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busca un ideal y persiste en el empeño aunque su … · busca un ideal y persiste en el empeño aunque su ... muchacho que cruzaba la calle sin atender al semáforo. ... genética,

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Una extraordinaria comedia sobre alguien que

busca un ideal y persiste en el empeño aunque su

entorno le incite a abandonar; sobre un habitante

del mundo que tropezó con un sueño, alguien que

vivía en un oasis de imposibles donde se refugiaba

de los depredadores y sin amigos que caminen en

su misma dirección. Cuando llegó su sueño, sintió

el calor vital necesario para sobrevivir. Su sueño se

llamaba Carlota y tanto se entregó a ella que la

convirtió en su destino. Carlota tenía las

propiedades precisas para convertirse en

embajadora de sus ideales por lo que la preparó

para materializar sus anhelos hasta que la invitó a marcharse de su lado para

reconvertirnos a quienes habitamos el laberinto de los sueños.

Nuestro mundo es un trastornatorio, un taller de reparación habitado por

ingenios humanos de última generación pero con taras evolutivas, con defectos de

comportamiento humano y social. Y para recuperar la armonía hay que medicarse

con sueños para alejar la locura y las pesadillas de la realidad. La revolución deCarlota trata de uno de los nuestros que tropieza con un sueño. Desde su laboratorio

de fantasías trastoca la genética inanimada de un proyectil al que viste de mesías anti-

bélico y le llena de quimeras que no siguen la partitura establecida por el mundo.

Indignados del mundo, esta es vuestra comedia.

MANUEL VILLA-MABELA

Primer Premio del Ayuntamiento de Madrid Teatro Expréss con la obra

Angélica no merecía acabar así. Primer Premio del VIII Certamen de Teatro Mínimo

Rafael Guerrero con La urbanización del señor ministro. Ha presentado su obra Miencuentro con la teleoperadora en el Círculo de Bellas Artes. Apareció en el volumen

Teatro español de vanguardia junto a Alonso de Santos e Ignasi Gª Barba. Ha

publicado el libro de relatos Un degustador de fútbol de los de antes, y ha participado

en las antologías Yo también escuchaba el parte de RNE, Poeficcionario, Antologíadel relato negro I, Microantología del Microrrelato I y II, Asesinatos profilácticos,2099 y El sabor de tu piel. Con esta obra ha sido Accésit y Mención Especial del

Jurado del V Premio El Espectáculo Teatral.

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Manuel Villa-Mabela

LA REVOLUCIÓNDE CARLOTA

Accésit del V Premio El Espectáculo Teatral

Colección de TeatroEdiciones Irreverentes

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Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra por

cualquier procedimiento y el almacenamiento o transmisión de la totalidad o parte de su

contenido por cualquier método, salvo permiso expreso del editor.

De la edición: © Ediciones Irreverentes S.L.

De la obra: © Manuel Villa-Mabela

Ilustración de portada: © Marta Rodríguez Regueras sobre imagen de Fotolia

Diciembre de 2012

http://www.edicionesirreverentes.com

ISBN: 978-84-15353-25-6

Depósito legal: M-36387-2012

Diseño de la colección: Dos Dimensiones

Composición: Absurda Fábula

Imprime: Publidisa

Impreso en España.

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ESCENA PRIMERA

Amplio salón de un piso en una gran ciudad. Es un viejosalón sin apenas estética. Respira cierto abandono, indife-rencia. Los muebles son pocos, los imprescindibles y estángastados, así como el papel barato que viste sus paredes.Hay dos o tres grupos de almohadones repartidos por elescenario. El sol entra por un patio de luces situado a laizquierda de la escena. El patio de luces se encuentra deli-mitado por un gran ventanal que puede cerrarse con puer-tas de madera. En el fondo del mismo se encuentra unaseñora mayor, Doña Concha, asomada al pequeño cuadra-do de luz. Don Lorenzo está planchando. Hay cuatro ocinco puertas que conducen a diferentes dependencias yhabitaciones. Don Lorenzo lleva puesto un delantal y seseca continuamente el sudor de su frente. Además del tre-sillo hay otras butacas y bultos, envueltos en sábanas blan-cas. También hay macetas desperdigadas por el piso. Hacemucho calor. Se escuchan los lloros tontos de un niño y lavoz de su padre por el patio de luces.

