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Llamadas telefónicas 31ENE B está enamorado de X. Por supuesto, se trata de un amor desdichado. B, en una época de su vida, estuvo dispuesto a hacer todo por X, más o menos lo mismo que piensan y dicen todos los enamorados. X rompe con él. X rompe con él por teléfono. Al principio, por supuesto, B sufre, pero a la larga, como es usual, se repone. La vida, como dicen en las telenovelas, continúa. Pasan los años. Una noche en que no tiene nada que hacer, B consigue, tras dos llamadas telefónicas, ponerse en contacto con X. Ninguno de los dos es joven y eso se nota en sus voces que cruzan España de una punta a la otra. Renace la amistad y al cabo de unos días deciden reencontrarse. Ambas partes arrastran divorcios, nuevas enfermedades, frustraciones. Cuando B toma el tren para dirigirse a la ciudad de X, aún no está enamorado. El primer día lo pasan encerrados en casa de X, hablando de sus vidas (en realidad quien habla es X, B escucha y de vez en cuando pregunta); por la noche X lo invita a compartir su cama. B en el fondo no tiene ganas de acostarse con X, pero acepta. Por la mañana, al despertar, B está enamorado otra vez. ¿Pero está enamorado de X o está enamorado de la idea de estar enamorado? La relación es problemática e intensa: X cada día bordea el suicidio, está en tratamiento psiquiátrico (pastillas, muchas pastillas que sin embargo en nada la ayudan), llora a menudo y sin causa aparente. Así que B cuida a X. Sus cuidados son cariñosos, diligentes, pero también son torpes. Sus cuidados remedan los cuidados de un enamorado verdadero. B no tarda en darse cuenta de esto. Intenta que salga de su depresión, pero sólo consigue llevar a X a un callejón sin salida o que X estima sin salida. A veces, cuando está solo o cuando observa a X dormir, B también piensa que el callejón no tiene salida. Intenta recordar a sus amores perdidos como una forma de antídoto, intenta convencerse de que puede vivir sin X, de que puede salvarse solo. Una noche X le pide que se marche y B coge el tren y abandona la ciudad. X va a la estación a despedirlo. La despedida es afectuosa y desesperada. B viaja en litera

Cuentos Bolaño

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Llamadas telefnicas31ENE

B est enamorado de X. Por supuesto, se trata de un amor desdichado. B, en una poca de su vida, estuvo dispuesto a hacer todo por X, ms o menos lo mismo que piensan y dicen todos los enamorados. X rompe con l. X rompe con l portelfono.Al principio, por supuesto, B sufre, pero a la larga, como es usual, se repone. La vida, como dicen en las telenovelas, contina. Pasan los aos.Una noche en que no tiene nada que hacer, B consigue, tras dos llamadas telefnicas, ponerse en contacto con X. Ninguno de los dos es joven y eso se nota en sus voces que cruzan Espaa de una punta a la otra. Renace la amistad y al cabo de unos das deciden reencontrarse. Ambas partes arrastran divorcios, nuevas enfermedades, frustraciones. Cuando B toma el tren para dirigirse a la ciudad de X, an no est enamorado. El primer da lo pasan encerrados en casa de X, hablando de sus vidas (en realidad quien habla es X, B escucha y de vez en cuando pregunta); por la noche X lo invita a compartir su cama. B en el fondo no tiene ganas de acostarse con X, pero acepta. Por la maana, al despertar, B est enamorado otra vez. Pero est enamorado de X o est enamorado de la idea de estar enamorado? La relacin es problemtica e intensa: X cada da bordea el suicidio, est en tratamiento psiquitrico (pastillas, muchas pastillas que sin embargo en nada la ayudan), llora a menudo y sin causa aparente. As que B cuida a X. Sus cuidados son cariosos, diligentes, pero tambin son torpes. Sus cuidados remedan los cuidados de un enamorado verdadero. B no tarda en darse cuenta de esto. Intenta que salga de su depresin, pero slo consigue llevar a X a un callejn sin salida o que X estima sin salida. A veces, cuando est solo o cuando observa a X dormir, B tambin piensa que el callejn no tiene salida. Intenta recordar a sus amores perdidos como una forma de antdoto, intenta convencerse de que puede vivir sin X, de que puede salvarse solo. Una noche X le pide que se marche y B coge el tren y abandona la ciudad. X va a la estacin a despedirlo. La despedida es afectuosa y desesperada. B viaja en litera pero no puede dormir hasta muy tarde. Cuando por fin cae dormido suea con un mono de nieve que camina por el desierto. El camino del mono es limtrofe, abocado probablemente al fracaso. Pero el mono prefiere no saberlo y su astucia se convierte en su voluntad: camina de noche, cuando las estrellas heladas barren el desierto. Al despertar (ya en la Estacin de Sants, en Barcelona) B cree comprender el significado del sueo (si lo tuviera) y es capaz de dirigirse a su casa con un mnimo consuelo. Esa noche llama a X y le cuenta el sueo. X no dice nada. Al da siguiente vuelve a llamar a X. Y al siguiente. La actitud de X cada vez es ms fra, como si con cada llamada B se estuviera alejando en el tiempo. Estoy desapareciendo, piensa B. Me est borrando y sabe qu hace y por qu lo hace. Una noche B amenaza a X con tomar el tren y plantarse en su casa al da siguiente. Ni se te ocurra, dice X. Voy a ir, dice B, ya no soporto estas llamadas telefnicas, quiero verte la cara cuando te hablo. No te abrir la puerta, dice X y luego cuelga. B no entiende nada. Durante mucho tiempo piensa cmo es posible que un ser humano pase de un extremo a otro en sus sentimientos, en sus deseos. Luego se emborracha o busca consuelo en un libro. Pasan los das.Una noche, medio ao despus, B llama a X por telfono. X tarda en reconocer su voz. Ah, eres t, dice. La frialdad de X es de aquellas que erizan los pelos. B percibe, no obstante, que X quiere decirle algo. Me escucha como si no hubiera pasado el tiempo, piensa, como si hubiramos hablado ayer. Cmo ests?, dice B. Cuntame algo, dice B. X contesta con monoslabos y al cabo de un rato cuelga. Perplejo, B vuelve a discar el nmero de X. Cuando contestan, sin embargo, B prefiere mantenerse en silencio. Al otro lado, la voz de X dice: bueno, quin es. Silencio. Luego dice: diga, y se calla. El tiempo el tiempo que separaba a B de X y que B no lograba comprender pasa por la lnea telefnica, se comprime, se estira, deja ver una parte de su naturaleza. B, sin darse cuenta, se ha puesto a llorar. Sabe que X sabe que es l quien llama. Despus, silenciosamente, cuelga.Hasta aqu la historia es vulgar; lamentable, pero vulgar. B entiende que no debe telefonear nunca ms a X. Un da llaman a la puerta y aparecen A y Z. Son policas y desean interrogarlo. B inquiere el motivo. A es remiso a drselo; Z, despus de un torpe rodeo, se lo dice. Hace tres das, en el otro extremo de Espaa, alguien ha asesinado a X. Al principio B se derrumba, despus comprende que l es uno de los sospechosos y su instinto de supervivencia lo lleva a ponerse en guardia. Los policas preguntan por dos das en concreto. B no recuerda qu ha hecho, a quin ha visto en esos das. Sabe, cmo no lo va a saber, que no se ha movido de Barcelona, que de hecho no se ha movido de su barrio y de su casa, pero no puede probarlo. Los policas se lo llevan. B pasa la noche en la comisara.En un momento del interrogatorio cree que lo trasladarn a la ciudad de X y la posibilidad, extraamente, parece seducirlo, pero finalmente eso no sucede. Toman sus huellas dactilares y le piden autorizacin para hacerle un anlisis de sangre. B acepta. A la maana siguiente lo dejan irse a su casa. Oficialmente, B no ha estado detenido, slo se ha prestado a colaborar con la polica en el esclarecimiento de un asesinato. Al llegar a su casa B se echa en la cama y se queda dormido de inmediato. Suea con un desierto, suea con el rostro de X, poco antes de despertar comprende que ambos son lo mismo. No le cuesta demasiado inferir que l se encuentra perdido en el desierto.Por la noche mete algo de ropa en un bolso y se dirige a la estacin en donde toma un tren con destino a la ciudad de X. Durante el viaje, que dura toda la noche, de una punta a otra de Espaa, no puede dormir y se dedica a pensar en todo lo que pudo haber hecho y no hizo, en todo lo que pudo darle a X y no le dio. Tambin piensa: si yo fuera el muerto X no hara este viaje a la inversa. Y piensa: por eso, precisamente, soy yo el que est vivo. Durante el viaje, insomne, contempla a X por primera vez en su real estatura, vuelve a sentir amor por X y se desprecia a s mismo, casi con desgana, por ltima vez. Al llegar, muy temprano, va directamente a casa del hermano de X. ste queda sorprendido y confuso, sin embargo lo invita a pasar, le ofrece un caf. El hermano de X est con la cara recin lavada y a medio vestir. No se ha duchado, constata B, slo se ha lavado la cara y pasado algo de agua por el pelo. B acepta el caf, luego le dice que se acaba de enterar del asesinato de X, que la polica lo ha interrogado, que le explique qu ha ocurrido. Ha sido algo muy triste, dice el hermano de X mientras prepara el caf en la cocina, pero no veo qu tienes que ver t con todo esto. La polica cree que puedo ser el asesino, dice B. El hermano de X se re. T siempre tuviste mala suerte, dice. Es extrao que me diga eso, piensa B, cuando yo soy precisamente el que est vivo. Pero tambin le agradece que no ponga en duda su inocencia. Luego el hermano de X se va a trabajar y B se queda en su casa. Al cabo de un rato, agotado, cae en un sueo profundo. X, como no poda ser menos, aparece en su sueo.Al despertar cree saber quin es el asesino. Ha visto su rostro. Esa noche sale con el hermano de X, entran en bares y hablan de cosas banales y por ms que procuran emborracharse no lo consiguen. Cuando vuelven a casa, caminando por calles vacas, B le dice que una vez llam a X y que no habl. Qu putada, dice el hermano de X. Slo lo hice una vez, dice B, pero entonces comprend que X sola recibir ese tipo de llamadas. Y crea que era yo. Lo entiendes?, dice B. El asesino es el tipo de las llamadas annimas?, pregunta el hermano de X. Exacto, dice B. Y X pensaba que era yo. El hermano de X arruga el entrecejo; yo creo, dice, que el asesino es uno de sus ex amantes, mi hermana tena muchos pretendientes. B prefiere no contestar (el hermano de X, a su parecer, no ha entendido nada) y ambos permanecen en silencio hasta llegar a casa.En el ascensor B siente deseos de vomitar. Lo dice: voy a vomitar. Aguntate, dice el hermano de X. Luego caminan aprisa por el pasillo, el hermano de X abre la puerta y B entra disparado buscando el cuarto de bao. Pero al llegar all ya no tiene ganas de vomitar. Est sudando y le duele el estmago, pero no puede vomitar. El inodoro, con la tapa levantada, le parece una boca toda encas rindose de l. O rindose de alguien, en todo caso. Despus de lavarse la cara se mira en el espejo: su rostro est blanco como una hoja de papel. Lo que resta de noche apenas puede dormir y se lo pasa intentando leer y escuchando los ronquidos del hermano de X. Al da siguiente se despiden y B vuelve a Barcelona. Nunca ms visitar esta ciudad, piensa, porque X ya no est aqu.Una semana despus el hermano de X lo llama por telfono para decirle que la polica ha cogido al asesino. El tipo molestaba a X, dice el hermano, con llamadas annimas. B no responde. Un antiguo enamorado, dice el hermano de X. Me alegra saberlo, dice B, gracias por llamarme. Luego el hermano de X cuelga y B se queda solo.Por Roberto Bolao

