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Colombia Internacional No. 55

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Universidad de los Andes, Colombia Facultad de Ciencias Sociales Departamento de Ciencia Política Revista de libre acceso Consúltela y descárguela http://colombiainternacional.uniandes.edu.co/

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CONTENIDO

La tercera guerra del golfo: los estados unidos contra iraq, 2003 Luis E. Bosemberg 5

Dimensiones políticas y económicas del conflicto armado en colombia: anotaciones teóricas y empíricasAlexandra Guáqueta 19

Administrando la adversidad: respuestas empresariales al conflicto colombianoAngelika Rettberg 37

Capitalismo, control y resistenciaEduardo Donjuán y Arlene B. Tickner 55

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LA TERCERA GUERRA DEL GOLFO:LOS ESTADOS UNIDOS CONTRA IRAQ, 2003

Luis E. Bosemberg1

Desde una aproximación de larga duración la tercera guerra del Golfo se relata como el enfrentamiento de dos estados en una lucha por el poder. El texto busca a partir de una reflexión histórica, presentar el conflicto entre Estados Unidos e Iraq no como un simple ejercicio del imperialismo norteamericano, sino como un pro-ceso con dinámicas propias e intereses comunes en la región, que se apoyan en la lógica de la expansión territorial devenida de siglos atrás. El texto asume una postura analítica del conflicto desarrollando una doble argumentación donde en-frenta las versiones oficiales a las críticas para definir si finalmente se dará paso o no, a un ordenamiento democrático en la región. Palabras claves: Guerra del Golfo/ orden regional/ imperialismo/ expansión/ nacio-nalismo árabe/ terrorismo.

From a longue duree perspective the third Gulf War is examined as the confrontation between tuvo states in a struggle for power. The , nicle utilizes a historical framework to present the conflict between the United States and Iraq, not as a simple exercise of U.S. imperialism, but rather as process with unique dynamics and common interests in the región that build upon the logic of territorial expansión characterizing earlier periods. The author adopts an analytical posture regarding the conflict characterizedby a dual argument in which official versions ofthe war are contrasted with critical ones in order to then analy ze the feasibility ofa democratic order in the región. Keywords: gulf war/ regional order/ imperialism/ expansión/ terrorism/ nationalism.

cA presente artículo indaga, en una presen- en la región. Mientras que Iraq, inicialmente tación histórica, sobre los diversos factores fundado por intereses occidentales y reac- que condujeron a la tercera guerra del Gol- cionando más adelante contra dichos inte- fo. Parte de la idea de que dos proyectos reses y sus aliados regionales, estableció un hegemónicos se enfrentaron en una corta modelo -que en su momento fue progresis- guerra a principios de 2003: Estados Unidos ta y modernizador- y que enarbolando la contra Iraq. Se trata de mostrar, por un lado, bandera del panarabismo quiso convertirse el ascenso y la caída de Iraq, y, por el otro, la en un líder regional, escalada norteamericana en la región. Los Estados Unidos son los herederos de intere- No se trata simplemente del imperialis- ses occidentales para los que prima la estabi- mo norteamericano y una de sus víctimas, lidad, la consecución del petróleo y que, en Diversos actores regionales han poseído una múltiples ocasiones, por ello, han apoyado dinámica propia y no han sido meramente regímenes autoritarios para tener influencia objetos pasivos. Algunos han sido hábiles y

1 Profesor asociado del Departamento de Historia de la Universidad de los Andes. Recibido: 03/03/003 - Aprobado: 04/08/003.

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han sabido aprovecharse tanto de los espa-cios o tensiones que producen las potencias occidentales, ya sea entre ellas mismas o en-tre ellas y actores regionales, así como tam-bién de las tensiones y sucesos regionales. Iraq fue uno de ellos.

No queremos presentar una visión maniquea, tan corriente en estos días, por ejemplo, en la mayoría de los medios norte-americanos. Una serie de procesos históri-cos explican el presente. No queremos per-sonificar ad absurdum lo que queremos mos-trar, es decir, no se trata de culpar a un solo personaje de todo lo que está sucediendo. Inclusive, una dictadura no es sólo la obra de un hombre, depende de circunstancias políticas que posibilitan su llegada al poder, circunstancias que la dictadura también puede llegar a alterar. Satanizar personajes equivale a extraerlos de su contexto históri-co y utilizarlos como herramientas para jus-tificar acciones. Creemos que la tesis de los proyectos hegemónicos, explicados históri-camente, es un intento de objetividad, o por lo menos, un intento de distanciamiento, una visión desde afuera, o si se quiere, una mirada desde una tercera posición. Mejor dicho, hay que tener en cuenta la historia de los actores en cuestión, sus intereses, la rela-ción entre determinados países occidenta-les y los actores regionales y las relaciones entre los actores regionales.

Igualmente, por falta de espacio, nos va-mos a concentrar en aquello que hemos lla-mado los dos proyectos hegemónicos, y, en menor medida, en otros factores. Tan solo al final del texto intentaremos exponer unas perspectivas que incluyen el nivel regional.

Así pues, en una primera parte, haremos un recuento histórico, y en una segunda, analizaremos la crisis actual.

Una primera aproximación, en larga du-ración, consiste en mostrar a estados enfren-tados y, por consiguiente, una lucha por el poder. En ese sentido, se trata de procesos en la longue durée que siempre han acompaña-do al Medio Oriente. Históricamente, varios imperios mesoorientales se han lanzado a la conquista de territorios diversos más allá de sus fronteras iniciales, entre ellos, los de Eu-ropa. Imperios islámicos conquistaron España por varios siglos o estuvieron a las puertas de Viena en dos ocasiones -en los siglos XVI y XVII-. Pero desde el siglo XIX la ecuación cambió. Occidente -la Gran Bretaña, Rusia y Francia- se lanzó sobre la región; en el 2003 presenciamos a los Estados Unidos enfrentados a un país: a Iraq.

INTERESES OCCIDENTALES Y EL ASCENSODE IRAQ

Los intereses occidentales son relativamen-te nuevos y datan, mal que bien, del siglo XIX (Hourani, 1992: 279-312; Cleveland, 1994)2. Ya en los albores del siglo XX al Impe-rio británico le interesaba el crudo de la re-gión y después de la primera guerra mun-dial deseaban el iraquí (además de, por ejem-plo, proteger a la India).

Después de la primera guerra mundial, la destrucción del imperio otomano no con-dujo a un nuevo orden sino a un nuevo desorden. Sus consecuencias están vigentes: así, la primera posguerra es fundamental para

2 Los intereses variaban según la potencia y eran de tipo comercial, financiero, etc.

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entender la política actual; allí se sitúan las raíces de un sinnúmero de conflictos terri-toriales, luchas de liberación nacional, con-flictos interestatales y enfrentamientos inter-nos que se convirtieron en normales. Esto es lo que el profesor Avi Shlaim denomina el síndrome postotomano (Shlaim, 1995: 18).

El vacío de poder que produjo la desa-parición del imperio turco fue ocupado por la Gran Bretaña, el nuevo hegemón regio-nal. En términos legales, su llegada a la re-gión estuvo legitimada por la recién creada Sociedad de las Naciones. Esta le adjudicó los territorios de Iraq y Palestina.

En estos territorios la Gran Bretaña fun-dó Iraq, el Emirato de TransJordania (la futura Jordania), el Mandato Británico de Palestina (el futuro Oestado de Israel) y Kuwait. Las nuevas fronteras se hicieron transplan-tando principios de soberanía territorial de origen europeo a una región en donde las tribus eran más importantes que un Estado, en donde las fronteras tribales eran más claras que los límites nacionales y en donde prevalecía la ley del desierto.

La Gran Bretaña, en la medida en que definía estados, creía que estaba reduciendo las fricciones existentes entre las tribus. Ade-más, divide et impera. Pero los nuevos estados eran autoritarios, inestables, sus gobernan-tes carecían de legitimidad y sus arbitrarias e ilógicas fronteras darían paso a reivindica-ciones irredentistas. La tensión entre Kuwait e Iraq es todavía vigente. Algunas exigencias fueron satisfechas por la Gran Bretaña, otras no: estas generarían fricciones e inestabili-dad.

La fundación del Reino de Iraq, en 1921, obedeció a los intereses políticos, estratégi-cos y comerciales del nuevo hegemón y de

una familia de notables árabes y sus clientes: la dinastía Jachemita. El Iraq original cons-taba de dos provincias turcas: en el sur, Basora, de población shiíta árabe y, al norte de esta, Bagdad, de población también ára-be, pero sunita. Los británicos adhirieron la provincia de Mosul, rica en petróleo y de población kurda, para conformar el nuevo reino. Sobre una verdadera torre de Babel de lenguas, pueblos y religiones Inglaterra trazó el mapa actual del país legitimando un poder tradicional y oligárquico y reforzan-do el carácter autoritario del régimen a tra-vés de elecciones. Las aspiraciones naciona-les de los kurdos, por ejemplo, no fueron tenidas en cuenta, como tampoco las fractu-ras entre musulmanes shiítas y sunitas; los conflictos no tardarían en aparecer.

Se trataba de una soberanía limitada que frenaba también aquellas nuevas aspiracio-nes nacionalistas y panárabes -de las cuales, décadas después, Saddam Hussein sería una de sus figuras-, que surgen como reacción al régimen imperante. Ya en aquella época los nacionalistas sostenían que los británi-cos habían dividido a la nación árabe y que habían fundado un régimen autoritario. Cuando en 1941 un golpe de estado de mili-tares de este tipo derrocó la monarquía, el ejército británico recuperó, mediante una in-tervención militar, la corona para los Ja-chemitas. El nacionalismo se resintió aún más tanto con la presencia inglesa como con la de la monarquía. Este tipo de acciones intervencionistas, en general, minaron y desprestigiaron la presencia de Occidente y, en específico, condujo a la caída de la monarquía en 1958. (¿Será que si se hubie-ra negociado con los militares iraquíes o se hubiera esperado a que el cambio se pro-dujese desde el interior, los intereses bri-tánicos habrían estado protegidos de me-jor manera?)

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En suma, la llegada de la Gran Bretaña creo un estado artificial -un mapa impuesto sobre comunidades muy diversas que gene-ró brotes de violencia reiterativos- y senti-mientos nacionalistas antibritánicos y antioccidentales.

El vacío de poder que generó la paulati-na caída del imperio británico posibilitó nuevas ingerencias extranjeras: la rivalidad entre soviéticos y norteamericanos que des-pués de la segunda guerra mundial produjo una recomposición de fuerzas concentró inicialmente los esfuerzos estadounidenses en Turquía e Irán (Pawelka, 1993: 71). Toda esta situación creó espacios para el triunfo de revoluciones nacionalistas árabes.

La novedad radicaba no solo en la desa-parición del dominio directo de las poten-cias europeas sino también en la creación de estados independientes. La revolución que derrocó al régimen probritánico en Bagdad, en 1958, y, sobre todo el partido Baaz, en el poder desde 1968, que planteó el lema de "unidad, libertad, socialismo", se conside-raba nacionalista, secular, incluía un proyec-to social de redistribución de la riqueza y estaba orientado a la unificación de los ára-bes, lo que se traduciría en unas pretensio-nes imperiales. En la década de los setenta se inició un programa de modernización des-de arriba, basado en una economía pe-trolizada, una alianza con los soviéticos y un gigantesco gasto público. El gobierno gastaba tanto en importación de productos de consu-mo para mejorar los niveles de vida, como en educación y en salud. En industria el gasto público aumentó doce veces, en transporte once veces y en construcción nueve veces. La nueva riqueza hizo al país menos dependien-

te de la Unión Soviética. Las relaciones con los Estados Unidos, aunque oficialmente ro-tas, mejoraban y se manifestaban, para finales de la década de los ochenta, en US 800 millo-nes de dólares en importaciones (Miller y Mylroie, 1990:104-105).

La otra cara del régimen iraquí la com-ponía un poder dictatorial acompañado de un gran uso de la violencia. La heterogenei-dad del país reforzada por el gobierno iraquí (Picard, 1993: 551-578)3 -heterogeneidad también resultante de las fronteras trazadas por los británicos-, y sus consecuentes lu-chas por el poder han hecho de la violencia un instrumento cotidiano. La dictadura se convirtió en la manera tradicional para so-focar revueltas diversas y mantenerse en el poder. El régimen, inicialmente progresista, abrazó el autoritarismo. El Baaz se convirtió en partido único y omnipresente como ins-trumento esencial para intimidar la pobla-ción (Baran, 2002: 26), apoyado por el ejérci-to. En la última década Hussein, en con-travía de los planteamientos modernos del partido, fomentó lealtades tribales (Martínez Muñoz, 200: 103-108).

El triunfo de la revolución islámica en Irán, en 1979, condujo a una recomposición de las fuerzas. Iraq invadió a Irán, potencia regional, para ocupar el vacío que las luchas internas de la revolución islámica estaban produciendo en la región, iniciándose así la primera guerra del Golfo (1980-1988).

La revolución islámica, un golpe contra la presencia norteamericana en el Golfo, acer-có como nunca a iraquíes y estadouniden-ses. Estos abastecerían a aquellos con armas, recursos tecnológicos, partes de misiles,

3 Picard hace un balance sobre los efectos de los gobiernos de militares.

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computadores, químicos, insecticidas e in-formación (Leser, 2003). Junto con los millo-nes de dólares que aportaron las petromo-narquías, Bagdad culminó un proceso de modernización, en este caso, fortaleciendo sus capacidades militares y tecnológicas. Cuando la guerra terminó se había converti-do en una potencia regional que mantenía buenas relaciones con los Estados Unidos quienes lo veían como un firme aliado re-gional.

Así las cosas, Hussein, fortalecido en la década de los setenta y ochenta, se lanzó a una experiencia expansionista y hegemónica pensando en que había llegado la hora de ser el líder de la nación árabe y que, además, contaba con el apoyo estadounidense, de acuerdo con la famosa entrevista entre él y April Glaspie, embajadora norteamericana en Bagdad (Salinger y Laurent, 1991: 62-79)4. En la segunda guerra del Golfo (1991) quería romper el statu quo producto de la primera guerra mundial y convertirse en el Bismarck de la región. Derrotaría a los persas al oriente y a los israelitas y las monarquías al occi-dente5.

Al mismo tiempo, Hussein comenzaba a observar una nueva situación. Como señaló en un discurso en 1990, la posguerra fría con-duciría a nuevos peligros; una vez desapa-recida la Unión Soviética, los Estados Uni-dos se convertirían en los dominadores de la región. La primera guerra del Golfo esta-ba, en parte, muy vinculada a la segunda:

Iraq deseaba poder, riqueza, expansión terri-torial y militar, pero esta vez no quería de-pender de nadie. Quería evitar una domi-nación extranjera.

En resumen y en aras de matizar los pro-blemas, en las décadas posteriores a la se-gunda guerra mundial triunfó, con la revo-lución de 1958, un proyecto modernizante y nacionalista, como reacción a la hegemonía occidental que supo fortalecerse extrayendo ventajas de las superpotencias, a través de una economía petrolizada, una gran dosis de violencia y de coyunturas tales como el triunfo de la revolución islámica en Irán y el consiguiente apoyo norteamericano y de las petromonarquías.

LA POLÍTICA EXTERIORNORTEAMERICANA EN EL GOLFO: LAESCALADA

Durante el período de entreguerras los nor-teamericanos no tenían grandes intereses vitales y estratégicos en el Medio Oriente, no tenían clientes regionales ni bases militares.

Después de la segunda guerra mundial la política exterior estuvo signada por la se-guridad y aprovisionamiento del crudo y la conservación de la independencia y estabi-lidad de los países productores, el control de posiciones estratégicas de la región, la defensa de Israel, el silenciar estados que "no

4 Durante la entrevista Hussein pensó que los norteamericanos le habían dado luz verde, entre otras, cuando la emba-jadora le expresó que el conflicto fronterizo Irak-Kuwait no incumbía a los norteamericanos. Algunos autores opi-nan que se trató de un juego para provocar a Hussein.

5 En el mundo árabe muchos decían que así como Alemania fue unida "a sangre y hierro" Hussein estaba haciendo lo mismo. Bismarck no sólo unificó a Alemania después de tres guerras derrotando a Dina-marca, Austria y Francia, sino que explícitamente expresó que "las cuestiones de la época no la deciden ni los discursos ni los acuerdos de la mayoría...(sino) el hierro y la sangre".

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cooperan" (Laurens, 1991) y, por supuesto, la contención de la URSS, una política que veía a Moscú detrás de cualquier proceso an-tigringo.

En ese orden de ideas, un recorrido his-tórico nos muestra una escalada en la posi-ción norteamericana; militarizando paula-tinamente la región se pasó de una política de gendarmes regionales -apoyando regí-menes autoritarios ya fuesen monárquicos o repúblicas de militares- a un dominio di-recto cuya manifestación más clara es su ac-titud actual.

La década de los setenta nos muestra va-rios ejemplos iniciales. Una de las consecuen-cias del famoso shock petrolero de 1973 con-sistió en una transferencia de armas, bienes, servicios y recursos hacia los países produc-tores de petróleo. Al mismo tiempo, los nor-teamericanos, quienes no tenían los suficien-tes recursos, mantenían una presencia a tra-vés de gendarmes regionales: la Doctrina Nixon. El Irán monárquico y autoritario de-bía salvaguardar el Golfo para Occidente. Entre 1973 y 1980 Irán y Arabia Saudita com-praron armas por un valor de 30 mil millo-nes de dólares (Shlaim, 1995: 65). Los Esta-dos Unidos apoyaban, así, a dos monarquías, poco importaba si eran o no regímenes de-mocráticos o si la venta de armas pudiese desestabilizar la región.

Pero la caída de Irán, con el triunfo de la revolución islámica, y la invasión rusa a Afganistán (ambas en 1979), crearon un sen-timiento de vulnerabilidad en Washington. Su gendarme había desaparecido y por pri-mera vez tropas soviéticas invadían un país que no era del bloque comunista. La respues-ta fue la Doctrina Cárter que especificaba que el Golfo representaba un interés vital para los Estados Unidos. Era una clara adverten-

cia a la Unión Soviética. En 1980 Cárter tuvo acceso a Masira, una isla cercana al Golfo que le pertenecía a Omán, y a bases de apo-yo en Somalia, Mombasa y Egipto. Pero en el Golfo todavía las monarquías no veían con buenos ojos la presencia militar directa esta-dounidense pues, por un lado, considera-ban que la amenaza provenía de Israel y no de la Unión Soviética y, por el otro, temían que ello condujese a enfrentamientos den-tro de sus países. De todas maneras, los saudíes les continuaban comprando armas y ayuda profesional militar, al mismo tiem-po que los fondos norteamericanos -5,5 mil millones de dólares entre 1981 y 1982- no eran suficientes para una presencia directa (Khaddurij, 1998:143-145).

Aunque todavía en la década de los se-tenta Iraq tenía el lema "ni Oriente ni Occi-dente" e intentaba llevarlo a cabo, para los Estados Unidos era un aliado de la Unión Soviética. No bastaba que Bagdad hubiese liquidado al partido comunista y condena-do la invasión rusa a Afganistán demostran-do así independencia de la Unión Soviética. Pero las relaciones cambiaron en la década de los ochenta. Ante la desaparición del gen-darme Irán, Iraq se perfiló como el sucesor de esa política. La primera guerra del Golfo (1980-1988) creó la oportunidad: el objetivo común iraquí-norteamericano consistía en detener la triunfante revolución islámica en Irán. Los Estados Unidos y sus aliados ára-bes armaron a Hussein. Para aquellos, ade-más, el crudo no podía caer en manos de los revolucionarios islámicos.

En síntesis, a finales de la década de los ochenta la administración Reagan conside-raba a Iraq su nuevo aliado regional, como anteriormente había sido Irán, continuando así la política de los gendarmes proocci-dentales. Lo consideraba moderado, bastión

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de estabilidad regional, le continuaba ven-diendo sofisticada tecnología y le otorga-ba créditos del Export-Import Bank. Sobre el régimen represivo y la violación de de-rechos humanos los norteamericanos ca-llaban. El nuevo gendarme parecía un buen aliado.

Pero la década de los noventa marcó una cesura. La invasión iraquí a Kuwait condujo a la segunda guerra del Golfo (1991) y los Estados Unidos entendieron que Hussein ya no era el aliado de los ochenta sino un nue-vo rival. Diez años de intereses comunes desaparecieron de la noche a la mañana. Otro gendarme más dejaba de serlo.

Iraq pudo ser destruido, además, porque los Estados Unidos como única superpoten-cia, una vez desaparecida la Unión Soviéti-ca, contaban con un campo de acción más libre en la región.

Con la desaparición de la URSS, la des-trucción de Iraq durante la segunda guerra del Golfo, el fortalecimiento de las alianzas regionales y una presencia militar directa en el Golfo -bases en Arabia Saudita, el estacio-namiento de aviones de guerra en Kuwait y patrullaje con una de sus flotas- los ameri-canos se posicionaron en la región como nunca antes lo habían hecho. Por primera vez, desde la retirada británica en 1971, el Golfo comenzó a ser vigilado directamente por una potencia occidental. Los saudíes permitieron bases norteamericanas en su te-rritorio ya que las relaciones con Israel me-joraban, a pesar de críticas internas.

La presencia militar de Washington au-mentó. La seguridad de las monarquías de-pendía ahora de la presencia directa estado-unidense, al mismo tiempo que compraban armas. Con la política de la "doble conten-ción" y la doctrina de los "estados picaros" (rogue states) se intimidaba a Iraq y a Irán: el objetivo principal consistía en conservar el statu quo y prevenir cualquier desequilibrio en contra. Se había alcanzado la hegemonía regional (Hudson, 1996: 329-343)6. Así como la hegemonía británica en entreguerras era incontestada la política gringa después de 1991 no tenía grandes rivales militares.

LAS RAZONES DE LA CRISIS ACTUAL:VERSIONES OFICIALES Y VERSIONES CRÍTICAS

Así llega nuestro recorrido histórico a la crisis actual. Ya antes del estallido de la tercera gue-rra del Golfo las versiones oficiales de los esta-dos enfrentados circulaban en los medios de comunicación. Veámoslas más de cerca.

Una parte de la versión oficial norteame-ricana aducía que se trataba de combatir el terrorismo internacional y eliminar una po-tencia peligrosa que poseía armas de destruc-ción masiva ya fuesen nucleares, químicas o bacteriológicas. Claro está que destruir a Iraq hacía parte de los planes; después de todo, este país que en algún momento pensó lide-rar la causa árabe nacionalista se convirtió en un rival de la superpotencia.

Pero la pregunta es, ¿qué tan peligroso era Iraq? o, ¿si en la década de los noventa se

6 Si se hace un balance de la situación americana está claro que nunca había estado tan a su favor: la URSS había desaparecido, Israel no sólo había sobrevivido sino que era la potencia regional por excelencia, el nacionalismo árabe había abandonado su radicalidad de antaño y el petróleo (o casi todo) se halla en manos de aliados dependien-tes de los americanos.

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alcanzó la hegemonía estadounidense por qué la avanzada del 2003? Si Bagdad hubie-ra estado verdaderamente armado tal vez hubiese presentado un verdadero desafío a la hegemonía gringa: el choque de dos pro-yectos hegemónicos en el 2003. Es decir, de nuevo hubiera estado en juego quién deci-diría los destinos del Golfo Pérsico. Esta his-toria se encuentra en la larga duración.

Pero todo parece indicar que no se trata-ba de una amenaza mundial, sobre todo si tenemos en cuenta la contundente derrota militar en 1991, doce años de embargo, las limitaciones a su espacio aéreo, el haber es-tado bajo constante vigilancia y la consi-guiente rápida derrota del 2003. Formulemos la tesis, más bien, de que se invadió el país más débil de la región como el primer paso a un nuevo tipo de hegemonía regional: la presencia definitiva, directa y militarmente masiva; la culminación de la escalada en el eslabón menos fuerte de los estados regiona-les. Hasta el momento no se han encontrado las famosas armas de destrucción masiva, y si las hubiese habido, ¿no las hubiera utili-zado el -como dirían los gringos- "despia-dado" dictador?

Otra parte de la versión oficial dice que las acciones iraquíes eran el producto del "mal". Pero valdría la pena considerar qué causa el antiamericanismo en Iraq o en la región en general. Muchos ven en la política norteamericana la continuidad de la he-gemonía occidental, otros critican el apoyo irrestricto a regímenes autoritarios, a otros les provoca una gran indignación el apoyo norteamericano a Israel en contra de los de-rechos nacionales palestinos.

