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DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com EMAIL: [email protected] AÑO 9 NÚMERO 69 EDICIÓN DIGITAL JUNIO 2015 1 “Todo cambia de lugar, aún en la calma.reza una línea casi inadvertida de una gran canción de Daniel Melero, el mejor socio de Gustavo Cerati. Blur descansó algo más de una década desde que Think Tank (1999) se atrevió a darle la extremaunción al Brit Pop. Sin embargo, durante ese aparente letargo sus piezas se desplazaron como las “piedras caminantes” del Valle de la Muerte. De Marruecos a Hong Kong, tal el recorrido que la banda marcó entre aquel canto de cisne adobado con cilantro y comino y este renacimiento asiático con efluvios de incienso. El antiguo enclave británico funcionó como una suerte de Meca para el cuarteto que probó las mil y una coartadas, antes de rendirse a la evidencia del viejo refrán. Todos los caminos conducen a Blur. La impronta oriental del disco no reside únicamente en la portada invadida de neón y caracteres chinos, o en el puñado de referencias geográficas que pueblan los surcos vinílicos. Aquí y allá, hay trazos de una estudiada delicadeza que imitan de manera efectiva las huellas de las aves que inspiraron el origen de los hànzì. En esa línea, “Mirrorball” es el modelo definitivo. Nada es evidente ni explícito en este fresco generacional de Albarn y compañía. Apenas algunas líneas de “There Are Too Many Of Us” denotan cierta frustración más o menos consentida. A la manera de los biombos de Coromandel, que representaban escenas de la cotidianeidad desde tiempos de la Dinastía Qing, The Magic Whip funciona como una pantalla de la actualidad, pero alegórica. Esa imaginería algo difusa tal vez sea la única deuda de este glorioso reencuentro, porque cuando Albarn se acerca a la realidad para retratarla con fidelidad, logra plasmar pasajes de singular belleza. Como en “Pyongyang”, donde un par de imágenes nos transportan a los dominios de Kim Jong-un y Blur factura una balada marcial capaz de arrebatarle a “The Universal” su hasta ahora indiscutible cetro Brit Pop. The Magic Whip es un álbum de atmósfera algo etérea, que por momentos se corporiza en piezas que ahondan en la versión más refinada de la banda y se reserva el trio compuesto por Lonesome Street(¡suena a Syd Barrett 2.0!), “Go Out” y “Ong Ong”, para discurrir por caminos más tradicionales, sin dejar de sorprender por su espontaneidad y la calidad de sus arreglos. Si la nostalgia es incurable, como le hace decir Padura a un catalán varado en La Habana, Blur ha logrado despistarla una vez más. Nadie sabe hasta cuándo y ellos se encargan de seguir dejando pistas falsas. En “Pyongyang” se escucha a Albarn susurrar “…tomorrow I’m desappearing…”. Diez minutos después “Mirrorball” se convierte en la promesa de retorno “…I’ll be back when December comes”. JORGE CAÑADA Blur - “The Magic Whip” (2015) TODO CAMINO CONDUCE A BLUR

Discos y otras pastas 69(junio2015)

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Álbumes de Blur, Courtney Barnett y Sleater-Kinney. Homenaje a Laura Antonelli, libros de Lurgio Gavilán y Jennifer Thorndike, y videojuego Bloodborne.

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DISCOS Y OTRAS PASTAS www.otraspastas.blogspot.com EMAIL: [email protected]

