensiones comunicativas. El trabajo de relación, que como he explicado no es un fin

sino un medio para la transformación de la vida, entraña una serie de disposiciones y

desplazamientos que es preciso desmenuzar.

cambian el chip. Te imitan un poco». 122 Bajo este perfil se agrupan las profesionales –habitualmente formadas en cursos realizados por las administraciones locales y las ONGs de entre 600 y 800 horas– que llevan a cabo la «atención a las personas» en sus casas. Existe otro perfil específicamente dedicado a la «atención al domicilio» (fundamentalmente limpieza). La diferencia entre ambos se traduce en condiciones salariales y valoración social del mismo. También los sectores dedicados a uno y otro expresan la estratificación de género, clase y etnicidad/origen que hoy existe en los servicios domiciliarios. Mientras en el primer sector siguen siendo mayoría las mujeres autóctonas mayores- en Barcelona muchas inmigrantes andaluzas que primeramente se insertaron en la industria y después perdieron sus empleos-, en el segundo han empezado a entrar con fuerza las mujeres inmigrantes.

El primero de ellos es el que empuja a la cuidadora a situarse radicalmente de parte del

otro. Atender a alguien es, desde muchos puntos de vista, desplazarse hacia donde está,

colocarse en su existencia, es sentir con la otra. «Comprenderle –como explican algunas–

su realidad». Atender, como explica una amiga, es alinearse junto a esos «yoes exaltados»

que insisten: «¡esto es grave, esto me está pasando a mi!». El desplazamiento subjetivo

que hace falta para cuidar a alguien significa una alteración extrema de la perspectiva, de

las coordenadas desde las que se contempla la realidad.

(…) hay muchas cosas como humano. Puede pasar que tú llegas y los ves como

humanos, si eres humana puedes hacerlo, sientes lo que es esa persona en ese

momento, en la situación que está ¿no?

Estás ahí en escucha activa, y te está explicando todos sus problemas y miedos, y

a lo mejor la mitad no tiene razón porque tú lo ves desde un punto de vista

diferente porque oyes el punto de vista de ella (TFI12).

Este desplazamiento da paso, con las limitaciones que hemos señalado anteriormente, a

un segundo componente: la comprensión que se origina en la reconstrucción situada del

entorno de la persona: su edad, su realidad económica, su familia, su casa, su trayectoria,

etc. Esta información sólo se adquiere con la confianza que da el contacto sostenido. Este

desplazamiento, un viaje sin duda, lleva a la trabajadora a distintos lugares concretos e

históricos: el envejecimiento de una persona sin recursos; el envejecimiento de un

asalariado inmigrante que siempre ha trabajado para otros y percibe que por primera vez

trabajan para él/ella; el ama de casa que siempre ha cuidado de los demás pero ya no

puede sostenerse; la señora que siente a la cuidadora como un recordatorio del principio

del fin de la autonomía, etc. El desplazarse hacia cada uno de estos lugares sociales

origina una operación doble: reconstruir un contexto más amplio- abstracción-, para

simultáneamente descender a la especificidad de cada historia- singularización123-. «Te

sitúas en el caso». Rehacer el sentido del envejecimiento como un proceso de

transformación de los cuerpos para acercarse a las condiciones específicas de cada

anciana: la que tiene miedo a la muerte, la que se siente sola, la que se justifica hacia fuera

pero sufre con la desatención de los hijos, la que chantajea a las hijas y sobreactúa para

recordarles que están en deuda con ella, la que teme acabar en una residencia, la que se

resiste a perder su papel de controladora del hogar, la que se descuida porque se siente

123 En ocasiones puede producirse una competencia en el desplazamiento, por ejemplo, porque la hija quiera relativizarlo, producir otro lugar desde el que contemplar los hechos. Muchas TF aun advirtiendo las razones, las perspectivas, optan por considerarlas en un momento posterior y garantizar a los atendidos que «están por ellos», clausurando cualquier posibilidad de duda para construir una relación de confianza.

desmotivada, la que siente pudor porque la vean desnuda, la que quiere que le sirvan, etc.

La vulnerabilidad, esa percepción subjetiva del tiempo y del cuerpo, como condición

generalizada y gradual en la vejez, atraviesa todas y cada una de estas historias.

Lo que percibo es la inseguridad que da la edad y que da sólo la edad (…) Cómo

transcurre el tiempo. El tiempo no transcurre para ellos igual que para mi. Estás

aproximándote a una realidad con unas características (TFI13).

Hoy la singularidad del envejecimiento- sobre todo acompañado de una enfermedad-, está

atravesada por el miedo y la soledad. La crisis de los cuidados, en particular todo lo que

concierne al sistema de valores en las familias, nos sitúa ante un nuevo escenario plagado

de incertidumbres sobre las que operan las TFs, muchas veces sin explicitar las

perspectivas desde las que se abordan, en la medida en que los foros de discusión pública

sobre las culturas del cuidado no parecen preocupar a casi nadie. Otras solamente

expresan sus propios conflictos: lo profesional frente a lo profano, frente a la implicación

personal; la autonomía frente al apoyo; el trabajo frente a la relación; la atención frente al

cuidado; la familia frente a la trabajadora, etc. El trabajo familiar sirve con frecuencia de

contención a estos miedos y ansiedades. A pesar de lo cual, el impulso hacia la acción,

hacia la producción de subjetividad inherente en su realización, hace inevitablemente que

cierta materia afectiva haya de ser encarada. «El papel del cuidador, es importante que

conecte, comprenda, conozca a esa familia». Si la implicación personal produce estrés, el

«pro-profesionalismo»124 en tanto traducción estricta y estrecha de la comunicación a los

códigos, algo que abordamos en otro lugar, entraña una limitación, que como les sucede a

las teleoperadoras que se defienden mediante los «argumentarios» (del Bono 2005) o las

trabajadoras socio-sanitarias que interponen una barrera institucional con las personas que

acuden a un servicio (Precarias a la Deriva 2004c), acaba inhibiendo la propia implicación

en la actividad.

Tres lugares sociales concretos a los que hay que desplazarse a menudo con las ancianas

son el servilismo125, el rechazo a la pérdida de autonomía, y la ansiedad que produce la

ruptura del sistema de obligaciones y deberes diferenciales entre padres, madres, hijas e

124 Felix Guattari (1994) señala esta tendencia de la comunicación a «reducir el lenguaje, todos los elementos de la singularidad que pueden emerger en la discursividad lingüística y en la imagen de una profesión, de tal manera que conduce a una estandarización de la comunicación y la subjetividad». Y añade que lo profesional, y esto lo saben bien las empresas, «pierde parte de su valor de mercado al entrar en exceso en estos estereotipos». Los profesionales de la comunicación –Guattari se refiere a los periodistas– se ven igualmente obligados a singularizarse, a asumir un mínimo de ruptura reinventado la dimensión existencial de la profesión. 125 Algunos ancianos son emigrantes andaluces, extremeños en Cataluña. Trabajaron duro para otros toda su vida y hoy se encuentran con una persona en casa. Ajenos a la cultura de la sociedad salarial, interpretan la atención bajo los presupuestos de los servicios que conocieron, los que ellos y ellas mismas prestaban a las familias adineradas, reproduciendo comportamientos serviles a los que

hijos. Estos lugares hacia los que hay que desplazarse están atravesados por cualidades

afectivas que se inscriben en distintas culturas del cuidado que en ocasiones se solapan o

chocan entre sí: cuidado como obligación familiar, como derecho derivado de la ciudadanía

salarial, como resultante de la religiosidad, de la solidaridad, etc.

Eso establece unos conflictos porque claro tú estás interviniendo en la vida de una

persona directamente. (…) Esa gente con más de 85 años ha vivido una vida

donde lo tradicional ha sido que los hijos cuiden a los padres. Ven esto como un

desorden. ¿Cómo puede suplirse eso? Se puede suplir, a lo mejor, con un

personal, que ellos puedan sentirse «comprendidos en esa realidad (TF20).

Las cualidades que habitan estas realidades sociales son la materia prima de la

intervención y esta materia prima se aprecia a través de la detección y la interpretación.

La tercera inclinación que hay que ejercitar se refiere a la restitución de la condición de

sujeto, de la dignidad de la persona atendida. Tal y como comentan las TF, muchas

personas ancianas se sienten solas y poco consideradas como interlocutoras; «un anciano

hoy en día es un problema»126. La atención, en tanto disposición primera hacia el otro,

restituye esta condición.

La persona que va a trabajar tiene que saber qué limitaciones va a encontrar. Si

vas poco tiempo, tu capacidad de intuir o desplegar una tarea es más limitada, el

contacto es necesario. Yo creo que una persona mayor lo que quiere es que se le

comprenda en su realidad. No ser tratado como un viejo sin opinión (TF20).

Ser reconocido y tratado como sujeto es en sí misma una fuente de bienestar que resulta

del afecto en su concepción spinoziana, es decir, como «potencia de actuar»127. Ser tratado

como sujeto está en contradicción con dar siempre la razón, por eso la disposición a sufrir

con alguien tiene que ir seguida de una unilateralidad en la propia posición que se

construye. Hay que ser, dicen las cuidadoras, cariñosa y rígida a la vez. Así pues, tenemos

ya tres cualidades esenciales de la atención: el desplazamiento radical hacia la realidad del

otro, la reconstrucción sostenida y situada, abstracta y concreta a la vez de esa realidad,

han de enfrentarse las TFs. 126 –«¿Cómo te gustaría ser cuidada?» – «… que no invadan mi espacio. Que me dejen ser dentro de mis posibilidades lo más autónoma posible, que me escuchen, que vean mis necesidades, que las entiendan» (TF14). Los testimonios de las TF ponen claramente de manifiesto lo que el feminismo ha expresado con fuerza: la medida ser sujeto en nuestras sociedades es la del «hongo de Hobbes», un individuo autosuficiente y desencarnado que compite en el mercado, un sujeto sin temporalidad, sin lazos, sin necesidades. 127 «Por afectos entiendo las afecciones del cuerpo, por las cuales aumenta o disminuye, es favorecida o perjudicada, la potencia de obrar de ese mismo cuerpo, y entiendo, al mismo tiempo, las ideas de esas afecciones».

que son lugares socialmente reconocibles, y la restitución de la agencia previamente

negada o perdida.

El cuarto elemento que me gustaría señalar tiene que ver con la identificación del bienestar

como resultante de una actuación. Las TFs, gracias al trabajo de relación, modifican los

estados de la otra persona y sienten, como cualquiera, satisfacción al contemplar los frutos

de su obra. A pesar de que el valor de lo que hace es monetario, advierte otras fuentes

interactivas en el mismo.

–¿qué casos te resultan más satisfactorios?

–Los que ves que después de tu intervención se recuperan, ha habido un cambio, o

porque físicamente se han recuperado o porque tu intervención ha servido. Tú

llegaste allí y había una dejadez total y desde que estás hay una estimulación. Yo

tengo un matrimonio (…) ella se encuentra mejor, yo se lo digo, ‘la veo más

animada, debe ser la primavera’. ‘No, estoy igual’ dice, pero ella ha cambiado, ha

hecho otras cosas. El marido estaba fatal. Y entonces, a partir de la intervención

más profunda, a diario, más profunda, ella está estimulada a hacer más (TFI14).

Esta satisfacción se acrecienta, además, cuando es reconocida, cuando sus

manifestaciones son advertidas, cuando existe reciprocidad en la apreciación, aunque sea

para declarar «ojala lo que tu haces lo hiciera mi hija». Evidentemente, ésta no es la única

fuente de valor y las trabajadoras no dejan de referirse al reconocimiento social y salarial

que debería tener su actividad. Aquí ya podemos advertir un ámbito en el que se ha

producido un cruce biográfico entre dos sentimientos de bienestar.

Pero analicemos ahora la quinta disposición: el plan, que es, en palabras de las TFs, un

«llevártela a tu terreno». El desplazamiento se produce ahora a la inversa. El plan, que es

diseñado a partir del primer encuentro en la vivienda por parte de la trabajadora social (del

Ayuntamiento), habitualmente en presencia de la trabajadora familiar, permite establecer

unos objetivos que encaminan la intervención. El plan, que responde a esos tres campos

que señalábamos al comienzo de este apartado –asistencia, educación en hábitos y

acompañamiento–, somete la acción sobre los estados anímicos a tareas más visibles y

encarnadas: hemos conseguido entrar en el domicilio (que no es poco), limpiarlo, hacer

una higiene, implicar a un familiar para que traiga lo que necesitamos, establecer unos

criterios de limpieza, unificar a los que se acercan en torno a los mismos, etc.

Puntuar el flujo del intercambio, que es lo que se persigue con el plan, es un mecanismo de

ruptura de la recursividad y la repetición de tareas diarias autoevidentes. Si se quiere, una

desnaturalización de los encuentros. Las trabajadoras apelan al plan como una guía para

navegar el cambio, para no perderse en los vericuetos, para deslindar lo importante y lo

secundario introduciendo un punto de pragmatismo, una estrategia para resguardarse de

las intromisiones personalistas o servilistas en el trabajo: «el servicio es para esto», «aquí

tenemos un plan que hay que cumplir». La actividad tiene entonces dos ritmos: uno

continuo, el paso a paso, y otro puntual, cada vez que se logra un objetivo.

Es poquito a poco, ir entrando. Poquito a poco te vas ganando a la otra persona, te

va viendo, te va aceptando. O ya te espera a esa hora (TAO28).

El plan, que en ocasiones se traduce en un contrato con el usuario, determina también un

impulso que está presente en la atención de proximidad y al que con frecuencia aluden las

trabajadoras: el de buscar salidas a las dificultades que van surgiendo. Aquí tenemos el

sexto rasgo de la atención en los servicios domiciliarios. Pudiera parecer un rasgo evidente,

algo propio de cualquier trabajo, también del trabajo de relación, y sin embargo, constituye

una orientación muy particular que de hecho, y como señalábamos al principio del texto, no

siempre aparece en los servicios, especialmente aquellos que tienen una fuerte orientación

hacia el lenguaje, al «hablar por hablar».

La creatividad del trabajo se refiere a menudo a esta capacidad de generar recursos, de

articular remedios, de inventar dispositivos de mediación y de negociación que atiendan a

criterios que se van estableciendo conforme la dinámica del plan se desenvuelve.

Lo principal de esta señora es que tome la medicación. Está clarisimo. Y que se

cure la úlcera que tiene en la pierna, la higiene personal de ella, importantísima. Le

vas inculcando que hay que recoger, que hay que limpiar, fregar los platos. Antes

tenía un perro e intentábamos decirle que no. Se le pegaban los pelos en la llaga.

Cada día la machacábamos con lo mismo. Le veíamos a veces a la hija y le

decíamos, jabón, por lo menos jabón. Decía no, es que no hay dinero (…) y tú

dices, «bueno, por lo menos compre jabón». «Sí, sí, mañana ya lo tiene». Pero

mañana hay que encontrar otras soluciones. En principio, solucionar

provisionalmente lo que podamos. Estos pañales que hay por aquí son de usuarios

que han fallecido y la familia nos los ha regalado. Eso usamos cuando no hay

nada, no hay recursos. En casos de otras familias se dice «tiene que comprar esto

y lo otro. Piensa que estos servicios son gratuitos» (…) Lo único que se le pedía

era jabón para lavarla y una palangana. Lo mismo utilizaba para los platos y para el

pompis. Ahí, imponiendo un orden. Un cubo para la basura. No había. Los pañales

sucios tirados en la cocina (…) (TAO28).

Para las trabajadoras de la cooperativa de atención Sad Suport (Mataró), este impulso de

encontrar soluciones da lugar a una práctica de la atención tremendamente flexible. Ellas

sienten que esto, ese afán por dar salidas a las cuestiones puntuales, es lo que las

diferencia de otras entidades prestatarias y lo que a ellas más les satisface. Han de

hacerlo, eso sí, a un ritmo trepidante «hemos aprendido ya la técnica de la rapidez. Nos

hemos buscado recursos rápidos».

9. Hay que luchar por ella [se refiere a la forma de trabajo]. Lo tienes que hacer por ti

porque ¿tú qué objetivos tienes personalmente? ¿que satisfacciones sacas para ti?

¿ para la persona que estás cuidadando?

10. Y te realizas mucho personalmente, es un trabajo que te gusta y además estás

cubriendo necesidades, solucionando problemas. Es decir a veces, «¡haremos

esto!» y bueno, nos ponemos, hay que hacer esto y lo otro y no cuesta tanto. Ves

que muchos predican pero a la hora de la verdad, más que nada es burocracia

(TAO28).

Llegamos así a la séptima orientación comunicativa de la atención, quizás una de las más

importantes. La cooperativa Sad Suport antes de ponerse en marcha hizo un estudio en el

que evaluaba el nicho de mercado de los servicios domiciliarios en la zona de Mataró

(Barcelona). Constataron entonces la existencia de una demanda que no estaba

adecuadamente cubierta. Las conclusiones principales fueron dos: «los precios superaban

las expectativas de los clientes y entonces había que buscar otra solución128» y la

existencia de un «trato muy poco personal». La forma de abordar esto último pasaba en

primer lugar porque las entrevistas de contratación no fueran telefónicas y se acudiera a los

hogares para hablar con la persona y sus allegados para a partir de ahí organizar el plan de

intervención, pero también por el desarrollo de una ética en los servicios y una estimación

de la responsabilidad social del proyecto. Este es, en definitiva, el único terreno que puede

diferenciar a una empresa de gran envergadura como las que abundan en el sector de una

cooperativa pequeña formada inicialmente por cuatro mujeres e integrada en estos

momentos por unas 35 trabajadoras. La cooperativa nace imbricada en la comunidad y así

lo formularon al adoptar algunos de los principios y enunciados legitimadores de la

economía social. Su fama se va transmitiendo boca a boca a través de unas y otras,

aunque esto tiene sus riesgos cuando el trabajo se realiza en los propios hogares o entre

128 No vamos a abordar aquí la problemática de los convenios entre la administración y las empresas y las propuestas de financiación de los servicios. Baste decir que los convenios subscritos no cubren ni de lejos unos sueldos dignos, algo que se ve incluso reflejado en los convenios del sector. Todas las TF vuelven una y otra vez sobre el mismo punto: la falta de valoración de su trabajo y la traslación salarial que esto comporta. La «solución» ideada por esta cooperativa fue la de apoyarse, frente a otras empresas más competitivas, en la economía social para sostener unos salarios aceptables.

hogares que pueden estar en contacto129. Un tercer aspecto interesante, también

proveniente del estudio inicial, fue la flexibilidad con la que organizan los servicios: «Hay

que inventar para hacernos más flexibles». Pero a diferencia de otros casos, la flexibilidad

favorece a las empleadas, que pueden decidir cuántas horas quieren trabajar, cuándo y en

qué horarios. Sad Suport impulsa trabajo en equipo, la discusión compartida de los casos,

así como el trato personal entre las trabajadoras. «Las chicas –comentarios que llegan–

han dado la vuelta al domicilio».

Donde mejor se ve qué es eso del trato personal es cuando las TFs describen la

singularidad de la atención que requiere cada persona, algo que sólo se entiende en el

dinamismo del día a día de la atención. Ésta, lo sabemos, es un proceso interpretativo en el

que se movilizan saberes técnicos y competencias transversales130. Muchas veces la

diferencia de criterio entre la TF y la trabajadora social del Ayuntamiento, que es quien

concibe el plan, se convierte en un obstáculo, puesto que el plan no puede diseñarse de

una vez por todas.

Era una señora mayor que tuvo una caída, el hijo se ocupa. Bueno, en la primera

visita yo vi un calentador y resulta que no iba. EBl plan del ayuntamiento que

teníamos que cumplir era la higiene, nunca la habían bañado ni visto desnuda.

Había que conseguir una higiene y que colaborara en las tareas. Ella no podía salir

al exterior porque había escaleras. Pues resulta que esta señora desde la primera

visita de la caída, cuando pasaron dos semanas ya corría por el domicilio. Desde

que fue la trabajadora social, pues la situación ya había cambiado. Entonces,

hacerle la higiene… No, porque esta señora tiene mucha vergüenza. Lo único que

he podido tocarla son los pies. Pero esta señora tenía fascinación por salir a la

calle y comprar y pasear. Es lo único que quería, alguien que la acompañara a la

calle. Pero la faena era lavarla los pies. Es una señora con 80 y pico, y no quiere

que la vean desnuda. No puedo trabajar bien, el calentador no existe. Ella quiere ir

al pan y a la peluquería. Pues ya está, ¡hazla feliz! ¿Nosotras a qué vamos? A que

el servicio sea efectivo según el perfil de lo que necesita. La chica ya ha podido

lavarla. Lo ha conseguido porque ha ido trabajando de a poquito. Ganándose de a

129 Hay hogares, por ejemplo, que no quieren compartir trabajadoras, que no quieren que su vida privada salga a través de la TF. 130 Elena Grau, que trabaja como formadora desde la asociación feminista El Safareig en Cerdanyola, explica: «Hay una parte técnica, saber movilizar sin romperte la espalda, saber hacer higienes, conocer los servicios de asistencia, saber hacer informes, y luego otra parte que nosotras llamamos competencias transversales, que es ahí donde en realidad está el cuidado de calidad. Serían todas las habilidades que tenemos las personas y que las podemos mejorar porque las adquirimos viviendo y que nos sirven para diagnosticar situaciones que no conocíamos, para enfrentar imprevistos, para relacionarnos con el mundo (…) cuando te vas a relacionar con la persona que tienes delante, todo esto tendrás que desplegarlo para establecer una relación con esta persona. La calidad sería entonces, desde la calidad humana en una relación, hasta toda la tarea de potenciar que la otra

poquito su confianza. «No se preocupe, vamos a pasear». Y ella se motiva

(TAO28).

Encontramos aquí entrecruzados el programa de trabajo y la experiencia, necesariamente

flexible, que prevalece en la ejecución. Una vez superado el grado cero –el desplazamiento

radical que nos sitúa ante la vulnerabilidad humana–, es preciso comenzar a elaborar las

circunstancias concretas de cada persona. Si el plan empuja hacia los protocolos, los

perfiles, el repertorio más o menos cerrado de buenas o malas prácticas que puntúan la

actividad cotidiana, la flexibilidad de la experiencia nos recuerda y nos enfrenta a la

singularidad de cada caso131.

Pero la flexibilidad lleva tiempo, no sólo continuidad en el tiempo, sino tiempo en cada uno

de los encuentros, y esto es justamente uno de los límites estructurales en la concepción

del trabajo de proximidad. Las TFs hablan con frecuencia de la actitud de serenidad que

tienen que mantener y transmitir para que la intervención sea efectiva y se haga como ellas

quieren. La atención domiciliaria, y en esto se asemeja a la atención en cualquier servicio,

opera de acuerdo a los principios de la escasez, del ajuste económico entre instrumentos y

objetivos. Un servicio de 55 minutos, de una hora y media como máximo, posiblemente tres

días a la semana, es efectivamente un soporte, no una sustitución. Las TFs suplen esta

limitación intensificando la disposición: «Tenemos que ir relajadas, no tenemos que ir

rápidas».

Es importante que cuando te ven llegar no haya nervios sino que tengan

tranquilidad. Que sepan que la persona con la que están es una persona con la que

pueden dialogar o estar en silencio, descansar mentalmente (TFI13).

Lo cierto es que esta limitación tiene una influencia decisiva en la práctica de la atención.

Que sean mi apoyo y no me anulen como persona y a veces por ser más rápido se

le hace todo y esa persona se queda como un mueble (…) Me gustaría que se

abrochara la camisa, que pudiera peinarse a su ritmo. Pero si lo hago tardo tres

horas y yo me tengo que ir a otra casa (TFA17).

