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Texto: NAHUEL GALLOTTA

Fotografía: HUGO RUBIANO

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Alejandro es un Internacional. Una diáspora de ladrones surgida de un barrio de Bogotá que viaja por todo el mundo, incluida España, para cometer sus delitos y regresar después a casa con el dinero.

SOLO TIENE NARCOS?

Alejandro sabía que al salir a la calle con esos jeans y chaquetas de cuero iba a llamar la atención. Te-nía ocho años. La ropa se la mandaban de Esta-dos Unidos. Sus tías y tíos eran Internacionales, la-drones en la diáspora, que

en los 80 habían elegido Los Ángeles para pros-perar en su carrera delictiva.

Alejandro cuenta ahora, un martes por la no-che en el comedor de su casa en un barrio “calien-te" de Bogotá, que en las fiestas de fin de año esas

LOS INTERNACIONALES

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tías regresaban a Colombia para comer en familia. Ahí veía a sus primos, de su misma edad, jugando a dramatizar lo que hacían sus padres: se metían una muda de ropa entre las piernas y caminaban. Todos se reían.

Él veía todo lo que ocurría cuando otros In-ternacionales regresaban. Los bares del barrio se llenaban. Bastaba con que algunos de ellos se sen-taran a beber una cerveza para que todos los la-drones locales dejaran la esquina para conversar con ellos. Era una especie de conferencia de prensa sobre el sueño americano de robar en el “impe-rio". Los Internacionales contaban sus hazañas y pagaban lo que bebía y comía el resto. Después, les pedían que los llevaran, les preguntaban cómo podían hacer para viajar y hasta les enumeraban los robos que habían cometido en Bogotá para convencerlos.

—Hay gente que ha luchado toda la vida por ir a Estados Unidos y no ha podido. Y son buenos ladrones. Pero no les salen los papeles para via-jar o no son ahorrativos o son adictos y se gastan todo en farras. Ellos viven con el sueño y la ilusión de irse: “ya me voy, el próximo mes, el próximo año”, y nunca lo logran.

Años más tarde Alejandro iba a ser de los que sí lo hicieron. De los que sí robaron en la meca de Los Internacionales.

La leyenda dice que a fines de la década del cincuenta, tres grupos de ladrones de barrios del centro de Bogotá se juntaban a jugar al fútbol los domingos. Ese era el único día que no robaban. Después del partido, bebían y escuchaban tangos y boleros mientras comentaban los atracos de la semana. Uno de esos días, a un man no le permi-tieron jugar.

—Los rayas lo están buscando. Tiene que irse del país ya mismo.

Los rayas eran los policías de civil. Lo querían capturar por un homicidio que había cometido en su barrio, Las Brisas.

A la semana viajó a Nueva York. La idea era

quedarse por un tiempo, vivir tranquilo algunos meses y luego regresar a casa. Esa era la idea. Pero luego vienen las eventualidades. Y esta historia, esta leyenda, no contempló que un maletín iba a llamar la atención del man. Un maletín que lle-vaba un hombre cualquiera que caminaba por la zona de joyerías de la Quinta Avenida. Se lo qui-tó en un descuido.

La eventualidad que cambió el rumbo de la historia llegó cuando abrió el maletín, tirado en la cama del hotel. Los Internacionales más grandes, los que aún viven, dicen que había miles y miles de dólares, y que al otro día el man llamó a Bogotá.

—¿Y cómo están las cosas por allá? preguntó a uno de sus compañeros.

—Acá, con dos hijos y todo menos dinero.—Pues vénganse, que está la plata. Yo les en-

vío los pasajes y luego me lo devuelven. Así, los ladrones colombianos comenzaron

a viajar al exterior. Sus víctimas eran los joyeros judíos de la Quinta Avenida. En 1960, la policía capturó a la primera banda colombiana en otro país. Fue en Miami. “Se trató de la primera banda especializada en robar casas en el exterior identifi-cada por autoridades policiales; los tipos llegaban, hacían su trabajo y regresaban a Colombia a los dos meses”, dice el historiador Eduardo Sáenz Rovner.

