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Tema 6. Ética fundamental: verdad y libertad Curso en línea "Catequesis básica para padres" Autor: Michel Esparza | Fuente: http://sontushijos.org Vuestras respuestas al tema 5 han sido muy acertadas. Las descripciones del Cielo eran deliciosas. Quizá la pregunta más difícil era la primera: cómo demostrar con la sola razón que existe vida tras la muerte del ser humano. No se trataba de dar ningún argumento procedente de la fe, sino únicamente argumentos meramente racionales. Por ejemplo, puesto que somos libres, si alguien me dice que no hay vida tras la muerte, defiende una postura absurda, puesto que me está convirtiendo en un animal o en un ordenador más o menos complicado a quien ni siquiera se le pueden dar las gracias por el bien que ha hecho... Cambiamos ahora de tercio comenzando a estudiar algunos aspectos de la ética. Este tema 6 es el más complicado, pues contiene muchos datos filosóficos. Aconsejo a quien no esté familiarizado con esos conceptos, que no se preocupe y que lo lea de modo más superficial. Todo menos atragantarse... Michel Esparza (sacerdote, autor del curso). Ética fundamental: verdad y libertad Estos son los dos puntos que quería tratar. Primero, que los seres humanos del mundo entero tienen la curiosa idea de que deberían comportarse de una cierta manera, y no pueden librarse de ella. Segundo, que de hecho no se comportan de esa manera. Conocen la ley de la naturaleza, y la infringen. Estos dos hechos son el fundamento de todas las ideas claras acerca de nosotros mismos y del universo en que vivimos(C. S. Lewis, Mero Cristianismo, Rialp, Madrid 1995, p. 26) 1) Introducción En una novela sueca, comenta un policía que se queja del aumento de la violencia: «Este país ha cambiado. Se ha cruzado una frontera invisible y, en consecuencia, generaciones enteras de jóvenes se arriesgan ahora a perder el norte, puesto que nadie les enseña a distinguir el bien del mal. De hecho, ya no existe ni lo bueno ni lo malo. Todos invocan sus propios intereses»1. En efecto, reflexionar sobre la moralidad de nuestras acciones tiene especial importancia en nuestros días. Vivimos inmersos en un mundo relativista que ha perdido de vista los puntos de referencia objetivos de la moral. En un

Tema 6. etica fundamental. verdad y libertad

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Tema 6. Ética fundamental: verdad y libertad

Curso en línea "Catequesis básica para padres"

Autor: Michel Esparza | Fuente: http://sontushijos.org

Vuestras respuestas al tema 5 han sido muy acertadas. Las

descripciones del Cielo eran deliciosas. Quizá la pregunta más difícil

era la primera: cómo demostrar con la sola razón que existe vida tras

la muerte del ser humano. No se trataba de dar ningún argumento procedente de la fe, sino únicamente argumentos meramente

racionales. Por ejemplo, puesto que somos libres, si alguien me dice

que no hay vida tras la muerte, defiende una postura absurda, puesto

que me está convirtiendo en un animal o en un ordenador más o menos complicado a quien ni siquiera se le pueden dar las gracias por

el bien que ha hecho...

Cambiamos ahora de tercio comenzando a estudiar algunos aspectos de la ética. Este tema 6 es el más complicado, pues contiene muchos

datos filosóficos. Aconsejo a quien no esté familiarizado con esos

conceptos, que no se preocupe y que lo lea de modo más superficial.

Todo menos atragantarse...

Michel Esparza (sacerdote, autor del curso).

Ética fundamental: verdad y libertad

Estos son los dos puntos que quería tratar.

Primero, que los seres humanos del mundo entero tienen la curiosa

idea de que deberían comportarse de una cierta manera, y no pueden

librarse de ella.

Segundo, que de hecho no se comportan de esa manera. Conocen la

ley de la naturaleza, y la infringen.

Estos dos hechos son el fundamento de todas las ideas claras acerca de nosotros mismos y del universo en que vivimos(C. S. Lewis, Mero

Cristianismo, Rialp, Madrid 1995, p. 26)

1) Introducción

En una novela sueca, comenta un policía que se queja del aumento

de la violencia: «Este país ha cambiado. Se ha cruzado una frontera

invisible y, en consecuencia, generaciones enteras de jóvenes se

arriesgan ahora a perder el norte, puesto que nadie les enseña a distinguir el bien del mal. De hecho, ya no existe ni lo bueno ni lo

malo. Todos invocan sus propios intereses»1. En efecto, reflexionar

sobre la moralidad de nuestras acciones tiene especial importancia en

nuestros días. Vivimos inmersos en un mundo relativista que ha perdido de vista los puntos de referencia objetivos de la moral. En un

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descanso durante una excursión por los Pirineos, debido a las

características acústicas del lugar, no pude dejar de oír una

conversación a cierta distancia entre un hombre y su hija de unos

cinco años. Resultaba muy molesto que aquel hombre intercalara continuamente diversas blasfemias en su conversación y difamase a

personas ausentes, sin percatarse del mal ejemplo que estaba dando

a su hija. En un momento dado, la hija -cansada ya de cantar y bailar

el A-se-re-je- dijo: «Aita, voy a ver si cojo algún renacuajo».

Entonces, su padre, inspirado por un súbito sentido moral y

pedagógico, le respondió: «No, hija mía, ni se te ocurra hacer daño a

los pobres animales; ¡ni tocar!». No le importaba ofender a Dios y a

sus semejantes pero, quizá influído por tras tantas tertulias en la radio o televisión políticamente correctas, lo poco claro que tenía era

que a los animales había que dejarles tranquilos.

Como afirma Benedicto XVI, «la gran enfermedad de nuestro tiempo

es su déficit de verdad. El éxito, el resultado, le ha quitado la primacía en todas partes» ;2. Por falta de puntos de referencia

objetivos y en nombre de una mal entendida tolerancia, predomina

hoy en día una Ética relativista. Que algo sea moralmente admisible o

reprobable depende de la opinión de la mayoría. Los valores éticos se

convierten en moneda de cambio entre partidos políticos. A veces, incluso, se defienden actos abominables -como, por ejemplo,

experimentos que conllevan la destrucción de vidas humanas-

alegando presuntas razones de tipo humanitario, cuando las

verdaderas razones subyacentes tienen que ver con intereses económicos. En esta situación, muchos confunden legalidad con

moralidad. Pero que una acción esté permitida por las leyes de un

país no significa necesariamente que esa acción sea moralmente

admisible.

