51

139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

  • Upload
    others

  • View
    4

  • Download
    0

Embed Size (px)

Citation preview

Page 1: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)
Page 2: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

139

UNAS NOTAS SOBRE LA INVESTIGACIÓN

ARQUEOLÓGICA EN COAÑA

El Castelón de Villacondide es el máspopular de los yacimientos excavados en As-turias. Mejor conocido como El Castro deCoaña, en este poblado de la Edad del Hie-rro las primeras intervenciones se remontanal siglo XIX y, desde entonces, la excavaciónde sus monumentales ruinas progresó parejaa la construcción de la Arqueología comodisciplina científica.

Y es que pocos yacimientos ejemplifi-can como éste la historia de la actividad ar-queológica en Asturias. Desde las investiga-ciones decimonónicas, pioneras en su cam-po, hasta las campañas más recientes deconsolidación, El Castelón ha sido testigodel progreso de una disciplina que aún esta-ba por definir cuando se autorizaron las pri-meras excavaciones en Coaña. Desde en-tonces fue objeto de intervenciones esporá-dicas que, con mayor o menor fortuna, hancontribuido a modelar su aspecto actual yconvertirlo en un referente en la Arqueolo-gía peninsular. Sin embargo, un historialtan prolongado y concurrido no podía me-

nos que pasar factura: el Castelón de Coañaes, a pesar de la gran extensión de pobladoexhumado, un referente de utilidad históri-ca limitada, donde el registro arqueológicoha sido alterado y gradualmente mutilado,cuyas ruinas reflejan hoy la crónica fosiliza-da de su propia investigación.

Por esta razón, procurar un discurso sis-temático al modo que puede presentarse ladescripción de lo conocido en otros yaci-mientos arqueológicos de la región no es, enel caso de Coaña, una tarea que pueda eva-dirse de las circunstancias que condujeron aque las ruinas desperdigadas por esta colinallegasen a ser, durante algún tiempo, alusióninexcusable en los estudios más destacadosde la Protohistoria atlántica y que su evoca-dora imagen se consolidase como paradigmaiconográfico del poblado fortificado de laEdad del Hierro para diluirse después comoreferencia tópica, pero insignificante, en elacervo arqueológico peninsular. Una derivaa la que no resultaron ajenas ni la crítica exa-cerbada ni la injustificable indolencia conque se empañó su excepcional valor históri-co e historiográfico.

El Castro de CoañaUn poblado fortificado en los albores de

la Historia de Asturias

ÁNGEL VILLA VALDÉS

Page 3: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

Conocer qué fue y qué significó este lu-gar durante el periodo en que se mantuvohabitado son preguntas a las que sólo se harespondido de manera fragmentaria, cuandono antitética, a lo largo de los dos siglos queel yacimiento ya acumula de estudios de cor-te científico. Una amalgama de hipótesis, da-tos y reliquias arqueológicas que procurare-mos reordenar en este trabajo a la luz del es-tado actual de conocimiento de la culturacastreña (fig. 1).

La ruinas de Coaña a comienzos del siglo XIXsegún Pedro Canel Acevedo

El 21 de mayo de 1818, en una Españalacerada por la guerra y las tensiones socialesque caracterizaron el fin del Antiguo Régi-men, fue publicado en la Gaceta de Madridel artículo “Noega (hoy Navia). Origen de laantigua Noega en el Principado de Asturias,población tubalista anterior a los romanos y

cartagineses”, primera descripción de las rui-nas de Coaña que firmó Pedro Canel Aceve-do1. Era en realidad una versión abreviada dela memoria que remitiría el polígrafo asturia-no el 15 de julio a la Real Academia de laHistoria en el que, junto con interesantes da-tos acerca de los restos allí descubiertos, seconcluyen fantásticas consideraciones sobrela antigüedad del asentamiento y su vincula-ción con los descendientes de Noé. La Aca-demia reconoció su meritorio esfuerzo perorechazó tales conclusiones en coherente ejer-cicio con la tarea a ella encomendada de ayu-dar a “purificar y limpiar la historia de Espa-ña de las fábulas que la deslucen” y dio dis-

140

1 Pedro Díaz-Canel Lastra y Acevedo, nacido en la casa del Or-to, de Prelo, en el concejo de Boal, formó parte del grupo deescritores que “rezagados del XVIII” publicaron en las prime-ras décadas del siguiente siglo, comprometidos con los aconte-cimientos que por entonces sacudían el país, textos poéticos yperiodísticos cuya temática se articula en torno a las ideales delibertad, constitución y patria (Ruiz de la Peña, 2012: 376).

Fig. 1. Imagen actual del “barrio extramuros” cuya excavación prácticamente se completó en 1942.

Page 4: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

141

creta respuesta a la pretensión del licenciadoCanel de acceder a la Real institución con sudesignación, ese mismo año, como académi-co correspondiente (Acevedo, 1900: 362).

Despojada de la exégesis histórica queatribuye al lugar, la descripción de las ruinasde Coaña2 ofrece una referencia objetiva yverosímil del aspecto que el lugar debía pre-sentar a comienzos del XIX. Nos informa deque, al menos, 30 construcciones eran reco-nocibles en toda su traza, edificios de plantaredondeada y aislada con hasta 2 m de alturay unos 5 m de diámetro. El conjunto se mos-traba como una trama abigarrada delimitadapor un “murallón” de unos 4 m de altura.También se menciona el grosor y tipo de ma-terial empleado en la fábrica de las paredesasí como la continua rapiña que de los para-mentos hacían los lugareños para levantarcercados, casas y otras obras rústicas.

Particular atención dedica al gran pilónsituado junto a las saunas y a la conocida co-mo estela discoidea de Coaña. Respecto alprimero, al que se refiere como “baño enor-me de piedra granito fino talcoso”, lo descri-be como elemento exento, en principio sinvínculo reconocible con ninguna construc-ción como cabría esperar de encontrarse visi-ble el edificio termal inmediatao y la singularcubierta a dos aguas con los robustos murosque la soportan. En lo concerniente a la pie-dra labrada de Coaña, Canel la describe “configura de una pala con que se introduce elpan en el horno” e indica que fue trasladadahasta allí en la manga de Nuestra Señora, se-gún “ridícula y vulgar tradición”, aportandoasí un interesante apunte pues de su relatoparece desprenderse que la célebre estela dis-coidea pudiera haber sido descubierta, no enel entorno del lugar en el que hoy se exhibe,sino en el área inmediata a las ruinas o en elpropio yacimiento.

Otra mención a resaltar en el texto, porrazones que más tarde expondremos, es laque atañe a elementos que podrían conside-rarse exóticos en el contexto de unas ruinascastreñas, caso de las “columnas trabajadas”

que fueron destruidas por los campesinos pa-ra sus obras rústicas, suerte que, por cierto, apunto estuvo de ser también la de la citadaestela.

La Comisión Provincial de Monumentos, JoséMaría Flórez y el origen de la Arqueología cas-treña en Asturias

En enero de 1877, José María Flórez yGonzález, un maestro natural de Cangas delNarcea y miembro de la Sociedad Económi-ca de Amigos del País, obtuvo el patrociniode la Comisión Provincial de Monumentos,de la que era vocal, para la realización de ex-cavaciones arqueológicas en Coaña, lugarque había conocido en julio de 1876 (fig. 2).

No era ésta la primera incursión del eru-dito cangués en el ámbito de los monumen-tos antiguos, pues, como recordaba FermínCanella, había sido autor de dos importantesmonografías, una relativa a la iglesia de SanJulián de los Prados, en Oviedo, remitidacon sus dibujos a la Real Academia de BellasArtes de San Fernando para ser aprovechadaen la publicación de los Monumentos Arqui-tectónicos de España, y otra referente a lasPinturas murales de Santa María de Celón, en

Fig. 2. José María Flórez y González.

2 Reproducida recientemente por J. Camino (2005: 140-141).

Page 5: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

Allande, incluidas en el tomo VI del MuseoEspañol de Antigüedades.

Obtenida la autorización de la Real Aca-demia de la Historia, Flórez que era ademásestudioso destacado de la cultura de la Astu-rias occidental y profundo conocedor de lastradiciones vaqueiras, puso manos a la obraen el verano de 18773 (fig. 3).

Los discretos recursos dispuestos para laempresa, 400 pesetas, no facilitaban, en pala-bras del investigador, una excavación orde-nada, debiendo limitarse a la exploración deaquellas ruinas “mejor detalladas sobre la su-perficie del terreno”. Si bien su labor en Co-aña fue calificada, de forma un tanto severa,de “rebusca” por García y Bellido, debe valo-rarse en su justo contexto la actitud y crite-rios aplicados por José María Flórez en sutrabajo. Corría el año 1877 y faltaba aún unadécada para que, por poner un ejemplo derelevancia europea, Pitt-Rivers comience lasexcavaciones en Cranborne Chase cuyas pu-blicaciones, muestra señera del rigor meto-dológico en la práctica arqueológica decimo-nónica, no verán la luz hasta finales de siglo.Los postulados metodológicos que animaron

la labor de Flórez podrían figurar hoy, de ha-ber desarrollado sus investigaciones en yaci-mientos británicos o franceses, entre las in-vestigaciones de mención obligada al tratarel nacimiento y tránsito de la Arqueologíadesde el coleccionismo hasta su reconoci-miento como ciencia.

A la vista del importante asentamientoque creía tener entre manos, reflexionó ensus escritos acerca de cuestiones avanzadaspara su época y, desde luego, radicalmenteajenas a los usos de coleccionistas y buscado-res de tesoros. Cuando alcanza la conclusiónde encontrarse ante una fortificación militarde época romana lo hace tras haber conside-rado aspectos tan diversos como las condi-ciones de habitabilidad del cerro, la valora-ción de los recursos agrarios y minerales ensu entorno próximo o las vías históricas decomunicación, y apoyado en un registro deobjetos en absoluto despreciable, meritoria-mente reproducido en sus dibujos y acuare-las, procuró “no sólo copiar fielmente cuan-tos objetos hallados pudiesen contribuir á es-clarecer este asunto, sinó que nos hemos pro-puesto fijar la posición y sitio que ocupabanlos mismos, circunstancia, á nuestro enten-der, importantísima en tales investigaciones”(1878: 13).

Flórez estimó en un centenar las “cho-

142

Fig. 3. Plano del cerro según José María Flórez y González.

3 La familia Flórez frecuentaba la villa de Navia durante las vaca-ciones estivales del docente por ser su esposa natural de esta lo-calidad (comunicación verbal de Joaco López Álvarez).

Page 6: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

143

zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto delasentamiento, considerando una poblaciónen torno a las 800 almas (figs. 4 y 5). De lopublicado puede deducirse su probable in-

tervención en unas veinte construcciones delas cuales una decena fueron totalmente ex-cavadas. El croquis incluido en la memoriapermite identificar éstos edificios con razo-nable precisión y, por consiguiente, localizar

04. Dibujo de Flórez en el que sitúa las cabañas excavadas con indicación del lugar en el que se encontraron los principalesobjetos recogidos durante la campaña de 1877.

Fig. 5. Identificación de las cabañas exploradas por Flórez en 1877 sobre un plano actual de Coaña.

Page 7: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

144

la posición precisa de los objetos descritospor el excavador, entre los que se mencionan,junto con piezas más o menos singulares co-mo molinos, cerámicas exóticas y objetosmetálicos otros que, prueba de su sensatezmetodológica, también consideró significati-vos como escorias de hierro, cantos rodadosy carbón vegetal. No dudó en considerar lasahora denominadas piedras de cazoleta, unade las producciones más originales de los cas-tros del Navia, morteros para triturar sustan-cias vegetales y granos.

Esta documentación fue recogida en LaMemoria relativa a las excavaciones de El Cas-tellón en el concejo de Coaña, publicación dela que fueron editados 250 ejemplares y quepuso digno término a una empresa inéditapor aquel entonces en Asturias merecedorade mayor reconocimiento entre los suyos.

Antonio García y Bellido y Juan Uría Ríu. Lacreación del símbolo

El Castro de Coaña no despertó en lasdécadas restantes de siglo, ni en las primerasdel siguiente, mayor atención entre los ar-queólogos del país. En realidad, salva hechala excepción de El Castru de Caravia con lafugaz incursión de Aurelio de Llano (1917-1918), el interés de los prehistoriadores loca-les y otros colegas europeos se inclinó mayo-ritariamente por el estudio de las cuevasorientales y su ocupación primitiva. El des-

lumbrante descubrimiento del arte paleolíti-co producido en Altamira, denostado hastasu universal aceptación tras producirse a fi-nes de siglo otros hallazgos en Francia, elposterior rosario de hallazgos de nuevas cue-vas en Asturias4 y en el oriente de la regióncantábrica, desviaron buena parte del capitalinvestigador nacional hacia este periodo de laPrehistoria.

Habrían de transcurrir más de 60 añosdesde que José María Flórez trabajase en elcastro hasta que Antonio García y Bellido,de la mano del erudito local, Juan Uría Ríuemprendiesen la aventura arqueológica másimportante para Coaña y su general recono-cimiento (fig. 6).

Juan Uría, profesor de la Universidadovetense, si bien centrado, en especial a par-tir de los años cuarenta, en el estudio de lostiempos medievales, hizo gala durante todasu vida de una prolífica inquietud intelectualforjada en tiempos de su formación universi-taria en Madrid en la que influyeron maes-tros y compañeros como Luis de Hoyos, Te-lesforo de Aranzadi, Hugo Obermaier, Sán-chez Albornoz y, sobre todo, como destacaJuan Ignacio Ruiz de la Peña, Manuel Gó-mez Moreno. Sus primeras publicaciones,aparecidas en los años veinte, dan cuenta delamplio territorio científico sobre el que ma-nifestó interés dentro del campo interdisci-plinar de la Antropología, Etnografía y Pre-historia (Ruiz de la Peña, 1997: 46-48). Elconvencimiento acerca de la entidad científi-ca del yacimiento coañés y su potencial co-mo fuente de información acerca de los pue-blos de la Asturias antigua conseguirá per-suadir a Antonio García y Bellido, una de lasgrandes figuras de la Arqueología españoladel siglo XX, para que dirija junto a él las ex-cavaciones en El Castelón de Villacondide.

Antonio García y Bellido estaba poraquel tiempo concluyendo su estudio sobreLos fenicios y cartagineses en el Occidente quesería publicado en 1942. Aunque orientadoen juventud hacia los estudios de arte, su te-sis versó sobre Los Churriguera, pronto de-

4 El Quintanal, La Loja y El Pindal (1908), La Herrería (1912),La Peña de Candamo (1914), El Buxu y Las Mestas (1916)

Fig. 6. Antonio García y Bellido junto con Juan Uría Ríudurante la exploración preliminar de 1939. La foto fue to-mada por el periodista y arqueólogo aficionado José MaríaFernández Buelta, quien informó de las excavaciones en el

diario La Nueva España.

Page 8: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

145

cantó su afición investigadora hacia el mun-do mediterráneo y su proyección colonial enla península ibérica. La invitación de JuanUría y la dedicación que prestará al castro deCoaña a lo largo de su vida constituye un lla-mativo paréntesis temático en una carreravolcada hacia la Arqueología clásica greco-rromana.

La biografía y trayectoria formativa deGarcía y Bellido ha sido minuciosamenteglosada por cualificados investigadores encuyas crónicas son lugar común la referenciaa los continuos viajes de estudio y a su obse-sión por el conocimiento directo de la mate-ria tratada, ya fuese metalistería bizantina,escultura ibérica o cerrajería del barroco es-pañol (García-Bellido, 2002; Blánquez &Pérez, 2004; Bendala et al., 2005). La deci-sión de aceptar el ofrecimiento debe enten-derse en un contexto historiográfico muypreciso que, como ha descrito Mª Paz Gar-cía-Bellido, situó a Coaña “en un punto cla-ve dentro de la dinámica científica europea”.Un tiempo de búsqueda y caracterización delas comunidades étnicas aludidas en las noti-

cias históricas en que tomaron destacadoprotagonismo un grupo de jóvenes investiga-dores españoles formados en las escuelas eu-ropeas, fundamentalmente alemanas, capita-neados por Bosch Gimpera y entre los que secontaban, Almagro, Tovar y el propio GarcíaBellido (García-Bellido, 2002: 40).

