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Juego, tacto e imaginación por Sonia Lorente Parroquia de San Félix Barcelona 2 febrero 2015

Juego, tacto e imaginacion - conferencia

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Juego, tacto e

imaginación

por

Sonia Lorente

Parroquia de San Félix

Barcelona

2 febrero 2015

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SEPARADOS DE LA NATURALEZA

Aquí veis una colección de objetos diversos: veréis que todos son

sacados de la naturaleza y ahora explicaremos qué sentido tiene

esto en nuestra vida y en la de nuestros hijos.

El título de la conferencia es Juego, tacto e imaginación. Podemos

preguntarnos: ¿es tan importante el juego? ¿Es tan importante el

tacto? ¿Qué pasa con la imaginación? ¿Cómo se desarrolla todo

esto en el ser humano?

Ante todo veamos qué es el cosmos, donde estamos y donde

evolucionamos las personas. La tierra es nuestro hábitat, nuestra

habitación. ¿Nos estamos separando de esta habitación tan

maravillosa o estamos aprovechando todo lo que nos ofrece en

nuestro crecimiento como ser humano?

Las nuevas tecnologías tienen grandes ventajas, pero en los últimos

tiempos el ser humano se ha ido separando de la conciencia

terrenal, esa habitación mágica. Nos conectan a ella la madera, las

piedras, la lana, la seda, las hojas, las piñas…, todos estos objetos

que están ahí para ser tocados y acariciados.

Incluso nos cuesta alimentarnos con comida natural. Estamos

viviendo en un mundo de sensaciones ficticias. Cuando cogemos un

yogur con sabores se lo damos a un niño y decimos: toma, un

yogur de fresa. Y resulta que ahí no hay fruta: solo hay un aditivo y

una etiqueta donde dice “fresa”. Hemos normalizado esta situación.

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Con la ropa sucede lo mismo. Estamos vistiendo al niño con fibras

que no existen en la naturaleza: poliéster, acrílicos. Ya no utilizamos

la seda, el lino, el algodón y la lana. Cuando un niño nace todo el

mundo se preocupa por vestirlo con algodón, pero cuando crece un

poco ya optamos por tejidos sintéticos, que se fabrican con

moléculas derivadas del petróleo. También esto se hace normal.

Normalizamos que los alimentos estén manipulados genéticamente

y que nos envolvamos de sensaciones que parece que están ahí. Y

no pasa nada. Pero en realidad, esto nos afecta. Y no solo en el

ámbito cotidiano de trabajo, sino en el juego.

La mayoría de juguetes están fabricados a partir del petróleo: todo

es plástico, todo tiene la misma temperatura, los mismos colores y

los mismos sonidos. Los niños aprenden los colores chillones:

amarillo, rojo, verde y azul. Aprenden las formas geométricas: el

cuadrado, el círculo, el triángulo. Y esto se repite en todos los

juguetes. Aprenden que tocando una tecla eso va a pitar, o sonará

como un cascabel o un parloteo.

Pero ¿encontramos esto en nuestro hábitat natural, donde nacemos

y crecemos? ¿Existen los colores rojo, verde, amarillo o rosa con esa

intensidad? ¿Existen las figuras geométricas puras, tal como nos

muestran los científicos o los creativos? No, no existen.

¿A qué edad el niño puede captar esto con motivación, con espíritu

de fuerza? Porque lo importante es que el niño cuando nace tiene

una enorme energía: ¡quiere comerse el mundo!

LOS PRIMEROS MESES: OÍDO, TACTO Y OLFATO

Cuando el niño nace su sentido más desarrollado es el oído, que ya

ha utilizado en el vientre materno. Ha podido escuchar los ritmos

internos: el corazón de la madre, el suyo propio, los sonidos de las

tripas, las voces. Puede distinguir la voz de su madre. A las cuatro

semanas de nacer el niño distingue si lo que oye es una voz

humana. Y puede recordar melodías musicales si la madre ha

estado tocando un instrumento mientras estaba embarazada;

puede memorizar partituras. Esta es la magia del oído.

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El tacto lo ha podido trabajar menos, pues en el útero, lleno de

líquido, aunque pudiera chuparse el dedo y tocarse la sensación no

es la misma que fuera. Pero cuando el niño sale el tacto comienza a

desarrollarse con fuerza. Por eso cuando tiene hambre agarra con

su mano el dedo de la madre y cuando está satisfecho lo suelta.