Vale la pena hacer esta reflexión moral, porque nos será más fácil

decidirnos a hacer el bien si entendemos que vale la pena. Según la

Iglesia Católica, con la sola razón se puede demostrar la existencia de

un código ético universal. A lo largo de estas sesiones, reflexionaremos sobre el modo de discernir entre lo que en inglés

llaman right or wrong. En esta primera sesión, estudiaremos algunos

fundamentos de la Ética (Ética fundamental); veremos en concreto,

cómo conjugar lo objetivo (la verdad) con lo subjetivo (la libertad). En las otras sesiones, discurriremos sobre algunos aspectos concretos

del obrar moral ligados al matrimonio (Ética aplicada).

Dividiremos esta primera sesión en dos partes. En la primera,

ahondaremos en la existencia de una verdad moral objetiva (ley natural); intentaremos mostrar que lo que está bien o mal, desde el

punto de vista moral, no depende de la cultura o de acuerdos

democráticos pero arbitrarios, sino que tiene un fundamento objetivo

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válido para personas de toda época, raza y cultura. En la segunda

parte, veremos que la moralidad no tiene sólo que ver con elementos

objetivos (verdad y ley), sino también con aspectos subjetivos

(libertad y conciencia).

2) ¿Existe una verdad moral objetiva?

La fundamentación de la moral en la naturaleza humana

¿Cómo saber a priori lo que está bien y lo que está mal? Si la ley

moral fuera el producto de una convención política, no tendría fuerza para obligar en conciencia. Si no existe una moral objetiva, de modo

que cada uno es libre de seguir sus propias ideas al respecto ¿con

qué derecho podríamos afirmar que Hitler, Stalin o Milósevic se

comportaron de modo reprobable? Si nuestras ideas morales pueden ser más verdaderas, y las de los nazis menos verdaderas, debe de

haber una especie de Moral objetiva que está por encima de las

opiniones particulares: una ley de la naturaleza que, aunque no la

respetemos, mide nuestras acciones, una verdad moral con la que nuestras acciones se adecuan o no. Si, tras no pocos esfuerzos,

hemos abolido la esclavitud, no ha sido porque la mayoría haya

impuesto su opinión, sino porque estamos convencidos de que la

esclavitud fue, es y será siempre contraria a la verdad moral, es

decir, contraria a la dignidad humana y, por tanto, inhumana. Los abolicionistas no lucharon por imponer una mera opinión, sino que lo

hicieron convencidos de que la esclavitud era, es y será

esencialmente inhumana.

A lo largo de la historia, la ley natural ha sido la única tentativa que ha tenido éxito a la hora de fundamentar una moral válida para todos

los hombres de toda época, raza y cultura. Ha habido otros intentos -

como el de Kant o el de Scheler-, pero al no anclarse del todo en la

objetiva naturaleza de las cosas, no consiguieron fundamentar una moral universal. En la filosofía de los últimos siglos, se empezó

dudando de nuestra capacidad de conocer la realidad y se terminó

poniendo en duda la existencia misma de esas realidades, como la

naturaleza de las cosas, que no se perciben con los sentidos sino con

el intelecto. Pero esas realidades metaempíricas existen. Del mismo modo que, lo queramos o no, existe la ley de la gravitación universal,

existe también, en el ámbito moral, la ley natural. Cuando un

científico investiga la realidad física o el funcionamiento fisiológico del

cuerpo humano, sabe que hay una verdad que él intentará descubrir. Del mismo, al preguntarnos qué acciones humanas son buenas,

neutras o malas, no estamos ante algo arbitrario: sabemos que existe

una verdad por descubrir y que nuestras opiniones están

necesariamente medidas por esa verdad.

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La existencia de la ley natural es un hecho corroborado por la historia

de la humanidad. En efecto, observamos que los hombres de todas

las épocas han dado por sentado que existe un código ético por

encima de las opiniones individuales. Nadie duda los principios básicos de la moral, como la obligación de hacer el bien y de evitar el

mal, de no atentar contra el inocente, y de comportarse con los

demás como quisiéramos que ellos se comporten con nosotros

mismos. Ciertamente, encontramos discrepancias entre las diversas culturas en cuanto a otros preceptos morales menos evidentes, ya

sea por ignorancia o por falta de honestidad, pero de lo esencial

nadie duda. En los puntos esenciales, todos sabemos cómo

deberíamos comportarnos, aunque, a veces, no lo reconozcamos. Y en cuanto a preceptos menos elementales, si fuéramos

suficientemente inteligentes y honestos, llegaríamos a las mismas

conclusiones.

Un estudio antropológico de las diversas culturas confirmaría la

existencia de la ley natural. «Sé que algunos -afirma Lewis- dicen que

la idea de la ley de la naturaleza o del comportamiento decente

conocida por todos los hombres no se sostiene, dado que las

diferentes civilizaciones y épocas han tenido pautas morales diferentes. Pero eso no es verdad. Ha habido diferencias entre pautas

morales, pero éstas no han llegado a ser tantas que constituyan una

diferencia total. Si alguien toma el trabajo de comparar las

enseñanzas morales de, digamos, los antiguos egipcios, babilonios, hindúes, chinos, griegos o romanos, lo que realmente le llamará la

atención es lo parecidas que son entre sí y a las nuestras. [...]

Piénsese en un país en el que la gente fuese admirada por huir en la

batalla, o en el que un hombre se sintiera orgulloso de traicionar a toda la gente que ha sido más bondadosa con él. Lo mismo daría

imaginar un país en el que dos y dos sumaran cinco. Los hombres

han disentido en cuanto a sobre quiénes ha de recaer nuestra

generosidad -la propia familia, o los compatriotas o todo el mundo-.

Pero siempre han estado de acuerdo en que no debería ser uno el primero. El egoísmo nunca ha sido admirado. Los hombres han

disentido sobre si se deberían tener una o varias esposas. Pero

siempre han estado de acuerdo en que no se debe tomar a cualquier

mujer que se desee»3.

¿En qué consiste la ley natural? El nombre como tal se presta a

equívoco, puesto que natural no es lo contrario a artificial. La

naturaleza humana no es sólo biológica. No comer cuando se tiene

hambre, pudiéndolo hacer, es algo antinatural y, sin embargo, cuando se hace por una razón superior, constituye una acción

moralmente meritoria. Más que antinatural habría que decir que una

mala acción es inhumana. La naturaleza humana no es sólo animal,

sino también espiritual. Cada uno, según su comportamiento, se

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animaliza o se espiritualiza. Hacerse más espiritual conlleva poner las

pasiones al servicio de algo superior.

