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del Fondo de Cultura Económica ISSN: 0185-3716 A treinta años de Plural Julieta Campos, Gabriel Zaid y Julio Scherer •Luis Villoro y Hugo Hiriart escriben sobre el aborto •Juan Gustavo Cobo Borda: Diez años del premio Juan Rulfo •Federico Patán y Eva Cruz: La forma del asombro •Daniel Cosío Villegas visto por Adolfo Castañón •Poesía de Gelman, Hernández de Valle Arizpe y Z. M. Fuentes •Óscar Mata sobre El hipogeo secreto Dos cuentistas norteamericanas Eudora Welty y Cynthia Ozick

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del Fondo de Cultura Económica

ISS

N: 0

185-

3716

A treinta años de PluralJulieta Campos, Gabriel Zaid y Julio Scherer

•Luis Villoro y Hugo Hiriart

escriben sobre elaborto

•Juan Gustavo Cobo Borda:

Diez años delpremio Juan

Rulfo

•Federico Patán yEva Cruz:

La forma delasombro

•Daniel Cosío Villegasvisto por AdolfoCastañón

•Poesía de Gelman,Hernández de ValleArizpe y Z. M.

Fuentes

•Óscar Matasobre El hipogeosecreto

Dos cuentistas norteamericanasEudora Welty y Cynthia Ozick

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del Fondo de Cultura Económica

DIRECTORGonzalo Celorio

SUBDIRECTORHernán Lara Zavala

EDITORFrancisco Hinojosa

CONSEJODE REDACCIÓN

Ricardo Ancira, Adolfo Castañón, Joaquín Díez-Canedo,

María del Carmen Farías, Mario Enrique Figueroa,

Daniel Goldin, Josu Landa, Philippe Ollé-Laprune,

Jorge Ruiz DueñasARGENTINA: Alejandro Katz

COLOMBIA: Juan Camilo SierraESPAÑA: María Luisa Capella,

Héctor SubiratsPERÚ: Germán Carnero

REDACCIÓNMarco Antonio Pulido y

Eva Quintana

DISEÑO, TIPOGRAFÍA

Y PRODUCCIÓN

elδoradoSnark Editores, S.A. de C.V.

IMPRESIÓN

Impresora y EncuadernadoraProgreso, S.A. de C.V.

�La Gaceta es una publicación mensual, editada por el

Fondo de Cultura Económica, con domicilio en Carrete-

ra Picacho-Ajusco 227, Colonia Bosques del Pedregal,

Delegación Tlalpan, Distrito Federal, México. Editor respon-

sable: Francisco Hinojosa. Número de Certificado de Licitud

(en trámite); Número de Certificado de Licitud de Conteni-

do (en trámite); Número de Reserva al Título de Derechos

de Autor (en trámite). Registro Postal, Publicación Periódica:

PP09-0206. Distribuida por el propio Fondo de Cultura Eco-

nómica.

Correo electrónico: [email protected]

LA GACETA

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SUMARIODICIEMBRE, 2001

JUAN GELMAN: Dos poemas • 3EVA CRUZ Y FEDERICO PATÁN: La forma del asombro • 4

CYNTHIA OZICK: El chal • 6EUDORA WELTY: Circe • 8

GABRIEL ZAID: Lo que pedía nacer • 12JULIETA CAMPOS: A vuelo de pájaro • 14

JULIO SCHERER: Un testimonio • 15JUAN GUSTAVO COBO BORDA: La primera década

del premio Juan Rulfo • 17LUIS VILLORO: ¿Debe penalizarse el aborto? • 19

HUGO HIRIART: Observaciones elementales en la discusión sobre el aborto • 21

ADOLFO CASTAÑÓN: Daniel Cosío Villegas o el sentido del conocimiento • 23

CLAUDIA HERNÁNDEZ DE VALLE ARIZPE: Lo que erosiona • 26ÓSCAR MATA: El hipogeo secreto de Elizondo • 27

ZULAI MARCELA FUENTES: Principio y Uno • 28

‹ ‹ ILUSTRACIONES: CLAUDIO ISSAC › ›

DICIEMBRE, 2001SUMARIO

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las aguas de tu vientre cantan al fondo del país/así estás hecha/hoy que la lluvia dueleen todo el mundo te posás/

¿dónde escribís tus estaciones?/¿las trémulas de tu candor?/¡panadera!/

¡brillás para que nadie sufra!/¡amigás compañías que empiezan en tu piel!/¡como penumbras del furor!/

¡así a tus pechos viene el ido!/¡el que pasaba por tus jugos contrala olvidación!/¡apretando los huesitos prestados!/

* * *

vos/ que miraste comomar asomado a su ventana/y en medio de la furia medíslo que de cuerpo a la palabra va/

¿qué será eso?/ ¿animalitoque en la boca se hició?/ ¿paciencia comoviejos amantes?/ ¿brazosque pensaron su límite?/

¿por qué/ serena/ en tu garganta hay miedo?/¿por qué del uno al otro habrá?/¿por qué de abajo y por afuera/

el siglo fuera infancia?/¿por qué en el viento blanqueás sábanas?/¿de rama en rama?

LA GACETA

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Dos poemas

✸�Juan Gelman

✸�

• Estos poemas han sido tomados de la antología de Juan Gelman, Premio Juan Rulfo 2000, que el FCE pondrá en circulación próximamente.

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LA GACETA

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�� Las siguientes páginas son el prólogo de La forma del asombro,

antología de nuevas narradoras norteamericanas que el FCE

publicará próximamente.

Aseguraba Italo Calvino, en1984, que “la literatura nor-teamericana tiene una glorio-sa y siempre viva tradición

de short stories; diré incluso que entre las shortstories se cuentan sus joyas insuperables”. Sibien hay un asomo de riesgo en afirmacionesde tal índole, nunca mienten del todo, y la deCalvino alcanza un notable grado de verdad.Lo tiene, desde luego, en la primera mitad dela cita; no tanto en la segunda. Porque la na-rrativa estadounidense cuenta con una muyfirme tradición cuentística desde sus inicios,y nunca ha dejado de estar ampliamente re-presentada. Pero en el campo de la novelísti-ca se dan joyas asimismo inigualables. Portanto, modifiquemos un poco la mitad finalde la cita: entre las short stories se cuentan mu-chas de sus joyas insuperables.

El cuento moderno tiene sus inicios haciaprincipios del siglo XIX. Uno de los primerospracticantes fue Edgar Allan Poe, quien tam-bién es considerado el iniciador de las teori-zaciones respecto al género. A lo largo del si-glo XIX, la lista de cuentistas sobresalientessurgidos en los Estados Unidos no es corta nimonótona en cuanto a temas y variedad detécnicas narrativas. Aquí el lugar común(suele llamarse canon) es inevitable en cual-quier enumeración: Nathaniel Hawthorne,Herman Melville, Mark Twain, Bret Harte,Stephen Crane, Jack London. Lista eminente-mente varonil que conduce a la pregunta: ¿ylas mujeres?, ¿sólo Emily Dickinson escri-biendo poesía, rodeada de silencio? Así lopareciera.

Sin embargo, otra es la realidad. Hubo es-critoras de narrativa, pocas en un principio yno del todo consideradas. Su número fue au-mentando gradualmente, junto con la aten-ción que se les prestaba. No obstante, era ne-cesario decir que la importancia de alguiencomo Kate Chopin tardó mucho en ser reco-

nocida y sólo a últimas fechas sus cuentos,escritos con finura y gran penetración psi-cológica, han merecido ediciones cuidado-sas. De Edith Wharton y de Willa Cather,ha dicho Joyce Carol Oates que fueron “lasescritoras estadounidenses predominantesen su tiempo”. La primera, dada la sutilezade su narrativa equiparable en mucho a la deHenry James, y la segunda, por el amorosocuidado con que describe la vida en el MedioOeste.

Desde entonces, las cuentistas estadouni-denses han ido explorando los campos temá-ticos más variados, con gran maestría en elmanejo de la estructura y del lenguaje. Desta-can Katherine Anne Porter y su visión de Mé-xico, aunque también sus exploraciones delmundo perteneciente a la mujer joven; Do-rothy Parker y sus irónicos estudios de lacondición femenina; Eudora Welty y su pro-fundidad para analizar la íntima soledad delser humano; Carson McCullers y FlanneryO‘Connor y su manejo prodigioso de lo gro-tesco en sus narraciones sobre lo que se haclasificado como “el gótico sureño”.

A partir de la segunda mitad del siglo XX,la lista de cuentistas, hombres y mujeres, au-mentó considerablemente en número y cali-dad. Y, aunque las escritoras disfrutan ahorade mayores ventajas que sus colegas del sigloXIX, no deja de ser interesante y provocadorreunir en una antología cuentistas de primeralínea cuyas narraciones nos ofrecen una pers-pectiva femenina, no necesariamente femi-nista, del mundo que habitan hombres y mu-jeres, sin menoscabo de la calidad literaria.

Para esta antología hemos seleccionadoquince cuentos publicados entre 1980 y 1990,con el fin de mostrar en un corte transversalla riqueza y excelencia de la obra escrita pormujeres dentro de la tradición del cuento es-tadounidense, que han contribuido a hacerde este género un ejercicio de sabiduría yprecisión literaria. En su escritura se puedendetectar algunas de las corrientes o tenden-cias estilísticas más importantes, desde las na-rraciones estructuradas y explícitas de Cyn-thia Ozick o Alice Walker, pasando por laversatilidad estilística de Joyce Carol Oates,hasta el minimalismo de Ann Beatte, GracePaley, Ellen Gilchrist, y su versión más extre-ma, el “dirty realism” de Jayne Anne Phillips.Sin importar la etiqueta, todas ellas experi-mentan con las convenciones del lenguaje y

la estructura, la trama y la caracterización, el“efecto final” —como diría Edgar AllanPoe—, y nos ofrecen su visión compasiva,irónica, a veces brutal, a veces sutil, de sereshumanos que buscan sobrevivir en medio deuna sociedad mercantilista y enajenante.

En estos cuentos predomina la explora-ción de actitudes, conflictos o pérdidas queenfrentan las mujeres en sus relaciones conlos demás —el esposo o amante, los hijos ohijas, el padre y la madre, la familia, las ami-gas— y con el mundo que habitan. Las prota-gonistas de estos cuentos son seres humanosque experimentan el dolor, la frustración, elamor, el placer, la culpa, la ilusión, y a travésde esas experiencias se descubren o se recon-cilian consigo mismas y con los otros. Las at-mósferas y el tono de los cuentos recorren unamplio espectro de emociones y perspectivas.El cinismo y crudeza de “Lascivia” y el dolorasfixiante de “El chal” contrastan con el la-mento solitario de “Canción de cuna” y el do-lor y la palabra contenidos de “Dos manerasde contar”. La soledad y el tedio sofocanteshallan distintas respuestas en las protagonis-tas de “Ese gran mundo de afuera” y “Resi-dentes y transitorios”. En cuentos como“Cuídate”, “Olas normales en mar abierto” y“Salón de belleza” nos topamos con mezclassutiles de angustia y de ternura, o, también,con sentimientos violenta y confusamenteencontrados, como en el cuento titulado “Unpadre”. Pero no todo es dolor. La confesiónque hace la madre judía en “El legado de Rai-zel Kaidish” resulta liberadora para ella; yaunque la ligereza o liviandad de “La pie-dra perfecta” parece ocultar un cierto temor,la sorpresiva revelación del amor o la amis-tad en “Amor verdadero”, “Espíritus cerca-nos” y “Ella misma enamorada” nos devuel-ve la esperanza.

Aunque como ya dijimos, predominanlas mujeres como protagonistas de los cuen-tos, tres de ellos están narrados desde el pun-to de vista de un personaje masculino. Estopor sí solo no es lo importante, sino el hechode que los hombres que aparecen en estoscuentos se aventuran dentro del territorio delo considerado femenino, y se comportan ytienen actitudes o preocupaciones que secreían, hasta hace poco, exclusivas o propiasde las mujeres. Y no es que estas situacionesno ocurran, sino que rara vez es explorado susignificado por los escritores. Bharati Mu-

La forma del asombro

✸ Eva Cruz y Federico Patán

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kherjee retrata a un emigrado indio, frío ydistante con su familia, no obstante, reaccio-na con mayor comprensión y tolerancia quela madre, encerrada en la cólera que le impo-nen su educación y su cultura ante el embara-zo de su hija por inseminación artificial. En“Cuídate”, un hombre maduro sufre la sepa-ración de su esposa al internarla en un hospi-tal y, en medio de su soledad, descubre su ca-pacidad de cuidar de sí mismo y de su nieta.Quizás el cuento más revelador y compasiva-mente irónico es “Salón de belleza”, en el queun hombre viejo y cansado se aventura a pe-netrar en el mundo casi vedado del acicala-miento femenino y recupera, así sea momen-táneamente, la ilusión del amor.

Por otro lado, la selección de las escritorasobedece al intento de representar las distintasculturas “marginales” que hoy afirman supresencia dentro de ese gran mosaico que esla sociedad estadounidense. De modo que,además de los aspectos conflictivos o trau-máticos en las relaciones interpersonales, va-rios de ellos exploran el modo en que el ori-gen o la educación en otra cultura no sólomoldean la experiencia de los personajes, si-no que con frecuencia entran en conflicto conla cultura blanca predominante. Así, tenemosa Leslie Marmon Silko, mezcla de blanco e in-dia norteamericana, y a Bharati Mukherjee,nacida en la India, que nos ofrecen relatosconmovedores cuya emoción radica precisa-mente en el choque de valores entre una cul-tura “minoritaria” y la cultura blanca nortea-mericana. Rebecca Goldstein, Cynthia Ozicky Grace Paley inscriben sus historias en elcomplejo mundo de la vida y la cultura judai-ca. No es de extrañar que las primeras dosaborden una vez más la experiencia de loscampos de concentración, aunque desdeperspectivas muy distintas. Alice Walker,afroamericana, exalta los valores de su cultu-ra ancestral para sobrevivir. Escritoras llama-das “minorías” exploran, a partir de sus raí-ces, el problema de dos culturas próximas en

espacio pero no en entendimiento y nos ha-cen ver las complicaciones de tal proximidad.

Al leer a estas escritoras pudiéramos unir-nos a Regina Barreca cuando asegura que “lasmujeres tienen historias distintas que contarcomparadas con sus contrapartes masculi-nas”, historias donde se da indudablementeuna cosmovisión propia de la mujer. Allídonde Barreca afirma, el lector explora, paraluego coincidir en tal afirmación o refutarla.O bien, transitará por estos cuentos indagan-do en ellos si “las escritoras han desarrolladoy puesto en uso un patrón diferente” para gé-nero tan pródigo en variaciones y circunstan-cias. O acaso la lectura nos lleve a coincidircon una idea de Fay Weldon: “Las palabrastransforman la probabilidad en hechos y conbase en la pura fuerza de la definición, tradu-cen tendencias en hábitos.” O ya puestos engastos, convendría introducirse en uno de lospuntos capitales de la escritura femenina des-crita por Barreca cuando afirma que en loscuentos escritos por mujeres “a menudo elpersonaje aprende a desconfiar del sistemade valores dominante y a rehusarse a todaparticipación en él”. Pero no importa cuál seanuestra reacción al debate sobre la definiciónde la escritura de las mujeres, lo importantees responder al dominio que han logrado enel género cuentístico y a la visión expresadaen palabras que son únicas en cada caso. Por-que, recordemos lo dicho por Eudora Welty,“no existen dos días iguales, el tiempo cam-bia. No existen dos cuentos iguales, nuestrotiempo cambia”.

LA GACETA

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•Marcapasos•

Doris Lessing, John Updike, Mi-lan Kundera, Philip Roth, MarioVargas Llosa, Carlos Fuentes,Muriel Spark, Harold Pinter y Ed-ward W. Said se mencionabanentre los posibles candidatos alNobel de Literatura de este año.

Pero el premio cayó en ma-nos del escritor británico de ori-gen hindú nacido en Trinidad,V. S. Naipaul, considerado, porunos, como el mejor prosista enlengua inglesa y comparado, porotros, con Joseph Conrad por elpoder de ubicuidad de su mundonarrativo que va desde su islanatal en el Caribe hasta los másoscuros confines de África. SirVidia, como es conocido en elmedio literario inglés, es uno delos grandes escritores del pos-colonialismo; crítico acerbo delIslam, al que considera tan per-judicial como la influencia delcolonialismo occidental.

�El comité Nobel le otorgó el pre-mio por haber “conjuntado susperceptivas narraciones con unescrutinio incorruptible en obrasque nos obligan a observar lapresencia de historias ocultas...V. S. Naipaul es un navegante li-terario que no se siente en casamás que con él mismo, en suinimitable voz”. Sus mejoresnovelas son El masajista místi-co (1958), Una casa para el se-ñor Biswas (1961), En un estadolibre (1971) y Un recodo en el río(1979), amén de sus excelenteslibros de viaje y de memorias.

Además de ser consideradocomo misántropo, elusivo y ar-bitrario, Naipaul es un virulento

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�� Tomado de La forma del asombro, antología de nuevas narradoras

norteamericanas que el FCE

publicará próximamente.

Stella, el frío, el frío, el frío del in-vierno. Cómo andaban por los ca-minos juntas, Rosa con Magdaapretada contra los pechos lasti-

mados, Magda envuelta en el chal. A vecesStella cargaba a Magda. Pero le tenía celos.Una delgada chica de catorce años, demasia-do pequeña, con diminutos pechos propios,Stella deseaba verse cubierta por un chal,oculta, dormida, mecida por el ritmo de lamarcha, una bebé, una rolliza infante llevadaen brazos. Magda tomó el pezón de Rosa, yRosa nunca dejó de caminar, una cuna an-dante. No había leche suficiente; a vecesMagda chupaba aire; lloraba entonces. Stellase moría de hambre. Sus rodillas eran tumo-res montados en unas varitas, sus codos hue-sos de pollo.

Rosa no sentía hambre; se sentía ligera,no como alguien que camina sino como ma-reada, en trance, inmóvil por un ataque, al-guien que es ya un ángel volador, que todo love pero desde el aire, no aquí, no tocando el ca-mino. Como si guardara el equilibrio en el fi-lo de las uñas. Miró el rostro de Magda poruna rendija del chal: una ardilla en su nido, asalvo, sin que nadie pudiera alcanzarla en sucasita de los rompevientos del chal. La caramuy redonda, como vista en un espejo debolsillo; pero no tenía el cutis oscuro de Rosa,negro como el cólera, sino que era otro tipode cara, los ojos azules como el aire, las sua-ves plumas del cabello casi tan amarillas co-mo la estrella cosida al saco de Rosa. Pudierapensarse que era un bebé de ellos.

Rosa, flotando, soñó con regalar a Magdaen alguna de las aldeas. Pudiera abandonarla fila por un minuto y poner a Magda en lasmanos de cualquier mujer a orillas del cami-no. Pero si abandonaba la fila a lo mejor dis-pararían. E incluso si escapara de la fila pormedio segundo y entregara a una extraña loenvuelto en el chal ¿lo tomaría la mujer? Talvez se sorprendiera o le diera miedo; pudiera

soltar el chal y entonces Magda caería, se gol-pearía la cabeza y moriría. Su cabecita redon-da. Una niña tan buena, que había dejado dellorar y ahora mamaba buscando tan sólo elsabor del pezón ya casi seco. El perfecto aco-modo de las diminutas encías. Un asomo dediente surgiendo de la encía inferior, tan bri-llante, lápida de un duendecillo, allí destellan-do como mármol blanco. Sin quejarse, Mag-da renunció a las tetas de Rosa, primero a laizquierda y luego a la derecha, ambas agrie-tadas y sin gota de leche. El conducto extin-guido, un volcán muerto, un ojo ciego, un ho-yo congelado, así que Magda tomó mejor unaesquina del chal y la ordeñó. Mamaba y ma-maba, inundando los hilos de humedad. Elbuen sabor del chal, leche de tejido.