AÑO 9 NÚMERO 69 EDICIÓN DIGITAL JUNIO 2015

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“Todo cambia de lugar, aún en la calma.” reza una línea casi inadvertida de una gran canción de Daniel Melero, el mejor socio de Gustavo Cerati. Blur descansó algo más de una década desde que Think Tank (1999) se atrevió a darle la extremaunción al Brit Pop. Sin embargo, durante ese aparente letargo sus piezas se desplazaron como las “piedras caminantes” del Valle de la Muerte. De Marruecos a Hong Kong, tal el recorrido que la banda marcó entre aquel canto de cisne adobado con cilantro y comino y este renacimiento asiático con efluvios de incienso. El antiguo enclave británico funcionó como una suerte de Meca para el cuarteto que probó las mil y una coartadas, antes de rendirse a la evidencia del viejo refrán. Todos los caminos conducen a Blur. La impronta oriental del disco no reside únicamente en la portada invadida de neón y caracteres chinos, o en el puñado de referencias geográficas que pueblan los surcos vinílicos. Aquí y allá, hay trazos de una estudiada delicadeza que imitan de manera efectiva las huellas de las aves que inspiraron el origen de los hànzì. En esa línea, “Mirrorball” es el modelo definitivo. Nada es evidente ni explícito en este fresco generacional de Albarn y compañía. Apenas algunas líneas de “There Are Too Many Of Us” denotan cierta frustración más o menos consentida. A la manera de los biombos de Coromandel, que

representaban escenas de

la cotidianeidad desde tiempos de la Dinastía Qing, The Magic Whip funciona como una pantalla de la actualidad, pero alegórica. Esa imaginería algo difusa tal vez sea la única deuda de este glorioso reencuentro, porque cuando Albarn se acerca a la realidad para retratarla con fidelidad, logra plasmar pasajes de singular belleza. Como en “Pyongyang”, donde un par de imágenes nos transportan a los dominios de Kim Jong-un y Blur factura una balada marcial

capaz de arrebatarle a “The Universal” su hasta ahora indiscutible cetro Brit Pop. The Magic Whip es un álbum de atmósfera algo etérea, que por momentos se corporiza en piezas que ahondan en la versión más refinada de la banda y se reserva el trio compuesto por “Lonesome Street” (¡suena a Syd Barrett 2.0!), “Go Out” y “Ong Ong”, para discurrir por caminos más tradicionales, sin dejar de sorprender por su

espontaneidad y la calidad de sus arreglos. Si la nostalgia es incurable, como le hace decir Padura a un catalán varado en La Habana, Blur ha logrado despistarla una vez más. Nadie sabe hasta cuándo y ellos se encargan de seguir dejando pistas falsas. En “Pyongyang”

se escucha a Albarn susurrar “…tomorrow I’m desappearing…”. Diez minutos después “Mirrorball” se convierte en la promesa de retorno “…I’ll be back when December comes”.

JORGE CAÑADA

Blur - “The Magic Whip” (2015)

TODO CAMINO CONDUCE A BLUR

DISCOS Y OTRAS PASTAS 2 JUNIO 2015

COURTNEY BARNETT

SOMETIMES I SIT AND THINK, AND SOMETIMES I JUST SIT Este debut es la constatación del talento y el poder inventivo de Barnett. El estilo de la australiana es

muy directo: guitarras, baterías, bajos, poca variedad, muchos acordes y algunas melodías que, en la mayoría de los casos, resultan cautivadoras. Por su lado, las letras suelen llamar mucho la atención. Si acaso a Sometimes I Sit… se le puede reprochar el no ofrecer un gran despliegue de composición musical, la narrativa que propone la compositora es un punto a favor en varios momentos. Todo ello siempre acompañado, por supuesto, de un rock de garaje que a veces se confunde con el indie rock, toma prestado elementos estructurales del pop-rock tradicional y hace recordar a artistas como Sleater-Kinney o Liz Phair. Aquí, Courtney se la

