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EL HIJO DEL HOMBRE TIENE QUE PADECER MUCHO 2015 Domingo 24º ordinario (B) Jesús y sus discípulos caminan de Cesarea a Jerusalén. El Señor reconvierte el viaje geográfico en imagen y pedagogía del camino interior que va a seguir en la realización de su misión. Y va a ser también el camino espiritual que deberán hacer sus discípulos. Subir a Jerusalén es hacer, paso a paso, el camino espiritual de la muerte y de la resurrección. Es en la aldea de Cesarea de Filipo donde ofrece la explicación clave de su identidad personal y de la manera de cumplir el plan de Dios sobre la humanidad. Marcos lo constata en su evangelio. Esta pregunta sobre Jesús alcanza todos los tiempos y lugares y confronta la fe de cada uno de nosotros. Hoy Jesús nos pregunta también a cada uno quién es él para nosotros. Es la pregunta céntrica del evangelio que se convierte en la verificación de nuestra vida y comportamiento. La lectura del evangelio de Marcos viene precedida de otras dos lecturas. La primera responde al tercero de los poemas del Siervo de Yahvé, de Isaías. Habla de un personaje sorprendente que obedece a una misión salvadora a pesar del rechazo y ultraje de sus oyentes. La obediencia de este Siervo es total a pesar del horrible maltrato físico y moral. Esta figura del siervo del Señor de Isaías aparece en los evangelios como prefiguración del mesianismo de Cristo. La segunda lectura, de la carta de Santiago, habla de la necesidad de que la fe se exprese en las obras reales. Recomendación sumamente oportuna que nos indica que el camino de la cruz hay que seguirlo en serio, de verdad, apropiándonos de la entrega y generosidad de Jesús. LA GRAN REVELACIÓN DE LA IDENTIDAD DE JESÚS Jesús plantea una doble pregunta sobre su identidad. Pregunta primero quién dice la gente que es él, pero es la segunda pregunta “¿quién soy yo para vosotros?” la que interesa verdaderamente al Maestro. La gente tiene un concepto inmejorable de Jesús y llega a equipararlo a uno de los grandes profetas. Esto ya es mucho. Pero ahora Jesús se encara con sus discípulos, a quienes conviven con él día y noche y reciben las confidencias íntimas y especiales, y les pregunta su opinión. Pedro contesta en nombre de todos diciendo a Jesús: “Tu eres el Mesías”. Ante una confesión como esta, sorprende la reacción de Jesús imponiendo silencio sobre su persona y destino. Y da la razón de ello en la instrucción que sigue. Tres veces anuncia Jesús su pasión. Los discípulos reaccionan siempre de forma negativa y displicente. Pero Jesús vuelve a responder de forma muy explícita y contundente. Dice Marcos que “se lo explicaba con toda claridad”. Se trata de comprender el punto más crucial de la historia del mundo, la cruz como la forma histórica de realización de la misión que el Padre ha encomendado a su Hijo. En este caso, Pedro somos todos, pues a todos nos causa idéntica extrañeza y repulsión. Jesús, en tono muy duro, replica a Pedro, y en él a todos los discípulos. La expresión “quítate de mi vista” no es una invitación a alejarse, sino a ocupar el puesto que le corresponde a un buen discípulo de Jesús. El apelativo “Satanás” no hace referencia al poder demoníaco, sino a su función de enemigo de la voluntad del Señor. El seguidor de Jesús ha de renunciar a su propia voluntad y seguirle incondicionalmente. EL HIJO DEL HOMBRE TIENE QUE SER EJECUTADO… Jesús dice que el Hijo del hombre tiene que ser ejecutado. Habla de que conviene, de que es necesario... Lo cual indica que se trata de un proyecto expreso de Dios para la humanidad. No se trata de una coyuntura histórica, sino de un plan explícito, pensado, decidido y ejecutado. Los discípulos van entendiendo y se rebelan

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EL HIJO DEL HOMBRE TIENE QUE

