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1 Revista ÁPICES DIGITAL REDACCIÓN Magdalena Cámpora Susana Fernández Sachaos Diego Ribeira Luis H. Biondini Luis Ángel Della Giovanna Raúl Lavalle Editor responsable: Raúl Lavalle Dirección de correspondencia: Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina tel. 4811-6998 [email protected] nº 5 - 2010

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Revista ÁPICES DIGITAL

REDACCIÓN

Magdalena Cámpora Susana Fernández Sachaos

Diego Ribeira Luis H. Biondini

Luis Ángel Della Giovanna Raúl Lavalle

Editor responsable: Raúl Lavalle Dirección de correspondencia:

Paraguay 1327 3º G [1057] Buenos Aires, Argentina tel. 4811-6998

[email protected]

nº 5 - 2010

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ÍNDICE

Fernando Gonzalo Pellico. Soneto p. 3 Carmen Verlichak. Áspera montaña p. 4 Carmen Verlichak. Así quedó la historia p. 5 Daniel Alejandro Capano. El amor por el suelo natal en los versos de Vincenzo Cardarelli p. 6 Marcelo Motta. El bar de siempre p. 11 Luciano Emmanuel Pardo. Traducción del Pange lingua de Venancio Fortunato p. 13 Diego Ribeira. Operación masacre y el drama policial argentino p. 18 Emilio Frugoni. La hora del descanso p. 22 Notas y reseñas (notas de Raúl Lavalle y Pablo Troise) p. 24

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SONETO

Espejos y cristales y reflejos de los sueños, etérea servidumbre: solos, somos rescoldos de una lumbre, las sombras de intenciones, sueños viejos.

Advierte, niña mía: aunque de lejos parezco caminar sobre costumbre, camino en realidad con pesadumbre sobre pronombres rotos, desparejos.

Vivencias fermentadas pavimentan el camino de los hijos de los hombres, los restos, los propósitos que alientan

devienen por detrás de nuestros nombres: las plantas, nuestros pies, nos sedimentan fragmentos en cristales de pronombres. FERNANDO GONZALO PELLICO1

1 El autor es español, contemporáneo. Este soneto forma parte de un poemario inédito. En él cada palabra tiene un gran peso; es quizás una imagen del eterno caminar: del tener en la mirada el fin, a pesar del polvo levantado y los fragmentos hollados.

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ÁSPERA MONTAÑA

Tuvo a casi todas las mujeres y a todos los hombres; ministros, genuflexos, temerosos, traidores, inventores, delatores, sacerdotes, críticos y consejeros; tuvo a los soldados y las leyes, el servicio y la servidumbre, los navíos y las armas, el sextante y los sabios, los honores y la gloria.

Tuvo un imperio donde nunca se puso el sol. Un día un rayo o un ángel o la vergüenza lo alcanzó. Tomó

el camino de la montaña y se encerró en el helado monasterio. Allí vistió su cuarto de terciopelo negro, imponente como el

dolor por su madre. Y en Yuste, Carlos V se dedicó a orar para siempre.

CARMEN VERLICHAK1

1 Carmen Verlichak es escritora contemporánea. Cultiva con amor y pericia, entre otros géneros, el apunte de viaje. En este mismo número, en la parte dedicada a notas y reseñas, hablamos de un libro de ella. [R.L.]

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ASÍ QUEDÓ LA HISTORIA

¿La piedra es más veraz que la pintura, que el bronce y que la letra?

Blanca, casi espectral, la piedra los muestra tomados de la

mano declarando su amor, o al menos que están unidos por algo y para siempre.

Inmutables ahora, después de arduas batallas, son ellos

quienes ven agitarse los siglos a su alrededor. Don Joao i Doña Filipa, el rey y la reina de Portugal, en Batalha.

CARMEN VERLICHAK

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EL AMOR POR EL SUELO NATAL EN LOS VERSOS DE VINCENZO CARDARELLI

DANIEL ALEJANDRO CAPANO

Patria es la tierra donde se ha nacido (Gustavo García Saraví)

La exaltación del lugar de origen fue motivo de inspiración poética para numerosos escritores en todas las épocas. En general, semejante disposición se encuentra unida a los momentos combativos por los que atravesó cada nación para conformarse como tal y lograr su independencia.

En el ámbito de la literatura italiana ese sentir se manifestó tempranamente. Dante expresa su amor por Italia –y en particular por Florencia– mediante un sentimiento encontrado de amor-odio, entre otros pasajes, en el canto VI del Purgatorio: “¡Ay esclava Italia, hospedaje de dolor, / nave sin timonel en gran tempestad, / no dama de provincia, sino de burdel!”1 Igualmente lo hicieron Francesco Petrarca (“Italia mia”), Ugo Foscolo (“I sepolcri”) y Giacomo Leopardi (“All’Italia” y “Sopra il monumento di Dante”), por mencionar sólo poetas y poemas paradigmáticos. El tópico se intensificó durante los dramáticos sucesos bélicos que vivió la humanidad en el siglo XX. Giuseppe Ungaretti retoma el tema en una poesía titulada “Italia”: “Soy un poeta / un grito unánime / soy un grumo de sueños // Soy un fruto / del contraste de injertos innumerables / madurado en un invernadero // Mas tu pueblo es llevado / por la misma tierra / que me lleva / Italia // Y en este uniforme / de soldado tuyo / reposo / como si fuera la cuna / de mi padre.”2 Y también, con otra intención, lo hace Vincenzo Cardarelli. Detengámonos en este último.

1 Ahi serva Italia, di dolore ostello, / nave sanza nocchiere in gran tempesta, / non donna di provincia, ma bordello! Todas las traducciones de este artículo me pertenecen. 2 Sono un poeta / un grido unanime / sono un grumo di sogni // Sono un frutto / d’innumerevoli contrasti d’innesti / maturato in una serra // Ma il tuo popolo è portato / dalla stessa terra / che mi porta / Italia // E in questa uniforme / di tuo soldado / mi riposo / come fosse la culla / di mio padre.