pasa más hablando que cantando, dejando claro que el lucir un registro vocal muy versátil no es lo suyo. Por ejemplo en “Dead Fox” la sensación de renuncia a las melodías vocales aparece. Barnett entona sus versos con un desparpajo propio del punk, agregando así un género más a la mezcla de estilos que, como no es muy difícil percibir, están presentes en su música. “Kim’s Caravan” es, posiblemente, la mejor composición del disco, es de esas canciones que solo tienen sentido cuando se escuchan desde el primer segundo hasta el último. La música es tan onírica como las letras. Barnett convierte a Jesucristo en mujer (“Satellites on the ceiling / I can see Jesus and she´s smiling at me / All I wanna say is…”) y la fuerza melódica va aumentando con el pasar de los segundos, sacando provecho magistral a su limitada instrumentación. Basta notar el modo en que va variando el protagonismo de cada uno. Al inicio nada resuena tanto como el bajo y las percusiones son más bien suaves. Luego, la guitarra va ganando terreno con sus arremetidas en forma de armonías. Finalmente, el desenfreno de una voz repitiendo el mismo verso una y otra vez (“So take what you want from me”) nos asombra mientras la composición llega a sus niveles más álgidos de intensidad. Barnett ha sido inteligente al hacer un álbum como este, violento pero a la vez de fácil digestión, con muchas letras pero tratando temas cotidianos, corriendo pocos riesgos pero sin dar lugar a la austeridad creativa.

SLEATER-KINNEY NO CITIES TO LOVE No Cities To Love da la sensación de estar oyendo a un grupo de personas recién liberadas de un encierro

prolongado, con un hambre voraz de decir miles de cosas en el menor tiempo posible. Aquí no hay segundo desperdiciado. Basta escuchar “Price Tag”, el tema inicial, para darse una idea. En él, las guitarras aparecen desde el primer segundo, con unas notas que marcan los cuatro acordes principales que darán forma a la canción, mientras que la vocalista ya muestra todo lo que es capaz de hacer, luciendo un registro realmente amplio y entonando versos como “We never really checked / We never checked the price tag / When the cost comes in / It’s gonna be high”, aludiendo problemas típicos de la vida cotidiana. La diferencia más notoria con The Woods (2005) está en que la banda había dejado cierto espacio para un rock suave y poco agresivo, mientras que aquí no hay tiempo para ello: la potencia lo es todo. No Cities To Love muestra un sonido limpio y bien trabajado, El problema es que Sleater-Kinney se ha aferrado demasiado a sus instrumentos punk y a esa aparente ansia de caos melódico, haciendo que este nuevo trabajo no muestre mucha variedad, convirtiéndose en un álbum un tanto predecible, con canciones que pasan sin correr muchos riesgos, sin embargo la oferta sigue siendo bastante disfrutable: un rock dinámico y envolvente, de principio a fin. ALEXIS REVOLLÉ (www.reverberacionamarilla.pe)

Estamos ante un primer álbum en su más puro

estado: vigorosidad en la interpretación, una

mezcolanza descuidada de influencias y grandes

dosis de cautela en el resultado final. Un trabajo

sólido que, en resumidas cuentas, deja a

Courtney Barnett un reto exquisito por delante.

Probablemente ella ya esté trabajando en ello.

ALEXIS REVOLLÉ

NOVEDADES DISCOGRÁFICAS

DISCOS Y OTRAS PASTAS 3 JUNIO 2015

LO BUENO La historia de Bloodborne nos lleva a la antigua ciudad de Yharnam, maldecida con una extraña enfermedad endémica de la cual tenemos pocos detalles. Nosotros encarnamos a un cazador, cuya misión será aparentemente encontrar qué ha pasado y hacer frente a los enemigos que aparecen durante la llamada noche de cacería. Sin embargo, a medida que avanzamos y vamos averiguando detalles de la ciudad, entenderemos que la historia es muchísimo más compleja de lo que aparentaba, llena de intrigas y detalles que no son contados de una manera tradicional. Y es que la narrativa no es a lo que está acostumbrado el común de los usuarios. Las cinemáticas pueden confundir más que explicar cosas. O, peor aún, darnos detalles aparentemente sin sentido, pero que recién entenderemos tras haber conversado con algún NPC o haber leído las descripciones de ítems o armas. Esa es la magia del universo creado por Bloodborne. Nada está puesto por poner. El mínimo objeto, al parecer sin importancia, puede ser la clave para entender más lo que está pasando en Yharnam. Incluso, a medida que avancen descubrirán que hay zonas llamadas erróneamente ‘opcionales’. Ir a ellas no son una obligación para terminar la campaña, pero sí son necesarias para conocer la historia en su conjunto. A nivel jugable, estamos ante un action RPG. Desde un primer momento, nos pedirán crear un personaje con un