VOZ DEL PADRE.— ¡Te he dicho que comas!VOZ DEL NIÑO.— ¡No quiero!VOZ DEL PADRE.— ¡Como no comas te desheredo!

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(El niño rompe a llorar histérico. Desde unos pisos más arriba un veci-no lanza un cubo de agua por el patio y se inicia un enfrentamientoamenazante)

UNA VOZ VECINAL.— ¡Cerdos, no tiréis agua alpatio!

OTRA VOZ VECINAL.— Lo que habría que tirardirectamente a la basura es a ese niño odioso.

VOZ DEL PADRE.— Tenía que ser el de siempre, elcornudo del cuarto centro. Un día que tenga tiempo te voya partir la cara.

UNA VOZ VECINAL.— ¡Muérete, realquilado demierda!

(Entra en escena Carlos. Ha salido de su habitación laboratorio.Es un hombre joven de aspecto distraído, torpemente vestido y con sem-blante soñador. Con su aparición las voces del patio se convierten enmurmullos).

CARLOS.— ¿Qué pasa, ahora?DON LORENZO.— Lo de siempre, hijo, la desbrava-

ción vecinal y, luego, en la calle cualquiera les mea en la boca.CARLOS.— ¿Cierro las ventanas?DON LORENZO.— Déjalas. No hay quien pare con

este calor. Se abrasa uno. (Carlos contempla desde diferentes pers-pectivas los bultos ensabanados con interés). Lo que más duele es

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la impersonalidad de los insultos. Ya nadie es el cerdo deDon Jorge o el canalla de Paco. Ahora se es el mileurista deltercero o el sin papeles del bajo izquierda. Duele tantoanonimato, Carlos. Tanta globalidad no conduce a nadabueno.

(Carlos sonríe, toma un libro escondido bajo unas almohadillas del sofáy se estira placentero sobre el mismo para leer mientras el padre plan-cha y dobla la ropa. Se escucha la radio, primero, con rock a pleno soni-do y luego raspando el dial. Llega en directo la transmisión de unconflicto bélico).

RADIO .— ... nos movemos con sigilo, agazapadosbajo los toldos de una cafetería desde donde contemplamosel desconcierto vital que está viviendo este poblado decobayas. Es excitante señores radioyentes ¡atención, dis-paran una bala! …que ha acabado según parece con unmuchacho que cruzaba la calle sin atender al semáforo.No hay duda de su salvajismo social. ¡Qué emoción seño-res radioyentes! Suenan más disparos y entran en escena dosaviones, dos, dos modelos del mejor acabado aerodinámi-co y motor eléctrico para no perjudicar la capa de ozono.Los aviones están patrocinados por la conocida multinacio-nal: «Almacenes Éticos». Disparan sobre una manada desoldados sin uniforme y sin bandera que se movía con sos-pechosas intenciones.

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UNA VOZ VECINAL.— ¡Cambia de emisora, leche,que tengo al marido depresivo!

RADIO.— (Más alto) las bombas desprenden un granhumo, denso, azulado y con aroma a romero. Se trata de unade esas bombas sofisticadas de nueva generación…

VOZ VECINAL.— ¡Apaga la radio ahora mismo ote meto música clásica a todo trapo!

OTRA VOZ.— Tengo derecho constitucional a ponerlo que me sale del níspero.

UNA VOZ VECINAL.— No podía fallar. Tenía queser la guarra del quinto centro.

VOZ VECINAL.— A mi por lo menos el marido nose me deprime.

