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ARTE HISPANO-VISIGODO. Introducción histórica. Los denominados "germanos" o "bárbaros" tienen su origen en tribus asentadas en las orillas del mar Báltico que se mezclaron con los pueblos asentados en las márgenes de los ríos Rhin, Danubio y Niemen. De esta mezcla surgieron dos grupos principales: los teutones y los godos. Los teutones se subdividían en alamanos, borgoñones o burgundios, anglos, lombardos, suevos, zuavos y vándalos mientras que los godos se diferenciaban entre visigodos (godos del oeste), ostrogodos (godos del este), gépidos, édulos y alanos. Al iniciarse el siglo V, la Península Ibérica y sus siete provincias romanas (Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis, Cartaginensis, Tingitania y Balearis) podían considerarse como una tierra plenamente romanizada. Aunque eso fuera exacto en líneas generales, conviene hacer algunas precisiones. No todas las regiones hispanas se hallaban romanizadas por igual, y ni aún siquiera en una misma región era el mismo el grado de romanización de la ciudad y de las zonas rurales. La Baetica, la costa mediterránea, los valles de los grandes ríos, como el Ebro, el Guadalquivir y el Guadiana, y una parte del centro de la Península registraban en el Bajo Imperio un fuerte grado de romanización. Las zonas menos romanizadas correspondían a la franja de cordilleras del norte de la Península aunque conviene advertir que durante los siglos V y VI comienza un proceso de aislamiento comarcal y retroceso cultural que afectó a otros pueblos habitantes de territorios montañosos en diversas partes de la Península. En el aspecto religioso, la Península podía considerarse una tierra cristiana al sobrevenir las invasiones bárbaras del siglo V. 1

Arte visigodo I

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Page 1: Arte visigodo I

ARTE HISPANO-VISIGODO.Introducción histórica.

Los denominados "germanos" o "bárbaros" tienen su origen en

tribus asentadas en las orillas del mar Báltico que se mezclaron

con los pueblos asentados en las márgenes de los ríos Rhin, Danubio

y Niemen. De esta mezcla surgieron dos grupos principales: los

teutones y los godos. Los teutones se subdividían en alamanos,

borgoñones o burgundios, anglos, lombardos, suevos, zuavos y

vándalos mientras que los godos se diferenciaban entre visigodos

(godos del oeste), ostrogodos (godos del este), gépidos, édulos y

alanos.

Al iniciarse el siglo V, la Península Ibérica y sus siete

provincias romanas (Baetica, Lusitania, Gallaecia, Tarraconensis,

Cartaginensis, Tingitania y Balearis) podían considerarse como una

tierra plenamente romanizada. Aunque eso fuera exacto en líneas

generales, conviene hacer algunas precisiones. No todas las

regiones hispanas se hallaban romanizadas por igual, y ni aún

siquiera en una misma región era el mismo el grado de romanización

de la ciudad y de las zonas rurales. La Baetica, la costa

mediterránea, los valles de los grandes ríos, como el Ebro, el

Guadalquivir y el Guadiana, y una parte del centro de la Península

registraban en el Bajo Imperio un fuerte grado de romanización. Las

zonas menos romanizadas correspondían a la franja de cordilleras

del norte de la Península aunque conviene advertir que durante los

siglos V y VI comienza un proceso de aislamiento comarcal y

retroceso cultural que afectó a otros pueblos habitantes de

territorios montañosos en diversas partes de la Península.

En el aspecto religioso, la Península podía considerarse una

tierra cristiana al sobrevenir las invasiones bárbaras del siglo V.

Es evidente que esta calificación no puede aplicarse por igual a

todas las regiones peninsulares. El paganismo perduraba entre los

vascones, poco permeables a la romanidad, y entre los cántabros

pese a estar más romanizados. Alrededor del año 400 se celebró el

primer concilio de Toledo lo que significa que la Iglesia

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peninsular sufría aún las consecuencias de la crisis

priscilianista, un problema abierto y aún lejos de haber sido

olvidado como lo prueban los sucesivos brotes que aparecerían en el

futuro. El Priscilianismo consiguió un profundo arraigo en el

noroeste hispánico y a ello contribuyeron razones diversas como el

particularismo regional y la fama de asceta de Prisciliano que

respondía a los anhelos ascéticos y pauperistas de la religiosidad

popular. Frente a los "perfectos" se encontraba un clero relajado y

en ocasiones corrupto lo que sin duda permitió el auge de esta

doctrina entroncada con la gran corriente espiritual, calificada

generalmente de gnóstico-maniquea, cuyo curso puede seguirse en el

Oriente y el Occidente cristiano durante una docena de siglos.

