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Estampas de Hidalgo, Leyendas de Taximaroa

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Libro de la Profesora Martha Elba Durán Valdovinos

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Page 1: Estampas de Hidalgo, Leyendas de Taximaroa

Estampas de Hidalgoy Leyendas de Taximaroa

Martha Elba Durán Valdovinos

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EstampasMartha Elba Durán Valdovinos

Primera edición, diciembre 2010

Hecho en México

© Derechos ReservadosMartha Elba Durán Valdovinos

Trabajaron en esta edición:Edición, corrección y diseño

David Alfonso Correa Ranguel

Portada y contraportada:Detalle del Mural Taximaroa de Hidalgo,

en el Palacio Municipal de Hidalgo, MichoacánAutor: Rentquín (Adrián Rentería Marroquín)

Ilustraciones interiores:Rodolfo Marín

Impreso en PubliTodo ImprentaCd. Hidalgo, Michoacán. Tel 154 6640

“Este proyecto fue apoyado por el Programa de Desarrollo Cultural Municipal, que es de carácter público, no es patrocinado ni promovido por partido político alguno y sus recursos provienen de los impuestos que pagan los contribuyentes. Está prohibido su uso con fines políticos, electorales, de lucro y otros distintos a los establecidos. Quien haga uso indebido de los recursos de este programa deberá ser denunciado y consignado de acuerdo a la ley aplicable y ante la autoridad competente.”

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Índice

Presentación

Prólogo

Reseñas

Don Miguel Hidalgo y Costilla

Mitos y verdades sobre la vida y obra del Padre de la Patria 19

El Padre de la PatriaDon Miguel Hidalgo y Costillaen la Antigua Taximaroa 27

Leyendas

El padrecito de los ojos buenos 37

El Cerro del Fraile 51

La peña del guajolote 61

El ánima del molino 67

La misa de gallo del Fraile difunto 75

Traición o estrategia 81

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Presentación

Sabemos muy poco sobre el pasado de nuestro pueblo, tal vez conozcamos un poco más de la Historia de lugares tan distantes sobre los que nunca hemos puesto un pie. Y la historia de Taximaroa es tan rica que quedaríamos asombrados de los acontecimientos que han tenido lugar en esta porción de Michoacán.

Hay personas que han dedicado su vida al registro de los hechos más importantes en la Historia de los pueblos. La maestra Martha Elba como todos la conocemos ha dedicado desinteresadamente parte de su tiempo a registrar hechos contemporáneos y publicarlos a modo de relatos sobre personajes, costumbres, tradiciones y bellezas naturales. En conferencias, transmisiones de radio y televisión ha difundido la trascendencia histórica de nuestra querida Ciudad Hidalgo.

Su prodigiosa memoria la llevó a ganar en 1975 el famoso Gran Premio de los 64 mil pesos con la vida y obra de José Rubén Romero. La orgullosa hija adoptiva de Taximaroa ha sido merecedora de reconocimientos en los aspectos educativo, social y político por su espíritu generoso que la distingue como una defensora de los derechos de los niños y las mujeres, una protectora de los animales. Su biografía aparece en el libro Mujeres de Michoacán de Eugenia Sovietina Soria.

Por ello Con Visión A.C. presenta orgullosamente esta recopilación de sus escritos, con la esperanza de que su lectura aumente el amor a nuestra tierra entre las nuevas generaciones.

David Alfonso Correa RanguelDirector de Con Visión A.C.

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Prólogo

La egregia figura del Sr. Cura Don Miguel Hidalgo y Costilla ha sido sinónimo de una vida polémica, plena de aciertos, aunque con errores y omisiones a los que tan proclive es el Ser Humano.

Las breves estancias de dicho personaje en la entonces jurisdicción de Taximaroa, debido a las tres haciendas que poseía en copropiedad con su familia; las Tertulias a las que era tan aficionado por su amor a las Bellas Arte y a disertar sobre cuestiones “prohibidas”, sobre la Iglesia, el Gobierno Español y el derecho a la libertad del hombre, crearon un vínculo indestructible entre los habitantes de la antigua Otompan-Tlaximaloyan y el tan amado e insigne sacerdote.

Esta breve compilación es un sencillo homenaje al constructor del pedestal de nuestra Independencia, en el Bicentenario de su inicio.

Esta pequeña obra la complemento con 5 leyendas de la región, tratando de rescatar parte de las costumbres, tradiciones y lenguaje de nuestro pueblo.

“Sea mi gratitud eterna a mi terruño adoptivo.”

Profesora Martha Elba Durán ValdovinosCronista Oficial del Municipio de Hidalgo, Michoacán

Diciembre de 2010

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Don Miguel Hidalgo y CostillaEnsayo sobre un ser humano

El bien llamado Padre de la Patria, el Sr. Cura Don Miguel Hidalgo y Costilla a quien los habitantes de la República Mexicana debemos la libertad y que, para orgullo de quienes vivimos en nuestro Municipio y en la cabecera del mismo, l levan el nombre de Hidalgo y Ciudad Hidalgo, respectivamente. Tenemos la obligación de conocer algunos aspectos, casi ignorados, de la vida de tan ilustre personaje que tan ligado estuvo a la historia de nuestra antigua y muy digna Taximaroa, hoy progresista y orgullosa Ciudad Hidalgo.

Nuestro libertador nació el 8 de mayo de 1753 y fue el segundo hijo del matrimonio criollo formado por Don Cristóbal Hidalgo y Costilla Pérez Espinosa de los Monteros y la Sra. Ana María Gallaga Mondarte-Villaseñor, residentes en la hacienda de San Diego de Corralejo, jurisdicción de Pénjamo, perteneciente a su vez a la alcaldía mayor de León, Guanajuato.

Fue bautizado en Cuitzeo de los Naranjos, con el nombre de Miguel Gregorio Antonio Ignacio. Éste, a los 12 años, y al morir su madre, fue enviado al Colegio de San Francisco Javier, dirigido por jesuitas, en Valladolid.A la expulsión de esta compañía ingresó al antiguo y prestigiado Colegio de San Nicolás Obispo, en la capital de nuestro estado, donde cursó sus estudios sacerdotales, lo que le permitió trasladarse a la Capital de la Nueva España, donde se graduó como Bachiller en Artes, Ciencias y Teología,

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de libertad infundidos por el sacerdote guía, arribó a San Miguel El Grande y Celaya y, dirigiéndose a la ciudad de Guanajuato, toma la Alhóndiga de Granaditas, después Valladolid y en un lugar cercano a Charo e Indaparapeo, Michoacán, se encuentra con el también Cura Don José Ma. Morelos y Pavón a quien designa para levantar tropas en la región del Sur.

El ejército insurgente se dirige hacia la Capital de la República donde libra una batalla en las goteras de la misma (Monte de las Cruces) con saldo favorable a las huestes de Hidalgo, pero, inexplicablemente, éstas se retiran enfilando hacia Querétaro llega a Celaya y de ahí a Guadalajara donde instala el “Primer Gobierno Libre y Soberano” del México Independiente y expide bandos y decretos aboliendo la esclavitud, derogando los tributos y obligando a los hacendados a beneficiar a los indígenas con el producto de las tierras que trabajaban.

Poco después, el ejército de Hidalgo es derrotado en Puente de Calderón y posteriormente despojado del mando por Allende, Abasolo, Joaquín Arias y Mariano Balleza. Todos ellos enfilan hacia el norte del país con el fin de comprar armas para la causa en los Estados Unidos, pero, en el mes de marzo de 1811, son traicionados.

Tomados prisioneros y llevados a la Ciudad de Chihuahua donde son fusilados Ignacio Allende, don Juan Aldama, Don Mariano Matamoros y Don Miguel Hidalgo y sus cabezas expuestas en la Alhóndiga de Granaditas en Guanajuato.A su muerte, ocurrida el 30 de julio de 1911, el caudillo, o quien se ha comparado con José de San Martín, Simón Bolívar y José Martí, entró a la inmortalidad a los 58 años, 2 meses y 22 días.

Antes de terminar esta breve crónica, deseo hacer algunas

recibiendo el sub-diaconado, las Órdenes Mayores y la Maestría en Lenguas, para regresar a su colegio en Valladolid donde fungió como catedrático, tesorero y, posteriormente, Rector del mismo.

Cabe hacer notar que desde su desempeño como estudiante dio muestras de rebeldía contra las imposiciones e injusticias, lo cual no le impidió cursar su carrera con calificaciones sobresalientes y los máximos honores.

Ocupó el curato interino en Colima, para trasladarse después al de San Felipe Torres Mochas, Guanajuato.

Hacia 1790 adquiere las haciendas de Jaripeo, Santa Rosa, San Nicolás y Huaniqueo, pertenecientes a la antigua Taximaroa, nombrando a su hermano Don Manuel como administrador de las mismas.

En este lugar tomaba parte de veladas o tertulias familiares donde se rendía culto a las Bellas Artes (poesía, música, obras teatrales) se comentaban los sucesos acaecidos tanto en la Nueva España como en la Madre Patria.

Estas reuniones se realizaban también en Celaya, Querétaro, San Miguel El Grande y Valladolid, donde ya eran verdaderas conspiraciones en las que participaban personajes que después encabezaron movimiento libertario iniciado la madrugada del 16 de septiembre de 1810 en Dolores, donde el Sr. Hidalgo, que se desempeñaba como Cura de esa Parroquia, arengó a sus feligreses para acabar con la tregua del gobierno español que oprimía y pisoteaba los derechos civiles y humanos de los indígenas, mestizos, mulatos, negros y hasta de los criollos que se oponían a ello.

Con un ejército mal armado y peor vestido, pero con los ideales

Estampas - Ensayo sobre un Ser HumanoMartha Elba Durán Valdovinos

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3ª Su ejército, en la mayoría, era de soldados bisoños e indígenas mal armados y desorganizados.

4ª Temor al saqueo y a la masacre de los españoles que poblaban la Ciudad.

En cuanto a su destitución como Capitán General del Ejército Insurgente los principales caudillos del mismo consideraron que la mayoría de las derrotas sufridas por su ejército, fueron causadas por su autoritarismo, por su ignorancia en cuestiones militares y por su idealismo, alimentado de utopías y sueños libertarios.

