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Sucesión arquiepiscopal en el arzobispado de México en 1908 Francisco Javier Meyer Cosío El Colegio de Michoacán El lunes 30 de marzo de 1908 tuvo lugar en la ciudad de México un suceso que interesó a casi todos sus habitantes: el señor Próspero María Alarcón Sánchez de la Barquera, arzobispo de la arquidiócesis de México, había fallecido en su palacio arquiepiscopal.1 Llevaba más de cuarenta días enfermo y desde mediados de mes se sabía que su enfermedad era seguramente mortal. Próspero María Alarcón fue el arzobispo de la reconciliación con el gobierno mexicano después de la reforma; su gestión pastoral, de 1891 a 1908, se ubicó en años prósperos del porfirismo, y su identificación con el gobierno permitió que varios personajes de la cúpula política porfirista asistieran a su toma de posesión como arzobispo de México en calidad de padrinos. Cuando el presidente Díaz fue víctima de un atentado en 1897, Alarcón celebró un Te Deum en acción de gracias porque Díaz había salido ileso de la agresión.2 Esta cercanía entre el gobierno y la iglesia católica en México llegó a tanto, que el secretario personal de Alarcón, el señor Luis Aguilar, también era diputado federal.3 Numerosos personajes importantes del porfirismo habían visitado ál enfermo en su lecho para informarse de su salud y desearle pronta mejoría: Ramón Corral, Carmen Romero Rubio de Díaz, José Yves Limantour, Ignacio Mariscal, Guillermo de Landa y Escandón, Félix Díaz, por nombrar solamente algunos de los más notables. Las instancias de poder que eran el gobierno y la Iglesia,

Sucesión arquiepiscopal en el arzobispado de México en 1908 · Próspero María Alarcón fue el arzobispo de la reconciliación con el gobierno mexicano después de la reforma;

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Sucesión arquiepiscopal en el arzobispado de México en 1908

Francisco Javier Meyer Cosío El Colegio de Michoacán

El lunes 30 de marzo de 1908 tuvo lugar en la ciudad de México un suceso que interesó a casi todos sus habitantes: el señor Próspero María Alarcón Sánchez de la Barquera, arzobispo de la arquidiócesis de México, había fallecido en su palacio arquiepiscopal.1 Llevaba más de cuarenta días enfermo y desde mediados de mes se sabía que su enfermedad era seguramente mortal.

Próspero María Alarcón fue el arzobispo de la reconciliación con el gobierno mexicano después de la reforma; su gestión pastoral, de 1891 a 1908, se ubicó en años prósperos del porfirismo, y su identificación con el gobierno permitió que varios personajes de la cúpula política porfirista asistieran a su toma de posesión como arzobispo de México en calidad de padrinos. Cuando el presidente Díaz fue víctima de un atentado en 1897, Alarcón celebró un Te Deum en acción de gracias porque Díaz había salido ileso de la agresión.2 Esta cercanía entre el gobierno y la iglesia católica en México llegó a tanto, que el secretario personal de Alarcón, el señor Luis Aguilar, también era diputado federal.3 Numerosos personajes importantes del porfirismo habían visitado ál enfermo en su lecho para informarse de su salud y desearle pronta mejoría: Ramón Corral, Carmen Romero Rubio de Díaz, José Yves Limantour, Ignacio Mariscal, Guillermo de Landa y Escandón, Félix Díaz, por nombrar solamente algunos de los más notables. Las instancias de poder que eran el gobierno y la Iglesia,

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guardaban bastante cercanía en 1908, y el porfirismo iba a intentar conservar este estado de cosas.

En ese marzo de 1908 se dio a conocer en México la entrevista Díaz-Creelman que tantas expectativas políticas despertó, y la economía porfirista comenzó a mostrar serias fisuras estructurales que en ese tiempo se tomaron por coyunturales: comenzó con mayor intensidad la crisis final del porfirismo.4 La economía guardó bastante contraste con la política, la sociedad y la cultura de ese tiempo, que gozaron de una estabilidad bastante grande: la gran huelga textil de 1906-1907 no tuvo secuelas inmediatas y la guerra contra la nación yaqui continuaba localizada; sin embargo, en esta ocasión la crisis económica, con el tiempo, iba a vulnerar al sistema porfirista.