Las invasiones bárbaras del siglo V pueden datarse con

considerable exactitud: los pueblos germánicos entraron en Hispania

en el otoño del año 409 a través de la principal ruta de acceso,

que parece fue la calzada romana que atravesaba el Pirineo

occidental por Roncesvalles. Hacía casi tres años que la oleada

germánica había desbordado el limes e invadido las Galias, después

de cruzar el Rhin por Maguncia en el año 406. Los grandes

propietarios hispanorromanos -los potentes- reclutaron ejércitos

para contener el avance bárbaro hacia la Península utilizando a los

siervos rústicos de sus dominios, acción para la que contaron con

el apoyo del emperador Honorio. Sin embargo, un antiemperador

romano proclamado por las legiones británicas -Constantino III-

consiguió ser reconocido también por las legiones galas y venció a

los próceres hispanorromanos haciéndose cargo del control de los

puertos pirenaicos. Las tropas mercenarias del Imperio -los

"honoríacos"- asolaron el norte de la Península y no impidieron la

entrada de suevos, alanos y vándalos asdingos y silingos en el año

409.

A la invasión bárbara de Hispania siguieron dos años caóticos

de anarquía y saqueos. Orosio se hace eco de las matanzas y

devastaciones que se registraron. Idacio (395-470), obispo galaico

de Aquae Flaviae (Chaves), presenta una pintura apocalíptica de lo

que fueron estos años terribles y refiere no tan solo las

atrocidades cometidas por los pueblos bárbaros sino el reguero de

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calamidades de toda suerte que constituyeron su secuela: la peste y

el hambre, eclipses y terremotos y, como una plaga más, la tiránica

actividad de los recaudadores de impuestos.

En el verano del año 411 se produce el célebre asalto y saqueo

de Roma por los visigodos de Alarico. La situación de crisis

generalizada se agravó con la pérdida del control imperial de las

Galias, sometido a tiranías militares y golpes de fuerza. Por fin,

un ejército romano enviado por el legítimo soberano, Honorio, y

dirigido por el general Constancio, nuevo hombre fuerte del

Imperio, llegó a las Galias y consiguió restablecer la autoridad

imperial. La nueva situación en las Galias permite aliviar también

la situación en la Península. Es indudable que se produjo un cambio

en la actitud de los invasores hacia la población hispanorromana,

desde una disposición de agresiva hostilidad a otra más conviviente

y pacífica. A este cambio, que el historiador Idacio consideraba

providencial, alude la poética imagen de Orosio según la cual los

bárbaros arrojaban las espadas y empuñaban los arados, mostrándose

amistosos para con los hispanorromanos supervivientes. La nueva

actitud de los invasores de Hispania es probable que guardase

relación con alguna clase de acuerdo con una autoridad romana que

autorizaría a los bárbaros a asentarse en la Península y dio lugar

al sorteo de provincias en virtud del cual se repartieron las

regiones que tocaron a cada uno de los pueblos.

La distribución de las regiones fue la siguiente: la Gallaecia

correspondió a dos pueblos, los vándalos asdingos dirigidos por el

rey Gunderico, de religión arriana, y los suevos, cuyo rey era

Hermerico. Los alanos, a las órdenes de Adax, se establecieron en

la Lusitania y en la parte occidental de la Cartaginensis. Los

vándalos silingos, mandados por Fredbal, se asentaron en la

Baetica. La Tarraconensis y la parte oriental de la Cartaginensis

quedaron fuera del reparto y se mantuvieron bajo la directa

autoridad romana.

En el año 412, la llegada al valle del Ródano del pueblo

visigodo mandado por Ataúlfo abrió en el sur de las Galias un nuevo

proceso histórico cuyas consecuencias se sentirían también en la

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Península Ibérica. Tres años más tarde, el pueblo godo entraría en

la provincia Tarraconensis aunque se mantienen errantes en espera

de que el emperador Honorio les concediera un asentamiento

territorial y suministros de víveres. A cambio de estas

concesiones, Ataúlfo ofrecía a Roma ayuda contra los últimos

rebeldes que todavía existía en las Galias y devolver al emperador

a su hermana Gala Placidia, princesa a quien los visigodos

conservaban como rehén desde que la capturaron en Roma. Sin

embargo, el Imperio no estaba en ese momento en condiciones de

ofrecer suministros a los godos debido a la interrupción de los

envíos de grano africano a Italia por una nueva rebelión y al mismo

tiempo Honorio pactó con los burgundios su establecimiento en la

Germania Prima con la intención de utilizarlos contra los visigodos

si llegaba el caso. En respuesta a esta situación, Ataúlfo contrajo

matrimonio con Gala Placidia en el año 414 en Narbona y proclamó un

nuevo antiemperador en abierto desafío a la autoridad de Honorio.