Lo anterior nos demuestra que Hidalgo, como todo ser humano, quizá tuvo errores, pero todos fueron opacados por la gratitud de una nación hacia el emancipador de los esclavos y de las castas, al defensor de los derechos humanos, al campeón de la igualdad de los mexicanos y de la libertad individual y colectiva, ello lo convierte en Honra de México, Gloria de América y ejemplo para el mundo.

¡HIDALGO, ANTORCHA DE ETERNIDAD!

consideraciones tomadas de varios autores, a saber:

Don Miguel Hidalgo y Costilla no era un viejecito bonachón como casi siempre nos lo pintan física y espiritualmente; el Cura de Dolores era una persona en pleno uso de sus facultades físicas y mentales, un rebelde por naturaleza, lo que le valió ser castigado algunas ocasiones por sus escapatorias del internado de San Nicolás.

Practicó sus datos de inconformidad al participar en el certamen sobre El método de estudiar teología escolástica, por lo que se supone fue desplazado de su cátedra de Teología en el citado colegio y enviado a Colima como Cura de la parroquia.

Autores afirman que por su inclinación a doctrinas heterodoxas con el juego teológico, tenía una forma de protestar contra sus superiores. Sobre las fisuras y discrepancias con el capitán Allende, la causa principal sería que, Allende, como miembro del ejército del gobierno español, representaba al Criollismo; Hidalgo, al Mestizaje que abarcaba a las clases oprimidas y miserables.

Ahora bien, sobre las razones que probablemente lo obligaron a desistir de su entrada a la Capital del País, serían las siguientes:

1ª El fuego prolongado en el Monte de las Cruces habría debilitado el aprovisionamiento de municiones por lo que consideró que carecía de parque y armamento adecuados para enfrentarse al organizado y bien abastecido Ejército Realista de Félix Ma. Calleja.

2ª No se le reunían habitantes de los pueblos aledaños a la Capital.

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Mitos y verdades sobre la viday obra del Padre de la Patria

Don Miguel Hidalgo y Costilla

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Mitos y verdades sobre la vida y obra del Padre de la Patria

Don Miguel Hidalgo y Costilla

Existe una infinidad de controversias, así como historias, anécdotas y mitos sobre la trayectoria del Sr. Cura Don Miguel Hidalgo y Costilla. En lo personal y sin asegurar de manera contundente si son falsos o verdaderos los párrafos que a continuación transcribo, estos han sido tomados de fuentes históricas, anecdóticas y biográficas, tanto escritas como orales, las comparto con ustedes, no para juzgar, sino para conocer varias facetas del carácter de quien nunca dejará de ser el Paladín a quien debemos las libertades que hoy gozamos los mexicanos y quien emprendió una lucha titánica y desigual contra un régimen que era tiránico en lo político; explotador en lo económico y; separatista en lo social.

Del Padre Hidalgo se dice que:- Renunció al apellido de su madre que era Gallaga Mandarte y Villaseñor, aunque se ignoran los motivos por los que usó únicamente los de su padre, el Sr. Cristóbal Hidalgo y Costilla.

- Que cuando era estudiante en el Colegio de San Nicolás se iba de pinta con algunos con algunos compañeros a visitar muchachas.

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Hidalgo en la casa Consistirial del Cura de Tajimaroa (sic), que ofendían a la Iglesia y al Gobierno Español. - Como la mayor parte de los intelectuales, era algo desaliñado en el vestir, ya que su ropaje diario era un traje de lana traída de China y que llamaba rompecoches, debido a su resistencia y que constaba de una chaqueta, chupa (camisa) y calzón corto, además de un sombrero redondo, bastón, botas y un capote (abrigo) de paño negro, así como el infaltable alzacuello blanco.

- Que no atendía personalmente la administración personal de sus feligreses, ya que le había encomendado a un eclesiástico llamado Francisco Iglesias, para él dedicarse a alfabetizar a quienes llamaba sus indios; enseñarles a hablar el Castilla; fabricar loza de cerámica; enseñar en talleres de curtiduría, apicultura, hechura de ladrillos, cultivo de la vid, olivos y árboles de morera para la cría de gusanos de seda (84 de estos árboles subsisten aún en Dolores, con sus respectivo caños de riego, y reciben el nombre de Las Moreras de Hidalgo). Además, les enseñaba música y llegó a formar una o dos orquestas de indígenas.

- No acataba los métodos y reglas para la cría del gusano de seda que indicaban cómo y cuándo se debía picar y distribuir la hoja de morera, según la edad de los gusanos, pues él decía: yo la corto del árbol y se las echo a los gusanos para que ellos lo coman cuando quieran.

- Se le instruyeron varios procesos más por Heterodoxia (negar algunos dogmas de la Iglesia); hablar mal de Sta. Teresa de Jesús; combatir el voto de castidad, diciendo que iba contra la naturaleza; negar la existencia del infierno y; por su conducta un poco mundana.

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- Se ganó el mote de El Zorro por su astucia, sagacidad, ingenio agudo y perspicacia que le permitían resolver cuestiones dentro de su mundo estudiantil, que evitaban injusticias y otorgaban la razón a quien tenía.

- Que se hizo acreedor a una de las llamadas Becas de Oposición, las que se obtienen mediante un torneo en el que los alumnos demostraban tener conocimientos literarios y científicos superiores para la obtención de dichas becas y eran quienes formaban la élite o grupo más distinguido e intelectual del Colegio.

- Que el dinero que se le proporcionó para graduarse como Doctor en Teología en la Pontificia Universidad de la Ciudad de México, fue dilapidado en una partida de naipes, a las que era muy afecto, a su paso por Maravatío, declarando sin ambajes, que se abstuvo de obtener el mencionado título en dicha Universidad, por ser ésta un claustro compuesto por “cuadrilla de burros”.

- En 1792 fue retirado de la Rectoría y cátedras de su Colegio, por atribuírsele malos manejos administrativos, y fue enviado como Cura interino a Colima y reconvenido por sus costumbres livianas, al haber procreado dos hijos con una dama vallisoletana. Posteriormente, fue adjudicado al curato de San Felipe Torres Mochas en Guanajuato donde hacía gala de su vocación literaria, poniendo en escena obras teatrales del repertorio universal, sobresaliendo El Tartufo de Moliere, destacando entre sus interpretes, una jovencita que se transformaría en madre de otro de sus hijos.- Hacia el año de 1800 se le instruye un proceso ante la Santa Inquisición (Santo Oficio) iniciado por las acusaciones de un fraile Mercedario, a raíz de unos comentarios del Sr. Cura

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absuelto, cesaron los efectos de todas esas excomuniones.

- Así como del clero colonial brotaron caudillos militares como el propio Miguel Hidalgo, Morelos, Matamoros, Mercado, etcétera, también los hubo que dieron muestras de crueldad y bajos instintos, que obtuvieron motes como el P. Caballo Flaco, el P. Chinguiritos, el P. Zapatillas, el P. Chocolate, quien, después de estar preso en Valladolid por su vida disipada y excesos criminales, se infiltró en las filas de los Insurgentes, fungiendo como Brazo Ejecutor de los degüellos de españoles ordenados por el jefe del Ejército Libertador; el P. Álvarez, a quien llamaban el Cura Chicharronero, por ser de la facción Realista y por profesar un odio tan intenso a los Insurgentes que, a cuantos caían en sus manos, los quemaba vivos y mandaba asesinar a sus familiares, esposa e hijos, aún de pecho.

- Emisarios del pasado colonial, han tratado de desvirtuar la imagen de Hidalgo con epítetos injuriosos como: Cura Mercenario, abominable sacerdote, miembro espurio de la Iglesia, enemigo de Dios, impío, adversario del pueblo español, afrancesado, insano, lascivo, miserable, instrumento del demonio, traidor a la corona, libertino, cismático, sedicioso, hereje, apóstata, sacrílego, etc. etc. etc.

- Lo cierto y verdadero es que los errores, debili-dades,equivocaciones y hasta crueldades, de Don Miguel Hidalgo como ser humano, desaparecen y resaltan su heroísmo y grandeza, así como su figura como intelectual, maestro, defensor de los humildes, patriota, humanitario, audaz, que se lanzó resuelto a conquistar la redención, el engrandecimiento de su Patria y el establecimiento de los principios de Orden, Justicia, Libertad y sentimiento de Dignidad en el pueblo mexicano y, por haber aumentado el número de naciones libres de la Tierra.

- Según el profesor Ángel Miranda Basurto en su volumen La Educación en México dice que quienes encabezaron el movimiento independentista y formaron parte de las primera juntas conspiradoras de Celaya, Valladolid y Querétaro, tratando de obtener un gobierno independiente para la Nueva España, fueron el Lic. Francisco de Verdad y Ramos, Fray Melchor de Talamantes, los licenciados Lugo y Altamirano, el Teniente Mariano Michelena, Epigmenio y Emeterio González, los Capitanes Allende, Aldama y Arias, el Corregidor de Querétaro y su Sra. Esposa Doña Josefa Ortiz de Domínguez, quienes, al ver descubiertas las asambleas de la conjura y ser apresado algunos de sus miembros, optaron por nombrar como jefe del movimiento a un eclesiástico ilustrado y de prestigio. El Capitán Allende propuso al párroco de Dolores, en Guanajuato, Don Miguel Hidalgo y Costilla, quien al principio se excusó pero, después de varias instancias, acepto dicho nombramiento.

- Que era compasivo pues se cuenta que, al pasar por un beneficio (lugar donde se trituraba el mineral que sacaban de las minas), mandó retirar unas mulas que daban vuelta a las piedras del molino, porque observó que tenían unas pezuñas quemadas por los minerales, y mandó que les fabricaran una especie de zapatos de cuero.