Era un chal mágico, capaz de alimentar aun infante por tres días y tres noches. Magdano murió, se mantuvo viva, aunque muy ca-llada. De su boca se elevaba un olor peculiar,a canela y almendras. Mantenía los ojos abier-tos en todo momento, olvidándose de parpa-dear o de echar una siesta; Rosa, y en ocasio-nes Stella, estudiaban lo azul de aquellos ojos.Por el camino, levantaban la carga de unapierna tras otra, y estudiaban la cara de Mag-da. “Aria”, dijo Stella, con voz tan adelgaza-da como un hilo. Rosa meditó el modo enque Stella observaba a Magda, como una jo-ven caníbal. Y cuando Stella dijo “Aria”, aRosa le sonó como si Stella hubiera dicho enrealidad “devorémosla”.

Pero Magda vivió para caminar. Vivió losuficiente para hacerlo, aunque no caminabamuy bien, en parte porque sólo tenía quincemeses y en parte porque sus piernas comoestaquitas no podían sostener el hinchadovientre. Hinchado de aire, lleno y redondo.Rosa daba casi toda su comida a Magda; Ste-lla, nada.

Stella estaba famélica, una chica en creci-miento, aunque crecía poco. Stella no mens-truaba. Rosa no menstruaba. Rosa estaba fa-mélica y a la vez no, pues de Magda habíaaprendido a beber el sabor de un dedo meti-do en la boca. Se encontraban en un sitio sinpiedad, toda piedad había sido aniquilada enRosa, quien miraba sin piedad los huesos deStella. Estaba segura de que Stella aguardabala muerte de Magda para poder hincarle losdientes en los muslitos.

Rosa sabía que Magda iba a morir muypronto; ya debería estar muerta, pero la ha-

bían ocultado enterrándola profundamenteen el chal mágico, donde la confundían con eltembloroso montículo de los pechos de Rosa.Rosa se asía al chal como si sólo la cubriera aella. Nadie se lo quitaba. Magda estaba mu-da. Nunca lloraba. Rosa la ocultó en las ba-rracas, bajo el chal, pero sabía que en algúnmomento ella la delataría; o algún día al-guien, tal vez Stella, se robaría a Magda paracomérsela. Cuando Magda comenzó a cami-nar, Rosa supo que Magda moriría muypronto, que algo sucedería. Temía quedarsedormida; dormía poniendo el peso de sumuslo sobre el cuerpo de Magda; temía asfi-xiar a Magda bajo su muslo. Rosa pesaba ca-da vez menos; Rosa y Stella lentamente seconvertían en aire.

Magda permanecía quieta, pero sus ojosestaban terriblemente vivos, como tigres azu-les. Vigilaba. A veces reía —parecía una ri-sa—, pero ¿cómo podía serlo? Magda jamáshabía visto reír a nadie. Aun así, Magda sereía del chal cuando el viento le movía laspuntas, ese viento malo que traía pedazos ne-gros, que ponía lágrimas en los ojos de Rosay de Stella. Los ojos de Magda estaban siem-pre claros y sin lágrimas. Vigilaba como untigre. Cuidaba su chal. Nadie podía tocarlo;sólo Rosa. A Stella no se le permitía. Ese chalera el bebé de Magda, su mascota, su herma-nita. Cuando deseaba estar muy tranquila, seenredaba en él y chupaba una de las puntas.

Entonces Stella robó el chal e hizo queMagda muriera.

Más tarde Stella dijo: “Tenía frío”.Y más tarde siempre tuvo frío, siempre.

El frío le entró al corazón. Rosa vio que elcorazón de Stella estaba frío. Magda avanza-ba torpemente, con sus piernitas como lápi-ces garabateando por aquí y por allá, enbusca del chal. Los lápices titubearon a laentrada de las barracas, donde comenzabala luz. Rosa vio y fue detrás. Pero Magda es-taba ya en el terreno cuadrado frente a las ba-rracas, en la luz alegre. Era la liza donde sepasaba lista. Cada mañana Rosa tenía queocultar a Magda bajo el chal contra una paredde las barracas y salir para quedar de pie enla arena con Stella y cientos de otros, a vecespor horas; y Magda, en abandono, callaba ba-jo el chal, chupando en su rincón. Cada díaMagda permanecía callada y, por lo tanto, nomoría. Rosa vio que Magda iba a morir hoyy, al mismo tiempo, un gozo terrible le corrió

LA GACETA

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El chal

✸ Cynthia Ozick

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por las palmas de las manos, los dedos incen-diados y ella asombrada, febril: Magda, a laluz del sol, oscilando sobre sus piernas comolápices, aullaba. Desde que a Rosa se le seca-ron los pezones, desde aquel último grito deMagda en el camino, Magda había quedadovacía de sílabas; era una muda. Rosa creíaque algo le había sucedido en las cuerdas vo-cales, en la garganta, en la cueva de la larin-ge. Magda estaba defectuosa, sin voz; acasoestuviera sorda; tal vez algo sucedía con suinteligencia; Magda era tonta. Incluso la risasurgida cuando el viento de cenizas volvíaun payaso el chal de Magda era una merapresunción de aire venida de los dientes. In-cluso cuando los piojos, los de la cabeza y losdel cuerpo, la enloquecían hasta volverla tanviolenta como una de las grandes ratas quesaqueaban las barracas al romper el día enbusca de carroña, se frotaba y rascaba y pa-teaba y mordía y revolcaba sin un gemido.Pero ahora la boca de Magda derramaba unclamor largo y viscoso como una cuerda.

—¡Maaaaa...!Era el primer sonido que Magda sacaba

de la garganta desde que a Rosa se le secaronlos pezones.

—¡Maaa...aaa!¡Otra vez! Magda se tambaleaba bajo el

sol peligroso de la arena, garabateando conaquellas lamentables y arqueadas canillitas.Rosa comprendió. Comprendió que Magdase acongojaba por la pérdida de su chal, com-prendió que Magda iba a morir. Una oleadade órdenes martilló los pezones de Rosa:¡Busca, recoge, trae! Pero no supo qué aten-der primero, a Magda o el chal. Si de un saltosalía a la arena para levantar a Magda, el au-llido no cesaría, pues Magda seguiría sin te-ner el chal; pero si regresaba corriendo a labarraca para buscar el chal, y si lo encontrabay volvía donde Magda mostrándolo y sacu-diéndolo, entonces recuperaría a Magda,Magda se pondría el chal en la boca y enmu-decería una vez más.

Rosa entró en la oscuridad. Fue fácil des-cubrir el chal. Stella estaba acurrucada bajoél, dormida en sus delgados huesos. Rosa li-beró el chal y voló —podía volar, era sólo ai-re— hasta la arena. El calor del sol murmura-ba acerca de otra vida, de mariposas en elverano. Era una luz plácida, blanda. Al otrolado de la cerca de acero, muy lejos, habíaprados verdes salpicados con dientes de leóny violetas de color profundo; más allá, in-cluso más lejos, lirios inocentes, altos, susbonetes anaranjados muy erguidos. En lasbarracas hablaban de “flores”, de “lluvia”;excremento, gruesas tiras de mierda, y la len-ta, apestosa catarata café que se desprendíadesde las literas superiores, el hedor mezcla-do a un flotante humor amargo y seboso queengrasaba la piel de Rosa. Se detuvo por uninstante a la orilla de la arena. A veces la elec-tricidad de la cerca parecía zumbar; incluso

Stella decía que era la imaginación, pero Ro-sa escuchaba sonidos reales en el alambre:tristes voces arenosas. Cuanto más lejos de lacerca, con mayor claridad las voces la apretu-jaban. Aquellas voces quejumbrosas rasguea-ban de modo tan convincente, tan apasiona-do, que era imposible confundirlas confantasmas. Las voces le aconsejaban sostenerel chal en alto, muy arriba; las voces le decíanque lo sacudiera, que lo agitara como un láti-go, que lo extendiera como una bandera. Ro-sa lo levantó, lo sacudió, lo agitó, lo extendió.Lejos, muy lejos, Magda se inclinó desde suvientre alimentado con aire, estirando las va-ritas que eran sus brazos. Estaba en lo alto,elevada, a caballo en el hombro de alguien.Pero el hombro que cargaba a Magda no ve-nía en dirección de Rosa y el chal, se alejaba,la motita que Magda era reduciéndose más ymás en la humosa distancia. Por encima delos hombros brillaba un casco. La luz tocó elcasco, transformándolo en copa. Bajo el cas-co un cuerpo negro como un dominó y unpar de botas negras se arrojaron en direcciónde la cerca electrificada. Las voces eléctricascomenzaron a parlotear desatinadamente.“Maamaaaá, maammaaaá”, susurraban al uní-sono. ¡Qué lejos estaba ya Magda de Rosa,más allá de la plaza, pasando una docena debarracas, hasta el otro lado! No era mayorque una polilla.

De pronto Magda nadaba a través del ai-re. Magda viajó a través de la altura. Parecíauna mariposa que tocara una enredadera deplata. Y en el momento en que la redonda ca-beza emplumada de Magda, sus piernas co-mo lápices, su vientre de globo y sus brazosen zigzag se embarraron a la cerca, las vocesde acero enloquecieron en sus gruñidos, inci-tando a Rosa a correr y correr hasta el puntodonde Magda había caído desde su vuelo enla cerca eléctrica. Pero, desde luego, Rosa nolas obedeció. Allí quedó de pie, porque de co-rrer le dispararían, de intentar recoger lostrozos del cuerpo de Magda le dispararían, yde permitir que el aullido de lobo que subíapor la escala de su esqueleto saliera le dispa-rarían. Así que tomó el chal de Magda y sellenó con él la boca, rellenándola y rellenán-dola hasta que se vio tragando el aullido delobo y probando el profundo sabor a canela yalmendra de la saliva de Magda. Y Rosa be-bió del chal de Magda hasta secarlo.

Traducción de Federico Patán

LA GACETA

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polemista que opina que JaneAusten, Henry James y ThomasHardy son malos escritores;que E. M. Forster era un “homo-sexual despreciable” y que todolo que escribió sobre la Indiason tonterías ya que sólo iba allípara seducir a jóvenes pobresen compañía de su amigo May-nard Keynes. Para él el Ulisesde Joyce resulta imposible entanto que él no puede concebirla obra de un escritor en vías dequedarse ciego.

�Por cierto que la visión que so-bre el Islam tiene Naipaul es ra-dicalmente opuesta a la de Ed-ward Said —ambos detractoresdel colonialismo, sólo que unocrítico y el otro defensor del Is-lam—, quien también obtuvo elpremio literario de la fundaciónLannan de los Estados Unidos.Fundamentalmente dedicado ala crítica literaria y a los estu-dios culturales, Said, originariode Palestina y profesor en laUniversidad de Columbia, esuno de los intelectuales másnotables e indispensable paralos interesados en la relaciónentre la política, la literatura y lahistoria. El FCE publicará próxi-mamente su famoso Orientalis-mo y su libro de ensayos Refle-xiones sobre el exilio.

�El Booker Prize, el premio másprestigiado de Inglaterra, quedópor segunda ocasión en manosdel escritor australiano PeterCarey con su novela La historiade la pandilla Kelly, basada enla vida de un famoso asaltantede su país de los años veinte.Escrita en forma de carta dirigi-da a su hija, sin una sola coma,la novela cuenta los avataresdel personaje a través de suparticular lenguaje coloquial, lo

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�� Eudora Welty murió hace unos mesesa la edad de 92 años. Recordamos a esta

gran narradora norteamericana con la publicación del siguiente cuento,

extraído de Un caracol en la Estigia—recopilación de Ana María González

Matute—, con la autorización de laEditorial Aldus.

Con la aguja en el aire me detuve.Desde el balcón superior, miran-do el mar, los vi desembarcar yencontrar su camino; pude escu-

char cómo todo mi rebaño se desataba ante lapresencia de los hermosos extraños. Me des-licé escaleras abajo. Al oír la respiración delos hombres y el golpeteo de sus sandalias enlas piedras, abrí la puerta de par en par. Unrayo de luz del cenit cayó en mi ceja y el vien-to soltó mi cabello. Algo más impulsó micuerpo hacia afuera.

—¡Bienvenidos! —dije—; la palabra máspeligrosa del mundo.

Al oler mi pan, levantaron la cabeza; lue-go entraron en tropel con tales gruñidos y talbrío en los talones, hasta llegar al umbralmismo. ¡Soñadores! Se resbalaron en mi puli-do piso esparciendo la arena. Después seagolparon unos con otros, valorando los ob-

sequios de la casa (pensando ya de nuevo enzarpar); volvieron los ojos arriba, por dondesube la escalera, de donde provenían los sus-piros de las jóvenes de la isla que miraban ahurtadillas desde la puerta de la cocina. Enespera de un baño se miraron las manos contemor. Así los dejé y me retiré para hacer elcaldo.

En cuanto entré con la gran charola res-plandeciente sus ojos brillaron de lágrimas,formaron un círculo en el cuarto, una espiralsinuosa de vapor. Cada uno —con un par demanos de uñas negras— iba tomando su tur-no; así, se precipitaron sobre su tazón. Losprimeros pasaban trotando sobre mis talo-nes, mientras que los últimos aún estirabanlas manos. Poco después ellos también be-bieron, y limpiando los tazones con el hoci-co, los hicieron a un lado para unirse a losdemás.

Ese instante de transformación... ¡sólo losdioses lo disfrutan! Los hombres y las bestiasen verdad rara vez comprenden lo maravillo-so como para llegar a justificar cualquier mo-lestia. El piso se balanceaba al igual que unpuente en la batalla.

—¡Fuera! —les ordené—. En esta casa seprohíbe la inmundicia.

Al fin de cuentas, en la extraordinarialimpieza del cuidado de una casa estriba elhecho de que los hombres comprendan queson cerdos. Con mi varita mágica suspendidaen el aire, tal como si fuese una escoba, losconduje a través de la puerta —sus antiguos

pies ahora duplicados en pezuñas— paraunirse a sus hermanos que se abalanzaronhacia ellos al encontrarlos; unos y otros riva-lizaban en mugre, mas no dejaron de mos-trarse hospitalarios. ¡Qué colmillos les di!

Al cerrar la puerta ante semejante visióny retirarme a mi privacía —privacía infinitaque todo lo cicatriza, incluso el esfuerzo de lamagia—, sentí que algo me presionaba desdeatrás, al igual que el aire del cielo que prece-de a la tormenta elevándose como otra varitasobre mi cabeza.

Giré pensando, oh dioses, me ha fallado,se está secando. Antes que otra cosa, siemprepienso en mi poder. Faltaba un hombre.

—¿Qué te hace pensar que eres distinto alos demás? —le grité. Él se rio.

No tuve tiempo de creerlo pues volví deprisa a mi caldo. Lo había planeado a la per-fección, nadando con los ostiones de mi arre-cife y los trozos de cerdo dorado; despedíaun olor a hojas de laurel, albahaca, romero,con su vaso de vino de la isla mezclado al fi-nal: mi receta infalible. El caldo de Circe: to-dos los dioses han oído hablar de él y lo hanenvidiado. No, la falla estaba en el bebedor.Si éste continuaba siendo un hombre, si nolograba abandonar su magnífico cuerpo, en-tonces el encanto se había topado con un hé-roe. Oh, conozco esas profecías tan bien co-mo la palma de mi mano —sólo que no existenada para advertirme cuándo es ahora—.

Las muchachas de la isla, esas sirvientas aquienes mantengo, se encontraban de pie enla cocina y me sonreían. Aventé la olla y todolo demás a sus talones marchitos. Deberánaprender que las personas sin poderes mági-cos están en este mundo para justificar y ser-vir a los hechiceros, ¡no para sonreírles!

Giré de nuevo. El héroe se mantuvo im-pasible; sin embargo, al ir tras sus amigos surisa se fue disipando también. Ahora tenía lamirada vacía, como si yo no estuviera en ella—yo era invisible—. Su mano andaba a tien-tas por el junco de una silla. Me moví másallá de donde él estaba y le puse el cerrojo a lapuerta bloqueando el murmullo del exterior.Aún invisible, le quité su espada. Ordené quese llevaran su túnica para lavarla en el ma-nantial y lo bañé con mis propias manos.Luego se sentó y secó con esmero ante mi chi-menea: era el único hombre mortal que se ha-llaba en una isla en el mar. Le unté aceite enlos oscuros hombros y en el mechón rizado

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Circe

✸ Eudora Welty

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que le cubría la quijada. Sus oídos extasiadostodavía escuchaban el silencio humano dellugar.

—Conozco tu nombre —dije con voz demujer— y ahora tú conoces el mío.

Me quité la cadena de la cintura, la cualresbaló brillando entre los dos hasta el suelo,donde quedó como si durmiera al momentoen que me acerqué. Bajo mis palmas él semantenía de pie, cálido y denso, al igual queun huerto de mirtos al mediodía. Sus musloseran pesados y vigorosos como los de un so-námbulo que ha merodeado, ¡ay de mí!, porlos despeñaderos del mar. Cuando pasé fren-te a él, levantó su brazo para obstruir mi ca-mino. Al ofrecerle el vaso abrió la boca. Sedejó caer entre las almohadas con los ojosabiertos, fijos, como dos nubes suspendidasen el sol; tomé su mano y la besé.

Fue él quien dio rienda suelta a sus pala-bras para anunciar el final del día y, tal comosi la hora le indicara una señal al peregrino,me narró una historia, mientras el búho hacíaun comentario afuera. Me habló del mons-truo con un ojo —me contó que se lo habíaextirpado—. Sí, dijo el búho, el monstruo seestá dejando crecer otro ojo y un hombre dis-tinto navegará hasta ahí para cegarlo nueva-mente. Ya había yo escuchado todo esto an-tes, de parte del hombre y del búho. Mas noera su historia la que me interesaba, sino susecreto.

Al tiempo que Venus se reclinó en la ven-tana lo llamé por su nombre, pero él ya se ha-bía entregado a un sueño profundo. Ahorapodía ver a través de la cautelosa hierba quelo había protegido de mi caldo. Desde elprincipio había encontrado la forma de resis-tirse a mi poder. Él debía reír, dormir y cauti-var; debía hablar y dormir. Después deberíamorir. Percibí toda una época en aquel rostroencajado en la barba negra; sus ojos se libera-ron de los míos, como las estatuas durmien-tes de la colina. Lo tomé del cabello y de labarba, pero él se deslizó con su ronquido has-ta el mismo piso del sueño, muy lejos de mi

alcance, de la misma manera en que se alejóde él un marinero ahogado, según la historiaque me contó del mar.

Pensé en mi padre el Sol, que seguiría sucamino divino sin preocupación ni ambición,sin consumirse ni sufrir pérdida alguna —niel temor heroico de la corrupción mediantesu constante irradiación de luz—, sin necesi-dad de una historia o de un séquito que ates-tiguara por dónde había pasado: ¡aun los hé-roes podrían aprender de los dioses!

Sin embargo, supe que me ocultaban al-go, dormidos y despiertos. Existe un misteriomortal que si yo lograra localizar el sitio pre-ciso donde se encuentra lo aplastaría como auna uva de la isla. Tal parece que sólo la fla-queza puede aventurarse a adivinarlo —masno se me dotó con esa facultad—. ¡Viven dela flaqueza! ¡Del instante! Me digo a mí mis-ma que únicamente se trata de un misterio, yel misterio no es más que incertidumbre. (¡Enla magia no hay misterio! Los hombres soncerdos: tendrá que decirse... y dicho y hecho.)No obstante, sólo los mortales pueden adivi-nar en qué consiste en cada uno, pueden en-contrarlo y pincharlo pese a todo el peligroque implica, con un instrumento hecho de ai-re. Juro que por sólo poseer ese trivial secreto¡gustosa me convertiría en una paloma ino-fensiva por el resto de la eternidad!

De pronto él se levantó; casi había olvida-do que de nuevo se movería —de la mismamanera en que nos sorprenden todas las flo-res y un hibisco dorado cuando caminamospor algún lugar lejano cubierto de hierba—.

