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Actas XIV Congreso AIH (Vol. IV). Mariana OZUNA CASTAÑEDA. «Don Catrín de la Fachenda» de ... - Don Catrín de la Fachenda de Femández de Lizardi o el humor como purga social Mariana Ozuna Castañeda UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO JOSÉ JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE Lizardi ha pasado a la historia de las letras hispanoamerica- nas como el primer novelista de estas tierras; alguno de sus contemporáneos lo acusó de que su primera novela El Periquillo Sarniento era «Una obra disparatada extravagante y de pésimo gusto», en la que «encontramos las peores gentes de la sociedad obrando ordinariamente y según los vemos, hablando según los oímos». 1 Esta crítica hecha en 1819 señala lo que después los estudiosos encontrarían valioso en esta primera obra de Lizardi: sus cuadros de costumbres, la verosimilitud de sus personajes gracias a la reproducción fiel del léxico de la época, la creación de tipos y la descripción de ambientes marginados. Sin embargo, pensar en esta novela como participante temprana del llamado movimiento realista, sería olvidar su contexto literario e histórico. El Periquillo Sarniento hizo a Lizardi novelista por contingencia, él, desde 1812 con su periódico El Pensador Mexicano, hasta abril de 1816 había sido periodista, 2 su giro se debió a la suspensión de la libertad de imprenta. En El Periquillo, pues, Lizardi busca por una parte sobrevivir con la venta de la novela, y por otra continuar con el ideal ilustrado de educar al pueblo, de hacer lo que hacía en sus periódicos: echar mano de la sátira para encauzar a sus lectores hacia el ejercicio de las virtudes que redundaría a la postre en el bien común. La sátira fue para los ilustrados un vehículo eficaz para llevar la crítica de las costumbres a terrenos literarios, ya que en su constitución amalgama por un lado la risa o la mofa y por el otro la enseñanza moral. Ya en el siglo XVII había operado un cambio respecto a lo que se llamaba sátira, existía la sátira antigua que hizo blanco de sus ataques a personalidades de la vida pública, y la llamada <<nueva sátira». 3 La famosaArte poética 1 Uno de Tantos, Noticioso General, núm 482, 1 de febrero de 1819. Remitido de Puebla en 22 de diciembre por El Corresponsal de Januario. Se publicará próximamente en el volumen Amigos, enemigos y polemistas de El Pensador Mexicano-/. 1810-1820, editado por María Rosa Palazón Mayoral y el equipo editor de las Obras de J. J. Femández de Lizardi del Centro de Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas. cf J. J. Femández de Lizardi, Obras IV-Periódicos. Alacena de Frioleras/Cajoncitos de la Alacena/Las Sombras de Heráclito y Demócrito/El Conductor Eléctrico, recop., ed., notas y presentación de Ma. Rosa Palazón Mayoral. México: UNAM, Centro de Estudios Literarios, 1970 Biblioteca Mexicana, 12). Antonio Pérez-Lasheras, Fustigat mores: Hacia el concepto de la sátira en el siglo XVII, Zaragoza: Universidad, Prensas universitarias, 1994, p. 79 ss. En sus Tablas poéticas, publicadas en 1617, Francisco Cascales caracteriza a la sátira ya no como una composición por su sentido jocoso, sino por su utilidad, función, contenido y recursos estilísticos: «La nueva sátira es imitación 505 -1 .. Centro Virtual Cervantes

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Don Catrín de la Fachenda de Femández de Lizardi o el humor como purga social

Mariana Ozuna Castañeda UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

JOSÉ JOAQUÍN FERNÁNDEZ DE Lizardi ha pasado a la historia de las letras hispanoamerica-nas como el primer novelista de estas tierras; alguno de sus contemporáneos lo acusó de que su primera novela El Periquillo Sarniento era «Una obra disparatada extravagante y de pésimo gusto», en la que «encontramos las peores gentes de la sociedad obrando ordinariamente y según los vemos, hablando según los oímos». 1 Esta crítica hecha en 1819 señala lo que después los estudiosos encontrarían valioso en esta primera obra de Lizardi: sus cuadros de costumbres, la verosimilitud de sus personajes gracias a la reproducción fiel del léxico de la época, la creación de tipos y la descripción de ambientes marginados. Sin embargo, pensar en esta novela como participante temprana del llamado movimiento realista, sería olvidar su contexto literario e histórico. El Periquillo Sarniento hizo a Lizardi novelista por contingencia, él, desde 1812 con su periódico El Pensador Mexicano, hasta abril de 1816 había sido periodista,2 su giro se debió a la suspensión de la libertad de imprenta. En El Periquillo, pues, Lizardi busca por una parte sobrevivir con la venta de la novela, y por otra continuar con el ideal ilustrado de educar al pueblo, de hacer lo que hacía en sus periódicos: echar mano de la sátira para encauzar a sus lectores hacia el ejercicio de las virtudes que redundaría a la postre en el bien común.

