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26 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. SOI IJSCüEBJTBO DZ C ÍU O I H COZ KL VIATICO. F -E it día 20 de enero de 1G85 amaneció en Madrid an día despejado y sereno: el ciclo limpio de nubes apareció con aquel hermoso azul que alegra la vista y vivifica la naturaleza. Toda ella estaba en calma, y la brisa mas li- gera no agitaba las pocas hojas que las escarchas habian dejado en los árboles: los pajarillos abandonando sus asi- los salían i disfrutar de tan benigno ambiente, y alegra- ban el campo con sus gorjeos. A lo lejos el nevado Gua- darrama cerraba este cuadro encantador, presentando su frente cubierta de nieve y sus faldas revestidas de un azul oscuro. Acababa Cirios II de oir misa, y dirigiéndose i su aposento, abrió una de las ventanas del alcázar, que daba al parque, ó cam/m del mor o. Su alma comprimida dentro de aquel cuerpo enfermizo, pareció rejuvenecerse al sentir el contacto de aquel ambiente voluptuoso y á la vista del agradable panorama que se desplegaba ante sus ojos. Una turba de jóvenes paseaba el parque, galopando y compitiendo en los escarceos de sus caballos. Al mismo tiempo otra multitud de caballeros y señoras desembocaba Año VIL por los portillos de Segovia y de la Vega , dirigiendo sus pasos hácia las orillas del rio, ó paseando por el camino del Pardo. Miró el rey con envidia aquel concurso alegre y bullicioso, y sintió apoderarse de su alma aquella timi- dez melancólica que formaba el fondo de su carácter. Acordábase en aquel momento que era rey de vastas mo- narquías, y que millones de hombres acataban sumisos su débil voz, y con todo, á pesar de su mando absoluto, era triplemeule esclavo y mucho roas infeliz que la mayor parte de sus vasallos. El triste monarca veia tiranizadas su imaginación, su voluntad, y basta sus mrnores acciones, por los exorcismos, los preceptos higiénicos y la etiqueta que gravitaba sobre él con toda la rigidez del ceremonial austríaco. Cansado de tan violenta situación, despreció los man- datos del médico, y mandó poner su carroza -poro rato después salió por el portillo de S. Beruardino, acompaña- do de la guardia chamberga que custodiaba su persona, bajando bicia el camino del Pardo, que estaba Heno de gente de todas clases, y de caballos, coches y literas. 3b de junio de 1841.

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2 6SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. SOI

IJS C ü E B JT B O D Z C Í U O I H C O Z K L V IA T IC O .

F- E i t día 20 de enero de 1G85 amaneció en M adrid an día despejado y sereno: el ciclo lim pio de nubes apareció con aquel hermoso azul que alegra la vista y vivifica la naturaleza. Toda ella estaba en calm a, y la brisa mas li­gera no agitaba las pocas hojas que las escarchas habian dejado en los árboles: los pajarillos abandonando sus asi­los salían i d isfru tar de tan benigno am biente, y alegra­ban el campo con sus gorjeos. A lo lejos el nevado G ua­darram a cerraba este cuadro encantador, presentando su frente cubierta de nieve y sus faldas revestidas de un azul oscuro.

Acababa C irios II de o ir m isa , y dirigiéndose i su aposen to , abrió una de las ventanas del alcázar, que daba al parque, ó cam/m del moro. Su alm a com prim ida dentro de aquel cuerpo enfermizo, pareció rejuvenecerse al sentir el contacto de aquel ambiente voluptuoso y á la vista del agradable panoram a que se desplegaba ante sus ojos.

U na tu rba de jóvenes paseaba e l parque, galopando y compitiendo en los escarceos de sus caballos. Al mismo tiem po o tra m ultitud de caballeros y señoras desembocaba

Año VIL

por los portillos de Segovia y de la Vega , dirigiendo sus pasos hácia las orillas del r io , ó paseando p o r el camino del Pardo. M iró el rey con envidia aquel concurso alegre y bullicioso, y sintió apoderarse de su alm a aquella tim i­dez melancólica que formaba el fondo de su carácter. Acordábase en aquel mom ento que era rey de vastas mo­n arqu ías , y que millones de hom bres acataban sumisos su débil voz, y con todo , á pesar de su mando abso lu to , era triplem eule esclavo y mucho roas infeliz que la m ayor parte de sus vasallos. E l triste m onarca veia tiranizadas su im aginación, su v o lu n tad , y basta sus m rnores acciones, por los exorcismos, los preceptos higiénicos y la etiqueta que gravitaba sobre él con toda la rigidez del ceremonial austríaco.

Cansado de tan violenta situación, despreció los m an­datos del médico, y mandó poner su carroza -po ro rato después salió p o r el portillo de S. B eruardino, acompaña­do de la guardia chamberga que custodiaba su persona, bajando b ic ia e l camino del P a rd o , que estaba Heno de gente de todas clases, y de caballos, coches y literas.

3b de junio de 1841.

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A un no »e había forma Jo en aquel li tio la calzada que actualm ente caíste, antes por el contrario el camino ofre- cia una superficie tortuosa y desigual, y en aquel momen­to por algunas partes casi in transitab le , 4 consecuencia de las lluvias anteriores. Tampoco se babia erigido ann la preciosa capilla de S . A ntonio , en que Goya nos legó una óc sus b rillantes inspiraciones: unos pocos ciprcses y algu­nos Arboles esparcidos sin concierto form aban entonces el , tínico o rnato de la Florida.

Al llegar C irios 11 á este sitio , observó que la gente se p a rab a , y que su guardia postrada en el suelo ind inaba los arcabuces. Al mismo tiempo vió 4 u n sacerdote que cam inaba lentamente, arropado en su m anteo, y precedido de n n n iño que llevaba u n farol, lliaole el Itey señal para que se acercase, y le p reguntó qué llevaba. Ilespondióle el sacerdote diciendo, que era e l teniente cu ra de S. Marcos, que iba i llevar el v iitico 4 u n guarda ú hortelano de) so­to de M igas salientes. Acordóse al p an to C irios U del ejemplo de R odolfo de Hospitourg (1 ) ilustre tronco de su

fam ilia, y bajando de su coche, hincó una rodilla en tie r­r a ; y al mismo tiempo invitó a l cura 4 que lomase su asien to , dándole tratam iento de merced. En seguida cerró la portezuela con sus propias m anos, y se puso 4 seguir el coche 4 pie y con la cabeza descubierta.