editor aceptablemente detallado. Puedes editar sexo, apariencia y hasta el origen de tu personaje, otorgándole esto último a tu avatar ciertos atributos para comenzar tu aventura. Desde este punto, estás solo. El juego no buscará ayudarte en demasía, salvo algunos avisos en el piso que te darán pistas a seguir. Sin embargo, todo dependerá de ti. Y de tu curiosidad por buscar todos los rincones de la ciudad. El juego puede hacerse frustrante si no lo sabes jugar. Abordar este título como un hack and slash más se traducirá en muchas muertes, en cólera, en frustración. Pero es que el juego, si bien te invita a ser ofensivo en batalla (sobre todo ante los enemigos más fuertes), te obliga a ser estratégico, a conocer a tu rival, sus patrones de ataque, sus puntos débiles. Se requiere paciencia, y muchas ganas de un buen reto. El apartado artístico es sobrecogedor. Yharnam es una ciudad decadente, lúgubre, donde se respira un ambiente opresivo en todo momento. La arquitectura de la ciudad y el diseño de los enemigos (en especial de los bosses) tiene un nivel altísimo, acaso lo mejor que he visto en la historia de From Software. En la misma tónica, el diseño de escenarios es magnífico, de lo mejor que he visto en un videojuego. Hay

secciones que en un principio no son accesibles, pero luego, avanzando, encontraremos el paso. Esto nos da acceso a los famosos atajos, que son una suerte de premio o checkpoint. Bloodborne es un juego bastante extenso (en mi primera partida, debo haber invertido unas 80 horas). Pero teniendo en cuenta que tenemos tres finales y que aparte están los cálices, bien podrías tener el juego metido en la consola por

meses. Para terminar, quiero destacar la banda sonora del juego, ausente en casi toda la campaña, pero magistral en los enfrentamientos con los bosses. LO MALO

El apartado gráfico de Bloodborne no sorprende, siendo un título del segundo año de la ya no tan nueva generación. Además, en el apartado técnico hay algunos bajones de frame-rate que se atenúan con las actualizaciones, que desde ya recomiendo instalar antes cargas algo extensos (también disimulados con un parche) cuando reiniciamos la partida tras morir o cuando viajamos al Sueño del Cazador. Así, si no eres muy ducho y mueres en demasía, esos tiempos de carga se deben hacer insoportables. Si bien las peleas contra los bosses son de lo mejor del juego, no puedo dejar de mencionar que existen algunos que dejan mucho que desear en cuando a su nivel de dificultad. Eso sí, el diseño de todos es magnífico… grotescos, atemorizantes, abominables. Creo que en una eventual secuela se debe mejorar la ubicación de la cámara, para evitar dejarnos

vendidos ante enemigos. Muchas veces -sobre todo cuando hay varios rivales en pantalla- la mala ubicación nos impide ver un ataque en ciernes. Y los que ya han jugado saben que recibir un par de golpes nos puede poner al borde de la muerte. No hay mucha variedad de armas o trajes, y su uso casi no está restringido. Por ejemplo, no hay trajes que no podamos utilizar porque nos falta fuerza o magia, y estos no influyen en nuestra performance (como una armadura que ralentice nuestros movimientos porque pesa mucho). LO FEO

Desierto. CONCLUSIÓN: “Bloodborne es el mejor videojuego que he probado en lo que va de esta generación de consolas. Es un título extenso, adictivo, complicado. Hay detalles por mejorar, pero en ningún momento opacan el producto. Si eres fanático de la saga Souls, no te arrepentirás. Si nunca probaste un título de esa franquicia, Bloodborne te espera con los brazos abiertos. Es un título 100 % recomendado.”