Sí, se sirvió la cena, pero él no podía cenarconmigo hasta que yo deshiciera el estragode ese día en el chiquero. Le hice notar que suporción se serviría en un tazón dorado —lacopia misma de la cuenca que mi propio pa-dre, el Sol, cruza al volver cada noche des-pués de su viaje diurno—. Pero a él no le inte-resaba la belleza ajena al mundo; no deseabaque aquella primera probada de algo le resul-tara novedosa. Anhelaba que sus hombresvolvieran. Al final tuve que ponerme la capa

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cual le permite revivir con granintensidad el pasado violentode Australia. Carey le arrebatóel premio a Ian McEwan, quiense perfilaba como el gran favo-rito con su novela Atonement.McEwan ganó el Booker en 1998con su novela Amsterdam. Ca-rey había ganado el Booker en1988 con su novela Óscar y Lu-cinda y se convierte ahora en elsegundo escritor que ha obteni-do dos veces el Booker. El otroes J. M. Coetzee, que lo ganóen 1983 con La vida y los tiem-pos de Michel K. y en 1999 conDesgracia.

�Cuando a Ian McEwan le pre-guntaron si algo había cambia-do en su vida después del 11 deseptiembre, contestó lo siguien-te: “Cuando estoy acompañadome vuelvo monomaniaco en laconversación, cuando estoy so-lo tengo ensoñaciones horri-bles; me he vuelto adicto a losnoticieros y los periódicos; ten-go fatiga constante, falta deconcentración, tendencia a sus-pirar, marcado rechazo hacialas religiones, duermo mal, sue-ño feo, sospecho de todos lospasajeros en las salas de espe-ra, tengo miedo de volar, aver-sión a los tumultos, rechazo alos espacios cerrados, padezcode ansiedad, de paranoia, de mi-santropía y de pesimismo cultu-ral; me embarga una indefiniblemelancolía y mi sentido del hu-mor se ha vuelto cada vez másnegro. Salvo eso, todo lo demássigue igual”.

�Meses de premios y reconoci-mientos, durante octubre y no-viembre fueron distinguidos al-gunos autores y amigos denuestra casa editorial, comoÁlvaro Mutis, a quien la Univer-

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y abrirme paso por la oscuridad; caminé bajolos sauces, donde los huesos cuelgan al vien-to, hacia la porqueriza para ordenar y condu-cir una vez más a sus amigos desde su labe-rinto lodoso. Los hice pasar por la puertacomo si fuesen ellos mismos. No debía saltar-me ni esquivar a ninguno —él los nombraba ylos contaba—. Más tarde podría mirarlos lar-gamente mientras se tambaleaban en sus pa-tas traseras frente a él. Sus quijadas estabanhundidas, como las de un asmático, y gritó:

—¿Me conocen?—¡Es Odiseo! —dije, para estropear el

momento. Sin embargo, con otro grito él yase había abalanzado para recibir su abrazohúmedo.

Tal parece que las reuniones deben cele-brarse. (Nunca he vivido semejante cosa.)Así, todos festejamos con carne, pan, miel yvino; el fuego rugía. Escuchamos al flautista,escuchamos la historia sobre el marinero decabello rubio cuyo nombre ahora se ha olvi-dado, y él bailó sobre la mesa complaciéndo-los. Cuando el fuego se puso negro mis sir-vientas se acercaron lánguidamente desde lacocina y, todo el trayecto escaleras arriba has-ta las camas, tuvieron que arrastrar a los in-dolentes soñadores —que no dejaban de reíry cantar— ya con las rodillas a medio doblar.Los oí hablar con las muchachas como si lasllamaran a casa. Pero la porqueriza era el si-tio al que pertenecían.

Subimos a mi cuarto en la torre con lasmanos entrelazadas. Él tenía las mejillas gra-ves y los ojos negros —que parecían estarconfundidos por las adivinanzas y las solu-ciones—. Conversamos sobre los signos,los presagios, las premoniciones, las adivi-nanzas, los sueños, y terminamos en un fie-ro y frío sueño. Hombre extraño, tan intrépidoy tan torcido como yo. Algo tienen en comúnsu vida tan corta y la mía tan larga. La pasiónes nuestro cimiento, nuestra isla. ¿Acaso exis-ten los demás?

Por la mañana sus marineros llegaronbrincando, llenos de sí mismos y de historias.

Mientras preparaba el desayuno, los vi ju-guetear y correr desenfrenados alrededor dela mesa, disfrutando de la casa. “¿Qué hice?¿Qué tanto alcancé con ello?”, y con una se-guridad imprudente, a sus espaldas imitaronlos sonidos de los cerdos. En verdad resulta-ban más atractivos ahora que nunca antes; alhaberme aplicado a ello también los habíahecho más jóvenes. ¡Pero díganme de unoque lo haya apreciado! ¡Díganme de uno quehaya reparado en mí antes de haberle llevadosus higos y su leche!

En cuanto apareció devoramos un des-ayuno propio de los dioses —todo, hasta lassalchichas mismas se daban por hecho—. Lasjóvenes de la cocina sonreían tontamente ygritaban que si esto continuaba nos dejaríansin nada. Pero, por este mortal, no me impor-tó someter a la casa a una tensión mayor de laque jamás hubiera soñado para mí. Aun enaquellas mañanas aburridas, cuando la nebli-na llegaba a envolver la isla y a ocultar lossenderos del mar, o también cuando mi cora-zón es negro.

Una conmoción general los embriagó, sinembargo, desde el momento en que se levan-taron de la mesa. Me dejaron en mi casa pi-sando sus servilletas y dejando huellas demiel en el piso limpio; se unieron en un abra-zo para hablar bajo el cielo. Ahí estaban, he-chos nudo, con él al centro. Dobló los brazosy colocó todo su dorado peso sobre una pier-na, a la vez que cada oído de la isla lo escu-chaba. Me detuve en la puerta. Esperé.

Se me acercó y dijo:—Gracias, Circe, por la hospitalidad de

que hemos disfrutado bajo tu techo.—¿Cuál es el motivo para hacer un dis-

curso? —pregunté.—Vamos a zarpar —dijo—. Una visita al

año es suficiente. Ha llegado la hora de mar-charnos.

A partir de esa mañana llegó el Tiempopara posarse sobre el mundo; los hombres nohan dejado de correr tan aprisa como puedeny su belleza se ha ido acentuando desde sus

hombros. Rechiné los dientes. Elevé mi vari-ta frente a su rostro.

—Te has tomado demasiadas molestiaspor nosotros. Has hecho mucho —dijo.

—¡Deshice tanto como hice! —grité—.Fue duro.

Me dio un leve y apresurado beso, su bar-ba negra pegada a mí como un zapato. La be-sé; así también su boca, su muñeca, su hom-bro. Fijé los ojos en los suyos y a través deellos pude observar la agitación de los maresy la caja de su pecho.

Dio la vuelta y elevó un brazo hacia losdemás.

—Mañana.El nudo se deshizo y se desviaron rumbo

a la playa. No estaban tan desamparadospues podían comer bellotas y trotar rápida-mente hasta el sitio al que se dirigían.

Tal parecía que hubiera perdido la me-moria; descubrir qué tan temprano o tan tar-de las cigarras suspiran profundo, como elsonido de todas mis lanzaderas plateadas.¿No era siempre la hora más cálida aquellaen que la canícula aparecía a la misma horaque el Sol? El mar color miel podría endulzarla lengua, la sal e incluso el vengativo mar.Mientras nos estirábamos y bebíamos vino,mis uvas habían madurado de nuevo; di ór-denes para que la cosecha se recogiera y api-lara —pero les hice saber a las sirvientas queeste vino debía almacenarse—. La hospitali-dad es una cosa, mas debo considerar la in-finitud de mi tiempo, a la vez que necesita-ré del vino eternamente. Sonrieron; pero lamagia es el árbol y la intoxicación es tan só-lo el pequeño pájaro que vuela hacia él paracantar y alejarse de nuevo. Ya los peregri-nos estaban observando el sol y esperandolas estrellas.

Ahora el viento nocturno se violentaba.Seguí mi camino hacia la casa, como lo hagosiempre por la noche para revisar si todo seencuentra bien y bajo control. Desde el tejadodivisé los viñedos —extendidos como alas enla colina—, las chozas de las sirvientas, lasoscuras arboledas, el mar despierto y el ojodel barco negro. Bajo la luz de la luna vi dan-zar a los huesos entre los sauces.

—¡Viejos displicentes! —les canté sobre elviento—. ¡Ahora existe otro más displicenteque tú! Tu mordida me endulzaría más la bo-ca que el suave beso de un peregrino.

Miré a Casiopea, sentada allá sin necesi-dad de nada, pálida en su silla, en el cursodel cielo. La vieja Luna aún trabajaba.

—¿Por qué continuar, vieja mujer? —lesusurré, mientras los leones rugían entre lasrocas; pero podía escuchar claramente el can-tar de los pájaros cercanos a lo largo de latriste orilla.

Me balanceé y de pronto me vi arrojadapor mi tormento. Pensé que estaba en desgra-cia y que mi sangre corría verde, como unavara que se parte en dos. Recuperé la vista

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cuando desperté en el chiquero, ante la auro-ra roja y negra de la carne: era de día.

Me abandonaron todos menos uno. Elmás joven —de nombre Elpenor— cayó demi techo, olvidando dónde había dormido.Se emborrachó durante la última noche, másque ninguno para que los otros dejaran deconsiderarlo únicamente como el más joven;había dormido en el tejado y cuando lo lla-maron su paso se elevó en el aire. Lo vi gol-pear a través de la luz con los puños rosados,como si hasta entonces jamás se hubiera se-parado de su madre.

Todos se alejaron corriendo de la mesa,al igual que si hubiese caído una estrella. Sedetuvieron o se inclinaron para ver a Elpe-nor —aún tumbado en mi patio— y hablabanen voz baja como conspiradores; de hecho loeran. Lloraron por Elpenor —que yacía sobresu rostro— y por sí mismos; también él llorópor ellos el día en que llegaron, cuando losconvertí en cerdos.

Él se hincó, tocó a Elpenor y lo levantó co-mo si fuese un amante; luego se turnaron unoa uno para tomar en sus brazos al niño trans-formado. Le sacudí las hojas del rostro y lealisé los rizos pelirrojos, todavía enmaraña-dos debido a sus breves intentos por hacer elamor, y a su profundo sueño.

Hablé desde la puerta:—Cuando caven la tumba para ése y lo

entierren en la arena solitaria, junto a la som-bra de su barco veloz, escriban sobre la pie-dra: “Morí de amor“.

Pensé que había pronunciado un epitafioen el idioma propio del hombre, pero des-pués de oírme dejaron a Elpenor donde yacíay corrieron. Con las extremidades rojas y laropa resplandeciente se apresuraron a travésdel sendero borrascoso, desde la casa hasta elbarco, semejando un arcoíris en el sol, o lasmariposas nuevas cuando vuelven erráticasal mar. Mientras él se mantenía de pie en laproa gritándoles, cargaron el barco codicio-so. Se llevaron todos los obsequios que les di—obsequios no apreciados, no valorados—.

Me aparté de su camino. No tenía necesi-dad de verlos zarpar, conociendo también,como si hubiese estado frente a ellos todo eltrayecto, el mundo a lo largo y a lo ancho,brumoso e insular, brillante e indeleble... yamenazante, bajo el cual todos debían ir. Pe-ro la preciencia no es lo mismo que la últimapalabra.

Coloqué mi mejilla en el suelo pedregosopara oír a los cerdos que semejaban a lostruenos de verano. Ellos aún continuabanconmigo, ahora una vez más convertidos enmascotas, gruñendo sin sentido. Me incorpo-ré. Sentí náuseas: iba a tener un hijo. Ante míse desplomó el suelo manchado con el dulcemirto, con el alto roble que también me po-dría haber proporcionado una nave, si no es-tuviera atada a mi isla, al igual que Casiopeaa los palos y a las estrellas de su silla. Éramosun aro de fuego, un anillo en el mar. Su bar-co era un fulgor instantáneo sobre la ola. Elpequeño hijo, bien lo sabía yo, iba a seguirlo—a seguirlo y a matarlo—. Ésa era la historia.¿Para quién resulta suficiente una historia?Para los peregrinos que la contarán —es ahídonde encontrarán su extraña felicidad—.

De pie en mi roca anhelé el dolor. No lle-garía. Aunque diera de alaridos ante la lunanaciente y ella tan cerca, creciera o menguara,aún persistía el dolor incapaz de oírme —eldolor que no puede ser ni redondo ni plano,ni brillante, sólido, ni seguir su curso haciadonde logre alcanzarlo una maldición—. Nosigue un curso celestial; es como el misterio ysabe en qué sitio esconderse. Al final ni si-quiera respira. Me resulta imposible encon-trar la boca polvorienta del dolor. Ahora es-toy segura de que el dolor es un fantasma—en Hades, a donde se dirige el ingrato deOdiseo—, es sólo un fantasma que lo espera.

Traducción de Ana Rosa González Matute

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sidad de Oklahoma, en conjun-to con World Literature Today,le otorgó el Neustadt Internatio-nal Prize for Literature, corres-pondiente a la edición 2002. En-tre los laureados en otros añosestán Giuseppe Ungaretti, Fran-cis Ponge, Elizabeth Bishop,Czeslaw Milosz, Octavio Paz,Gabriel García Márquez y JoãoCabral de Melo Neto. Felicida-des para el creador de la sagade ese personaje entrañable denuestras literaturas, Maqroll elGaviero.

�Con la vitalidad, buen humor yabierta disposición que siemprehan guiado su fructífero tránsitopor el pasado y el presente si-glo, don José Ezequiel Iturriagarecibió el pasado 8 de octubrela medalla Belisario Domínguez.Discípulo de Antonio Caso yNarciso Bassols, generacional-mente ubicado al lado de Octa-vio Paz, Efraín Huerta y JoséRevueltas, don José ha desta-cado como historiador, sociólo-go, literato, economista y diplo-mático; en este último renglónbastaría reconocer su desempe-ño como embajador en la UniónSoviética y en Portugal. Siem-pre muy cercano de las activi-dades y proyectos del FCE, aquípublicó en 1951 La estructurasocial y cultural de México, conuna segunda edición en 1994,así como esa piedra de toque enel estudio de nuestras relacio-nes con los vecinos del norteque es México en el Congresode Estados Unidos (FCE-SEP,1988). De manera coincidentecon el justísimo reconocimientoque le ha hecho el Senado de laRepública, el FCE prepara la edi-ción de un nuevo libro de Itu-rriaga: Rastros y rostros.

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�� El presente ensayo forma parte de A treinta años de Plural (1971-1976), libro

con el que —como su título indica— celebramos a una de las revistas que,

dirigida por Octavio Paz, constituye unode los legados indiscutibles que han

enriquecido la tradición literaria y crítica de nuestro país.

No es fácil hacer historia literariacomo algo distinto de un fiche-ro de autores y de obras. ¿Dequé estamos hablando? ¿De la

vida del lector que se anima, desdoblado enun texto? ¿De la revelación creadora de nue-vos temas y nuevas formas de tematizar? ¿Dela tertulia estimulante en un lugar de reu-nión, sin hora, ni lugar, en las páginas de unarevista? ¿De la animación que atrae a los par-ticipantes de esa vida virtual, porque sientenque, ahí, vivir se vuelve más?

No es fácil historiar la conmoción social(entre una minoría, se entiende) que puedeproducir un solo poema, un solo cuento, un so-lo ensayo, una frase al paso, un título, un adje-tivo. Recuerdo la conmoción que me produjoleer un poema (“El cántaro roto”) en la Revis-ta Mexicana de Literatura. Recuerdo que esarevista y los suplementos literarios que llega-

ban a Monterrey me daban el deseo de ver-dadera vida literaria, y que dejé Monterreypara descubrir que el desierto está en todaspartes y la verdadera vida siempre está másallá: en los textos, en las tertulias virtuales y,por supuesto, en las tertulias de verdad quemilagrosamente llegan a producirse, comonúmeros maravillosos de una revista oral,efímera.

Una falla lamentable de la historia de lacultura es que no se ocupa de la obra de loseditores, sin los cuales seguiríamos (socráti-camente) dependiendo del milagro de la ani-mación oral. Pero ¿cómo historiar eso, que nose sabe bien qué es? ¿Se puede hablar deobra, en el caso del editor (una obra distintade las obras que publica)? ¿Hay una creatividadeditorial, propiamente dicha? Por supues-to que sí. Es una creatividad que estimulala creatividad de los demás, una especie deanimación socrática que sube de nivel la con-versación, que sabe a quién darle la palabra,que reconoce lo que está pidiendo nacer: lostemas y tratamientos inéditos, las visiones,cuestiones, recuerdos, fantasías, cuya liber-tad nos contagia, nos aviva, nos saca de lainercia.

La creatividad editorial puede tomar laforma de una intervención oral, como lasconjeturas y refutaciones de Sócrates; o escri-ta, como la obra de Platón, el editor de esasintervenciones, que las convierte en objetosperdurables, capaces de extender y continuarla conversación, aunque los participantes ha-

yan muerto. Puede ser una transformacióncrítica, como la reedición de las ideas queproduce Aristóteles. O filológica, como la detraductores y editores renacentistas o con-temporáneos. O nuevamente socrática, comoen las tertulias, seminarios, clubes de lectura,de los que se reúnen para hablar de los Diálo-gos. O empresarial, como la de editores y li-breros que producen y distribuyen nuevasediciones.

Sócrates no quiso dejar obra escrita. Suverdadera obra fue mayéutica, editorial: ani-mar, ayudar, encauzar la aparición del diálo-go creador, dado a luz por los participantes.La metáfora del parto es del propio Sócrates,que tuvo la ocurrencia de compararse con sumadre (partera, maieutikós) para decir que elniño no era suyo, que él se limitaba a encau-zar lo que estaba pidiendo nacer. Siglos des-pués, la metáfora reaparece en latín: edere(de e, hacia fuera, y dare, dar) quiso decir(entre otros significados) dar a luz, con ayu-da de una partera o de un editor, editio signi-ficaba parto y publicación. El diccionario lati-no de Agustín Blánquez Fraile cita una frasede Ovidio: editus hic ego sum, que es simple-mente “aquí nací”, pero puede leerse como“édito soy de aquí” o “aquí mi madre y lapartera me editaron”.

Según el mismo diccionario, editor (en la-tín) se usó también para el autor y hasta parael productor de espectáculos o el fundadorde algo: para todo el que da algo a luz. Estalatitud se entiende por la naturaleza mismadel proceso creador. Hay algo editorial en laproducción de todos nuestros actos, en cuan-to son (o deberían ser) creadores. Desde lue-go, al hablar (que es proferir, preferir, cuidar,corregir); ya no se diga al escribir. El autor sedesdobla en editor, corrector y crítico; en de-clamador, escriba o tipógrafo; en empresariopromotor de la circulación de sus textos; aun-que puede ser acompañado, ayudado y hastasustituido en algunas de estas intervenciones.

La intervención editorial empieza por lasprácticas (poco estudiadas) del autor que sa-be reconocer la inspiración: leer en lo que noestá escrito lo que está pidiendo nacer, lo quetiene algo que decir, de veras inédito. Hayejemplos ilustres (Valéry, Wittgenstein) deescritores disciplinados, dueños de su oficio,inmensamente dotados, que se dejan llevarpor una especie de esterilidad activa y siguenescribiendo páginas que no añaden nada.

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Lo que pedía nacer

✸ Gabriel Zaid

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Hay el extremo opuesto, el de tener algo quedecir y dejarlo en el limbo, por incompeten-cia, incultura, conformismo, comodidad. Noes raro vislumbrar en algunos textos lo queestaba pidiendo nacer y se quedó en posibili-dad. Muchas posibilidades ni siquiera llegana eso, se quedan en la página en blanco: la pá-gina de menos, espejo de la página de más.

Si todos los actos pueden ser creadores,en todo lugar y momento pudiera haber esaplusvalía creadora que sube de nivel la vida.Pero no es así. De igual manera que la creati-vidad es contagiosa y llega a poner en reso-nancia muchas capacidades, el conformismoes contagioso y puede sofocar la creatividad.Así, en diversos lugares y momentos, surgeny luego desaparecen los llamados siglos deoro: focos de creatividad contagiosa y soste-nida (en una o más disciplinas, en dos o másgeneraciones) que se van apagando en unnuevo conformismo.

