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ARTE HISPANO-VISIGODO.Introducción histórica.
Los denominados "germanos" o "bárbaros" tienen su origen en
tribus asentadas en las orillas del mar Báltico que se mezclaron
con los pueblos asentados en las márgenes de los ríos Rhin, Danubio
y Niemen. De esta mezcla surgieron dos grupos principales: los
teutones y los godos. Los teutones se subdividían en alamanos,
borgoñones o burgundios, anglos, lombardos, suevos, zuavos y
vándalos mientras que los godos se diferenciaban entre visigodos
(godos del oeste), ostrogodos (godos del este), gépidos, édulos y
alanos.
Al iniciarse el siglo V, la Península Ibérica y sus siete
provincias romanas (Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis,
Cartaginensis, Tingitania y Balearis) podían considerarse como una
tierra plenamente romanizada. Aunque eso fuera exacto en líneas
generales, conviene hacer algunas precisiones. No todas las
regiones hispanas se hallaban romanizadas por igual, y ni aún
siquiera en una misma región era el mismo el grado de romanización
de la ciudad y de las zonas rurales. La Baetica, la costa
mediterránea, los valles de los grandes ríos, como el Ebro, el
Guadalquivir y el Guadiana, y una parte del centro de la Península
registraban en el Bajo Imperio un fuerte grado de romanización. Las
zonas menos romanizadas correspondían a la franja de cordilleras
del norte de la Península aunque conviene advertir que durante los
siglos V y VI comienza un proceso de aislamiento comarcal y
retroceso cultural que afectó a otros pueblos habitantes de
territorios montañosos en diversas partes de la Península.
En el aspecto religioso, la Península podía considerarse una
tierra cristiana al sobrevenir las invasiones bárbaras del siglo V.
Es evidente que esta calificación no puede aplicarse por igual a
todas las regiones peninsulares. El paganismo perduraba entre los
vascones, poco permeables a la romanidad, y entre los cántabros
pese a estar más romanizados. Alrededor del año 400 se celebró el
primer concilio de Toledo lo que significa que la Iglesia
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peninsular sufría aún las consecuencias de la crisis
priscilianista, un problema abierto y aún lejos de haber sido
olvidado como lo prueban los sucesivos brotes que aparecerían en el
futuro. El Priscilianismo consiguió un profundo arraigo en el
noroeste hispánico y a ello contribuyeron razones diversas como el
particularismo regional y la fama de asceta de Prisciliano que
respondía a los anhelos ascéticos y pauperistas de la religiosidad
popular. Frente a los "perfectos" se encontraba un clero relajado y
en ocasiones corrupto lo que sin duda permitió el auge de esta
doctrina entroncada con la gran corriente espiritual, calificada
generalmente de gnóstico-maniquea, cuyo curso puede seguirse en el
Oriente y el Occidente cristiano durante una docena de siglos.
Las invasiones bárbaras del siglo V pueden datarse con
considerable exactitud: los pueblos germánicos entraron en Hispania
en el otoño del año 409 a través de la principal ruta de acceso,
que parece fue la calzada romana que atravesaba el Pirineo
occidental por Roncesvalles. Hacía casi tres años que la oleada
germánica había desbordado el limes e invadido las Galias, después
de cruzar el Rhin por Maguncia en el año 406. Los grandes
propietarios hispanorromanos -los potentes- reclutaron ejércitos
para contener el avance bárbaro hacia la Península utilizando a los
siervos rústicos de sus dominios, acción para la que contaron con
el apoyo del emperador Honorio. Sin embargo, un antiemperador
romano proclamado por las legiones británicas -Constantino III-
consiguió ser reconocido también por las legiones galas y venció a
los próceres hispanorromanos haciéndose cargo del control de los
puertos pirenaicos. Las tropas mercenarias del Imperio -los
"honoríacos"- asolaron el norte de la Península y no impidieron la
entrada de suevos, alanos y vándalos asdingos y silingos en el año
409.
A la invasión bárbara de Hispania siguieron dos años caóticos
de anarquía y saqueos. Orosio se hace eco de las matanzas y
devastaciones que se registraron. Idacio (395-470), obispo galaico
de Aquae Flaviae (Chaves), presenta una pintura apocalíptica de lo
que fueron estos años terribles y refiere no tan solo las
atrocidades cometidas por los pueblos bárbaros sino el reguero de
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calamidades de toda suerte que constituyeron su secuela: la peste y
el hambre, eclipses y terremotos y, como una plaga más, la tiránica
actividad de los recaudadores de impuestos.