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Cofundador y director de la mítica revista La Ronda, Vincenzo Cardarelli fue una de las voces poéticas más altas del Novecento.3 El escritor fue calificado de neoclásico por los poetas decadentistas y de las vanguardias –calificación que él mismo discutió y cuyos ecos resuenan hasta hoy– por el armónico equilibrio de sus composiciones, su necesidad de superar la forma impresionista para alcanzar un estilo alto y solemne y un dominio reflexivo de las emociones y de los sentimientos. En su lírica aparecen módulos expresivos propios de la prosa, al punto tal que se discute –discusión algo ociosa, según mi parecer– si Cardarelli fue más prosista que poeta o más poeta que prosista. Su estilo conforma una estética particular que gira en torno de una dolorosa expresión existencial: “La vida, dice, es una perpetua espera, una constante vigilia”. Los temas de sus composiciones, si bien pueden resultar limitados y tradicionales –el amor, la muerte, la fuga del tiempo, la memoria, la soledad– son resemantizados por el poeta y transformados en su pluma en acompasadas imágenes y sensaciones (“Adolescente”, “Gabbiani”, “Passaggio nocturno”, “Estiva”, “Autumno”, “Ottobre”). El guía indiscutido de su inspiración, como para muchos rondistas, fue Giacomo Leopardi, el maestro a quien tomó como modelo discursivo. El encuentro literario con el recanatense significó uno de los hechos que más gravitará en sus escritos. Veía en el autor de “Le Recordanze” al orfebre de la elegancia y de los estilos clásico y moderno a la vez. Descubre en los textos leopardianos al escritor capaz de fusionar en una equilibrada conjunción motivos autobiográficos y sentimentales, siendo clásico en la forma y moderno en el tratamiento. Su mirada, más que dirigirse a los Canti, observará con agudeza poética la prosa dialogada de las Operetti morali y del Zibaldone. Como él, se

3 Vincenzo Cardarelli, cuyo verdadero nombre era Nazareno Cardarelli, nació en Tarquinia, Viterbo, en 1887 y murió en Roma en 1959. Transcurrió su infancia y adolescencia en su pueblo natal, que evoca por medio de la memoria en mucha de sus composiciones. Amaba la vida, pero al mismo tiempo no cesaba de maldecirla por no haber sido generosa con él. Mantuvo una tempestuosa relación amorosa con la escritora Sibilla Alerano, amante a la vez de Giovanni Papini y de Dino Campana. En su poesía “Passato” dice sobre el amor: Dovevamo saperlo che l’amore / brucia la vita e fa volare il tempo (“Debemos saber que el amor / quema la vida y hace volar el tiempo”). Publicó Prologhi (1916), donde reúne prosa y poesía; Viaggi nel tempo (1920) y Favole e memorie (1925). En 1936 apareció su primera colección de poesías, Poesie, que fue sucesivamente ampliada en otras ediciones. En 1928 viajó a Rusia, experiencia que dará a conocer en un nuevo libro Viaggio d’un poeta in Russia. Durante los años de la Segunda Guerra, el poeta vivió una sentida y desilusionada soledad, abierta sólo a los recuerdos de la infancia. Concluida la contienda bélica, publica sus últimos textos: Rimorsi, Lettere non spediti, y un volumen de memorias, Solitario in Arcadia. Por su libro Villa Tarantola (1948) obtuvo el Premio Strega. Cardarelli también teorizó sobre el quehacer literario y ejerció la crítica teatral.

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propone elevar el dato paisajístico a la categoría de absorta contemplación, motivo que le valió polemizar con escritores como Giovanni Pascoli y Gabrielle D’Annunzio. Pero, centrémonos en la poesía que motivó este escrito, “Ritorno al mio paese”, en la que el yo lírico vuelve a visitar su pueblo natal y lo encuentra diferente de cómo lo recordaba:

Regreso a mi pueblo

(después de dos guerras)

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Oh memoria impiadosa, ¿qué has hecho de mi pueblo? Un pueblo de espectros donde nada ha cambiado a excepción de los vivos que usurpan el lugar de los muertos. Aquí todo está detenido, inmóvil, en mi recuerdo. Hasta el viento. 2 Cuántas veces, oh mi pueblo natal, vine a buscar en ti aquello que más me pertenece y que he perdido. Aquel viento antiguo, aquellas antiguas voces, y los olores y las estaciones de un tiempo ¡ay de mí!, vivido.4

El centro del universo sentimental del poeta es su pueblo, abandonado en la temprana edad juvenil, e idealizado en la actualidad por un amor que se vincula a su propia existencia dolorosa, manifiesta en la composición por medio de dos topicos clásicos implícitos: tempus fugit y odi et amo.

4 O memoria spietata, che hai tu fatto / del mio paese? / Un paese di spettri / dove nulla è mutato fuor che i vivi / che usurpano il posto dei morti. / Qui tutto è fermo, incantato, / nel mio ricordo. / Anche il vento. // Quante volte, o paese mio nativo, / in te venni a cercare / ciò che più m’appartiene e ciò che ho perso. / Quel vento antico, quelle antiche voci, / e gli odori e le stagioni / d’un tempo, ahimè, vissuto.