Vistos en retrospectiva, parece que algoestaba pidiendo nacer, que las circunstanciaseran favorables, que una chispa accidentaldesencadenó la creatividad, que el milagroera históricamente necesario, en la Atenas dePericles o el Renacimiento italiano. Pero losfocos de creatividad nunca son desenlacesautomáticos, menos aún consecuencia delconformismo previo. Ahora mismo, en mu-chos medios, parece difícil esperar un renaci-miento creador, y hasta es posible que, a losprimeros síntomas, fuera combatido, comoalgo extraño en una situación estable.

Los milagros parecen depender de lacreatividad de muy pocas personas, que seexigen más y se toman en cuenta unas a otras(no siempre amistosamente); y que, coope-rando o compitiendo, suben de nivel la pro-ducción hasta entonces conformista. Y, entreesas pocas personas, tienen un papel centrallos editores, en el amplio sentido latino de lapalabra. Muchas obras importantes nuncahubieran sido creadas sin la presencia activade un editor que organiza la conversación ycrea el ambiente estimulante para leer y escri-bir, ver y pintar, escuchar y componer músi-ca, discutir, criticar, investigar. La animacióncreadora es invisible en las mediciones delPIB, pero sube de nivel la vida y tiene un efec-to multiplicador hasta en la productividadmaterial. El editor no crea la creatividad (la-tente o viva en toda persona), ni la obra delcreador: crea la resonancia entre capacidadesdiversas, empezando por la capacidad deleer creadoramente, que es la suya, y la quepone en marcha la conversación.

Retrospectivamente, la aparición de la re-vista Plural en octubre de 1971 puede parecernecesaria, como un salto de madurez, en latradición mexicana de excelencia y plurali-dad que empieza con El Renacimiento (1868),en la tradición cosmopolita de la literatura enespañol que se remonta al modernismo y, an-tes, al italianismo. Puede parecer necesaria

en la vida de Octavio Paz, hijo y nieto de edi-tores, participante desde su juventud enaventuras editoriales, testigo comprometidodel 68 en París y México, hasta el punto de to-mar una decisión (la renuncia a la embajadade México en la India), que cambia el rumbo desu vida, a los 54 años. Necesaria ante un siste-ma político anquilosado y sin alternativa via-ble a corto plazo, fuera de convocar a la refle-xión pública. Necesaria ante un sistemateórico anquilosado en una vulgata que ser-vía para todo, especialmente para presentar alas dictaduras comunistas como el futuro ra-diante de la humanidad.

Pero, visto desde aquellos años, el surgi-miento del pluralismo parecía dudoso, y pa-ra muchos indeseable. Había buenos augu-rios. En 1966, el mundo intelectual se enfrentóal gobierno mexicano, por el despido arbitra-rio de Arnaldo Orfila Reynal (director delFondo de Cultura Económica), con un des-plante inédito: suscribir acciones para la crea-ción de una editorial independiente (SigloXXI). En 1968, Julio Scherer García llegó a ladirección del periódico Excélsior y renovóuna tradición liberal: llamar a escritores reco-nocidos al debate diario. Ese mismo año, laactitud cerrada y arbitraria del poder provo-ca una protesta estudiantil y la exigencia dediálogo público. Pero la democracia era malvista en la izquierda y en la derecha. Algo si-tuado en el espectro que va de los liberales alos libertarios parecía querer nacer, pero da-ba tumbos entre la democracia del presiden-te Allende, el eurocomunismo, la guerrillauniversitaria inspirada en el Che, los movi-mientos cívicos y religiosos, la apertura a si-nistra del Concilio y los democratacristianos.Aunque la inquietud se daba especialmenteen el mundo intelectual (no campesino, nosindical), era arrastrada por simplezas y con-vencionalismos muy poco dignos del espíritucrítico. Cuando en agosto de 1968, a raíz delconflicto estudiantil y la intervención deScherer, Daniel Cosío Villegas entra a Excél-sior, critica los malos argumentos, tanto delos estudiantes como del gobierno, y llama aldebate razonado (“No hay sino un remedio:hacer pública de verdad la vida pública delpaís”), es visto con desprecio por ambas par-tes, como un iluso liberal del siglo XIX.

El conformismo periférico (el no pensaren español y en nuestras circunstancias,creando las categorías necesarias para el ca-so, en vez de seguir las ideas de moda en Pa-rís, Berkeley o La Habana) no sólo era ideoló-gico. Se daba hasta en detalles como lapiratería de textos de publicaciones extranje-ras. Se leía un texto interesante en alguna re-vista y se traducía sin más, apresurándose,para adelantarse a otros que lo pudieran ver,y sin pensar jamás en dirigirse al autor o larevista. En el fondo, era asumirse como in-existentes frente a los creadores extranjeros,como incapaces de interlocución desde el

propio centro creador. Recuerdo algunos ex-trañamientos sobre colaboraciones extranje-ras, que no entendí hasta darme cuenta deque para muchos era inconcebible que Clau-de Lévi-Strauss o John Kenneth Galbraithfueran colaboradores de Plural (en vez de re-motas eminencias pirateables); era inconcebi-ble que Galbraith, por ejemplo, mandara unartículo con un recado a mano que decía(más o menos): “Octavio, no exageres. Pága-me un poco más.”

También recuerdo extrañamientos por unartículo rechazado: las quejas de que se le exi-gía como si fuera de Lévi-Strauss, no de unprofesor mexicano. Pero de eso se trataba,precisamente. De asumirse en el centro, no enla periferia; de exigirse como el que más. Lomás revelador de todo, para quien supieraverlo, era que los textos mexicanos publica-dos sí estaban en ese nivel. Un nivel alcanza-do repetidamente desde hacía siglos, peroabandonado repetidamente por el conformis-mo. Plural, como la Revista de Occidente, comoSur, no era una revista de divulgación cos-mopolita para informar a las colonias de loque están haciendo las metrópolis, era uncentro vivo de animación creadora, estimula-do por “el cruzamiento”, recomendado porManuel Gutiérrez Nájera y los poetas moder-nistas que tuvieron confianza en su propiacapacidad.

Plural respondía (desde el nombre certe-ro) a lo que estaba pidiendo nacer. Pero noestaba escrito que naciera. Pudo haberse que-dado en el deseo, como la revista internacio-nal que Orfila pensó hacer en Siglo XXI o pudohaber descarrilado, como Libre, el proyectoparisino de Paz y varios novelistas del boom;o pudo haber sido menos de lo que fue. Gra-cias a Julio Scherer, que decidió patrocinarla(aunque la tuvo que defender, año tras año,ante sus socios cooperativistas, que no enten-dían el gasto innecesario para Excélsior), y aOctavio Paz, que sentía la importancia histó-rica de ayudar a nacer lo mejor (aunque pudohaber hecho lo que tantos escritores famosos:no ganarse enemistades, rechazando o corri-giendo colaboraciones de otros escritores),Plural subió el nivel de la conversación crea-dora, fue un centro de la cultura viva en sumomento.

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�� El siguiente texto fue leído durante lapresentación de A treinta años de Plural

(1971-1976). Edición preparada porMarie-José Paz, Adolfo Castañón y

Danubio Torres Fierro.

En octubre de 1968 se había ente-rrado, en Tlatelolco, la ilusión del“milagro mexicano” y la legitimi-dad de un sistema fundado en la

aglutinación corporativa de todos los secto-res de la sociedad estaba en crisis. Desde losaños cuarenta, Silva Herzog y Cosío Villegashabían advertido una crisis moral de la revo-lución: el 68 escindió a la modernidad mexi-cana entre un “antes” y un “después”. El au-toritarismo del régimen se había quitado lacareta. En 1970 se inauguraba, con un nuevosexenio, un presidente que pretendía hacerborrón y cuenta nueva.

Entre octubre de 1971 y julio de 1976, unarevista con nombre significativo, creada y di-rigida por Octavio Paz, fue el termómetro dela temperatura intelectual, oxigenando unaatmósfera que todavía olía a pólvora yabriendo horizontes: Plural nació bajo el sig-no de la apertura a voces múltiples como me-dida de la verdadera democracia. Democrati-zar era, en aquel momento, la palabra mássignificativa del diccionario mexicano.

Cuando, en julio de 1976, culminaronlas maniobras presidenciales para expulsara Julio Scherer del periódico Excélsior, Pazescribió:

Los mexicanos no tenemos vida políticareal, pero tenemos una ficticia: cada tres yseis años celebramos elecciones... Nuestraficticia vida política sería incompleta si notuviéramos una libertad de prensa igual-mente ficticia...1

La década de los setenta estuvo marcadapor una profunda inquietud intelectual entorno a las opciones del país. A fines de 1971,cuando se iniciaba la publicación de Plural,Paz participó en una mesa redonda en Har-vard, con John Womack y Frederick C. Tur-

ner, y allí abundó sobre el mito del desarrolloy la suposición de que sólo era válido el mo-delo industrializador. En México, la “moder-nidad” sólo era un recubrimiento de plurali-dades: las múltiples culturas prehispánicastodavía sobrevivientes en el país tradicio-nal, y la cultura hispánica con su trasfondovisigodo, judío y moro. Sería una locuramenospreciar la herencia más rescatable dela Revolución, la de su vertiente no triunfa-dora: era tiempo de que el beneficiario di-recto del desarrollo fuera, efectivamente, elpueblo.

Habían pasado tres años desde Tlatelolcoy, en 1970, había aparecido Posdata, el mismoaño en que se publicaba otro libro significati-vo, La política del desarrollo mexicano de RogerD. Hansen, que registraba la modesta cose-cha del crecimiento y el activo faltante: de-mocracia. El desarrollo acelerado, emprendi-do en los años cuarenta, había reproducido lainmensa desigualdad. En Posdata, Paz hizouna crítica del modelo implantado por la“facción termidoriana” de la Revolución, quehabía desplazado la aspiración social paraentregarse a un crecimiento acelerado:

No se puede entender el sentido de la cri-sis si no se acepta que es, por una parte, laconsecuencia del crecimiento del primerMéxico y, por la otra, la expresión de lacontradicción entre ese crecimiento y elestancamiento del segundo México.2

Lo deseable era una auténtica “alianzapopular”, que reconociera al México plural,negado tanto por el sistema como por los sec-tarismos de izquierda y por los intereses eco-nómicos sin visión de largo alcance. Un parti-do político se había proyectado como unatotalidad, como si fuera “la nación entera,con su pasado, su presente y su futuro”.3 Elpaís estaba atrapado en un nudo contradicto-rio: para sobrevivir, el sistema tenía que recu-perar el apoyo popular y los sectores que an-tes lo habían apoyado ya no encontrabancanales para hacerse oír dentro del sistema.Paz tenía, por aquellos años, un leitmotiv: lafe ciega en el Progreso, propia del Este y delOeste, era un pecado común que compartíanel capitalismo y el marxismo.

La aparición de Plural, en octubre de 1971,hace treinta años, fue la expresión más articu-lada de una incomodidad con el sistema au-toritario que había tenido su primera expre-sión en un manifiesto firmado por Paz yotros intelectuales en 1958 y en la revista ElEspectador, que en 1959 había advertido lospeligros de obstruir la escucha de las deman-das populares. El propio Octavio lo recorda-ría en el número 13 de Plural, en 1972, al recor-dar que la crítica del sistema y la crítica de losescritores se iniciaron casi al mismo tiempo.4

Una década antes de Tlatelolco, ya ungrupo de intelectuales jóvenes, humanistas yantidogmáticos habían propuesto desazol-var los canales de la democracia sin sectaris-

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A vuelo de pájaro

✸ Julieta Campos

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mos de ninguna especie. No había que hacer-le el juego al silencio sino hacer uso de la pa-labra: oponer a la unanimidad una pluralidadde voces. Octubre del 68 marcó el término deuna época y el principio de lo que, tres déca-das después, se está encaminando hacia unaplena transición democrática. Pues bien, trasla renuncia a la embajada en la India y unatemporada en Austin que le sirvió para redac-tar Posdata, Paz volvía a México dispuesto acontribuir a que se abrieran las compuertaspara dar paso al uso plural de la palabra.

En octubre de 1971, Julio Scherer le abriólas puertas de Excélsior para que su poder deconvocatoria, hacia dentro y hacia afuera,reuniera un concierto de voces críticas de to-das las procedencias y las entretejiera conuna riquísima variedad de textos literarios: larevista nacía bajo ese doble y noble signo delejercicio de la crítica y el libre y gratuito ejer-cicio de la escritura.

He aprovechado la invitación a comen-tar hoy aquel feliz acontecimiento para ho-jear, con mucha nostalgia y mucho placer,la colección completa de Plural que, porfortuna, mi marido y yo conservamos ennuestra biblioteca. Ha sido una verdaderafiesta. Treinta años después, la revista vivey respira con el mismo aliento de entonces.Allí están, en una magistral polifonía, todaslas inquietudes y todas las sensibilidades quese barajaban en aquel tránsito que hacía el si-glo XX hacia los vertiginosos cambios de laposmodernidad.

Están, mano a mano, John Kenneth Gal-braith y Pierre Mendès France, NoamChomsky y Kostas Papaianou, reflexionandosobre las crisis de las sociedades industrialeso sobre la reiterada intención utópica de nosólo interpretar sino cambiar al mundo. EstáClaude Lévi-Strauss, sustentando en la es-tructura de los mitos la validez de todas lasculturas. Está Edmundo O’Gorman, conci-biendo a la historia como la búsqueda delbienestar, y Daniel Cosío Villegas, atravesan-do sonriente, como lo describe Paz, “el fúne-bre baile de disfraces que es nuestra vida pú-blica”, para salir limpio e indemne. Están

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AAfines de 1970, no tenía Octavio una visión clara de sufuturo. En México había sentido el rechazo. Ni siquierala Universidad Nacional Autónoma de México le habíaofrecido una cátedra. Tantos años en el exilio, solía

vérsele como a un extraño.Caminábamos por los jardines del hotel María Cristina, en la ca-

lle de Río Lerma. Me decía que le pesaban las circunstancias delpaís. La sevicia contra el rector Ignacio Chávez, en 1966, lo habíasacado de quicio. Triste y desengañado, melancólico por el inmen-so bien perdido, pensaba que la UNAM tardaría años en levantarse. Yluego había venido la matanza del dos de octubre, que no necesitadel año para recordarla como la barbarie que fue.

Yo había leído El laberinto de la soledad y era un convencido delgenio de Paz.

Me pareció natural, como la aproximación de dos amigos, ofre-cer a su talento el periódico que dirigía. “Sus páginas son para ti”,le dije la primera vez que tocamos el tema. Me vio con extrañeza.“Ya hablaremos”, prometió.

Al nombre de su revista le dimos vueltas y revueltas, como legustaba decir a Octavio. La pluralidad en el país era ya una exigen-cia de la época. La mentira carcomía los cimientos de la sociedad.Simulaban los funcionarios, simulaban los gobernadores, simula-ban los empresarios, simulaban los diputados, simulaban los líde-res obreros, simulaban los secretarios generales de las ligas agra-rias, simulaban los dueños de periódicos, simulaban los artistas ylos escritores. La máscara la habíamos hecho nuestra.

De pronto, como ocurre siempre, dijo Octavio con la certeza delenigma resuelto: Plural.

Ese día, el del bautizo, fuimos al Passy. Los huisquis dominaronla mesa.

Mucho después, cuando la metástasis cancerosa extendía el ve-neno por todo su cuerpo, vi a Octavio extraviado en su propia per-plejidad: “Del cuello para arriba todo está bien; del cuello para aba-jo priva un desorden absoluto”. Hablaba de la contradicción que lopostraba, inseparables la lucidez y la desesperación.

Días antes de su muerte, escuché la voz queda del hombre quese iba: “Aún aprendo. Hasta el último minuto el hombre puedeaprender”.

En silla de ruedas, de la recámara a una sala colmada de flores ylibros, lo había llevado su enfermero, un hombre fuerte. “Hércules”,le decía el poeta.

• Texto tomado de A treinta años de Plural (1971-1976).

Un testimonio

✸ Julio Scherer

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Nerval y Maiakovski, Cioran y Nicanor Pa-rra, Valéry y Pessoa, José Emilio Pacheco yCarlos Fuentes, Delvaux y Fernand Léger,Ravel y Charles Fourier, Hölderlin y GunterGerzso: encrucijada de voces, también fuePlural una encrucijada de tiempos, dondepasado y presente del pensamiento, del arte,de la literatura jugaron al eterno y prodigio-so juego de demostrar sus facultades de es-quivar el desafío de la muerte. Todo era po-sible en Plural: Raymundo Lull fraternizabacon Juan García Ponce y los poemas deMontes de Oca con el jabberwocky de LewisCarroll. Severo Sarduy y Fernando del Pasose hacían guiños bajo el paraguas improba-ble del pensamiento de Mao Tse-Tung y losmás jóvenes y barbados narradores irrum-pían, sin anunciarse, entre espléndidos poe-mas y traducciones de Ulalume González deLeón o Gerardo Deniz. La más rigurosa críti-ca de arte, practicada por Damián Bayón oDore Ashton, competía con la nueva literatu-ra española, la nueva novela francesa o elboom latinoamericano. Una entrevista conSolyenitzin y una traducción de Bataille porSalvador Elizondo convivían sin hacer cortocircuito, mientras Zaid nos invitaba a explo-rar la enigmática dimensión de su Cinta deMoebio.

En el número 37 cambió el formato, perono el espíritu. La poesía rimó con la demo-grafía y la semiótica con la política. Largas ocortas, las páginas de Plural no dejaban deemitir las estimulantes señales de una vibran-te “corriente alterna”.

La batuta de Octavio Paz concertabaaquel variadísimo lenguaje de tonos hetero-géneos conjugando, como era propio de sutalante y de su genio, rigor de imaginacióncon libertad soberana de reflexión. La plura-lidad de su propia visión era también enor-me, como lo era su curiosidad, y la riquezaprolífica de su inteligencia se infiltraba entre

los textos como un hilo de Ariadna propiciopara conducir al lector al centro del laberinto.

Indagando sobre afinidades y diferenciasentre obras de arte y artesanías, en un precio-so ensayo leído en Cambridge, Massachus-setts, en 1973 y publicado en Plural en 1974,nos avisa que la técnica tiende a acabar con ladiversidad de sociedades y culturas y que lasgrandes civilizaciones han sido síntesis deculturas muy distintas y contradictorias.Cuando unas civilizaciones no reciben laamenaza y el estímulo de otras su destino, di-ce, “es marcar el paso y caminar en círculos”,porque “la experiencia del otro es el secretodel cambio. También el de la vida”.5

En un artículo sobre Archipiélago Gulag,escrito en el otoño de 1975, se cuestiona sobrela abyección y el heroísmo, como las dos no-tas extremas del sufrimiento humano: “Na-die ha podido decirnos todavía”, sugiere,“por qué hay mal en el mundo y por qué haymal en el hombre”. El cáncer totalitario, ad-vertía entonces, era el mal del siglo XX: unmal producido en masa, “tal vez el más terri-ble, de la historia general del Caín colecti-vo”.6 ¿Cómo no lamentar que no esté aquíhoy, cuando las acechanzas de un nuevo os-curantismo se ciernen sobre la humanidad,para ponernos en guardia ante las ominosasmodalidades que parece asumir el mal en es-tos albores del siglo XXI?