UNA VOZ VECINAL.— Más valiera te lavaras elchisme ¡panduerca! Se te va a caer a pedazos de lo podridoque lo tienes.

VOZ VECINAL .— Por lo menos a mí me ha servidopara parir y lamerme de gusto. No como tú que eres esté-ril y adoptas niños para que te pidan en la calle.

VOZ VECINAL.— Mi hijo es natural como la lechebendita. Es bueno y bondadoso. No se merece vivir eneste nido de víboras. El tuyo es diferente, le gusta revolcar-se en la mierda. Es un delincuente.

VOZ VECINAL.— Más vale un hijo delincuente queuno como el tuyo que se ha vuelto maricón perdido porconsumir tanta telebasura.

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VOZ VECINAL.— Eso me lo vas a repetir ahora mis-mo, subo por tus pelos, pelleja.

DON LORENZO.— La mayor de las miserias, Carlos,es ser testigo impotente de esas miserias.

(Carlos está sumido en la lectura y no atiende. La señora mayor aso-mada al patio de vecinos, Doña Concha, se dirige a Carlos. Es unamujer de esmerado aseo, arreglada a la vieja usanza y con los ojos muyvivos y punzantes).

DOÑA CONCHA.— ¡Carlos, hijo. Carlitos!DON LORENZO.— ¡Carlos! (Carlos se sobrecoge por el

grito) ¿No escuchas que te llama Doña Concha? (Carlos seacerca al ventanal del patio).

CARLOS.— No la había escuchado, Doña Concha.DOÑA CONCHA.— Quería interesarme por tus

cosas ¿Cómo va tu revolución?CARLOS.— Estamos en ello, pero tiene sus dificul-

tades. Una revolución no puede echarse al mundo sin estarbien asentada.

DOÑA CONCHA .— ¿Y los estudios?CARLOS.— Algo abandonados.DOÑA CONCHA.— Tu deber, antes que nada, es

estudiar.CARLOS.— Mis investigaciones me roban mucho

tiempo.

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DOÑA CONCHA.— Venga, venga. Si quieres serpoeta, muy bien, pero primero hazte catedrático. Si quieresser humanista, muy bien, pero primero hazte ingeniero decaminos. Te habla la experiencia.

CARLOS.— No digo que no tenga razón. DOÑA CONCHA.— Primero, el bolsillo relajado,

luego pierde el tiempo como mejor se te antoje. Si yo tuvie-ra tus años y la oportunidad de empezar otra vez...

DON LORENZO.— (Mira el reloj) Menos charlas quees la hora de comer de Don Hipólito.

DOÑA CONCHA.— ¿Y la novia?CARLOS.— ¡Vaya!DOÑA CONCHA.— Otra vez de morros ¿no es eso?CARLOS.— No entiende que dedique tanto tiempo

a Carlota.DOÑA CONCHA.— Eso son celos. Las novias quie-

ren sentirse únicas, imprescindibles… no permiten sombrasni a los sueños.

DON LORENZO.— Déjele hacer, siga a lo suyo, aescribir las memorias de nuestra casa de vecinos.

CARLOS.— No seas tan brusco, papá.DOÑA CONCHA.— No te preocupes, hijo, es áspe-

ro por naturaleza.DON LORENZO.— Usted que es un terrón de azú-

car. Y tú ayuda un poco que no se te va a herniar el talento.CARLOS.— ¿Está la bandeja preparada?

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DON LORENZO.— Todo listo en la cocina, solo fal-ta templar la sopa.(Carlos sale por la puerta que conduce a lacocina)

DOÑA CONCHA.— Eh, vecino ejemplar (Don Loren-zo se acerca lleno de complicidad) ¿Lo sabe ya? Necesito unaprimicia.

DON LORENZO.— No hay manera. Creo que lo tie-ne todo muy avanzado, pero no tenemos nada concreto. Sepasa todo el día investigando dentro y sembrándome lasmacetas de un pringue extraño.

