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1. RENACIMIENTO DEL NACIONALISMO COLOMBIANO Las diversidades ideológicas reunidas en el Movimiento político Alianza Na- cional Popular ANAPO, al tiempo que el nacionalismo que renace en los tiem- pos del Frente Nacional, tuvieron el mismo origen y la misma trayectoria. Deambulando por el siglo, se encuentran de pronto, en la segunda mitad del decenio del sesenta. En los años treinta, para poner una fecha no muy remota, el nacionalismo había emergido desde el pensamiento conservador, haciendo luego presencia en corrientes pragmáticas del liberalismo. Más que un nacio- nalismo como movimiento así configurado, se trató de una serie de ideas na- cionalistas, cuyos contenidos trataremos de identificar. No son ajenas las ideas nacionalistas colombianas a una influencia recibida del exterior. El nacionalismo de los años 30 está atravesado por la influencia de los nacionalismos europeo y latinoamericano. Es latente la presencia de Alemania, España e Italia, como de México, Argentina, Perú y Brasil. A estas ascendencias se sumaría, después de la Segunda Guerra Mundial, el naciona- lismo de los países que luchaban por el logro de su independencia nacional. Mussolini impresionó al rebelde liberal Gaitán y al rebelde conservador Alza- te. Al primero le sedujo del líder italiano sus formas de hacer política, al se- gundo le llamó la atención el contenido idealista de su pensamiento. Ambos, Gaitán y Álzate eran portavoces de una generación para la cual no era fácil ser escuchada dentro de sus propios partidos. En Gaitán el nacionalismo era la defensa de los países débiles; en Álzate era agresivo, impetuoso. Ambos nacio- nalismos irrumpen por la misma época. El de Álzate, por ir en contravía de las tendencias económicas que le imprimían a sus paises los gobiernos liberales a nivel mundial y por tratarse de la expresión de una considerable pugna inter- na, descolló en un principio mucho más agresivo que el gaitanista. En el fon- do, sus preocupaciones se identificaban en los mismos objetivos sociales. La fuerza de las cosas, el curso mismo del desarrollo de la historia política de! país, haría que en la ANAPO terminaran coincidiendo vertientes nacionalis- tas de toda estirpe. Desde quienes -entre 1953 y 1957 - esperaron hasta última hora que el gobierno de Rojas fuera la expresión de sus ideas, hasta las genera- ciones de los nuevos nacionalistas de los años 60, para quienes el nacionalis- mo se cubre con un manto mucho más ancho que aquel con el que se habían cubierto sus predecesores. Veamos el proceso. 1.1 La Nueva Prensa (LNP) No era la primera vez que el nacionalismo irrumpía en la política colombiana. Aunque su resistencia a la modernidad ocupa un destacado lugar y su apari- 15

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Page 1: 1. RENACIMIENTO DEL NACIONALISMO COLOMBIANO · latinoamericano. Profesan admiración por el nacionalismo aprista de sus pri meros años, reconocen en el peronismo el movimiento nacionalista

1. RENACIMIENTO DEL NACIONALISMO COLOMBIANO

Las diversidades ideológicas reunidas en el Movimiento político Alianza Na­cional Popular ANAPO, al tiempo que el nacionalismo que renace en los tiem­pos del Frente Nacional, tuvieron el mismo origen y la misma trayectoria. Deambulando por el siglo, se encuentran de pronto, en la segunda mitad del decenio del sesenta. En los años treinta, para poner una fecha no muy remota, el nacionalismo había emergido desde el pensamiento conservador, haciendo luego presencia en corrientes pragmáticas del liberalismo. Más que un nacio­nalismo como movimiento así configurado, se trató de una serie de ideas na­cionalistas, cuyos contenidos trataremos de identificar.

No son ajenas las ideas nacionalistas colombianas a una influencia recibida del exterior. El nacionalismo de los años 30 está atravesado por la influencia de los nacionalismos europeo y latinoamericano. Es latente la presencia de Alemania, España e Italia, como de México, Argentina, Perú y Brasil. A estas ascendencias se sumaría, después de la Segunda Guerra Mundial, el naciona­lismo de los países que luchaban por el logro de su independencia nacional. Mussolini impresionó al rebelde liberal Gaitán y al rebelde conservador Alza-te. Al primero le sedujo del líder italiano sus formas de hacer política, al se­gundo le llamó la atención el contenido idealista de su pensamiento. Ambos, Gaitán y Álzate eran portavoces de una generación para la cual no era fácil ser escuchada dentro de sus propios partidos. En Gaitán el nacionalismo era la defensa de los países débiles; en Álzate era agresivo, impetuoso. Ambos nacio­nalismos irrumpen por la misma época. El de Álzate, por ir en contravía de las tendencias económicas que le imprimían a sus paises los gobiernos liberales a nivel mundial y por tratarse de la expresión de una considerable pugna inter­na, descolló en un principio mucho más agresivo que el gaitanista. En el fon­do, sus preocupaciones se identificaban en los mismos objetivos sociales.

La fuerza de las cosas, el curso mismo del desarrollo de la historia política de! país, haría que en la ANAPO terminaran coincidiendo vertientes nacionalis­tas de toda estirpe. Desde quienes -entre 1953 y 1957 - esperaron hasta última hora que el gobierno de Rojas fuera la expresión de sus ideas, hasta las genera­ciones de los nuevos nacionalistas de los años 60, para quienes el nacionalis­mo se cubre con un manto mucho más ancho que aquel con el que se habían cubierto sus predecesores. Veamos el proceso.

1.1 La Nueva Prensa (LNP)

No era la primera vez que el nacionalismo irrumpía en la política colombiana. Aunque su resistencia a la modernidad ocupa un destacado lugar y su apari-

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ción coincide con un acelerado proceso de urbanización en el país, las condi­ciones políticas producidas por el nuevo ordenamiento jurídico de los años sesenta hizo posible plantear el nacionalismo como movimiento bipartita. Antes, las tesis nacionalistas eran patrimonio de las corrientes políticas donde sur­gían. Pero, sin duda, aquellas de origen liberal repercutían en las masas con­servadoras y viceversa, mas no es fácil su comprobación. En cambio el am­biente de conciliación y los movimientos que promovían un Frente Nacional desde abajo, estimularon la iniciativa.

Quienes se atrevieron a plantear el nacionalismo desde una propuesta inde­pendiente de los partidos tradicionales, como movimiento en sí, fueron los intelectuales que se reunieron, de 1961 a 1966, alrededor de la revista La Nueva Prensa (LNP)1. Convocaron al país en su totalidad a conformar un movimiento nacionalista. En las páginas de la revista empezaron a expresarse los ideólogos de la Línea-dura del Movimiento Revolucionario Liberal MRL, del anapismo, del cristianismo popular, de la Democracia Cristiana, del militarismo y de corrientes políticas regionales. Aspirando a conformar una mayoría nacional con las minorías de los partidos, LNP le reproducía por igual los discursos a Jorge Leyva, a Alfonso López Michelsen a Hernando Olano Cruz, a Alvaro Uribe Rueda y, en parte al sacerdote Camilo Torres siempre y cuando en ellos se tocase el tema del nacionalismo. En síntesis, LNP recogía el sentir nacionalista que se había manifestado desde los órganos periodísticos de las disidencias conservadoras y liberales desde la década del 40, ahora súbitamente salidos del escenario político: Sábado. Diario de Co­lombia, Jomada, Eco Nacional, La Nación, El Día, Diario Popular, etc. En ellos los colombianos de los años cincuenta, pudieron seguir de cerca los pasos de los movimientos nacionalistas en el poder tanto en América Latina como en Asia y África. Por las páginas de estos periódicos desfilaron los procesos históricos de Argentina, Brasil, Bolivia, Egipto, India, Indonesia y en general se ilustraban las actividades de cuanto movimiento en cualquier parte del mundo aspiró desde lo nacional a resolver sus grandes males sociales. Tradi­ción que continúa LNP. Sus ideólogos contemporizan con quienes en Colom­bia habían sido seguidores de José Antonio Primo de Rivera, de Benito Mussolini, de Georges Sorel. Resaltan la virtud de sus ideas, señalan las que fueron sus deformaciones y llaman la atención sobre el nacionalismo depura­do de los últimos tiempos, abierto a todos los vientos del mundo, «el que ha florecido en todos los países que realizan actualmente la revolución nacional, desde Egipto hasta Indonesia, desde la India hasta Guinea»2. Llaman al resca­te de los elementos positivos de los paradigmas nacionalistas del continente

1 En la monografía. Nacionalismo y Sociedad. Colombia 1958-1965, elaborada por Giovanni A. Molano Cruz para recibirse de sociólogo de la Universidad Nacional (1994), se encuentra un intere­sante y detallado seguimiento del tránsito de la revista Semana a la Nueva Prensa, cuyo primer número salió a la luz pública el 19 de abril de 1961. 2 La Nueva Prensa. «Ahora y Aquí Nacionalismo». Informe Especial Nacional. No.7, mayo 31 1961 p.50-54

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latinoamericano. Profesan admiración por el nacionalismo aprista de sus pri­meros años, reconocen en el peronismo el movimiento nacionalista más cohe­rente del continente, consideran que el «Estado Novo» de Getulio Vargas no fue fascista y califican a Víctor Paz Estensoro de «el más lúcido expositor de un nacionalismo moderno para América Latina»3.

En uno de los primeros números de la revista se esbozaron los lineamientos de la nueva prédica; lo. Nacionalizar la política debe ser el primer paso para la regeneración de la vida colombiana; 2o. Revitalizar el sentimiento patrio; 3o. Recuperar para el país una visión nacionalista de los problemas; 4o. Oponerse a la descolombianización progresiva del gran dinero; 5o. Buscar siempre el interés nacional; 6o. Contestar al inmovilismo del gobierno con el vitalismo colombiano4. Para llevar a la práctica tales aspiraciones propusieron la reali­zación de una Revolución Nacional que aunque inspirada por los nuevos aires del Tercer Mundo, en Colombia se remontaba al espíritu conservador. En 1949, un grupo disidente del conservatismo en el que se encontraban Gilberto Álzate y Francisco Plata Bermúdez, decidió incorporar en el vocabulario de la dere­cha colombiana la palabra revolución. En octubre de ese año, Gilberto Álzate Avendaño llamó desde Eco Nacional a la realización de una Revolución Na­cional5 . En los sesenta, la gente de LNP se sintoniza con los postulados conser­vadores de entonces: «La Revolución Nacional tendrá que ser, si lo es, el restablecimiento del orden, de la disciplina, de las jerarquías. Y a ellas ingresa­rán las instituciones permanentes en forma total, unidas, sin resquebrajamiento alguno, en bloque»6. Fue ésta concepción, al igual que el retorno a la «hispani­dad», los puntos de convergencia que marcaron la continuidad con el naciona­lismo conservador.

Al igual que en todo proceso de configuración nacionalista, el impulsado en Colombia por LNP estuvo precedido de una revisión histórica, aunque no de las dimensiones de casos como el de la Argentina. Por entregas, la revista publicó la obra de Indalecio Liévano Aguirre sobre los «Grandes Conflictos Económicos y Sociales de Nuestro Tiempo», y destacó aspectos positivos de los trabajos de Milton Puentes, Arturo Abella, López Michelsen, entre otros. Pero no encontró en esa revisión nada parecido a lo que en la Argentina se denominó «La Argentinidad», en el Brasil «La Brasilidad», o en el Perú «La Peruanidad». No había entonces en el país de donde prenderse. «La Colombianidad no es sino un abuso del lenguaje. Nuestra manera de ser hom­bres está cifrada en la hispanidad»7, concluyeron los ideólogos de LNP. Su revisionismo les había llevado a rechazar los resultados de la propia indepen-

3 Ibid. p. 53 4 La Nueva Prensa, mayo 30 de 1961 No.6p.14-15 5 Véase «Una Revolución Nacional derechista pidió Gilberto Álzate. En: Eco Nacional, octubre 9 de 1949 p. 1 y 8; y la Columna «NOTIFICAMOS», octubre 28 de 1949 p. 28 6 La Nueva Prensa, No.28, octubre 25 de 1961 p. 60 ' La Nueva Prensa, «La Patria Grande», No. 26. octubre 11 de 1961 p. 52

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dencia que Hispanoamérica alcanzara en la primera década del siglo XIX: «...perdimos nuestra unidad y quedamos a merced de las grandes potencias. Mientras las trece colonias norteamericanas se agrupaban bajo una misma bandera, nosotros, que fuimos un solo estado, hemos llegado a ser veinte.. .Desde hace un siglo y medio, cada potencia de Europa y América comercia con vein­te países desunidos.̂ .»8.

La carencia de un protonacionalismo colombiano obligó a los editores de LNP a recurrir a la hispanidad como artefacto cultural para fundamentar su naciona­lismo. Desde las páginas de la revista, sus lectores polemizaron alrededor de éste tema. Algunos columnistas de la revista asociaron hispanismo y revolu­ción. Vieron con buenos ojos que el pueblo colombiano conservara la religión, las tradiciones y los ideales de España, elementos que -según señalaban- «son los más poderosos aglutinantes de las fuerzas populares en cada país»9. Ante la aseveración de algunos de que se trataba de una especie de fascismo, otros declararon que no se podía confundir una «civilización milenaria con una ideología política contemporánea»10. En realidad, el género de nacionalismo que se profesaba en la revista no era nuevo ni siquiera para Colombia y menos aún para el continente. Pero resucitaba en condiciones nuevas; regresaba ata­viado con ropajes ideológicos orientales y norafricanos. Su ideología estaba lejana de representar los intereses de clase que había representado el hispanis­mo que en los albores del siglo XX sirvió de mampara a la avalancha de los Estados Unidos sobre el Continente. Pero, como en el caso de sus predeceso­res, los contertulios de LNP expresan una especie de antinorteamericanismo. Consideran que la alianza con los Estados Unidos es «contra-natura». «Los norteamericanos - escribían - son descendientes de la política imperial británi­ca; nosotros, del sentido misional de España»11. Dicho antinorteamericanismo se identificaba en cierta medida, con el profesado por los apristas de los años 20. Surgía bajo condiciones parecidas. Cuando el aprismo proclamó el progra­ma general que debería servir de base para los programas de las secciones del Movimiento en los países latinoamericanos, el primero de los cinco puntos que lo componían llamaba a luchar «contra el imperialismo yanqui»12. No se trataba de un mecanismo de manipulación popular. Los líderes apristas, veían en directo, y sentían en carne propia la avalancha de unos Estados Unidos que fortalecidos después de sus victorias en la Primera Guerra Mundial, se lanza-

8 Ibid. p. 53 9 La Nueva Prensa, No. 26 octubre 11 de 1961. Véase «La Hispanidad y la Revolución», p. 54 10 Véanse los siguientes documentos: Vargas Martínez Gustavo. Capitalismo e Hispanidad. En La Nueva Prensa, No. 29, noviembre 1 de 1961 p. 3-4; Perea Jaime. Hispanidad y Libertad. En: La Nueva Prensa, No. 33, diciembre 5 de 1961 p. 3^4; Vásquez Rafael. La Patria Grande y El Revisionismo. En La Nueva Prensa, No. 31, 1961 p.3,4 y 6; Vásquez Rafael. La Hispanidad no es Fascismo. En: La Nueva Prensa, No.35, diciembre 13 de 1961 p. 4-6: Polémica sobre Hispanidad. La Nueva Prensa No. 36 diciembre 20 de 1961 p. 1. 11 Ibid. 12 Haya de la Torre Víctor Raúl. ¿Qué es el APRA ?. En: Muñis Pedro y Showin Carlos. Lo que es el Aprismo. Bogotá, Ed. Cromos, 1932 p. 14-41