Con el tacto ya se está expresando. La mano es la vía del

aprendizaje, aparte del oído y el olfato.

Al nacer también se abre la memoria del olfato. Un niño puede

reconocer a su madre y a su padre por el olor, y también memoriza

rápidamente el olor de la casa. Por eso se dice que si la mamá tiene

que ausentarse durante un tiempo se puede colocar al lado del

niño, en la cuna, alguna camisa o prenda usada por ella, así el bebé

se tranquiliza con el olor materno. Su memoria le da seguridad.

Vamos a ver potenciar el desarrollo de los sentidos para que este

nuevo ser esté abierto al habitáculo que es la tierra, en esta sintonía

que es la vida.

TOCAR, CANTAR, ACARICIAR

En su primer año de vida el niño tiene que abrir muchísimas

puertas. Una de ellas es la observación. Junto con el oído, el sentido

de la vista le va ayudar muchísimo a crecer. Pero no enfocará la

vista de manera clara hasta los ocho meses.

Cuando el niño nace abre su sistema bucofaríngeo para poder

respirar y tragar. Pero no desarrolla la voz plenamente hasta los

nueve meses. Al nacer, la nuez del cuello, que es el hueso hioides,

no está delante, sino en la nuca. A partir de las cuatro semanas,

cuando el niño comienza a sonreír y a balbucear, este hueso

comienza a bajar y tarda unos ocho meses en posicionarse entre las

cuerdas vocales. Durante todo ese tiempo el niño empieza a reír, a

los dos meses pronuncia las primeras sílabas, ma-ma, pa-pa, y a los

ochos meses ya puede decir monosílabos. Esto significa que no por

enseñarle mucho antes va a hablar antes. Pero sí podemos hacer

una gimnasia, siempre mirándolo de frente.

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El oído y el tacto son los sentidos más importantes en los primeros

meses de vida. Como hemos visto, el habla y la vista maduran más

tarde.

Cuando es un bebé, como está boca arriba, conviene que le

hablemos de cara, mirándolo, con una sonrisa y de forma cariñosa y

musical. La música ayuda a que los músculos faciales trabajen y el

niño imitará los gestos. Sus sentidos se abren. Por observación y

por el oído el niño aprenderá a imitar lo que dice el adulto. Por eso

el niño que no oye bien tampoco verá bien, porque no sabrá dónde

dirigir la vista.

En esta primera etapa es importante coger al niño, acariciarlo,

abrazarlo, darle la mano. Así aprenderá a sentir la temperatura, la

presión, el masaje. Sus músculos ganarán tono. No es una época

para jugar, sino para observar, acariciar y hablar. Es un tiempo para

cantarle cada día. El niño aprenderá los ritmos, no importan tanto

las palabras como la melodía y el ritmo, que reconocerá y asociará a

la mamá. Esto le dará seguridad.

Si le damos esta acogida en el primer año de vida, el niño se

desarrollará bien durante los cambios enormes que ha de vivir.

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COGER Y TIRAR

A los seis meses, cuando aprende a sentarse, tiene que hacer un

movimiento tremendo: mueve su espalda, agita las piernecitas, se

incorpora y se sienta. Adopta la llamada posición de gorila, y eso es

genial para él, porque en esa postura puede coger y soltar. Es el

momento de llevarlo al parque y a lugares donde hay arena, porque

le gusta agarrar, tocar, tirar. Dejar caer las cosas es un

descubrimiento para él, porque aprende que tiene fuerza. En esta

edad, a los seis meses, todo lo que sea coger y lanzar le va muy

bien para visualizar y comprender su propia energía, aunque

todavía no se haya puesto en pie.

Pero el niño quiere más: como nos ve a los adultos tiene la

voluntad de imitarnos y quiere ponerse en pie. Aunque se caiga,

no desiste. De los seis a los once meses va a mostrar una energía

asombrosa para intentarlo. Ya puede caerse una y otra vez, que

seguirá probando hasta que lo consiga.

Cuando domine el hueso sacro y sus piernas movilizará toda la

energía del vientre inferior, donde está el primer chakra ―centro de

energía―, el de la supervivencia.

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¡A CORRER!