La sátira fue para los ilustrados un vehículo eficaz para llevar la crítica de las costumbres a terrenos literarios, ya que en su constitución amalgama por un lado la risa o la mofa y por el otro la enseñanza moral. Ya en el siglo XVII había operado un cambio respecto a lo que se llamaba sátira, existía la sátira antigua que hizo blanco de sus ataques a personalidades de la vida pública, y la llamada <<nueva sátira».3 La famosaArte poética

1 Uno de Tantos, Noticioso General, núm 482, 1 de febrero de 1819. Remitido de Puebla en 22 de diciembre por El Corresponsal de Januario. Se publicará próximamente en el volumen Amigos, enemigos y polemistas de El Pensador Mexicano-/. 1810-1820, editado por María Rosa Palazón Mayoral y el equipo editor de las Obras de J. J. Femández de Lizardi del Centro de Estu~os Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas.

cf J. J. Femández de Lizardi, Obras IV-Periódicos. Alacena de Frioleras/Cajoncitos de la Alacena/Las Sombras de Heráclito y Demócrito/El Conductor Eléctrico, recop., ed., notas y presentación de Ma. Rosa Palazón Mayoral. México: UNAM, Centro de Estudios Literarios, 1970 (Nue~a Biblioteca Mexicana, 12).

Antonio Pérez-Lasheras, Fustigat mores: Hacia el concepto de la sátira en el siglo XVII, Zaragoza: Universidad, Prensas universitarias, 1994, p. 79 ss. En sus Tablas poéticas, publicadas en 1617, Francisco Cascales caracteriza a la sátira ya no como una composición por su sentido jocoso, sino por su utilidad, función, contenido y recursos estilísticos: «La nueva sátira es imitación

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española de Juan Díaz Rengifo, mejor conocida como el Rengifo, en su edición de 1759, dice que la sátira «es un poema que se ordena a la debida corrección y reprehensión de los vicios, y los defectos», y que debe adornarse con dichos y sentencias agudas o graciosas.4 Esta definición de la sátira también se encuentra en la Poética de Nicolás Boileau; dicha preceptiva, inspirada en Aristóteles, clasifica a la sátira dentro del estilo jocoso, relacionando los defectos y el error con lo ridículo, que mueve a risa. Sin el humor la sátira se convierte en pura reprobación. Hay que añadir, que la sátira moderna más que ser un género, es un tono, una actitud ante los acontecimientos. De tal manera que en ella se reconoce el poder de relativizar lo que toca, de disminuirlo; de tal forma que en muchos casos la censura prohibía no sólo los textos contrarios a la religión, al rey, las instituciones y buenas costumbres, sino que también proscribió la circulación de textos de autores que defendían los principios cristianos y se mofaban de los filósofos franceses, porque éstos se veían condenados «a deprimir su yo, y a reducir sus ideas eternas y puras a una condición temporal y profana».5 Esto era tan evidente en la época que Carlos María de Bustamante se expresa como sigue de El Periquillo:

El Periquillo Sarniento, obra del Pensador de la que se ha hecho tercera edición, es ingeniosa; pero enseña prácticamente a ser a los jóvenes pícaros. Es cierto que la virtud triunfa en ella del vicio; pero éste se pinta con tales atractivos que aficiona a los jóvenes malvados a seguirlos, no estando en estado de volver sobre sus pasos, cosa que no se consigue sino por la esperiencia [sic] de los años.6

Fernández de Lizardi estaba consciente del poder de la sátira, por lo que sus dos primeras novelas -que no publicó completas en vida- tienen intercalados entre los divertidos episodios de los infortunios de sus protagonistas, Perico y Quijotita, párrafos moralizantes con estructura sermonaria en los que se atiende ya a pasajes de la Biblia, ya a autoridades paganas o cristianas para contrarrestar los efectos de la atractiva vida licenciosa. La convivencia de una estructura tomada de la novela picaresca, que narra las divertidas aventuras que sufre el pícaro, y de los largos sermones, corta la acción, Perico --el personaje pícaro- está condicionado por Pedro Sarniento arrepentido de su vida pasada, y esa voz sermonaria es la de Fernández de Lizardi, un periodista intentando hacer una novela.