OTRO CUENTO RUSOPara Anselmo SanjunEn cierta ocasin, despus de discutir con un amigo acerca de la identidad peregrina del arte, Amalfitano le refiri una historia que a l le contaron en Barcelona. La historia versaba sobre un sorche de la Divisin Azul espaola que combati en la Segunda Guerra Mundial, en el frente ruso, ms concretamente en el Grupo de Ejrcitos Norte, en una zona cercana a Novgorod.El sorche era un sevillano bajito, delgado como un palillo y de ojos azules que por esas cosas de la vida (no era un Dionisio Ridruejo ni siquiera un Toms Salvador, y cuando haba que saludar a la romana saludaba, pero tampoco era propiamente un fascista o un falangista) fue a parar a Rusia. All, sin que sepa quin empez, alguien le dijo sorche ven para ac o sorche haz esto o lo otro y al sevillano se le qued en la cabeza la palabra sorche, pero en la parte oscura de la cabeza, y en ese lugar tan grande y desolador con el paso del tiempo y los sustos diarios se transform en la palabra chantre. No s cmo ocurri, supongamos que se activ un mecanismo infantil, un recuerdo feliz que esperaba su oportunidad para volver.De modo que el andaluz pensaba sobre s mismo en los trminos y obligaciones de un chantre aunque conscientemente no tena idea del significado de esta palabra que designa al encargado del coro en algunas catedrales. Pero de alguna manera, y esto es lo notable, a fuerza de pensarse chantre se convirti en chantre. Durante la terrible navidad del 41 se hizo cargo del coro que cantaba villancicos mientras los rusos machacaban a los del Regimiento 250. En su memoria estos das estn llenos de ruido (ruidos secos, constantes) y de una alegra subterrnea y un poco fuera de foco. Cantaban, pero era como si las voces llegaran despus o incluso antes, y los labios, las gargantas, los ojos de los cantores muchas veces se deslizaban por una suerte de fisura de silencio, en un viaje brevsimo pero igualmente extrao.Por lo dems, el sevillano se comport como un valiente, con resignacin, aunque el humor se le fue agriando con el paso del tiempo.No tard en probar su cuota de sangre. Una tarde, como al descuido, lo hirieron y durante dos semanas permaneci internado en el Hospital Militar de Riga al cuidado de robustas y sonrientes enfermeras del Reich incrdulas ante el color de sus ojos y de algunas fesimas enfermeras espaolas voluntarias, probablemente hermanas, cuadas o primas lejanas de Jos Antonio.Cuando lo dieron de alta sucedi algo que para el sevillano tendra graves consecuencias: en vez de recibir un billete con el destino correcto le dieron uno que lo llev a los cuarteles de un batalln de las SS destacado a unos trescientos kilmetros de su regimiento. All, rodeado de alemanes, austracos, letones, lituanos, daneses, noruegos y suecos, todos mucho ms altos y fuertes que l, intent deshacer el equvoco utilizando un alemn rudimentario, pero los SS le dieron largas y mientras se aclaraba el asunto lo pusieron con una escoba a barrer el cuartel y con un cubo de agua y un estropajo a fregar la oblonga y enorme instalacin de madera en donde retenan, interrogaban y torturaban a toda clase de prisioneros.Sin resignarse del todo, pero cumpliendo con su nueva tarea a conciencia, el sevillano vio pasar el tiempo desde su nuevo cuartel, comiendo mucho mejor que antes y sin exponerse a nuevos peligros, ya que el batalln de las SS estaba destinado en la retaguardia, en lucha contra aquellos a quienes llamaban bandidos. Entonces, en el lado oscuro de su cabeza volvi a hacerse legible la palabra sorche. Soy un sorche, se dijo, un recluta bisoo y debo aceptar mi destino. La palabra chantre, poco a poco, desapareci, aunque algunas tardes, bajo un cielo sin lmites que lo llenaba de nostalgias sevillanas, resonaba an por all, perdida quin sabe dnde. Una vez escuch cantar a unos soldados alemanes y la record, otra vez escuch cantar a un nio detrs de unas matas y la volvi a recordar, esta vez de forma ms precisa, pero cuando dio la vuelta a los arbustos el nio ya no estaba.Un buen da ocurri lo que tena que ocurrir. El cuartel del batalln de las SS fue asaltado y tomado por un regimiento de caballera ruso, segn unos, por un grupo de partisanos, segn otros. El combate fue corto y se decant en seguida en contra de los alemanes. Al cabo de una hora los rusos encontraron al sevillano escondido en el edificio oblongo, vestido con el uniforme de auxiliar de las SS y rodeado de las no tan pretritas infamias all cometidas. Como quien dice, con las manos en la masa. No tard en ser atado a una de las sillas que los SS usaban en los interrogatorios, una de esas sillas con correas en las patas y en los reposos y a todo lo que los rusos preguntaban l responda en espaol que no entenda y que all slo era un mandado. Tambin intent decirlo en alemn, pero en este idioma apenas conoca cuatro palabras y los rusos ninguna. stos, tras una rpida sesin de bofetadas y patadas, fueron a buscar a uno que saba alemn y que se dedicaba a interrogar prisioneros en otra de las celdas del edificio oblongo. Antes de que regresaran el sevillano escuch disparos, supo que estaban matando a algunos de los SS y perdi las esperanzas de salir bien librado que an tena; no obstante, cuando los disparos cesaron volvi a aferrarse a la vida con todo su ser. El que saba alemn le pregunt qu haca all, cul era su funcin y su grado. El sevillano, en alemn, intent explicarlo, pero en vano. Los rusos entonces le abrieron la boca y con unas tenazas que los alemanes destinaban para otras partes de la anatoma empezaron a tirar y a apretar su lengua. El dolor que sinti lo hizo lagrimear y dijo, o ms bien grit, la palabra coo. Con las tenazas dentro de la boca el exabrupto espaol se transform y sali al espacio convertido en la ululante palabra kunst.El ruso que saba alemn lo mir extraado. El sevillano gritaba kunst, kunst, y lloraba de dolor. La palabra kunst, en alemn, quiere decir arte y el soldado bilinge as lo entendi y dijo que aquel hijo de puta era un artista o algo parecido. Los que torturaban al sevillano retiraron la tenaza con un trocito de lengua y esperaron, momentneamente hipnotizados por el descubrimiento. La palabra arte. Lo que amansa a las fieras. Y as, como fieras amansadas, los rusos se dieron un respiro y esperaron alguna seal mientras el sorche sangraba por la boca y tragaba su sangre mezclada con grandes dosis de saliva y se ahogaba. La palabra coo, metamorfoseada en la palabra arte, le haba salvado la vida. Cuando sali del edificio oblongo el sol estaba ocultndose pero le hiri los ojos como si hubiera sido medioda.Se lo llevaron con el resto escaso de prisioneros y poco despus otro ruso que saba espaol pudo escuchar su historia y el sevillano fue a parar a un campo de prisioneros en Siberia mientras sus accidentales compaeros de iniquidades eran pasados por las armas. En Siberia estuvo hasta bien entrada la dcada del cincuenta. En 1957 se instal en Barcelona. A veces abra la boca y contaba sus batallitas con muy buen humor. Otras abra la boca y mostraba a quien quisiera verlo el trozo de lengua que le faltaba. Apenas era perceptible. El sevillano, cuando se lo decan, explicaba que la lengua con los aos le haba crecido. Amalfitano no lo conoci personalmente, pero cuando le contaron la historia el sevillano todava viva en una portera de Barcelona.

(Del libroLlamadas telefnicas)

ltimos atardeceres en la tierra( CUENTO )..........LA SITUACIN ES STA: B y el padre de B salen de vacaciones a Acapulco. Parten muv temprano, a las seis de la maana Esa noche, B duerme en casa de su padre. No tiene sueos o si los tiene los olvida nada ms abrir los ojos. Oye a su padre en el bao. Mira por la ventana, an est oscuro. B no enciende la luz y se viste. Cuando sale de su habitacin su padre est sentado a la mesa, leyendo un peridico de- portivo del da anterior y el desayuno est hecho. Caf y huevos a la ranchera. B saluda a su padre y entra en el bao...........El coche del padre de B es un Ford Mustang del 70. A las seis y media de la maana suben al coche y comienzan a salir de la Ciudad. La ciudad es Mxico Distrito Federal, y el ao en que B y su padre abandonan el DF por unas cortas vacaciones es el ao de 1975. El viaje es, en lneas generales, plcido. Al salir del DF, ambos, padre e hijo, tienen fro, pero cuando abandonan el valle y comienzan a bajar en direccin a las tierras calientes del estado de Guerrero, el calor se impone y tienen que quitarse los suters y abrir las ventanillas. El paisaje, al principio, ocupa toda la atencin de B, que tiende a la melancola, pero al cabo de las horas las montaas y los bosques se hacen montonos y B prefiere dedicarse leer un libro de poesa...........Antes de llegar a Acapulco el padre de B detiene el coche delante de un tenderete de la carretera. En el tenderete ofrecen iguanas. Las probamos?, dice el padre de B. Las iguanas estn vivas y apenas se mueven cuando el padre de B se acerca a mirarlas. B lo observa apoyado en el guardabarros del Mustang. Sin esperar respuesta, el padre de B pide una racin de iguana para l y para su hijo. Slo entonces B se mueve. Se acerca al comedor al aire libre, cuatro mesas y un toldo que el viento escaso apenas agita, y se sienta en la mesa ms alejada de la carretera. Para beber, el padre de B pide cervezas. Los dos llevan las camisas arremangadas y desabotonadas. Los dos llevan camisas de colores claros. El hombre que los atiende, por el contrario, lleva una camiseta negra de manga larga y el calor no parece afectarlo...........Van a Acapulco?, dice el hombre. El padre de B asiente. Ellos son los nicos clientes del tenderete. Por la carretera brillante los coches pasan y no se detienen. El padre de B se levanta y se dirige hacia la parte de atrs. Por un momento B cree que su padre va a orinar, pero pronto se da cuenta de que se ha metido en la cocina para observar cmo cocinan la iguana. El hombre lo sigue en silencio. B los oye hablar. Primero habla su padre, despus la voz del hombre y por ltimo una voz de mujer a la que B no ha visto. B tiene la frente perlada de sudor. Sus gafas estn mojadas y sucias. Se las quita y las limpia con el borde de la camisa. Cuando vuelve a ponerse las gafas observa a su padre que lo est mirando desde la cocina. En realidad, slo ve la cara de su padre y parte de su hombro, el resto queda oculto por una cortina roja con lunares negros, una cortina que a B, por momentos, le parece que no slo separa la cocina del comedor sino un tiempo de otro tiempo...........Entonces B desva la mirada y vuelve a su libro, que permanece abierto sobre la mesa. Es un libro de poesa. Una antologa de surrealistas franceses traducida al espaol por Aldo Pellegrini, surrealista argentino. Desde hace dos das B est leyendo este libro. Le gusta. Le gustan las fotos de los poetas. La foto de Unik, la de Desnos, la de Artaud, la de Crevel. El libro es voluminoso y est forrado con un plstico transparente. No es B quien lo ha forrado (B nunca forra sus libros) sino un amigo particularmente puntilloso. As que B desva la mirada, abre su libro al azar y encuentra a Gui Rosey, la foto de Gui Rosey, sus poemas, y cuando vuelve a levantar la mirada la cabeza de su padre ya no est...........El calor es sofocante. De buena gana B volvera al DF, pero no va a volver, al menos no ahora, eso lo sabe. Poco despus su padre est sentado junto a l y ambos comen iguana con salsa picante y beben ms cerveza. El hombre de la camiseta negra ha encendido una radio de transistores y ahora una msica vagamente tropical se mezcla con el ruido del bosque y con el ruido de los coches que pasan por la carretera. La iguana sabe a pollo. Es ms chiclosa que el pollo, dice B no muy convencido. Es sabrosa, dice su padre y pide otra racin. Toman caf de olla. Los platos de iguana se los ha servido el hombre de la camiseta negra, pero el caf lo trae la mujer de la cocina. Es joven, casi tan joven como B, y va vestida con shorts blancos y una blusa amarilla con estampado de flores blancas, unas flores que B no