Continúa la versión oficial añadiendo que se trata de acabar con una dictadura en nombre de la democracia. Pero los norteame-

ricanos en diversas ocasiones y continentes las han apoyado. Ya vimos cómo el "malo" Hussein fue apoyado por los EEUU. Más correcto sería afirmar que se trata de elimi-nar una dictadura que es "enemiga" de los Estados Unidos. Es decir, no es una cuestión de principios jurídico-políticos, sino de Realpolitik.

Una parte de la versión iraquí señalaba que los norteamericanos, ante todo, querían derrocar al gobierno de turno para colocar uno cercano a sus intereses, apoderarse del petróleo y tener el poder en la región; es decir, no se trata de la simple destrucción de armas -una versión que se ajusta más a la realidad-. La otra parte de la versión que apunta a denunciar una agresión contra un país árabe y solicita la solidaridad frente al imperialismo, nos parece más ideologizada pues como ya hemos demostrado Hussein no sido meramente una víctima.

Si miramos más allá de las versiones ofi-ciales hay que tener en cuenta los imperati-vos económicos del crecimiento estadouni-dense. Hoy en día se encuentran en el poder los sectores más conservadores de la socie-dad que han lanzado una estrategia global en donde cuentan intereses militares y es-tratégicos, ideológicos y económicos y que defienden una política unilateral que ve al mundo como un escenario real de conflic-tos y lleno de peligros (Mohamedi y Sadowski, 2001:13-14).

Desde los inicios de la actual administra-ción las acciones unilaterales han sido muy variadas aunque después de los hechos de septiembre se hizo necesaria la cooperación multilateral; el conflicto debería asumir un carácter planetario contra un enemigo pla-netario. Pero la guerra se produjo sin la apro-bación de las Naciones Unidas, lo que indi-

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có el retorno a las acciones unilaterales. Al escribir estas líneas, sin embargo, algunos países, como la Gran Bretaña, revindicaban las acciones del famoso organismo mul-tilateral y los norteamericanos parecían es-tar de acuerdo, sobre todo en lo concerniente a su participación en el nuevo Iraq. Todo parece indicar que dentro del gobierno nor-teamericano existen desavenencias al res-pecto.

Como en el caso de la Gran Bretaña des-pués de la primera guerra mundial, el petró-leo juega también hoy un papel. Algunos analistas opinan incorrectamente que no es propiamente por el crudo porque si de ello se tratase los norteamericanos estarían a pun-to de invadir a Venezuela por la crisis que allí se atraviesa. Este razonamiento parte de una premisa falsa: los Estados Unidos ata-can cuando ven estrangulados sus recursos de crudo. Pero ese no es el problema. Los norteamericanos poseen fuentes alternas. Se trata, más bien, de construir opciones a lar-go plazo. Un gobierno a su favor en Bagdad seguramente privilegiaría a sus compañías en vez de las rusas o francesas que ya en la década pasada habían negociado con Iraq su presencia en este país, una vez terminase el embargo. Aquí estaña una parte de la ex-plicación de por qué Rusia y Francia no ven con buenos ojos una hegemonía gringa.

Pero la historia es más extensa. Con la caída de la Unión Soviética y el surgimiento de repúblicas independientes en la Trans-caucasia y Asia central, estas dos regiones, que incluyen el Mar Caspio, se convirtieron en objeto de una rivalidad de multinaciona-les y sus respectivos estados. La prospección petrolera y la construcción de oleoductos hacia los mares se convirtieron en objeto de rivalidad internacional. Los Estados Unidos desean, pues, acceder a las vastas reservas

petroleras y a los oleoductos. En el siglo XIX a la competencia entre las potencias en esta región se le denominó el "Gran Juego" (Chetarian, 2001:16-17; Rashid, 2001:219-239).

Diversos cálculos precisan que la depen-dencia norteamericana del crudo crecerá con el pasar del tiempo. Se necesita no solo di-versificar las fuentes extranjeras sino también controlarlas ya que varias de esas regiones petroleras son inestables, o son antiame-ricanas, o, al menos, podrían presentar al-gún tipo de resistencia a cualquier presen-cia gringa.

Un estudio del Deutsche Bank señala que más de una veintena de compañías petrole-ras, con Rusia y Francia a la cabeza, y que incluyen, además, a Argelia, Malasia, Tur-quía, China, Italia y Gran Bretaña, estarían compitiendo por establecerse en Iraq. Se tra-ta de 112 mil millones de barriles sin contar con las reservas todavía en prospección a lo largo de la frontera con Arabia Saudita y Jordania, que probablemente contienen en-tre 60 y 200 mil millones de barriles. La com-petencia es grande.

La cuestión no tiene que ver solamente con intereses petroleros. Si la tendencia a la consecución del petróleo no es nueva, los eventos de septiembre les presentó la opor-tunidad para llevar a cabo unas estrategias militares que apuntan a hacer de los Estados Unidos el hegemón planetario. Después del 11 de septiembre surgió la idea de emplear fuerzas preventivas y cada vez más ágiles, más efectivas, y que, contando con el gran uso de las tecnologías más sofisticadas, pu-diesen llegar a cualquier parte del mundo. Hace más de 40 años el presidente norteame-ricano Eisenhower advirtió sobre la inad-misible influencia en la política del "com-plejo militar-industrial". Hoy por hoy, los

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analistas hablan del triángulo industria armamentista, militares y políticos que to-man decisiones sobre estrategia, asignación de recursos y sistemas de armas. De las diez compañías productoras de armamento más importantes, siete se sitúan en los Estados Unidos. En el gobierno actual están presen-tes otrora ejecutivos de compañías petrole-ras y de armamentos. El presupuesto nacio-nal de defensa es 25 veces más alto que la totalidad de los presupuestos de aquellos que Estados Unidos denomina "picaros": Irán, Iraq, Libia, Siria, Sudán, Corea del Norte y Cuba.

Más aún, la actual administración quiere distinguirse claramente de su predecesora a quien ve como poco efectiva en materia de política exterior. Clinton estaría para Bush en la línea de toda una tradición de ciertos grupos llamados aislacionistas. Para éste el 11 de septiembre es un claro indicio de que "América" no puede darse el lujo de perma-necer aislada. Se trata de un expansionismo mesiánico en nombre de la democracia, la religión y la lucha contra el terrorismo. Bush cree que definitivamente los valores occiden-tales democráticos van a llegar a Iraq y que el atraso y, por ende, el terrorismo del Medio Oriente se debe a la falta de democratiza-ción. Más aún, Bush es un fiel creyente. Está convencido de que Dios está con él, es decir con el "bien" y que la lucha en contra del "mal" es justa. Se trata también de una cru-zada con tintes religiosos: la tónica estado-unidense "con nosotros o contra nosotros" es la misma desde los eventos de septiem-bre: ¿una guerra religiosa?

Como en 1990, los EEUU movilizaron sus tropas antes de cualquier arreglo. La guerra estaba decidida desde un principio. Ellos señalaron desde el comienzo quién era el enemigo.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

El conflicto, pues, se inscribe en una serie de continuidades de vieja data que junto con la historia contemporánea mezcla intereses occidentales y regionales.

Si en una época lejana el mundo islámi-co avanzó sobre Occidente, desde el siglo XIX presenciamos el caso contrario: la avan-zada occidental. La Pax Británnica del perío-do entre guerras como la Pax Americana ac-tualmente no presentan grandes rivales y ambas, en aras de la estabilidad, no vacila-ron en apoyar regímenes autoritarios. Para las dos primaba el petróleo y la estabilidad.

En términos geopolíticos todo parece indicar que se está produciendo una avan-zada hegemónica norteamericana sin prece-dentes, ya que en los últimos 50 años presen-ciamos una escalada norteamericana en la región del Golfo Pérsico: de la política de gendarmes y la rivalidad con la Unión So-viética al control directo sin competencia.

Al mismo tiempo, la fundación de Iraq en 1921, inicialmente prooccidental y auto-ritaria, condujo a una reacción nacionalista triunfante: la revolución de militares de 1958. Pero esta ideología, sumada a una moderni-zación acelerada y petrolizada, despertó áni-mos expansionistas. Así, Iraq creció y se for-taleció gradualmente. Un país dependiente y débil se transformó en una potencia regio-nal, de progresista a expansionista, lo que produjo su caída.

Hussein soñó con ser el heredero de los grandes gobernantes históricos de Mesopo-tamia pero su proyecto lo condujo a tres guerras. La primera lo fortaleció, la segunda lo debilitó y la tercera produjo su caída defi-nitiva. El pueblo iraquí, víctima tanto del

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embargo que los norteamericanos obstina-damente durante toda la década pasada se rehusaron a levantar, y del régimen dictato-rial, fueron otra vez las víctimas en la tercera guerra del Golfo.

Así pues, los problemas creados por la primera posguerra no han desaparecido. Como diría el profesor Shlaim: continúa el síndrome postotomano.

PERSPECTIVAS

En ese orden de ideas, ¿quién se beneficia-rá? ¿hasta qué punto se creará un orden es-table?

Muchos justifican la acción norteameri-cana porque la democracia florecerá en Iraq (Winter, 2003: 2-18) y eso, de por sí, vale la pena. Pero, ¿es así de fácil? Dos de las estruc-turas fundamentales de las últimas décadas, el Baaz y el aparato militar, colapsaron pero las fricciones étnicas y religiosas, es decir, la gran diversidad que el régimen mantuvo a raya no ha desaparecido, ¿se producirán conflictos internos? La guerra podría desta-par rivalidades entre regiones y rencores que Hussein contuvo con su dictadura militar partidista. No existe una gran tradición de fuerzas democráticas, ¿surgirán de la noche a la mañana con la varita mágica estadouni-dense? El tribalismo fomentado por Hussein, ¿se convertirá en otra fractura más? ¿Podrá ser desmontado el excesivo centralismo au-toritario? La Pax Americana no parece tener en cuenta la complejidad y fragmentación de Iraq. ¿Cómo se va a tratar a los prisioneros de guerra? ¿Como a los Talibán en Guan-tánamo?

La campaña norteamericana se justificó también con la idea de acabar con un régi-

men despótico. Pero, resulta que regímenes despóticos como los de Arabia Saudita y Egipto son aliados de los Estados Unidos. Por supuesto que a ellos no se les va a invadir.

Los kurdos, habitantes del norte de Iraq, creen en algún tipo de federación que les otorgue sus libertades perdidas, ¿será posi-ble realizar ese plan teniendo en cuenta que Turquía, aliada de Norteamérica, ve con malos ojos cualquier autonomía kurda iraquí? A Turquía le ha convenido que Iraq mantuviese a raya a sus kurdos; así ha debi-litado a los kurdos turcos. Al escribir estas líneas los norteamericanos acababan de in-vitar a oficiales turcos a participar en las ac-ciones del norte del Iraq. ¿Será el inicio de una serie de limitantes que se le impondrán a los kurdos iraquíes?

Los shiítas iraquíes, que son entre el 65 y el 70% de la población, y que habían sido excluidos del poder por la minoría sunita de Hussein están aprovechando la nueva situación para reivindicar sus aspiraciones reprimidas por tanto tiempo. Ya intentaron hacerlo en 1991 cuando creyeron que el ré-gimen se había debilitado por la guerra. Re-cordemos que en aquel entonces no fueron apoyados por los Estados Unidos. Más aún, ¿qué hará el Irán shiíta? ¿apoyará a sus correligionarios en Iraq ahora que estos go-zan de espacios políticos?

Bush padre, durante la segunda guerra del Golfo y para movilizar apoyo, formuló la idea de un nuevo orden democrático, un programa de cinco puntos para la región: democracia, desarrollo económico, control de armas, seguridad en el Golfo y solución al problema palestino. Los resultados nunca se vieron. Un solo ejemplo: en la inmediata posguerra, kurdos y shiítas fueron duramen-te reprimidos por Hussein y no recibieron

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el apoyo gringo para lograr reformas políti-cas. ¿Será que los estadounidenses esta vez sí van a garantizar las aspiraciones libertarias de las múltiples comunidades iraquíes? Se-gún ellos, sí.

Tal parece que no va a haber un gobierno marioneta en Bagdad que probablemente atizaría el tradicional antiamericanismo en la región, ánimos antioccidentales y, por ende, antiliberales. Elecciones libres son un paso positivo, pero una larga permanencia militar podría desacreditar a los estadouni-denses. Imaginemos una discusión interna en el Medio Oriente, ¿cómo podrían inte-lectuales modernos de la región convencer a sectores antioccidentales de los beneficios de Occidente cuando este está permanecien-do largamente en un país?

Suponiendo que Iraq fuese un centro del terrorismo internacional, ¿la acción militar es la solución al problema? Para acabar con el terrorismo se necesita una solución a las injusticias que lo crean. Más que un proble-ma militar, ¿no es un problema social? Bue-no, según Bush, es un problema de falta de democracia.

¿Establecerán los norteamericanos, como lo hizo la Gran Bretaña, una democracia res-tringida? Al terminar estas notas los gringos no veían con buenos ojos las manifestacio-nes shiítas, que interpretan como la inter-vención de Irán a favor de un gobierno islá-mico. ¿Qué pasaría si en un juego democrá-tico el clero shiíta llegase al poder? La tesis de un Irán que exporta la revolución se pa-rece a la que utilizaban durante la Guerra Fría ciertos norteamericanos cuando culpa-ban a los soviéticos de estar detrás de movi-mientos sociales en el Tercer Mundo. Tanto en este caso, como en el actual, se ignoran las circunstancias históricas del correspondien-

te país y se apela a una teoría simplista de la conspiración.

Igualmente, oficiales turcos han sido in-vitados por los norteamericanos al norte del Irak y milicias de guerrillas kurdas comien-zan a ser desarmadas. ¿Están interviniendo los turcos en el futuro del norte de Iraq? Los norteamericanos critican —en aras de la de-mocracia- la intervención de terceros, como a Irán; pero invitan a otros terceros: a los turcos. ¿Al fin qué?

Muchos en el Medio Oriente detestan la intervención gringa como también el régi-men de Hussein. Pero además han visto cómo muchos regímenes dictatoriales han sido apoyados por los Estados Unidos. A ellos les cuesta trabajo creer que esta vez Nor-teamérica sí va a apoyar la democracia en Iraq. En Afganistán, por ejemplo, a pesar de la invasión gringa, hoy en día se están forta-leciendo los señores de la guerra. Es decir, las fracturas tradicionales del país están cada vez más al orden del día. Una vez eliminado el enemigo talibán, la situación afgana per-dió el interés.

Invadir Iraq, uno de los estados más im-portantes de la región, conlleva otros ries-gos ya que el equilibrio de poder regional se redefinirá. Sus vecinos que ya no tendrán a los debilitados ejércitos iraquíes al otro lado de la frontera ¿que harán? ¿Se sentirán ame-nazados? Dos enemigos tradicionales de los gringos se verán rodeados: Irán y Siria. ¿Se-rán los próximos objetivos "preventivos"? A Siria le convendría un enemigo tradicional derrotado pero quedaría rodeado de enemi-gos: Israel, Turquía, Jordania y Estados Uni-dos ¿cómo reaccionará? Al momento de este escrito, los Estados Unidos comenzaban a ejercer fuertes presiones sobre Siria. La retó-rica en contra de este país es la misma que se

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acaba de utilizar contra Iraq: ¿el preludio a otra invasión?

¿Qué pasará en Irán? Por una parte, ya hay tropas norteamericanas en su frontera oriental, concretamente en Afganistán, ¿se va sentir presionado con la ocupación militar al occidente de su frontera? ¿Se agudizará el conflicto interno? (Bosemberg, 1997: 51-65; Khosrokhavar y Roy, 2000) ¿O se unirá versus EEUU? El campo reformista liderado por Jamenei que está intentando abrir espa-cios más democráticos, ¿se verá debilitado a favor del sector conservador que en los lincamientos de Jomeini desea una sociedad más cerrada y una política más antiocci-dental? Por otra parte, a Teherán le conven-dría ver a un enemigo tradicional derrotado y así probablemente ingerir en Iraq a través de los shiítas. El petróleo en manos norte-americanas que deseen maximizar la inver-sión conduciría a bajar los precios, lo que le convendría a EEUU pero no a Irán; tampo-co a Arabia Saudita.

Otro aspecto que hay que tener en cuenta son las consecuencias de orden interna-cional. La Unión Europea se está dividien-do, y probablemente la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) también siga por ese curso. Puesto que la guerra tuvo lugar sin la aprobación de las Naciones Uni-das su desprestigio es inmenso y, seguida-mente, dará pie para más acciones unilatera-les y no sólo por parte de los Estados Unidos.

La guerra tuvo lugar porque sólo en el Medio Oriente es posible. En otro escenario no. A los norteamericanos les va quedar im-posible luchar contra la otra parte del "eje":

Corea del Norte. Con unos chinos y japone-ses presentes en el Lejano Oriente tocará to-mar otra alternativa.

Una vez más vuelve al vocabulario inte-lectual y político la famosa frase de Hungtinton "el choque de civilizaciones". Pero la historia entre Occidente y el Medio Oriente no ha sido siempre un "choque"; está llena de amores y odios, de intercam-bios y de bloqueos, de aceptación y de re-chazo, de guerra y de paz. La negación de los derechos nacionales palestinos, el te-rrorismo islámico y la hegemonía norte-americana, contribuyen a que hoy en día la relación entre las dos partes no sea la mejor. Desde el siglo XIX se han sucedido innumerables intervenciones occidenta-les. Esta es otra de ellas. Lo que se necesita es un diálogo entre las civilizaciones. Por-que recolonizar en nombre de la demo-cracia puede ser dañino para las demo-cracias occidentales.

En alguna ocasión nos referimos a la se-gunda guerra del Golfo como una de las grandes cesuras de la región7; todo parece indicar que la tercera guerra del Golfo es otra de ellas.

Algunos festejan ya la caída de Bagdad como un gran triunfo pero todavía es muy temprano para hacer un balance real de la situación.

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7 Nos referíamos a los impactos producidos por la primera guerra mundial; la primera guerra árabe-israelita, 1948-1949; la segunda guerra árabe-israelita, 1956 y la tercera guerra árabe-israelita, 1967.

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DIMENSIONES POLÍTICAS Y ECONÓMICASDEL CONFLICTO ARMADO EN COLOMBIA:

ANOTACIONES TEÓRICAS Y EMPÍRICAS1

Alexandra Guáqueta2

Ante la correlación existente entre los diagnósticos interpretativos sobre el conflicto armado y la formulación de políticas o rutas legales para su resolución, este artículo expone una nueva agenda académica desde la cual las dinámicas individua-les y colectivas de apropiación de recursos y viabilidad económica suponen un redimensionamiento de la conceptualización y resolución de los conflictos. El énfa-sis en las funciones económicas racionales de los actores del conflicto son un aporte al debate teórico a partir de la introducción de nuevas herramientas analíticas. Palabras claves: conflicto armado colombiano/ nueva agenda académica/ viabilidad económica/ racionalidad.

Given the correlation between conceptual interpretations of armed conflict and the formulation ofpolicies or legal routesfor its resolution, this article explores a new academic agenda in which individual and collective dynamics ofresource appropriation and economic viability lead to the reconceptualization of conflict and its resolution. In this sense, the rational economic functions ofactors in conflict constitute an important contribution to the theoretical debate in that they introduce new analytical tools. Keywords: Colombian armed conflict/new academic agenda/ rational economic functions.

INTRODUCCIÓN clusión política e ideológica, la resistencia al autoritarismo, la rebelión marxista o la ex-

Los conflictos internos, muchos de ellos de- tensión de la competencia entre Estados nominados guerras civiles por su intensidad Unidos y la ex Unión Soviética durante la y por involucrar a las fuerzas estatales de se- Guerra Fría. También se han estudiado algu- guridad como actores, han sido materia de nos de los aspectos socio-económicos que estudios predominantemente sociológicos y han jalonado a los movimientos sociales de politológicos. Bajo los lentes analíticos de protesta que algunas veces se transforman estas disciplinas se han estudiado los oríge- en conflictos armados, como la discrimina- nes políticos de conflictos tales como la ex- ción de clase y el subdesarrollo. Y, por últi-

1 Trabajo presentado el 16 de agosto de 2002 en el seminario: La economía política del conflicto colombiano, organizado por el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes. Es fruto de mi vinculación al programa de investigación Agenda económica en las guerras civiles, del International Peace Academy en Nueva York -IPA (2001-2002). Recibido: 02/19/003 - Aprobado: 04/02/003. 2 Doctora en Relaciones Internacionales de la Universidad de Oxford.

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mo, los estudios sobre conflictos armados se han enfocado en sus dimensiones estratégi-co-militares (Holsti, 1996).

Por lo general, esta literatura ha argumen-tado que muchos de estos conflictos estuvie-ron enmarcados dentro de la confrontación fría entre el Occidente capitalista y el Oriente marxista, una pugna que se volvió caliente en los espacios de combate del Tercer Mundo. E indudablamente fue así, como se verá en las siguientes situaciones y ejemplos: conflictos internos (en Angola, Afghanistán, Nicaragua y Mozambique), guerras interes-tatales (Irán contra Irak) y dictaduras rapa-ces (la de Mobutu en Zaire) se alimentaron con fondos y apoyo político de las dos su-perpotencias. Por ello, con el fin de la Gue-rra Fría y las olas de democratización políti-ca y liberalización económica mundial a partir de los noventa, académicos y políti-cos de Occidente auguraron paz internacio-nal y doméstica. Pero contrario a sus expec-tativas, nuevas confrontaciones aparecieron en el mapa y algunas viejas guerras civiles se reciclaron dentro de la globalización y se intensificaron, como es el caso de Colombia. ¿Qué origina esta nueva generación de con-flictos internos si ya las pugnas ideológicas entre capitalismo y marxismo, y entre demo-cracia y autoritarismo habían quedado re-sueltas con el fin de la Guerra Fría, y si los apoyos militares de Estados Unidos y la ex Unión Soviética disminuyeron?

Son estos interrogantes los que han ayu-dado a formar la nueva agenda de investiga-ción de la economía política de los conflic-tos internos, la cual se enfoca en algunas de las dimensiones económicas, especialmente las dinámicas individuales y colectivas de apropiación de recursos y la viabilidad eco-nómica para hacer la guerra. Este artículo tiene por objeto describir dicha nueva agen-

da académica, discutir su relevancia en el análisis del conflicto colombiano y evaluar cómo éste contribuye al debate teórico.

LA NUEVA AGENDA ACADÉMICA DELA ECONOMÍA POLÍTICA DE LOS CONFLICTOS INTERNOS

La desintegración de Yugoslavia en 1992 y el genocidio de 1994 en Rwanda sugirieron que los nuevos conflictos internos se originaban en pugnas entre identidades étnicas y reli-giosas, que habían sido mediadas y aplaca-das por regímenes autoritarios durante la Guerra Fría. Este contexto y este diagnóstico concientizaron la comunidad internacional acerca de la prevalencia de las diferencias étnicas y la heterogeneidad cultural a pesar de los procesos homogeneizantes de la Gue-rra Fría y la globalización (Ignatieff,1993; Kaplan, 1993). Pero pronto esta lectura de los conflictos armados fue criticada tanto por razones empíricas como por razones prescriptivas. Por un lado, se hizo evidente que los factores económicos habían sido tan determinantes como los étnicos en la defini-ción del contorno de muchos conflictos, in-cluyendo el de la ex Yugoslavia (Kaldor, 1999). Era imposible dar cuenta de ciertas guerras como la de Sierra Leona, sin analizar el tráfi-co ilegal de diamantes, o de la dinámica en-tre el Movimiento Popular para la Libera-ción de Angola (MPLA) y la Unión Nacio-nal para la Independencia Total de Angola (Unita) sin incluir la economía del petróleo y el mercado internacional de diamantes en el análisis. O, en el caso de Colombia, expli-car muchas de las estrategias y tácticas mili-tares de la guerrilla y los paramilitares sin tener en cuenta la industria de drogas ilícitas y las prácticas extorsivas generalizadas. Ade-más, las micro-dinámicas en otras guerras mostraban la constante reformulación de

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alianzas que obviaban las barreras étnico-re-ligiosas. Por otro lado, la interpretación ét-nico-céntrica de los conflictos era esencial-mente pesimista, auguraba la imposibilidad de convivencia pluricultural, y no propor-cionaba sugerencias prácticas a los formu-ladores de políticas sobre cómo evitar y re-solver conflictos que fueran distintos a la separación total de comunidades diferentes (Keen, 200:20,21).

Es así como se llegó a una lectura de los conflictos internos desde una óptica en la que han convergido variables políticas, la racionalidad económica y la motivación del saqueo de recursos como fuerzas constituti-vas de las guerras civiles (Berdal y Malone, 2000)3. La consideración de variables econó-micas suscitó la formulación de una serie de preguntas e hipótesis acerca de los tipos de actividades económicas que impactan el ori-gen y duración de las guerras. Éstas se pue-den agrupar en, al menos, tres grandes ejes temáticos4.