El Imperio pareció dispuesto a expulsar definitivamente a los

visigodos, para lo que el general Constancio regresó de nuevo a las

Galias e impuso un riguroso bloqueo marítimo que terminó por

obligar a Ataúlfo a pasar con todo su pueblo a la Tarraconensis

hispánica. En Barcelona nació su hijo Teodosio cuyo nombre parece

confirmar el cambio de parecer del rey visigodo para con Roma que

le atribuye Paulo Orosio. Asesinado el rey en el año 415, su

sucesor Walia se ha de enfrentar a un momento de gravísima

situación alimentaria de su pueblo debido al mantenimiento del

bloqueo romano, extendido ahora a los puertos hispanos. Acosado por

las circunstancias, Walia resucita el viejo proyecto de cruzar a

las tierras de África del norte que eran tenidas como el granero

del Imperio. Trasladados a Tarifa (Julia Traducta), su impericia

marinera les impidió realizar la travesía pero también les obligó a

negociar de nuevo con Roma. La acuciante situación en que se

encontraban los visigodos permitió al Imperio pensar en la

posibilidad de utilizarlos para limpiar las provincias hispánicas

de los invasores germánicos que les habían precedido. El acuerdo se

negoció con rapidez con el general Constancio e incluía la

devolución de la princesa Gala Placidia, con la que contrajo

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matrimonio el general. Al existir tratados entre Roma y los pueblos

germánicos asentados en Hispania, Walia sugirió al Imperio que no

los violase formalmente sino que los visigodos asumirían la tarea

de combatir y vencer a aquellos pueblos en provecho de Roma.

La expulsión de los bárbaros se realizó con celeridad y éxito

sorprendentes. Los vándalos silingos de la Baetica fueron

exterminados, los alanos quedaron tan reducidos que desaparecieron

como pueblo y sus escasos supervivientes se unieron en Galicia a

los vándalos asdingos del rey Gundérico. Entre los años 416 y 418,

dos de los cuatro pueblos bárbaros habían sido aniquilados y cuando

parecía que los otros dos iban a correr la misma suerte, Roma

decidió dar marcha atrás y facilitar el traslado de los visigodos a

las Galias.

Un nuevo tratado -el foedus del año 418- fue la base jurídica

de las relaciones entre el pueblo godo y el Imperio de Honorio. Los

visigodos recibieron para su asentamiento la Aquitanica Secunda,

una provincia encarada a la costa atlántica cuya capital era

Burdeos. En esta región alejada de la cuenca mediterránea, los

nuevos federados podían aparecer a los ojos romanos carentes de

peligrosidad, igual que ocurrió con los suevos y los vándalos

asdingos, arrinconados en la excéntrica Gallaecia y que los romanos

no tuvieron ningún interés en eliminar. Pero los visigodos no

establecieron su capital en Burdeos sino en Toulouse, importante

ciudad de la Narbonensis Prima, en dirección al valle del Ródano y

la costa mediterránea, que siempre tendría para ellos un atractivo

especial. Toulouse dio nombre al reino, el Regnum Tholosanum, que

Walia fundó y Teodorico I consolidó.

Mientras tanto, en Rávena muere en el 423 el emperador Honorio

y el Emperador de Oriente Teodosio II quedó como único soberano.

Pero en el 425 desde Oriente se consigue imponer en el trono

occidental a Valentiniano III, hijo de Gala Placidia y Constancio.

Junto al Emperador, aparece como hombre fuerte del occidente romano

Aecio, el último general y estadista romano de primera magnitud que

durante treinta años habría de llevar sobre sus hombros el peso del

Imperio.

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Page 6: Arte visigodo I

Los suevos y los vándalos asdingos, que compartían la

provincia de Gallaecia y no habían sufrido el ataque visigodo,

comenzaron a luchar entre sí en el año 419. Los suevos y su rey

Hermeriko parece que llevaron la peor parte pues, según Idacio,

estuvieron a punto de ser eliminados si no hubiera sido por la

intervención romana que consideraba a los suevos como su pueblo

federado en Gallaecia y por tanto legitimados para permanecer allí.