Junto con Uría Ríu excavará en Coaña en-tre 1940 y 1942, tiempo en el que exploraránla práctica totalidad de la superficie del barrioextramuros y del recinto amurallado superior oAcrópolis5. La prestigiosa posición científica deGarcía y Bellido y su prolífica obra introduje-ron el yacimiento en los círculos bibliográficosespecializados y provocaron un interés inme-diato por el castro, cuya imagen se fija, a partirde entonces, con sus magistrales y sugerentesdibujos, como recreación modélica de los po-blados fortificados de la Edad del Hierro delnorte peninsular (fig. 7).

Fig. 7. Primera recreación del “barrio extramuros” realizada por Antonio García y Bellido en 1941 ligeramente corregidaen el dibujo publicado un año más tarde en el que, por ejemplo, suprime el pasillo interior de la muralla. El autor bautizócomo anaparástasis estos magistrales bocetos que habrían de convertirse en la imagen más representativa de los poblados

fortificados de la Edad del Hierro del noroeste peninsular.

5 Para comprender la magnitud de los trabajos baste recordarque sólo durante la primera campaña de excavaciones en Coa-ña participaron 36 obreros que, en 13 días de trabajo, dejaronal descubierto 21 casas (García y Bellido & Uría, 1940: 109).

Page 9: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

La revisión histórica: Francisco Jordá Cerdá,José Luis Maya y Elías Carrocera

En 1959 Francisco Jordá retomó las ex-cavaciones en campañas estivales que se pro-longarán durante 1960 y 1961. En este pe-riodo la actividad se centró en el torreón y re-cinto sacro, con alguna incursión en áreas yaexcavadas. Unos años más tarde, en 1982, es-te mismo autor dirige, junto a José Luis Ma-ya, una pequeña intervención sobre la acró-polis en sectores explorados antes por Garcíay Bellido (Maya 1988: 27).

A partir de 1985, bajo la dirección deElías Carrocera, se practicaron sondeos endiferentes sectores del poblado, justificadosalgunos en los estudios necesarios para la ela-boración de su tesis doctoral, otros comoparte de los trabajos de consolidación quedurante 1989 y 1991 se experimentaron enCoaña (Gordillo, 1997; Carrocera, 2003).Durante este tiempo se sondearán las defen-sas y el recinto de la Acrópolis, la terraza oc-cidental del barrio extramuros, una decenade cabañas y el torreón, descubriéndose tam-bién la vía y la entrada sudoriental.

Últimos trabajos: conservación y nuevos estu-dios

Finalmente, durante 2008 y 2009 se lle-varon a cabo las que, por el momento, sonlas últimas intervenciones en el yacimiento.Excavaciones vinculadas con los trabajos deconsolidación de las viejas saunas castreñas yla puerta de la Acrópolis realizadas bajo la di-rección de los arqueólogos Alfonso Menén-dez y Ángel Villa en el marco del Plan Ar-queológico del Navia-Eo que patrocinaba laConsejería de Cultura del Principado de As-turias.

LAS FORTIFICACIONES

La exploración de las fortificaciones deCoaña se ha visto comparativamente relega-da por los estudios realizados sobre el exten-so caserío del “barrio extramuros”, los enig-máticos edificios del “recinto sacro” y lascuestiones relativas al significado arqueológi-co de los ajuares recogidos en el Museo de

Asturias. Razones de todo tipo, incluidas lasderivadas de la urgencia por consolidar y evi-tar el deterioro de las ruinas justifican estaatención menor a las defensas del poblado.

El historial de intervenciones sobre fososy murallas comienza con las excavaciones deGarcía y Bellido, tiempo en el que se exhu-ma una parte sustancial del perímetro amu-rallado de la Acrópolis y se identifica el traza-do de la muralla que protegía el frente sep-tentrional del denominado “barrio extramu-ros”. En el transcurso de estas campañas serestauró la estructura que abrazaba el recintopor el nordeste mientras que el sector occi-dental, muy degradado y en parte sellado porel suelo de la época, fue enmascarado trasuna terraza de nueva factura que contuvograndes masas de escombro producidos, pro-bablemente, durante la excavación arqueoló-gica (fig. 8).

En 1985 Elías Carrocera practica variossondeos sobre la muralla de la Acrópolisidentificando su trazado original hacia elnoroeste, donde coincide bajo la línea re-construida por Jordá (fig. 10), y en años pos-teriores, hasta 1992, con la exploración dediversos puntos del perímetro fortificado,tiempo durante el que reconoció el foso me-ridional y los cuerpos de guardia que flan-queaban la calzada de acceso al poblado porel sureste. En estos años también se localizanlos tramos ocultos de la muralla del barrioextramuros (Villa, 2007).

Por último, en 2008 y 2009, con motivode los trabajos de consolidación de la saunasy la puerta de la acrópolis, se realizaron exca-vaciones sobre el paramento interior de lamuralla de las que se obtuvieron las primerasseries estratigráficas relativas al proceso defortificación y uso del recinto (Menéndez &Villa, e.p.).

Con este bagaje informativo es posibleofrecer una visión general de las principalesfortificaciones dispuestas en torno a la colinaaunque, lamentablemente, esta lectura frag-mentaria ofrece pocos apoyos para compo-ner un discurso diacrónico que abarque lossiglos en los que Coaña mantuvo su condi-ción de poblado fortificado.

146

Page 10: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

Por el momento, la obra defensiva másantigua parece ser la muralla que cercaba laAcrópolis, al menos desde el siglo V a.C. Losrestos de su fábrica, levantados sobre la rocaviva, son reconocibles en múltiples puntosdel recorrido si bien en la traza se adviertenreparaciones y reformas que no facilitan ma-yor precisión acerca del lugar en el que seabría la puerta o puertas de acceso a la mesetacumbreña. Hacia el mediodía, protegiendosu flanco más asequible se dispone el foso, la-brado en la roca, que ha sido puntualmentesondeado y que la topografía sugiere pudieraser doble. Presenta una amplitud de unos 8,5m y altura semejante entre la cima del escarpeinterior y la base de la trinchera. Aunque nocabe descartar una mayor antigüedad, su per-fil y la fábrica del reducido lienzo de murallaconservado le otorgan, al menos en su últimaconfiguración, una enorme similitud con lasobras de actualización defensiva realizadas encastros como el Chao Samartín durante el si-glo I d.C. (fig. 9).

Una segunda línea de muralla se disponecircundando el “barrio extramuros” descri-

biendo un cerrado arco en la falda norte dela colina. Su trazado original, sólo visible enel sector oriental, discurría hacia el Oeste ce-ñida al anillo exterior de cabaña, tal comoGarcía y Bellido lo representó en la recrea-ción publicada en 1942, con la que venía acorregir un dibujo anterior en el que mante-nía un amplio pasillo entre la cerca y los edi-ficios. Las modestas dimensiones que en apa-riencia conservaban los restos de la estructu-ra en este sector occidental le inclinaron a ca-lificarla como una simple tapia carente decualquier función militar (García y Bellido,1942: 240). Sin embargo, las secciones estra-tigráficas obtenidas en este sector del pobla-do revelan la existencia de una línea de mu-ralla que corre paralela al caserío y que fue le-vantada sobre el escarpe interior de un fosodel que apenas se han excavado los depósitosmás superficiales (fig. 10). Su localizaciónpermite suponerle una potencia en origen si-milar a la que aún se observa en el tramooriental donde el muro conserva unos 2,5 mde anchura entre paramentos. Desaparece deesta forma la incongruencia aparente entre

147

Fig. 8. Restauración de la muralla de Coaña durante la campaña de 1942 (© Archivo A. García y Bellido, nº inv. 26.472).

Page 11: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

148

Fig. 9. Vista del tramo excavado del foso meridional tomada en 1990 desde la acrópolis (foto cedida por Elías Carrocera).

Fig. 10. Secciones estratigráficas en las que se muestra la posición de la muralla que cercaba el barrio extramuros durante laEdad del Hierro. En ellas se advierte también el arranque del foso excavado a su pie.

Page 12: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

149

ambos tramos de la línea de cierre. La se-cuencia estratigráfica que pudo llegar a ob-servarse durante la consolidación de las caba-ñas alineadas a su sombra constató que se ha-bían producido corrimientos de tierra masi-vos a favor de ladera, tal vez como conse-cuencia de fallas en la muralla, que motiva-ron reparaciones e instalación de estructurasde contención, probablemente aquellas enque García y Bellido fundamentó su inter-pretación. El ajuar asociado a estos episodiosde fortificación previos a la reforma y confi-guración última del cinturón exterior de ca-bañas no muestra vinculación alguna con elrepertorio material generalizado a partir de laconquista romana (fig. 11).

Esta muralla flanquea el camino de apro-ximación al poblado en sus últimos 100 m deascenso hacia la puerta, distancia en la que laposición ventajosa del defensor se refuerzamediante un baluarte de planta curvilínea quese acoda sobre la vía estrangulando el pasocontra los muros de cierre del recinto oriental(fig. 12). Éstos se extienden a diferente cotaabrazando la falda oriental de la colina y defi-niendo un amplio espacio al que no se suelehacer mención en los estudios sobre el castroaunque la escasa superficie sondeada ha dadopruebas inequívocas de ocupación (fig. 13).

EL PAISAJE DOMÉSTICO

La abigarrada trama de edificios y es-tructuras que conforman el núcleo principalde habitación del castro se concentra en elárea que García y Bellido denominó “barrioextramuros”, un amplio recinto dispuestosobre la ladera noroccidental de la colina quese extiende al pie del cierre de la Acrópolisdelimitado por la muralla y varias líneas deterraza. Su aspecto actual nos muestra los re-lictos de un paisaje urbano no demasiado di-ferente al que conocieron los últimos habi-tantes del poblado. No obstante, tal impre-sión debe ser manejada con muchas cautelascuando se trata de proceder a su lectura ar-queológica y consiguiente interpretación his-tórica. Las ruinas hoy visibles de Coaña son,al tiempo, reflejo de una larga secuencia deocupación, de cada periodo de su historia yde ninguno en particular. La observación de-tenida de los muros, terrazas y estructuras deuso desconocido permite al visitante atentoadvertir un sinfín de reformas, superposicio-nes y añadidos que extravían cualquier em-peño por lograr una recreación razonable delconjunto. A la acción secular de los habitan-tes del poblado en su pertinaz renovación delos espacios domésticos sobre una topografíaincómoda, e inevitablemente desfavorable a

Fig. 11. Cerámicas de la Edad del Hierro contemporáneas de las fortificaciones que protegieron el barrio extramuros condecoración impresa, mamelones a la barbotina y líneas bruñidas.

Page 13: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

150

Fig. 12. Muralla y bastión que flanqueaban el último tramo del camino en su ascenso hacia las puertas del poblado.

cualquier expansión, se suma la no despre-ciable contribución de quienes procuraron,ya en tiempos recientes, la conservación delas ruinas con aportaciones que no siempreresultan de fácil reconocimiento.

Componer una interpretación verosímilde este laberíntico entramado mural se veademás seriamente lastrado por la endémicacarencia de referencias estratigráficas, de pie-zas contextualizadas y de dataciones absolu-tas, o lo que es lo mismo, de las herramientas

básicas en el quehacer arqueológico. Asípues, no cabe otra opción que apurar aquellasreferencias que nos proporcionan las publica-ciones de los que allí trabajaron y la observa-ción directa de las ruinas para procurar, conel aval de lo documentado en excavacionesmás recientes en otros sectores de éste y otroscastros próximos, la reconstrucción de unasecuencia histórica de varios siglos de pobla-miento continuo sobre la colina (fig. 14).

Las ruinas actuales, hemos de suponerreflejo más aproximado al que fue postreropaisaje construido del poblado, muestranuna dispersión en apariencia caótica sobre laque se consolidó la idea de un “urbanismo”castreño carente de planificación, conglome-rado anárquico de edificios generado por laocupación oportunista de los espacios dispo-nibles. Sobre el plano se observa el predomi-no hegemónico de las plantas circulares,oblongas o, en todo caso, levantadas conlienzos en los que se ignora el uso de media-nerías y encuentros angulares. Salvo en nomás de media docena de construcciones tra-zadas en origen sobre planta ortogonal, esta

Fig. 13. Línea de aterrazamiento y fortificación del recintooriental.

Page 14: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

151

solución se restringe a reparaciones y refor-mas puntuales de fábrica en periodos avanza-dos de la ocupación. La sospecha de que esteúltimo tipo de estructuras se habían introdu-cido en los poblados fortificados en épocaromana se vino a confirmar a partir de los re-gistros cronoestratigráficos documentadosen otros castros de la comarca. El ejemplomás notable de edificio de traza rectangularse localiza en la Acrópolis. Sus ruinas se ele-van sobre el flanco meridional de la puertaabierta en la muralla, dominando la vía deacceso a la explanada superior y se disponenen dirección aproximada E-W., con una lon-gitud de 12,5 m y 6,5 m de anchura. Excava-da hasta la roca en 1942, fue luego objeto dediversas intervenciones por parte de Jordá,Maya y Carrocera (Maya, 1988: 28; Carro-cera, 2003: 158). De acuerdo con lo publica-do el edificio presentaba una estancia única,con una superficie próxima a los 72 m2. Las

evidencias de lo que fue el vano de entrada seidentificaron sobre su fachada norte durantelas excavaciones más recientes. Al tiempo,también se corroboró la factura plenamenteromana de sus muros así como que éstos sealzaban sobre construcciones anteriores, detraza curvilínea, que han sido datadas duran-te los siglos IV-III a.C. (Menéndez & Villa,e.p.).

La utilización de plantas de lienzos mu-rales continuos, de traza de tendencia elip-soidal o rectilínea con esquina de naipe estáatestiguada en los patrones de la arquitecturacastreña regional desde su mismo debut enlas postrimerías de la Edad del Bronce. Así seresolvieron los ángulos de la gran cabaña dela Acrópolis del Chao Samartín, las cabañasdel la Primera Edad del Hierro de los castrosde Taramundi y San Chuis o la arquitecturadoméstica que, fabricada durante la segundamitad del milenio, alcanzaría el dominio ro-

Fig. 14. Plano del barrio norte o “extramuros” con numeración actualizada de los edificios exhumados desde 1877.

Page 15: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

152

mano en la generalidad de los poblados exca-vados, tal y como se ha documentado enPendia, Cabo Blanco y, más recientemente,en el propio castro de Coaña, donde los ho-rizontes de uso asociados a una de estas caba-ñas de planta curvilínea, destruida luego du-rante la apertura del vano y construcción dela vía de acceso a la Acrópolis, fueron data-dos entre los siglos III-IV a.C. (Menéndez &Villa, e.p)6 (fig. 15).