DOÑA CONCHA.— ¿No estará loco el pobre mío?DON LORENZO.— Es un soñador, pero tiene algo

entre manos. No sé, hay que confiar. Yo le veo muy com-prometido con su proyecto.

DOÑA CONCHA.— ¿Ha mirado debajo de la cama,en los bolsillos del pantalón? Qué se yo, en los cajones, enel armario, detrás de la puerta. Me tiene usted agobiada.

DON LORENZO.— ¡Peor estoy yo! Se pasa las horashablando con Carlota. Le pone música, documentales, gra-baciones. Meditan juntos, rezan juntos. No se decirle más.

DOÑA CONCHA.— Usted mismo, pero el editor meha pedido una primera entrega. Tengo que decir algo con-creto sobre sus investigaciones.

DON LORENZO.— Escriba que su habitación estátoda revuelta, llena de macetas, libros, discos, un soplete, unhornillo, material quirúrgico. Diga que tiene semilleros en

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todas partes. Improvise usted un poco que para algo es lacronista.

DOÑA CONCHA.— Vamos a ver ¿de qué tratan loslibros? Quiera Dios que no sean de caballerías, que tengoentendido son de lo más dañino para la cabeza.

DON LORENZO.— De todo un poco: filosofía,genética, brujería, historia, auto-ayuda. Es una bibliotecamuy completa.

DOÑA CONCHA.— Algo más habrá.DON LORENZO.— Bueno, si, pero ya lo sabe usted.DOÑA CONCHA.— ¡Carlota!DON LORENZO.— Carlota.DOÑA CONCHA.— Relacionarse prácticamente solo

con ella no sé yo si conduce a algo bueno. Estoy preocupada.DON LORENZO.— Cuidado, vuelve. (Entra Carlos con

una bandeja)DOÑA CONCHA.— Me retiro un rato que empie-

zo a tener hambre, bueno, hambre no, que ya no tengoedad, digamos más bien necesidad. (Doña Concha se retiradel patio de luces y de la escena)

CARLOS.— Si me abres la puerta, yo no puedo hacer-lo con las manos ocupadas.

DON LORENZO.— ¡Estamos en las nubes! No nosacordábamos que Don Hipólito empezaba hoy sus medi-taciones de verano.

CARLOS.— Es verdad.

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(Don Lorenzo deja la bandeja en cualquier sitio y acerca un par dealmohadas grandes a una esquina.)

CARLOS.— Otra vez las meditaciones de verano. Eltiempo pasa y las cosas no cambian.

DON LORENZO.— Si cambian, ya lo creo que cam-bian, pero lo hace a su forma, no a la nuestra. Anda, daun par de golpes a la puerta (Carlos golpea la puerta de DonHipólito) ¡Tan fuerte no, que igual está en trance! Pica conmás reposo, con mimo (Carlos golpea de nuevo pero de maneramás suave).

CARLOS.— Papá, son cosas mías o Don Hipólito estacada día peor.

DON LORENZO.— Don Hipólito se muere.CARLOS.— No puede ser.DON LORENZO.— Así ha sido desde que el mundo

es mundo. No hay otras fórmulas.CARLOS.— ¿Pero que íbamos a hacer sin Don Hipó-

lito?DON LORENZO.— Lo mismo qué ahora, vivir.CARLOS.— ¿Cómo podemos ayudarle?DON LORENZO.— De ninguna manera. Él quiere

morirse. Esta harto de este arrabal místico que es el mundo.CARLOS.— Sin Don Hipólito nada sería lo mismo.DON LORENZO.— Todo es siempre lo mismo. Dis-

fruta de los compañeros de viaje mientras puedas porque

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tarde o temprano cada cual tomará su atajo para seguiradelante. (Se abre la puerta de la habitación y aparece Don Hipó-lito. Es un hombre lleno de años con aspecto cansado pero lozano degestos. Va vestido con un colorista traje de payaso) ¿Cómo va esogran hombre?

