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En una entrada anterior decíamos que comunmente se señala que lo que caracteriza a la sociedad de la información era la multiplicación de esta, lo que da lugar a enormes cantidades de ella, a una inmensa variedad y a una extraordinaria capacidad de modificación de ella. En el mismo sentido,desde el punto de vista docente, se suele deducir que este nuevo contexto obliga a cambios radicales, a una transformación bastante drástica de las didácticas: no se trata sólo de introducir las TIC como herramientas, sino de plantear que aprender en la sociedad de la información no es igual que antes. Atrás quedan los tiempos en los que el libro o el profesor eran las únicas fuentes de información, las más reconocidas, las autoridades que delimitaban y marcaban los itinerarios de la construcción del conocimiento. En la actualidad, progresivamente el libro y el profesor (con página web o sin ella) se van sumergiendo en el mar de la información, siendo una fuente más en ese inmenso océano. Siguiendo con esta argumentación, resulta evidente que el libro y el profesor siguen ocupando un papel académico relevante, pero ¿esa preminencia viene del valor que se les asigna como fuente de información y como guías en la construcción del conocimiento, o viene de que contienen aquello que es necesario saber para aprobar el curso? Esta pregunta resulta bastante interesante: si de lo que se trata es de recluir la formación en el trámite de aprobar o suspender, esperando que de ello devenga la formación, entonces estamos en un debate que corresponde a siglos anteriores, pero que, de alguna forma, ayudan a explicar el descrédito de la escuela como elemento formativo, y a justificar, al menos parcialmente, el carácter casi estructural del fracaso escolar. Para razonar esas afirmaciones podemos partir de un axioma: educar, enseñar es una actividad que se inscribe en un proceso más amplio, especialmente en las etapas de primaria y secundaria, de la formación de la personalidad del individuo. Es este proceso “más amplio” el que es relevante, no sólo por su propia importancia, sino porque organiza e influye en todos los demás. ¿A qué viene todo esto? Sencillamente, a que cuando un joven está formándose inmerso en las “sociedad de la información” y tiene que estudiar ajeno a ella, valora en poco esos estudios, o al menos les asigna tan sólo el valor que tienen como vehículo para acceder al mundo laboral. Pero de esto ya hemos hablado en anteriores entradas. Llegados a este punto, conviene detenernos y reflexionar un poco sobre lo anterior. Lo que ahora queremos abordar es un problema que percibimos como latente en muchas aproximaciones al mundo de la educación en las “sociedad de la información”, y que puede originar algunos errores. Al principio, decíamos que el contexto en el que se están desarrollando nuestras vidas y los procesos formativos de los jóvenes, al menos en los países desarrollados, está cada vez más mediatizado por esa “sociedad de la información”, que se caracteriza por esa multiplicidad, etc. de la información. El asunto que ahora queremos plantear es ¿realmente se está produciendo una multiplicidad de tal envergadura en la información disponible o lo que está multiplicándose son las comunicaciones de esa información? Esto es, ¿en Internet hay un enorme volumen de informaciones distintas y cambiantes o hay informaciones que se comunican de diversas formas?

Información y conocimiento

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Comunicación, información y conocimiento

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En una entrada anterior decíamos que comunmente se señala que lo que caracteriza a la sociedad de la información era la multiplicación de esta, lo que da lugar a enormes cantidades de ella, a una inmensa variedad y a una extraordinaria capacidad de modificación de ella. En el mismo sentido,desde el punto de vista docente, se suele deducir que este nuevo contexto obliga a cambios radicales, a una transformación bastante drástica de las didácticas: no se trata sólo de introducir las TIC como herramientas, sino de plantear que aprender en la sociedad de la información no es igual que antes. Atrás quedan los tiempos en los que el libro o el profesor eran las únicas fuentes de información, las más reconocidas, las autoridades que delimitaban y marcaban los itinerarios de la construcción del conocimiento. En la actualidad, progresivamente el libro y el profesor (con página web o sin ella) se van sumergiendo en el mar de la información, siendo una fuente más en ese inmenso océano.