García y Bellido no dudó en reconocerla vigencia de una tradición que habría per-durado desde la Antigüedad en determina-dos tipos de arquitectura popular frecuentesen comunidades apartadas de Portugal, Gali-cia, Extremadura y Asturias, donde aun semantenían procedimientos y técnicas cons-tructivas “antiquísimos”, entre ellas la de lascasas redondas u oblongas con ángulos re-dondeados (1942: 238). Una propuesta ésta,

la del continuismo cultural, con la perviven-cia de la casa redonda como mejor testimo-nio, que fue severamente criticada pues ha-bría servido de argumento al perverso “esen-cialismo de tradición secular” a partir delcual se propugnaba, en opinión de sus críti-cos, la unidad étnica ancestral de la Penínsu-la Ibérica (Fernández-Posse & Sánchez-Pa-lencia, 2005: 152). La discusión acerca de lavigencia de ésta y otras fórmulas constructi-vas comunes con las aún practicadas en estosespacios marginales de la geografía hispanacuenta con una amplia bibliografía en la que,curiosamente, rara vez se consideran las pres-taciones funcionales que motivaron tan pro-longada utilidad (inter alia Paredes, 2007).La fábrica de casas, establos, cortines o col-menares evitando el encuentro de lienzos enángulo ofrece inestimables ventajas a la cons-trucción sobre superficies irregulares, inclusocon fuertes pendientes, al permitir una me-jor distribución de las cargas, simplificar deforma sustancial las exigencias del mampues-

6 Beta 278119 2240 +/- 40 BP Cal BC 390 to 200 (Cal BP2340 to 2150)

Fig. 15. Las excavaciones realizadas en 2009 con motivo de la consolidación de la puerta de la acrópolis permitieron iden-tificar restos de una construcción de traza circular yuxtapuesta a la muralla y datada entre los siglos III-IV a.C.

(foto: Alfonso Menéndez Granda).

Page 16: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

153

to en un territorio en que escasea la piedra decalidad, facilitar su transporte y requerir delalarife menor pericia que la resolución delencuentro de paredes en escuadra (Naveiras,2004).

La envergadura de estos edificios fue no-table disponiendo de amplios sobrados queofrecían espacios complementarios para eldescanso y el almacenamiento. Algunos lien-zos de los conservados en Coaña mantienenaún entre 3 y 4 m de alzado, altura que nodebió ser excepcional en la obra de piedra delas cabañas del poblado pues García y Belli-do reconoció durante la excavación paredesderrumbadas que habrían alcanzado dere-chas dimensiones similares (1942: 235), da-tos que concuerdan con los alzados estima-dos en castros como el Chano de Peranzanes,en la provincia de León o el de Vigo (Lópezet al., 2005) (fig. 16).

Una de las singularidades que ocasional-mente presentan las cabañas de planta circu-lar son los vestíbulos, así denominados porGarcía y Bellido (1941: 193), en realidaduna estancia menor antepuesta a la puertadel cuerpo principal del edificio, delimitadapor un muro curvo que protege el vano o,con más frecuencia, mediante muros rectos

que se prolongan a partir de aquel, a modode dromos o pasillo (fig. 17). Se trata de unespacio auxiliar que aumentaba de manerano despreciable la volumetría útil de la caba-ña, permitía segregar del espacio de habita-ción actividades o herramientas molestas y leaportaba un resguardo añadido. Sus paredesalcanzaban la línea de cubierta con alzadossimilares a los del resto de lienzos de la cons-trucción. García y Bellido lo constató duran-te la excavación de Coaña cuando reconocióderrumbes masivos de muros que habían al-canzado 3,5 m de altura (1941: 194), di-mensiones que no debieron ser excepcionalesen este tipo de huecos los castros del área as-tur-galaica.

Otro atributo, por el momento exclusi-vo también de los edificios de traza curvilí-nea son los bancos de mampostería corridossobre el muro (fig. 18). En Coaña se conser-van 4 ó 5 ejemplos si bien uno de ellos, ado-sado a la pared de un vestíbulo recto podríacorresponder con un zócalo sobre el que re-posasen, protegidos de la humedad, estanteso cualquier otra estructura de madera. Desdesu descubrimiento fueron relacionados conel célebre pasaje de Estrabón (III, 3, 7) en elque dice: “Comen sentados sobre poyos de

Fig. 16. Construcción (nº 1) de planta circular y alzado superior a los 4 m, altura que no debió resultar extraña a muchosotros edificios del poblado de acuerdo con la magnitud y disposición de sus derrumbes.

Page 17: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

154

Fig. 17. Construcción (nº 42) con vestíbulo recto. En estecaso el banco corrido se adosa a una de las paredes de la

antecámara. El alzado de estos muros exteriores alcanzabacotas similares a la de la estancia principal.

piedra construidos alrededor de la pared”(García y Bellido, 1941: 193) y aunque escierto que su conservación es testimonial, nosólo en Coaña sino también en el resto decastros excavados con alguna extensión, lacostumbre de emplear este tipo de asientocorrido se mantuvo hasta época romana, re-sultando particularmente significativa su ins-talación en el edificio-plaza del castro deChao Samartín, levantado sobre la ruina deuna gran cabaña de asamblea de la Edad delHierro.

En Coaña, la pretensión de esbozar undiscurso diacrónico similar con el que deter-minar que parte del poblado fue recibida enherencia por sus últimos habitantes, que par-te fue remozada por ellos de acuerdo con tra-diciones seculares o que reformas se practica-ron adaptadas ya a patrones adquiridos bajodominio romano es un ejercicio extremada-mente arriesgado. Sin embargo, a los diver-sos indicios recogidos durante las excavacio-nes más antiguas que permitían sospecharuna ocupación prolongada de la colina sehan sumado otras evidencias que ofrecenuna aproximación, al menos relativa, a cues-tiones sobre las que poco se podía decir hastaahora.

Sabemos, por ejemplo, que lejos deloportunismo constructivo al que se hacíaresponsable del aparente desorden en la dis-posición de los edificios, la construcción exi-gió, en buena parte del área urbana, impor-tantes trabajos de excavación, aterrazamien-

to, cimentación o relleno que en ocasionesalcanzaron varios metros de potencia. Lossondeos realizados con motivo de diversasintervenciones en el “barrio extramuros”confirmaron la superposición de estructurasapreciada en superficie y permitieron identi-ficar horizontes de uso subyacentes a los sue-los actuales y, por consiguiente, a los excava-dos por Flórez o García y Bellido, en los queno se reconoció evidencia alguna que permi-ta atribuirles cronologías posteriores a laconquista romana. También, con lo docu-mentado en otros castros, se puede dar unarespuesta verosímil a determinados hallazgosque llamaron lo suficiente la atención deaquellos investigadores como para reseñarlosen sus respectivas publicaciones. Es el casode la reiterada alusión a la presencia de pavi-mentos constituidos por “guijarros muy pe-queños” (Flórez, 1878: 15) o, como los de-nomina García y Bellido, “capa de guijarrosrodados” junto con enlucidos parietales colo-reados: “lo que es realmente curioso, unostrocitos de estuco fino, al parecer romano,con restos de color blanco y ocre” (1942:232). Nos encontramos ante la evidencia,bien constatada en el Chao Samartín, de laaplicación de opus signinum, de factura pro-bablemente rústica, en los suelos de las re-mozadas viviendas castreñas y la aplicaciónde técnicas ornamentales propias de los espa-

Fig. 18. En primer término el banco corrido sobre la paredde la cabaña nº 39. Al fondo se advierte el muro de unaconstrucción subyacente que le sirvió de fundamento en

buena parte de la traza. En su paramente externo se integrala pizarra con ciervos grabados, sobre el pequeño anejo

donde García y Bellido creyó identificar evidencias de inci-neración funeraria.

Page 18: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

155

cios domésticos romanos (Villa, 2001: 399).Se trata de un hecho que merece ser destaca-do pues revela un cierto afán por reproduciren ambientes indígenas lo que sin duda ha-bía sido observado en construcciones roma-nas. Un ejercicio de emulación inspiradoprobablemente en una realidad no muy leja-na que permite considerar la existencia en elpropio castro o en sus proximidades de edifi-cios genuinamente romanos, tal y como ocu-rrió en el Chao Samartín, sugierendo de estamanera un contexto que proporciona visosde credibilidad a la noticia recogida por Ca-nel Acevedo en relación con el descubri-miento en el yacimiento de “columnas traba-jadas”.

El mobiliario doméstico, si bien relati-vamente numeroso, se limita a descripcio-nes someras de algún fogón bajo junto conmolinos y morteros de cazoleta labrados enpiedra granítica. José María Flórez da cuen-ta del único hogar que parece haberse iden-tificado durante las excavaciones en el cas-tro. Lo describe con forma rectangular, li-mitado por pizarras colocadas de canto for-mando un borde saliente que revestían unmacizo de unos 25 cm de altura sobre elsuelo de la estancia. Lamentablemente niéste ni ningún otro ejemplo de llar se haconservado en Coaña, bien por el pertinazempeño de los buscadores de tesoros, bienpor la falta de pericia o aprecio por este tipode hallazgos de quienes peonaron en cam-pañas posteriores. De todas formas, el testi-monio de Flórez se ajusta fielmente a otroshogares exhumados en castros como el deMohías, en el que plataformas similares an-dan próximas a los 2 m2 de superficie. El fo-gón o cocina de suelo fue el tipo común enlos castros de la Edad del Hierro y pervivióen época romana incorporando a su fábricamateriales exóticos como tégulas o ladrillosreaprovechados, y conviviendo con hornosde bóveda de nueva factura (Montes et al.2012, 203). En general responden a una es-tructura sencilla constituida por una plata-forma de combustión, normalmente unalosa de pizarra con ligero reborde tambiénde piedras canteadas, que se protege de lascorrientes mediante un murete trashoguero

y un receptáculo adosado para las cenizas(Villa, 2001 b: 519).

Las piedras de molinos son las piezasmás frecuentes entre el mobiliario domésticodocumentado; en palabras de Flórez “apenasse excava choza alguna en que no se hallen” yasí debió ser pues aún hoy son fáciles deidentificar, entre las ruinas, decenas de frag-mentos y piezas enteras destinadas a la mo-lienda manual, con buenos ejemplos tantoen la modalidad de vaivén como en la del ti-po giratorio.

El molino de vaivén o barquiforme cuyoorigen se remonta a tiempos prehistóricos,estaba constituido por una piedra fija sobrela se depositaba el grano que con una volan-dera de tamaño adecuado era triturado conla presión ejercida manualmente. En Coañase conservan restos de algo más de media do-cena de ejemplares (fig. 19).

El molino giratorio requería de una piedrafija (meta) y otra móvil que giraba sobre aque-lla (catillus). El cuerpo macizo de la primera,de volumen más o menos cilíndrico remata enforma cónica con un orificio abierto en el vér-tice para recibir un eje de madera. La pieza su-perior con doble rebaje para ajustarse a su pary acoger la tolva central que recibe el granosuele presentar un reborde superior, encajespara el mecanismo tracción y, excepcional-mente, motivos decorativos o inscripciones.En Asturias tan sólo se conocen tres piezas conornamentación, una procede del castro de LaPicona, en Quirós, y las otras dos de Coaña.Del castro de San Chuis procede otro frag-mento de catillus con la inscripción, incomple-ta, TVRRO (fig. 20 y 21).

De los comentarios de Estrabón en losque se afirmaba el consumo habitual entrelos pueblos norteños de pan de bellota queconsumirían durante dos tercios del año (III,3, 7), llegó a concluirse el empleo de lasabundantes piezas molares de Coaña en latrituración de este fruto que una vez seco ypanificado, según el cronista griego, podíaconservarse largo tiempo. Sin embargo, losensayos experimentales demuestran que es-tos molinos difícilmente pudieron servir a talfin pues ni la forma y ni el encaje de las pie-dras permite el flujo de la bellota hacia la zo-

Page 19: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

156

na de abrasión resultando por ello ingeniosineficaces en su molienda, tarea para la queresultarían más apropiados los molinos devaivén o los grandes morteros de cazoleta(Oliveira et al., 2007: 124).

El origen del molino circular de mano,al que Catón hacía referencia como molashispanienses (de Agricultura, 11, 4) se rastreaen la península ibérica hacia el siglo IV a.C.o quizás algo antes, hipótesis avanzada añosatrás por Maya & de Blas respecto a los cas-tros del noroeste peninsular, si bien su gene-ralización en el registro corresponde a mo-mentos más avanzados de la Edad del Hierroo, con mayor frecuencia, a partir del cambiode Era (Maya & de Blas, 1973; Silva, 2007:51; Buxó, 1991). En las islas británicas el usose remonta a fechas similares pues están ates-tiguados en poblados como Danebury du-rante los siglos III ó IV a.C. (Cunliffe,1984). En la Europa atlántica su presenciageneralizada se produce a partir del siglo IIa.C. durante el periodo de La Tène (Buch-senschutz, 2004: 34). En Asturias, el uso delmolino giratorio durante la Edad del Hierroestá acreditado en castros como Caravia,Pendia, Taramundi o el Chao Samartín y supresencia se generaliza en los horizontes cas-

treños altoimperiales del siglo I d.C. Tal vezesta abundancia, “la extraordinaria cantidadde piedras de molino que se descubren”, co-mo decía Flórez refiriéndose a Coaña, en-mascara el hecho cierto de encontrarnos anteobjetos muy valiosos pues a las prestacionesfuncionales en la molienda de cereal se sumael alto coste de su producción que ha sido es-timado, sin considerar las labores de extrac-ción y el transporte, en torno a unas 50 horasde talla “sin errores”, de las cuales 8 estaríandedicadas a tareas de forja de útiles, requi-riendo la labra del catillus el doble de tiempoque la de la piedra fija o meta (Boyer &Buchsenschutz, 1998: 203).

No obstante, la constatación del aprove-chamiento cerealístico que implica la presen-cia de molinos y, fundamentalmente, el re-gistro de grano constatado en los castros du-rante la Edad del Hierro en Asturias (Cami-no, 2005: 85), no desautoriza el testimoniode Estrabón que, si bien referido exclusiva-mente a la panificación de la bellota, debeentenderse en un contexto de aprovecha-miento agrario de amplio espectro en el que,

Fig. 19. Molino de vaivén o barquiforme. Considerados,en principio, más antiguos que los giratorios, ambos mode-

los convivieron largamente en las cocinas del castro.Fig. 20. Los fragmentos de molinos giratorios abundan en-tre las ruinas. Su presencia en los poblados de la Edad delHierro está bien atestiguada desde las islas británicas hastacentroeuropa y la península ibérica. En la imagen, un cati-

llus roto descansa sobre la meta o piedra fija.

Page 20: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

157

junto con las leguminosas, las frutas o lascruciferae (berza y nabo), el beneficio de losfrutos del bosque supondría una reserva muyimportante de alimentos que, en el caso delos bosques cantábricos, podría alcanzar en-tre media y una tonelada de avellanas porhectárea, cerca de 3 toneladas de castañatambién por hectárea y entre 500 y 1000 Kgde bellota por cada carballo adulto (Clark,1986: 167).

Los grandes morteros de cazoleta com-pletan el repertorio de ingenios domésticosvinculados con la trituración y molienda dealimentos y constituyen una de las creacio-nes más originales en el registro material delos castros del valle de Navia. En realidad, sudispersión no supera la cuenca inferior delrío pues todas las piezas conocidas se distri-buyen entre los castros del concejo de Coañay el castro de La Escrita, en Boal. Labradassobre grandes riñones de granito, todas ellasse caracterizan por el rebaje y alisamiento deuna superficie horizontal, que resulta así de-limitada por un marcado reborde, en la quese abren las cazoletas en número variable se-gún el espacio disponible pues todas ellas po-seen un diámetro similar. En Coaña estaspiezas presentan entre 1 y 4 cazoletas si bienen castros como La Escrita se conocen casoscon hasta 7 y 8 huecos (García y Bellido,1942 b: 302) (fig. 22 y 23).