Racionalidad y motivaciones de los comba-tientes

Parafraseando a Cari Von Clausewitz, David Keen, por ejemplo, se refirió a la guerra como "la continuación de fines económicos por otros medios" (Keen,1998: 11) y argumentó

que las guerras, en lugar de ser episodios de caos, tenían funciones económicas raciona-les a nivel individual, como el lucro. Este tipo de afirmaciones llevó a formular pre-guntas acerca de los móviles de los comba-tientes: si los rebeldes, bien sea la élite de los grupos o los combatientes razos, eran tan solo ladrones armados y organizados movidos por el deseo de enriquecerse, o si sus accio-nes estaban más bien basadas en agravios reales que explicaban su opción por la lucha armada. Después de Keen, sin duda alguna, el artículo que más controversia causó y que le dio vida a este debate a partir de 1999, fue "Greed and Gievance in Civil War" (Collier, 2000), escrito por el director de investigacio-nes del Banco Mundial, Paul Collier, y por su colega Anke Hoeffler, basado en un estu-dio econométrico de más de sesenta episo-dios de guerras civiles. Con tono desafiante, Collier y Hoeffler argumentaron que las gue-rras civiles estaban más relacionadas con re-beldes y mercenarios avaros que con genui-nas protestas contra el autoritarismo y la desigualidad. Collier llevaba décadas traba-jando en temas de desarrollo económico y estaba convencido de que unos de los impe-dimentos más grandes del continente afri-cano para salir adelante en términos socio-económicos eran individuos avivatos y ex-plotadores, y gobernantes corruptos que se valían de quasi-ejércitos para engordar sus cuentas en paraísos fiscales (el caso de Char-

3 En términos generales, la economía política busca analizar las relaciones de poder que inciden en la distribución de riqueza en una sociedad o un estado-nación. Tradicionalmente, los análsis se han valido de la filosofía, la ciencia política, la economía, la historia y la sociología. Los nuevos análisis de la economía política de los conflictos, liderados entre otros por el Banco Mundial, se han caracterizado por usar modelos econométricos, los cuales están basados en ideas clásicas de la decisión racional. Es justamente este abordaje cuantitativo el que ha sucitado grandes críticas y llevado a complementar y hasta revisar dichos estudios por medio de análisis más bien cualitativos. 4 La nueva literatura sobre conflictos armados ha crecido aceleradamente en los últimos cinco años y este artículo no pretende ser una revisión bibliográfica exhaustiva sino abordar algunos de los temas de investigación e hipótesis más relevantes y controversiales. 5 Algunas críticas estaban dirigidas a la elección y construcción de los indicadores usados en las regresiones, otras al

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les Taylor, el presidente de Liberia; de Joñas Savimbi, el líder de Unita en Angola; o de Foday Sankoh, el líder del Frente Revolu-cionario Unido, en Sierra Leone). Una ma-niobra retórica de los autores para resaltar las dimensiones económicas de los conflic-tos en lugar de las políticas fue tildar a los objetivos políticos como "motivaciones" y a los móviles económicos como "racionali-dad" -una categoría aparentemente más "ob-jetiva" y asociada con metodologías "duras" de la economía, en lugar de las herramientas analíticas "blandas" de la ciencia política y la sociología-. Collier y Hoeffler recibieron muchas críticas5 que los obligaron a refinar su estudio y sobre todo a cambiar el lenguaje de sus interpretaciones. En la segunda versión de Greed and Grievance (octubre del 2001), sin embargo, los autores se refirieron a motivaciones (que podían ser políticas o eco-nómicas) y a "oportunidades económicas" para no descalificar la legitimidad de las mo-tivaciones políticas o desconocer su existen-cia empírica, y argumentaron que las moti-vaciones poco importaban pero que las opor-tunidades para realizarlas eran definitivas (Gates, 2002)6. Así, las oportunidades econó-micas determinaban el grado de riesgo de

tener y sostener un conflicto armado. Para ser claros en este punto, las motivaciones se refieren más a un fin y la racionalidad a la forma como se toman las decisiones para al-canzar dicho fin7.

No obstante las críticas y las confusiones que se generaron entre los conceptos de "ra-cionalidad" y "motivaciones", dicho estu-dio puso sobre la mesa un punto fundamen-tal sobre las guerras civiles que nadie podía negar. Para que una rebelión fuera exitosa, o para que una guerra durara, se necesitaban recursos económicos. Se resaltó el tema de la financiación de las guerras, que a su vez ha venido generando estudios innovadores acerca del papel de funcionarios corruptos, del sistema financiero internacional, y de las empresas privadas productivas y extractivas en la economía de las guerras.

La financiación de los conflictos armados

Los sistemas de financiación de las guerras constituyen el segundo eje temático. La idea detrás de este tema es que un grupo comba-tiente puede carecer de recursos políticos o

hecho de que el estudio practicamemte deslegitimaba a la rebelión como una opción militar-política aceptable para lograr cambios estructurales de fondo de una sociedad. En la historia moderna, las revoluciones y los movimientos clandestinos de resistencia habían sido fundamentales para cimentar en el desarrollo de la democracia (por ejemplo, el caso de Europa Occidental y la oposición a los regímenes fascistas).

6 Recientemente han surgido estudios que también usan modelos econométricos, pero que buscan evaluar el peso relativo de variables diferentes a las económicas. Uno muy interesante y relevante para el caso de Colombia es el de Scott Gates que destaca a la geografía y a la capacidad de reclutamiento y castigo de los líderes combatientes como factores que determinan el éxito de un actor armado bien sea legal o ilegal.

7 Adicionalmente, el debate sobre "racionalidad" también se refiere a la metodología en ciencias sociales usada para abordar la pregunta. En términos generales la literatura a identificado a un lado del espectro a los racionalistas-individualistas, asociados con el uso de estadísticas y regresiones econométricas, (muchas veces falsamente) contra-puestos a los holistas, asociados con estudios históricos y ricos en descripción.

8 No he incluido a la apropiación forzada de tierras como una actividad puramente económica generadora de rentas que luego se invierten en las guerras, ya que la apropiación de tierras está íntimamente ligada con el control político y estratégico de las comunidades que las habitan o que las desalojan.

9 La facilidad con la que personas con mano de obra no calificada se apropian de los recursos.

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de bases ideológicas bien cimentadas, no obstante, si tiene músculos económicos y militares podrá seguir sosteniéndose en la guerra. Es decir, la disponibilidad de dinero explica la duración y posiblemente la inten-sificación de los conflictos armados. Ya pue-den vislumbrarse patrones comunes en la financiación de las guerras con base en los nuevos estudios que se han enfocado en este punto. Los grupos rebeldes tienden a depen-der principalmente de: a) el control y la explotación ilegales de los

recursos naturales legales, los cuales soncomercializados en mercados locales einternacionales8;

b) el cobro ilegal de impuestos, o el controlde mercados ilegales con altos márgenesde ganancia, tal como la cocaína, la heroína y el canabis;

c) el control local y regional de la economía subterránea por medio de la producción y el tráfico ilegal de bienes de consumo o de servicios legales, robo, extorsión y secuestro; y

d) la mobilización de las diásporas para obtener donaciones voluntarias o para explotarlas por medio de la extorsión.

Vale la pena añadir que la viabilidad eco-nómica de las guerras se materializa sólo cuando los rebeldes pueden traducir el di-nero en capacidad militar y poder de inti-midación, lo que llamo el factor de "fungi-bilidad" (Guáqueta, 2002). Es decir, los gru-pos armados ilegales deben tener la capaci-dad de generar ingresos, de esconderlos, de accesarlos y de utilizarlos para vestir, dar de comer, armar y equipar a los combatientes, y para reclutar a más combatientes; todo esto

con un nivel relativo de impunidad. En otras palabras, la viabilidad económica es en parte función de las estructuras de oportunidad legales y policivas que le permiten a los combatientes acceder a recursos sin incurrir en mayores costos. Por esto, la ineficiencia, los vacíos legales y las debilidades adminis-trativas de los estados a nivel nacional y lo-cal ayudan a prolongar las guerras. La au-sencia del control estatal sobre la produc-ción económica en zonas de conflicto le per-mite a los grupos armados desarrollar sus actividades económicas para financiar las guerras. La corrupción es igualmente perju-dicial, pues oficiales del sector público com-prometen la aplicación de las leyes y las po-líticas nacionales de seguridad al tranzar con grupos rebeldes (por ejemplo, por medio del desvío de armas), o al enfocarse exclusiva-mente en los sobornos que puedan aceptar. En épocas de guerra el sector de defensa del estado tiende a estar más expuesto a actos de corrupción debido al incremento del presu-puesto destinado a defensa y a las facultades especiales que adquieren las fuerzas de se-guridad, las cuales los eximen de los contro-les rutinarios practicados por las ramas le-gislativa y judicial.

Vale la pena notar que la viabilidad eco-nómica de los rebeldes representa tan solo una cara de la moneda. Igualmente indis-pensable es el que los combatientes legales, es decir, las fuerzas de seguridad del estado, tengan sostenibilidad económica para no perder la guerra. Por su lado, dependen prin-cipalmente de impuestos, asistencia extran-jera de otros países, regalías de recursos na-turales, inversión extranjera, y en algunos

10 Rangel (2000) parece apoyar este argumento en su artículo sobre las finanzas de la guerrilla. Nazih Richani (2002), que adolece de algunas fallas conceptuales y metodológicas, trata de apartarse de los análisis que miran primordial-mente los intereses e incentivos económicos de los combatientes ilegales con el fin de demostrar que la duración del

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casos extremos, de la ayuda directa de las fuerzas de seguridad de estados aliados. Si la capacidad de las fuerzas de seguridad del estado es decididamente superior a la de los rebeldes es posible terminar el conflicto por medio de un triunfo militar (independien-temente de que este modo de terminar la gue-rra sea deseable o no, por ejemplo compara-do con un proceso de paz). Lo único que esto indica es que las guerras duran cuando todas las partes gozan de poder económico para sostenerse, pero no lo suficiente para ganar la guerra. Por este motivo, los conflic-tos pueden terminarse bien sea inyectando grandes capitales a uno de los lados o cor-tando los recursos de uno o ambos lados. Algunas veces, la sola reducción del tamaño de la guerra (intensidad letal y dispersión geográfica) es deseable en términos huma-nitarios, así no se logre poner fin al conflicto en el corto plazo.

Recursos naturales y conflicto armado

El tercer eje temático se refiere al impacto de los recursos naturales en las guerras civiles. Una de las primeras preguntas que se for-mularon era si el origen de las guerras podía explicarse como peleas por el control de las rentas generadas por la explotación de re-cursos naturales (Herbst, 2000: 270). También se formularon hipótesis con respecto a la re-lación entre existencia o abundancia de re-cursos naturales y la duración, no sólo el origen, de las guerras. Esta relación se plan-teó con base en los ciclos económicos que venían presentándose en algunos conflictos, por ejemplo, en África: una vez activado el conflicto, la inversión nacional y extranjera en manufacturas e industria con componen-tes tecnológicos decrecía debido a la incerti-dumbre de las condiciones legales, a la des-trucción de infraestructura (de vías, fábri-

cas, almacenes), a las condiciones de violen-cia e inseguridad y al incremento de la in-versión estatal en defensa, comparado con actividades económicas productivas. Así, la explotación de recursos naturales era una de las pocas actividades económicas producti-vas disponibles tanto para la población como para el estado y los rebeldes. También se veía que esta dinámica casi siempre iba de la mano de casos de corrupción pública y privada, ya que en tiempos de guerra, y tratándose de administraciones débiles, era poca la vigi-lancia que se ejercía sobre el manejo de los recursos naturales.

Como parte fundamental de su estudio, Collier y Hoeffler también concluyeron que los países cuyas exportaciones estuvieran compuestas en un 32% por productos pri-marios estaban más expuestos a la inciden-cia de conflictos armados. Según ellos, el mecanismo detrás de esta correlación era la facilidad con la cual grupos rebeldes podían explotar los recursos naturales, a diferencia de otros bienes como manufacturas o indus-trias con componente tecnológico (Collier y Hoeffler, 2000). Así, entre más recursos natu-rales disponibles mayores posibilidades de financiación de las guerras. Para despejar las dudas sobre los casos de países industria-lizados, políticamente estables y pacíficos que también tenían abundancia de recursos naturales, los autores asumieron que estos países tenían acceso a grandes cantidades de divisas, las cuales podían canalizar eficien-temente para el robustecimiento de la gobernabilidad y la capacidad de defensa del estado, razón por la cual las iniciativas rebeldes no se daban o fracasaban, a diferen-cia de lo que ocurría en los países menos desarrollados con administraciones débiles. La hipótesis de Collier y Hoeffler hizo real-mente poco por esclarecer cómo y por qué es, aparentemente, tan frecuente la relación

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entre actividades extractivas y guerras civi-les, pero sirvió para generar nuevas ideas en el área.

Michael Ross recogió la idea del grado de "saqueabilidad" (Ross, 2001)9 ("lootabi-lity") y elaboró un estudio preliminar para determinar si todos los recursos naturales tenían los mismos efectos con respecto a las guerras civiles. Ross formuló los siguientes planteamientos: a) hay recursos que pueden ser menos (petróleo) o más (diamantes y dro-gas) saqueables, dependiendo de sus cuali-dades físicas; b) los recursos menos sa-queables engrasan las arcas del estado mien-tras que los más saqueables están ligados a la economía de los rebeldes; c) entre más saqueable el recurso mayores son los proble-mas de disciplina al interior de los grupos armados; y, d) las disputas por recursos no saqueables tienden a generar conflictos se-paratistas (Ross, 2001). El estudio de Ross ha sido útil porque desempaca algunas de las mecánicas específicas detrás de la correla-ción entre recursos naturales y conflicto. Además, con respecto a la hipótesis de Collier y Hoeffler, Ross señaló que las primeras esta-dísticas de Greed and Grievance no incluían aquellos recursos que claramente aparecían ligados a conflictos internos, como la coca, la amapola y los diamantes. Esta anotación de Ross, al igual que un reciente estudio de IPA (Guáqueta, 2003), hacen evidente que hay dimensiones económicas estructurales que parecen haber quedado relegadas a un segundo plano en la nueva agenda acadé-mica de los conflictos internos, tales como la pobreza y la inequidad, que usualmente van de la mano con una escasa capacidad guber-namental para satisfacer las necesidades bá-

sicas y de seguridad de los ciudadanos. Es posible que la correlación entre dependen-cia de la exportación de recursos naturales y conflicto que encontraron Collier y Hoeffler sea un indicio de que existe una correlación directa entre subdesarrollo económico y con-flicto. Esto explicaría por qué, por ejemplo, la mayoría de los conflictos internos están ubicados en países en vía de desarrollo, en lugar de países industrializados. Determinar en qué medida existe una correlación entre bienestar socioeconómico y participación política y conflicto armado ha generado ál-gidos debates en círculos académicos, tec-nócratas y políticos en Colombia (Gutiérrez Sanín, 2001) y a nivel internacional (Lich-bach, 1989: 431-471; Stewart, 2002). A pesar de que no hay un consenso sólido sobre el tema, parece haber acuerdo internacional sobre la interrelacion entre la precariedad de ciertas condiciones socioeconómicas (la falta de educación, bajos ingresos, inequidad horizontal) que incrementan la posibilidad de que surjan, se alarguen o intensifiquen los conflictos armados.

APLICACIONES EN EL ANÁLISIS DEL CONFLICTO ARMADO COLOMBIANOY APORTES AL DEBATE TEÓRICO

La nueva agenda académica sobre los con-flictos armados ya ha influenciado la manera como se analiza el conflicto colombiano. Esto es de vital importancia ya que los diag-nósticos moldean y hasta determinan la for-mulación de políticas. Es decir, la forma como se lee y explica el conflicto colombia-no dibuja el mapa de rutas políticas y lega-les a seguir para abordarlo, la estrategia de

conflicto colombiano beneficia a la élite. No obstante, Richani termina argumentando que la duración del conflicto

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seguridad nacional y la situación de los gru-pos armados ilegales.

Una de las innovaciones en la forma de analizar el conflicto colombiano ha sido en-focarse en sus fuentes de financiación y ex-plicar su duración, transformación e inten-sificación en los últimos quince años gracias a las constantes y abundantes fuentes de di-nero y armas (Klare y Andersen, 1996) que han nutrido principalmente a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), al Ejército de Liberación Nacional (ELN) y a los paramilitares10. Antes de discutir las implicaciones prácticas y políticas de este enfoque, se analizan a continuación los recursos de los grupos armados ilega-les en Colombia, contrastando esta evi-dencia empírica con las preguntas e hipó-tesis analizadas en la sección anterior de este ensayo.

Las fuentes de financiación de los grupos armados ilegales

En Colombia, las fuentes de financiación de los grupos armados ilegales han sido diver-sas y no se han limitado simplemente a la apropriación directa y violenta de recursos naturales que tanto ha caracterizado a otras guerras civiles. Las actividades para recau-dar fondos incluyen desde la prestación de servicios de seguridad, el cobro de "impues-tos" y la participación en la industria de dro-

gas ilícitas, la extorsión a individuos y em presas privadas, el secuestro sistematizado, el robo de ganado, el robo y tráfico ilegal de gasolina, el uso y robo de regalías del petró leo, inversiones financieras en paraísos fis cales, inversiones en empresas legales, y hasta contribuciones voluntarias (en el caso de los paramilitares) (El Tiempo, 2001). El di nero es utilizado para sostener a los com batientes (alimento, uniformes, mesadas para sus familias), comprar armamento y equipos de comunicaciones en los merca dos nacionales e internacionales, produ cir armamento casero y entrenar a los nue vos reclutas.

a) El caso de las drogas ilícitas. Sin querer des-conocer la importancia económica, política y humanitaria del secuestro, es posible afir-mar que la industria de drogas ilícitas ha sido la actividad más significativa en la econo-mía de guerra ya que ha constituido cerca del 40% del presupuesto de las FARC y 70% del dinero de los paramilitares, (Rangel, 200; Rocha, 1999) y ha tenido impactos particula-res sobre la capacidad de respuesta del esta-do. La industria de las drogas ilegales está vinculada al conflicto armado por cuatro vías:

i. Ha servido de base constante y predeciblepara las finanzas de las FARC y los para-militares. No es coincidencia, por ejem-plo, que el crecimiento de los cultivos ilícitos en Colombia haya sido directa-

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se explica por una suerte de balance de poder entre las partes del conflicto, es decir, el hecho de que ningún lado hasido lo suficientemente fuerte para ganar.

11Aunque el fenómeno del narcotráfico ha sido estudiado extensamente durante las últimas dos décadas, falta aúnafinar el análsis de cómo y cuándo inciden sobre las guerras civiles. Ross, por ejemplo, no hace ninguna referencia

específica a estas microdinámicas en su estudio. Identificar dichas dinámicas de manera sistemática es crucial parala formulación de políticas preventivas y de manejo de conflictos.De cada barril producido, Colombia se queda con el 85% en regalías nacionales, regionales, otros impuestos y

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mente proporcional al crecimiento de estos grupos armados (ver tablas 1 y 2).

ii. Ha proporcionado a los grupos ilegalescontactos con redes criminales regiona-les y transnacionales por medio de lascuales pueden acceder a los mercados ne-gros y "grises" de armas y a las redes delavado de dinero,

iii. Ha debilitado la capacidad de reaccióndel estado por medio de la corrupciónde oficiales públicos en cargos estratégi-cos e intimidación y ha hecho que el es-tado concentre su atención política, bu-rocrática y jurídica en redes urbanas denarcotraficantes antes que en el conflictoarmado, y

iv. Ha permitido que los grupos armadosilegales tengan acceso a una base social(por medio de la cooptación política yeconómica o la intimidación) a través delcontrol que ejercen sobre diferentes fa-ses de la industria de las drogas ilega-les".

Es indudable que los nuevos enfoques sobre la economía de los conflictos internos han llevado a enfatizar, en el caso colombia-no, la relación que hay entre droga y con-flicto y a entender exactamente qué impac-tos tienen los cultivos ilícitos y el narcotráfico sobre la duración, geografía e intensidad del conflicto. Por otro lado, también vale la pena preguntar qué le aporta el caso colombiano a las principales hipótesis que se han veni-do formulando frente a la relación entre re-

cursos naturales y conflicto armado. A pri-mera vista, las estadísticas sobre la impor-tancia de las drogas ilegales en la economía del conflicto colombiano parecieran confir-mar la hipótesis de Collier y Hoeffler sobre la disponibilidad de recursos naturales saqueables y la duración de las guerras civi-les. Sin embargo, como se mencionó ante-riormente, su estudio no incluye recursos ilegales dentro de las cifras de exportación y por lo tanto no tiene la capacidad de expli-car lo que sucece en Colombia. Del caso co-lombiano, pues, se pueden extraer dos con-clusiones para la agenda académica. La pri-mera es la necesidad de teorizar específi-camente sobre la relación drogas y conflicto. No todos los países productores de materia prima para drogas ilegales se convierten en zonas de conflicto, pero existen suficientes casos críticos (Afghanistán, Colombia, Myanmar y Perú) que validan la importan-cia de dicho ejercicio. Las drogas, además, tienen una característica bastante particular que las hace un recurso natural atípico y apetecido por los grupos armados: ser ile-gales. La segunda conclusión es que Greed and Grievance puede estar apuntando a una relación de dependencia de recursos na-turales y conflicto, que se refiere más bien a los efectos que tiene el (bajo) grado de desarrollo económico y la (baja) capaci-dad administrativa del estado sobre la (alta) incidencia y (mayor) duración de los conflictos armados.

b) El caso del petróleo. La extracción de petró-leo y minerales ha sido frecuentemente aso-ciada con protestas y conflictos sociales cau-

remesas.13 La financiación de los Tamiles en Sri Lanka no ha estado relacionada con recursos natutrales, sino con los aportes de

la diáspora. La existencia de la mayoría de los grupos rebeldes de Myanmar ha dependido de la economía informal. En Kosovo, la economía informal que surgió en los noventa como respuesta a la exclusión de los albaneses por parte

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sados por el deterioro económico a raíz de la llamada "enfermedad holandesa", protestas que involucran las comunidades donde ope-ran las empresas, la violación de derechos humanos por las fuerzas de seguridad del estado que buscan proteger las actividades de extracción, guerras civiles causadas o exa-cerbadas por los efectos ambientales y dis-putas sobre la distribución de regalías, altos grados de corrupción estatal y, finalmente, con regímenes autoritarios que tienden a incrementar sus gastos de defensa con dine-ro de regalías a expensas de la inversión so-cial como lo ejemplifican Angola, Myanmar, Indonesia, Nigeria y Sudan. (Bergensen, Haugland y Lunde, 2000; Karl, 1998; Swanson, 2002). Sin embargo, en el caso co-lombiano, los estudios sobre el conflicto armado rara vez analizaron de manera siste-mática la relación entre petróleo y guerra, y a Colombia se le conocía más bien por sus problemas con el narcotráfico.

Recientemente el tema tomó relevancia a raíz del escrutinio de las finanzas del ELN, de la guerra entre éste y las FARC en Arauca en el 2001, y de la aprobación en Estados Unidos en 2002 de la ayuda adicional a Colombia por US$98 millones para proteger la infraes-tructura petrolera en Arauca. Se hizo eviden-te, pues, que en Colombia también había una conexión entre petróleo y conflicto armado, confirmando las hipótesis sobre recursos naturales y guerras civiles. Sin embargo, la mecánica de dicha conexión es diferente a las tendencias en Angola, Nigeria y Sudan, y a la idea de que los recursos no saqueables, según Ross, rara vez benefician a grupos re-beldes. En Colombia, especialmente el ELN y más recientemente las FARC, se han lucrado del petróleo. Lo han hecho accediendo a las regalías departamentales y municipales por medio de la extorsión a empresas extractivas y sus contratistas. El ELN se benefició del des-

cubrimiento de petróleo en Caño Limón-Coveñas cuando la Mannesman Anlagenbau A.G. le pagó en 1984 entre $2 y $6 millones de dólares para garantizar que sus labores de construcción del oleoducto siguieran adelante sin hostigamientos. Este pago per-mitió la recuperación del ELN en los ochenta. Más impresionante aún, sin embargo, ha sido la forma como guerrilla y corrupción políti-ca se amalgamaron en Arauca para saquear las regalías. Este caso ilustra con claridad la mecánica de las estructuras de oportunidad legales e institucionales que permiten a los rebeldes acceder a fondos. El ELN aprendió a beneficiarse de las regalías petroleras usan-do la coerción sobre el proceso político y administrativo de inversión de las regalías desde la gobernación, las alcaldías, las asam-bleas municipales y las juntas de acción co-munal. (Gómez y Schumater, 1998; Peñarete, 1991) Esto explica por qué los ataques perpe-trados en contra del oleoducto Caño Limón-Coveñas nunca afectaron gravemente la pro-ducción de petróleo y el flujo de regalías, que ha sido de más de $1.200 millones de dólares desde 1986 hasta el 2002 en Arauca. Fue sólo en el 2001, cuando las FARC entraron a disputar el control del ELN sobre la distribu-ción de las regalías que los ataques se incremen-taron dramáticamente hasta alcanzar 170 en ese año. (Los Ángeles Times, 2002; El País, 2002). El objetivo de las FARC era cortar la fuente de dinero que alimentaba a su competencia en la zona.