En el verano del año 411 se produce el célebre asalto y saqueo
de Roma por los visigodos de Alarico. La situación de crisis
generalizada se agravó con la pérdida del control imperial de las
Galias, sometido a tiranías militares y golpes de fuerza. Por fin,
un ejército romano enviado por el legítimo soberano, Honorio, y
dirigido por el general Constancio, nuevo hombre fuerte del
Imperio, llegó a las Galias y consiguió restablecer la autoridad
imperial. La nueva situación en las Galias permite aliviar también
la situación en la Península. Es indudable que se produjo un cambio
en la actitud de los invasores hacia la población hispanorromana,
desde una disposición de agresiva hostilidad a otra más conviviente
y pacífica. A este cambio, que el historiador Idacio consideraba
providencial, alude la poética imagen de Orosio según la cual los
bárbaros arrojaban las espadas y empuñaban los arados, mostrándose
amistosos para con los hispanorromanos supervivientes. La nueva
actitud de los invasores de Hispania es probable que guardase
relación con alguna clase de acuerdo con una autoridad romana que
autorizaría a los bárbaros a asentarse en la Península y dio lugar
al sorteo de provincias en virtud del cual se repartieron las
regiones que tocaron a cada uno de los pueblos.
La distribución de las regiones fue la siguiente: la Gallaecia
correspondió a dos pueblos, los vándalos asdingos dirigidos por el
rey Gunderico, de religión arriana, y los suevos, cuyo rey era
Hermerico. Los alanos, a las órdenes de Adax, se establecieron en
la Lusitania y en la parte occidental de la Cartaginensis. Los
vándalos silingos, mandados por Fredbal, se asentaron en la
Baetica. La Tarraconensis y la parte oriental de la Cartaginensis
quedaron fuera del reparto y se mantuvieron bajo la directa
autoridad romana.
En el año 412, la llegada al valle del Ródano del pueblo
visigodo mandado por Ataúlfo abrió en el sur de las Galias un nuevo
proceso histórico cuyas consecuencias se sentirían también en la
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Península Ibérica. Tres años más tarde, el pueblo godo entraría en
la provincia Tarraconensis aunque se mantienen errantes en espera
de que el emperador Honorio les concediera un asentamiento
territorial y suministros de víveres. A cambio de estas
concesiones, Ataúlfo ofrecía a Roma ayuda contra los últimos
rebeldes que todavía existía en las Galias y devolver al emperador
a su hermana Gala Placidia, princesa a quien los visigodos
conservaban como rehén desde que la capturaron en Roma. Sin
embargo, el Imperio no estaba en ese momento en condiciones de
ofrecer suministros a los godos debido a la interrupción de los
envíos de grano africano a Italia por una nueva rebelión y al mismo
tiempo Honorio pactó con los burgundios su establecimiento en la
Germania Prima con la intención de utilizarlos contra los visigodos
si llegaba el caso. En respuesta a esta situación, Ataúlfo contrajo
matrimonio con Gala Placidia en el año 414 en Narbona y proclamó un
nuevo antiemperador en abierto desafío a la autoridad de Honorio.
El Imperio pareció dispuesto a expulsar definitivamente a los
visigodos, para lo que el general Constancio regresó de nuevo a las
Galias e impuso un riguroso bloqueo marítimo que terminó por
obligar a Ataúlfo a pasar con todo su pueblo a la Tarraconensis
hispánica. En Barcelona nació su hijo Teodosio cuyo nombre parece
confirmar el cambio de parecer del rey visigodo para con Roma que
le atribuye Paulo Orosio. Asesinado el rey en el año 415, su
sucesor Walia se ha de enfrentar a un momento de gravísima
situación alimentaria de su pueblo debido al mantenimiento del
bloqueo romano, extendido ahora a los puertos hispanos. Acosado por
las circunstancias, Walia resucita el viejo proyecto de cruzar a
las tierras de África del norte que eran tenidas como el granero
del Imperio. Trasladados a Tarifa (Julia Traducta), su impericia
marinera les impidió realizar la travesía pero también les obligó a
negociar de nuevo con Roma. La acuciante situación en que se
encontraban los visigodos permitió al Imperio pensar en la
posibilidad de utilizarlos para limpiar las provincias hispánicas
de los invasores germánicos que les habían precedido. El acuerdo se
negoció con rapidez con el general Constancio e incluía la
devolución de la princesa Gala Placidia, con la que contrajo
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matrimonio el general. Al existir tratados entre Roma y los pueblos
germánicos asentados en Hispania, Walia sugirió al Imperio que no
los violase formalmente sino que los visigodos asumirían la tarea
de combatir y vencer a aquellos pueblos en provecho de Roma.