Siguiendo con esta argumentación, resulta evidente que el libro y el profesor siguen ocupando un papel académico relevante, pero ¿esa preminencia viene del valor que se les asigna como fuente de información y como guías en la construcción del conocimiento, o viene de que contienen aquello que es necesario saber para aprobar el curso? Esta pregunta resulta bastante interesante: si de lo que se trata es de recluir la formación en el trámite de aprobar o suspender, esperando que de ello devenga la formación, entonces estamos en un debate que corresponde a siglos anteriores, pero que, de alguna forma, ayudan a explicar el descrédito de la escuela como elemento formativo, y a justificar, al menos parcialmente, el carácter casi estructural del fracaso escolar.

Para razonar esas afirmaciones podemos partir de un axioma: educar, enseñar es una actividad que se inscribe en un proceso más amplio, especialmente en las etapas de primaria y secundaria, de la formación de la personalidad del individuo. Es este proceso “más amplio” el que es relevante, no sólo por su propia importancia, sino porque organiza e influye en todos los demás. ¿A qué viene todo esto? Sencillamente, a que cuando un joven está formándose inmerso en las “sociedad de la información” y tiene que estudiar ajeno a ella, valora en poco esos estudios, o al menos les asigna tan sólo el valor que tienen como vehículo para acceder al mundo laboral. Pero de esto ya hemos hablado en anteriores entradas.

Llegados a este punto, conviene detenernos y reflexionar un poco sobre lo anterior. Lo que ahora queremos abordar es un problema que percibimos como latente en muchas aproximaciones al mundo de la educación en las “sociedad de la información”, y que puede originar algunos errores.

Al principio, decíamos que el contexto en el que se están desarrollando nuestras vidas y los procesos formativos de los jóvenes, al menos en los países desarrollados, está cada vez más mediatizado por esa “sociedad de la información”, que se caracteriza por esa multiplicidad, etc. de la información. El asunto que ahora queremos plantear es ¿realmente se está produciendo una multiplicidad de tal envergadura en la información disponible o lo que está multiplicándose son las comunicaciones de esa información? Esto es, ¿en Internet hay un enorme volumen de informaciones distintas y cambiantes o hay informaciones que se comunican de diversas formas?

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No cabe la menor duda de que Internet ha facilitado enormemente el acceso a la

información, pero, creemos, que lo ha hecho porque ha implementado un poderosísimo sistema de comunicación que no deja de crecer y de multiplicar sus posibilidades. De la misma manera, está permitiendo una elevadísima capacidad para publicar (o comunicar) la información que uno desee. Según esta hipótesis, la “sociedad de la información” realmente es una sociedad mediatizada por la multiplicación de poderosos medios de comunicación que, como si de un caleidoscopio se tratase, reflejan y multiplican esa información en múltiples canales y diversas formas, pero el volumen de la información no habría crecido en las mismas proporciones. El ciudadano de esta “sociedad de la información” a lo que se enfrenta es a una inmensa y progresiva multiplicidad de presentaciones de la información, que se le ofrecen por un gran y creciente número de canales de comunicación (páginas web, redes sociales, blogs, wikis, vídeo, imagen, etc.).

Esta diferenciación entre comunicación e información no es banal, conlleva varias consecuencias en el campo de la didáctica:

1. Los profesores ¿debemos educar para seleccionar información a partir de la que construir conocimiento o debemos educar para seleccionar “medios de comunicación” en los que hay información a partir de la que se pueda elaborar conocimiento?

2. Si tanta importancia tiene la comunicación ¿en qué medida ésta mediatiza a la propia información?

Antes de abordar estas dos cuestiones, pensamos que conviene resolver otra cuestión:

¿que relación hay entre información y conocimiento? Hay una especie de consenso en señalar que la construcción del conocimiento se realiza a partir de la información, ya, después, los planteamientos cambian:

● Para algunos sigue siendo válido el planteamiento de que la información es puntual, parcial, etc. pero es la base a partir de la que se produce el proceso por el que realiza la construcción formal que es el conocimiento. De esta forma, la información sería el contenido del conocimiento, pero este la transcendería en la medida en que permite resolver, interpretar, etc. los problemas y requerimientos del contexto, mientras que la información se limita simplemente a señalar alguna de las características de este contexto. En realidad, siendo algo más serios, el conocimiento, para estos autores, es el que permite saber qué información es objetiva y cuál no, cuál es útil y relevante y cuál no, y cuál es pertinente y cuál no. En este sentido, los límites entre un concepto y otro no son tan claros como parece en el planteamiento simplista que hemos realizado: la construcción de conocimiento no es un proceso con un principio y un fin claramente delimitados, sino que conforme se va produciendo se van generando destrezas para la selección y tratamiento de la información, que a su vez van modificando la propia construcción de ese conocimiento. Pero, este no es propiamente el asunto, lo fundamental para los que comparten esta opinión es que para educar en la sociedad de la información lo esencial es poder seleccionar información y tener las destrezas

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necesarias para, luego, poder trabajar con ella. El acento recae en la selección, por eso el uso educativo de las TIC se orienta en ese sentido: educar para “navegar” en Internet. El profesor, que ya ha adquirido el conocimiento pertinente, es así el guía, el cartógrafo que traza los mapas que el alumno va aprendiendo y, conforme va haciéndolo y va navegando, va aprendiendo a cartografiar, a trazar sus propias rutas, va construyendo conocimiento. Claro, muy pocos se permiten el lujo de navegar por placer: la mayoría de las personas lo hacen con algún fin. Esto es, además de navegar, hacen otras cosas: cada uno ejerce con éxito su oficio y además sabe cómo seguir formándose, cómo informarse y mejorar su formación. Para estos autores el conocimiento es objetivo, incuestionable y determinante.

● Para otros autores, la información se plantea también como algo puntual, parcial, etc. pero además, en la “sociedad de la información” es inconmensurable, tanto por su cantidad, como por su variedad, como por su enorme capacidad de mutación. Por eso plantean la imposibilidad de un conocimiento objetivo, incuestionable y determinante. Las propias características de la información hacen que sea dificilmente abarcable y que el conocimiento que de ella pudiese derivarse sea algo “transitorio”, algo que adquiere su validez u objetividad de su capacidad para dar respuesta a los retos de hoy, pero que deberá modificarse para dar respuesta a los de un mañana que cada vez es mas distinto y más próximo. Enseñar en la “sociedad de la información”, para estos autores, es enseñar a navegar en este océano inmenso y cambiante de la información, es enseñar a trazar rutas, pero, ¡ojo!, a trazar mapas individuales, que sirven sólo para unos días, para no naufragar.

Estamos hablando de un conocimiento difuso, algo precario, ajeno a postulados y axiomas incuestionables. Así, el acento no se debe poner en la selección de la información (que conlleva aceptar una y descartar otras), sino en la convivencia con ella (que lleva consigo aceptar la mayoría y utilizar aquella que es útil para un objetivo concreto, pero no descartar otras que nos pueden ser útiles para otros fines). Para estos autores los criterios de objetividad se diluyen y la permanencia del propio saber es puesta en tela de juicio: es aceptable toda información a partir de la que puedo construir conocimientos que me ayudan a resolver con éxito problemas.

La cuestión se complica cuando se introduce un nuevo concepto: la construcción

social del conocimiento. Para los primeros autores no hay ningún problema: la Ciencia, el conjunto de los saberes, es el resultado del propio trabajo científico, y las instituciones escolares son las encargadas de posibilitar que cada ciudadano pueda, si sus capacidades lo permiten, acceder a una formación que le permita participar en esa creación de saber. Para los segundos autores, que no admiten un saber categórico y, por ello, sumativo, la construcción social del conocimiento se basa en el reconocimiento que esa sociedad hace del mismo. Así, se da por relevante la información aceptada por la mayoría como útil y, por lo mismo, el conocimiento que la mayoría utiliza para resolver los problemas comunes. Esta democratización de la construcción del saber lleva consigo, como ya hemos comentado, su relativización.