Estas limitaciones acentúan el componente interpretativo del trabajo. Como hemos dicho, la

persona se desarrolle el máximo posible». 131 Obsérvese aquí que lo personal en los servicios no siempre equivale a lo singular. A menudo se habla de personalización para aludir a aspectos homogeneizadores del contacto: que se dirigían a ti por tu nombre y apellido, que te recuerden la fecha de tu cumpleaños, que traigan a colación gracias a una ficha las particularidades de tu contrato, de tus demandas. Con frecuencia, lo personal en los servicios es un marcador de estatus fuertemente impersonal.

reconstrucción del contexto, la percepción de la singularidad y finalmente la dinámica del

contacto es la que permite intuir lo que se calla, ajustar los ritmos e intensidades,

reconfigurar el plan y afrontar las dificultades que van surgiendo sobre la marcha.

Vayamos ahora a una condición final que determina las cualidades del cuidado. Una de las

cuestiones que critican las trabajadoras familiares en el desarrollo de su actividad es la

soledad en la que han de llevarla a cabo. Desde las empresas y organismos públicos no se

fomenta el trabajo en equipo, fundamentalmente por los ritmos de trabajo que se imponen.

Pero la cualidad en el trabajo depende en buena medida de esto, de la posibilidad de

mejorar la comunicación con la trabajadora social, con otras compañeras, con otras

personas que atienden con el fin de crear criterios compartidos, evaluarlos, analizar los

cambios, etc.

Hay un objetivo planteado y ya lo cumplirás, ya lo cumpliré, vale, pero no soy

maga, ni psicóloga, soy trabajadora familiar y necesito apoyo y en esto muchas

veces se lavan las manos [se refiere a las trabajadoras sociales]. Yo también lo

entiendo porque van desbordadas de casos. En ese aspecto me siento sola porque

necesito otro profesional que intervenga (TAO28).

A diferencia de lo que sucede en las residencias, el cuidado en casa, tanto el asalariado

como el no asalariado, puede generar una profunda sensación de aislamiento. En esto las

TFs se acercan, aunque su trabajo sea mucho más limitado en cuanto a la duración del

servicio, a las cuidadoras no profesionalizadas (Monteros y Vega 2004). Este déficit ha de

abordarse, como hemos visto, en el plano expresivo, pero también en el plano organizativo.

El aislamiento no sólo afecta a las personas cuidadas, sino también a las que les cuidan y

atienden. El cuidado, en nuestra tradición, es una cuestión privada. Sin embargo, los

cambios en las sociedades postindustriales están modificando esta realidad de un modo

ambivalente. El cuidado pasa a ser público pero privatizado, no traspasa los muros de la

casa, se rige por criterios públicos pero no está sometido al debate abierto.

La enorme riqueza que aporta el cuidado no se contempla como una oportunidad para

reinventar los afectos sociales, sino como un problema que ha de dosificarse, modularse. Y

para ello se habilitan códigos y destrezas que lo faciliten y estandaricen. Lo cierto es que

las preguntas, cuestiones, dudas, criterios que lo rodean son múltiples. El trabajo

cooperativo –con otros profesionales, con los familiares y amistades, etc.– marca la

diferencia en la cualidad porque recombina puntos de vista: crea culturas del cuidado que

se alejan del marco de la escasez, la explotación y aprehenden las dificultades desde la

creatividad que aportan las distintas posiciones reconocidas, también en lo que se refiere a

sus derechos y reivindicaciones, confrontadas en el diálogo.

Y es que se nota, la familia que hace esto se nota. Esta persona quiere mantener el

servicio con nosotras. ¿Por qué? Porque ya hay una complicidad, porque se han

resuelto problemas cuando han salido, porque hay unos cuidados, porque están

tranquilas las familias, si hay que llamar a una enfermera se llama. O sea, hay un

contacto, hay un tipo de trabajo e incluso un cuidado a ese cuidador, un soporte,

porque no es sólo el cuidado al abuelito ¿no? (TAO28).

En este modelo, se maximiza la acción de distintas personas en el entorno. Su presencia

en la casa se integra en el filtro que la experiencia impone en la ejecución del plan. Hacer y

rehacer los criterios y los objetivos, así como estar atentas a las modificaciones

escalonadas es una parte primordial en los cuidados. La producción sostenida del bienestar

relacional puede venirse abajo en un momento dado porque no existe una comunidad de

acuerdo. Contra lo que pudiera parecer, la producción de subjetividad, que es un proceso

que no se interrumpe nunca por ser consustancial a la vida social, depende de encuentros

múltiples que pueden hacer retroceder lo ya avanzado. El trabajo de cualidad es una labor

de encaje, de construir ánimos, disposiciones intangibles, pasiones alegres de fragilidad

extrema que pueden diluirse rápidamente para recordarnos que también en el hacer

relacional existe una vulnerabiliad consustancial a lo humano.

Vas mirando sus pasos, cómo caminan, cómo se están moviendo, porque de

pronto un día llegas y están alborotados y llegas y está callada y entonces le

preguntas qué tal el fin de semana y ya te cuentan que vino la hija y que se le

montó un follón, y claro, esa persona se vino abajo. Entonces todo el trabajo de

intentar salir, de animarla, me lo tiró abajo la hija el fin de semana, y otra vez a

volver a empezar. La dejaste el viernes que estaba super contenta y llegas el lunes

y está fatal. No te lo dice, pero te das cuenta porque llega un punto en el que

acabas conociendo los gestos, la cara, que son tantas horas tantos días que

acabas conociéndolas (TF14).

La comunicación entre cuidadora y usuaria es esencial para sostener el bienestar de esta

última. Cuando las personas cuidadas son ancianas, el trabajo comunicativo está

fuertemente entretejido con el bienestar físico. Tanto es así que la discontinuidad en la

presencia, el cambio de TF o el efecto de la comunicación con otras personas puede

generar fuertes recaídas, «bajones». Todas las cuidadoras insisten en que el servicio

entraña un «trabajo emocional», una «comprensión emocional» desanclada del sistema de

obligaciones y deudas. La cuidadora construye una posición de autoridad que no es

familiar, no es la de la hija, sino otra, en la que se mezclan distancia y cercanía, afecto y

rigidez. Cariño en las formas de desplazamiento hacia lo otro, y dureza a la hora de atraer

al propio terreno.

He hablado del hacer comunicativo que contribuye a generar cualidades de cuidado: la

serenidad que detiene o difumina el efecto del tiempo; el desplazamiento hacia la

perspectiva de la otra en la escucha; el desplazamiento de vuelta hacia un plan, que puede

ser un plano de consistencia o un protocolo excesivamente mecánico; la flexibilidad para

dirigir ese «llegar hasta el final» del que hablan algunas; la restitución de la agencia que es

ni más ni menos que la elaboración de un sentido de la autonomía que no es general,

perteneciente a un sujeto abstracto, inexistente, sino propio de la persona; la composición

de planos cooperativos, de equipo, de negociación, mediación y traducción (institucional y

familiar) que compone la atención, si no en un plano plenamente político- porque hoy esto

no es territorio de la política, ni siquiera de política comunitaria-, si al menos común,

intersubjetivo, que sitúa la presencia de las posiciones, que las entiende, al menos en lo

que les toca, y las acomoda. Estos y otros movimientos afectivos, en ocasiones

imperceptibles cuando se describe el propio trabajo, forman parte de la materia prima,

comunicativa, expresiva, ética que está alterando la cultura de la atención en los servicios,

en el trasfondo de la crisis de los cuidados.

CAPÍTULO 5

Políticas del cuidado. El modelo mixto catalán y la nueva

organización social de la vida cotidiana

1. Preguntas iniciales para una nueva organización del

cuidado

No existe una política del cuidado sino muchas. Esta ha sido al menos la realidad hasta

ahora. Las políticas del cuidado se encuentran en muchos lugares y no siempre están

aparecen bien concertadas. Las hallamos en: (1) las políticas familiares, (2) las políticas

sociales, (3) las políticas específicas de género, en particular la de conciliación, una política

familiar de segunda generación y, aunque de esto ya hablamos en el capítulo 3, (4) en la

política de extranjería que favorece la integración de las mujeres inmigrantes

extracomunitarias, especialmente las latinoamericanas, en el cuidado particular de

personas mayores132. Esto, como hemos señalado en otro lugar (Monteros y Vega 2004;

Caixeta et al. 2004), también es una política de conciliación, aunque no figure en este

apartado133.

Todas estas políticas –las que favorecen los subsidios para que la familia cuide, las que

crean más servicios, las que promueven el copago, etc.– se pueden leer con lentes de

género, es decir, observando las relaciones entre hombres y mujeres, la producción de

distintos tipos de mujeres y hombres y, más allá, las definiciones y redefiniciones de qué es

un hombre y una mujer por medio, entre otras cosas, del cuidado. También podemos

contemplar cómo aspira el Estado a generar y gobernar estas relaciones y cómo se

articulan con el mercado y con otras instituciones. Podemos ver qué iniciativas, estrategias

y resistencias desarrollan unas y otros individual y colectivamente. Ni que decir tiene que

132 Con espíritu crítico, d’Arguemir atribuye a la izquierda, también a las políticas feministas de primera generación, el descuido absoluto a la intervención en el terreno de los cuidados como resultado de la crítica a la institución familiar. Al priorizar la igualdad de oportunidades, como política propiciatoria de la individuación, el feminismo institucional abandonaba el terreno de la familia. «Desde la óptica de la izquierda debería plantearse esta cuestión en otros términos: no se trata de proteger a la familia (es en esto en lo que se empeñan los conservadores), sino de proteger a las personas que tienen responsabilidades familiares. En definitiva, no siempre la ausencia de política familiar es la mejor política familiar» (2000, pág.197). Para esta cuestión véase también Flaquer (2000). 133 La contratación particular para el cuidado sigue siendo limitada con respecto a otros recursos. Sin embargo, su expansión está fuera de duda. Por otro lado, la informalidad difumina a menudo su volumen. Según los datos que aporta el IMSERSO (2004), citados por Martínez Bujan (2005), las cuidadoras de ancianos que no reciben ningún tipo de ayuda externa representan el 83,5%, el 5,2% reciben algún tipo de ayuda del ayuntamiento, el 7% acuden a un empleado de hogar, el 1,2% de asociaciones y ONGs, el 0,8% de Comunidades Autónomas, el 0,1% de Diputaciones y el 0,4 de empresas privadas. La mercantilización de los cuidados iguala la prestación de la administración.

las políticas laborales, que en los últimos años han favorecido la flexibilidad, no tanto la que

tiene que ver con la adaptabilidad de los horarios para facilitar las tareas de la vida

cotidiana, sino la que regula los contratos (temporalidad, adaptabilidad de los trabajadores

a las exigencias cambiantes de la producción) tiene, en realidad, un fuerte sustrato de

género que determina la organización privada de los cuidados. Más que los servicios, estas

políticas ponen el acento en prestaciones económicas y subsidios que no suelen promover

la externalización sino que son medidas de apoyo a la cuidadora familiar, muy limitadas en

cuanto a su cuantía.

En distintas partes del texto hemos aludido a dimensiones destacadas de estos ámbitos

desde los que se gestiona el cuidado. Hemos explicado, por ejemplo, que en Cataluña y en

España se ha favorecido una ideología familista que ha asignado los cuidados a las

mujeres en los hogares. El desarrollo de los servicios sociales, como explicaré continuación

con más detalle, se erige sobre esta premisa: hay una cuidadora familiar. Hemos explicado

también que su desarrollo es escaso, hecho que veía en relación a la cobertura de la

atención domiciliaria, sobre la que vengo reflexionando. El paradigma dominante ha sido,

desde la década de 1980, en lo que a mayores se refiere, el internamiento y si puede ser

privado mejor. Los centros de día constituyen el primer esfuerzo para superar este marco,

pero claro, los problemas de oferta y accesibilidad limitan sus posibilidades. Así lo explica

Carmen Gabaldón desde el Servicio de Políticas de Igualdad de la Diputació, anteriormente

trabajadora social en el Centro Residencial de Gent Gran de Llars Mundet, donde llevaba el

programa sociosanitario de demencias y el programa de Generalitat de Cataluña Vida als

Anys– «Si las familias tuvieran un centro de día cerca de su casa y un buen servicio de

ayuda a domicilio no optarían por la residencia» (TAA24).

Dada la falta de plazas residenciales, a medida que la población ha ido envejeciendo este

modelo ha acentuado su carácter asistencialista. Es decir, de atención a los excluidos, los

que no cuentan con otros recursos, fundamentalmente renta y cuidadora familiar. La

política de género, sólo recientemente dedicada a la conciliación, tampoco ha sabido dar

respuesta a la crisis de los cuidados por estar dirigida, primero, a las mujeres, como si el

cuidado de los demás fuera de su exclusiva competencia, segundo, a las autóctonas y

tercero, a aquellas autóctonas que trabajan en empleos estables y «protegidos». La idea

central de estas políticas es la de compaginar mejor el trabajo y la vida familiar (que

también entraña trabajo, algo menos la personal y la colectiva no familiar) arañando del

mundo del empleo algunas concesiones para dedicar más tiempo y atención a la vida. Tal

es el caso del disfrute de permiso por maternidad/paternidad, la excedencia y reducción de

jornada, las reducción de jornada por cuidado o el permiso de lactancia. Son, decimos,

arañazos a la esfera del empleo134. Lo cierto es que hoy por hoy afectan a muy pocas

personas.

El objetivo de este capítulo es reflexionar sobre las premisas de estas políticas limitadas y

parciales, y el papel que están teniendo en la configuración de alternativas familiares,

extrafamiliares y (des)precarizadoras para el cuidado de los mayores. El Proyecto de Ley

de Promoción de la Autonomía Personal y Atención a la Dependencia (en adelante LD),

aprobado el pasado 21 de abril de 2006, cuyo fin es la creación de un Sistema Nacional de

Dependencia (SND) se perfila aquí como una nueva herramienta –el llamado cuarto pilar

del Estado del Bienestar– para dar una respuesta socializadora a todo aquello que aún no

había sido asumido por las instituciones (y sí por las mujeres) y que dado el cambio

poblacional que estamos viviendo se convierte en una necesidad acuciante. Se define así

una nueva coyuntura y un nuevo campo de actuación: las Actividades Básicas de la Vida

Diaria (ABVD) que abarcan el cuidado personal, la movilidad en el hogar y el

funcionamiento mental (reconocer personas, realizar tareas sencillas…) y una serie de

grados de dependencia, figuras y servicios, así como modalidades de financiación. Aunque

su ejecución se desarrollará en el ámbito local, esta legislación recupera en cierto modo

una vocación de intervención directa por parte del Estado. La atención a la dependencia se

conforma, como explicaré más adelante, a partir de «todo lo que queda» aunque, en

realidad, tal y como he defendido en estas páginas, es «todo lo que hay». La aprobación de

este proyecto, que cuenta con el apoyo de distintos grupos políticos y sectores de la

sociedad está, como nos recuerdan algunos grupos feministas y las trabajadoras de la

atención, rodeada de interrogantes y oportunidades. Por desgracia la creación de un

«efecto de consenso» en torno a la misma puede empañar la posibilidad de cuestionar

aspecto de fondo, por ejemplo, qué lugar reservamos a la autonomía y la dependencia, y

otros más de superficie que conciernen a quienes van a cuidar y ser cuidadas, en qué

condiciones y con qué coste económico y social.

Para analizar estas políticas acudiré tanto a los planteamientos de las cuidadoras,

migrantes y autóctonas, particulares y domiciliarias, entrevistadas en este estudio como a

los de otras especialistas que desde distintos organismos públicos de ámbito provincial

(Diputació de Barcelona) y municipal (Mataró y Cerdanyola del Vallés), así como desde

organizaciones no gubernamentales gestionan y trabajan como intermediación en algunos

134 La conciliación como política para incentivar el cuidado familiar en muchos casos constituye una maniobra de distracción con respecto a la ausencia de gasto social. Existe, además, una relación directa entre gasto social y empleo femenino. Según un estudio de 2004, de los quince antiguos miembros de la UE, España es el que registra la tasa de paro femenina más alta (15,2%), la tasa de actividad en el tramo de edad de 25 a 65 años más baja (54%) y un gasto en protección social per cápita (3.253 euros) que sólo supera al de Portugal (Régimen de la seguridad en la UE y su impacto en la conciliación de la vida familiar y la vida profesional, citado en «La escasa protección social causa del elevado paro femenino en España», EL PAIS, 6 de septiembre de 2004).

servicios municipales relacionados con el cuidado. Las implicaciones de la LD y su

«valorización implícita de la reproducción» serán así mismo objeto de reflexión. Analizaré, a

partir de las entrevistas realizadas, la experiencia de estos dos municipios y las

orientaciones a las que apuntan.

Nos encontramos pues ante un reajuste del cuidado –¿nueva organización del cuidado?–

con varios vértices: las mujeres en las familias, los servicios públicos para el cuidado

(asistenciales y, cada vez más de copago), los servicios privados etnizados (particulares y,

aunque esto es menos habitual, de empresas) y el sector del voluntariado. La pregunta que

guía esta indagación es: ¿hacia qué modelo o combinatoria de cuidado socializado o

externalizado nos dirigimos o queremos dirigirnos?

Al menos dos tensiones atraviesan este debate, hoy por hoy de baja intensidad. La primera

se establece entre la propagación de más y mejores tiempos y servicios públicos de

cuidado para que, como se apunta desde el feminismo, ejerzamos nuestro derecho a recibir

cuidados, a cuidar pero también a no cuidar, y la expansión sin freno de una economía

informal o pseduoformal del cuidado, en la que se mantienen muchas inmigrantes

extracomunitarias. ¿Va a ganar la corriente que enfatiza los procesos de profesionalización

o la que apuesta, desde las políticas familiares, sociales y de extranjería, por la etnización

desprotegida e invisibilizada de los servicios particulares? Ambas, en realidad, confluyen

como corrientes precarizadoras aunque con distintos rasgos ¿Van a convivir como hasta

ahora, repartiéndose la demanda creciente en función de los recursos económicos, el

acceso a los escasos servicios existentes y las culturas del cuidado existentes?

La segunda tensión tiene que ver con la naturaleza de los servicios, puestos de trabajo y

«usuarios» que se están conformando, y los nuevos que se crearán al calor de la nueva

legislación. ¿Cabe esperar una recalificación de los empleos, una mejora en sus

condiciones, en su calidad, en su consideración? ¿Va a cambiar con estos servicios

nuestra idea de que no se puede competir con el cuidado de los nuestros en el seno de las

familias (una idea, como sugiere Torns, cuanto menos extraña si la pensamos en relación a

la educación y la salud)? ¿Cambiará la relación entre cuidado y ciudadanía?

Hasta el momento han convivido dos concepciones que hoy se encuentran en la

experiencia viva de tres generaciones. La primera es que el cuidado es un deber familiar y

la segunda, poco arraigada en nuestro entorno, que es un derecho de ciudadanía (laboral)

que de alguna manera ha de descansar en los organismos públicos. Junto a éstas aparece

otra: el cuidado es un servicio (de proximidad) que uno ha de estar en situación de poder

costearse cuando llegue el momento. Una concepción que estimule la creación de seguros

de dependencia, la del cuidado como servicio, como he tratado de demostrar, no es ajena

ni a la primera ni a la segunda. El cuidado asalariado está atravesado por ideas de

obligación, voluntarismo y entrega, así como por orientaciones hacia la universalidad, la

solidaridad, la socialización, la profesionalización y la protección en sus condiciones de

realización y recepción. Además, el cuidado como servicio se aproxima peligrosamente a

una neoservidumbre en la medida en que su aproximación al mundo del empleo, como

explica Fraise (1998) durante el siglo XX, no llegó a producirse plenamente, como bien

muestra la legislación del empleo con base en el hogar. Trataré en las próximas páginas de

acercarme a estas tensiones que advertimos cuando consideramos el cuidado como

cuidado social, es decir, como actividades y relaciones que no sólo se producen en un

plano interpersonal (que también he querido destacar en este trabajo) sino, como explica

Daly y Lewis (2000), en los marcos normativos, económicos y sociales en los que se

desarrolla.

Otro problema de fondo concierne a la relación entre cuidado y trabajo. Para buena parte

del feminismo, el trabajo asalariado ha formado parte del paradigma emancipador que hoy

está en crisis. Impulsar las carreras femeninas ha sido el centro de las políticas de igualdad

de oportunidades. Políticas, por cierto, que no siempre se han saldado con éxito. Los

cuidados, también para las feministas decididas a cuestionar la familia como institución

patriarcal, han sido algo secundario. La situación actual, no obstante, nos ha devuelto, a

veces en forma de bofetada, a los empleos y los trabajos y, de un modo aún secundario, a

los afectos. La política «conciliadora» trata de esquivar el conflicto modificando de forma

ligera los principios del empleo. ¿Priorizamos, como hasta ahora, una política que incorpore

a las mujeres al salario y sus ritmos aun a costa del resto de los tiempos? ¿Modificamos el

ámbito del empleo para ajustarlo a otras dinámicas sociales? ¿Hasta qué punto vamos a

modificarlo? ¿podemos modificarlo? ¿Priorizamos una política que se dirija a liberar a las

personas del empleo para hacer otras cosas, entre ellas, cuidarse y cuidar a los demás?

¿Hasta que punto esta «liberación» va a ser de todas y todos y no sólo de las mujeres?

Tanto la llamada conciliación como la política social supeditan hoy la lógica de los cuidados

a la del empleo. En ellas no hay una apuesta clara sobre cuál debe ser el papel de las

mujeres, de las distintas mujeres –cuidadoras/empleadas a tiempo parcial, sobrecargadas

con ayuda familiar, asalariada, usuarias de servicios pagados, asistidas, etc.–, de forma

que las respuestas estratégicas de las mujeres ante estas políticas, su producción de otras

políticas es tremendamente incierta. La lógica de la dependencia, no obstante, nos

proporciona algunas pistas sobre cuál es la dirección que se pretende priorizar desde las

instancias públicas.

¿Podemos, en definitiva, superar estos marcos de referencia para hacer otra política del

cuidado? El del derecho mediado, como lo ha estado hasta ahora por el empleo y la

asistencia. El de la familia, orientado por el deber y no por el deseo y la satisfacción elegida

y por la responsabilidad como afecto social no exclusivo de las mujeres. El de la

servidumbre doméstica, hoy etnizada, que impone la precarización y la fragilización del

derecho y la justicia como trasfondo de una concepción jerarquizada de la ciudadanía. El

de los servicios mixtos, orientados al beneficio, la institucionalización, el encierro y la

despersonalización o la proximidad con cuentagostas. El reto es sin duda importante.

2. El modelo mediterráneo in progress: «lo que sobra»

En el sur de Europa, el modelo de bienestar se ha descrito con frecuencia acudiendo a la

denominación de asistencialismo135. Frente al modelo de protección universal de los países

nórdicos y al asegurador corporativista de la Europa continental (Austria, Alemania,

Luxemburgo), el modelo asistencia desarrollado en el sur de Europa (España, Grecia, Italia,

Portugal) no encuentra su fundamento teórico en la ciudadanía social de tipo laboral –los

derechos sociales son universales y forman parte de la responsabilidad institucional

pública, o más bien la encuentran de forma deficitaria.