En ese momento descubre un mundo nuevo. Ya no está sentado en

la arena, ya no solo puede coger y tirar. Si está con otros niños

puede empujar, puede coger, puede quitar y puede correr. Hay

niños con tanta vitalidad que cuando empiezan a caminar no

andan, ¡corren! La vida es movimiento y el niño no entiende otra

cosa.

¿Dónde está el espacio de juego a esta edad, a partir de un año?

Cuando se pone de pie, el niño necesita espacio. ¿Podemos

ubicarlo en una habitación? Se le hace pequeña porque quiere

correr. Hemos de entender que un niño, desde un año hasta los

tres, tiene una energía expansiva. Ha descubierto que puede correr,

sentarse, levantarse, abrir y cerrar puertas, ¡puede hacer tantas

cosas! El espacio de juego para que el niño pueda experimentar

tiene que ser toda la casa. Necesita reconocerse y ubicar al padre y

a la madre en ese espacio. Si el padre va al baño, el niño querrá ir

con él, querrá entrar dentro y llorará si no se le deja, porque quiere

descubrir qué hay ahí y qué hace su padre. Hay que dejarlo, y

posiblemente allí aprenderá cómo defecar. Y si la madre está

cocinando el niño querrá estar al pie de la madre y mirar qué está

haciendo.

Las estancias de la vivienda son parte de su hogar. Por eso hay que

convertir las casas en lugares espaciosos donde no haya peligros ni

tengamos que repetir constantemente la palabra “no”. Si el alma y

el cuerpo le piden al niño correr, saltar y explorar, no entenderá las

prohibiciones. Su cerebro en esta época no razona, trabaja por

imágenes porque aún no tiene vocabulario. Si le decimos “no

toques esto porque te quemarás” él no entenderá qué es quemarse.

Si se quema de verdad entonces apartará la mano, pero la

explicación no le servirá. Le servirá un no acompañado de un gesto

que pueda ver, pero de nada le servirán los gritos. Si hay un florero

que le llama la atención y puede volcar, quitémoslo. Adaptemos la

casa a nuestro ser amado: veamos qué puede tocar, qué puede

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abrir y descubrir, y guardemos figuras, aparatos y objetos que se

puedan romper. Hagamos espacios libres.

No abrumemos al pequeño con prohibiciones. Si un niño crece a

base de “no”, con opresión, desarrollará la conciencia de que

molesta. En cambio, si puede disfrutar del espacio sin peligro,

crecerá mucho mejor y alimentará una energía de cordialidad.

EXPLORAR UN MUNDO NUEVO

No hemos hablado de juego entre uno a tres años porque en esta

época, más que jugar, el niño lo que hace es expandir la energía

del movimiento. Si vais a un parque y observáis a los niños de seis

meses a un año y medio, todos están por el suelo. Pero a partir del

año y medio, si es un niño dinámico querrá subirse a las

atracciones, cada vez más arriba. Y si la madre es miedosa, ¡qué

problema! Lo mejor que puede hacer es dejarlo subir y

acompañarlo, pero no coartar su vitalidad. El niño que no puede

expandirse se puede convertir en un adulto indeciso y asustadizo

porque desde pequeño le hemos invitado a vivir el miedo.

Hay que observar a nuestros hijos. Hay niños muy movidos, otros

son más tranquilos. Un gran cuidador de niños observa qué energía

da vitalidad al niño. Si su energía es rápida y expansiva, hay que

darle campo, sitios abiertos, con árboles. Ayúdale a subir a un árbol,

si quiere. En cambio, si tenemos un niño tranquilo y sereno

haremos pasteles con él, eso le hará bien. Miremos cómo son

nuestros hijos y nietos.

ACOMPAÑAR CON CARIÑO Y SUAVIDAD

De cero a un año el niño trabaja todos sus sentidos. Pero de un

año a dos el niño aprende a controlar las heces. ¡Cuántos cambios

en este cuerpecito! El niño quiere probar, explorar, ver cómo

controla sus esfínteres… La energía le sale por la boca y ya tiene los

dientes de leche. Son dientes blandos, y esto indica que necesita

cosas tiernas: desde el alimento hasta los mimos y las caricias.

Hasta los siete años, en que salen los dientes definitivos, no

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podemos tratar al niño con dureza porque no está preparado. La

vida adulta ya está lo bastante llena de golpes y preocupación y no

podemos imponer rigor a edad muy temprana.