Conviene también recordar que el término naturaleza no significa

algo estático, sino dinámico. Se trata de un plan preestablecido que se dirige a la consecución de un fin último. El objetivo final impreso

en nuestra naturaleza consiste en ser felices amando. Nos realizamos

en la medida en que aprendemos a amar verdadera y libremente a

Dios y a nuestros semejantes. La moralidad de nuestras acciones depende de su vinculación con ese fin último. Una acción será

considerada buena, mala o neutra según nos acerque, nos aleje o no

afecte a la consecución de ese fin último.

La ética no es, pues , algo negativo: una serie de reglas que limitan mi libertad. Se trata más bien del arte de vivir. Según cómo

evolucionemos, nos hacemos o nos deshacemos. En el caso ideal, se

da una perfecta integración de las diversas potencias espirituales y

afectivas. La virtud congrega, el vicio disgrega. El hombre se perfecciona y es feliz en la medida en que integra todos sus recursos

con el fin de amar cada vez más y mejor. Si lo logra, vive en armonía

con Dios, consigo mismo y con los demás. El desamor, en cambio,

como afirma Juan Pablo, «aleja al hombre de Dios, lo aleja de sí

mismo y de los demás»4.

Como al comprar un electrodoméstico, se podría decir que nuestra

naturaleza nos presenta un libro de instrucciones para el usuario.

Cuanto mejor sigue uno esas instrucciones, más se perfecciona y

mayor es la unidad entre todos sus recursos. En cambio, quebrantar las instrucciones resulta dañino, pues conlleva una progresiva

disgregación de las diversas esferas. La recta vida moral consiste en

andar por el buen camino y, eventualmente, en desandar el camino

equivocado, poniendo orden en el desbarajuste interior que han causado nuestros errores. Y no se trata de rectificar únicamente actos

puntuales. Es preciso corregir también orientaciones y actitudes de

fondo egocéntricas.

Sería una pena malgastar nuestras energías persiguiendo fines que

no nos hacen mejores. «Hay quienes trabajan duramente a lo largo de muchos años por conseguir algo que, en realidad, les está

destruyendo como personas. Es patético pero frecuentísimo»5.

Las reticencias contra la ley natural

Hablar de la ley natural no está de moda. Es como un tabú. Recuerdo una entrevista con un catedrático católico acomplejado; en cuanto

sus argumentos le llevaban a postular la ley natural, la rechazaba de

modo espasmódico. Decía que observaba en todos los hombres cierto

instinto moral: «La biología evolutiva nos enseña que tenemos una tendencia genética hacia la ética, se diría que estamos impelidos a

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ella por naturaleza. Ninguna especie animal tiene un lenguaje, una

capacidad de abstracción y una posibilidad de prever diversos tipos

de comportamiento». Y se apresuraba a añadir: «Pero el contenido de

las normas morales no tiene nada que ver con esa tendencia genética. Eso es una cuestión de cultura. Una cuestión de consenso.

No veo que se pueda llegar a una moral universal. La moral no se

puede derivar de la naturaleza». En los confusos años setenta, tuve

en la universidad un profesor de ética parecido. Era sacerdote y se empeñaba en demostrar que no existía la ley natural: que todo

dependía de la cultura.

Argumentaba diciendo que en Europa, para saludar a alguien, se le

tiende una mano, mientras que en Japón lo correcto es hacer una inclinación de cabeza. Esos argumentos me parecían muy flojos. Es

evidente que en Europa y en Japón la cultura dictamina que la gente

se salude de manera diferente, eso es accidental, pero tanto allí como

aquí la moral indica que tenemos que ser acogedores, que no podemos quedarnos en formalismos externos: que debemos evitar la

hipocresía comportándonos de modo auténtico.

¿Por qué hay tantas reticencias a la hora de admitir que existe la ley

natural? ¿Qué razones de fondo existen para atacar la ley natural aun

conociéndola? Pienso que esto tiene que ver con una falta de honestidad más o menos consciente. Por una parte, si existe una ley

moral objetiva, hay quienes se sienten coaccionados en su libertad,

porque si no se sujetan a esa ley, se les puede reprochar un

comportamiento inmoral. Observo que nunca ha habido tantas críticas a la ley natural como tras la publicación, en 1968, de la

Encíclica Humanae vitae acerca de la moral matrimonial. Por otra

parte, detrás de una ley que nosotros no hemos creado, debe haber

Alguien que lo haya hecho. En efecto, si esa ley está ahí, la siguiente pregunta que uno se hace es: ¿Y quién es el artífice de esa ley? La

respuesta es sencilla: el mismo que ha creado el mundo.

En efecto, la ley natural forma parte de un ordenamiento mucho más

amplio que se llama la ley eterna. Todo el universo ha sido creado

conforme a una ratio, desde las leyes que rigen los movimientos de los astros hasta las leyes fisiológicas que regulan la vida animal. Dios

crea el mundo siguiendo un plan y la ley natural es precisamente la

parte de ese plan que concierne al hombre. Es una ley no promulgada

solemnemente, pero que está ahí. Además, los principios fundamentales de esa ley moral están inscritos en la conciencia de

cada hombre.

Dado que esos principios se pueden oscurecer por falta de honestidad

personal o por vivir en una cultura que los silencia, Dios nos ha echado una mano revelándolos positivamente. Tenemos, ante todo,

los Diez Mandamientos revelados a Moisés. Por ser un buen

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compendio de la ley natural, tienen una validez universal. Esos

preceptos morales no dicen nada que no pudiéramos descubrir por

nosotros mismos, pero revelándolos se asegura que todos los

hombres puedan conocerlos sin error. Más tarde, Jesucristo reveló nuevos y más profundos preceptos dirigidos a los cristianos; para

poder cumplirlos, nos obtiene en la Cruz una ayuda decisiva: la

gracia. En última instancia, si algo no estuviera claro, los católicos

contamos con el Magisterio de la Iglesia a través del cual nos habla Cristo mismo. De la ética, pasamos, pues, a la Teología Moral.

Esta ética cristiana comprende toda la ley natural, pero nos lleva

mucho más lejos. Las Bienaventuranzas, por ejemplo, son un

verdadero programa moral que incluye y sublima los Mandamientos. Son como un retrato de Jesús y constituyen todo un modelo de

conducta. Las Bienaventuranzas suprimen cualquier frontera en el

amor al prójimo. Así, se nos manda amar a los enemigos, lo cual

supera la antigua ley del talión. Cada Mandamiento es llevado más lejos. El quinto ya no consiste sólo en “no matar”, sino también en

“no irritarse” ni “insultar” al prójimo.