PADECER MUCHO

2015 Domingo 24º ordinario (B) Jesús y sus discípulos caminan de Cesarea a Jerusalén. El Señor reconvierte el viaje geográfico en imagen y pedagogía del camino interior que va a seguir en la realización de su misión. Y va a ser también el camino espiritual que deberán hacer sus discípulos. Subir a Jerusalén es hacer, paso a paso, el camino espiritual de la muerte y de la resurrección. Es en la aldea de Cesarea de Filipo donde ofrece la explicación clave de su identidad personal y de la manera de cumplir el plan de Dios sobre la humanidad. Marcos lo constata en su evangelio. Esta pregunta sobre Jesús alcanza todos los tiempos y lugares y confronta la fe de cada uno de nosotros. Hoy Jesús nos pregunta también a cada uno quién es él para nosotros. Es la pregunta céntrica del evangelio que se convierte en la verificación de nuestra vida y comportamiento. La lectura del evangelio de Marcos viene precedida de otras dos lecturas. La primera responde al tercero de los poemas del Siervo de Yahvé, de Isaías. Habla de un personaje sorprendente que obedece a una misión salvadora a pesar del rechazo y ultraje de sus oyentes. La obediencia de este Siervo es total a pesar del horrible maltrato físico y moral. Esta figura del siervo del Señor de Isaías aparece en los evangelios como prefiguración del mesianismo de Cristo. La segunda lectura, de la carta de Santiago, habla de la necesidad de que la fe se exprese en las obras reales. Recomendación sumamente oportuna que nos indica que el camino de la cruz hay que seguirlo en serio, de verdad, apropiándonos de la entrega y generosidad de Jesús. LA GRAN REVELACIÓN DE LA IDENTIDAD DE JESÚS Jesús plantea una doble pregunta sobre su identidad. Pregunta primero quién dice la gente que es él, pero es la segunda pregunta “¿quién soy yo para vosotros?” la que interesa verdaderamente al Maestro. La gente tiene un concepto inmejorable de Jesús y llega a equipararlo a uno de los grandes profetas. Esto ya es mucho. Pero ahora Jesús se encara con sus discípulos, a quienes conviven con él día y noche y reciben las confidencias íntimas y especiales, y les pregunta su opinión. Pedro contesta en nombre de todos diciendo a Jesús: “Tu eres el Mesías”. Ante una confesión como esta, sorprende la reacción de Jesús imponiendo silencio sobre su persona y destino. Y da la razón de ello en la instrucción que sigue. Tres veces anuncia Jesús su pasión. Los discípulos reaccionan siempre de forma negativa y displicente. Pero Jesús vuelve a responder de forma muy explícita y contundente. Dice Marcos que “se lo explicaba con toda claridad”. Se trata de comprender el punto más crucial de la historia del mundo, la cruz como la forma histórica de realización de la misión que el Padre ha encomendado a su Hijo. En este caso, Pedro somos todos, pues a todos nos causa idéntica extrañeza y repulsión. Jesús, en tono muy duro, replica a Pedro, y en él a todos los discípulos. La expresión “quítate de mi vista” no es una invitación a alejarse, sino a ocupar el puesto que le corresponde a un buen discípulo de Jesús. El apelativo “Satanás” no hace referencia al poder demoníaco, sino a su función de enemigo de la voluntad del Señor. El seguidor de Jesús ha de renunciar a su propia voluntad y seguirle incondicionalmente. EL HIJO DEL HOMBRE TIENE QUE SER EJECUTADO… Jesús dice que el Hijo del hombre tiene que ser ejecutado. Habla de que conviene, de que es necesario... Lo cual indica que se trata de un proyecto expreso de Dios para la humanidad. No se trata de una coyuntura histórica, sino de un plan explícito, pensado, decidido y ejecutado. Los discípulos van entendiendo y se rebelan