reconoce y que tal vez no existen. Cuando estn tomando caf, B se siente descompuesto, pero no dice nada. Fuma y mira el toldo que apenas se mueve, como si un delgado hilo de agua permaneciera all desde la ltima tormenta. Pero eso no puede ser, piensa B. Qu miras?, dice su padre. El toldo, dice B. Es como una vena. Esto ltimo B no lo dice, slo lo piensa...........Al atardecer llegan a Acapulco. Durante un rato vagan por las avenidas cercanas al mar. Las ventanillas del coche estn bajadas y la brisa les revuelve el pelo. Se detienen en un bar y entran a beber. Esta vez el padre de B pide tequila. B se lo piensa un momento. Tambin pide tequila. El bar es moderno y tiene aire acondicionado. El padre de B conversa con el camarero, le pregunta por hoteles cercanos a la playa. Cuando vuelven al Mustang ya se ven algunas estrellas y el padre de B parece, por primera vez en lo que va de da, cansado. Sin embargo an recorren un par de hoteles que, por un motivo u otro, no les satisfacen, antes de dar con el elegido. El hotel se llama La Brisa y es pequeo, tiene piscina y est a cuatro pasos de la playa. Al padre de B le gusta el hotel. A B tambin le gusta. Como es temporada baja, est casi vaco y los precios resultan asequibles. La habitacin que les asignan tiene dos camas individuales y un pequeo bao con ducha; la nica ventana da al patio del hotel, en donde est la piscina, y no al mar como era el deseo del padre de B. La ventilacin, no tardan en descubrirlo, no funciona. Pero la habitacin es bastante fresca y no protestan. As que se instalan, deshacen cada uno su maleta, meten la ropa en los armarios, B deja sus libros sobre el velador, se cambian de camisa, el padre de B se da una ducha de agua fra, B slo se lava la cara y cuando han terminado salen a cenar...........En la recepcin del hotel encuentran a un tipo bajito y con dientes de conejo. Es joven y parece simptico, les recomienda un restaurante cercano al hotel. El padre de B le pregunta por algn sitio animado. B entiende a lo que se refiere su padre. El recepcionista no lo entiende. Un sitio con accin, dice el padre de B. Un lugar donde se puedan encontrar muchachas, dice B. Ah, dice el recepcionista. Durante un instante B y su padre permanecen inmviles, sin hablar. El recepcionista se agacha, desaparece debajo del mostrador y luego vuelve a aparecer con una tarjeta que le tiende al padre de B. Este la mira, pregunta si el establecimiento es de confianza, y despus extrae de la billetera un billete que el recepcionista coge al vuelo...........Pero esa noche, despus de cenar, vuelven directos al hotel...........Al da siguiente B despierta muy temprano. Sin hacer ruido se ducha, se lava los dientes, se pone el traje de bao y abandona la habitacin. En el comedor del hotel no hay nadie, por lo que B decide desayunar afuera. La calle del hotel baja perpendicularmente hacia la playa. All slo hay un adolescente que alquila tablas. B le pregunta el precio por una hora. El adolescente dice una cifra que a B le parece razonable, as que alquila una tabla y se mete en el mar. Enfrente de la playa hay una pequea isla y hacia all dirige B su embarcacin. Al principio le cuesta un poco, pero no tarda en dominarla. El mar, a esa hora, es cristalino y antes de llegar a la isla B cree ver peces rojos bajo su tabla, peces de unos cincuenta centmetros de longitud que se dirigen hacia la playa mientras l rema hacia la isla...........El trayecto entre la playa y la isla dura exactamente quince minutos. B no lo sabe, pues no tiene reloj, y el tiempo se le alarga. La travesa entre la playa y la isla le parece que dura una eternidad. Y justo antes de llegar unas olas imprevistas dificultan su aproximacin a la playa, una playa que puede apreciar de arena muy distinta a la playa del hotel, pues en aqulla la arena, tal vez por lahora (aunque B no lo cree as), era de un color de tonos dorados y marrones y la de la isla es una arena blanca, refulgente, tanto que hace dao mirarla mucho rato...........Entonces B deja de remar y se queda quieto, a merced del oleaje, y las olas comienzan a alejarlo paulatinamente de la isla. Cuando por fin reacciona, la tabla ha retrocedido y est otra vez a medio camino. Despus de calcular las distancias, B opta por regresar. Esta vez la singladura transcurre plcidamente. Al llegar a la playa, el muchacho que alquila las tablas se le acerca y le pregunta si ha tenido algn problema. Ninguno, dice B. Una hora ms tarde, sin haber desayunado, B regresa al hotel y encuentra a su padre sentado en el comedor, con una taza de caf y un plato en donde an quedan restos de tostadas y huevos...........Las horas siguientes son confusas. Vagabundean, observan a la gente desde el interior del coche, a veces bajan y se toman un refresco o un helado. Esa tarde, en la playa, mientras su padre duerme estirado en una tumbona, B lee otra vez los poemas de Gui Rosey y la breve historia de su vida o de su muerte...........Un dia un grupo de surrealistas llegan al sur de Francia. Intentan obtener el visado para viajar a los Estados Unidos. El norte y el oeste estn ocupados por los alemanes. El sur est bajo la gida de Ptain. El consulado norteamericano dilata la decisin da tras da. En el grupo de surrealistas est Breton, est Tristn Tzara, est Pret, pero tambin hay otros que son menos importantes. A este grupo pertenece Gui Rosey . Su foto es la foto de un Poeta menor, piensa B. Es feo, es atildado, parece un oscuro funcionario de ministerio o un empleado de banca. Hasta aqu, pese a las disonancias, todo normal, piensa B. El grupo de surrealistas se rene cada tarde en un caf cerca del puerto. Hacen planes, conversan, Rosey no falta a ninguna cita. Un da, sin embargo (un atardecer, intuye B), Rosey desaparece. Al principio, nadie lo echa de menos. Es un poeta menor y los poetas menores pasan inadvertidos. Al cabo de los das, no obstante, comienzan a buscarlo. En la pensin en donde viva no saben nada de l, sus maletas, sus libros, estn all, nadie los ha tocado, Por lo que resulta impensable que Rosey se haya marchado sin pagar, una prctica comn, por otra parte, en ciertas pensiones de la Costa Azul. Sus amigos lo buscan. Recorren hospitales y retenes de la gendarmera. Nadie sabe nada de l. Un da llegan los visados y la mayora de ellos coge un barco y salen para los Estados Unidos. Los que se quedan, aquellos que no van a tener visado nunca, pronto olvidan a Rosey, olvidan su desaparicin ocupados en ponerse a salvo a s mismos en unos aos en donde las desapariciones masivas y los crmenes masivos son una constante...........De noche, despus de cenar en el hotel, el padre de B propone ir a visitar un lugar en donde haya accin. B mira a su padre. Es rubio (B es moreno), tiene los ojos grises y an es fuerte. Parece feliz y dispuesto a pasarlo bien. Accin de qu tipo? dice B, que sabe perfectamente a lo que se refiere su padre. La de siempre, dice el padre de B. Trago y mujeres. Durante un rato B permanece en silencio, como si cavilara una respuesta. Su padre lo mira. Se dira que en esa mirada hay expectacin, pero en realdad slo hay cario. Finalmente B dice que no tiene ganas de hacer el amor con nadie. No se trata de ir a echar un polvo, dice su padre, sino de ir y mirar y tomar y departir con los amigos. Con qu amigos, dice B, si aqu no conocemos a nadie? Uno siempre hace amigos en los picaderos, dice su padre. La palabra picadero hace que B piense en caballos. Cuando tena siete aos su padre le compr un caballo. De dnde era mi caballo?, dice B. Su padre, que no sabe de qu habla, se sobresalta. Qu caballo?, dice. El que me compraste cuando yo era chico, dice B, en Chile. Ah, el Zafarrancho, dice su padre y sonre. Era un caballo chilote, de Chilo, dice, y tras pensar un instante vuelve a hablar de los burdeles. Por su manera de evocarlos, se dira que habla de salas de baile, piensa B. Pero luego ambos se quedan callados...........Esa noche no van a ninguna parte...........Mientras su padre duerme, B se va a leer a la terraza del hotel, junto a la piscina. No hay nadie ms que l. La terraza est limpia y vaca. Desde su mesa B puede observar una parte de la recepcin, en donde el recepcionista de la noche anterior lee algo o hace cuentas, de pie sobre el mostrador. B lee a los surrealistas franceses, lee a Gui Rosey. Y la verdad es que Rosey no le parece interesante. Le gusta Desnos, le gusta Eluard, mucho ms que Rosey, aunque al final siempre vuelve a los poemas de ste y a contemplar su fotografa, una foto de estudio en donde Rosey aparece como un ser sufriente y solitario, con los ojos grandes y vidriosos, y una corbata oscura que parece estrangularlo...........Seguramente se suicid, piensa B. Supo que no iba a obtener jams el visado para los Estados Unidos o para Mxico y decidi acabar sus das all. Imagina o trata de imaginar una ciudad costera del sur de Francia. B an no ha estado nunca en Europa. Ha recorrido casi toda Latinoamrica, pero en Europa an no ha puesto los pies. As que su imagen de una ciudad mediterrnea est condicionada directamente por su imagen de Acapulco. Calor, un hotel pequeo y barato, playas de arenas doradas y playas de arenas blancas. Y ruidos lejanos de msica. B no sabe que falta en su imagen un ruido o un rumor determinante: el de las jarcias de las pequeas embarcaciones que suelen amarrar en todas las ciudades costeras. Sobre todo en las pequeas: el ruido de las jarcias en la noche, aunque el mar est liso como un plato de sopa...........De pronto alguien ms entra en la terraza. Es una silueta femenina que toma asiento en la mesa ms retirada, en una esquina, junto a dos grandes jarrones de pie. Al poco rato, el recepcionista se acerca a la mujer con una bebida. Despus, en lugar de regresar a la recepcin, el recepcionista se aproxima a B, que est sentado al borde de la piscina y le pregunta qu tal lo estn pasando su padre y l. Muy bien, dice B. Les gusta Acapulco?, pregunta el recepcionista. Mucho, dice B. Qu tal el San Diego?, pregunta el recepcionista. B no entiende la pregunta. El San Diego? Por un instante cree que le est preguntando por el hotel, pero de inmediato recuerda que el hotel no se llama as. Qu San Diego?, dice B. El recepcionista sonre. El club de putas, dice. Entonces B recuerda la tarjeta que el recepcionista le dio a su padre. An no hemos ido, dice. Es un sitio de confianza, dice el recepcionista. B mueve la cabeza en un gesto que podra ser interpretado de muchas maneras. Est en la avenida Constituyentes, dice el recepcionista. En esa misma avenida hay otro club, el Ramada, que no es de fiar. El Ramada, dice B, mientras observa la silueta femenina inmvil en el rincn de la terraza, en medio de los enormes jarrones cuya sombra se alarga y adelgaza hasta perderse debajo de las mesas vecinas, el vaso con la bebida en la mesa, aparentemente intacto. Al Ramada es mejor que no vayan, dice el recepcionista. Por qu?, dice B por decir algo, en realidad l no tiene intencin de ir a ninguno de los dos clubes. No es de confianza, dice el recepcionista y sus dientes de conejo, blanqusimos, brillan en la semipenurnbra que se ha apoderado repentinamente de toda la terraza, como si alguien desde la recepcin hubiera apagado la mitad de las luces...........Cuando el recepcionista se va, B vuelve a abrir el libro de poesa, pero las palabras ya son ilegibles, as que deja el libro abierto sobre la mesa y cierra los ojos y no oye el rumor de las jarcias sino un ruido atmosfrico, de enormes capas de aire caliente que descienden sobre el hotel y sobre los rboles que rodean el hotel. Tiene ganas de meterse en la piscina. Por un instante cree que podra hacerlo...........Entonces la mujer del rincn se levanta y comienza a caminar en direccin a las escalinatas