Bien ageno se hallaba el pobre hortelano de la visita que le iba 4 llegar. Acababa de d irig ir a l cielo una fer­viente súplica por la suerte de su h ija , que iba 4 quedar huérfana y desvalida. Lloraba esta infeliz 4 la cabecera de su m oribundo padre , 4 quien veía perecer destituido de todo socorro hum ano , cuando llegó i sus oidos el ruido confuso de los coches, y el sonido de la cam panilla, que

conde de Hajptourg yendo un dia coa su balcón por un campo, en ocasión que babia muchos lodos, vió llegar ó un sacadme I» a r ­dido de uu acólito con una linter na. Conociendo que llevaba ¿.viá­tico para algún enfermo, te apeó humildemente de su caballo, y .tuto el estrívo para que móntate el cura en el, haciendo que el acólito subiese en el del escudera que le acompañaba. Las autores religio­sas miran este acto de veneración al SSrno. Sacramento como una de las cantas de tn promodon al imperio y del engrandecámiente A la casa da Austria, qna le tiene por-fundador.(1) Refiérete de ette emperador, que cuando era aimple

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indicaba la aproximación del viático. Poro ra to despue* en tró cate precedido del rey y de una m ultitud de seiio- rea de la corte, que á im itación suya le babian seguido.La turhaciou del enfermo fue ta l , que apenas acertó á responder á las preguntas que le dirigía el sacerdote, no menos confuso que él.

Luego qne hubo term inado este su m inisterio , dirigió­se el rey al enferm o, y le preguntó cariñosam ente por el estado de su salud y de su familia. Conociendo que lo que mas le atlijia era la suerte de su pobre b ija , á quien iba á dejar huérfana , puso en manos de ella el bolsillo que llevaba, y ofreció al padre cu idar de su colocación. A im itación del rey los cortesanos que le acompañaban dieron á la pobre jóven m uestras de su generosidad.

Volvió el cura i su b ir en el cocbe que habia ocupado á la venida, y el rey al costado, «amiuando asi bas­ta la fuente de Leganitos, desde donde m archó á pie basta la iglesia parroquial, y luego que se concluyó la re­serva volvió á palacio cutre los aplausos de la m ultitud, que vitoreaba su piedad.

Con este motivo se abrió aquel mismo ano en Ambe- ros una hermosa lámina aludiendo á este asunto : en la pacte superior está la Iglesia Católica con lodos sus a tr ib u ­tos. En el centro de la lámina, Cárlos II arrodillado a l estri­bo del coche ofrece sn asiento al ru ra : una m ultitud de guar­d ias, caballeros de las órdenes, damas , frailes, coches y lacayos concurren á d a r realce á la escena ro n sus postu­ra s y variados tragos. En loulanansa ae ven el Alraaar re a l , el puente de Segovia y una gran parle de M adrid. Salió acompañada esta lámina de un poema laliuo del P. M anuel V an-O utcra, alusivo al suceso.

Desde entonces los reyes de España lian observado puntualm ente la costum bre de ceder su cocbe, siempre que se fncucu tran a l Sto. viático.

V. d b L* F.

MORAL PR IV A D A .

P L A N I D E A D O P O R B E N J A M I N T U A M i l . I N P A H A A R ­

R E G L A R S U V I D A .

(Conclusion. Véase el nfimero anterior.)

F- L - J l articu lo que mas inconvenientes roe opuso fue el del órden. No tardé en persuadirm e que mi .oían de d is tribu ­ción del d ia , aunque podia ser practicable para u u hom­b re cuyas ocupaciones fuesen de tal naturaleza, que le perm itiesen la libre disposición del tiem po, presentaba su ejecución muchas dificultades para u u dueño de estableci­m ien to , obligado á sostener relaciones con toda clase de personas, y recibirlas á las horas que tuviesen por opor­tuno visitarle. También bailé dificil de observar el órden en cuanto al punto que debía tener cada cosa, cada papel, etc. N o me había acostum brado desde un principio á este método, y como tenia una memoria escclcule, no ronocia el inconveniente de las fallas en este precepto. Este articu ­lo me costó una atención tan penosa; roe bailaba tan aburrido de ¡o cu rrir tan amenudo cu (altas, de tener tan frecuentes recaídas y de hacer en él tan cortos progresos, que estuve p o r decidirme á tom ar el partido de renunciar a l referido precepto.

Este raso jusgo que ha sido m uy com ún en algunas personas, p o r falla d e algunos medios semejantes á los qne yo em pleaba, que habiendo bailado m ucha dificultad en adqu irir ciertas buenas costum bres, ó en abandonar otras

malas, renuncian á sus esfuerzos y concluyen por decir que el órden es imposible. Cualquiera que pretendiese ser, mi plan y la razón me sugería también algunas veces que esta estremada exactitud , tal como yo la exijia de mi m is­m o, podía ser una especie de n iñería en la m oral, que hubiera hecho re ir á espensas roias, si hubiese sido cono­cida; que uu empeño perfecto podia esperímentar el in ­conveniente de hacerse objeto de envidia y de aborreci­m iento; y que un hombre que quiere el b ien , debe su frir­se á si mismo algunas ligeras faltas, á fin de perm itir la franqueza á sus amigos. El bccbo es que yo me bailaba incorregible sobre el articu lo del ó rd en , y boy que soy am iaiio , y que mi memoria es mala , eaperimento de una manera sensible la falta de esta cualidad. Pero en el tota), JO" cuando no baya llegado á la perfección, á que con tanta ambición aspiraba, y de la que tan lejos he estado, mis esfuerzos me lian hecho sin embargo mejor y mas fe- lis de lo que seria si no Is hubiese emprendido. Asi es como el que quiere hacer una bonita forma de letra po r la im itariou de las m uestras grabadas, aun cuando no liega nunca á copiarlas con la misma perfección, sus es­fuerzos i lo menos le con ju ren á form ar una letra clara y legible.

Acaso será ú til el que mis descendientes sepan que con este método y ayudado por la gracia de D ios, fue como uno desús autepasados adquirió una felicidad, que conser­vó constante toda su vida basta la edad de 79 años en que es­cribe estas páginas. Los reveses que pueden acom pañar et resto de sus d ias, están en las manos de la Providencia; pero si le llegan á suceder, la rcilexion sobre lo pasado debe­rá darle fuerzas paya soportarlos con mas resignación. A tri­buye í la templanza su prolongada sa lud ; al trabajo y á la economía el bienestar que adquirió drsdc jóven, la fo r­tuna que le lia seguido y todos los conocimientos que le lian puesto cu estado de ser un ciudadano ú til, y le han adquirido un cierto grado de reputación entre los sabios; á la sinceridad y la justicia debe la confianza de su país y los honoríficos empleos de que le ba revestido; y en fm , á la iullueiicia reunida de todas estas v irtudes, aun en estado de imperfección en que ba podido adquirirlas, debe la igualdad de genio, la alegría en la conversación, que h a ­cen aprcciahlc su compañía hasta de la bulliciosa juventud. Espero, pues, que algunos de mis descendientes quierau im ita r este ejem plo, y p o r ello tendrán que felicitarse.