El desarrollo del Estado del Bienestar en Europa desde mediados del siglo XX, y todas las

políticas públicas a las que ha dado lugar, se asientan en el pacto asimétrico capital-trabajo

propio de la sociedad salarial. Este estaba presidido por la aceptación inevitable de la

lógica del beneficio y del mercado como motores de la asignación de recursos a cambio de

una cuota de participación en la negociación en torno a la distribución del excedente social

(Carrasco 1999; Recio 1997; Torns 1994; Alonso 1999; Prieto y Miguelez 1999; Bilbao

1995; Castillo 2005). Las feministas han atacado, desde distintos lugares136, su

fundamentación teórica de raíz: su concepción androcéntrica, su dependencia del mercado

laboral en todo lo tocante a la seguridad social, las pensiones, el desempleo, la protección

familiar y su subsidiariedad con respecto a la familia cuidadora. El Estado de Bienestar (en

adelante EB) no acababa con la división sexual del trabajo sino que se apoyaba en ella e

incluso la reforzaba. Sus funciones (hetero)normativizadoras y de control social, como

135 A la idea de asistencia, le precedió la de beneficencia. En Cataluña, tal y como explica Sarasa (2000), la profesionalización de la caridad, un proceso que se desencadenó con la industrialización, fue tardía respecto a otros países. Fue en Cataluña donde se creó la primera Escuela de Asistentes Sociales en 1932, ya proclamada la República, dirigida a formar técnicamente a mujeres de clase media que asumirían la asistencia y moralización de los barrios obreros. El adoctrinamiento religioso insuflado por el temor, y la racionalidad económica fueron dos elementos clave en el desarrollo de la asistencia. Tras la guerra, el «auxilio social» enfatizó su función de orden público. La asistencia social española se caracterizó además por la falta de preparación y organización profesional. Los elementos más críticos de la asistencia, pertenecientes a sectores progresistas de la Iglesia y las profesionales, comenzaron a hacerse visibles en el entorno político en los últimos años del régimen franquista. 136 Tal y como advierte Teresa Torns, los debates feministas en torno al Estado del Bienestar han girado en torno a las aportaciones de las autoras anglosajonas, de las francesas, herederas de las conceptualizaciones del trabajo doméstico, las italianas, más centradas en su imbricación en la vida cotidiana, y de las escandinavas.

veíamos en el capítulo 2, también quedaron al descubierto (del Re 1997). Sometido a

prueba, la supuesta universalidad y bondad intrínseca del capitalismo social quedaban así

seriamente cuestionadas. Además de mediar y encauzar el conflicto de clase, el Estado

hacía otro tanto con el conflicto de género.

Los propios conceptos que se originan como presupuesto del EB –trabajo, dependencia,

autonomía, ciudadanía, familia, política social, etc.– han de someterse a un minucioso

proceso deconstructivo aun en curso (Lewis 1993; Alabart, Carrasco, Mayordomo y

Montagut 1998; Comas d’Argemir 1995; Dirección General de la Mujer (DGM) 2003; Trifiletti

1999; Maruani, Rogerat y Torns 2000; Bettio y Plantenga 2004; Ferrera 1996). Sus

protagonistas y beneficiarios quedaban al descubierto: varones autóctonos, heterosexuales,

con trabajo «típico» y con un salario familiar, empleados al servicio del capital137. La

protección sólo alcanzaba a la mano de obra por lo que este derecho había de «ganarse»

pagando las contribuciones en el pasado (pensiones), recientemente (prestaciones por

desempleo, etc.) o en el futuro (jóvenes que entraban en el mercado de trabajo). El trabajo

que no contribuía no contaba, y sólo los que sufrían incapacidad podían colarse por la

puerta trasera.

La familia normativa ha sido en este modelo un recurso especialmente valioso, tanto para la

reproducción pacífica de la fuerza de trabajo y la absorción de las contradicciones sociales,

como para la propagación del consumo de masas138. El control de la sexualidad formaba

parte de este impulso normativo. El pacto social aprobado por la socialdemocracia fue

además de un pacto de clase, un pacto de género. Aunque más que de pacto, dado el nivel

de conflictividad social sostenida durante los gloriosos 30 y agudizada a finales de la

137 Tal y como nos recuerda Ana Fernández (2006), en 1949, T.H. Marshall propuso su célebre idea de la ciudadanía paulatina que inspiraría el Estado del Bienestar progresivo: «Progresos que, como más arriba comentaba, ocurrieron de forma lineal y positiva, ensanchando sus límites más y más hasta convertirse en un fabulosos estado-de-las-cosas en el que los individuos de las sociedades occidentales se encuentran cómodamente y sin demasiados conflictos. Cuando Marshall escribió su obra haciendo un recorrido histórico para explicar la configuración liberal de los derechos civiles, políticos y sociales, todo su planteamiento estuvo centrado en un tipo de sujeto concreto: el individuo blanco, heterosexual, de clase media y sin discapacidad que, más o menos trabajosamente, se ganaba la vida a base de un salario. Lo importante es que todos aquellos que leyeron, estudiaron y citaron a Marshall repitieron las mismas falsedades etnocéntricas y patriarcales. Se olvidaron también de las experiencias de todos aquellos otros sujetos que no se identificaban con el ‘individuo oficial’: las mujeres de cualquier edad, etnia o clase, los hombres negros, los ‘no autónomos’, etc.» Sir Beveridge, arquitecto del EB de posguerra argumentaba, como nos recuerda Lewis (2000), que su propuesta de asegurar a las mujeres a través de sus maridos constituía un reconocimiento justo del valor de su trabajo de cuidados. Parece claro que esto, además de la dependencia económica de las mujeres, afianzó el carácter femenino del trabajo de cuidados. 138 Abundan, en este sentido, las definiciones de la familia como recurso que las políticas familiares han de promover. De acuerdo con el Pla Integral de Supor e les Famílies, aprobado en 1993, la familia es «el recurs assitencial més efectiu, fruit de la solidaritat afectiva i/o consesual que conformen els valors humans i socials» y se aconseja en consecuencia «promoure totes aquelles accions que puguin preservar i reforçar la família». También el Pla Integral de la Gent Gran, aprobado por la Generalitat de Catalunya en 1993 afirma que «la família és la unitat bàsica reconeguda de la sociedad» y aconseja «propiciar i sensibilitzar la població per tal que siguien els fill(e)s qui tinguin

década de 1960, habría que hablar de concesión o subordinación. Es decir, transferencia

de una parte limitada de los beneficios del capital en forma de servicios y rentas a la clase

obrera en un sistema de división sexual del trabajo. El Estado nación, en su función

desmercantilizadora, se erigía así en garante de las titularidades positivas que podían

derivarse del crecimiento económico y mediador en el conflicto.

Tradicionalmente, Cataluña y España han desarrollado una política de bienestar familista,

es decir, con un Estado de Bienestar escaso y tardíamente desarrollado en el que las

familias, a través de su solidaridad intergeneracional y de su estructura de género, nunca

han dejado de ser proveedoras directas de buena parte de los servicios sociales (Parella

Rubio 2003b). Siguiendo la aportación de Esping-Andersen (1993), se puede decir que la

política social no ha impulsado ni la desmercantilización ni la desfamiliarización139. El

siguiente cuadro, elaborado por Ana Fernández (2005) a partir del Libro Blanco de la

Dependencia, ilustra los aspectos más significativos del modelo mediterráneo.

C) sistema asistencial

Sur de Europa

Fundamentación teórica

- asistencialismo

- familismo

Cobertura

Limitada:

- ciudadanos/as con

insuficiencia de recursos

cura del seus pares» (citado por Brullet y Parella Rubio 2000, págs. 227 y 235). 139 Desmercantilizar implica la posibilidad por parte de los ciudadanos y las ciudadanas de mantener su nivel de bienestar cuando no participan en el mercado laboral. Desfamiliarizar, por otra parte, implica mantener el mismo nivel de bienestar sin tener que depender de los propios familiares y parientes, tanto en lo que se refiere a mantener la propia renta como al uso de servicios en caso de necesidad (Flaquer y Brullet 1999).

Prestaciones

- separación entre los

ámbitos sanitario y

socioasistencial

- servicios: gestión

privada

- deficitarias en cantidad

y calidad

Financiación

- impuestos

- rentas

Estructura

- descentralización

FUENTE: elaboración de Ana Fernández (2005) a partir del Llibre blanc de la dependence

(2005).

En realidad este modelo articula dos dispositivos clásicos: el de asistencia y el de seguridad

social derivada de la integración laboral y plena ocupación masculina. Standing (2000)

señala la existencia de tres perspectivas en la política social: la de la seguridad social, la de

la asistencia social y la de los derechos ciudadanos. La segunda, en la que se inscribe el

caso catalán, es la que cobra fuerza en toda Europa. La asistencia pretende que las

prestaciones se dirijan tan sólo a aquellos que se encuentran en los grupos con ingresos

más bajos. Para ello hay que superar ciertas pruebas de elegibilidad, no ya físicas, sino

económicas. «La aplicación de todas estas pruebas- tal y como sugiere este autor- produce

el conocido síndrome estigmatizador y de la baja reclamación de beneficios» (pág. 57).

En Cataluña, los servicios sociales, donde hasta ahora se han enmarcado las políticas

vinculadas al cuidado, ocupaban un lugar residual con respecto a la sanidad, la educación,

la vivienda, la seguridad social y las rentas. Ese lugar residual, que se desarrolla a partir de

la transición, se definía como una zona de vulnerabilidad que en la actualidad ha crecido en

importancia hasta confundirse con la precariedad, entendida esta última no tanto como

grupo de riesgo (los «sin»), sino como condición o tendencia generalizada que afecta en

mayor medida a las personas jóvenes. Los rasgos del sistema, tal y como explica

Adelantado, Noguera y Rambla (2000) para el caso catalán (y por extensión español), han

sido sobradamente analizados: (1) sistema dualista de rentas con un grupo social con una

fuerte relación con el mercado laboral; (2) fragmentación institucional, que junto a la

descentralización plantea problemas de coordinación y cierta discrecionalidad; (3) ausencia

de una red pública de seguridad de ingresos; (4) asistencia social con una protección

escasa, las subvenciones asistenciales a la tercera edad, los discapacitados, las paradas y

las familias necesitadas son inferiores a la media europea, las instalaciones y servicios con

financiación pública (centros de día, residencias, atención domiciliaria) son muy deficitarios

y repercuten en las mujeres que se convierten necesariamente en cuidadoras; (5) sistema

de provisión gratuita con poca cobertura e informal que deja un amplio margen a la

intervención privada lucrativa y a la iniciativa comunitaria; (6) relación entre

administraciones, sector privado y sector voluntario (benéfico religioso sobre todo) basada

en el particularismo y el clientelismo político con una coordinación y concertación

relativamente débil; (7) las fuertes diferencias regionales, tanto en el volumen de servicios

como en su calidad y gestión, hecho que ha generado tensiones políticas múltiples, tanto

en el ámbito simbólico nacional, como en el de la distribución interterritorial de los recursos;

(8) pervivencia de mecanismo clientelares, vinculados así mismo a una concepción

patrimonial del Estado. Así pues, el sistema se funda sobre una acción pública residual en

relación a la familia, una presencia poco consolidada a nivel de imagen y una efectividad

dudosa (Rodríguez Cabrero 1996). En definitiva, los servicios sociales y en su seno los de

atención se dirigen desde el principio a cubrir «lo que sobra». Constituyen, junto a las

pensiones no contributivas y las rentas mínimas de inserción, como nos recuerda Sarasa

(2000 ), esa última red que nos protege de la caída: «la última red de seguridad del

bienestar».

Unido al destino del sistema de bienestar español, el Sistema Català de Serveis Socials

atraviesa cuatro etapas: (1) de conformación autonómica (1978-1982), (2) de

institucionalización y definición (1983-1987), (3) de consolidación de la red pública y

reorientación ideológica (1988-1993) y (4) de transformación liberal del modelo inicial (1994

en adelante).

En los primeros años, la concepción dominante es la de unos servicios públicos y gratuitos,

planificados, programados y gestionados por el sector público con criterios de

unviersalización donde la iniciativa privada mercantil ocupa un papel secundario. En 1983,

una vez transferidas las competencias se crea el ICASS (Institut Català d’Assitència I

Serveis Socials) y se comienza a «subvencionar» a los ayuntamientos. Se crean regidorias

y departamentos con plantilla y presupuestos propios. A partir de 1983 se consolida la

atención primaria y se expanden los servicios específicos y especializados, se crean

infraestructuras y equipamientos. Es en este momento en el que se propagan programas

referidos a grupos de edad y categorías con dificultades concretas. Así, a la atención

primaria se suma la especializada con programas específicos dirigidos, entre otros

colectivos, a las personas mayores. El Mapa de Serveis Socials a Cataluña, que sirve como

documento básico para el diagnóstico, se publica en 1984. La tarea legislativa del momento

incluye la Llei de Serveis Socials de Cataluña (1985) y otras de ámbito municipal (1985 y

1987) y de organización territorial de las comarcas (1987). La Generalitat y las comarcas

cobran fuerza frente a municipios y diputaciones. La retórica de la universalidad, la

responsabilidad pública y la participación ciudadana se asientan. A partir de 1988 comienza

a producirse una orientación del sistema hacia una iniciativa mixta público-privada con

responsabilidad pública declarada. Se crean, bajo gobierno de CiU, las Oficines de

Benestar Social con un marcado carácter clientelar, se pone en marcha el PIRMI, un

dispositivo fuertemente asistencialista y de control social, se inicia el intervencionismo en el

movimiento voluntario y se limitan las competencias y recursos de los ayuntamientos. El

conflicto en torno a los límites de la descentralización, con un trasfondo de oposición

política, marcará las tensiones en el desarrollo de los servicios sociales, con una corriente

«municipalista» que reclama el principio de subsidiariedad según el cual las necesidades

están mejor atendidas por el nivel administrativo más cercano a los ciudadanos hasta sus

últimas consecuencias y otra que cree que con las competencias transferidas (y otras que

se reclaman al gobierno central) culminaría la subsidiariedad140. El crecimiento de la red

entra en un periodo de estancamiento y dependencia de los recursos del Estado central.

También se ponen de manifiesto los problemas organizativos: redes no integradas,

injerencias en otras competencias y falta de coordinación interinstitucional. El sistema de

financiación adopta la fisonomía actual de los convenios. Se instaura así, a nivel ideológico,

el reglamentarismo, el asistencialismo y la burocratización jerárquica y discrecional. A partir

de 1994 y a través de diversos textos legales aprobados por CiU se consolida el papel

subsidiario de la administración con respecto a la iniciativa privada. La primera se reserva

una actuación asistencialista no »desde una concepción de promoción del bienestar sino de

contención del conflicto.

Este desarrollo ha tenido como trasfondo los cambios que hemos desarrollado en la

introducción y que han originado una situación de crisis de los cuidados (Precarias a la

Deriva 2004 a y b; Pérez Orozco 2005): cambios en el mercado de trabajo, en la estructura

poblacional, en la composición de las familias, en el papel de las mujeres, en los

140 Esta confrontación, que ha marcado la política catalana explicaría, para Rodríguez Prieto, el escaso consenso sobre los servicios sociales que ha existido entre los distintos grupos del Parlamento de Cataluña.

desplazamientos migratorios y el desarrollo de la extranjería y la etnización del mercado de

trabajo, etc. Todos ellos de la mano de un escaso desarrollo de las políticas de bienestar.

Las contradicciones, que son muchas, están atravesadas por el aumento de las

necesidades de cuidado –aumento y visibilización; como dirían algunas, «la realidad se nos

ha venido encima»– y por el valor cada vez más elevado que damos a la autonomía

individual de las personas (incluida la de las mujeres). Los vaivenes actuales de una vida

laboral intermitente nos lo recuerdan constantemente (Tiddi 2002). En efecto, las relaciones

conyugales se quiebran hoy con más facilidad, pero esto obliga también por otro lado a que

los lazos intergeneracionales entre padres e hijos sean más importantes. En cualquier

caso, como señala d’Argemir, «la familia, como institución suministradora, ha de resolver

esta tensión entre la autonomía y la dependencia de sus miembros, que es también una

tensión entre el individuo y el grupo familiar, entre lo biológico y lo social, entre lo privado y

lo público» (2000, págs. 192-193). Si bien los factores demográficos y financieros está

presionando en el sentido de hacer crecer la demanda, los factores sociales, en particular

los valores asociados a la familia y el papel de las mujeres, están impulsando un cambio en

la organización tradicional del cuidado (Daly y Lewis 2000).

3. El mix catalán

La singularidad del wellfare catalán y español reside justamente en la consecución en un

periodo muy corto, prácticamente dos décadas, del solapamiento entre su desarrollo

universalista y su modificación en un sentido remercantilizador. Lo que en otros países se

ha vivido como fases cronológicamente diferenciadas, en España y Cataluña constituye, a

partir de la década de 1980, un proceso simultáneo que se entrecruza,además, con la

descentralización. El sistema catalán, en su orientación mixta, resulta particularmente

interesante por su incesante producción de discursos en torno a los propios procesos de

cambio. En los documentos se redefine el sentido de lo público, que en adelante se referirá

a ciertas parcelas en desarrollo de los servicios sociales dirigidos al cuidado.

Hoy asistimos a una fragmentación de la relación laboral «típica» (empleo asalariado

indefinido y a jornada completa) que era el lazo de unión entre el sujeto masculino y el

Estado y que le garantizaba al primero una protección social amplia («desde la cuna hasta

la tumba») para él y su familia. Todo lo cual privilegiaba el contrato laboral, eje vertebrador

de la ciudadanía, como forma ideal de nexo directo o indirecto con los derechos. La crisis

de este modelo, que es parte de la crisis del Estado del Bienestar neocorporativo, pone en

cuestión el contrato social tradicional y la concepción hegemónica de la ciudadanía. En

efecto, la proliferación de formas atípicas de empleo y de contratos laborales (temporales, a

tiempo parcial, flexibles, por «obra y servicio», «falsos autónomos», incluso becas, etc.)

repercute en la titularidad y el disfrute de los derechos y de la protección de los sujetos ya

que estos derechos no pueden ser reconocidos mediante la relación salarial. La

privatización y remercantilización como proceso de reactivación del mercado nos saca de la

sociedad de la seguridad para lanzarnos, como indica Beck (1992), a la del riesgo,

disparándose las diferencias sociales. A lo largo de la década de 1990, el mundo del

trabajo deja de ser un mundo totalmente separado de la pobreza y la marginación

(Boltansky y Chiapello 2002)141. En la actualidad, no obstante, a lo que asistimos es a un

proceso de precarización. Los trabajadores pobres son hombres, pero sobre todo mujeres,

mujeres y hombres con una integración ciudadana deficitaria. «Los sin» conviven con

personas a las que, tal como decía una cuidadora inmigrante, «siempre nos falta algo»,

cuando no son los papeles, es un curso, una homologación… El problema ya no es la

desintegración, la desafiliación, la exclusión, sino la inserción desigual, intermitente,

insegura, en una palabra, precaria (Bologna 1995). Para las mujeres, entre las que cada

vez cobra más peso la dimensión de clase y raza en un contexto marcado por la migración,

se impone, tal y como explicamos en el capítulo 3, modelos múltiples, entre ellos la doble

salarización con subalternidad femenina a causa de distintas discriminaciones casi siempre

indirectas y opciones como la media jornada, el sobretrabajo de las abuelas, también en el

ámbito transnacional o la dependencia del entorno familiar en el caso de las jóvenes que se

han formado en la «igualdad de oportunidades» (Maruani, Rogerat y Torns 1998). Los

hogares monoparentales femeninos son aquí los que más tienen que perder. Lo cierto es

que estas opciones están relacionadas con las concepciones del bienestar en los distintos

Estados. Tal y como observa Lewis (1994), por mucho que los neoliberales insistan en la

preferencia de las mujeres por la media jornada para así poder cuidar a sus familiares, allí

donde hay recursos de cuidado en igualdad, el comportamiento de las mujeres varía. Bien

es verdad que (diferenciadas de las promesas «liberadoras» en el empleo, hay muchas que

añoran el tiempo sinceramente para cuidar de sus hijos pequeños) a cada tipo de relación

con el mercado laboral le corresponden diferentes modalidades de políticas sociales y

141 La exclusión es el gran tema de la política social de los 90. Adelantado y Gomá sitúan sus causas en a) el impacto sobre el empleo de la conjunción de recesiones cíclicas con la transición hacia el modelo posindustrial global y su concreción en el paro estructural, b) la complejización de la estructura social: heterogeneización étnica derivada de la emigración, diversificación de las formas de familia con incremento de la monoparentalidad en capas medias y populares y alteración de la pirámide de edades con un incremento de la tasa de dependencia, c) fracaso de las políticas del Estado de Bienestar Keynesiano, en particular, la exclusión de la seguridad social de grupos con escasa vinculación al mecanismo contributivo y d) funcionamiento excluyente de ciertos mercados de bienestar con una débil presencia pública, entre ellos el suelo y la vivienda (2000, pág. 86). La exclusión, en cualquier caso, ha dado paso a un debate sobre la nueva vulnerabilidad; «no se trata ya de una pobreza extrema o de la absoluta falta de recursos sino de un contingente de población cuya situación, por distintas circunstancias, no es desesperada aunque sí precaria, y que combina esa precariedad vital con una protección pública cada vez más incierta y selectiva. El aumento de los hogares monoparentales, de los jóvenes con trabajos precarios o sin contrato, de la inmigración de países del Tercer Mundo, de los parados adultos con prestaciones por debajo del nivel de la pobreza, etc., se da precisamente cuando la supuesta generosidad del régimen de bienestar público empieza a convertirse en cicatería. Y ello se traduce en aislamiento relacional, reclusión en la familia, o marginación y estigmatización» (Noguera 2000, pág. 490).

prestaciones concretas. Lo cierto es que podemos observar que la emergencia de tipos

diferentes de ciudadanía en relación a la intensidad de los derechos sociales que les suelen

ser asignados (Rubio 2002):

3. la ciudadanía de los empleados estables,

4. la ciudadanía de los que trabajan en precario

5. la ciudadanía de los que no tienen acceso al mercado laboral

Para los primeros la protección social continúa siendo similar a la tradicional del Estado de

Bienestar neocorporativo. Los segundos asisten a una proliferación de iniciativas,

instrumentos y actores que intervienen en la protección social: Estado, empresas,

cooperativas sociales, sector privado, ONGs, fundaciones, familias, redes de apoyo, etc.

que dan cuenta de un diseño más complejo de protección social (Herrera 2001). Se impone

una lógica de estratificación social que se articula en torno a múltiples ejes de desigualdad

además de la clase y el género142. Y finalmente, para los terceros queda un mínimo de

asistencia social pública, una suerte de neobeneficencia, que procura evitar su desafiliación

total. Algunos, más que asistencialismo, prefieren hablar de dualización.

La tesis de la asistencialización en el Estado del Bienestar español (entendida

como extensión de la cobertura con reducción de la intensidad protectora), que fue

sostenida con buenas razones en los años ochenta y primeros de los noventa por

autores como Rodríguez Cabrero, parece incluso demasiado optimista a finales de

la presente década: no sólo la intensidad protectora sigue bajando, también la

extensión de la cobertura de muchos programas –sobre todo de las prestaciones

económicas– se empieza a frenar ya desde mediados de los noventa. Por otro

lado, y aunque pueda parecer paradójico, se refuerzan los mecanismos

contributivos al mismo tiempo que los asistenciales (el caso de las pensiones es

crucial). Asistimos por tanto más bien a una dualización que a una

asistencialización total del bienestar público: surge con creciente claridad una línea

divisoria entre los ‘integrados’ en el empleo y, por ende, en los regímenes

contributivos, con una protección social pública ‘fuerte’ o con planes de previsión

privados, y los ‘no integrados’ o precarizados, con una protección social pública

‘débil’ o simplemente sin ninguna protección. (Noguera 2000, pág. 478)

Sin embargo, lo verdaderamente singular del bienestar es la «dispersión» del sistema de

protección, su complejidad y pluralidad de actores, que ha dado lugar a un nuevo tipo de

142 Algunos autores destacan la complejidad de la situación, que combina medidas mercantilizadoras, como las previstas en el Pacto de Toledo sobre pensiones, con otras desmercantilizadoras, como la mejora de las pensiones de orfandad y viudedad (Noguera 2000).

Estado de Bienestar: el modelo de bienestar mixto, que prevee una mayor «activación» de

la sociedad civil y una mayor instrumentalización, no sólo de las familias, sino también del

sector asociativo143. Desde las reflexiones feministas en torno a las políticas públicas, no

todas contemplan este proceso en los mismos términos. Para algunas se trata de un claro

proceso de privatización, aunque este término adquiera significados distintos dependiendo

del contexto (Daly y Lewis 2000). Para algunas autoras, el pluralismo en la gestión y

realización de los cuidados, en sus sujetos, espacios y marcos normativos tiene un

resultado algo más positivo al haber tenido el efecto de desplazar a las mujeres (más bien

habría que decir a algunas) de un punto de mira hasta el momento invisibilizado (Evers

1995). En cualquier caso, la pregunta sobre cuáles serán y están siendo los límites del

mercado resulta muy inquietante.