- La excomunión dictada en su contra por el Obispo de Michoacán, Manuel Abad y Queipo, no tuvo efecto por ignorar los nombres de los posibles ofendidos; la que decretó el Arzobispo de México, Vergoza y Jordán, tampoco procedió, por haber sufrido alteraciones de “fines religiosos” por “fines políticos”; las impuestas por los obispos de Durango, Tlaxcala, Oaxaca y Guadalajara, fueron invalidadas por considerarse “fuera de jurisdicción”, además, como murió confesado y

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El Padre de la PatriaDon Miguel Hidalgo y Costillaen la Antigua Taximaroa

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El Padre de la PatriaDon Miguel Hidalgo y Costilla

en la Antigua TaximaroaEnsayo

Antecedentes:

La antigua y muy digna Taximaroa tuvo asentamientos humanos casi desde el periodo preclásico de nuestras culturas. Punto de encuentros de grupos humanos como los chichimecas, otomíes o pames, matlazincas y p´urépechas, no cuenta con un origen o ascendencia única, lo que se tiene por cierto es que en tiempos remotos llevó el nombre de Quesehuarape (“lugar donde abunda la madera”).

Al asentarse en el lugar las tribus otomíes, lo llamaron Otompan (“lugar donde vive el otomí). Posteriormente se le llamó Tlaximaloyan (que en náhuatl significa “lugar de carpinteros” o “lugar donde se trabaja la madera”). El nominativo Taximaroa, que fue como entonces se denominó a esta región, ha sido objeto de polémicas entre cronistas e historiadores que le otorgaron diversos orígenes al vocablo, desde náhuatl, p´urépecha, hasta tolteca, lo cierto es que a la llegada de los misioneros, éstos le llamaron San Francisco Taximaroa en honor al fundador de su orden, pero al entronizar a San José como patrono celestial del asentamiento que había sido designado ya como Cabecera de Congregación

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Miguel Gregorio Antonio Ignacio Hidalgo y Costilla y a los doce años de edad fue inscrito en el colegio de San Francisco Javier, dirigido por la Compañía de Jesús en Valladolid. A raíz de la expulsión de los jesuitas y la clausura de dicho plantel, el adolescente ingresa al Colegio de San Nicolás Obispo donde, al término de sus estudios eclesiásticos, le son otorgadas las Órdenes Menores hasta el Presbiteriado, adquiriendo el derecho a desempeñarse como Catedrático, Tesorero, Secretario y Rector, sucesivamente, en la mencionada Institución.

Posteriormente, va a hacerse cargo del curato de Colima, después al de San Felipe Torres Mochas y, finalmente, al de Dolores (en Guanajuato), en el que permaneció hasta 1810 y donde realizó una intensa labor social, educativa y humanitaria a favor de sus feligreses, indígenas en su mayoría.

El Cura Hidalgo en Taximaroa

Cuando las huestes del feroz Nuño de Guzmán ya habían sacrificado al último cazonci y dominado el territorio que comprendía el imperio P´urépecha, la Antigua Otompan-Tlaximaloyan o Taximaroa fue dada en Encomienda al Factor Real don Gonzalo de Salazar y a sus herederos; contaba con va r i o s p u e b l o s y h a c i e n d a s , e n t re l a s q u e s e encontrabanJaripeo el Grande, Santa Rosa y San Nicolás que, después de ser propiedad de doña Juana Inés Xarinche, pasaron a aumentar las propiedades de la legendaria Condesa de Miravalle, siendo adquiridas después por la familia Barahona y Padilla, quienes compraron también la denominada Magallanes. Las cuatro haciendas fueron pregonadas en subasta pública en 1787 y fueron adquiridas por don Manuel Hidalgo y Costilla, apoderado de sus hermanos, pagando por ellas 18 mil pesos en 1790. “… A raíz de

de la República de Indios, la denominaron San José Taximaroa, hasta el año de 1908 en la que, ya cabecera municipal, fue elevada a la categoría de villa y se le impuso el nombre de Villa Hidalgo en honor al Padre de la Patria Don Miguel Hidalgo y Costilla, por existir vínculos muy estrechos entre el libertador y la que fue bastión del Imperio Tarasco.

Es en 1922 cuando nuestro municipio es ascendido a distrito y la villa a Ciudad, cuando se le da oficialmente su nombre actual: Ciudad Hidalgo.

Semblanza:

A mediados del siglo XVIII, la situación en la Nueva España era intolerable para gran número de criollos y la inmensa mayoría de mestizos e indígenas que poblaban el señorío de la Corona Española, ya que los privilegios, canonjías y máxima calidad de vida campeaban entre los que formaban la casta de los peninsulares de pura sangre castellana, los que trataban a sus congéneres mencionados con la soberanía del conquistador, privándolos de los derechos fundamentales inherentes al Ser Humano, como el de libertad individual, de opinión, de comercio, de trabajo, etc. Ensañándose más aún con los naturales, a los que mantenían en la miseria y hacían objeto de esclavitud y castigos de lesa humanidad.

Es el año de 1753, precisamente el día 8 de mayo, que en un rancho llamado San Vicente que pertenecía a la Hacienda de Corralejo (correspondiente a la jurisdicción de Pénjamo en el estado de Guanajuato), nació el segundo hijo de la familia criolla fromada por don Cristóbal Hidalgo y Costilla y doña Ana María Gallaga Mondarte, quienes procrearon otros cuatro vástagos, varones también.

El mencionado infante fue bautizado con los nombres de

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estos hechos, el señor Cura Hidalgo comenzó a frecuentar la antigua Tajimaroa (sic), supervisando la compra-venta y cría de toros de lidia en Jaripeo, motivo por el cual entabla amistad con el mulato apodado El Torero Marroquín, personaje siniestro, del cual, cuentan las crónicas, se convertiría en su brazo ejecutor durante el, ya no muy lejano, movimiento independentista…”

Hidalgo, amante de la cultura, era también asiduo concurrente a las llamadas tertulias en las que, además de varias interpretaciones de las Bellas Artes, se conversaba y discutía sobre los últimos acontecimientos ocurridos en la península, Francia y la propia Nueva España. Estas reuniones se llevaban a cabo en la casa del anfitrión, Bachiller José Antonio Lecuona, Cura párroco del lugar, situada a una cuadra del Templo principal de Taximaroa. También se intercambiaban opiniones y puntos de vista, expuestos por clérigos de diferentes órdenes, personas principales y visitantes distinguidos. Era en estas veladas donde el señor Cura Hidalgo externaba sus criterios sobre el gobierno y la Iglesia, los dogmas y la libertad física y espiritual del hombre, lamentando la situación de pobreza, miseria y represión de los aborígenes durante casi tres siglos de dominación, que mantenían al país dentro de un clima de malestar social e inquietudes políticas.

En 1800, el fraile mercedario Joaquín Huesca denuncia a Hidalgo como hereje ante el Comisariado de la Inquisición de Valladolid, aduciendo a los comentarios vertidos en las multinombradas tertulias de la casa parroquial de Taximaroa.

Dicho juicio dura hasta 1808, cuando el Santo Oficio suspende la causa por falta de pruebas concreta y no unanimidad entre sus acusadores, tomando en cuenta también las declaraciones de los curas de Irimbo y Taximaroa, quienes consideraban al Cura de Dolores como el “mejor Teólogo de la diócesis”.

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En 1804, la Corona Española procede a embargar por segunda vez las haciendas de Santa Rosa y Jaripeo el Grande ante el Juzgado de Capellanías de Valladolid, por lo que los hermanos Hidalgo nombraron a don Luis González Correa como depositario de dichos bienes, el adeudo que cubierto con las ventas de algunas reses bravas propiedas del multicitado Cura Don Miguel Hidalgo. Se dice que en la entrega de los bienes de los que fue depositario el señor Correa, hubo serias discrepancias entre éste y la familia Hidalgo y Costilla por irregularidades en las cuentas.

Casi al terminar la década de 1800, seguían las tertulias en Taximaroa a las que asistían también el mencionado González Correa, Agustín de Iturbide, Allende, el nuevo cura y juez eclesiástico de Taximaroa, don Antonio Velarde y los hermanos Mariano y José María Hidalgo y Costilla, entre otros muchos, solo que dichas reuniones ya eran verdaderas juntas de conspiración contra el Gobierno Español, que posteriormente llevarían a cabo en Valladolid, Querétaro, Celaya, Guanajuato y San Luis Potosí, siendo descubierta en Septiembre de 1809 la de Valladolid, delatada por Iturbide y Luis González Correa. A ellos siguieron la denuncia de la conspiración de Querétaro, el Grito en Dolores, la Ruta de la Independencia, el encuentro de Charo con el gran Morelos, la marcha hacia la Capital de la República donde, al paso de las tropas de Hidalgo por Maravatío, se le unieron el Cura de Taximaroa y don José María Hidalgo, con un destacamento de vecinos y trabajadores de las haciendas propiedad de la familia del Padre de la Independencia.

Siguieron los triunfos y derrotas, la captura, martirio y muerte del Capitán General del Ejército Insurgente en compañía de

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Finalmente, podriamos decir que la Libertad fue engendrada en Taximaroa; niña y tímida llegó a su adolescencia en Celaya, Querétaro, Guanajuato, San Luis Potosí, Valladolid y San Miguel el Grande; en Dolores cumplió su mayoría de edad y tomó como hijos adoptivos al Capitan Allende, a Juan Aldama, Abasolo, Jiménez, Matamoros y a un puñado de indígenas miserables, pero de gran espíritu; en Atotonilco se hace acompañar de la Virgen Guadalupana, a la cual le promete la victoria; en las Norias de Baján sufre su primera traición; en Chihuahua pierde a su amado padre, pero ya había dado a luz a sus hijos: Morelos, Guerrero, los Rayón, el Amo Torres y muchísimos más que siguieron con ella hasta que en 1821, la Libertad, ya en plena madurez, toma posesión del territorio de la Nueva España, cambiándole el nombre por el de México Libre y Soberano.

Son pues, muy fuertes los lazos que unen a este bello girón de suelo michoacano: nuestra antigua y muy digna Taximaroa, hoy progresista Ciudad Hidalgo, con el que será siempre una Antorcha de Libertad, el ilustre e inmortal Padre de la Patria, Don Miguel Hidalgo y Costilla.