DON HIPÓLITO.— Con la resaca del estado alfa acuestas. ( Toma asiendo sobre los almohadones con la ayuda deCarlos que también le acerca la bandeja) ¡Mmm… qué rica, otravez sopa de sobre! Me gusta la sencillez culinaria, si señor,la soberbia no es buena consejera para nada.

CARLOS.— Coma usted Don Hipólito, le hará bien.DON HIPÓLITO.— A mi ya no me hacen bien ni las

buenas intenciones. No asimilo ni el aire que respiro ¿Ha lle-gado ya el nuevo huésped?

DON LORENZO.— No creo que tarde.DON HIPÓLITO.— ¿Quién nos habrá recomendado?DON LORENZO.— Creo que corremos de boca en

boca por el invento ese de las redes sociales. Nos tienencatalogados como monasterio urbano de la nueva era.

DON HIPÓLITO.— ¿Y eso es bueno o es malo?DON LORENZO.— Pues no me he parado a pen-

sarlo.DON HIPÓLITO.— ¿Y nuestro nuevo huésped de

qué se refugia?DON LORENZO.— Hay tanto donde elegir.

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DON HIPÓLITO.— Los últimos huéspedes han sidomuy entrañables ¿Recordáis a Jordán?

CARLOS.— Un chico encantador.DON HIPÓLITO.— Se refugió aquí porque no que-

ría participar en la guerra que su colegio había declarado alcolegio de enfrente. Total porque habían decidido utilizarotra editorial para sus libros de textos.

DON LORENZO.— Estamos tan desbordados afec-tivamente que cualquier caricia puede convertirse en unacicatriz.

DON HIPÓLITO.— ¿Y Gonzalo?DON LORENZO.— ¡Gonzalo!DON HIPÓLITO.— ¡Pobre Gonzalo! Pasó de un

campo de concentración para parados de larga duracióna un piso de protección oficial.

CARLOS.— Tuvo muy mala suerte.DON HIPÓLITO.— Quién podía imaginar que aquel

barbecho de cemento y esperanzas iba a ser socialmentesaneado. Hay que reconocer que el campo de golf quepusieron en su lugar tenía más estética, pero claro, no sonmaneras humanas. Toda esa gente tuvo que echarse a lasbarricadas de la vida que es donde antes caen los bombar-deos de la insolidaridad y la intolerancia.

DON LORENZO.— Es que las guerras, los enfrenta-mientos, cualquier conflicto, todo desencuentro se ha glo-balizado. Todos podemos alzarnos en armas sin importar

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contra quien, crear estrategias bélicas, poner bombas,secuestrar o hacer prisioneros. La educación, la enseñanza,la política, la vida de cualquier corrala está a expensas delterrorismo personal.

DON HIPÓLITO.— Menos mal que me voy a morirporque yo ya no estoy preparado para tanta supervivencia.

DON LORENZO.— La vida siempre ha sido un cam-po de batalla. Ahora tenemos terroristas del ocio, talibanesafectivos e insurrectos del humanismo.

CARLOS.— Me gustaría tanto que los políticos fueranhumanistas.

DON HIPÓLITO.— Es una pena que los políticosbecados por los laboratorios sociales no tengan concienciade que la vida y la sociedad permanecerán después de quefinalicen sus mandatos.

DON LORENZO.— Está todo muy revuelto, muyantipático. Supongo que serán modas vitales, parches delaquí y ahora.

DON HIPÓLITO.— Pero modas de las que pasan ode las que se quedan.

DON LORENZO.— Siempre queda algo de todo. DON HIPÓLITO.— No entiendo nada. DON LORENZO.— Son ciclos. DON HIPÓLITO.— Estoy mareado de tanto ciclo,

yo me bajo del tío-vivo. Menos mal que me voy a ir de unmomento a otro. Me canso.

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DON LORENZO.— La gente es como es y hay loque hay.