Debido al régimen de regalías, el petró-leo inevitablemente está asociado con las fi-nanzas del estado central y, por ende, con el presupuesto de defensa. La producción de Colombia, sin embargo, es relativamente pequeña en términos mundiales y ha cons-tituido en promedio 40% de las exportacio-nes tradicionales. No obstante, los impues-tos a la producción petrolera representan un

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reglón importante para el presupuesto del gobierno central12. Por ello, y siguiendo el patrón en otras zonas de conflicto del mun-do, se hubiera esperado que el estado colom-biano centrara su atención militar y política sobre las zonas petroleras, para así garanti-zar el flujo de recursos y evitar que los gru-pos ilegales se beneficiaran de las regalías. Lo irónico es que siguió dejando en aban-dono a zonas apartadas como Arauca y Casa-nare, y no se quiso ver que los grupos arma-dos ilegales se nutrían económica y social-mente de las regalías y que el progresivo fortalecimiento de la guerrilla implicaría mayores gastos en defensa. Fue sólo hasta 16 años después de que hubiera empezado la producción petrolera, y ya avanzado el con-flicto interno, que el estado colombiano se preocupó por dichas zonas.

En el 2002, el gobierno de Alvaro Uribe Vélez, bajo la premisa de que una de las for-mas de atacar los grupos armados ilegales es cortando sus finanzas y que los hidrocarbu-ros constituyen un renglón vital de la eco-nomía nacional, incrementó sus esfuerzos militares y judiciales. El decreto 1990 del 23 de agosto de 2002 tipificó como delito el hur-to de hidrocarburos y de sus derivados y es-tablece cárcel de seis a doce años, además de una multa cuantiosa, a los que incurran en el delito. El decreto ha estado acompañado por una estrategia que surgió en diciembre de 2001 en la que fiscales y procuradores trabajan en equipo, con el apoyo logístico de unidades militares, en zonas de alto riesgo donde se co-meten estos delitos. En el caso del petróleo, la estrategia ha logrado reducir los ataques de las FARC y el ELN al oleoducto Caño Limón-Coveñas {Los Ángeles Times, 2002).

c) Otros recursos de los grupo armados ilegales.La nueva literatura sobre las dimensiones económicas de los conflictos armados ha puesto un gran énfasis sobre los recursos naturales como fuentes de financiación de los grupos rebeldes y de combatientes esta-tales. Sin embargo, en el caso colombiano, el secuestro y la extorsión son tan o más impor-tantes que los recursos naturales. Este tipo de financiación plantea la existencia de nue-vos actores en la economía de los conflictos: las víctimas del secuestro y la extorsión y destapa una relación controversial entre víc-timas y rebeldes, pues las víctimas de secues-tro y extorsión son, desafortunadamente, las proveedoras del dinero que entra a los gru-pos armados ilegales. Esto, de alguna forma, le atribuye cierto tipo de responsabilidad a quienes cumplen con el pago. También se expone la existencia y responsabilidad de intermediarios en la transacción, como em-presas aseguradoras nacionales e internacio-nales y bancos. Por esto la ONG holandesa Pax Christi ha sugerido fórmulas de no pago, es-pecialmente por parte de las empresas pri-vadas (Christi, 2002).

¿Qué significa en términos de las princi-pales hipótesis sobre la financiación de los conflictos armados el hecho de que los re-cursos naturales no sean la única o más im-portante fuente de financiación de los gru-pos armados ilegales? En primer lugar, como se mencionó anteriormente, sugiere que la correlación entre recursos naturales y gue-rra, planteada por Collier y Hoeffler, puede referirse a fenómenos más allá de la simple conexión directa y mecánica que implica la apropriación de recursos naturales. Segun-do, el caso colombiano muestra que hay

de los serbios corrompió una gran parte de la sociedad de Kosovo y le brindó el soporte económico a miembros del Ejército de Liberación de Kosovo para lanzar operaciones en Macedonia, dando origen a otro conflicto político

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múltiples formas de financiación de los con-flictos armados y que el origen y la duración de ciertos conflictos puede darse en lugares que no necesariamente poseen riquezas na-turales13.

Las "verdaderas intenciones" de los grupos armados ilegales

En el caso colombiano hay pocas dudas so-bre las motivaciones de carácter político y socioeconómico que dieron inicio al conflicto en los años sesenta. De forma breve: las guerrillas surgieron como una protesta con-tra la exclusión política y socioeconómica expresada a través de una propuesta armada de izquierda. Los detalles históricos y aspec-tos sociológicos han sido bien estudiados (Arango, 1984; Jaramillo Uribe, 1986; Leal Buitrago, 1984; Molano, 1987; Medina, 1996; Pizarro, 1996). Hay menor certidumbre, sin embargo, acerca de los móviles que mantu-vieron a la guerrilla en la lucha armada en los ochenta y noventa y que aún sostienen a las guerrillas hoy en día. También ha habido fuertes dudas acerca de los verdaderos inte-reses de los paramilitares, que entraron a formar parte activa del conflicto armado a comienzos de la década de los ochenta. Di-chas dudas tienen que ver con sus motiva-ciones: si son políticas o de lucro económi-co. Estos interrogantes se hicieron especial-mente claros y explícitos tras los fracasados intentos del gobierno de Andrés Pastrana (1998-2002) que tuvo claras demostraciones

de voluntad para realizar importantes cam-bios económicos y políticos en atención a los reclamos de las FARC. La zona de despeje de 40.000 km cuadrados en el Meta y la tole-rancia al uso que este grupo armado hizo de esta zona son ejemplo de dicha voluntad. ¿Por qué las FARC no se desmovilizaron si el gobierno estaba dispuesto a reformar reglas políticas y económicas de juego? ¿Acaso no estaban interesadas en tales reformas y en la eventual pacificación del país? Por el otro lado, la participación de las FARC y de los paramilitares en la industria ilegal de dro-gas se había incrementado notablemente en los noventa, a tal punto que las primeras es-tablecieron vínculos con carteles regionales y que los paramilitares estaban controlando corredores de tráfico en el Caribe e incluso puntos de distribución en Estados Unidos. ¿Eran las FARC y el ELN los mismos que hace dos décadas habían perdido su rumbo al verse cada vez más involucrados en activi-dades económicas ilegales como el narco-tráfico, el secuestro y la extorsión? Y ¿eran las AUC y otros paramilitares simples exten-siones armadas del narcotráfico con disfraz político sacándole provecho a la guerra? Es decir, ¿eran las ganancias económicas origi-nadas en la criminalidad lo que motivaba a los grupos armados ilegales, en lugar de una causa político-ideológica?

En cuanto a la guerrilla había al menos dos posibilidades que podían explicar un posible cambio de rumbo hacia la crimina-lización. Una era el cambio de preferencias,

étnico en esa región. 14 Esta es la apreciación de la mayoría de expertos académicos y de personajes involucrados en las negociaciones.

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pues cuando las guerras llevan varios años e incluso décadas, los combatientes pueden cambiar sus intereses. El hecho de que las guerras requieran fondos significa que al-gunos o todos los combatientes tienen que dedicar parte de su tiempo a conseguir di-nero o bienes de valor que puedan ser can-jeados por armas. La participación sistemá-tica y sostenida en el tiempo en actividades económicas legales e ilegales progresivamente "institucionalizan" dichas prácticas y con dicha institucionalización se tejen y cimien-tan nuevos intereses. Es por esto que algu-nos combatientes terminan enfocados en las actividades económicas como si fueran fi-nes en sí mismos e incluso optan por el lu-cro individual -una suerte de corrupción de la causa rebelde-. Una segunda posibili-dad de cambio podría surgir a raíz de los problemas de cooptación durante períodos de rápido crecimiento. De este modo, era probable que las FARC y el ELN hubieran em-pezado a cambiar de indentidad, especial-mente desde mediados de los noventa, cuan-do se aceleró el reclutamiento y que los nue-vos reclutas no hubieran alcanzado a asimi-lar y afianzar el discurso guerrillero, y que sus motivaciones estuvieran más bien liga-das a las oportunidades económicas que les brindaba estar armados y respaldados por una organización militarizada con impor-tante control territorial.

A pesar de estas posibilidades, se afirma que la identidad fundamental de las guerri-llas parece no haber cambiado, aún14. A pesar de la maquinaria económica desarrollada por las FARC y el ELN, los líderes de dichos grupos continúan aferrados a sus ideas mar-xista adaptadas a los problemas de Colom-

bia. No obstante, su capacidad financiera sí ha influido en sus preferencias con respecto a si acoger un cese al fuego o no, negociar en un proceso de paz o no, y qué áreas geográ-ficas del país ocupar entre aquellas ricas en coca, recursos mineros y energéticos. En con-clusión, las "verdaderas intenciones" de los guerrilleros siguen siendo, en términos ge-nerales, las mismas a pesar de las nuevas di-námicas en la economía de guerra. El objeti-vo es doblegar al estado colombiano para impulsar su propio modelo político y eco-nómico. Las tácticas y estrategias militares y los detalles del juego político de la negocia-ción han cambiado.

En cuanto a los paramilitares, la pregunta que surgió era si había tenido lugar o no una transformación en el sentido contrario. Es decir, se partía de que los paramilitares estaban íntimamente ligados al narcotráfico. Sin embargo se buscaba establecer si su ver-dadera razón de ser era, como lo declaraban en público, repeler la amenaza guerrillera, o si ésta era una excusa para seguir lucrándose del narcotráfico y de otras actividades como el robo de gasolina, para continuar apropián-dose de tierras y para tejer una red de soporte político que legitimara sus actividades eco-nómicas. Curiosamente, en el caso de los paramilitares, también existía la posibilidad de una transformación de alguna forma in-versa a la de los guerrilleros: que hubieran pasado de estrechos vínculos con el narco-tráfico a redefinir su indentidad y conver-tirse en un movimiento con programa esen-cialmente político. Esta redefinición, además los llevaría a replantear su posición y prácti-ca frente al narcotráfico. Hasta la fecha, y con la fragmentación de los grupos paramilitares,

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no es claro cuáles con sus objetivos. No obs-tante, es posible afirmar que dentro de la di-námica del conflicto, que incluye el creci-miento de los grupos paramilitares y su evo-lución, ha surgido un mayor reconocimiento político por parte del los gobiernos de Pastrana y Uribe, de su identidad como ac-tores legítimos del conflicto y no como narcotraficantes o criminales.

Por último ¿qué aportes hace el caso co-lombiano al debate teórico en cuanto el tema de las dimensiones económicas de los conflictos y las motivaciones de los grupos armados ilegales? El caso colombiano mues-tra que la racionalidad económica de finan-ciación de los rebeldes no implica la inexis-tencia de agravios que motivan la rebelión, la cual a su vez se basa en metas políticas.

Los recursos del estado colombiano y la ayuda de los Estados Unidos

Se ha planteado que los recortes de financia-ción por parte de Estados Unidos y la ex Unión Soviética, como resultado del fin de la Guerra Fría, influyeron radicalmente en la transformación de la economía política de los conflictos internos: no habiendo subsi-dios externos, los combatientes, bien sean estados o grupos armados ilegales, se vieron obligados a buscar métodos de autofinan-ciación, lo que empujó a los grupos a la de-predación interna y a forjar alianzas con gru-pos criminales involucrados en actividades económicas ilícitas. Colombia, sin embargo, presentó un patrón particular. Primero, tanto el estado como los grupos armados ilegales tuvieron poca financiación (en términos comparativos mundiales) de padrinos exter-nos durante la Guerra Fría; segundo, Esta-dos Unidos comenzó, lentamente, a apoyar la guerra contrainsurgente del estado colom-

biano casi un lustro después de terminada la Guerra Fría gracias a la fuerte insti-tucionalización de su misión antidrogas.

Después de una breve temporada de ayu-da contrainsurgente en el marco de la Alian-za para el Progreso, y a pesar de que la gue-rrilla no se había acabado en Colombia, Es-tados Unidos resolvió mantener una "dis-tancia prudente" y no entrometerse en los asuntos internos del país, bien sea por la vía militar o haciendo uso de la diplomacia coer-citiva. Curiosamente, fue el tema de las dro-gas y no el de la guerrilla, el que progresiva-mente acortó dicha distancia y le hizo zan-cadilla a la prudencia (Guáqueta, 2002). Es-tados Unidos desembolsó una primera y pe-queña ayuda antinarcóticos en 1971. Año tras año, las iniciativas de cooperación bilateral crecieron. Finalmente, la agenda bilateral antidrogas se institucionalizó y expandió con el Andean Strategy de George Bush (1989) y con el llamado del presidente Virgilio Barco a Estados Unidos y a la comunidad interna-cional para que incrementaran su ayuda en la lucha contra el narcotráfico (1990). Al in-terior de Colombia y los Estados Unidos se crearon importantes burocracias antidrogas que aseguraron la sobrevivencia política del tema y la continuidad de la participación de Estados Unidos en Colombia. Ni siquiera la riñas diplomáticas entre los gobiernos de Bill Clinton y Ernesto Samper entre 1995 y 1997 frenaron la misión antidrogas, que para ese entonces ya abarcaba una larga lista de te-mas, desde erradicación aérea hasta la trans-formación del sistema judicial colombiano y el incremento comercial a través del Andean Trade Preferente Act (ATPA). La lu-cha antidrogas se había convertido en el marco de referencia que direccionaba los te-mas políticos, económicos y legales de la re-lación y la razón por la cual, ahora, Estados Unidos se hallaba de cabeza involucrada en

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el corazón de los debates políticos de Co-lombia. Con la agudización del conflicto co-lombiano y la creciente relación entre dro-gas y finanzas de los grupos armados ilega-les, la participación de Estados Unidos en el tema del conflicto armado se dio como una extensión natural de su misión en el país. La decisión de la administración Clinton, en 1997, de incrementar la ayuda militar a Co-lombia y crear tres batallones antinarcóticos, a pesar de la crisis diplomática y la decer-tificación de ese año, comenzaba reflejar el cambio en las relaciones entre los dos países en lo que concernía al conflicto armado. Di-cho cambio se formalizó con la aprobación, en 1999, en el Congreso de los Estados Uni-dos de US$1.3 billones para el Plan Colom-bia. Para Estados Unidos el objetivo del plan era ayudar a las Fuerzas Armadas, a la Poli-cía y en general al estado, a combatir el narcotráfico por medio de interdicción mi-litar y erradicación principalmente, en el en-tendido de que la producción y el tráfico de drogas eran factores causantes y agravantes del conflicto. Esta misma lógica sustentó las aprobaciones de ayuda del Andean Regio-nal Initiative en el 2001 y el 2002 durante la administración de George W. Bush en Esta-dos Unidos y Andrés Pastrana y Alvaro Uribe en Colombia ( Storrs y Serafino, 2002) para la lucha antinarcóticos y seguridad de US $243,500,000 y para desarrollo económico y social US $137,000. Finalmente, en el 2002, Estados Unidos aprobó ayuda militar suple-mentaria específicamente para contrainsur-gencia y la protección a la infraestructura petrolera en Arauca, en lugar de operacio-nes en el marco de la guerra en contra de las drogas.

La ayuda a las Fuerzas Armadas y al esta-do colombiano ha sido una parte importan-te en la ecuación del conflicto e indudable-mente ha contribuido a la sobrevivencia del

estado. Los críticos del papel de Estados Unidos argumentan que los recursos de su país solo han contribuido a extender y esca-lar el conflicto y que le han dado la opción al estado colombiano de no sentarse en la mesa de negociación si, a su juicio, no consi-dera que los grupos armados están cumplien-do con actos relevantes de buena fe. En otras palabras, de no haber respaldo económico y político de los Estados Unidos, el gobierno colombiano hubiera tenido que dar fin al conflicto sentándose a negociar con los gru-pos armados de acuerdo con sus términos. Para los que piensan que las guerrillas tie-nen motivaciones políticas y socioeconómi-cas legítimas para rebelarse, y que el estado ha sido causante de los agravios a la pobla-ción a quien la guerrilla dice representar, este es un escenario ideal para la terminación del conflicto.

En suma, el papel de Estados Unidos en Colombia demuestra que los días de injerencias internacionales no ha termina-do y que la política exterior que guía dicha participación en el conflicto es el resultado de múltiples intereses políticos, burocráti-cos y privados, tal como lo preveerían las principales teorías de análisis de política exterior.

REFLEXIÓN FINAL: ALGUNAS IMPLICACIONES GENERALESEN LA FORMULACIÓN DE POLÍTICAS

La introducción de estas herramientas ana-líticas sobre los conflictos, que enfatizan cier-tas dimensiones económicas de las guerras, ha tenido implicaciones concretas sobre la forma como los estados y los organismos in-ternacionales han venido respondiendo a los conflictos armados. Primero, sugiere que és-tos son negociables sólo cuando una de las

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Dimensiones políticas y económicas del conflicto armado en Colombia: anotaciones teóricas y empíricas • 35

partes deja de lucrarse por medio del con-flicto (cuando las ganancias individuales son la motivación principal de los combatien-tes) o, posiblemente, cuando una de las par-tes pierde capacidad económica para finan-ciar su lucha. Para el caso colombiano esto significa que una negociación será solo po-sible cuando alguna de las partes se vea sustancialmente debilitada.

Segundo, esta lógica le ha dado nueva vigencia y sustento a las políticas antidrogas de los Estados Unidos e influido en la for-mulación de la nueva guerra en contra del terrorismo internacional, la cual tiene como componente fundamental cortar la red de financiación de los supuestos terroristas.

Tercero, Colombia ha dado un giro en las estrategias de lucha contra los grupos rebel-des. Ahora, la ofensiva militar está acompa-ñada por un ataque a la base financiera de los grupos armados ilegales. Por ello, se han tipificado nuevos delitos y creado mecanis-mos por parte de las Fuerzas Armadas y de otros organismos como la Fiscalía, el Depar-tamento Administrativo de Seguridad (DAS)y la Dirección de Policía Judicial e Investi-gación (Dijin). Desde 1996 se creó en el Mi-nisterio de Defensa la Comisión Interinsti-tucional de las Finanzas de la Guerrilla. Como se mencionó anteriormente, el decreto 1990 del 23 de agosto de 2002 busca proteger la infraestructura energética bajo la premisa de que los grupos se lucraban de ella y era fundamental para las finanzas del estado.

Finalmente, este nuevo enfoque del aná-lisis de los conflictos armados tiene impli-caciones sobre que legitmidad y la opción o no de buscar métodos de resolución basa-dos en compromisos negociados. Si el diag-nóstico de un conflicto atribuye sus causas a agravios políticos y económicos legítimos,

las políticas de resolución tenderán a incluir compromisos que le den reconocimiento político a la parte discriminada; si se diag-nostica que los rebeldes no son más que mer-cenarios en busca de lucro, disfrazados de víctimas sociopolíticas, habrá razones para legitimar un enfrentamiento militar y judi-cial en contra de los supuestos bandoleros, y los programas destinados al mejoramiento de la administración política democrática y al impulso del desarrollo económico se con-siderarán irrelevantes. Es por esto que la apli-cación de esta tendencia analítica es tan controversial en Colombia, pues si se con-cluye que la única motivación de las guerri-llas y de los paramilitares es enriquecerse por medio de la guerra, se descartaría la legiti-midad de un proceso de paz.

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ADMINISTRANDO LA ADVERSIDAD:RESPUESTAS EMPRESARIALES AL CONFLICTO COLOMBIANO1

Angelika Rettberg2

El análisis del conflicto interno colombiano ha estado centrado en los actores arma-dos, el estado, sus implicaciones políticas y económicas y sus alcances a nivel inter-nacional; actores privados o no combatientes parecen no tener lugar en el mismo. Este artículo no solo se refiere al comportamiento del sector empresarial y a la forma en la que se ha visto afectado por el conflicto, sino a su definición como agente definitivo en la resolución del mismo. Sin embargo, el texto repara en la heterogeneidad de la composición del sector y de las respuestas que pueda dar; por tal razón se refiere a la dificultad de conceptualizarlo como un cuerpo indiviso proactivo en la construcción de la paz. Palabras claves: Conflicto armado colombiano/ sector empresarial/ actores no com-batientes/ costos del conflicto/ nuevos agentes de resolución.

Analyses of Colombia 's internal conflict have focused upon armed actors, the state, the political and economic implications ofthe war, and its international projection, while prívate actors and non-combatants have received scant attention. This article not only refers to the behavior ofthe prívate sector and the ways in which it has been affected by the conflict, but also discusses this sector as a definitive agent of conflict resolution. However, the author also highlights the heterogeneity of both the prívate sector and its reactions to conflict, leading her to discuss the dijficulties of conceptualizing il as a unitary, proactive participant in the construction of peace. Keywords: Colombian armed conflict/ prívate actors/ conflict cosí/ new parties of resolution.

En años recientes el conflicto colombiano se ha convertido en objeto de estudio de la boyante literatura sobre la economía políti-

ca de los conflictos armados. Esta perspectiva ha arrojado nuevas. aproximaciones y explicaciones innovadoras sobre los comple-

1 Este artículo se basa en la ponencia ¿Oportunidad, inspiración o necesidad? Un análisis de las respues-tas empresariales al conflicto colombiano, presentada en el foro La economía política del conflicto colombiano, organizado por el Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los Andes, el 16 de agosto de 2002. Presenta resultados parciales de dos investigaciones en marcha: Angelika Rettberg (investigadora principal), "Empresarios y paz: un estudio comparado de la participación de los empre-sarios en las negociaciones de paz en El Salvador, Guatemala y Colombia", gestionada por el Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional, financiada por Colciencias y avalada por el grupo de investigación Guerra, nación y democracia, del IEPRI y Angelika Rettberg (investigadora principal), "Building Peace Locally: Business-Led Peace Initiatives at the Local Level in Colombia", gestionada por las facultades de Ciencia Política y Gobierno y de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario y el departamento de Ciencia Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de los Andes, con la financiación del Crisis States Programme del London School of Economics. Agradezco a Allison González por su valiosa asistencia de investigación. Gracias también a Enrique Chaux, Roberto Gutiérrez, Jaime Ruiz, Daniel Suárez, Diana Trujillo y dos evaluadores anónimos por sus comentarios y sugerencias respecto a una versión anterior de este artículo. Recibido: 02/10/003 - Aprobado: 03/26/003.

2 Profesora asistente. Departamento de Ciencia Política, Universidad de los Andes.

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jos nexos entre los móviles políticos y eco-nómicos de las partes en guerra como factor explicativo fundamental de la dinámica y la naturaleza del conflicto (e.g. Camacho, 2002; Richani, 1997 y Rubio, 1997). Este artículo sugiere que es preciso sumar a estos estudios el análisis de actores no combatientes que adaptan su comportamiento político y eco-nómico a las circunstancias del conflicto. Aquí se propone que el sector privado co-lombiano es uno de estos actores cuyo com-portamiento se ve directa o indirectamente afectado por -y a su vez afecta- el conflicto.

Como otros sectores de la sociedad, los empresarios3 colombianos han sido víctimas, espectadores y protagonistas del conflicto armado nacional. Sin embargo, se distin-guen de otros sectores por dos razones, fun-damentalmente: por un lado, es notable la magnitud del costo económico que han asu-mido como consecuencia del conflicto (ba-sado en indicadores como la tributación le-gal e ilegal, pérdida de oportunidades de inversión y destrucción de infraestructura productiva); por otro lado, los empresarios serán actores imprescindibles en una posi-ble salida al conflicto.

En efecto, como fuentes de tributación, inversión y empleo, los empresarios se cons-tituyen en poderes con capacidad superior de veto sobre las políticas públicas. De su cooperación depende el logro de metas como el crecimiento económico y el de un mayor bienestar para una sociedad (Lindblom, 1977, 1984; Evans, 1992, 1997). Como consecuen-

cia, el imperativo de atraer y mantener un ambiente favorable para la inversión y la ne-cesidad de propiciar las condiciones para que la actividad productiva prospere se en-cuentran entre los constreñimientos y metas más constantes e implacables de la acción estatal (Winters, 1996). La superación del conflicto colombiano ilustra esta relación, pues dependerá en buena medida de la ge-neración de incentivos para que los empre-sarios se vinculen al esfuerzo que ello de-manda.