Se observará, que auuquc mi plan de conducta no ca­rece enteram ente de principios de religión, no en tra sin em ­bargo en él n inguu dogma que pertenezca á una secta p a r­ticular. l ie evitado de intento este p u n to , porque estando bien convencido de la utilidad y de excelencia de mi método, y persuadido de que podría servir á hombres de toda» religio­nes, me proponía desde lurgo publicarle de un dia á o tro , y no queria que pudiese eseilar la prevención de ninguu individuo de cualquiera secta que fuese. Me habia resuelto á publicar uu breve com entario de cada v ir tu d , cu el cual hubiera demostrado la veutaja de poseerla, y los m a l» que acarrea el vicio que la es opuesto. H ubiera in titu lado mi lib ro £ 1 a r le de ¡a v i r tu d , porque en él habría manifesta­do los inedius de ad q u irirla , lo cual le hubiera distinguido de las simples estilaciones al b ien , que n i dan á conocer n i indicau los medios de alcanzarle; asemejándose al hom ­bre de que nos habla el aposto!, cuya caridad era todo palabras, y uo manifestaba a l desnudo ó al ham briento dónde ó cómo encontrarían alim entos 6 vestidos, conten­tándose rou exhortarle áq u e comiese y se vistiese. (S au tia -,go , Ep. cap. 111, ver*. 15 y ÍG.)

Las cosas no obsU nte ban tom ado is lg i ro , que roiAét- tencion de escribir y publicar eslc..com eatário no lle&Ti teu rr oferto. Ilab ia alguna que o tra \ex escrito variaiTno-

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SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.204

t a i , ¡deas y razonamientos que contaba em plear, i fin de servirm e después de ellos; pero las continuas tarcas que han exigido mis negocios particulares en la prim era parte de m i v ida, y después los negocios públicos, de que me lie visto encargado, me lian obligado siempre 4 diferir este proyecto. Comprometido ademas mi esp íritu en otro grandioso proyecto, cuya ejecución exigia lodo un bombre, y del cual me he visto desviado por una série imprevista de ocupaciones, ha permanecido imperfecto hasta este m o­mento.

Mi designio en aquella obra era esplicar y p robar este axioma. "Q ue las malas acciones no son malas porque es­tén prohibidas, sino que están prohibidas porque son ma­las.*' Considerando solo la naturaleza del hom bre, hubie­ra establecido que todo aquel que desea ser dichoso aun en este m undo, necesita ser virtuoso. Que hay ricos negocian­tes , grandes estados, príncipes que necesitan hombres de probidad para la dirección de sus negocios; y como seme­jantes sugetos no abundan demasiado, hubiera tratado de dem ostrar para instrucción de los jóvenes, que de cuantas cualidades pueden conducir á la fo rtuna 4 un hom bre pobre , las que mejor probabilidad tienen de buen éxito son la probidad y la integridad.

Mi lista de v irtudes no contenía en un principio mas que doce; pero un quákero amigo mió tuvo la bondad de advertirm e, que generalmente me consideraban como en­greído, que el orgullo se manifestaba frecuentemente en mi conversación, que en una disputa no me contentaba con llevar la razou, sino que me hacia arrogante y aun insolente, y me convenció citándome varios ejemplos: R esolví, pues, curarm e de este vicio, ó llámese inan ia , lo mismo que de los demas, y añadí la hum ildad i mi lista, dando i esta u n sentido estenio.

No puedo alabarme de haber llegado 4 poeser entera­mente esta v ir tu d , pero á lo meuos gané mucho en cuanto á su apariencia. Tomé un empeño formal en evadirme de toda contradicción directa de las opiniones de o tro s, ó to ­da aserción positiva en favor de las mias. Llegué hasta el estremo de prescrib irm e, conforme los antiguos regla­mentos de nuestra ju n ta , la obstinencia de toda csprc- •ion que denotase u n modo de hablar fijo y detenido, como: "c iertam en te ," "s in duda alguna,” e tc ; y en su lu g ar adopté: *'me parece,” "creo,” "presumo que tal cosa es de este ó del o tro modo;” ó bieu: "p o r ahora me parece asi." Cuando o tro arriesgaba una proposición que me parecía e rrónea , rae privaba del placer de contradecirle brusca­m ente, y de m anifestarle desde luego lo absurdo de sus expresiones; y en mi respuesta empezaba por observar que en tales ó cuales casos ó circunstancias , su opinión pudie­r a ser ju s ta , pero que en la ocasión presente creía ó me parecia que la cosa era distinta.

N o lardé mucho en conocer la ventaja de este cambio en mis modales; las conversaciones en que tomaba empeño e ran mas agradables; el tono modesto con que esponia mis opiniones, las facilitaba Una acogida mas p ro n ta , y no sufrían tantas contradicciones; yo experimentaba me­nos mortificación cuando me equivocaba , y conducía con mas facilidad 4 mis adversarios á abandonar sus errores, y unirse 4 m í cuando llevaba la ra tón . Este m étodo, al cual no pude sujetarme en un p rincip io , sino violentando mi inclinación n a tu ra l, llegó 1 serme tan fácil, tan habitual, que acaso de cincuenta años 4 esta parte no habrá uno que haya oido escaparse de mi boca una palabra dogmática. A esta costum bre , ademas de mi carácter de integridad, es i la que principalm ente me creo deudor del crédito que obtuve para con mis conciudadanos cuando propuse nue­vas instituciones ó la modificación de las antiguas, asi co­mo mi grande in fluencia en las asambleas públicas cuan­

do llegué 4 ser miembro de ellas; porque no era yo mas que uu m al o ra d o r , nada elocuente, sujeto 4 m ucha per­plejidad en la elecriou de las palabras, apenas correcto , y sin embargo generalmente bire adoptar mis opiniones.

F inalm ente, de todas nuestras pasiones naturales acaso no baya ninguna m asdiücil de dom inar que el orgullo; que se le disfrace, que se le mortifique cuanto se quiera, siempre permanece vivo, y de cuando en cuando rom pe y se m m i- ticsla . Acaso le rcionoceycis con frecuencia en es;as me­morias , porque en el momento en que creo haberle completam ente subyugado, me vertís probablemente o r­gulloso de m i humildad.

B E L L A S A R T E S .

9 X X.AS E S C U E L A S S E F l S T t T A á .

P IS T O S E * KSPiXOl.E-S.

I . J n \ de las causas que dieron 4 las artes en España una prodigiosa actividad, fue la independencia que gozaban cutre si bajo el aspecto a rtistiro las diversas ciudades principales. Con efecto, Sevilla, M adrid , Valencia, G ra­nad a , Zaragoza y C órdoba, erau otros tantos centros de estudio donde se formaban grandes pintores con estilo p rop io , y sin dejarse a rra s tra r por ningún influjo eslerior. Cada ciudad se gloriaba de tener sus artistas peculiares, sus ilustraciones locales; y la dirección adoptada por ellos, hija del carácter especial de los habitantes de cada com ar­ca , de su situación, clima y costumbres, im prim ía á las obras del a rte u n cierto sello de originalidad que fácil­mente dan 4 conocer su origen.