De cero a tres años no hay juego propiamente: el niño sigue a sus

padres. Comparte los momentos con la madre y el padre porque

los imita y así aprende. Viendo imágenes estimula su imaginación.

Por eso es bueno que el niño vea el comportamiento del adulto,

para interiorizar las imágenes y aprender.

LOS TERRIBLES DOS

A partir de los dieciocho meses el niño quiere moverse, su energía

es pura expansión y no hay manera de pedirle que se esté quieto.

Es la época de los terribles dos: el niño no deja a la madre, no

quiere apartarse de ella porque se da cuenta de que ahora puede

moverse y ser independiente. Como no conoce del todo su

entorno, busca a la madre como referencia. Si antes ella iba a la

peluquería y el niño no lloraba, ahora sí va a llorar.

Cuando comienza a hacer dibujos, el niño coge el lápiz y hace

rayas en una dirección y otra. Pero cuando empieza a madurar y es

consciente de su autonomía, traza círculos e incluso tirabuzones:

esto significa que el niño se siente. Sabe que se puede separar del

origen, y esto sucede entre los dos y tres años. Este cambio es muy

importante. La madre tiene que estar presente, porque su hijo no

sabe afrontar ese cambio solo y necesita su amor y su cariño.

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Si tenemos esto en cuenta podremos dedicarle más presencia al

niño. Por ejemplo, si estamos cocinando, hagamos un espacio para

él para que sienta que también es parte de esa cocina. Vaciemos un

armario a su altura y poner fruta, algún tarrito con garbanzos, algo

que pueda manipular con seguridad. Es necesario que pueda palpar

alimentos y objetos reales. No quiere mochos de juguete, quiere un

mocho real. Ahí empieza a ser consciente del yo: es la época del yo

quiero. Creemos que dándole un juguete se mantendrá ocupado y

esto no funciona así. El yo del niño está creciendo y elige imitar con

cosas reales. Elige imitar para poder aprender e imaginar.

Si tú, madre, tienes que fregar el piso y el niño está delante nunca

vas a terminar. Te querrá quita el mocho, te tirará el agua y te

generará histerismo. Mejor friega cuando él está durmiendo la

siesta y puedas hacerlo tranquila.

Mientras el niño está despierto, en vez de dedicarte a planchar y a

otras tareas en las que puede estorbarte, pasa tiempo con él: juega

con él, relájalo. Coge una piedra y pásala por una toalla y dile:

vamos a planchar. El niño cogerá la piedra y aprenderá. Un día

cogerá la piedra por sí solo y planchará.

Si tu hijo es muy activo y no puedes reconducirlo, no te dediques a

actividades peligrosas delante de él. Es importante buscar este

equilibrio de los dos a los tres años.

CONTAR HISTORIAS

A partir de los tres esto cambia. Los dibujos del niño se hacen más

complejos, ya habla mucho y empieza a imaginar. Entonces puedes

empezar a contarle historias.

Pero es mejor sin libros ni imágenes: cuéntale una historia de

manera que pueda visualizarla en su mente, por sí solo. Ayúdale a

imaginar. Que él pueda poner la cara de los personajes y formar las

imágenes. Contadles historias simples basadas en lo que sucede

cada día: sobre la panadera, sobre el pan, los alimentos, los

coches… Así el niño capta una realidad que puede ampliar. Y él

mismo va a crear sus historias.

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Cuando una historia le gusta mucho la va a aprender tanto que no

podrás cambiar ni una letra. Si en cambio le das un libro con

imágenes, el niño las relacionará pero no imaginará.

Con las historias también puedes recrear situaciones reales. Por

ejemplo, si el niño tiene un hermanito y está celoso, los personajes

del cuento pueden tener también hermanos a quienes quieren y

ayudan. Así reconducimos la realidad a través de las historias.

Podemos cambiar conductas cotidianas de forma creativa y mucho

más fácil con los cuentos: ya no son juegos, son un aprendizaje

para sentirse persona.

De los cuatro a los cinco años el niño engrandece las historias. Es

consciente de su yo, razona porque tiene lenguaje y puede ser

mucho más creativo. En esta época es muy importante hacer

espacios donde el niño pueda esconderse y meter sus pertenencias,

sus juguetes, cosas que reconozca como suyas. Estos espacios han

de ser como casitas donde el niño se sienta bien y pueda entrar y

salir: se pueden hacer con fulares o manteles, bajo una mesa o

entre sillas… El niño tiene su espacio propio donde jugar. Este

espacio puede montarse y desmontarse, en cualquier lugar. Y el

niño participa del origen y de la evidencia.