La expulsión de los bárbaros se realizó con celeridad y éxito
sorprendentes. Los vándalos silingos de la Baetica fueron
exterminados, los alanos quedaron tan reducidos que desaparecieron
como pueblo y sus escasos supervivientes se unieron en Galicia a
los vándalos asdingos del rey Gundérico. Entre los años 416 y 418,
dos de los cuatro pueblos bárbaros habían sido aniquilados y cuando
parecía que los otros dos iban a correr la misma suerte, Roma
decidió dar marcha atrás y facilitar el traslado de los visigodos a
las Galias.
Un nuevo tratado -el foedus del año 418- fue la base jurídica
de las relaciones entre el pueblo godo y el Imperio de Honorio. Los
visigodos recibieron para su asentamiento la Aquitanica Secunda,
una provincia encarada a la costa atlántica cuya capital era
Burdeos. En esta región alejada de la cuenca mediterránea, los
nuevos federados podían aparecer a los ojos romanos carentes de
peligrosidad, igual que ocurrió con los suevos y los vándalos
asdingos, arrinconados en la excéntrica Gallaecia y que los romanos
no tuvieron ningún interés en eliminar. Pero los visigodos no
establecieron su capital en Burdeos sino en Toulouse, importante
ciudad de la Narbonensis Prima, en dirección al valle del Ródano y
la costa mediterránea, que siempre tendría para ellos un atractivo
especial. Toulouse dio nombre al reino, el Regnum Tholosanum, que
Walia fundó y Teodorico I consolidó.
Mientras tanto, en Rávena muere en el 423 el emperador Honorio
y el Emperador de Oriente Teodosio II quedó como único soberano.
Pero en el 425 desde Oriente se consigue imponer en el trono
occidental a Valentiniano III, hijo de Gala Placidia y Constancio.
Junto al Emperador, aparece como hombre fuerte del occidente romano
Aecio, el último general y estadista romano de primera magnitud que
durante treinta años habría de llevar sobre sus hombros el peso del
Imperio.
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Los suevos y los vándalos asdingos, que compartían la
provincia de Gallaecia y no habían sufrido el ataque visigodo,
comenzaron a luchar entre sí en el año 419. Los suevos y su rey
Hermeriko parece que llevaron la peor parte pues, según Idacio,
estuvieron a punto de ser eliminados si no hubiera sido por la
intervención romana que consideraba a los suevos como su pueblo
federado en Gallaecia y por tanto legitimados para permanecer allí.
Los vándalos asdingos se trasladan hacia el sur, hacia la Baetica,
donde había residido hasta su extinción el otro grupo del pueblo
vándalo, los silingos. El establecimiento de los vándalos en la
Baetica no contaba con el beneplácito del Imperio. Un reino vándalo
en el sur de la Península, con acceso directo al Mediterráneo,
constituía un preanuncio de la amenaza que durante siglo y medio
iba a suponer la monarquía vándala del norte de África. Sin
embargo, la expedición romana contra los vándalos, en el año 422,
terminó con una derrota que produjo considerable impresión en todo
el mundo romano. La Baetica y buena parte de la Cartaginensis
quedaron a merced de los vándalos, que no retrocedieron ya ni ante
las más fuertes plazas romanas: Cartagena (Cartago Nova) fue
devastada y Sevilla (Hispalis), tomada igualmente, sufrió
destrucciones y crueles matanzas en su población. En el asalto a la
ciudad del Guadalquivir murió Gunderico, a quien sucedió Genserico,
un gran caudillo que iba a lanzar a su pueblo a la extraordinaria
aventura del cruce del Estrecho.
El proyecto se realizó en el mes de mayo del año 429.