FERNANDO CHUQUILLANQUI

VICIOGAMES

LO BUENO, LO MALO Y LO FEO DE:

BLOODBORNE

DISCOS Y OTRAS PASTAS 4 JUNIO 2015

Reconozco que no soy experta en los Flamin’ Groovies, aunque hay canciones suyas que me parecen maravillosas; es el caso de “I can’t hide”, luminoso tema que podría estar escuchando en bucle durante horas. Fan total como soy de The Beatles, The Who, The Kinks y tantos otros grupos indispensables de las décadas de los sesenta y setenta, cuando me enteré que podíamos ver en sala de aforo medio a unos grandes, no muy famosos pero sí muy grandes, de aquella época más que dorada, ni me lo pensé. Así que nos plantamos en el concierto de Flamin’ Groovies en Madrid, consiguiendo ponernos en la primera, primerísima fila, al lado del escenario. Mi expectación por ver a los míticos Flamin’ Groovies era grande, en un concierto que nos ofrecía presenciar de cerca (no podía imaginar cuanto) a una banda de tal calibre y con una formación casi al completo de miembros fundadores de la banda. Algo impensable con cualquier otro grupo de la época. El primero en aparecer en el escenario fue Cyril Jordan, fundador de la banda, vestido con un jersey de malla de camuflaje. El mítico Cyril no paraba de moverse entre cables mientras afinaba una vistosa guitarra transparente. Acto seguido hizo acto de presencia Chris Wilson, quien entró en el grupo en 1971 tras la marcha del otro fundador, Roy Loney. Wilson ha sido también miembro de los adoradísimos Barracudas. No en vano los Groovies fueron los más británicos entre los músicos estadounidenses de la época. Completaban la formación el bajista George

Alexander, miembro original de la banda y el joven Víctor Peñalosa a la batería.

Me impresionó el aspecto de los Flamin’ Groovies, rebasada la sesentena. La cercanía resaltaba las arrugas, la falta de pelo, barriga, gafas de vista, las canas... Sentí una punzada de angustia, ¿serían capaces de tocar un concierto completo a buen ritmo? No en vano era rock and roll de alto voltaje lo que nos traíamos entre manos. La cosa empezó con fuerza y al tercer tema ya había caído mi “I can’t hide”. A partir de ahí todo fue in crescendo. El público, me

encantó ver muchas mujeres que no iban de “acompañantes” si no que conocían y disfrutaban todas las canciones, le estaba poniendo muchas

ganas y los Groovies todavía más. Sentíamos muy cercanos su calor, las sonrisas, los acordes y punteos de las guitarras, los gestos de gusto y alegría de los músicos. Los Flamin’ Groovies ya no eran unos señores de mediana edad sino los jóvenes eternos que

siempre serán los auténticos músicos de rock. Dos maravillosas horas de concierto que finalizaron tras varios bises y salidas al escenario con una entregada versión del “Jumpin’ Jack Flash” de esos señores que llenan estadios. Una noche vibrante gracias a nuestros héroes, un sonriente y zen Cyril controlando lo que sucedía sobre el escenario, un Chris Wilson entregadísimo en la voz y la guitarra solista, y un elegante e impertérrito George Alexander, que terminó feliz y desmelenado, cantando y soplando de cansancio y puro gusto. Viviendo el rock hasta el fin; de eso se trata, ¿no?