A la luz de este enunciado y con base en entrevistas con empresarios y una extensa revisión de la literatura primaria y secunda ria, este artículo analizará de qué manera los empresarios colombianos se han visto involucrados en el conflicto. En una segun da parte, describirá qué estrategias han adop tado frente a él. Con ello, el artículo busca aportar al conocimiento de la economía po lítica del conflicto armado colombiano y al debate internacional sobre la relación entre sector privado y conflicto.

SECTOR PRIVADO Y CONFLICTOEN EL MUNDO

La creciente literatura sobre la economía política de los conflictos armados propone que éstos pueden generar incentivos econó-micos para diversos actores, quienes desa-rrollan un interés en la continuación de los mismos (Keen, 1998; Berdal y Malone, 2000). En ese sentido, cuestiona que los conflictos

3 Aquí se utilizarán de manera intercambiable los términos empresarios, empresariado, inversionistas y sector privado para hacer referencia a los dueños y administradores de compañías privadas. Líderes empresariales pueden ser tanto dirigentes gremiales (cuya función es defender los intereses empresariales) como otras cabezas visibles del empresariado, como presidentes de empresas. Adaptado de Durand (1999). En 1994, el gobierno nigeriano ejecutó a nueve miembros de la tribu Ogoni por haber participado en protestas contra

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necesariamente acarrean consecuencias ne-gativas para la totalidad de las sociedades afectadas, constituyendo algo así como una desviación de una 'normalidad' pacífica. Por el contrario, sugiere que pueden adquirir visos de normalidad a medida que los acto-res internalizan las circunstancias y adap-tan su comportamiento a ellas. Por otro lado, en su empeño por analizar la interacción entre factores económicos y políticos, ha destacado de qué manera la actividad eco-nómica de determinados actores puede con-tribuir al mantenimiento de los conflictos, intencionalmente o como efecto secundario de su actividad.

El sector privado ilustra estas proposi-ciones. Como lo han sugerido diversos estu-dios, por medio de su actividad económica éste ha contribuido a la profundización o al mantenimiento de conflictos en distintos países: por ejemplo, en Nigeria, la petrolera Shell ha sido implicada en la represión so-cial liderada por el gobierno contra oposito-res a la exploración4, mientras que la comercializadora surafricana de diamantes DeBeers ha sido criticada por contribuir a la consolidación financiera de los rebeldes de Angola, de la República Democrática del Congo (anteriormente Zaire) y de Sierra Leo-na por medio de la adquisición de diaman-tes extraídos de minas bajo control rebelde (Global Witness, 1998, 2000; Cilliers y

Dietrich, 2000). De forma similar, la activi-dad de empresas petroleras como la cana-diense Talismán en Sudán y la estadouni-dense Oxy en Colombia ha puesto sobre el tapete la pregunta acerca de los lazos entre la búsqueda de lucro y rentabilidad por parte de compañías privadas y la profundización o mantenimiento de los conflictos locales(Bennett, 2001; Mack, 2002)5.

Según la literatura, la contribución -in-tencional o como efecto secundario- de es-tas compañías a la profundización o mante-nimiento de los conflictos opera en distintas direcciones. Por un lado, las empresas pue-den contribuir al mantenimiento y profun-dización de los conflictos comprando mate-rias primas a los rebeldes (como en el caso de los diamantes y la madera), generándoles viabilidad financiera (Global Witness, 2001). Pagar secuestros y extorsiones también con-tribuye a la financiación de los actores arma-dos. Además, muchas empresas en contex-tos de conflicto financian milicias privadas para proteger sus actividades, generando muchas veces un nuevo foco de violencia (Lilly, 2000; International Consortium of Investigative Journalists, 2002). En cuarto lugar, muchas veces las empresas han paga-do sobornos a funcionarios estatales para mantener sus operaciones en zonas conten-ciosas, apoyando así gobiernos corruptos e ilegítimos (Davies, 2000). Por otro lado, si bien

las prácticas ambientales de la Royal Dutch/Shell. Esas ejecuciones llevaron a que la compañía fuera sometida aduras críticas por grupos de protectores de derechos humanos. Bennett (2001), Amnesty International y The Princeof Wales Business Leader Forum (2000).

5 El punto sobre la relación entre presencia de inversión extranjera y desestabilización en los paísesanfitriones no es nuevo, como lo ilustra una amplia literatura sobre la relación entre multinacionales yregímenes militares. En suma, estos factores cuestionan la relación necesaria entre inversión extranjera,mayor crecimiento y mayor bienestar y liberalización política, apuntando al potencial desestabilizadorde la inversión extranjera (Coatsworth, 1998).

6 En reacción a la creciente evidencia en esta dirección y frente a la presión de ONGs y centros de investigación como

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los conflictos deprimen los precios de algu-nos bienes y servicios, también elevan los precios de otros, como los servicios de segu-ridad y la fabricación de armamento, gene-rando así mercados lucrativos para empre-sas especializadas en estos campos (Center for Public Integrity, 2002). Finalmente, la in-certidumbre resultante de los conflictos y el retiro de aquellas compañías más adversas al riesgo permite a las firmas que resisten con-trolar la producción, beneficiándose tam-bién de una disminución de las restriccio-nes legales a sus actividades y de la posibili-dad de pagar bajos salarios (Cilliers y Dietrich, 2000; Global Witness, 1999, 1998). En conjunto, estos factores muestran que distintas empresas han contribuido a la profundización de los conflictos por medio de su actuación económica a la vez que han derivado oportunidades de negocios de los conflictos armados en sus países anfitriones6.

Esta literatura -de gran riqueza empíri-ca- ofrece un marco general de obligatoria referencia para analizar la relación entre sec-tor privado y conflicto. Sin embargo, que-dan varios temas por explorar. En primer lugar, el énfasis en el sector extractivo con-centra el análisis en aquellas compañías más

directamente involucradas en el conflicto. Ello descuida las acciones y reacciones de otros sectores empresariales que, sin estar en medio del fuego, también pueden estar con-tribuyendo al conflicto o sufriendo sus con-secuencias, llevándolos a modificar sus prác-ticas. Este es el caso del sector financiero o de aquellos empresarios que se desenvuel-ven en el ámbito urbano, menos inmerso en el conflicto que el campo. Conviene enton-ces expandir la mirada para abarcar un con-junto más amplio de posibles retos y estrate-gias del sector privado en un contexto de conflicto.

En segundo lugar, la literatura tiende a presentar al sector privado como un actor unificado. Sin embargo, la heterogeneidad que en la práctica caracteriza sus reacciones en contextos de conflicto sugiere que es ne-cesario explorar algunas distinciones inter-nas al sector privado para explicar la varia-ción. Una de esas distinciones es aquella entre sector privado doméstico e internacio-nal. Hasta ahora, la literatura sobre sector privado y conflicto ha privilegiado el estu-dio de las compañías transnacionales que obtienen sus insumos de países en situacio-nes de crisis interna. Su visibilidad interna-

Amnistía Internacional, International Alert y el Prince of Wales Business Leader Forum, diversos organismos inter-nacionales han adelantado operaciones para llamar la atención a este respecto y han elaborado códigos y principios de conducta para las empresas. Ver, por ejemplo, Organización de Naciones Unidas (ONU) Global Compact; Organization for Economic Cooperation and Development (OECD) (2001); Amnesty International y The Prince of Wales Business Leader Forum (2000). Sin embargo, verificar y monitorear el cumplimiento de estas normas a nivel internacional, sobre todo cuando suponen una pérdida de competitividad para las empresas que las acatan frente a las que no lo hacen, representa aún un reto importante para la aplicación de estas normas. Por otro lado, las empresas no se han quedado de manos cruzadas frente al endurecimiento de reglas corporativas: recientes intentos por aumen-tar la transparencia de las prácticas empresariales en reacción a diversos escándalos financieros en los Estados Unidos han chocado con la amenaza de varias compañías de retirarse de la bolsa para evitar el mayor control y los costos asociados (Clow, 2002).

7 Las divergencias entre los estimativos se deben, por un lado, a lo que se incluye en el cálculo de los costos y, por el otro, a la consideración de los costos de la paz, que es algo que muchos omiten cuando se estima el crecimiento

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cional, su exposición a la presión de grupos de la sociedad civil en sus países de origen, su peso económico en las economías anfitrionas y su frecuente vinculación al sector extractivo -por lo general en el nudo del conflicto (de Soysa, 2000)- explican este sesgo.

Sin embargo, este acento ha descuidado el sector privado local, las particulares cir-cunstancias políticas y económicas que en-frenta, las motivaciones que lo guían y las opciones y estrategias que explora. Algunas de esas diferencias atañen a las alternativas de acción disponibles para empresarios na-cionales versus extranjeros, como también -al interior del sector privado nacional- la forma en la que experimentan el conflicto empresarios de diferentes sectores de la eco-nomía. Sumados a las distinciones entre las condiciones urbanas y rurales del conflicto, estos factores sugieren que sectores como el agro, el comercio, la industria, el financiero y sus diversos subsectores experimentan el conflicto de forma distinta y disponen de estrategias diferentes para enfrentarlo. Es preciso integrar estas consideraciones para un análisis más completo de los conflictos.

En tercer lugar, el énfasis en cómo el sec-tor privado contribuye a los conflictos sub-estima las motivaciones empresariales en dirección contraria. Varios casos donde los conflictos armados han cesado (por ejemplo en El Salvador y en Suráfrica) contaron con el decidido apoyo de los empresarios nacio-nales (Azam et. al, 1994; Gerson, 2001; Haufler, 2001; Rettberg, 2003; Wood, 2001). Sin embargo, hasta ahora la literatura no se ha preocupado por identificar a aquellos em-presarios que contribuyen activamente a la superación del conflicto.

Aquí se exploran algunos de estos pun-tos a la luz del caso del empresariado colom-

biano. En Colombia, como en otras partes del mundo, hay empresarios que se lucran del conflicto, que logran permanecer al mar-gen, que han tenido que modificar y limitar sustancialmente sus actividades y, finalmente, que han iniciado o apoyado proyectos y actividades concretas en dirección a la su-peración del conflicto. Al describir estas múltiples respuestas, el artículo busca apor-tar información que apunta a complemen-tar el énfasis en el sector extractivo de la lite-ratura referida con la consideración del com-portamiento empresarial en otros ámbitos de su quehacer. Además, el enfoque en el empresariado nacional pretende ampliar una mirada centrada exclusivamente en el impacto de las compañías transnacionales. Por otro lado, la descripción de las múlti-ples estrategias adoptadas apunta a impor-tantes distinciones que es preciso trazar al interior del empresariado nacional. Así, la identificación de la multiplicidad de estra-tegias que emplean, las motivaciones que los guían y los retos que enfrentan los empresa-rios aportará conocimiento acerca de la di-versidad de los papeles del sector privado. Finalmente, el artículo incluye en sus consi-deraciones las estrategias empresariales que buscan superar el conflicto, ampliando así el espectro de efectos posibles de la acción empresarial.

COSTOS DEL CONFLICTO PARA ELEMPRESARIADO COLOMBIANO

A pesar del conflicto armado interno y en contraste con otros países en situación simi-lar, Colombia ha mantenido niveles de cre-cimiento superiores al promedio latinoame-ricano (Echeverry, 2002). Ello no obsta para desatender los altos costos que el conflicto haya generado en el desempeño económico colombiano. Distintos autores coinciden en

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estimar este costo entre 2 y 4 puntos del Pro-ducto Interno Bruto (PIB), correspondien-tes a entre USD $2,000 millones y USD $4,000 millones anuales (Badel y Trujillo, 1998; Gra-nada y Rojas, 1995; Rubio, 1997)7.

Una buena parte del costo del conflicto colombiano ha recaído en la actividad pro-ductiva y ha sido asumido por los empresa-rios. El costo es difícil de precisar, pues varía de sector en sector y dependiendo de las variables consideradas. Sin embargo, los da-tos relacionados a continuación permitirán identificar algunas de las diferentes formas en las que se manifiesta el costo del conflicto en la comunidad empresarial.

Nelson (2000: 20-25) sugiere que el costo del conflicto asumido por los empresarios puede dividirse en dos tipos. Por un lado, un costo general (o social), que se deriva del contexto en el que los empresarios obran y toman decisiones y que afecta los cálculos, las estrategias y los resultados financieros de la actividad empresarial. Ese costo no discri-mina particularmente entre sectores de la sociedad. Por otro lado, el costo específico o directo que es aquel que se dirige y afecta particularmente a la comunidad empresa-rial8. La Tabla 1 resume ejemplos de ambos tipos de costo en el caso del empresariado colombiano. Los párrafos siguientes discu-tirán cada uno en mayor detalle.

Tabla 1. El costo del conflicto para los empresarios

colombianos

Costo general Costo específico (contexto) (dirigido a

empresarios)

* Incertidumbre * Secuestrose inseguridad * B oleteo y vacuna

* Fuga de cerebros/ * Ley 002 personal calificado * Bonos de paz

* Fuga de capitales * Bonos de guerra* Riesgo país* Destrucción de lainfraestructura

Costo general. Según un estudio del De-partamento Nacional de Planeación y de la Corporación Invertir en Colombia (Coin-vertir), la inseguridad figura entre los temas de principal preocupación para las empre-sas colombianas (Coinvertir, 2000). La inse-guridad y la incertidumbre generalizada generan distintos efectos para la economía del país. En primer lugar, para protegerse, en todos los sectores los empresarios se ven en la necesidad de invertir en diversos ser-vicios de seguridad y vigilancia. Según cál-culos publicados en 2000, el tamaño de la inversión en seguridad de las empresas co-lombianas oscila entre 4 y 6 por ciento del

económico en ausencia de conflicto. Según un reciente estudio del Departamento Nacional de Planeación (DNP), en sentido estrictamente económico, lograr la paz en Colombia costaría 16 billones de pesos (inversiones equivalentes a ocho puntos del PIB) (Echeverry, 2002). En una importante desviación de este patrón, Guerrero y Londoño (1999, p. 85) estiman el costo de la violencia colombiana en 24,7% del PIB.8 Un evaluador anónimo sugiere, con razón, que las distinciones entre lo general y lo específico no son nítidas. La división que aquí se propone reconoce la fluidez de los límites entre uno y otro, pero reitera la utilidad de proporcionar categorías que permitan una diferenciación aunque sea aproximada.9 Según una encuesta realizada en el 2000 a pequeños y medianos empresarios, 38.9% querían irse del país. Esa suma había ascendido a 53.6% en 2001 (El Tiempo, 13 de marzo 2001). 10 País Libre no define cada categoría.

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presupuesto de las empresas (The Economist, 2000).

Otro efecto de la inseguridad es la fuga de capitales, un fenómeno masivo de retiro y traslado de inversiones y activos y cierre de cuentas bancarias que refleja un diagnós-tico pesimista respecto a las posibilidades de generar rendimientos al capital invertido en el país. Según el presidente de la Bolsa de Bogotá, en Colombia la fuga ha alcanzado diez mil millones de dólares en los últimos cinco años (El Tiempo, 2003)9. Por otro lado, la Organización Internacional para las Mi-graciones (OIM) reporta que más de un mi-llón de colombianos abandonaron el país en los últimos cinco años (OIM, 2002; BBCNews, 2001; Forero, 2001). La mayoría de ellos son de clase media o alta y con ele-vados niveles de educación (Semple, 2001). Ello implica que el país está perdiendo una gran cantidad de capital social y financiero necesario para impulsar e invertir en la in-novación y el desarrollo.

También, como consecuencia de la inse-guridad y la incertidumbre, los empresarios temen invertir y es difícil conseguir socios internacionales o atraer inversión extranje-ra. Ello se deriva en buena parte del alto cos-to que impone el riesgo país (correspondien-te al pago de una suma adicional para com-pensar por el mayor riesgo de una inversión). Las calificaciones del riesgo colombiano emitidas por empresas calificadoras como Standard & Poors's se han mantenido alre-dedor de BB en una escala que va de AAA a C. Además de variables como tamaño del défi-cit fiscal y realización de reformas pensiónales, incide en su definición el costo

para la inversión impuesto por el conflicto interno (El Tiempo, 6 noviembre 2002; Porta-folio, de 6 noviembre de 2002).

Por otro lado, la destrucción de la infra-estructura genera altos costos para la pro-ducción y la distribución de productos. Se-gún datos de Interconexión Eléctrica S.A. (ISA) (citado en Echeverry, 2002), entre 1999 y 2001 se dinamitaron 654 torres de energía en Colombia (comparado con 211 en el pe-ríodo 1985-1998). Según datos del Instituto Nacional de Vías (INVIAS), entre 1999 y 2001 han sido derribados 38 puentes y 25 peajes como fruto de atentados. La consecuente interrupción del flujo eléctrico y del trans-porte, sumada al deterioro de la red de tele-comunicaciones, ha afectado considerable-mente el bolsillo empresarial (Portafolio, 30 enero 2002), pues deteriora los procesos de producción y distribución de bienes. En particular, los sectores afectados han sido el comercio, el transporte y el turismo. El caso de la compañía de transporte terrestre Ex-preso Bolivariano ilustra esta situación. La compañía ha tenido que interrumpir su ser-vicio a ciertas regiones porque sus vehícu-los han sido objeto de quemas y retenes ile-gales, situación que la ha llevado a la banca-rrota (El Tiempo, 18 febrero 2002). Otra in-dustria afectada por estas condiciones ha sido el turismo. Sumado a la drástica caída del número de visitantes extranjeros, el te-mor de los colombianos de caer en los rete-nes ilegales -las llamadas pescas milagrosas-si viajan por las carreteras del país así como los mayores niveles de inseguridad rural han representado grandes pérdidas para esta in-dustria, reflejadas en bajos porcentajes de ocupación hotelera (El Tiempo, 14 agosto

11 El Tiempo, 22 de julio de 2002a y , 22 de julio de 2002b. 12 Encuesta Empresarial de Fedesarrollo; encuesta Gallup Élites, diciembre del 2000, publicada en The Economist; El

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2002; Asociación Hotelera de Colombia, 2002).

Finalmente, los analistas financieros re-cuerdan la importancia de considerar el cos-to de oportunidad que el conflicto impone a la actividad empresarial. Entendido como todo lo que se invierte para protegerse del conflicto y que podría ser utilizado en usos más productivos como innovación tecnoló-gica o capacitación, o que se deja de invertir por temor a perderlo, el costo de oportuni-dad ha sido descrito por Badel y Trujillo (1998) como pérdidas de productividad, dis-minución de la inversión, deficiente asigna-ción de recursos y aumento de los costos de transacción (ver también Corredor, 2001).

Costo específico o directo. Sumado al costo general que impone una situación de conflicto interno a la actividad económica, una serie de costos se dirigen específicamente al sector empresarial. En primer lugar, Colombia es el país con el índice más alto de secuestros en el mundo: desde 1998, más de 3000 personas han sido secuestradas cada año (País Libre, 2002). Muchos plagiados caen en retenes ilegales en las vías del país (Direc-ción Antisecuestro, Policía Nacional, 2002). A pesar de que el espectro socioeconómico de personas "secuestrables" se ha ampliado considerablemente, los empresarios se en-cuentran entre las víctimas más frecuentes. Según datos de País Libre, de los 2253 se-cuestrados que van en el año 2002, quince por ciento son comerciantes, ganaderos, agri-cultores, empresarios e industriales10. Entre los empresarios, el grupo más golpeado son los comerciantes (63%), los ganaderos (20%) y los agricultores (16%). A la carga del se-cuestro se suma el boleteo, una forma de ex-

torsión generalizada en el campo colombia-no. Según cifras de Fedegán, gremio que re-presenta el sector ganadero, uno de los más afectados por el conflicto, entre 1999 -2001 la extorsión le costó 299,560 millones al sector, un uno por ciento del PIB sectorial (DAÑE,2002; DNP, 2002; Portafolio, 26 de julio, 2001).

Otro costo directo del conflicto para los empresarios se deriva de la llamada ley 002, un mecanismo ingeniado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que "grava" a los patrimonios mayo-res de 1 millón de dólares por una cantidad que oscila entre el 5% y el 10% de su patri-monio (FARC-EP 2000). Desde la promulgación de la medida, en marzo de 2000, hasta abril del 2001, las FARC lograron recaudar más de 408 millones dólares (Reyes, 2001).

Además de este gravamen ilegal los em-presarios han destinado más de 1.6 billones de pesos en diversas formas de impuestos para financiar el gasto militar del estado co-lombiano en los últimos ocho años, según datos del Consejo Gremial. En 1997, el go-bierno de Ernesto Samper adelantó una emi-sión de bonos de paz que debían adquirir los contribuyentes con un patrimonio líqui-do superior a 150 millones de pesos. Con ese mecanismo se recaudaron 412.000 millones de pesos. En 1998, el gobierno Pastrana creó los "bonos de solidaridad para la paz" (Ley 487 del 24 de diciembre de 1998) en los que los grandes contribuyentes (empresas y per-sonas naturales con patrimonios superiores a los 210 millones de pesos colombianos o US$125.000 dólares) han tenido que invertir forzosamente un 0.6% de su patrimonio lí-quido (El Tiempo, 22 julio 2002).

Tiempo, 20 de marzo, 2000; Economist.com, 14 diciembre, 2000; Foro de Anif, 8 de febrero, 2001; Portafolio, 22 de

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A esto se suman los "bonos de guerra", incluidos en la propuesta de reforma tributaria del recién instalado gobierno de Alvaro Uribe para obtener dos billones de pesos para el rubro de defensa11. Esta nueva carga tributaria exige el pago del 1.2% de su patrimonio líquido a empresas e individuos con patrimonios brutos iguales o superiores a 169,5 millones de pesos. Si bien los empre-sarios han apoyado la nueva carga tributaria {La República, 25 febrero, 2002; Portafolio, 23 de agosto, 2002), su elevado monto y la posi-bilidad de su transformación en medida per-manente han generado fisuras en el respal-do empresarial. Como resultado, el proceso de definición de la reforma tributaria ha es-tado marcado por negociaciones para lograr prórrogas y planes de pago, en las que parti-cipan incluso las empresas grandes (El Tiem-po, 27 de octubre, 2002; Forero, 2002).

Si bien los diferentes costos recaen en sectores y tipos de empresas distintos (gana-deros y agricultores están más expuestos al boleteo mientras que la tributación de gue-rra afecta principalmente a las grandes em-presas), la descripción anterior ilustra los diferentes aspectos de un entorno conflicti-vo de cuyas consecuencias negativas pocos empresarios pueden sustraerse. Las encues-tas empresariales evidencian de qué manera el conflicto y sus distintas manifestaciones pesan en la percepción del sector privado12. Según una encuesta de opinión industrial conjunta, patrocinada por la Asociación Nacional de Industriales (ANDI), en el año 2000, el 57.5% de los encuestados opinó que

para mejorar el clima de inversión se reque-ría mejorar la seguridad (Encuesta de opi-nión industrial conjunta, 2000). De 2000 a 2002 ha aumentado de 9.9% a 13.4% el núme-ro de industriales que mencionan el orden público como uno de los principales pro-blemas de la industria (Encuesta de opinión industrial conjunta, 2000, 2002). Ilustrando el mismo patrón, la Encuesta de opinión empresarial de la Federación Nacional de Comerciantes (Fenalco) refleja un progresi-vo deterioro en las percepciones empresa-riales acerca de las condiciones económicas y sociopolíticas para la inversión.

No existe un solo indicador suficiente para evaluar el costo que el conflicto impo-ne a los empresarios colombianos. De igual forma, el conflicto no afecta a todos por igual. Sin embargo, como los ilustran los párrafos anteriores, el costo del conflicto es real y sus-tancial. Ante este contexto, los empresarios colombianos han respondido de diferentes maneras, respuestas que serán objeto de la siguiente sección.

RESPUESTAS EMPRESARIALESAL CONFLICTO COLOMBIANO

Así como el conflicto armado nacional no ha recaído con el mismo peso ni de la misma forma en los empresarios colombianos, su respuesta tampoco ha sido uniforme. Las diferentes estrategias, resumidas en la Tabla 2, serán objeto de los siguientes párrafos.

abril, 2002.13 Por eso, muchas veces detrás del patriótico "yo me quedo" hay una pragmática aceptación de que no hay otra

opción. 14 Ver también El Tiempo, 1 de diciembre, 2001; Revista Fasecolda, abril -junio 2001.