que unen la terraza con la recepcin, aunque a medio camino se detiene, como si se sintiera mal, una mano apoyada en un cantero en donde ya no hay flores sino maleza. B la observa. La mujer lleva un vestido claro, holgado, de tela ligera, con un amplio escote que deja desnudos sus hombros. B cree que la mujer seguir su camino, pero ella no se mueve, la mano fija en el cantero, la mirada baja, y entonces B se levanta, con el libro en la mano, y seacerca. Su primera sorpresa se produce al observar su rostro. La mujer debe tener, calcula B, unos sesenta aos, aunque l, de lejos, no le hubiera echado ms de treinta. Es norteamericana y cuando B se le aproxima levanta la vista y le sonre. Buenas noches, dice ella un tanto incongruentemente. Le sucede algo?, dice B. La mujer no entiende sus palabras y B tiene que repetrselas, pero esta vez en ingls. Slo estoy pensando en algo, dice la mujer sin dejar de sonrerle. B reflexiona durante unos segundos en lo que la mujer le acaba de decir. Pensando en algo. Y de pronto percibe en esa declaracin una amenaza. Algo que se acerca por el lado del mar. Algo que avanza arrastrado por las nubes oscuras que cruzan invisibles la baha de Acapulco. Pero no se mueve ni hace el ms mnimo ademn de romper el encanto en el que se siente sujeto. y entonces la mujer mira el libro que cuelga de la mano izquierda de B y le pregunta qu es lo que lee y B dice: poesa. Leo poemas. Y la mujer lo mira a los ojos, siempre con la misma sonrisa en la cara (una sonrisa que es reluciente y ajada al mismo tiempo, piensa B cada vez ms nervioso) y le dice que a ella, en otro tiempo, le gustaba la poesa. Qu poetas?, dice B sin mover un slo msculo. Ahora ya no los recuerdo, dice la mujer y parece sumirse nuevamente en la contemplacin de algo que slo ella puede vislumbrar. Sin embargo B cree que est haciendo un esfuerzo por redordar y espera en silencio . Al cabo de un rato vuelve a posar en l su mirada y dice: Longfellow. Acto seguido recita un texto con una rima pegajosa que a B le parece similar a una ronda infantil, algo, en cualquier caso, muy lejano a los poetas que l lee. Conoce usted a Longfellow? dice la mujer. B niega con la cabeza, aunque la verdad es que ha ledo a Longfellow. Me lo ensearon en la escuela, dice la mujer con la misma sonrisa invariable Y luego aade: no cree que hace demasiado calor? Hace rnucho calor, susurra B. Puede que se est acercando una tormenta, dice la mujer. Parece muy segura de sus palabras. En ese momento B levanta la mirada: no ve ninguna estrella. Lo que s ve son algunas luces del hotel encendidas. Y en la ventana de su habitacin ve una silueta que los est mirando y que lo sobresalta como si de mproviso se hubiera desatado la lluvia tropical...........Al Principio no comprende nada...........Su padre est all, al otro lado de los cristales, enfundado en una bata azul, una bata que ha trado desde su casa y que B no conoce, en cualquier caso no es un albornoz del hotel, y los est mirando fijamente, aunque cuancio B lo descubre se echa para atrs, retrocede corno picado por una serpiente (levanta una mano en un tmido saludo) y desaparece tras las cortinas...........La cancin de Hiawatha, dice la mujer. B la mira. La cancin de Hiawatha, dice la mujer, el poema de Longfellow. Ah, s, dice B...........Despus la mujer le da las buenas noches y desaparece gradualmente: primero sube la escalinata hasta la recepcin, all se detiene unos instantes, cruza unas palabras con alguien a quien B no puede ver y finalmente se pierde, silenciosa, por el lobby del hotel, su figura delgada enmarcada por las sucesivas ventanas hasta que dobla por el pasillo de la escalera interior...........Media hora ms tarde B entra en su habitacin y encuentra a su padre dormido. Durante unos segundos, antes de dirigirse al bao a lavarse los dientes, B lo contempla (muy erguido, como dispuesto a sostener una pelea) desde los pies de la cama. Buenas noches, pap, dice. Su padre no hace la menor seal de haberlo escuchado...........Al segundo da de estancia en Acapulco, B y su padre van a ver a los clavadistas. Tienen dos opciones: mirar el espectculo desde una plataforma al aire libre o entrar al restaurante-bar del hotel que domina La Quebrada. El padre de B pregunta los precios. La primera persona a la que interroga no lo sabe. El padre de B insiste. Por fin, un viejo ex clavadista que est all sin hacer nada, le dice dos cifras. Instalarse en el mirador del hotel es seis veces ms caro que hacerlo en la plataforma al aire libre. El padre de B no lo duda: vamos al bar, dice, estaremos ms cmodos. B lo sigue. En el bar sus vestimentas desentonan con las del resto, turistas norteamericanos o mexicanos con prendas claramente veraniegas. La ropa de B y de su padre es la tpica ropa de los habitantes del DF, una ropa que parece salida de un sueo interminable. Los camareros se dan cuenta. Saben que esa gente da poca propina y no los atienden con la prontitud necesaria. El espectculo, para colmo, no se ve nada bien desde donde se han sentado. Hubiramos hecho mejor en quedarnos en la plataforma, dice el padre de B. Aunque esto tampoco est mal, aade. B asiente. Finalizada la sesin de saltos y tras haberse bebido dos jaiboles cada uno, salen al aire libre y comienzan a hacer planes para el resto del da. En la plataforma casi no queda nadie, pero el padre de B distingue, sentado en un contrafuerte, al viejo ex clavadista y se le acerca...........El ex clavadista es bajo y tiene las espaldas muy anchas. Est leyendo una novela de vaqueros y no levanta la mirada hasta que B y su padre estn a su lado. Entonces los reconoce y les pregunta qu les ha parecido el espectculo. No ha estado mal, dice el padre de B, aunque en los deportes de precisin es necesaria una experiencia mayor para hacerse una idea cabal. El caballero ha sido deportista? El padre de B lo estudia durante unos segundos y luego dice: algo hemos hecho en la vida. El ex clavadista se pone de pie con un movimiento enrgico, como si de pronto estuviera otra vez en el borde de los acantilados. Debe tener, piensa B, unos cincuenta aos, por lo tanto no es mucho mayor que su padre, aunque la piel de la cara, con arrugas que parecen heridas, le proporciona un aire de persona ms vieja. Los caballeros estn de vacaciones?, dice el ex clavadista. El padre de B asiente con una sonrisa. Y cul es el deporte que el caballero ha practicado, si se puede saber? El boxeo, dice el padre de B. Ah, caray, dice el ex clavadista, pues sera en peso pesado, no? El padre de B sonre ampliamente y dice que s...........Sin saber como, de pronto B se encuentra caminando con su padre y con el ex clavadista hasta llegar a donde han dejado aparcado el Mustang y luego los tres se montan en el coche y B oye como si estuviera escuchando la radio las instrucciones que el ex clavadista le da a su padre. El coche durante un rato se desliza por la avenida Miguel Alemn, pero luego gira hacia el interior y pronto el paisije de hoteles y restaurantes dedicados al turismo se transforma en un paisaje urbano ligeramente tropical. El coche, sin embargo, sigue subiendo, alejndose de la herradura dorada de Acapulco, internndose por calles mal asfaltadas o sin asfaltar, hasta llegar a una especie de restaurante o ms bien casa de comidas corridas (aunque para ser un establecimiento de comidas corridas es demasiado grande, piensa B) en cuya acera polvorienta se detiene. El ex clavadista y su padre bajan de inmediato. Durante todo el trayecto no han parado de hablar y en la acera, mientras lo esperan y hacen gestos incomprensibles, siguen con su pltica. B tarda un momento en descender del coche. Vamos a comer, dice su padre. Es verdad, dice B...........El interior del local es oscuro y slo una cuarta parte est ocupada por mesas. El resto parece una pista de baile, con un estrado para la orquesta, enmarcada por una larga barra de madera basta. Al entrar B no puede ver nada por el contraste de la luz. Luego observa a un hombre, que se parece al ex clavadista, acercarse a ste y a su padre y tras escuchar atentamente una presentacin que B no comprende, darle la mano a su padre y segundos despus tendrsela a l. B extiende la mano y aprieta la del desconocido. Este dice un nombre y estrecha la mano de B con fuerza. El gesto es amistoso, pero el apretn resulta ms bien violento. El hombre no sonre. B decide no sonrer. El padre de B y el ex clavadista ya estn sentados a la mesa. B se sienta junto a ellos. El tipo que se parece al ex clavadista y que resulta ser su hermano menor se mantiene de pie, atento a las instrucciones. Aqu, el caballero, dice el ex clavadista, fue campen de los pesos pesados de su pas. Extranjeros?, dice el hombre. Chilenos, dice el padre de B. Hay huachinango?, dice el ex clavadista. Hay, dice el hombre. Pues ponnos uno, un huachinango a la guerrerense, dice el ex clavadista. Y cervezas para todos, dice el padre de B, para usted tambin. Agradecido, murmura el hombre mientras saca tina libretita del bolsillo y apunta con dificultad un pedido que, a juicio de B, resulta un juego de nios memorizar...........Con las cervezas, el hermano del ex clavadista les trae una botana de galletitas saladas y tres vasos no muy grandes de ostiones. Son frescos, dice el ex clavadista mientras les pone chile a los tres. Qu curioso, verdad? Que esto se llame chile y que su pas se llame Chile, dice el ex clavadista mientras seala el frasco lleno de salsa picante de color rojo intenso. En efecto, no deja de ser curioso, concede el padre de B. A los chilenos, aade, esto siempre nos ha picado la curiosidad. B mira a su padre con una incredulidad apenas perceptible. El resto de la conversacin, hasta que llega el huachinango, gira en torno a temas de boxeo y de clavadismo...........Despus B y su padre se van del establecimiento. El tiempo ha pasado deprisa, sin que ellos se den cuenta, y cuando suben al Mustang ya son las siete de la tarde. El ex clavadista se sube con ellos. Por un momento, B piensa que no se lo van a poder quitar de encima nunca, pero cuando llegan al centro de Acapulco el ex clavadista se baja delante de un local de billares. Cuando se quedan solos, el padre de B comenta favorablemente el trato y los precios que han pagado por el huachinango. Si lo hubiramos comido aqu, dice sealando los hoteles del paseo costero, nos habra salido por un ojo de la cara. Al llegar a su habitacin, B se pone el traje de bao y se va a la playa. Nada durante un rato y luego intenta leer aprovechando la escasa luz del crepsculo. Lee a los poetas surrealistas y no entiende nada. Un hombre pacfico y solitario, al borde de la muerte. Imgenes, heridas. Eso es lo nico que ve. Y de hecho las imgenes poco a poco se van diluyendo, como el sol poniente, y slo quedan las heridas. Un poeta menor desaparece mientras espera un visado para el Nuevo Mundo. Un poeta menor desaparece sin dejar rastros mientras desespera varado en un pueblo cualquiera del Mediterrneo francs. No hay investigacin. No hay cadver. Cuando B intenta leer a Daumal la noche ya ha cado sobre la playa, cierra el libro y vuelve lentamente al hotel...........Despus de cenar, su padre le propone salir a divertirse. B rechaza la invitacin. Le sugiere a su padre que vaya solo, que l no est para divertirse, que prefiere quedarse en la habitacin y ver una pelcula en la tele. Parece mentira, dice su padre, que a tu edad te ests comportando como un viejo. B observa a su padre, que se ha duchado y se est poniendo ropa limpia, y se re...........Antes de que su padre se marche B le dice que se cuide. Su padre lo mira desde la puerta y le dice que slo va a tomarse un par de tragos. Cudate t, dice y cierra suavemente...........Al quedarse solo B se quita los zapatos, busca