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ban a la conquista definitiva del continente latinoamericano. Igual sentimien­to expresaban los líderes nacionalistas de los sesenta. La invasión a Cuba per­petrada por los Estados Unidos en abril de 1961, provocó una nueva ronda de irrupciones nacionalistas. En Colombia fuera de los comunistas expresaron su repudio los dirigentes de la corriente del MRL que hemos mencionado. El emerrelista costeño Ramiro de la Espriella, en un Informe Especial para LNP, era claro en manifestar: «A nosotros no nos interesa el régimen cubano, ni nos hemos casado con las orientaciones del señor Castro, y creemos, en fin, que la revolución colombiana, la que todos estamos viendo llegar, deberá tomar otro sentido y otro rumbo; pero defendemos el derecho de Cuba a hacer su revolu­ción como la quiera»13. En la invasión de Bahía Cochinos, los nacionalistas colombianos vieron una violación de los tratados de no intervención y de autodeterminación en los cuales el liberalismo colombiano había consignado sus principios, así lo afirma De la Espriella Antes de declarar su antinorteameri­canismo, el emerrelista enjuicia la conducta de Alberto Lleras Camargo a quien considera uno de los impulsores de dichas violaciones. No lo culpa, sinembargo. Las inculpaciones recaen en lo que él considera «la conservatización del Fren­te Nacional»: «La conjunción de fuerzas políticas que integran dentro del Frente Nacional unos mismos intereses económicos de clase; y a su dependencia y sujeción del capital extranjero y sus formas propias de gobierno»14. Sostiene De la Espriella que Colombia vive un momento en que la clase gobernante siente que sus intereses están mejor defendidos desde afuera por una potencia extranjera que les preserve «su coloniaje político y económico, a cambio de la propia soberanía, que por la afirmación individual de las cosas y principios que contribuyen a formar una verdadera nación independiente»15. Por todo lo anterior. De la Espriella afirma que en América Latina el nacionalismo es la respuesta patriótica al sabor amargo de la invasión de los marines, al gran garrote de Teodoro Roosevelt y los presidentes republicanos, al asesinato de Sandino, para no recordar el caso de Panamá ni el descuartizamiento de Méxi­co. En el mismo sentido, Alberto Zalamea, el ideólogo por excelencia del nacionalismo que impulsaba la LNP, anotaba en los años 60, sobre el carácter colonialista de la nueva política de los Estados Unidos hacia América Latina. En una Carta Abierta dirigida al presidente Kennedy con motivo de su visita a Colombia en 1961, Zalamea escribió: «...En América Latina existe el prejui­cio de achacarle todos nuestros males a los Estados Unidos. Pero también hay el prejuicio contrario, el de esperarlo todo del gobierno de Washington. Noso­tros nos negamos a participar de cualquiera de ellos. Aún confiamos en que poco a poco se abra camino y se amplíe el concepto -infortunadamente sólo teórico- de la «política del buen socio». Menos ayuda gubernamental y más inversiones privadas en un plano de mutuo beneficio y de recíproco respeto; menos préstamos y la firma de convenios internacionales, bajo la égida de la

13 De la Espriella Ramiro. «Nacionalismo y Anlicomunismo». En: La Nueva Prensa, No. 96, abril 27del963p.76 14 Ibid. p. 69 15 Ibid.

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ONU, que estabilicen los precios de las materias primas; estos serían los pila­res de una política eficaz, ambiciosa, en la que nuestros países pudieran enten­derse de igual a igual, respetando su soberanía nacional y por tanto sus formas políticas de gobierno»16. Siguiendo los pasos de Haya de la Torre, Zalamea ve en la integración económica latinoamericana la única forma de evitar el colo­niaje norteamericano. Entretanto, propone que cada uno de los países a través de una revolución nacional cree las condiciones propicias que den inicio a la construcción de «la patria grande latinoamericana». Un paso previo para el logro de esos propósitos estaba en la integración misma de la población de cada uno de los países, sin hacer caso de la lucha de clases. Zalamea declaraba que derechas e izquierdas constituían una antinomia definitivamente supera­da en los países del Tercer Mundo; manifestaba que hablar en Colombia de conservadores y liberales era un «truco perfecto del clan antinacional» para dividir y aprovecharse de los colombianos17.

1.2 La propuesta nacionalista de Alberto Zalamea

Realmente, la gente de La Nueva Prensa expresaba los anhelos de amplios sectores de la población. La revista se sintonizaba con las ideas que circulaban en el ambiente político. Ambicionaba canalizar, con su propuesta nacionalis­ta, un disperso torrente de pensamientos incongruentes con el establecimiento. Finalmente, la serie de ideas y tesis que exponían y defendían editores y colaboradores de LNP, fueron condensadas por su director en conferencias dictadas en las universidades Nacional y de Antioquia, publicadas y difundi­das después bajo la denominación de Una Solución Nacional. Zalamea escrupulosamente sintetizó y desarrolló los matices que se expresaban en su revista. Le propuso al país nacionalismo popular que él presentaba como la síntesis entre el liberalismo y el comunismo. Postura que sustentó al señalar que una y otra doctrinas eran ajenas a la idiosincracia del pueblo colombiano. Consideraba que la ideología liberal había tenido su etapa democrática en el momento en que se alió con los desposeídos para destruir el viejo régimen. Reconocía que si bien ésta había ensanchado la conciencia nacional, al mismo tiempo había absorbido todo el poder político, convirtiéndose en «la dictadura de la burguesía liberal»18.

Los planteamientos de Zalamea lograban precisar los contenidos del naciona­lismo promovido en Colombia desde los años 30. Particularmente de aquel nacionalismo que anidaba en las disidencias de los partidos tradicionales. No se trataba de la lucha de una definida burguesía nacional contra el imperialis-

16 Carta Abierta al Presidente Kennedy. En: Zalamea Alberto, La Nueva Prensa 25 años después 1961-1986 Tomo 1. Bogotá, Nueva Biblioteca Colombiana de Cultura, 1986p.87-88. " Ibid.p.91 18 Véase «Una Solución Nacional». En La Nueva Prensa, No. 100, junio 15 de 1963 p.50

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mo. Sobre el país no se vislumbraba el peligro de una agresión extranjera. Los colombianos no estaban disputándose los espacios laborales con una creciente ola de inmigrantes calificados. Se trataba más bien de un nacionalismo hacia adentro. Su enfrentamiento contra el imperialismo no era directo, lo hacían combatiendo las «oligarquías nativas». Desde los tiempos de Gaitán, cuando la confrontación entre «el país nacional» y «el país político», dirigentes me­dios de los partidos tradicionales concibieron el nacionalismo como la necesi­dad de reconocerse parte de una nación de la que habían sido excluidos. En ese sentido, interceder a favor de la democratización de la política, significaba en Colombia luchar por deselitizar el poder político y, ante todo, luchar contra la apropiación que del país se había hecho la oligarquía. Eran estos los compo­nentes del nacionalismo colombiano.

Para los años 60, el sentido de la lucha no había cambiado. Al contrario, con el advenimiento del Frente Nacional se acentuaron las tendencias económico-sociales que habían comenzado a irrumpir, no obstante la resistencia de los grupos intermedios del bipartidismo nacional que se oponían al modelo liberal de desarrollo. Pasado el tiempo, la coyuntura de los años sesenta permitió que el nacionalismo renaciera como fórmula salvadora. Era lógica su irrupción en la escena política desde el periodismo, ha gran prensa se había convertido en la expresión más evidente de la monopolización. Lo grave consistía en que además de ser un monopolio económico, lo era de la información. Habían desaparecido los periódicos que surgidos entre los años 40 y 50 ofrecían una diversificación del sistema político colombiano. La sola presencia de la gran prensa en el país daba para pensar que sus concepciones eran compartidas por la totalidad de los colombianos. LNP, al contrario de la nación acabada que presentaban los ideólogos del establecimiento a través de los medios a su servi­cio, se hacía vocera de esa parte de los colombianos que excluida del ejercicio político, consideraba inconcluso el proceso de conformación de la nación. De cuál nación podría hablarse sin la participación popular en los asuntos del Estado?. De otro lado, la gente de LNP veía el país desintegrado; comenzaron entonces a hablar de una necesaria integración nacional. Anotaba Zalamea que Colombia no existía más que en algunos departamentos, señalaba como la prosperidad cubría solo la parte del territorio que había ingresado al circuito económico. Para él la mitad de los colombianos era analfabeta19.

1.3 £1 nacionalismo de Alvaro Uribe Rueda

Los avances electorales de 1962, con los cuales el MRL logró 12 Senadores y 33 Representantes convirtieron al Movimiento en un grupo con capacidad de negociación. Así entendió las cosas el presidente Valencia, quien ofreció a la

Ibid. p. 58

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disidencia liberal un Ministerio y una «alta misión extranjera», halagos buro­cráticos aceptados por la organización. Fue éste el pretexto del que se valió una corriente del MRL, identificada con los nacionalismos tercermundistas, para profundizar los deslindamientos ideológicos en el interior del emerrelismo. Convertida esta corriente momentos después en LA LINEA DURA DEL MRL20, las páginas de la LNP, de inmediato se cubrieron de escritos y declaraciones del ideólogo de la nueva agrupación, Alvaro Uribe Rueda, quien desde las entrañas del MRL intentaba convertir el emerrelismo en cosa distin­ta a una disidencia liberal. La otra, la Línea Blanda, encabezada por Alfonso López Michelsen, por el contrario, no recibió mayor ilustración en la revista.

A Uribe Rueda como a Zalamea, le atraia el nuevo «Tercer Mundo». En sus debates en el Senado de la República, Uribe sostenía que Colombia no tenía por qué mirar hacia las grandes potencias cuyos intereses eran contrarios a los colombianos ni tampoco tenía por qué seguir mansamente sus dictados en política internacional. Consideraba que el país debía adoptar una posición in­dependiente y digna que le permitiera hacer una revolución nacional, con métodos colombianos y con el concurso de gentes de todos los partidos21. En vez de la «estrella polar», Uribe Rueda proponía dirigir la mirada a los países subdesarrol lados de Asia, África y América Latina con quienes se tenían ma­yores similitudes.

El jefe de la Linea Dura había evolucionado de manera inesperada. Intervi­niendo como primer ideólogo de la agrupación de La Calle, sostuvo entre 1957 y 1958 que el Frente Nacional debía convertirse en un verdadero partido burgués capaz de realizar las reformas liberales que se le adeudaban al país. Ahora, en 1962, se declaraba desengañado. El Frente Nacional no había sido lo que anheló, sino algo peor. Es muy posible que Uribe estuviera ajeno a nuestra observación de investigadores: la presencia en sus intervenciones de ahora, del vocabulario con el que Álzate Avendaño había combatido la instau­ración del Frente Nacional. Le tocaba al rebelde emerrelista, darle tácitamente la razón al líder del Movimiento de Unión y Reconquista de los años 1957-1958, aunque después de muerto: «No solamente se ha entronizado una nueva hegemonía política con carácter bipartidista -decía Uribe en el Senado- sino una hegemonía económica, una dictadura de grandes intereses y grupos de presión, un gobierno plutocrático y oligárquico»22. Era como estar escuchando

20 Los «duros»- como se les denominó en el argot político - se apropiaron de La Calle. El periódico se convirtió en vocero de los sindicatos colombianos que luchaban por la nacionalización de sus em­presas. El grupo de Senadores que en un principio encabezaron la divisicn fueron: Alvaro Uribe Rue­da, Ramiro de la Espriella, Francisco Zuleta Holguín, Ramiro Andrade, Alvaro Echandía, Gregorio Becerra. Isaías Hernán Ibarra, Humberto Ariza Rivera, Eduardo Vanegas, Justo P. Castellanos, Ciro Ríos Nieto, Jaime Velásquez Toro. Enrique GómezRestrepo, ítalo Daza, Luis Torres Almeida, Germán Ángel Naranjo, Camilo Rodríguez, Alberto Ordóñez Galindo y Diógenes Jiménez 21 Discurso prenunciado el 25 de julio de 1962 en el Senado de la República. Véase: Uribe Rueda Alvaro. Recorrido a la Interperie. Bogotá, Editores Tierra Firme, 1982, p. 73. 22 Ibid. p. 75.

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el eco de los discursos de Álzate saliendo de la garganta de quien fuera su contrahombre ideológico en los comienzos de la «gran coalición». Uribe ha­blaba del zarpazo al poder que habían dado las oligarquías para, desde el Esta­do, dirigir la economía en sentido exclusivista. Haciendo un balance del pri­mer gobierno de la coalición bipartidista en el poder, el líder emerrelista encon­traba que las obras públicas que inauguraba el presidente Lleras se habían iniciado en el gobierno de Rojas Pinilla, que el decreto de restricción a los monopolios dictado por éste había sido cambiado por una legislación que esti­mulaba la concentración de capitales. Subrayaba que la técnica empleada por Alberto Lleras para derrocar a Rojas, podría constituirse en el capítulo que le habría quedado faltando a Curzio Malaparte en su libro sobre la técnica del golpe de Estado: «...el paro general de la oligarquía, la insurrección de los poderosos, el cierre subversivo de los bancos, la clausura deliberada de los clubes sociales, la subversión en los templos, la huelga de los rectores priva­dos, los desfiles de las altas damas...»23.

Cuando Carlos Lleras Restrepo inició el proceso de reunificación del partido liberal, la circulación y confrontación de las ideas, el balance de los primeros años en el poder del Frente Nacional, la agitación social, presagiaban que la fusión sería parcial. Carlos Lleras presentó nuevos estatutos para el partido, manifestó que en el fondo ni los oficialistas liberales eran tan reaccionarios ni los emerrelistas tan revolucionarios. Finalmente, Lleras redujo todo el conflic­to a un problema de edad: «se es revolucionario en la juventud y reaccionario en la vejez», dijo con aire de patriarca. Sin embargo, el MRL no estaba prepa­rado en su totalidad para regresar con la cabeza inclinada al oficialismo. Des­de el Senado, Uribe Rueda se interpuso en el camino hacia la unión. Comenzó por demostrar la distancia entre el Lleras de las ideas y el Lleras de la acción. Este último lo asociaba a Celanese, al Banco Francés e Italiano, a Icollantas de Goodrich, a Grasco de Morris Gutt, a Seguros Bolívar, a Fleichsman de Co­lombia. A la afirmación que hiciera Lleras de tener identidad con los postula­dos del MRL, Uribe le recordó que, siendo los programas del partido liberal los mismos de Gaitán, él que tenía la representación del partido en el gobierno no había hecho nada por su aplicación. Inculpaba al oficialismo liberal de los desastres económicos, de la bancarrota fiscal del gobierno y de la descomunal concentración de la riqueza. Nada tenía pues que decirle a los emerrelistas seguidores de Uribe Rueda, un hombre que había contribuido con hechos a la edificación del nuevo establecimiento. Como los anapistas de la Cámara de Representantes, Uribe en el Senado denunciaba la violación en el país de los principios que él denominaba «del liberalismo universal», tales como las li­bertades de expresión y de reunión. Y lo demostraba, denunciando las activi­dades de una supuesta organización siniestra y clandestina denominada «La

23 Uribe Rueda Alvaro. Por qué nonos unimos al oficialismo. Discurso pronunciado en el Senado el 20 de febrero de 1963. Tomado de Uribe Rueda A. Recorrido a la Merperie. Bogotá, ed. Tierra Firme, 1982 Op. d t p . 112-113.