Es lógico que la ética cristiana vaya mucho más lejos que la ley

natural, puesto que toda ética depende de una antropología, es decir,

que la conducta que se proponga al ser humano depende de la idea que se tenga de él. Es lógico que no se espere lo mismo de un

hombre que sólo conozca la declaración universal de los derechos

humanos, que de un hombre que se sabe creado por Dios a su

imagen y semejanza y que, por el bautismo, ha sido hecho hijo de Dios, partícipe de la naturaleza divina y llamado a la santidad, es

decir, a vivir la vida misma de Cristo. Como afirma Juan Pablo II,

«seguir a Cristo es el fundamento esencial y original de la moral

cristiana... No se trata sólo de escuchar una enseñanza y de cumplir unos mandamientos, sino de algo mucho más radical: adherirse a la

persona misma de Jesús, compartir su vida y su destino»6.

A esta ley promulgada por Cristo se le llama ley divino-positiva. Por

último, para terminar con el elenco de leyes, en un contexto civil o

eclesiástico, tenemos las leyes promulgadas por los hombres. Éstas obligan en conciencia en la medida en que son leyes justas, esto es,

en la medida en que concretan la ley natural (leyes civiles) o de la ley

divino-positiva (leyes eclesiásticas). En total existen, pues, cuatro

tipos de ley: eterna, natural, divino-positiva y humana.

Relaciones entre Moral autónoma y Ética cristiana

Puesto que postular la existencia de la ley natural conlleva

preguntarse por el Autor de esa ley, ¿significa eso que no es posible

separar ética y religión, moral autónoma y ética cristiana? En teoría podemos situarnos en un ámbito laico, poniendo entre paréntesis el

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Autor de la ley natural. Cabría una ética no religiosa sobre la base de

una concepción racional de la dignidad de la persona humana. Esto es

así porque la ley moral es una verdad que está inscrita en nuestra

naturaleza y que podemos descubrir con nuestra inteligencia. Ya dijimos que todos llegaríamos a las mismas conclusiones éticas si

todos fuésemos suficientemente inteligentes y honestos. Además,

este enfoque nos permite a los cristianos dialogar abiertamente con

conciudadanos no creyentes. Así no nos pueden decir si, por ejemplo, rechazamos el aborto, que les estamos imponiendo nuestra religión.

La primera razón que me lleva rechazar el aborto es de naturaleza

humana. Estoy convencido de que matar a una persona indefensa e

inocente es esencialmente inmoral, es decir, injusto e inhumano. Al mismo tiempo, como católico, sé además que se trata de una gran

ofensa a Dios y que no me equivoco puesto que la Revelación me lo

confirma.

En el sentido expuesto, es posible, por tanto, una moral autónoma.

En la práctica, sin embargo, se observa que cuando se pone entre

paréntesis al Autor de la naturaleza, se pierde gran parte de la

obligatoriedad de la moral y se corre el riesgo de terminar

relativizando también la objetividad de la ley natural. Sin recurrir a Dios, es difícil fundamentar valores universales válidos para todos los

pueblos y que todos se sientan obligados a practicarlos. Es, en efecto,

lo que ha sucedido en la historia de los últimos siglos. En el siglo

XVIII, en la época de la Ilustración, se puso a Dios entre paréntesis, pero se aceptaba la ley natural como fuente primaria del derecho

(iusnatutalismo). Sin embargo, eso propició la posterior evolución

relativista. Al no fundamentar la naturaleza en Dios, se intentó buscar

otros fundamentos. El materialismo dialéctico de los marxistas propuso a la Historia como punto de referencia superior. A la larga, la

Historia, no se sabe cómo, velaría por el acierto de los postulados

éticos. Y en nombre de la Historia se cometieron todo tipo de

atrocidades. También el nazismo intentó separar la moral de la

religión, con los consabidos resultados. Se apoyaron en la Constitución de Weimar, de corte relativista, y llegaron a lo peor.

Como afirmó Pío XII, testigo de los horrores nazis, «cuando

temerariamente se niega a Dios, todo principio de moralidad queda

vacilando y perece, la voz de la naturaleza calla o al menos se debilita paulatinamente»7. No pocas veces, el ateísmo ha sido

responsable de la impiedad para con el hombre. Ya lo decía

Chesterton: «Quitad lo sobrenatural, lo único que quedará es lo no

natural». No sólo porque desaparecen los puntos de referencia, sino también porque, sin la ayuda de la gracia, nuestra naturaleza,

dañada por el pecado, se animaliza, tanto a nivel personal como

social.

¿Por qué «si se niega a Dios, los preceptos morales se desintegran

por completo»8? Pienso que se debe a nuestra debilidad. Una persona

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lista y honesta puede conocer la ley natural, pero si no hay ninguna

autoridad clara que la respalde, encuentra fácilmente razones para

escabullirse. En primer lugar, el autoengaño es más fácil porque uno

puede pensar que se trata de preceptos inventados por los hombres que a él no le obligan. En segundo lugar, cuando se deja a Dios de

lado por mala voluntad, se facilita el autoengaño porque esa malicia

ofusca a la inteligencia.

La mala voluntad a la hora de negar a Dios es muy comprensible en la lógica del orgullo: si acepto que Dios es el Autor de la ley natural,

mis errores morales se convierten en pecados y sé que le tendré que

rendir cuentas. Los católicos, gracias a la sincera confesión de

nuestros pecados ante un Padre misericordioso, podemos asumir la verdad de nuestra miseria. Pero es comprensible que quienes no

conozcan el modo de lavar sus culpas -o, por soberbia, ni siquiera las

reconozcan-, tiendan a defender una ética a la medida de su miseria

moral. Sea como fuere, si se elimina dolosamente al Autor de la obra, se corre el peligro de malinterpretar la obra misma.

3) La libertad y la conciencia

Introducción

Hemos visto que existe una verdad moral universal y que, si se olvida o se niega esa realidad, la sociedad se rige por un relativismo ético

en el que ya nadie puede sentirse seguro puesto que es posible

vulnerar inpunemente los derechos humanos. Veamos ahora otra de

las razones que contribuyen a la actual desorientación moral: otorgar a la libertad una primacía absoluta. Baste un ejemplo. Hace poco leí

en un periódico que en California habían prohibido la pornografía

infantil, pero que poco después los jueces la habían aprobado con la

condición de que los niños que salen en ese material no fuesen reales sino virtuales, es decir, que fueran imágenes compuestas de modo

digital. Con tal de no coartar la libertad de los adultos, mientras no se

empleasen niños de verdad, daban el visto bueno a un producto que,

objetivamente, fomenta la pederastia. No hay que ir hasta California

para encontrar ejemplos. Acabo de leer en un Suplemento Dominical un artículo sobre mujeres españolas que han decidido ser madres

solteras. Para satisfacer su instinto maternal, necesitan un hijo, poco

importa si es a través de adopción o de inseminación artificial. En

ausencia de valores objetivos, cuando sólo cuenta la libertad de elección, si algo es técnicamente posible, entonces uno tiene el

“derecho” de reclamarlo...