Los vándalos asdingos se trasladan hacia el sur, hacia la Baetica,

donde había residido hasta su extinción el otro grupo del pueblo

vándalo, los silingos. El establecimiento de los vándalos en la

Baetica no contaba con el beneplácito del Imperio. Un reino vándalo

en el sur de la Península, con acceso directo al Mediterráneo,

constituía un preanuncio de la amenaza que durante siglo y medio

iba a suponer la monarquía vándala del norte de África. Sin

embargo, la expedición romana contra los vándalos, en el año 422,

terminó con una derrota que produjo considerable impresión en todo

el mundo romano. La Baetica y buena parte de la Cartaginensis

quedaron a merced de los vándalos, que no retrocedieron ya ni ante

las más fuertes plazas romanas: Cartagena (Cartago Nova) fue

devastada y Sevilla (Hispalis), tomada igualmente, sufrió

destrucciones y crueles matanzas en su población. En el asalto a la

ciudad del Guadalquivir murió Gunderico, a quien sucedió Genserico,

un gran caudillo que iba a lanzar a su pueblo a la extraordinaria

aventura del cruce del Estrecho.

El proyecto se realizó en el mes de mayo del año 429.

Previamente se realizó un recuento general de su pueblo pues

importaba conocer exactamente el número de individuos para conocer

las necesidades de buques con vistas a la travesía por mar y que

arrojó la cifra de 80.000 personas, una de las pocas cifras que nos

han llegado como cálculo del volumen de un pueblo bárbaro. De este

modo salieron los vándalos de Hispania y en la Península, junto a

la población hispanorromana, solamente residió de forma estable un

pueblo germánico, los suevos.

El cuarto de siglo que siguió a la salida de los vándalos de

la Península Ibérica estuvo poderosamente influido por dos factores

que condicionaron el curso de los acontecimientos históricos: el

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mantenimiento de la autoridad imperial romana y el dinamismo

expansivo del pueblo suevo.

El primer factor es de orden general y afecta a todo el

Occidente romano. El reinado de Valentiniano III, el último

soberano de la familia teodosiana, con Aecio, "el último romano",

como hombre fuerte, constituye el último periodo en que el Imperio

conoció una continuidad política prolongada y mantuvo todavía un

cierto grado de prestigio. Durante ese cuarto de siglo, la

autoridad romana se siguió considerando como una instancia superior

por bárbaros y romanos.

Por otro parte, los suevos, pese a ser inferiores tanto

demográficamente como en poderío militar a otros pueblos invasores,

fueron presa de una incontenible fiebre expansionista que les

impulsó a salir de sus asentamientos de Galicia, para extender su

señorío por la Lusitania, la Cartaginensis y la Baetica. La

historia del noroeste peninsular durante estos años registra un

alternarse de períodos de hostilidad y de precarias paces entre

suevos y galaicos. Las paces pactadas fueron violadas una y otra

vez por los suevos con sus correrías de devastación y saqueo. Los

galaicos trataban de defenderse con sus propias fuerzas pero

buscaron también el apoyo de la autoridad romana al enviar la

embajada de Idacio en el 431 ante Aecio para solicitar la

protección imperial. Los buenos oficios del mediador romano

Censorio no impidieron que, tras la llegada al poder en el reino

suevo de Rékhila, sucesor de Hermeriko, se iniciase la gran

expansión sueva por diversas regiones de la Península.

La nueva política de Rékhila ignoró cualquier limitación

derivada del reparto de regiones peninsulares que constituía a los

ojos de Roma el fundamento jurídico de la presencia de los suevos

en Hispania. Los ejércitos de Rékhila invadieron la Lusitania,

asaltaron Mérida (Emerita) en el 440 y al año siguiente tomaron

Sevilla. El fracaso de la contraofensiva romana permitió a los

suevos extenderse aún más y a la muerte de Rékhila en el año 448 su

reino estaba sólidamente establecido y una sola provincia, la

Tarraconensis, permanecía de hecho vinculada al Imperio. El nuevo

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rey, Rekhiario, casado con una princesa visigoda, continuó con la

política agresiva y violenta de su padre intentado incluso extender

su dominio al último reducto de la autoridad imperial.

Mientras tanto, la situación en Roma a mediados del siglo V

era de crisis completa. El propio emperador Valentiniano III

asesina a Aecio en el 454 para caer asesinado poco después (455) a

manos de los vengadores del general. Un nuevo emperador, Petronio

Máximo, apenas duró algunos meses en el poder y la ciudad tuvo que

presenciar el asalto y saqueo vándalos. El vacío de poder como

consecuencia de estos acontecimientos determinó la promoción

imperial de un militar galo-romano, Avito, por iniciativa del rey

visigodo Teodorico II. Su designación fue ratificada por una

asamblea de representantes de la aristocracia provincial gala y

aceptada finalmente en Roma, Italia y por el emperador oriental

Marciano.