Ciudad Hidalgo, Michoacán. 22 de abril de 2010BibliografíaDel Bajío, Antonio. Hidalgo en los Libros. Introducción, antología, cronobiografía y bibliografía básica. Pénjamo, Guanajuato, Puerta de Oro del Bajío, 1994.Antonio

De Escobar, Fr. Matías. Americana Thebaida. Morelia, Michoacán, Balsal Editores, 1970.

López Maya, Roberto. Ciudad Hidalgo. México, D.F., Gobierno

varios patriotas y, por fin, la Consumación de la Independencia.

Nuestro libertador poseía, además de las multicitadas haciendas, una mina denominada El Jilguero, situada en la sierra llamada Macizo del fraile, al sur de Taximaroa, de donde, se dice, extraía mineral y que, con azufre y otras sustancias, fabricaba pólvora, municiones y armas rudimentarias para abastecer el Ejército Insurgente.

Aún existen, cerca de un lugar aledaño a nuestra cabecera llamado Las Grutas, un paraje que lleva el nombre de El Mortero, vestigios del molino y horno donde se beneficiaba el material extraído de El Jilguero.

Cuentan las crónicas que don Manuel Hidalgo, hermano del Cura de Dolores, tomó por esposa a doña Gertrudis Armendáriz, con la cual procreó a don Agustín Hidalgo, quien se casó con doña Josefa Iriarte; unión de la cual nacería don Juan Hidalgo, que a su vez contrajo nupcias con la señora Avelina Rosales, nativa de Taximaroa, ellos fueron padres de Rita, María y Josefa: la primera contrajo matrimonio con el señor Trinidad Torres, quien fungió varias veces como Presidente Municipal de Taximaroa y, a las dos restantes, María y Josefa, nos dice el profesor Roberto López Maya en su monografía de Ciudad Hidalgo, que él, siendo niño, tuvo el privilegio de conocerlas ya ancianas y que vivían en la casa que forman esquina en las calles de Juárez y Abasolo, propiedad del mencionado señor Torres.

También nuestro municipio lleva el nombre del apellido del Padre de la Patria, ya que su nombre oficial es Municipio de Hidalgo; su cabecera: Ciudad Hidalgo.

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El Padrecito de losojos buenos

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El Padrecito de los ojos buenosLeyenda

En el año de gracia de 1800, durante las celebraciones de Semana Santa, en la antigua y muy digna Taximaroa (hoy Ciudad Hidalgo), el bachiller Don Antonio de Lecuona, Cura del templo principal, hospedaba en la Casa Parroquial a varios clérigos, entre ellos Fray Manuel Estrada, de Celaya; Fray Joaquín Huesca, de Valladolid; al religioso Martín García, presbítero de la Iglesia de Zitácuaro y párroco del Curato de San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, éste último visitaba muy a menudo la región, pues aparte de recorrer algunas haciendas y una mina de su propiedad, situadas en los alrededores de la población, en el hoy llamado Macizo del Fraile, aprovechaba para asistir a las reuniones llamadas tertulias, que organizaba el Cura Lecuona como anfitrión y en las que se hacían presentes las Bellas Artes, como el canto, la declamación y la música, además se vertían opiniones y se discutía sobre temas de la situación política de España, Francia y la Nueva España, así como aspectos tan delicados como la Iglesia y sus Dogmas.

Los asistentes eran, además de los sacerdotes mencionados, personas principales de Taximaroa y pueblos aledaños, quienes procuraban no escudriñar demasiado en las cuestiones de política y religión, solamente Don Miguel, el

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nombre del Cura de San Felipe, discutía en forma acalorada sobre la situación de los indígenas y mestizos frente al despotismo del gobierno español y el autoritarismo de la Santa Madre Iglesia.

En el Curato del Padre Lecuona servía un indígena llamado Plácido Cuini, al que nombraban únicamente Cuini, por su apellido, descendiente de un antiguo cacique que gobernaba la región a la llegada de los primeros españoles, el cual, a raíz de las atrocidades cometidas por los soldados del conquistador Nuño de Guzmán en el que saqueó, asoló y devastó el reino P´urépecha, martirizando y matando a Tangaxoán II, último Cazonci del Imperio Michoaque (Michoacán), se vio obligado a huir hacia los bosques y montes vecinos para escapar del inflexible tesquio (que significaba el ejecutar trabajos pesados sin devengar pago alguno) y evadir el oprobioso y humillante Hierro con el que los Amos marcaban la frente o mejilla de los aborígenes que habían recibido como obsequio con las Mercedes y Encomiendas.

Algunos de estos grupos se afincaban en comunidades vecinas como Cuitareo, Catarácuaro y Huarirapeo (hoy conocidas como San Bartolo Cuitareo, San Matías el Grande y San Lucas Huarirapeo), mientras que el cacique y su familia lo hicieron en la sierra que corre al sur de Taximaroa y que hoy de denomina Macizo del Fraile, en donde, aún transcurridos casi tres siglos de vivir bajo la dominación española, los naturales conservaban su apellido, religión, tradiciones y costumbres. Aunque al paso del tiempo, ya casi todas las familias indígenas vivían en Taximaroa como peones en las haciendas o criados de las familias adineradas, Cuini vivía aún en el bosque donde era feliz en compañía de sus ancianos padres, escuchando el sonoro trinar de los clarines, el gorjeo, musical de los jilgueros,

el dulce canto de las tortolitas y el ulular del tecolote, cazando únicamente lo indispensable para subsistir y quemando trozos de encino en un horno rudimentario para fabricar carbón, que algunas veces llevaba al pueblo donde era adquirido por sus habitantes.

Algunos días subía a la cumbre más alta del macizo para admirar el verde lomerío donde se asentaba la antigua y valerosa Tlaximaloyan, bastión del Imperio Purépecha, que nunca permitió ser sometido por los poderosos ejércitos del reino Azteca o Mexica y que, para ese entonces, recibía el nombre de San Francisco Taximaroa, que le fue impuesto por los piadosos franciscanos que, con la mano de obra de los indígenas levantaron dos Templos sobre las ruinas de los principales Cúes que estaba dedicados al Padre Sol (Tata Huriata) y a la Madre Luna (Oxomoco), ya que, a pesar de que había sido bautizado y profesaba la religión católica, en su interior aún conservaba una cierta veneración hacia sus antiguos dioses, invocándolos para que cambiaran el triste destino de sus hermanos de raza, explotados y vejados por criollos y españoles.

Al morir sus padres, fue llevado por sus parientes a Taximaroa, donde, para evitarle la triste suerte de desempeñarse como peón o sirviente, el Sr. Cura Lecuona lo tomó a su cuidado, como una especie de asistente particular, pues su carácter callado aunque observador, no le impedía hablar muy bien el castilla (castellano o español), aparte que el mismo párroco le había enseñado a leer y escribir, cosa rarísima entre los naturales, además de que su estancia en el Curato le permitía estar cerca de la Cruz que estaba en el atrio del Templo, la cual fue labrada en piedra por el indígena Ximanchúe el que, en lugar de colocar el rostro de Cristo Crucificado en el cruce de

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los brazos del sagrado símbolo, encajó un disco de obsidiana que miraba hacia el oriente y que representaba al Padre Sol y a Tezcatlipoca en una alegoría que solamente los indígenas conocían y que veneraban en una dualidad en la que se unían la religión del Dios único y sus dioses ancestrales.

Durante las reuniones o tertulias de los personajes mencionados al principio de esta narración, Cuini entraba y salía silencioso y eficiente atendiendo a los contertulios y cautivado por la plática y conceptos vertidos por el Cura de San Felipe, a quien le llamaba el Padrecito de los ojos buenos, se sentaba en un rincón escuchando atentamente y, aunque no comprendía algunos términos teológicos y etimologías latinas, entendía perfectamente el desacuerdo del Padrecito hacia los azotes, el hierro, los castigos y vejámenes contra la población indígena, que despotricaba por los beneficios y el trato preferente del gobierno virreinal hacia los españoles y criollos y la discriminación contra mestizos y naturales, discutía dogmas y asuntos religiosos que dejaban boquiabiertos a sus interlocutores, decía que la música “Curaba los males del alma y aplacaba cualquier enojo” y, era tan amante de ella que, contrató a un grupo de músicos taximaroenses para que amenizaran aquellas veladas, pero lo que más le sorprendió a Cuini fueron las siguientes palabras: “si la Nueva España es la tierra de los indios, esta debería ser gobernada por ellos mismos”, cosa que escandalizó sobremanera a muchos de sus oyentes.

Entre los tertulianos había un religioso por quien Cuini no sentía ninguna simpatía y sí una marcada animadversión hacia su mirada huidiza y sus ademanes desconfiados, era éste el eclesiástico Joaquín Huesca, a quien el aborigen calificó como hipócrita y adulador.

A los pocos meses se enteró por el Cura Lecuona que su querido y admirado Padre Miguel había sido acusado ante el Tribunal del Santo Oficio como “hereje”, “cismático”, “descreído”, “indigno” y otros muchos calificativos denigrantes, precisamente por el citado religioso que tan mal había caído al indígena. Afortunadamente, la acusación no prosperó y siguieron celebrándose las reuniones pero ya con una minoría de clérigos entre los asistentes y, durante las cuales se discutían asuntos políticos y se cuchicheaban palabras como Libertad, Independencia...

Entre los denunciantes del Padre Miguel, estaban otros religiosos que hacía poco compartían, brindaban y charlaban amigablemente con el ahora acusado, quien asistía con menos frecuencia que antes a las reuniones, suponiendo Cuini que era debido a la susodicha denuncia, sin saber que la causa de las ausencias del Padre Miguel obedecían a su transferencia a la Parroquia de Dolores y otros muchos menesteres que muy pocas personas conocían.

Cuini, decepcionado por las ausencias del Padrecito y asqueado de la falacia e hipocresía de algunos de los que predicaban las virtudes y valores espirituales, dió las gracias al párroco Lecuona, retirándose de su servicio y regresando nuevamente a su montaña, donde se dedicó otra vez a cortar leña y a fabricar carbón, bajando los sábados a entregar su mercancía, la cual era muy solicitada en las cocinas de las familias pudientes de Taximaroa, en las cuales siempre había mujeres mestizas e indígenas, quienes, además de preparar desde una sabrosa sopa de huitlacoche, unos ricos torreznos de huazontle, unas suculentas corundas, una apetitosa cabeza

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de res, una aristocrática tortilla de huevos a la española, una ensalada de Semana Santa, unos sabrosos tamales de leche, una empalagosa cuajada con piloncillo, hasta unas, nada despreciables, bolitas de leche quemada, cocinaban y aliñaban las noticias más frescas.