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El yo lírico interroga a la memoria como si ella falseara la realidad que creía inmutable. Personas extrañas, espectros humanos, se encuentran en el lugar de los seres vivos que conoció en otros momentos y que están ligados a sus afectos. El recuerdo ha cristalizado imágenes, fijándolas en la memoria. Todo está inmovilizado por una especie de encantamiento, el tiempo feliz de la infancia, las antiguas voces, los olores y las estaciones, aun aquello que no se detiene jamás como el viento. Con sencillos recursos expresivos Cardarelli ha manifestado en estos versos su apego por el pueblo natal guardado en el afectuoso recuerdo como un tesoro interior cautivante e irrecuperable. Desde el punto de vista de la estructura profunda, el poema se organiza en dos partes perfectamente diferenciadas. Esa bipartición corresponde, como en los Idilios leopardianos, a dos momentos de la creación: uno contemplativo y otro reflexivo-gnóstico, que se podrían sintetizar en las preguntas ¿dónde?, para la primera parte, y ¿cómo?, para la segunda. Sobre todo, en esta segunda interrogación la voz poética adquiere en la meditación una resonancia profunda que desemboca en la dolorosa queja del verso final: ahimè. El paisaje exterior (qui) se espeja con el interior a través de la memoria afectiva (o paese mio nativo). La sugerencia de Leopardi no sólo se advierte en la organización, sino también en el uso de los deícticos, empleados por el recanatense en L’Infinito, su poema más famoso, quel vento, quelle antiche voci , que refuerzan el contraste entre un pasado idílico y la penosa actualidad. El cursus oratorius domina la composición. Más que una tirada de versos, pareciera ser una sucesión de períodos en prosa, que he tratado de mantener en la traducción. La modulación poética se contamina con la inflexión de la prosa, llamada por los rondistas prosa d’arte. En este sentido, el texto teje un cañamazo donde predominan dos hilos: la linealidad propia de la prosa y el ondulante y sinuoso ritmo de la poesía. Así, los versos pueden ser leídos sin cesura, como si se tratara de un fragmento de prosa lírica. Ello apunta a crear una especie de confidencialidad con el lector, en la que se pone al descubierto el gesto existencial del drama de vivir. En síntesis, mediante los elementos presentados, Vincenzo Cardarelli orquesta un cuadro de memoria encantada, memoria que traduce una íntima pena por aquello que ama y que hoy se desvanece en las turbulentas aguas del tiempo inexorable.

DANIEL ALEJANDRO CAPANO

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BIBLIOGRAFÍA DE REFERENCIA Y CONSULTA ASOR ROSA (dir.) Dizionario della letteratura italiana del Novecento. Torino: Einaudi, 1992. CARDARELLI, V. Opere complete (a cura di G. Raimondi) Milano: Mondadori, 1962. MANACORDA, G. Novecento. Roma, Bologna, Milano: Calderini, 1978: 68-70. ROMANI, B. Cardarelli. Firenze: La Nuova Italia, 1968. SPAGNOLETTI, G. Storia della letteratura italiana del Novecento. Roma: Newton, 1994: 242-248.

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EL BAR DE SIEMPRE

MARCELO MOTTA1

Nos encontramos, como todas las tardes, a las cinco en el bar de siempre. Aquel, el de San Telmo al quinientos. Ella siempre llega primero, así que ocupó la misma mesa que ocupamos un día, esa tarde de jueves, en la que nos vimos por primera vez. Hace ya más de trece años. Recuerdo haber preguntado acerca de su vida. Me refirió que su marido era intolerable y que cierto día se extralimitó y pasó de la verborragia a la violencia. Así fue que la conocí, con lágrimas en los ojos. Se llamaba Ana, y conservaba resabios de nostalgia por los años que había vivido junto a él. No le reprocha –aún hoy– su conducta, mas sí sus excesos. En ocasiones trato de desviar la conversación hacia un sector más cálido para ambos. Le pregunto sobre su vida actual, acerca de sus gustos (los conozco demasiado), de sus miedos, y de alguna angustia repentina que tenga deseos de exorcizar al menos por un par de horas. Hoy me contó de un sueño que tuvo, en el cual despertaba y se enteraba de que estaba muerta. Entonces volvía a dormir, para soñarse viva. Sin pretenderlo, sonreí, y luego ella hizo lo propio, y nos miramos a los ojos, y de pronto enmudecimos, para dejar de sonreír. Nos besamos. –¿Cuál es tu karma hoy? –me preguntó. –El mismo de siempre. Rojo. –Es bueno –concluyó. Me dijo que ayer descubrió un nuevo incremento en su faz artística. Intentó el primer poema de su vida. Así que, además de cantar, ahora escribía. Le pedí que me lo leyera. Así lo hizo, y me pidió una opinión, un criterio. Le dije que era el poema más maravilloso que nadie pudo haber escrito jamás. Era verdad. Escribía como cantaba. Su voz era la de mil sirenas. Extraordinaria y sobrenatural. –¿Te acordás de Don Luis, el viñatero? –Sí –dije– Aquel viejo verde. Les miraba el culo a todas las empleadas de su plantación.

1 Escritor argentino actual, publicó dos libros de relatos. Le agradecemos nos haya permitido publicar este cuento, que estará en prensa en un futuro cercano.

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–Murió. No dije nada. Callé por un minuto. –Pobre gallego. –Sí, pobre... –Hoy cumplo años. Me había olvidado de su cumpleaños. Le pedí disculpas. Pregunté cuántos. –Pocos. O muchos. Depende... –... de la situación –me apresuré a decir, no sin esbozar una ligera sonrisa. –De la costumbre de acarrearlos. Tenía razón. Una vez más, tenía razón. Recordamos la vieja canción que aprendimos en España. Hablaba de las zarzamoras y de los abanicos de viejas señoras de alcurnia. Vino a nuestra mente la aldea de Noruega con sus habitantes de siglos y estíos. Comarcas de ensueño y fascinación. Y hablamos de Irlanda y de sus campos, y del aroma de las comidas lejanas. Y se manifestaron de alguna manera todas aquellas cosas que quisimos y que seguimos queriendo, y evocamos a nuestras causas justas, y a nuestros amigos, los perros, y aquellas tardes de lluvia y serenidad, en el Mediterráneo... ... y los simples canguros de Australia, y la vasta planicie amarilla con nombre de Egipto, y también la Antártida, y los Andes... Todo esto convocábamos, cuando alguien se sentó encima nuestro. Era una pareja. La chica se sentó encima mío y el pelilargo lo hizo en la silla de Ana. Llamaron al mozo y pidieron una cerveza de litro. Ana y yo nos miramos, nos hicimos un mecánico gesto al unísono, y partimos de allí. –Vayamos a Plutón –dije. Nos habían sorprendido de nuevo, en plena conversación. Es lo único que no soporto de la muerte. La gente no se da cuenta, cuando se sienta encima nuestro.