Previamente se realizó un recuento general de su pueblo pues
importaba conocer exactamente el número de individuos para conocer
las necesidades de buques con vistas a la travesía por mar y que
arrojó la cifra de 80.000 personas, una de las pocas cifras que nos
han llegado como cálculo del volumen de un pueblo bárbaro. De este
modo salieron los vándalos de Hispania y en la Península, junto a
la población hispanorromana, solamente residió de forma estable un
pueblo germánico, los suevos.
El cuarto de siglo que siguió a la salida de los vándalos de
la Península Ibérica estuvo poderosamente influido por dos factores
que condicionaron el curso de los acontecimientos históricos: el
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mantenimiento de la autoridad imperial romana y el dinamismo
expansivo del pueblo suevo.
El primer factor es de orden general y afecta a todo el
Occidente romano. El reinado de Valentiniano III, el último
soberano de la familia teodosiana, con Aecio, "el último romano",
como hombre fuerte, constituye el último periodo en que el Imperio
conoció una continuidad política prolongada y mantuvo todavía un
cierto grado de prestigio. Durante ese cuarto de siglo, la
autoridad romana se siguió considerando como una instancia superior
por bárbaros y romanos.
Por otro parte, los suevos, pese a ser inferiores tanto
demográficamente como en poderío militar a otros pueblos invasores,
fueron presa de una incontenible fiebre expansionista que les
impulsó a salir de sus asentamientos de Galicia, para extender su
señorío por la Lusitania, la Cartaginensis y la Baetica. La
historia del noroeste peninsular durante estos años registra un
alternarse de períodos de hostilidad y de precarias paces entre
suevos y galaicos. Las paces pactadas fueron violadas una y otra
vez por los suevos con sus correrías de devastación y saqueo. Los
galaicos trataban de defenderse con sus propias fuerzas pero
buscaron también el apoyo de la autoridad romana al enviar la
embajada de Idacio en el 431 ante Aecio para solicitar la
protección imperial. Los buenos oficios del mediador romano
Censorio no impidieron que, tras la llegada al poder en el reino
suevo de Rékhila, sucesor de Hermeriko, se iniciase la gran
expansión sueva por diversas regiones de la Península.
La nueva política de Rékhila ignoró cualquier limitación
derivada del reparto de regiones peninsulares que constituía a los
ojos de Roma el fundamento jurídico de la presencia de los suevos
en Hispania. Los ejércitos de Rékhila invadieron la Lusitania,
asaltaron Mérida (Emerita) en el 440 y al año siguiente tomaron
Sevilla. El fracaso de la contraofensiva romana permitió a los
suevos extenderse aún más y a la muerte de Rékhila en el año 448 su
reino estaba sólidamente establecido y una sola provincia, la
Tarraconensis, permanecía de hecho vinculada al Imperio. El nuevo
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rey, Rekhiario, casado con una princesa visigoda, continuó con la
política agresiva y violenta de su padre intentado incluso extender
su dominio al último reducto de la autoridad imperial.
Mientras tanto, la situación en Roma a mediados del siglo V
era de crisis completa. El propio emperador Valentiniano III
asesina a Aecio en el 454 para caer asesinado poco después (455) a
manos de los vengadores del general. Un nuevo emperador, Petronio
Máximo, apenas duró algunos meses en el poder y la ciudad tuvo que
presenciar el asalto y saqueo vándalos. El vacío de poder como
consecuencia de estos acontecimientos determinó la promoción
imperial de un militar galo-romano, Avito, por iniciativa del rey
visigodo Teodorico II. Su designación fue ratificada por una
asamblea de representantes de la aristocracia provincial gala y
aceptada finalmente en Roma, Italia y por el emperador oriental
Marciano.
En la Península, la situación imperial motivó que en el año
456 los suevos violaran el tratado de paz concertado tres años
antes y asaltaran la provincia Cartaginensis, sometida desde el 453
de nuevo a la autoridad imperial. El rey Rekhiario invadió la
provincia Tarraconensis, que siempre había sido romana, la saqueó y
regresó a Galicia con numerosos cautivos. Estos excesos colmaron la
medida y determinaron a los visigodos a intervenir en Hispania en
calidad de federados del Imperio.