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Mano Negra» entre cuyos objetivos estaba el de impedir toda publicidad y avisos a los periódicos que no estuvieran de acuerdo con las ideas del Frente Nacional. Si en los años 50, los liberales vieron en los regímenes conservado­res a los culpables de sus desdichas, ahora en los 60, los enemigos los veían dentro de su propia organización: «La Mano Negra no fue creación del partido conservador. Es muy lamentable tener que decir que sus dirigentes son miem­bros activos del oficialismo liberal»24.

Aunque Uribe Rueda está en contra del regreso del emerrelismo al seno de su partido de origen y aunque manifiesta su deseo de convertir al MRL en una «alternativa distinta», sin influencia de «las clases plutocráticas», pesa en él su sentido de pertenencia a esa colectividad. Considera que gracias a la identi­dad del MRL con las preocupaciones del pueblo, la gente liberal pudo seguir confiando en la capacidad renovadora de ese partido. Por eso no se decidió en un comienzo a abandonar las filas del MRL. Junto con Ramiro Andrade y Ramiro de la Espriella organizaron el MRL-Línea Dura. Internamente crea­ron un organismo denominado «Comité Nacional de Acción Revolucionaria del MRL» con el propósito de convocar desde allí la conformación, según consta en los primeros documentos, de «un partido monolítico, disciplinado y fuerte» que fuera capaz de oponerse a los avances cada vez más peligrosos de la reacción colombiana, sintetizada en el Frente Nacional, sus clases dirigen­tes y sus intereses económicos contrarios a los del país»25. Objetivo que se lograría - según sostenían - en un primer paso con la organización de un Blo­que Nacionalista integrado por miembros de todos los partidos políticos.

Sin embargo, la irreversible reunificación del liberalismo y sumada a ella la fuerza del proceso político colombiano, que le exigía ser consecuente con lo que venía predicando, presionaban a Uribe Rueda a sintetizar su pensamiento en una propuesta independiente.

Las respuestas dadas por Uribe Rueda a una serie de preguntas que le formula­ron unos jóvenes javerianos que dirigían la revista Síntesis y que salieron a la luz pública con el nombre de «El Nacionalismo, Motor de Nuestro Tiempo», se convirtieron en el documento que le permitió al emerrelista condensar su nueva propuesta. Renunciaba no solo al partido liberal. Estimaba que los par­tidos tradicionales habían fracasado. Presentándose como portavoz de unage-neración nacionalista, llamada a superar a la del Centenario, no propuso crear un nuevo partido porque según él, lo que esperaba el colombiano medio era un antipartido, o lo que es lo mismo, un movimiento «que aglutine en vez de dividir». Ese movimiento sería un nacionalismo con capacidad de proyectarse «a la gran nación hispanoamericana»26. Hasta ahí no había novedades, era el

24 Ibid. p. 107. 25 Véase La Nueva Prensa, No.99-100, junio 15 de 1963, p. 85-87. 26 Uribe Rueda Alvaro. El Nacionalismo. Motor de Nuestro Tiempo. En: Recorrido a la Intemperie Op. cit. p. 125

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mismo esquema sobre el que había montado su discurso La Nueva Prensa. Como ella, Uribe Rueda llamaba a dejarse llevar por la «corriente de la épo­ca», la revolución nacional. Uribe pensaba también como LNP, que era nece­sario una tercera opción que le evitara al país alistarse en uno de los dos ban­dos en que se había dividido el mundo contemporáneo. «La controversia capi­tal de nuestro tiempo -decía- no es la que se plantea entre oriente y occidente, sino entre el imperialismo y el nacionalismo. Por lo menos en el Tercer Mun­do, que es la mayoría de la humanidad»27.

1.4 Nuevos rumbos del populismo colombiano

1.4.1 La influencia de Antonio García

Si para su lucha contra el Frente Nacional y para resistir a la entrega del MRL, Uribe coincidió con el vocabulario político del Álzate de los tiempos de la Reconquista, para fundamentar su nueva propuesta, el emerrelista parece ha­ber desempolvado algunos textos que Antonio Garda, el jefe del socialismo no comunista, escribió en los comienzos de los años 5028.

La trascendencia que no tuvieron los escritos de García en los 50, Uribe al igual que Zalamea, se la conferían en los 60. De esa manera regresaba el líder del Movimiento Socialista Colombiano (MSC) a la política colombiana. Pero esta vez. García no intervenía personalmente, sino a través de sus libros. Nos referimos particularmente al libro La Rebelión de los Pueblos Débiles- Nacio­nalismo y Antiimperialismo, donde el jefe del MSC coloca en el centro de sus elaboraciones intelectuales el problema del imperialismo. García se había pro­puesto diseñar una Doctrina Anti-imperialista de los países débiles, que a nivel interno y mediante un nacionalismo popular les permitiera construir una economía de la defensa que con un sentido estratégico social y no militar pudieran los países pobres del continente defenderse de las grandes potencias.

El proceso histórico-mundial favorecía ahora más que en los 50, la difusión de las ideas de García. Había razones en sus planteamientos que convenían para los nuevos argumentos teóricos de los nacionalistas colombianos de los años sesenta. Antonio García, por ejemplo, no compartía la teoría leninista del im­perialismo. A diferencia de Lenin, no creía que el imperialismo fuera una etapa en el desarrollo del capitalismo. «El imperialismo -escribe- no empieza con la historia capitalista, sino que remata en ella, no es una corriente que brota del capitalismo agonizante, sino una corriente de poder que transita por

27 Ibid. p. 125. 28 Escritos cuyo contenido fue asimilado en países del continente distintos al nuestro, debido quizá, a las condiciones de violencia política en que se debatía el país.

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toda la historia»29. Según el jefe socialista, toda gran potencia crea su propia teoría antimperialista a la medida de sus intereses y en correspondencia con su estrategia de dominio hegemónico del mundo. Luego, la teoría de Lenin obe­dece, según García, a la estrategia del «imperialismo ruso para hacer aparecer su anti-imperialismo como anti-norteamericamsmo y a cuyo servicio están los partidos comunistas del continente»30. Como alternativa a la concepción mar-xista del imperialismo. García es partidario de que los «países oprimidos ela­boren su propia teoría del imperialismo y con ella su propia estrategia antiimperialista. Su propuesta consiste en que se opte por el Nacionalismo Popular y Revolucionario. Es decir, por el establecimiento de un Estado capaz de integrar a todas las clases en armónica convivencia para después confor­mar la unidad de los países débiles bajo el lema de la «organización regional». A la lucha de clases, García contrapone la «opresión de las naciones», trasladan­do así la solución de los conflictos a nivel continental y dejando débil o intacta la lucha contra los opresores nacionales.

El pensamiento nacionalista de Uribe Rueda, de Zalamea y del mismo Anto­nio García venía deambulando por toda América Latina desde los años 20. Sus raíces las encontramos en los postulados que dieron origen en 1924 al aprismo como movimiento con pretensiones continentales. Nacionalismo que reapare­cía cada vez renovado con los vientos del tiempo cuando las condiciones de cada país lo requerían. Por la época en que García escribió sus tesis naciona­listas, por ejemplo, estaba en boga en Latinoamérica el Nacionalismo Conti­nental. Sus ideólogos difundían la «peculiaridad» latinoamericana, rechaza­ban tanto la experiencia de los países socialistas como la pretensión de éstos de liderar ideológicamente el movimiento de liberación en los países del Tercer Mundo; de ninguna manera aceptaban que la clase obrera ocupara un lugar de vanguardia en las revoluciones nacionales. No era casual que sus libros fueran reeditados en Bolivia, en donde por la misma época Guillermo Bedregal- uno de los ideólogos de la «Revolución Nacional»- ponía el signo igual entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Para ambos, el antimperialismo efectivo consistía en utilizar los conflictos del «diálogo demoníaco entre los dos imperialismos»31. García, enfáticamente apuntaba: «La estrategia de las na­ciones débiles tiene que basarse en la poderosa dinámica de la rivalidad anti­imperialista»32.

Los nuevos nacionalistas colombianos inscribieron su propuesta en una «Ter­cera V¡a» que se distanciara de los ejes de poder mundial. Tendencia que se

29 García Antonio. La Rebelión de los Pueblos Débiles- Nacionalismo Popular y Antiimperialismo. La Paz, Librería Editorial Juventud, 1955 p. 83 !0 Ibid. p. 71 y 82 " Bedregal Guillermo. La Revolución Boliviana. Sus realidades y perspectivas dentro del ciclo de liberación de los pueblos latinoamericanos. La Paz,ed, Juventud 1962 p. 65. 32 García Antonio. La Rebelión... Op. cit. p. 99

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reafirma y desarrolla en la medida en que el régimen cubano evoluciona hacia el comunismo de corte soviético. A hombres como Fidel Castro, oponían hom­bres como Ben Bella, Nasser, Seku-Turé, N'Krumah o Sukarno. «¡Qué ejem­plo formidable el que nos dan hoy a los latinoamericanos los pueblos de Áfri­ca! ¿Sabremos aprovecharlo?»33, escribia el director de LNP. Empero, el de los 60 era más que un nacionalismo popular. Se trataba de un fenómeno de carácter populista. El movimiento se promovía con una imagen nacionalista, cuando lo nacional era apenas uno de sus componentes. Los populistas de ahora se nutrían más que de Gaitán, de algunos de los ideólogos que trataron de darle coherencia al gaitanismo, como acabamos de demostrar­lo con el caso de Antonio García. Se hacían intentos por convertir el populismo político de Gaitán en un populismo teórico, es decir, en una alternativa ideoló­gica, al estilo de los países que en el «Tercer Mundo», oponiéndose tanto al capitalismo como al comunismo, trataban de sacar sus países del atraso. De ahí la referencia de los nacionalistas colombianos a los mismos temas que en África promovían Kwame N'Krumah, o Sukarno en Indonesia: la originali­dad, la tradición, la conciliación de las clases sociales, el rechazo al capita­lismo y la aceptación de la organización socialista de la economía. Como los líderes africanos y asiáticos, los colombianos aceptaban en principio el socia­lismo y como ellos sostenían que el camino no era el mismo en todo el Tercer Mundo34. Sin embargo, no ponderaron el peso que para los países afroasiáticos tenían los factores históricos que a ellos les facilitarían la construcción de un modelo intermedio, tales como su profundo protonacionalismo. Al igual que la nueva generación de líderes tercermundistas, quienes afanosamente se apres­taron -una vez conquistada su independencia- a recuperar el tiempo perdido, en el mismo sentido, los nuestros llamaban a emprender un esfuerzo excepcio­nal para poner en práctica «un plan de emergencia» que recuperara el desarro­llo económico interrumpido según afirmaban «por las fuerzas ciegas del lucro privado y el arbitrio político»35.

El aterrizaje del populismo teórico afroasiático en suelo colombiano tuvo sus complejidades. Aquí las teorizaciones populistas no contaban en términos cuan­titativos con una burguesía nacional pujante y con vocación de poder que las respaldara. Los mismos populistas no creían ya en la existencia de una bur­guesía nacional. Consideraban que se trataba de un tiempo pasado, le recono­cían sus méritos: colonización y valorización de las vertientes de las cordille­ras, la urbanización del país, la creación de las industrias cafetera, tabacalera, azucarera, algodonera y ganadera. Anotaban que en las condiciones de los años 60, el capitalismo colombiano había entrado de lleno a la etapa de con­centración de capitales. Estimaban que se había iniciado «un movimiento de aproximación a los grandes poderes económicos que dominan el hemisferio.

La Nueva Prensa, No. 100, junio 15 de 1963 p. 50 Ibid. p. 57 Ibid. p. 53

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Lo cual equivale a decir que comienza a supeditar su carácter nacional origi­nario a sus conveniencias de grupo cerrado, de monopolio o de trust»36. Con­vencidos de lo anterior, el movimiento populista colombiano no tenía más remedio que apelar en primera instancia al pueblo, concepto que para sus líderes abarcaba a sectores medios, a las pequeñas economías capitalistas y a los marginados.

En medio de múltiples coincidencias entre los líderes nacionalistas de los sesenta, existían algunas diferencias. García había inculpado a todo el libera­lismo, tanto al importado como al criollo, del atraso del país. Concepción que comparte Uribe Rueda y que lo lleva a romper tajantemente con ese partido. En cambio, para Zalamea el liberalismo colombiano constituía un fenómeno único y original en América Latina: «Ha sabido expresar el interés nacional», «Ha permitido recoger una emoción popular auténtica»37. Zalamea considera que en él se han debatido desde siempre dos líneas- una democrática y una burguesa. Si el «nacionalismo revolucionario» de García era una alternativa a los partidos tradicionales y al partido comunista, para el editor de La Nueva Prensa, el «nacionalismo popular» era la alternativa entre el liberalismo im­portado y el comunismo.

1.4.2 Confluencia de los nacionalismos colombianos

De esta manera, el curso de los sucesos políticos en el país fue reuniendo a dirigentes, que si bien no ocultaban su deseo de evitar la difusión del comunis­mo, se distinguían de los demás por su consecuente antioligarquismo, su per­tinaz lucha contra el sistema del Frente Nacional. No resultaba por eso fortui­to, que en las páginas de La Nueva Prensa se reflejara con respeto, a medida que avanzaba el tiempo, la actividad de los rojaspinillistas. Al fin y al cabo ellos habían sido los primeros entre los antifrentenacionalistas y los mayor­mente perseguidos.

Así las cosas, pasada la euforia por su triunfo electoral de 1964, el general Rojas desde su retiro de descanso en Melgar, invitó a Zalamea a intercambiar opiniones sobre la situación política del país. A su regreso a la capital, el director de La Nueva Prensa compartió su experiencia con los lectores de su revista: «Da la impresión de que el carisma que las gentes sencillas, las gentes explotadas, humilladas, escarnecidas, colocan sobre la frente del que fuera su liberador en 1953 y promete ser ahora su vocero, se hubiera aposentado con caracteres de firmeza indeleble en el espíritu del general»38. Conclusión a la

36 Ibid. p. 55. " Ibid. p. 51-52. 38 Véase «Domingo de Resurrección en Melgar»~En La Nueva Prensa, del 4 al 10 de abril de 1964 Nos. 107-108, p. 35.

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que llegó el periodista después de haber presenciado una romería de trabajado­res de los alrededores de Melgar que llegaban a saludar a Rojas. «Los ojos brillan, la emoción los sacude. Alguna mujer llora...»39, anotaba al describir la transfiguración que había observado en los campesinos al momento de entrar en contacto con el jefe máximo del anapismo.

A diferencia de los congresistas anapistas de 1962 que esperaban solidaridad de Valencia por tratarse de un presidente conservador, los de 1964 que cono­cieron los sinsabores de una persecución de origen conservador, emprendieron todas sus actividades contra el sistema del Frente Nacional, fuera del partido que fuera quien estuviese a la cabeza del gobierno. La fe en la doctrina conserva­dora hizo que mientras Rodolfo García quien era el parlamentario estrella del anapismo entre 1962 y 1964, Olano Cruz callara, observara, y meditara. El discurso de García se acomodaba al momento de tránsito que estaba viviendo el movimiento. En la coyuntural y efímera unión del conservatismo de 1963, apresuradamente regresaron al sector ospinista los dos senadores anapistas, Francisco Plata Bermúdez y Alfonso Garcés Valencia. García García que bien pudo haberse marchado, no lo hizo, pero su voz no volvió a sonar en el Con­greso con el estrépito de la anterior legislatura. Eran distintas las cosas en la segunda mitad de 1964. Ahora las condiciones favorecían a Olano, correspon­dían a su manera de ser.