sus cigarrillos, enciende la tele y vuelve a tumbarse en la cama. Sin darse cuenta, se queda dormido. Suea que vive (o que est de visita) en la ciudad de los titanes. En su sueo slo hay un deambular permanente por calles enormes y oscuras que recuerda de otros sueos. Y hay tambin una actitud suya que en la vigilia l sabe que no tiene. Una actitud delante de los edificios cuyas voluminosas sombras parecen chocar entre s, y que no es precisamente una actitud de valor sino ms bien de indiferencia...........Al cabo de un rato, justo cuando la teleserie se ha acabado, B se despierta de golpe, como impelido por una llamada, se levanta, apaga la tele y se asoma a la ventana. En la terraza, semioculta en el mismo rincn de la noche anterior, est la norteamericana delante de un vaso de alcohol o de zumo de frutas. B la observa sin curiosidad y luego se aparta de la ventana, se sienta en la cama, abre su libro de poetas surrealistas y trata de leer. Pero no puede. As que trata de pensar y para tal efecto se tiende en la cama otra vez, cierra los ojos, deja los brazos estirados. Por un instante cree que no tardar en quedarse dormido. Incluso puede ver, sesgada, una calle de la ciudad de los sueos. No tarda, sin embargo, en comprender que slo est recordando el sueo y entonces abre los ojos y se queda durante un rato contemplando el cielo raso de la habitacin. Luego apaga la luz de la mesilla de noche y vuelve a acercarse a la ventana. La norteamericana sigue all, inmvil, y las sombras de los jarrones se alargan hasta tocar las sombras de las mesas vecinas. El agua de la piscina recoge los reflejos de la recepcin que permanece, al contrario que la terraza, con todas las luces encendidas. De pronto un coche se detiene a pocos metros de la entrada del hotel. B cree que se trata del Mustang de su padre. Pero durante un tiempo excesivamente largo nadie aparece por la puerta del hotel y B piensa que se ha equivocado. Justo en ese momento distingue la silueta de su padre que sube las escalinatas. Primero la cabeza, luego los hombros anchos, despus el resto del cuerpo hasta acabar en los zapatos, unos mocasines de color blanco que a B le disgustan profundamente pero que en ese momento le producen algo similar a la ternura. Su padre entra en el hotel como si bailara, piensa. Su padre hace su entrada como si viniera de un velorio, irreflexivamente feliz de seguir vivo. Pero lo ms curioso es que, tras asomarse durante un instante a la recepcin, su padre retrocede y toma el camino de la terraza: desciende las escaleras, rodea la piscina y va a sentarse en una mesa cercana a la de la norteamericana. Y cuando por fin aparece el tipo de la recepcin con una copa, tras pagarle y sin esperar siquiera a que el recepcionista haya desaparecido del todo su padre se levanta y se acerca, con la copa en la mano, hasta la mesa de la norteamericana y durante un rato se queda all, de pie, hablando, gesticulando, bebiendo, hasta que la mujer hace un gesto y su padre toma asiento a su lado.Playa, por Roberto Bolao

ROBERTO BOLAO

Dej la heronay volv a mi pueblo y empec con el tratamiento de metadona que me suministraban en el ambulatorio y poca cosa ms tena que hacer salvo levantarme cada maana y ver la tele y tratar de dormir por la noche, pero no poda, algo me impeda cerrar los ojos y descansar, y sa era mi rutina, hasta que un da ya no pude ms y me compr un trajebao negro en una tienda del centro del pueblo y me fui a la playa, con el trajebao puesto y una toalla y una revista, y puse mi toalla no demasiado cerca del agua y luego me estir y estuve un rato pensando si darme un bao o no drmelo, se me ocurran muchas razones para hacerlo, pero tambin se me ocurran algunas razones para no hacerlo (los nios que se baaban en la orilla, por ejemplo), as que al final se me pas el tiempo y volv a casa, y a la maana siguiente compr una crema de proteccin solar y me fui a la playa otra vez, y a eso de las 12 me march al ambulatorio y me tommi dosis de metadonay salud a algunas caras conocidas, ningn amigo o amiga, slo caras conocidas de la cola de la metadona que se extraaron de verme en trajebao, pero yo como si nada, y luego volv caminando a la playa y esta vez me di el primer chapuzn e intent nadar, aunque no pude, pero eso ya fue suficiente para m, y al da siguiente volv a la playa y me volv a untar el cuerpo con proteccin solar y luego me qued dormido sobre la arena, y cuando despert me senta muy descansado, y no me haba quemado la espalda ni nada de nada, y as pas una semana o tal vez dos semanas, no lo recuerdo, lo nico cierto es que cada da yo estaba ms moreno y aunque no hablaba con nadie cada da me senta mejor, o diferente, que no es lo mismo pero que en mi caso se le pareca, y un da apareci en la playa unapareja de viejos,de eso me acuerdo con claridad, se vea que llevaban mucho tiempo juntos, ella era gorda, o rellenita, y deba de andar por los 70 aos aproximadamente, y l era flaco, o ms que flaco, un esqueleto que caminaba, yo creo que eso fue lo que me llam la atencin, porque por regla general apenas me fijaba en la gente que iba a la playa, pero en stos me fij y la causa fue la delgadez del tipo, lo vi y me asust, coo, es la muerte que viene a por m, pens, pero no vena a por m, slo era un matrimonio viejo, l de unos 75 y ella de unos 70, o al revs, y ella pareca gozar de buena salud, y l haca pinta de que iba a palmarla en cualquier momento o de que se era su ltimo verano, al principio, pasado el primer susto, me cost alejar mi mirada de la cara del viejo, de su calavera apenas recubierta por una delgada capa de piel, pero luego me acostumbr a mirarlos con disimulo, tirado en la arena, bocabajo, con la cara cubierta por los brazos, o desde el paseo, sentado en un banco frente a la playa, mientras finga que me quitaba la arena del cuerpo, y me acuerdo que la vieja siempre llegaba a la playa con un parasol bajo cuya sombra se meta presurosa, sin baador, aunque a veces la vi con baador, pero ms usualmente con un vestido de verano, muy amplio, que la haca parecer menos gorda de lo que era, y bajo el parasol la vieja se pasaba las horas leyendo, llevaba un libro muy grueso, mientras el esqueleto que era su marido se tiraba sobre la arena, vestido nicamente con un trajebao diminuto, casi un tanga, y absorba el sol con una voracidad que a mme traa recuerdos lejanos,de yonquis disfrutando inmviles, de yonquis concentrados en lo que hacan, en lo nico que podan hacer, y entonces a m me dola la cabeza y me iba de la playa, coma en el Paseo Martimo, una tapa de anchoas y una cerveza, y despus me pona a fumar y a mirar la playa a travs de los ventanales del bar, y luego volva y all segua el viejo y la vieja, ella debajo de la sombrilla, l expuesto a los rayos del sol, y entonces, de manera irreflexiva, a m me daban ganas de llorar y me meta en el agua y nadaba, y cuando ya me haba alejado bastante de la orilla miraba el sol y me pareca extrao que estuviera all, esa cosa grande y tan distinta de nosotros, y luego me pona a nadar hasta la orilla (en dos ocasiones estuve a punto de ahogarme) y cuando llegaba me dejaba caer junto a mi toalla y me quedaba mucho rato respirando con dificultad, pero siempre mirando hacia donde estaban los viejos, y luego tal vez me quedaba dormido tirado en la arena, y cuando me despertaba la playa ya empezaba a desocuparse, pero los viejos seguan all, ella con su novela bajo la sombrilla y l bocarriba, en la zona sin sombra, con los ojos cerrados y una expresin rara en su calavera, como si sintiera cada segundo que pasaba y lo disfrutara, aunque los rayos del sol fueran dbiles, aunque el sol ya estuviera al otro lado de los edificios de la primera lnea de mar, al otro lado de las colinas, pero eso a l pareca no importarle, y entonces, en el momento de despertarme yo lo miraba y miraba el sol, y a veces senta en la espalda un ligero dolor, como si aquella tarde me hubiera quemado ms de la cuenta, y luego los miraba a ellos y luego me levantaba, me pona la toalla como capa y me iba a sentar en uno de los bancos del Paseo Martimo, en donde finga quitarme la arena que no tena de las piernas, y desde all, desde esa altura, la visin de la pareja era distinta, me deca a m mismo que tal vez l no estuviera a punto de morir, me deca a m mismo que el tiempo tal vez no exista tal como yo crea que exista,reflexionaba sobre el tiempomientras la lejana del sol alargaba las sombras de los edificios, y luego me iba a casa y me daba una ducha y miraba mi espalda roja, una espalda que no pareca ma sino de otro tipo, un tipo al que an tardara muchos aos en conocer, y luego encenda la tele y vea programas que no entenda en absoluto, hasta que me quedaba dormido en el silln, y al da siguiente vuelta a lo mismo, la playa, el ambulatorio, otra vez la playa, los viejos, una rutina que a veces interrumpa la aparicin de otros seres que aparecan en la playa, una mujer, por ejemplo, que siempre estaba de pie, que jams se recostaba en la arena, que iba vestida con la parte de abajo de un bikini y con una camiseta azul, y que cuando entraba en el mar slo se mojaba hasta las rodillas, y que lea un libro, como la vieja, pero estaba mujer lo lea de pie, y a veces se agachaba, aunque de una manera muy rara, y coga una botella de pepsi de litro y medio y beba, de pie, claro, y luego dejaba la botella sobre la toalla, que no s para qu la haba trado si no se tenda nunca sobre ella y tampoco se meta en el agua, y a veces esta mujer me daba miedo, me pareca excesivamente rara, pero la mayora de las veces slo me daba pena, y tambin vi otras cosas extraas, en la playa siempre pasan cosas as, tal vez porque es el nico sitio en donde todos estamos medio desnudos, pero que no tenan demasiada importancia, una vez cre ver a un ex yonqui como yo, mientras caminaba por la orilla, sentado en un montculo de arena con un nio de meses sobre las piernas, y otra vez vi a unas chicas rusas,tres chicas rusas,que probablemente eran putas y que hablaban, las tres, por un telfono mvil y se rean, pero la verdad es que lo que ms me interesaba era la pareja de viejos, en parte porque tena la impresin de que el viejo se iba a morir en cualquier instante, y cuando pensaba esto, o cuando me daba cuenta de que estaba pensando esto, el resultado era que se me ocurran ideas disparatadas, como que tras la muerte del viejo iba a ocurrir un maremoto, el pueblo destruido por una ola gigantesca, o como que iba a ponerse a temblar, un terremoto de gran magnitud que hara desaparecer el pueblo entero en medio de una ola de polvo, y cuando pensaba lo que acabo de decir ocultaba la cabeza entre las manos y me pona a llorar, y mientras lloraba soaba (o imaginaba) que era de noche, digamos las tres de la maana, y que yo sala de mi casa y me iba a la playa, y en la playa encontraba al viejo tendido sobre la arena, y en el cielo, junto a las otras estrellas, pero ms cerca de la Tierra que las otras estrellas, brillaba un sol negro, un enorme sol negro y silencioso, y yo bajaba a la playa y me tenda tambin sobre la arena, las dos nicas personas en la playa ramos el viejo y yo, y cuando volva a abrir los ojos me daba cuenta de que las putas rusas y la chica que siempre estaba de pie y el ex yonqui con el nio en brazos me contemplaban con curiosidad, preguntndose acaso quin poda seraquel tipo tan raro,el tipo que tena los hombros y la espalda quemados, y hasta la vieja me observaba desde la frescura de su sombrilla, interrumpida la lectura de su libro interminable por unos segundos, preguntndose tal vez quin era aquel joven que lloraba en silencio, un joven de 35 aos que no tena nada, pero que estaba recobrando la voluntad y el valor y que saba que an iba a vivir un tiempo ms.