En la Península, la situación imperial motivó que en el año

456 los suevos violaran el tratado de paz concertado tres años

antes y asaltaran la provincia Cartaginensis, sometida desde el 453

de nuevo a la autoridad imperial. El rey Rekhiario invadió la

provincia Tarraconensis, que siempre había sido romana, la saqueó y

regresó a Galicia con numerosos cautivos. Estos excesos colmaron la

medida y determinaron a los visigodos a intervenir en Hispania en

calidad de federados del Imperio.

En el año 456 Teodorico II entró en la Península al frente de

un poderoso ejército que derrotó a Rekhiario en Astorga (Asturica)

y persiguió a los suevos hasta Braga (Bracara), la capital sueva,

que resultó saqueada. Los visigodos continúan hacia el sur pero

Teodorico II se detiene en Mérida y en el 457 vuelve a las Galias

ante los nuevos cambios acaecidos en el Imperio. En Roma, el

ejército depone al emperador Avito y nombra a Mayoriano, un ilustre

miembro de la nobleza senatorial romana, mientras que en Hispania

las tropas visigodas se dedicaron al saqueo de las ciudades de

Astorga y Palencia (Pallantia) como recompensa por su participación

en la expedición. Los suevos hispanos, ahora dirigidos por

Remismundo, continuaron hostilizando a la población galaico-romana

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que sólo puede acudir a la protección visigoda. Teodorico II,

despechado por la caída de Avito, rompe con Roma y se enfrenta a la

autoridad romana de las Galias al tiempo que envía un ejército a

Hispania por primera vez sin la invocación de la autoridad

imperial.

En el año 459 Teodorico II y Mayoriano conciertan una paz que

permitió preparar nuevas expediciones conjuntas a Hispania para

someter a los bárbaros. En el 460 el propio emperador viaja a

Hispania -el último viaje imperial a la Península- atravesando la

Tarraconensis y la Cartaginensis, las dos provincias que todavía

dependían de la autoridad romana. La expedición contra los vándalos

norteafricanos terminó en un fracaso que determinó la muerte de

Mayoriano a manos del mismo ejército que lo proclamó.

La crisis de la autoridad imperial en Occidente permitió al

rey visigodo de Toulouse llenar cada vez más el vacío que se creaba

y hacia él como poder superior se miraba con insistencia desde

Hispania. La influencia visigoda se dejó también sentir en el

terreno religioso permitiendo incluso -en virtud del acuerdo entre

Teodorico y Remismundo- la arrianización del pueblo suevo a través

de la predicación de un gálata, Ajax, presente en Galicia desde el

año 465. El arrianismo es una doctrina herética difundida en el

siglo IV por el presbítero alejandrino Arrio (muerto en el 336) que

fundamentalmente se basa en la negación del carácter divino de

Jesucristo y por tanto del misterio de la Santa Trinidad católica.

Los arrianos consideraban que Cristo no es divino por su esencia

sino que adquiere la divinidad por su íntima unión con Dios; de ahí

surge la doctrina del adopcionismo (el Hijo es "adoptado" por el

Padre) condenada por la iglesia romana en el primer concilio de

Nicea.

El declinar romano produjo finalmente la aparición entre la

población hispanorromana de unas actitudes cada vez más claras de

colaboración y hasta de entreguismo frente a los ocupantes

germánicos; sin embargo, los visigodos no estaban dispuestos a

permitir que ese entreguismo se resolviera en sumisión a los

suevos, lo que les había permitido reanudar su expansión por la

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Península tras la ocupación de Lisboa (Olisipo) en el 468. Eurico,

el nuevo rey tolosano, abrigaba el designio de que fuera su

monarquía la que ocupara el lugar que dejaba en Hispania el ocaso

del poder imperial romano. Los visigodos se revolvieron tanto

contra los suevos como contra los hispanorromanos de la Lusitania

que les rendían obediencia, instalando una guarnición militar

permanente en Mérida, convertida en el punto de apoyo para la

futura expansión por tierras hispanas. Mientras tanto, los suevos

quedaron poco a poco arrinconados en el noroeste peninsular, de

donde no saldrán hasta el 485.