Hoy no se baraja otra interpretaciónfuncional que la ya expresada por Flórez trasel descubrimiento de las primeras piedras, esdecir, como morteros domésticos destinados

a la trituración de sustancias vegetales (Fló-rez, 1878: 14). No significa esto que el desti-no de tan llamativas piezas no hubiese sidoobjeto de especulación con derivas hacia elcampo del simbolismo religioso y la escato-logía. García y Bellido propuso, apoyándoseen los datos por él recogidos durante las ex-cavaciones en Coaña y Pendia, su interpreta-ción como urnas cinerarias, sencillas o múlti-ples que se enterraban bajo el piso de la habi-tación o como piedras a modo del altar si so-bresalían de él y cuyo reborde facilitaría suclausura mediante losas de cobertera (1942:233). Conviene recordar que su propuestaofrecía, en los años en que fue formulada,garantías de veracidad añadidas a lo observa-do por los excavadores y refrendaba la opi-nión general de la época sobre los usos fune-rarios de las comunidades castreñas prerro-manas. Aunque descartando este uso mor-tuorio, también Jordá contempló su posibledestino ritual como “aras o piedras en rela-ción con algún rito doméstico”, tal vez con-teniendo orina u otros líquidos. No obstan-te, consideró como más probable su uso me-cánico como artefacto para la molienda delmineral beneficiado en las minas de oro (Jor-dá, 1983: 25).

El número y dispersión de estas peculia-res piezas ofrece un interés añadido que re-sulta de particular utilidad en la estima delnúmero de unidades familiares que pudieronhaber habitado este barrio del poblado. Fren-te al limitado valor informativo de una co-lección arqueológica lastrada por la incerti-dumbre de la procedencia y posición estrati-gráfica de los objetos que la componen, porlo general frágiles y menudos, que en su ma-yor parte carecen de la más mínima adscrip-ción cronológica y estuvieron, además, so-metidos al albur providencial de mil y unavatares tras su descarte funcional, los gran-des morteros de cazoleta componen un con-junto técnicamente homogéneo al que, sibien no es posible asignar una datación pre-cisa, resulta evidente que responde a un hori-zonte cultural y tecnológico al que cabe pre-sumir una verosímil relación de contempora-neidad. Como casi todos ellos se conservaníntegros, su peso y abultado volumen les

Fig. 21. Fragmentos de catillus con decoración sogueada,motivo que con frecuencia aparece representado en reci-pientes cerámicos, en piezas de bronce o joyas de la Edad

del Hierro y cuyo uso perduró en época romana en lápidasfunerarias (foto en González, 1978: 124).

Page 21: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

158

confieren un extraordinario valor como mar-cador espacial que la distribución singular delas piezas viene a subrayar pues no se recono-cen indicios que sugieran la coexistencia dedos de estos morteros en la misma estancia.Y es que cuando al hipotético conjunto demódulos de ocupación, entre 13 y 15 unida-des, se le superpone el plano de distribuciónde las piedras con cazoletas el resultadomuestra una sugerente coherencia pues cadauno de los 14 morteros conservados se inte-gra en una de aquellas unidades de habita-ción (fig. 24).

La existencia en Coaña de grupos deconstrucciones que por su disposición po-drían interpretarse como parte de una mis-ma unidad familiar viene siendo sugeridadesde hace años (Villa, 2002: 170; Carroce-ra, 2003: 165). La reconstrucción espacial

Fig. 22. Morteros sobre bloques graníticos. Todos ellos dis-ponen de un reborde que delimita la superficie plana en la

que se abren, en el caso de Coaña, entre 1 y 4 cazoletas.

Fig. 23. Dibujo de Antonio García y Bellido en el que semuestra la sección y profundidad de las cazoletas así como

dos manos de mortero aparecidas junto a uno de ellos.

Page 22: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

159

obtenida en citânias portuguesas como San-fins, en castros leoneses como El Castrelínde San Juan de Paluezas o asturianos comoMoriyón prueban la conformación de uni-dades domésticas complejas por agregaciónde ambientes funcionalmente complemen-tarios (Silva, 2007: 53; Fernández-Posse &Sánchez-Palencia, 1998: 132; Camino,2005: 84). Esta impresión compartida nocontaba hasta la fecha con una propuestadeterminada sobre el parcelario del castro,probablemente porque sin otro apoyo que ladisposición actual de muros y vanos podríaconsiderarse un ejercicio en exceso especula-tivo. Pero si, como se ha planteado, puedeatribuirse a estas grandes piedras la condi-ción compartida de contemporaneidad, depermanencia y de originalidad, se dispon-dría de un primer respaldo arqueológico conel que poder operar en la estimación del nú-mero aproximado de estas congregaciones y,

por extensión, de una población mínima pa-ra el castro (fig. 25).

Plinio informa, a partir de datos oficialesde tiempos de la República o comienzos delImperio (Pastor, 1977: 222), de una pobla-ción libre en la Asturia conquistada de240.000 hombres sobre una población totalpara Hispania próxima a los 5 millones. Nosencontramos pues ante la evidencia de un te-rritorio débilmente poblado, con una espe-ranza de vida no muy superior a los 40 añosy lacerado por la sangría de las guerras deconquista y el posterior reclutamiento dehombres en el ejército imperial. Por consi-guiente, unas condiciones sociales que, comoseñala J. Camino en una estimación, tal vezen exceso severa como veremos, imponen es-trictos límites estadísticos al mantenimientode unidades familiares superiores a 5 miem-bros conviviendo durante largo tiempo (Ca-mino, 2005: 100). Sin embargo, estudios re-

Fig. 24. Distribución de las piedras de cazoleta. Su dispersión muestra cierta correspondencia con la disposición agrupadade muchos de los edificios. Tal relación podría interpretarse como reflejo del número de unidades familiares que llegaron a

convivir en este barrio.

Page 23: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

160

cientes podrían apuntar unas condicionespalodemográficas menos rigurosas. La inves-tigación reciente de la necrópolis altomedie-val del Chao Samartín, que es la referenciamás próxima temporal y geográficamente ala población antigua de la comarca, ofreceuna visión mucho más benévola de las con-diciones de vida local unos siglos más tarde.En el castro grandalés, sobre una muestra deal menos 61 individuos, se constató que,junto con las estaturas medias y el dimorfis-mo sexual observados, otros indicadores deestrés poblacional y modo de vida perfilabanuna población sana y próspera para la épocaentre la que constataba una salud dental sor-prendentemente buena, baja frecuencia detrauma ante-mortem y moderada expresiónde procesos osteoartríticos. La muestra ofre-cía además una alta tasa de adultos seniles(más de 55 años), lo que sugiere una pobla-ción sujeta de forma moderada a factores deestrés ambiental (Villa et al., 2008). En con-secuencia, considerando la estimación másrestrictiva, el caserío de Coaña pudo albergaren su barrio norte una población no inferior

a los 75 individuos si bien consideramos másprobable un censo en torno o ligeramentesuperior al centenar de personas.

LOS AJUARES

La revisión de los objetos procedentesde las excavaciones realizadas en el castro nodeja de producir una cierta decepción por elcorto número de piezas conservadas y porlo limitado de la variedad tipológica repre-sentada. Como es natural en este tipo de ya-cimientos, el material más frecuente es lacerámica con un predominio abrumador delos modelos integrados entre las que se hanvenido denominando producciones indíge-nas. Realmente un grupo heterogéneo enformas, origen y cronología en cuyos tiposse creía reconocer la existencia de una tradi-ción tecnológica y ornamental prerromanaque habría pervivido con éxito largo tiempotras la conquista (Maya, 1988). Agrupadasasí, por oposición a aquellas otras conside-radas exóticas (terra sigillata, paredes finas,ánforas o lucernas), la prolija clasificación

Fig. 25. Ejemplo en el que varias construcciones se disponen abiertas hacia un espacio común. En la imagen, de derecha aizquierda, las cabañas 19, 20, 22, 45 y 46.

Page 24: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

161

que las ordenaba según perfiles, motivos ytécnicas ornamentales pretendía subsanar elprofundo desconcierto producido por laausencia endémica de referencias estratigrá-ficas y contextos deposicionales. Circuns-tancias que dificultaban notablemente unameta ya de por sí complicada en un marcohistórico caracterizado por el brusco en-cuentro y desigual trasvase de influenciasentre dos culturas, la primera con fuertecomponente local y renuente al cambio, di-námica y con patrocinio imperial la segun-da. Un proceso cuyo rastreo arqueológico esparticularmente complejo hasta mediado elsiglo I d.C.. Sirva de ejemplo lo que ocurrecon la irrupción de las vajillas importadasde terra sigillata o vidrio entre el menajecastreño tradicional. Compuesto principal-mente por cerámicas que son productos ge-nuinos de la Edad del Hierro tanto por elámbito tecnológico en el que se generan co-mo, probablemente en no pocos casos y du-rante varias décadas, por la fecha de su fac-tura. Sin embargo por su asociación conobjetos de inequívoca filiación se les otorgóuna cronología plenamente romana obvian-do, en tiempos cortos como los tratados yen pos de un aberrante concepto de purezametodológica, el periodo de encuentro yconvivencia asimétrica de dos mundos que

precedió a la dialéctica formal que caracte-rizará el diseño de los ajuares en años poste-riores.

Evidentemente, los errores en el proce-dimiento de excavación, consustanciales conel propio avance de la disciplina en la histo-ria de un yacimiento como Coaña, sumanconfusión en el intento de recomponer unalínea temporal en la que acomodar cada ti-pología y cada estilo. Pero también es necesa-rio reconocer que, aún siendo esto cierto, lahorquilla temporal que García y Bellido se-ñaló para la ocupación principal del pobla-do, y que estimó se desarrollaría entre los si-glos III a.C. y III d.C. (1941: 214), se ha vis-to validada en buena medida por las investi-gaciones más recientes.

Así pues, la colección de cerámicas agru-padas bajo el epígrafe “de tradición indígena”(fig. 26 y 27) reúne productos de origen in-equívocamente local fabricados entre los si-glos IV-I a.C. (algunos de los cuales llegarona compartir alacena con genuinos productosromanos llegados tras la conquista) juntocon otras producciones cerámicas cuya fabri-cación se inscribe en la órbita alfarera hege-mónica en los menajes de los castros de ám-bito asturgalaico a partir de mediados del si-glo I d.C. y a los que, en la denominaciónmás ajustada, se hace referencia como cerá-

Fig. 26. Gran recipiente cerámico de la Edad del Hierro decorado con acanaladuras paralelas en la base del cuello y hombro.

Page 25: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

162

mica romana altoimperial de fabricación re-gional (Hevia & Montes, 2009: 30).

Las cerámicas de la Edad del Hierroofrecen un repertorio limitado de formascon predominio de ollas con perfiles globu-lares y tinajas de cuerpo ovoide, en ocasionesdecoradas mediante tramas geométricas bru-ñidas y otros recipientes profusamente orna-dos con sogueados o mamelones, recreaciónestos últimos de clavos que evocarían, enopinión de J. L. Maya modelos metálicosprestigiados (1988: 174). Son también fre-cuentes las incisiones en espiga y multitud demotivos impresos (bien contextualizados encastros como el Chao Samartín a partir delsiglo IV a.C.) entre los que menudean loscírculos concéntricos, los cordoncillos hen-didos o las sucesiones de SSS que sugirierona Gordon Childe la existencia de flujos cul-turales antiquísimos entre las islas británicasy el noroeste peninsular a través de Bretaña yla fachada atlántica continenal (Childe,1950) (fig. 11 - 27). Especial mención mere-ce, como testimonio excepcional del acceso aproductos lejanos y de prestigios, el fragmen-to de cerámica púnica datado en el siglo IIIa.C. (Maya, 1988: 193) (fig. 28).

Entre los abundantes productos e ins-trumental relacionado con la metalurgia delcobre que bien hubiese podido convivir conlas cerámicas descritas, pues su presencia seatestigua en otros yacimientos durante laEdad del Hierro, se cuentan las fíbulas delongo travessâo sem espira, una fíbula anularen omega y las puntas de flecha y lanza men-

cionadas por Flórez y Cuevillas, hoy perdi-das, así como un magnífico brazalete recupe-rado durante la reciente intervención en lamuralla de la acrópolis. Varias turquesasmúltiples para lingotes y clavos de cabeza pi-ramidal, otro molde para la fabricación deláminas y un pequeño crisol testimonian latransformación in situ del metal (fig. 29, 30y 31).

En este contexto prerromano debe si-tuarse el torques descubierto por un vecinoen el lugar de Valentín, próximo a un túmu-lo prehistórico, y hoy en paradero desconoci-do. El dibujo de García y Bellido (1942:228) representa una pieza estilizada de varillacircular con remates en doble escocia y alam-bres enrollados, describiendo un tipo carac-terístico de torques tradicionalmente deno-minado "astur-norgalaico" (fig. 32). Un mo-delo clásico consolidado durante los siglosIV-III a.C., como atributo grupal fruto deuna inversión económica comunitaria (Pe-rea, 2003: 147).

Debe mencionarse también la identifi-cación, entre los materiales custodiados en elMuseo Arqueológico de Asturias, de un frag-mento de azabache bruto. El empleo de estematerial por las gentes castreñas sólo cuentaen Asturias con precedentes, dos sendas ta-bletas recogida en Moriyón y Pendia, esta úl-tima erróneamente clasificada como pizarra(Escortell, 1982: 64).

Fig. 27. Cerámica indígena ornada con motivos impresos ycordones hendidos de acuerdo con modelos muy extendidospor lo castros del occidente de Asturias desde el siglo IV a.C.

Fig. 28. Fragmento de cerámica púnica. Su presencia, aun-que excepcional, permite atestiguar los contactos de larga

distancia en época prerromana, en el caso de Coaña favore-cidos por su proximidad a la ría de Navia, refugio segura-mente frecuentado por los navegantes de la Antigüedad.

Page 26: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

163

La irrupción de piezas romanas se pro-duce durante la primera mitad del siglo Id.C. con materiales extraños al menaje cas-treño como el vidrio, la terra sigillata sudgá-lica (fig. 33-36), las lucernas y las ánforas,principalmente olearias (fig. 37). Entre es-tos materiales tempranos merece destacarseel vaso de vidrio millefiori de costillas hoyperdido (García y Bellido & Uría, 1940:129), las lucernas altoimperiales LoeschckeI y IA (fig. 38), ésta última con la marca Ten su base y tal vez de procedencia itálica(Morillo, 1999: 72 y ss.), y el magníficocuenco de terra sigillata forma Drag. 29 de-corado con nautilus fabricado por el alfare-

ro IVCUNDVS de Montans (Menéndez &Benéitez, 297), talleres de los que tambiénprocede el fondo de una pieza similar fir-mada como O.IVLLVS. (ex oficina Ivllus). Deorigen sudgálica, aunque de los alfares deLa Graufesenque, es la jarra de forma no ti-pificada en la que se ha creído reconoceruna variable al modelo Hermet 15 (Maya,1988: 201).

Estos materiales, y los que paulatina-mente se irán incorporando al ajuar de lasgentes castreñas revelan, no sólo la intro-ducción de modelos desconocidos en elajuar de la Edad del Hierro sino también elcontacto más o menos frecuente con pro-

Fig. 29. Hebilla de bronce correspondiente al tipo de longotravessao sem espira. Es un tipo muy difundido en el nor-oeste peninsular durante los siglos previos a la conquista

romana.

Fig. 31. Crisol. Vaso cerámico en el que se realiza la fundi-ción del metal para su posterior vertido en un molde.

Fig. 30. Molde para fundir finas placas de bronce.

Fig. 32. Collar rígido o torques de oro del que tan sólo setiene noticia a través de lo publicado por García y Bellido,autor del dibujo. Fue descubierto por un campesino en las

proximidades del lugar de Valentín.

Page 27: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

164

ductos exóticos como el aceite, el vino o lassalazones y nuevos usos culinarios comoprueba la aparición de, por ejemplo, ánfo-ras o lucernas, de jarras trilobuladas, de ca-zuelas y de platos engobados (fig. 39). Deesta forma, los repertorios de producciónlocal que durante el siglo I mantienen suapego a la tradición y un escaso grado de es-tandarización tipológica (Hevia, 2006) severán, por influjo romano, sustituidos poruna nueva industria alfarera regional (fig.