JUKEBOX DESDE EL OTRO LADO ESCRIBE: CONX MOYA

Flamin’ Groovies en vivo. Teatro Barceló-Madrid (11 de Junio)

VIVIENDO EL ROCK HASTA EL FIN

DISCOS Y OTRAS PASTAS 5 JUNIO 2015

ESCRIBE: ROGELIO LLANOS

Creo que aún no cumplía los veinte años cuando conocí, gracias al cine, a una hermosa mujer. Un encanto de mujer. Mi mundo interior fue diferente a partir de allí. La conocí en la plenitud de su belleza y fue un flechazo a primera vista. Conocí luego a muchas mujeres, me enamoré de ellas - lo que dura el sueño cinematográfico- pero seguí amando con pasión a aquella joven que me había encantado, que me había hechizado. Decidí seguir sus pasos. Atento a cada uno de aquellos momentos en los cuales tuvo el deseo de ser generosa acudí puntualmente a cada cita que ella convocó. Y una y otra vez, caí rendido a sus pies. No me importó que ella se entregara a otros, me fue indiferente que el entorno en el que ella a veces se movía oscilara entre el disparate y la puerilidad. Ella lo llenaba todo con su presencia, con su risa a flor de labios, la brillantez de sus ojos, y su mirada…. su mirada… era un ángel y a la vez el demonio, era la joven inocente y también la puta irresistible. Hace poco, a través de un pequeño texto de mi buen amigo Oscar Contreras, me enteré que Laura Antonelli -así se llamaba esta fascinante actriz- partió hacia el mundo de los recuerdos. Y mi corazón se llenó de tristeza. Y por eso escribo esta

nota, para darle curso a esa pena, para expresarle una vez más mi cariño, y, de alguna manera, contar lo que ella significó para el joven cinéfilo allá por los años setenta. Han pasado tantos años que ya no recuerdo si vi primero El Mirlo Macho (1971, Pasquale Festa Campanile) o Malicia

(1973, Salvatore Samperi). Lo menciono porque la primera representó el primer gran éxito de su carrera. Era la época en que Lando Buzzanca arrasaba con la taquilla representando, una y otra vez al arquetipo del macho italiano, el Homo Eroticus por excelencia. No fue allí, sin embargo, donde yo caí prendado de los encantos de Laura Antonelli. ¿Qué tenía de especial Malicia que nos llevó a ese estado de ensueño en el cual

sólo teníamos ojos para una mujer que, de pronto, se apoderó de todo nuestro imaginario y nos encandiló cual Circe en una nueva Odisea? El film, en realidad, carecía de valor: una historia simplona, unos diálogos totalmente tontos, un montaje muy torpe. Sin embargo, la presencia de ella y una fotografía que realzaba la belleza de la diva nos hacía olvidar todo lo demás. Y, ¿qué hacía la joven actriz para encantarnos? Pues, fijaba en los personajes que la rodeaban su mirada candorosa que, a la vez, insinuaba las

HABÍAMOS AMADO TANTO A

LAURA ANTONELLI

DISCOS Y OTRAS PASTAS 6 JUNIO 2015

llamas del deseo que ardían en su interior. Su voz cantarina expresaba un estado de pureza -así lo parecía- alejado de la torva o lasciva conducta de sus interlocutores. Y, sin embargo, ese mismo rostro, delicado y exquisito era, al mismo tiempo, una suerte de convocatoria urgente al desenfreno de la carne tanto para el viejo lujurioso como para el adolescente arrebatado. Imposible permanecer indiferente ante esa falda holgada que se levantaba juguetona mientras la joven Laura se encontraba en lo alto de la escalera y luego se inclinaba para cumplir con su labor de limpieza. Bien valía la pena hacer como que se leía el periódico o se practicaban ejercicios al pie de la escalera, si con ello se podían atisbar los sensuales muslos y la blancura de unas bragas que encerraban los tesoros femeninos anhelados. Y cuán grandísima era la tentación de tocar aquellas piernas maravillosas si Laura era la comensal vecina a la hora de la cena. Tocarla por debajo de la mesa era el sueño hecho realidad para el adolescente de la pantalla que, de pronto era yo, experimentando el placer de su piel tersa y amable, tal como nos la mostraba generosamente la cámara fisgona del gran Vittorio Storaro que, para entonces, ya había filmado a la Schneider en sus