Asi como la Ita lia , la España artística tuvo sus dos grandes siglos, el XVI y cl XVII; pero este últim o, fue mas glorioso a u n para loa españoles, asi como el prim ero lo habia sido para los italianos. M adrid , Valencia y Sevilla fueron las tres cabezas de las principales excutlas españo­las; la prim era la de Castilla, tuvo por su gefe 4 f'e taxyuez. La segunda se personifica naturalm ente en Ju a n de Jua ­nes , R ibera , y Ribalta-, y la tercera, ó la sevillana, la mas fecunda, cuenta en prim era liuea 4 M urillo , Z u rb a ­r á n , y Alonso Cano.

Tales son los siete ú ocho nombres que naturalm ente vienen prim ero que todos á los labios en tre siete ú ocho­cientos a l hab lar de las escuelas españolas; y ellos son para España lo que para la Italia y la H olanda, diez ó doce grandes notabilidades, que el transcurso de los siglos n o ha podido hacer olvidar.

Los artistas eminentes cuyo tu rbu len to n a tu ra l ó laa circunstancias de su vida lansaron en peligrosas aventuras, en rápidas peripecias, dan á conocer en sus obras aquella fuerza de im aginación, aquella vehemencia de contrastes, que sin duda debió inspirarles la rotación continua de sus fuerzas intelectuales. Porque el hom bre que regresaba 4 su obrador de vuelta de un duelo peligroso ó de algún galanteo arriesgado; <1 a rtis ta que ceñía espada y estaba acostumbrado 4 esgrim irla en defensa de su pais ó de su persona, no es n a tu ra l que pudiera inspirarse por la ce­lestial vision de la M adre de Dios sonriendo 4 su di­v ino h ijo , ó de un santo cenobita im plorando e l auxilio del cielo con la penitencia y la oración.

R ibera , que aunque pese 4 los italianos era español, fue uno de aquellos hombres audaces y turbulentos, digno* hijos del siglo X V I, que luchando duran te su vida co* todo* lo» que le rodeaban, han logrado por el tranacurso

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del tiem po parificar su nom bre , y hacer reflejar solo en di la gloria de sus obras inm ortales. En ellas, sin em bar­go , se echa de ver el carácter fuerte , las impresiones trá ­gicas y sombrías de una vida aventurera y ex traordinaria; y si bien es cierto que á veces, como hombre superio r, para quien nada es im posible, supo elevarse á la grata ternura, a l rico colorido de loa Vincis y Corregios, también lo es que su titu lo de gloria principal consiste en la representa­ción de la liuinauidad doliente y agobiida por los padeci­mientos de la enfermedad ó del m artirio ; en los colores sombríos, la rspresiou de la tristeza y del dolor.

Al paso que Riltera busca en la poesía religiosa de los m ártires lus asuntos de sus composiciones, Z u rea ra n se supo rrea r un tipo especial en la uniforme sencillez de los c lau s tro s , y variar hasta el infinito las diversas furinas del austero religioso dominando sus pasiones (tur la vigilia y el ayuno , la meditación y el sufrim iento m oral; pero un sufrim iento tran q u ilo , ío tim o y sin aparato exterior. Y tal es el poder del genio, que en manas de Z nrbardn es un m anantial inagotable de creaciones la mirada pensa­tiv a , la frente calva , el monótono hábito blanco de un pobre fraile; ¡ pin tor verdaderamente m ístico, que ha sabido hallar en la simple expresión del sentim iento religioso, los mas variados y seguros efectos, y d a r una animación ideal y evangélica i sus mudas figuras, á sus países inmóviles y desnudos!

El carácter de Z urbarán no era hebroso, ni aventure­r o ; no vió la Ita lia , ni en los cuaren ta silos de tu vida artística hizo o tra cosa que p in ta r para los conventos i igle­sias de Sevilla, Jerez y M adrid. Su actividad era igual á su talento , y aunque siempre agoviado de encargos, sabía hacer frente á todos, de suerte que se cuentau sus obras p o r ceuteuares.

P o r diverso estilo , y muy lejos de la vida claustral, supo buscar l'elasi/uer los asuutos desús admirables com­posiciones. A rtista favorecido por la fo rtuna , cortesano m im ado, amigo casi intim o de su soberano, hubo de ejer­c ita r su talento en las escenas de lujo y de magnificencia qne pasaban en su derredor. Pudo saborear todos los place­res del am or propio , que en otros paises hicieron la glo­ria de los Vincis, Ticianos, Hube na y W an-dyk . Sus obras, aunque m uchas, fueron casi todas dedicadas al monarca, que parecía haber com prado absolutam ente y de antem a­no todos los frn tos de su pincel, Bien sabido es que Felipe IV se preciaba como su padre y abuelo , no sola­mente del titu lo de aficionado, sino del de a rtis ta ; y para p robar el alto aprecio que un tal monarca debía ha­cer de tan gran p in to r, no hay mas que recordar aquí la sabida anécdota del cuadro de fam ilia, eu que habiéndose retratado á si mismo Vclazquez, le pintó el rey en el pe­cho la cruz Je Santiago; sublime inspiración que luego im itó Napoleón con el celebre a rtis ta David. Velazquez, pues, colmado de honores, títu los y hasta de misiones di­plomáticas, m urió después de una larga carrera en Ma­d r id , su p a tr ia , sin haber nunca luchado con la adversi­dad; privilegiada condición y muy agena por desgracia de la existencia de la m ayor parte de los grandes genios.

Pero cu cambio, ¡cuántos de nuestros artistas españo­les han arrastrado una vida agitada por la desgracia! ¡cuántos no se han visto lanzados á los mas deplorables excesos, por la fuerza de su carácter, ó por la turbulencia de su imaginación! ¡Q ué existencia mas tristemente varia que la de Alonso Cano, esta especie de Ccllim español, con sus duelos, sus pleitos, sus quim eras, el asesinato de su m ujer, sus persecuciones, prisiones y torm entos; su re tiro del m undo i la vida religiosa, y sus disputas con el cabildo de G ranada; sus espléndidos dones de parte de sus ob ras , y sus exageradas pretensiones por las o tras; la rica

variedad de estas en arquitectura, p in tu ra y escu ltu ra ; y los diversos estilos y contradicciones, que m arcaron su larga y animada carrera !

En cuanto á Ju a n de Juanes, este otro p in to r místico, aunque de carácter mas dulce y tranquilo ; este hombre e n ’ cuyas obras de ra ra perfección, se revela la fé y el santo entusiasmo del a r t is ta , que se preparaba con la sagrada comunión antes de darlas priucipio, es doblemente ilustre por su m érito inlriuseco; y por haber sido el fundador de la escuela valenciana, que es la que mas analogía guar­da con la de Ilafael.