Nuestro autor defiende su primera obra del género de los ataques de la crítica, aduciendo que atropella las reglas del arte porque su fin es la utilidad del escrito, dice:

Suelo prescindir de aquellas reglas que me parecen embarazosas para llegar al fin que me propongo, que es la instrucción de los ignorantes. Por ejemplo, sé que una de las reglas es que la moralidad y la sátira vayan envueltas en la acción y no muy

de una viciosa y vituperable acción, con versos puros y desnudos para enmendar la vida», «Ase de ver el poeta satírico como el médico, que para curar la malatia del enfermo, aunque aplica medicinas acerbas y amargas, las compone con un buen sabor para que por él no se desdeñe el enferi¡no de recibirlas. Otro tanto hará nuestro poeta[ ... ]»

5 Jbidem, p. 110. Pablo González Casanova, La literatura perseguida en la crisis de la Colonia: México, SEP,

19860p. 7. Carlos María de Bustamante, Cuadro histórico de la revolución mexicana . .,: México,

Imprenta de J. Mariano Lara, 1843, t. I, pp. 188-189.

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explicadas en la prosa; y yo falto a esta regla con frecuencia, porque estoy persuadido de que los lectores para quienes escribo necesitan ordinariamente que se les den las moralidades mascadas, y aun remolidas[ ... ] Aún hoy necesitan muchas gentes un comentario para entender el Quijote, el Gil Bias y otras muchas obras como éstas, en que sólo encuentran diversión.7

Lizardi, como buen ilustrado, anhela la claridad, y por lo que se aprecia en esta breve cita, concibe a la literatura no como mera diversión, por esto los trozos divertidos de sus novelas deben estar seguidos o precedidos de la guía moral para interpretar la aventura de su personaje como un ejemplo útil. A pesar de estas intenciones, tanto El Periquillo, como La Quijotita quedaron truncas en su publicación, la primera porque su cuarto tomo abordaba el tema de la esclavitud y denunciaba ésta como comercio infame, que, recordemos, era permitido por la Corona en la época en que Lizardi concibe su obra, por lo que el superior gobierno prohibió la publicación; en cuanto a la segunda, él mismo dirá en 1820 que «se concluirá, así que logre hacerme de una imprentita».8

Es, pues, sobre todo por estos intentos de novelar que Femández de Lizardi entró en las historias de la literatura hispanoamericana, esto motivó que la crítica se volcara con sus instrumentos de estudio sobre los cinco tomos de El Periquillo, esta novela ha dejado en la sombra dos breves obras, me refiero a Noches tristes y a la que me ocupa ahora Vida y hechos del famoso caballero don Catrín de la Fachenda.

Esta última es sin duda la mejor novela de El Pensador Mexicano; en su factura, nuestro autor hizo oídos a aquellas acres críticas que desdeñó cuando mordieron su primer trabajo. La obra a la que me refiero estaba concluida y aprobada por la censura para febrero de 1820, fecha en la que continuaba la suspensión de la libertad de imprenta; una vez reinstalada ésta gracias a la jura de Femando VII de la Constitución de la monarquía española, Lizardi abandona la publicación de su novela y retoma a su profesión original con su periódico El Conductor Eléctrico. Ese mismo año de 1820, recibe acerbas críticas por su informalidad al anunciar cierta periodicidad para su Conductor, así como la suscripción a su novelita que no pudo cumplir cabalmente. Don Catrín no se publicó en vida del autor. En 1822, armado con una imprenta de su propiedad, Lizardi anuncia nuevamente su novela:

SUSCRIPCIÓN Días hace hubiera dado a luz la Vida y hechos del famoso caballero don Catrín de la Fachenda, que anuncié antes de la Independencia; pero no pude verificarlo por no haber habido suscriptores suficientes. Habilitado ya de una imprenta repito el convite a suscripción. Saldrá la obrita en un tomo en octavo con diez o doce láminas.9

7 José Joaquín Femández de Lizardi, Obras VIII-Novelas, El Periquillo Sarniento, (tomos J y JI), prólogo, edición y notas de Felipe Reyes Palacios: México: UNAM/Instituto de Investigaciones Filológicas, Centro de Estudios Literarios, 1982, (Nueva Biblioteca Mexicana, 86), pp. 2f-25. La cursiva es mía.