Obras de Roberto Bolao en elmundolibroCrtica de 'Estrella Distante'Cuentos inquietantes y lcidosEl gusanoAutor:Roberto BolaoPareca un gusano blanco, con su sombrero de paja y un Bali colgndole del labio inferior. Todas las maanas lo vea sentado en un banco de la Alameda mientras yo me meta en la Librera de Cristal a hojear libros. Cuando levantaba la cabeza, a travs de las paredes de la librera que en efecto eran de cristal, ah estaba l, quieto, entre los rboles, mirando el vaco.Supongo que terminamos acostumbrndonos el uno al otro. Yo llegaba a las ocho y media de la maana y l ya estaba all, sentado en un banco, sin hacer nada ms que fumar y tener los ojos abiertos. Nunca lo vi con un peridico, con una torta, con una cerveza, con un libro. Nunca lo vi hablar con nadie. En una ocasin, mientras lo miraba desde los estantes de literatura francesa, pens que dorma en la Alameda, sobre un banco o en los portales de alguna de las calles prximas, pero luego conjetur que iba demasiado limpio para dormir en la calle y que seguramente se alojaba en alguna pensin cercana. Era, constat, un animal de costumbres, igual que yo. Mi rutina consista en ser levantado temprano, desayunar con mi madre, mi padre y mi hermana, fingir que iba al colegio y tomar un camin que me dejaba en el centro, donde dedicaba la primera parte de la maana a los libros y a pasear y la segunda al cine y de una manera menos explcita al sexo.Los libros los sola comprar en la Librera de Cristal y en la Librera del Stano. Si tena poco dinero en la primera, donde siempre haba una mesa con saldos, si tena suficiente en la ltima, que era la que tena las novedades. Si no tena dinero, como suceda a menudo, los sola robar indistintamente en una u otra. Se diera el caso que se diera, no obstante, mi paso por la Librera de Cristal y por la del Stano (enfrente de la Alameda y ubicada, como su nombre lo indica, en un stano) era obligado. A veces llegaba antes que los comercios abrieran y entonces lo que haca era buscar a un vendedor ambulante, comprarme una torta de jamn y un jugo de mango y esperar. A veces me sentaba en un banco de la Alameda, uno oculto entre la hojarasca, y escriba. Todo esto duraba aproximadamente hasta las diez de la maana, hora en que comenzaban en algunos cines del centro las primeras funciones matinales. Buscaba pelculas europeas, aunque algunas maanas de inspiracin no discriminaba el nuevo cine ertico mexicano o el nuevo cine de terror mexicano, que para el caso era lo mismo.La que ms veces vi creo que era francesa. Trataba de dos chicas que viven solas en una casa de las afueras. Una era rubia y la otra pelirroja. A la rubia la ha dejado el novio y al mismo tiempo (al mismo tiempo del dolor, quiero decir) tiene problemas de personalidad: cree que se est enamorando de su compaera. La pelirroja es ms joven, es ms inocente, es ms irresponsable; es decir, es ms feliz (aunque yo por entonces era joven, inocente e irresponsable y me crea profundamente desdichado). Un da, un fugitivo de la justicia entra subrepticiamente en su casa y las secuestra. Lo curioso es que el allanamiento tiene lugar precisamente la noche en que la rubia, tras hacer el amor con la pelirroja, ha decidido suicidarse. El fugitivo se introduce por una ventana, navaja en mano recorre con sigilo la casa, llega a la habitacin de la pelirroja, la reduce, la ata, la interroga, pregunta cuntas personas ms viven all, la pelirroja dice que slo ella y la rubia, la amordaza. Pero la rubia no est en su habitacin y el fugitivo comienza a recorrer la casa, cada minuto que pasa ms nervioso, hasta que finalmente encuentra a la rubia tirada en el stano, desvanecida, con sntomas inequvocos de haberse tragado todo el botiqun. El fugitivo no es un asesino, en todo caso no es un asesino de mujeres, y salva a la rubia: la hace vomitar, le prepara un litro de caf, la obliga a beber leche, etc.Pasan los das y las mujeres y el fugitivo comienzan a intimar. El fugitivo les cuenta su historia: es un ex ladrn de bancos, un ex presidiario, sus ex compaeros han asesinado a su esposa. Las mujeres son artistas de cabaret y una tarde o una noche, no se sabe, viven con las cortinas cerradas, le hacen una representacin: la rubia se enfunda en una magnfica piel de oso y la pelirroja finge que es la domadora. Al principio el oso obedece, pero luego se rebela y con sus garras va despojando poco a poco a la pelirroja de sus vestidos. Finalmente, ya desnuda, sta cae derrotada y el oso se le echa encima. No, no la mata, le hace el amor. Y aqu viene lo ms curioso: el fugitivo, despus de contemplar el nmero, no se enamora de la pelirroja sino de la rubia, es decir del oso.El final es predecible pero no carece de cierta poesa: una noche de lluvia, despus de matar a sus dos ex compaeros, el fugitivo y la rubia huyen con destino incierto y la pelirroja se queda sentada en un silln, leyendo, dndoles tiempo antes de llamar a la polica. El libro que lee la pelirroja, me di cuenta la tercera vez que vi la pelcula, es La cada, de Camus. Tambin vi algunas mexicanas ms o menos del mismo estilo: mujeres que eran secuestradas por tipos patibularios pero en el fondo buenas personas, fugitivos que secuestraban a seoras ricas y jvenes y que al final de una noche de pasin eran cosidos a balazos, hermosas empleadas del hogar que empezaban desde cero y que tras pasar por todos los estadios del crimen accedan a las ms altas cotas de riqueza y poder. Por entonces casi todas las pelculas que salan de los Estudios Churubusco eran thrillers erticos, aunque tampoco escaseaban las pelculas de terror ertico y las de humor ertico. Las de terror seguan la lnea clsica del terror mexicano establecida en los cincuenta y que estaba tan enraizada en el pas como la escuela muralista. Sus iconos oscilaban entre el Santo, el Cientfico Loco, los Charros Vampiros y la Inocente, aderezada con modernos desnudos interpretados preferiblemente por desconocidas actrices norteamericanas, europeas, alguna argentina, escenas de sexo ms o menos solapado y una crueldad en los lmites de lo risible y de lo irremediable. Las de humor ertico no me gustaban.Una maana, mientras buscaba un libro en la Librera del Stano, vi que estaban filmando una pelcula en el interior de la Alameda y me acerqu a curiosear. Reconoc de inmediato a Jaqueline Andere. Estaba sola y miraba la cortina de rboles que se alzaba a su izquierda casi sin moverse, como si esperara una seal. A su alrededor se levantaban varios focos de iluminacin. No s por qu se me pas por la cabeza la idea de pedirle un autgrafo, nunca me han interesado. Esper a que acabara de filmar. Un tipo se acerc a ella y hablaron (Ignacio Lpez Tarso?), el tipo gesticul con enojo y luego se alej por uno de los caminos de la Alameda y tras dudar unos segundos Jaqueline Andere se alej por otro. Vena directamente hacia m. Yo tambin me puse a andar y nos encontramos a medio camino. Fue una de las cosas ms sencillas que me han ocurrido: nadie me detuvo, nadie me dijo nada, nadie se interpuso entre Jaqueline y yo, nadie me pregunt qu estaba haciendo all. Antes de cruzarnos Jaqueline se detuvo y volvi la cabeza hacia el equipo de filmacin, como si escuchara algo, aunque ninguno de los tcnicos le dijo nada. Despus sigui caminando con el mismo aire de despreocupacin en direccin al Palacio de Bellas Artes y lo nico que tuve que hacer fue detenerme, saludarla, pedirle un autgrafo, ocultar mi sorpresa al constatar su baja estatura que ni siquiera los zapatos con tacn de aguja lograban disimular. Por un momento, tan solos estbamos, pens que hubiera podido secuestrarla. La mera probabilidad me eriz los pelos de la nuca. Ella me mir de abajo hacia arriba, el pelo rubio con una tonalidad ceniza que yo desconoca (puede que se lo hubiera teido), los ojos marrones almendrados muy grandes y muy dulces, pero no, dulces no es la palabra, tranquilos, de una tranquilidad pasmosa, como si estuviera drogada o tuviera el encefalograma plano o fuera una extraterrestre, y me dijo algo que no entend.La pluma, dijo, la pluma para firmar. Busqu en el bolsillo de mi chamarra un bolgrafo e hice que me firmara la primera pgina de La cada. Me arrebat el libro y lo estuvo mirando durante unos segundos. Sus manos eran pequeas y muy delgadas. Cmo firmo, dijo, como Albert Camus o como Jaqueline Andere? Como t quieras, dije. Aunque no levant la cara del libro not que sonrea. Eres estudiante?, dijo. Contest afirmativamente. Y qu haces aqu en vez de estar en clases? Creo que nunca ms volver a la escuela, dije. Qu edad tienes?, dijo ella. Diecisis, dije. Y tus paps saben que no vas a clases? No, claro que no, dije. No me has contestado una pregunta, dijo ella levantando la mirada y posndola sobre mis ojos. Qu pregunta?, dije yo. Qu haces aqu? Cuando yo era joven, aadi, los novillos se hacan en los billares o en las boleras. Leo libros y voy al cine, dije. Adems, yo no hago novillos. Ya, t desertas, dijo. Esta vez fui yo el que sonre. Y qu pelculas se ven a esta hora?, dijo ella. De todas, dije yo, algunas tuyas. Eso pareci no gustarle. Volvi a mirar el libro, se mordi el labio inferior, me mir y parpade como si le dolieran los ojos. Despus me pregunt mi nombre. Bueno, pues firmemos, dijo. Era zurda. Su letra era grande y poco clara. Me tengo que ir, dijo alargndome el libro y el bolgrafo. Me dio la mano, nos la estrechamos y se alej por la Alameda de vuelta hacia donde estaba el equipo de rodaje. Me qued quieto, mirndola, dos mujeres se le acercaron unos cincuenta metros ms all, iban vestidas como monjas misioneras, dos monjas mexicanas misioneras que se llevaron a Jaqueline hasta quedar debajo de un ahuehuete. Despus se les acerc un hombre, hablaron, despus los cuatro se alejaron por una de las sendas de salida de la Alameda.En la primera pgina de La cada, Jaqueline escribi: Para Arturo Belano, un estudiante liberado, con un beso de Jaqueline Andere.De golpe me encontr sin ganas de libreras, sin ganas de paseos, sin ganas de lecturas, sin ganas de cines matinales (sobre todo sin ganas de cines matinales). La proa de una nube enorme apareci sobre el centro del D.F., mientras por el norte de la ciudad resonaban los primeros truenos. Comprend que la pelcula de Jaqueline se haba interrumpido por la proximidad inminente de la lluvia y me sent solo. Durante unos segundos no supe qu hacer, hacia dnde ir. Entonces el Gusano me salud. Supongo que despus de tantos das l tambin se haba fijado en m. Me volv y all estaba, sentado en el mismo banco de siempre, ntido, absolutamente real con su sombrero de paja y su camisa blanca. Al marcharse los tcnicos cinematogrficos, comprob asustado, el escenario haba experimentado un cambio sutil pero determinante: era como si el mar se hubiera abierto y pudiera ahora ver el fondo marino. La Alameda vaca era el fondo marino y el Gusano su joya ms preciada. Lo salud, seguramente hice alguna observacin banal, se puso a diluviar, abandonamos juntos la Alameda en direccin a la avenida Hidalgo y luego caminamos por Lzaro Crdenas hasta Per.Lo que sucedi despus es borroso, como visto a travs de la lluvia que barra las calles, y al mismo tiempo de una naturalidad extrema. El bar se llamaba Las Camelias y estaba lleno de mariachis y vicetiples. Yo ped enchiladas