Claude Fell lo había entrevistado, poraquellos días, con motivo de los veinticincoaños de aparición de El laberinto de la soledad,sobre algunas de sus ideas recurrentes sobreMéxico. Le dijo entonces:

El catolicismo mexicano no ha creado unateología pero ha creado muchas imágenesy ha fundido las de Occidente con las delmundo precolombino. ¡Ay de la religióno de la sociedad que no tiene imágenes!Una sociedad sin imágenes es una socie-

dad puritana. Una sociedad opresora delcuerpo y de la imaginación.7

En el último número de Plural, el que lle-va la fecha de julio de 1976, se reproduce unartículo sobre el bicentenario de la Revolu-ción de Independencia de los Estados Uni-dos. La contradicción de ese país se resumía,según Paz, en ser al mismo tiempo “una de-mocracia plutocrática y una república impe-rial”. Los norteamericanos tendrían que en-contrar el método para resolverla en “elempleado por los puritanos para escudriñarla voluntad de Dios en su propia conciencia:el examen interior, la expiación, la propicia-ción y la acción que nos reconcilia con noso-tros mismos y con los otros”.

Al azar de un recorrido a vuelo de pájarosobre los 58 números de Plural me he encon-trado estas y otras muchas muestras de lasorprendente vigencia de aquella revista lu-minosa en la que tuve la suerte de colaboraruna que otra vez. Aunque sospecho que mehe extendido demasiado, no quiero terminarsin recoger otro fragmento de un artículo desu director aparecido en el número 51, de di-ciembre de 1975. Se refiere el texto a la falta decultura crítica en los países de raíz hispana:

...tampoco conocemos la tolerancia, fun-damento de la civilización política, ni laverdadera democracia, que consiste en lalibertad y que reposa en el respeto a losdisidentes y a los derechos de las mino-rías. Nuestros pueblos viven entre los es-pasmos de la rebeldía y el estupor de lapasividad... Plural se fundó para enfren-tarse a ese estado de cosas...

La tarea de Plural, advertía, era construirun espacio propicio a la literatura entre elmonólogo del príncipe y el griterío anónimoy difuso. Pudo cumplirla todavía unos mesesmás. En noviembre de 1976, tras el breve pa-réntesis que siguió al lamentable episodio deExcélsior, el propósito fue retomado en la re-vista Vuelta.

NOTAS

1. Paz, Octavio, El ogro filantrópico, México:Joaquín Mortiz, 1979, p. 317.

2. Ibid., p. 112.3. Ibid., p. 120.4. Plural, núm. 13, octubre de 1972, p. 21.5. Plural, núm. 35, agosto de 1974, p. 12.6. Plural, núm. 51, diciembre de 1975, p. 76.7. Ibid., p. 15.

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�� A continuación reproducimos unfragmento del prólogo de la antología depróxima publicación con la que nuestracasa editorial festeja la primera década

de uno de los reconocimientos literariosmás importantes de nuestra lengua:

el premio Juan Rulfo.

I

He sido en tres ocasiones juradodel premio Juan Rulfo y siem-pre he sentido, en la cálida Gua-dalajara de José Clemente Oroz-

co, que iba, no a cumplir un oficio, sino a serpartícipe de un coloquio enriquecedor.

Los jurados veníamos de todos los puntoscardinales y si bien muchos lucían el unifor-me de profesores, el hospitalario clima y laatmósfera de auténtica libertad espiritual losdespojaba de sus manías y nos confabulaba atodos en una apasionada búsqueda de la ver-dad: ¿Quién era el mejor? ¿Debíamos recono-cer lo eximio o revelar lo aún desconocido?

Había entonces que superar modas y es-cuelas, ideologías y fronteras, y convocar laatención, en principio de todo el continente,en torno a un único creador. No ha sido estauna década perdida. Al antologarla, veo có-mo gentes disímiles pospusieron interesesante el objetivo mayor: la buena literatura.

Aquella que se mira a sí misma y revisa latradición. Y no por ello deja de proponer suintransigente ímpetu creativo. Aquella quesiempre iba más allá, al cambiar lo que existe.Al cancelarlo o deformarlo, con astuta ironía.

Muchos de los galardonados tenían de-trás suyo destacadas trayectorias locales, osigilosas famas más o menos transnaciona-les. Pero el premio se volvía válido pararomper el ghetto minoritario y brindarles,en cierta forma, un espacio más vasto. Unreconocimiento más justo y atinado. Piensoen el caso de tres de los fallecidos: OlgaOrozco, Eliseo Diego y Julio Ramón Ribey-ro. El premio les dio alegría y sirvió para re-dondear un fructífero legado. Una palabrareveladora que cada día que pasa irradia conmayor intensidad.

Por ello resultaba también necesaria estaantología. Al sobrepasar con éxito las diezprimeras convocatorias, este premio revela-ba a nuestros países inconstantes y capri-chosos una tenacidad ejemplar. La que supromotor, Raúl Padilla, y la Universidad deGuadalajara y la Feria del Libro de la mis-ma ciudad, mantuvieron contra viento ymarea.

En años difíciles brindaron confianza, porsu calidad, a las entidades oficiales y priva-das mexicanas que lo sostuvieron sin altiba-jos. Parecía natural entonces que una de ellas,el Fondo de Cultura Económica, dirigidaahora por un también asiduo jurado, Gonza-lo Celorio, haya recogido la idea.

Se podrá compartir, en los textos mismos,lo fecundo de esta iniciativa y se podrá dis-frutar y reflexionar ante este texto mayor quelos creadores individuales van configurando.Sin falsos pudores, nuestra auténtica literatu-ra, reconocida lejos de la algarabía comercialy los efímeros furores mediáticos.

II

Ya el primer premiado, Nicanor Parra (1914),daba el tono. Había revolucionado la poesíade nuestra lengua en un feroz cara a cara conla muerte. El humor seco del hueso chilenono era menos impactante que la musical deli-cadeza con que volvía elegía clásica el suici-dio de su hermana Violeta Parra: “Dulce resi-na de la verde selva / huésped eterno delabril florido”.

Era no sólo el hombre que rompía la ca-misa de fuerza de una poesía supeditada a latranscripción realista de la naturaleza, elcompromiso político o la agridulce hiel delamor, sino que intentaba partir de cero, al di-namitar sus propias bases creativas: “Cree-mos ser país / y la verdad es que somos ape-nas paisaje”.

Burla, sarcasmo: golpea y se retrae. Tajacon la pluma y ve brotar la dura ternura. Ca-ra de Buster Keaton y aire de seductor de pe-lícula italiana de los años cuarenta, cuando loconocí en Guadalajara, en el segundo año delpremio, iba todo él vestido de blanco y tuvoel suficiente desparpajo como para acoger co-mo título de su antología el que le ofrecíamosen aparente broma: Poemas para combatir lacalvicie (1993).

Entrega allí a los jóvenes su risueña sabi-duría, a manos llenas:

Hago saber con toda franquezaQue en el amor

por castoPor inocente que parezca al comienzoSuelen presentarse sus complicaciones.

Leerlo, después de Vicente Huidobro,Gabriela Mistral y Pablo Neruda, era entraren un terreno de minas quiebrapatas: nadiesalía indemne de la experiencia. Se llegaba allímite, a la inmersión jubilosa en el absurdo,con una tensa concentración que revelaba sugenio.

No escribía mucho pero se jugaba la ra-zón y la vida con cada nuevo libro. Por ellosus sermones y prédicas, por interpósita per-sona, no eran una nueva máscara. Eran suparódica humanidad llagada. El discurso apunto de estallar en partículas cargadas deenergía.

Su humor negro, feroz e irreverente, noshacía reír compasivos y aliviados a la vez:“USA donde la libertad es una estatua.” “Laizquierda y la derecha unidas jamás seránvencidas.” En voz alta, y entre exultantes car-cajadas, podíamos cantar el nuevo himno na-cional: “¡Viva la cordillera de los Andes. Aba-jo la cordillera de la costa!”

Era, quién lo duda, un buen comienzo.Un gesto valiente e iconoclasta para llamar laatención sobre lo que parecía vivir al margen.El poeta que se quedó en Chile, mientras to-dos los otros estaban exiliados. El poeta queaprendió a callar, mientras tantos otros sedesgañitaban. El poeta que censuraron loscubanos por su té involuntario con la señoraNixon. Todo terminaba por parecer un poe-ma suyo, Freud y Mao sobrepasados.

Como Vladimir Holan en Praga, pasó sunoche con Hamlet: insomnio, silencio y escri-tura desvelada. Pero ambos residían, en ver-dad, en el corazón revulsivo donde la mejorpoesía forja sus armas. Allí donde onírico yconciencia no son palabras ajenas.

Nicanor Parra, físico matemático que deFederico García Lorca a la poesía inglesa,sin olvidar el surrealismo, se ríe de su inten-to por superarlas y con este acto logra quelos poetas bajen del Olimpo y la poesía co-mience a andar de nuevo. Va aún más atrás:es el individuo que desciende de los árbo-

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La primera década del premio Juan Rulfo

✸ Juan Gustavo Cobo Borda

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les, ya con una granada explosiva en cadamano. Aún vivimos bajo la explosión de susartefactos.

III

El segundo de los ganadores del premio JuanRulfo también era un outsider. Había escucha-do la poesía a través de la zarza ardiente de labelleza y había quedado marcado por tal re-velación. Agitada la blanca cabellera, vibráti-les los rasgos de la cara, inatajables los com-pases que dibujaban sus manos, el torrenteirreprimible de la voz iba desde el soneto deQuevedo hasta el arcaísmo pedregoso de loscampesinos de su tierra: Zapotlán el Grande,donde nació en 1918. Se trataba de Juan JoséArreola.

Su tierra era la misma tierra de la rebelióncristera que arrastraba, entre silencios y muer-tes, junto con su compadre Juan Rulfo y quecomparten en textos inclementes como “Elcuervero”. De ahí la parquedad de ambasobras, su reticencia personal. La nube de neu-rosis y alcohol que parecía aureolar sus le-yendas paralelas. Pero si Rulfo era un paisa-jista del ánima, Arreola era un orfebre de laimaginación. Taraceaba sus piezas con pri-mor, y las pulía hasta llegar a esa delicia in-candescente del idioma congelado a su másalta temperatura.

Repasándolo, antologándolo, me inquie-tó el odio misógino que parece escaparse deesas viñetas feroces —el hombre como rino-ceronte que bufa sobre el cuerpo imposiblede una mujer que lo agota—; pero una estu-diosa catalana de su obra, María Beneyto, mesugirió otra hipótesis: en realidad, él busca lapareja primordial, disociada en las puertasdel paraíso.

De ahí esa rabia que se empecina en reco-brar lo perdido, escamoteado entre los simu-lacros terrestres de un esplendor ya irrecupe-rable.

Zoólogo y miniaturista, sus escenas tea-trales de provincia tienen la crueldad refina-da de quien se asoma a la farsa por detrás delescenario como lo aprendió de Jean-Louis Ba-rrault en la Comedia Francesa y se conduelede ver cómo los celos del marido, ante los de-vaneos de la esposa con el mejor amigo de lacasa, llegan al delirio. Aquél termina poratribuirlos a la conspiración de todo el pue-blo, no al irreprimible hechizo que desvía lasórbitas y produce conflagraciones tan lumi-nosas como dramáticas. A fuerza de rigor es-tilístico, Arreola logra profundos sacudimien-tos morales. “La vida privada” como “El faro”convierten el adulterio en una mascarada.

Algo teatral hay en sus textos de mala-mor, pero lo que termina por salvarlos, másallá de la desenfrenada impudicia de sus la-cras sentimentales, es la límpida armazón desus estructuras literarias. Así aquella maripo-sa que termina por ahogarse en el grasoso

potaje de la sopa conyugal, como en el relám-pago llamado “Metamorfosis”, que con ra-zón Octavio Paz incluyó en su antología Poe-sía en movimiento, precedido por estas palabras:

Pensamos que ha escrito verdaderos poe-mas en prosa. Fantasía, humor y el ele-mento poético por excelencia, el elemen-to explosivo: lo inesperado. Tensos yviolentos [...] la corriente que transmitenesas transparentes paradojas es de altovoltaje [México, Siglo XXI Editores, 1966,p. 23].

Como en algunos textos de MarcelSchwob, Giovanni Papini, Julio Torri o HenriMichaux, Arreola se nutre de la historia, lasuya y la de todos, para mostrar mejor sudescuartizado corazón. Recurre a un poetade 1450 para contarnos lo que le pasa ahoramismo. La prosa de un poeta que rehace elmundo a su arbitrio, del Confabulario a La Fe-ria. Garci-Sánchez de Badajoz es Arreola de-mente de amor.

Lo vio bien Jorge Luis Borges en el prólo-go que escribió para los Cuentos fantásticos(1986) de Arreola:

la gran sombra de Kafka se proyecta so-bre el más famoso de sus relatos, “Elguardagujas”, pero en Arreola hay algoinfantil y festivo ajeno a su maestro que aveces es un poco mecánico.

Arreola tiene la agilidad trashumante dequien va de la Numancia cercada por los ro-manos a los criminales que usó Felipe II confines políticos para arribar a las crueldadesde la segregación racial en Estados Unidos. Elcine cierra, con fulgurantes visos apocalípti-cos, el recorrido de un estilo exacerbado en laprecisión y desquiciado a la vez por la agudamirada que lanza sobre seres y cosas, quitán-doles su soporte convencional.

De ahí lo notable de su “Bestiario”: mira elmundo desde la literatura y así le otorga el fres-cor de una nueva vida. Sus cisnes modernis-tas se han trocado en un onirismo de basesclásicas. Arreola, lector, maestro y declama-dor, tipógrafo y generoso editor de los jóve-nes, no condesciende con frecuencia a la es-critura: “Algunas noches he luchado con elÁngel, pero siempre he perdido por indeci-sión”, dice en su charla autobiográfica, y aña-de: “Sólo escribo cuando no puedo evitarlo”.

Pero cuando lo hace, como lo confesó ensus memorias narradas a Fernando del Paso,debe intentar lo imposible: llegar a la perfec-ción. A “escribir de manera excepcional”.“Un afán de perfección al servicio del resen-timiento.”

Mi rencor, les aseguro, no procede de ex-periencias pasajeras y erróneas; en todocaso, tendría una fuente más remota y os-

cura: sería el rencor de haber sido suscita-do al mundo por una mujer, sería la nos-talgia de haber sido expulsado del todo,mediante el parto individual.

Por ello el lenguaje al que aspira es el“lenguaje absoluto”.

Pero Arreola, con su amigo y paisano An-tonio Alatorre, el autor de ese delicioso librosobre los 1 001 años de la lengua española, estambién muy antiguo y muy moderno: se nu-trió de la savia ancestral para esclarecer el ab-surdo contemporáneo. La queja de no haberservido con inalterable fidelidad a la literatu-ra no es válida, ya que la sabia, compleja eirónica relación que ha mantenido con ella esrica y sutil. Sus breves textos nos abren el ca-leidoscopio abismal de un mundo sin fin: elde la propia literatura.

Leamos cualquier texto de Arreola comoaquél que dedica a la Dulcinea de Cervan-tes para percibir su risa lúcida. Su “Aleph”inagotable.

El más alto humor no hace reír a carcaja-das. Nos lleva a sonreír piadosos sobre elhombre y sus anhelos imposibles. Tal la lec-ción de Arreola. Su magistral lección, nadamagisterial, de agudeza implacable y consue-lo recóndito. Detrás de ella también sonríeBorges. Al votar por él, en la segunda convo-catoria del premio, en 1992, bajo la sabia tute-la diplomática de José Luis Martínez, no sólohacíamos justicia. Disfrutamos al compartirunánimes el veredicto.

IV

Trazadas las bases, firmes pero originales, deArreola y Parra, bien podrían ampliarse loshorizontes, al revaluar nuevos tonos. En poe-sía estarían Eliseo Diego, Olga Orozco, JuanGelman. Miremos más de cerca la tribu de lospoetas.

El segundo poeta galardonado, el cubanoEliseo Diego (1920-1994), traía consigo una luzpura, blanca y nostálgica que, también insu-lar a su modo, elevaba su entrañable elegíapor seres y objetos. Por calzadas y equilibris-tas, para darnos una fugacidad concreta.Unas sombras llenas de color y unos ámbitosdespojados pero susurrantes de misterios. Lacasa, la cocina, los cuentos que sobreviven alas palabras que los cuentan. Un modo frater-no de restituir las cosas con sólo nombrarlas.Lo que él, con acierto, denomina tan sólo“Tesoros”:

Un laúd, un bastón,unas monedas,

un ánfora, un abrigo,una espada, un baúl,

unas hebillas,un caracol, un lienzo,

una pelota.

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�� Tomado de Controversias sobre el aborto, volumen compilado por Margarita

M. Valdés, que publicaremos en nuestra sección de Obras de Filosofía, en

coedición con el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM.

El texto de Hugo Hiriart que le sigue corresponde a la misma compilación.

El aborto es un hecho doloroso.Por sí mismo, aislado de cual-quier circunstancia, es un acto dedestrucción; como a toda destruc-

ción, lo envuelve la tristeza, el desamparo.Por eso la discusión sobre la despenalizacióndel aborto está cargada de emociones que nu-blan los argumentos. Las actitudes emotivastiñen también de pasión las posiciones políti-cas. Las opciones se oscurecen con plantea-mientos ideológicos al servicio de intereses.Pero la búsqueda de la verdad requiere algomás que apasionados arrebatos; pasa por elcuestionamiento de las posturas puramenteideológicas. Es menester, por lo tanto, exami-nar la fuerza probatoria de los argumentos.Intentémoslo.

Ante todo, ¿de qué se trata? Hay que dis-tinguir entre dos problemas. Uno es el moral:¿La realización de un aborto debe considerar-se una falta ética? Si así fuera, ¿de qué géne-ro? Otro es el problema jurídico: ¿Debe sercastigado por el poder público? ¿Es penaliza-ble por la ley?

En relación con el juicio moral sobre elaborto se oponen posiciones muy diferentes.Cada quien debe resolverlas individualmen-te conforme a sus concepciones morales. Otroproblema es el siguiente: ante un asunto con-trovertido, objeto de juicios morales diver-gentes, ¿tiene el Estado derecho, obligaciónincluso, de imponer leyes y sanciones que co-rrespondan a una concepción determinada?Es esa cuestión la que causa conflictos peli-grosos para la convivencia social y para el or-den público. Lo que está en litigio no es si elaborto es bueno o malo moralmente, sino sidebe o no ser penalizado por el poder estatal.A esta cuestión me ceñiré en las páginas si-guientes.

Para justificar la penalización del abortose aducen, sobre todo, tres argumentos.

Primero. El respeto a la vida. La vida esfuente de todo valor. ¿Cómo no defenderla?Sólo quien elija la nada o el absurdo podríanegarla. Pero la ternera que alimenta a mishijos también es vida y hasta los huevos querompo en el desayuno. ¿Debería castigárse-me por eso? ¿Debe el poder público penalizara quien corta una flor, destello de vida, en sujardín, para ofrecerla?

El respeto a la vida forma parte de lasmás elevadas concepciones éticas y religio-sas. En la actualidad influye en las discusio-nes, por ejemplo, sobre los “derechos” de losanimales. La vida, en general, exige para per-durar la subsistencia de unas especies enperjuicio de otras y de unos individuos a cos-ta de los menos aptos. Del respeto a la vida,sin más, no puede inferirse, por lo tanto, laprohibición de acabar con cualquier forma devida en cualquier circunstancia, sino sóloque, de hacerlo, sea por las necesidades desobrevivencia de otra vida y no por diversióno inconciencia. Podría concluirse también eldeber moral de evitar la crueldad y el sufri-miento innecesario de cualquier viviente, pe-ro no la prohibición de interrumpir el ciclo dela vida misma, el cual implica la muerte paraque la vida continúe y se preserve.

La embriología ha comprobado un para-lelo estrecho entre la ontogenia y la filogenia,es decir, entre las formas por las cuales pasael embrión en su gestación y las estructurasbiológicas que corresponden a las fases mássignificativas en la evolución de las especies.Conforme se desarrolla, el embrión humanova transitando por formas semejantes al pez,al anfibio, a los mamíferos inferiores, a losantropoides. El embrión, en cualquiera de lasetapas de su desarrollo, merece el mismo res-peto que cualquiera de las formas de vida alas que es afín.

Para afectar la controversia sobre el abor-to, el respeto a cualquier vida no basta. Ha-bría que añadirle un adjetivo. Pasamos así alsiguiente argumento.