La Nueva Prensa, consciente de los cambios en las entrañas del rojismo e identificada en parte con su política, le dedicó una de sus portadas al parlamenta­rio vallecaucano: «Hernando Olano Cruz: tempestad en la Cámara»40. Olano fue claro en deslindar el espíritu conservador que hasta entonces había caracte­rizado al anapismo. Manifestó que el conservatismo había sido revaluado por las condiciones socio-económicas del momento; sostuvo que el programa de Caro y Ospina era «un código de moral y de buenas costumbres» apropiado para el siglo pasado pero carente de vigencia. Definió los programas conserva­dores como «un hermoso material del museo de la historia»41. Le contó desde la revista a los colombianos los propósitos de la política que identificarían a su movimiento en lo sucesivo: «El pueblo que nos eligió - decía -no nos enco­mendó la misión de hacer recomendaciones o de asesorar al régimen, sino que quiso, a conciencia plena, que nosotros viniéramos al Parlamento a desenmas­carar a las oligarquías que se han coaligado bajo el Frente Nacional, para acometer el saqueo escandaloso y descarado del erario público...»42. Le impri­mía así Olano al anapismo la impronta de su personalidad.

Ibid. La Nueva Prensa, No. 121, agosto 8 de 1964. Ibid. p. 21 y 22. Ibid. p. 20.

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Convertido Olano en el ideólogo del movimiento, el anapismo empieza a bus­car su propia identidad. En el tránsito a la vía civilizada de hacer política, aunque menos que en el remoto pasado troglodita, pesaba el reciente pasado conspirativo. No les era fácil a los rojistas renunciar a esta aspiración. Tampo­co estaban interesados en rechazar de la noche a la mañana el método que, por excelencia, les había permitido el reconocimiento popular. Sintonizándose con los planteamientos de Zalamea y Uribe Rueda, los anapistas empezaron a ha­blar de la necesidad de realizar una Revolución Nacional, solo que ellos, a diferencia de los primeros, la realizarían a largo plazo por «las vías revolu­cionarias». Pero no todo era amenazas. Olano, junto con la bancada de su agrupación, consideraba apropiado demostrarle al país por medio de Proyec­tos de Ley desde el parlamento, que el anapismo poseía una conciencia defini­da sobre los problemas nacionales. En el plano político, el anapismo construi­ría su nuevo discurso a partir de lo que Olano consideraba eran los principales problemas del país: El desajuste moral del régimen, la bancarrota económica, el desquiciamiento, el incontrolado costo de la vida, el hambre, la crisis social, el irremediable descontento nacional y la ineptitud del gobierno43.

El cruce de identificaciones entre los nuevos nacionalistas y los rojistas y, sobre todo, el crecimiento intempestivo del movimiento anapista, pusieron en contacto a unos y otros. El sábado 21 de noviembre de 1964, al regreso de un viaje que Rojas hiciera a Europa, el general se sorprendió de ver, entre la multitud que salió a recibirlo en Eldorado, a los dirigentes de la Línea Dura del MRL Alvaro Uribe Rueda y Ramiro Andrade. Los «duros» -como se les llamaba - estaban ataviados con los mismos atuendos que los rojistas: pantalón negro, camisa blanca y una «boina negra cuatro estrellas» con los colores de la bandera de la ANAPO. La presencia de Uribe y Andrade en la bulliciosa manifestación de bienvenida al general, significaba la oficialización de una alianza entre estos y el movimiento rojista. Los manifestantes se reunieron en la glorieta de la calle 26 con carrera 26. Allí, los emerrelistas alternaron el uso de la palabra con Olano Cruz. Al tiempo que Andrade proclamó «la unidad de las fuerzas revolucionarias», Uribe explicando que su asistencia al mitin de recibimiento a Rojas no era circunstancial dijo: «Es necesario comprometerse para poder liquidar las viejas denominaciones y comenzar la integración del bloque nacionalista que reemplazará a los viejos partidos tradicionales: conservador, liberal y comunista. Si un hombre de izquierda como yo - agregaba - un revolucionario convencido avanza hoy hombro a hombro con Rojas Pinilla, no es porque consiuere lacu e¿ camino, sino porque no nay sino uos caminos: la entrega a la oligarquía, el vencimiento, el abandono de las masas, o la alianza con quienes están identificados con los mismos ideales de cambio, con los mismos anhelos de renovación» 44. Finalmente, Uribe habló de las reformas

Ibid.p.23. Véase la prensa capitalina del 22 de noviembre de 1964.

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que el país necesitaba y sostuvo que únicamente el nacionalismo popular podría realizarlas. A su turno, el general Rojas cerró el mitin sintonizándose con el discurso hegemónico: «La revolución no será sólo colombiana sino una revolución de todos los pueblos de América, de todos los pueblos explotados»45.

Uribe Rueda invadía los predios del discurso anapista. Manifestaba estar buscando la veta popular o nacionalista de la religión de Cristo. Como los rojistas, acudía a los curas, mejores instrumentos políticos, según decía, que los comunistas. Reforzaba su prédica apoyándose en el legado de Juan XXIII, particularmente en la encíclica Pacem in Terris que autorizaba la colaboración entre inconformes y revolucionarios46.

Parecía que en la ANAPO Uribe viera el movimiento donde encajaban todos sus planteamientos; ese podría ser el antipartido que, según él, estaba esperando el colombiano medio, esa era la que él consideraba la unidad nacional de la izquierda y la derecha. La composición social del liderazgo anapista coincidía con el sujeto para quien hablaba Uribe; aquel «grupo social intermedio y frustrado que ya no tiene hambre de pan sino de poden>47, conformado no por el obrero sindicalista sino por «gentes que han tenido acceso a cierta clase de cultura, profesionales, intelectuales, técnicos, empleados, trabajadores especializados, casi toda la juventud estudiosa, gente, que en su mayoría viven al servicio de laclase dominante, relativamente bien remunerados, «satisfechos» en sus necesidades vitales...»48. Pero eran mayores los objetivos de la gente de la Línea Dura. Aspiraban a absorber el creciente electorado del general Rojas. No se conformaban con que la ANAPO fuera la condensación de sus ideales.

Ramiro De la Espriella, por ejemplo, no hablaba de antipartido, sino de un supuesto «partido de la nacionalidad colombiana». De crearse tal agrupación los colombianos contarían con dos partidos: uno, el de la nacionalidad colombiana, y el otro fraccionado en dos vertientes: el partido de la dependencia extranjera «cuyas ramas serían tributarias la una del imperialismo norteamericano y la otra del poder soviético- el partido comunista»49.

En febrero del mismo año la «Línea Dura» del MRL dirigió una carta abierta a todos los dirigentes políticos contrarios al Frente Nacional. En la carta, los «duros» reiterando sus tesis ya mencionadas en este texto, manifestaban estar inclinados a integrar su militancia «en un vasto movimiento nacional que recogiese con amplitud a todos los sectores de la oposición al sistema oligárquico

45 Ibid. 46 Véase; 23 Preguntas a Alvaro Uribe. En: La Nueva Prensa, No. 124, octubre 7 de 1964,p.23-24. 47 Uribe Rueda A. El Nacionalismo motor... Op. cit. p.131. 48 Ibid. p. 130. 4 ' De la Espriella Ramiro. Una Hoguera de ideologías sacrificadas. En: La Nueva Prensa, No. 126, diciembre 26 de 1964, p. 3.

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imperante, y que entregase a Colombia el pleno dominio de su soberanía y libertad»50.

Aunque la adhesión de la cúpula de la Línea Dura del MRL a la ANAPO no se materializó en una participación electoral conjunta, sirvió de ejemplo a un número considerable de liberales que habiendo hecho parte del MRL no estaban dispuestos a regresar al oficialismo liberal.

1.5 El general Alberto Ruiz Novoa

Hijo de un comerciante liberal, Alberto Ruiz Novoa era de origen urbano: nació y realizó su educación preuniversitaria en la ciudad de Bucaramanga. Toda su ascendencia habitó los pequeños poblados santandereanos de Girón y Barichara. Su tío abuelo, Aristides Novoa, alcanzó el grado de Coronel y uno de sus abuelos hizo una brillante carrera política: Secretario de Gobierno de Santander y Senador de la República. Gracias a la conocida Librería Católica de propiedad de su abuelo, donde de joven devoraba las biografías de las grandes personalidades de la historia, Alberto Ruiz Novoa tuvo la oportunidad de forjarse una cultura universal apreciable51. El hábito de la lectura que cultivó desde su juventud, le distinguiría en el ejercicio militar. Su carrera trascurre paralelamente a una preocupación desde el Estado por profesionalizar el ejército. Ruiz asistió a cuanto curso se organizó en este sentido. Fue alumno de Carlos Lleras Restrepo. De él recibió conocimientos en Hacienda pública y economía política en un curso sobre administración militar organizado en 1938. Ruiz estuvo entre los iniciadores del cuerpo logístico del ejército y fue de los primeros militares colombianos que realizó estudios de Gerencia Comercial, equivalentes a lo que comunmente se conoce con el nombre de Administración de Empresas. Entre 1946 y 1949 fue enviado en Comisión de Estudios al ejército de Chile donde obtuvo el grado de Oficial de Estado Mayor. A su regreso a Colombia, en enero de 1950, Ruiz fue nombrado Comandante del Batallón Juanambú, después se vinculó a la Escuela de Infantería. Vino luego su viaje a Corea como Comandante del Batallón Colombia, donde pudo codearse con los altos oficiales que habían participado en la Segunda Guerra Mundial. Después de un año de permanencia en el extremo oriente, regresó al país en julio de 1953. De inmediato el general Rojas lo nombró Subcontralor General de la Nación. Al cabo de algunos meses ocupó el puesto de Contralor, cargo que desempeñaría hasta los comienzos del gobierno de Lleras Camargo. Ruiz reconoce en la Contraloría «el mejor laboratorio para conocer el país». Allí comenzó el futuro ministro-de guerra a estudiar los problemas de la Nación. Le convencieron las tesis del Padre Lebret y de Lauchlin Currie, tesis por demás compartidas por

50 Asamblea Nacionalista. En La Nueva Prensa, No. 129 febrero 26 de 1965, p. 35. 51 Conversación de César Augusto Ayala Diago y Giovanni Molano Cruz con Alberto Ruiz Novoa. Bogotá, agosto 19 de 1992.

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amplios círculos de intelectuales. En la Contraloría, Ruiz Novoa fundó la revista Economía Colombiana y la Escuela de la Contraloría. Al término de esta experiencia, volvió al ejército como Jefe de Estado Mayor. Continuó en su empeño de elevar el nivel cultural de los oficiales, estimulándolos a que escribieran y tomaran la profesión como ciencia.

Sustraído de los problemas de orden político ocurridos en el país durante los denominados «años de la violencia», Ruiz Novoa reunía todos los requisitos para jugar el papel de nuevo modemizador del ejército colombiano. Por encima de oficiales de mayor antigüedad, fue designado Comandante del Ejército. Para él, la razón de este vertiginoso salto estuvo en el impacto que causó en el presidente de la República un escrito que le hiciera llegar: «Hice unos estudios sobre la violencia de esa época que plasmé en unas apreciaciones de situación que envié al doctor Lleras Camargo en donde concluía claramente que la violencia no era una cosa misteriosa como la querían hacer aparecer, al tiempo que querían hacer aparecer a las Fuerzas Armadas y al gobierno como incapaces de acabar con la violencia, sino que ella tenía causas de tipo político, social y económico, y que además los políticos eran sus verdaderos actores, quienes incitaban la gente a la violencia y que mientras no se acabara esa manera de hacer política en Colombia no se podría pacificar al país porque las Fuerzas Armadas estaban convertidas en una especie de cuerpo de bomberos que apagaban incendios para que los políticos los volvieran a encender»52. Elevado a dicho rango, con mayor facilidad, el Comandante del Ejército continuó su labor de iluminista de los militares colombianos. Bajo su auspicio se creó la biblioteca del ejército y cada uno de los cuerpos de las Fuerzas Armadas llegó a tener su propia revista, surgiendo así abundante material ilustrativo y analítico sobre la defensa nacional y sobre los problemas del país.

Los escritos de Ruiz, sus mensajes a las Fuerzas Armadas, se fueron reproduciendo en los demás órganos nacionales. No constituían un secreto sus consideraciones sobre la violencia enviadas al presidente Lleras, las repetía sin cesar, sin ningún temor, al ser abordado por los medios.

Pendiente del acontecer mundial, Ruiz estaba al tanto de las intervenciones de los gobernantes del continente. Escuchó con atención dos discursos de Kennedy que tenían que ver con las políticas externa e interna de los Estados Unidos. Uno de ellos fue pronunciado en Colombia a raíz de su visita en 1961. De éste, Ruiz destacó el siguiente aparte: «Los dirigentes de la América Latina, los industriales y terratenientes deben estar dispuestos a reconocer sus errores pasados y aceptar nuestras responsabilidades. Porque a no ser que estén dispuestos a contribuir con sus recursos al desarrollo nacional; a no ser que estén decididos, no solo a aceptar sino también a iniciar reformas agrarias y

Ibid.

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tributarias básicas; a no ser que tomen la iniciativa para elevar el bienestar del pueblo de sus respectivos países, se les arrebatará la dirección y el patrimonio de siglos de civilización occidental se habrá consumido en unos cuantos meses de violencia»53. El segundo discurso lo había pronunciado Kennedy en su país. Exponiendo -ante los norteamericanos- su política interna de «La Nueva Frontera», el mandatario norteamericano explicaba que la actual situación de los Estados Unidos se debía al hecho de haber perdido ese país el propósito nacional de la conquista de la frontera oeste. De ahí tomó Ruiz lo del «Propósito Nacional». Se lo había escuchado a Lleras Camargo en un discurso de 1959. Pero el presidente no había presentado ninguna iniciativa. En cambio él, como Comandante del ejército se decidió a presentar una salida. Escribió en la revista del ejército un artículo con el nombre de «La Justicia Social como Propósito Nacional», donde propuso que «Para esa generación, la de 1962, el país debería adoptar la justicia social como el propósito nacional de Colombia». Treinta Años después, interrogado sobre el ambiente en que escribió su trascendental texto, el general confesó que para evitar ser acusado de comunista decidió fundamentar sus tesis apoyándose en las encíclicas papales: «las leí todas», manifestó54. Realmente Ruiz mostraba en ese artículo un vasto nivel de información. Apelaba en sus argumentos al pensamiento del líder Demócrata-cristiano chileno Eduardo Frei. Estaba de acuerdo con las cuatro reformas fundamentales que -según éste- debían lograrse en el continente para evitar una revolución: La reforma agraria, la reforma del sistema de impuestos, la refonna y expansión educacional, sobre todo en el campo, y la reforma política, para que funcione una democracia verdadera55.

Convertido en el ministro de guerra del segundo gobierno del Frente Nacional, Ruiz Novoa se distinguiría por sus continuas intervenciones acerca de los problemas nacionales. La política era uno de ellos. No vaciló en opinar y poner contra la pared el sistema que él mismo representaba. Olvidó un famoso discurso que Lleras Camargo pronunciara en mayo de 1958 ante los Jefes Oficiales de las Fuerzas Armadas, donde el electo presidente de manera pedagógica fundamentó la inconveniencia de que los militares en Colombia deliberaran en política56. No hacía una semana que había sacudido al país una intentona de golpe de Estado y, seguramente los propósitos del presidente eran amarrar a los militares colombianos, divorciarlos de la contienda política, mantenerlos en los cuarteles. Cuestión difícil si tenemos en cuenta el papel que estaban jugando los militares en todo el mundo en ese momento. Mientras en otros países ios militares eran alternativa de poder, el presidente sacaba a los colombianos del escenario político. Ruiz -como lo hemos anotado- tenía en su

53 Véase: Ruiz Novoa Alberto «El Gran Desafío». Bogotá, ediciones Tercer Mundo. 1965 p. 55, 54 Entrevista citada. 55 Ibid. 56 Véase Lleras Camargo Alberto. Sus Mejores Páginas. Bogotá, Compañía Grancolombiana de Ediciones S.A.,p. 212.