MARCELO MOTTA

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TRADUCCIÓN DEL PANGE LINGUA DE VENANCIO FORTUNATO

LUCIANO EMMANUEL PARDO

Este poema se atribuye a Venancio Fortunato, que vivió en el siglo VI. Se trata de un himno que conmemora la pasión de Cristo. Sus palabras iniciales inspiraron el posterior Pange lingua de Santo Tomás de Aquino, que celebra el Santísimo Sacramento. Si se ve con atención, no sólo toma de aquí el primer verso, sino que también imita su forma rítmica. Basta comparar los primeros versos de ambas composiciones: Pange lingua gloriosi lauream certaminis y Pange lingua gloriosi corporis mysterium.

Contiene diez estrofas compuestas de tres versos. La medida de los mismos es el tetrámetro trocaico cataléctico. O sea que cada verso se divide, a su vez, en cuatro metros. El último metro de cada verso está incompleto. Basta observar que cada verso termina con lo que llamamos una palabra esdrújula. Esta repetición invariable le da una cadencia especialmente solemne y melancólica. Ejemplo: Crux fi / delis | inter / omnes | arbor / una | nobi / lis.

Pange, lingua, gloriosi lauream certaminis et super crucis trophaeo dic triumphum nobilem, qualiter redemptor orbis immolatus vicerit. De parentis protoplasti fraude factor condolens, quando pomi noxialis morte morsu ruit, ipse lignum tunc notavit, damna ligni ut solveret. Hoc opus nostrae salutis ordo depoposcerat, multiformis proditoris ars ut artem falleret et medelam ferret inde, hostis unde laeserat. Quando venit ergo sacri plenitudo temporis, missus est ab arce patris natus orbis conditor atque ventre virginali carne factus prodiit. Vagit infans inter arcta conditus praesaepia, membra pannis involuta virgo mater alligat, et Dei manus pedesque stricta cingit fascia. Lustra sex qui iam peregit, tempus implens corporis,

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sponte libera Redemptor passioni deditus, agnus in crucis levatur immolandus stipite. Felle potus ecce languet; spina, clavi, lancea; mite corpus perforarunt; sanguis unda profluit; terra, pontus, astra, mundus quo lavantur flumine. Crux fidelis, inter omnes arbor una nobilis, nulla silva talem profert, flore, fronde, germine, dulce lignum dulces clavos dulce pondus sustinet. Flecte ramos, arbor alta, tensa laxa viscera, et rigor lentescat ille quem dedit nativitas, et superni membra Regis tende miti stipite. Sola digna tu fuisti ferre mundi victimam, atque portum praeparare, arca mundo naufrago, quam sacer cruor perunxit, fusus Agni corpore.

Ahora sigue una traducción literal en la que procuré que no se perdieran conceptos. Traté de mantener la estructura de tres versos por estrofas y conservar en cada una su contenido en la medida de lo posible, pero en virtud de la comprensión alteré el orden en alguna ocasión. Del mismo modo tuve que optar por algún sentido de una palabra plausible de ser traducida de muchos modos. En cualquier caso alguna nota al pie aclarará las dudas:

Canta, lengua, la victoria de la gloriosa prueba y sobre el trofeo de la cruz, proclama el triunfo conocido: de qué modo el Redentor del orbe venció al ser inmolado. El creador, al conmoverse por el engaño del primer padre -cuando se precipitó a la muerte por morder del fruto nefasto-, entonces Él mismo designó el madero para que disolviera los daños del otro árbol. El orden de nuestra salvación había exigido esta obra: una estratagema1 que engañara el arte2 del traidor multiforme y trajera el remedio de allí donde el enemigo había causado la herida. Así pues, cuando llegó la plenitud del tiempo sagrado, fue enviado desde el reino del Padre el recién nacido autor del mundo

1 Por ars. 2 Como artificio, astucia.

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y se nos apareció, habiéndose vestido de carne en un vientre virginal. El niño llora apoyado en un pesebre angosto su madre la Virgen ciñe su cuerpo envuelto con paños y rodea las sagradas manos y pies de Dios con un lienzo estrecho. El Redentor que ya atravesó seis lustros, cumplido el tiempo del cuerpo1, espontánea y libremente se entregó a la Pasión: el Cordero es elevado en el madero de la cruz para ser inmolado. Habiendo bebido de la hiel, he aquí que desfallece; la espina, los clavos y la lanza perforaron su suave cuerpo; la sangre, como ola fluye, torrente con el cual serán lavados la tierra, el río, los astros, y el mundo Cruz fiel, árbol noble entre todos Ningún bosque presenta uno igual en cuanto a follaje, flor, y semilla tu dulce madero carga dulces clavos y un dulce peso Dobla tus ramas, árbol alto, distiende tus tensas fibras2 que se ablande aquella rigidez que te dio tu origen y extiende en suave madera el cuerpo del Rey de lo alto.

Sólo tú, a quien bañó la sagrada sangre derramada por el cuerpo del Cordero, fuiste digno de llevar a la Víctima del mundo y de preparar un puerto, arca para el mundo náufrago. Finalmente, hago una traducción libre. Elegí versos dodecasílabos

porque el latín condensa mucho, es muy sintético; en cambio el castellano, más perifrástico, necesita alguna de sus medidas más largas para poder decir más o menos lo mismo. Quise conservar los tres versos de cada estrofa. Para reproducir de algún modo el efecto de ruptura que produce el cataléctico y la consiguiente cadencia melancólica, como de murmullo que se va apagando, quebré el tercer verso en dos. Entonces, sumando una sílaba al tercer verso, que es agudo, tenemos cuatro; y restándole una al último, que es esdrújulo, tenemos ocho. Entre los dos dan doce, como los dos primeros versos, que a su vez coinciden en una rima asonante. Así creo que, además, ganó en dinamismo.

1 Este tiempo al que se refiere aquí hay que entenderlo en relación con el tiempo sagrado de la cuarta estrofa. Se refiere al tiempo de Dios y al de los hombres: a la eternidad y al tiempo, en realidad. El tiempo del cuerpo o de su cuerpo también se podría haber traducido por el tiempo de su vida mortal. 2 Por viscera. No es literal, pero estamos hablando de un árbol.