El reino tolosano se extiende cada vez más a medida que la

crisis del poder imperial se agudiza. Entre los años 476 y 477 son

ocupadas las provincias Narbonensis Secunda, Viennensis y Alpes

Maritimae que se unen a los tradicionales dominios en la Aquitanica

Prima, Aquitanica Secunda, Novempopulania, Narbonensis Prima y

parte de la Lugdnensis Tercia. En el 472, coincidiendo con la

derrota y muerte del griego Antemio, el último emperador romano que

hizo honor a su título, Eurico había procedido a la ocupación de la

Tarraconensis, el único residuo del poder romano en la Península y

consiguido así soldar plenamente con el reino tolosano los dominios

visigóticos en el centro y sudoeste de la Península.

En el proceso de consolidación de la presencia visigoda en la

Península tiene una extraordinaria importancia la progresiva

irrupción a partir del año 494 de masas populares góticas que,

provenientes de Aquitania, huían de la hostilidad de los francos.

Las luchas entre los dos pueblos fueron el precedente de su último

enfrentamiento y sembraban la inquietud entre los campesinos

góticos asentados en la Aquitanica Secunda y determinarían el

movimiento migratorio hacia las tierras más seguras del sur de los

Pirineos, recién incorporadas a los dominios tolosanos. Utilizando

la vía romana que, desde Burdeos y pasando por Dax, cruzaba el

Pirineo por el puerto de Roncesvalles, los campesinos visigodos se

asentaron principalmente en la alta meseta castellana, lugar donde

hoy encontramos importantes vestigios de su presencia a través de

numerosas necrópolis.

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La suerte del reino tolosano terminó por ser echada tras la

derrota en la batalla de Vouillé o Vogladum -in campus vogladensis-

en el año 507, que significó la desaparición del reino tolosano tal

y como señalan las crónicas -regnum Tolosarum destructum est-. Los

francos consiguieron entre los años 507 y 508 incorporar a sus

dominios la mayor parte de los antiguos territorios visigodos de

las Galias. Los visigodos derrotados huyeron masivamente hacia la

Península donde se establecieron bajo la tutela ostrogoda 1 en la

Tarraconensis y en los valles de los grandes ríos (zonas de

Segovia, Burgos, Soria, Sigüenza, Alcalá de Henares, Valladolid,

Cáceres y Palencia). El intento ya propiamente visigodo de asentar

su autoridad en la Península chocó naturalmente con la resistencia

de la antigua población hispanorromana, lo que provocó

enfrentamientos y rivalidades en las que también intervinieron las

presiones y disputas entre los magnates visigodos para controlar el

acceso al trono. En uno de esos enfrentamientos, un grande

visigodo, Atanagildo, pidió ayuda a los bizantinos a través del

gobernador de la ciudad de Septa (Ceuta), quien tenía como misión

especial vigilar el Estrecho e informar acerca de los

acontecimientos que se produjeran en Hispania y en las Galias. La

petición de ayuda encontró pronta respuesta por parte de Bizancio,

pues secundaba los designios de restauración de la unidad imperial

romana que presidían la política de Justiniano. Los imperiales

extendieron su ocupación por un dilatado territorio paralelo a la

costa sureste de la Península desde la desembocadura del río

Guadalete y la costa del Algarve hasta Denia, siendo su principal

ciudad Cartagena.

Con ayuda imperial, Atanagildo se hizo con el trono visigodo y

estableció su capital en la que sería la urbs regia, Toledo. Su

sucesor Leovigildo2 fue el iniciador de la recomposición

1 Teodorico el Grande, rey ostrogodo, intentó impedir el enfrentamiento con los francos. Una vez consumada la derrota no pretendió restablecer el reino tolosano pero sí envió a sus funcionarios a Hispania para ejercer la administración de los territorios visigodos dentro de su política de restauratio Romani nominis. Desde el 509 hasta el 549 -la minoría de edad del rey Amalarico, hijo de Alarico y nieto de Teodorico- Hispania fue gobernada desde la corte de Rávena. Tras la muerte violenta de Amalarico, se proclama rey a Theudis, el jefe militar ostrogodo que dominaba la administración hispana.

2 Tras cinco meses de interregno, Livia, gobernador de la Septimania, fue proclamado rey de los visigodos en Narbona. Su autoridad no fue reconocida por los

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territorial y la pacificación del territorio peninsular con la

destrucción del reino suevo. El año 578 puede considerarse como la

hora cenital del reinado de Leovigildo, cuyo símbolo lo constituye

la fundación en el corazón de la antigua Celtiberia, junto al Tajo

y no lejos de la actual Zorita de los Canes, de una ciudad de nueva

planta, que se llamó Recópolis en honor del hijo del rey, Recadero.

Las crónicas se admiran de la espléndida arquitectura de la nueva

ciudad y destaca los privilegios que fueron concedidos a sus

pobladores. Una prueba más del significado que quiso darse a la

fundación de Recópolis la constituyen las medallas conmemorativas

con la inscripción Leuuigildus rex Reccopoli fecit, que el monarca

mandó acuñar en memoria del hecho.