Esto es más interesante que un juguete que, de entrada, les puede

producir una emoción ―la caja es lo que más les gusta, siempre―

pero luego, cuando lo han visto, no saben cómo utilizarlo porque

ya no imaginan. En cambio, si les dais espacio para que puedan

entrar, salir e imitar a los adultos, van a disfrutar muchísimo y se les

abrirán horizontes.

LOS OTROS: COMPARTIR

De los cinco a los siete el niño es consciente de la comunidad y

aprende a compartir. Si está con otros niños, entre ellos se

reparten roles: tú eres el papá, tú la mamá… Imitan a los adultos,

hasta el punto que recrean situaciones que han visto en la realidad

―jugar a peluqueros, a médicos, a taxistas…―. Los niños son

grandes imitadores. Pasan de los 4 a los 7 años “fotografiando” el

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mundo, imitando y creando historias. Por eso necesitan espacios en

toda la casa, no solo en su habitación. En el comedor, en todas

partes, buscan lugares donde se sientan presentes, participando del

mundo adulto. No quieren sentirse desplazados como un estorbo.

Por eso es importante contarles relatos, cuentos o acontecimientos

que han sucedido durante el día o en la historia familiar. El verbo

los llena muchísimo. Recuerdan la historia con exactitud

matemática, y cuando cambiamos alguna palabra ¡nos corrigen!

Dicen: no, no es así, sino así… Porque necesitan esa precisión.

DESPERTAR LOS SENTIMIENTOS: LAS MUÑECAS

Para trabajar los sentimientos podemos fabricar muñecos. Esto es

bueno a partir de los tres años. Con un poco de algodón y un

pañuelo o un trapo formamos una muñeca y una cara.

Si ellos ven la cara a la muñeca pueden expresar con ella un

sentimiento. Le damos un nombre y hablamos con ella, contando

una historia. Con la muñeca puedes hablar, puedes escuchar, la

puedes querer… La puedes acariciar, bañar, darle de comer,

acostarla en una camita y abrigarla para dormir. Luego se puede

deshacer y todo se guarda.

Cuando el niño quiera expresar algo le podemos proponer hacer

muñecas. La muñeca escenifica el ser humano. Quizás el niño no

tiene lenguaje, pero sí sentimientos. La muñeca puede representar

la iaia, un hermano, un tío o tía, u otro personaje. Jugando con ella

el niño aprende que existe la compasión, el cuidado, la emoción. Él

pondrá el sentimiento.

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A medida que crezca, el niño inventará más historias con la muñeca

y la buscará como referencia. Es importante para el niño que

aprenda a acunar y cuidar al ser humano, porque si no crecerá sin

escrúpulos. Estamos viviendo en una época en que la muñecas lo

tienen todo: pipi, caca, pelo, uñas, pestañas… Pero ¿le dicen algo al

niño? Fabricando la muñeca con ellos e inventando historias el niño

verá algo más que un objeto de trapo: verá el ser. Si veo una

muñeca tirada en el suelo y le digo a mi hijo: pobrecita, ¡vamos a

recogerla! y la mimamos y la llevamos a dormir, cuando él vea a un

niño en el suelo le va a importar y lo va a ayudar. Le estoy

enseñando que al ser humano es necesario cuidarlo y que todos

somos responsables de los demás.

Con las muñecas llegamos al alma del niño. Jugar con elementos

suaves, simples, que podamos manipular, hacer y deshacer, enseña

al niño el poder de crear, desmontar y volver a crear. Esto es un

aprendizaje espectacular para su futuro. Le estamos enseñando:

eres fuerte para ser creador pero también sabes desprenderte de lo

que no necesitas.

LA NATURALEZA

Podemos fabricar otros juguetes con elementos naturales: troncos

―les encanta el tacto de la madera―, palos, piedras, cortezas.

Está bien tener algunos juguetes ya fabricados, pero utilizad

también elementos de la naturaleza. Las piedras, con sus diferentes

pesos y texturas, unas frías, otras rugosas, otras más ligeras,

también les permiten imaginar y construir. Pueden hacer pirámides,

circuitos, casas, coches…

Encontramos elementos geométricos, como una piña. Un niño

pequeño puede pasar horas acariciando los piquitos de la piña. En

sus dedos hay una memoria espectacular. Puede coger los piñones,

incluso partirlos. Siente que una parte pincha y otra es suave.