Hoy en día está de moda pronunciarse en favor de las libertades. Eso

está muy bien, pero nunca veremos que la gente salga a la calle para defender las verdades. Hubo un tiempo en que, por desgracia, se

defendía la verdad a costa de la legítima libertad. Actualmente, en

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cambio, asistimos a una defensa de la libertad a costa de la legítima

verdad. Para evitar ambos excesos, veamos el modo de conjugar

esos dos elementos que están presentes en toda realidad humana.

Pienso que el mayor mérito de la Encíclica que escribió Juan Pablo II

sobre la moral (Veritatis splendor) consiste en haber puesto de

manifiesto que no hay incompatibilidades entre verdad y libertad,

esto es, que ambas, bien entendidas, se necesitan mutuamente: la verdad lleva a respetar la libertad y la libertad hunde sus raíces en la

verdad. Ninguna de las dos constituye un fin en sí mismo. Ambas son

igualmente importantes y se articulan en orden a una realidad

superior: el amor. Ya desde su primera encíclica (Redemptor hominis), Juan Pablo II recalcó que la esencia del humanismo

cristiano consiste en el amor vivido en libertad y en la libertad sujeta

a la verdad9.

Verdad, libertad: realidades interdependientes

No hay verdad sin libertad, ni libertad sin verdad. Ambas deben ir

siempre juntas; la falta de una de ellas se presta a tiranía o a

libertinaje: la verdad sin respeto de la libertad ajena conduce a la

tiranía, y la libertad sin verdad degenera en libertinaje. Por un lado,

la verdad moral conlleva el deber de respetar la legítima libertad ajena. La libertad forma parte de la esencia de la verdad. Quien no la

respete, atenta contra la caridad. Edith Stein decía: «No aceptéis

nada como verdad si carece de amor. ¡Y no aceptéis nada como amor

que no tenga verdad!»10. Por otro lado, sin la verdad como brújula, la libertad, a la larga, se autodestruye. Como afirmó Juan Pablo II en

sede neutra -en su discurso ante la ONU del 4 de octubre de 1995-,

«lejos de limitar la libertad o amenazarla, la verdad de la persona

humana... es, de hecho, la garantía de futuro de la libertad»11. La experiencia muestra que los atentados contra la verdad, cuando se

convierten en vicios, terminan por destruir el libre albedrío. Así, una

persona habitualmente sobria es mucho más libre que quien, a fuerza

de emplear mal su libertad abusando de la bebida, se hace alcohólico.

El libertinaje puede llevar a nuevas formas de tiranía. Cuando desaparecen los legítimos dictados de la verdad, se acaba imponiendo

los ilegítimos dictados de lo políticamente correcto. La libertad

necesita una brújula que la oriente: la verdad. Si en nombre de una

mal entendida tolerancia se niegan los imperativos de la verdad, se crea un clima permisivo en el que impera la opinión del más

poderoso. Hace poco leí que en algún lugar de Japón se prohíbe

fumar en la calle. Permiten el aborto, pero si te pillan fumando un

cigarrillo, te cae una multa de cien euros...

El escepticismo racionalista -y la consiguiente crisis de la metafísica-

en el pensamiento moderno han llevado a postular la libertad como

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valor absoluto. Pero la libertad, desligada de la verdad, se vacía de

contenido. Uno se comporta entonces como si fuera Dios: como un

ser absoluto, esto es, desligado de todo. Ya vimos que la soberbia

lleva al hombre a desligarse de la Suprema Verdad que es Dios, tras lo cual necesita liberarse de ese vestigio de la Verdad que es la ley

natural. Como afirma un filósofo, «faltándole un fundamento

trascendente, la libertad se ha constituido en objeto y fin de sí

misma: se ha convertido en una libertad vacía, en una libertad de la libertad, ley de sí misma porque es libertad sin más ley que la

explosión de los instintos o la tiranía de la razón absoluta, que se

revela después como capricho del tirano»12. Si estudias a Hegel, te

explicas por qué tanto Hitler como Stalin fueron posibles. La afirmación unilateral de la libertad en el siglo XIX, ha dado lugar a los

peores totalitarismos en el siglo XX.

Nuestra época necesita redescubrir la verdadera esencia de la

libertad. Libertad no significa sólo libre arbitrio. Es sobre todo capacidad de autodeterminación, en el caso ideal hacia el verdadero

bien. Y es que la libertad no es autosuficiente: necesita una guía, que

es la verdad. Desligando la libertad de la verdad, se crea un

libertinaje que destruye toda moral. Quienes postulan la libertad

como valor absoluto, piensan que todo precepto moral ya es un atentado contra su libertad. Si se les recuerda que se tendrían que

comportar de un modo determinado, piensan que se coarta su

libertad. Según ellos, libertad significa indeterminación, como quien

sólo se sintiera libre si tuviese que escoger entre dos vasos de agua perfectamente idénticos. Eso no es libertad. Libertad es tener sed y

elegir el vaso que contenga la mejor bebida. La libertad está para ser

empleada, no para guardarla a buen recaudo. La libertad se ejercita

haciendo una elección: aceptando un bien que nos atrae o rechazando un mal. Y, como ya vimos, la bondad o maldad moral de

un objeto o de una acción es algo objetivo: no depende de gustos

personales.

Por tanto, la brújula que necesita la libertad es la verdad moral (ley natural) y, en último término, la Verdad sobre el Amor de Dios que

nos ha revelado Jesucristo. Sin esa Verdad, no podemos ser

plenamente libres. «Lo mejor sobre la libertad -decía André Frossard-

es lo dicho por Santo Tomás de Aquino, que era un genio después de todo. Y según él la libertad consiste en permitirle al hombre no ser

determinado sino por Dios: si él lo desea, es decir, significa que el

hombre escapa al determinismo de la naturaleza»13. Dios es fuente

de libertad en muchos sentidos. En primer lugar, si Dios no existiese, estaríamos determinados por ciegas leyes de la naturaleza. Es mejor

tener a Alguien por encima, que estar sujeto a una especie de destino

ciego e inmisericorde. En segundo lugar, si no queremos vivir en el

desamor, puestos a entregarnos a alguien por amor, lo mejor es entregarse al mejor Amante. Como afirma San Josemaría Escrivá, «la

Page 12: Tema 6. etica fundamental. verdad y libertad

libertad adquiere su auténtico sentido cuando se ejercita en servicio

de la verdad que rescata, cuando se gasta en buscar el Amor infinito

de Dios, que nos desata de todas las servidumbres»14. La libertad me

permite entregarme por amor. Si no me entrego, me hago esclavo de mí mismo. Si me entrego a mis semejantes, se podrían aprovechar

de mí: me podrían esclavizar. Lo ideal es entregarme al Único que no

me esclaviza, conformar mi voluntad con la Voluntad de Quien más y

mejor me ama. Ya lo decía Kierkegaard: «La cosa enorme concedida al hombre es la elección de la libertad. Si tú la quieres salvar y

conservar no hay más que un camino: el de, en el mismo instante,

absolutamente en el mismo instante, absolutamente en plena

dedicación, entregarla a Dios y a ti mismo en ella»15. Nada asegura y preserva tanto la libertad del alma como el abandono filial del

cristiano en su Padre Dios.