En este contexto, a la muerte del arzobispo Alarcón se dio un fenómeno muy interesante objeto principal de este escrito: la problemática de su sucesión arquiepiscopal. La prensa gobiernista intentó que el clero mexicano tuviera injerencia ante el Vaticano sobre la designación del sucesor del arzobispo Alarcón. Apeló para este propósito desde el rumor como recurso creador de acciones dirigidas, hasta la alusión nacionalista; pasando por la convenien­cia política, financiera y hasta la hombría.5 Dentro del rumor se mencionaron como posibles sucesores de Alarcón al arzobispo de Michoacán Atenógenes Silva, al arzobispo de Puebla, Ramón Ibarra; al arzobispo de Linares (Nuevo León), Leopoldo Ruiz; a un canónigo de la catedral de México, el señor Antonio J. Paredes, y al presbítero Joaquín Araoz.6Otro recurso del gobierno fue el de enviar comunicaciones secretas a su representante en Italia, el señor Gonzalo A. Esteva, con el propósito de influir indirectamen­te en la sucesión episcopal mexicana.7 En documentos en clave, el presidente Díaz le indicaba al señor Esteva que:

Sería conveniente nombramiento de obispo de Y ucatán Martín Trischler(sic) para sustituir arzobispo Alarcón pero repito que sin mencionar­me á mi ni á Gobierno sino solo por influencia personal de Ud.8

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No he podido averiguar el porqué el porfirismo deseaba que Martín Tritschler fuera el sucesor de Próspero Alarcón: los docu­mentos de Porfirio Díaz no lo aclaran, la biografía pública de Tritschler no muestra nada sobresaliente respecto a los demás miembros de la jerarquía eclesiástica y, por mi parte, no he tenido acceso a los archivos eclesiásticos.9 A manera de hipótesis de trabajo conjeturo que la interacción de edad, ideología política y posición financiera de Tritschler fueron las razones por las cuales el gobierno porfirista deseaba verlo en la silla arzobispal de Méxi­co. Tritschler era el más joven de los arzobispos cuando murió Alarcón, así que en caso de salir electo era muy probable que su permanencia en la silla arzobispal fuera larga. A pesar de haber sido nombrado obispo de Yucatán por León XIII (el papa de la Rerum Novarum),l0se preocupaba en 1908 por la liturgia más que por cuestiones de organización de seglares o presentar una alter­nativa católica al gobierno de México; tampoco sería muy extraño que algún grupo de oligarcas lo apoyara en sus aspiraciones arquiepiscopales. Sin embargo, con excepción de la edad, las características de Tritschler se repetían en otros miembros del episcopado mexicano: su poco apego al catolicismo social, su carencia de aspiraciones gubernamentales y el apoyo de oligar­quías locales. Lo que queda claro es que el gobierno no deseaba que algún simpatizante de la Rerum Novarum ocupara la silla arzobispal mexicana. Mientras el señor Esteva realizaba intrigas palaciegas por órdenes de Porfirio Díaz dentro del Vaticano en favor de Martín Tritschler, en México la prensa oficialista continuaba ocu­pándose empeñosamente de la sucesión arquiepiscopal. El poco tacto de los editorialistas de El Imparcial iba a desatar una acre polémica entre periódicos gobiernistas y eclesiásticos: desde antes de la muerte del arzobispo Alarcón El Imparcial ya se ocupaba de su sucesor, mencionando cuáles deberían ser sus características:

La Iglesia Mexicana necesita tener al frente, antes que á un sabio, á un santo ó á un candidato popular, á aquella persona que sea hábil para mantener cuerda y sagazmente los muchos y variados intereses pecuniarios de la Iglesia.11

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El Imparcial añadió que, en cuanto se había sabido la gravedad del arzobispo Alarcón, un personaje llamado Ángel Vivanco Esteva había sido enviado al Vaticano con cincuenta mil francos como regalo al papa Pío X. Dentro de las diversas explicaciones que se dieron de este asunto, el diario solamente mencionó un nombre propio: el de Atenógenes Silva, arzobispo de Michoacán, quien según el diario enviaba ese dinero como regalo especial al papa. El presentar a la iglesia católica en México como una institución primordialmente financiera, corrupta y electorera, provocó reac­ción entre los católicos mexicanos, quienes se apresuraron a res­ponder al gobierno que la sucesión episcopal era competencia exclusiva del papa, y que ningún prelado iba a buscar posiciones, menos aún mientras que el arzobispo Alarcón viviera.