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cabeza el mundo cambiante de su tiempo, recurría lo mismo a Kennedy que a Nasser, lo mismo a los paradigmas liberales que a los conservadores. Su discurso abrazaba todo el espectro de las propuestas políticas ubicadas entre las de las cúpulas de los partidos tradicionales y las del comunismo. Mostraba una asombrosa capacidad de reunir en su pensamiento, en su acción y en su investidura, múltiples expresiones ideológicas presentes en el ambiente político del país. Ponía en peligro el crecimiento de las agrupaciones que buscaban el respaldo popular recurriendo a los temas de los que se había apropiado el ministro. En peligro de quedar sin argumentaciones, estaban el general Rojas y su grupo de golpistas, lo mismo pasaba con López o Uribe Rueda y todos los que acariciaban la idea de un gobierno fuerte que aplicara en el país una justicia social.

Es útil anotar que los constantes pronunciamientos del ministro de guerra fueron motivados por las discusiones que sobre los grandes problemas sociales del país se desarrollaban desde los medios, en las aulas universitarias, en los sindicatos y en la opinión pública en general. La primera de ellas se realizaba alrededor de la violencia. Sin haberla superado, el país comenzaba a preguntarse por sus causas reales. La historia había empezado en 1958, cuando la Junta Militar designó una Comisión para que escudriñara sus orígenes57. Los comisionados realizaron un formidable trabajo de campo por las zonas geográficas del país afectadas por el fenómeno; entrevistaron sus víctimas, recuperaron toda clase de materiales, suficientes como para demostrar ahora sí con base en una investigación empírica que la culpabilidad de la violencia recaía sobre las élites gobernantes de los dos partidos tradicionales y el ejército. Fue ese el material informativo que sirvió de base para el desarrollo de una ambiciosa investigación sobre la violencia, emprendida por la Facultad de Sociología de la Universidad Nacional. En este ambiente salió a la luz pública en junio de 1962, el primer tomo del libro «La Violencia en Colombia» escrito, entre otros, por uno de los participantes de la Comisión, el sacerdote Germán Guzmán Campos58. El libro provocó revuelo en el país. Produjo todo tipo de reacciones. Se inició un sonoro debate que se estimulaba día a día por el recrudecimiento del mismo fenómeno sobre el cual se polemizaba. El primer tomo de la obra se editó dos veces en menos de tres meses. Para la segunda edición, que echó más brasas a la candela, ya era Alberto Ruiz Novoa el ministro de Guerra del presidente Valencia. No había remedio, le correspondía a él defender la Institución. Continuaba el debate. El ejército había sido acusado de tener culpas directas en todo el proceso de la violencia.

57 Su denominación fue la siguiente: «Comisión Investigadora de las Causas Actuales de la Violencia». 58 En la composición del libro habían tomadoparte el sociólogo Orlando Fals Borda, el jurista Eduardo Umaña Luna y el capellán y profesor de la Universidad Nacional, Camilo Torres Restrepo. Véase: La Violencia En Colombia. Bogotá, ed. Tercer Mundo, 1962.

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Al principio, Ruiz se comprometió ante el Senado a no inmiscuirse en politica. Consideró traidor de la Institución Armada, al militar que interviniera en ella. Así lo manifestó en el debate sobre la violencia que se desarrollaba en el Congreso. Preparando el ambiente del Parlamento para conceptualizar sobre el Estado, Ruiz se apresuró a definir la política como «la preocupación permanente por el bienestar de los ciudadanos»59. Sostuvo allí que la violencia tenia múltiples causas, pero enfatizó que estaban superadas las que tenían que ver con los enfrentamientos partidistas. A la innumerable lista de causas que se daban de la violencia, las políticas, las sociales, las económicas, con las que se manifestó de acuerdo, Ruiz añadió una más: la debilidad del Estado. «El Estado colombiano es débil, carece de herramientas para enfrentarse no solamente al problema de la delincuencia sino a muchos de los problemas que confronta actualmente; no tiene recursos en materia de justicia penal; sus códigos, sus procedimientos no corresponden a las necesidades actuales. No se podía prever esta ola de violencia...El Estado colombiano es pobre, no puede pagar a sus jueces, ni a sus policías, ni a sus agentes, y mientras no se movilice la voluntad nacional de manera concreta para darle al Estado Colombiano los elementos necesarios no podremos tampoco acabar con la violencia»60. Definiéndola como una enfermedad crónica que requería de un tratamiento largo y continuado, Ruiz propuso elaborar un plan conjunto que «cubriera todos sus aspectos y que atacara todos los frentes de manera armónica». Se pronunció contrario a la utilización de la fuerza como único recurso. Afirmó que las causas políticas se podían neutralizar acabando con la violencia política, las económicas se podían terminar controlando la compraventa de finca raíz, las sociales buscando fuentes de empleo, etc. Se comprometió -porque según él, éste problema si competía a la fuerza pública- acabar con el bandolerismo, pero llamó a una movilización nacional contra ese flagelo que estimulara a las Fuerzas Armadas61. Explicó ampliamente, cómo se estaba operando dentro del ejército una readaptación para enfrentarse al creciente fenómeno que el denominaba bandolerismo, sin discriminación. Es decir al movimiento guerrillero en general. Fue amplia su descripción de la táctica de guerrillas que empleaban los «bandoleros» y de las dificultades y desventajas de las fuerzas regulares para combatirlos. Enumeró los esfuerzos que se hacían para el cambio de mentalidad entre los soldados. El mismo Ruiz no tenía la experiencia necesaria en el manejo de una guerra irregular. Enteró a los senadores de las actividades que escuelas, como la de Lanceros, venían adelantando para preparar personal militar en la lucha contraguerrillera. Informó sobre los cursos de inteligencia y contrainteligencia que se adelantaban en esos momentos. Se quejó de la carencia de equipos suficientes para los propósitos del ejército, de la deficiencia de transporte para movilizar a sus tropas, del bajo presupuesto en general de las fuerzas militares y finalmente se lamentó de que la principal

Véase Anales del Congreso, septiembre 4 de 1962, p. 979. Ibid. p. 980. Ibid.

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dificultad en su lucha contra la guerrilla, la encontraran las Fuerzas Armadas en cierta «solidaridad de tipo político que los bandoleros encuentran de las zonas donde operan»62. Explicó que esto se debía al hecho de no recibir los campesinos ninguna atención del Estado. Señaló que los campesinos no tenían asistencia social, ni escuelas, ni vías de comunicación. En esas condiciones, agregaba el ministro, era imposible despertar en ellos algún estímulo cívico que les moviera a ayudar al Estado. Por eso, explicó Ruiz Novoa, la invención dentro del ejército de una serie de campañas de acción psicológica unas, y de acción cívica otras, para acercarse a los campesinos, para hacer conciencia en los soldados de la necesidad de combatir a los enemigos internos y para convencer incluso a los bandoleros de la conveniencia de volver al bien y ponerse al amparo de las leyes colombianas. La acción cívica por su parte, consistía en darle a la población asistencia social: por intermedio del personal médico del ejército; construyendo obras públicas, caminos veredales, carreteras, y fomentando el entendimiento entre los miembros de los diferentes partidos. Consciente de los lazos del bandolerismo con las colectividades políticas tradicionales, Ruiz demandó, para terminar su intervención, una declaración de los Directorios Departamentales y Municipales, en la que se condenara con nombre propio a cada uno de los bandoleros que con afán perseguía la fuerza pública, con el propósito de quitarles el respaldo del campesinado.

Ruiz siguió puliendo sus tesis, hablando cada vez que se le presentaba la oportunidad. Hacía esfuerzos por adaptar al suelo colombiano lo que veía en otras partes y lo que leía en tanta revista que pasaba por sus manos. Por ejemplo, en su concepción del comunismo y la manera de combatirlo advertimos cierto sabor salazarista. Esto quiere decir que no descansaba exclusivamente en la fuerza de las armas; hablaba de una solución contra el comunismo que tuviera que ver con la eliminación de las desigualdades sociales. Es posible que su inspiración no viniera directamente del pensamiento de Oliveira Salazar (cuyas concepciones habían difundido en el país en décadas pasadas las disidencias conservadoras). Pero es bueno anotar que el «nuevo» anticomunismo venía con la factura de la nueva política de los Estados Unidos hacia América Latina. Se trataba del viejo anticomunismo nacionalista ibérico que ahora la Comisión para Asuntos Latinoamericanos del presidente Kennedy readaptaba a las condiciones del continente. Dicha comisión había presentado ante el mandatario norteamericano un preocupante informe acerca del avance del comunismo en la región; pero a diferencia de otras épocas, los comisionados señalaron que la principal arma contra el comunismo consistía en la adopción por parte de los Estados Unidos de una «filosofía democrática positiva» que colaborara con la «democracia indígena de América Latina coordinando y apoyando los amplios movimientos progresistas democráticos, empeñados en la conquista de un gobierno representativo, una reforma social y económica (incluida la agraria).

Ibid. p. 981.

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y resistiéndose a permitir la entrada de fuerzas no democráticas desde fuera del hemisferio»63. Se pronunciaron los comisionados a favor de una lucha contra el comunismo que no favoreciera únicamente la represión armada, sino más bien una especie de combinación de métodos civiles y militares. Pero fue enfática la Comisión en que se debían «promover desde los Estados Unidos partidos políticos democráticos, y un nuevo empuje al desarrollo económico mediante planes de desarrollo de los distintos países»64. Nacía la Alianza Para el Progreso.

Ruiz era en esencia kenneidiano. Aunque militar, el nuevo discurso de la Casa Blanca hacia América Latina le había seducido. Con mayor razón habiendo nacido los nuevos postulados de esa política en el gobierno del general Eisenhower.

Es inextricable todavía para el historiador de la política en Colombia, encontrar el camino seguido por las ideas que conmovían al mundo en el decenio del sesenta. Complicaba las cosas el sólido sistema bipartidista del país que, aunque de élite, estaba arraigado en la conciencia de los colombianos. EÍ país salía apenas de una guerra civil de carácter partidario y transitaba hacia una violencia de tipo social. Las ideas no eran patrimonio de nadie. Los ideólogos acomodaban sus nuevas concepciones dentro de las de los partidos tradicionales. Las nuevas ideas podían estar por igual en las agrupaciones legítimas de los partidos o en sus disidencias, sus portadores eran liberales o conservadores; la pertenencia política, llevada ahora a norma constitucional, no excluía a los militares. Si bien la Comisión asesora de Kennedy recomendaba promover partidos democráticos en el Continente, de hecho contaba con una serie de ellos recién en el poder o que venían buscándolo con azar, los mismos que con ataques de alborozo saludaron el nuevo curso de los Estados Unidos hacia América Latina; en Colombia, esas ideas que al principio parecieron estimular el avance del MRL o por lo menos coincidir con los propósitos del mandatario norteamericano, eran compartidas también por el nuevo ministro de guerra.

Así lo advertimos en una conferencia pronunciada por Ruiz en el Primer Congreso Latinoamericano de Escuelas Radiofónicas, reunido en Bogotá en septiembre de 1963. El ministro demuestra que está informado de las discusiones que precedieron la aprobación de la Alianza para el Progreso. La Comisión a la que venimos refiriéndonos, señalaba: «Aunque la empresa privada tenga que desempeñar un importante papel, los Estados Unidos deberían dar relativamente mayor relieve al capital indígena frente al capital extranjero, y dar ya por terminada su «oposición doctrinaria» a los préstamos para empresas estatales. El hemisferio es lo bastante grande como para tener distintos sistemas

63 Véase: A. Schlesinger. The Thousand days. John F. Kennedy in the White House. p. 195-197. Hay edición en español, p. 152. 64 Ibid. p. 152.

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sociales en los distintos países. Nuestra política económica y nuestra ayuda no debe limitarse a países en los que la empresa privada sea la única base o instrumento predominante del desarrollo. El gobierno deberá sentar bien claro que la empresa privada «no es el principio determinante o el exclusivo objetivo de la política americana»65. Resulta claro que en el fondo de la discusión estaba el tipo de capitalismo que estarían dispuestos a apoyar en el Continente los Estados Unidos. No es posible creer que las cosas estuvieran muy claras para el ministro. En su conferencia muestra dudas: «...existe el peligro de que los norteamericanos puedan forzar la Alianza a la adopción de determinados sistemas que resulten no ser adecuados para nosotros y caer así en el error que se achacaba a los estalinistas, de forzar dentro de los países de su órbita política una sola solución para el tránsito al socialismo»66. Es en medio de la incertidumbre y de la desconfianza que existe entre los latinoamericanos ante la supuesta «buena voluntad» de los Estados Unidos, que estando Ruiz de acuerdo con la esencia de la nueva política de ese país, propone una tercera vía: «Adelantar como propósito nacional, una reforma destinada a alcanzar una real justicia social que, en el término máximo de una generación, determine un progreso tal que le quite el piso a la penetración comunista en el Continente Latinoamericano»67.

Conscientes de que la violencia había pasado de nuevo a primer plano y de las inculpaciones que recaían sobre los partidos políticos y sobre el ejército, los directores de los principales diarios de la capital tomaron la iniciativa de convocar a sus colegas de la provincia colombiana a tratar en mesa redonda el tema de la violencia. La reunión se llevó a cabo el 4 de octubre de 1962 con la presencia del ministro Ruiz Novoa68. Los delegados de provincia coincidieron en que se debía denominar a los «forajidos», con el nombre simple de bandoleros para evitar que se les siguiera llamando «Robin Hood» o «vengadores del pueblo». El ministro de Guerra, a su vez, destacó la reunión como un hecho trascendental, pues mostraba que no estaban solas las Fuerzas Armadas, pero llamó al gobierno a dotar de inmediato al ejército para que el esfuerzo venido de la prensa no se perdiera69. Finalmente los representantes de la prensa suscribieron una Declaración en la que se comprometían a «Evitar toda polémica sobre las responsabilidades que en la violencia hayan tenido los partidos políticos, dejándole el necesario juicio histórico a una generación menos angustiada y comprometida»70.

65 Ibid. p. 152. 66 Véase Ruiz Novoa Alberto. El Gran Desafío. Bogotá, ed. Tercer Mundo, 1965, p.77-89. 67 Ibid. p. 80. 68 La reunión tuvo lugar en el salón Guillermo Valencia del Capitolio Nacional. Fue presidida por Silvio Villegas de La República, Arturo Abella de El Siglo, Roberto García Peña de El Tiempo, Guillermo Cano de El Espectador y Abelardo Londoño Marín de El Colombiano. 69 Véase El Espectador, octubre 5 de 1962, p. 1 y 9. 70 VéaseElT1empo,octubre5del962,p. 1.