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nerviosamente. Pero Jesús recalca a Pedro, y en él a todos sus seguidores, los de ayer y los de hoy: “Tú piensas como los hombres, no como Dios”. Jesús hace explícito su mensaje de forma terminante. No solo él en persona va a seguir un camino difícil, sino también todos aquellos que quieran seguirle de verdad. Seguir a Jesús comporta negarse a sí mismo, cargar con su misma cruz y seguirle. Es perder la propia vida para vivir la de los demás, aun en el caso de que sean enemigos. Seguir a Jesús es, pues, negarse a sí mismo, aceptar su cruz y seguirle. Pero ¿qué es la cruz? Ciertamente no son dos palos, un patíbulo. Y menos, un signo distintivo. La cruz es el amor de Dios. Es todo el amor de Dios. Es el amor que él mismo es, y no simplemente el amor que él tiene. En el interior de Dios hay una entrega poderosa, eterna, infinita del Padre al Hijo engendrándole. Se le comunica del todo. Y esta misma entrega interna está en la base del amor de un Dios encarnado que sabe que, entregándose él, está transmitiendo también a los hombres el amor entrega del Padre. Lo que está aconteciendo en la cruz es lo más íntimo del misterio del ser divino. No hay amor del Padre sin el Hijo, ni hay amor del Hijo sin los hombres. Dios nos ama en serio. Dios se identifica con el crucificado porque está profundamente identificado con el amor que el Hijo está manifestando a los hombres. Es un amor eterno, incondicional, total, sin retorno posible. En la cruz, Padre e Hijo están entregándose ellos mismos a los hombres. “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su propio Hijo”. Y el Hijo vive también su entrega personal a los hombres, sabiendo que esta es la voluntad del Padre. La cruz, en lo más crudo de su realidad, es ciertamente una cruel ejecución. Es el máximo sinsentido humano, el odio más inexplicable del hombre. Es toda la historia de un mundo egoísta y violento. Pero en Cristo está “el amor más grande”, que todo lo aguanta, todo lo sufre, todo lo perdona. En la cruz, Dios no vence a nadie, convence a todos los que se dejan iluminar. Dios, en Cristo, no castiga al pecador, se castiga él mismo: “nadie me quita la vida, yo por mí mismo la doy”. Esta fuerza divina está solo en Dios. Dios es amor en la forma más radical. En todas las épocas, todos los hombres han relacionado al hombre con Dios remitiendo a su poder omnipotente. Pero el evangelio remite a la debilidad y al sufrimiento de Cristo para hablar del inmenso amor de Dios. Dios ha querido manifestar su omnipotencia eligiendo un amor impotente, que perdona y ama incluso en el pecado y enemistad. Es en el pesebre y en la cruz donde se comprende cómo es verdaderamente el amor que Dios nos tiene. La cruz de Jesús es la plasmación concreta del espíritu de las bienaventuranzas. Representan no una espiritualidad negativa, sino eminentemente positiva. No se limitan a la observancia exterior, sino que expresan la plenitud y exuberancia del amor. No miran solo al acto interno, sino a la totalidad sincera del amor interior. Las bienaventuranzas son la biografía espiritual de Jesús. Su forma de vivir y de entregarse. Nos interpelan a todos. Las bienaventuranzas consisten en amar en la dificultad, amar siempre, pero sobre todo en los momentos más difíciles. Bienaventurados son los que llevan la cruz de Jesús, aquellos que siempre confían en Dios, sobre todo en las contrariedades y vejaciones. Aquellos que no atacan ni se querellan. Que viven el júbilo de cada día, no el ansia de cada día. Los que valoran más la relación que la posesión, más las personas que las cosas. Los que prefieren crecer en solidaridad antes que aumentar su cuenta corriente, o llenar su corazón de nombres antes que llenarlo de tesoros. Los que no reducen la amistad a la camaradería, o las formas corteses u obligaciones formales, sino que saben perder el tiempo con los otros haciéndose presentes solidariamente a sus problemas y deberes. Jesús, en el evangelio de hoy, nos pregunta quién es él para nosotros, qué es lo que nosotros estamos haciendo por él. La respuesta satisfactoria es hacer con todos lo que él hizo y como él lo hizo. Creer en él es amar. Francisco Martínez

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