Ahí fue donde Cuini, como proveedor de dichas cocinas, supo que su amado y venerado Cura, ahora en Dolores, había establecido talleres de alfarería y curtiduría, criaderos de gusanos de seda y el cultivo de la vid, además, enseñaba a sus feligreses, la mayoría indígenas, a hablar el castilla; a leer y escribir.

Al saber todo aquello, Cuini experimentó una inquietud muy extraña y hubiera querido volar hasta el pueblo de Dolores, para ser testigo de todo aquello que se comentaba en Taximaroa.

Como tenía muchos entregos que realizar debido a la proximidad de las celebraciones del Día de Difuntos y Todos los Santos, emprendió la subida al cerro donde tenía su rústica vivienda y el horno para hacer el carbón, se internó en lo más espeso del bosque buscando árboles de encino para convertirlos en trozos, que una vez quemados se transformarían en el tan utilizado combustible, para ello, llevaba una curiosa herramienta: una especie de hacha, de menor tamaño que las actuales, a las que sus antepasados llamaban tlaximaloni. Tan inmerso estaba en su faena que no se percató de unos pasos, cuyo sonido el ocoshal o huinumo se encargó de amortiguar, un sexto sentido lo hizo detectar una presencia y darse vuelta rápidamente para encontrarse con un sujeto de mediana estatura, fornido y con unos ojos

penetrantes, de mirada feroz e inquisitiva, que destacaban en un rostro de mulato (hijo de blanco y negra o viceversa), coronado por una melena de ensortijado cabello, quien le apuntaba con un pavoroso mosquetón. Cuini, sorprendido, más no amedrentado, levantó su brazo armado de la hachuela y en ese momento se escuchó una voz enérgica que llamó: - ¡Marroquín, no le hagáis daño! El individuo bajó de inmediato el arma y pareció achicarse ante la presencia del personaje que surgió de la espesura.

Si el indígena se sobresaltó con la aparición del mulato, estuvo a punto de caer por tierra al reconocer a la persona que le había gritado, ya que, a pesar de que no portaba las vestiduras talares propias de su ministerio, reconoció de inmediato la voz y la figura del Padrecito Miguel, quien no iba solo, sino acompañado de un personaje muy bien plantado, de unos 30 años y con una cicatriz que, bajando de su frente, atravesaba el puente de su nariz y rompía la armonía de sus facciones.

Pasada la sorpresa y después de saludar reverentemente al párroco de Dolores, éste le explicó que sus acompañantes eran, el Sr. Allende, Teniente del Ejército del Virrey y aficionado a los encierros y tientas de reses bravas y, que el Sr. Moreno era un hombre que se dedicaba al arte del toreo, mejor conocido como el torero Marroquín, por su apellido; que ellos habían venido a Taximaroa por una corrida, que próximamente se efectuaría en dicha población, que los toros que en ella se lidiarían eran de Jaripeo, hacienda de su propiedad y que en ese momento se dirigía a visitar y a supervisar la mina El Jilguero, situada en lo más agreste de la sierra.

Cuini lo condujo hasta su vivienda, invitándolos a descansar

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un poco y a reponer sus fuerzas con unas sabrosas calabacitas con sus flores y quelites sudados, acompañados de doradas memelas (tortillas muy toscas y gruesas de maíz martajado), chayotes y tiernos elotes cocidos, negras y dulces pichecuas y carnosos chumpines, todo ello cultivado en su roza (porción de bosque talado donde se cultivan maíz, frijol y otros vegetales).

Después de un reconfortante té de tabaquillo, los cuatro prosiguieron su camino para llegar la susodicha mina, cuya ubicación Cuini conocía perfectamente, pero ignoraba, hasta ahora, quién era su propietario.

Durante el camino, escuchó al Sr. Cura, platicar en voz baja con el Teniente Allende, escuchado solamente palabras aisladas como: Nitrito… Salitre… Azufre… Pólvora… Fusiles… Conspiración… etc. asombrado percibía que en algunos trozos de conversación señalaban hacia su persona.

Al llegar a la mina, el clérigo los condujo al interior de la misma, donde les mostró el procedimiento, rudimentario pero efectivo, para extraer el mineral y les comentó lo difícil que era bajarlo utilizando mulas y burros, que a veces se desbarrancaban por lo accidentado del camino. Cuini los llevó hasta una cueva disimulada con roca y maleza, indicándoles que ésta iba a dar hasta las inmediaciones de Taximaroa.

Incrédulos y habilitados con rajas de ocote, empapadas de resina o brea ardiendo, penetraron al interior de la gruta caminando cerca de dos horas y admirando, aunque de prisa, las esplendidas formaciones calcáreas (estalactitas y estalagmitas) que el agua, al filtrarse durante miles de años, había labrado en el techo y paredes de la caverna topando con

infinidad de murciélagos (“ratones viejos” dijo Cuini), que la tapizaban.

Salieron a la luz del día y, después de reconocer el lugar, el Sr. Hidalgo confirmó que se encontraban en un paraje que los lugareños llamaban Las Grutas y que estaban cerca de los límites de Jaripeo y Santa Rosa, haciendas de su propiedad. Inmediatamente, comenzó a trazar planes, a tiempo que informaba al indígena que tanto él como sus acompañantes, Allende y el mulato, estaban involucrados en una conspiración que pronto detonaría para devolver la libertad y los derechos de los indígenas, verdaderos dueños de la Nueva España, así como para otorgarles la facultad de nombrar a sus gobernantes; que para lograr dicho objetivo extraía el mineral y, con lo que redituaba la venta del mismo, compraba lo necesario para fabricar pólvora, municiones y fusiles, indispensables para lograr su sueño: la liberación del Anáhuac.

Cuini lo escuchaba como en trance, sintiendo crecer la admiración y el cariño que el párroco le inspiraba, se puso a sus órdenes, incondicionalmente, y se le hizo tan imprescindible, que el Padre Hidalgo, lo designó como responsable de bajar el mineral, a través de las grutas, hasta un lugar que llamó El Mortero, por ser ahí donde beneficiaban, los metales extraídos de El Jilguero; también era el encargado de llegar a Los Azufres, para procurarse el azufre y el salitre para la pólvora, con el fin de habilitar la fabriquita clandestina, donde se elaboraban municiones y mosquetones que ocultaban en un sótano disimulado en la hacienda Magallanes, también propiedad de Don Miguel Hidalgo y su hermano Manuel Hidalgo y Costilla.

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El Cura de Dolores, aunque asiduo visitante a Taximaroa, tenía que retirarse pronto para atender las necesidades espirituales y materiales de los feligreses de su Curato, ya que en los talleres de herrería y talabartería también fabricaban machetes, esqueletos para fusil, fundas para los mismos y; lo más importante, para asistir a las juntas conspiradoras que tenían lugar en San Miguel el Grande, Valladolid, Celaya y Querétaro, en las cuales estaban coludidos algunos militares, personajes importantes y hasta el mismo Corregidor y su esposa.

Cuini estaba feliz por la responsabilidad adquirida, supo después por boca del torero Marroquín (quien posteriormente se convertiría en el brazo ejecutor del Cura Hidalgo), que habiéndose descubierto la Conjura de Valladolid y luego la de Querétaro, el párroco de Dolores adelantó el que después fue llamado el Grito de Independencia, que tuvo lugar la madrugada del 16 de Septiembre, en que reunió a sus feligreses en el atrio del Templo, arengándolos con patriótico discurso y apremiándolos para rebelarse contra el gobierno virreinal. Supo también que, con gran número de indígenas y mestizos que lo siguieron, tomó un estandarte de la Virgen de los Indios (la Virgen de Guadalupe) del pueblo de Atotonilco; que en San Miguel se le reunió el Teniente Allende con su Regimiento de la Reina, bien armado y pertrechado y; que siguieron hasta la ciudad de Guanajuato, donde tomaron a sangre y fuego la Alhóndiga de Granaditas donde perdió la vida el Sr. Antonio Riaño, Intendente de la cuidad y amigo personal del iniciador del movimiento.

De ahí partió el llamado Ejército Insurgente, hacia Valladolid,

desde donde Hidalgo envió en propio a Taximaroa para informar a Cuini que fuera a la Hacienda de Charo con una conducta de mulas y carretas cargadas de costales de maíz y frijol en cuyo interior se ocultaban armas y municiones para proveer a sus ya numerosas aunque mal armadas tropas.

En un lugar situado entre las fincas de Charo e Indaparapeo el fiel indígena entregó el encargo al Sr. Cura y conoció a un hombre moreno, de facciones adustas y ademanes decididos, que en dicho sitio esperaba a los insurgentes para ponerse a las órdenes de Hidalgo, lo acompañaba un grupo de hombres montados a caballo que portaban vestimenta propia de los terracalenteños, sin faltar el sombrero, el paliacate cubriendo sus cabezas y la indispensable y típica cuera (especie de abrigo largo con una abertura atrás), que recibían el mote de los cuerudos de Morelos, ya que la persona que los comandaba era el párroco de Carácuaro llamado José María Morelos y Pavón, quien fue comisionado por el Sr. Hidalgo, que ya había sido nombrado Capitán General del Ejército Insurgente, para levantar tropas y proseguir la lucha al sur del País.Al contemplar aquel mar de hombres (ya sumaban 70 mil) en cuyos rostros se reflejaban tres siglos de oprobio y tiranía, pero también coraje y decisión de seguir a su caudillo hasta la Antigua Tenochtitlán, Cuini le rogó a este último lo llevara con él, pues temía que el Padrecito, cuya misma suerte quería correr, fuera a caer en manos de un Cura de las fuerzas realistas de apellido Álvarez a quien apodaban El Cura chicharronero, pues se contaba que era temido por su ferocidad y crueldades, ya que se dedicaba a perseguir a los insurgentes para quemarlos vivos. El religioso accedió a sus ruegos y le indicó buscar a quien le supliera en sus obligaciones y que lo alcanzara en su camino hacia la Capital.