CARLOS.— Se le enfría la sopa, Don Hipólito.DON HIPÓLITO.— Siempre llegamos tarde a casi

todo.CARLOS.— ¿A qué se refiere?DON HIPÓLITO.— A todo. A casi todo. Asistimos a

rutinarios barridos de conciencia y lo único que se nos ocu-rre es pensar que hemos madurado y somos más flexibles.

DON LORENZO.— Somos más cobardes, pero lollevamos bien.

CARLOS.— Hay mucha gente comprometida con elmundo.

DON HIPÓLITO.— Alguna habrá, claro, bien busca-do todo se encuentra. Pero duran tan poco sus trayectosvitales que nos enfrían todas nuestras esperanzas.

CARLOS.— No hay que ser negativos. La vida es nues-tro mejor regalo.

DON HIPÓLITO.— Cierto, y quien diga lo contrariomiente, pero tardamos demasiado tiempo en desenvolverese regalo.

CARLOS.— Pero al final lo disfrutamos.DON HIPÓLITO .— Si, cuando estamos dispuestos

a disfrutar del regalo nos avisan por megafonía que nues-tro tiempo para jugar en el mundo ha finalizado. El recreode la vida se acaba demasiado pronto.

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CARLOS.— No diga eso, sabio ejemplar.DON HIPÓLITO.— Lo que no puede cambiarse por

fuera, que no transforme demasiado nuestro interior. Enfin… ¿Y qué tal tus investigaciones, Carlos?

CARLOS.— Lentas.DON HIPÓLITO.— Bien. Templanza y reflexión ¿Y

los estudios?CARLOS.— Casi olvidados.DON HIPÓLITO.— Bien hecho. La única forma de

ser medianamente feliz es olvidar la cultura superflua yrepresiva. Los libros hablan de demasiadas mentiras connaturalidad enfermiza. La verdad con mayúsculas suele serconocimiento marginal. ¿Y la novia?

CARLOS.— ¡Vaya!DON HIPOLITO.— Entiendo. También bien. A las

mujeres se las quiere más cuando están lejos y dado que lo queellas desean es que se las quiera, mientras más lejos mejor.

CARLOS.— Venga, tome un poco de sopa. Como nose alimente un poco se va a quedar en los huesos.

DON HIPÓLITO.— Hoy me apetece ayuno. Venga,ayúdame a levantar este recuerdo de máquina casi perfecta.Voy a seguir meditando por la paz, que buena falta nos hace.

DON LORENZO.— Deja, ya le ayudo yo y tú tomaalgún bocado, que ya es hora.

CARLOS.— Te arreglo un poco la cocina, tomo algoy sigo con mis investigaciones.

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(Carlos se retira de escena mientras Don Lorenzo ayuda a DonHipólito a sentarse búdicamente junto a otros almohadones próximos.Le observa mientras cuenta en voz alta hacía atrás)

DON LORENZO.— Diez, nueve, ocho… tres, dos,uno ¡trance! (Don Hipólito queda fuera del mundo cotidiano).¡Bendito autocontrol! (Suena el timbre) ¡Ya abro yo! Debeser el nuevo inquilino.

(Aparece tras la puerta una mujer joven sugerentemente vestida por-tando bultos grandes con gran facilidad)

RAÚL.— ¿Pensión Amanecer, verdad?DON LORENZO.— ¿En qué puedo servirle?RAÚL.— Tengo reservada una habitación.DON LORENZO.— Usted es…RAÚL.— Me llamo Raúl Miraflores. Por favor, prefe-

riría que no me hiciera preguntas.DON LORENZO.— Pues me da usted un disgusto. RAÚL.— Solo estaré unos días. Estoy de paso. Conoz-

co las reglas: aseo, silencio y nada de compañías en lashabitaciones.

DON LORENZO.— Si usted quiere cumplir esasreglas está en su pleno derecho.

RAÚL.— He intentado compartir piso pero sólo heencontrado jovencitas en busca de su identidad o separadas

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