Para entender por qué no se puede ser realmente libre sin la ayuda

de la gracia de Dios, es preciso hilar más fino. Ante todo, conviene recordar que libertad significa capacidad de autodeterminación hacia

el bien. Quizá hayamos experimentado momentos en los que

queremos portarnos bien, pero no podemos, no somos capaces. Es

como si una parte de nuestra voluntad lo quiere y la otra se resiste

porque no lo quiere o no puede. En efecto, para vivir las virtudes, no basta quererlo sin más, es preciso también poder querer, estar

capacitado para ello. Esa incapacidad de mover la propia voluntad

hacia algo que cuesta proviene, en primera instancia, de malos

hábitos contraídos que han debilitado la voluntad; la voluntad está enferma y necesita ser curada. En última instancia, ese no poder

querer proviene de falta de amor; no se ama suficientemente el bien

apetecido, lo cual engendra una falta de libertad. ¿Quién nos dará ese

amor que nos hace capaces de querer lo más arduo? Según la doctrina cristiana, Dios es Amor y sólo Él puede comunicárnoslo

plenamente. Es difícil de expresarlo con palabras, pero hay

momentos en los que uno experimenta que incluso el querer le es

dado. Sucede, por ejemplo, que uno intenta aceptar una

contradicción dolorosa o perdonar un agravio, y no lo consigue; de pronto, un buen día, mientras reza, nota una fuerza misteriosa que le

hace capaz de querer, de aceptar gustosamente, lo que antes era

incapaz de querer.

Es muy aleccionador al respecto lo que cuenta San Agustín sobre los meses que precedieron a su conversión. Quería dar el paso, pero le

faltaban fuerzas. He aquí parte de su relato: «El alma manda al

cuerpo y le obedece; se manda el alma a sí misma y se resiste a

obedecer. (...) El alma manda al alma que quiera, y, sin embargo, no siendo distinta de sí misma, no obedece. ¿De dónde nace esa

monstruosidad? ¿Por qué es así? Se manda el alma a sí misma querer

-no se lo mandaría si no quisiera-, y, a pesar de todo, no hace lo que

se manda a sí misma. Luego eso es que no quiere del todo, luego

Page 13: Tema 6. etica fundamental. verdad y libertad

también es que no se manda del todo; porque si se manda es porque

quiere, y si no hace lo que se manda es porque no quiere (...). No

hay, pues, ninguna monstruosidad en querer en parte y en parte no

querer, sino que es debido a la debilidad del alma; cuando el alma es elevada por la verdad, no se levanta toda entera, porque está

oprimida por el peso de sus costumbres; hay en el alma como dos

voluntades (...). Cuando dudaba en decidirme a servir a Dios, cosa

que me había ya propuesto hacía mucho tiempo, era yo el que quería, y yo era el que no quería, sólo yo. Pero, porque no quería del

todo ni del todo decía que no, por eso luchaba conmigo mismo y me

destrozaba (...). Yo, interiormente, me decía: "¡Venga, ahora, ahora!"

Y estaba casi a punto de pasar de la palabra a la obra, justo a punto de hacerlo; pero... no lo hacía»16. San Agustín pudo vencer esa

resistencia porque la gracia divina, no sin su colaboración, le capacitó

para ello. En efecto, como recuerda la doctrina católica, la gracia

redentora de Cristo sana nuestra naturaleza herida por el pecado.

Conciencia y ley moral

Hasta ahora hemos puesto el acento en los derechos de la verdad

(ley moral). También la libertad tiene sus derechos. ¡Todo lo que se

hable de libertad, bien entendida, es poco! En nuestra época

encontramos desaciertos en el ámbito objetivo y aciertos en el campo subjetivo. Se ha dado un progresivo alejamiento de la verdad

objetiva, pero también es verdad que se han redescubierto

importantes elementos subjetivos, como lo que Charles Taylor ha

llamado «el ideal moderno de la autenticidad». Antes no se ponía en duda la verdad, pero había mucha hipocresía.

En ámbito moral, hablar de las prerrogativas de la libertad nos lleva

al tema de la conciencia. Si entendemos correctamente la verdad y la

libertad, vemos que no hay contradicción posible entre los derechos y los deberes de la ley moral y de la conciencia. Bien entendidas, esa

norma objetiva y esa norma subjetiva de moralidad se refuerzan

mutuamente. La conciencia, si está bien formada y la persona en

cuestión es honesta, es testigo de la ley natural en la intimidad de

cada sujeto. Por conciencia moral se entiende el «juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto

concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho»17. Todos

experimentamos esa voz interior que alienta o reprende.

La norma moral es objetiva, pero cabe preguntarse en qué medida es objetivable y por quién. La razón es capaz de conocer los principios

básicos de la ley natural. Siendo Dios el único que no puede errar, la

Revelación permite un conocimiento más profundo y seguro. No tiene

sentido pretender una libertad de conciencia en ámbitos en los que la verdad ya ha sido objetivada. No obstante, si se abusa de la

racionalidad, se termina en casuísticas formalistas que encorsetan a

Page 14: Tema 6. etica fundamental. verdad y libertad

la vida. Hay que rechazar la libertad de conciencia y afirmar la

legítima libertad de las conciencias: nunca es lícito coaccionar a una

conciencia o substituirla en materias que, por ser estrictamente

personales, pertenecen al fondo íntimo de cada persona. Ahí radica la tolerancia bien entendida. Es un error grave permitir el aborto en

nombre de la tolerancia, pero también lo sería imponer una religión a

la fuerza. Por eso, es una obligación moral permitir a los musulmanes

que construyan mezquitas en países mayoritariamente cristianos (aunque, en justicia, habría que exigir también lo contrario). Los

Estados confesionales, contrarios al legítimo pluralismo, deberían

estar superados. Habría que educar tanto en la verdad, como en la

legítima tolerancia, para que cada uno pueda adherirse libremente a la verdad y para que su legítima conciencia sea respetada.