Otra aclaración importante consistió en que la jerarquía mexi­cana nunca iba a incurrir en el delito de simonía, es decir, a supeditar asuntos espirituales a intereses financieros.12 Antes de la muerte del arzobispo Alarcón las posiciones estaban delineadas: por una parte, los católicos sostenían que su credo no era campo de política, sino de virtudes cristianas católicas romanas; y por la otra, el gobierno, quien abordó el proceso como una sucesión de cúpula política instando al clero mexicano a adquirir algunas característi­cas de iglesia mexicana; es decir, sugiriéndole que condicionara la intervención del Vaticano en asuntos de la jerarquía católica de México, a la vez que intentaba determinar indirectamente la elección del arzobispo.

Tanto desde el punto de vista material como desde el espiritual, la arquidiócesis de México era una entidad rica y abundante en posibilidades. De ella se habían derivado las diócesis de Linares, N.L. (1777); San Luis Potosí, S.L.P. (1854); Chilapa, Gro. (1863); Tulancingo, Hgo. (1863); Querétaro, Qro. (1863); y Cuernavaca, Mor. (1891).13 La arquidiócesis de México se componía de nueve foranías, a saber: Huichapan, Hgo.; Pachuca, Hgo.; Jilotepec, Méx.; Almoloya, Méx.; Tejupilco, Méx.; Tenancingo, Méx.; Tenango, Mex; y Amecameca, Mex. Su núcleo metropolitano se

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dividía en siete cordilleras. En un mapa político abarcaría la mayor parte del estado de Hidalgo y la totalidad del estado de México y el Distrito Federal. En total, he calculado que el arzobispado tenía en 1908 poco menos de dos millones noventa y siete mil habitantes,14 lo cual significaba el catorce por ciento de todos los mexicanos. Inscrita en el México demográficamente denso, esta arquidiócesis tenía dentro de su jurisdicción a la muy poblada ciudad capital con casi cuatrocientos cuarenta y tres mil habitantes; a Pachuca con prácticamente treinta y nueve mil moradores, y a Toluca, a la que muy pocos faltaban para que pudiera contar con treinta mil. Estas tres grandes ciudades congregaban a casi el veinticinco por ciento de los habitantes del arzobispado de México, dando así una presen­cia plenamente urbana, bastante mayor, uno de cuatro, que la habida en el resto del país. El arzobispado más poblado de la República Mexicana compartía sus fronteras con el asiento del fuerte gobierno federal. Su relevancia económica, política, social y cultural era enorme.15

Interinamente, después de una confusión, el cabildo eclesiásti­co metropolitano nombró a principios de abril de 1908 al canónigo Antonio J. Paredes como vicario capitular que llevaría casi todos los asuntos de competencia del arzobispo mientras que la sede quedara vacante.16 Ante la insistencia de la prensa oficialista de que la iglesia católica en México tomara cartas en el asunto con autonomía respecto al Vaticano, los católicos respondieron que eso constituiría una forma de apostasía en la que no iban a incurrir. Desde esta fecha el canónigo Antonio Paredes iba a ser el candi­dato de la prensa oficialista para suceder al arzobispo Alarcón.Desde abril hasta diciembre de 1908 se desató con fuerza la lucha por la sucesión episcopal que nos ocupa.