Si la existencia de Vclazquez fue lujosa y espléndida y las de Cano y Itibera tu rbulentas y borrascosas, la de M u- ri/lo , por el con trario , no ofrece en toda ella mas c ir­cunstancias que las rom uuci de la vida. T ra s de una ju ­ventud laboriosamente empleada en obras de su rtido , que los compradores mal pagaban, tuvo la fortuna de encon­tra r en M adrid , y en el g ran Velazquez, un protector ge- ueroso que le puso en situación de seguir los buenos estu­dios, y desarro llar su privilegiada imaginación. De vuelta á Sevilla trabajó allí duran te cuarenta años sin in te rrup ­ción y sin descanso una m ultitud prodigiosa de rustiros, eu los cuales se señalan bien por lo menos tres épocas dis­tintas de sus conocimientos, de su edad y su estilo; a u n ­que en todas ellas se eleva á una a ltu ra propia, superior, y verdaderamente prodigiosa.

¡Q ué de nombres pudiéramos aun añadir para d a r si­quiera una ráp iJa ojeada por esas diversas escuelas espa­ñolas que tanto y tan adm irable fruto han producido! ¡Cuán rica seria una simple nomenclatura que (aun ha­ciendo abstracion de lus prim eros gcfrs) comprendería para la escuela valenciana á O rien te , ltib a lla , Espinosa y Vicente Juanes; para la de M adrid , después de Vclazquez, á U errugucle, Gallegos, Panto ja , Pacheco, Coello, C a r- ducho , T ris tan , Sebastian M artines, Cerrzo, Maso M ar­tínez, R ic i, y C arrrño ; y para la sevillana, drspues de M urillo , Cano y Z u rb a rá n , á Luis de V argas, F ernan­dez, Cespedes, Sánchez C o rtan , los H erreras, Pedro de M oya, Anlolinex, Boca negra , Niño de G uevara, Metieses, Tovar y Villavicencio! ¡Cuánta fuerza y poderío en estas escuelas en que tantos artistas sobresalen en p in ta r los sentimientos del a lm a, en hacer sensible á la vista las mas sublimes ¡deas, en estudiar el corazón para revelarnos sus misterios! Y sobre todo ¡q u éd e maravillas no ha obrado esta o tra m aravilla , la fé , la fe p u ra , religiosa, y sublime que inspiraba el pincel del a rtis ta , y subyugaba la imagi­nación de un pueblo ardiente y apasionado!

p tsT o n es iT áL isxos.

El arte en Italia se nos presenta con diversas condicio­nes que en España; los artistas a llí están mas diseminados aun; loa elementos inspiradores son vários y los géneros diferentes. Pero en Italia como en España, ya hemos di­choque existe esta división marcada en grupos diferentes, y á veces rivales, en puntos distantes y sin iitlluencia res­pectiva, y esto dá á las diversas escuelas m ayor in terés y contraste.

U n convenio mas ó menos arb itra rio clasificó las di­versas escuelas ita lianas, basta que Lanzi con ingenio me­tódico y reflexivo, y auxiliado con profundos estudios, divi­dió su patria en alta y baja Ita lia , para trazar la historia de sus diversas escuelas y pintores; ocupándose prim ero en la baja I ta lia , donde halla en prim er lugar la escuela F lo ren tina; 2.* la de S iena, 3.a la de R om a, y 4 .° la de Nápotes. La alta Italia le ofrece en 5 / lu g ar la escuela Veneciana: 6.* la de M ántua: 7.* M ódena: 8.° Parras: 9.a Cremona, y 10. Milán. T ra ta después aparte de la escuela Boloñcsa, la undécima en el órdea que se propone. Ferrara,

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206 SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.

C enara, y el Piam onle completan en » clasificación el núm ero to tal de catorce grandes escuelas italianas.

Pero este lujo de aparato puede reducirse i una cifra m enor, y para abrasar el conjunto del a rte ita liano , bas­ta 4 nuestro entender señalar las cinco esencias de prim er órden que han prevalecido: y o tras dos que han alcan- sado una g loria secundaria, com poniendo,un to tal de siete grandes familias ó grrarquiaa de pintores italianos, en esta forma.

Eacaela F lorentina y Toscana.— Romana.— Venecia­n a .— Lombarda 6 Mitanes» (que comprende Parm a, M i­den* , M únlua, etc.).— lloloüesa (subdivisión tan b rillan - de la escuela lom barda, que merece una denominación cs- pccial.)— Napolitana.— y Genovesa.

Florencia se gloria de se r la m adre de todas las escue­las de Italia. En la escuela florentina, que rs la de las in­venciones atrevidas y del dibujo grandioso, se encuentran los nom bres de p in tores, que si han podido ser sobrepuja­dos después, tuvieron la gloria de ser los prim eros. Tales son Cimabuc, G io lto , P io lo V eello, E ra F ilipo , Masacrio, cuyas ob ras , ya bellas por si mismas, ofrecen algo mas que interés histórico : G hirlandaio , que fue el maestro de Ilio n a rro ti; el Vcrocchio, que tuvo por discípulo 4 V in- c i ; en fin aquellos genios colosales, Leonardo y Miguel A n g el, y 4 su lado Era Uarloloraeo, y Andrea del Santo.

Roma se personifica en el nom bre de R afael, y en su derredor se agrupan los de sus maestros y discípulos: P crrug ino , Ju lio Rom ano, Perino del Vaga, el Fatlore. Las épocas siguientes dan A liorna el Pouisin, Claudio Lorrnes, (aunque arabos franceses), el G arofolo, Salvator Hntsa, los dos Garaveggi, Z uccbari, el R arrocchio, Andrés Sac- c h l, el Jiisicp iuo , C irios M ara lli, Pedro de Cortona, B alton i, Mengs, e rud ito alom an, bien conocido en Espa­rta , que descubre en sus obras mas talento que im agiua- c ioa , mas conveniencia que genio.

Si Roma tiene, por decirlo a s i, el privilegio del d i­bujo noble y p u ro , de la composición sublime y calcula­da» Vcnecia ofrece el prestigio de un inim itable colorido. A las escuelas sus rivales opone un considerable número de artistas diversamente célebres, desde los herm anos Be- llin i y el G iorgione, pasando después al Ticiano y Pablo V cronés, el T in to re llo , A los dos Palm a, y Sebastian del Piombo para llegar á París Bordoni, el Bassano, el Paduano, y el caballero L iberi, que aupó aun d a r cierto esplendor A una época de decadencia.

E n la escuela Lombarda nos hallamos á Leonardo y¡ne¡\ y muy p o r bajo de él A L u in i, Sala'i y Gandanio F e rra r i: después el M antegnc y su discípulo el Divino Coreggio, y el Parmcsano. La gracia de los pintores de Lombardia d i al claro oscuro una grande im portancia en el a r te , y fiados en él disputan A los venecianos la palma del colorido. ¡Q ué de semejanza en tre el Ticiano y C orre­g ió , y qué de perfección en ambos! y hay que advertir que Rúbeos, este o tro famoso colorista, no lo fué ni A la m anera del T iciano, n i A la de Correggio: tan d itr 'so s son los recursos del a r te , y lautos los caminos por donde e l verdadero gcuio sabe llegar A la perfección!