Fomentando un clima de libertad responsable, cada uno podrá asentir

interiormente a lo que dictamina la ley natural objetiva y, en

cuestiones subjetivas, podrá seguir los imperativos de su conciencia. «Dejad siempre una gran libertad de espíritu a las almas -aconsejaba

San Josemaría Escrivá-. Pensad en lo que tantas veces os he dicho:

"porque me da la gana", me parece la razón más sobrenatural de

todas. La función del director espiritual es ayudar a que el alma

quiera -a que le dé la gana- cumplir la Voluntad de Dios. No mandéis, aconsejad»18.

La importancia de la conciencia se deriva de la existencia de ámbitos

de actuación en los que, si bien la verdad es objetiva, corresponde al interesado la tarea de objetivarla. En una vocación, por ejemplo, cabe

pedir consejo, pero, a fin de cuentas, sólo la persona en cuestión

puede saber lo que Dios le pide. Hay que aprender, pues, a respetar

ese fondo íntimo que hay en cada persona, para que cada uno pueda ser fiel no sólo a la verdad en general, sino también a la verdad sobre

sí mismo. En esa linea, traicionarse a sí mismo es también un modo

de traicionar la verdad.

Además, por mucho que uno conozca los grandes principios de la ley

moral, la vida es compleja y a veces sólo contamos con la intuición de conciencia para tomar la decisión correcta. En efecto, a veces sucede

que uno no tiene tiempo para examinar detenidamente una cuestión

moral puesto que debe decidir de inmediato. Te ofrecen, por ejemplo,

un contrato y te dicen: «lo tomas o lo dejas; si no te decides inmediatamente, se lo ofrecemos a otro». Son momentos en los que

uno tiene que ponerse en presencia de Dios y pedirle luz para poder

actuar en conciencia.

En efecto, según la doctrina católica, la conciencia es mucho más que un juicio de la inteligencia práctica: es una especie de sagrario

interior en donde resuena la Voz de Dios19. De ahí su inalienable

dignidad y la importancia de respetarla. Se entiende que Newman -

uno de los grandes precursores de la dignidad de la conciencia-

Page 15: Tema 6. etica fundamental. verdad y libertad

afirmase que la recta conciencia es “infalible”, puesto que Dios, que

habla a través de ella, lo es. Afirmó incluso que esa conciencia es tan

infalible como el Magisterio de la Iglesia: no podía haber

discrepancias entre estas dos instancias, puesto que Dios habla a través de ambas y no se puede contradecir. Evidentemente, eso es

cierto si el hombre es santo (plenamente honesto). Puesto que

podemos engañarnos a nosotros mismos, si se diese una discrepancia

entre la doctrina revelada y la propia conciencia, habría que concluir que es uno mismo quien se equivoca. No basta con confrontar

nuestra opinión personal con la doctrina revelada: hay que conformar

nuestra conciencia con lo explícitamente revelado por Dios. Es una

gran suerte poder estar en comunicación directa con Dios a través de la conciencia, pero tenemos que ser realistas admitiendo que, a causa

de nuestra debilidad, nuestra conciencia es manipulable.

De todos modos, insisto en que hay ámbitos personales en los que

sólo el interesado puede decidir en conciencia. Tal es la dignidad de la conciencia que, de ser ésta invenciblemente errónea en alguna

cuestión, habría que seguir igualmente su dictamen. Si pienso que

hoy es domingo y no asisto a Misa, peco, aunque en realidad sea

lunes. Newman cuenta que Dios le premió con el don de la fe católica

por su fidelidad al anglicanismo en los tiempos en que, por falta de datos, estaba convencido de que ésa era la fe verdadera. También se

entiende la responsabilidad que tienen los padres, pedagogos y

confesores a la hora de formar la conciencia de los demás, puesto

que si hacen pensar a alguien que una acción es inmoral, cuando en realidad no lo es, el interesado que no se atenga a su erróneo juicio,

cometerá un pecado formal. Por el contrario, quien se comporta

inmoralmente pero con ignorancia inculpable, comete un pecado

material, esto es, no imputable.

Por ser Dios quien habla a cada hombre en lo más íntimo de su alma,

si éste le traiciona, se traiciona a sí mismo. Siendo Dios mismo quien

se comunica a través de mi conciencia, nos compensa aprender a

escucharle. Así, al orientar nuestra vida, tomaremos las mejores

decisiones. De ahí la importancia de ejercitarnos en la oración mental, con el fin de aprender a percibir la Voz de Dios en la

intimidad del alma. Hay que aprender a diferenciar la voz del yo

(conciencia sicológica) de la Voz de Dios (verdadera conciencia).

Tenemos una especia de radio interior en la que se captan dos emisiones diversas. La frecuencia divina es más difícil de sintonizar

que la frecuencia del yo. Los mensajes de Dios suelen estar ligados a

la más profunda paz interior.

Materia, intención y circunstancias

Un ejemplo de cómo se articulan los elementos objetivos y subjetivos

en el ámbito moral es el triple criterio a la hora de juzgar la bondad o

Page 16: Tema 6. etica fundamental. verdad y libertad

malicia de una acción. El juicio moral tiene que sopesar

conjuntamente tres elementos: materia (la objetividad de la acción

que se realiza o se omite), intención (fin que persigue el sujeto al

actuar) y circunstancias (o consecuencias que pueden atenuar o aumentar la responsabilidad del que obra). El objeto y el fin

determinan la bondad o malicia de la acción. Las circunstancias

pueden agravar o disminuir su bondad o malicia, pero «no pueden

hacer ni buena ni justa una acción que de suyo es mala»20. Al contrario de lo que afirma una corriente ética que está de moda

(circunstancialismo), hay actos intrínsecamente ilícitos, sean cuales

sean las circunstancias en las que se encuentra el sujeto. Así, un

aborto siempre es reprobable, aunque la mujer, por haber sido violada, merezca toda nuestra comprensión. Ninguna circunstancia

puede legitimar el asesinato de una persona inocente.

Según otras doctrinas erróneas denominadas teleológicas (“telos”, en

griego, significa fin), la moralidad deriva del fin por el que se actúa. Dos de estas doctrinas son el consecuencialismo y el

proporcionalismo. Según el consecuencialismo, el juicio moral deriva

de las consecuencias que se siguen de un determinado acto. Es una

especie de maquiavelismo. Así, se podría investigar con embriones

humanos para que otras personas obtengan ventajas terapéuticas. Sería, pues, legítimo matar a una persona inocente para ayudar a

otras. El proporcionalismo es algo parecido: una acción sería buena o

mala según la proporción de bienes o de males que se consiguen.