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Tabla 2 Respuestas empresariales al conflicto colombiano

Pasividad * Lucrarse del conflicto* Irse (fuga)* Contribuir a la financiación de grupos

paramilitares* Apoyar soluciones pacíficas al conflicto

- Iniciativas empresariales de construcción de paz en el nivel regional

- Participación en conversaciones de paz * Combinación de las anteriores

puede ejercer, esta no es una opción para muchos. Para trasladar actividades a otro país, enfrentar la competencia y ser exitosos, los empresarios requieren atributos no co-munes como movilidad, flexibilidad, capa-cidad de inversión internacional, capacidad tecnológica, conocimiento de las nuevas re-glas de juego y del nuevo mercado. Muchos activos empresariales son altamente especí-ficos al contexto nacional, poco móviles y dependen de un ámbito familiar para su des-empeño. En consecuencia, irse puede ser una de las opciones menos factibles para los em-presarios13.

Pasividad. Aún en condiciones de creciente deterioro del conflicto muchas empresas to-man decisiones sin tener en cuenta esta cau-sal y pueden ocuparse de variables tradicio-nales como "preferencias de los consumido-res" o "tamaño y demanda del mercado". En palabras de Echeverri (2002: 319), ello refle-jaría la "internalización de la violencia como un choque permanente sobre la economía". Para muchas empresas en esta situación, ge-nerar empleo y pagar los impuestos basta como contribución aceptable para la supe-ración del conflicto.

Irse. Una característica que distingue la re-ciente ola migratoria hacia el exterior -más de un millón de personas en los últimos años-, (OIM, 2002; BBCNews, 2001; Forero, 2001), es la elevada proporción de individuos con ca-pacidad de ahorro e inversión. Muchos de ellos han sido empresarios que abandonan el país en reacción al riesgo y la incertidum-bre. Sin embargo, a pesar de la atracción que

Lucrarse del conflicto (intencionalmente o no). Como ocurre a nivel internacional, tam-bién en el nivel local colombiano ha surgi-do una lucrativa actividad que se nutre del conflicto. El caso más obvio es el de los fabri-cantes y distribuidores de armas y dotacio-nes militares, nacionales e internacionales, encargados de equipar un creciente número de combatientes. También ganan las em-presas de vigilancia privada. En efecto, el número de compañías de seguridad en Co-lombia ha aumentado de 380 a 600 en seis años, mientras que el número de guardias privados ha subido a 140 mil de 93 mil. A su vez, la población de guardaespaldas se ha multiplicado por siete, para alcanzar 21.800. Según Badel y Trujillo (1998: 33-34), en 1980 había 17.096 personas vinculadas a la indus-tria de vigilancia y seguridad privada, cifra que aumentó a 85.546 en 1987, reflejando un crecimiento promedio anual del diez por ciento. En tercer lugar, las empresas asegu-radoras, que limitan la cobertura de riesgos asegurables y elevan las primas de acuerdo

15 Los procesos se nutren de la información obtenida en allanamientos en Montería y el Valle del Cauca. El Tiempo, 25 de mayo, 2001; El Tiempo, 28 de mayo, 2001; El Tiempo, 20 de octubre, 2001; El Tiempo, 21 de octubre, 2001; El

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con la intensidad del conflicto, también han ganado. A pesar de ser ilegal, muchas poten-ciales víctimas de secuestro en Colombia es-tán aseguradas contra este flagelo. En pala-bras del zar antisecuestro, "los seguros tie-nen un efecto inflacionario en el monto de los pagos de rescate" (Semple, 2001), ya que el seguro puede representar un incentivo perverso que redunde en el aumento del nú-mero de secuestrados y de los montos exigi-dos. Así, el conflicto ha generado una in-dustria de profesionales administradores de crisis, que va desde los intermediarios free lance en la negociación de la liberación de los secuestrados hasta las empresas de segu-ridad (Semple, 2001; Lilly, 2000)14.

Financiar paramilitares para protegerse. En muchas zonas del país los empresarios han estado involucrados en la financiación de grupos de autodefensa paramilitar. Como respuesta a la presión ejercida por la guerri-lla a través de extorsiones y destrucción de la infraestructura y ante la debilidad del es-tado para proteger la actividad productiva, muchos departamentos han visto crecer la presencia paramilitar. Ilustrando los nexos empresarios-paramilitares, la Fiscalía Gene-ral de la Nación adelanta por lo menos dos procesos mayores contra empresas y empre-sarios involucrados en financiación de paramilitares15. Reflejando la creciente des-aprobación de los Estados Unidos frente a la actividad paramilitar, en octubre de 2001 fue-ron canceladas las visas de empresarios vin-culados a estos procesos.

Invertir en construcción de paz por medio de proyectos de desarrollo local. Los empre-sarios adoptan estrategias diferentes en con-textos parecidos. Es así como muchas em-presas y grupos de empresas han comenza-do a invertir en proyectos productivos o educativos locales con el fin expreso de su-perar el conflicto con base en esfuerzos im-pulsados desde lo local. El diagnóstico en el que se basan se resume en que los costos económicos que impone el conflicto son demasiado altos, que la paz duradera va de la mano del desarrollo, que los intere-ses empresariales de largo plazo depen-den de la solución del conflicto y que la viabilidad de las otras alternativas (por ejemplo irse o permanecer pasivos) es li-mitada o indeseable.

La experiencia de la empresa Indupalma es quizá la iniciativa empresarial de desarro-llo local y construcción de paz más divulga-da. A mediados de los años noventa esta empresa productora de aceite de palma se vio enfrentada a una inminente bancarrota, fruto de las demandas sindicales, del cam-bio de reglas producto de la apertura comer-cial adoptada a comienzos de la década y del conflictivo contexto de la zona del Mag-dalena Medio en la que opera. En reacción a esta situación, la empresa se sometió a un profundo proceso de reorganización. Rees-tructuró sus operaciones en un sistema de cooperativas de trabajadores a quienes ofre-ce capacitación y créditos. Aunque enfrenta la creciente presión de grupos paramilitares, el experimento ha arrojado resultados posi-

Tiempo, 31 de octubre, 2001; The New York Times, 7 de junio, 2001; The New York Times, 7 de septiembre, 2000. 16 Para una descripción detallada reciente de los gremios colombianos ver Rettberg (en imprenta; 2002). 17 No siempre les ha ido bien en estas experiencias: Cuando asistieron a la primera Audiencia Pública,

realizada el 9 de abril del 2000 sobre el tema del empleo y el crecimiento económico, los gremios fueron abucheados y sufrieron una silbatina. El Tiempo, 13 de abril, 2000. Además, los guerrilleros de las FARC

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tivos como el aumento de la eficiencia de la empresa, el mejor desempeño de las coope-rativas y la disminución del número de ho-micidios en la zona (Fadul, 2001).

Otro ejemplo de iniciativa empresarial lo constituye Vallenpaz, fundada en el Valle del Cauca tras el secuestro masivo de los feli-greses de la iglesia La María, en enero del 2000, por parte del Ejército de Liberación Nacional (ELN). Bajo el liderazgo del ex alcal-de de Cali, Rodrigo Guerrero, diversos líde-res empresariales de la región se reunieron alrededor de un proyecto para estimular la inversión, otorgar créditos y préstamos para "construir paz" en las zonas de mayor pre-sencia armada de los departamentos del Va-lle y Cauca. Implícita en la estrategia está la intención de apoyar y reconstruir institu-ciones estatales locales. Si bien los fundado-res de Vallenpaz fueron en su mayoría em-presarios vallecaucanos, hoy su principal pero esquiva fuente de financiación es pú-blica (por ejemplo, el Fondo de Inversiones para la Paz (FIP)), e internacional (por ejem-plo, el PNUD y la Unión Europea).

Finalmente, el Foro de Presidentes de la Cámara de Comercio de Bogotá ha promo-vido un modelo de construcción de paz a través del desarrollo de capacidades geren-ciales en la administración y la educación públicas de Bogotá. Compuesto por aproxi-madamente 140 presidentes de empresas, el Foro ha desarrollado una relación cercana de colaboración y consulta con la alcaldía convirtiéndolo en socio esencial para mejo-rar la calidad de la educación pública por medio de alianzas público-privadas. Hace tres años al interior del Foro se organizó un grupo de trabajo explícitamente dedi-cado al tema de la construcción de la paz por medio de la promoción de principios y técnicas para la resolución de conflictos

en los currículos escolares y en las empre-sas. Sin embargo, celos institucionales no han permitido la consolidación de este proyecto.

Si bien esta muestra de iniciativas respon-de a situaciones locales diferentes, emplea medios distintos y ha escogido campos de acción diversos, comparte un interés en ge-nerar desarrollo local en respuesta a una si-tuación de marginalidad local o regional que es percibida como causante o agravante del conflicto armado nacional así como del de-terioro económico de la(s) empresa(s). En su mayoría, se trata de alianzas público-pri-vadas, en las que la contraparte empresarial aporta tiempo, conocimiento, capacidad y know how, pero no capital. Todas estas iniciativas pioneras enfrentan el mandato de ser rentables a mediano o largo plazo y de arrojar resultados positivos para man-tener el interés y el impulso de quienes participan. Como en otras actividades em-presariales, la escala es determinante y la forma que adopten las iniciativas será cla-ve para saber cómo va a evolucionar la re-lación entre sector privado y conflicto en Colombia.

Participar e incidir en conversaciones de paz. Finalmente, con un ímpetu sin prece-dentes, los empresarios se vincularon a las conversaciones de paz entre el gobierno de Andrés Pastrana y los grupos guerrilleros FARC y ELN. Hasta poco antes de la ruptura de los diálogos con las FARC, en febrero del 2002, el tema de la paz estaba de moda en foros, mesas, asambleas y otros eventos empresa-riales. En contraste con las anteriores estra-tegias, esta actividad ha estado marcada por el notable protagonismo de los gremios, or-ganizaciones cuya función es representar intereses empresariales pero que no son em-

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presas per se16. A través de pronunciamientos públicos y comunicados de prensa, estas organizaciones se han convertido en interlo-cutores empresariales obligados en la discu-sión sobre el logro de la paz en Colombia. Así lo sugiere la asistencia de representantes gremiales a la primera audiencia pública convocada por la Mesa de Diálogo con las FARC en el Caguán y su participación como voceros en las principales reuniones de la sociedad civil que han enmarcado el proce-so con el ELN, como la de julio de 1998 en Maguncia, Alemania, en la que se dio inicio formal al proceso, y la de noviembre de 2001 en La Habana, Cuba, en la que se le fijó un nuevo rumbo17.

Sin embargo, la participación empresa-rial en las conversaciones de paz no se ha reducido a los pronunciamientos gremiales. También se manifestó desde el inicio de los procesos por medio de una gran influencia -más discreta pero no menos efectiva- en la posición del gobierno a través del equipo negociador. Es así como en ambos procesos importantes líderes empresariales fueron miembros del equipo negociador, conseje-ros y asesores directos del gobierno en la ela-boración de su postura. En este sentido, cabe resaltar la actividad de la Fundación Ideas para la Paz, creada por un grupo de grandes empresarios en 1999 con el propósito expre-so de contribuir tanto a la construcción de paz en el nivel regional como a las negocia-ciones entre las partes.

Los ejemplos reflejan un gran activismo empresarial en torno al logro de una solu-

ción negociada al conflicto. Sin embargo, no deben dejar la impresión de que la comuni-dad empresarial ha experimentado un vuel-co masivo en favor de esa opción. Por el con-trario, su relación con el proceso de paz ha sido pendular, oscilando entre la euforia y el pesimismo, combinando apoyo a una so-lución negociada con expresiones de gran escepticismo. Así, mientras las primeras de-claraciones y acciones del entonces presi-dente electo Andrés Pastrana fueron recibi-das con aprobación -llevando a la propues-ta de financiar a la guerrilla como contra-prestación a un cese al fuego- cuatro años más tarde los gremios se encontraban entre sus críticos más severos y eran partícipes de la cancelación del proceso. Así lo ilustró el homenaje a las Fuerzas Armadas que los gre-mios organizaron en simultánea nacional en agosto de 2001 (El Tiempo, 28 agosto 2001; 29 agosto 2001) así como el apoyo a los bonos de guerra que propuso el gobierno de Alvaro Uribe, elegido con el abrumador apoyo de los empresarios (El Tiempo, 1 julio 2002; Se-mana, 19 agosto 2002). Sin embargo, ese re-torno a una posición más conservadora frente al tema de unas eventuales negociaciones puede ser temporal.

CONCLUSIONES

Como lo ha ilustrado este artículo, la com-prensión de la economía política del con-flicto armado colombiano demanda la con-sideración del sector privado en tanto actor que modifica y adapta su comportamiento a las posibilidades y limitaciones que impone

trataron de requisar los dirigentes gremiales, a lo que se opusieron 10 de los 13 dirigentes presentes.18 En este sentido, el potencial empresarial para construir paz es enorme. Según Haufler (2001), industrias como el

turismo y las telecomunicaciones pueden hacer enormes contribuciones. 19 Angelika Rettberg (investigadora principal), "Empresarios y paz: un estudio comparado de la participación de los

empresarios en las negociaciones de paz en El Salvador, Guatemala y Colombia".

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el enfrentamiento. Frente al conflicto arma-do interno los empresarios colombianos han producido respuestas variadas que difieren en cuanto al campo de acción, al impacto esperado, la escala y el diagnóstico que las subyace. Las respuestas difieren también en cuanto al grado de activismo que implican y si son fruto de decisiones individuales (como la fuga o la pasividad) o colectivas. En par-ticular, aquellas dirigidas a la superación del conflicto por medio de proyectos pro-ductivos regionales o por medio del apo-yo a los esfuerzos de negociación se dis-tinguen de las demás por representar es-fuerzos de cooperación y coordinación entre varios actores empresariales. Sólo la última respuesta -apoyar las negociacio-nes de paz- incluye una significativa pre-sencia gremial.

En buena medida, la diversidad de las reacciones empresariales frente al conflicto muestra cómo el mismo fenómeno afecta el contexto empresarial de manera distinta, ge-nerando un abanico de opciones de acción con impacto político y económico. De igual manera, la variedad de respuestas ilustra la heterogeneidad del sector privado nacional en cuanto a forma organizacional y capaci-dad de reacción y organización frente al con-flicto.

Por consiguiente, este artículo tiene va-rias implicaciones para la literatura sobre las relaciones entre empresarios y política, en general, y sobre sector privado y conflicto, en particular. Por un lado, la variedad de la reacción empresarial colombiana subraya la necesidad de explorar el nivel doméstico y,

en especial, las realidades regionales y loca-les, además de la dimensión internacional. En breve, el artículo ha destacado que con-viene distinguir y explorar las opciones y estrategias de empresarios nacionales y de empresarios transnacionales en condiciones de conflicto.

Por otro lado, la enorme heterogeneidad en la reacción empresarial recuerda que es preciso cuestionar la existencia de algo pa-recido a "la" posición empresarial frente al conflicto. La rica gama de respuestas posi-bles no sólo ilustra los efectos variados del conflicto (una variable exógena) en los cál-culos y estrategias empresariales, sino tam-bién apunta a la importancia de tomar en cuenta variables endógenas del empresa-riado -como pertenencia sectorial, tamaño y capacidad organizativa- para explicar sus respuestas específicas.

Finalmente, las distintas respuestas mues-tran que el sector privado puede ser parte del problema pero necesariamente tendrá que ser parte de la solución. Como lo refle-jan varias de las respuestas empresariales, la necesidad de garantizar la viabilidad de las empresas en un entorno complejo puede conllevar a la profundización de los conflic-tos, como lo ha subrayado la literatura sobre sector privado y conflicto, pero también re-presenta un incentivo poderoso para la vin-culación de empresarios a distintos esfuer-zos de construcción de paz18. En ese sentido, el artículo aporta conocimiento para identi-ficar los potenciales interesados empresaria-les (stakeholders) de la construcción de paz en Colombia.

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Quedan, sin embargo, por lo menos dos cuestiones importantes sin resolver: 1) ¿Por qué los empresarios escogen cada estrategia o combinación de estrategias? y 2) ¿cuál es lafrecuencia o peso relativo de cada estrategia o combinación de estrategias en la suma delcomportamiento empresarial frente al con-flicto? Investigaciones en marcha19 brinda-rán respuestas a estos interrogantes para ahondar en las motivaciones y condiciones específicas que llevan a preferir una estrate-gia o combinación de estrategias en el con-vulsionado contexto del conflicto colom-biano.

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CAPITALISMO, CONTROL Y RESISTENCIA

Eduardo Donjuán y Arlene B. Tickner'

"Quizá la historia del mundo es la historia de unas cuantas metáforas "

(Borges, 1952)

"I'm all lost in the supermarket I can no longer shop happily

I carne in herefor that special offer A guaranteed personality"

(The Clash)

A partir de la premisa de la relación dialéctica entre poder y resistencia, este artículo se interesa por las formas en que dicha relación se traduce en nuevos dispositivos de control propios del capitalismo global. El surgimiento de mecanismos de regu-lación y disciplinamiento, en particular en el ámbito del consumo cultural, supone entonces nuevos mecanismos de posición, por lo tanto la centralidad de la argu-mentación del texto está dada por la resignificación del concepto de resistencia dentro del orden global. Palabras claves: capitalismo global/ poder/ consumo/ resistencia.

This article explores the ways in which the dialectical relationship between power and resistance manifests itselfin specific strategies of control characteristic of global capitalism. The emergence ofnew regulatory and disciplinary mechanisms, in particular within the sphere of cultural consumption, leads to distinct forms of resistance. In consequence, the authors' explore the varied meanings ofthe concept of resistance within a globalized world order. Keywords: Global capitalism/power/consumption/resistance.

INTRODUCCIÓN dos nuevos- movimientos sociales. El mun do actual, caracterizado por la globalización

Históricamente, la práctica de la resisten- del capitalismo, obliga a revalorar las cate- cia, así como sus sujetos principales se han gorías utilizadas para tipificar la resistencia, asociado con acciones políticas públicas ejer- En particular, las expresiones cotidianas y cidas por actores colectivos identificables, en- privadas de resistencia han adquirido una tre ellos el movimiento obrero y los llama- gran relevancia en la medida en que afectan

1 Politólogo, Universidad de los Andes y Profesora Asociada, Departamento de Ciencia Política, Univer-sidad de los Andes. Este artículo es el resultado de una investigación profesoral realizada por los autores como prerrequisito de grado de Eduardo Donjuán. Recibido: 02/13/003 -Aprobado: 03/31/003.

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el funcionamiento de un sistema global alta-mente integrado e interrelacionado.

La globalización del capitalismo, un fe-nómeno que se manifiesta tanto en la esfera económica como en los ámbitos político, so-cial, cultural e ideológico, ha generado una estructura mundial marcadamente distinta (Holm y Sorensen, 1998; Santos, 1998). Ésta se caracteriza por: (1) la compresión del es-pacio-tiempo, factor que abre múltiples ám-bitos de interpenetración entre distintos su-jetos y acelera su interacción, haciendo caso omiso de las fronteras geográficas; (2) la crea-ción de una nueva división internacional del trabajo, caracterizada por la flexibili-zación y la disgregación del proceso produc-tivo; (3) la reconfiguración de los procesos y dinámicas globales, regionales y locales, así como los patrones de interacción entre ellos; (4) la desterritorialización; y (5) el surgimien-to de nuevos mecanismos de control y regu-lación, en particular en el contexto del con-sumo cultural. Las condiciones anteriores hacen más visibles otros tipos de resistencia por varios motivos (Appadurai, 1996; Sklair, 1998; Negri y Hardt, 2001). Primero, la exis-tencia de un orden global único permite que acciones tomadas a nivel local-individual tengan repercusiones directas en el ámbito internacional. Segundo, la inmediatez que reviste cualquier manifestación o intento de resistencia tiene consecuencias instantáneas dentro de las redes de comunicación del sistema. Tercero, dado que el consumo cons-tituye el motor principal del capitalismo en la actualidad, las expresiones cotidianas de resistencia que emergen de sus dinámicas respectivas apuntan directamente al centro del aparato productivo.

La intención principal de este artículo es indagar acerca de los distintos significados que adquiere el concepto de resistencia den-

tro del orden global actual. Nuestra reflexión está dividida en tres partes. Una primera se dedica al análisis de los rasgos y las conse-cuencias principales del capitalismo global. Ésta comienza con la discusión sobre la cri-sis de la modernidad de la Escuela de Frankfurt que, además de permitir una vi-sión crítica de la lógica de las sociedades capitalistas, también constituye un punto de partida apto para problematizar las ca-tegorías con las cuales se realiza la investi-gación social en general. Posteriormente, se examinan algunas de las transformaciones más significativas del sistema capitalista, en-tre ellas el desdibujamiento de los límites en-tre lo económico y lo cultural; la centralidad del consumo para la perpetuación de la pro-ducción; la transición del fordismo al postfordismo; y la generación de ideas y valo-res universales, e instituciones que legitiman el orden global existente.

A raíz de lo anterior, en la segunda parte se discute la creación de nuevos dispositi-vos en el ejercicio del poder. El punto de partida para ello es la explicación que ofrece Robert Cox (1986) del funcionamiento de la hegemonía en el sistema mundial, la cual se materializa en procesos económicos, políti-cos y sociales que legitiman el orden exis-tente. El análisis de dicho autor complementa el trabajo de Toni Negri y Michael Hardt (2001), en la medida en que las prácticas de poder dentro de lo que éstos llaman "impe-rio" también se arraigan en múltiples esferas de la vida social. Por su parte, los aportes de Michel Foucault (1980a, b; 1984) sobre la nue-va economía de poder en las sociedades modernas ofrecen otras claves fundamenta-les para la comprensión de las relaciones de poder y dominación en el capitalismo global.

La tercera parte del artículo explora una serie de perspectivas distintas en torno a la

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Capitalismo, control y resistencia • 57

resistencia, las cuales evidencian los cambios que ha sufrido su conceptualización. Sin duda, Foucault (1984; 1991) sienta las bases para reflexionar acerca de la relación dialéc-tica que existe entre poder y resistencia: "la resistencia no puede ser externa al poder ya que el poder no constituye un sistema de dominación con un adentro o un afuera" (Rouse, 1994:108). Una forma de contrarres-tar la dominación es lo que James Scott (2000) llama el discurso oculto, un tipo de práctica discursiva de grupos subordinados que se nutre de las posibilidades que brinda el ac-tuar desde espacios sociales cotidianos fue-ra del alcance de los mecanismos de coer-ción y control. Por su parte, Michel de Certeau (1984) examina las formas sutiles en que los individuos reapropian los bienes de consumo dentro de la cotidianidad, obsta-culizando el flujo regular entre consumidor y sistema. Finalmente, Arjun Appadurai (1996) resalta el papel que ejerce la imagina-ción en la descolonización de las prácticas culturales.

CAPITALISMO Y ORDEN GLOBAL

Crítica al proyecto de la modernidad

"Podery conocimiento son sinónimos " (Horkheimer y Adorno, 1998:60).

Al iniciar un texto que intenta abordar un concepto tan amplio e impreciso como el que encierra la palabra "resistencia" nos es útil empezar por cuestionar los cimientos del mismo conocimiento y las categorías que fundamentan una determinada forma de leer el mundo. Si las palabras y los términos están ya cargados de significado, tratar de dejar atrás los prejuicios para "hacer senti-do" de una idea cualquiera no deja de ser problemático. El pensamiento ilustrado,

motor de este ejercicio, propone en sí mis-mo una dificultad a la hora de reconocer en los conceptos matices nuevos, interpretacio-nes distintas, ya que, como dijeran Max Horkheimer y Theodor Adorno (1998: 60), "[...] el saber, que es poder, no conoce lími-tes, ni en la esclavización". En otras pala-bras, el nombramiento o la descripción de la resistencia de "x" o "y" manera necesaria-mente encierra prácticas de poder regu-ladoras de las cuales la academia tampoco se escapa. Así, el interés del texto no puede ser otro que seguir en el juego del "collage" interpretativo, evidenciando relaciones qui-zá ya propuestas de antemano por otros autores.

De Descartes, y la consolidación de las bases del pensamiento racional, a la genera-lización del capitalismo global, y las diná-micas y agencias con las que éste opera, existe un hilo conductor: la dialéctica de la mo-dernidad. Es por ello que al examinar y de-finir las características del orden global ac-tual, es esencial comenzar con la proble-matización de los valores que encarna este proyecto. La modernidad, su (supuesta) cri-sis, y el advenimiento de un estadio distinto sigue siendo un problema sociológico fun-damental (Giddens, 1996: 33).