40) cuyo centro más activo parece situarseen la capital del convento Lucus Augusti.Sus productos se implantarán de forma ge-neralizada aunque desigual en los castrosdel área del Navia-Eo (Hevia & Montes,2009: 177). Si tal circunstancia se debe arazones de orden comercial y de distribu-ción o bien obedece al rango y capacidadadquisitiva de cada comunidad es asuntoque sólo el avance de los estudios ceramoló-gicos podrán establecer.

Fig. 33. Acuarelas de José María Flórez en las que muestra fragmentos de terra sigillata recogidos durante la campaña de 1877.

Fig. 34. Fragmento de terra sigillata galica, forma Drag. 29,decorada con nautilus y firmado por el alfarero ICVNDI

de Montans (detalle). Siglo I d.C.

Fig. 35. Fragmento de terra sigillata gálica, forma Drag.29, decorada con escenas de caza entre motivos geométri-

cos y vegetales. Siglo I d.C.

Page 28: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

165

Fig. 37. La presencia de ánforas es un buen indicio para su-poner el consumo de productos exóticos como el aceite oel vino por los habitantes del castro durante los siglo I y IId.C. La de la imagen corresponde al grupo de ánforas de

procedencia bética Dressel 7/11 utilizadas para el transpor-te de salazones.

Fig. 36. Jarra de terra sigillata gálica, en este caso procedede los alfares de La Graufesenque. Siglo I d.C.

Fig. 38. Durante la primera mitad del siglo I d.C. llegan aCoaña las primeras lamparillas de aceite. Se conservan frag-mentos de 2 ejemplares que han sido clasificadas como lu-

cernas tipo Loeschcke I y I A.

Fig. 39. A lo largo del siglo I d.C. se impondrá el uso nue-vos productos alfareros, de producción regional y formasestandarizadas. Entre estos tipos se cuentan las jarras que,

como la de la imagen, presentan boca trilobulada.

Fig. 40. La cerámica romana altoimperial de producciónregional conjuga formas y motivos decorativos con fuertearraigo en la tradición castreña con innovaciones tecnológi-cas y funcionales propias de la cultura romana. En la ima-gen una vasija de borde con doble toro decorada medianteacanaladuras e impresiones a ruedecilla.

Page 29: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

166

EL RECINTO SACRO. LOS SANTUARIOS “URBANOS”

En una estrecha plataforma al pie de laacrópolis, dominando la vía de ingreso al po-blado se alzan algunas de las ruinas más lla-mativas del castro (fig. 41). La singularidadde este espacio, segregado del caserío y solarde elementos extraños al mobiliario y arqui-tecturas comunes en el resto del poblado, nopasó desapercibida a sus primeros excavado-res que, a la luz de hallazgos similares enotros castros del noroeste peninsular, no du-daron en atribuirle un destino funerario o re-ligioso (García y Bellido & Uría, 1940: 118).Años más tarde, tras completar la excavacióndel conjunto, Jordá subrayó el carácter ritualde aquellos restos otorgándoles, en su opús-culo sobre el castro, la denominación de “re-cinto sacro” que aquí mantenemos (Jordá,1983: 21).

En 1930, una década antes de quearrancasen las excavaciones en Coaña, en lacîtania portuguesa de Briteiros, se había des-cubierto un extraño edificio cuya estructura

contrastaba llamativamente con la rutinariaarquitectura común en el resto del poblado.Esquiva a cualquier interpretación ordinaria,la construcción fue pronto considerará unacámara funeraria destinada al tratamientolustral y posterior incineración de cadáveres.En su peculiar aspecto destacaba una pieza,un gran panel granítico, que ponía fin a lasdisquisiciones que se habían generado, desdecomienzos de siglo, en torno a otro gran mo-nolito muy similar, procedente del mismoyacimiento pero sin un contexto definido.Por la profusa decoración desplegada sobre lalosa ésta era conocida como Pedra Formosa,término que, por extensión, fue inmediata-mente empleado para hacer referencia al sin-gular tipo de edificio que las había acogido.

En Asturias, los primeros descubrimien-tos se produjeron en los castros de Coaña yPendia. Entre 1940 y 1941 García y Bellidojunto con Uría tres edificios formalmenteemparentables con el hallado en Portugal; elprimero en Coaña, los otros dos, un año des-pués, en el vecino castro de Pendia. Siguien-

Fig. 41. Panorámica del barrio extramuros. Segregado del resto del caserío, elevado sobre la puerta y vía de entrada se dis-puso el que Jordá denominó “recinto sacro”, conjunto de edificios termales cuya posición se indica en la imagen.

Page 30: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

167

do la línea dominante en la investigación dela época se inclinaron de forma inmediatapor la lectura funeraria de los mismos. En1959 Jordá exhumó las ruinas de un segundoedificio en Coaña, inmediato al primero, in-cidiendo una vez más en el uso ritual delcomplejo, si bien relacionándolo con el cul-to a las aguas que, en su opinión, se habríaextendido por el noroeste peninsular durantela dominación romana.

El registro de estos singulares edificioscastreños, también conocidos como saunasrústicas o monumentos con horno, com-prende hoy cerca de una treintena de casoscuya distribución geográfica se restringe alcuadrante noroeste de la Península Ibérica,con dos núcleos principales que se extiendendesde el río Duero hasta el mar Cantábrico yuna variante rupestre localizada en el oppi-dum de Ulaca (Ávila). Su utilidad funerariafue descartada hace ya algunos años, pues apartir del estudio de la cripta de Augas San-tas (Chamoso 1955; Conde 1955) el caráctertermal o balneario, en principio consideradode influencia romana, luego aceptado comoproducción genuinamente local, fue progre-sivamente confirmado en otros casos portu-gueses, como Sanfins o Santa María de Gale-gos (Silva 2007 b) y en diversos castros astu-rianos y gallegos (Villa, 2011).

Los edificios

El más conocido y mejor conservado delos monumentos fue excavado en 1940 porAntonio García-Bellido y Juan Uría (fig. 42).La estructura del edificio, profundamentetransformada durante el tiempo que se man-tuvo en uso, presenta ante el visitante actualuna distribución lineal compartimentada encuatro espacios diferenciados que se suceden,a lo largo de un eje de 11 m con una prime-ra sala o antecámara seguida de otra estanciacubierta con falsa bóveda y un estrecho calle-jón, a modo de puerta de salida, que desem-boca en una especie de porche en ángulo. Alsur del conjunto se localiza una gran pila degranito (2,70 m. x 1,60 m. x 0,70 m.) ligera-mente desplazada de su posición original. Suvinculación con las canalizaciones antes des-

critas parece segura a juzgar por la coinciden-cia topográfica entre aquellas y un pequeñorebaje practicado sobre uno de sus lados cor-tos, además de los conductos de pizarra y ba-rro para desagüe mencionados por José Ma-ría Flórez (fig. 43).

La cámara principal dispuso, como es co-mún en el resto de edificios asturianos, de untanque inmediato al horno cuya posición fueadelantada en reformas posteriores que trans-formaron su cabecera, en origen absidal, alañadirle una sala de traza rectangular abierta.Esta reforma, practicada en un momentoavanzado de su historia, repite el patrón ad-vertido en otros edificios y le proporcionauna estructura muy similar al que ofrecieronen su periodo postrero el de Chao Samartín,en Grandas de Salime, o Punta dos Prados enOrtigueira. De su existencia no restan másevidencias que las mortajas rebajadas en la ro-ca donde se encajaban las losas verticales quedelimitaban el recipiente.

Las fechas absolutas remiten su cons-trucción a fines del siglo V o comienzos delIV a.C. y, por consiguiente, confirman la an-tigüedad supuesta al proyecto original a par-tir de las dataciones de los edificios del ChaoSamartín y Monte Castrelo de Pelóu (Villa,2007 b).

Jordá descubrió entre 1959 y 1961 unsegundo edificio al que, por las característi-cas formales y disposición de los elementosconservados, se estimó una cronología mástemprana. Sus ruinas resultaron parcialmen-te sepultadas durante las importantes refor-mas que se practicaron sobre el cierre de laAcrópolis, puerta de acceso y red viaria inte-rior (fig. 44).

La completa exhumación de los restosde esta sauna ratificó la existencia de los ele-mentos descritos hasta entonces de visu: ca-becera absidal con acceso desde el exterior,tabique transversal en el que se abría la bocade alimentación del horno, luego sellada, yun deposito antepuesto a éste constituidopor losas verticales de pizarra. De particularinterés resulta destacar que la clausura del va-no de alimentación del horno, que marca elpunto del final del edificio como espacio ter-mal, se realizó mediante fábrica de mampos-

Page 31: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

168

Fig. 42. Vista general del primer “monumento con horno”o sauna castreña descubierta en Coaña. En la imagen se ad-

vierten algunos rasgos característicos en estos edificios:gruesas paredes de carga que soportan la cubierta a dos

aguas lograda con empleo de losas de pizarra que, a modode falsa bóveda, se proyectaban en voladizo hasta el en-

cuentro de los dos faldones en la cumbrera.

Fig. 43. En la cabecera del edificio, junto a la cual descansael gran pilón granítico, se realizaron reformas como la que,rompiendo su antigua cabecera absidal, sirvieron para aña-dir una estancia rectangular con acceso abierto al exterior.Cambios similares se realizaron en otras saunas castreñas

como las del Chao Samartín o Punta dos Prados deEspasante.

tería menuda de pizarra levantada sobre lossedimentos correspondientes a las últimasquemas realizadas en el horno. Afortunada-mente estos materiales pudieron ser datadosy permiten acotar, a pesar de la amplitud dela horquilla temporal calibrada a 2 sigma, elperiodo en que se realizó la obra (Cal BC 10-Cal AD 140) lo que significa una aproxima-ción muy útil a la vigencia termal del edificopor su coherencia con la obtenida en el hor-no del Chao Samartín a partir de restos orgá-nicos, sellados también durante la última re-forma fechada en torno al cambio de Era(Cal BC 62-Cal AD 84).

Otra cuestión interesante es el reconoci-miento de los canales tallados en el sustratorocoso cuya traza podría indicar la existenciade un edificio anterior al conservado y en cu-yo perímetro se insinúa en encuentro del lien-zo meridional con una primitiva cabeceratambién absidal (fig. 45). Los relictos recupe-rados de un pavimento de losas apuntan la ex-tensión inicial en alguna de sus dos hipotéti-cas fases. Se trata, en todo caso, de una pruebafehaciente que subraya la preferencia secularde la comunidad castreña por mantener unade sus construcciones emblemáticas en deter-minada ubicación, sin duda alguna por su in-disociable vinculación con otros espaciosesenciales en la liturgia social del poblado.

Las saunas castreñas: significado y función

Por lo que respecta a la interpretaciónfuncional de pedras formosas y saunas castre-ñas todos los argumentos arqueológicos, epi-gráficos y literarios evidencian su desarrolloen un contexto inequívocamente ritual. Otracuestión es el significado del ceremonial y suposible relación con el culto a una u otra di-vinidad. Para Almagro éstos edificios seríanescenario propio para ritos de iniciación enfratrías mediante los cuales, tras el paso porel más allá (representado por el circuito ter-mal y probable inhalación de estupefacien-tes), el joven saldría “renacido” como guerre-ro (Almagro: 1997, 210). El culto a las aguasha sido otro lugar común para diversos auto-res como Jordá, si bien éste lo consideraba enun contexto de “celto-romanización” de lapoblación castreña, nunca anterior al siglo Id.C. (Jordá, 1985-86: 263). Otros investiga-dores no dudan del origen prerromano de losedificios, apuntado su carácter iniciático enrelación con divinidades de naturaleza acuá-tica como las matres de las aguas o su equiva-lente, las ninfas (Rodríguez Colmenero,2000: 401), o con la diosa Nabia, en la que,a partir de lecturas cada vez menos restricti-vas, se advierten atributos propios de una di-vinidad polivalente, propiciatoria de salud,

Page 32: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

169

Fig. 44. Vista cenital del edificio excavado por Jordá del que se conserva la cabecera, el horno y el tanque adosado. Bajo elzócalo y piso pavimentado se conservan canales que apuntan la existencia de un edificio anterior.

Fig. 45. Plano general del “recinto sacro” (dibujo de Esperanza Martín para la empresa MS Árqueo).

Page 33: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

170

abundancia, vigor y felicidad, cuyas raíces sehunden en el sustrato pre-indoeuropeo conreferentes en las principales representacionesprehistóricas de la fecundidad (Silva, 2007 b:16).

En el valle del Navia, la relación de losedificios termales con el agua, en particularcon los cursos fluviales, se vio reforzada con eldescubrimiento de sendas pilas graníticas su-mergidas, la primera de ellas en el arroyo quediscurre al pie del castro de Pendia, y la segun-da en el curso alto del río Xarriou, cuyo cauceabraza aguas abajo el cerro del El Castelóndesde el sur hasta el nordeste7 (fig. 46).

Es éste un valle de corto recorrido en elque se reconocen algunos afloramientos gra-níticos con indicios de beneficio que proba-blemente se remontan a tiempos protohistó-ricos para la fabricación de instrumental do-méstico como los molinos y los morteros decazoleta, de hecho se conoce la existencia de

alguno de estos últimos, hoy enterrado, enlas proximidades del caserío del Estelleiro.Sin embargo el ejemplo más llamativo delaprovechamiento en época antigua de estegranito se localizó en su tramo superior. Allí,semienterrado en el cauce del arroyo descan-saba un gran bloque fracturado en el que sehabía tallado un pilón similar en forma y ta-maño al del conjunto termal de El Castelón.El descubrimiento, si es que así puede lla-marse, no fue casual pues la noticia de suexistencia había sido detalladamente descritaun siglo antes: "El cerro del Castellon está for-mado exclusivamente de pizarra, y por lo tantodebió de haberse trasladado aquel granito deotro punto, probablemente del arroyo de Abar-cunha á unos tres kilómetros S., en donde sedescubren masas sueltas de la misma roca y unpilon labrado de la misma forma y dimensionesque el del Castellon, descrito en nuestra ante-rior memoria. Está partido por el medio, y esdifícil averigura con qué objeto haya sido la-brado en dicho punto, no siendo con el de tras-portarlo á otro inmediato, pues con recordar lasdimensiones de aquel, 2,68 metros de longitud,1,55 de latitud y 0,66 de grueso, fácilmente se

7 En este tramo más próximo al poblado se reconocen, bajo lafalda norte de la colina, varias cubetas en apariencia labradasen el mismo cauce de uso ya desconocido para los vecinos en elaño en que las conocimos (1990).

Fig. 46. En 1992 se identificó el arroyo de Abarcunha en el que Flórez decía hallarse un pilón similar al conservado en Coaña. La imagen recoge el momento de su extracción. Hoy se exhibe en el camino de acceso al castro.

Page 34: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

171

conciben las dificultades que se opondrian á sutrasporte á largas distancias." (Flórez, 1878:17). El seguimiento de los afloramientos gra-níticos río arriba sirvió como primera apro-ximación al lugar, dificultada no obstantepor la referencia a un hidrónimo inédito. Fi-nalmente, en las proximidades del núcleo deA Ronda, confluyeron ambos indicios alidentificarse un tramo de arroyo conocidoaún entre algunos vecinos como A Barcúa,precisamente allí donde los afloramientos degranito se mostraban con singular profusión.En este lugar, tras el clareo de una decena demetros, asomó el pilón tal y como Flórez lohabía visto en 18768.