Segundo. El respeto a la vida humana. “Elaborto es un asesinato”, se dice. No dejemosque la indignación irracional nos ofusque.“Asesinato” significa dar muerte a una perso-na humana. ¿Es el feto una persona humana?

Para reconocer si algo es una “personahumana” debemos señalar ciertas notas defi-

nitorias que debe tener para que le convengacon propiedad ese término. ¿Cuáles puedenser éstas? Se han propuesto varios criterios.El más obvio y general sería: ser un indivi-duo de la especie biológica homo sapiens, quevive separado de cualquier otro, capaz por lotanto de sobrevivir (alimentarse, crecer, des-plazarse, etc.) y ejercer sus funciones biológi-cas. Ese criterio no es aplicable al feto sino só-lo al niño después de que ha abandonado elcuerpo materno. En rigor, es el único criteriojurídico. Siguiendo ese criterio, sólo el niñotendría derechos. Luego, estaría permitido elaborto en cualquier momento, sin restriccio-nes. Pero sentimos que ese criterio sería de-masiado amplio. En efecto, podríamos pen-sar que antes aparecerían ya caracteres depersona en el feto. Si así fuera, correríamos elriesgo de dañar a una vida humana. Para evi-tarlo, en caso de duda, es más prudente ate-nernos a criterios más estrictos.

Es razonable pensar que una persona hu-mana es sólo un organismo que tiene las con-diciones mínimas para desarrollar una vidapsíquica propia del hombre. Desde antiguo,el hombre se ha definido como un animal derazón, o de lenguaje, o de acción intencional,no por sus puras funciones vegetativas o ani-males. ¿Cuál puede ser un signo seguro deesa capacidad humana? Algunos dirían quela vida relacional o de comunicación; de mo-

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¿Debe penalizarse el aborto?

✸ Luis Villoro

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do que sólo llamaríamos “humano” al fetocuando diera muestras de ser afectado poracciones humanas exteriores o de respondera estímulos provocados. Pero ese criterio espoco preciso y podría dejar aún muchas du-das. Seamos, pues, más estrictos.

Busquemos el signo mínimo, sin el cualno puede darse la vida racional propia de lohumano: es la existencia de la corteza cere-bral. Ésta se forma aproximadamente a lostres meses del embarazo. Sólo después deesa fecha podemos decir que existen las con-diciones mínimas para que haya una vidahumana.

Aun mucho antes de la aparición de la fi-siología moderna, ese hecho fue reconocido.En la Edad Media, teólogos y filósofos se di-vidieron entre los partidarios de la “anima-ción inmediata” y los de la “animación retar-dada”. La mayoría compartía esta últimaconcepción; pensaba que el alma humana só-lo informaba el cuerpo al cabo de dos mesesde gestación, porque sólo entonces encontra-ba la “materia” adecuada para aquella “for-ma” específica; antes no había alma racionalen el feto. De esta opinión fueron san Agus-tín, san Buenaventura, santo Tomás y otrosmuchos. Santo Tomás de Aquino pensabaque en el producto varón la animación acon-tecía a las ocho semanas, y en el productomujer, a las diez, pues era bien sabido que elvarón, por ser menos perfecto, se forma conmayor rapidez. (Nosotros nos preguntaría-mos si algún obispo mexicano excomulgaríaactualmente a santo Tomás por sostener esasideas que serían contrarias a lo dicho por elVaticano.)

Pero, por razonable que parezca este cri-terio, no todos se avienen a él. Otros propo-nen uno más radical, que recuerda la tesis dela “animación inmediata” sostenida por unaminoría de teólogos escolásticos en la EdadMedia: ya habría persona humana desde elmomento en que un óvulo y un espermato-zoide se unen. Pero este criterio no resiste ob-jeciones sólidas.

El óvulo fecundado es, sin duda, una cé-lula viva que contiene la programación gené-tica del futuro individuo, pero no es aún eseindividuo. El cigoto contiene las fuerzas que,dadas otras muchas condiciones necesarias,se desarrollarán para constituir una personahumana, pero no es esa persona; del mismomodo que la semilla en la tierra no es el ro-ble. Sólo por analogía podría llamarse al fe-to, antes de tener las condiciones mínimaspara una vida mental, “persona”, cuandomucho cabría decir que es una condición ne-cesaria pero no suficiente que, aunada a otrascondiciones, puede dar lugar a una “personahumana”.

Tercero. El derecho del feto. El último argu-mento invoca un “derecho” a la vida; peroobviamente no se refiere a cualquier vida, si-no a la del feto humano. Pero ¿es el feto un

sujeto de derechos? Éste ya no es un proble-ma científico ni moral, sino jurídico.

Sujeto de derechos y deberes, en una so-ciedad bien ordenada, es una persona sujetaa las leyes y reconocida por éstas. En un sen-tido estricto, esa característica la adquiere elniño recién nacido, reconocido como ciuda-dano, al ser inscrito en el registro civil. Antesde su nacimiento, el feto no puede ser consi-derado un sujeto jurídico, es sólo parte deotro sujeto: la madre. Simplemente carece desentido preguntarse si tiene o no derechos ydeberes en la sociedad, porque esos términossólo pueden atribuirse a los ciudadanos reco-nocidos por el Estado. Sería un contrasentidodictar leyes que se refieran a algo que no pue-de ser sujeto de derechos. Las únicas leyesque pueden dictarse se refieren a quien sí essujeto jurídico: la madre. Desde un punto devista estrictamente jurídico, no existe ningúnderecho del feto. En cambio, la penalizacióndel aborto podría infringir los derechos de lamadre.

No obstante, podría sustentarse otra pos-tura más laxa. Se podrían interpretar los de-rechos humanos básicos como el reconoci-miento por el orden jurídico de un valorinherente a una persona, aun cuando no tu-viera las características que definen a un ciu-dadano. Según esa interpretación, no podríasostenerse que el embrión, antes de los tresmeses de gestación, tuviera algún derecho,pues —como vimos— no cumple con las ca-racterísticas mínimas para ser calificado co-mo persona humana, sino sólo para conside-rársele una condición necesaria no suficiente,para que se desarrolle, a partir de él, una per-sona. En cambio, si aceptáramos esa interpre-tación lata de los derechos humanos, podría-mos hablar de ciertos derechos del fetodespués de ese periodo de tres meses, en tan-to “persona en potencia”, puesto que yacuenta con las condiciones mínimas de unavida humana. Pero entonces, esos derechospodrían oponerse a los de la madre. En efec-to, la penalización del aborto ¿no infringe losderechos de madre? Está claro que, en mu-chos casos, atenta contra los derechos invio-lables de la mujer.

Atenta contra el derecho de todo indivi-duo a decidir sobre su propiedad, por lo tan-to, sobre su propio cuerpo. Mientras el feto sealimenta, respira y crece gracias al organismomaterno, es parte del cuerpo de la madre. ElEstado tiene la obligación de garantizar esederecho.

Atenta contra el derecho de todo indivi-duo a decidir su propio plan de vida y reali-zarlo. El embarazo no deseado puede ser unobstáculo serio para la realización de la vidaque la madre ha elegido. En situaciones deestrechez económica, de exceso de hijos queatender, de enfermedad, ese obstáculo puedeanular para ella cualquier posibilidad de vidacon un mínimo de libertad. Sólo cuando el

embarazo es asumido con plena libertad porla mujer no infringe sus derechos.

Atenta contra el derecho de todo indivi-duo a la preservación de la salud. Según da-tos de la Cámara Nacional de Hospitales, losabortos ilegales, en México cuestan la vida amiles de mujeres al año. El Estado tiene laobligación de proteger a esas mujeres y desuministrarles asistencia médica para queuna decisión sobre su cuerpo, que a ellascompete, no ponga en riesgo su vida.

Atenta contra la igualdad de oportunida-des a que todo individuo tiene derecho. Sólolas ricas abortan en condiciones satisfacto-rias. El castigo legal del aborto sólo se aplicaa quienes no tienen medios para pagar lo ne-cesario y están abandonadas a sus propios re-cursos. La penalización del aborto es un fac-tor más de discriminación social.

En todos los casos de embarazo no elegi-do ni deseado, los derechos de una “personaen potencia” (como podría ser calificado unfeto después del desarrollo de su sistema ner-vioso cortical) y los de una persona actual(con todos los derechos consagrados por elorden jurídico) entran en colisión. Lo razona-ble es que los de la persona adulta debanprevalecer. Sólo ella es capaz de decidir ra-cionalmente, sólo ella detenta la dignidadde la persona autónoma que justifica su reco-nocimiento por el Estado como sujeto plenode derechos humanos básicos. Si existe con-flicto, a la mujer compete, por lo tanto, deci-dir si debe o no interrumpir su embarazo. ElEstado debe, cuando más, garantizar que esaelección sea libre y que esté justificada en elderecho de la mujer a evitar obstáculos seriospara el cumplimiento de sus necesidades devida.

El aborto es un acto doloroso, cruento, aveces trágico. La manera de prevenirlo no esel castigo, que sólo fomenta los abortos clan-destinos, sino la educación sexual, la difusiónmasiva de los medios anticonceptivos, laasistencia médica.

Calificar o no de “crimen” al aborto escompetencia de la conciencia individual. Sino existen criterios universales aceptados enesta materia, ¿cuál alternativa es mejor? Pe-nalizar el aborto implica conceder al Estadoel privilegio exclusivo de decidir sobre unasunto moral y atentar contra los derechos delas mujeres para imponerles su criterio. Des-penalizar el aborto no implica justificarlomoralmente, menos aún fomentarlo. Implicasólo respetar la autonomía de cada ciudada-no para decidir sobre su vida, respetar tan-to a quien juzga que el aborto es un crimencomo a quien juzga lo contrario. En un asun-to tan controvertido, ¿cuál es la actitud másrazonable?

• El contenido de este ensayo proviene de tres artículos aparecidos originalmente

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I

El maestro Schopenhauer estableceentre sus preceptos de bien vivirel siguiente: “No combatas la opi-nión de nadie; piensa que si se

quiere disuadir a todas las personas de losabsurdos en que creen no se habría acabadoaun cuando se llegase a la edad de Matusa-lén. Abstengámonos también de cualquierobservación crítica, aun cuando se haga conla mejor intención, porque herir a las perso-nas es fácil, corregirlas, difícil, si no imposi-ble. Cuando los absurdos de la conversaciónque estamos en el caso de escuchar comien-zan a irritarnos, debemos imaginar que asis-timos a una escena de comedia entre dos lo-cos. Probatum est: el hombre nacido parainstruir al mundo sobre los asuntos más im-portantes y más serios, puede decirse afortu-nado cuando sale sano y salvo”.

Creo y suelo seguir el sabio consejo delmaestro, pero esta vez voy a desoírlo para di-rigirme a los fundamentalistas que combatenel aborto. No quiero convencerlos de nada,por supuesto, sólo articular unas observacio-nes lógicas para dar en qué pensar, en el caso,improbable, que quieran no sólo emocionar-se y vociferar prohibiciones, sino pensar unpoco en lo que sostienen.

Obligación de matizar. No sólo el aborto, si-no muchas cosas “atentan contra la vida”.Arrancar del suelo una lechuga orejona es

también atentado, y no digamos comer unpollo o una vaca. Pero de seguro expresionescomo “pro vida” no se refieren a la vida engeneral, sino sólo a una parte de lo viviente.Es decir, a la vida humana.

Por lo tanto, decir “pro vida” a secas, sinmatizar, recortando el adjetivo, es contradic-torio y engañoso: atentados contra la vida (engeneral) —comer ensaladas, huevos o carneroja— no sólo están permitidos, sino son ne-cesarios a la propia.

¿Y por qué entonces no se dice “pro vidahumana”? Bueno, porque no sólo no es luci-dor ni emocionante, sino es obvio y atontado,dado que nadie, absolutamente nadie, está opuede estar en contra de “la vida humana”.Ese rival no existe. Toda discusión empiezaen qué ha de entenderse por “vida humana”y cómo ésta ha de defenderse.

Dado que esto es paladino y obvio, noqueda sino estimar que la confusión implíci-ta en el uso acortado de “pro vida”, y todo elparloteo consecuente de “defender la vida”,son deliberados y con fines de manipulacióndemagógica. Porque, claro, a la gente se lellena la boca hablando de “vida”, más si esemotiva y de cortos alcances, aunque, comohemos visto, esta manera de parlar sea tandébil e inestable que se viene abajo al primerexamen.

Personas. El punto no es entonces si el em-brión recién concebido está vivo, dado queuna lechuga orejona o un tumor maligno

también están vivos y nadie los defiende, si-no si ese embrión es persona humana o no.Los fundamentalistas creen que sí es, desdela concepción. Pero es obvio que están equi-vocados y no es persona. La prueba es muysencilla y contundente y dice así:

Del embrión recién concebido no se sabe:a) si es una, dos o más personas; b) si es ma-cho o hembra.

No puede haber una persona humana dela que se ignoren a) y b), esto es, si de algo seignora el número y el género, ese algo nopuede ser persona.

Luego entonces, ese embrión no es perso-na humana.

Tenemos que estar de acuerdo en esto.Status de lo potencial. Se dirá que el em-

brión ese no es persona, pero que lo será, quees persona humana en potencia. Claro, peroeso cambia por completo la cuestión y la ha-ce, y en extremo, discutible, metafísica. Exa-minemos un poco si ese ser en potencia tiene:1) la misma realidad; 2) el mismo valor; 3) losmismos derechos que lo que está en acto.

Es obvio que 1) no tienen la misma reali-dad: un huevo de gallina no cacarea; 2) tam-poco tienen el mismo valor: un cuadro en po-tencia de Vicente Rojo, no pintado todavía,no puede extraviarse ni alcanzar precio en elmercado; 3) es horrible echar una gallina vivaen una olla de agua hirviendo, pero no cocerun huevo; Carlos, que es rey potencial de In-glaterra, no tiene ahora derechos de rey.

Por lo tanto, hay espacio para estimar quequien elimina un embrión —que no es perso-na más que en potencia, dado que no tienerealidad plena, valor o derechos— no cometeningún crimen. Obsérvese con cuánto cuida-do y rendimiento formulé la declaración:“hay espacio para estimar...” Porque soy tole-rante con quienes piensan diferente que yoen esta discutible cuestión metafísica. Noquiero imponérsela a nadie. Podemos dialo-gar y estar o no de acuerdo; pero me parecebárbaro que de argumentos metafísicos, dis-frazados con vocerío emotivo, manipulador,se intente extraer consecuencias penales, estoes, que se imponga una tesis metafísica en ex-tremo discutible —falsa de plano, para mí ypara muchos— a toda la sociedad.

Además, la tesis fundamentalista de larealidad de la potencia puede tener extrañas,ingobernables y catastróficas consecuencias,como veremos en la segunda parte.

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Observaciones elementales en la discusión

sobre el aborto

✸ Hugo Hiriart

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II

Hicimos en la primera parte algunas obser-vaciones muy elementales, pero precisas, so-bre la discusión del aborto. Vamos en lo quesigue a hacer algunas consideraciones sobreel embrión como humano en potencia. Vuel-vo a advertir que no quiero convencer a na-die de nada, sino dar elementos para pensaren el asunto, si es que se quiere pensar en es-to y no sólo andar vociferando consignas. Va-mos, pues, a hablar un poco de metafísica.

¿Qué fue primero, el huevo o la gallina?Aristóteles se inclina a pensar que la gallina.¿Por qué? El ser en acto tiene una carga derealidad (por decirlo así) que no tiene el seren potencia. Expliquemos qué es esto de“carga de realidad”. Miremos bien, sin pre-juicios: el ser en potencia es borroso, impreci-so, problemático. Por ejemplo: en el trozo demármol estaba en potencia el David de Dona-tello, de esta primorosa escultura, que ya estáen acto por acción de la talla del artista, pode-mos decir muchas cosas: qué tamaño tiene deancho y de alto, cuánto pesa, qué edad le cal-culamos al muchacho representado, etcétera.Pero en ese mismo trozo de mármol había yhay otras esculturas diferentes en potencia,que podían haber tallado Donatello mismo uotros artistas diferentes. Y bien, de esas escul-turas en potencia, ¿qué podemos decir? Na-da, y sin embargo ahí están. Por eso, porqueno podemos decir nada de esas criaturas po-tenciales, decimos que su ser es borroso, sincarga de realidad, impreciso, poco más queun sueño.

¿Qué realidad le concedemos a lo posi-ble? He aquí el problema. ¿Qué realidad tie-nen las obras que Mozart, por su tempranamuerte, no alcanzó a componer? Alguna tie-nen; podemos, por ejemplo, asegurar que nosonarían a Schoenberg, sino serían por fuerzamozartianas. Pero, dado que el ser de estasobras es conjetural, no queda sino jugar con

posibilidades. Eso es lo malo, no hay nadafirme aquí: si abrimos esa puerta, nos llena-mos de fantasmas.

Me explico y abro ya mi juego: el com-puesto químico o embrión X, del que deci-mos con razón que es un humano en poten-cia, ¿cómo puedo distinguirlo de la meraposibilidad Y? Entendida esta posibilidad,por ejemplo, como el ser que podría habersesuscitado si A y B se hubieran apareado en elmomento T. Suena fantástico, descabellado,hablar de este posible ser. Sin embargo, esconsecuencia de conceder pleno ser al borrosoente en potencia. Esto es, abierta esa puerta,no hay cómo cerrarla y se cuelan por ahí to-dos los fantasmas. Tal vez por eso, ni sanAgustín, padre de la Iglesia, ni santo Tomás,doctor de la Iglesia, tan avisados, tan listos losdos, aceptaron que el embrión recién conce-bido fuera persona o tuviera alma inmortal.

Otras razones metafísicas de la primacíadel acto sobre la potencia son las siguientes.En todo ser, afirman Aristóteles y santo To-más, hay materia y forma (tesis hilomorfista);la materia es receptividad plena, potenciapura de todo acto, no cognoscible y sólo defi-nible negativamente. Cuando un trozo demadera se quema y se hace ceniza, hay trán-sito de la potencia al acto: la ceniza, en poten-cia de la madera, se actualiza por acción delfuego. Eso que permanece en el cambio es lamateria; eso que cambia es la forma, antesmadera, ahora ceniza; el cambio ha sido sus-tancial: la madera no es ceniza (con ceniza nofabricas un palo de escoba).

Entonces, la materia, capaz de serlo todo,no es algo sino cuando la determina la forma.Con ella el ser se realiza, empieza a ser lo quees. Y es, en definitiva, la realización de una idea(la voz griega “forma” se traduce habitual-mente por “idea”). Esta idea, al abstraerlala inteligencia, al separarla de su modo derealización material, se convierte en una ideaen nuestra mente.

Así pues, lo que da realidad al ser, y alobrar para llegar a ser, es la forma. “Por natu-raleza”, dice Tomás, “todo lo que está en ac-to, mueve, y por naturaleza todo lo que estáen potencia, es movido.” Por lo tanto, sin for-ma de gallina no habría huevo; el acto dirige,mueve a la potencia (el huevo por sí mismono garantiza nada). Lo que es, el ser realiza-do, pleno, es en acto. Dios, ser supremo, esacto puro, único con esa naturaleza, en él nohay potencia alguna. La potencia absoluta,un ser que fuera sólo potencia, potencia per-petua, según Aristóteles, no puede existir.

Por todo esto, hay amplio espacio paraestimar que el embrión recién concebido notiene realidad plena ni valor ni derecho algu-no, y quien esto sostenga no es un criminal oun loco, sino, a lo más un equivocado (y no locreo) en un asunto sutil y disputado.

Lo que caracteriza al fanatismo, se ha di-cho, es “tenacidad y furia”, pocos espectácu-los humanos tan inquietantes y desagrada-bles como el del fanático. Porque ese humanoreniega de sus facultades racionales, estrechasu visión y presiona sobre un solo punto. Nohay persona más peligrosa que la que no du-da de tener toda la razón. Por eso me animé aescribir estas observaciones, para airear elasunto y dar elementos de duda y discusión.Nada más.