En el año 456 Teodorico II entró en la Península al frente de
un poderoso ejército que derrotó a Rekhiario en Astorga (Asturica)
y persiguió a los suevos hasta Braga (Bracara), la capital sueva,
que resultó saqueada. Los visigodos continúan hacia el sur pero
Teodorico II se detiene en Mérida y en el 457 vuelve a las Galias
ante los nuevos cambios acaecidos en el Imperio. En Roma, el
ejército depone al emperador Avito y nombra a Mayoriano, un ilustre
miembro de la nobleza senatorial romana, mientras que en Hispania
las tropas visigodas se dedicaron al saqueo de las ciudades de
Astorga y Palencia (Pallantia) como recompensa por su participación
en la expedición. Los suevos hispanos, ahora dirigidos por
Remismundo, continuaron hostilizando a la población galaico-romana
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que sólo puede acudir a la protección visigoda. Teodorico II,
despechado por la caída de Avito, rompe con Roma y se enfrenta a la
autoridad romana de las Galias al tiempo que envía un ejército a
Hispania por primera vez sin la invocación de la autoridad
imperial.
En el año 459 Teodorico II y Mayoriano conciertan una paz que
permitió preparar nuevas expediciones conjuntas a Hispania para
someter a los bárbaros. En el 460 el propio emperador viaja a
Hispania -el último viaje imperial a la Península- atravesando la
Tarraconensis y la Cartaginensis, las dos provincias que todavía
dependían de la autoridad romana. La expedición contra los vándalos
norteafricanos terminó en un fracaso que determinó la muerte de
Mayoriano a manos del mismo ejército que lo proclamó.
La crisis de la autoridad imperial en Occidente permitió al
rey visigodo de Toulouse llenar cada vez más el vacío que se creaba
y hacia él como poder superior se miraba con insistencia desde
Hispania. La influencia visigoda se dejó también sentir en el
terreno religioso permitiendo incluso -en virtud del acuerdo entre
Teodorico y Remismundo- la arrianización del pueblo suevo a través
de la predicación de un gálata, Ajax, presente en Galicia desde el
año 465. El arrianismo es una doctrina herética difundida en el
siglo IV por el presbítero alejandrino Arrio (muerto en el 336) que
fundamentalmente se basa en la negación del carácter divino de
Jesucristo y por tanto del misterio de la Santa Trinidad católica.
Los arrianos consideraban que Cristo no es divino por su esencia
sino que adquiere la divinidad por su íntima unión con Dios; de ahí
surge la doctrina del adopcionismo (el Hijo es "adoptado" por el
Padre) condenada por la iglesia romana en el primer concilio de
Nicea.
El declinar romano produjo finalmente la aparición entre la
población hispanorromana de unas actitudes cada vez más claras de
colaboración y hasta de entreguismo frente a los ocupantes
germánicos; sin embargo, los visigodos no estaban dispuestos a
permitir que ese entreguismo se resolviera en sumisión a los
suevos, lo que les había permitido reanudar su expansión por la
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Península tras la ocupación de Lisboa (Olisipo) en el 468. Eurico,
el nuevo rey tolosano, abrigaba el designio de que fuera su
monarquía la que ocupara el lugar que dejaba en Hispania el ocaso
del poder imperial romano. Los visigodos se revolvieron tanto
contra los suevos como contra los hispanorromanos de la Lusitania
que les rendían obediencia, instalando una guarnición militar
permanente en Mérida, convertida en el punto de apoyo para la
futura expansión por tierras hispanas. Mientras tanto, los suevos
quedaron poco a poco arrinconados en el noroeste peninsular, de
donde no saldrán hasta el 485.
El reino tolosano se extiende cada vez más a medida que la
crisis del poder imperial se agudiza. Entre los años 476 y 477 son
ocupadas las provincias Narbonensis Secunda, Viennensis y Alpes
Maritimae que se unen a los tradicionales dominios en la Aquitanica
Prima, Aquitanica Secunda, Novempopulania, Narbonensis Prima y
parte de la Lugdnensis Tercia. En el 472, coincidiendo con la
derrota y muerte del griego Antemio, el último emperador romano que
hizo honor a su título, Eurico había procedido a la ocupación de la
Tarraconensis, el único residuo del poder romano en la Península y
consiguido así soldar plenamente con el reino tolosano los dominios
visigóticos en el centro y sudoeste de la Península.
En el proceso de consolidación de la presencia visigoda en la
Península tiene una extraordinaria importancia la progresiva
irrupción a partir del año 494 de masas populares góticas que,
provenientes de Aquitania, huían de la hostilidad de los francos.