El discurso de la participación en Cataluña, en parte inspirado por la propia crítica al

proceso institucional, a la burocratización y esclerosis del Estado, confiere un carácter

cuanto menos ambivalente a la proyección y movilización de los ciudadanos o al menos de

ciertos ciudadanos. Si la obligación y la solidaridad ha sido el discurso tradicional para

seguir activando a las mujeres en las familias y la caridad ha servido tradicionalmente para

animar a los religiosos, la participación es, en el presente, el argumento al que se acude

para coordinar a expertos y profanos. Los Consejos, donde se integran administraciones,

especialistas, organizaciones de iniciativa social, organizaciones de personas mayores,

empresas de servicios, etc., como si todos ellos estuvieran en un plano de igualdad, tienen,

salvo excepciones, cobran nuevamente vigencia. A menudo están guiadas por una fuerte

inclinación hacia el ritual y la mera consulta (Sarasa 2000). Tal y como advierten

Adelantado y Jiménez (2003):

La asistencia social y los servicios sociales constituyen una materia de

competencia exclusiva de Comunidades Autónomas y aunque se reconoce el

derecho a la existencia de un sistema de servicios sociales de responsabilidad

pública, un derecho ‘al’ servicio, ‘en’ el servicio e, incluso, el derecho a participar en

la ordenación, planificación y gestión de los servicios, lo cierto es que ni las leyes

autonómicas de servicios sociales, ni las normas de desarrollo, ni los planes y

143 Aquí hay que decir también que a medida que se perfilan los mecanismos de gestión en el de gobierno de la cuestión social (Castel 1997), el tejido asociativo ha ido perdiendo en autonomía y capacidad de generar conflictos y reivindicaciones (Boltansky y Chiapello 2005; Bourdieu 1999; Alonso 1999; Hardt y Negri 2002; Arantxa Rodríguez 2000). El entusiasmo inicial en el Tercer Sector (privado no lucrativo) ha dado paso desde finales de la década de 1990 a una reflexión más crítica sobre las nuevas formas de explotación y dependencia en su seno. Los peligros que conlleva la intervención de ONGs en el «pluralismo de bienestar» son diversos: descoordinación y falta de articulación con el Estado, competencia en el sector comunitarista, colusión de intervenciones y derroche de recursos, intervención subordinada al mercado, desconexión con derechos legales de ciudadanía, etc. La comunitarización, en cualquier caso, no se realiza al mismo ritmo que la familiarización y la mercantilización (Noguera 2000, pág. 487).

programas, articulan mecanismos reales y eficientes para hacerlos efectivos

(alcance de las responsabilidades, medios humanos, técnicos y financieros,

garantías, etc.). Todo ello deja la atención a los ciudadanos en manos de la

discrecionalidad de los trabajadores, profesionales y autoridades públicas del

sector y de las disponibilidades presupuestarias del momento (pág. 167).

Si bien el discurso de la participación tiene una apariencia democrática legitimadora,

conserva como trasfondo los elementos básicos de la culpabilización ante la pobreza

propios de la orientación neoliberal. Porque, en definitiva, los parados, prejubilados, pobres

e incluso precarios, madres solas o ancianos abandonados no han sabido gestionar

adecuadamente su red social (Bauman 2001). La desafección de las familias con respecto

a los ancianos sigue teniendo más fuerza para la censura moral que la falta de implicación

del Estado en la provisión de recursos para el cuidado.

Cataluña es pionera en la implantación de este modelo al que en el presente tienden con

distintos ritmos y características todos los países europeos. El modelo mixto es un modo de

«positivizar» la situación ya que conjuga la tendencia privatizadora, también llamada

neoempresarialidad, tratando de imprimir en ella un discurso de «economía social» o

«responsabilidad social». Es, así mismo, un modelo descentralizador que dota de más peso

a las corporaciones municipales en el diseño, gestión, financiación y contratación de los

servicios, si bien la presión autonómica sigue reteniendo la autoridad sobre los

presupuestos. Desde él se favorece la formación de consejos comarcales y organismos en

los se integran distintos sectores implicados. Es un modelo de riesgos diferidos en la

medida en que descansa en cadenas de subcontratación cuyo eslabón último y más frágil

son las trabajadoras. La necesidad de reducir el déficit público de la economía y de abordar

las diversas demandas de la protección social son los elementos que están en el origen

argumentativo de esta externalización y descentralización de los servicios sociales. En el

Estado Español, se conjugan con la política de transferencias de los servicios sociales

hacia los ámbitos autonómicos, provinciales y locales. Las ONGs y las empresas privadas

aparecen en la agenda política como los agentes clave (Rubio 2002), adjudicatarias de

muchos de los servicios tradicionalmente asignados al sector público y de los nuevos retos

(servicios personales, servicios de atención a domicilio, servicios de asistencia, etc.). Es

cierto que la corresponsabilidad de distintos organismos hace del cuidado un trabajo más

humano e igualitario. Pero curiosamente, cuando se habla de todo esto, la realidad laboral

precarizada de todas las que «arriman el hombro», y las consecuencias sobre la calidad y

cualidad de la atención, como puede observarse con frecuencia en los documentos

institucionales, pasa a un segundo plano. Tampoco, como explicaré más adelante, se ha

avanzado en una democratización en la toma de decisiones.

Adelantado y Jiménez (2003) resumen algunos de los problemas de un modelo que ha

producido un impresionante despliegue normativo, una enorme fragmentación y una rigidez

en la tipología de programas, servicios y prestaciones que hacen difícil y burocrática la

gestión. Entre los problemas figura la escasez de la financiación. La descentralización con

respecto al Estado no ha sido sustituida por un impulso autonómico; se ha producido, más

bien, una difuminación de la visibilidad de los nuevos problemas sociales, a la par que un

refuerzo corporativo del poder de algunos grupos profesionales.

4. Políticas para el cuidado de mayores

Brullet y Parella Rubio (2000) destacan dos hechos a la hora de pensar la encrucijada del

modelo de bienestar catalán: de una parte, el recorte de la provisión pública y la

remercantilización de la reproducción y, de otra, las «nuevas» necesidades de las familias,

entre las que cabe destacar el cuidado de las personas mayores. No olvidemos que según

las previsiones en 2010, Cataluña tendrá el 19,6% de personas mayores de 65 años, el

45,4% tendrán más de 75 años144. Siguiendo con las previsiones, es muy probable que en

Cataluña, el porcentaje de población envejecida alcance en 2030 el 26%. Según el Instituto

Estadístico de Cataluña, en 2004, las personas entre 60 y 79 años de edad representan el

17,22% y las de 80 o más años el 4,36%. (17,33% y 4,30% son los datos para el conjunto

de España, 18,05% y 3,84% para la UE). Los rasgos del envejecimiento en España ponen

de manifiesto su concentración en Andalucía, Cataluña y la Comunidad de Madrid, así

como su carácter urbano (4,2 millones de mayores residen en zonas urbanas y menos de 2

millones en zonas rurales, según explica Rodríguez Prieto 2002). En Cataluña, el Vallès

Oriental, el Baix Llobregat y el Vallès Occidental concentran a la población más envejecida.

Tal y como hemos indicado en el capítulo 3, los servicios dirigidos a los mayores son

fundamentalmente de tres tipos: centros de día, residenciales (asistidos y viviendas

tuteladas) y servicios de proximidad (SAD, telealarma y teleasistencia, adaptación de los

domicilios, comidas a domicilio, descanso de las cuidadoras, etc.). Esto no agota las

políticas de atención a la vejez, que como sabemos descansan así mismo en el sistema de

pensiones de jubilación y otras prestaciones familiares, también a debate, por no hablar de

otros ámbitos políticos indirectos como es el de vivienda, que están basadas en el no

intervencionismo145. Los últimos pertenecen al primer nivel asistencial de la Xarxa Bàsica

de Serveis Socials que recae en los ayuntamientos (con más de 20.000 habitantes) y en los

144 Tal y como nos recuerda Rodríguez Prieto (2002), en un siglo, la población española se ha duplicado. El número de octogenarios se ha multiplicado por 13. 145 Los precios de las viviendas está determinando la expulsión de muchos ancianos, tanto a manos de los propietarios de las viviendas que habitan como a manos de la presión que ejerce un mercado en el que se valorizan las viviendas que poseen y de las que en muchos casos son desposeidos con

consejos comarcales. Los centros, en cambio, están integrados en el segundo nivel y son

de provisión obligada de los consejos comarcales (de más de 50.000 habitantes) y

corresponden, en último término, a la administración autonómica. A estos se han sumado

en los últimos años diversos programas de apoyo como son los que se dirigen a los

cuidadores, particularmente durante el verano.

A diferencia de lo que sucede con las medidas dirigidas al cuidado de la infancia, la política

de atención a los ancianos y personas enfermas o que precisan apoyo no se ha

considerado en muchos países europeos una política familiar en la medida en que existen

programas externalizadores a cargo del Estado, el mercado y el voluntariado, éste último

también más articulado en los países del norte de Europa. Estos programas son, según

Flaquer y Brullet, responsables de que se haya debilitado la obligación moral por parte de

los hijos de tener que convivir y cuidar a sus progenitores. No obstante, en Cataluña y en

España, la falta de estos servicios ha perpetuado, como hemos visto, la obligación moral de

las hijas respecto a las ancianas. El familismo cristiano ha jugado su parte en todo esto.

Aun así, el cambio sociocultural y la incorporación al empleo a tiempo completo de estas

hijas, que tienen que demostrar más su capacidad profesional que nadie, ha frenado la

integración de los ancianos en los hogares de los hijos. A pesar de la ampliación de la

cobertura del sistema de pensiones, la ausencia de otros beneficios no ha facilitado la

reconversión de la obligación de las mujeres, que concilian el cuidado mientras es posible y

optan, según los medios de los ancianos y las familias, por la institucionalización y, cada

vez más, por el cuidado particular. No olvidemos que muchas residencias no están

adaptadas para las personas que necesitan una atención especial. Tal y como explica

Rodríguez Prieto, se prevee que el reparto de la atención entre las familias, la sociedad a

través del Estado y los individuos en el mercado, se jugará más en función de las

dificultades presupuestarias de las administraciones públicas que por un firme

convencimiento ideológico sobre cuál de estos pilares ha de cobrar más importancia (2002,

pág. 111). Esto, evidentemente, no resta importancia al esfuerzo ideológico que se está

realizando desde distintos lugares. Desde el feminismo hay una voluntad expresa de no

traducir cuidados en rentabilidades.

Cataluña ha sido después de Navarra y Cantabria y seguida de Aragón y La Rioja, la

comunidad que ha aumentado más la oferta de plazas residenciales privadas.

Efectivamente, la cobertura residencial privada ha crecido en términos comparativos en los

últimos años. En el conjunto del Estado, la oferta privada representa el 73,73%, mientras

que las públicas sólo alcanza el 26,27%146. Los sectores más perjudicados son, desde

la mediación, como explican muchas trabajadoras de los cuidados, de sus propios familiares. 146 Adelantado y Jiménez, acudiendo al informe de 2000 sobre personas mayores en España del

luego, las clases medias que no son ni suficientemente ricos ni suficientemente pobres.

Desde el propio Estado central, se advierte que la atención a la dependencia debería

configurarse como una nueva prestación mixta, a caballo entre el sistema de Seguridad

Social, como sucede en otros Estados de la Unión Europea, y las competencias de las

Comunidades Autónomas y las corporaciones locales, a pesar de que la descentralización

aún no se ha consumado. Lo cierto es que la evaluación de la renta ha dado la medida del

acceso a los distintos recursos. El proyecto de Llei de Serveis Socials de Cataluña,

aprobado en enero de 2006 al menos limita esta evaluación a las rentas del usuario a la

hora de acceder a una plaza residencial y no incluye la de sus hijos.

La ley normaliza la oferta mercantil y la iniciativa social, en este sentido consolida la

iniciativa catalana en la integración de la actividad mercantil y voluntaria en la política

social. La ley catalana de servicios sociales de 1987 fue la primera en mencionar al sector

privado y en regular infracciones y sanciones. Hoy es para muchos, la Autonomía que se

sitúa a la cabeza tanto en la acción privada como en la movilización de redes complejas de

actores (Gallego, Gomà y Subirats 2003).

5. Nova gestió pública. El caso del SAD en la provincia de

Barcelona

El caso de la atención domiciliaria, en el que nos hemos centrado en distintas partes del

texto por su carácter novedoso a la prestación de cuidados con mayores niveles de

personalización (y menores, desde luego, en horas de atención), es un buen exponente de

esta orientación política y cambio en la gestión. Su implementación atraviesa dos etapas:

una, orientada por la ley catalana de servicios sociales de 1985 y la otra, determinada por

la ley de administración institucional, descentralización, desconcertación y coordinación del

Sistema Català de Serveis Socials de 1994. La externalización, es decir, la privatización y

la concertación pública-privada han sido desde entonces dos características que han ido

cobrando peso. La «descentralización de la desecentralización», como se ha denominado a

las transferencias entre el gobierno autonómico y las administraciones locales

(ayuntamientos, diputaciones y consejos comarcales) ha generado numerosas tensiones

organizativas. Como señala Bonet i Martí (2004), la formula consorcial, cada vez más

IMSERSO, desglosan la oferta en Cataluña. Para una población de 989.200 personas mayores de 65 años (16,03%) existe un total de 38,439 plazas (3,89%), de las cuales 6.171 son de titularidad pública (16,05%), 32.268 son de titularidad privada (83,95%), mientras que los usuarios de ayuda domiciliaria (aquí estaría incluida tanto la atención al domicilio como a las personas) alcanzaría a 12.195 personas mayores de 65 años (el ratio de cobertura sería de un 1,23%). La atención domiciliaria, como vengo insistiendo, es muy baja. Recordaré que Cataluña está por debajo de la media estatal. El número de plazas en apartamentos tutelados es testimonial,

presente, abre las puertas al último nivel de control y gestión al capital privado y a los

diferentes grupos de presión. El gobierno reticular a partir de las políticas de concertación

público-privadas atiende a los intereses empresariales, que ven en los servicios un nuevo

mercado de valorización; así como la solución a la necesidad de descarga fiscal y

mantenimiento del orden público, y fomenta la corresponsabilización del tercer sector en la

implementación de políticas sociales. Efectividad y neutralización de la crítica son, como

recuerda Bonet i Martí, dos móviles de esta orientación. La doble externalización adopta

criterios del mundo empresarial: concepción de los usuarios como clientes, control de

calidad total, copago, etc.

En la provincia de Barcelona, según un informe del SAD147 de 2002, el 27% de los

municipios que ofrecen este servicio han externalizado total o parcialmente la provisión

acudiendo a empresas prestatarias. La tipología, recogida en este informe, era la siguiente.

FUENTE: Observatori de Serveis Socials Municipals (2003), pág. 16.

Por este motivo, como mencionábamos en el capítulo 3 en el que hacíamos referencia a la

escasa cobertura del mismo tanto en la provincia de Barcelona como en el conjunto de

Cataluña, en él conviven trabajadoras familiares propias de los ayuntamientos y personal

de empresas externas en una coexistecia de modelos, circuitos y formas de provisión cada

vez más decantadas hacia una especialización de funciones de diagnóstico, diseño, gestión

y ejecución. La Xarxa Local del SAD en la provincia de Barcelona nace ya en este marco

mixto. Los objetivos a la hora de establecer las responsabilidades así lo manifiestan:

11. Els serveis socials domiciliaris són un instrument de les polítiques locals d´atenció a

147 La normativa define el SAD como un conjunto organizado y coordinado de acciones que prestan en el domicilio a usuarios dirigidos a proporcionar atenciones personales, atenciones de carácter urgente, ayuda al domicilio, y apoyo social a las familias en situación de falta de autonomía personal, dificultades en el desarrollo o problemas familiares especiales.

persones i famílies amb problemes de dependència, i formen part de la cartera de

serveis socials municipals.

12. La provisió dels serveis és, i ho ha de continuar sent, de responsabilitat pública.

L´orientació, el diagnòstic, l´assignació de serveis i el seguiment del cas han de ser

assumits per l´administració local.

13. Mentre que la producció directa del servei es pot externalitzar mitjançant contractes

de serveis amb empreses d´iniciativa privada, tot garantint la qualitat dels serveis.

14. En tant no hi hagi un sistema de finançament suficient i un marc legislatiu adequat,

cal contemplar la contribució dels usuaris, en funció dels ingressos, al finançament

dels serveis.

15. Els serveis socials d´atenció domiciliària hauran d´anar tendint a la diversificació de

la seva cartera de serveis: ajuda a domicili, teleassistència, àpats a domicili, ajudes

tècniques, etc.

Per garantir la qualitat dels serveis, cal incorporar la satisfacció dels usuaris, la

formació professional continuada i l´establiment d´uns costos mínims en la

contractació dels serveis amb empreses (documento de la Xarxa local de serveis

socials d´atenció domiciliària, 2003)

En los documentos de la Xarxa se enfatiza la metodología de «conocimiento compartido,

diálogo y negociación» que preside la elaboración de diagnósticos y protocolos. Los

siguientes cuadros muestran la actuación pública y privada según las distintas fases del

proceso, que van de la evaluación y asignación, es decir, las funciones de comando del

servicio a su ejecución («producción») y la variación que experimenta la gestión en función

del número de habitantes de los municipios. Los siguientes cuadros han sido extraídos de

un informe sobre gestión de 2003 publicado por la Xarxa Local del SAD.

41 ayuntamientos externalizan la ejecución; 70,69% del total. No obstante, esta parte del

proceso se realiza de forma mayoritariamente mixta, ya que la atención primaria también

asume la producción en 46 ayuntamientos, (79,31%). Cuanto más grandes son los

ayuntamientos es más probable que descienda la ejecución municipal o mixta y aumente la

privada.

Actualmente el SAD está presente en 275 municipios. Su cobertura según los datos citados

por informe del Observatori de Serveis Socials Municipals (2003) sigue siendo muy baja,

inferior a la del conjunto del Estado Español que según el IMSERSO es del 1,82% y según

el Defensor del Pueblo el 1,73%.

FUENTE: Generalitat de Catalunya, Departament de Benestar Social (2000).

El objetivo de la Xarxa Local del SAD en la provincia es alcanzar una cobertura del 4%

entre los mayores de 65 años para el 2007. Cataluña es, con respecto a otras

comunidades, una de las que cuenta con una población más envejecida. Sin embargo, sólo

Galicia y la Comunidad Valenciana están por detrás en cuanto a cobertura. En el extremo

opuesto se encuentran Extremadura, con un 4,69% de cobertura, y Navarra, con el 3,33%.

En principio, la causa de esto no se debe al envejecimiento, similar al de Andalucía. La

cobertura media del SAD en Europa es del 12%, muy por encima de la media española. La

acción protectora en otros países ha crecido en los últimos años. En Dinamarca, por

ejemplo, la tendencia en favor de la atención domiciliaria es clara. Más del 90% de la

población de más de 67 años vive en casa, y el 22% de estas personas reciben ayuda

continua.

En cuanto a los usuarios, el siguiente cuadro muestra que el núcleo lo constituyen las

personas mayores (entre 65 y 84 años), que son los receptores principales de ayuda a

domicilio y la teleasistencia.

FUENTE: Xarxa local de serveis socials d´atenció domiciliaria (2003).

En lo que respecta al sexo, destacar algo que no sorprende en relación a los datos

generales sobre envejecimiento de la población. Las mujeres son las usuarias principales

de estos servicios ya que viven más tiempo que los hombres y tienen más posibilidades,

también por su comportamiento cuando se produce una separación o defunción, de seguir

viviendo solas. Como indicamos en otra parte del texto, tres de cada cuatro hogares

unipersonales en la provincia de Barcelona están formados por mujeres mayoritariamente

ancianas, una realidad cada vez más común.

Otro elemento del sistema mixto es la tendencia hacia el copago del servicio por parte de

los usuarios. A pesar de la universalidad y gratuidad con la que nacieron estos servicios,

cada vez son más numerosos los municipios que se plantean mecanismos que

externalicen, como explican las trabajadoras, los riesgos que entraña una demanda

variable puntuada por la imprevisibilidad en la apertura y cierre de casos. Como nos

explicaba una TF recientemente, la forma de abordar este problema está siendo la de hacer

contratos temporales de 25 y 30 horas en lugar de contratos estables de jornada completa.

Se trata de un mecanismo de ajuste frente a esta oscilación en la demanda. Esta es al

menos la explicación que se da. Otro mecanismo de ajuste son, como veíamos en otra

parte del texto, las suplencias a las que acceden muchas mujeres inmigrantes que vienen,

por haber podido regularizar su situación en los últimos procesos, de los servicios

particulares en los hogares. Así pues, la tendencia precarizadora se ha afianzado en el

sector de la atención a las personas.

El copago, según nos contaba Carmen Gabaldón, representa además un problema según

la mentalidad de las distintas generaciones. Unos, los mayores, se resisten a que ésta, la

atención, sea la salida al ahorro de toda su vida. Para las hijas y los hijos, en cambio, se

produce un choque en el plano de los derechos; «yo ya pago impuestos ¿para qué tengo

que pagar?». La resistencia, no obstante, cede; «Es un tema que sonará primero pero que

luego ya tendremos que, no sé, es lo que tendremos que hacer. ¿Qué más opciones hay?»

(TAA24).

El copago se ha establecido, según el citado informe, en el 31% de los municipios de la

provincia de Barcelona, especialmente en aquellos con un censo entre 20.000 y 50.000

habitantes. Los baremos y fórmulas de copago son diferentes entre los municipios, dando

lugar a situaciones de acceso desigual y a la priorización, por encima de cualquier otra

circunstancia, de la capacidad económica.

Antes en Cataluña para pedir residencia te pedían los ingresos y de tus hijos.

Ahora ya no, desde hace tres o cuatro años . Hay que ponerlo, pero no lo tienen en

cuenta. Llega un momento que las familias te decían «bueno sí, yo tengo tal y mi

marido trabaja, pero estamos pagando una hipoteca». Entonces yo creo que el

problema está en los que son como tú, como yo, normalitos, que llegan a unas

edades, gente de mi generación que empieza a tener a sus padres. (…) Yo estuve

trabajando en la zona de Nou Barris, ahí es un polvorín porque son padres de 90

que los cuidan hijos de 60 (…) Todo es muy restrictivo. Te tienes que buscar la

vida, unos porque trabajan, otras, he visto a mujeres cuidadoras que no pueden

levantar a la madre. Buscan a alguien que les ayude una horita. Claro, si tienes

ayuda de servicios sociales van máximo una hora al día, o sólo te vienen por la

mañana. Pero esto no puede ser un horario de oficina. Los levantan, los asean y

los ponen en el sillón, pero claro, hay que acostarles. Si no tienes ese servicio lo

tienes que hacer tú, pues mucha gente opta por contratar a inmigrantes (TAA24).

Los ingresos o el nivel de rentas establecen el baremo de acceso. Lo cierto, es que «la

creciente exigencia de co-pago por los servicios, el suministro de servicios bajo criterios de

‘verificación previa de medios y necesidades’, y la escasa oferta de servicios especializados

públicos deja a amplios sectores de población sin posibilidad de cobertura dado que son

expulsados del sector público y no disponen de capacidad adquisitiva suficiente como para

consumir en el mercado unos servicios extremadamente caros y carentes de una oferta

suficiente» (Sarasa 2000, pág. 377). Dada la falta de cobertura, lo que acaba sucediendo

es que se reproduce la lógica asistencial (Brullet y Parella Rubio 2000).