J. J. Femández de Lizardi, Obras X-Folletos. (1811-1820), recop., ed. y notas de Ma. Rosa Palazón Mayoral e Irma Isabel Fernández Arias, presentación de Ma. Rosa Palazón Mayoral, Méx~o: UNAM, 1981, (Nueva Biblioteca Mexicana, 80), p. 315.

J. J. Fernández de Lizardi, Obras-XI. (1821-1822), ed. notas y presentación de Irma Isabel Fernández Arias, México: UNAM, 1991 (Nueva Biblioteca Mexicana, 104), pp. 498-499.

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He aquí ya un cambio en la concepción de la obra, a diferencia de sus primeras dos novelas, Don Catrín se presenta en un solo tomo; 10 ahora bien, el segundo párrafo del primer capítulo de esta última nos indica, en voz del protagonista, el divorcio entre el estilo de El Periquillo y el de Don Catrín:

No, no se gloriará en lo de adelante mi compañero y amigo El Periquillo Samiento de que su obra halló tan buena acogida en este reino, porque la mía, descargada de episodios inoportunos, de digresiones fastidiosas, de moralidades cansadas, y reducida a un solo tomito en octavo, se hará desde luego más apreciable y más legible [ ... ]11

La voz de Lizardi se deja escuchar nuevamente tras su personaje, ahora para enmendar su estilo y reconocer los errores que tiempo atrás había disculpado y justificado. No sólo persigue la utilidad del escrito, sino también que la obra sea «más apreciable» y «más legible», para lo cual la haría breve y descargada de todo lo que en su Periquillo le pareció loable. Hubo un sutil cambio, Lizardi atiende ahora a su lector, rasgo éste propio de las novelas que ponen acento en la acción. Le preocupa el juicio que de ella se forme y que el lector no tropiece en la lectura. La nueva propuesta redundará en beneficio de la acción: menos personajes, menos episodios y la vida cronológica del protagonista es narrada en escasos quince capítulos. El estilo muestra que nuestro autor buscó equilibrar la forma y el contenido, es decir, un escrito útil pero no por útil farragoso. Sin embargo, la novela pretende también moralizar, satirizar y por ello enmendar los vicios de la sociedad de su época, para lograrlo sin acudir a su antiguo estilo, Lizardi echa mano de una figura retórica: la ironía. Los componentes de la ironía son varios: a) lingüísticos, la inversión de significados o antífrasis; b) retórico, su disemia que la hace ambigua; c) su carácter de ataque; d) sus participantes: emisor, receptor, blanco o víctima y, e) su eje de distanciación, que implica un grado de solidaridad por parte del ironista con su blanco. 12 El eje de distanciación es fundamental para realzar el cambio de estilo que realizó Lizardi. Anteriormente nuestro autor sobreponía a sus personajes su propio decir, inmiscuyéndose en la constitución del personaje otra voz, que convivía con el monólogo de los personajes. La ironía en Don Catrín de la Fachenda aparece en cada capítulo de la novela, disminuyéndose considerablemente la otra

10 Éste es también el caso de Noches tristes, única novela que goza de una reedición completamente exitosa en vida del autor. La publica en 1818 en la Oficina de don Mariano de Zúñiga y Ontiveros, consta de 112 pp., mientras que la segunda edición corregida y aumentada con un capítulo se llamó Noches tristes y Día alegre, salió a la luz en 1819 con 265 pp. e ilustraciones. Esta edición se encuentra en el tomo II de la miscelánea Ratos entretenidos, en la que nuestro autor publicó obras en verso suyas y de otros autores. Se anunció su venta separada de la Miscelánea el 25 de octubre de 1819 en la página 4 del Noticioso General, número 596, aclarando que esta edición incluía 5 estampas iluminadas. Frente a estas ediciones hay que hacer el contraste con los cinco tomos con un total de 52 capítulos de El Periquillo y los cuatro tomos con 40 capítulos en suma19e La Quijotita y su prima.