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A fin de ganar en unidad musical y hacer más hincapié en el significado de la cruz como nuevo árbol para un nuevo Adán, repetí, estrofa por medio, el último verso: Árbol noble entre los árboles por (...) inter omnes arbor una nobilis. Recuérdese que lo más cantado de este himno es la estrofa octava que empieza Crux fidelis... De hecho, es frecuente verlo titulado así, con las dos primeras palabras de esta estrofa. De todos modos, estoy persuadido de que es mucho mejor leer la traducción literal.

Traducción libre: Canta, lengua, nuestro triunfo tras la prueba Porque entonces, con victoria siempre nueva Él venció, Redentor, todos los límites En un fruto nuestro padre vio la muerte Pero el Padre, tan dolido de tal suerte Te eligió Árbol noble entre los árboles Una oculta providencia ya sabía Que la herida del traidor no era una herida Y salvó Desde allí tan viejos crímenes Cuando el tiempo de los tiempos dio su día Vino un Dios que se hizo hombre de María A por ti Árbol noble entre los árboles Llora un niño recostado en la gravilla Porque tiene pocos paños que lo abrigan Todo un Dios Abajado a lo recóndito Cuando llega a la medida de sus años Libremente a su Pasión es entregado En la Cruz Árbol noble entre los árboles

Ya se muere por el odio y por los clavos Y su sangre borra todos los pecados Conmovió Los cimientos de lo cósmico Ningún bosque da tu flor y tu semilla

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Cuando cargas con la carga más querida Oh, Cruz fiel Árbol noble entre los árboles Hoy se ablanda la dureza de tu cuerpo Porque acoge muerto al Rey del universo Duerme al fin Nuestro sueño nuestro príncipe Preparaste un puerto nuevo para el arca En que el mundo sin destino naufragaba Sólo tú Árbol noble entre los árboles

LUCIANO EMMANUEL PARDO

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OPERACIÓN MASACRE Y EL DRAMA POLICIAL ARGENTINO

DIEGO RIBEIRA

Cuando el escritor de cuentos policiales que fue Rodolfo Walsh escuchó cierta noche que uno de los fusilados la madrugada del 10 de junio de 1956 estaba vivo, seguramente no pudo vislumbrar que la temeraria obstinación investigativa de los meses siguientes cambiaría el curso de su vida, redefiniría las virtudes de sus cuentos de enigmas, engrandecería la labor periodística, y crearía el germen de un nuevo género que los norteamericanos denominarían non-fiction. Para mí, además, Rodolfo Walsh ha hecho visible, con Operación Masacre, una tendencia que se había mantenido oculta: la presencia del drama policial en nuestra cultura popular. El concepto de drama policial al que nos referimos, y los textos policiales de Walsh como ejemplos de él, ha quedado hábilmente descripto por Ana María Amar Sánchez1:

“…los textos de Walsh entablan un diálogo diferente con el lector, insertándose en una tradición proveniente de la cultura popular como es el “drama policial”, de larga trayectoria en Europa… y en la Argentina, desde la aparición de las novelas de Gutiérrez; relatos todos cuyo punto de contacto principal es la visión del sistema judicial como desacreditado, y donde el delincuente o el investigador representa a la verdadera justicia.”

Tenemos, pues, en esta definición, a un primer precursor de Walsh en la figura de Ricardo Gutiérrez. No ha sido él mismo el protagonista, pero su “gaucho malo” adoptó la misma postura ante la injusticia que más tarde adoptaría el propio Walsh. Así lo explica Ángel Rama (1994):

“Todas sus novelas, de las que Juan Moreira fue la más exitosa… comportan dos secuencias: la correspondiente a la vida y los crímenes del protagonista y la que narra persecuciones a causa de la injusticia de tribunales y leyes,

1 “La propuesta de una escritura (en homenaje a Rodolfo Walsh)”, en Baschetti, Roberto (compilación y prólogo), Rodolfo Walsh, vivo, Buenos Aires, Ediciones de la Flor, 1994, p. 96.

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asunto este último en que se ha concretado la protesta de las capas populares de todas las naciones…”1

La obra de Gutiérrez, sin embargo, no es la primera manifestación del drama policial argentino, pues el tema superficial de Juan Moreira tiene un antecedente ineludible en el Martín Fierro. También este gaucho es un elemento marginal; también es silenciado por un rigor superior que lo oprime hasta transformarlo en asesino y desertor, para luego ser perseguido; también él emprende una lucha solitaria y clandestina; también sus trabajos son inconclusos.

Por último, Fabián Domínguez irá aún más lejos en la búsqueda de los precursores de Walsh, ubicando dentro de ese mismo drama al Facundo de Sarmiento:

“No es desatinado decir que Operación Masacre es el Facundo del siglo XX, por la descripción exacta que hace de la centuria, por la denuncia que ello significa, por el enfrentamiento a todo sistema y porque, además, no se acota a un género literario para expresarse.”2

Más allá de la existencia de precursores, y de si es certera la relación que puede hacerse entre ellos y Walsh, lo cierto es que sólo este último fue capaz de transformar su producción en un vehículo óptimo a través del cual alcanzar sus propósitos políticos y sociales de denuncia. Para tal fin ha recurrido a los mismos recursos literarios y lingüísticos utilizados en su primera producción de cuentos policiales, pero le agregó un elemento trascendente: la realidad de los hechos, una realidad que Walsh supo indagar con la minucia de investigador y periodista, y volcar luego al papel con todos los méritos de su prosa consolidada y entrenada en enigmas y partidas de ajedrez. Ferro3, por un lado, reconocerá en la estructura de Operación Masacre las divisiones de la oratio clásica. A este recurso, según Pampillo y Urtasun4, Walsh agrega el componente literario del retrato y la descripción con la urgente necesidad de la persuasión de los lectores. Y serán estas mismas autoras quienes aportarán un dato curioso a la afirmación de Domínguez (2000, p.56) sobre la existencia de una “realidad inverosímil” en el Operación

1 “Las novelas policiales del pobre”, en Baschetti, op.cit., p. 84. 2 “El caso Rodolfo Walsh: un clandestino”, en El periodismo argentino y su aporte a la identidad nacional, Buenos Aires, FAIGA, 2000, p. 55. 3 “Operación Masacre: Investigación y escritura”, en AA.VV., Textos de y sobre Rodolfo Walsh, Buenos Aires, Alianza, 2000, p. 150-151. 4 “Operación Masacre y las estrategias de persuasión”, en AA.VV., op.cit., p. 170.