La constitución de un vasto dominio territorial fue tan sólo

uno de los aspectos de la gran empresa instauradora de una potente

monarquía, llevada a término por Leovigildo con una tenacidad

incansable. Símbolo del fortalecimiento del poder real lo

constituyó la adopción de un ceremonial mayestático, inspirado en

los usos palatinos de Bizancio, en virtud de cual el rey visigodo

se apartó de la tradicional simplicidad de sus predecesores para

hacerse llamar Flavio y cubrirse con ricas vestiduras, ceñir

diadema y sentarse solemnemente en el trono. Dentro de esta misma

línea, Leovigildo inició a partir del año 575 la acuñación de

monedas de oro que no llevaban ya los nombres de los emperadores

orientales sino el suyo propio, una novedad que abría toda una

época de la historia monetaria de los reinos barbáricos de

Occidente.

La política unificadora de Leovigildo suscitó los más arduos

problemas cuando trató de interferirse también en el terreno

religioso. El arrianismo de los visigodos apareció casi siempre con

el carácter de la confesión cristiana propia de las gentes de su

pueblo, la fides gothica, que no se pretendía imponer a la

mayoritariamente católica población hispano-romana. Más aún, la

diversidad religiosa fue incluso considerada como un hecho

diferencial que contribuía al mantenimiento de la segregación entre

godos hispánicos y, tras largas negociaciones, se aceptó que asociara al trono como heredero a su hermano, Leovigildo, quien se haría cargo del gobierno efectivo de Hispania.

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godos e hispanorromanos y, en consecuencia, a perpetuar la

supremacía política de la minoría germánica. Sin embargo, la

política de integración de Leovigildo consideraba la unidad

religiosa como una de sus primordiales exigencias y esa unidad

tenía que lograrse mediante la aceptación por todos los habitantes

de Hispania de la religión arriana profesada por la minoría

visigótica.

Los intentos sutiles de arrianizar a la masa de los católicos

del reino se confirmaron con el sínodo de Toledo del año 580 que

simplificó extraordinariamente los trámites a seguir por los

católicos para ser recibidos en la confesión arriana. Se suprimió

el requisito de la rebautización y se exigió tan sólo una

imposición de manos, recibir la comunión y recitar la fórmula

"Gloria Patri per filium n spiritu sancto". Las facilidades

disciplinarias y litúrgicas se complementaron con una propaganda

hábil que incluía las visitas del rey a iglesias católicas,

sepulcros de los mártires y ambiguas declaraciones sobre la

Trinidad católica3.

El problema de la conversión se complicó aún más al implicarse

el propio hijo del rey, Hermenegildo, asociado al trono como

consorti regni en el 573 junto a su hermano Recaredo. El matrimonio

del heredero con una princesa franca católica creó una situación

difícil en la corte toledana que determinó el traslado del

matrimonio a Sevilla, donde Hermenegildo ejercería como gobernador

de la Baetica. Allí, movido por las enseñanzas del obispo

hispalense, San Leandro, Hermenegildo se convirtió al catolicismo -

siendo bautizado como Juan- y se rebeló contra su padre. Tras años

de luchas (579-584), el príncipe es desterrado a Valencia y

asesinado en Tarragona en el 585.

Al suceder a su padre en el año 586, Recaredo mostró el

decidido propósito de abrazar la religión católica. Diez meses

(587) después de acceder al trono es bautizado y ese mismo año

3 Los arrianos se denominaban a sí mismos católicos y la iglesia arriana proclamaba incluso que Cristo era Dios e igual al Padre, pero negaba la divinidad del Espíritu Santo, con lo cual su doctrina, mejor que Arrianismo, aparecía simplemente como Macedonismo, una herejía oriental.

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reúne un sínodo de obispos arrianos en Toledo donde consigue "más

por la fuerza del convencimiento que por su autoridad" la

conversión del obispado gótico. La conversión de los visigodos al

catolicismo, siguiendo el exemplum regis se llevó a cabo con

facilidad y, aunque no faltaron resistencias, éstas fueron breves y

terminaron por ser controladas.

La solemne reunión del III Concilio de Toledo en el año 589

supone el rechazo oficial del arrianismo y la profesión de fe

católica del rey, los obispos y los nobles, en nombre del pueblo

visigodo. Como culminación del proceso de conversión, se añaden al

credo religioso las palabras qui ex Pater filoque procedit (y del

Padre procede el Hijo).