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El aborigen regresó a Taximaroa, atendió las indicaciones recibidas y al darse cuenta de que el Sr. Cura Antonio Velarde (quien había reemplazado al clérigo Lecuona), acompañado de un grupo de feligreses y de Don José Ma. Hidalgo, que con gran número de peones, de las haciendas de su hermano se unirían al Ejército Libertador, a su paso por las inmediaciones de Irimbo y Maravatío, no lo dudó ni un instante más: puso en su morral una muda de ropa y bastimento de cecina y tortilla, anudó a su cintura el pateo (lienzo de manta de forma cuadrada que era usado en la región y que los indígenas utilizaban como toalla, servilleta, pañuelo, etc.), se armó de un mosquete nuevecito, con su respectiva pólvora y municiones (regalo del Padre Miguel) y, dirigiéndose a la Cruz Atrial del Templo y al interior del mismo, pidió a sus dioses ancestrales, al Crucificado y a la Señora del Cielo, protección para el Padrecito, sus hermanos de raza y para él mismo, marchando a unirse a los Libertadores, con el futuro Padre de la Patria, el Padrecito de los ojos buenos, Don Miguel Hidalgo y Costilla, quien iba al encuentro de su destino.

Cd. Hidalgo, Michoacán. Abril de 2008.

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El Cerro del Fraile

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El Cerro del FraileLeyenda

Cuando el nombre de la antigua Otompan-Tlaximaloyan (”lugar donde vive el otomí” y “lugar donde se corta madera”), ya había sido reemplazado por el de Taximaroa: bastión del inconquistable reino Purépecha, tuvo lugar la llegada de los conquistadores españoles Cristóbal de Olid y el Tigre Nuño de Guzmán, cuyos cañones, al derrumbar la Uatzotacate (fortificación hecha de troncos de encino de más de 3 metros de alto por un 1.7 metros de espesor) que defendía la integridad del reino Michoaque (Michoacán), destruyeron también siglos de tradición, cultura y teogonía Otomí – Purépecha, cosa que nunca lograron realizar los ataques de los ejércitos enemigos como los Tecos, Matlazincas ni, los aún poderosos y conquistadores, Aztecas.

Para entonces tuvo también lugar el arribo de los frailes franciscanos, conquistadores espirituales de la región, quienes se dedicaron a evangelizar y bautizar a la mayoría de los indígenas habitantes de Taximaroa. Entre estos religiosos venía Fray Marco de Villalba, el más joven de los frailes, quien había abrazado la carrera monacal debido a la temprana muerte de su prometida, una rubia joven española que sucumbió durante una epidemia de Viruela.Fray Marco vivía dentro de una vorágine de trabajo y sacrificio; era el que más temprano abandonaba el duro lecho; el que más

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tarde se retiraba a descansar; quien hacía las caminatas más largas hacia los lugares de la Encomienda para celebrar bautismos, matrimonios o para llevar el viático a moribundos, quizá buscando con ello la paz que su espíritu reclamaba, ya que a menudo le asaltaban dudas y sentimientos encontrados sobre su vocación.

No obstante la caridad y bonhomía de los piadosos varones, gran número de naturales habían huido del caserío, remontándose a los bosques y cerros aledaños para escapar de las enfermedades que había llevado consigo la soldadesca hispana; del infamante hierro, del encomendero que marcaba para siempre su rostro y degradaba su espíritu; del agobiante Tesquio, que los obligaba a desempeñar las labores más arduas en las propiedades de sus amos; del Bautismo, que les obligaba a cambiar su nombre original por el escogido por los franciscanos, a renegar de sus dioses para venerar la figura de un hombre martirizado y sangrante, a una señora hermosa pero blanca y desconocida y, a vestir con ropa que les pesaba tanto como la sumisión a que los tenían sometidos.

En lo alto del macizo montañoso que corre al sur de Taximaroa, cuyas faldas cubiertas de enormes dó (peñascos o piedras) cortados a pico y, de espesos bosques poblados de Tuí-de (árboles que gotean resina): oyameles, encinos, y ailes en cuyo ramaje moraban el Cenzontle, el Jilguero, el Clarín, la Calandria y el Gorrión, cuyo canto semejaba un coro sacro entonado bajo la umbría y majestuosa cúpula formada por la floresta, el piso de la cual, alfombrado por el ocoshal (agujas de pino, secas), amortiguaban más aún el cauteloso paso del venado, el tepezcuintle, el coyote, el armadillo, el tlacuache y el conejo, acechados siempre por el feroz gato montés y alertados por el gruñido del quebrantahuesos y el chillido del gavilán; donde por las noches sólo se escuchaba el Tu-Kurú (canto del búho),

el chirriar del Gi (grillo), el aullido del coyote y la densa oscuridad sólo era rota por la intermitente luz de los alumbradores o luciérnagas, era donde moraba una joven indígena, hija de un cacique de Taximaroa, quien, en compañía de gran número de aborígenes se había retirado hacia esas soledades para evitar el sufrimiento, crueldad, vejaciones y pérdida de las costumbres y tradiciones de sus mayores.

El venerable anciano había muerto en medio de una gran tristeza al contemplar, desde lo alto del macizo, cómo en los lugares donde anteriormente se levantaban los cúes (pirámides o adoratorios) principales dedicados a Tata Huriata (el Padre Sol) y a Oxomoco (la Madre Luna) se alzaban ahora extrañas construcciones en lo alto de las cuales campeaba un madero entrecruzado ante el que los españoles se arrodillaban y rendían pleitesía, obligando a hacer lo mismo a sus hermanos de raza.

A la muerte del cacique, su hija recibió el cargo y era la que gobernaba el grupo de indígenas que ahí vivían, en chozas alejadas unas de otras y en lo más espeso del bosque, para despistar a los soldados hispanos que buscaban a los naturales.

Era esta joven de hermosura netamente indígena, de estatura mediana y formas armoniosas que, aunque carecían de la esbeltez de la caña, poseían las redondeces del guaje, que no lograban ocultar el pahul de manta bordada de una sola pieza y el quesquémetl de burda lana que la cubrían y protegían de las bajas temperaturas propias de aquellos lugares. Su piel, aunque morena, tenía en sus mejillas el color del oxoli (durazno); sus ojos, rasgados eran oscuros como las pichecuas y su cabello negro y brillante como el ka-a (cuervo), caía por su

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espalda hasta casi rozar sus tobillos; su voz era suave y con un dejo melancólico, de ahí su nombre: Dumitzu (”tórtola que canta triste”.)

Ella, sola o acompañada de otras doncellas subían diariamente hasta el pico más alto de la montaña, donde se había construido un rudimentario Cu, para renovar el fuego sagrado y las ofrendas consagradas a sus dioses y, a orar para que los protegieran y no faltara el sustento a sus familias, en las cuales eran escasos los varones.

Abajo, en Taximaroa había gran movimiento, pues un grupo de soldados, acompañados por algunos frailes (para frenar los desmanes de los primeros), se disponían a subir por las empinadas laderas de la montaña donde vivían Dumitzu y sus familias y que en aquella época ellos denominaban Do-Tui-De (”lugar donde abundan las rocas y los árboles que gotean resina”.)

Los propósitos de los españoles eran: capturar a los indios que vivían en las alturas, ya que les hacía falta mano de obra para el buen rendimiento de la Encomienda y, buscar vetas de metales preciosos que, les habían informado, abundaban en dicha sierra.

Los vigías del Cu, descubrieron la expedición que comenzaba a ascender por las abruptas cuestas del macizo, y corrieron a avisar a los suyos para ocultarse en la espesura, por lo que, a la llegada del grupo español, no encontraron alma viviente y menos encontraron las vetas de los ambicionados metales.

Uno de los frailes que formaba parte de la caravana era Fray Marco de Villalba, el cual, al buscar retiro para sus oraciones, se adentró bastante en la espesura y no logró encontrar el

camino para regresar con sus compañeros, extraviándose en lo más profundo del bosque. Estos lo buscaron y, al no localizarlo, creyeron que se habría desbarrancado en alguno de los enormes peñascos o que algún animal lo hubiera atacado, motivo por el cual regresaron a Taximaroa con un hombre menos y sin haber cumplido ninguno de sus propósitos.

En efecto, Fray Marco, después de caminar horas y horas por aquellas soledades fue atacado por un gato montés. Herido, hambriento y fatigado encontró el Cu, que permanecía solitario, con el fuego sagrado encendido y el interior colmado de ofrendas, consistentes en guajes con agua, elotes, calabazas y chayotes cocidos, peras duraznos y racimos de capulines y zarzas; comió y bebió lo necesario para reponer sus fuerzas pero su estado febril lo hizo perder el conocimiento, quedando al abrigo del santuario donde, a la mañana siguiente, fue encontrado por Dumitzu, la cual, con temor, pero con decisión, se acercó a contemplarlo, quedando cautivada por sus facciones que, aunque cubiertas de tierra y sangre, eran finas pero varoniles; lavó sus heridas y refrescó su cuerpo. El fraile recobró la conciencia sorprendido también por la presencia y prestancia de la joven.

Con el escaso otomí del religioso y la castilla (idioma español) de Dumitzu, el primero explicó el motivo de su presencia, por lo que ella, temiendo por su vida, lo condujo al interior de una cueva para ocultarlo, acudiendo diariamente a curar sus heridas con remedios y hierbas silvestres y, a proveerlo de agua y alimento.