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Para nosotros, lejos de las sesudas elaboraciones intelectuales de los principales autores de una u otra corriente, hay un problema que nos preocupa: ¿la democratización, inicialmente saludada como innovadora y magnífica, del acceso a la información y a la construcción del saber no deberían estar conduciendo a la ampliación de la brecha social entre aquellos que son capaces de crear conocimiento (y, por lo tanto, de ser ciudadanos activos, gestores y organizadores del conocimiento, la economía, la sociedad o la vida política) y aquellos otros que, asumiendo el rango de meros “usuarios”, se tienen que limitar sacar partido de su vida en un contexto que son incapaces de modificar (conviven con la información, la comunican, pero no la crean ni crean conocimiento).

¿Cómo salir de este embrollo? Desde el punto de vista de unos profesores de enseñanza secundaria hay dos cuestiones que pueden dar algo de luz:

● En primer lugar, debemos volver a la diferenciación de tres conceptos: comunicación, información y conocimiento. Los aprendizajes escolares se orientan a que los alumnos adquieran las destrezas que les permiten crear conocimiento. Estas destrezas posibilitan buscar información en los medios de comunicación (seleccionando los que son objetivos y los que ofrecen información pertinente y relevante a nuestro tema de estudio), su tratamiento y su formalización en forma de conocimiento. Si esto es así, lo que el profesor debe enseñar (y el alumno aprender) es que:

○ No todas las comunicaciones ofrecen información objetiva, relevante y

pertinente, sino que hay canales y medios de comunicación en los que la información interesa porque es veraz, tiene importancia y ayuda a construir conocimiento, y hay otros en los que la información que nos comunican es subjetiva, tiene poca relevancia para lo que estamos trabajando o es escasamente pertinente. La labor docente se centra, pues, en trabajar para que el alumno, que está inmerso en un océano de comunicaciones y medios de comunicación, adquiera destrezas para aceptar unos y rechazar otros en función del trabajo que está realizando. Esta cuestión es importante: no se trata de que el alumno tenga que discernir entre informaciones, para lo que requeriría poseer previamente un cierto grado de conocimiento, sino entre diversos medios de comunicación. Los que hemos trabajado en este campo sabemos de los problemas que acarrea confundir comunicación e información: los alumnos de enseñanza secundaria, en cualquiera de sus etapas, muestran serias dificultades para discriminar informaciones, pero mucho menores para diferenciar entre diversos tipos de fuentes o medios de comunicación (oficiales, privados, prensa, televisión, blogs, etc.). De la misma manera, debe enseñar destrezas para rastrear las informaciones en los nuevos medios de comunicación que ha implementado Internet. No es igual buscar información en un libro, que en una página web, en un canal de vídeo, etc. En los formatos tradicionales el estudiante busca la información en medios explícitos, en los que esta aparece categorizada y descrita, de forma que el propio medio conduce y guía al estudiante por la información que contiene; en

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los “nuevos” medios la información aparece categorizada y, através de enlaces y de “pistas” o informaciones cortas, el estudiante tiene que ir eligiendo itinerarios para llegar a la información.

De la misma manera, el profesor, como comunicador, también tiene que aprovechar los “nuevos medios” de comunicación que ofrecen las TIC: el vídeo, las animaciones, la mutiopcionalidad de los lenguajes html o php, etc. ofrecen una gran versatilidad para las comunicaciones, e Internet una mayor cantidad e instantaneidad. Estamos hablando, así, de tres grandes tareas: enseñar a diferenciar diversos medios de comunicación, a rastrear la información en ellos, y utilizar esa diversidad de medios para optimizar la comunicación.

● Las propias características de Internet y la multiplicidad de medios de comunicación

que posibilita hacen que la información aparezca en diversos formatos, de forma difusa, como si cada medio ofreciese esa información según sus intereses, según el formato en el que es más eficiente, etc. La información, de esta manera, aparece como un conjunto de comunicaciones diferentes, que se complementan, se superponen o, incluso, se pueden contradecir (al menos en apariencia). Del discurso del profesor o del libro, en los que la información aparecía expresada clara y ordenadamente, pasamos a la pantalla, en la que domina lo difuso y la diversidad.