Alejado de los criterios de universalización en la medida en que el acceso se hace

dependiente de los ingresos, el copago se presenta como una forma de «coparticipación de

los usuarios en el costo del servicio». Es una forma de preservar la «universalización» de

los servicios si bien tergiversa el sentido originario de los servicios universales como

derecho de ciudadanía.

Además de la producción privada del servicio, es decir, su externalización en el capital

lucrativo, y la financiación que se hace descansar en los usuarios, otros rasgos del

bienestar mixto son la Responsabilidad Social Corporativa, que dulcifica las acciones

empresariales incorporando la acción social y la sostenibilidad ambiental como elementos

de marketing y modo de obtener beneficios fiscales, y la externalización al tercer sector.

Esto último implica, entre otras ventajas, el acceso y la legitimación del «trabajo con salario

cero», que se sumaría a las redes relacionales y familiares y a los propios ciudadanas a

título individual. Según los datos recogidos por el Llibre blanc del tercer sector cívico social,

este sector agruparía a más de 5.600 organizaciones que moverían más de 900 millones

de euros de presupuesto anual (un 1% del PIB catalán) (Bonet i Marti 2004). La mayoría de

estas asociaciones se habrían formado después de 1995.

En el ámbito municipal se consolidan la incertidumbre en torno a si es posible o no

mantener los actuales niveles de protección, además de una percepción de que los

servicios han de diversificarse para atender nuevas necesidades. Comedores, residencias

tuteladas, servicios en el domicilio, planes de accesibilidad, etc. formarían parte de esta

tendencia. Las demandas que giran en torno a la vida cotidiana dominan esta percepción

local. La tercera cuestión sobre la que se insiste en el ámbito local es la perspectiva

sociosanitaria148, por ejemplo a través de equipos interdisciplinarios como los que

coordinarían a las trabajadoras familiares y a los que realizan cuidados paliativos (PADES).

La reciente orientación sociosanitaria pretende integrar servicios que pertenecen a dos

campos hasta el momento claramente diferenciados en sus competencias y su ejecución.

Las plazas que se crean bajo este paraguas, hasta el momento muy sectorizado (en él se

integran, en el caso de Barcelona por ejemplo, distintos programas provenientes de

distintos distritos que conviven y han de ser gestionados en un único espacio), se derivan a

los centros sociosanitarios, que en ocasiones son unidades en los propios centros

hospitalarios. El problema de la falta de plazas persiste, incluso se acentúa. Los criterios,

no obstante, y tal y como explica Carmen Gabaldón, cambian: «Es más fácil, tienes que

148 El propio Libro Blanco de la Dependencia, publicado por la Generalitat en 2002, formula esta orientación: « Aquesta interrelació és aquella que, al nostre país, ha donat lloc al concepte de l’espai sociosanitari. L'asimetria existent actualment entre els serveis sanitaris I els socials és, precisament, una de les dificultats més significatives per a la protecció de les persones grans amb dependència i malaltia: la sanitat constitueix un servei de caire universal i gratuït com a dret legal per a tots els ciutadans, mentre que els serveis socials públics tenen un caire complementari de les possibilitats de l’individu i el seu entorn. Organitzar tots dos tipus de serveis coordinats alhora en la mateixa persona constitueix moltes vegades un repte significatiu» (2000, pág. 24).

esperar menos tiempo. Uno puede estar un periodo mínimo de tres meses sin pagar. Es un

modelo con una serie de diferencias, pero más en el concepto, que al considerarse que

depende más de salud y a la salud todo el mundo tiene derecho, es algo que nadie te

puede negar. En cambio, pedir servicios sociales, todo el mundo no tiene derecho»

(TAA24). Existen proyectos piloto para integrar lo social y lo sanitario a través de una única

puerta de entrada149. Tal y como comenta Carme Espuña en relación a las lógicas sociales

y sanitarias,

En la implementación del modelo sanitario no tuvimos esta percepción [se refiere al

asistencialismo]. Cuando se desarrolló el modelo sanitario, el gobierno, en el año

84 o 85 dijo: ‘la sanidad es universal, a ver, había lo que había, y si yo tengo una

capacidad económica y no me quiero esperar los seis meses para que me operen

la rodilla, pues me voy a la mutua, pero el derecho estaba y el criterio de selección

no era económico, era de necesidad (TAA26).

Esta orientación está poco a poco llegando al servicio de proximidad. Sabadell es, junto a

otros municipios, un ejemplo en esta dirección.

Ahora bien, mayor participación civil e incluso empresarial de las responsabilidades

sociales no implica mejor calidad en los servicios y en las formas de contratación de sus

propios trabajadores/as. En efecto, la incorporación de las empresas mercantiles-lucrativas

a la producción de servicios públicos viene desplazando a las ONGs hacia servicios y

sectores de población no rentables económicamente o, incluso, que presentan mayor

conflictividad con las políticas gubernamentales: personas sin techo, jóvenes en conflicto

social, inmigrantes sin papeles, etc. Es decir, el sector público delega en el sector no

lucrativo bolsas de exclusión social. Mientras, las empresas ven su campo abierto en los

sectores de nuevos empleos, o no tan nuevos, como forma de sustraer beneficios lucrativos

de las necesidades sociales.

Por otra parte, la dependencia económica de muchas empresas subsidiarias (y ONGs) está

generando una serie de consecuencias poco favorables para la defensa de los derechos de

las trabajadoras y las usuarias de estos servicios «no lucrativos». En este sentido, se

observa cierta competitividad entre las mismas, ya que se pugna por la asignación de

subvenciones y la firma de convenios públicos. Todo lo cual limita enormemente la

capacidad de decisión de las propias entidades y, por tanto, la capacidad de intervención

149 En Montcada i Reixac dicha puerta es el servicio sanitario, mientras que en Mataró es servicios sociales. «Lo que he oído de compañeros en ambulatorios es que se optará más por la vía de que las personas tengan como punto de referencia el médico de cabecera. Lo que quieren es impulsar más los servicios de salud. Esa sería la primera atención y de ahí irían derivando. Sería volver a los modelos que antes había, que eran de especialización». (TAA24)

en el diseño de los servicios en el caso de las ONGs, y en la transformación social, fuera de

los cauces de políticas partidistas (Rubio 2002; Monteros 2003; Cabrera y Monteros 2001).

Hay que tener en cuenta que muchas ONGs en España reciben subvenciones anuales o

bianuales según decisiones políticas, y que esto constituye en sí mismo una medida de

presión.

Finalmente, la proliferación de servicios sociales gestionados por empresas u ONGs, ha

favorecido enormemente la inserción laboral de muchas personas, fundamentalmente

mujeres. Pero se sigue tratando de una inserción laboral precaria e inestable en el sector

de los servicios.

Por su parte, el sector privado que ofrece una amplia gama de servicios personales (de

atención, de cuidados, domésticos, de proximidad, etc.) no se ha extendido lo

suficientemente en Cataluña como para brindar una cobertura de calidad, generalizada y

con un precio acorde a los salarios de la mayoría de la población. Todo este proceso, como

veíamos, obliga a los miembros de las unidades familiares a buscar estrategias individuales

para resolver el gran problema de la conciliación laboral y familiar, que aquí prefiero

conceptuar, junto a otras, como «crisis de los ciudados».

6. Del servicio a las prestaciones económicas

Daly (2003) explica que los modelos de bienestar en Europa se organizan en torno a: 1)

medidas relativas a los beneficios pecuniarios y de la seguridad social (prestaciones o

desgravaciones fiscales); 2) medidas relacionadas con el empleo (permisos, trabajo

flexible, etc.), 3) servicios o prestaciones en especie (ayuda domiciliaria o centros

residenciales) y 4) incentivos para la prestación de cuidados en el mercado (contribuciones

y reducciones para contratar empleados domésticos o subvenciones para la asistencia

privada y familiar).

El pago por prestaciones implica abonar una cantidad para que otros realicen una actividad

de cuidado. Es una medida de mercantilización indirecta; se considera en la mayor parte de

los casos un salario familiar. Estas prestaciones contribuyen a los gastos en los que se ha

incurrido, posibilitan la contratación de ayuda externa, compensan a los cuidadores o

buscan afectar la oferta y la demanda de mano de obra.

Los incentivos a la creación de empleo, el cuarto tipo de medidas, son una política muy

desarrollada en Francia. Los que emplean a cuidadores tienen derecho a reducciones en

las contribuciones a la seguridad social, así como, en algunos casos, reducciones en los

impuestos. El cupón de servicio, una chequera, exime al empleador de la obligación de

elaborar un contrato de empleo o de calcular las contribuciones de la seguridad social. Se

calcula la cantidad pendiente en contribuciones en relación a los cheques y después se

descuentan de la cuenta del usuario.

El cuidado de las criaturas tradicionalmente no se ha considerado un asunto de prestación

pública de servicios, sino que se ha contemplado desde la óptica educativa, no desde la

consideración de las interferencias de esta actividad en el empleo de los progenitores, en

especial en el de las madres. Esto ha cambiado en los últimos años, como demuestra por

ejemplo, la política de permisos, ya sean pagados o no pagados. El caso de los mayores sí

ha sido una competencia directa de los Estados del Bienestar europeos desde hace tiempo.

Dicha responsabilidad, como ya he indicado, asumía la forma de prestación pública de

asistencia residencial, con algunos servicios de apoyo comunitarios, y no de asignaciones

en efectivo. Estos servicios se implementan en el ámbito local. Los países escandinavos,

junto a los Países Bajos y el Reino Unido, tienen los niveles más altos de prestaciones.

Hoy, la tendencia va encaminada a fomentar la asistencia domiciliaria, en particular, la

asistencia privada. Reino Unido inició el camino de forma temprana a finales de los setenta

retribuyendo la asistencia privada. Finlandia, Islandia, Irlanda y Luxemburgo han seguido

esta vía. Francia, Austria y Alemania, por su parte, también retribuyen esta actividad, pero

el pago va dirigido a la persona cuidada. La necesidad de asistencia se concibe, sobre todo

en Alemania, como un seguro social frente al riesgo. En el primer caso, según Daly, la

trabajadora es empujada hacia el amparo del Estado, mientras que en el segundo, las

necesidades asistenciales alejan del usuario.

En Europa existe cierta indecisión al respecto; seis países han puesto en marcha este tipo

de medidas, tres de ellos (Austria, Alemania y Luxemburgo) hacen el pago a la persona

cuidada (Dinamarca, Finlandia e Irlanda), mientras que otros tres han retribuido a la

trabajadora. En los últimos años parece que la primera situación está cobrando más peso.

Sólo Grecia, los Países Bajos y España parecen ajenos a esta tendencia, si bien la nueva

ley sobre autonomía y dependencia en España viene a cambiar el enfoque existente. Los

servicios asistenciales ya no son el centro de la prestación o sólo lo son para las personas

más necesitadas.

En cuanto a la creación de derechos a través de las prestaciones pecuniarias, desde esta

aproximación tentativa podemos decir que los marcos laborales –los derechos de las

cuidadoras en tanto trabajadoras– pueden ceder en importancia ante los derechos de los

ciudadanos –los de las personas cuidadas–, aunque parece dudoso que estos últimos

estén en Europa adquiriendo este estatuto. En algunos países los cambios no se traducen

necesariamente en «recortes», sino en modificaciones en la propia concepción de los

derechos y la ciudadanía. Parece evidente que estas concepciones: el cuidado como

derecho de asistencia (vinculado o no a la contribución), como trabajo, como servicio, etc.

están íntimamente relacionadas con redefiniciones de la autonomía y la dependencia como

principios de la existencia pública. Lo cierto es que la concepción del riesgo y el seguro,

muy vinculada a las soluciones privadas, se vislumbra con fuerza como se desprende del

énfasis que se pone en el «riesgo de dependencia», como se vislumbra también la

difuminación de la esfera pública y la privada a través, entre otras cosas, de la

remuneración deficitaria de los cuidados en casa o la propia pluralidad en las formas de

afrontar el cuidado, incluso en un único caso150.

En los países meridionales, las medidas –servicios institucionales, domiciliarios o

asignaciones pecuniarias– para garantizar la asistencia han sido escasas. En los países de

la Europa continental, sin llegar a la cobertura escandinava, se propugna el pago en

efectivo para la asistencia de mayores. Estas prestaciones son un modo indirecto de

fomentar el cuidado familiar. El coste de los servicios públicos, desde la perspectiva del

Estado, y la valoración de las decisiones personales, desde la perspectiva del usuario,

sobre quién y dónde una prefiere ser cuidada, han legitimado este tipo de políticas. La

asistencia, por lo tanto, vuelve a recaer en las mujeres de la familia. Entre los Estados no

asistenciales –España, Grecia y Portugal–, la inactividad ha sido hasta hace poco la nota

dominante. Tal y como explica Trifiletti (1999), en los países mediterráneos también se

perfila un discurso centrado en los cuidados como un riesgo, pero en este caso el riesgo no

es individual sino que consiste en carecer de la protección que brinda la familia.

Evidentemente, si la prestación es limitada, en cuantía y titularidad, esta se ve

despotenciada en su condición de derecho, que es lo que posiblemente ocurrirá con las

prestaciones que prevé la nueva ley de dependencia. Cuando se ofrecen a la cuidadora

efectiva, ésta queda definitivamente anclada a la actividad abriendo un nuevo terreno para

la dependencia, como se ha venido señalando desde distintas posiciones feministas. Este

tipo de iniciativas suelen tener repercusiones para la igualdad de género e influyen

negativamente en el reconocimiento social del cuidado, también, indirectamente, en el

150 La política de la seguridad y el riesgo es, como sugieren Precarias a la Deriva (2006), «un chantaje estructural que, al dificultar cualquier articulación colectiva, nos enseña a sentir adversidad por los riesgos (‘a cubrirnos las espaldas’) y a optar por apuestas individualistas (‘el sálvese quién pueda’) (…) Esta lógica impone una autodisciplina feroz, de sesgo fuertemente productivista (…) Además, la autodisciplina se convierte en una cuestión cívica, incluso moral: quien no se mantiene en condiciones para producir atenta contra la riqueza general». Esta lógica penetra en la actualidad nuestras propias concepciones del auto cuidado como una forma de gestionar y prevenir riesgos futuros como si éstos dependiera únicamente de nosotras mismas. Penetra también el espacio urbano, cada vez más diseñado para garantizar el orden productivo, como hemos tenido ocasión de ver en el caso de la reciente ordenanza cívica de Barcelona o los diseños del espacio público en Madrid. El control difuso y encarnado es, como ya nos enseñara Foucault, una componente más destacada de las políticas posmodernas.

cuidado profesionalizado. Los permisos familiares que prevé la conciliación pueden tener

estos mismos efectos, pero en la medida en que son eso, permisos, en principio no

inmovilizan a la cuidadora del mismo modo. Lo cierto es que el tiempo para cuidar, a pesar

de sus beneficios, puede repercutir en las carreras femeninas y en muchos países está

muy mal remunerado, si es que está remunerado.

Tampoco acaba de vincularse con los derechos, en este caso, laborales, dado lo limitado

de la prestación. Este tipo de medida fomenta la asistencia informal y particular. El cuidado

deja entonces de ser una responsabilidad colectiva. En la medida en que es un pago

simbólico tiende a reforzar las relaciones de subordinación. El caso más evidente de todo

esto es el que nos ofrece Italia. Además de las pensiones151, Italia cuenta con dos tipos de

transferencias monetarias: una retribuida por la seguridad social y dirigida a pagar a un

asistente y otra destinada a inducir a los cuidadores familiares a continuar con su actividad

cuando el estado del anciano se deteriora de forma notoria (Bettio, Simonazi y Villa 2004).

Según explican estas autoras, estas transferencias pueden estar fomentando el empleo

precario de mujeres inmigrantes por parte de familias con ingresos medios e incluso bajos.

La emancipación estaría en el trasfondo de esta externalización y su consecuente efecto de

«care drain». Los procesos de regularización, como ha sucedido en el Estado Español, han

hecho aflorar parte del trabajo informal en los cuidados. En Italia, además, a partir del

proceso de regularización que tuvo lugar en 2000, emplear a alguien en el hogar es un

motivo para la deducción en los impuestos (hasta un total de 1.500 euros). Se calcula que

el 6% de los mayores de 65 años cuentan con una ayuda para contratar a un asistente

cuyo importe es equivalente al menos a la mitad del salario de una cuidadora inmigrante.

En realidad en ciertos aspectos se está produciendo una confluencia en el sistema de

bienestar europeo, cada vez más inclinado hacia la externalización (menos en el caso

escandinavo) y el copago, presente en casi todos los países. La inventiva, en este sentido,

es limitada y ni siquiera ha alcanzado a las medidas que propugnan la creación de

viviendas tuteladas. En lo que se refiere a la financiación en Alemania, Austria y Francia,

las cuotas a la Seguridad Social y los impuestos siguen siendo la vía preferida para

financiar la atención. En estos países sigue imperando el modelo de la ciudadanía laboral

(Peiper et al. 2004), estando la población obligada a cotizar para el seguro. En ellos

también existe el copago en función del nivel de renta. Hay prestaciones económicas para

el cuidado, mediante pago directo al beneficiario, que tienen diferentes cuantías

dependiendo del nivel de dependencia, y diferentes sistemas de atribución. Con el

anteproyecto de Ley de dependencia se da en el Estado Español el pistoletazo de salida a

151 Italia aparece entre los países europeos con pensiones más elevadas. Hay que tener presente, como nos recuerdan Bettio y Plantenga (2004), que este país ha enfatizado el salario familiar masculino. El sistema de pensiones también ha sido una política redistributiva dirigida a paliar los

este tipo de política.

7. La «ayuda» a la dependencia y la crítica feminista

Ya he explicado que desde el feminismo se ha lanzado una sólida crítica al anteproyecto de

la ley de dependencia. Dos recientes documentos, De la obligación de cuidar al derecho de

recibir cuidados, elaborado por la Plataforma por un Sistema Público Vasco de Atención a

la Dependencia152 (2006) y La Ley de Dependencia ante la crisis de los cuidados de la

Asamblea Feminista de Madrid (2006), desarrollan sus aspectos más importantes. Si hace

tan sólo unos años existían dudas acerca de si la dependencia como contingencia iba a

cubrirse como sistema de seguridad social o en el marco de los servicios sociales, hoy esa

incógnita se ha despejado (Rodríguez 1999). El proyecto de ley propone la creación de un

Sistema Nacional de Dependencia (SND) con carácter universal no gratuito y configurado

como una red de utilización pública que integra centros o servicios públicos y privados. Se

prevé también la creación de un Consejo Territorial que coordinará su aplicación en las

autonomías. Las reflexiones de las que parte se inspiran en la información que proporciona

el Libro Blanco de la Dependencia (2004). La exposición de motivos reconoce el impacto de

género del sistema informal de apoyo vigente.

Sin embargo no analiza las medidas que se deberían aplicar para paliar estos

efectos negativos, no valora el significado y las repercusiones que puede tener el

estabilizar la prestación de ayuda económica a la mujer cuidadora, la precariedad

en la que se desarrolla el trabajo de cuidados remunerado, ni la asignación

discriminatoria de roles sociales a mujeres y hombres. Tampoco plantea ningún

objetivo a conseguir en el ámbito de la igualdad de oportunidades (Asamblea

Feminista de Madrid 2006, pág. 14).

La primera crítica se refiere al recorte de la universalidad, según se provee en la propuesta,

que proviene no de la incapacidad sino de la duración de la misma. La segunda tiene que

ver con la clasificación de la dependencia y los dependientes según grados: moderado,

severo y grave. Si el Libro Blanco cifra en 2.286.322 el número de personas dependientes,

el SND se propone atender solamente al 40%. El resto, según la clasificación, no serán

reconocidas como dependientes. El tercer elemento de crítica es el acceso al SND. Uno de

las limitaciones más llamativas es la de las personas inmigrantes, que han de contar al

efectos de la reestructuración, especialmente en el sur. 152 Forman parte de esta Plataforma los siguientes grupos: Asamblea de Mujeres de Bizkaia-BEA, Asamblea de Mujeres de Ermua, Asociación de Trabajadoras de Hogar/ATH-ELE, Argitan (Barakaldo), Grupo de Mujeres de Basauri, Plazandreok, y los sindicatos CC.OO, CGT, ELA, ESK y STEE-EILAS.

menos cinco años de residencia; no se especifica el tiempo que deben trabajar y residir en

el Estado Español. El cuarto aspecto es la implantación de un sistema de copago

(aportación del 33%), estimado según renta y patrimonio (incluida la vivienda). El texto no

entra a fijar criterios ni baremos. Las críticas prevén, dada la experiencia en otros servicios,

«que sólo las personas con unos ingresos muy escasos o nulos tendrán un acceso real a

los servicios, una minoría con grandes posibilidades económicas los seguirán comprando

en el mercado, mientras que una gran mayoría con rentas medio-bajas deberán pagar un

alto coste sea cual sea la opción elegida, pública o privada, para satisfacer sus

necesidades, lo que representa excluirlas de lo que se supone es el sistema de protección

social» (Plataforma por un sistema público 2006, pág. 18). En la práctica se fortalecerá la

prestación económica, frente a los servicios, para así no tener que afrontar más gastos y

apoyarse en la tradición que asigna el cuidado al ámbito femenino familiar.

El apoyo que se ofrece es: (1) acceso al catalogo de servicios públicos o concertados que

establece la ley, (2) acceso alternativo a una prestación para comprarlos si los primeros no

están disponibles y (3) acceso a una ayuda para realizarlos en familia. Las previsiones

apuntan a un despegue del sector privado a partir de las dos primeras modalidades, algo

que se va a dirimir en el entorno autonómico. Los servicios, por otra parte, no incluyen

novedades y dejan fuera los centros tutelados y las mini residencias, no contemplan un

plan para afrontarlos en el ámbito rural y ni siquiera mencionan la coordinación con los

servicios sanitarios. En cuanto a la tercera medida de apoyo, de carácter «excepcional», se

percibirá como prestación y no como salario. Aunque la cuidadora cotice a la Seguridad

Social no podrá estar empleada en otro puesto. Esto se interpreta como un «limbo

jurídico», mediante el que «las cuidadoras financiarán su propia pensión cotizando por la

prestación, pero no podrán ejercer ningún derecho sobre su situación ‘laboral’ como

teóricamente puede hacerlo cualquier trabajadora» (pág. 20). Se interpreta, además, como

una legitimación de la obligación indirecta de cuidar por parte de las mujeres.

En conjunto, creemos que aquella consigna de llamar a la insumisión a las mujeres

defendida en 1993 sigue estando en pleno vigor. Proponer y apoyar la renuncia

concreta y directa de las mujeres frente a las tareas concretas es una forma de

hacer explícita tanto la desigualdad entre hombres y mujeres en este terreno como

la responsabilidad del estado, así como una manera de “obligar” al colectivo

masculino a implicarse, dándose lugar además a una mayor conflictividad social al

respecto que desemboque en la búsqueda de soluciones privadas y públicas

(Esteban 2004). Todo ello teniendo siempre muy claro que no habrá igualdad

para las mujeres mientras sigan estando obligadas a cuidar, y que esto y la

necesidad de un sistema público y universal de atención a la dependencia

son condiciones sine qua non para avanzar realmente hacia una sociedad

igualitaria y justa que tenga en cuenta y reconozca las necesidades y aportaciones

de toda la ciudadanía (pág. 17).

Según las estimaciones, la excepcionalidad no va a ser tal desde el momento que se prevé

que en 2015 habrá entre 300.000 y 400.000 cuidadoras, un número superior al de plazas

residenciales y centros de día juntos (275.000 y 104.000 respectivamente). Parece que la

idea es institucionalizar una figura que entre otras cosas implicará una retirada de las

mujeres del empleo y una considerable pérdida de autonomía ya que entre la formación

prevista para estas cuidadoras profanas no se prevé la emisión de títulos que abran nuevas

oportunidades profesionales.