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Masacre, asegurando que Walsh ha incluido lugares comunes de la literatura fantástica como lo son el tiempo circular y el doble (2000, p. 178).

Gracias a esa feliz conjunción entre los primitivos recursos narrativos de Walsh y su posterior preocupación por la realidad política de su país, la producción completa debe contemplarse, según ha apuntado Pedro Orgambide1, como una totalidad, pues Walsh empleará los mismos procedimientos de observación, interpretación y argumentación tanto en sus primeros cuentos como en Operación Masacre. Esta obra, y más tarde Caso Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo?, son exponentes del drama policial argentino, y demostraron no sólo el alcance del terror sistemático que llevó a cabo la clase dirigente, sino también la resignación que debieron padecer las clases sometidas.

Antes de acabar, quisiera insistir otro poco en la tradición en que se inscribe Operación Masacre, cuyas obras representativas ya he citado, y que conforman parte del drama policial argentino. En primer lugar, se ha dicho que la obra de Walsh denuncia injusticias llevadas a cabo por cierto ensamblaje de impunidad de la clase dirigente. Digamos entonces que también Gutiérrez y Hernández crean personajes (Moreira y Fierro) que denuncian la política emprendida contra la población gauchesca. La metodología ha sido diferente: Walsh se valió de la palabra, aquellos gauchos de su único medio de expresión: el cuchillo. En cuanto a Sarmiento, es sabido que su denuncia sólo fue posible desde su destierro en Chile y que Rosas elogió la obcecación del sanjuanino en difamarlo. Como Walsh, Sarmiento debió esconderse para llevar a cabo una tarea personal de justicia por medio de una exposición ordenada de atrocidades. La prudencia del segundo le permitió concluir su obra y disfrutar de la vejez; al primero le fue otorgada sangrientamente la eterna juventud del héroe.

Hemos mencionado arriba la presencia de lo fantástico en Operación Masacre, o al menos de esos elementos que conforman lo que Domínguez llama la realidad inverosímil. También aquellos gauchos vivieron una realidad que produciría pavor al gaucho contemporáneo, la realidad que Ezequiel Martínez Estrada2 reconoció al decir que una causa de lo sublime en el Martín Fierro se encuentra en el fabuloso hecho de que ocurran cosas de animales a seres humanos. En el caso de Sarmiento, la descripción de la realidad pampeana tiene tintes ya no fantásticos, sino mitológicos; lo fantástico o, mejor aún, lo

1 “La narrativa de Walsh”, en Baschetti, op.cit., p. 75. 2 Muerte y transfiguración de Martín Fierro, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1948, I, p. 388.

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inverosímil, se encuentra en la exposición de las matanzas y las costumbres de Quiroga y de Rosas.

Por último, existe otro factor cohesivo, acaso el más triste, que permite relacionar estas obras si queremos definir las características de este drama argentino: la irresolución. Operación Masacre fue leída por la gente, gracias a ella los fusilados ganaron protección, por ella se reveló una maquinaria perversa. Los culpables, sin embargo, nunca fueron debidamente castigados ni Walsh consiguió el resultado esperado. Supongo que la misma impotencia habrá sentido Gutiérrez cuando supo que su relato tenía como personaje a un ser pronto a extinguirse, que nada de su denuncia evitaría la desaparición de ese “gaucho neto” según la terminología de Mansilla1. También Hernández profetizó con su Martín Fierro el destino de ese producto tan paradigmático de la pampa como fue el gaucho. A pesar de su denuncia, no pudo evitar que años más tarde el gaucho alabado fuera Sombra y no Fierro. Y en cuanto a Quiroga, Sarmiento nunca estimó que su crítica feroz traería menos una condena que un recuerdo perdurable. Cuando deseó desacreditar para siempre a un caudillo, sólo logró darle trascendencia. Sin Sarmiento, Facundo Quiroga habría pasado a la historia como otro caudillo más de una nefasta lista.

Concluiremos diciendo que el drama policial argentino alcanza su forma reconocible con la obra de Rodolfo Walsh. Este abre, a su vez, los caminos que permitirán exhumar las huellas dejadas por los primeros maestros de la literatura argentina; gracias a él podemos descubrir precursores. Temo, sin embargo, que la obra de Walsh no es la culminación de esta tendencia. En Argentina siempre hay suficientes circunstancias sociales y políticas como para alimentar una tradición de dramas policiales.

DIEGO RIBEIRA

1 Una excursión a los indios ranqueles, Buenos Aires, Espasa Calpe, Colección Austral, 1993, II, p.486.

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LA HORA DEL DESCANSO

Mientras voy avanzando y dejo al pensamiento

fugarse como un pájaro hacia la lejanía,

escala el sol la cuesta azul del firmamento

y los relojes marcan la hora del mediodía.

Suena el pito en lo alto de vecinas usinas

y arrojan los portones bocanadas de obreros

que apresurados toman distintos derroteros

hacia el cálido aliento vital de las cocinas.

Las obreritas gárrulas dan un extraordinario

alborozo a la calle con sus voces chillonas

y en algunas sorprendo las pupilas busconas

de la pobre que quiere completar su salario…

No quiero entristecerme; prosigo cabizbajo

sin rumbo, y de repente al doblar una esquina

veo tenderse al frente, trepando la colina,

un tumulto de casas de techo liso y bajo.

Un tranvía que cruza rápido por mi lado

marcha hacia ese horizonte de ladrillo y ventanas.

Diríase que tiene el muy bárbaro ganas

de entrar en una de esas casas por el tejado.