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Las medidas dieron algunos resultados. Bandidos que en su conjunto conformaban la secuela de la anterior ola de violencia, desprovistos del respaldo de sus partidos primero, y de los gamonales después, empezaron a caer uno tras otro en tiempos del ministro Ruiz Novoa: «Chispas», «Melco», «Ceniza», «Pedro Brincos», «Desquite», «Sangrenegra», «Tarzán y Joselito». Sin embargo, esas muertes no marcaron el fin del conflicto, sino que pusieron en evidencia un tipo de violencia de naturaleza política distinta a la anterior. La «acción cívico militar» y el denominado «Plan Lazo» se convirtieron en operaciones contra algunas zonas campesinas -ubicadas en una región conocida con el nombre de «Marquetalia», en el triángulo formado por los límites de los departamentos de Tolima, Huila y Cauca- donde se había agrupado un núcleo de combatientes con características políticas diferentes a las del bandidaje. Se trataba del surgimiento de lo que sería poco después, un vasto movimiento guerrillero, que aunque producto de las circunstancias propias del país, se alinderaba en el mundo de la ideología comunista.

La ciudad colombiana, por otra parte, estaba siendo testigo de una agitación social sin precedentes. En un ambiente de gran tensión, el ministro de guerra paradójicamente era el centro de atención de la opinión pública colombiana. En mayo de 1964 fue homenajeado por la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC) en el Salón Rojo del Hotel Tequendama. Días antes, la prensa capitalina había publicado el texto completo de unas declaraciones suyas, donde afirmaba que el gobierno estaba frenado por sectores y personas influyentes organizados en grupos de presión. Posición que impresionó debido a que el mismo presidente Valencia había negado su existencia. En la misma entrevista, Ruiz declaró que era preciso e inaplazable modificar las estructuras de la sociedad, «... Aquí hay que hacer algo y hacerlo pronto. Nuestros sistemas, nuestros procedimientos, no corresponden a esta era vertiginosa de progreso...»71. En el discurso del Tequendama, el ministro ratificó sus posturas y condensó a lo largo de su exposición los problemas que mayormente preocupaban a la población, se sintonizó con los sectores políticos que comulgaban con sus planteamientos, con su manera de concebir y resolver los problemas nacionales. Se apropió del vocabulario político que identificaba a las agrupaciones que desde un discurso también conciliatorio, hacían la oposición al Frente Nacional. Empezó su intervención citando un extenso análisis que por esos días había publicado en las páginas de La República el otrora ideólogo del Movimiento de Unión y Reconquista Luis Torres Quintero: «Como en el caso de «Desquite», de «oangrenegra» y ue «Chispas», laniuien c*eu*e existir un cuerpo uS sxpen.os en aplicar los resortes del gobierno sin piedad y sin miedo, sin tantas consultas ni conferencias, porque el hambre no aguanta mucho tiempo, ni tiene color político, ni respeta fronteras de ninguna naturaleza. Y lo que es más grave, los bandoleros

" Véase La Nueva Prensa, mayo 30 de 1964. p. 10.

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económicos le aplican el corte de franela a la totalidad de los colombianos»72. Como los anapistas, como la gente de LNP, como «los duros» emerrelistas, como los demócratas-cristianos, el ministro de guerra manifestaba; «...porque estoy convencido de que la única manera de evitar el progreso del comunismo es por la aplicación de una fina sensibilidad social que reparta la riqueza equitativamente y disminuya el abismo que hoy existe entre las clases de la sociedad colombiana»73. Ruiz habló por los sectores sociales asfixiados por su incapacidad de competir con el poderío que habían alcanzado los gremios económicos. Fustigando los «grupos de presión», anotó: «...no se afirma que no es lícito el derecho de agremiación, lo que no es lícito es la formación de carteles y monopolios comprando las fábricas competidoras y suprimiendo la competencia tanto en la compra de la materia prima como en el precio de venta...Tampoco es lícita la formación de oligopolios para comprar y vender las materias primas oprimiendo al consumidor que no está representado en el trato. O ponerse de acuerdo en la fijación de tarifas; o dominar todas las etapas de un negocio, como son la fabricación, distribución y venta de los productos y, a veces, hasta la siembra de la materia prima. O pertenecer a juntas directivas que tienen intereses afines, de manera que una persona con una mano puede ordenar una medida y con la otra recibir el beneficio. O ponerse de acuerdo clandestinamente para fijar precios»74.

En el fondo, sus concepciones no estaban alejadas de las del general Rojas Pinilla. Sólo que Ruiz tenía mayor capacidad intelectual para el análisis, para la profundización y además la posibilidad de la transmisión rápida y completa por los medios. Lo que en Rojas eran expresiones manifestadas en las entrevistas que se le hacían, en el ministro eran exposiciones acompañadas de textos originales. Al igual que Rojas, Belisario Betancur y la gente de LNP, el ministro de guerra recurría a los «Estudios sobre las condiciones del desarrollo en Colombia» que el Padre Louis Joseph Lebret venía realizando desde los tiempos del gobierno militar (1953-1956) y que se publicaron en 195875, a la «Operación Colombia», controvertido informe que Lauchlin Currie elaboraba desde los años cincuenta76 y, obviamente a los contenidos de las encíclicas papales.

Ambos, Lebret y Currie, contemporáneos de Ruiz, seguían iluminando mentes colombianas en los años sesenta. La prensa y las editoriales continuaban reproduciendo sus diagnósticos y soluciones dispersos en libros y artículos.

72 Ruiz Novoa Alberto. El Gran Desafío. Op. cit. p. 93 73 El Gran desafío... Op. cit. p. 96. 74 El Gran desafío... Op. cit. p. 94. 75 Lebret Joseph Louis. Estudio sobre las condiciones del desarrollo en Colombia. Bogotá, Aedita Editores, 1958. Véase además: Vajta Ferene. Las Predicciones del Padre Lebret. En: La Calle, junio 18 de 1959 p. 9; El Informe Lebret: los problemas de Colombia en carne viva. En: El Independiente. septiembre 27 de 1957, p. 8. 76 Ehagostode 1961,Curriepresentóacousideracióndeloscolonibianosunprograniadedesarrollo económico bajo la denominación de «Operación Colombia». Véase Lauchlin L. Currie. Operación Colombia, segunda edición, Barranquilla, Cámara de Comercio, 1965.

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Currie había presentado en 1961 al gobierno de Lleras Camargo un extenso plan para acelerar el desarrollo en el país, el cual no había sido tenido en cuenta. El Frente Nacional prefirió adoptar un programa elaborado por la CEPAL77. Sin embargo, la agudización de la crisis económica a partir de la segunda mitad de los sesenta, puso de nuevo sobre la mesa de las discusiones, los mamotretos del profesor Currie.

No era casual que Ruiz hablara extensamente de la tenencia de la tierra en un homenaje que le rendían los propietarios de ella, en agradecimiento quizás a su lucha contra el bandolerismo y la subversión en general. Pero Ruiz no desaprovechó la oportunidad para expresar sus concepciones sobre la posibilidad de un cambio social sin salirse de los marcos de la sociedad capitalista y de la legitimidad constitucional colombiana. Enfatizó en la necesidad de cambiar las estructuras; con datos a la mano demostró que la tierra no pertenecía a quien la trabajaba y señaló en ese sentido que la estructura agraria del país además de inadecuada, era «un obstáculo para el desarrollo económico de la Nación»78. Si Rojas y Belisario Betancur79 acudían momento a momento a los diagnósticos del padre Lebret y de Currie, Alberto Ruiz Novoa recomendaba llevar a la práctica sus recomendaciones en el sentido de gravar la tierra mal utilizada, la ampliación del crédito agrícola y el incremento de la educación rural.

Por supuesto, Ruiz no tomaba los informes de las misiones Currie y Lebret al pie de la letra, de uno y otro extractaba lo que consideraba aplicable a las nuevas circunstancias del país. Si de Lebret le llamaba la atención sus recomendaciones a largo plazo, de Currie le atraía su afán de resolver inmediatamente los problemas de la pobreza y del subdesarrollo en general y su concepción de un desarrollo acelerado del capitalismo. Del programa «Operación Colombia», el ministro destacaba: lo. Producir un crecimiento rápido del nivel de vida; 2o. Disminuir considerablemente la distancia entre las clases sociales y entre los trabajadores del campo y de la ciudad; 3o. Aumentar las disponibilidades de divisas e importaciones; 4o. Acelerar la industrialización del país y la tecnifícación de la agricultura80. Abogó porque se ejecutaran las medidas contempladas en la Ley de Reforma Agraria. Propuso la formación de cooperativas agrícolas integrales inspiradas en «el principio comunitario». Fundamentó su propuesta en el éxito que éstas habían tenido en Israel y señaló además que la cooperativa de ese tipo: «...organiza el esfuerzo de ios asociados, asegura ei mejor aprovechamiento de su capacidad individual, alcanza la mayor economía en el uso de la maquinaria y obtiene el máximo

Véase Currie Lauchlin. Desarrollo Económico Acelerado. La necesidad y los medios. México, FCE, 1968, p. 16. 78 Ibid p. 99-100. 79 Véase Betancur Belisario. Colombia cara a cara. Bogotá, ed. Tercer Mundo, 1961. 80 El Gran Desafío Op. cit. p. 91-108.

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rendimiento de la asistencia técnica disponible. Facilita, además, el aprovechamiento del crédito para el fomento de la agricultura y ganadería, que al campesino le es difícil alcanzar individualmente...»81.

La intervención del ministro de guerra causó revuelo. En realidad, quedó la impresión en los colombianos de haber escuchado un discurso de campaña electoral. Como era de esperarse, vinieron las protestas de la clase política. El ministro no tuvo necesidad de responder inmediatamente. Por él lo hicieron abogados que desde la prensa manifestaron que a «los hombres de armas se les podía exigir todo, menos envilecerse»82. Ruiz, sin embargo -aunque a propósito de otra acusación- aprovechó la oportunidad para contestar a las inculpaciones que se le hacían de estar deliberando en política: «Querer someter a los militares a la calidad de ciegos, sordos y mudos -escribía en una carta al Director de El Tiempo»- al estilo de la célebre alegoría oriental representada por tres simios, es algo que no se le ha ocurrido al constituyente en ningún momento, entre otras razones porque tal disminución sería incompatible con la dignidad del hombre de armas en cualquier país»83. LNP dedicando su carátula de la edición de finales de mayo a la figura del ministro, lo consideró «El Primer Estadista Moderno de Colombia». La revista legitimó su comportamiento señalando que Ruiz era consciente del papel que correspondía a los ejércitos en los países subdesarrollados. La gente de LNP publicó una carta abierta de respaldo al general, que de inmediato recibió la adhesión de nacionalistas de todos los rincones del país. En dicho documento, los suscritos hablaron en representación de los abstencionistas y de los millones de colombianos que por tener nuevas ideologías, distintas a las del bipartidismo, estaban por mera de la participación política. «Daríamos nuestro respaldo integral -se lee en la carta- y nuestra gratitud imborrable a quien nos restituyera nuestros derechos políticos y reivindicara para Colombia su auténtica estructuración democrática»84. Los congresistas anapistas por su lado empezaron a presionar para que la intervención del ministro fuera publicada en Anales del Congreso, lo que se hizo realidad el 24 de septiembre de 1964. En una intervención en la Cámara, el Representante anapista Rafael Camerano Merino sostuvo que para salvar al país se debería formar un bloque para luego pedirle a los generales Rojas y Ruiz que asumieran la Presidencia85. En un discurso pronunciado por el capitán Elias Salazar Salamanca, a propósito de un homenaje de respaldo que le ofrecieran al general Ruiz Novoa los militares en retiro, reconocía en él condiciones de gobernante86. El semanario bumangués La Nota, del futuro dirigente anapista Roberto Harker Valdivieso, editorializó: «El Gobierno de

81 Véase ampliamente en El Gran Desafío, Op. cit. p. 103. 82 Véase La Nueva Prensa Nos. 115y l l6de mayo y junio de 1964. 83 El Gran Desafío... Op. cit.p. 115. 84 Carta Abierta al General Ruiz En: La Nueva Prensa, No. 116,junio9 de 1964,p. 14. 85 Véase Anales del Congreso, agosto 18 de 1964,p,861. 86 Los militares en retiro renuevan respaldo a Ruiz Novoa. En: La Nueva Prensa, No. 121, agosto 8 de 1964,p. 24.

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Valencia Agoniza». Harker llamó a deponer el régimen del presidente Valencia, según él «para salvar el futuro de la República y para permitir nuevamente que las masas conservadoras y liberales rectifiquen los procedimientos y alcancen su plena soberanía nacional». No se explicaba el editorialista, que teniendo las Fuerzas Armadas a su favor la simpatía de varios millones de colombianos que deseaban su prosperidad y su bienestar, tuviera que retenerse al ejército en sus cuarteles. «Ese cuerpo armado -escribía- tiene la misión de proteger nuestras fronteras, de asegurar la convivencia de los colombianos y de trabajar por la prosperidad y por la grandeza de la patria»87.

Las adhesiones que produjo el discurso de Ruiz ponen en evidencia un sentimiento de orfandad política presente en amplios sectores de la sociedad, que empezaron a pedirle al general liderar los destinos de la nación: «Rogárnosle constituirse en vocero de los campesinos del Norte del valle del Cauca...para que en el avance del propósito nacional que usted invoca el pueblo comprenda que en verdad el ejército es el guardián del orden, de la Constitución y de la soberanía nacional que permita en el pleno disfrute de la democracia una verdadera estructura social que obligue al capital a cumplir su función social», manifestaron al general tres Federaciones de trabajadores cristianos: Acción Sindical Antioqueña, Acción Sindical del Valle y Acción Sindical de Cundinamarca88.

De 382 personas residentes en Bogotá, entrevistadas por un grupo de LNP y de la Universidad Nacional, el 80% estaban enteradas de las intervenciones del ministro. Los encuestados coincidieron en considerar a Ruiz como «una opción razonable». «Que un militar de la categoría del general Ruiz, se atreva a proponer ante el país, desafiando todos los sinsabores, la realización de una integral reforma en nuestras caducas instituciones, para proporcionar un mejorestar al pueblo, nos parece digno de todo encomio», fue la opinión de dos sacerdotes abordados por los encuestadores89. El camino estaba despejado para un eventual lanzamiento del ministro a la política. LNP cerró filas: «Ruiz Novoa ha dicho que así como otros países buscaron su solución propia, Colombia debe buscar su solución nacional, colombiana. Este lenguaje auténtico, digno, realista, merece la adhesión de cualquiera que busque la grandeza de la Patria»90.

Los anapistas no fueron ajenos al alborozo que produjeron en el país las intervenciones del general Alberto Ruiz Novoa. Alcanzaron a vislumbrar la salida política y nacionalista a la mencionada oposición de intereses en el respaldo al controvertido «jefe del ejército y brazo fuerte del régimen».

87 La Nota, septiembre 25 de 1964, p. 1 y 3. 88 «Total respaldo a Ruiz Novoa dan Sindicatos Cristianos» En: La Nueva Prensa, No. 116, junio 9 de 1964, p. 23. 89 Ibid, p. 24. 90 Ibid p. 35.

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Reconocían en Ruiz Novoa su «patriotismo» y la posibilidad de que las fuerzas bajo su mando «hicieran regresar al país al orden jurídico quebrantado por el Frente Nacional, para así poder proporcionar un mejorestar al pueblo colombiano, a las clases menos favorecidas y trabajadoras que sufren de hambre y de miseria por obra directa de los dólares devaluacionistas, de las múltiples cargas tributarias que las agobian, de los constantes y enormes empréstitos de dólares americanos, o sea, del monstruoso endeudamiento de la Nación sin destino conocido o justificado...»91. Al fin y al cabo, Ruiz Novoa se presentaba como una solución radical originada en el Estado y por ello muy acorde con el espíritu político del movimiento. En el cabildo de Cali, uno de los numerales de una extensa constancia de los concejales de la ANAPO rezaba así: «Reconocemos la necesidad del cambio de las estructuras sociales y económicas valientemente preconizadas por el general Ruiz Novoa, y declaramos que ese planteamiento corresponde a la tesis que estamos defendiendo cuya ejecución se requiere angustiosamente para el bien de la República»92.