Los católicos a través de su prensa El Tiempo y El País se ocupaban por negar que la designación del nuevo arzobispo de México tuviera algún paralelismo en procedimientos con una sucesión gubernamental. Al decir público de los católicos, por el contrario a lo acostumbrado en el gobierno, los posibles sucesores

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a la silla episcopal mexicana esperarían modesta y mansamente a que el Sumo Pontífice designara sin ninguna presión mundana al nuevo arzobispo de México, siguiendo únicamente la inspiración divina y oyendo informes y consejos de su Secretario de Estado.17

Sin bien es cierto que la sucesión del arzobispo Alarcón no se solucionó con la agresividad común en el medio gubernamental cuando había sucesiones, también hay un alto grado de veracidad en que no se trató de un proceso modesto, manso y de pasividad en los actores. Varios de ellos mandaron representantes al Vaticano con el propósito de inducir su candidatura al arzobispado de México. Más importante que las aspiraciones personales fue el proceso dado dentro del clero mexicano, en el que había dos grandes corrientes de pensamiento que no llegaban al conflicto, pero que sí estaban diferenciadas sobre la posición de la Iglesia ante las “cosas nuevas” traídas por la modernidad. Una sección del clero mexicano de la que Alarcón había sido parte -y muy posible­mente también Tritschler en 1908-, sostenía que el clero no debería inmiscuirse mucho en las cuestiones materiales de su feligresía, sino dedicarse a cuidar con preferencia los asuntos espirituales y litúrgicos y conservar buenas relaciones con el go­bierno dejándole los asuntos materiales de las mayorías. En cam­bio, otra parte creía su deber intervenir en la organización de su feligresía ante los problemas materiales planteados por la moder­nidad decimonónica. A esta corriente se le conoce como el catoli­cismo social, la democracia social católica, la Iglesia de la Rerum Novarum.18

Católicos liberales y católicos sociales, sin llegar al enfrentamiento radical, diferían en su apreciación sobre la situa­ción mexicana en general y las medidas que se deberían tomar ante ella. Los católicos liberales se entendían mejor con el gobierno, también liberal, mediante la acción estática, y ambos formaban buena parte del estado mexicano porfirista, tenían definidas y cohesionadas sus esferas de acción en cuanto a la dirigencia y dominio de la sociedad.19 Los católicos sociales sostenían que

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deberían llevar a cabo una acción dinámica ante las cosas nuevas: el clero debía organizarse y organizar a los seglares en uniones de campesinos y obreros que no consideraran al capital como su antagónico, pero que sí ofrecieran alternativas a la miseria e injusticia materiales para dar fundamento a la espiritualidad.20 Aquí viene otro aspecto de mi hipótesis de trabajo con respecto al por qué el porfirismo eligió a Martín Tritschler como su candidato para suceder al arzobispo Alarcón: considero como lo más proba­ble que Tritschler fuera en 1908 un católico liberal, situación que iba a cambiar después de la revolución cuando tomó parte de la línea intransigente con el gobierno. Entre la cúpula clerical de los católicos sociales del porfirismo se encontraban Francisco Orozco Jiménez, Emeterio Valverde y Téllez y José Mora del Río.21

El diplomático al servicio del gobierno mexicano, Gonzalo A. Esteva, informó al presidente Díaz el 8 de abril de 1908 que poseía contactos poderosos en el Vaticano: al arzobispo de Spoleto señor Serafini y al señor Semper; añadiendo que el arzobispo Tritschler era bien visto en la Santa Sede, pero que el papa era quien tenía la última palabra al respecto de las designaciones episcopales y su criterio no siempre estaba claro para el señor Esteva,22 quien comentó al presidente Díaz que entre los posibles sucesores de Próspero Alarcón estaban los arzobispos Leopoldo Ruizde Linares, José de Jesús Ortiz de Guadalajara y Ramón Ibarra de Puebla, además de los obispos Francisco Planearte de Cuernavaca, José Mora del Río de León, y por supuesto el arzobispo Martín Tritschler. En este documento se menciona por primera vez al obispo Mora del Río como posible sucesor del arzobispo Alarcón.