La ilustración de la escuela Boloiiesa data de los Car- raci. El p rim er maestro de la m ayor parle de los pintores de esta escuela Diouisio C alvaert, es un curioso cgemplo de lo caprichoso y fugitivo de la fam a, y hoy apenases conocido siuo por la deserción en roasa de sus discípulos, q u i corrieron A inscribirse en la escaela de los Carrarci. Esta no llegó en verdad A la a lta ra de las grandes épocas de Miguel A ngel, Rafael, Ticiano y C orregió, pero apro­vechó bien de sos fru tes , ofreciendo tan conjunto artno- bíso de las diversas cualidades que llegó a su b s titu ir i la espontanea originalidad. La ciencia de la composición, el

d ibujo , e l colorido, el claro oscuro, todas las diversaa- conbiuaciones del a rte con sos respectivos medios, concur­ren p ara glorificar una escuela simultAneamcnte ilustrada po r L u is, Aníbal y Agustín C a rra c a , el Dom iniquina, Lioreldo Jipada, el Goerccioo, A lbino, y G uido Reni.

La escuela napolitana cuenta u n origen m uy antiguo, y tuvo ya artistas rootemporAueos de Cimabuc y de G io- tlo . La fama de sus producciones data desde la llegada 4 MApoles de Poli,loro de CaravaggYo y del F a tto re , ambos desterrados de Roma por el saco de 152". Después de la dominación de estos imitadores de Rafael, sucedió la de Miguel Angel por el V asari, y Marco de Siena. Vinieron después Riliera( el españólelo) L anfranro , G u ido , Domi­n iqu ino , Jusepino, Salvator Rosa, y el Catabres; y en la ú ltim a época Lucas Jo rd á n , y Solimena.

En tanto que NApotes recogía los restos de la escaela de R afael, después del saco de Roma, y que Ju lio Romano era llam ado A MAnlua , Perino del Vaga, in stitu ía en Ge­nova una nueva escuela de p in tu ra . Citanse después la* obras que vinieron A rgeru lar A dicha ciudad el Ticiano duran te unn residencia de tres años; después Salim bfni, y el S o r r i de Siena , después Agustín T aaa i, y en fin Ilu - bens y Vandik. U no de los pintores originarios de Génova que han trabajado mas fue Bernardo Strozzi (el Capuchi­no ), una de las glorias de la escuela genovesa.

p ixT im t* rU M E S C H , ntiLSM ir.sM , alp.maxks t n u x e e a t ts .

La» escuelas flamenca, holandesa y alem ana, forman con los tipos italianos un contraste notable y fértil en obscr* variólica arttaliraa. Los nombres mas antiguos par» cada una ■le estas tres escuela» son: Alberto D u rero , Ju a n de B ru ­zar y J a i can de Lrydrn. Por rim a de todos lo» nombre» llamearon te eleva el de Pedro Pablo Buben.r, uno de loa dioses de la p in tura , y que supo dom inar todo» lo» géne­ro», desplegando en todos ello» la roa» asombrosa fecun­didad de invención, el mas seguro cálculo, y la ejecución mas atinada. El Rubens de la escuela holandesa es B em - b ra n d l, lo cual basta para dar A los flamencos una su­perioridad incontestable, si ya no tuvieran para apoyarla un Pamlilt, un Teniers, y o tros infinitos.

Si desde las grandes escuelas española», italianas y fla­mencas pasamos A la escuela francesa la hallamos des­nuda del interés que aquellas inspiran p o r su gran vu«lo y la emulación de los diferentes estilos y medios. — No hay en F ran ria aquellos nobles esfuerzos entre ciudades riva­les de M adrid , Sevilla y Valencia.—De F lorencia , Roma, Venecia y M ilán.— De Brujas Anvere», Amslcrdan y H ar- lem. Allf en p in tura no hay mas que un nombre: Paria.

En el siglo XVII cuenta grandes nom bres; Lcbrum , M ignard , L usucur, Poussin (que la Italia le d ispu ta), loa Jouvenet, los Coypel, Rigaud y Largilliere. F.n el siglo XVIII las- reputaciones crecen en número, y disminuyen en valor. Después de Subleyras y R estou t, ocupan los p r i­meros lugares Lemoyne, Naloire y N attier. Después B o«- cher hace prevalecer su gracia am anerada, su incorrec­ción y convencional colorido. Despuea Vanloo y luego Vien se esfuerzan en restablecer los estudios severos. D ro- uais y David realizan su pensamiento, y la escuela de este últim o ejerce do ran te tre in ta añoa una dominación despó­tica , hoy reemplazada p o r una reacción, en que se hallan confundidos todos los géneros, todos lo*ensayos, toda* la*imitaciones.

Pero es precito con Tesar que ti la escuela france­sa carece actualm ente de disciplina, tiene al menos la ventaja de estar llena de vida y ardor, m ientras que en la a demas naciones el a rdo r y la vid* del arte ba desapareci­do. La España ba perdido hace mucho* añoa au* p ro fua-

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SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL. 207

¿ a i inspiraciones; su* a rtu la» espontáneos desaparecieron cou Coya. La Ita lia , indolente y cansada, no tiene apenas mas .piulores que los que la Alemania le envía. La Inglaterra no ha podido lodavia hacer traspasar de su isla la reputa­ción de algunos de sus colorista*, la A lem ania, que acaba de rean im ar el culto de las arles en M unich , en Dussoldorf en B rrlin > t u F rancfo rt, y que ba fundado una colonia artística cu la misma Hoina, solo aspira hoy 1 elevar vina escuela rival de la francesa. Lo que pudiera o cu rr ir- lea mejor á los franceses y alem anes, seria que se dedica­sen á estudiar sinceram ente lo* verdaderos maestros que ofrecen mas que im itar, los antiguos españoles é italianos

G. A.

NOVELA. A BA BE (I).

X X . A M O R .

I r siitiekdo E l-M ansu r en el g ran designio de su vid*, de som eter á ls media luna toda la Peniusula ib e ra , y de poner los Pirineos por limites del im perio dé la C ruz, con­tinuaba cou el mismo ardo r y constancia su* iteraciones m ilitares, siempre b ril’ - 'e s , pero siempre iufru luosas; y p ara acom eter de frente su proyecto de conquista general, sin roufiar i n ingún o tro el ru id id o de participar de su ejecución, dió un año de respiro á lo* castellanos y leone­ses, y volvió sus arm as contra C ataluña; emprendiendo esta «pedición por el camino que siguió el em ir A bd-rrra- mau cuando cruzando los Pirineos penetró en E l Belad a fra n r , pascó sus victoriosos estandartes por las riberas del R ódano, después por las del C aro n a , en seguida por las costas del Océano, y finalmente po r las del laaira, has­ta las ca ni afilas de la capital de la T u rcn a , en doudc en­contró el hacha de C irios Marlel.