Tras la conversión católica, el hecho más importante de la

Hispania visigoda lo debemos situar en la promulgación del Liber

Iduciorum del año 654. Durante el reinado de Rescenvinto se publicó

el nuevo código legal, dividido en 12 libros que desde ese momento

pasa a ser considerado como el único texto legal aplicable por los

tribunales y que supone la definitiva consolidación de la

legislación hispanovisigoda.

Principales fuentes históricas.

La obra de Idacio (395-470), obispo de Chaves, se resume en el

Continuatio Chronicorum Hyeronimianorum, que cubre desde el 379 al

480 la llegada de los germanos a la Península ("desolando nuestras

tierras los bárbaros, todo es ya confuso e incierto") y los

primeros tiempos de la monarquía sueva en la Gallaecia. Idacio se

forma en un viaje a Oriente donde conoce a San Jerónimo y sus

escritos son una obra de vejez realizada como continuación de la de

su maestro. Se trata de una crónica e historia general de la

iglesia galaica además de un repaso por la turbulenta historia de

aquellos años con los nombramientos de los augustos, el nacimiento

de príncipes, guerras, paces, embajadas, fenómenos naturales4,

elevaciones de papas y obispos, concilios, quejas por el apremio

4 En el 418 y en el 477 se registran eclipses de sol, en el 442 aparece un cometa, en el 454 hay un terremoto, en el 465 disminuye el tamaño del sol, en el 464 la luna "se tiñe de sangre", en el 469 aparecen "peces milagrosos" en el Miño, etc., como comentarios fatalistas de quien añora el mundo romano.

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Page 15: Arte visigodo I

fiscal romano ("el tiránico exactor"), y el debate sobre la

pervivencia de antiguas herejías como el priscilianismo, el

maniqueísmo y el panteísmo.

Es preciso aclarar el problema de la cronología pues lo

habitual en la época era utilizar la cronología olímpica o de San

Jerónimo junto con la cronología de los emperadores de oriente o

occidente. Sin embargo, en Hispania se utiliza la denomina era

hispánica, iniciada desde el año 38 a.d.C. con el tributo que

Augusto impone a todas las provincias del Imperio. La era

(aes/aeria, tributo) es mucho más precisa que las cronologías de

cónsules y emperadores y se utiliza institucionalmente hasta su

sustitución por la era de Cristo. La sustitución, iniciada en Roma,

no se extiende por el occidente cristiano hasta el siglo IX e

incluso en Hispania aún pervive la era hispánica hasta muy avanzado

el siglo XIII.

Paulo Orosio es un presbítero lusitano que vive en Tarragona

durante el siglo V. Su visión de los bárbaros es contradictoria con

la de Idacio pues los contempla como los liberadores de la opresión

fiscal romana. Viaja varias veces al norte de Africa, donde llega a

conocer a San Agustín, quien le aconseja que desarrolle su obra

histórica igual que la Civitas Dei agustiniana, alejándose de la

admiración por Roma y su civilización. Escribe los siete libros de

Historiarum adversum paganos como una historia universal con un

capítulo específico dedicado a la historia hispana.

Salviano de Marsella es un historiador galo que también aporta

noticias de interés para diferentes épocas de la Hispania

visigótica en la primera mitad del siglo V. En su obra De

Gubernatione Dei admira la pureza y virtudes primitivas de los

bárbaros frente a la corrupción y a la decadencia católico-romanas.

La obra histórica más representativa del período es la

Historia Gothorum de San Isidoro de Sevilla donde se remonta a los

orígenes del pueblo godo para seguir con la Historia Wandalorum y

la Historia Suevorum. Otra importante obra suya es De Viris

Ilustribus, que comprende treinta tres breves biografías, diez

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de ellas correspondientes a eclesiásticos hispanos de los

siglos VI y VII.

Para la historiografía artística la obra más destacada es

la Etimologías, también de San Isidoro, considerada como un

compendio de la cultura clásica. Los historiadores actuales

consideran a San Isidoro y a su discípulo San Braulio más bien como

compiladores que como referentes sobre la pervivencia de la cultura

clásica en su tiempo5; así, el único aspecto juzgado como

interesante de la obra isidoriana es su interpretación estética que

sí se juzga como contemporánea al alabar la ornamentación y el

revestimiento de los edificios por encima de conceptos más clásicos

como la armonía o la simetría.

5 Indicativa de esta labor de recopiladores es la utilización por San Isidoro del término nunc (ahora) para referirse a su tiempo. Es decir, su descripción de la cultura clásica es contrastada por él mismo con la situación contemporánea.

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