La pertenencia partidista liberal del general puso a pensar a sectores de la población colombiana en una eventual candidatura del ministro a la Presidencia. Robusteció la imagen de Ruiz la visita que hizo al país el presidente de Francia. La Nota, manifestó al respecto: «Con motivo de la presencia de De Gaulle los colombianos debemos meditar sobre la importancia de esos hombres excepcionales que desde los cuarteles de una gran nación han podido salir hasta el palacio de los presidentes para convertirse en los personajes del momento y en los conductores de una República... Nosotros creemos que es un acto de falta de lógica creer que Colombia no puede tener un General presidente que lleve a su pueblo por los caminos de la gloria como Francia ha ido de la mano del insigne Charles de Gaulle»93.

Un incidente ocurrido en la recepción oficial al presidente de Francia, sirvió de pretexto para que se volcaran sobre Valencia todos sus enemigos. En su discurso de bienvenida, deshilvanado e incoherente, el mandatario colombiano creyó necesario ponerle de presente al presidente francés la vocación pronorteamericana de la política internacional de Colombia. La salida de Valencia fue una bofetada para cientos de personas que veían en un posible acercamiento a Francia el punto clave para equilibrar la dependencia externa del país. Llamó profundamente la atención la invitación que De Gaulle hizo para formar una «Tercera Fuerza» en la política mundial, orientada desde París94. Colmó la animadversión hacia el presidente el lapsus linguae con el que finalizó su discurso: «Señoras y señores: acompañadme a brindar esta

91 Anales del Congreso, agosto 20 de 1964, p. 891. 92 Libro de Actas del Concejo de Cali. Acta No. 1. Sesión demstalación del díaprimero denoviembre de 1964. Constancia. 91 La Nota, septiembre 25 de 1964, p. 6. 94 Véase «De Gaulle busca Tercera Fuerza». Eh: El Espectador, septiembre 23 de 1964, p. 4,

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copa por el futuro de España y la ventura personal del general De Gaulle y su ilustre comitiva»95.

La Nueva Prensa declaró que «Valencia no puede ser presidente sino de un país condenado al más anacrónico, absurdo y antinacional de los sistemas políticos»96. La Nota, que venía pidiendo la renuncia de Valencia, no desaprovechó la oportunidad para escribir: «En sus manos, general Ruiz Novoa, está la suerte de Colombia. Un paso al frente y se liquidará este gobierno indigno que repudian los colombianos. Valencia no merece respeto ni consideración porque ha atentado contra el prestigio de Colombia»97. Los Representantes anapistas encabezados por Rodolfo García Garda aprovecharon la oportunidad para adelantar desde el Parlamento un debate que exigía un Juicio al presidente. Según García García lo ocurrido en Palacio no había sido un «lapsus linguae» del presidente, sino una confusión de ideas proveniente del permanente estado ebrio en que vivía Valencia. «La embriaguez habitual. Honorables Representantes, decía el dirigente anapista, conlleva directa y fatalmente a la incapacidad total para el ejercicio del mando. Cómo es posible que después de los episodios sucedidos cuando el general De Gaulle vino a Colombia, no hubiera el Senado de la República entrado a estudiar detenida y patrióticamente la situación presidencial?» Y más adelante agregaba: «Ese mismo día ha debido caer el presidente Valencia»98.

Ruiz Novoa sintetizaba todo el espíritu de una ideología dispersa: la de La Nueva Prensa, la de la Línea Dura del MRL, la de los Demócratas Cristianos e incluso la del anapismo. Empezaba, en los finales de 1964, a significar para todos estos movimientos una salida simbólica. Es decir, la suya no era una ideología elaborada por el simple interés del poder político -como en cada uno de los casos que mencionamos- sino que revelaba tensiones e interacciones de una densa serie de factores sociales, psicológicos y hasta culturales de ese momento histórico. En el contenido de sus reiteradas intervenciones y en su investidura, líderes políticos de todo el país, adversos a la evolución del Frente Nacional y que veían imposible su acceso al poder por las vías legales, estimaron conveniente la opción militar a la crisis que vivía el país. El MRL en proceso de regresar al oficialismo liberal, aplazaba indefinidamente un favorecimiento popular como el alcanzado en las elecciones de 1962. La reducida votación que recibiera la Línea Dura de ese movimiento en la contienda electoral de 1964 desesperó su dirección.

95 Véase texto de los discursos en: El Espectador, septiembre 24de 1964., p. 10A 96 La Nueva Prensa, No. 124 octubre 7 de 1964,p. 22. 97 Véase La Nota, octubre 2 de 1964, p. 1 y 4. 98 García García Rodolfo. Intervención en la Sesión del 15 de Octubre de 1964 para sustentar proposición y responder a acusaciones de! Presidente Valencia Véase; Anales del Congreso. Diciembre 16del964,p. 2211.

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Finalmente, en la agonía de 1964 un grupo de simpatizantes del general Ruiz inscribieron su candidatura a la presidencia de la República en la ciudad de Cali. Un mes después, un Comité Civil acompañado por unas doscientas personas, hicieron lo propio en la ciudad de Ocaña". Mientras tanto, la presencia de Ruiz en el establecimiento, su imagen de hombre fuerte al mando de las Fuerzas Armadas y sus cotidianas intervenciones en la vida pública del país, coadyuvaron a propagar por cielo y tierra, la especie de un próximo e inminente golpe de estado. Así, 1964 terminaba con la amenaza de una huelga general para los comienzos de 1965100.

1.6 La ANAPO condensa sus idearios en una nueva plataforma

En diciembre de 1964, los ideólogos del anapismo decidieron neutralizar el avance del general Ruiz Novoa. Para ello, divulgaron su nueva plataforma; documento que recogía y reflejaba las aspiraciones nacionalistas del momento que vivía el país.

A diferencia de la de 1961, que condensaba en 10 numerales, de manera directa y esquemática, las orientaciones político-ideológicas de la ANAPO, la plataforma de 1964 se distinguió por la riqueza de su contenido y por la densidad de sus análisis. Desde un principio, con claridad, los redactores del documento pusieron de presente tanto la justificación como la legitimación de su presencia en la arena política nacional: «El Movimiento de Alianza Nacional Popular, organizado y dirigido por el expresidente general Gustavo Rojas Pinilla, surgió como natural reacción de las masas trabajadoras de los partidos tradicionales contra el negociado de los dirigentes políticos y capitalistas liberales y conservadores coaligados, y como una respuesta necesaria a las urgencias de renovación del país, bajo la máxima de que el bien común debe primar sobre el bien particular. La crisis profunda en que se encuentra Colombia en todos los campos y cuyo aspecto más alarmante es la desnacionalización por el imperio del personalismo, no tiene remedio mientras el sistema oligárquico del Frente Nacional continúe en el poder»101.

99 Véase El Siglo, enero 25 del 965, p. 1. 100 En una de las sesiones del Concejo de Barranquilla a fmales de 1964, el concejal de la ANAPO Claudio Urruohurtu pidió la palabra para anunciar que «.. Dentro de pocas horas tendremos un nuevo gobierno dirigidopor el General Rojas Pinilla y Revéiz Pizarro». Véase Libro de Actas del Concejo de Barranquilla 1964-1966. IOI véase Plataforma de Alianza Nacional Popular ANAPO. En: Alianza Popular. Periódico del pueblo. Edición especial. Bogotá, jueves 27 de enero de 1966. Más que de una plataforma, se trataba de un extenso y explicativo programa al estilo de los densos documentos que distinguían a los partidos doctrinarios Entre los programaspolíticos que circularon entonces, sólo se le igualarían por su volumen y contenido la Plataforma del MRL de 1961 y el programa de los comunistas de 1966. La nueva plataforma del anapismo estaba compuesta de una pequeña introducción y 24 considerandos a saber: Antecedentes, Alianza Nacional Popular y las consecuencias del Frente Nacional; Columnas fundamentales de Alianza Nacional Popular: Alianza Nacional Popular, los partidos y las hegemonías;

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La agudización de los conflictos sociales, el prematuro envejecimiento del nuevo orden, la caótica situación de la población en general, crearon condiciones propicias para que el discurso político de los anapistas ganara espacio. Ahora sonarían de otra manera aseveraciones del siguiente tenor: «A partir del 10 de mayo de 1957, los grupos económicos de presión se apoderaron del Estado y comenzó a desarrollarse en su plenitud la operación de poner a un país entero a trabajar para enriquecer más a las minorías ávidas de lucro. Los grandes negocios hicieron las más mostruosas utilidades rápidamente y el pueblo colombiano fue sometido, a la vez que a una explotación ilimitada, al abandono físico y moral»102.

Por su orden de importancia, en el documento se destaca lo que hemos denominado contradestinatario o destinatario negativo del mensaje anapista103. El mayor porcentaje de las referencias en el documento van dirigidas «contra el establecimiento». Dentro de esta unidad de análisis, la plataforma se refiere en particular al Frente Nacional al cual se le culpa de todos los males del país. Se reafirma, una vez más, que la coalición en el poder expresaba la fusión del poder económico con el poder político, en detrimento de las mayorías populares. Por Frente Nacional los redactores de la plataforma entendieron: la represión, la violencia, el amplio poder político y económico de la gran prensa, la burocracia despilfarradora, la agudización de los problemas sociales, el negociado de los dirigentes políticos y capitalistas liberales y conservadores, los desastres económicos y la estrechez de la democracia en el país. A veces el documento personaliza las acusaciones contra el régimen en la figura de Alberto Lleras Camargo, del presidente Valencia y de Eduardo Santos. En un segundo nivel se despotrica contra Carlos Lleras Restrepo.

El lenguaje en el que está escrito el nuevo documento de la comunidad anapista sintetiza la forma particular de expresarse en el país, los idearios que en el pasado reciente se habían manifestado a través de las míticas figuras de Jorge Eliécer Gaitán y Gilberto Álzate Avendaño. El vocablo oligarquía que había hecho carrera en la voz de estos dos tribunos no va a desaparecer, en lo sucesivo, del vocabulario anapista. El tono del mensaje anapista es la adaptación, a las nuevas condiciones, del discurso de la etapa final del gaitanismo y del momento

los poderes públicos y los problemas nacionales; Alianza Nacional Popular y la libertad de prensa; el negociado Eduardo Santos-Standard Oil Company; Alianza Nacional Popular y el costo de la vida; nacionalización de importaciones; nacionalización del Banco de la República; Alianza Nacional Popular y el comercio exterior; la salud y la educación del pueblo; vivienda y reforma urbana; campesinos, tierra, reforma agraria; trabajadores y capitales; equilibrio presupuesta! y arbitrios rentísticos; burocracia y carrera administrativa, las fuerzas armadas, nacionalización de las riquezas del subsuelo; Flota Mercante Grancolombiana; Ecopetrol y Acerías Paz del Rio; La Universidad; Síntesis; una dinámica indispensable. Las vías revolucionarias. lra Véase folleto de la «Plataforma de Alianza Nacional Popular», p.3. IM Para este tipo de análisis nos hemos guiado por la metodología que sugiere Eliseo Veron en su trabajo: La Palabra Adversativa. Observaciones sobre la enunciación política. En: Veron E. y otros. El Discurso Político. Lenguaje y acontecimientos. Buenos Aires, Librería Hachetle, 1987, p. 13-26.

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alzatista de la «Reconquista». La impronta del anapismo estaba en la valoración que daban sus ideólogos al gobierno presidido por el general Rojas, como un régimen de realizaciones populares y lo que significaba el general como médium de ambos imaginarios latentes todavía en la sociedad colombiana. Conscientes de la pertenencia partidista del colombiano, el nuevo documento no se arriesgó a convocar filiaciones distintas a las liberales y conservadoras. Los redactores no creyeron necesario ir más allá de los capitales axiológicos de las colectividades tradicionales. Si bien el documento señalaba que la Alianza Nacional Popular se levantaba sobre tres columnas fundamentales: Colombia, como fundamento y finalidad de su lucha, la Doctrina Social de la Iglesia de Cristo y el Hombre colombiano; al mismo tiempo afirmaba que sobre esas tres columnas se habían sostenido también a través de los tiempos las dos colectividades colombianas. En este sentido, casi en igual número de referencias, el nacionalismo se destaca entre las apelaciones del documento.

Al igual que en su primera plataforma, la ANAPO se autodefíne como Movimiento nacionalista. Empero, el espectro de su nacionalismo se amplia. Ya no se trata del nacionalismo espurio e indefinido de estirpe conservadora que esbozaba antes. Entonces, sus explicaciones pasaban por el filtro de los conceptos jurídicos. Mientras que en 1961 afirmaban que el orden social estaba afectado en gran medida por la «suplantación del principio de autoridad por la politiquería dominante y soberbia», ahora, a punto de partirse la década en dos, consideraban que la crisis profunda en que se encontraba el país tenía que ver con «la desnacionalización por el imperio del personalismo». La lectura que hicieron los ideólogos del Movimiento del papel que estaban jugando en el país los grupos de presión y los vínculos de éstos con los monopolios norteamericanos, de la actitud «entreguista» de la clase dirigente al capital extranjero y del auge nacionalista que vivía el continente, tuvo que ver en la orientación nacionalista por la que optaron los anapistas. La plataforma muestra que la gente que tenía a su cargo las cuestiones ideológicas del movimiento, estaba sintonizada nacional e internacionalmente. El nacionalismo colombiano de esta parte de la década del sesenta no era el patrimonio de una agrupación en particular. Pero lo importante es que la Alianza Nacional Popular encabezaba la lista en la tabla de posiciones entre los movimientos que aspiraban a presentarse ante la opinión pública como nacionalistas puros. En particular, competían por el liderazgo los colombianos reunidos, sobre todo, en los grupos de La Nueva Prensa y de la Línea Dura.

El nacionalismo que emana del documento pone su atención en Colombia. Ya en el documento programático de 1961, la ANAPO se había definido como «movimiento colombianista», lo que estaba muy ligado al tipo de soluciones que los anapistas proponían para resolver los grandes problemas del país. El destacado lugar que ocupan las referencias a las soluciones, por encima incluso del planteamiento de los problemas, dan a la plataforma un verdadero sentido

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de programa de gobierno. Mientras en 1961, los programas apuntaban a presentar propuestas de soluciones, entre 1964 y 1966, los ideólogos anapistas analizan los problemas, los ponderan. No se trata ahora de simples enunciados. Los problemas aparecen de manera jerarquizada; en un primer lugar, destacan los problemas ocasionados por el alto costo de la vida y los efectos sociales del crecimiento demográfico. Afirman que «el hambre y la carestía, cada vez mayores, continuarán golpeando al pueblo colombiano mientras el Frente Nacional continúe en el poder». El incremento de la población y su desplazamiento a unos centros urbanos no preparados para su absorción ocasiona problemas como: la falta de vivienda, de servicios de salud, el auge de la violencia, las enfermedades, la pobreza, la falta de educación, el desempleo, etc. Todos de posible solución en corto tiempo, sostienen, si existiera voluntad de los gobernantes para ello.