Las luchas entre los dos pueblos fueron el precedente de su último
enfrentamiento y sembraban la inquietud entre los campesinos
góticos asentados en la Aquitanica Secunda y determinarían el
movimiento migratorio hacia las tierras más seguras del sur de los
Pirineos, recién incorporadas a los dominios tolosanos. Utilizando
la vía romana que, desde Burdeos y pasando por Dax, cruzaba el
Pirineo por el puerto de Roncesvalles, los campesinos visigodos se
asentaron principalmente en la alta meseta castellana, lugar donde
hoy encontramos importantes vestigios de su presencia a través de
numerosas necrópolis.
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La suerte del reino tolosano terminó por ser echada tras la
derrota en la batalla de Vouillé o Vogladum -in campus vogladensis-
en el año 507, que significó la desaparición del reino tolosano tal
y como señalan las crónicas -regnum Tolosarum destructum est-. Los
francos consiguieron entre los años 507 y 508 incorporar a sus
dominios la mayor parte de los antiguos territorios visigodos de
las Galias. Los visigodos derrotados huyeron masivamente hacia la
Península donde se establecieron bajo la tutela ostrogoda 1 en la
Tarraconensis y en los valles de los grandes ríos (zonas de
Segovia, Burgos, Soria, Sigüenza, Alcalá de Henares, Valladolid,
Cáceres y Palencia). El intento ya propiamente visigodo de asentar
su autoridad en la Península chocó naturalmente con la resistencia
de la antigua población hispanorromana, lo que provocó
enfrentamientos y rivalidades en las que también intervinieron las
presiones y disputas entre los magnates visigodos para controlar el
acceso al trono. En uno de esos enfrentamientos, un grande
visigodo, Atanagildo, pidió ayuda a los bizantinos a través del
gobernador de la ciudad de Septa (Ceuta), quien tenía como misión
especial vigilar el Estrecho e informar acerca de los
acontecimientos que se produjeran en Hispania y en las Galias. La
petición de ayuda encontró pronta respuesta por parte de Bizancio,
pues secundaba los designios de restauración de la unidad imperial
romana que presidían la política de Justiniano. Los imperiales
extendieron su ocupación por un dilatado territorio paralelo a la
costa sureste de la Península desde la desembocadura del río
Guadalete y la costa del Algarve hasta Denia, siendo su principal
ciudad Cartagena.
Con ayuda imperial, Atanagildo se hizo con el trono visigodo y
estableció su capital en la que sería la urbs regia, Toledo. Su
sucesor Leovigildo2 fue el iniciador de la recomposición
1 Teodorico el Grande, rey ostrogodo, intentó impedir el enfrentamiento con los francos. Una vez consumada la derrota no pretendió restablecer el reino tolosano pero sí envió a sus funcionarios a Hispania para ejercer la administración de los territorios visigodos dentro de su política de restauratio Romani nominis. Desde el 509 hasta el 549 -la minoría de edad del rey Amalarico, hijo de Alarico y nieto de Teodorico- Hispania fue gobernada desde la corte de Rávena. Tras la muerte violenta de Amalarico, se proclama rey a Theudis, el jefe militar ostrogodo que dominaba la administración hispana.
2 Tras cinco meses de interregno, Livia, gobernador de la Septimania, fue proclamado rey de los visigodos en Narbona. Su autoridad no fue reconocida por los
11
territorial y la pacificación del territorio peninsular con la
destrucción del reino suevo. El año 578 puede considerarse como la
hora cenital del reinado de Leovigildo, cuyo símbolo lo constituye
la fundación en el corazón de la antigua Celtiberia, junto al Tajo
y no lejos de la actual Zorita de los Canes, de una ciudad de nueva
planta, que se llamó Recópolis en honor del hijo del rey, Recadero.
Las crónicas se admiran de la espléndida arquitectura de la nueva
ciudad y destaca los privilegios que fueron concedidos a sus
pobladores. Una prueba más del significado que quiso darse a la
fundación de Recópolis la constituyen las medallas conmemorativas
con la inscripción Leuuigildus rex Reccopoli fecit, que el monarca
mandó acuñar en memoria del hecho.