En lo que se refiere a la financiación, se estima que el SND costará en 1015 unos 9.355

millones de euros (1% del PIB). El 19% corresponde a lo que las Administraciones invierten

en servicios sociales, el 33% lo pagarán los usuarios y el 47% lo aportará el Estado y las

Comunidades Autónomas (23,5% cada una). El SND se define como una inversión

productiva que creará puestos de trabajo (300.000) y tanto el Estado como las

Comunidades podrán recuperar parte del gasto a través de los impuestos derivados de las

inversiones en infraestructuras y la creación de empleo. Se renuncia definitivamente a una

financiación redistributiva como sería un sistema fiscal progresivo y universal en el que

pagarían más los que más tienen. La propia ley da por buena la suscripción de seguros

privados que tendrán deducciones fiscales.

Para terminar es necesario llamar la atención sobre la sorprendente compartimentación en

las políticas de género y las políticas de asistencia, además, claro, de las de extranjería.

Los debates se producen separadamente, como sucede en el caso de la ley de igualdad y

las políticas de conciliación. La participación de las organizaciones sociales, entre ellas las

feministas, no aparece contemplada. Tal y como resumen los textos feministas

mencionados, la dependencia perpetúa la desresponsabilidad social en los cuidados,

devalúa la actividad al convertirla en una ayuda, no entra en cuestiones relativas a los

modelos de vida y convivencia y sigue enmarcándola en el modelo de la gestión de los

riesgos, del acontecer como riesgo propio de la sociedad salarial en un período de

fragilización del empleo.

Aunque la aplicación de esta legislación en el terreno autonómico y local está plagada de

incertidumbres153, su forma de abordar la dependencia está en perfecta sintonía con la

153 El Departamento de Bienestar y Familia de la Generalitat de Cataluña, al calor de esta legislación y de la futura Llei de serveis socials de Cataluña y otras normas complementarias, ha creado el programa «ProdeP», «com a precursor del futur ens públic català que gestioni el sistema català de l'atenció a les persones amb dependències», previa creación del ente público catalán de dependencia. Existe un proyecto demostrativo en 14 territorios, entre los que figura Mataró.

política social del bienestar mixto que he discutido más arriba. Recuperando dicha

concepción, podemos concluir que el sistema mixto tendría que ser analizado a partir de los

siguientes aspectos: (1) la diversificación de los recursos y su reorientación (en particular

hacia lo sociosanitario y hacia el ámbito de proximidad); (2) la cofinanciación de los

recursos; (3) el sentido universalista o asistencial del que se los dota; (4) el modo en el que

se valoran y reconocen los servicios y las trabajadoras que los prestan en un marco de

profesionalización y formación; (5) los términos en los que se establece la participación de

los distintos sectores y redes en la gestión de los mismos; y, evidentemente, (6) la disputa

sobre el ámbito local en el que se desarrollan154. En lo que se refiere al primer punto existe

un notable consenso, si bien éste no afecta a los mecanismos de gestión y financiación; el

consenso también gira en torno al papel primordial del cuidado de los familiares155. No

podré acercarme en detalle a todos estos aspectos pero trataré de abordar al menos

algunos de ellos a partir del acercamiento, a través del análisis de una serie de entrevistas

y algunos documentos, a la realidad de las políticas de atención domiciliaria en el ámbito

local tomando como estudio de caso Cerdanyola del Vallès y Mataró.

8. La pugna por el sentido de la universalización vista desde

Cerdanyola del Vallés

Cerdanyola del Vallès es uno de los municipios de la comarca del Vallés Occidental, área

metropolitana de Barcelona, que he elegido para analizar la gestión de los servicios de

proximidad dirigidos a la atención de los mayores. El motivo no reside es el envejecimiento

de la población. Tampoco en el hecho de que sea un núcleo importante en la recepción de

inmigrantes para el empleo de atención particular, residencial o de proximidad, por ejemplo

frente a Ripollet u otras poblaciones cercanas, sino que se debe a su concepción universal-

al menos así se define la propia corporación- en el acceso a los servicios, una concepción

que en la actualidad se encuentra en disputa y que además adquiere nuevos sentidos. El

municipio está gobernado por una coalición integrada por IC, CIU y ERC. El Vallès

http://www.gencat.net/benestar/persones/dependencia/index.htm 154 Una cuestión interesante para futuras investigaciones sobre el bienestar mixto es la relación que establecen las entidades formativas, no ya con las administraciones, sino con las empresas prestatarias a través de las prácticas. Este vínculo atraviesa las culturas del cuidado que han de ser traducidas y retraducidas, de igual modo a como sucede entre las particulares y las familias. Puede, como indica Elena Grau, que las familias estén cambiando y demandando profesionales, pero ¿qué hay de las empresas? ¿qué tipo de profesionales esperan y (re)crean? 155 «Pienso que es un tema cultural, de ir aprovechando estos servicios y yo veo que el tema de atención en domicilio es muy importante, que la tele asistencia es muy importante, el tema de las comidas a domicilio se podría desarrollar más, o los abuelitos que estén más o menos bien que pudiesen ir a comer a los casals. Yo pienso que todo esto tiene un desarrollo potencial muy importante. Si lo queremos hacer desde lo público, claro, el dinero... no creo que yo pueda convencer a nadie de que en lugar de dotar al ejército se invierta doten a domicilios, eso lo tengo perdido, ya no lo digo en ningún sitio» (TAA26).

Occidental está constituido por 23 municipios con una población de 815,628 en 2005.

Además de los 23 municipios, la institución política territorial es el Consejo Comarcal del

Vallès Occidental (CCVOC), organismo con predominio del PSC-PSOE.

Cerdanyola está situada en la corona periférica del área metropolitana de Barcelona y es

un atractor residencial para parejas jóvenes. No ha tenido el desarrollo industrial de otros

municipios de la comarca como Terrasa o Sabadell y en la actualidad se configura como

una ciudad residencial cuya actividad y población está mayoritariamente ocupada en el

sector servicios (63,5%) y cuyo nivel formativo es medio-alto. La proporción de inmigrantes

interiores, mayoritariamente llegados durante las décadas del desarrollo industrial, no

destaca con respecto al de otras zonas de similares características.

En Cerdanyola, con una población de 57.114, el grupo de edad mayor de 65 años

representa el 11,4% (el 16,5% para el conjunto de Cataluña) según los datos del Institut

d’Estadística de Cataluña. No obstante, el nivel de sobre envejecimiento es elevado. Los

mayores de 85 años rondan el 24%, así como la proporción de ancianas que viven solas.

Las plazas residenciales en este municipio en 2005 son 139: 90 de iniciativa pública, un

número constante desde 1999 y 49 de iniciativa mercantil, menos que en 2001. Las plazas

en centros de día en 2005 ascienden a 59, 29 privadas y 30 públicas. El Institut, al igual

que el ayuntamiento, no aporta datos estadísticos sobre atención domiciliaria. Sabemos

que en Cerdanyola hay 14 TFs (más de 700 horas de formación) y que el número de horas

que salen a concurso son unas 2.000. En paralelo El Safareig ofrece atención e información

a mujeres e itinerarios de inserción subvencionados que incluyen cursos para formar

trabajadoras familiares.

La gestión de los servicios sociales a la tercera edad se desarrolla desde el Servei de

Promoció Social, integrado en el Area d’Educació, Sanitat, Promoció Social i Consumo, que

son el acceso primario al Sistema Català de Serveis Socials. Las áreas de actuación son la

atención y promoción del bienestar de las familias, la infancia y la adolescencia de los

mayores, las personas discapacitadas, la prevención de drogodependencias, etc. Desde

ahí se gestionan los programas destinados a los mayores, además de otros dirigidos a las

familias, entre los que cabe destacar el programa «Respir» de descarga de las cuidadoras.

En relación a Gent Gran, programa integrado en el primer nivel de los Servicios de Atención

Primaria estructurados por la Xarxa Bàsica de Serveis Socials, se gestiona, bajo la

categoría de programas, servicios tales como «Viure en Familia», las estancias temporales,

la solicitud de centros de día, plazas residenciales y residencias asistidas (Departament de

Benestar i Familia de la Generalitat) y el programa «Viure i Conviure»156. Desde los Serveis

156 Se trata de un programa de convivencia gestionado por la obra social de La Caixa entre personas

Socials d'Atenció Primària se dirigen los SAD, Serveis d’Atenció Domiciliària. Los servicios

que ofrecen, según aparecen descritos en la web del ayuntamiento, son ayudas técnicas,

telasistencia (realizado por Cruz Roja), atención a las personas, atención al domicilio y

compra y preparación de alimentos.

El acercamiento a los servicios locales en el presente estudio ha venido, de una parte, de la

entrevista con Carme Espuña (TAA26), responsable municipal en la Regiduría de

promoción social de ERC. Así mismo, he acudido a una asociación y centro feminista con

una larga andadura en esta población, El Safareig (TAO 29) y a dos trabajadoras de la

atención a personas ancianas: una trabajadora de la empresa prestataria de los servicios

de atención domiciliaria (TFA17), una mujer que como muchas otras hizo el recorrido desde

la inmigración e inserción laboral en la industria a los servicios a las personas, un recorrido

femenino común, y una trabajadora inmigrante latinoamericana particular (CPI11) que ha

pasado por un proceso formativo en el centro feminista antes mencionado. El objetivo de

estas entrevistas era plantear el funcionamiento y la articulación de las políticas de cuidado

en el municipio.

Una de las cuestiones que ha estimulado la actuación de promoción social en los últimos

años ha sido la propuesta de llegar a todas las personas mayores del municipio. Para ello,

hace cuatro años se realizó una encuesta «casa por casa» con el propósito de ver cómo

vivían los mayores y si los servicios cubrían las necesidades de cuidado. Se realizaron 600

entrevistas, en un primer momento, a mayores de 85 años y en otro posterior de 80.

«Apropem-nos» es un programa del Ayuntamiento que se inició con el apoyo de la

Diputació de Barcelona. La declaración de intenciones plantea «garantir que els major de

80 anys epadronats a Cerdanyola rebin una atenció personalitzada en el seu propi domicili

que els permeti conèxer els Serveis Socials municipals I els considerin recurs proper al qual

adrezar-çe amb facilitat». Su carácter es informativo y de «detección de riesgos» de

acuerdo con tres niveles establecidos. Los de mayor riesgo se canalizan como si hubieran

sido solicitados por los familiares, mientras que con el resto se establece contacto de cara a

futuras actuaciones. El programa está inspirado –cuenta Espuña– en el modelo

escandinavo; «tenían el mismo presupuesto que para todo el ayuntamiento de

Cerdanyola… la fiscalidad escandinava». El colectivo al que se pretendía llegar «se salía

del perfil de los demandantes de servicios sociales», sencillamente pertenece a una

generación con otros planteamientos sobre los derechos ciudadanos; «han vivido durante

una época que no ha habido servicios sociales activos… [Este programa] nos ayuda a

prepararnos para lo que viene (…) si tenemos tantos niveles de riesgo dos, sabemos qué

nos viene si no este año, al siguiente, a nivel de ayuda a domicilio, a nivel de recepción, de

mayores y jóvenes universitarios que buscan alojamiento.

técnicos, nos ayuda, en definitiva a valorar un poco lo que nos espera». Se insiste en su

carácter preventivo.

Los perfiles de mayores son dos: población autóctona catalana que ha vivido siempre en el

municipio y que tiene una red social próxima y la que llegó en la década de 1970. Las

mujeres, por su perfil de cuidadoras, son las que se encuentran en situaciones más

deficitarias. El aislamiento, la «opacidad» en muchos casos, en los que viven los mayores,

«que no tienen por qué salir, que no acuden a la escuela…», es la tónica dominante.

(…) no digo que haya maltrato, pero sí abandono, desde la afectividad, hasta las

necesidades básicas y claro ¿qué es necesidad básica? Que una persona mayor,

por ejemplo, beba ocho vasos de agua durante el verano para que no se

deshidrate. ¿Esto lo hace alguna persona? Pues poquísimas. Comportamientos de

abandono, desde las dificultades de nuestra sociedad actual con todas sus

estructuras. Que las mujeres tienen que trabajar porque son libres, autónomas y

faltaría más, claro, los hombres ya ni te cuento, los hijos estudian, hacen

actividades, se van fuera de vacaciones, fuera del edificio, viajan… hay una

organización social que hace que las personas mayores se queden un poco en el

fondo del saco y con poca participación (TAA26).

Otro programa propio del Ayuntamiento de Cerdonyola sobre el que insisten es Estiu Gran,

que pretende garantizar la «atenció personalitzada, orientada a donar suport, mantenir o

superar el nivell de benestar personal I social així como detectar I pal.liar situacions de

risc». Esta iniciativa, que comenzó en 2004, aspira a movilizar al voluntariado y las

entidades ciudadanas. Ofrece descargas a las cuidadoras y soporte formativo de

cuidadoras y mayores, «para potenciar les seves capacitats»157. Según insiste Espuña, el

acceso no depende de la situación económica porque las situaciones de carencia no sólo

son de carácter económico158, pero «esto es algo que tenderemos que revisar porque los

presupuestos son escasos y hay mucha presión para que incrementemos tasas por los

servicios». En estos casos se actúa y después se moviliza a la familia, que sigue siendo el

recurso por excelencia, sobre todo cuando los recursos públicos están en cuestión.

En realidad, la universalidad está en el centro del debate sobre el futuro de la asistencia, y

con la universalidad la concepción de la ciudadanía que, como explicaba anteriormente, y

en el caso de los servicios sociales ya nació coja. Esta cojera tiene dos motivos

157 En este caso, la fuente de inspiración son las medidas que se tomaron en Nueva York ante las olas de calor. 158 «Tenemos en Cerdanyola un barrio de alto standing y donde tenemos casos gravísimos de abandono y personas deterioradas, muy difíciles de resolver porque los vecinos están lejos y son profesionales situados que están poco en casa, si los hijos no se ocupan…»

fundamentales. El primero, y esto se ha consolidado en la percepción institucional a pesar

de la asimilación parcial de la retórica feminista, es que nació apoyada sobre el trabajo

reproductivo de las mujeres. Nació como un soporte al trabajo familiar.

Mi hipótesis es: desde las administraciones, si la mujer y el hombre, aunque las

mujeres hemos sido las que hemos tenido siempre que cuidar, si la mujer tiene una

persona mayor que cuidar, y recibe suficiente apoyo, le puede dar un cuidado de

calidad; si la mujer tiene que asumir el cien por cien del cuidado, puede llegar a

odiar a esta persona, porque esa persona le está limitando la capacidad de

crecimiento, y de evolución como veo además que evolucionan las personas de mi

alrededor (TAA26)

En este sentido, y la ley de autonomía viene a consolidar esta perspectiva que subyace así

mismo en las políticas de conciliación, las medidas a implementar se orientan a

proporcionar apoyo a la cuidadora, para descargarla o, en todo caso, repartir el peso,

formarla para que cuide o aproveche los recursos existentes. Se puede incluso hablar de

una «negociación» –entre las mujeres y el agregado de bienestar– de una nueva división

social del trabajo: «si resolvemos el cuidado efectivo, las personas cercanas podrán

explayarse en el cuidado emocional», partición, la de las tareas y el afecto, que he tratado

de rebatir en el anterior capítulo. Lo demás, la crítica radical a toda división sexual del

trabajo de cuidado, la crítica a la falta de socialización del mismo en la primacía del empleo

y sus imperativos, se considera resistencialismo o, visto desde otro punto de vista,

«feminismo de la ruptura»159 (Pérez Orozco 2005). Las políticas públicas dan por hecho

este nuevo arreglo, que desde algunas posiciones feministas se contempla no como una

socialización de mínimos, a través de la conciliación o la dependencia, sino como una

oportunidad para replantear el sentido del bienestar superando los marcos asistenciales,

familistas y privatizadores.

Pero esto, que parte de una desigualdad en relación a la carga global se articula con el

segundo escollo: la falta de consolidación de un lenguaje de los derechos individuales.

Este, como frecuentemente sucede en los enfoques de intervención desde las políticas

públicas, se dirime entre derechos universales y derechos de usuarios-contribuyentes, que

ahora son los mayores y sobre todo las mayores.

159 El llamado feminismo de la ruptura tiene como premisas el descentramiento del mercado y la deconstrucción de las categorías masculinizadas en la producción de conocimientos, así como de algunas categorías feministas heredadas desde las que se invisibilizan las relaciones de poder entre las mujeres. Sus análisis, distantes respecto al marco que ha generado la política de conciliación, parten de la «sostenibilidad de la vida» y son herederos de la crítica a la noción de trabajo, que en esta perspectiva no es sino la creación y recreación de las vida y de las relaciones humanas.

(…)desde las administraciones, porque son las personas mayores depositarias de

derechos tanto o más que las demás (si pensamos en la protección especial de la

infancia, porque los niños son más frágiles, pues las personas mayores son todavía

más frágiles que la infancia, porque además ya nos han dado todo lo que nos

tenían que dar: estamos donde estamos porque las personas mayores nos han

traído hasta aquí en cierta manera); pero sobre todo pensando en el derecho de las

personas, el derecho a la dignidad, esto es lo que legitima a la administración el

entrar a dar este servicio en este campo. Y no solamente las personas falta de

recursos. Las de la Generalitat en este sentido me hacen mucha gracia porque la

Generalitat hace lo siguiente con las residencias, dice: ‘la Generalitat paga a una

residencia para que cuiden a una persona mayor 150.000 pts. al mes, ¿vale? Si yo,

como persona mayor, tengo 155.000 pts. no me dan una plaza en residencia

pública porque yo me puedo pagar una privada, pero una residencia privada

cuesta 200.000. Dicen que no hay dinero para todo. Pero claro, a lo mejor hay

personas que cobran 155.000 al mes y no tienen nada más, y a lo mejor hay quien

cobra 140.000, pero tiene un piso que se compró, tiene unas rentas. No tener en

cuenta todo esto a mi se me hace muy difícil, como persona especializada en

trabajo social, o sea, en atender dificultades, se me hace muy difícil, compatibilizar

la necesidad que tiene esta persona de atención con sus ingresos económicos y su

capacidad económica y la de sus hijos. Yo puedo ganar una barbaridad al mes, y

no puedo tener conciencia de que mi padre o mi madre necesita parte de este

dinero que yo estoy ganando. (TAA26)

Aquí se presentan dos problemas entrelazados: el de las titularidades y sus fuentes de

legitimación, y el de la financiación y el sentido que hoy podamos dar a la universalidad.

Con respecto al primero, es difícil tratar la atención, que es por su propia naturaleza

relacional, como un derecho individual160. Por eso la atención se aborda siempre a caballo,

de forma ambigua: derecho a la igualdad de género, derecho individual de los ancianos,

derecho al apoyo de las familias y, en un segundísimo plano, derecho laboral (y de

extranjería laboral) de las trabajadoras de la atención. En realidad, la complejidad que

presenta la atención incide de forma muy poco neutra en nuestra visión de la ciudadanía,

de lo que nos pertenece como propio o como derivado de las relaciones con las demás161.

160 La salud adolece de la misma dificultad. Sin embargo, mientras que en ese campo tradicionalmente ha primado un sentido individualista del cuerpo, junto a una responsabilidad pública de la atención, los cuidados han entrado en el terreno de lo público directamente de la mano del discurso neoliberal y su promoción del «autocuidado» y la actitud de sospecha de los demandantes. 161 La parte que corresponde a los demás en los cuidados se ha entendido en la esfera pública hasta hace poco en términos contributivos: «estando en Dinamarca les pregunte, al principio no me

La propuesta de abordar los cuidados desde el modelo de redes, como sugiere Fernández

(2005), en la medida en que responde a una lógica socializadora, redistributiva y situada

(en la vida de los individuos; el denominado derecho subjetivo), resulta más adecuada para

pensar los cuidados desde la justicia. Pero la lógica de la sostenibilidad de la vida y la

lógica del mercado no se contraponen de una forma simple: la de lo formal y lo informal; la

burocracia y la red social, sino compleja desde el momento en que el modelo mixto busca

reactivar e integrar recursos con distintas procedencias pero en un esquema poco

democrático. El modelo mixto refunda la universalidad a través del mercado.

Con respecto al segundo problema, el de la oposición entre universalismo y

asistencialismo, y la cuestión de la financiación, hay que advertir primeramente que no

encontramos instancias de universalismo puro en las que los ciudadanos no tengan que

exhibir motivos especiales que les haga acreedores de ayuda, ya sea una pobreza extrema

o la desgracia de no tener familiares. En Cerdanyola, aunque esto no ocurra formalmente,

existen criterios para asignar el SAD dada su limitación. Las trabajadoras que hemos

entrevistados se quejan, van con la lengua fuera haciendo servicios que no llegan a una

hora. Para que el servicio fuera verdaderamente universal habría que aumentar la cantidad

de horas que se prestan. Esto lleva a algunas, incluidas las propias mujeres que se forman

en este campo, a criticar el que personas con recursos, justamente las que peor tratan a las

trabajadoras según comentan las alumnas de los cursos, accedan a ellos.

En estos momentos se están ensayando en varios municipios distintas modalidades de

cofinanciación, tasas y cheque servicio, como alternativa a la vía impositiva, tanto en lo que

se refiere a su cuantía como a su forma de ingreso en las arcas municipales –directa o a

través de entidades prestatarias– y su impacto en el servicio. También en Cerdanyola, a

pesar de lo que puedan pensar las responsables de los servicios sociales sobre la

universalidad y gratuidad en el acceso a los recursos, se abre el camino a la cofinanciación,

aunque el espíritu aquí, a diferencia de lo que sucede en Mataró y en otros municipios, se

inclina en mayor medida hacia una relación más estrecha entre la administración y los

usuarios, a través, eso sí, de las empresas prestatarias. El siguiente cuadro, extraído de un

informe sobre el SAD realizado por el Observatori de Serveis Socials Municipals (2003)

representa el estado de la cuestión en Cerdanyola según informaciones recogidas en 2001,

momento en el que los municipios con sistemas de copago, ya fueran a través de tarifas

abonadas, el sistema más común, o de cheques servicio, como sucedía Martorell,

Villafrance del Penedès, Súria, Molins de Rei y Barberá del Vallès, eran el 31%. Tal y como

entendían. ‘¿Colaboran los hijos?’. ‘Sí, sí, claro que colaboran’, me decían. ‘¿Y cómo?’ ‘Pues pagando los impuestos’. (…) entonces, yo digo, pues si tenemos que poner una tasa de dependencia, pongámosla, y si tenemos que aumentar el impuesto de transiciones patrimoniales, pues aumentémoslo, o sea, busquemos dinero donde lo hay. ¿Lo hay en el sueldo del usuario…?» (TAA26).

señala el Observatori de Serveis Socials Municipals, la implantación del cheque es mayor

en los municipios de 20.000 a 50.000 habitantes, posiblemente debido «a las dificultades

presupuestarias o a la necesidad de poder contar con un financiamiento externo para poder

hacer frente a los gastos de implantación de este servicio» (pág. 18).

FUENTE: Observatori de Serveis Socials Municipals (2003).

Como advierten desde algunos municipios, muchas veces lo que se ingresa a través del

copago no merece la pena si se tiene en cuenta la gestión que lleva aparejado el cobro.

Existen dificultades sociales y afectivas adicionales a la implementación del sistema que

hasta el momento no se han tenido en cuenta. Entre otras, la relación de las familias y los

dineros.

Hay abuelitos que lloran cuando se enteran que tienen por ejemplo que pedir la

nómina a sus hijos, porque piensan que no se la van a dar, no se atreven a

pedírsela. ¿Tenemos que andar nosotras como trabajadoras sociales con todo

esto? A mi no me gusta esa función. Nuestra función es cuidar a las personas y de

incordiar al hijo para que le dé el amor que su papa necesita y pedirle que le vaya a

ver. ¿Qué se puede hacer para mejorar la situación anímica de mi papá? (TAA26).