El flechazo fue mutuo, la belleza y la bondad de la doncella, la gratitud del franciscano, su vocación no muy arraigada y la

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convivencia diaria en aquellas soledades, contribuyeron a que la relación amorosa fuera inevitable, tanto, que Dumitzu, olvidando las obligaciones de mantener el fuego sagrado encendido y las ofrendas del Cu, pasaba día y noche en compañía de Fray Marco, quien, olvidándose de sus votos y consagración como sacerdote, se dejó llevar por aquella vorágine de sentimientos mundanos. Ello motivó que su ilícita relación fuera descubierta por los familiares de la hija del cacique, quienes, temiendo la ira de sus dioses por el abandono del santuario y el vínculo de su coterránea con un español, celebraron una cruenta ceremonía en la que Dumitzu fue arrojada desde lo alto del adoratorio, escapando el fraile de sufrir la misma suerte por la oportuna llegada de los soldados españoles, que tomaron prisioneros a los indígenas, conduciéndolos a Taximaroa, donde fueron entregados en calidad de esclavos.

Fray Marco, después de revelar su grave falta en confesión y atormentado por el recuerdo de Dumitzu, el quebrantamiento de sus votos y el sentirse culpable de la suerte corrida por los indígenas capturados, fabricó una pesada cruz de madera de encino y, con ella a cuestas, ascendió penosamente hasta la cumbre donde se encontraba el semidestruido Cu, al cual prendió fuego y, sobre sus cenizas, ofició una póstuma misa rogando a Dios por la salvación del alma de la joven sacrificada y de la suya misma y se arrojó al vacío.

Desde entonces, esta parte de la sierra fue llamada Cerro del Fraile, ya que a determinadas horas del día y, por efecto de las sombras, sobre un peñasco cortado a pico se ve claramente, desde la ciudad, dibujarse la silueta de un sacerdote.

Si usted sube a dicha montaña, sus ojos se recrearán con el hermoso valle de la legendaria Otompan-Tlaximaloyan, asiento de la antigua y valerosa Taximaroa, hoy moderna Ciudad Hidalgo; escuchará el ulular del Bui-Ti (viento); el graznido del ka-á (cuervo); el murmullo de las oraciones de Fray Marco de Villalba y el lamento de Dumitzu (la “tórtola que canta triste”) que llora por su amado y por sus hermanos capturados: los Bedi-pefi (indios perdidos y esclavizados.)

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La Peña del guajolote

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La Peña del GuajoloteLeyenda

Lo picoso de la salsa, el crujir del chicharrón, el atole blanco que quitaba lo empalagoso, pero no lo sabroso de la calientita y dorada cocada, hacían que seguido visitara la cocina familiar de la familia de don Pantaleón Jacobo, don Panta, el que moviendo la cocada o las pastitas de leche nos hacía disfrutar de su no menos sabrosa plática, la cual siempre empezaba con un “pues ahí tiene ud seño Martha…” y seguía el relato o anécdota que nos tenía pendientes de sus palabras. En esta ocasión me decía:

¿Conoce usted San Antonio Vilalongín seño? - Pues sí, contestaba yo, inclusive mi bisabuela paterna, la señora Pilar Arias vivió hasta el día de su muerte en dicho lugar, donde poseía un puesto de comida.

Pues ahí tiene seño, proseguía don Panta, que cuando era yo muy joven iba muy seguido a San Antonio Villalongín Tres Calles, como entonces lo nombraban porque en ese tiempo nomás tres calles formaban el pueblo y sólo había dos caminos de herradura: el que salía de La Venta, pasando por Pucuato y

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el que salía de Mil Cumbres pasando por El Caracol.

A mí me daba cosa pasar por este último camino porque sentía que me agarraba el aire sólo de ver hacia las barrancas que bordeaba la vereda, así que agarraba el de Pucuato y seguido me encontraba con un señor que llevaba un canasto de pan en la cabeza y una canasta en cada brazo: una con pan y otra con un bote chilero donde hacía su café y, no me va a creer seño Martha, pero este señor, solamente en su almuerzo, se tomaba el bote entero de café, seis panes de los grandes que él vendía, una docena de huevos asados y como de 20 a 25 tortillas.

Cuando nos encontrábamos y llevábamos el mismo camino, casi siempre en Pucuato, donde le daban el permiso de quedarse en la escuela, seguíamos juntos hasta San Antonio.

En una ocasión pasamos por un lugar muy sombrío, pues estábamos en lo más espeso del bosque, donde solo se oía el canto de los clarines, el ruido de nuestros pies al pisar la humeda hojarasca y sólo de vez en cuando se devisaba la luz del sol entre el espeso encinal que lucía sus pánchicuas, rojas como cachetes de muchacha y las que estaban ya pasadas se veían bofas y arrugadas como la cara de mi abuela.

El panadero dejó en el suelo el pesado canasto, la cesta con su mercancía y, muy misterioso, me llevó hasta lo alto de un promontorio donde había una gran piedra en lo más alto, cubierta de musgo y hierba seca, la que sacudió y quedó ante mi vista un ejemplar de guajolote (cúcuno o picho) grabado en la piedra misma.

Me contaba que a un amigo suyo que vivía en San Antonio no lo hacían pasar por dicho lugar ni a palos, pues su abuelo le contó que en años pasados dicha persona acudía a varias rancherías

a comprar y vender gallinas, pero era muy tomador y en una ocasión se perdió y fue a dar contra la gran roca, en cuyo pie se encontraba un guajolote macho, haciendo la rueda como a seis guajolotas, las cuales armaban gran escándalo, rápidamente se retiró del lugar, pero cuál no sería sus sorpresa que el interfecto (el guajolote) caminaba tras él como un perrito.

A poco andar, encontró el camino hacia su rancho y pensó: bueno, si este cúcuno se empeña en seguirme hasta mi casa, de perdida comemos mole. No lo pensó dos veces, quiso atraparlo, pero, por más que corría, el animal parecía que volaba: por fin, cansado, decidió retomar el camino a su casa, pensando desquitarse con su esposa, a la que siempre golpeaba cuando tomaba vino.

Al agacharse a agarrar un palo con el que pensaba ejecutar a su mujer, volvió a ver al mentado animal, pero ya frente a éste, esponjado y haciendo el sonido característico de cuando hacen la rueda, el hombre, ya francamente asustado, corría en varias direcciones y siempre el ave se le plantaba por delante.

Por fin él, que presumía de muy valiente siempre que se emborrachaba, se abalanzó sobre el animal, musitando la magnífica, al que sólo logró arrancar unas cuantas plumas, pues, en ese instante, se fijó en los ojos del guajolote y dice que se los vió como de gente, con una mirada burlona y maligna, al tiempo que soltaba una estridente carcajada que resonó en el bosque como si fueran mil.

El hombre perdió el sentido y al despertar de su cama y ver el rostro amoroso y preocupado de su mujer, junto al suyo, recordó lo que sucedió la noche anterior, se lo contó a su esposa y ella le dijo que se había pasado el resto de la noche

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Estampas - La Peña del GuajoloteMartha Elba Durán Valdovinos

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gritando y diciendo algo sobre un guajolote del diablo.

Cuando se repuso de una fiebre biliosa, que lo tuvo encamado diez días, ya no volvió a su actividad de compra y venta de aves, ahora lo hacía con diferentes animales como puercos, borregos, vacas, etc. y si tenía que venir a la Villa por algún asunto, siempre lo hacía acompañado y por el camino hacia Mil Cumbres y, por supuesto, nunca volvió a tomar una copa, golpear a su mujer y, mucho menos, comer mole.

Cuentan que, desde entonces, por el camino que va a San Antonio Villalongín, se encuentra una roca con la figura de un guajolote esponjado y precisamente la llaman como decíamos al principio: la Peña del Guajolote.

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Martha Elba Durán Valdovinos

El Ánima del Molino

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El ánima del molinoLeyenda

Visitando nuevamente, como ya se me estaba haciendo costumbre, la casa de don Panta, el de las pastas, principalmente su cocina, donde la señora guisaba los alimentos, sencillos pero sabrosos; humildes pero abundantes, que componían la cena familiar y que eran ofrecidos, sincera, noble y generosamente a uno que otro pariente o amistad que llegaba de improviso.

El chicharrón seco, con salsa roja o verde, los frijoles brutos con cilantro y serrano picados, las tortillas recalentadas y las narraciones o sucedimientos, como él decía, salpicadas de anécdotas y chascarrillos, además de la cercanía de la casa de ustedes, sita en la actual calle Francisco Javier Mina, en mi añorado y querido barrio de chinches bravas, así que únicamente me separaban dos cuadras de la casa familiar de los Jacobo, ello, además de que Ma. Elena, la mayor de las hijas, fue, un corto tiempo, compañera de trabajo, me motivaban a visitarlos.

En una ocasión, al estar comentando con esta última un paseo que íbamos a realizar al balneario de Santa Rosa, para festejar a nuestros alumnos por el Día del Niño, Don Panta me relató algo escalofriante que le ocurrió a él y a su compadre Simón, quien trabajaba como velador en el molino de la misma localidad y que todo mundo hemos conocido como Molino de

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Santa Rosa. Contó que en una ocasión lo visitó dicho compadre, al cual hacía tiempo que no veía, pero lo notó desmejorado, triste y ojeroso. Al preguntarle si algo andaba mal en su familia, si tenía deudas o padecía alguna dolencia, el sujeto le contestó negativamente, pero que era algo peor: que un muerto lo espantaba, es decir, se le aparecía debajo de un gran árbol que había atrás del molino y que él se quedaba trabado del susto, ya que el aparecido se cubría con una ropa y un sombrero como de antes; que nunca le había visto la cara, pero que le hacía señas para que se acercara, señalando siempre con la mano hacia un trozo de pared de piedra en ruinas; que él sospechaba que al pie de dicho muro podía haber un entierro (tesoro enterrado) y que antes de que pudiera morirse de tanto susto, le rogaba a don Panta que lo acompañara una noche a velar y que a valor de su compañía se atrevería a hablarle al espantasma y preguntarle por qué lo asustaba tanto, a ver si así quien quitare y les dijera si había algo valioso al pie de dicha pared en ruinas.

Don Panta quedó asombrado y con la piel chinita, producto de la impresión que le causaba el relato de Don Simón, pero apreciaba de veras a quien era el padrino de Bautismo de uno de sus hijos y, pensando de verdad en ayudarlo, le dijo: - No te apures compadrito, si quieres, esta misma noche vamos a ver qué quiere de ti este espanto, a lo mejor hasta nos saca de pobres. – Esto último lo dijo entre risas y palmeando la espalda de su compadre.