La constitución de un vasto dominio territorial fue tan sólo
uno de los aspectos de la gran empresa instauradora de una potente
monarquía, llevada a término por Leovigildo con una tenacidad
incansable. Símbolo del fortalecimiento del poder real lo
constituyó la adopción de un ceremonial mayestático, inspirado en
los usos palatinos de Bizancio, en virtud de cual el rey visigodo
se apartó de la tradicional simplicidad de sus predecesores para
hacerse llamar Flavio y cubrirse con ricas vestiduras, ceñir
diadema y sentarse solemnemente en el trono. Dentro de esta misma
línea, Leovigildo inició a partir del año 575 la acuñación de
monedas de oro que no llevaban ya los nombres de los emperadores
orientales sino el suyo propio, una novedad que abría toda una
época de la historia monetaria de los reinos barbáricos de
Occidente.
La política unificadora de Leovigildo suscitó los más arduos
problemas cuando trató de interferirse también en el terreno
religioso. El arrianismo de los visigodos apareció casi siempre con
el carácter de la confesión cristiana propia de las gentes de su
pueblo, la fides gothica, que no se pretendía imponer a la
mayoritariamente católica población hispano-romana. Más aún, la
diversidad religiosa fue incluso considerada como un hecho
diferencial que contribuía al mantenimiento de la segregación entre
godos hispánicos y, tras largas negociaciones, se aceptó que asociara al trono como heredero a su hermano, Leovigildo, quien se haría cargo del gobierno efectivo de Hispania.
12
godos e hispanorromanos y, en consecuencia, a perpetuar la
supremacía política de la minoría germánica. Sin embargo, la
política de integración de Leovigildo consideraba la unidad
religiosa como una de sus primordiales exigencias y esa unidad
tenía que lograrse mediante la aceptación por todos los habitantes
de Hispania de la religión arriana profesada por la minoría
visigótica.
Los intentos sutiles de arrianizar a la masa de los católicos
del reino se confirmaron con el sínodo de Toledo del año 580 que
simplificó extraordinariamente los trámites a seguir por los
católicos para ser recibidos en la confesión arriana. Se suprimió
el requisito de la rebautización y se exigió tan sólo una
imposición de manos, recibir la comunión y recitar la fórmula
"Gloria Patri per filium n spiritu sancto". Las facilidades
disciplinarias y litúrgicas se complementaron con una propaganda
hábil que incluía las visitas del rey a iglesias católicas,
sepulcros de los mártires y ambiguas declaraciones sobre la
Trinidad católica3.
El problema de la conversión se complicó aún más al implicarse
el propio hijo del rey, Hermenegildo, asociado al trono como
consorti regni en el 573 junto a su hermano Recaredo. El matrimonio
del heredero con una princesa franca católica creó una situación
difícil en la corte toledana que determinó el traslado del
matrimonio a Sevilla, donde Hermenegildo ejercería como gobernador
de la Baetica. Allí, movido por las enseñanzas del obispo
hispalense, San Leandro, Hermenegildo se convirtió al catolicismo -
siendo bautizado como Juan- y se rebeló contra su padre. Tras años
de luchas (579-584), el príncipe es desterrado a Valencia y
asesinado en Tarragona en el 585.
Al suceder a su padre en el año 586, Recaredo mostró el
decidido propósito de abrazar la religión católica. Diez meses
(587) después de acceder al trono es bautizado y ese mismo año
3 Los arrianos se denominaban a sí mismos católicos y la iglesia arriana proclamaba incluso que Cristo era Dios e igual al Padre, pero negaba la divinidad del Espíritu Santo, con lo cual su doctrina, mejor que Arrianismo, aparecía simplemente como Macedonismo, una herejía oriental.
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reúne un sínodo de obispos arrianos en Toledo donde consigue "más
por la fuerza del convencimiento que por su autoridad" la
conversión del obispado gótico. La conversión de los visigodos al
catolicismo, siguiendo el exemplum regis se llevó a cabo con
facilidad y, aunque no faltaron resistencias, éstas fueron breves y
terminaron por ser controladas.
La solemne reunión del III Concilio de Toledo en el año 589
supone el rechazo oficial del arrianismo y la profesión de fe
católica del rey, los obispos y los nobles, en nombre del pueblo
visigodo. Como culminación del proceso de conversión, se añaden al
credo religioso las palabras qui ex Pater filoque procedit (y del
Padre procede el Hijo).