Luego de los escapistas, la versión colombia-na del famoso descuidero, comenzaron a viajar los lanzas y mecheros. Siempre a Estados Unidos. Los únicos que eligieron Europa fueron los apar-tamenteros, que con una herramienta llamada taco podían voltear cualquier puerta. Los primeros des-tinos fueron Dinamarca, Suiza y Suecia. Si via-jaban a Estados Unidos era porque algún colom-biano les aseguraba que en algún departamento habría mucho dinero. Algo inusual. En ese país, los ciudadanos confiaban en los bancos, a dife-rencia del viejo continente, donde solían guardar los ahorros en sus casas.

Hasta fines de 2013, según el Ministerio de Exteriores de Colombia, había 13.408 colombia-nos detenidos en cárceles del exterior. El 38.45% (5156) cumplen condenas por robos. En Costa Rica, son 180; en México, 398; en Japón, 109; en Espa-ña, 1131; en Estados Unidos, 1198; En India, 27; en Malasia, 7; en China, 20; en Indonesia, 10; en Ecuador, 714; en Venezuela, 1353; en Brasil, 53; en Argentina, 152; en Bolivia, 73; en Perú, 82; en Italia, 89; en Francia, 104; en Panamá, 387. Hay, también Internacionales dispersos, presos en Tur-quía, Polonia, Tailandia, Suiza, Suecia, Corea del Sur, Líbano, Nicaragua, Dinamarca, Canadá, Is-rael, Guatemala, Austria, Australia. Y la lista po-dría seguir. Es un número altísimo comparado

“HAY GENTE QUE HA LUCHADO TODA SU VIDA POR IR A EE UU

Y NO HA PODIDO, AUNQUE SON BUENOS LADRONES"

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con, por ejemplo, los españoles presos en otros países: apenas son 2258 (un 97% acusado de tra-ficar con drogas).

Ahora Alejandro tiene casi 40 años. Pero ha pasado ocho en una prisión de Los Ángeles. “Mi sueño americano terminó convirtiéndose en una pesadilla”, dice. Antes, había estado cometiendo atracos en esa ciudad durante cuatro años. Porque Alejandro, como todo adolescente que creció en un barrio pobre de Bogotá en los ochenta, soñaba con eso de viajar.

—¿Qué te generaba a ti y a tus amigos ver esas fotos que enviaban tus tías de Estados Unidos?

—Una ilusión. “Yo quiero esa ropa, yo quiero ese carro, yo quiero esas joyas. Mira cómo tienen a sus familias en el barrio”. A mí eso se me sem-bró en el corazón. Y es algo que usted no se lo puede sacar. Usted piensa y se dice yo tengo que viajar para demostrar que soy alguien dentro de los barrios bajos. Yo también quiero eso. Entonces todos los peladitos crecen con eso. Con ese sueño.

A sus 15, 16, 17 años, Alejandro se subía a un bus junto a sus amigos y bajaban en el centro de Bogotá. Allí robaban a los borrachos, arreba-

taban carteras y lo que pudieran en los comercios de ropa. También tenía su grupo de rap. Sus tías y otros socios lo invitaron a Estados Unidos. So-ñaba con grabar un disco. Vivir del hip-hop con-tando en sus canciones las vueltas de Los Interna-cionales. Pero la música, en Bogotá y en cualquier parte, no siempre da para saciar las necesidades económicas. Y Alejandro, que vivía en la casa de sus tías mecheras, se sumó a la banda. Todas las noches regresaban al hotel con bolsos repletos de mercancía, y al tiempo pasó a empresas mayores. Comenzó a asaltar a grandes joyeros de Los Án-geles. Con el primer dinero que envió a Colombia su madre compró un autobús y contrató un chófer.

—¿Qué es para usted eso que los colombianos llaman “la malicia indígena”?

-Los colombianos tenemos esa sabiduría que opera a través del mal. Es una inteligencia, o una habilidad, para hacer el mal bien hecho. O sea, para hacer el mal, el colombiano lo va a hacer bien, de lo mejor. Ahí empiezan a entrar las tácticas, las formas, la sabiduría. Miran a un joyero desde un binocular y ahí comienza la malicia; empieza a maquinar cómo quitarse esa plata.