Por reflejarse negativamente en la eficiencia de la administración pública y en el establecimiento de privilegios y preferencias en todas las estructuras del Estado colombiano, los ideólogos de la ANAPO vieron en el aumento de la burocracia uno de los problemas más graves del país. Asi mismo opinaron del subdesarrollo ocasionado, según afirmaban, por la deficiente planeación económica y la incapacidad dei establecimiento de llevarla a cabo.

Empero, las soluciones tenían que ser propias, ajenas de las ideologías importadas de corte comunista o capitalista. La plataforma considera como obstáculo para «el fortalecimiento de la nación» y como aliciente de la «tragedia colectiva», la presión que sobre la economía y la política nacional ejercen «los monopolios extranjeros en convivencia con leguleyos nacionales». La solución a éste y al resto de los problemas nacionales era el nacionalismo; en otras palabras, la realización de un programa nacionalista. Para ello proponen establecer estrechos vínculos entre el Estado, como «conductor de la nacionalidad» y el pueblo que, como colectivo, significaba parala ANAPO la misma «patria».

Para la solución de los problemas graves del país, la plataforma anapista lanzó al mercado de las propuestas una política nacionalista desde el Estado: nacionalización de las importaciones, del Banco de la República y de las riquezas del subsuelo. Afirmaba el documento, que en el país se había venido creando desde hacía muchos años una clase importadora, la cual se había constituido a la vez en uno de los pilares más poderosos de ia oligarquía, que disponía de las divisas del país y traían con ellas la maquinaria, los elementos de consumo que no se producían en Colombia: materias primas, material rodante, abonos, semillas, insecticidas, tractores, etc. Según los ideólogos anapistas, las casas importadoras se habían transformado «en tenebrosos antros de usura, acaparamiento y especulación». Por ello, consideraban que en el

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estado actual de la economía colombiana, nacionalizar las importaciones era la condición básica para que el costo de la vida bajara.104

No bastaba con las importaciones. Se necesitaba un complemento: nacionalizar el Banco de la República. Sólo así el Estado podía contar con las divisas necesarias para importar. A través de la nacionalización del Banco de la República, el Estado anapista manejaría también el crédito y tendría bajo su control los resortes de la vida económica del país. La dirección del Movimiento estaba segura de que con esta medida iba a poder «orientar el crédito en forma expansiva, organizar su distribución oportuna, reducir los intereses a los tipos estrictamente necesarios y hacer de él, no el negocio de la usura en que lo convirtieron los proceres del Frente Nacional, sino un verdadero servicio público destinado a acrecentar la producción industrial y agrícola»105.

La ANAPO planteó y presentó soluciones a los problemas de la salud y la educación. Señaló que por ser un movimiento nacionalista, la educación y la salud eran los objetivos principales de su política interna. Dentro de su perspectiva de establecer un Estado nacionalista, la plataforma plantea que «los recursos del Estado deben estar orientados a la recuperación y conservación de la salud del pueblo colombiano y a que éste logre la cultura que le niega el sistema del Frente Nacional. Esta propuesta era concebida desde la preocupación que manifestaba la ANAPO de dignificar al «pueblo colombiano», como requisito para acelerar los planes de desarrollo y lograr la «afirmación de la personalidad y soberanía del país», ya que «el capital humano, afirmaban, es el elemento fundamental de la nacionalidad».

Declarando que «toda familia colombiana tiene derecho a poseer casa propia», sostuvo que ningún plan eficaz de vivienda podía limitarse a resolver las necesidades del momento en que se elaborara, sino en prever el futuro con «índices aumentativos de la población». Los anapistas vieron en la reestructuración de la política comercial, la solución al problema de la incapacidad del país para financiar los planes de vivienda. Partiendo de su propuesta de propiciar y establecer relaciones comerciales con todos los países del mundo, los anapistas vislumbraron la posibilidad de obtener recursos monetarios, materiales y máquinas para la construcción de viviendas, a través del capital europeo y mediante pactos de trueque y tratados de compensación con los países del Este106. Habló la plataforma de expropiar latifundios urbanos y de controlar los arrendamientos mientras no se resolviera el problema de la vivienda.

104 Véase Plataforma de la Alianza Nacional Popular, Op. dt ,p. 14. 105 Ibid. p. 15. "*• Ibid.

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La ANAPO llevó su pragmatismo político a sus propuestas sobre reforma agraria. Defendió el derecho a la propiedad privada para diferenciarse de movimientos ubicados a su izquierda y rechazó la riqueza mal adquirida o mal heredada para no ser identificada con los partidos tradicionales. Anotó la plataforma que el objetivo de la reforma agraria que proponían los ideólogos anapistas, era «el aumento de la riqueza agrícola». Para tal efecto señaló la necesidad de poner en producción las tierras sin cultivo existentes en el país. Con esto, se abastecería el mercado interno y se crearían nuevas fuentes de divisas. La propuesta se sintetizaba en la realización de planes de producción intensiva en grandes zonas de labores mediante la utilización de maquinaria moderna. «La competencia en el mercado internacional -leemos en el documento- impone el abaratamiento en los costos de producción para lo cual es necesario la maquinaria agrícola moderna, el cultivo de extensas zonas de terreno y el crédito conveniente y oportuno, y principalmente la ayuda eficaz del gobierno, para estimular y defender el trabajo»107.

Hablaba el documento también, de «la formación sistemática de grandes unidades territoriales de explotación por cooperativas y uniones campesinas», como manera de lograr efectivamente el aumento de la producción agraria. Sostenían que «la organización de cooperativas y uniones de labriegos» hacía posible la creación de capitales inmediatos y potenciales. Apuntaba que «esos capitales deben estar capacitados para adquirir maquinaria agrícola, formar centros mecánicos y estaciones de tractores con talleres de reparación y almacenaje de repuestos»108. Los dirigentes nacionales del anapismo se pronunciaron en la plataforma a favor del crédito barato y oportuno, del seguro de cosechas, de la planificación de inversiones y producción, de la mecanización del trabajo y de la organización cooperativa de propietarios y labriegos; de la expropiación de los «latifundios sin cultivo» y de la «vialización de los territorios potencialmente productivos para hacerles accesibles a los mercados». Encontró reflejo en el principal documento del Movimiento, las iniciativas que defendían sus representantes en el Parlamento.

Los anapistas se declararon adversos a las parcelaciones. Consideraban que esa política a la vez que multiplicaba el minifundismo, no permitía el mejoramiento real de la población campesina como tampoco el abastecimiento nacional. Estimaron que la tierra del Estado debía regalarse a quien deseara explotarla.

De llevarse a cabo las anteriores políticas expuestas, al pensar de los redactores del documento, el país lograría: lo. Autonomía en cuanto a planeación económica, control y distribución de la riqueza; 2o. Robustecimiento del sector

Ibidp. is Ibiip. 18

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industrial; 3o. Poder y capacidad de negociación en el concierto internacional, al tener absoluto control sobre las riquezas del subsuelo; y 4o. Facilidades de transporte en la actividad comercial con otros países.

En síntesis: La plataforma de la ANAPO consideraba responsabilidad del Estado: lo. Construir vivienda para empleados y obreros con las condiciones mínimas de salubridad y comodidad, fines a los que contribuiría una Reforma Urbana que expropiará bienes inmuebles y absorberá las utilidades de valorización de los predios urbanos; 2o. Prestar los servicios médicos, odontológicos, hospitalarios e inclusive el abastecimiento de drogas; 3o. Crear centros de educación pública en todos los niveles, así como la utilización de la televisión con fines educativos.

Como se puede apreciar, no hay una propuesta de solución concreta en la plataforma más importante que la intervención del Estado. El gran Estado interventor era indispensable para lograr «el fortalecimiento de la vida nacional» y «defender los intereses nacionales». Bastaba cambiar el establecimiento y garantizar la satisfacción de las necesidades básicas: vivienda, educación, salud y trabajo, para que el país lograra superar el subdesarrollo y alcanzara soberanía económica y autonomía necesarias para competir en el mercado internacional.

La ANAPO planteaba la posibildad de crear «un Estado de raíz popular y de objetivos nacionalistas» con base en un «sistema de gobierno cristiano, nacionalista y democrático» que reformara las instituciones. Para ello, y al igual que en 1961, la plataforma propone una Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa, que genere el espacio adecuado para «la revisión y actualización de la Constitución». En ese aspecto, les interesaba a los anapistas profesionalizar a los funcionarios públicos, tanto a los empleados de las instituciones estatales como a sus cuadros para acabar con la ineficiencia, los privilegios y la corrupción, presentes según afirmaban, en todas las esferas del Estado, ampliando de esa manera las posibilidades de participación en el control del mismo. Por ello su plataforma explicaba los beneficios que le traería al país su propuesta de «elección popular de alcaldes y gobernadores», de «carrera administrativa» y de la «revocatoria del mandato por incumplimiento de funciones». De acuerdo con la ANAPO, la justicia, como manifestación de igualdad e imparcialidad del Estado ante la sociedad, requería de mayor independencia y autonomía para su correcto funcionamiento. En ese sentido, la agrupación consideraba importante el establecimiento de la carrera judicial y el fortalecimiento del Ministerio respectivo. Propuestas éstas que se hacían con alusiones a la imparcialidad de que fue y era víctima, antes y después de haber estado preso sin comprobársele ningún delito. Rojas Pinilla y a la irresponsabilidad penal de la gran prensa. El otro espacio institucional que interesó a los anapistas fue el militar. Con unas «Fuerzas Militares modernamente instruidas», plantearon los redactores de la plataforma, la nación además de contar con su colaboración para realizar las políticas del Estado

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podría defender eficazmente su «territorio» y «soberanía». El documento propone entonces la capacitación de los oficiales en centros extranjeros y el ascenso de los suboficiales hasta la jerarquía de capitán.

De igual manera, la plataforma defendió y sobrevaloró el trabajo, la dignidad, la libertad, la moral, la justicia, la igualdad y la verdad. Valores generales de gran importancia según leemos para la reconstrucción de la nacionalidad y el logro de la tranquilidad colectiva.

Los destinatarios positivos del discurso de la ANAPO estaban estrechamente ligados a su carácter y propósitos nacionalistas. Sin duda se reafirmaba su vocación popular. El pueblo continuaba siendo el principal auditorio del mensaje político de la ANAPO. Acompañado algunas veces de atributos generales como «pueblo colombiano» o particulares como «pueblo civil», «pueblo liberal», «pueblo conservador», «pueblo militar». La organización siguió como de costumbre hablando a nombre de los humildes, de los desamparados para quienes intentaba erigirse como salvadora. Pero la novedad estaba en el creciente número de paradestinatarios a donde quería llegar el movimiento. Con intensidad habló de los colombianos, de las gentes, de los ciudadanos y de la población en general. Se hacen evidentes apelaciones a sectores sociales que en la anterior plataforma apenas se percibían; «pequeños industriales», «pequeños comerciantes», «artesanos», «vendedores ambulantes», «pequeños transportadores», «comerciantes al detal», presentándose también la ANAPO como su salvadora. «A los campesinos, a los pequeños industriales, a los pequeños comerciantes -se lee en el documento- se les niega o se les conceden migajas con las que no pueden resolver los problemas de abastecimiento de materias primas, adquisición de equipos, sostenimiento de las empresas en etapas iniciales o difíciles, sino que casi siempre agravan su situación»109.

Los ideólogos del anapismo se detuvieron en la pequeña industria. Hablaron del apoyo y protección que el Estado debía brindar a quienes de ella dependían o dependieran. Prometieron llevar a cabo una «legislación eficaz que planificara la producción y les garantizara su permanencia en el mercado nacional y a la vez, los protegiera de la guerra desleal. Anotaron que al pequeño industrial se le debía suministrar crédito oportuno y suficiente, con plazos e intereses adecuados a su desarrollo y crecimiento. Para este fin se crearían recursos financieros por medio de un Banco Obrero o de una poderosa Caja de Ahorros.

Consciente de que no se podía hablar de nacionalismo excluyendo sectores claves de la economía del país, la ANAPO amplía el campo de sus destinatarios convocando a todos «los productores del campo y la ciudad», a «los empresarios», a «los grandes industriales», a «los comerciantes», a «los

109 Ibid. p. 15.

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transportadores», a «los agricultores», a «los ganaderos» y a «los capitalistas con sensibilidad social». Es nueva también la alusión a grupos sociales en quienes la agrupación esperaba encontrar eco a sus planteamientos relacionados con el desarrollo y el progreso: «los hombres de ciencia», «los escritores», «los médicos», «los ingenieros», «los botánicos», «los economistas», «los expertos en finanzas», y «los artistas e intelectuales». El discurso llamaba no a la universidad sino a «los universitarios», no a las Fuerzas Armadas sino a «los militares», no a la Iglesia sino a «los sacerdotes de ciudad», y a «los curas de aldea», para la construcción del Estado nacionalista. Sostenían los anapistas en la plataforma, que las Instituciones oficiales habían perdido su verdadera orientación. En cambio ponía sus esperanzas en las bases de tales instituciones para crear «la nueva conciencia social». Por último, convocaron los anapistas a «los trabajadores», «los empleados», «la clase trabajadora», «la clase media» y «el consumidor», al igual que a «los obreros», a «los campesinos», y en general a «las muchedumbres urbanas y campesinas», etc.

Así terminó 1964. Los anapistas lanzaron a la circulación de los programas políticos el más denso de los documentos existentes en el país. Por un lado, resplandecía la Alianza Nacional Popular como el Movimiento nacionalista por excelencia. Por otro lado, sin renunciar a su propia tradición de movimiento de origen conspirativo y asimilando los discursos hegemónicos de la época, los anapistas no consideraron pertinente aún, renunciar del todo, por lo menos en el discurso, a las vías de hecho para la conquista del poder. «Mientras la casta plutocrática controle el aparato del Estado, y sostenga su hegemonía con la utilización de medios represivos tales como la violencia política, la coacción y el soborno -se lee al final del documento- es moral y socialmente lícito luchar contra su imperio con uso de todos los elementos de fuerza que se dispongan»110. Si el contenido económico de la mayor parte del documento estaba identificado con alternativas de poder nacional-reformistas y por su destinatario social la plataforma presentaba a la ANAPO como un movimiento populista, la parte final del documento se sintonizaba plenamente con un tipo de discurso que había ido ganando espacio en la conciencia de los colombianos; el discurso de la izquierda radical: «Como no es posible que esa casta se despoje de sus privilegios en un asombroso acto de generosidad, ni que permita que sea vencida por la vía electoral es preciso preparar al pueblo para que insurja contra la iniquidad reinante por medio de la acción insurreccional. Esa acción debe contemplar desde el sabotaje, la agitación obrera y campesina contra la explotación, la lucha callejera y la resistencia individual armada, hasta la huelga general y el alzamiento». Esto que los redactores de la plataforma denominaron una dinámica indispensable, pasaría poco tiempo después a hacer parte del inventario político de los comunistas bajo la denominación de «combinación de todas las formas de lucha».

Ibid. p. 34.

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El documento principal del Movimiento anapista, sin embargo, dejaba premonitoriamente escrito el camino por el cual continuaría su ascenso al poder: «Solamente en el caso de que falle este tipo de lucha debido a la presión del Estado gendarme contra el inerme ejército de los humildes y a la indigna complicidad nacional, tendría que optarse por recurrir a la variante civil de las elecciones populares pero haciendo de ellas un episodio beligerante de nuestra batalla sin concepción alguna a quienes se han valido de esos tramposos medios para escamotear la voluntad nacional. Que si llegamos a ese extremo, defendamos nuestro derecho y nuestra opinión electoral como se defienden todas las cosas trascendentales: la vida, el pan, la paz»111.

111 Ibid, p. 35.

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