escabrosas aventuras amorosas con un Marlon Brando desatado en El último Tango en París (1972, Bernardo Bertolucci). Sí, Storaro ya tenía sobrada experiencia en el arte de mostrar los tesoros de la feminidad. Y, por ello, cuando la mano de Nino, que era nuestra mano, pasó del muslo a las diminutas bragas de la inolvidable Laura para, audaz y libidinoso, apropiarse de ellas, Storaro, no dudó en posar sus ojos, curiosos e insistentes, y que también fueron los míos, en el descenso lento y provocador de la diminuta prenda por las torneadas piernas de una Laura que, una vez más, nos encendía el deseo, mientras ella dedicaba a su entorno la más virginal de sus miradas. Cuánto tiempo ha transcurrido desde que nos solazamos con aquellas imágenes que luego recreamos con nuestra imaginación una y

otra vez, gozando con esa posesión virtual que, en lugar de saciarnos, nos impelía a ver y vivir más aquella aventura cinematográfica. De pronto, recordamos que el joven adolescente de la cinta, hacía lo mismo que nosotros en nuestro mundo imaginario: tras su ingreso subrepticio a la habitación de la joven

Laura, el muchacho se acercaba a la cama y pasaba sobre ella, lenta y delicadamente su mano, simulando acariciarla con timidez y devoción. Luego, iba hacia el tocador para mirar y admirar aquellos objetos que en algún momento del día entraban en contacto con el

rostro o la piel de la mujer deseada. Abrir el cajón, mirar la ropa, tocarla y luego llevarla a su rostro para oler aquello que acariciaba cada día el cuerpo amado, era la experiencia suprema para el fetichista irredento, para el voyeurista insaciable, para el amante en ciernes. El joven protagonista, como el ansioso espectador, era feliz con estos hallazgos, pero sufría intensamente porque estas experiencias clandestinas sólo lo llevaban al

DISCOS Y OTRAS PASTAS 7 JUNIO 2015

conocimiento parcial, indirecto, sesgado de un cuerpo que se anhelaba más intensamente con la imaginación espoleada por la visión a la distancia de aquellas maravillas que aparecían ante sus ojos oscilando entre la abierta coquetería y el calculado pudor. Malicia, aún en su torpeza, es un film que sabe guiarnos por los meandros del deseo, pero tras ese viaje ardoroso -más por el interés en ver lo que Laura hace y muestra, que por el manejo de los recursos cinematográficos a cargo de un limitado Samperi- nos brinda un final a la altura de su medianía: el cuerpo desnudo de Laura visto entre reflejos y movimientos nerviosos de cámara, sus agitadas manifestaciones amorosas entrevistas entre copos de lana que cubren los cuerpos en pleno combate amoroso, los gritos y susurros de la excitada Laura que clama afanosa ser poseída. Y luego, tras ese clímax artificial, la desilusión, la frustración porque todo acabó, porque la visión fue efímera, porque queríamos ver su rostro transformado por el amor, porque anhelábamos continuar viendo sus senos turgentes, porque nos moríamos por descubrir su frondoso y oscuro bosquecillo. Pero, sobre todo, porque la visión de sus piernas y de su cuerpo entero nos revelaba su inmensa

carnalidad y nos abría el horizonte del conocimiento de aquellos placeres que un cuerpo femenino era capaz de entregarnos. Nunca dejamos de ir a cada una de las citas de Laura Antonelli. Una de ellas se llevó a cabo a fines del siglo XIX y se tituló, de manera sugestiva, ¡Dios Mío, Qué Pecado! (1974, Luigi Comencini) y de ella, lo que más recuerdo con placer es aquella escena en que Michele Placido, catapultado por el deseo, usa una pequeña cuchilla para romper con la desesperación del deseo todas las ataduras de la falda, blusa, corsé y portaligas de la bella Laura. Y así, poco a poco, su maravillosa piel va quedando al desnudo, mientras el corazón se agita con violencia y el deseo se apodera del espectador. En otra ocasión, Giuseppe Patroni Griffith le quitó torpemente todo el