A mediados de mayo G. A. Esteva escribió al presidente Díaz que los trabajos a favor de la elección de Martín Tritschler como arzobispo de México iban bien,23 comunicándole además sobre la mala impresión que se llevó el papa Pío X, cuando --después de haberle enviado una carta en donde le notificaba su ascenso al trono de san Pedro-, el presidente Díaz no respondió ni siquiera con un acuse de recibo. Esteva subrayó que era el jubileo del papa

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y que todos los jefes de Estado habían felicitado al Sumo Pontífice por esa razón. Sin embargo Díaz no tomó en cuenta la sutil sugerencia de su representante secreto, pues no envió ninguna felicitación a Pío X.

A mediados de junio de 1908 las negociaciones secretas del gobierno por lograr que Martín Tritschler fuera arzobispo de México iban tan mal, que el presidente Díaz agradeció a Gonzalo A. Esteva sus esfuerzos por cumplir con la misión,My añadió que en último análisis la sucesión episcopal era asunto más del clero que del gobierno. Díaz quería un elemento más de garantía de paz con Martín Tritschler como arzobispo de México, pero no estaba dispuesto a ocuparse demasiado en el asunto. Resulta muy proba­ble que creyera que si el arzobispado en cuestión caía en manos de un cristianismo social podía ser fuente potencial de conflicto con el gobierno o con algún segmento de la sociedad mexicana; pero, al mismo tiempo, consideraba esa posibilidad remota pues no le otorgó prioridad al asunto.

En la tercera semana de junio de 1908, el señor Esteva comu­nicó al presidente Díaz el estancamiento de sus negociaciones a favor de Tritschler, y comentó, restándole aparentemente impor­tancia pero dedicándole en realidad mucha atención,25 la presencia y actividades de Angel Vivanco en el Vaticano en favor del obispo José Mora del Río. Esteva afirmó al presidente que Vivanco fue mal recibido en todas las instancias que visitó, y que fincaba el prestigio de su representado en el desprestigio de los demás arzobispos y obispos, especialmente en los casos de Ruiz de Linares y de Tritschler de Yucatán. Esteva añadió que la táctica seguida por Vivanco era la peor posible en la diplomacia vaticana. Pocos días después, el señor Esteva, más preocupado pero todavía triunfalista con respecto al asunto Tritschler, comunicó al presi­dente Díaz que Vivanco se había presentado con una suma de dinero como óbolo al sucesor de san Pedro y que junto con el alto personaje eclesiástico Angelini, quien había estado en México26 realizando una visita como enviado del papa en 1895, estuvieron

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promoviendo a Mora del Río como sucesor del arzobispo Alarcón. El agente no oficial del gobierno mexicano en el Vaticano añadió que Vivanco y Angelini habían aseverado, en la capital del catoli­cismo, que Mora del Río tenía el visto bueno del gobierno mexica­no para suceder al arzobispo Alarcón. Esteva afirmó al presidente Díaz que Mora del Río era un buen hombre, pero inferior en todos los aspectos a Martín Tritschler.27

En la prensa periódica mexicana el asunto de la sucesión episcopal de la arquidiócesis de México había perdido mucho interés. Ocasionalmente El Imparcial exhortaba de manera indi­recta al clero a imponerle condiciones al Vaticano con respecto a la designación del nuevo arzobispo de México,2® pero esta aspira­ción gubernamental de dar pasos hacia la iglesia mexicana se topó siempre con la firme posición católica al respecto: el asunto de las investiduras era exclusivamente del papa y no estaba, ni con mucho, dentro del panorama del catolicismo mexicano entrar en un cisma.29 En el debate de las iglesias nacionales, la postura constante de los católicos mexicanos fue: “Religión y Patria”.

Durante la tercera semana de agosto, el ministro Gonzalo A. Esteva manifestó al presidente Díaz que los arzobispos Eulogio Gillow y Atenógenes Silva, al igual que el obispo Montes de Oca, estaban vetados por el Vaticano para ocupar el arzobispado de México.30 Esteva añadió que la elección arzobispal estaba llevando más tiempo del común por la cantidad de intrigas llevadas a cabo por los arzobispos y obispos mexicanos aspirantes al puesto. A finales de agosto el mismo funcionario confirmó que el obispo Tritschler era quien más posibilidades tenía de ocupar la silla arzobispal de México, pero añadió que se esperaba en el Vaticano un informe reservado del delegado apostólico en México, señor Ridolfi, para decidir sobre el asunto.31 Porfirio Díaz se dio por enterado de la comunicación de Esteva. No se encontró más documentación en la Colección Porfirio Díaz sobre el asunto de la sucesión episcopal.