• Artículo aparecido originalmente en La Jornada

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�� El ensayo que ofrecemos a continuación ha sido escrito a propósito

de la edición reciente de la Iconografíade Daniel Cosío Villegas, publicada por el

FCE en la colección Tezontle.

ADaniel Cosío Villegas, uno de losfundadores del FCE y su primerdirector, el historiador Luis Gon-zález lo ha llamado “Caballero

Águila de la Revolución”.1 Este apelativo subra-ya algunos de los rasgos del escritor, editor,historiador, economista, periodista interna-cionalista y fundador del Fondo: su agudoespíritu combativo, su mirada visionaria, suimperiosa necesidad de libertad, su fidelidady lealtad a la causa nacional mexicana, virtu-des todas del águila. Del Caballero tiene Co-sío Villegas la espontánea elegancia del biennacido, del que ha sido feliz y la férrea disci-plina del ángel. Estas cualidades se traslucenen no pocas de las fotografías que la manodiestra de Alba C. de Rojo ha sabido elegir ydisponer a lo largo de este libro iconográfico.Las imágenes con que aquí se va escribiendoy describiendo la vida de la persona del autorde la Historia Moderna de México, parecen sertantas como sus años, que alcanzaron setentay ocho —pero, al igual que sus años de vida,parecen muchas más las páginas de la Icono-grafía2 que lleva a manera de prólogo la emo-tiva semblanza que Enrique Krauze (el autorde Caudillos culturales de la Revolución mexica-na) escribiera con motivo del XXV aniversariodel fallecimiento del autor de Extremos deAmérica y que fue leída en la ceremonia orga-nizada por El Colegio de México—. Cosío Vi-llegas vivió sus años y sus páginas a pleni-tud. No escribía nada que no hubiesepensado o sentido intensamente. Esa intensi-dad —la de la mirada del águila— la compar-te con no pocos compañeros de viaje en eltiempo como Manuel Gómez Morín y Eduar-do Villaseñor, entre otros; a quienes les tocóvivir aquellos años caóticos y esperanzadoresque transcurren entre “1915” —como GómezMorín titula su ensayo— y 1925, año en quesale del país José Vasconcelos después de ha-

ber lanzado desde la Secretaría de EducaciónPública una campaña contra el analfabetismoy a favor de la difusión de las humanidadesclásicas. La Revolución empezaría pronto ainstitucionalizarse y eso quería decir que laguerra contra la ignorancia y la estupidez de-bía volverse razón de Estado.

Daniel Cosío Villegas pertenece a esa ge-neración de mexicanos que ven despuntar sujuventud cuando todavía arden las últimasbrasas del proceso revolucionario que diotérmino a casi cuatro décadas del “porfiriato”—como, siguiendo a Alfonso Reyes, CosíoVillegas llamó a este antiguo régimen dicta-torial—. Al igual que la generación inmedia-tamente anterior —la de Alfonso Reyes, JoséVasconcelos y Martín Luis Guzmán— éstanace con la conciencia de que, para México, laRepública ha sido un sueño interrumpidopor la dictadura. El brillante elenco de escri-tores y políticos que produjo la Constituciónde 1857 y las Leyes de Reforma habría de nu-trir con su ejemplo a varias generaciones demexicanos después de la Revolución. Ese fer-vor laico e igualitario, a la par cosmopolita ynacionalista, ferozmente celoso de la inde-pendencia y la soberanía nacionales informacon su inspiración los trabajos y los días deuna generación —la de Daniel Cosío Villegasy Gómez Morín— que ha extraído la lecciónhistórica y regional de la soberanía nacional.La libertad y la independencia de los paísessurgidos del crisol ibérico sólo sabría darse através del reconocimiento recíproco de y en-tre estos países. No es una casualidad que laprimera foto de nuestra Iconografía presente ala mesa directiva de la Federación Internacio-nal de Estudiantes en 1921, presidida entreotros por Daniel Cosío Villegas de México yRaúl Porras Barrenechea de Perú. Detrás deesta imagen alienta el espíritu del uruguayoJosé Enrique Rodó quien en el Ariel, Los moti-vos de Proteo y El mirador de Próspero, supo po-ner de cabeza los argumentos racistas de He-gel y Gobineau en contra de la civilizaciónmestiza y criolla de la América Latina, espa-ñola y portuguesa. También alienta ahí el es-píritu de otros escritores de la generación de1900 como Manuel Ugarte, José Vasconcelos,Pedro Henríquez Ureña o el mismo CarlosMaría Mariátegui, quienes buscan afinar lasintaxis entre las culturas latinoamericanascomo una forma de integración y autodefen-sa continental.

Junto con sus compañeros, amigos —co-mo Manuel Rodríguez Lozano, Gustavo Baz,Samuel Ramos, entre otros— y algunos jóve-nes discípulos, se entrega a un fervoroso yentusiasta activismo cultural invariablemen-te guiado por la voluntad de verdad y la cu-riosidad. Los primeros años del joven hijo delsevero Miguel Arcángel Cosío y de doñaLeonor Villegas son alborotados e inquietos:da clases, escribe en la página estudiantilcreada por iniciativa suya en Excélsior, se in-volucra en la organización del Congreso In-ternacional de Estudiantes, colabora en la tra-ducción, desde el francés, de Plotino, sesolidariza con los obreros, estudia derecho,se empieza a interesar por la economía y porlos problemas de la tierra, se ensaya y atrevecomo novelista y autor de miniaturas litera-rias, estudia literatura con Pedro HenríquezUreña y escribe una tesis (¡cómo nos gustaríaleerla!) titulada “La teoría del hombre rectoen la literatura del Siglo de Oro”. El inquietoy versátil dandy de aquellos primeros años—véanse las fotos de 1926, pp. 21-25, o el re-trato de Manuel Rodríguez Lozano de 1925—parece justificar cabalmente aquel elogio delcurioso y del diletante que escribió su amigode todas las épocas, el eminente Eduardo Vi-llaseñor —personaje, por cierto, al que debe-ría prestarse mayor atención—:

todo lo que es un misterio, todo lo desco-nocido, provoca nuestra curiosidad. ¿Quées la aventura? ¿Qué la determina y la afi-na? En primer lugar, la curiosidad; des-pués el deseo de descubrir lo desconocido,lo inesperado. Si sabemos de antemano loque vamos a encontrar no es aventura.Pero el acicate que la mueve es siempre lacuriosidad. La aventura es, pues, la aven-tura de la curiosidad, y ésta es a su vez, laespina dorsal de la aventura. [Eduardo Vi-llaseñor, “De la curiosidad y otros pape-les”, Letras de México, México, 1945, p. 32.]

Si los escritores latinoamericanos de 1900—Rubén Darío, Amado Nervo, Leopoldo Lu-gones, Francisco y Ventura García Calderón—se creen una generación “perdida”, que siente“ahogarse” en su propio medio y que carecede oxígeno en su propia tierra —para fraseara Manuel Ugarte—,3 la generación de DanielCosío Villegas (1899), Rodríguez Lozano(1895) —su amigo y autor de un excepcional

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Daniel Cosío Villegas o el sentido del

conocimiento

✸ Adolfo Castañón

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retrato—, Eduardo Villaseñor (1896), CarlosPellicer (1897), José Gorostiza (1901), JorgeCuesta (1903), Xavier Villaurrutia (1903) ySalvador Novo (1904) comprenderá, graciasen parte al aislamiento producido por la Re-volución, que si se carecía de oxígeno en lapropia tierra era preciso producirlo median-te la comunicación iberoamericana —comer-cio que incluye y presupone un conocimientotanto de la política de los Estados Unidos co-mo de su cultura. En ese sentido no resultasorprendente que en Cambridge y Harvard,el joven Daniel Cosío Villegas (pp. 23-25) pro-cure armarse, hasta donde era posible, de unplan de estudios personal y nacional paramejor encarar y comprender la realidad quelo aguarda al regreso.

Equipado con esos saberes, Cosío Ville-gas trabajará los próximos años creando lascondiciones para que ya no se carezca de oxí-geno intelectual en la propia tierra: así es na-tural que el camino que culminará con la fun-dación de la editorial Fondo de CulturaEconómica y su ambicioso proyecto de for-mación de lectores, pase por la inauguraciónde la sección dedicada a los estudios econó-micos en la universidad, los cursos de teoríaeconómica y sociología y, paralelamente, porla redacción de documentos como los Estu-dios sobre la creación de un organismo económico-financiero panamericano. Pero ni en México nien ningún país latinoamericano esa creaciónde oxígeno cultural puede hacerse desde laaltiva torre de la inteligencia pura: desdeAlamán y Altamirano hasta Justo Sierra, JoséVasconcelos, Jaime Torres Bodet o Jaime Gar-cía Terrés, en México el arquitecto intelectualtiene que hacerla de albañil —por eso diríaAlfonso Reyes: nuestros maestros son mais-tros, “los maistros del huarache espiritual”,como escribe refiriéndose a Guillermo Prie-

to—, y el intelectual ha de responsabilizar-se de la función pública, y resignarse aaceptar encargos, designaciones, nombra-mientos y encomiendas como parte de su ta-rea civil y aun de su quehacer intelectual; demodo que puede pensarse que, por ejemplo,el escritorio del consejero financiero en Was-hington entre 1934 y 1936 es en cierto modouna extensión o un efecto de la cátedra. Estacircunstancia bifrontal, movilizadora, se agu-diza con el advenimiento del presidente Lá-zaro Cárdenas al poder, el estallido de la gue-rra civil y de la crisis de la II Repúblicaespañola, a la cual el gobierno de Cárdenasdará sin regateos todo su respaldo oficial, nosólo reconociendo diplomáticamente a la Re-pública sino apoyándola materialmente conhombres y pertrechos. Paralela pero inde-pendientemente, el embajador Alfonso Reyestrabaja de manera muy activa en Buenos Ai-res por la causa de Manuel Azaña y la Repú-blica. En el marco de este apoyo se crearánlas condiciones para que en 1937, a través deLuis Montes de Oca, director general delBanco de México, Cosío Villegas propongaformalmente desde Portugal a Lázaro Cárde-nas la idea de invitar a México a un grupo es-cogido de escritores, artistas, científicos, filó-sofos e intelectuales españoles —como JoséGaos, José Moreno Villa, Enrique Díez-Cane-do, entre tantos otros— para que continúenaquí sus actividades. La idea andaba en el ai-re pero le toca a Daniel Cosío Villegas instru-mentarla en Valencia con el subsecretario deInstrucción Pública, Wenceslao Roces, luegobenemérito traductor de Marx y otros mu-chos autores para el Fondo de Cultura Eco-nómica.

Con esta iniciativa encaminada, se le daráun nuevo impulso a aquel sueño cultural ypolítico de la patria grande iberoamericana

—que animó tanto y tan bien a la misión iti-nerante de la Raza cósmica de José Vasconce-los— como al espíritu insurgente de los jóve-nes estudiantes rebeldes de Córdoba,Argentina, en 1919 —entre los que se encon-traban Arnaldo Orfila Reynal, amigo de Co-sío y luego director del FCE, y Germán Arci-niegas, autor de aquel célebre libro El estudiantede la mesa redonda—. Al trasterrar y trasplan-tar a México las raíces de la España nueva, dela España peregrina, se fundan revistas, edi-toriales, nuevas instituciones (como Romance,Séneca, Leyenda por parte de los españoles o,del lado mexicano, la Casa de España, luegoEl Colegio de México); o cobran nuevo y vi-goroso aliento las ya existentes, como laUNAM o el propio FCE. La máquina de fabricaroxígeno intelectual se ha puesto en marcha yDaniel Cosío Villegas está, con Alfonso Re-yes, al frente de ella tanto desde el FCE comodesde la Casa de España. Una vez sembradaen México la semilla de la palabra —la semi-lla de la editorial y la del centro de estudiosavanzados en humanidades que será El Cole-gio de México— Cosío proseguirá su tareaviajando intensamente por Hispanoamérica(véase la foto en Buenos Aires con A. Orfila,G. Losada y José Luis Romero), practicandola americanería andante, recogiendo los fru-tos sembrados por José Vasconcelos, PedroHenríquez Ureña y Alfonso Reyes en Argen-tina, Brasil y Chile para traerlos de regreso acasa.

Pero el aire, para que sea respirable, hayque moverlo y cambiarlo. Al inicio del perio-do presidencial de Miguel Alemán —el pri-mer presidente civil de México después deun largo elenco de militares en el Poder Eje-cutivo—, Cosío Villegas abre puertas y ven-tanas con su ensayo “La crisis de México”,que desenmascara la autocomplacencia y eldoble lenguaje de una Revolución mexicanatan dormida que ni siquiera ella misma sabesi está muerta. Daniel Cosío Villegas se dacuenta de que para conocer el presente y po-der predecir con tino el porvenir es precisotransformar nuestro conocimiento del pasa-do: saber realmente qué pasó y, en conse-cuencia, saber dónde estamos. “La crisis deMéxico” (1947) —ensayo por demás polémi-co, contemporáneo de El laberinto de la soledad(1949) y con el que tiene ciertos puntos en co-mún— lo llevará a la concepción de su pro-yecto intelectual más ambicioso: la Historiamoderna de México, obra que no podría haberrealizado sin el conocimiento de la organiza-ción editorial y del trabajo en equipo que su-puso la creación del FCE, que es, indirecta-mente, según yo, una de las madres o tías deesa historia. Sea como sea, la Historia modernade México sería la culminación intelectualtanto de su obra de escritor como de su capa-cidad de organización del trabajo intelectualen equipo: al reconstruir en sus fuentes pe-riodísticas y documentales dos periodos

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esenciales de la historia de México en los si-glos XIX y XX, Daniel Cosío Villegas en Méxi-co —junto con Luis González y González,Moisés González Navarro, Emma Cosío,Francisco Calderón, entre otros— practicabauna inmersión de cuerpo entero en la memo-ria social y en el sentido del conocimiento, yhacía coincidir en una sola empresa curiosi-dad y aventura, historia y política. Porqueasomarse al pasado reciente de México eraasomarse a su presente y a su futuro inme-diatos. La lección de esa empresa titánica de-be leerse en la acción periodística —acción ci-vil— de sus últimos años (véase la foto conJulio Scherer, César Sepúlveda y Jorge Casta-ñeda), donde pone al sistema político y elpresidencialismo mexicano ante el espejo desu herencia republicana. Podrían leerse suspolémicos escritos políticos de los últimosaños como una prolongación civilmente pe-dagógica de la misión vasconcelista y una ex-tensión de la lucha contra el analfabetismo(político) y la estupidez burocratizada aplica-das al ámbito de la crítica civil.

La práctica del hombre recto en la culturamexicana del siglo XX encuentra en DanielCosío Villegas un ejemplo ilustre y revelador.Se ha dicho que no hay laberinto más comple-jo que la línea recta, pero la vida recta y limpiade Daniel Cosío Villegas parece menos un la-berinto que una casa de estilo romano con unpatio animado por una fuente en el centro.Esa fuente sería desde luego la concienciaque une la vida activa y la vida contemplati-va en un solo fluido surtidor. Vida activa yvida contemplativa están unidas en DanielCosío Villegas, quien supo entretejer curiosi-dad intelectual y aventura histórica (polémi-cas con los vivos y controversias con losmuertos) en una inteligente trama hospitala-ria. Su vida en obra no se parece a un laberin-to donde todo son callejones sin salida y ca-minos ciegos sino a una casa donde unespacio lleva a otro y todos los ambientes sonsusceptibles de integrarse a los demás: así, lajuvenil inquietud política lleva a los estudiosuniversitarios de economía que, a su vez, lle-van a la vida editorial; la edición lo devuelve,de un lado al claustro universitario, del otro ala misión itinerante del diplomático de la quese beneficia el observador político y el nego-ciador, a su vez alimentado por el impulsodel historiador y el economista a quien no lees ajena la política. De hecho, esa correlaciónentre vida activa y vida contemplativa secumple en la política. Y es que don Daniel fueun político pero no en el sentido que ha idocobrando —más bien diríase adeudando—esta palabra, sino en la grave acepción quepuede asumir la voz cuando se habla de polí-tica del espíritu o, como diría Jorge Cuesta, lapolítica de altura. La exigencia de Cosío Vi-llegas de hacer pública la vida pública quenorma su vida en los últimos años periodísti-cos —tan bien subrayada por Gabriel Zaid—,

¿no viene acaso de esa necesidad de imprimirla claridad del pensamiento a los actos de lavida? Raíz por cierto de la civilidad y la amis-tad. Sin embargo, Daniel Cosío Villegas sóloserá parcialmente un moralista; más bien senos aparece como un hombre recto en acción;un hombre cuya línea de rectitud atraviesa laeconomía y la sociología, la edición y el enci-clopédico diletantismo editorial, la enseñan-za, la historia y el periodismo crítico. Esa lí-nea nítida sigue como la luz esta figura quese recorta en siluetas y que nos dice no al oí-do sino a los ojos: es posible vivir como ac-ción el pensamiento; es posible soñar con losojos abiertos e incluso en la soledad crítica sepuede encontrar el oasis —por ejemplo, conCésar Sepúlveda, Silvio Zavala, Julio Scherer,Enrique Florescano o Rafael Segovia, o conLuis González y González, Francisco Calde-rón, Moisés García Navarro y, por supuesto,Emma Cosío—, el oasis de una buena con-versación.

Hombre de curiosidad en su juventud,Cosío Villegas será hombre de aventuras ensu madurez. Enrique Krauze lo ha llamadocon expresión que ha hecho fortuna “empre-sario cultural”. Quizá se comprenda mejor elpeso de esta voz si se recuerda que en el Re-nacimiento la palabra “empresa” está asocia-da a “hazaña” y aun a “aventura”. Cosío Vi-llegas fue, junto con un puñado de suscontemporáneos, como Eduardo Villaseñor yManuel Gómez Morín, un hombre de haza-ñas y aventuras, un desbravador de terrenosculturales, políticos e intelectuales, que tuvola inteligencia y la fortuna de saber afinar suvocación —o sus vocaciones— con las solici-tudes apremiantes de su país y de su tiempo.La guerra contra la ignorancia y la estupidezde que hablé arriba es paralelamente una lu-cha pública y privada por el sentido del conoci-miento. El joven apuesto —de ojos inquisiti-vos en 1926 en Harvard y Cambridge— queestá estudiando economía y, en particular,economía agrícola, tiene el pensamientopuesto en el firmamento intelectual perotambién en la tierra. Desdeña el éxito y suculto ostentoso; su figura trasluce austeridad.Ve lejos pero no pierde de vista lo que tienecerca (véase la foto de 1940, donde aparece ensu escritorio de director del Fondo de Cultu-ra Económica en la calle de Pánuco); tiendesu mirada a traspasar, a escrutar, a penetrar—como en la foto de 1959, con César Sepúl-veda—, cuando no a retar —como en aque-lla foto con Emma Cosío y Gabriela Mistral,en 1951, en Tlacotalpan, donde parece recla-mar al fotógrafo la intromisión en su solazvacacional.

Diferentes aspectos de esa vida puedenverse a través de este álbum fotográfico don-de se miran los trabajos y los días, los paseos,las conversaciones, los amigos y los familia-res. Como todo álbum, éste tiene algo de per-sonal y familiar y otro poco de ceremonial y

diplomático. Las imágenes nos van contandoa través del paso del tiempo por el cuerpo yel rostro el tránsito de una persona cuya vidase va igualando al pensamiento, para citaraquella “Epístola moral a Fabio” que tantoinflujo tuvo entre los jóvenes de finales delsiglo XIX y principios del XX. Una vida infor-mada por la rectitud, es decir por la con-ciencia de que existe una línea recta entre larepública soñada y practicada por los antepa-sados y la república que se va conquistandodía con día mediante la crítica y la autocrítica.