En el mar podemos coger caracolas, un coral… Los niños notan las

rayas, los agujeros, la textura, cosas que los adultos apenas

percibimos. El tacto potencia su imaginación y su memoria.

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La lana es muy versátil: se pueden hacer bolitas de lana para tirar,

arrugar, notar su ligereza… También es interesante tener objetos

que pesen mucho, con cuidado: la pureza del mármol les encanta,

con su tacto terso, frío.

Y el barro es fantástico. Con el barro aprenden que, cuando

imaginan, presionan y moldean, pueden hacer de la nada algo útil.

Cuando el niño se da cuenta de que lo que hace es útil, ¡esto es

inmenso!

Cuando ya son mayores y aprenden a hacer punto, por ejemplo,

punto de cruz, que los relaja mucho, pueden hacer fundas para los

lapiceros, para las gafas… Así se sentirán muy útiles y esto es

estupendo hasta los siete años.

El tejer es importantísimo en todas las culturas del mundo y este

conocimiento se ha transmitido de generación en generación. No

solamente era útil para cubrir el cuerpo, sino para fabricar muñecas.

Desde África hasta Nueva Zelanda, todas las culturas confeccionan

muñecos, tanto para niños como para adultos. El muñeco

representa al ser humano y por esto es bueno que tanto niños

como niñas tengan muñecos para aprender a cuidar a la persona.

LA PROFUNDIDAD

Es importante que el niño aprenda a cuidar y a modular los

sentimientos y que se despierte en él la compasión. Muchos niños

desde su infancia han aprendido a ir rápido: todo es ocupación, la

madre está ocupada y ellos se conectan a la televisión. Las

pantallas son planas y el niño necesita aprender la profundidad, el

relieve, el volumen. Los elementos planos con colores muy vivos

solo desarrollan una parte del cerebro, pero no favorecen la

ubicación espacial. Por eso hay niños de dos años que van hacia la

tele, quieren coger lo que ven y no pueden. El cuerpo pide la

profundidad ―también la profundidad del ser―. La tecnología les

ofrece muchos estímulos, pero siempre planos. Ahora ya no es la

televisión, sino el móvil o la Tablet. Así vemos a niños pequeños

que con un solo dedo están dando de comer a un muñequito, un

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personaje que come, eructa, hace pipí… Pero ¿dónde está ese

personaje? ¿Existe? Solo podemos percibirlo si hay una pantalla

cerca. No podemos notar si está frío o caliente, si es suave o áspero,

si reacciona con agrado o no. Hay niños que, cuando los ponemos

sobre césped por primera vez, reaccionan como si les dieran

calambres. ¡Sienten! Pero si los rodeamos de elementos planos y

nuevas tecnologías solo verán imágenes y sonidos. Parece que

aprendan, pero el verdadero aprendizaje comienza a partir de los

siete años. De los cero alos siete pasan de estar en el suelo a

incorporarse, a dominar la boca, a dominar los esfínteres. Ya

pueden comer y apretar, hacer lo que quieren. Ya saben quiénes

son y necesitan moverse y experimentar.

LA BELLEZA

A partir de los siete, con el cambio de dentición, el niño empieza a

darse cuenta de la belleza de la vida. Se da cuenta de que puede

ser guapo. Se despierta el sentido de la belleza y le interesa imitar,

por eso le gustan la música y el teatro. Antes la belleza era

imposible sentirla, primero se tenía que sentir él.

Si tenéis niños de estas edades en casa, ofrecedles hacer pan. Que

aprendan a manipular la harina, el agua, el aceite. Podéis hacer

galletas: así aprenderán que pueden hacer algo que se empieza, se

acaba y luego se puede compartir. Sí, es verdad que la cocina

queda hecha una pena, pero igual que se ensucia también se puede

limpiar.

Con los juguetes sucede lo mismo: se esparcen, se juega y luego se

recoge. Y el recoger hay que enseñarlo con dulzura. Nada de

broncas: ¡toca recoger! No lo convirtamos en un castigo

desagradable. Es como abrocharse los zapatos. En los colegios se

les obliga a abrocharse a partir de los tres años, cuando el niño no

coordina sus dedos para atarse los zapatos hasta los siete u ocho

años. El niño copiará un poco como pueda, a toda prisa, pero no

aprenderá. Y si se lo hace un adulto, qué frustración.