Una de las críticas más importantes de la modernidad y, en consecuencia, del papel del capitalismo dentro de ella, proviene de los autores de la Escuela de Frankfurt. Éstos comparten una preocupación central por desenmascarar los supuestos méritos de la época moderna, los cuales se fundamen-tan en la emancipación del hombre a par-tir del ejercicio de la razón y el logro del progreso. Al contrario, la teoría crítica muestra cómo el racionalismo ilustrado degenera en una lógica de opresión, cómo el progreso resulta en barbarie y cómo las

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relaciones de dominación que la Ilustración buscaba destruir simplemente se reprodu-cen en ella (Bronner, 1994: 81). De allí que la Ilustración termine entendiéndose como una figura totalitaria (Horkheimer y Ador-no, 1998:62).

A pesar de que los distintos miembros de la Escuela de Frankfurt plantean aproxima-ciones diferentes a este problema, existe una serie de aspectos comunes en su pensamien-to: (1) en las sociedades modernas se eviden-cia una tendencia innata hacia la domina-ción y la explotación, dado el impulso del hombre a dominar la naturaleza; (2) las so-ciedades industrializadas se caracterizan por la existencia de industrias culturales a través de las cuales se imponen valores, modos de conducta y patrones de consumo como me-dios de ejercicio del poder; (3) el conocimien-to está socialmente condicionado y consti-tuye un instrumento de dominación; y (4) la emancipación del individuo debe ser la meta principal de la teoría crítica (Held, 1980; White, 1995).

De lo anterior se desprende que la causa principal de la autodestrucción de la Ilus-tración recae en su fundamentación en el dominio sobre la naturaleza y del tipo de razón instrumental reificadora que dicha lógica engendra en el hombre. La idea de la emancipación frente a la naturaleza, que enarbola el proyecto de la modernidad, ter-mina cediéndose al dominio de la naturaleza sobre los hombres, el cual se ve reflejado particularmente en el aparato productivo (Sánchez, 1998: 30). En otras palabras, las prácticas de dominio que buscaban liberar al hombre se vuelven en su contra, con lo cual su condición de sujeto de la historia también queda anulado (Horkheimer y Adorno, 1998: 80).

Una de las claves del éxito del Iluminis-mo es, para Horkheimer y Adorno (1998), la mistificación de las masas, en donde la in-dustria cultural desempeña un papel fun-damental. Según los autores, ésta posibilita el control del tiempo libre de los individuos, los cuales son considerados por el sistema productivo como consumidores. De esta forma, el valor de uso en la recepción de bie-nes culturales es sustituido por su valor de cambio: "En la industria cultural el indivi-duo es ilusorio[...]" (Horkheimer y Adorno, 1998: 199). Dicha visión parte de un indivi-duo totalmente inerte ante la máquina cul-tural que define el sentido del gusto, así como el grado de placer y diversión de los seres humanos, con lo cual éstos no tienen que pensar. En esta medida, el aparato cul-tural es visto como maestro de orquesta que dirige la masa y reproduce a los individuos en sus costumbres y deseos para controlar sus hábitos de consumo.

El pesimismo de la teoría crítica respecto de las prácticas culturales niega la posibili-dad de que las personas inmersas en el siste-ma puedan ejercer agencia. Al contrario, el hecho de que la industria cultural extienda sus tentáculos a todas las esferas de la vida se traduce en la sumisión del individuo sin resistencia a todo lo que ésta le ofrece (Horkheimer y Adorno, 1998: 178). Por ello, no constituye la mejor aproximación al pro-blema de la resistencia que se desarrolla en este texto, aunque los aportes de esta escuela son fundamentales para empezar a recapi-tular las formas en que el consumo se mez-cla con las prácticas culturales.

Postmodernismo como lógica cultural del capitalismo avanzado

"[... ]la seducción se ha convertido en el proceso gene-ral que tiende a regular el consumo, las organizacio-

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nes, la información, la educación, las costumbres " (Lipovetsky, 1986:17).

La teoría crítica señala que uno de los espacios principales en los cuales la do-minación se ejerce y se perpetua es en el ámbito cultural. Allí, la colonización del ocio y del placer se fundamentan en el control sobre lo que se consume y sobre aquellos valores que subyacen dichas prácticas.

El dominio sobre los distintos espacios en los que el desarrollo de los individuos tiene lugar obedece a las necesidades mis-mas del sistema. Así, como en la Edad Me-dia, el tiempo libre de las personas era ma-nejado por la Iglesia de manera que la disci-plina religiosa fuera efectiva, con la moder-nidad, el advenimiento de una sociedad secularizada y el auge del capitalismo avan-zado, el control se extendió al trabajador por medio de nuevas reglas de disciplina labo-ral y novedosas formas de delimitación y dominación de los ámbitos libres (Harvey, 1990:228).

De igual forma, y como otro gran mo-mento del proceso de secularización, los in-dividuos no solo fueron sacados de las igle-sias para llevarlos a las fábricas, sino que tam-bién se les dio crédito y se les introdujo al centro comercial para que pudieran consu-mir de inmediato todo lo que quisieran sin necesidad de ahorrar. Esto es, según Gilíes Lipovetsky (1986: 84) el cambio básico que promueven las sociedades modernas: se abre la puerta a "[...]los valores hedonistas que animan a gastar, a disfrutar de la vida, a ce-der a los impulsos". El resultado es una cul-tura centrada en el placer, el individuo, la instantaneidad y la espontaneidad. Con ello, las estrategias de seducción adquieren pre-lación en tanto mecanismos de poder frente

a las prácticas de disciplina características de otros momentos históricos (Lipovetsky, 1986:24).

El análisis efectuado por Jean Baudrillard (2001) sitúa esta realidad dentro de la socie-dad de consumo y las transformaciones que ésta genera en la relación entre consumidor y objeto consumido. Según el autor, la so-ciedad de masas se basa en el consumo in-ducido por la publicidad. El concepto de la marca constituye una de las herramientas principales de las prácticas publicitarias, en la medida en que ésta reemplaza el ob-jeto a ser consumido con las emociones y los imaginarios asociados con un producto dado (Baudrillard, 2001: 20). De allí que el consumo, más que relacionarse con la satisfacción de las necesidades básicas del ser humano, constituye el "[...] acto siste-mático de manipulación de los signos" (Baudrillard, 2001: 25), por medio del cual los individuos consumen las ideas pro-yectadas por distintos objetos.

Para Frederic Jameson (1991), lo descrito constituye una nueva etapa del capitalismo en donde lo cultural adquiere una impor-tancia fundamental. Ésta es catalogada por el autor como el postmodernismo. Uno de los rasgos principales de esta épo-ca específica del desarrollo capitalista es el desdibujamiento de los límites entre lo cultural y lo económico, es decir, que el control sobre el ámbito cultural es una condición indispensable para el afianza-miento y la perpetuación del aparato pro-ductivo.

Como pauta cultural dominante, la postmodernidad se manifiesta en el populismo estético, el pastiche y la nostal-gia como moda. Lo primero se asocia con la necesidad de producir grandes cantidades

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de productos de diversa apariencia a fin de mantener intactos o aumentar los niveles de consumo existentes en la sociedad. En ello, la innovación y la producción estética ocu-pan un lugar central (Jameson, 1991: 17-18). Lipovetsky (1986) describe esta práctica en términos de la personalización del aparato productivo, la cual busca satisfacer las varia-das necesidades de consumo de la sociedad en su conjunto. El pastiche es, según Jameson (1991: 44), "una parodia vacía, una estatua ciega" que se expresa en la imitación mecá-nica y neutral de prácticas pasadas, en don-de la imagen se sobrepone al valor de uso. Ello produce la nostalgia como moda, un intento de reapropiarse un pasado que nunca existió, con lo cual la historicidad se des-vanece y los individuos pierden la capaci-dad de experimentar la historia de forma activa (Jameson, 1991: 47). La centralidad del pastiche y de la nostalgia en la producción y recepción de imágenes culturales se explica en función de la alteración del espacio-tiem-po característico del capitalismo tardío (Appadurai, 1996:30).

Las ideas expuestas se relacionan íntima-mente con el par consumo-repetición, que se representa en las dinámicas circulares de la moda y de la producción cultural en ge-neral. La industria cultural absolutiza la imitación y la repetición (Horkheimer y Adorno, 1998: 175), razón por la cual podría-mos explicar el desatino de algunas pelícu-las futuristas de los años ochenta, en las que el director de arte en su afán de flirtear con el año 2000, cubría de plástico, aluminio y transparencias a sus personajes sin imagi-nar que, irónicamente, por estos días las ca-lles de las grandes ciudades estarían habita-das por jóvenes que quizás solo quieren lu-cir como lo hacía cualquier cantante de una banda de punk en 1982.

A partir de esta interpretación, Jameson (1999: 58) aduce que la cultura postmoderna es caracterizada por la homogeneización de patrones culturales a nivel global -la "liber-tad" de escoger siempre es para lo mismo- la cual posibilita un tipo de intervención en distintas sociedades mucho más honda que cualquier otro tipo de colonialismo o impe-rialismo del pasado.

Transformaciones en el capitalismo global

"[...] ya eran casi las diez de la noche, y la conversa-ción, que empezó con algo de interés de mi parte acerca del trabajo que ella tenía encomendado hacer en West Haven, había caído lentamente en un silen-cio eterno. Sentí un poco de alivio cuando empezaron a aparecer los avisos que anunciaban la cercanía del pueblo; también recordé que no comía nada hacia ya varias horas, 'café caliente a solo cinco millas'... 'Dunkin Donuts le da la bienvenida a West Haven' —¡demonios! Dejé mi cepillo de dientes en el baño del hotel— exclamó con enojo, mientras escarbaba apura-da un nessesaire azul claro que llevó en las piernas durante todo el viaje, —no puede ser tan grave— le dije, —realmente lo es, no puedo vivir sin lavarme los dientes por lo menos tres veces al día, así que le agradecería mucho si... -nadie necesita lavarse los dientes tres veces al día-, la interrumpí, —dos veces es más que suficiente—, y con un asomo de rabia en el movimiento de mi mano izquierda, le recalqué: tres veces al día es simplemente caer en la repetición obvia, de un muñeco sin gracia, que lleva puesta una camiseta que dice: Colgate. " (Hutter, 1979).

Las reflexiones que se han hecho hasta aquí apuntan a reafirmar la centralidad del consumo como motor del capitalismo. Sin embargo, su manejo ha sufrido transforma-ciones significativas en la medida en que el capitalismo, por medio de los procesos de globalización, se ha organizado a escala mundial.

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Uno de los factores que permiten enten-der este fenómeno es la transición del fordismo al postfordismo como forma pre-dominante de organización de la produc-ción. Por producción se entiende:

El modo particular de organización de las fuerzas productivas, las relaciones sociales de producción [...] y la ideología [...] que determinará el significado que se le asigna al trabajo (Bernard, 2000: 152).

El modelo fordista, que caracterizó las relaciones productivas desde finales del si-glo XIX hasta mediados de los años ochenta, se caracterizó por la producción en masa, la integración vertical del proceso productivo en un solo espacio físico, el predominio de mano de obra no especializada, y la organi-zación nacional de estrategias de producción y acumulación de capital (Cox, 1996; Pellerin, 1996). Mientras que el estado desempeñó un papel determinante en la creación de las políticas de regulación de la producción, la clase trabajadora se convirtió en un actor social privilegiado.

Con el advenimiento de la crisis econó-mica global de mediados de los setenta, sur-gió entre los estados y sus respectivos secto-res privados la necesidad de inventar for-mas más competitivas de producción. Así, el postfordismo se fundamentó en la reduc-ción de los costos de producción por medio de la flexibilización, el uso de nuevas tecno-logías, y la disminución de las prerrogativas que el sector laboral había adquirido bajo el modelo anterior. Con ello, la territorialidad de la producción cambió dramáticamente (Pellerin, 1996: 84): de las grandes fábricas y bienes estandarizados típicos del fordismo se transitó hacia la producción de una ma-yor variedad de productos a partir de pe-queñas unidades especializadas y disgrega-das. Algunos resultados de esta transición

fueron la segmentación de los mercados la-borales, la creación de una nueva división internacional del trabajo, la descentraliza-ción y transnacionalización del proceso pro-ductivo, y el desplazamiento del estado y el sector laboral como protagonistas de la pro-ducción (Cox, 1996; Pellerin, 1996; Bernard, 2000).

Para los propósitos específicos de nues-tro análisis, el advenimiento de las marcas fue uno de los resultados más importantes de dicho cambio. Según Naomi Klein (2002: 4), el postfordismo culminó en una nueva forma de organización corporativa funda-mentada en la creación de imágenes publi-citarias, las cuales suplantaron en gran me-dida los productos de consumo. Con ello, el objeto a ser vendido al público cambió: en vez de un producto concreto, lo que se ven-de ante todo en el sistema postfordista son conceptos -el prestigio, la familiaridad, la audacia y el estatus, entre otros- que marcas como Nike, Absolut, Starbucks y Tommy Hilfiger acostumbran evocar (Klein, 2002: 21).

La reestructuración del aparato produc-tivo no solo se refleja en la esfera económica, sino que constituye la base para la reorgani-zación de las relaciones de poder político, social y cultural (Bernard, 2000: 153). Leslie Sklair (2000: 1-4) afirma que el postfordismo, en combinación con su engranaje sistémico -la globalización- ha dado lugar a prácticas transnacionales que atraviesan las fronteras nacionales y que se originan en el empo-deramiento de actores distintos a los estados nacionales.

En el ámbito político, la autora afirma que la globalización ha creado las bases para el surgimiento de una clase capitalista trans-nacional cuyos intereses se expresan en tér-minos globales; que buscan ejercer control

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en el lugar de trabajo, en la política doméstica e internacional, y en las prácticas culturales cotidianas; y cuyas perspectivas sobre los temas económicos, políticos y culturales son más globales que locales (Sklair, 2000: 3-4). De allí que Sklair sugiere que la globalización debe entenderse como una ideología capita-lista globalizante, noción que tiene eco en la descripción que Negri y Hardt (2001) hacen de lo que llaman imperio en el orden actual. Los esquemas transnacionales de produc-ción generan la ilusión de que el control lo-cal así como la soberanía y la productividad nacionales predominan, generando lo que Appadurai (1996: 41) denomina el fetichis-mo de la producción: la mentira de que efec-tivamente desde lo local se pueda ejercer control sobre las fuerzas globales, cuando en realidad el estado, por ejemplo, se ha vuel-to un simple instrumento del capitalismo global.

Al contrario de las actividades transna-cionales características de las esferas econó-mica y política, en donde la inclusión de grupos subalternos es marginal, en el ámbi-to cultural la meta principal de los actores transnacionales dominantes es la inclusión y la participación. "[...] se proclama, lite-ralmente, que el significado de la vida se sitúa en aquellas cosas que poseemos" (Sklair, 1998:297). Así, la ideología cultu-ral del consumo se fundamenta en la crea-ción de prácticas consumistas que supe-ran las necesidades físicas de las personas, ya que la reproducción del capitalismo en la etapa actual depende de su expansión y repetición.

Para ello, nuevamente, las marcas son fundamentales. La proyección de ideas e imágenes como extensiones de éstas, en combinación con el hecho de que las mar-cas "etiquetan" a los seres humanos, gene-

ra tales grados de sinergia con el ámbito cultural que las marcas terminan convir-tiéndose en la cultura misma (Klein, 2002: 30). Por su parte, el proceso de personali-zación (Lipovetsky, 1998: 19) que caracte-riza estas nuevas prácticas le da al consu-midor una falsa sensación de que quien decide es él, enmascarando así la agencia innegable que ejercen las fuerzas produc-tivas en este proceso.

m hí Caracterización del orden global

"Junto con el mercado global y los circuitos globales de producción ha emergido un nuevo orden, una nue-va lógica y estructura de mando, en suma una nueva forma de soberanía " (Negri y Hardt, 2001:43).

Las alteraciones en el aparato producti-vo, así como en las prácticas sociales y políti-cas que se desprenden de allí, repercuten directamente en los rasgos particulares del orden global. Para Robert W. Cox (1986), las relaciones sociales a nivel mundial se sus-tentan en aspectos materiales, ideológicos e institucionales. La interacción entre estos factores constituye la estructura histórica del orden global en un momento temporal es-pecífico. Mientras que las capacidades ma-teriales se concentran en el ámbito de la pro-ducción, las ideas comprenden significados intersubjetivos e imágenes colectivas del or-den social. Por su parte, las instituciones constituyen el vehículo principal por me-dio del cual las capacidades materiales y las ideas dominantes se canalizan (Cox, 1986: 217-218).

Básicamente, hasta aquí hemos descrito el orden global en función de la existencia de un modo de producción de alcance simi-lar que ha sido acompañado de prácticas transnacionales de índole económico, polí-tico y cultural. No obstante, la estructura

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histórica actual también se fundamenta en normas universales, instituciones internacio-nales y otros mecanismos que, junto con el aparato productivo, ayudan a determinar y aplicar las reglas de comportamiento de acto-res estatales y no estatales. Para detallar dicha estructura, los aportes de Appadurai (1996), y Negri y Hardt (2001) son fundamentales.

Según Appadurai (1996), la velocidad, alcance y volumen de las corrientes globales de gentes, finanzas, imágenes e ideas apun-tan hacia la disyunción y la desterritoria-lización como fuerzas centrales del mundo moderno. Así, el orden global actual es des-crito por el autor como un conjunto de cinco flujos (o scapes) que evidencian altos niveles de interacción así como formas fluidas e irregulares de movimiento (Appadurai, 1996: 33-41): (1) los ethnoscapes, compuestos por turistas, refugiados, trabajadores tempo-rales y migrantes, entre otros; (2) los mediascapes, las imágenes del mundo crea-das por los medios masivos de comunica-ción, así como los actores que controlan es-tos últimos; (3) los technoscapes, las configu-raciones globales de tecnología; (4) los financescapes, la organización global de capi-tal financiero; y (5) los ideascapes, ideas do-minantes y contrahegemónicas sobre temas como la democracia, los derechos humanos, la economía y la libertad y la justicia.

La flexibilidad e hibridez características de los flujos descritos por Appadurai cons-tituyen dos de los rasgos principales de lo que Negri y Hardt (2001) denominan impe-rio. Según los autores, imperio "[...] es un aparato de mando descentrado y deste-rritorializado que incorpora progresivamente a todo el reino global dentro de sus fronteras abiertas y expansivas" (Negri y Hardt, 2001:44). Su funcionamiento se basa en un engranaje económico, industrial y comuni-

cativo, ágil y efectivo. Este nuevo tipo de or-ganización global se manifiesta en un orden jurídico, en donde instituciones como la Or-ganización de las Naciones Unidas (ONU) y el Fondo Monetario Internacional (FMI) desem-peñan la función primordial de legitimar los valores "universales" del sistema, entre ellos la democracia, los derechos humanos y el li-bre comercio, y de defender el respeto de és-tos, hasta incluso con el uso de la fuerza (Negri y Hardt, 2001: 49-57). La intervención preven-tiva y represiva, al servicio de la "justicia" y la "paz", constituye una acción normal de la ope-ración del sistema. Por su parte, y haciendo eco de la noción de mediascapes y ideascapes, los medios de comunicación diseminan ideas que sostienen el statu quo.

DISPOSITIVOS DE PODER

"el poder está en todas partes; no es que lo englobe todo, sino que viene de todas partes " (Foucault, 1984: 113)

La descripción de la naturaleza actual del capitalismo y sus dinámicas principales per-mite elaborar una visión específica del po-der que posteriormente va a fundamentar nuestra discusión sobre los lugares en los que la resistencia puede tomar lugar. Robert Cox (1986; 1996) ofrece una de las primeras pistas para describir los dispositivos de po-der que se evidencian en el sistema global. Para ello, el autor recurre a la idea de hege-monía de Gramsci (1971). La hegemonía es un estado dinámico que permea todas las esferas de la vida. Al contrario de la domina-ción, ésta se basa en la negociación y renegociación entre grupos dominantes y subordinados acerca de las reglas de juego que priman en la sociedad. La hegemonía global se manifiesta en las esferas económi-ca, política y social; sin la existencia de las

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tres no puede ser considerada como tal (Cox, 1996: 137).

Las instituciones internacionales legiti-man en términos ideológicos las ideas hegemónicas, ya que éstas se presentan como "universales", al tiempo que encarnan las reglas que facilitan la expansión del orden hegemónico. A su vez, absorben y amorti-guan posibles tendencias contrahegemó-nicas. Como dijera Cox (1996: 139), "[l]a he-gemonía es como una almohada: absorbe golpes, pero tarde o temprano el oponente descubrirá que es cómodo descansar sobre ella".

La visión que tienen Negri y Hardt (2001) sobre el orden global complementa esta ca-racterización de Cox. De la misma forma que la hegemonía no es igual a la dominación, imperio no es equivalente a imperialismo. Se refiere, más bien, a una nueva estructura de autoridad global que ha reemplazado al estado-nación, y que se fundamenta, como en el caso de la hegemonía global, en el con-trol totalizador sobre los espacios económi-co, político, cultural e institucional. Los au-tores, sin embargo, incorporan a su análisis el papel crucial que desempeña la produc-ción biopolítica (que se resume en la pro-ducción de la vida social misma) en la per-petuación del sistema. Imperio, en últimas, constituye una forma paradigmática de biopoder que, a partir de la penetración de la mente y el cuerpo de los individuos, fluye por el terreno social en su totalidad (Hardt y Negri, 2001: 45).

El dispositivo del biopoder, en particu-lar, permite que el sistema global caracteri-zado como imperio sea autorreferencial, en el sentido de que al controlar la vida misma éste contiene mecanismos que le permiten adaptarse y enfrentarse a las amenazas a su

estabilidad. Extiende sus tentáculos a todas las esferas de la vida cotidiana, reducien-do sustancialmente los espacios y las for-mas disponibles para discrepar de las ideas y los valores que sustentan su funciona-miento. En este sentido, el consumo como eje de la fuerza material en el capitalismo tardío representa un tipo privilegiado de poder, dado que permite la generalización de mecanismos de disciplina y control en la sociedad.

Para profundizar en las dinámicas que genera la situación descrita es importante tener en cuenta algunos aportes de Michel Foucault, los cuales parten del supuesto de que en la modernidad el poder soberano de los estados ha sido reemplazado por redes disciplinarias y regulativas en la sociedad. El concepto foucauldiano de poder se fun-damenta en varias proposiciones (Foucault, 1984: 114-119): (1) el poder no es algo que se posee sino que éste se ejerce a través de múl-tiples puntos; (2) las relaciones de poder son extensivas a todo tipo de interacción huma-na; (3) si bien el poder es intencional, en el sentido de que se ejerce en función de obje-tivos específicos, no es ejercido por ningún sujeto en particular; (4) el poder existe en relación con múltiples puntos de resisten-cia en la sociedad, con lo cual donde hay poder hay resistencia, la cual nunca está "fue-ra" del poder.

Para Foucault, los discursos constituyen un aspecto táctico importante en el fortale-cimiento de las relaciones de poder (Rouse, 1994: 92). El poder produce efectos de ver-dad que, a su vez, reproducen el poder: "[n]o puede existir ningún ejercicio posible del poder sin una cierta economía de discursos de verdad que opera por medio de y sobre la base de dicha asociación" (Foucault, 1980a: 93). Las reglas legales, consistentes en las

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leyes, las instituciones y los mecanismos en-cargados de su aplicación, transmiten y operacionalizan las relaciones de poder, y tienen el efecto de constituir a los sujetos en la sociedad. Foucault plantea que existen tres dispositivos para convertir a los seres humanos en sujetos "objetificados", a saber: las prácticas de división; la clasificación científica; y la subjetivización (Rabinov, 1984: 7-11). Las primeras están representa-das por el aislamiento de los enfermos, los locos, los pobres y los marginados en gene-ral, como una técnica de dominación. Del proceso de clasificación de la actividad hu-mana surgen mecanismos de disciplina-miento y vigilancia, como aquellos que se observan en las cárceles, los hospitales y los centros educativos.

La subjetivización hace de la construc-ción del sujeto un proceso reflexivo y diná-mico, en la medida en que la interiorización de los primeros dos dispositivos es tal que el ser humano empieza a participar de manera activa en su propia autodisciplina y control. Por ello, "[l]os individuos son los vehículos del poder, y no su punto de aplicación (Foucault, 1980a: 98). En otras palabras, el ser humano no es el vis-a-vis del poder sino uno de sus efectos principales. El poder so-bre la vida, o el biopoder, es el resultado de este tipo de prácticas. Foucault (1984: 170) afirma que el biopoder es indispensable para la expansión del capitalismo, dado que per-mite una "[...] inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción". El panoptismo, cuya práctica fuera observada por Foucault en distintas instituciones so-ciales (1980c), posibilita el ejercicio perma-nente del poder en la sociedad, así como la generalización de la disciplina dentro de ella. Sin embargo, la trascendencia del poder no sólo se explica en función de su naturaleza omnipresente y microscópica, sino en el

hecho de que éste no se base exclusivamente en la represión. "El poder debe ser conside-rado como una red productiva que atraviesa todo el cuerpo social, mucho más que una instancia negativa cuya función es la repre-sión" (Foucault, 1980b: 119).