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A principios de noviembre de 1908, la prensa oficialista anunció implícitamente su derrota en el propósito de que la jerarquía mexicana designara al sucesor del señor Alarcón cuando escribió:

Nada puedo decir respecto á quién será designado, pues en este puntoestoy seguro que nadie lo sabe en México.32

Para sorpresa de la mayoría de los mexicanos, especialmente para el gobierno, el 1 de diciembre de 1908 se anunció que el papa Pío X había expedido el nombramiento de arzobispo de la arquidiócesis de México al ilustrísimo doctor don José Mora y del Río, quien hasta entonces era obispo de León.33 El medio católico, y especialmente los altos personajes de la jerarquía eclesiástica en la arquidiócesis de México, sin dejar de lado al vicario capitular Antonio Paredes, se apresuraron a acatar la disposición papal y a felicitar al nuevo arzobispo demostrando su total adhesión al Vaticano. Sin ocultar su asombro, la prensa oficialista subrayó que el nombre de Mora del Río nunca había figurado en la lista de los posibles sucesores del arzobispo Alarcón, pero afirmó que el papa había tomado una muy buena decisión al escogerlo como arzobispo de México.

El gobierno acató con prontitud la decisión del papa Pío X y dio pasos firmes para un buen entendimiento con el recién nombrado arzobispo. Debido a una enfermedad molesta pero no grave, José Mora del Río no pudo tomar posesión inmediata de su arquidiócesis. No fue sino hasta mediados de febrero de 1909 cuando llegó a la ciudad de México para ocupar el puesto que le encomendara el papa. Una multitud aclamó al nuevo arzobispo en la estación del ferrocarril y, aunque no hubo nada oficial en la recepción, el gobierno toleró que la comitiva circulara con insignias católicas por las calles de la ciudad de México.

El Imparcial informó a sus lectores los siguiente:

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No recuerda el réporter cómo ni en qué momento, la conversación [entre el reportero y el arzobispo Mora del Río] se encauzó hacia la personalidad del Señor Presidente de la República.

Con la misma humildad, el señor Arzobispo expresó su admiración por el Primer Magistrado de la Nación. Habló con voz apagada y de murmullos, de la gran labor del señor General Díaz, en breves palabras, sin querer extenderse, juzgando su opinión sin importancia.34

Considero que las probabilidades de que estas declaraciones sean falsas son muy altas tomando en cuenta la personalidad y posición política de Mora del Río, pero también creo muy signifi­cativo el hecho de que el nuevo arzobispo no desmintiera pública­mente lo asentado por El Imparcial.

Recapitulando, la muerte del arzobispo Alarcón fue aprove­chada por el gobierno para sugerir una vez más a la iglesia católica en México que buscara su independencia del Vaticano o, al menos, que condicionara la dependencia. Los católicos, hábiles y experi­mentados políticos, hicieron caso omiso de la propuesta guberna­mental, situación que fue aceptada por el gobierno sin mayor conflicto.

Está claro que la iglesia católica en México tenía en su seno a dos corrientes principales de pensamiento, aunque estos puntos de vista no eran excluyentes de la unidad, pues su antagonismo no era, ni con mucho, radical. Unos eran los católicos liberales que se preocupaban por la liturgia y por la espiritualidad, dejando a la libertad individual que solucionara los problemas económicos y sociales planteados por la modernidad decimonónica. Otros eran los católicos sociales, quienes además del culto y los preceptos dogmáticos del catolicismo, sostenían que era obligación de los católicos seguir una posición general ante la vida emanada de la encíclica Rerum Novarum que demandaba de los católicos medidas para atenuar las abismales diferencias económico-sociales hereda­das del siglo XIX.