y una TKT, el Gusano una Coca-Cola y ms tarde (pero no debi de ser mucho ms tarde) le compr a un vendedor ambulante tres huevos de caguama. Quera hablar de Jaqueline Andere. No tard en comprender, maravillado, que el Gusano no saba que aquella mujer era una actriz de cine. Le hice notar que precisamente estaba filmando una pelcula, pero el Gusano simplemente no recordaba a los tcnicos ni los aparejos desplegados para la filmacin. La presencia de Jaqueline en el sendero en donde se hallaba su banco haba borrado todo lo dems. Cuando dej de llover el Gusano sac un fajo de billetes del bolsillo trasero, pag y se fue. Al da siguiente nos volvimos a ver. Por la expresin que puso al verme pens que no me reconoca o que no quera saludarme. De todos modos me acerqu. Pareca dormido aunque tena los ojos abiertos. Era flaco, pero sus carnes, excepto los brazos y las piernas, se adivinaban blandas, incluso fofas, como las de los deportistas que ya no hacen ejercicios. Su flaccidez, pese a todo, era ms de orden moral que fsico. Sus huesos eran pequeos y fuertes. Pronto supe que era del norte o que haba vivido mucho tiempo en el norte, que para el caso es lo mismo. Soy de Sonora, dijo. Me pareci curioso, pues mi abuelo tambin era de all. Eso interes al Gusano y quiso saber de qu parte de Sonora. De Santa Teresa, dije. Yo de Villaviciosa, dijo el Gusano. Una noche le pregunt a mi padre si conoca Villaviciosa. Claro que la conozco, dijo mi padre, est a pocos kilmetros de Santa Teresa. Le ped que me la describiera. Es un pueblo muy pequeo, dijo mi padre, no debe tener ms de mil habitantes (despus supe que no llegaban a quinientos), bastante pobre, con pocos medios de subsistencia, sin una sola industria. Est destinado a desaparecer, dijo mi padre. Desaparecer cmo?, le pregunt. Por la emigracin, dijo mi padre, la gente se va a ciudades como Santa Teresa o Hermosillo o a Estados Unidos. Cuando se lo dije al Gusano ste no estuvo de acuerdo, aunque en realidad la frase estar de acuerdo o estar en desacuerdo para l no tenan ningn significado. El Gusano no discuta nunca, tampoco expresaba opiniones, no era un dechado de respeto por los dems, simplemente escuchaba y almacenaba, o tal vez slo escuchaba y despus olvidaba, atrapado en una rbita distinta a la de la otra gente. Su voz era suave y monocorde aunque a veces suba el tono y entonces pareca un loco que imitara a un loco y yo nunca supe si lo haca a propsito, como parte de un juego que slo l comprenda, o si no lo poda evitar y aquellas salidas de tono eran parte del infierno. Cifraba su seguridad en la pervivencia de Villaviciosa en la antigedad del pueblo; tambin, pero eso lo comprend ms tarde, en la precariedad que lo rodeaba y lo carcoma, aquello que segn mi padre amenazaba su misma existencia.No era un tipo curioso aunque pocas cosas se le pasaban por alto. Una vez mir los libros que yo llevaba, uno por uno, como si le costara leer o como si no supiera. Despus nunca ms volvi a interesarse por mis libros aunque cada maana yo apareca con uno nuevo. A veces, tal vez porque de alguna manera me consideraba un paisano, hablbamos de Sonora, que yo apenas conoca: slo haba ido una vez, para el funeral de mi abuelo. Nombraba pueblos como Nacozari, Bacoache, Fronteras, Villa Hidalgo, Bacerac, Bavispe, Agua Prieta, Naco, que para m tenan las mismas cualidades del oro. Nombraba aldeas perdidas en los departamentos de Nacori Chico y Bacadhuachi, cerca de la frontera con el estado de Chihuahua, y entonces, no s por qu, se tapaba la boca como si fuera a estornudar o a bostezar. Pareca haber caminado y dormido en todas las sierras: la de Las Palomas y La Cieneguita, la sierra Guijas y la sierra La Madera, la sierra San Antonio y la sierra Cibuta, la sierra Tumacacori y la sierra Sierrita bien entrado en el territorio de Arizona, la sierra Cuevas y la sierra Ochitahueca en el noreste junto a Chihuahua, la sierra La Pola y la sierra Las Tablas en el sur, camino de Sinaloa, la sierra La Glora y la sierra El Pinacate en direccin noroeste, como quien va a Baja California. Conoca toda Sonora, desde Huatabampo y Empalme, en la costa del Golfo de California, hasta los villorrios perdidos en el desierto. Saba hablar la lengua yaqui y la ppago (que circulaba libremente entre los lindes de Sonora y Arizona) y poda entender la seri, la pima, la mayo y la inglesa. Su espaol era seco, en ocasiones con un ligero aire impostado que sus ojos contradecan. He dado vueltas por las tierras de tu abuelo, que en paz descanse, como una sombra sin asidero, me dijo una vez.Cada maana nos encontrbamos. A veces intentaba hacerme el distrado, tal vez reanudar mis paseos solitarios, mis sesiones de cine matinales, pero l siempre estaba all, sentado en el mismo banco de la Alameda, muy quieto, con el Bali colgndole de los labios y el sombrero de paja tapndole la mitad de la frente (su frente de gusano blanco) y era inevitable que yo, sumergido entre las estanteras de la Librera de Cristal, lo viera, me quedara un rato contemplndolo y al final acudiera a sentarme a su lado.No tard en descubrir que iba siempre armado. Al principio pens que tal vez fuera polica o que lo persegua alguien, pero resultaba evidente que no era polica (o que al menos ya no lo era) y pocas veces he visto a nadie con una actitud ms despreocupada con respecto a la gente: nunca miraba hacia atrs, nunca miraba hacia los lados, raras veces miraba el suelo. Cuando le pregunt por qu iba armado el Gusano me contest que por costumbre y yo le cre de inmediato. Llevaba el arma en la espalda, entre el espinazo y el pantaln. La has usado muchas veces?, le pregunt. S, muchas veces, dijo como en sueos. Durante algunos das el arma del Gusano me obsesion. A veces la sacaba, le quitaba el cargador y me la pasaba para que la examinara. Pareca vieja y pesada. Generalmente yo se la devolva al cabo de pocos segundos, rogndole que la guardara. A veces me daba reparo estar sentado en un banco de la Alameda conversando (o monologando) con un hombre armado, no por lo que l pudiera hacerme pues desde el primer instante supe que el Gusano y yo siempre seramos amigos, sino por temor a que nos viera la polica del D.F., por miedo a que nos cachearan y descubrieran el arma del Gusano y terminramos los dos en algn oscuro calabozo.Una maana se enferm y me habl de Villaviciosa. Lo vi desde la Librera de Cristal y me pareci igual que siempre, pero al acercarme a l observ que la camisa estaba arrugada, como si hubiera dormido con ella puesta. Al sentarme a su lado not que temblaba. Poco despus los temblores fueron en aumento. Tienes fiebre, dije, tienes que meterte en la cama. Lo acompa, pese a sus protestas, hasta la pensin donde viva. Acustate, le dije. El Gusano se sac la camisa, puso la pistola debajo de la almohada y pareci quedarse dormido en el acto, aunque con los ojos abiertos fijos en el cielorraso. En la habitacin haba una cama estrecha, una mesilla de noche, un ropero desvencijado. En el interior del ropero vi tres camisas blancas como la que se acababa de quitar perfectamente dobladas y dos pantalones del mismo color colgados de sendas perchas. Debajo de la cama distingu una maleta de cuero de excelente calidad, de aquellas que tenan una cerradura como de caja fuerte. No vi ni un solo peridico, ni una sola revista. La habitacin ola a desinfectante, igual que las escaleras de la pensin. Dame dinero para ir a una farmacia a comprarte algo, dije. Me dio un fajo de billetes que sac del bolsillo de su pantaln y volvi a quedarse inmvil. De vez en cuando un escalofro lo recorra de la cabeza a los pies como si se fuera a morir. Pero slo de vez en cuando. Por un momento pens que tal vez lo mejor sera llamar a un mdico, pero comprend que eso al Gusano no le iba a gustar. Cuando volv, cargado de medicinas y botellas de Coca-Cola, se haba dormido. Le di una dosis de caballo de antibiticos y unas pastillas para bajarle la fiebre. Luego hice que se bebiera medio litro de Coca-Cola. Tambin haba comprado un pancake, que dej en el velador por si ms tarde tena hambre. Cuando ya me dispona a irme, l abri los ojos y se puso a hablar de Villaviciosa.A su manera, fue prdigo en detalles. Dijo que el pueblo no tena ms de sesenta casas, dos cantinas, una tienda de comestibles. Dijo que las casas eran de adobe y que algunos patios estaban encementados. Dijo que de los patios escapaba un mal olor que a veces resultaba insoportable. Dijo que resultaba insoportable para el alma, incluso para la carencia de alma, incluso para la carencia de sentidos. Dijo que por eso algunos patios estaban encementados. Dijo que el pueblo tena entre dos mil y tres mil aos y que sus naturales trabajaban de asesinos y de vigilantes. Dijo que un asesino no persegua a un asesino, que cmo iba a perseguirlo, que eso era como si una serpiente se mordiera la cola. Dijo que existan serpientes que se mordan la cola. Dijo que incluso haba serpientes que se tragaban enteras y que si uno vea a una serpiente en el acto de autotragarse ms vala salir corriendo pues al final siempre ocurra algo malo, como una explosin de la realidad. Dijo que cerca del pueblo pasaba un ro llamado Ro Negro por el color de sus aguas y que stas al bordear el cementerio formaban un delta que la tierra seca acababa por chuparse. Dijo que la gente a veces se quedaba largo rato contemplando el horizonte, el sol que desapareca detrs del cerro El Lagarto, y que el horizonte era de color carne, como la espalda de un moribundo. Y qu esperan que aparezca por all?, le pregunt. Mi propia voz me espant. No lo s, dijo. Luego dijo: una verga. Y luego: el viento y el polvo, tal vez. Despus pareci tranquilizarse y al cabo de un rato cre que estaba dormido. Volver maana, murmur, tmate las medicinas y no te levantes.Me march en silencio.A la maana siguiente, antes de ir a la pensin del Gusano, pas un rato, como siempre, por la Librera de Cristal. Cuando me dispona a salir, a travs de las paredes transparentes, lo vi. Estaba sentado en el mismo banco de siempre, con una camisa blanca holgada y limpia y unos pantalones blancos inmaculados. La mitad de la cara se la tapaba el sombrero de paja y un Bali le colgaba del labio inferior. Miraba al frente, como en l era usual, y pareca sano. Ese medioda, al separarnos, me alarg con un gesto hosco varios billetes y dijo algo acerca de las molestias que yo haba tenido el da anterior. Era mucho dinero. Le dije que no me deba nada, que hubiera hecho lo mismo por cualquier amigo. El Gusano insisti en que cogiera el dinero. As podrs comprar algunos libros, dijo. Tengo muchos, contest. As dejars de robar libros por algn tiempo, dijo. Al final le quit el dinero de las manos. Ha pasado mucho tiempo, ya no recuerdo la cifra exacta, el peso mexicano se ha devaluado muchas veces, slo s que me sirvi para comprarme veinte libros y dos discos de los Doors y que para m esa cantidad era una fortuna. Al Gusano no le faltaba el dinero.Nunca ms me volvi a hablar de Villaviciosa. Durante un mes y medio, tal vez dos meses, nos vimos cada maana y nos despedimos cada medioda, cuando llegaba la hora de comer y yo volva en el camin de la Villa o en un pesero rumbo a mi casa. Alguna vez lo invit al cine, pero el Gusano nunca quiso ir. Le gustaba hablar conmigo