vestido y ella, inmóvil y distante semejó una fría Maja desnuda (Divina Criatura, 1975). Luchino Visconti vio en ella a la heroína d’annunziana y como a toda actriz o actor que llamaba a su entorno, la impregnó en El Inocente (1976) de sensibilidad y le descubrió la posibilidad

de aunar a su belleza física su talento frente a una cámara cinematográfica que nunca dejó de amarla, de adorarla. Los años no pasan en vano. Las canas y arrugas, aquellas de las que Clint Eastwood está orgulloso porque son la fiel expresión de una gran experiencia vital, se convirtieron, desde su fatal aparición sobre el rostro de la diva en sus mortales enemigas. Acudió presta al cirujano para que las extirpara, les declaró la guerra sin cuartel levantando como

bandera la imagen de ese rostro dulce y provocador a la vez. Y así con las incipientes arrugas extirpadas se atrevió a convocar a sus viejos fieles a una nueva cita cinéfila,

DISCOS Y OTRAS PASTAS 8 JUNIO 2015

Malicia 2000 (Salvatore Samperi, 1991), pero su combate contra el paso del tiempo dejó huellas imborrables en lo que fue el bello rostro de antaño y fue entonces, quizás, cuando buscó desesperadamente el refugio y la ilusión de la gloria en aquel polvo cuya blancura encerraba el infierno de la cárcel y de la exclusión. Llegados los ochenta la bella Laura se fue adentrando en las brumas de mis recuerdos.

MEMORIAS DE UN SOLDADO DESCONOCIDO AUTOR: LURGIO GAVILÁN (PERÚ) Lurgio fue terrorista en su niñez (se enroló a Sendero Luminoso), sirvió al ejército peruano en su

adolescencia (luego de haber sido capturado), se hizo franciscano en su juventud y antropólogo en su adultez. De todas estas experiencias algo digno de contar tiene que haber y no nos equivocamos: el valor de este libro estriba en la calidad de la información -sin intermediarios académicos- que recibimos de su protagonista, que ni siquiera su mala redacción logra opacar. No estamos ante una crónica ni ante una rigurosa autografía. Estamos frente a un libro testimonial, hecho a partir de los retazos vivenciales que el autor recuerda, retazos en su mayoría traumáticos, donde la nostalgia apenas asoma, tímida, como sintiéndose culpable de estar ligada a las atrocidades que Lurgio cometió y padeció hace más de treinta años. HENRY A. FLORES

El rock y otras mujeres entraron en mi vida y, voluble y vulnerable, les abrí el corazón. Sin embargo, nunca pude olvidar a esa Laura Antonelli de mirada misteriosa -quizás triste, quizás deseosa- con el pelo cayendo sobre los hombros y un medallón colgando por encima de sus pechos desnudos, voluminosos y desafiantes, como los retrató Storaro, como los mostró Comencini, como los amó Belmondo, como los dignificó el gran Visconti.

ANTIFACES AUTORA: JENNIFER THORNDIKE (PERÚ) Si alguien me pidiera que le recomiende algún nuevo libro de cuentos, no dudaría en mencionar a “Antifaces” como primera opción. Sus cinco relatos

son fluidos, su lenguaje es directo y chocante, sórdido a veces. Sus personajes son miserables e inolvidables, sus personajes pueden estar muriéndose en vida pero se las apañan para seguir jodiendo, pueden parecer los más exitosos pero habitan en castillos de naipes, algunos arrastran culpas, otros, deseos. “Sobrevivientes” debe tener uno de los mejores finales que recuerde haber leído en mucho tiempo. ¿Cómo hace la autora para auscultar la miseria interna del ser humano y salir ilesa? Algún precio debe pagarse por ello. He leído muchas veces estos relatos y siempre me aborda la misma sensación: el temor a encontrarme con mi propia oscuridad. HENRY A. FLORES

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