El gobierno porfirista tenía muy claro que la iglesia católica era una instancia más del Estado, sistema de organización socio-

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política basado en la hegemonía de una clase o grupo de clase sobre las otras, y, que entre más coherentes fueran las instancias de Estado denominadas gobierno e Iglesia, mejor iban a llevar a cabo su labor organizativa para la hegemonía. Por ello sostengo la hipótesis de que el porfirismo prefería a un arzobispo pertenecien­te al catolicismo liberal, pero no consideraba prioritario tenerlo. Así que cuando la Iglesia prefirió designar a un miembro del catolicismo social, el gobierno se apresuró a llegar aun acuerdo con él y no a combatirlo. Ambas posiciones al paso del tiempo, con el advenimiento de la revolución, de la constitución de 1917 y del movimiento cristero 1926-1929, iban a demostrar tener razón en sus proyecciones. Porfirio Díaz afirmaba que un arzobispo del catolicismo liberal era un elemento añadido de paz. Cuando llegó el tiempo de conflicto con el gobierno revolucionario, Mora del Río, consciente de su fortaleza basada en la legitimidad social de su posición, se enfrentó al gobierno. Por otra parte, la iglesia católica en México sobrevivió ilesa y hasta fortalecida con un partido católico a la caída del porfirismo, debido a la independencia que guardó con respecto al gobierno. Aquí se nos muestra pues, a la historia llena de posibilidades fácticas, imposible de reducir en determinismos, pero inserta en un cosmos que conserva una orientación amplia al mismo tiempo que inequívoca en el aconte­cer de los sucesos.

NOTAS

1. El Imparcial, mar. 311908; El País, mar. 31 1908.2. González Navarro, Moisés, “La vida social”, en Historia moderna de México. El

porfiriato, México, Hermes, 1973, p. 481.3. El Imparcial, mar. 20 1908.4. Hart, John Masón, El México revolucionario, México, Alianza, 1990, pp. 234-263.5. El Imparcial, mar.-jun. 1908.6. Idem., mar. 21 1908.7. Documentos facilitados por la investigadora Ma. Dolores Ramírez Villegas. Los

originales están localizados en la Colección Porfirio Díaz (en adelante CPD). Mar.-sep. 1908, folios 3797-12774.

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8. CPD, abr. 08 1908, folio 5207.9. Bravo Ugarte, José, Diócesis y obispos de la Iglesia Mexicana. 1519-1939. Con un

apéndice de los Papas (desde Alejandro VI), y de los Gobernantes de México, México, Buena Prensa, 1941; Torres, Mariano de Jesús, Diccionario histórico, biográfico, geográfico, estadístico, zoológico, botánico y mineralógico de Michoacán, Morelia, Imprenta particular del autor, 1905-1912-1915, 3 tomos; Alvarez, José Rogelio, Enciclopedia de México, México, Secretaría de Educación Pública, 1987; CPD, mar. 30 1908, folio 3797 “Episcopado mexicano actual”.

10. Márquez, Gabino, Las encíclicas < <RerumNovarum > >, < < QuadragesimoAnno > >, < <Divini Redemptoris > > contra el comunismo, < <Divini Illius Magistri> > sóbrela educación cristiana, < <CastiConnubii> > sobre el matrimonio y < <Quas Primas > > sobre la realeza de Jesucristo. A l alcance de todos, 4a. ed., Madrid, Apostolado de la Prensa, SA., 1949.

11. El Imparcial, mar. 21 1908.12. El País, mar. 24 1908.13. Bravo Ugarte, José, op. cit.., p. 21.14. México, SPP-INEGI, Estadísticas históricas de México, t. 1, México, INEGI,-INAH,

1985, pp. 9-24. La cifra resultante fue calculada por Francisco Meyer.15. Messamacher, Miguel, “Distrito Federal”, en: Zertuche Muñoz, Femando (dir.), El

territorio mexicano, t. IILos estados, México, Instituto Mexicano del Seguro Social, 1982; Garza, Gustavo (comp.), Atlas de la ciudad de México, México, Departamento del Distrito Federal- El Colegio de México, 1987; Basurto, J. Trinidad, El Arzobispado de México. Obra bibliográfica, geográfica y estadística, escrita con la presencia délos últimos datos referentes a laArquidiócesis, ilustrada con profusión de grabados y con dos cartas geográficas del Arzobispado, México, Talleres Tipográficos de El Tiempo, 1901; Basurto, J. Trinidad, Carta general del Arzobispado de México con la división de foráneas. Formada con los datos más recientes. Dedicada al clero mexicano, México, s.e., 1904.