Según Stephen Gilí (2002: 22), la econo-mía política global consiste en dos estructu-ras principales: el neoliberalismo discipli-nario y un nuevo constitucionalismo. Lo anterior hace eco de la apreciación de Foucault de que el biopoder descansa sobre dos pilares complementarios, las disciplinas del cuerpo y los controles a la población. En el caso de las primeras, Gilí (2002) observa que el panoptismo ha sido adoptado como práctica institucionalizada de vigilancia dentro del capitalismo avanzado con el fin de reducir el riesgo dentro del sistema, de maximizar la ganancia y de preservar el or-den. Para este autor, el concepto del panóptico se relaciona directamente con la idea de "transparencia" que subyace el dis-curso capitalista, en el sentido de que las re-des de información transnacionales que sos-tienen las prácticas económicas y políticas actuales constituyen formas de vigilancia y clasificación, en particular de los países de la periferia (Gilí, 2002: 12).

Entre las ideas "universales" que el nue-vo constitucionalismo promueve se encuen-tran los derechos de propiedad intelectual, los cuales se identifican de forma creciente como un bien transable (Gilí, 2002: 5). Jameson (1998: 61) afirma que lo anterior es un producto natural de la cosificación de lo cultural propia del capitalismo tardío, y que se evidencia en la creciente promulgación de leyes que abogan por la libertad de las ideas. A pesar de ello, la "libertad, las "prác-ticas justas" y la "transparencia" constitu-yen simples consignas que posibilitan la ex-

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pansión de prácticas de dominación a escala global. Tanto el neoliberalismo disciplinario así como el nuevo contitucionalismo tienen como objetivo principal la generación de prácticas de consumo conducentes a la expansión capitalista, para lo cual la conver-sión de los productos culturales y de todas las demás esferas de la vida cotidiana en bie-nes comerciales se vuelve fundamental (Jameson, 1998: 70).

MECANISMOS DE RESISTENCIA

" ...las profundidades del mundo moderno y sus pasa-dizos subterráneos se han vuelto superficiales en la postmodernidad" (NegriyHardt, 2001:95).

Como han señalado algunos de los auto-res mencionados previamente, entre ellos Horkheimer y Adorno, y Foucault, la cons-trucción del conocimiento es en sí misma un ejercicio tautológico que se relaciona estrechamente con el poder. Por ello, la definición de la resistencia puede caer fá-cilmente en la misma lógica con que ope-ra la constitución de otros discursos "uni-versales". Esta es la dificultad principal que reviste cualquier intento por clasifi-car diversas expresiones sociales como ac-ciones de resistencia.

A pesar de esta salvedad, lo que se ha demostrado a lo largo del texto es que la con-formación de un sistema determinado se manifiesta en patrones políticos, económi-cos, sociales y culturales específicos. Lo an-terior supone procesos de acción, domina-ción y reacción, y por tanto, resistencia. La discusión presentada en esta última sección se circunscribe a la exploración de una de las formas principales en que la resistencia puede manifestarse dentro del sistema ac-tual, es decir, en la cotidianidad.

El discurso oculto

El trabajo de James Scott (2000) es pionero en la conceptualización de las acciones contes-tatarias de los grupos subordinados, al tiem-po que ofrece una revaloración del peso po-lítico de aquellos espacios privados supues-tamente ajenos al control y vigilancia ejerci-da por las redes de poder. Para este autor, las enormes asimetrías que caracterizan a las re-laciones entre grupos dominantes y domi-nados en diferentes contextos históricos y geográficos impiden la posibilidad de que la oposición se pueda expresar abiertamen-te. No obstante, la ausencia de declaracio-nes públicas y abiertas de resistencia no sig-nifica que ésta no existe.

Lo que Scott llama la "infrapolítica" de los grupos subordinados es precisamente una manera de nombrar a las distintas for-mas de resistencia que se recrean en los es-pacios inasibles, alejadas del ojo vigilante. Así, hacer una definición de resistencia no exige necesariamente esperar al acto de re-beldía abierto o la protesta social pública (Scott, 2000:44).

Los límites que imponen las concepcio-nes tradicionales acerca de los actos políti-cos no permiten una aproximación adecua-da al accionar de los grupos subordinados, ya que dichas definiciones parten de aque-llos ámbitos en los cuales el poder es visible operativo. Dentro de éstas existe una cons-trucción discursiva que delimita y clasifica aquello que constituye un acto político, con lo cual el sentido político de otras expresio-nes y actitudes que se escapan de las defini-ciones predominantes queda desconocido (Scott, 2000:42).

En la práctica, sin embargo, las redes de control no abarcan todos los espacios de una

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determinada sociedad. Por lo tanto, el dis-curso público totalizante tiene una contra-partida privada, que nace de la necesidad de expresión, y de la consecuente lucha por la construcción de una actitud para-lela al poder: "[...] en el discurso oculto, fuera del escenario, donde los subordina-dos se reúnen lejos de la mirada intimi-dante del poder, es posible el surgimiento de una cultura política claramente disi-dente" (Scott, 2000:43).

El análisis de Scott se centra en los dis-cursos ocultos que nacen de las relaciones de dominación más aparentes, como la es-clavitud y la servidumbre, para mostrar la manera en que éstos se convierten en formas cotidianas de resistencia. Pero al mismo tiem-po, sus reflexiones sirven para revalorar el accionar de las resistencias dentro del nue-vo orden global. A pesar de que las formas de expresión disidente siempre han existi-do, sin el consentimiento público y sin re-vestirse de un estatus político formal, las ac-ciones privadas han alcanzado una mayor relevancia dentro del sistema actual, dado que, como se ha discutido en páginas ante-riores, éste ha adquirido un carácter global y desterritorializado. Así, "...ni las formas co-tidianas de resistencia, ni la insurrección ocasional se pueden entender sin tener en cuenta los espacios cerrados en los cuales esa resistencia se alimenta y adquiere sentido"(Scott, 2000:45).

El discurso oculto opera de distintas maneras: se desliza por debajo de la relación aparente entre el señor y su subdito, el pa-trón y el empleado, y por qué no, para em-pezar la discusión que nos interesa, entre el consumidor y el aparato productivo. Estas relaciones no se pueden separar de la lógica de subordinación que caracteriza los proce-sos de explotación material. Para cada uno

de los casos existe un sistema de domina-ción que se basa en la apropiación y una re-acción que trata de contrarrestarla. El enga-ño constituye una de las formas en que se materializa el discurso oculto. Este también puede darse mediante acciones que afectan el pacto implícito entre subordinado y do-minador:

en el caso de los esclavos[...] sobre todo el robo, la sisa, la ignorancia fingida, el ausentismo, la labor descuidada o morosa, el mercado negro y la producción para venta clandestina; también el sabotaje de las co-sechas, el ganado y la maquinaria[...]"(Scott, 2000: 222).

Las acciones pueden ser baladíes a la to-talidad de la producción de una fábrica o una plantación, y en efecto ésta es una críti-ca que se le podría hacer a la valoración de Scott a este tipo de prácticas. Pero es evidente que la generalización de actos así descritos puede tener un efecto devastador en la economía y en la política: "en condiciones adecuadas, la acumulación de actos insigni-ficantes logra, como los copos de nieve en la pendiente de una montaña, provocar una avalancha"(Scott, 2000:227).

Teniendo en cuenta esta valoración de los espacios alternos a las relaciones típicas de dominación ¿cuál es entonces la forma de actuar del consumidor ante la lógica de disciplinamiento, control y explotación que impone el capitalismo? ¿Es acertada la des-cripción hecha por la teoría crítica de la iner-cia del individuo y la imposibilidad de ac-ción ante un aparato de control cada vez más abarcante y simbólico, o por el contrario, pueden los individuos, aún en las condicio-nes descritas, encontrar formas de desviar el poder y crear lugares comunes de disenti-miento?

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Lo que nos permite el trabajo de Scott es desenterrar la lógica silenciada de los suje-tos subordinados y valorar las formas en que sus acciones pueden afectar las relaciones de dominación. Por tanto, y de acuerdo con la descripción hecha anteriormente del or-den global, la interrupción en la cadena le-gítima hegemónica de producción, o la des-viación de las dinámicas de control en la biopolítica, significaría un punto de quie-bre, un momento de resistencia.

Es por esta razón que algunas prácticas de consumo, catalogadas simplemente como actos ilegales o ilegítimos que operan en con-tra del orden establecido, adquieren relevan-cia por su desviación y redireccionamiento de los flujos normales con los que opera el proceso productivo. Un ejemplo de esto puede ser el auge en los últimos años, prin-cipalmente en los países en vía de desarro-llo, de la utilización de los bienes de consu-mo por fuera de las leyes nacionales e inter-nacionales, que restringen su uso comercial al pago de impuestos por derechos de autor. Es decir, la piratería y el contrabando.

Públicamente, siempre serán actos con-denados desde el poder por su ilegalidad, pero en aquellos espacios fuera de los lími-tes del sistema, éstos se convierten en un dis-curso oculto de muchas personas que sólo pueden acceder a la producción cultural, y al reto del consumo, de esa forma. También están los individuos que lo hacen por con-vicción, y además, promueven dichas prác-ticas, como es el caso de cada navegante de internet que se inscribe dentro de los porta-les que comparten distintos archivos, para uso de la comunidad que acceda a ese espacio.

La preocupación por parte de los pro-ductores no se ha hecho esperar, y las políti-

cas de derechos de autor se han convertido en una normatividad regular e internacio-nalizada desde las instancias institucionales más importantes (Jameson, 1998; Gilí, 2002). Éstas amenazan a los países infractores con la pérdida de ventajas en otros puntos del intercambio a razón del incumplimiento en la aceptación de tales medidas o la toleran-cia de los centros de ilegalidad. Dichas polí-ticas han sido impuestas con mayor insis-tencia a los países en vía de desarrollo, ya que es allí en donde el comercio por fuera de la ley ha encontrado más espacios de ac-ción.

Las leyes mencionadas se conectan con otras, que para el caso de países como Méxi-co, Perú y Colombia, buscan restringir el uso del espacio público, por detectarse que es éste el principal escenario de la ilegalidad. Para ello, se elaboran campañas culturales y simbólicas que relacionan conceptos nacio-nales de pertenencia con respecto a las ma-neras de consumir, tales como "comprar co-rrectamente" y "aportarle al país". También se construyen formas de nombrar y entender a quienes se dedican a este tipo de prácticas, de forma que la persecución, que se ha vuelto penal, sea al mismo tiempo de aceptación por parte de la comunidad, y la condena pase a ser paralelamente, el rechazo social.

Lo importante del análisis de prácticas como la piratería recae sobre la apropiación de las estrategias de producción y consumo, así como la descolonización de espacios le-gitimados por las élites. Como se afirmó anteriormente, la hegemonía del estado-na-ción ha cedido su lugar a una comunidad imaginada, constituida por valores univer-sales, que abarca un territorio sin límites, y que se reproduce en cualquier espacio a tra-vés de un televisor -labor que cumpliera específicamente la imprenta en la consoli-

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dación del imaginario nacional (Anderson, 1998)- o cualquier otro medio del capitalis-mo electrónico.

Esto trae como resultado la producción de distintas subjetividades que se represen-tan en las nuevas formas que los individuos adquieren para imaginarse y para imaginar los mundos en los que viven (Appadurai, 1996:3). El marketing millonario que, en palabras de Hakim Bey (1991), se ha vuelto más peligroso que la religión, ha llenado las calles de las ciudades de colores llamativos e iluminado los cuartos oscuros de noches eternas frente al televisor.

Los individuos no son seres inertes; las consecuencias de la disciplina mediática se hacen evidentes en discursos disidentes y, en contraposición al pensamiento de la Es-cuela de Frankfurt, en la posibilidad de agen-cia. Así, lo que en ciudades postindustriales se recrea en posiciones estéticas de reapro-piación, con collages que destruyen la armo-nía de los avisos publicitarios, en intentos anarquistas de los autodenominados "artistas guerrilleros" (Klein, 2002: 279-297), en los países en vía de desarrollo no necesita de tanta justificación retórica neo punk, y va directamente al flujo regular de la produc-ción económica y cultural. Sin tener que jugar a ser rebeldes, se crean comunidades imaginadas enteras del contrabando y la ile-galidad.

El papel de la imaginación

En todo este proceso la imaginación desem-peña un papel fundamental. Según Appadurai (1996: 4-6), ésta constituye un hecho colectivo en el mundo actual, dado que la pluralidad de mundos imaginados propicios para repensar la resistencia surge

de allí. La imaginación se caracteriza por: (1) no pertenecer al ámbito del arte, el mito, ni el ritual, como puede haber sido concebi-da esta figura anteriormente, sino a la vida cotidiana misma; (2) ser impulsada por las imágenes que muestran los medios de co-municación, y cuyo consumo puede produ-cir ironía, ira, resistencia, y hasta agencia. Así, los bienes culturales y los medios masi-vos de consumo no constituyen un simple opio de las masas, como dirían Horkheimer y Adorno, lo cual no significa que el consu-midor sea un agente libre. Pero, Appadurai (1996: 7) afirma que donde hay consumo hay placer, y donde hay placer la imaginación puede abrir espacios de agencia.

Para Appadurai (1996: 31), este nuevo papel de la imaginación se fundamenta en tres factores: las imágenes producidas por los medios; las comunidades imaginadas; y lo que el autor llama los imaginarios, un pai-saje construido sobre los deseos colectivos de diversas comunidades. En su análisis de la función social del cricket, en el caso de la India, el autor demuestra la forma en la que la dominación que ejercen las prácticas cul-turales puede ser interrumpida por medio de la vernaculización, o sea, la colocación del producto dentro del contexto cultural local (Appadurai, 1996: 110-113). Según Appadurai, dicho proceso genera las bases para una comunidad imaginada, así como para la experimentación del placer de la agen-cia dentro de ésta.

La imaginación se convierte en un arma para todos aquellos que desean entrar den-tro de esa nueva modernidad que se les ofre-ce, aunque cada quien lo hace imponiendo sus respectivas condiciones económicas y preceptos culturales. En un ejemplo de esto, espacios tan grandes como la Guajira, un departamento en la punta norte de Colom-

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bia, enlazan una cultura del cacicazgo indí-gena que ni siquiera ha pasado por el enro-lamiento de la primera modernidad, y sal-tando tantos años de "progreso" industrial se insertan en el mercado mundial con sus propias reglas. La Guajira es el paraíso de la ilegalidad y el de todo tipo de artículos de consumo. Es completamente normal ver en el Cabo de la Vela a un indio wuayyú re-montando dunas por el desierto en una Cheroke venezolana nueva, con cajas de whiskey de primera y cigarrillos recién lle-gados de containers asiáticos.

Las artes de hacer

La idea de la descolonización de los flujos culturales es complementada por la perspec-tiva de Michel de Certeau (1996). Éste parte de la aceptación, como en el caso de la ma-yoría de los autores discutidos en este texto, de un sistema totalizador caracterizado por el flujo masivo de bienes de consumo, así como de mecanismos de control. A pesar de lo anterior, la obra del autor resalta la natu-raleza tenue de este orden disciplinante, dada su coexistencia con múltiples y dife-renciadas prácticas cotidianas del hombre común (Crang, 2000: 149). Para ello, centra su análisis en el lugar cardinal ocupado por el uso que los individuos dan a los bienes culturales, a fin de volver visibles aquellas prácticas consumistas que otras corrientes de pensamiento, como el marxismo, habían aso-ciado simplemente con procesos de masifica-ción y cosificación en la sociedad.

Según de Certeau, los consumidores interactúan con la economía cultural domi-nante y la transforman conforme a sus inte-reses y necesidades. Así, las sociedades no se reducen al simple seguimiento de los pa-trones de conducta imperantes, sino que las

diversas maneras de "hacer" "[...] forman la contrapartida, del lado de los consumido-res, de los procedimientos mudos que orga-nizan el orden sociopolítico" (de Certeau, 1996: XLIV). La transformación de los signi-ficados y de las prácticas impuestos por me-dio de situaciones específicas de poder no constituye una práctica nueva, sino que es el producto natural de cualquier encuentro cultural (García Canclini, 1989; Bhabha, 1994). En el mundo contemporáneo, de Certeau argumenta que de la misma forma en que la interacción entre colonizadores y colonizados durante la colonia española y portuguesa arrojó prácticas de reapropiación religiosa y cultural de parte de las comuni-dades indígenas, el uso que el televidente hace, por ejemplo, de las imágenes de la TV no es lineal. Al contrario, las formas en que el individuo "fabrica" posteriormente lo que absorbe está sujeto a la interpretación pro-pia (de Certeau, 1996: 37).

Las prácticas cotidianas del "hacer", ta-les como el hablar, leer, circular, cocinar y comprar, son representativas de lo que de Certeau (1996: 43) denomina "tácticas", en-tendidas como acciones que se dan den-tro de aquellos espacios controlados por los sujetos dominantes. Así, las tácticas consti-tuyen prácticas de adaptación (y resistencia) de aquellos actores que no tienen poder. Al contrario de las "estrategias" -término utili-zado originalmente por Foucault- que son empleadas por los que tienen poder y que operan por medio de la organización y el control sobre lugares específicos (de Certeau, 1996: 42), las tácticas atraviesan el espacio sin ocuparlo (Crang, 2000: 50), formando así ejer-cicios de movimiento y de "no poder".

A pesar de que las tácticas, al igual que los discursos ocultos descritos por Scott, pa-recen ser actos insignificantes e inconexos,

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su invisibilidad es engañosa, dado que de-sembocan en lo que de Certeau (1996) des-cribe como "trayectorias indeterminadas" cuyo efecto acumulativo es romper con la coherencia aparente del sistema. Así, una de las críticas más importantes que realiza de Certeau al análisis foucauldiano del bio-poder tiene que ver con el funcionamiento de los procedimientos y dispositivos de éste en la sociedad. El autor muestra que si bien existen algunas instituciones sociales y ám-bitos en donde la coherencia de los disposi-tivos del poder es total, la operatividad de muchos otros no es ni fluido ni coherente (de Certeau, 1996: 56). Al caracterizarse este segundo tipo de espacio por la ausencia de "[...] un lugar propio sobre el cual pueda funcionar la maquinaria panóptica" (de Certeau, 1996: 57), se abre la posibilidad de que el ejercicio de la resistencia por medio de las prácticas del hacer tenga un efecto práctico en la sociedad.

A MANERA DE CONCLUSIÓN

"Pocas veces el sistemafue tan vulnerable" (Bey, 1991)

"La pasión por la destrucción es también una pasión creadora " (Bakunin)

En este texto hemos pretendido analizar la reorganización de la resistencia (y del po-der) en relación con el consumo cultural; para ello, hemos argumentado que la resis-tencia halla sus condiciones de posibilidad en las transformaciones que ha sufrido el sis-tema capitalista durante el último siglo, aproximadamente. Éstas se resumen en la globalización del capitalismo, así como la homogeneización de patrones políticos, so-ciales y culturales a escala mundial. La co-hesión de esta estructura radica, entre otros, en la creciente incorporación de los seres hu-manos dentro de un sistema único de consu-

mo que no es de su libre elección. Sin embar-go, la naturaleza híbrida, desterritorializada y descentrada de los flujos globales también contribuye a su oblicuidad (García Canclini, 1989: 324), la cual precluye en muchos senti-dos el ejercicio tradicional del poder.

Ante la imposibilidad de construir un or-den distinto, erigimos en los mitos [...] de-safíos enmascarados. La lucha [...] es, la mayor parte de los días, una lucha meta-fórica. A veces, a partir de las metáforas, irrumpen, lenta o inesperadamente, prácti-cas transformadoras inéditas (García Canclini, 1989: 326).

El consumo cultural tiene, entonces, dis-tintos tipos de interpretación, de la misma forma que se yergue la imposibilidad objeti-va del texto, del cual surgen múltiples signi-ficados que se renuevan en cada lectura. "Barthes lee a Proust en el texto de Sthendal, el televidente lee el paisaje de su infancia en el reportaje de actualidad" (de Certeau, 1996:187). El texto social que produce el con-sumo puede ser releído o reescrito, de igual forma que Pierre Menard reescribe El Qui-jote en el cuento de Borges. Así, como la tra-ducción de un texto puede ser buenamente abusiva (Derrida, 1989) la deconstrucción de la lógica del consumo también plantea una revaloración de sus propósitos, y puede lle-gar a operativizarse dentro del mismo siste-ma para devolver el discurso desde abajo.

Sin lugar a dudas, fue este el éxito de la estrategia utilizada por el subcomandante Marcos para construir todo el imaginario zapatista alrededor del mundo. Marcos replanteó la forma de enfrentar el consumo cultural, recurriendo a una política de mer-cadeo llena de símbolos que se consumie-ron de forma entusiasta en las principales ciudades del mundo. Camisetas, broches, calcomanías; la gente se acerca e interactúa

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con el ideal revolucionario de la misma forma que compran el afiche del Che Guevara o el disco de Ibrahím Ferrer, es decir, muchas veces sin entender el men-saje o la letra. Marcos vendió un producto sin importar su contenido, de la misma forma que las canciones en inglés se mez-clan en las emisoras de países que hablan lenguas distintas a éste.

Con respecto a esta práctica, se afirma que "[...] el papel del mito instantáneo [...] es una de las bases del éxito de la propuesta del zapatismo. El mito es un referente simbólico de consumo, de uso" (Montalban, 1999:145). Para Marcos es muy claro que la política es un mercadeo y, que por consiguiente, la lu-cha por un lugar en ese espacio depende de la habilidad para hacerse consumir. Pero si bien esa es su gran cualidad dentro del mun-do mediático, también es la debilidad de desgaste, como le sucede a cualquier ídolo pop que no renueva conceptualmente para estar a la altura de las cambiantes exigencias del marketing.

La institucionalización de la resistencia ha definido de antemano hasta dónde se puede llegar en pro de las supuestas luchas emancipadoras, como si un acto de rebeldía de frente al control pudiera medirse en in-tensidad y mucho menos en grados de legi-timidad. Es precisamente a esos aspectos que renuncia una acción disidente. Como diría Félix Guattari (1994: 15), el sistema ha con-vertido a Marx o Freud en "papilla dogmá-tica", y de esta forma ya no generan éstos ningún riesgo a su estabilidad:

El marxismo y el freudismo, cuidadosamen-te neutralizados por los cuerpos constitui-dos del movimiento sicoanalítico y de la universidad, no solamente no perturban a nadie, sino que se han vuelto los garantes del orden establecido.

Así como los mecanismos de control, disciplinamiento y vigilancia se han fortale-cido en el orden global actual, los espacios paralelos también se han hecho más laten-tes. Éstos se caracterizan por tener la forma de un rizoma (Deleuze y Guattari, 2000), la cual supera el orden dicotómico del sistema al estar hechos de dimensiones y direccio-nes en constante movimiento. Cada uno de los nuevos elementos que le da sentido a los mecanismos de dominación crea un flujo que permite oponerlo, esquivarlo o reapropiarse de él. Así como la información salta de un portal a otro, los espacios de ile-galidad se reproducen y cambian de orden, las jugadas se repiten y las tácticas abren un sendero distinto. Muchas veces es espontá-neamente, y otras el mismo aparato cultural o el consumo abren estos espacios, jugando contra sí mismos. La resistencia cada vez es un acto más natural. De la misma forma que el agua de una represa reclama su curso nor-mal, las acciones de los individuos se cue-lan entre las rendijas del control.

El término que acuñó Hakim Bey (1991) para definir los espacios anárquicos de la internet, los cuales constituyen el núcleo de una teoría que se perdió en su propio ro-manticismo emancipatorio -la retórica rebel-de de la red fue demasiado explícita y visi-ble como para no poder ser captada en poco tiempo-, puede ser rescatado para definir los lugares en los que las acciones de los in-dividuos se paran frente al poder protegi-dos por la latencia de lo que el autor llama las "zonas autónomas temporales". Zonas en las que se desarrolla toda una comuni-dad al servicio de la ilegalidad, que ofrecen un camino para revaluar o cuestionar los valores y prácticas "universales" o donde simplemente se esconde la punción sexual de un niño dibujando escenas obscenas en la última página de su libro de historia.

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