El conde B orcl, heredero de los antiguos duques de la Septiiiiauia, bajo cuyo im perio habia estado la Calía gótica nbsorvida d « p u ts p o r el vasto im perio de Cario M agno, gobernaba i la sazón el condado de Barcelona; y habí ido pedido socorro á su soberano, el rey de Francia, el m ayor lla g o Capelo que reinaba en aquella época por Luis IV , como el Ila jib ' E l M ausur p o r Ilcrcham Q.*, le babia mandado alguuas tropas de la Aquitania. Con cuyo refuerao se babia lisongeado Borcl de d ispu tar 1 los árabes el paso del E b ro ; pero , derrotado completamente en un encuentro sangriento , se refugió en lo mas espeso de las m ontañas inaccesibles que separan C ataluña de A ra­g ó n , y el ejército de E lraansu r, después de haber pasado el rio que dió nom bre á la antigua Iberia , se cstendió p o r todo el fértil llano que eucierran las crestas de las m ontañas y las olas de la mar.

Abd-EI-MaK-k, compañero inseparable de las empre­sas y de las fatigas de su padre , bajo cuyo ejemplo apren­día el arte de la guerra y el de gobernar, mandaba una de las divisiones del ejército m usulm án; y según la cos­tu m b re , le acompañaban algunos jóvenes elegidos por él,

(I) El autor de esta nortlila, Ur. I.uit fia r Jal, es uno de los poros franctic» que lian escrita acertadamente de las cosas de Espí­a s . y conocido bien la índole do nuestro idioou, iitiTatura y cos­tumbres , de que son buena prueba sus varias obras sobre nuestra bistoria, Irgnlaciou y bellas arte»; su arríente traducción del Qui­jote y de la* novelas do Cervantes, y los liados cuadros de costum­bres de los árabes o pañoles, de que boy presentamos á nuestros lectores ana muestra. Nunca nos ba parecido para rilo mejor Oca­sión que la presente, en que el Señor f'iardvl se baila entre noso­tros en compañía de su esposa la Señora Carda, tuyos delirados árenlos resuenan aun, «sellando el entuuaimo, en Ijsaaluaes del Liceo de Madrid.

qne, bajo diversas denominaciones, no precisa m enta do­mésticas, sino de servicio personal, form aban como si d i­jéramos su casa, su familia y su sociedad. E ntre e llo*al que roas distinguía El M slrk con su aprecio y afreto, era su médico Yesid , jóven árabe de Fez, que se babia ve­nido con él de Africa á C órdoba, después de su es pedición victoriosa contra los Berebere* sublevado*.

Estudioso, modesto, de u n carácter siempre igual, pero siempre serio , viviendo en el ra liro y buyeado , sin v ituperarlas, las diversiones de los hombres de su edad, Yesid grave antes de tiem po, se hacia querer, é inspiraba compasión. A bd-E I-M alek, que solo 4 su compañero de arma» E l-ita n d J iir prefería sobre el jóveu feiano, veía con senlim icnlo la profunda melancolía que sin cesar sombrea! • con una nube de Iristrza el noble sem blante de su fsvori- lo , per • se esforzaba en vano , con los cuidados mas es­m erados, para a traer á los lábios pálidos de Yesid la son­risa habitual de la juventud. Nadie sabia el secreto de esta melancolía: y viéndole siempre re tra ído , meditabundo y entregado con a rdo r á los estudios mas arduos, cualquie­ra habría podido creer que Y etid investigaba, en el dédalo de aquellas d eu d as quiméricas nacida* de ls quím ica y la astronom ía , algún misterio de la u a tu ra lo a , a lgún se­creto de la tierra ó de los cielos. Y aun esta era la opi­nión mas com uu; porque, en medio de la inclioadun na­tu ra l de los hombres de su profesión, era mas n a tu ra l e l suponer a l jóven docto el gusto por las investigaciones ealialíaticas, que una de esas penas profundas, irremedia­bles, que m architan la vida desde su primavera.

Abd-KI-malck dejaba con freruem ia las alegr«* distrae- dones de sus compañeros de arm as por lo» coloquios soli­tario! y grave* de su médico, y encontraba u n grande «n- cautu en el pensamiento elevado, en las sentencia» austeras del jóven filósofo, á quien tam bién creía adepto de las ciencias ocultas. U n día que después de una larga marcha descansaba el ejercito, acampado en un valle fresco y fron­doso en las riberas del Fraucolt, y que El M ansur se diver­tía en echar su» balcones á unas bandallas de grullas, el hijo del ila jib quiso p rovocará su médico a l docto combate del ajedrez, y pasó á su tienda de cam paña, que siempre se ponía al lado de la suya. La eucontrú ab ie r ta , pero va­c ia , y todo anuuciaba que el habitante estudioso de aque­lla celda m ilita r , llamado sin duda á la rabezera de algún soldado herido , babia sido brnscameule distraído de sus trabajos.

Sobre las grandes páginas de un m anuscrito griego estaba desarrollada una hoja de papel de aeda, y la plu­ma de caña (1 ) apena* seca, se encontraba aun estendida so­bre los últim os renglones que acababa de estampar. Abd-El- Malek se acerca, y una curiosidad de instin to , mas proala que toda reOexion, le hizo echar la vista sobre aquel es­c rito , que contenía sin duda con la prueba de los tra ­bajos secretos de Y e tid , la confesión de las penas de su a l­ma , y ¡a esplicacion de su precoz austeridad. S in em­bargo, las m iradas del indiscreto amigo no encontraron sus figuras rabalísticas de astros ó de animales, ni cá lru lo sa l- gebráicos sobre las propiedades de los núm eros, n i los nombres asociados de metales y de plantas. La imágeo de una misma silaba, reproduciendo en toda la página la term inación uniform e de renglones irregu lares, anuncia­ba a l prim er golpe de vista que no babia o tra mágia en la obra de Yesid que E l-sa h r E l-a ta l , ó la rrui -ia perm i­tida , denominación especial de la poesía en tre los árabes. Los versos no son en m anera alguna el lenguage epistolar, sino el de los sentimientos recónditos y de la intim a con­fianza; hecho* por la imaginación y para e lla , no trad u -

( i ) E l K alam .

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SEMANARIO PINTORESCO ESPAÑOL.208

cen mas pensamientos que los que al poeta place publicar. A bd-E I-M alek, indeciso p o r un m om ento, leyó al fin los Tersos de Yes id.

"La pena abale mi va lo r, y la e n le m a del alma le reanima; mis lig rim as, ya obedientes, ya rebeldes ceden al combate de estos dos afectos contrarios.’*

* "Y o soy como la jó ven palma del Mogreb (1 ) que plantada en las riberas fértiles de G u ad -e l-K ib ir, eleva hasta los cielos su cima ondeante, que mece y acaricia el dulce céfiro de los algarbes."

"U n héroe generoso , cuya mano derecha no se abre sino para derram ar beneficios, riega incesantemente sus raicea con la lluvia de su munificencia.”