De los zaguanes viene, confiando como un niño,

un olor de guisados que me convida a entrar

y de las chimeneas me sale a saludar

el pañuelo del humo con gesto de cariño…

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Sigo sin detenerme, sin apresuramiento

derramando mis ojos sobre todas las cosas,

dejándome llevar por manos bondadosas

e invisibles, latentes en el sol y en el viento…

Voy descubriendo aspectos imprevistos, rincones

ignorados; bellezas disimuladas, y

encantos de caminos vírgenes para mí

que he salido de casa en tren de exploraciones.

Yo soy un incansable y audaz explorador

de mi propia ciudad, y animoso me atrevo

a descubrirle cada día un tesoro nuevo

a la luz –eso sí– de mi rayo interior.

EMILIO FRUGONI1

1 Emilio Frugoni (1880-1969), escritor, poeta y abogado uruguayo. Decano de la Facultad de Derecho, fue el primer diputado socialista del Uruguay. En una librería de viejo de Buenos Aires compré Poemas montevideanos (Buenos Aires, Claridad, s. f.); de allí (pp. 13-15) copio este poema, que pienso agradará a todos los que gustan de caminar por las ciudades del mundo (quizás lo mejor que he hecho en mi magra vida fue caminar por ellas). [R.L.]

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NOTAS Y RESEÑAS Irlandeses en Argentina

Patricia María Gaudino Farrell. La Asociación Católica Irlandesa y los irlandeses en Argentina. Buenos Aires, Asociación Católica Irlandesa, 2009, 524 p. No soy historiador ni tengo ascendencia irlandesa (sí soy católico), pero creo que este libro es fundamental para la historia de la Iglesia en nuestro país y para la historia argentina en general: ¿quién desconoce el aporte irlandés a ella? Luego de un prólogo de Juan Eduardo Dillon, presidente de la ACI, y un prefacio de la autora, entramos en materia con los primeros misioneros irlandeses. Uno de ellos, Thomas Field, llegó al Río de la Plata en 1587; el dominico Edmundo Burke falleció aquí en 1826. Estas podrían ser fechas extremas para todos tantos pioneros hibérnicos que trajeron el Evangelio y el espíritu de amor y trabajo. La autora con cuidada pluma hace mención de misioneros (algunos, como el P. Fahy, tienen merecido espacio propio, pp. 12-13), de colegios, de asociaciones religiosas, de asociaciones sociales, de congregaciones. “Acción política y social” (pp. 37-39) es una breve y sustanciosa referencia a estos inmigrantes que fueron “beneficiosos y provechosos para el fomento de la riqueza nacional”, según escribió Carlos Pellegrini (p. 39). Luego de esta parte general (introductoria, podríamos decir) comienza la de memoria propiamente dicha. En efecto se menciona toda la actividad de la Asociación año por año, desde 1855-1888 hasta hoy. Aparecen nombres y toda clase de actividades realizadas. No son solo las de orden religioso sino también las de carácter social y de promoción comunitaria y nacional. Hay decenas de fotos de toda época. Justamente es de destacar la muy cuidada impresión; además, una buena bibliografía (pp. 515-524). Me parece entonces, como empecé diciendo, que el libro es un real aporte a nuestra historia.

R.L. Vida y cultura de Croacia

Carmen Verlichak. Croacia; Cuadernos de un país. Buenos Aires, Krivodol Press, 2009, 194 pp. La autora de este muy valioso libro es croata (su apellido se escribe en realidad Vrljičak, grafía que suele evitar, para comodidad editorial) pero creció y se formó en Argentina. Es, como dije, autora, aunque algunos capítulos fueron escritos por su hija Luz Espaïn. Muchos lectores conocen a Verlichak por obras anteriores (p. ej. María Josefa

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Ezcurra, el amor prohibido de Belgrano, 1999; en la línea que nos ocupa, Los croatas de la Argentina). Pido de antemano perdón por osar, distando mucho de ser conocedor en temas eslavos, escribir sobre este libro. Mi única disculpa será que algunos lectores se acercarán a él. Primero, Croacia –vuelco algo de lo aprendido– es una tierra llena de historia. Allí estuvieron, entre muchos otros, griegos, romanos, ilirios; antes de ellos florecieron importantes culturas de épocas líticas y del bronce. Testimonio de la riqueza arqueológica son impresionantes restos (cf. por ejemplo pp. 145-148). También es un país con riquísimo folclore, en su música y danzas, en su lengua, en sus tradiciones, en sus leyendas. Estas últimas, como pasa en otros sitios, a veces no son tan confiables, pero poco importa a quienes tienen sensibilidad ante la belleza del relato popular. Y el viajero puede visitar antiquísimos e imponentes castillos, donde pasado y tradición aún viven. Además, con grata sorpresa me entero de que Marco Polo era en realidad Marko Pol, nacido en 1254 en la ciudad de Korcŭla, hijo de Nikola, un comerciante que partió hacia Oriente poco tiempo después junto a su hermano Mate” (p. 97). Más abajo: Tras un viaje de tres años en los que recorrieron Sumatra, el sur de la India, el océano Índico, el Golfo Pérsico, hasta el Estrecho de Ormuz, y el Mar Negro hasta Constantinopla, arribaron a Venecia, donde ningún habitante los reconoció. Deslumbraron a todos con las enormes riquezas traídas” (p. 98). Desfilan también en estas páginas notables personalidades. Algunas: el artista Ivan Meštrović, el cardenal Aloysius Stepinac, el presidente Tuñman (no quiero mencionar a algún sanguinario político “yugoslavo”). No pocas páginas están dedicadas a las recientes tragedias políticas; tales, el comunismo y la guerra balcánica. De todo se ocupa Verlichak con ánimo sereno y con erudito pero ameno cálamo. A veces entrevista a alguna de las figuras que visitó en Croacia; otras, nos da sus reflexiones personales; otras, busca alguna similitud con nuestro país; siempre prima el buen humor y la delicada mirada femenina (todo lo cual es siempre valorable en el género itinerarium). Por fin, el libro está ilustrado con buena cantidad de fotos en color y con dibujos de Tita Marincovich. Trae “Índice de nombres, lugares y términos” (p. 195), prólogo de Bartolomé de Vedia y palabras previas de Tonko Maroević; es esmerada la impresión. Recomiendo entonces vivamente este culto paseo por Split, Zagreb, el Adriático, Meñugorje, Sarajevo, Bosnia, Eslavonia y otros sitios. Esos bienes culturales no son tan lejanos, porque a los croatas debemos la cravatte (cf. pp. 156-158) y ellos hasta tienen que ver con los morlacos del tango (cf. pp. 176-179).