La externalización permitió a la administración reducir el precio de los servicios, además de

introducir criterios de flexibilidad, que en el trabajo domiciliario, en realidad en todos los

servicios personales, son particularmente aclamados por la imprevisibilidad de la relación y

la salud. Las empresas que hacen atención domiciliaria presentan esta característica,

imprevisibilidad, rotación y cambio, como un argumento de peso a favor de la contratación

según demanda, algo que con frecuencia no se convierte en una herramienta en beneficio

de las trabajadoras.

Una cosa interesante es cómo está organizada la empresa, como funciona la

organización de una empresa de servicio de proximidad es complejísima. Porque

es vivir en el continuo cambio de situaciones. Entonces creo que hay empresas que

funcionan mejor, y otras peor. Pero luego hay otra parte que es la trabajadora

concreta que hace los servicios concretos. Y esto es algo que en esta profesión

hay que tenerlo mucho en cuenta. Entonces, lo que pasa es que la trabajadora

familiar tiene mucho margen y tiene poco margen. Ella tiene el margen de la

organización de la empresa: el tiempo que tiene, si va más o menos estresada, si

va más o menos satisfecha, mejor o peor coordinada. Pero luego está la otra parte

que en estos 50 minutos una trabajadora hace una cosa, y otra haría otra

(GMC29).

Cerdanyola del Vallès fue uno de los primeros ayuntamientos en externalizar los servicios

de atención.

La primera externalización fue en el 98. Lo que te tengo que decir a nuestro favor

es que no hemos ido a precios. Estamos pagando las horas relativamente caras,

no hemos contratado a la empresa más barata porque hemos exigido una calidad

en la contratación. Valoramos positivamente que sea plantilla fija, que no sean

eventuales, que tengan como mínimo 20 horas de formación al año (TAA26).

Los parámetros para evaluar la calidad del servicio son tres: una adecuada contratación,

formación y supervisión (más de 700 horas para las TFs) y seguimiento de los casos162. Si

el usuario necesita más horas de las asignadas, entonces tiene la opción de contratarlas

privadamente (más caras) con la misma o con otra empresa, cosa que no suele ocurrir,

canalizándose esta demanda a través del trabajo particular (migrante), que comparando el

número de horas trabajadas, sale mucho más barato sin generar derechos163. Al hablar con

las trabajadoras familiares, tal y como explicamos con más detalle en el capítulo 3, se

ponen de manifiesto las consecuencias precarizadoras de estos empleos y, en un sentido

más amplio, la reproducción de un perfil –el del ama de casa, obrera industrial, mujer de

clase baja en mil asuntos… terciarizada– basado en la subalternidad del empleo femenino.

Si bien estas mujeres tienen una percepción del empleo como fuente de derechos –no

olvidemos que algunas provienen de experiencias de lucha en las fábricas, que algunas

han dado incluso la batalla en los servicios, integrándose en algunos casos en

cooperativas164–, han visto cómo sus empleos se expandían en el periodo de la

162 La formación es una forma de proteger el sector de los criterios o falta de criterios del mercado informal. Algunas asociaciones y entidades están reduciendo el número de horas en la formación, hecho que devalúa al sector de cara a la administración y las empresas. 163 Un servicio privado de una de estas empresas prestatarias, según cuentan las trabajadoras, puede oscilar entre los 12 y los 15 euros la hora. 164 Algunas de estas cooperativas han modificado su fisonomía, aumentando enormemente sus proporciones y volumen de trabajo. Tal es el caso de CTF. Serveis Sociosanitaris. Se trata de la primera entidad de servicios de atención domiciliaria de Cataluña. Nació en 1981 y hoy está formada por más de 500 profesionales, 120 de las cuales son cooperativistas. Realizan atención en domicilios, centros de día y residenciales. Sus principales clientes son el Ayuntamiento de Barcelona, el del Prat de Llobregat, el de Sant Boi de Llobregat y el de Sant Cugat del Vallès, entre otros.También trabajan para el ICASS, el Departament de Benestar i Família de la Generalitat, así como para mutualidades, aseguradoras, asociaciones, fundaciones y ONGs. Esta macrocooperativa está integrada en la Fundació Domicilia, una instancia pionera en la gestión mixta, integrada por el Consell Comarcal del Baix Llobregat, la Diputació de Barcelona, los sindicatos UGT i CCOO, las organizaciones

desregulación laboral. En el momento en el que realicé este estudio estaba vigente el II

Convenio Colectivo de Empresas y Trabajadoras de Atención Domiciliaria y Trabajo

Familiar de Cataluña (2002). Las reclamaciones centrales de las trabajadoras giran en

torno a los bajos salarios que perciben165, la temporalidad en el sector (como muestra la

enorme plantilla flotante que tienen las empresas), las jornadas (parciales) de trabajo, la

amenaza de «desprofesionalización», sobre todo a través de la reducción de los requisitos

formativos, las bajas y permisos, y en un sentido general, la externalización de los riesgos

de un sector que se dice imprevisible (a pesar de que no deja de crecer, de «abrir casos»)

en los hombros de las trabajadoras. También se insiste sobre aspectos de coordinación,

democratización y participación en el diseño y ejecución de los servicios.

Así pues, tras la externalización, se produce un nuevo sentido de la universalización en el

mercado: todos deberíamos poder «volver» a los servicios sociales, pero esto tiene un

precio. El cheque servicio aleja el servicio de la administración, ya que es la usuaria la que

decide cómo y dónde emplearlo.

La tercera cuestión que me gustaría discutir es la de la gestión participada de los recursos.

A pesar de la retórica que se despliega en el ámbito de la administración local, es frecuente

hallarse quejas sobre la falta de coordinación, de trabajo en equipo, de horizontalidad, etc.

La democratización del sistema mixto no responde a las declaraciones de intenciones. Las

responsables de formación de El Safareig expresan la sensación de no estar «siendo

aprovechadas», en el sentido de que no se toma suficientemente en cuenta su aportación,

aunque también narran algunas experiencias de intercambio positivas, entre ellas un curso

para cuidadoras desarrollado junto al Ayuntamiento.

Resulta que se convierten [El Safareig] en un referente de la formación para un

determinado colectivo de mujeres. Esto por un lado está reconocido y por otra parte

el Ayuntamiento tiene su propio servicio de formación que es Can Serra. (…) el tipo

empresariales los ayuntamientos de Cornellà de Llobregat, el Prat de Llobregat, Gavà, Martorell, Molins de Rei, Sant Andreu de la Barca, Sant Boi de Llobregat, Sant Feliu de Llobregat, Sant Just Desvern, Sant Joan Despí i Viladecans. Sobre dicha fundación, véase Parella Rubio (2003a, pág. 330). 165 En el citado convenio se estipula en el año 2002 un salario bruto de 665,61 euros X 14 pagas. En años sucesivos se prevee la subida del IPC y una cláusula de revisión salarial, así como un incremento salarial del 15% en 2004. En cuanto a la jornada laboral (37 horas), y dada la incidencia de posibles bajas, el convenio estipula que las trabajadoras deberán compensar el posible defecto de su jornada en los tres meses siguientes. Tal y como comentan las trabajadoras, este problema se está resolviendo en la práctica mediante la contratación temporal y en jornadas reducidas. Recientemente se ha firmado el IV Convenio Marco Estatal de Servicios de Atención a las personas Dependientes y Desarrollo de la Promoción de la Autonomía Personal, de aplicación estatal. ACRA, Assosiaci— Catalana de Recursos Assistencials, a la que están subscritas distintas empresas, entre ellas la que presta sus servicios en Cerdanyola (IMPROS, Assitencia a Domicili, S.L., ubicada en Sant Cugat del Vallès), es la representante de la patronal; participa de diversos consejos, entre ellos el del ICASS (Benestar i Familia).

de cursos que se ofrece y estilos de trabajo es completamente diferente. (…) Pero

¿qué ocurre? Que nosotras hace mucho que estamos ofreciendo un servicio

público, porque lo hacemos con dinero público, no somos funcionarias, pero somos

un servicio público porque gestionamos con transparencia y eficacia los recursos

que son públicos. Por lo tanto, de alguna forma, ¿por qué no lo aprovecháis? En

todos los sentidos, en el sentido también de valorarnos, y tomarnos en cuenta. Hay

una cosa muy histórica. Somos un grupo feminista que además da cursos

relacionados no sólo con el tema mujer, sino con el área de recursos económicos,

con servicios personales. Esto estamos intentando cambiarlo porque pesa mucho.

Hay personas del ayuntamiento con quien tenemos una relación excelente. (…)

pero cuesta que te reconozcan como interlocutora en temas de cuidado y de

atención a las personas (TAA26).

Las administraciones municipales, y Cerdanyola no es uno es uno de los casos más

acusados, idealizan el proceso de diálogo del gobierno en red, sin atender a los

mecanismos democratizadores. Estos, como señala Bonet i Martí (2004), podrían

amenazar la lógica del ahorro y la descarga de la hacienda municipal, que de este modo

puede redirigirse a la generación de infraestrucutras y remodelaciones del territorio

adecuadas a los intereses del gran capital. La gobernabilidad pasa a repartirse en una red

de actores –modelo de la gobernanza–, pero los intereses no son compartidos.

(…) cal assenyalar la fal·làcia discursiva que s’amaga sota aquest model que

postula l’exercici del model dialògic com a mecanisme de producció d’una decisió

racional teòricament beneficiosa per als sectors implicats, ignorant l’existencia

d’interessos enfrontats incompatibles entre si. De una banda el pes específic dels

diferents actors es troba descompensat. Així el diàleg emprés amb el sector

empresarial té com a finalitat modelar les polítiques públiques a fi i efecte que

serveixin als seus interessos, mentre el diàleg emprés amb l’anomenat tercer

sector té per objetiu actuar com a llaç de captura que serveixi per

corresponsabilitzar-lo en la seva gestió, descarregar despeses a partir de

làrpfitament del voluntariat social i neutralitzar qualsevol focus de dissens potencial.

De l’altra, la manca d’actors politics que posin en qüestió l’actual model de

polítiques socials, i dels serveis socials locals per extensió, afavoreix la seva

‘despolitizació, és a dir, la tendència mercantilitzadora que no té en compte les

necessitats de les poblacions afectades. Si be, és cert que el problema és d’arrel –

l’actual model d’acumulació que genera les desigualtats existents– i no s’arregla

amb pedaços, tambié es cert que mentre que no s’indrodueixi el debat públic les

polítiques socials existents, aquestes continuaran esdeenint un element no de

superació, sinó de manteniment de l’exclusió (pág. 123).

9. Mataró. «La demanda es así»… «siempre tenemos que

buscar otro recurso»

Mataró es la capital de la comarca del Maresme está ubicada en la Región Metropolitana

de Barcelona. Tiene una población de 116.698 habitantes, de los cuales, 16.826 son

mayores de 65 años, es decir, el 14,42% (el 16,5% para el conjunto de Cataluña). También

aquí, el sobreenvejecimiento es destacado.

Tal y como expliqué en el capítulo 3, Mataró fue una de las primeras localidades en las que

se desarrolló el proceso de industrialización en Cataluña. Especializada en el sector textil,

en las ramas de género de punto y confección en serie, concentraba a comienzos de 2000

al 24% de los asalariados y al 20% de las empresas. Aún así ha sufrido un importante

retroceso y reconversión en los últimos años. El paro registrado, con un claro perfil

femenino, que comenzó a descender lentamente a finales de la década de 1990 (6% en

2000), creció nuevamente a partir del año 2002 hasta alcanzar, en la actualidad,

proporciones equiparables a las de finales de la década de 1980. Por otro lado, el índice de

temporalidad en los nuevos contratos está cercano al 90%. Mataró juega un papel central

en relación a los servicios, la sanidad y la educación, así como los financieros y el

comercio, en su área de influencia en la comarca. En la última década, la economía local se

ha terciarizado, y no ha sido el sector turístico el que ha protagonizado esta transformación.

Tal y como explican Lope et al. (2002), se ha configurado un tejido empresarial local

compuesto principalmente por microempresas. Otro de los rasgos característicos es la alta

presencia de economía sumergida en relación a la situación en Cataluña. El contexto

socioeconómico ha estado recientemente protagonizado por el Pacto Local por el Empleo

de Mataró que pone un énfasis particular en la formación. En él ha jugado un papel

destacado el IMPEM, Instituto Municipal de Promoción Económica de Mataró, que entre

otros servicios cuenta con una bolsa de empleo bastante dinámica. El énfasis en la

concertación a nivel local –«cultura de la concertación», «buenas prácticas» empresariales,

etc.– ha sido, según explican los autores, una característica tanto de la acción sindical

como de la patronal (Federación de Asociaciones y Gremios de Mataró y Maresme,

FAGMC). Lope et al. explican este espíritu a partir de las entrevistas con responsables del

IMPEM.

(…) se considera la misma práctica de la concertación como uno de los objetivos

principales, y como reflexión teórica más general, se argumenta que en la

configuración actual del Estado del Bienestar es imposible para la administración

ser prestataria de manera unilateral de los servicios que reclaman los ciudadanos y

se ha tendido hacia la ‘administración relacional’, esto es, ‘aquella administración

que trabaja de forma concertada pública y privada, y en la que la administración

asume el papel de impulsar una red de cooperación donde también es muy

importante la intervención privada (pág. 159).

En Mataró tuve la oportunidad de realizar distintas entrevistas: a dos de las formadoras del

IMPEM en servicios de atención domiciliaria (TAA25). Además, hablamos con Josep

Palacios, Comissionat pel Pla de Nova Ciutadania del Ayuntamiento. Quedó pendiente una

entrevista importante que no pude realizar con María Gili, cap Secció de Programes Socials

de Benestar social, miembro del Consell Municipal de Gent Gran. Reveladoras fueron las

entrevistas y visitas a las cooperativistas y trabajadoras de Sad Suport (TFA19 y TAO28),

una iniciativa sin ánimo de lucro que nació de la primera promoción de estos cursos, y a

varias trabajadoras inmigrantes empleadas en dicha cooperativa (CPI9 y CPI10). Nuria

Isanda, de la Fundació Un Sol Món, me habló largo y tendido de un programa de dicha

fundación al que se acogió en su día Sad Suport. Además, Fernando Calderón Asensio, de

la Secció Formació-Treball Servei d'Ocupació de l'IMPEM, tuvo la amabilidad de hacerme

llegar un Estudio sobre la oferta de servicios de atención domiciliaria de Mataró y el

Maresme, realizado por el propio IMPEM en 2005.

El modelo de relación entre la administración y las mujeres que inician este «itinerario» es

el de la promoción del empleo a través de la formación en un yacimiento en expansión

moderada. «Los modelos de inserción son las empresas de servicio a las personas que

pueden trabajar para ayuntamientos o pueden tener sus casos particulares» (TAA25). La

formación y la intermediación administración-sector privado, a través de las prácticas y la

bolsa de empleo, son algunas de las fórmulas previstas. También los convenios de

colaboración sirven para establecer el vínculo. La cuestión de las emprendedoras, como

cuenta Sad Suport, vino más tarde. Se trata, sin duda, de una salida a las formas de trabajo

y gestión de las empresas, si bien se prevé que la futura Ley de dependencia de un impulso

al sector. El taller ocupacional (entre 800 y 900 horas), al que se integran autóctonas e

inmigrantes (regularizadas), constituye una experiencia singular desde el momento en que

las alumnas son contratadas, para lo cuál tienen que tener dedicación exclusiva, perciben

un salario y, como en otros cursos formativos, realizan prácticas en empleas de la comarca.

Al igual que las alumnas de El Safareig, las del IMPEM definen a lo largo de doce meses un

«itinerario» propio166.

En Mataró, según el citado estudio, operan nueve empresas de SAD, cuyas plantillas han

166 Sobre el contenido de los cursos y el código profesional, véase el capítulo 4.

crecido en los últimos años con la expansión de la demanda canalizada por la

administración local y otras particulares. Entre 150 y 180 trabajadoras están contratadas

por estas empresas en la comarca. Las plantillas van de 2 a 28 trabajadoras, la mayoría

entre 35 y 44 años, con estudios primarios y con la formación ocupacional correspondiente.

Encontramos dos tipologías de empresas: la «emprendedora», más grande y de ámbito

estatal o autonómico, y la «abnegada», más pequeña, informal y local, con un menor

crecimiento. Los servicios más ofertados son TF (trabajadora familiar), AH (auxiliar de

hogar) y cuidador de geriatría. Los contratos son mayoritariamente temporales, en jornadas

a tiempo parcial (18 y 25h.) y por obra y servicio, siendo esta, como comentaba al referirme

a Cerdanyola del Vallès, la situación precaria más extendida en los servicios de proximidad.

El tipo de jornada se solapa con el tipo de contrato. Tal y como vimos en el capítulo 3,

algunas latinoamericanas están entrando en estas empresas (17% frente al 75% de

autóctonas), una cifra que no alude al subsector mayoritario, auxiliares de hogar, o tipo de

contrato, suplencias. En cuanto a las usuarias que acuden a TFs, destacan los mayores

(76%, y 92% en el caso de las AH) y adultos con algún tipo de discapacidad o dependencia

(18%). El salario viene definido por los convenios167.

Lo cierto es que no todas las empresas cumplen los requisitos legales y las tarifas mínimas,

de forma que acaban compitiendo entre sí, además de competir con la economía

sumergida, ya sea de contratación particular directa o a través de agencias intermediarias.

En esto, las empresas reclaman la implicación del ayuntamiento. Los precios públicos de

facturación son más bajos que los privados. Los de las empresas «abnegadas» son más

bajos todavía. El precio para particulares oscila entre 9 y 13 euros y en contratos públicos

entre 9 y 12 euros. En Mataró, tres empresas «emprendedoras» y una «abnegada» están

habilitadas para prestar servicios en el programa Xec Servei. El problema al que alude el

estudio es que cuando los cheques se acaban, los usuarios vuelven a la economía

informal. La constante presión que ejerce el empleo de hogar está atravesada, como he

tratado de explicar a lo largo de este texto, por concepciones culturales sobre los cuidados.

Sad Suport comenzó su andadura con tres mujeres y en la actualidad son ya 18 (4 socias y

16 asalariadas). Anna Joan Farga, una de las socias, explica en un artículo publicado por

Les Penelopes168, que una vez finalizado el taller pensaron que tendrían una salida laboral

en la administración pero rápidamente el Ayuntamiento les anunció que no iban a abrir

nuevas plazas. Empezaron entonces a investigar sobre cómo iniciar su propia actividad

económica. Realizaron un análisis de las necesidades de servicios y de las empresas

existentes y la calidad de los servicios existentes. Constataron que había un espacio en el

167 Conveni de Treball Familliar de Catalunya y Conveni Estatal de Centres Residencials i Ajuda a domicili. 168 www.penelopes.org

sector para desarrollar un proyecto alternativo y solidario. Según cuentan, una charla sobre

autoempresa organizada por el IMPEM las animó a lanzarse. Tardaron tres meses en hacer

su plan de empresa; «quien lo supera, ya puede tirar con todo». Los factores que les han

ayudado a crecer son, de una parte, el entusiasmo y la entrega que tradicionalmente

caracteriza a la empresarialidad femenina en el entorno local. Un microcrédito de la

Fundació Un Sol Món contribuyó a este proceso. El despegue de la cooperativa vino de la

mano del concurso del Ayuntamiento que les permitió acceder al programa Xec Servei, por

el que se distribuyen vales a personas con necesidades de atención. Dichos vales toman

la forma de un copago o de un servicio gratuito dependiendo del nivel de recursos de los

usuarios. Se trata de una demanda asegurada que proporciona estabilidad al proyecto.

Las mujeres de Sad Suport se felicitan de lo que las hace diferentes: (1) su forma jurídica y

el trabajo en equipo que implica; (2) la ausencia de lucro- los beneficios se reinvierten o

destinan a clientes con dificultades financieras-; (3) la ética del trabajo de atención, a la que

aludimos en el capítulo 4, basada en fomentar la autoestima, la no dependencia del

servicio, la motivación y la red social; (4) la inserción de mujeres provenientes de la

economía sumergida, muchas con cargas familiares y algunas con experiencias de malos

tratos; (5) la utilización de la flexibilidad, de la que también hablé en el capítulo 4; (6) el

empoderamiento de las mujeres a través del entorno de apoyo mutuo que se crea; y muy

importante también, (7) la voluntad de no crecer en términos cuantitativos para preservar su

funcionamiento. Han rechazado ofertas, pero su vocación es la de exportar el modelo.

Según explican en el artículo publicado por Les penélopes, «hemos sido el primer eslabón

para que la Administración Local se empiece a dar cuenta que no hay trabajo fácil para

nadie, para que empiecen a hacer caso a las nuevas emprendedoras y que intenten apoyar

iniciativas de este tipo». El resultado ha sido un cambio en la disposición del Ayuntamiento

que ha creado un servicio de autoempresa para mujeres. Esta cooperativa ha recibido el

premio José María Pinyol a la mejor iniciativa contra el paro, otorgado por la Asociación

Catalana de Acción Solidaria en 2003, y el premio a la mejor iniciativa creada por mujeres

de la Diputación de Barcelona en 2004. Han iniciado un programa financiado por Un Sol

Món –«Reducir la economía sumergida en el sector de los servicios»– dirigido a facilitar la

inserción de las empleadas de hogar en el sector informal. El programa pretende convencer

a las personas que emplean a estas mujeres para que las trabajadoras estén legalmente

contratadas en el marco de la cooperativa y puedan seguir con sus empleadores.

A pesar de la capacidad de las cooperativistas, que no encajan exactamente con esta

denominación de emprendedoras «abnegadas», tal y como aparecen definidas en el

informe encargado por el IMPEM, su forma de trabajo se enfrenta a notables dificultades,

que ellas achacan mayoritariamente a las características de la demanda, el vínculo con la

administración y, en otro orden de cosas, la práctica del servicio. Parella Rubio (2003a)

desarrolló algunas de estas dificultades en su estudio sobre la inserción laboral de las

inmigrantes en los servicios de proximidad.

Uno de los grandes capítulo de la política municipal es el Xec Servei. Desde la Agència

d’Atenció a la Gent Fran i a les Persones amb Dependència del ayuntamiento se insiste en

que este vale descuento «està destinat a totes les persones que necessiten atenció

especialitzada a domicili», al tiempo que se advierte que beneficiará a «qui més ho

necessita». Cuando se realizó el informe del SAD en la provincia de Barcelona, Mataró no

había aún implementado el cheque. El primer concurso fue en 2003.

FUENTE: Observatori de Serveis Socials Municipals (2003), pág. 23.

La garantía, además de los descuentos que ofrece la administración (100% y 33%, máximo

30 cheques al mes), es la homologación de las empresas adscritas que figuran en un

listado que se ofrece a los solicitantes. El papel de la administración local consiste entonces

en establecer los criterios de los contratos y asignar los descuentos a través de la

estimación de necesidades y recursos que realiza la trabajadora social del ayuntamiento.

Volviendo a los modelos europeos descritos más arriba, el cheque, dirigido al usuario, aleja

a la administración del servicio, sobre todo en los casos en los que se descuenta el 33%

sobre el total de horas (máx. 30 mensuales de 8 de la mañana a 8 de la tarde). El precio del

servicio para el ayuntamiento en el momento del estudio era de 11 euros (TF) y 8 euros

(AH). Como nos comenta Anna Joan Farga, este último resulta muy ajustado, de modo que

en los servicios privados se eleva a 9.50 euros. La cooperativa es la que absorbe las

oscilaciones de la demanda realizando un enorme esfuerzo de coordinación. Cuando los

servicios bajan,

Lo que hacemos es que actuamos rápido. En cuanto a trabajadoras y esto vamos

al día. (…) Por ejemplo, trabajadoras que ya trabajen aquí que pues saben de

alguien que tal y vienen y en ese intervalo de tranquilidad es cuando nos

dedicamos pues a hacer entrevistas, a buscar a otras trabajadoras interesadas con

lo del proyecto y que también trabajen en el tema del Xec-Servei. O sea, que es

un poquito como que nosotras hemos aprendido ya la técnica de la rapidez. O sea,

como que hay rapidez y no lo podemos evitar y no hay ninguna forma de que se

evite, pues nos hemos buscado recursos rápidos. (…) Las trabajadoras tienen su

horario, plegan, se van a casa y se despreocupan. Además les enseñamos a

despreocuparse. El problema es con las que llevamos lo que es la cooperativa

(TAO28).