J. J. Femández de Lizardi, Obras VII-Novelas. La educación de las mujeres o la Quijotita y su prima, historia muy cierta con apariencias de novela. Vida y hechos del famoso caballero don Catrín de la Fachenda. Recopilación, edición, notas y estudio preliminar María Rosa Palazón Mayqpl, México: UNAM, 1980 (Nueva Biblioteca Mexicana, 75), p. 539.

cf Helena Beristáin, Diccionario de retórica y poética, 8ª. ed., México: Porrúa, 1997, p. 283.

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conciencia representada por los sermones o párrafos moralizantes que guiaban la sátira. La novela se inicia con una ironía en forma de grandilocuencia por parte del

personaje:

Sería yo el hombre más indolente, y me haría acreedor a las execraciones del universo, si privara a mis compañeros y amigos de este precioso librito, en cuya composición me he alambicado los sesos, apurando mis no vulgares talentos, mi vasta erudición y mi estilo sublime y sentencioso [ ... ] Sí, amigos catrines, y compañeros míos, esta obra famosa correrá ... dije mal, volará en las alas de su fama por todas las partes de la tierra habitada y aun de la inhabitada; se imprimirá en los idiomas español, inglés francés alemán, italiano, arábigo, tártaro, etcétera; y todo hijo de Adán, sin exceptuar uno solo, al oír el sonoroso y apacible nombre de don Catrín, su único, su eruditísimo autor, rendirá la cerviz y confesará su mérito recomendable.13

El lector reconoce lo opuesto al tópico de la falsa modestia, aquí la grandilocuencia deja ver el tono irónico, que lo obliga a pensar si no lo contrario, sí otro sentido diferente al literal. La incongruencia de algunas frases es la clave para que el lector reconozca que lo literal no es el plano de comprensión de la obra: el lector es un participante activo en la creación del sentido del texto, pues extraerá las conclusiones morales, evitando así la voz moralizante que empleara Lizardi en sus novelas anteriores.14 Sin embargo, ¿cómo logra el autor que los lectores capten su intención fusitgadora y cómo se salva de la lectura literal? Wayne Booth en su estudio Retórica de la ironía indica que es necesario que se comparta la ironía entre el que la hace y el que la percibe, mediante indicadores, que en caso del habla se encuentran en ocasiones en el tono, y que en la escritura apelan sobre todo al sentido. 15 Una vez detectada la ironía, el sentido al que apuntan se descubre, no se sigue otro proceso de reconstrucción de sentido; para Booth la ironía es unívoca. Dado que la reconstrucción del sentido queda a cargo del lector, el autor evita así los reclamos respecto a lo que quiso decir, de tal manera, que cualquiera que sea el sentido reconstrui-do, el lector participa del mismo. Ahora bien, los lectores sensibles a los sentidos de la ironía del autor, pueden descubrirse atendiendo a la hipótesis de Rache! Giora, quien clasifica las ironías de acuerdo al léxico. 16 De manera que las divide en familiares y menos familiares, las primeras no requieren de mucho contexto, pues son fácilmente identificables -evidentes contradicciones de sentido-, mientras que las otras están más vinculadas al contexto. Así, los lectores capaces de detectar la ironía en la grandilocuen-

:! J. J. Femández de Lizardi, Obras-VII. Novelas ... , pp. 539-540. El satirista se mueve en dos planos, el de la realidad que lo circunda y el de una sociedad

ideal; de tal manera que cuando las contrapone se crea un tercer plano: «this middle ground between two opposite visions was not clearly delineated by the satirists, and its openess and ambiguity were meant to provoke conscious deliberation on the part ofthe readers and to urge them to arrive at their own interpretation». Julie Greer Johnson, Satire in Colonial Spanish America, Turning the New World Upside Down. Foreword by Daniel R. Reedy, Texas: University ofTexas Press1fustin, 1993 (The Texas Panamerican series), p.6.

Wayne C. Booth, Retórica de la ironía, versión española de Jesús Femández Zulaica y Aure\if Martínez Benito, Madrid: Taurus, 1986, p. 31 ss.

Ver Rache! Giora, «Understanding Figurative and Literal Language: The Graded Salience Hypothesis», Cognitive Linguistics, 7, pp. 183-206.