Todas las doctrinas erróneas tienen algo de verdad. Si no, no triunfarían. Así, algo diferente al proporcionalismo es el “voluntario

indirecto” o la llamada “acción con doble efecto”: una acción en sí

misma buena o neutra que se realiza con buenas intenciones y con el

fin de obtener un efecto bueno, pero en el que se corre el riesgo de obtener un efecto malo indeseado. Aquí sí que habrá que tener en

cuenta la proporcionalidad, las posibilidades y gravedad de ambos

efectos. Pongamos un ejemplo. Una mujer embarazada tiene un

cáncer de útero que es urgente operar para salvar su vida, pero que

pone en peligro la vida del niño. Para que la cirugía sea moralmente lícita, se deben cumplir cuatro condiciones: que la acción es buena o

neutra (operar), que la intención sea buena (salvar a la madre, no

matar al niño), que el efecto indeseado no se siga automáticamente

(posibilidad real de que no muera el niño) y proporcionalidad (posibilidades reales de éxito y sopesar los dos efectos). Se puede

operar, con cierto riesgo para el niño, si se busca salvar la vida de la

madre, pero no para alargarle unos días la vida o por razones

estéticas.

Frente a doctrinas teleológicas, la ley natural sostiene que el fin no

justifica los medios. Existen valores inviolables, como la dignidad de

toda vida humana, que no se prestan a negociación. Algunos se

Page 17: Tema 6. etica fundamental. verdad y libertad

escandalizan cada vez que la Iglesia Católica recuerda la existencia

de acciones intrínsecamente malas, así como la inmoralidad de

perseguir fines buenos a través de medios intrínsecamente malos.

Pero la experiencia confirma que cada vez que, con razonadas sinrazones, se permite atentar contra la dignidad de cada vida

humana, se abre la puerta a todo tipo de injusticias. Nadie puede

vivir tranquilo en una sociedad en la que no se respeta de modo

incondicional la vida de cada ser humano, sea cual sea su salud, sexo, edad o raza.

Por tanto, las circunstancias influyen en la gravedad o parvedad de

una acción, pero la bondad o malicia de esa acción dependen del

objeto elegido y del fin que se busca. Para que una acción sea buena, se precisa que la acción en sí misma sea buena y que la intención sea

recta. Así, una intención viciosa podría hacer inmoral una acción en sí

misma buena. Por ejemplo: dar limosna con el fin de vanagloriarse o

de humillar a una persona. De hecho, a la hora de determinar el objeto de una acción, también se tienen en cuenta elementos

subjetivos. Por esa razón, se habla a propósito de objeto elegido,

para no caer en otra doctrina errónea -el objetivismo ético- que juzga

las acciones sin tener para nada en cuenta al sujeto que las realiza.

Como puntualiza Juan Pablo II, «la moralidad del acto humano depende sobre todo y fundamentalmente del objeto elegido

racionalmente por la voluntad deliberada»; pero «para aprehender el

objeto de un acto, que lo especifica moralmente, hay que situarse en

la perspectiva de la persona que actúa»21. No es lo mismo, por ejemplo, una acción mecánica que, sin advertencia ni deliberación,

produce un efecto malo, que una acción realizada a sabiendas con el

fin de conseguir un efecto malo. Por tanto, cuando hablamos de

materia, no nos referimos a la materialidad de la acción, sino a un objeto elegido por una persona. Parece una pequeña diferencia, pero

olvidar esa distinción ha dado lugar a no pocos quebraderos de

cabeza, especialmente en el ámbito de la ética sexual.

Conviene, por último, recordar que, como afirma la moral cristiana,

para cometer un pecado grave se deben dar tres condiciones: materia grave, plena advertencia y pleno consentimiento. Lo que

haga un sonámbulo no es imputable por falta de advertencia y de

consentimiento.

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1. H. Mankell, Pisando los talones, Tusquets, Barcelona 2004, p. 408.

2. Benedicto XVI, Orar, Planeta, Barcelona 2008, p. 13.

3. C. S. Lewis, Mero Cristianismo, o.c., pp. 23-24.

4. Juan Pablo II, Dies Domini, n. 63.

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5. A. Llano, La vida lograda, Ariel, Barcelona 2002, p. 42.

6. Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 19.

7. Pío XII, Summi pontificatus, n. 21.

8. Juan XXIII, Mater et Magistra, n. 208.

9. Cfr. Juan Pablo II, Redemptor hominis, n. 12.

10. Juan Pablo II, Homilía del 11 de octubre de 1998 en la

canonización de Edith Stein, n. 6.

11. Juan Pablo II, Discurso ante la quincuagésima Asamblea General de la ONU, n. 12.

12. C. Fabro, El temple de un Padre de la Iglesia, Rialp, Madrid 2002,

p. 174.

13. A. Frossard, entrevista de 1986 en J. Antúnez Aldunate, Crónica de ideas. En busca del rumbo perdido, Ed. Encuentro, Madrid 2001,

p. 199.

14. J. Escrivá, Amigos de Dios, n. 27.

15. S. Kierkegaard, Papirer 1849-1850, X2 A 428; cfr. C. Fabro, El temple de un Padre de la Iglesia, o.c., p. 180.

16. S. Agustín, Las Confesiones, octava edición, Palabra, Madrid

1988, pp. 155-156.

17. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1796.

18. J. Escrivá, Carta del 8 de agosto de 1956, n. 38.

19. Cfr. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, n. 16.

20. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1754.

21. Juan Pablo II, Veritatis splendor, n. 78.

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Comentarios al autor: P. Michel Esparza

[email protected]

Comentarios al monitor del foro: Xavier Villalta

[email protected]

Page 19: Tema 6. etica fundamental. verdad y libertad

Participación en el foro:

1) ¿Qué razones puedes aportar contra ese relativismo moral según

el cual no existen verdades objetivas universalmente válidas?

2) ¿Qué diferencia hay entre naturaleza y cultura?

3) ¿Sería inmoral asesinar a una persona inocente si de ese modo

pudiéramos salvar a millones de personas?

4) ¿Qué es la conciencia? ¿Por qué es tan importante respetar la

libertad de las conciencias?

El enlace para participar en el foro de esta lección

es:http://www.es.catholic.net/foro/viewtopic.php?f=252&t=20767

Para ver las lecciones anteriores haz click Aquí