La «técnica de la rapidez» frente a la demanda no es ni más ni menos que implementar la

flexibilidad laboral. Para las empresas grandes, dado que hablamos de «actividades poco

productivas y rentables, con costes laborales muy elevados, por lo que difícilmente resultan

atractivas para el sector privado» (Parella Rubio 2003a, págs. 255-6), la respuesta ha sido

la precarización. Tal y como señala Parella Rubio a partir de entrevistas con gerentes de

estas empresas, los contratos con la administración no permiten que estas empresas

puedan pagar a su plantilla según el convenio, a pesar de que, paradójicamente, se les

exige su cumplimiento.

De hecho, esta política presiona irremisiblemente de una parte, como hemos tenido ocasión

de ver en los últimos años, hacia la concentración de los servicios169 con las implicaciones

de cualidad que esto conlleva, y, de otra, hacia la economía sumergida.

Si estuviera interesada en estos momentos la administración en que no hubiera

precariedad laboral, en el concurso, por ejemplo, en sus bases decía que el salario

mínimo es el que es. O sea, hay unas cosas que nosotras hemos firmado y que

tenemos que mantener. ¿Cómo se mantiene? Nosotras perdemos dinero, pero una

empresa privada no va a perder dinero. (…) De un lado ganamos un poquito

[trabajo familiar] y lo tenemos que meter en el otro [auxiliar de hogar] y ya no

ganamos nada. Estamos hablando de una diferencia de un euro, euro y medio.

Pero como no pongan ese euro y medio todo va a ir para atrás. A nosotras nos ha

costado decir: ‘¿seguimos con nuestra ética?’ (TAO28).

La salida que encuentran las empresas pequeñas sin ánimo de lucro ha sido la de «buscar

otros recursos» para sostener su ética. El cheque da estabilidad a estas empresas, pero al

mismo tiempo tiene un efecto pinza ya que genera una relación de dependencia con

respecto a la administración; «para una empresa mayor no supone nada el Xec-Servei, por

a nosotros nos va todo. Piensa que al cliente le descuentan. Alguno pagaría incluso más

por seguir con nosotras pero habría familiares que pueden cubrir ese 33% y pasarían a otra

empresa. Entonces nosotras no tendríamos opción a decir ‘este precio no nos parece justo,

169 En Madrid, por ejemplo, el sector está dominado por cuatro grandes empresas depredadoras: EULEN, QUAVITAE, ASISPA y CLECE que agrupan prácticamente a las 6.000 trabajan en el sector. Como nos comenta una compañera empleada en COHABITAE. La dispersión del trabajo domiciliario hace difícil la organización de las trabajadoras. La afiliación a los sindicatos mayoritarios es escasa, no obstante, son ellos los que negocian los convenios. La patronal aprovecha la dispersión para mantener unas condiciones laborales indignas: jornadas parciales con muchas horas extras, horarios discontinuos, contratos temporales e inestables, falta de coordinación y trabajo en equipo, salarios bajos, falta de formación, etc. Todo esto repercute en la calidad de los servicios de atención y en las

no nos presentamos» (TAO28).

Estos otros recursos provienen en la actualidad de las transferencias del capital financiero

en forma de obra social. Las compensaciones que se obtienen de estos programas son las

que apaciguan las contradicciones. Algunas, como la que Sad Suport lleva a cabo con la

ayuda de Un Sol Món – «Ajudem a dones que volen millorar la seva situació laboral.

Regularitzem llocs de treball en serveis d’assitència domiciliaria»– tiene efectos positivos

evidentes, aunque limitados en el caso de las extranjeras no regularizadas170. Es una

invitación a trabajadoras y empleadores para salir de la economía sumergida. Casi todas

las que se mueven en el terreno particular tienen al menos un empleador que «quiere

ayudarlas». Tanto ellas como él seguirán manteniendo el servicio pero bajo el paraguas de

la cooperativa. Pueden incluso salir ganando si además reciben alguna de las prestaciones

del ayuntamiento que ellas canalizan. Los que no quieren entrar por esa vía podrían ser

expulsados.

Ahí es donde nos hemos cogido y todo lo demás lo hemos echado fuera. Si hay

algunos de esos clientes que están en lo que consideramos nosotros explotación,

que no quieren hacerles contrato, que no quieren con una empresa, que no quieren

firmar nada; ahí los expulsamos nosotros del proyecto. Se quedan sin trabajadora.

Nos cogemos a uno de esos clientes, que está de acuerdo con ayudarle y haría lo

que fuera por esa chica. Entonces ahí sí que hemos arreglado la situación: si hay

que hacer una oferta de trabajo la hemos hecho, si hay que hacer ahora con este

proceso de regularización… lo hemos intentado. ¡Ahí sí! (TAO28).

Las cooperativistas se muestran satisfechas con las intervenciones que ponen en marcha

gracias a su capacidad inventiva y emprendedora. En el contexto local esta proyección

social, además de su ética en el servicio, es cada vez más valorada. De hecho, está

modificando la cultura del cuidado: «nos han reconocido esa responsabilidad social del

proyecto. Nos han dicho, ‘¡nena, cap en d’avant, aquesta si què es una bona iniciativa!’».

Para Nuria Isanda, del programa de microcréditos de Un Sol Món, el camino de las mujeres

emprendedoras, ya sean autóctonas o migrantes, cambia irremisiblemente el papel de las

mujeres en la sociedad y las relaciones de poder que mantienen con sus familias. La

combinación del Xec Serveis con otras modalidades de la economía social es una

condiciones de vida de usuarias, usuarios y trabajadoras. 170 Los recorridos entre lo formal y lo informal para las inmigrantes, que pasan por Sad Suport, luego por el trabajo directo como auxiliares de hogar o la inversión en formación para obtener la titulación del IMPEM y regresar a Sad Suport como trabajadoras familiares, se encuentra en muchos casos, con el escoyo de la regularización y con la indiferencia de algunas que prefieren rentabilizar en lo inmediato sus posibilidades de cuidado para hogares particulares.

alternativa171, si no al paradigma mixto en el que ha crecido, sí a la hegemonía total del

mercado y a la precariedad que éste impone. Contribuye, así mismo, a plantear salidas a

las macroresidencias.

La cuestión aquí es, partiendo del agregado de bienestar, aumentar la autonomía y el poder

negociador de asociaciones y cooperativas creando una «sociedad civil dinamizadora y

profesionalizadora» que se desmarque de paso de la perspectiva caritativa (TAO27). Crear

y fortalecer a emprendedoras integradas y sensibles a las desigualdades, recomponer la

sociedad civil, será la forma de contrarrestar y eliminar la precarización que impone la

demanda informal (etnizada), los grupos de grandes empresas de servicios y el sector

caritativo. Este último tendría que mutar modificando sus ideas sobre el cuidado vinculado

al sacrificio y la entrega sin condiciones y sin justicia. El objetivo, en palabras de esta

dinamizadora con una larga experiencia en proyectos sociales, debería orientarse, gracias

a la creación de servicios próximos, responsables y autogestionados, a liberar tiempo para

el cuidado y para otras actividades de la vida diaria.

El anteproyecto para tratar la dependencia partía de premisas similares, aunque, como

hemos visto, reproduce concepciones profundamente tradicionales sobre la ciudadanía y el

papel de las mujeres en relación a los cuidados. Rodríguez (1999), desde el IMSERSO,

respondía a la primera parte de este impulso comunitario «a facilitar que se pueda

envejecer y vivir en casa, evitando, o al menos retrasando, el trauma personal y familiar

que supone la institucionalización, que además implica un coste económico mayor». Esta

orientación en la que según Rodríguez coinciden los responsables de política social, los

técnicos de servicios sociosanitarios y los estudiosos de gereontología ha de conciliarse

con el esfuerzo presupuestario y la dotación de recursos. Los aspectos «cualitativos» se

concretan en una serie de principios y orientaciones. Entre los primeros figuran: (1) la

posibilidad de elección, (2) el respeto a la autonomía, (3) la participación, (4) la continuidad

y la integralidad. Entre las segundas: (1) la diversidad, (2) la prevención y rehabilitación, (3)

la interdisciplinariedad, (4) la coordinación/complementación y (5) la convergencia.

Curiosamente muchas de estas modalidades de vínculo del cuidado entroncan hoy con las

posiciones neoliberales, desde las que se prima la mercantilización. De la segunda parte,

no obstante, apenas se habla, hecho que contribuye a crear un importante efecto de

concertación y consenso en torno a las políticas de dependencia.

El círculo mixto virtuoso que atraviesa la economía social, en el que interviene la

subvención pública, la financiera y el impulso emprendedor172, ha permitido sostener dos

171 Una alternativa novedosa de esta obra social, aparentemente con muy buenos resultados, es el programa «Viure i conviure» anteriormente mencionado. 172 Porque aquí tendríamos que distinguir entre distintos tipos de intervenciones/ motivaciones: las de

cosas aparentemente incompatibles como son la retórica de la «responsabilidad social» y

las «buenas prácticas», fomentadas desde el propio giro hacia la proximidad y la

personalización, que nació de la crítica de la sociedad disciplinaria y la precarización de la

atención.

Para terminar me gustaría mencionar un último punto, que en realidad ya aparecía en el

capítulo anterior, sobre el que las trabajadoras de atención domiciliaria coinciden, y es el de

la falta de trabajo en equipo que respondería, en teoría, al espíritu del agregado de

bienestar en sus desplazamientos múltiples entre los ejes de lo familiar, lo institucional, lo

privado y lo comunitario. En la medida en que su trabajo moviliza a distintos agentes, el

acercamiento a los casos y los contextos particulares les dota de una gran flexibilidad a la

hora de imaginar soluciones. Pero para ello reclaman un desrigidificación de la

administración y, simultáneamente, un diseño más pegado al terreno. «Cuando el plan de

trabajo –comentan en una conversación en grupo– viene del Ayuntamiento, es cuando

cuesta. Vienen con una ida de lo que tendría que hacer, no con una idea de lo que

realmente se puede o no se puede hacer. Cuando el plan lo realizamos nosotras mismas,

pactando con la familia o viendo la realidad, a partir de ahí no hay problemas» (TFA19). Ni

la consulta, ni la formulación de criterios, ni los espacios de debate o negociación son la

tónica dominante. En este, como en otros terrenos, el Ayuntamiento se «muestra bastante

cerrado».

10. Agitar el imaginario… para concluir

En la actualidad, y desde muy distintos lugares se habla de la necesidad de socializar el

cuidado. Claro que no todas entendemos lo mismo cuando hablamos de que el cuidado

tiene definitivamente que traspasar, no para abandonarlo, el ámbito de las relaciones

familiares. Estos lugares expresan indudablemente distintos registros o niveles del debate –

macro y micro; laboral y ciudadano; de presión sobre las políticas públicas, el mercado, las

familias, etc.; de elaboración de los afectos y autogestión de los cuerpo, etc.– que

tendríamos que ser capaces de ir entrecruzando en distintos foros públicos para dar

riqueza y profundidad a todas las aportaciones. A continuación, y para finalizar, me gustaría

aproximarme tanto a las propuestas que se han lanzado desde el feminismo, donde se nos

invita a expandir y despejar la mirada. Algunas de estas propuestas, como las de las

empleadas del SAD o las inmigrantes que pelean en el anonimato por que se les

las cooperativistas comprometidas, las de las asalariadas responsables en servicios de atención a las personas, las del voluntariado, que interactúa en distintos momentos con empresas y cooperativas. El caso de la Cruz Roja, con el servicio de teleasistencia, es emblemático. Desde otro lugar, nos volvemos a encontrar con las organizaciones de carácter religioso. No creo que sea preciso insistir más en la dimensión de género de este ordenamiento.

reconozcan sus derechos, son puras herramientas para el conflicto…

Elena Grau pone en evidencia el punto de partida, del que no podemos desentendernos:

que las mujeres, desde distintos lugares sociales, «seguimos valorando muchísimo el

cuidado como necesidad humana, y además, que no se puede hacer ver que no hace

falta». Las críticas feministas a la visión hegemónica de la dependencia están cobrando

presencia en todos los espacios; somos cuerpos que importan y a lo largo de la vida, una

vida puntuada por esa corporeidad que somos, todas y todos, precisamos cuidados. Somos

interdependientes y creo, con otras, que este aprendizaje a desplazado en buena medida a

las posiciones emancipatorias dominadas por lo laboral que estaban muy presentes en el

feminismo de finales de la década de 1970. De ellas hemos conservado la crítica

antinormativa y el ansia de libertad y autonomía, de autodeterminación y recuperación de

las relaciones desde el deseo que atraviesan la historia del feminismo.

Otra línea de intervención que va dando sus frutos es la de la visibilidad, reconocimiento y

valorización de esta actividad. Los cuidados no sólo son necesarios, sino que además son

prácticas complejas que se pueden hacer mejor o peor, generando una autonomía alegre y

acompañada o, como nos recuerda Izquierdo (2003a), maltrato por ambas partes. La

profesionalización, que defienden muchas investigadoras, activistas y asalariadas de los

cuidados es una herramienta indudable cuyas fuentes deberían reconocerse en su

diversidad.

(…) esto se mueve, y no sólo por la necesidad social del cuidado, sino porque las

mujeres nos hemos puesto a pensarlo y sacarlo a la luz, a imaginar cosas. Claro

que dependerá de lo que seamos capaces de pensar. Pero hay que pensarlo todo,

desde el concepto básico de trabajo y ser humano hasta la propuesta más concreta

que se pueda dar en este momento (TAO29).

Hay propuestas, elaboradas por las mujeres, especialmente las que desarrollan más tareas

de cuidado, que verdaderamente y más allá de la retórica no están siendo recogidas. La

exigencia de diversificar los recursos –«¿Otros centros?» «¿Son posibles?»– se expandió

con los servicios de proximidad, pero salvo algunas excepciones a las que he aludido en

este capítulo, no ha ido mucho más allá. Y sobre todo no ha ido más allá en un sentido

universalizador y ciudadano, en el sentido integrador y autónomo respecto al mercado

laboral o la extranjería. Este, como hemos visto, no sólo retrocede, sino que se redefine,

declarándose antiasistencialista, antifamilista incluso, bajo el signo inequívoco del mercado.

En el documento de debate de la nueva Llei de Serveis Socials de Catalunya (2004), esta

redefinición que dice huir del asistencialismo aparece con toda claridad173.

La propuesta de crear servicios más integrados, a la que respondería en la actualidad la

intervención sociosanitaria, hay que señalar, se enfrenta a graves dificultades. Entre otras,

la articulación de los intereses de distintas administraciones, entidades privadas, cuerpos

profesionales, programas, territorios, sujetos, asociaciones, que son los que hoy se integran

en el agregado de bienestar con distintas agendas, instrumentos y estilos de trabajo. Pero

sobretodo, y como muy bien señala Vicenç Navarro (2003), a la falta de voluntad de las

distintas administraciones para intervenir en el déficit del gasto social, pero también

sanitario. Estas, además de estar cubriendo el déficit de los presupuestos a costa de estos

capítulos, están favoreciendo la progresiva reducción de los impuestos que beneficia a los

grupos con más recursos de la población, facilitando la introducción del sector privado.

Lo que más se desatiende, algo que no aparece ni siquiera en los documentos, es la

precariedad que viven las trabajadoras. Precariedad o precarización que, como he

explicado, se concreta en distintas desigualdades de clase, género, extranjería, raza,

edad… La aparente flexibilidad que hoy domina el imaginario se revela, cuando se tocan

algunos huesos duros, en flexibilidad para unos y rigidez para otras. El precio social y

económico de permanecer en el propio entorno acaba siendo demasiado alto. Ahí es donde

han tratado de actuar algunas asociaciones, colectivos de trabajadoras y sindicatos

exigiendo una mejora en las condiciones de trabajo. La intervención en el mercado informal

con criterios propios, autodeterminados y de justicia social es un terreno que podría ser

muy potente como muestra la experiencia de las empleadas de hogar en Nazaret, recogida

por Cano y Sánchez Velasco (2002). De algún modo, algunas ya lo están haciendo, pero

sin que esta actuación forme parte de un debate público desde el que construir una

posición de fuerza para las cuidadoras particulares autóctonas, y cada vez, más migrantes.

Sin embargo, la propia dependencia de las asociaciones con respecto a las

administraciones, así como de otras entidades de economía social, limita de forma notable

la construcción de organizaciones verdaderamente autónomas.

Y esto enlaza con otro aspecto deficitario aunque muy proclamado como valor social en

alza: el de la participación. Tal y como hemos visto, las formas y sujetos, todos, que

participan o deberían participar en las relaciones de cuidado no han entrado en pie de

igualdad en la definición de las políticas públicas. Dejando a un lado las declaraciones, nos

encontramos con carencias en lo referente al debate y al diseño de medidas, pero

fundamentalmente, a la capacidad de intervención real. Ahí sigue existiendo una fuerte

173 «Es tracta, per tant, d’anar cap a un sistema ‘per tothom’ qui tingui una determinada necessitat, amb independència de la seva situació econòmica I del caràcter gratuit de la prestació. L’Administració pública hauria de garantir una oferta suficient I de qualitat per cobrir la necessitat, si

barrera que está justificada, aunque no se quiera reconocer abiertamente, por las

asimetrías y las diferencias. Tampoco vamos a engañarnos, eso que de un modo vago se

llama «sociedad civil» está, así mismo, atravesado por distintos valores, culturas y formas

de hacer, que en la actualidad, se presentan en un estado de enorme fragmentación. El

debilitamiento del eje comunitario, de las redes ciudadanas, ha sido parte de un proceso de

desarticulación que no sólo ha afectado a las organizaciones de la ciudadanía laboral, sino

que ha tocado al conjunto de los movimientos sociales. Recomponer esta politización de la

ciudadanía, eso sí, bajo otras premisas, es una tarea que sólo se podrá realizar desde la

propia autonomía de las comunidades, no sólo generadas en torno al trabajo sino a muchos

otros espacios y tiempos de la vida social. Hoy esto se hace fomentando la subalternidad,

mayoritariamente para extraer la sabiduría y creatividad en forma de plusvalías que, a

pesar de las dificultades de éstos grupos y mujeres, son capaces de generar en el día a

día.

Cuando se va más allá de las actuales concepciones, el panorama que se vislumbra es

mucho más basto y la ciudadanía se convierte en algo más que un estatus jurídico para

regular la inclusión y la expulsión. Es, por ende, una práctica; la práctica «de lo que hay» y

«lo que podría haber». Los derechos, en esta perspectiva, no son lugares de llegada, no

son estáticos, estatus jurídico, sino tensión creativa y ética. «Más derechos…» en un

devenir de politización común y singularizada, que es una condición para la vida sostenible

y plena. Como sugiere Precarias (2006),

No hay un contenido concreto ético, político o económico que se derive

necesariamente de esta vulnerabilidad y de esta capacidad de actuación y

creatividad colectiva, sólo la propia necesidad de contar con otras para hacer viable

una vida vivible. Ésta es precisamente la condición de posibilidad de la propuesta

ética y política que traemos con la cuidadanía: el reconocimiento de que la vida es

vida común, vida política con otros y, por lo tanto, abierta a la potencia de nuestra

existencia con las demás. De este modo, entendemos el cuidado, más allá de las

prácticas concretas que permiten una vida sostenible en un contexto determinado,

sobre todo como la atención y el reconocimiento de que la vida vivible está por

construir en la interacción con otros, que la vida se dirime en la vida misma y que

no puede procurarse fuera de la vida (en los mercados). Por eso, la cuidadanía no

distingue entre lo privado y lo público: si lo personal es político es porque lo político

se ha hecho también (vida) personal. La vida como vida sostenible es hoy en día

un campo de lucha, resistencia y transformación en la medida en que el capital

trata de gobernar no ya sólo la vida pública (empleo, consumo, ocio,...), sino la

bé pot ser, d’acord amb la renda disponible, una fórmula de copagament» (pág. 90).

propia vida «privada» que está siendo colonizada mediante la ampliación de las

prácticas y espacios monetarizados. Si la distinción público/ privado debe ser

subvertida es, entre otras razones, porque las relaciones de poder atraviesan por

igual los dos ámbitos. (…)Si la ciudadanía está sostenida en el contrato sexual

como dispositivo heteronormativo, la cuidadanía subvierte este último mediante la

proliferación de cuerpos, prácticas y deseos para la producción de otras formas de

vida.

Si miramos con atención, en esas prácticas plurales encontramos expresiones de ámbitos

socializados y públicos del cuidado, no todos ellos asalariados claro. Algunos cuentan con

una larga tradición de resistencia; persisten en la sostenibilidad de la vida. Junto a ellos

aparecen otros más novedosos. Entre los primeros, cabe destacar las redes siempre

operativas de mujeres en la familia y el vecindario, y las experiencias inéditas que nos

recuerdan a «la buena vecina» de Lessing. Entre los segundos, las iniciativas, que ya nos

han comentado algunas compañeras, de organizar estructuras de cuidado para la vejez,

algo que como sugiere Grau, «nos van a permitir imaginar cómo queremos ser cuidados y a

pensar que lo público facilite o subvencione las asociaciones o agrupaciones que busquen

la forma de organizarse para pasar la vejez».

Leyendo las entrevistas con esta mirada crítica descubrimos o, más bien intuimos, la

emergencia de esos espacios híbridos: que conectan la calle con la casa construyendo

verdaderos hogares públicos; que generan intercambios de alojamiento y apoyo; que se

agregan en la exigencia de una redefinición del cuidado en centros públicos más

personalizados; que articulan la creación de nuevos espacios y comunidades de cuidado174,

que introducen la cuidadanía –una invitación, una provocación– en espacios en principio

ajenos a dichas prácticas; que exigen la conexión entre recursos definidos con criterios

democráticos; que atienden a las relaciones interdomésticas; que crean y vinculan servicios

compartidos; que cuestionan de las actuales relaciones entre ocio y cuidado o vida política

y cuidado; que desarrollan centros de día pero no sólo para pasar el tiempo sino para

ejercitar proyectos que trabajen sobre la materia prima que es la vida175; que implantan

agencias desprecarizadoras; que facilitan los modelos de habitación compartida,

intercambiada y las estancias temporales; que ponen el entorno por encima de la

especulación; que plantan conflictos locales y globales en los ámbitos de la atención como

mecanismo de definición colectiva de lo que queremos; que promuevan «huelgas de

cuidado» como momentos interpelativos y de cuestionamiento… Pero esto, la exploración

de los lugares y tiempos novedosos para el cuidado socializado, que todas intuimos y

174 Esto comienza a verse en otros países europeos donde los amigos se juntan y buscan un lugar y una red de apoyos para envejecer. Algunos de estos proyectos, en Francia, Alemania, Holanda, etc. deberían ser tomados como un ejemplo para reflexionar sobre las alternativas autogestionadas.

deseamos con fuerza, habrá de ser el motivo de otra exploración.

175 Los proyectos de memoria e historia oral con mayores son muy positivos en este sentido.

GLOSARIO DE TÉRMINOS UTILIZADOS EN ENTREVISTAS:

CPI: Cuidadoras Particulares Inmigrantes

TFI: Trabajadoras Familiares Inmigrantes

CEI: Cuidadoras Eventuales Inmigrantes

TFA: Trabajadoras Familiares Autóctonas

CF: Cuidadoras Familiares

PAC: Personas Ancianas Cuidadas

TAA: Técnicas de Atención de la Administración

TMAC: Técnicas y Mediadoras en Atención y Cuidados

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