Curiosamente, el fervor crítico de estosúltimos años tiene muy poco de crepusculary mucho de inaugural: su crítica está hechadesde un tiempo que es el de la esperanza.Enrique Krauze cierra la semblanza que abreesta Iconografía recordando cómo en el sepe-lio de Daniel Cosío Villegas éste le presentópóstumamente a Octavio Paz, quien se pre-sentó para saludar y despedir a uno de los hi-jos de la república crítica en México. El Caba-llero Águila de la Revolución —CosíoVillegas— era así acompañado a su últimamorada por el Caballero Tigre de la Demo-cracia —Octavio Paz—: los dos guerreros sedan la mano bajo la luz de ese inmenso solque es el mundo moral.

La república y la vida pública están indi-sociablemente unidas al libro y su orden. Siigualar con la vida el pensamiento fue unanorma vital para Daniel Cosío Villegas y nopocos de sus compañeros de generación, larevisión de esta Iconografía donde se puedesorprender al hombre que está detrás de lasideas, es una invitación a recordar, en el 67aniversario de la editorial fundada por él yun grupo de amigos, que en la raíz de esta to-rre de libros se encuentran trenzadas, traba-das, la palabra y la voluntad de un puñadode seres humanos ansiosos de despertar. Elárbol frondoso de libros que es hoy el Fondode Cultura Económica ha nacido de las semi-llas plantadas por Daniel Cosío Villegas. Lasimágenes de su rostro y su persona son sig-nos de esa inteligente fecundidad.

NOTAS

1. Luis González y González: “Daniel CosíoVillegas: Caballero Águila de la Revolución”,en De maestros y colegas, Clío, El Colegio Na-cional, t. XVI, prólogo de Jean Meyer, México,2000, pp. 261-280.

2. Daniel Cosío Villegas: Iconografía. Pre-sentación de Enrique Krauze. Archivo foto-gráfico de Emma Cosío Villegas. Investiga-ción iconográfica y selección de textos deAlba C. de Rojo. Biografía y bibliohemero-grafía de Adolfo Castañón. Diseño gráfico:La Pleca/VRC. Fondo de Cultura Económica.Colección Tezontle, México, 2001, 113 pp.

3. Manuel Ugarte: Los escritores iberoameri-canos de 1900 [1942].

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Pero todo lo que se ama se hace

enigmático, se vuelve incomprensible.

MARÍA ZAMBRANO

Sé que sólo puedo contar mi historia

pero me obstino en la biografía de los árboles.

Qué pasaría si olvidara, de memoria,

todo el pasado y no pudiera verme

en la euforia de este minuto;

en su fasto amarillo

que me celebra.

Seguiría quedando

mi rostro

y en sus caminos y surcos,

reconocible para los otros,

una biografía incierta.

Creo en la biografía de las piedras.

Todo lo que erosiona deja huella.

Y quizá las palabras nos lleguen tan sólo

para preguntar a quien no puede

respondernos.

Miro la nacionalidad

de lo que no tiene territorio

sino puro silencio

como la voz del agua en todas sus formas

y en esa larga lista de maravillas,

apenas quepo.

¿Y por qué, entonces, la palabra?

El rostro es la palabra

y el rostro es el cuerpo.

Todo tiene un rostro.

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Todo lo que erosiona

✸ Claudia Hernández de Valle Arizpe

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�� El siguiente texto fue leído por suautor en el homenaje que el FCE le hizo a

Salvador Elizondo en el marco de lapasada Feria Internacional

del Libro de Monterrey.

Aunque Salvador Elizondo pu-blicó su primer libro a los 28años (Poemas, 1960, edición delautor), fue realmente conocido

hasta la novela Farabeuf, o la Crónica deun instante (1966), que le valió el premio Xa-vier Villaurrutia. Farabeuf constituyó todo unacontecimiento literario por su insólita —pa-ra las letras mexicanas— mezcla de erotismo,sadismo y elementos chinos en una novelacuya escasísima acción exterior sucede en Pa-rís, a inicios del siglo XX. Cierta vez don Joa-quín Díez-Canedo, el gran y generoso editorque en paz descanse, me comentó que él mis-mo se encargó de leer el manuscrito de Eli-zondo y entusiasmado decidió publicarlopues “se trataba de un libro que nos podíadar mucho”. Don Joaquín se refería a su casaeditorial, pero su frase bien puede aplicarse ala narrativa mexicana de la segunda mitaddel siglo XX. En la década de los sesenta habíados tendencias claramente distinguibles den-tro de los jóvenes narradores: por un lado laliteratura de la onda y por otro la escritura.Los onderos eran más populares y tenían unnúmero mayor de lectores, quienes cultiva-ban la escritura resultaban más herméticos.Con el paso del tiempo las dos tendenciashan quedado como meras curiosidades ypronto Salvador Elizondo se reveló como elescritor más sólido de ambas promociones.

Dos años después, en 1968, apareció la se-gunda novela de Salvador Elizondo: El hipo-geo secreto, obra hermana de Farabeuf. La cróni-ca de un instante es un trabajo eminentementesensorial, mientras que El hipogeo... se cen-tra en la actividad del intelecto. Se podríadecir que la primera es una sensación mien-tras que la otra es una idea. Elizondo se va-lió de distintos procedimientos para escri-birlas. Farabeuf con base en la evocación, el

procedimiento sensorial que recrea un actocon el auxilio de actos perceptivos. En el ca-so de El hipogeo secreto empleó “el rito mara-villoso y mágico de la invocación”, cuya ac-tuación es “de una manera que trasciende lasuperficialidad y la aparente banalidad delas sensaciones”, según explica en su ensa-yo “Invocación y evocación de la infancia”,incluido en Cuaderno de escritura (1969). Pa-ra Elizondo hay algo etéreo y mágico en lainvocación: “Los sentidos desaparecen, sevuelven como espectros inútiles al contactocon esa presencia trascendental de las esen-cias. No somos ajenos al carácter mágico dela invocación que nos lleva (a nuestro destinode nostálgicos) mediante el proferimiento dela palabra que como en los encantamientosencierra la clave del misterio” (p. 24).

No en vano en muchos momentos lospersonajes de El hipogeo secreto dicen que elautor del libro donde viven es un mago, undios; éste no es otro que El Imaginado, per-sonaje autor de El hipogeo secreto, la novelaque narra, cuenta, noveliza la escritura de lanovela: “La novela es un prodigioso y arduojuego del espíritu y de la escritura, estamosen libertad de ir inventando las reglas confor-me vamos jugando” (p. 15).

La frase anterior es la penúltima del ensa-yo “Teoría mínima del libro”, en el cual Sal-vador Elizondo afirma que la creación es elencuentro de un hombre con el misterio, lahuida del origen hacia “algo” vago e impreci-so. Concibe la escritura como una heurísticacon mucho de alucinación que supone unamanifestación unívoca de la realidad. Sin em-bargo, en todo autor hay un descenso a lossentidos que, al percibir la realidad, la disgre-gan. La pureza de una obra está dada deacuerdo a su capacidad de abstracción conrespecto a la degradación sensorial.

El hipogeo secreto presenta la tentativa deun escritor por realizar la abstracción de sulabor dentro de los marcos del más impurogénero literario: la novela. Se busca la purezaa través del género que tolera la presencia deensayo, poesía, teatro, etc. en su seno. El úni-co medio es el lenguaje, medio que en algúnmomento se convierte en fin. Entonces la for-ma —las palabras— pasa a ser el contenido y,con base en la dicotomía saussureiana signi-ficante-significado, el lector se encuentra conuna infinita gama de posibilidades que ani-quilan la realidad.

El hipogeo secreto es una alucinante aven-tura dentro de un universo letrado, un safarien pos del autor de tal universo que llevan acabo las propias creaciones, creaturas letra-das, del escritor. La experiencia tiene lugar endos planos: el de la escritura y el de la lectura.Salvador Elizondo está convencido de quelos textos sólo pueden ser leídos por sus au-tores. Lo anterior crea un problema que Eli-zondo resuelve convirtiéndose él mismo enpersonaje de su obra y convirtiendo al lectorde su libro en autor del mismo. Si el Otro, X,el Imaginado y el mismo Salvador Elizondocrean la novela cuando escriben, Mía —elpersonaje femenino, fáustico— hace lo pro-pio cuando lee el libro de tafilete rojo. La ac-ción está siendo en todo momento, lo queconvierte a El hipogeo secreto en un universogerundial. El solo paso de la mirada por laspáginas propicia que la acción de crear litera-tura ocurra y se perpetúe. Entonces el len-guaje se convierte en el único componente deese universo lingüístico y literario que es lanovela. Para Salvador Elizondo, el lenguajees “la actualización de todas las potencias delmundo” y la escritura “una actividad que tie-ne por fin agotar las posibilidades del mun-do”. El arte de la literatura surge como unazar y se desenvuelve, ya dentro de la crea-ción de novelas, según el método que se vayainventando, por eso Elizondo puede darse ala tarea de redactar una novela de la que sólotiene una idea vaga e imprecisa. Presenta suobra como “una novela de aventuras metafí-sicas y sagradas”, pues sus personajes, loshombres-escritura, carentes de recuerdos,miran hacia el futuro en busca de su autormientras pugnan por dotar de una concre-ción tangible al universo de dudas, suposi-ciones y posibilidades en que se hallan in-mersos. Tal mundo existe porque haypalabras y se anima por obra y gracia de dosfuerzas que se complementan: la lectura y laescritura.

¿Qué hay en El hipogeo secreto? Es una no-vela de “aventuras metafísicas y sagradas,cuya historia es “la historia de una historia”.Carece de pasado y su afán es sobrepasar elpresente. Para lograrlo, los personajes tien-den hacia un futuro que el autor les impidealcanzar, ya que continuamente cambia sumarco de referencia, de la misma manera enque yo concluyo esta oración. Y doy inicio ala siguiente...

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El hipogeo secreto de Elizondo

✸ Óscar Mata

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Situada al margen de la realidad tangible,la de todos los días, la novela es un hechomágico, una invocación que se llama a sí mis-ma. Ella es el inicio y el fin, ella representa unmundo de palabras que sugiere todas las rea-lizaciones posibles, pero se niega a concretar-se en una de ellas. El hipogeo secreto viene aser la idea de una narración que es todas lashistorias que se puedan contar. Nos encon-tramos, entonces, ante un libro total, síntesisy resumen de todos los textos escritos a lo lar-go de la historia: en él están todos los asun-tos, todas las narraciones, todos los persona-jes y todos los lectores en derredor de lasideas de creación y pureza, ideas que se resis-ten a entrar en contacto con la realidad. Eli-zondo escribe El hipogeo secreto para novelarlos sucesos que intervienen en la creación li-teraria. La novela se compone de cuatro capí-tulos. El primero es un desarrollo inicial dela trama, el segundo una reflexión primerasobre la obra, el tercero una reflexión segun-da sobre la obra y el cuarto un segundo de-sarrollo de la trama. La experiencia se man-tiene al margen de las contingenciasespacio-temporales, lo que se ha dado en lla-mar la realidad, para centrarse en los verda-deros protagonistas del hecho literario: elcreador-emisor y el creador-receptor (quienescribe y quien lee), así como las ideas y lossentimientos que se dan durante el encuentrode los creadores. El libro es el ámbito del su-ceso, el escenario y se le mantiene como unaidea de sí mismo. El tema de El hipogeo secretoes la creación de El hipogeo secreto, tema queen un momento dado trasciende hacia con-textos más amplios, pues de la literatura sepasa al arte en general. El plan del libro indi-ca la necesidad de crear un mundo en perpe-tua movilidad que al mismo tiempo perma-nezca inmutable, como mera abstracción,como eterna posibilidad. Para conseguirlo sevale del mito. Una historia pronto pasa, suce-de, es concreta, tangible; el mito, en cambio,permanece, carece de desenlace, es eterno y,por tanto, abstracto. Toda novela precisa deuna historia para ser tal y El hipogeo secreto escomparada con Los quinientos millones de laBegún, escrita por Julio Verne en 1899 y quenarra la creación de dos ciudades; aunque seaclara que El hipogeo... es al revés. Elizondopresenta la historia del mito, o la mitificaciónde la historia. Funde ambos elementos parano rebasar un instante determinado, el de laescritura-lectura, al que llama “el aquí”, mis-mo que se propone mantener vigente duran-te toda la extensión de la novela. Así plasmael “universo gerundial” que poco a poco vaacercando al escritor y al lector hasta que losenfrenta ante un espejo de palabras que losrefleja continuamente, hasta el infinito. Porello, en la escena final Mía-la Perra asesina alImaginado, autor en última instancia de lanovela, para que éste deje de escribir y de se-guir desplazando “el aquí”.

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Para María Inés Taulis

Giordano contempla el Universo,

su melancolía cava túneles en la conciencia.

Por ellas conoce lo insondable:

magia disidente y blasfema.

Pero no hay constelación que escape

de la telaraña de los sueños

y esquive su mirada clandestina.

No hay sol que no conozcan sus ideas

ni fuego que no alumbre el corazón hereje

devorado por la hoguera.

Di, Melancolía,

musa redentora que permea los instintos:

¿Qué hacer con este cáliz tan amargo,

cómo atravesar las llamas,

salir ilesos del Infierno?

Acaso en la Memoria

Bruno siga descifrando la aventura de los astros,

contemplando con su luz el Infinito.

Principio y Uno

✸ Zulai Marcela Fuentes

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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA1934 • LIBROS PARA IBEROAMÉRICA • 2001

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FONDO DE CULTURA ECONÓMICA• NOVEDADES Y SUGERENCIAS •

• JESÚS SILVA HERZOG

Breve historia de la Revolución mexicana, ILOS ANTECEDENTES Y LA ETAPA MADERISTA

El gran maestro de México expone en estos dos to-mos los momentos decisivos de la Revolución mexica-na. El primer tomo analiza los antecedentes del movi-miento armado y cubre hasta la etapa maderista. Elautor hace hincapié en el trasfondo económico quedeterminó el radical cambio de la sociedad mexicana.

• JESÚS SILVA HERZOG

Breve historia de la Revolución mexicana, IILA ETAPA CONSTITUCIONALISTA Y LA LUCHA DE

FACCIONES

El segundo tomo de la historia de la Revolución mexi-cana cubre de la etapa constitucionalista de 1913 has-ta la conocida como lucha de facciones de 1914 a1917, lapso que finalizará con la proclamación denuestra Constitución. Este tomo incluye una cronologíade los presidentes de México de 1917 a 1972.

• MANUEL MIÑO GRIJALVA

El mundo novohispanoPoblación, ciudades y economía,

siglos XVII y XVIII

Manuel Miño se propone en esta obra hacer una sín-tesis sobre la extensa historiografía en torno a la con-formación de la sociedad colonial mexicana a partir deun enfoque que centra la observación en el desarrollode los pueblos y centros urbanos, los cuales, no obs-tante las grandes diferencias y especificidades en lasdistintas zonas del territorio, fueron los ejes articulado-res de las regiones tanto política como económica-mente.

• NATHAN WACHTEL

El regreso de los antepasados

A partir de una perspectiva original que relaciona la et-nología con la historia, esta coedición con El Colegio deMéxico nos muestra la vida, las costumbres y las creen-cias de los chiyapas, pueblo indígena perteneciente ala familia de los urus, ubicados en la zona andina deBolivia. Esta obra abre nuevas vías para abordar el es-tudio antropológico, basándose en la minuciosa obser-vación de los mecanismos que emplea un grupo hu-mano para seguir el paso del tiempo, sin perder susingularidad frente a los demás.

• LOURDES DE ITA RUBIO

Viajeros isabelinos en la Nueva España

Este libro nos presenta, apoyado en fuentes inglesas,a los diversos protagonistas británicos en la Nueva Es-paña durante el primer siglo de colonización. Fuentefundamental de este análisis fueron las crónicas delgeógrafo inglés Richard Hakluyt, quien durante el pe-riodo isabelino recogió y difundió gran cantidad de tes-timonios viajeros, particularmente ingleses, fomentan-do las empresas de exploración ultramarina sobretierras remotas, desconocidas y extrañas, como aque-llas de la Nueva España.

• JOSÉ BLANCO (COORD.)La UNAM

SU ESTRUCTURA, SUS APORTES, SU CRISIS, SU

FUTURO

Este libro es, como la UNAM, plural y diverso. Unamuestra de variados universos, preocupaciones y en-foques distintos. Unos junto a otros se enriquecen mu-tuamente; sobre todo al pensar en la reforma universi-taria. Los lectores, especialmente los universitarios,hallarán en estas páginas un rico material de reflexión,eventualmente útil para hallar modos de aproximaciónmutua que permitan procesar una transformación ins-titucional y académica a la altura de los reclamos de lasociedad mexicana del siglo XXI.

CARL DJERASSI

50 AÑOS CON LA PÍLDORA

• La píldora, los chimpancés pigmeosy el caballo de Degas

• El gambito de Bourbaki• El dilema de Cantor

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LIBRERÍAS DEL FCE(Visite nuestra página de internet: www.fce.com.mx)

• Librería Alfonso ReyesCarretera Picacho Ajusco 227,Col. Bosques del Pedregal,México, D.F. Tels.: 5227 4681 y 82

• Librería Daniel Cosío VillegasAvenida Universidad 985,Col. Del Valle,México, D.F.Tel.: 5524 8933

• Librería Octavio PazMiguel Ángel de Quevedo 115,Col. Chimalistac, México, D.F. Tels.: 5480 1801 al 04

• Librería Un paseo por loslibrosPasaje Zócalo-Pino Suárez delMetro,Centro Histórico,México, D.F.Tels.: 5522 3016 y 78

• Librería en el IPNAv. Politécnico, esquina WilfridoMassieu, Col. Zacatenco, México, D.F. Tels.: 5119 1192 y 2829

• Ventas por teléfono:5534 9141

• Ventas al mayoreo:5527 4656 y 57

• Ventas por internet:[email protected]

BIOGRAFÍAS DEL PODER

Enrique Krauze

LIBROS PARA NIÑOS

SUGERENCIASGERALDINE MCCAUGHREAN •El hijo del pirata

A la muerte de sus tutores y aburrido de Inglaterra,Tamo White, el hijo de un pirata, decide abandonarla escuela y volver a casa en busca de su madre.En compañía de Nathan, quien ha quedado huér-fano y desamparado, y de Magda, la hermana deéste, cruzan el Océano Índico y llegan a Madagas-car. En estas tierras lejanas y desconocidas, pla-gadas de peligros, los tres jóvenes encuentran laclave de sus vidas.

• L. DWIGHT HOLDEN

El mejor truco del abuelo

Esta es una historia verdadera acerca del modo enque una niña experimenta la enfermedad y muerte desu abuelo. Da respuestas a preguntas que quizá el ni-ño no sepa expresar. Aquéllos que amamos nuncaabandonan nuestro corazón... Este es el mejor trucodel amor.

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• A 350 años de su nacimiento •

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• NUESTRA DELEGACIÓN EN GUADALAJARA •

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• NUESTRA DELEGACIÓN EN MONTERREY •

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OBRAS COMPLETAS •

Edición, prólogo y notas de Alfonso Méndez Plancarte

• Tomo I. Lírica personal• Tomo II. Villancicos y Letras sacras

• Tomo III. Autos y loas• Tomo IV. Comedias, sainetes y prosa

COL. BIBLIOTECA AMERICANA

• Sonetos y villancicosCol. Fondo 2000

• SOBRE SOR JUANA

• OCTAVIO PAZ

Sor Juana Inés de la Cruz o lastrampas de la feOBRAS COMPLETAS DE OCTAVIO PAZ,TOMO 5. COL. LETRAS MEXICANAS

• ANDRÉS SÁNCHEZ ROBAYNA

Para leer “Primero sueño” de sorJuana Inés de la CruzCOL. TIERRA FIRME

• SARA POOT HERRERA

Sor Juana y su mundo: unamirada actual COL. TEZONTLE

• C. BEATRIZ LÓPEZ-PORTILLO

Sor Juana y su mundo: unamirada actual. Memorias delCongreso Internacional COL. TEZONTLE

• DARIO PUCCINI

Una mujer en soledad: sor JuanaInés de la Cruz, una excepción enla cultura y la literatura barrocas COL. LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS

• DEL CATÁLOGO DEL FONDO DE CULTURA ECONÓMICA •

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