sentados en su banco de la Alameda o paseando por las calles de los alrededores y de vez en cuando condescenda a entrar en un bar en donde siempre buscaba al vendedor ambulante de huevos de caguama. Nunca lo vi probar alcohol. Pocos das antes de que desapareciera para siempre le dio por hacerme hablar de Jaqueline Andere. Comprend que era su manera de recordarla. Yo hablaba de su pelo rubio ceniza y lo comparaba favorable o desfavorablemente con el pelo rubio amielado que luca en sus pelculas y el Gusano asenta levemente, la vista clavada al frente, como si tuviera a Jaqueline Andere en la retina o como si la viera por primera vez. Una vez le pregunt qu clase de mujeres le gustaban. Era una pregunta estpida, hecha por un adolescente que slo quera matar el tiempo. Pero el Gusano se la tom al pie de la letra y durante mucho rato estuvo cavilando la respuesta. Al final dijo: tranquilas. Y despus aadi: pero slo los muertos estn tranquilos. Y al cabo de un rato: ni los muertos, bien pensado.Una maana me regal una navaja. En el mango de hueso se poda leer la palabra Caborca escrita en finas letras de alpaca. Recuerdo que le di las gracias efusivamente y que aquella maana, mientras platicbamos en la Alameda o mientras pasebamos por las concurridas calles del centro, estuve abriendo y cerrando la hoja, admirando la empuadura, tentando su peso en la palma de mi mano, maravillado de sus proporciones tan justas. Por lo dems, aquel da fue idntico a todos los otros. A la maana siguiente el Gusano ya no estaba.Dos das despus lo fui a buscar a su pensin y me dijeron que se haba marchado al norte. Nunca ms lo volv a ver.Acerca del autor.Roberto Bolao(Santiago, 28 de abril de 1953 Barcelona, 15 de julio de 20031 ) fue un escritor y poeta chileno, cuya novela Los detectives salvajes gan los premios Herralde 1998 y Rmulo Gallegos 1999.Dos cuentos catlicos 1699Jean PicazoI. La vocacin1. Tena diecisiete aos y mis das, quiero decir todos mis das, uno detrs de otro, eran un temblor constante. Nada me entretena, nada vaciaba la angustia que se acumulaba en mi pecho. Viva como un actor imprevisto dentro del ciclo iconogrfico del martirio de San Vicente. San Vicente, dicono del obispo Valero y torturado por el gober-nador Daciano en el ao 304, ten piedad de m!2.A veces hablaba con Juanito. No, a veces no. A menudo. Nos sentbamos en los sillones de su casa y hablbamos de cine. A Juanito le gustaba Gary Cooper. Deca: la apostura, la templanza, la limpieza de alma, el valor. Templanza? Valor? Le hubiera escupido a la cara lo que se ocultaba tras sus certezas, pero prefera enterrar las uas en el reposabrazos y morderme los labios cuando l no me miraba e incluso cerrar los prpados y hacer como que meditaba sus palabras. Pero yo no meditaba. Al contrario: se me aparecan, bajo la forma de un carrusel, las imgenes del martirio de San Vicente.3.Primero: atado a un aspa de madera, es descoyuntado mientras le desgarran la carne con garfios. Y luego: sometido al tormento del fuego en una parrilla sobre brasas. Y luego: preso en una mazmorra cuyo suelo est cubierto de cascotes de vidrio y de cermica. Y luego: el cadver del mrtir, abandonado en lugar desierto, es defendido por un cuervo contra la voracidad de un lobo. Y luego: desde una barca es arrojado su cuerpo al mar con una rueda de molino atada al cuello. Y luego: el cuerpo es devuelto por las olas a la costa y all piadosamente enterrado por una matrona y otros cristianos.4.A veces senta mareos. Ganas de vomitar. Juanito hablaba de la ltima pelcula que habamos visto y yo asenta con la cabeza y notaba que me estaba ahogando, como si los sillones estuvieran en el fondo de un lago muy profundo. Recordaba el cine, recordaba el momento de comprar las entradas, pero era incapaz de recordar las escenas que mi amigo, mi nico amigo!, rememoraba, como si la oscuridad del fondo del lago lo hubiera invadido todo. Si abro la boca tragar agua. Si respiro tragar agua. Si sigo vivo tragar agua y mis pulmones se encharcarn por los siglos de los siglos.5.En ocasiones entraba en la habitacin la madre de Juanito y me preguntaba cosas ntimas. Cmo iban mis estudios, qu libro estaba leyendo, si haba ido al circo que se haba instalado en las afueras de la ciudad. La madre de Juanito vesta siempre muy elegante y era, como nosotros, una adicta al cine.6.Alguna vez so con ella, alguna vez abr la puerta de su dormitorio y en vez de ver una cama, un tocador, un armario, vi una habitacin vaca, con suelo de ladrillos rojos, que slo haca las veces de antesala de un largo pasillo, un pasillo largusimo, como el tnel de la carretera que atraviesa la montaa y que luego se dirige hacia Francia, slo que en este caso el tnel no estaba en la parte alta de la carretera sino en la habitacin de la madre de mi mejor amigo. Esto ms vale que lo recuerde constantemente: mi mejor amigo. Y el tnel, al revs de lo que suele pasar en un tnel de montaa, pareca suspendido en un silencio fragilsimo, como el silencio de la segunda quincena de enero o de la primera quincena de febrero.7.Actos nefandos en noches aciagas. Se lo recit a Juanito. Actos nefandos, noches aciagas? El acto es nefando porque la noche es aciaga o la noche es aciaga porque el acto es nefando? Qu preguntas son sas, dije casi llorando. T ests chalado. T no entiendes nada, dije mirando por la ventana.8.El padre de Juanito es de estatura pequea pero de porte arrojado. Fue militar y durante la guerra recibi varias heridas. Sus medallas cuelgan de una pared de su estudio, en un estuche con tapa de vidrio. Cuando lleg a la ciudad, dice Juanito, no conoca a nadie y quienes no lo miraban con temor lo hacan con resentimiento. Aqu conoci, al cabo de unos meses, a mi madre, dice Juanito. Durante cinco aos fueron novios. Luego mi padre la llev al altar. Mi ta a veces habla del padre de Juanito. Segn ella, fue un jefe de polica honrado. Al menos, eso se deca. Si una sirvienta robaba en casa de sus seores, el padre de Juanito la encerraba tres das y no le daba ni un mendrugo. Al cuarto da la interrogaba l personalmente y la sirvienta se apresuraba a confesar su pecado: el lugar exacto donde estaban las joyas y el nombre del gan que las haba robado. Despus los guardias detenan al hombre y lo ingresaban en prisin y el padre de Juanito meta a la sirvienta en un tren y le aconsejaba que no volviera.9.Estas acciones eran celebradas por todo el pueblo, como si el jefe de polica demostrara con ellas su preeminencia intelectual.10.Cuando lleg el padre de Juanito slo tena trato social con los asiduos del casino. La madre de Juanito tena diecisiete aos y era muy rubia, a juzgar por las fotos que cuelgan en algunos rincones de la casa, mucho ms que ahora, y haba terminado sus estudios en el Corazn de Mara, el colegio de monjas que est en la parte norte de la ciudadela. El padre de Juanito deba de tener unos treinta. Todava, aunque ya est jubilado, va todas las tardes al casino y bebe carajillos o una copa de coac y tambin suele jugar a los dados con los asiduos. Otros asiduos que ya no son los asiduos de su poca, pero como si lo fueran, porque la admiracin ya se da por sentada. El hermano mayor de Juanito vive en Madrid, en donde es un abogado famoso. La hermana de Juanito est casada y tambin vive en Madrid. En esta bendita casa slo quedo yo, dice Juanito. Y yo! Y yo!11.Nuestra ciudad cada da es ms pequea. A veces tengo la impresin de que todos se estn marchando o estn encerrados en sus cuartos preparando las maletas. Si yo me marchara no llevara maleta. Ni siquiera un hatillo con unas pocas pertenencias. A veces hundo la cabeza en las manos y escucho a las ratas que corren por las paredes. San Vicente, dame fuerzas. San Vicente, dame templanza.12.T quieres ser santo?, me dijo la madre de Juanito hace dos aos. S, seora. Me parece muy buena idea, pero tienes que ser muy bueno. Lo eres? Procuro serlo, seora. Y hace un ao, mientras iba caminando por General Mola, el padre de Juanito me salud y luego se detuvo y me pregunt si era yo el sobrino de Encarnacin. S, seor, le dije. T eres el que quiere ser cura? Asent con una sonrisa.13.Por qu asentir con una sonrisa? Por qu pedir perdn con una sonrisa de imbcil? Por qu mirar hacia otro lado sonriendo como un tarugo?14.Por humildad.15.Eso est muy bien, dijo el padre de Juanito. Cojonudo. Hay que estudiar mucho, verdad? Asent con una sonrisa. Y ver menos pelculas? S, seor, yo voy poco al cine.16.Vi alejarse la figura erguida del padre de Juanito, pareca como si caminara con las puntas de los pies, un hombre viejo pero todava enrgico. Lo vi bajar las escalinatas que llevan a la calle de los Vidrieros, lo vi desaparecer sin un solo temblor, sin una sola vacilacin, sin mirar ni un solo escaparate. La madre de Juanito, por el contrario, siempre miraba escaparates y a veces entraba en las tiendas y si t te quedabas afuera, aguardndola, podas escuchar, a veces, su risa. Si abro la boca tragar agua. Si respiro tragar agua. Si sigo vivo tragar agua y mis pulmones se encharcarn por los siglos de los siglos.17.Y t qu vas a ser, gilipollas?, me dijo Juanito. Ser o hacer?, dije yo. Ser, gilipollas. Lo que Dios quiera, dije. Dios pone a cada uno en su lugar, dijo mi ta. Nuestros antepasados fueron gente de bien. No hubo soldados en nuestra familia, pero s curas. Como quin, dije yo mientras empezaba a dormirme. Mi ta gru. Vi una plaza llena de nieve y vi a los campesinos que acudan con sus productos al mercado, barrer la nieve e instalar cansinamente sus tenderetes. San Vicente, por ejemplo, salt mi ta. El dicono del obispo de Zaragoza, que en el ao 304, aunque quien dice 304 puede decir 305 o 306 o 307 o 303 de nuestra era, fue apresado y trasladado a Valencia en donde Daciano, el gobernador, lo someti a crueles torturas, a resultas de las cuales muri.18.Por qu crees que San Vicente va vestido de rojo?, le pregunt a Juanito. Ni idea. Porque todos los mrtires de la iglesia llevan una prenda roja, para ser distinguidos como tales. Este nio es inteligente, dijo el padre Zubieta. Estbamos solos y el estudio del padre Zubieta helaba los huesos y el padre Zubieta o mejor dicho las ropas del padre Zubieta olan a tabaco negro y a leche agria, todo mezclado. Si decides ingresar al seminario, nuestras puertas estn abiertas. La vocacin, la llamada de la vocacin, hace temblar, pero no exageremos. Tembl?, sent que se remova la tierra?, experiment el vrtigo del matrimonio divino?19.No exageremos, no exageremos. Los rojos visten igual, dijo Juanito. Los rojos visten de caqui, dije yo, de verde, con franjas de camuflaje. No, dijo Juanito, los putos rojos visten de rojo. Y las putas tambin. Un tema que despert mi inters. Las putas? Las putas de dnde? Pues las putas de aqu, dijo Juanito, y supongo que tambin las de Madrid. Aqu, en nuestra ciudad? S, dijo Juanito y quiso cambiar de tema. En nuestra ciudad o en nuestro pueblo o en nuestro desamparo hay putas? Pues s, dijo Juanito. Yo crea que tu padre las haba corregido a todas. Corregido? Es que te has credo que mi padre es un cura? Mi padre fue un hroe de guerra y despus comisario de polica. Mi padre no corrige nada. Investiga y descubre. Punto. Y dnde has visto t a las putas? En el cerro del Moro, donde han vivido siempre, dijo Juanito. Dios santo.20.Mi