El culto a las aguas, fuentes o ríos poseeen Asturias y sus regiones limítrofes un fuer-te arraigo que se mantiene aún vigente en lamitología tradicional del país. El contextosagrado que rodea a los ambientes acuáticosposee en las diademas con guerreros de Mo-ñes un documento arqueológico excepcional(fig. 47). Las imágenes repujadas sobre finasláminas de oro ofrecen una visión única delideario simbólico de las gentes castreñas ysus mitos, de la exaltación del guerrero y el

tránsito al más allá, todo ello con el medioacuático como telón de fondo. Un conjuntode escenas en las que se suceden figuras de ji-netes e infantes, peces, aves y batracios y quesimbolizan, en opinión de Marco Simón, larepresentación de la apoteosis guerrera a tra-vés, precisamente del tránsito acuático, almás allá (1994: 329). En este contexto, lomás sugerente del hallazgo de las pilas su-mergidas en Pendia y Coaña radica en queambas puedan estar señalando el escenario,el símbolo primigenio que alienta e inspira laliturgia desarrollada en las saunas castreñasen torno a “las aguas primordiales”. Las sau-nas proporcionarían la atmósfera ritual nece-saria para que el agua, elemento esencial, so-porte e icono del mito, active los procesosde cambio, destrucción y regeneración queson razón última de todo rito iniciático (fig.48). Su construcción representa la voluntadde apropiación y manejo de lo sagrado res-tringiéndolo a un espacio arquitectónico ca-nónico en el que se administra su potencialtransformador. Un espacio severamente con-dicionado por angostos pasos y un ambientede penumbra en el que el lugar más recóndi-to del recorrido se reserva para la fuente decalor, el fuego. Si consideramos este últimoaspecto, el de la accesibilidad, no parece pro-bable que el significado del fuego pueda re-ducirse a la condición de simple comple-

8 La pieza fue traslada al área arqueológica del Castro de Coañadonde hoy puede observarse en el camino que, desde el AulaDidáctica, conduce al yacimiento.

Fig.47. Diadema áurea de Moñes en la que se representas escenas rituales en las que participan guerreros a pie y jinetes,siempre sobre un fondo acuático (fot. Alicia Perea).

Page 35: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

172

mento necesario. Desencadenante y cataliza-dor de la reacción que ha de provocar la tras-mutación del individuo, su alojo en la estan-cia más profunda y, por consiguiente, másdistante del afuera profano y amenazador,exalta su consideración simbólica como ele-mento arcano y valioso. No es casual que lacela que lo acogía fuese concebida como tho-los, plasmación arquitectónica del “centro”,de la estabilidad, la superioridad, del refugiotransmundano. Un cúmulo de circunstan-cias que permiten sospechar que lo custodia-do en esta especie de tabernáculo no era otracosa que el fuego común, el corazón mismode la institución política que constituye lacomunidad castreña. El fuego sagrado quepudo acompañar las sucesivas fundacionesgeneradas por el crecimiento segmentario ca-racterístico de esta sociedad (Fernández-Pos-se, 2002: 87), que alumbraba simbólicamen-te el nacimiento de cada nuevo hogar en elpoblado y que podría ser reconocido sin granesfuerzo como arquetipo del origen común yla unidad del grupo. En definitiva, las saunascastreñas servirían a modo de pequeños san-tuarios “urbanos”, edículos en los que se cus-todian los agentes básicos del pensamientoreligioso, una porción de divinidad que en-

cuentra en estos espacios arquitectónicos lascondiciones óptimas para proyectar su po-tencial purificador y benéfico sobre los hom-bres y la comunidad.

En cuanto al uso de los edificios, no hayrazones para presuponerles un uso restringi-do a un solo fin. Es probable fuese requeridotanto en ritos de paso y acontecimientos ce-lebrados en el seno de la propia comunidad(iniciación de jóvenes guerreros, fundaciónde nuevas unidades familiares, ritos vincula-dos con la muerte o el luto, creación de nue-vos poblados o celebración de una victoria)como en ceremonias asociadas a determina-dos actos políticos supracomunitarios (re-cepción de embajadores, bodas, firma depactos, resolución de conflictos o celebra-ción de banquetes). Un repertorio temáticoque apunta su vinculación ceremonial conlas grandes cabañas de asamblea y sugiere uncierto grado de dependencia entre ambosedificios, asociación litúrgica que su proxi-midad espacial parece corroborar. De hecho,la vinculación entre las grandes cabañas y losmonumentos termales es una constante encuantos castros se han excavado suficiente-mente. El Chao Samartín, Monte Castrelode Pelóu, Pendia, Taramundi o Borneiroprueban que la asociación de edificios y lareiteración de los emplazamientos están lejosde poder explicarse como un fenómeno ca-sual y cabe considerarlos parte de un todo,escenarios en los que la disposición “urbanís-tica” complementa tanto la significaciónsimbólica como la función litúrgica (fig. 49).

UNA PROPUESTA PARA COMPRENDER COAÑA:LA SECUENCIA HISTÓRICA

El paisaje que habría de conocer el naci-miento de los primeros poblados fortificadosen las tierras del Navia-Eo ofrece una crónicamuy desigual respecto a las evidencias de usoy circulación durante la Prehistoria Reciente.Desde tiempos paleolíticos la rasa costera fuetransitada por comunidades humanas cuyorastro puede seguirse en el rosario de hallaz-gos que jalonan la llanada litoral desde el Ca-bo Busto hasta las riberas del Eo. Sin embar-go, la colonización de las sierras y valles inte-

Fig. 48. La renovación del individuo que procuran los ritosrealizados en las saunas es evocado de forma muy expresivapor la ornamentación de las pedras formosas y la posición

forzada de retorno al exterior con que se representa explíci-tamente el instante del nacimiento. La ilustración utiliza

una de las labras de la citânia de Briteiros.

Page 36: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

173

riores habría de esperar hasta fines del V mi-lenio, con la optimización de las condicionesambientales y determinadas mejoras indus-triales, para que la frecuentación de estos es-pacios derivase en una explotación continua-da e irreversible por parte de comunidadesde base ganadera, germen y sustrato antro-pológico de las que transcurrido el tiempoprotagonizarán las primeras fundaciones cas-treñas.

Antes de los castros

De aquel escenario previo a la apari-ción de los castros perduran, en el entornogeográfico de Coaña, sólo algunos monu-mentos tumulares. Son las estaciones fune-rarias que señalan el tránsito hacia las tie-rras bajas en el itinerario que, siguiendo lasamplias y asequibles líneas de cumbres quecaracterizan los cordales de la Asturias occi-dental, facilitaban el desplazamiento depersonas y rebaños entre la costa y las peni-llanuras interiores. Esta singular orografía,

que permitía salvar largas distancias sinfranquear fondos de valle y cursos fluviales,se encuentra, aún hoy, salpicada de cente-nares de megalitos y túmulos demarcadoresde espacios simbólicos, y también econó-micos, vigentes durante siglos (fig. 50 y51). De hecho, las noticias que conocemosacerca de la aparición de piezas metálicasatribuibles a las primeras fases metalúrgicastienen por escenario alguno de estos mo-numentos (García Martínez, 1929: 4; deBlas, 1983: 112) que, en el caso de Coaña(un hacha de cobre junto con un brazaleteo collar de oro), sitúa con toda precisión elhallazgo en el trayecto terminal de este an-tiquísimo itinerario9.

Nos encontramos, por tanto, en la con-fluencia de las principales rutas que vertebra-

Fig. 49. Con una superficie notablemente superior al común de las construcciones domésticas, las grandes casas de asam-blea parecen mostrar una vinculación cada vez más firme con las ceremonias desarrolladas en los pequeños santuarios ter-

males. En la imagen la construcción nº 3.

9 "En obras de la carretera por el Espín fueron halladas en 1867 doscuñas de cobre y una rosca de alambre de oro purísimo; signos, sinduda, de la antigua industria de aquellos ribereños del Navia,que extraían el oro de sus arenas" (Acevedo y Huelves, 1900:362).

Page 37: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

174

Fig. 50. El Castelón de Coaña se alza inmediato al río Navia, curso que sirvió a partir del siglo I d.C. de frontera adminis-trativa romana entre los conventos lucense y asturicense. Fue el principal núcleo de población en el itinerario que facilita-ba, desde tiempos neolíticos, el tránsito entre la marina y las tierras altas interiores. El mapa muestra la posición de Coaña(36) respecto a los monumentos tumulares que jalonaban aquella vía, la localización probable de los pueblos citados por

Plinio y los castros allí catalogados.

Fig. 51. Túmulo de Coaña. Imagen tomada por José Manuel González en 1959 desde la carretera de Coaña a El Espín encuyas obras de construcción se localizaron, en el siglo XIX, un hacha plana de cobre y un alambre de oro.

Page 38: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

ron históricamente la circulación por estastierras de Entrambasaguas, a las que se suma-ba, y no con carácter marginal, el curso delrío Navia, arteria fluvial con largo cauce na-vegable y ría apta para el refugio en la siem-pre arriesgada singladura por los derroteroscantábricos. La frecuencia con que las princi-pales rías y estuarios cantábricos sirvieron deasiento a comunidades castreñas pone demanifiesto el interés por capitalizar localiza-ciones tan favorables para el intercambio co-mercial y la redistribución de mercancíasdonde se producía el enlace de las rutas te-rrestres de corta y larga distancia con el tráfi-co marítimo (Camino & Villa, 2003: 56).En este sentido, cabe recordar que son abun-dantes las pruebas arqueológicas que advier-ten de las posibilidades navieras de los pue-blos atlánticos prerromanos (Broigther,North Ferriby o Dover), alguna de cuyas flo-tas llegó a despertar, como en el caso de losvénetos, la sorpresa del propio César (B.G. 3,XIII-XIV).

En el caso de Coaña, la proximidad alrío y, en particular, al lugar ribereño de Portoha sido reiteradamente aludida como pruebade la vinculación del poblado con la navega-ción fluvial por el Navia. Así lo consideró Jo-sé María Flórez, para quien fue éste, en épo-ca romana "…un verdadero puerto de mar”(1878: 10), y Jordá que lo calificó comopunto más adecuado para el paso del río y,tal vez, como primitivo puerto de la ría(1983: 9).

El Navia y su ría aparecen mencionadosen las obras clásicas de Cayo Plinio y Clau-dio Ptolomeo al ocuparse de la descripcióndel litoral cantábrico durante la Antigüedad.Plinio lo cita en su Historia Natural (siglo Id.C.) al localizar en el flumine Navia el lími-te entre los conventos lucense y asturicense;Ptolomeo en las Tablas geográficas (siglo IId.C.) cuando señala la frontera litoral entreambas entidades jurídicas en la desemboca-dura del río Navialbión. Tal variante en ladenominación habría sido empleada, en opi-nión de José Manuel González, para evitar laambigüedad de un hidrónimo de uso comúnen la época y con el cual serían designadostanto el río Eo como el propio Navia. En su

afán por deshacer cualquier equívoco, el geó-grafo alejandrino optó por una fórmulacompuesta mediante la cual individualizabaeste último refiriéndolo al pueblo que seasentaba en ambas orillas de su curso bajo,los albiones (1954: 85). En definitiva todoapunta que la decisión de emplazar un asen-tamiento estable en un espacio con una no-toriedad geográfica tan señalada obedeció arazones que trascienden las prestaciones de-fensivas, más o menos favorables, que pudie-ran haberse reconocido en la colina de Villa-condide; motivaciones que deben ser com-prendidas en un marco territorial de ámbitomucho más amplio que el estrictamente lo-cal.

Coaña durante la Edad del Hierro

A comienzos de la Edad del Hierro, enuna fecha aún por determinar, existía sobrela loma de El Castelón un asentamiento,probablemente fortificado, en el que hacia elsiglo V a.C. están ya vigentes algunos de losrasgos que caracterizan el hábitat castreñomás convencional. Las secuencias estratigrá-ficas recuperadas en la acrópolis y el recintosacro, que además cuentan con el apoyo dedataciones 14C, muestran que la muralla su-perior y algunas de las estructuras integradasen el complejo termal se encontraban yaconstruidas en momentos no posteriores alaño 400 d.C. Si bien no se poseen datacionesabsolutas que corroboren una antigüedad se-mejante para el resto del poblado, parece ra-zonable sospechar que, visto el registro ar-queológico asociado a varios edificios del ba-rrio extramuros así como a la muralla y el fo-so que lo circundaban, esta zona del castropudiese estar ya habitada en aquel mismotiempo. Ésta es, hasta donde conocemos, lazona de habitación más densamente ocupadadel poblado. La cuestión es ¿fue la única ocoexistieron en la colina otras zonas igual-mente ocupadas?, lo cierto es que de las 7 Hasobre las que se extiende el yacimiento tansólo una décima parte ha sido excavada. Aúnasí puede asegurarse que al abrigo de la mu-ralla de la acrópolis, en el recinto donde Gar-cía y Bellido había supuesto el hábitat primi-

175

Page 39: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

176

tivo del castro, y que entonces disponía deun acceso diferente al que se transita en la ac-tualidad, se alzaban durante los siglos IV-IIIa.C. edificios de planta curvilínea y fábricaidéntica los del barrio exterior. También seha comprobado la ocupación “urbana” delrecinto oriental donde el único sondeo delque se tiene noticia puso al descubierto laplanta de una cabaña oblonga de anchuraindeterminada y longitud no inferior a los8-9 m. (fig. 52). Lo que pueda existir en elresto del cerro es totalmente desconocido. Nila ladera occidental cuya falda recorta elarroyo de Xarriou, ni el resto del perímetrode la acrópolis han sido sondeados más alládel cinturón defensivo que la delimita.

En todo caso, lo más probable es que elpaisaje “urbano” que conocieron los con-temporáneos a la conquista romana (29-19a.C.) no diste sustancialmente de la tramaedificada que dio lugar a las ruinas hoy vi-sibles si bien el principal camino de aproxi-mación al núcleo castreño debió ser enton-ces diferente. La fotografía aérea muestra laexistencia de un antiguo vial que asciende

desde el arroyo de Xarriou, faldeando des-de el norte con ligera pendiente hasta al-canzar el pasillo que se abre entre la líneade muralla y los aterrazamientos orientales,un paso angosto intencionadamente es-trangulado mediante el baluarte en codoque interceptaba el acceso a la puerta ycuerpos de guardia. Una vez traspasado elumbral del poblado la vía continuaba al piede las saunas o santuarios castreños y juntoa la gran casa de asamblea, atravesando elespacio ceremonial comunitario que prece-día la entrada al abigarrado dédalo de calle-juelas y cabañas del caserío.

Coaña en época romana

Tras la incorporación de las tierras tras-montanas a la administración imperial, enCoaña se produjo una paulatina reordena-ción del espacio urbano cuyas consecuenciasse advierten principalmente sobre los viales,los dispositivos de control de acceso al pobla-do y una probable actualización de ciertasfortificaciones (fig. 53). Fue éste un fenóme-

Fig. 52. El único sondeo practicado en el barrio oriental dio como resultado el descubrimiento de una cabaña inédita(nº 84) y el robusto machón que flanquea la puerta baja del poblado.

Page 40: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

177

no bien documentado en el castro del ChaoSamartín, un asentamiento con larga tradi-ción de centralidad que Roma consolidó du-rante el periodo de tutela militar que se ex-tendió, grosso modo, durante la primera cen-turia, tiempo en el que el viejo poblado llegó

a servir de estacionamiento a personal cas-trense. A este último episodio de refortifica-ción corresponden probablemente las defen-sas que hoy pueden observarse sobre el flan-co meridional de la colina, cercado por lamuralla que reproduce la traza de la que ori-

Fig. 53. Plano general del yacimiento con indicación de los sectores mencionados en el texto y los edificios descubiertosfuera del barrio norte. Curvas de nivel a cada 5 m. (Topografía y dibujo: Esperanza Martín).