"E n su m orada, los votos de sus huéspedes y de sus sirvientes son colmados; y se d iría que todos sus instantes son noches frescas y embalsamadas.”

" A h ! que no sea yo insensible como la palma del Mo­greb! que no hubiese yo perdido rom o ella el recuerdo de la tie rra que me vid nacer!”

"Y o no sentiría caer sobre mi rorar.011 los, aguaceros de do lor , que sin cesar le inundai), y no d irfa 'á . la suerte: ¿P o r qué las ligrim as que corren de mis ojos no pueden cstinguir el fuego que abrasa mis entrañas.?”

" ¡ O tú , cam inante, q u e , montado eis un camello vi­goroso, caminas, al sallnr cii tierra de tu vagel, por el r a - mino de la gran ciudad de Pea, de la ciudad de dos alja­mas construidas por m snot femenina*!

"Asciende por la derecha de las tres sierras , flanquea­das de caminos escarpados, y penetra en el seno de uu va­lle florido, que baila un torrente que corre entre guijas, y al cual concede el cielo dos cosedlas cada j i lo .”

" Después, saluda en mi nom bre i los habilanlcs de ese lugar querido, y diles: "C uando me separé de vuestro am igo , suspiraba por vuestra presencia; su cuerpo viaja por el país de los infieles, pero su corazón está en Adgiad.”

" S i , yo lo juro por los Angeles del templo y por sus velos sagrados, por la piedra negra de Ismael y por los montes Safali y M cnvali, entre los cuales curreu los ado­radores fervorosos.”

"Jam ás el soplo del céfiro lia hecho inclinar el absin- lo de las colinas, sin que me haya traído de A djiad olo­res suaves y vivificantes."

" Adjiad'. A llí están los objetos de mi ternura. A llí mi m adre me alim entó con la leche de sus pechos, y me en­señó á balbucir el nom bre del verdadero Dios.”

"A llí vieron mis ojos por la vez prim era aquella tier­n a gacela de que está prendado mi corazón: y cuando el lu stre de su herm osura h irió mis m iradas, auu autes de sen tir am o r, m e dije á m i propio: soy hom bre vencido-”

"Desde entonces, mi alm a se ha transm utado en su alma, y los dias de ini vida los cuento p o r los dias de la suya. El am or en que me abraso es tan puro como el rostro de b lancura b rillan te de los escogidos.”

"S i me entrego 4 la oración, mis lib ios, m ientras que recorro el libro sagrado, m urm uran sus alabanzas: y de­ja r de pensar en ella por un solo mom ento, roe parece un crim en tan grande como el de quebran tar el ayuno.”

"C ubierta con el velo de su cabellera, si se pasca en­tre las sombras de una noche parecida 4 los rizos negros de sus cabellos, la radiante blancura de su frente la dirige, y la sirve de luz como las lum breras del firmamento.”

" S i , du ran te la noche, dirigía sus pasos por en tre las bellezas odoríficas de un ja rd ín , cercano i las orillas de un estanque donde crece y se pompea el nenúfar, engaña­das po r el brillo de sus encaulos,se elevarían las floressobre

( 0 Occidente y por escdencia el imperio de Marruecos.

las ondas, creyendo que el sol había aparecido en el Oriente.""C uando re jp ira mi bien am ada, s i , dice el mosco,

de su aliento embalsamado compongo yo m is mas delica­dos perfum es.”

" ¡O ráfaga de arenas del desierto, no te menees siquie­r a , cuando ella mueve su p lanta leve sobre la yerba de los prados! ¡O relámpago, ten cuidado de no b r i l la r , cuando ella m uestra , para sonreírse, la blancura de sus dientes.!”

"P e ro ella es tan modesta, que ai el so l, enam orado de su beldad, descendiese bácia ella por un esceso de am or, se re tira ría á la som bra para evitar su presencia.”

"L os años que he vivido á su lado se pasaban con la velocidad de un d ia , y desde que carezco de su luz, cada dia pasa tan lentamente como u n año.”

" Dios sea loado! Mis sentidos enagenados la en­cuentran frecuentemente en todo lo que tiene gracia y encanto."

"E n los tonos arm oniosos de 1* ’ira y de la flau­ta , ruando estos dos inslrnm rnlos combinan sus sonidos.”

"E n los valles risueños, á donde vienen á pacer las tím idas gaiclas ron la frescura deliciosa de la noche y al rom per de la au ro ra .”

"E u los sitios en que el céfiro suelta los pliegues de su túnica embalsam ada, cuando con el ligero cre­púsculo de la mañana me trac los mas suaves olores.”

"¡V anas ilusiones! ellas huyen an te el calor de ¡os "¡os, (1 ) como las sombras ante la sonrisa de la au­ro ra , ruando al dia principia á desplegar sus alas cu el horizonte «le los ríelos.

" Y rs id entonces lanza de lo mas profundo de su pecho quejas dolorosas rom o las del ru iseñor, que ve coger su rosa favorita , y retirado á los ángulos de la deses­peración , bebe á grandes tragos el veneno de la ausencia.”

" ¡O madre m ía! ¡ó mi bien ainada! Si acaso el án ­gel del destino....”

Aquí se había parado la plum a del poeta , confi­dente de las penas de su corazón; aquí term inaban las declaraciones que habla confiado al papel, como cu el corazón de un amigo. Y A bd-El-M alék daba gracias al cielo que le descubría asi el secreto de l'rsid. Aquella melancolía habitual cuya palidez cubria las mejillas del jóven médico, no era pues el despecho de un alm a o r - gullosa contra el velo con que la naturaleza encubre sus inpenetrablcs misterios; era la languidez de un a l­ma tierna y lastimada: y para este mal acaso habia remedio.

Cuando volvió Yrsid á su tienda, y vió i A bd-E l-M a- lek de codos sobre su escrito de por la m añana, sintió co­mo u n movimiento de indignación contra su propia negli­gencia, y contra la curiosidad del indiscreto visitante. Pero el semblante de A bd-E l-M alek, luego que levantó la v is ta , espresaba tan ta benevolencia, tanta compasión, tantas sim patía; fueron tan tiernas sus reconvenciones, doliéndose de un amigo que penaba en el silencio, sin buscar o tro confidente de sus penas, que los mudos ins­trum entos que pinta el pensam iento; y sus súplicas fue­ron tan vivas, instándole á que le descubriese, en una confesión com pleta, el secreto que le habia sorprendido, que Yrsid vencido en fin por la fuerza de la am istad , con­sintió en confiar a l hijo de E l-M ansur la completa y fiel historia de sus penas. Y hé aquí como la contó.

(Se continuará.)

L . V U B D O T .

(1) Calor de I01 ojos quiere decir pena, dolor, aflicción, como frescura de los ojos, placer, satisfacción, conlealo.

MAURIU: IMPRENTA DE LA VIUDA DE JORDAN E HIJOS.