16. El Imparcial, abr. 04 1908; El Tiempo, abr. 04 1908; El País, abr. 04 1908.17. El País, abr. 01 1908, abr. 05 1908; El Tiempo, abr. 01-05 1908.18. Adame Goddard, Jorge, Elpensamiento político y social de los católicos mexicanos1867-

1914, México, Universidad Nacional Autónoma de México, 1981, pp. 144-145.19. Cuevas, Mariano, Historia de la Iglesia en México, Tomo 5, El Paso, Texas, EUA,

Editorial Revista Católica, 1928, p. 409.20. Ceballos Ramírez, Manuel, La democracia cristiana en el México liberal: Un proyecto

alternativo. {1867-1929), México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1985, p. 9.

21. Ceballos Ramírez, Manuel, Rerum Novarum en México: cuarenta años entre la conciliación y la intransigencia. (1891-1931), México, Instituto Mexicano de Doctrina Social Cristiana, 1985, p. 10.

22. CPD, abr. 08 1908, folio 5208.23. CPD, may. 11 1908, folio 8148.

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24. CPD, jun. 12 1908, folio 8149.25. CPD, jun. 23 1908, folio 9697.26. Valadés, José C, El porfmsmo. Historia de un régimen. El crecimiento //, México,

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Archivo

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Martín Tritschler Córdoba después del movimiento cristero 1926-1929. Fotografía oficial con sus insignias de arzobispo y la ostentosa presencia de una imagen de Cristo Rey, símbolo del catolicismo políticamente militante.

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Apéndice Episcopado mexicano en 1908

Arzobispos

Nombre Sede Consagración

1. Próspero María AlarcónSánchez de la Barquera México Feb. 07 1892

2. Eulogio Gregorio GillowZavalza Oaxaca Jul. 31 1887

3. Ramón Ibarra González Puebla Ene. 05 18904. José de Jesús Ortiz Guadalajara Sep. 10 18935. Leopoldo Ruiz Flores Linares Dic. 27 19006. Atenógenes Silva Alvarez

Tostado Michoacán Oct. 07 18927. Martín Tritschler Córdova Yucatán Nov. 18 19008. José Antonio Zubiria Durango May. 12 1895

Obispos

9. José Guadalupe Alba Franco Zacatecas Feb. 26 189910. Rafael Amador Hernández Huajuapan Jun. 29 190311. Rafael Sabás Camacho Querétaro May. 24 188512 Francisco María Campos

Ángeles Chilapa Ene. 16 189813. José María Cázares Martínez Zamora Oct. 20 187814. Jesús María Echavarría

Aguirre Saltillo Feb. 12 190515. Juan de Jesús Herrera Pina Tulancingo Nov. 17 190716. Francisco de Paula Mendoza

Herrera Campeche Feb. 02 190517. Ignacio Montes de Oca

Obregón San Luis Potosí Mar. 12 1871

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18. José Mora del Río19. Francisco Orozco Jiménez20. Joaquín Arcadio Pagaza21. Nicolás Pérez Gavilán22. Ignacio Placencia Moreira23. Francisco Planearte

Navarrete24. José María de Jesús Portugal

Serratos25. Andrés Segura Domínguez26. Francisco Uranga Sáenz27. Ignacio Valdespino Díaz28. Amador Velasco Peña29. Vacante30. Vacante

León Mar. 19 1893Chiapas Ago. 15 1902Veracruz May. 01 1895Chihuahua May. 01 1902Tehuantepec Feb. 16 1908

Cuernavaca Feb. 10 1896

AguascalientesTepicSinaloaSonoraColimaTamaulipasTabasco

Die. 08 1888 Sep. 16 1906 Ago. 15 1903 Oct. 191902 Ago. 30 1903