Tras la conversión católica, el hecho más importante de la
Hispania visigoda lo debemos situar en la promulgación del Liber
Iduciorum del año 654. Durante el reinado de Rescenvinto se publicó
el nuevo código legal, dividido en 12 libros que desde ese momento
pasa a ser considerado como el único texto legal aplicable por los
tribunales y que supone la definitiva consolidación de la
legislación hispanovisigoda.
Principales fuentes históricas.
La obra de Idacio (395-470), obispo de Chaves, se resume en el
Continuatio Chronicorum Hyeronimianorum, que cubre desde el 379 al
480 la llegada de los germanos a la Península ("desolando nuestras
tierras los bárbaros, todo es ya confuso e incierto") y los
primeros tiempos de la monarquía sueva en la Gallaecia. Idacio se
forma en un viaje a Oriente donde conoce a San Jerónimo y sus
escritos son una obra de vejez realizada como continuación de la de
su maestro. Se trata de una crónica e historia general de la
iglesia galaica además de un repaso por la turbulenta historia de
aquellos años con los nombramientos de los augustos, el nacimiento
de príncipes, guerras, paces, embajadas, fenómenos naturales4,
elevaciones de papas y obispos, concilios, quejas por el apremio
4 En el 418 y en el 477 se registran eclipses de sol, en el 442 aparece un cometa, en el 454 hay un terremoto, en el 465 disminuye el tamaño del sol, en el 464 la luna "se tiñe de sangre", en el 469 aparecen "peces milagrosos" en el Miño, etc., como comentarios fatalistas de quien añora el mundo romano.
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fiscal romano ("el tiránico exactor"), y el debate sobre la
pervivencia de antiguas herejías como el priscilianismo, el
maniqueísmo y el panteísmo.
Es preciso aclarar el problema de la cronología pues lo
habitual en la época era utilizar la cronología olímpica o de San
Jerónimo junto con la cronología de los emperadores de oriente o
occidente. Sin embargo, en Hispania se utiliza la denomina era
hispánica, iniciada desde el año 38 a.d.C. con el tributo que
Augusto impone a todas las provincias del Imperio. La era
(aes/aeria, tributo) es mucho más precisa que las cronologías de
cónsules y emperadores y se utiliza institucionalmente hasta su
sustitución por la era de Cristo. La sustitución, iniciada en Roma,
no se extiende por el occidente cristiano hasta el siglo IX e
incluso en Hispania aún pervive la era hispánica hasta muy avanzado
el siglo XIII.
Paulo Orosio es un presbítero lusitano que vive en Tarragona
durante el siglo V. Su visión de los bárbaros es contradictoria con
la de Idacio pues los contempla como los liberadores de la opresión
fiscal romana. Viaja varias veces al norte de Africa, donde llega a
conocer a San Agustín, quien le aconseja que desarrolle su obra
histórica igual que la Civitas Dei agustiniana, alejándose de la
admiración por Roma y su civilización. Escribe los siete libros de
Historiarum adversum paganos como una historia universal con un
capítulo específico dedicado a la historia hispana.
Salviano de Marsella es un historiador galo que también aporta
noticias de interés para diferentes épocas de la Hispania
visigótica en la primera mitad del siglo V. En su obra De
Gubernatione Dei admira la pureza y virtudes primitivas de los
bárbaros frente a la corrupción y a la decadencia católico-romanas.
La obra histórica más representativa del período es la
Historia Gothorum de San Isidoro de Sevilla donde se remonta a los
orígenes del pueblo godo para seguir con la Historia Wandalorum y
la Historia Suevorum. Otra importante obra suya es De Viris
Ilustribus, que comprende treinta tres breves biografías, diez
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de ellas correspondientes a eclesiásticos hispanos de los
siglos VI y VII.
Para la historiografía artística la obra más destacada es
la Etimologías, también de San Isidoro, considerada como un
compendio de la cultura clásica. Los historiadores actuales
consideran a San Isidoro y a su discípulo San Braulio más bien como
compiladores que como referentes sobre la pervivencia de la cultura
clásica en su tiempo5; así, el único aspecto juzgado como
interesante de la obra isidoriana es su interpretación estética que
sí se juzga como contemporánea al alabar la ornamentación y el
revestimiento de los edificios por encima de conceptos más clásicos
como la armonía o la simetría.
5 Indicativa de esta labor de recopiladores es la utilización por San Isidoro del término nunc (ahora) para referirse a su tiempo. Es decir, su descripción de la cultura clásica es contrastada por él mismo con la situación contemporánea.
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