A Alejandro no le daba miedo robar en Es-tados Unidos. La táctica era no pensar en eso. Le resultaba extraño, pero jamás se le pasaba por

UN AUTOBÚS PARA MAMÁ.Alejandro pasó ocho años en una prisión en Los Án-geles. Antes estuvo cua-tro cometiendo atracos. Su madre, con el dinero que le enviaba, se com-pró un autobús y contrató a un conductor para que lo condujera. Cuando era adolescente, robaba a los borrachos en el centro de Bogotá.

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la mente la cárcel. Ni a él ni a sus compañeros. Nunca en las “ollas”, los sitios donde se reúnen los colombianos que están en otro país, se habla-ba del tema. Estaban en un sueño. Y cuando uno sueña no piensa en las consecuencias. Piensa en qué gastar lo que roba. Piensa qué dirán de uno en Colombia. Y disfruta, no más que eso.

Lenin Forero es antropólogo y docente de his-toria. Dice que tiene autoridad para hablar del tema porque se crió en el barrio Las Cruces, cuna de Los Internacionales. Un viernes a la noche recibe a Fiat Lux en su casa del barrio Teusaquillo a recordar lo que vivió hace 25 años.

“Ellos vivían en un mundo importado. Tenían zapatillas Converse, Puma, Nike. Eran un gueto dentro de otro gueto. Se compraban unas motos Kawasaki 500 y sacaban grabadoras a la calle y escuchaban raps y bailaban en la vereda. El rap llegó al barrio gracias a ellos, que lo habían co-nocido viviendo en el Bronx, y trajeron los pri-meros casettes. Las chicas querían estar con ellos y empezaban a recibir reconocimiento y respeto del barrio; se convirtieron en héroes”.

Hay peladitos que se criaron con la imagen de Los Internacionales regresando de sus vueltas con

las maletas repletas de dólares y cadenas de oro y dijes de Jesucristo colgados. La cultura de Los In-ternacionales es una cultura que le da identidad a Las Cruces y a muchos barrios de Bogotá. Es una cultura propia. El barrio ha adquirido entidad con eso. Es la misma estructura de una mafia montada en Bogotá: la diferencia es que el Internacional se proyecta hacia afuera, pero todos los réditos se gas-tan aquí. La de Al Capone era local. La del cártel de Medellín, también. Y produjo muertes de ino-centes. Lo mismo con la siciliana, con la rusa. La de los Internacionales es la única mafia que actúa en el exterior y no perjudica a los vecinos de sus barrios. Creo que no hay en el mundo una cultu-ra del robo internacional como en Bogotá. Aquí, tenían la opción de salir del país a robar. Los jó-venes de Medellín y Cali tenían la opción de que-darse como lugartenientes de los narcotraficantes; hacerse sicarios de ellos. Eso es lo que aprendie-ron. Entonces, los sicarios duros son de Medellín y Cali, y los ladrones duros, de Bogotá.

—¿En qué se diferencia de los narcotraficantes?—Los narcos son manes que no tienen escrú-

pulos en mostrar sus cadenas de oro, los cristos de esmeraldas y todo ese cuento. Ellos se consiguen una vieja y le mandan a poner todas las tetas y se compran los carros que nadie tiene en Colombia. El Internacional hace lo mismo; la única diferencia es

BARRIO DE LAS CRUCES.La cultura de Los Inter-nacionales es una cultu-ra que le da identidad a Las Cruces y a muchos ba-rrios de Bogotá. Adquiere una identidad propia por eso. Pero al ser una mafia que actúa en el exterior no perjudica a sus vecinos.

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que no se le pueden comprobar sus delitos porque los comete afuera. Pero en realidad hay más diferen-cias: al Internacional no le interesa codearse con las clases altas, como las modelos o el alcalde; al narco, sí. El ladrón nunca se vincula a la policía, como lo hacen muchos narcos para comercializar. En un ba-rrio de malandras no te alcanzan a respetar si vives de cuestiones legales. Porque el dinero te puede dar estabilidad, pero el estatus es lo que te da respeto. Y en un barrio como Las Cruces, si eres un don nadie, pueden darte una puñalada en la esquina. Ahora, si eres un Internacional, nadie se mete contigo.