Page 41: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

178

ginalmente delimitó la acrópolis y el foso an-tepuesto que alcanza la puerta oriental. Lafábrica del muro, realizado a hueso conmampostería ordinaria de pizarra, que re-cuerda la que delimita la guarnición militaraltoimperial del castro de San Isidro, presen-ta una factura bien diferenciable de la aplica-da en la obra prerromana cuya traza conoce-rá también la apertura de nuevos vanos co-mo el dispuesto para acoger la vía pavimen-tada de acceso a la explanada superior, sobrela que se construyó la gran casa rectangular.No cabe descartar que, vista la magnitud delos derrumbes, la muralla rematase en el ex-tremo suroccidental de la acrópolis en formade torre o bastión, precisamente en el lugaren el que la tradición decimonónica situabaun castillo y donde se creyó reconocer la es-tructura escalonada de un pozo o aljibe (Ca-rrocera, 2003: 158).

Por lo que a los espacios de habitaciónse refiere, en los castros occidentales, las re-formas de lo ya existente y la aplicación depatrones importados en obras de nueva fac-tura muestran, según los casos, muy dife-rente grado de implantación. Así, mientrasen poblados como el Chao Samartín o Tara-mundi, aún registrándose la pervivencia deestructuras anteriores junto a otros de nue-va creación, la preponderancia de éstos últi-mos y la adaptación de los viejos espacios alos modos de uso, ornamento y ajuares ro-manos, denuncian un proceso de cambioavanzado, en otros castros como La Coronade Arancedo, Mohías o Cabo Blanco el pe-so de la tradición se impone sobre las inno-vaciones. En Coaña, las circunstancias de sutemprana excavación nos privan en granmedida del registro necesario para respaldarcronológicamente el aire arcaico que tras-mite en conjunto y que lo emparenta for-malmente con lo percibido en los asenta-mientos próximos o inmediatos al litoralantes mencionados. También es cierto queen El Castelón nuestra visión se limita a unsector del yacimiento pudiendo ocurrir quealgunas de las innovaciones genuinamenteromanas detectadas (restos de opus signi-num, cargas murales con decoración pictó-rica, materiales latericios, etc.), por el mo-

mento excepcionales en el “barrio extramu-ros”, pudieran haber resultado de uso co-mún en otras zonas inéditas del asenta-miento. En este sentido, debe llamarse laatención sobre la falda meridional, nuncaexplorada, donde no cabe descartar estruc-turas de habitación pues se trata de una zo-na potencialmente favorable para la amplia-ción de poblado. De hecho, el acondiciona-miento de la vía de entrada y consiguienteprolongación de los puestos de control yfortificaciones hacia el sureste, que apenashan empezado a excavarse, podría tenermucho que ver con la expansión hacia estosespacios periféricos.

El descubrimiento de esta vía, cuyaconstrucción corresponde a época romana,dio pie para que fugazmente se aludiese aloscuro asunto de los ritos funerarios castre-ños y fuese sugerida la posibilidad de una hi-potética necrópolis dispuesta en torno a lamisma (Carrocera, 2003: 157). Se recogíacon ello el testigo de interpretaciones ante-riores, elaboradas en un contexto historio-gráfico en el que se consideraba que el ritualpracticado por los castreños era la incinera-ción, y que fue defendida principalmentepor García y Bellido, quien había creído re-conocer pruebas suficientes del uso como ur-nas cinerarias de las piedras con cazoletas,dispuestas como mesa a modo de altar o en-terradas bajo el piso de la habitación (Garcíay Bellido, 1942: 233). Esta propuesta no haencontrado desde entonces ningún apoyo ar-queológico razón por la que otros autores,que también consideraban verosímil la tradi-ción incineradora de los pueblos castreños,propusieron que tal vez estos depósitos de-bieran buscarse en los aledaños de los pobla-dos (Maya, 1989: 73) sin rechazar la reutili-zación de los viejos monumentos tumulares10.En relación con ambos asuntos, la vías de co-municación y los ritos funerarios, se suele ha-cen mención a una de las piezas más llamativasdescubierta en el castro o su entorno inmedia-to y hoy expuesta en las proximidades delAyuntamiento. La conocida en tiempos como

10 Sugerencia de Fermín Bouza Brey en carta manuscrita dirigidaa Antonio García y Bellido (García y Bellido, 1942 b: 306)

Page 42: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

“Piedra de Nuestra Señora”, una monumentalestela discoidea, labrada en granito y tenidahasta hace algunos años por anepígrafa. Su ob-servación con luz rasante permitió identificaralgunos trazos residuales de lo que sin duda fueun texto más amplio11 pero insuficiente paradeterminar el sentido de la inscripción (fig.54).

Otras inscripciones con fuerte conteni-do simbólico se descubrieron en el propiocastro no hace muchos años (Villa, 2013).La primera de ellas lo fue en circunstancias

ciertamente extrañas12 pues su existencia pa-só desapercibida a cuantos investigadorestrabajaron en el castro. Para mayor descon-cierto, los grabados se desarrollan sobre unmampuesto de pizarra encastrado en el para-mento externo de una de las cabañas a lasque García y Bellido prestó particular aten-ción pues en ella había creído identificar lasprimeras evidencias que probaban la práctica

179

Fig. 54. Estela discoidea. Descrita por primera vez en 1818 por Canel Acevedo, fue tenida por anepígrafa hasta fechasrecientes aunque, como muestra la imagen, sobre la superficie son aún perceptibles relictos de antiguas inscripciones.

11 Con grafía moderna y letra minúscula, la palabra coaña apare-ce grabada sobre la zona de encuentro del fuste y el disco.

12 En abril de 2001, el profesor de Prehistoria de la Universidad deOviedo, Adolfo Rodríguez Asensio, dio a conocer al autor de es-te artículo la identificación de varios grabados inéditos en el Cas-tro de Coaña. El descubrimiento había sido realizado meses antespor Javier Castro, vecino de Deba (Guipúzcoa), quien comunicóel hallazgo al servicio de guardería del área arqueológica.

Page 43: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

180

funeraria de la cremación y la custodia do-méstica de las cenizas (1941: 202). La com-posición se distribuye en dos registros super-puestos realizados mediante incisión simplede trazo fino. En ella se representan cérvidosy algunos cuadrúpedos indeterminados sobreun paisaje en el que destacan diversos moti-vos geométricos y sogueados (fig. 55 y 56).

El segundo grabado se trazó sobre unalosa de pizarra, recogida al pie de la murallade la acrópolis y representa una cruz botana-da que comprende, en realidad cuatro de es-tos signos obtenidos a partir del desarrolloconcéntrico e independiente de las aspas deuna primera cruz interior. Idéntico motivoaparece labrado por duplicado flanqueando

el vano abierto en la pedra Formosa del mo-numento balneario de Alto das Eiras en VilaNova de Famaliçao (Silva, 2007 b: 43). Setrata de figuras geométricas que, como lossogueados, las onduladas o los lazos con quese ornamentaron objetos con inequívoco va-lor ritual (sítulas, torques o diademas áure-as), difícilmente pueden entenderse comomero ejercicio ornamental y hubieron de po-seer un profundo sentido religioso, proba-blemente funerario, como pone de manifies-to su pervivencia en la labra de las estelasmortuorias de La Doriga y Valduno o monu-mento el de Argandenes (fig. 57).

La integración en el mundo romano delos habitantes de Coaña como la del resto de

Fig. 55 y 56. Inscripción figurativa sobre una de las pizarras insertas en el paramente exterior de la construcción nº 39.

Page 44: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

181

comunidades castreñas en estas zonas delárea astur-galáica se produjo de forma brus-ca, acelerada por agentes aculturadores degran eficacia cuya implantación territorial seconstata en fechas muy próximas al final dela conquista. La presencia del ejército y la in-mediata puesta en marcha de la actividadminera se llevo a cabo en un contexto deaparente continuidad formal, de resistenciaal cambio en los significantes pero de pro-funda e irreversible contaminación de signi-ficados que alcanzarán la esencia misma delas estructuras sociales e ideológicas de lospueblos castreños.

Un buen ejemplo de la mudanza simbó-lica al que fue abocado el universo ritual deestas comunidades se observa en las transfor-maciones que anuncian la definitiva desacra-lización de los viejos santuarios indígenas, lassaunas castreñas. Así se han interpretado losúltimos cambios advertidos en su estructura,especialmente reveladores en la cabeceradonde, quebrando el hermetismo consustan-cial a la localización del fuego en los monu-mentos de la Edad del Hierro, se añade unanueva estancia que, a modo de sudatio, seabre directamente al exterior y facilita la vigi-

lancia y alimentación del horno, ahora ya sinmayor misterio que el requerido en cualquierotro dispositivo termal público o doméstico.

Algo similar ocurrirá con las grandes ca-bañas o casas de asamblea, escenario de festi-nes y celebraciones comunitarias que confor-maban junto con las saunas el más genuinoespacio ritual del castro. Tras la conquista,Roma comprendió pronto la utilidad de es-tos espacios ceremoniales, de su tradición se-cular como vertebradores del pensamientosocial y la actividad política de las comunida-des castreñas. Por esta razón, lejos de promo-ver la destrucción o el remplazo de los viejosblasones prerromanos se propició su vigen-cia, bajo una eficaz (y rastreable) tutela mili-tar, al menos, durante el primer siglo de laEra si bien adaptados al nuevo rol asignado acada poblado castreño en el marco adminis-trativo provincial y reconvertidos en escena-rios más o menos solemnes para la represen-tación, en este caso sí, remedo rústico de le-janos fora romanos (figs. 58 y 59).

La unidad administrativa básica para lagestión de los territorios conquistados en elárea trasmontana fue la civitas, figura jurídi-ca a la que se adscribía una determinada po-blación en un territorio de límites bien defi-nidos que, además, “estaban obligadas a pro-ducir un excedente para hacer frente a lasnuevas obligaciones fiscales” (Orejas, 2005:313). Un tiempo en el que Roma favorecióel ascenso social de grupos familiares queejercerán sus jefaturas locales al amparo de lalegitimidad que proporcionaban los símbo-los seculares del castro y del que la dignidadreconocida a Nicer Clutosi como príncipe delos albiones es el mejor ejemplo (fig. 60).

El rango administrativo del que disfrutócada poblado bien pudo depender de sucomportamiento hacia el invasor durante lasguerras de conquista, tal y como informa elEdicto del Bierzo13 en el trato dispensado porAugusto a los castellani Paemeiobrigenses yAliobrigiaecini, si bien la designación comocabecera administrativa de un determinadoterritorio debió recaer en asentamientos con

Fig. 57. Cruciforme inscrito en pizarra que reproduce unmotivo común en algunas pedras formosas portuguesas co-

mo la del castro de Alto das Eiras, en Famaliçao.

13 Según traducción y primeros estudios publicados por la Fun-dación Las Médulas (Sánchez-Palencia & Mangas, 2000: 19).

Page 45: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

182

Fig. 58. Construcción maciza de planta rectangular conocida como “el torreón”. En realidad su construcción no respondetanto a fines militares como a requerimientos de orden urbanístico relacionados con actos ceremoniales comunitarios.

Fig. 59. La disposición de los edificios comunitarios del castro es muy similar a la advertida en el castro de Chao Samartíndonde el espacio y los edificios de uso colectivo son reinterpretados al modo romano conformando áreas que funcional-

mente emulan los foros ciudadanos.

Page 46: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

tradición consolidada de prevalencia entresus vecinos. Si ésta se validó en Coaña concategoría de caput civitates, como se ha pro-puesto para el Chao Samartin o la CampaTorres (Villa, 2010), dependerá del avanceen la investigación aquí y en otros castros desu entorno, frente a los cuales, El Castelónofrece indicios de cierta preponderancia porsu extensión y privilegiada localización geo-gráfica. En este sentido, la inscripción sobreun ponderal de pizarra transcrita por DiegoSantos como A(rgentum) P(ublicum) P(er)P(ondus) L(ibrarum) MIIX et S(emis) (1985:211) podría estar indicando la presencia enCoaña de personal administrativo, quizá vin-culado con la recaudación, tal y como se hapropuesto para otras singulae civitates (Balil,1984: 181) (fig. 75).

El castro de Coaña mantuvo la condi-ción de asentamiento estable al menos du-rante los dos, tal vez, tres primeros siglos de

la Era. Las cerámicas clásicas y la colecciónnumismática nos ofrecen una horquillatemporal muy fiable al respecto. El marcocronológico que indican las produccionesde terra sigillata, primeramente producidasen el sur de la Galia y, posteriormente,avanzado ya el siglo I y durante el II, en losalfares riojanos de Tritium Magallum, se verespaldado por las fechas de emisión de lasmonedas que circularon en el antiguo po-blado14 (Gil & Villa, 2006): 1 denario repu-blicano de la familia Acilia (54 a.C.), diver-sos bronces augusteos entre los que se cuen-ta un ejemplar de los conocidos como “de lacaetra” por representar en su reverso el escu-do circular de las tropas indígenas someti-das, junto con acuñaciones de Tiberio yClaudio (fig. 61). Un denario de Quintilio,hoy perdido y que se emitió entre el 270 y

183

Fig. 60. Estela funeraria de Nícer Clutosi. Anciano de 75años, del castro o civitas Cariaca, reconocido como prínci-pe de los albiones. Descubierta en A Corredoira, concejode Vegadeo, fue publicada por Antonio García y Bellido(1943), autor del dibujo, en el que se puede leer: NICERCLVTOSI · Ɔ CARIACA PRINCIPIS · ALBIONVM ·

AN LXXV HIC S EST.

Fig. 61. As de bronce acuñado a nombre de Augusto de laserie del Noroeste con reverso de caetra, segunda edición(RPC 4) y denario de plata del tipo CL CAESARES emitidoentre el 2 a.C. y 14 d.C. (clasificación y fotografía de Fer-

nando Gil Sendino, 2006: 513).

14 El catálogo de las monedas altoimperiales de Coaña puedeconsultarse en el estudio general sobre los hallazgos y noticiasde numerario romano de ambiente militar en Hispania (Gil &Villa, 2006).

Page 47: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

184

el 271 d.C., constituiría, de haber sido co-rrecta su lectura, el último testimonio decirculación monetaria en el castro. A partirde entonces, tal vez antes, Coaña, al igualque había ocurrido en el resto de castros delas tierras del occidente de Asturias duranteel siglo II, no ofrecerá más testimonios deocupación que algún leve indicio de posible

frecuentación, como podría indicar el cuen-co de cerámica gris con estampillas datadohacia el siglo V d.C. que marca el punto fi-nal de un poblado con varios siglos de his-toria cuya imagen es hoy el más representa-tivo y sugerente símbolo de los pueblos que,dos mil años atrás, protagonizaron la entra-da de Asturias en la Historia (fig. 62).

Fig. 62. Cuenco de cerámica gris con estampillas datado hacia el siglo V d.C. Es, por el momento, el único testimonio defrecuentación de la colina en las postrimerías del Imperio Romano.

Page 48: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

185

ACEVEDO Y HUELVES, B. (1900): “Coaña”, en O. Bell-munt y F. Canella: Asturias. Oviedo, 361-364.

ALMAGRO GORBEA, M. (1997): “Guerra y sociedad enla Hispania celta”, en La guerra en la Antigüedad.Una aproximación al origen de los ejércitos en His-pania. Ministerio de Defensa. Madrid, 207-221.

ALMAGRO GORBEA, M. & ÁLVAREZ SANCHÍS, J.(1993): "La Sauna de Ulaca: Saunas y baños ini-ciáticos en el mundo céltico", en Cuadernos de Ar-queología de la Universidad de Navarra 1, 177-225.

BALIL ILLÁN, A. (1984): “El modio de Ponte Puñide(Gonzar, Pino, Coruña), en Gallaecia 7-8. Santia-go de Compostela, 179-186.

BENDALA, M.; FERNÁNDEZ OCHOA, C.; DURÁN CA-BELLO, R. & MORILLO, A.; Ed. (2005): La Ar-queología clásica peninsular ante el tercer milenio.En el centenario de A. García y Bellido (1903-1972). Anejos AEspA XXXIV. Madrid.

BLÁNQUEZ PÉREZ, J. & PÉREZ RUIZ, M.; Ed. Cient.(2004): Antonio García y Bellido. Miscelánea. SerieVaria 5. Madrid.