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cia del personaje (ver supra) lo logran porque identifican ya la contradicción, ya el contrasentido con respecto al contexto. Cuanto más dependa del contexto la ironía, más posibilidades tiene de perderse, tal es el caso de los chistes alusivos a la política o a bromas entre amigos. Para la siguiente cita, por ejemplo, el lector requiere de mayor contexto: «Era, pues, mi buen tío, un clérigo viejo [ ... ] en su espaciosa frente se leía la serenidad de una buena conciencia, si es que las buenas conciencias se pintan en las frentes anchas y desmedidas calvas». 17 En esta cita se apunta a dos tópicos de los ilustrados, por un lado la postura de los ilustrados que combatía la idea de que los hombres viejos por serlo eran mejores y tenían autoridad ---querella entre los antiguos y los modernos-, y por otra parte, el tópico sobre las apariencias, para el pensamiento ilustrado los hombres se definen no por su exterior, sino por sus obras. El público que podía acceder a estas ironías era menor que aquel que gozaba con los poemas satíricos de nuestro autor.

¿Quiénes son los catrines? La voz del protagonista se dirige a sus lectores como «catrines», de hecho la obra

está dedicada a ellos: «El objeto [que me propongo] es aumentar el número de los catrines; y el medio, proponerles mi vida por modelo ... ». 18 Los lectores están obligados a conocer a estos personajes, eran jóvenes vestidos a la moda francesa, que había crecido en prestigio por la influencia francesa entre las costumbres de la corte española, de la corte virreinal y entre otros sectores. Conocidos también como recetantes, currutacos o manojitos, en la mayoría de los casos vestían con elegancia, cuando en realidad sus ropas ocultaban remiendos y roturas. Pareciera que la obra pretende censurar a un catrín, hacer burla de su vida y moralizar mediante la ironía. Sin embargo, Lizardi ensancha el sentido original del catrín, atendiendo al principio de que los hombres se definen no por su exterior, sino por sus obras:

Cada cual puede vestirse según su gusto y proporciones, sin merecer por su traje el título de honrado ni de pícaro. Mozos hay currísimos o pegadísimos a la moda del día, y no por eso son catrines; y otros hay que llama el vulgo rotos o modistas pobretes y sin blanca, que son legítimos catrines [ ... ] Las costumbres [ ... ], la conducta es la única regla por donde debemos conocer y calificar a los hombres. 19

Entre el lector y el satirista debe existir una complicidad respecto de lo que se censura, es decir, estar conformes con el código moral. Hasta este momento, el ideal de igualdad y tolerancia ilustrado ha sido expuesto, los catrines censurados gracias al tono irónico que los coloca como el blanco hacia el cual autor y lector lanzan sus disparos. Sin embargo, capítulos más adelante, será el protagonista, Catrín, quien dejará claro quiénes son los catrines, basándose en la cita anterior, es decir, en que debe juzgarse al hombre no por su apariencia, sino por sus obras:

:~J. J. Femández de Lizardi, Obras VII-Novelas .... , p. 545. 19 Ibidem, p. 540.

Ibidem, p. 585.

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¿Qué mal hace un catrín --dice el protagonista- en vestir con decencia, sea como fuere, en no trabajar como los plebeyos, enjugar lo suyo o lo ajeno, en enamorar a cuantas puede, en subsistir de cuenta de otros, en holgarse, divertirse y vivir en los cafés, tertulias y billares? ¿Acaso esto o mucho de esto no lo hacen otros mil, aunque no tengan el honor de ser catrines?20

No son todos los que están, ni están todos los que son. El lector se ve forzado a reconocer que Catrín no miente, luego, los catrines no son sólo quienes parecen, sino quienes obran como catrines, y quiénes son: los que subsisten de cuenta de otros, la frase bien puede englobar a los clérigos, a los funcionarios, a los militares, etcétera; los que enamoran a cuantas pueden ... Esta fórmula: son catrines + los que + una acción, permite a Lizardi ensanchar el término, gracias a que es Catrín quien define la vida catrinesca, motivo de su obra, la novela funciona a manera de cuchillo sin mango: el lector bien puede encontrarse entre los mencionados. Y no es el autor quien lo señala, sino la reconstruc-ción del sentido que lleva a cabo el lector y su complicidad en la lectura. Catrín parecía ser el blanco de la sátira, y es él mismo quien redefine el significado de los primeros párrafos de su novela: «Sí, amigos catrines, y compañeros míos ... » a quienes dedica su obra, no son ya los jóvenes vestidos a la moda en quienes pensó el lector, sino todos los que viven como Catrín, la frase puede leerse: ustedes, amigos catrines, incluyéndote quizá, querido lector.

La purga social A diferencia de Periquillo o La Qu ijotita, Lizardi en Don Catrín abandona la postura

escrupulosa de prescribir un comportamiento, y se decide por indicar lo que está mal, y no de manera directa como he dicho, sino valiéndose de la ironía.