Esta diferencia es importante: si queremos insertar el proceso de enseñanza en la “sociedad de la información” hay que ir pensando que en esta la información que vamos a buscar, y a partir de la cual vamos a trabajar en la construcción del conocimiento, se presenta en un nuevo formato y en diferentes códigos, y que es preceptivo comenzar a generar aprendizajes que capaciten al alumno para diferenciar la forma de comunicación de la información contenida y rastrear en esos diversos formatos para, a partir de sus diferentes matices, obtener un contenido informativo claro y coherente. Esta tarea es necesaria pero muy compleja, y por esto último hace necesario programar y medir su utilización. No es infrecuente encontrar materiales curriculares que trabajan exclusivamente sobre informaciones que se encuentran en Internet en diversas fuentes, medios y formatos (diversos enlaces, textos, imágenes, vídeos, actividades, sonidos: todo un puzzle de comunicaciones). No se puede discutir que esos materiales son más ricos en información que un clásico libro de texto, pero debe tenerse cuidado porque esa riqueza y diversidad están añadiendo complejidad a la tarea de obtención de la información y, por lo tanto a la de aprender. No obstante, no por ello debe abandonarse la formación en este campo; a fin de cuentas, es la forma en la que,cada vez en mayor medida, esos estudiantes irán enfrentándose a la información, y formarlos para ello es prepararlos para poder ser ciudadanos activos de la sociedad a la que pertenecen.

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Siguiendo en esta línea argumentativa, abordaremos brevemente un tema muy manido: nuestros estudiantes progresivamente van adoptando códigos de comunicación que distan bastante de la corrección lingüística que se espera de ellos. Faltas de ortografía (a veces intencionadas y otras por puro descuido), palabras abreviadas, frases cortas, utilización de “excesivas onomatopeyas”, introducción de signos no lingüísticos pero expresivos, etc. constituyen una nueva forma de comunicación en la que, como en los “nuevos medios de comunicación”, prima la yuxtaposición de formatos, lo sumativo frente al orden lógico. No se puede negar la relación que hay entre este fenómeno y el aumento del peso de la “sociedad de la información”.

Frente a estas nuevas formas de comunicación se observan dos posturas:

● La de quienes niegan su valor, afirmando el que tiene la lengua en la formación del pensamiento formal. Tienen razón, el dominio de la lengua permite que sus usuarios piensen y razonen con criterios lógicos y de precisión. Los alumnos con problemas de aprendizaje en lengua suelen presentarlos en Matemáticas y, en general, tienen dificultades en sus aprendizajes.

● La de quienes opinan que este “nuevo lenguaje” es distinto al anterior y más adecuado a la nueva realidad en la que se producen las comunicaciones, y que, por tanto, hay que ir pensando en introducirlo en las comunicaciones escolares. Para estos, el carácter formativo de la lengua tradicional se producía en el marco de la sociedad previa a la actual. En la “sociedad de la información” es el nuevo lenguaje, que se acomoda a las “nuevas formas de comunicación”, el que tiene un valor altamente formativo: su carácter sumativo, la yuxtaposición de signos y valores expresivos, etc. son elementos que implementan aprendizajes en la construcción del nuevo lenguaje formal que se utiliza en la construcción de las nuevas formas de conocimiento a las que antes hemos aludido.

Como ya hemos comentado antes nuestra percepción de que se puede estar

produciendo una ampliación de la brecha que separa a quienes son capaces de “crear” conocimiento e información, y quienes sólo son capaces de vivir con esa información y comunicarla, y que la causa de esa regresión social se puede encontrar en la formulación de procesos formativos que dificultan la construcción de ese conocimiento amparándose en el argumento del surgimiento de nuevas formas de conocer, resulta lógica nuestra posición: es evidente que la utilización cada vez más intensa de los nuevos y múltiples medios de comunicación que Internet está posibilitando está dando lugar a nuevas formas de lenguaje, pero no está tan claro que estas actúen como motores del desarrollo del pensamiento formal. En ese sentido, planteamos que es necesario trabajar sobre esas nuevas manifestaciones comunicativas, formar al alumno para que las entienda y las utilice en su justa medida, pero también que es imprescindible que el alumno aprenda a utilizar correctamente en lenguaje convencional.