BLAS CORTINA, M. A. (1983): La Prehistoria Recienteen Asturias. Estudios de Arqueología Asturiana nº1. Oviedo.

BOYER, F. & BUCHSENSCHUTZ, O. (1998): “Les con-ditions d’une interprétation fonctionelle des mou-lins celtiques rotatifs à mains sont-elles reunites?”,en Revue Archéologique du Centre de la France, To-me 37. Tours, 197-206.

BUCHSENSCHUTZ, O. (2004): Les Celtes de l’Âge du ferdans la moitié nord de la France. Paris.

BUXO I CAPDEVILA, R. (1991): “Aperçu sur les artefac-tas associés à la transformation des céréales en pré-histoire. État des études en Espagne méditerrané-enne”, en F. Sigaut & D. Fournier: La préparatonalimentaire des céréales. PACT. Strasbourg, 17-24.

CAMINO MAYOR, J. (2005): "Prehistoria e HistoriaAntigua", en A. Fernández y F. Friera (Coor.):Historia de Asturias. Oviedo, 13-148.

CAMINO MAYOR, J. & VILLA VALDÉS, A. (2003): “Labahía de Gijón y las rutas marítimas prerromanasen la costa cantábrica de la Península Ibérica”, C.Fernández Ochoa (Ed. Cient.): Gijón Puerto Ro-mano. Navegación y comercio en el Cantábrico du-rante la Antigüedad. Gijón, 44-59.

CARROCERA FERNÁNDEZ, E. (2003): “El Castro deCoaña”, en A. Fernández & C. Bermejo (Coord.):Varia Coañesa. Estudios sobre el Concejo de Coaña,Volumen I. Oviedo, 141-178.

CONDE VALVÍS, F. (1955): “Las termas romanas de laCibdá de Armea en Santa María de Aguas Santas”,en III Congreso Nacional de Arqueología, pp. 432-446. Zaragoza.

CHAMOSO, M. (1955): Santa Marina de Aguas Santas(Orense), Cuadernos de Estudios Gallegos, 10

CHILDE, G. (1950): “Algumas analogías das cerámicaspré-históricas británicas com as portuguesas”, enRevista de Guimarâes 60 (1-2). Guimarâes, 5-16.

CLARK, G. A. (1986): “El nicho alimenticio humanoen el Norte de España desde el Paleolítico hasta laromanización”, en Trabajos de Prehistoria 43. Ma-drid, 159-84.

CUNLIFFE, B. (1984): Danebury, an Iron Age Hillfortin Hampshire, Vol. 2. The Excavations 1969-1978:the Finds. C. B. A. Report 52. London.

DIEGO SANTOS, F. (1985): Epigrafía romana de Astu-rias. Oviedo.

ESCORTELL PONSODA, M. (1982): Catálogo de lasEdades de los Metales del Museo Arqueológico deOviedo. Oviedo.

FERNÁNDEZ POSSE, Mª. D. & SÁNCHEZ-PALENCIA, F.J. (1998): “Las comunidades campesinas en lacultura castreña”, en Trabajos de Prehistoria, Vol.55, nº 2. Madrid, 127-150.

FERNÁNDEZ-POSSE, M.D. (2002): “Tiempos y espa-cios en la Cultura Castrena”, en M. A. de Blas &A. Villa Valdés: Los poblados fortificados del noroes-te de la Península Ibérica: formación y desarrollo dela Cultura Castreña. Navia, 81-95.

FERNÁNDEZ POSSE, Mª. D. & SÁNCHEZ-PALENCIA, F.J. (2005): “El poblamiento castreño prerromano yromano. García y Bellido y los castros Asturia-nos”, en La Arqueología clásica peninsular ante eltercer milenio en el centario de A. García y Bellido(193-1972). Anejos de Archivo Español de Ar-queología XXXIV. Madrid, 149-160.

FLÓREZ Y GONZÁLEZ, J. M. (1877): Memoria relativaa las excavaciones de El Castellón en el Concejo deCoaña (Asturias). Oviedo.

GARCÍA MARTÍNEZ, A. (1929): Prehistoria sobre el oc-cidente de Asturias. Manuscrito inédito. Biblioteca

BIBLIOGRAFÍA

Page 49: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

186

de la Comisión Provincial de Monumentos. Mu-seo Arqueológico de Asturias.

GARCÍA Y BELLIDO, A. (1941): “El Castro de Coaña(Asturias) y algunas notas sobre el posible origende esta cultura”, en Archivo Español de ArqueologíaXIV, 42. Madrid, 118-217.

GARCÍA Y BELLIDO, A. (1942): “El castro de Coaña(Asturias). Nuevas aportaciones”, en Archivo Es-pañol de Arqueología, XV, 48. Madrid, 216-244.

GARCÍA Y BELLIDO, A. (1942 b): “El castro de Pen-dia”, en Archivo Español de Arqueología, nº 49.Madrid, 288-307.

GARCÍA Y BELLIDO, A. (1943): “Los albiones del NO.de España y una estela hallada en el occidente deAsturias”, en Emerita XI. Madrid, 418-430.

GARCÍA Y BELLIDO, A. & URÍA RÍU, J. (1940): “Avan-ce a las excavaciones del Castellón de Coaña”, enRevista de la Universidad de Oviedo 2. Oviedo,105-131.

GARCÍA-BELLIDO GARCÍA DE DIEGO, M. P. (2002):“El yacimiento de Coaña y Antonio García y Be-llido”, en M.A. de Blas & A. Villa Valdés (Ed.Cient.): Los poblados fortificados del noroeste de laPenínsula Ibérica: formación y desarrollo de la Cul-tura Castreña. Navia, 39-45.

GIL SENDINO, F. & VILLA VALDÉS, A. (2006): "La cir-culación monetaria en los castros asturianos" enM.P. García-Bellido (Coord.): Moneda y ejércitoen la Hispania altoimperial. Consejo Superior deInvestigaciones Científicas. Madrid, 501-519.

GONZÁLEZ Y FERNÁNDEZ-VALLES, J.M. (1954): El li-toral asturiano en la época romana. Instituto de Es-tudios Asturianos. Oviedo.

GONZÁLEZ Y FERNÁNDEZ-VALLES, J.M. (1978): His-toria de Asturias vol. 2. Asturias protohistórica.Ayalga Ediciones. Salinas.

GORDILLO, F. (1997): Arquitectura. Imagen del des-arrollo local. Oviedo.

HEVIA GONZÁLEZ, S. (2006): Castro de Chao Samar-tín (Grandas de Salime, Asturias). El ajuar cerámi-co del siglo I d.C. Trabajo de Investigación Cursode Doctorado. Universidad de Oviedo. Inédito.

HEVIA GONZÁLEZ, S. & MONTES LÓPEZ, R. (2009):“Cerámica común romana altoimperial de fabri-cación regional del Chao Samartín (Grandas deSalime, Asturias)”, en Cuadernos de Prehistoria yArqueología de la Universidad Autónoma de Ma-drid, 35. Madrid, 27-187.

JORDÁ CERDÁ, F. (1983): Nueva guía del Castro de Co-aña (Asturias). Guías de Arqueología Asturiana nº1. Oviedo.

JORDÁ CERDÁ, F. (1985-86): “Sobre la celtización tar-día de Asturias”, en Veleia 2-3. Vitoria, 261-265.

LOPEZ CUEVILLAS, F. (1959): “Unha urna cerámica euna lanza de bronce”, en Trabalhos de Antropolo-gia e Etnologia XVII. Porto.

LÓPEZ MARCOS, M. A.; LÓPEZ GONZÁLEZ, L. F. &ÁLVAREZ GONZÁLEZ, Y. (2005): “La recuperaciónde un yacimiento: El castro de Chano (Peranza-nes, León)”, en Puesta en valor del patrimonio ar-queológico en Castilla y León. Salamanca, 115-124.

MARCO SIMÓN, F. (1994): “Heroización y tránsitoacuático: sobre las diademas de Moñes (Piloña,Asturias)”, en J. Alvar y J. Mangas (Eds): Home-naje a José María Blázquez, Vol. II. Madrid, 319-348.

MAYA GONZÁLEZ, J. L. (1988): La cultura material delos castros asturianos. Estudios de La Antigüedad4/5. Publicacions de la Universitat Autónoma deBarcelona.

MAYA GONZÁLEZ, J. L. (1989): Los castros en Asturias.Biblioteca Histórica Asturiana, 21. Gijón.

MAYA GONZÁLEZ, J. L. & DE BLAS CORTINA, M. A.(1973): “El molino del castro de La Picona y no-tas sobre la introducción de los tipos giratorios enAsturias”, en Boletín del Instituto de Estudios Astu-rianos, nº 80. Oviedo, 717-722.

MENÉNDEZ GRANDA, A. Y BENEITEZ GONZÁLEZ, C.(2002): "La ocupación romana en los castros astu-rianos a través del ajuar cerámico: análisis histo-riográfico”, en M.A. de Blas y A. Villa (eds.): Lospoblados fortificados del noroeste de la PenínsulaIbérica: formación y desarrollo de la Cultura Castre-ña. Navia, 279-299.

MENÉNDEZ GRANDA, A. & VILLA VALDÉS, A. (e.p):“Excavaciones arqueológicas en el “recinto sacro” ypuerta de la acrópolis de El Castelón de Coaña”, enExcavaciones Arqueológicas en Asturias 7. Oviedo.

MONTES LÓPEZ, R.; HEVIA GONZÁLEZ, S. & VILLA

VALDÉS, A. (2012): “El espacio doméstico comoexpresión de la aculturación de la comunidad pre-rromana durante los siglos I y II d.C. en el castrode Chao Samartín (Grandas de Salime, Asturias),en Actas de los Encuentros de Jóvenes Investigadoresde Historia Antigua (2010-2011), Madrid, 189-204. También, en la revista de edición digital,Antesteria nº 1. Madrid, 203-218.

MORILLO CERDÁN, A. (1999): Lucernas romanas en laregión septentrional de la península ibérica. Contri-bución al conocimiento de la implantación romanaen Hispania Vol. 1. Monographies instrumentum8/1. Montagnac.

Page 50: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)

187

NAVEIRAS ESCANLAR, J. M. (2004): “La casa redon-da”, en la edición del 6 de agosto del diario LaNueva España. Oviedo.

OLIVEIRA, F.; QUEIROGA, F. & PEREIRA DINIS, A.(2007): “Pao de bolota na cultura castreja”, en A.Coelho Ferreira da Silva (Coor.): Pedra Formosa.Arqueologia experimental. Vilanova de Famaliçao,122-131.

OREJA SACO DEL VALLE, A. (2005): “El poblamientoromano en los distritos mineros del noroeste”, enC. Fernández Ochoa & P. García: Unidad y diver-sidad en el Arco Atlántico en época romana. III Co-loquio Internacional de Arqueología en Gijón. Gi-jón, 309-319.

PAREDES, Á. (1997): "Oríxenes y desendolcu de la ca-sa tradicional asturiana: la casa redonda", en Astu-ries. Memoria encesa d’un país, 4. Oviedo-Uviéu,56-67.

PASTRO MUÑOZ, M. (1977): Los Astures durante elImperio Romano. Contribución a su historia social yeconómica. Oviedo.

PEREA CAVEDA, A. (2003): “Los torques castreños enperspectiva”, en Brigantium, vol. 14. A Coruña,139-149.

RODRÍGUEZ COLMENERO, A. (2000): “Pedras formo-sas. Un nuevo matiz interpretativo”, en C. Fer-nández Ochoa y V. Entero (Eds.): Termas romanasen el occidente del Imperio. II Coloquio Internacio-nal de Arqueología en Asturias. Gijón, 397-402.

RUIZ DE LA PEÑA SOLAR, J. I. (1997): “La obra histó-rica de don Juan Uría Ríu (1891-1979, Oviedo)”,en Homenaje a Juan Uría Ríu (Volumen I). Uni-versidad de Oviedo. Oviedo, 45-65.

RUIZ DE LA PEÑA SOLAR, A. (2012): La hora de Astu-rias en el siglo XVIII. Real Instituto de EstudiosAsturianos & Instituto Feijoo de Estudios del Si-glo XVIII. Oviedo.

SÁNCHEZ-PALENCIA, F. J. & MANGAS MANJARRÉS, J.Coord. (2000): El Edicto del Bierzo. Avgusto y elnoroeste de Hispania. Ponferrada.

SILVA, A.C.F. DA (2007): A Cultura Castreja no Nor-oeste de Portugal. Paços de Ferreira.

Silva, A.C.F. (2007 b): Pedra Formosa. Vila Nova deFamaliçao.

VILLA VALDÉS, A. (2001): “Descripción de estructurasdefensivas y trazado urbano en el castro del ChaoSamartín (Grandas de Salime)”. Boletín del MuseoProvincial de Lugo IX. Lugo, pp.367-419.

VILLA VALDÉS, A. (2001 b): “Aportaciones al estudiode la evolución del espacio urbano castreño en el

occidente de Asturias (siglos IV a.C- II d.C.)”, enProto-Historia da Península Ibérica. Actas del IIICongreso de Arqueología Peninsular. Vila Real,pp. 507-521.

VILLA VALDÉS, A. (2002): “Periodización y registro ar-queológico en los castros del occidente de Astu-rias”, en M.A. de Blas y A. Villa (eds.): Los pobla-dos fortificados del noroeste de la Península Ibérica:formación y desarrollo de la Cultura Castreña.Ayuntamiento de Navia-Parque Histórico del Na-via, 159-188.

VILLA VALDÉS, A. (2007): "Reseña del inventario ar-queológico del concejo de Coaña y algunos apun-tes relativos a su poblamiento prehistórico", enExcavaciones Arqueológicas en Asturias 1999-2002.Oviedo, 413-418.

VILLA VALDÉS, A. (2007 b): "Saunas castreñas en po-blados fortificados de Asturias y Galicia", enA.C.F. Silva (Coord.): Pedra Formosa. Vila Novade Famaliçao, 66-92.

VILLA VALDÉS, A. (2010): “¿De aldea fortificada a Ca-put Civitatis? Tradición y ruptura en una comuni-dad castreña del siglo I d.C.: el poblado de ChaoSamartín (Grandas de Salime, Asturias)”, en Cua-dernos de Prehistoria y Arqueología UniversidadAutónoma de Madrid 35, 2009. Madrid, 7-26.

VILLA VALDÉS, A. (2011): “Santuarios urbanos en laProtohistoria cantábrica: algunas consideracionessobre el significado y función de las saunas castre-ñas”, en Boletín del Real Instituto de Estudios Astu-rianos 177. Oviedo, 9-46.

VILLA VALDÉS, A. (2013): “Grabados zoomorfos so-bre pizarra y otros epígrafes inéditos en castros as-turianos”, en Sautuola XVI-XVII. Santander, 15-31.

VILLA, A.; MENÉNDEZ, A. & GIL, F. (2006):"Fortifi-caciones romanas en el castro de Chao Samartín(Grandas de Salime, Asturias)", en Á. Morillo(coord.): Actas del II Coloquio de Arqueología Mi-litar Romana en Hispania. Producción y abasteci-miento en el ámbito militar. Universidad de León,581-599.

VILLA VALDÉS, A.; MONTE LÓPEZ, R.; HEVIA GON-ZÁLEZ, S.; V. PASSALACQUA, N.V., WILSON, A.C.& CABO PÉREZ, L. (2008): “Avance sobre el estu-dio de la necrópolis medieval del Chao Samartínen Castro (Grandas de Salime, Asturias)”, en Te-rritorio, sociedad y poder: revista de estudios medie-vales 3. Oviedo, 57-84.

Page 51: 139...143 zas” dispersas sobre la ladera occidental, cál-culo que duplicaba para el conjunto del asentamiento, considerando una población en torno a las 800 almas (figs. 4 y 5)