Catrín pertenece a los desclasados, aquellos nobles caídos en desgracia, cuyos abuelos participaron en la Conquista -acto considerado ya en la época como en contra de la patria-, su orgullo noble le prohíbe aprender cualquier oficio mecánico, por lo que recurre a vivir de la apariencia, burlando a una sociedad que se guía por los signos del vestido y del discurso. Catrín simulará a lo largo de su vida, como arte «camaleonesca», ser noble, jugador, militar, hombre decente o mendigo; cuando en realidad sus acciones lo hacen infame, ladrón y ocioso, un lastre social, que atenta contra el bien común, pues sólo busca el suyo.

Identificados como parásitos, los catrines representan también el funcionamiento del sistema estamentario, en la lucha ideológica y política en que se debatían los habitantes de ultramar, era claro que estas prácticas sociales iban en contra del espíritu moderno que empujaba a otras naciones hacia mejoras sociales. Fernández de Lizardi metido completamente en esta lógica, comprende -como otros muchos- la inutilidad de una Constitución, de la creación de un sistema más representativo, si la ideología que se muestra en las prácticas de la sociedad se rige por los valores estamentarios, entre ellos juzgar a los hombres por su apariencia, ésta ampliamente comprendida, es decir: por su ascendencia, por su lugar de origen (pugna entre españoles peninsulares y criollos), por su físico (diferencias fenotípicas), por sus posesiones o por su vestido. La nobleza hereditaria era otro de los baluartes del sistema de valores español, así como el uso de la

20 lbidem, p. 592.

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partícula «don» antecediendo el nombre. Para el siglo XVIII la aristocracia y sus códigos se encontraban ya en franca decadencia, de tal manera que, cuando la sociedad novohispana insistía en hacer valer tal sistema, lo único que lograba era mantener un simulacro. Hubo un trastocamiento entre la correspondencia del traje y la profesión, así como entre las formas de hablar y el oficio, debido al incremento de la injerencia del poder económico en los códigos sociales, que hizo accesible los lujos privativos de la aristocracia a un mayor sector. De tal manera que la correspondencia se fue disolviendo en la realidad, pero se mantuvo en los usos.

El derroche económico en artículos de lujo, en busca de la legitimación de un rango social, fue generando paulatinamente una sociedad de consumo, que contrastaba con la censura de los propios ilustrados quienes proponían a los gobiernos ser «económicos»; sin embargo, al mismo tiempo el consumo resultó ser motor de la industria: un mal necesario. Los ricos y no sólo éstos procuraron allegarse los objetos, ~ue, asegura Jean Baudrillard, «desempeñan el papel de exponentes del status social». 1 Por esto, en el capítulo VII, al protagonista de esta novela no le interesa que lo sorprendan casi desnudo por la calle, porque su camisa era de estopilla y los calzoncillos de bretaña superfina, «géneros de que no se visten los ladrones, a lo menos los rateros.»22

Esta novela satírica logra mostramos a la «sociedad por un telescopio, como pigmeos muy dignos que se pavonean; o por un miscroscopio como gigantes espantosos que apestan; o transformará a su héroe en asno y nos mostrará cómo aparece la humanidad desde el punto de vista de un asno».23 Lizardi decide emplear a un miembro del lumpen --es decir un desocupado, aunque en edad productiva, porque carece de los conocimien-tos para ejercer cualquier oficio, son la creciente población marginada del nuevo sistema económico-, un declasado sobre el que pesaban acusaciones de las reconocidas y legitimadas clases sociales, la actitud de Catrín es la de un esquirol, quien sin pensarlo traiciona a los de su propia índole, ya que carece de sentido de pertenencia es más bien un amoral que apunta con el dedo hacia la nariz del lector. Varios sectores de la sociedad practican los vicios ejemplificados por Catrín durante su existencia, entre otros: el juego, la ebriedad, la incontinencia, la gula, la pereza, la avaricia, la soberbia, la ira; casi todos los reputados por pecados capitales, y que curiosamente se oponen al desarrollo de una sociedad fundada en el trabajo y la generación de riquezas. Y como afirma el crítico de El Periquillo: «los vicios de las gentes distinguidas son menos groseros, sus defectos menos chocantes, porque están encubiertos con la civilidad y política, y de esta suerte es más trabajoso apropiarles un lugar ridículo».24 Es justamente este simulacro el que Lizardi denuncia en su novelita: la generalidad de los vicios y su asidua práctica imposibilitan una sociedad igualitaria y justa, la visión se ha estropeado, no se es capaz de distinguir. Se está constituyendo un nuevo concepto del trabajo que mueve a las sociedades, el trabajo dentro de una línea continua de progreso. Catrín se ubica a sí mismo fuera del simulacro, pues es capaz de jugar con sus reglas, aprovecharse de ellas sin creer en ellas, entrar y salir de un paradigma; su mirada arranca las máscaras de