R.L.

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Revista literaria ÁPICES Ápices (revista literaria), nº XI (número especial dedicado a la cultura griega). Buenos Aires, 2009, 38 pp.

Del mismo modo que en el Uruguay en una Fundación –la María Tsakos— se hace un lugar a la cultura griega, vengo a advertir que en Buenos Aires Ápices XI, imago mundi, siete escritores de valor se asoman a esa misma cultura originaria desde la identidad de sus Ensayos breves, para dejarnos una imagen de la poesía griega más actual hasta que, juntos, Cicerón y Horacio cierran (y entreabren) 38 páginas que es dable comentar y compartir. En medio de vivencias y vigencias, cuando Dímitra Christoforídou viene a ocuparse de Antónis Fostiéris, un ateniense del ’53, s. XX, y traduce rima a rima las líneas y el fervor de “los que hablaron los que callaron (…) los que renunciaron…”, da, elige el tono personal y suyo que Daniel Antoniotti continúa, describiendo a su vez “las callecitas de nuestra Polis”, de las Grecia, Atenas, Constantinopla… a los espacios míticos de la Atenas del Plata, casi al margen de las anacronías y ucronías tan próximas al Río como Mar.

En la prosa sensible de Daniel Alejandro Capano aquella historia cultural heredada halla a “Calipso y Píndaro” en dos cuentos de Tabucchi, don Antonio Tabucchi, convencido de que “la geografía de un país y la vida y la obra de los hombres” ha sido siempre una motivación para redistribuir los ejemplarios, desde Homero a los dioses en los cuales creía, dioses, héroes y agonistas en los cuales lo ambiguo y lo plural siempre indujeron cosas que decir, templaron el oficio de escribir y urgieron el Oficio de Vivir del que hablara Pavese entre suicidas cuando el mundo –intramundo y ultramundo–, que hizo girar la rosa de los vientos, de costa a costa, se tiñó de gris.

Y como todo cambia, “Filoctetes y el páramo” en las horas de Susana Fernández Sachaos es, sin adjetivos, esa visión dinámica de Sófocles donde el deus ex machina procura mitigar de algún modo la injusticia, cruzar todos los puentes levadizos, del rencor a la cólera y al odio para encontrar, en Troya, el corazón.

Atentos todos, diferentes todos y cada uno de los escritores que publican en Ápices” –en este Ápices, pues conocemos otros precedentes que nos hizo llegar Romero Sosa, pero en éste hay un climax singular–; dentro de lo mayor de una teoría combinatoria casi matemática que ahora nos acercan los autores, las variaciones de “Rimbaud en Chipre” en el transcurso del ’79 del siglo XIX nos permiten (desde el Poste restante de Larnaca) reconocer su estilo epistolar, pues ya tentado en el ’78, cuenta “desde el desierto” (“Chers amis”, “Cependant vous avez dû recevoir une lettre…”) vivencias increíbles demasiado creíbles. Y es por ello que Magdalena Cámpora recorre, revive y recupera en pocas cartas una “alchimie du verbe” sin la cual no es posible la imagen de Rimbaud.

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Tal vez por eso de cambiar el ritmo / biorritmo de las hojas que se escriben, Carlos María Romero Sosa, amigo de los tiempos heroicos para mí, nos devuelve un perfil de Franz Tamayo cuando confiesa hacer “una mirada a lo Clásico desde el Barroco”. Por sus citas citables uno entiende las causas de sus búsquedas suasorias, de Carilla a Brughetti y Pedro Barcia, de Fernández Iriarte a T. Marof; pero es Platón (Apología de Sócrates) y son aun los Epigramas griegos quienes nos hablan de la “forma antigua” que en la Grecia caudal y diluvial sembró de lirios el jardín del mundo, cruzó los Continentes y las Islas, hizo que en fin “los habitantes de Argos” entendieran la fe de los demiurgos y eternizó en las proas de las naves los misterios neumáticos del mar.

Era el mar de “Solón, Esquilo y otros”, el “sólo se es feliz” de quienes llegan “al final” que –esta vez– Raúl Lavalle pulsa desde Macrobio hasta Virgilio, de la Biblia hasta el Dante y, antes, desde Simónides a Heródoto o Herodoto (“siendo hombre, nunca digas qué pasará mañana…”), porque muy corta y virtual, es cierto, es la distancia griega, mundana, universal de un hombre que despierta sabiendo que la vida, cuando es profunda la raíz del grito, nos perdona el destino de morir.

Siete autores en Ápices, ejemplo de la Cultura griega al Sur del Sur. Estilo 2009 en Buenos Aires. Bien vale un Epigrama.

PABLO TROISE

¿Por qué los cínicos se llaman cínicos?

El título de esta nota es engañoso, porque en realidad no se sabe. No es el lugar para extenderse en esto, pero algunos relacionan a los cínicos con el modo de vivir despojado, frugal, casi ascético, que tales filósofos alababan. Tal vez haya una relación entre la anáideia, la ‘desvergüenza’ de los perros, que ladran a cualquiera, sea este un príncipe o un mendigo; en efecto los poderosos de entonces no estaban libres de sus críticas. En todo caso me sorprendí ante un pasaje de Opiano, poeta griego del comienzos del III d. C. En su poema Haliéutica, dedicado a la pesca, nos habla de un pez llamado kýon, ‘perro.’ Se caracteriza por ser muy voraz y por atacar con ‘desvergüenza sin freno’ (5, 368); a dichos perros de mar los llama en otro pasaje (1, 373) ‘desvergonzados.’ Sin duda este autor relacionó poéticamente a tales peces con la desenfadada expresión de esos filósofos algo hippies del mundo antiguo. En fin, un raro caso de personificación.

R.L.