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Si se le obliga a detalles como estos sin que esté preparado, se

genera frustración ―menos mal que ahora existen zapatos con

velcro que se pueden abrochar deprisa―. Pero si se le enseña a su

edad, despacio y con cariño, aprenderá con gusto y sentirá que ha

logrado algo importante.

EN RESUMEN…

En resumen: observad a vuestros hijos para comprender qué

energía tienen, cómo son. Si son pletóricos, extrovertidos y les

gusta saltar y correr vais a tener un niño colgado de los toboganes

y los columpios. Acompañadlos para que desarrollen su fuerza. Si

tenéis un niño calmado, sensible, esta no será su búsqueda.

Acompañadlo en su serenidad.

A partir de los dos años explicadles historias reales, basadas en la

realidad cotidiana, para que él cree sus cuentos a partir de los

hechos del día. Veréis que historias tan fantásticas inventa. Un niño

que imagina es un adulto resuelto, que podrá contemplar un

problema y encontrará una solución. Si la mamá solo exige a su

niño que estudie y adquiera conocimientos su hijo aprenderá, pero

no será resolutivo. Es en esta edad cuando los papás y los abuelos

explican historias y él también puede inventar las suyas.

Finalmente, pasemos tiempo con los niños, seamos creativos y

respetemos sus ritmos. Vamos demasiado aprisa, ¡enseñemos con

calma y cariño!

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PREGUNTAS Y RESPUESTAS

―¿Qué repercusiones tiene para un niño con cuatro o cinco

años pasar mucho tiempo con el ordenador? Porque es

asombroso con qué agilidad lo manejan.

Un niño que se enganche a una pantalla plana no va a desarrollar la

dimensión de profundidad. Le estamos dando una comodidad

extrema cuando tiene que haber movimiento. Segundo, la mente

no profundiza en el relieve. Esto quiere decir que hay partes de su

cerebro que ya no van a trabajar más, porque las neuronas

empiezan a morir a partir de los doce años. Si de uno a siete años

no abrimos campos de aprendizaje, ya no los va a desarrollar.

Sobre el método Montessori.

El método Montessori. Maria Montessori se dio cuenta de que en

los comedores de los orfanatos los niños jugaban con el pan, que

es lo más volátil. Con él simulaban aviones. Se dio cuenta de que

desde el sentir, desde el tacto, el niño podía aprender de una

manera más clara para que su mente pudiera construir

pensamientos.

Confeccionó el abecedario con papel de lija y con terciopelo.

¿Cómo se lo enseñaba a los niños? Les mostraba las letras y les

hacía pasar el dedo por la lija y el terciopelo suave. A. Y su mente

trabajaba la sensación táctil, escuchaba la pronunciación y con los

dedos dibujaba la forma. Esto se aplica en muchas escuelas y tiene

un éxito tremendo. Son diferentes formas de enseñar.

Esto en un ordenador es imposible: todo son imágenes planas, no

se puede sentir ni tocar, no se siente el peso, la temperatura, la

textura… Si podéis leer algo sobre el método Montessori o la

pedagogía Waldorf os va a interesar mucho.

Waldorf se dio cuenta de que la sociedad se apartaba mucho de la

naturaleza y abrió escuelas por todo el mundo, con diferentes

ámbitos de juego, rincones, jardines, para que el niño pueda

experimentar. Y se valió de la música. En los países nórdicos, donde

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hace frío, es donde más música se toca y donde el alma se libera

más haciendo teatro, porque allí creen mucho que el niño debe

disfrutar aprendiendo, desde la infancia.

En Europa, el país donde más niños repiten curso es España. ¿Por

qué? Porque no han jugado lo bastante. A veces lo que el niño

necesita no es estudiar sino jugar más. Porque en el juego saca ese

yo que tiene adentro, puede sentirse, luego ya aprenderá

matemáticas. Se está trabajando mucho el pensamiento sin tener

desarrollado el sentimiento.

La conducta a los doce, trece y catorce años, dependerá mucho de

la infancia que hayan pasado los niños. ¡Se podría hablar mucho de

esto!