21 Jean Baudrillard, Cultura y simulacro, 2ª. ed., traducción de Antoni Vicens, Pedro Rovira, Barc121fna: Kairó~, 1984, p .. 52. .

23 J. J. Femandez de L1zard1, Obras VII-Novelas ... , p. 583. , Northrop Frye, Anatomía de la crítica, 2ª. ed., traducción Edison Simons, Caracas: Monte

Avii¡z41991 (Estudios). Uno de Tantos, op. cit.

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quienes se atreven a censurarlo. La sátira presupone la degradación del personaje, creando un sent1m1ento de

superioridad por parte del lector, «basado en una sensación de amarga hilaridad producida por la representación de hechos y actuaciones absurdas; todo ello para tratar de corregir vicios de los hombres».25 De este ejercicio, se desprende que la lectura genere lo que Freud llamó humor discontinuo, un humor entre lágrimas, pues no pretende aliviar la represión social con una carcajada como lo hace el chiste,26 sino que lleva al individuo a la reflexión. Este tipo de humor se caracteriza porque se consigue placer a pesar de sus efectos dolorosos. De lo que se trata en este caso es evitar el gasto que implican ciertos afectos dolorosos: compasión, irritación, enojo, rechazo, etcétera, sustituyéndolo por una visión humorística, que a la postre permita observar el problema y abordarlo desde un punto de vista más creativo. En su libro, Freud observa al humor como un mecanismo de defensa, en cuanto persigue la evasión del displacer: ante sentimientos que ocasionan pesar, el humor encuentra la manera de desviar el displacer hacia el placer, aunque éste se dé entre lágrimas.

LanovelaDon Catrín de la Fachenda somete al lector a un proceso de develamiento de un simulacro social, sostenido por la participación activa de la sociedad (pues si bien no lo aprueba, lo permite y lo ejercita). En lugar de negar el simulacro, el lector se ve obligado a mirarlo de cerca, a reprobarlo, y esbozar una sonrisa, una mueca apenas, que le deja una acre sabor en la boca, pues, queriendo reír a costillas de otros, se ve probablemente como parte de la mascarada que viven los novohispanos. Para plantear una sociedad mejor en términos de Modernidad no es suficiente señalar los vicios, redactar legislaciones, jurar constituciones. La ironía le da a Lizardi una vía hilarante para hacer aflorar las contradicciones sobre las que se quiere fundar una nueva sociedad; pero «no para restar seriedad al problema, sino para no verse desbordado por él».27 Esto nos regresa a la idea del humor como defensa, que realiza además una función de purga. Frente a sus antecesoras -El Periquillo y La Quijotita-, Don Catrín de la Fachenda tiene la virtud, como bien afirma el protagonista en el primer capítulo, de ser más apreciable, más legible y, por supuesto más eficaz como novela.

~~Antonio Pérez-Lasheras, op. cit., p. 122. El chiste, dice Freud, entra por la vía inconsciente, es reconocido y desdoblado para acceder

a su sentido. Genera una carcajada. Estos procesos dependen de un gasto psíquico cuyo resultado es un disfrute. Dicho goce tiene como función social la de compartir y crear comunidad alrededor de una transgresión social, esto es el chiste. Se crean en tomo a él complicidades placenteras. Sigmund Freud, El chiste y su relación con el inconsciente. Obras completas, tomo /JI (1900-1905). Traducción directa del alemán por Luis López-Ballesteros y de Torres, ordenación y revisión de los textos por el doctor Jacobo Numhauser Tognola, Madrid: Biblioteca Nueva, 1972,

p.lq~pss. BllrtE' . Lfi ".'. Id. ¡· . d B 1 ere a a , zroneza. a 1gurac1on zromca en e zscurso zterarw mo erno, arce ona: Quadems Crema, 1994 (Biblioteca General), p. 416.

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