España comenzó a ser el destino preferido des-de comienzos de los 90. “Madrid es la segunda casa de los sicarios colombianos”. Entrar era fácil: el que no tenía visa viajaba hasta Marruecos y desde allí subían a un ferry. En Bogotá existe una calle de-nominada “la calle de Los Internacionales” donde se pueden comprar carnés de conducir internacio-nales, pasaportes y documentos falsos y de otras nacionalidades y lo que se necesite para viajar como ilegal. Es también el punto de encuentro de muchos colombianos que hicieron trabajos en el exterior y quieren reencontrarse a recordar robos, ya que la manzana está llena de bares.

Alejandro llegó a Barcelona y paró en Hos-pitalet de Llobregat. Unos gitanos españoles que vivían ahí les facilitaron un piso a cambio de 700 euros mensuales. Al igual que en Estados Unidos, convenía comprar un auto en lugar de alquilarlo. Como eran extranjeros, no podían sacar un ro-dado a su nombre. Entonces, los gitanos les pre-sentaban pinchetas que a cambio de unos euros o bolsas de heroína ponían la firma y compraban el auto o la moto. A partir de allí, no había que hacer más que robar.

Fue en el año 2004. Primero, comenzaron robando relojes Rolex. Luego, dinero. Seguían a un hombre que otro colombiano había marcado dentro del banco. Había dos formas de robarle. O le pinchaban la rueda en una esquina y frenaban detrás de él y lo ayudaban a cambiar la rueda de atrás mientras otro colombiano quitaba el bol-so de dinero sin que la víctima se diera cuenta, o cuando entraba a un comercio le rompían el vidrio para llevarse el dinero. Son estrategias históricas, y mundiales. Se hicieron en muchos países del mun-do. En Estados Unidos la costumbre era alquilar la habitación de un hotel para contar el dinero, re-partirlo en partes iguales y recién ahí regresar al hogar. En España, era distinto. Lo que hacían era dar unas vueltas antes de entrar a la casa. Había

que cerciorarse de que ni la policía ni otras ban-das de Internacionales supieran dónde vivía uno. Porque esa era otra costumbre, otro enemigo que tenían los Internacionales. Cuando regresaban a Colombia debían cuidarse de los ladrones locales que querían quitarles los botines que traían. Lo mismo con la policía local.

Si bien España ya no es el mejor lugar para quedarse desde que comenzó la crisis, muchos colombianos están instalados en Madrid. No ha-cen diabluras en el país. Pero les sirve porque en pocas horas de tren pueden estar robando en los tres destinos más elegidos y rentables de Europa: Bélgica, Rusia, Inglaterra.

Antes de la crisis hubo un acontecimiento que los convenció de que ya no era un buen destino.

“Se decía que habría una convención de jo-yeros en Madrid. Ese día llegamos 18 bandas de colombianos. Cada una andaba en dos autos y tenía entre seis y ocho miembros. Saca la cuenta:

más de 120 ladrones colombianos eligiendo joye-ros para seguirlos y asaltarlos. Pero había cosas que nos llamaban la atención. Muchos autos de la zona tenían la misma patente y los supuestos joyeros llevaban el mismo color de trajes. Hasta que comenzamos a oír un helicóptero y comen-zamos a huir. Era una convención falsa. La había montado la policía para identificarnos”.

Ese fue el fin de varios colombianos en España. Aunque en sus cárceles quedan más de 1100 presos por robos, ya no está entre sus países preferidos.

Ahora a Alejandro lo invitaron a viajar a Ja-pón. Asia es el destino preferido de Los Internacio-nales: están eligiendo Malasia, Tailandia y China por los diamantes. Y, sobre todo, porque es el nue-vo desafío. Y cuanto más lejos, mejor. Siempre se dijo que el verdadero Internacional es el que roba en países donde hablan otro idioma. Pero Alejan-dro cree que no irá. Los manes que fueron a pri-sión cuentan que las cárceles son bien calientes, que llevan años rodeados de chinos sin poder ha-blar con nadie. Ha pasado ocho en una prisión de Los Ángeles. Todavía se despierta de madrugada soñando que está allí. Por eso, está buscando una "destino" con cárceles más suaves. ●

LES GUSTA ESPAÑA PORQUE ESTÁ CERCA DE LOS TRES SITIOS MÁS RENTABLES: BÉLGICA, RUSIA E INGLATERRA