A las ocho en punto, ya estaba esperándolo ahí el susodicho, caminaron hasta la carretera y ahí abordaron un camión de los verdes que en menos de diez minutos los dejó frente al molino, cuya solitaria figura destacaba contra el estrellado y frío cielo de la Antigua Taximaroa. El velador comenzó su ronda diaria,

acompañado de su compadre Don Panta, quien con su plática y chascarrillos hacía que el tiempo pasara pronto, tanto que, cuando quisieron, ya eran las once pasadas, y como sintieron hambre, encendieron una lumbre, calentaron los tacos de chicharrón y frijoles acompañados con tragos de un cuartito de tequila que había llevado el compadre para darse valor, los consumieron en un santiamén.

Estaban en dichos menesteres cuando de pronto apareció la luna llena, lo cual les recordó el asunto del muerto. Inconscientemente los dos voltearon hacia el árbol donde, presuntamente, se apareció dicho difunto y… ¡Ahí estaba! Una figura alta, muy, muy flaca, con una vestimenta como de revolucionario y con su sombrero zapatista, que los llamaba con una mano esquelética y con la otra sostenía una carabina. El compadre casi se desmayó, pero Don Panta lo alentaba, diciéndole: ¡Ánimo, compadrito! ¡Ahora es cuándo!

Lentamente y con mucho temor, se acercaron al espectro y escucharon que les decía, con voz ronca y profunda y señalando hacia el paredón en ruinas: - Ahí está enterrado lo que fue mi perdición, sáquenlo sin ambición, sin que le pegue el sol – Dos veces repitió estas palabras y desapareció, dejándolos con la boca abierta y a punto de darles un pálpito, decía Don Panta.

Se repusieron con el tequila que les quedaba en la botella y, tomando un pico y una pala, de la herramienta que había en el molino, comenzaron a cavar y cerca de las 3 de la mañana sus herramientas chocaron con algo, escarbaron con más cuidado y dieron con una especie de olla de fierro muy oxidada, la sacaron con mucho esfuerzo; también con dificultad pudieron quitarle la tapa y casi se van de espaldas al contemplar el brillo

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de los Centenarios y Alazanas (onzas de oro) que refulgían dentro de la vasija.

Al reponerse de la sorpresa comenzaron a dar brincos y a abrazarse, sin gritar, claro, no fueran a ser descubiertos; pero, metían las manos dentro de la olla sacando puños de monedas, escuchando con placer su tintineo y diciendo: “¡es puro oro, compadrito!”

Don Panta, más en sus cabales dijo a su camarada: ¡Ya cálmese, compadre! Demos gracias a Dios por habernos socorrido y vámonos pronto pues ya mero amanece y no vayan a llegar los empleados o los dueños del molino y se nos cebe el negocio.

Con cuidado y mucho esfuerzo cubrieron la pesada olla con las cobijas que llevaban, rellenaron el hoyo con la tierra que habían sacado, apisonando ésta última para no dejar huella ninguna de la excavación; dejaron las herramientas en su lugar y caminaron hasta la carretera, cargando el pesado bulto, se sentaron sobre unas piedras a esperar el camión, para descansar un poco, fumarse un cigarro y comentar lo sucedido.

El compadre, dejándose llevar por el entusiasmo, comenzó a pensar en voz alta: “Ahora sí, me lo van a pagar todos los #%&= % ricos que me han humillado, voy a comprar una casa para que vivan mi hija y sus hijos y otra grandota con alberca, espejos, lámparas, sofases, una caja fuerte, un salón con cantina para vivir solo y hacer fiestas; también unas camionetas y un coche rojo; muchos pares de botas, de zapatos y un montón de chamarras de cuero. Me voy a ir a pasear con viejas distintas y a comer en restoranes de lujo y a tomar de los vinos más caros y, ya que salió el sol, voy a ver los Centenarios, a ver si no fue esto nomás un sueño…”

Y sin que Don Panta pudiera impedirlo, jaló las cobijas que cubrían la olla, quitó la tapadera y, cuál sería su sorpresa que en lugar de las relucientes monedas que habían visto brillar a la luz de la luna, ahora, al darle es sol de lleno, se fueron convirtiendo en trozos de carbón. La sorpresa y el estupor lo dejaron mudo y solamente comenzó a sacar puños de carbón; a aventarlos, pisotearlos y a carcajearse como loco.

Don Panta, como pudo, agarró olla y compadre, subiendo a ambos en la camioneta de un conocido que pasaba por ahí, explicándole que el compadre había tomado mucho tequila y estaba envinado.

Así terminó su relato el señor Jacobo, diciéndome por último que su compañero de aventura estaba en un manicomio (hospital psiquiátrico) en Morelia, pero que él, en lo particular, se sentía bien, solamente sentía mucho coraje, porque por la codicia e imprudencia de su canijo compadre, no pudo hacerse de dinero, siquiera para poner una dulcería grande y darles estudios a sus hijos; que el entierro del Molino de Santa Rosa ahí sigue, esperando a algún valiente que se atreva a sacarlo; pero, esos sí, como dijo el ánima: “Sáquenlo sin ambición y sin que le pegue la luz del sol.”

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La misa de gallodel fraile difunto

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La misa de gallo delFraile difunto

Leyenda

En su Monografía Municipal, el Prof. Roberto López Maya nos da a conocer la escalofriante leyenda acontecida en el Templo de San José, con el título de “La misa de gallo”, narración que a él le fue contada por el Dr. Ernesto Jiménez, aproximadamente en el año de 1930.

El galeno le platicaba que él no creía en aparecidos, fantasmas o cosas del más allá y se reía de quienes le mencionaban que durante las noches se veía la figura de un fraile encapuchado que deambulaba por el atrio del Templo, entraba al convento y se perdía dentro del mismo.

Cabe mencionar que el citado médico vivió frente al mencionado Templo y su profesión lo obligaba a salir o entrar a su vivienda a media noche o por la madrugada; relata que a él también le tocó ver, no solo una, sino varias ocasiones, a quien ya designaban los sacerdotes, sacristán y feligreses, a los que había tocado contemplar tan horrendo espectro, como un ánima en pena.

Cuenta el mismo doctor que, a raíz de tantas apariciones de dicho fantasma y estando muy cercana la Navidad, hubo un osado y decidido vicario de la parroquia, a quien sorprendió el aparecido frente al altar; el sacerdote tuvo la presencia de

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ánimo para preguntarle, aunque tartamudeando, la causa de su penar en este mundo: el espíritu le contestó con voz profunda y cavernosa que había muerto hace dos siglos, que en vida llevó por nombre Fray Alonso de Jesús Oléa y que fungía como Padre Guardián del Convento , pero algunas equivocaciones y faltas que cometió, provocaron que los altos juicios del Señor lo condenaran a no alcanzar la luz del cielo, hasta que celebrara una misa de gallo, en el recinto del Templo de San José; dicha celebración debería ser, obviamente, a media noche y acompañado de dos sacerdotes, hecho lo cual, dejaría de padecer y de vagar, asustando a los humanos.

El vicario en cuestión, impresionado y conmovido, le prometió llevar a cabo su petición, logró la colaboración de otro sacerdote amigo, obtuvo el permiso necesario para celebrar la mencionada misa una semana después de la Navidad, a media noche, aunque sin la presencia del sacristán, que dejaría todo preparado; ni del campanero, quien haría las llamadas y se marcharía. Por su parte, el organista tocaría, pero acompañado de las personas del coro (30 jóvenes y adultos), además las puertas estarían abiertas para los fieles que desearan entrar.

A las doce en punto de la noche fijada, el Templo lucía abarrotado, los clérigos celebrantes (tanto el difunto, como los dos vivos) ya tenían puestos sus ornamentos.

El silencio era profundo y lleno de expectación y temor, de pronto, el órgano saturó el sagrado recinto con sus notas que parecían de ultratumba, entraron los sacerdotes y comenzó el oficio, aunque la mayoría de los feligreses, al escuchar la grave y desapacible voz del oficiante difunto, abandonaron

apresuradamente el Templo, quedando únicamente el organista que, pálido y sudoroso, seguía tocando con sólo dos o tres acompañantes, además del ánima del fraile y el Vicario, ya que el otro sacerdote había caído desmayado.

Al primer Dominum Vobiscum en el que los eclesiásticos debían dar la cara a sus feligreses, estos contemplaron horrorizados bajo la capucha del aparecido sólo una calavera y, bajo las vestiduras talares, los huesos de los pies de un esqueleto; todos pusieron pies en polvorosa y huyeron hasta llegar al abrigo de sus hogares; en ese instante el Vicario, al verse solo, en compañía de la temible aparición, no pudo más, escucho el zumbido de la falta de sangre en su cerebro, sus rodillas se doblaron y cayó en una piadosa inconsciencia, que casi le cuesta la vida, no sin antes contemplar dentro de un círculo de fuego, el rostro acongojado y pesaroso de Fray Alonso, quien dejó escuchar un gemido desesperado y lleno de angustia que se perdió en el silencioso ámbito del Templo.

Dice el profesor, autor de este relato, que él entonces dormía en una habitación del curato parroquial de San José y que alguna vez unas personas le dijeron que esa era la celda que había ocupado Fray Alonso, el religioso extinto que andaba espantando en el Templo y Antiguo Convento y; que él no durmió aquella noche en que le platicó el Dr. Jiménez el macabro suceso, sudando y temiendo la siniestra aparición del muerto, pero que éste jamás volvió.

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¿Traición o Estrategia?

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Traición o estrategiaLeyenda histórica

Además de los distintos nominativos que ha llevado nuestra Ciudad Hidalgo, sí, la de los Caminos de Michoacán y cabecera del Municipio de Hidalgo, Taximaroa es el que por más tiempo ha llevado nuestra Ciudad (1401–1908) y también el que mayor controversia ha causado en cuanto a su etimología, ya que según los historiadores, el término procede del otomí; del chichimeca, del náhuatl y hasta del tolteca, dándole el significado de lugar de carpinteros o lugar de traición indistintamente.

Lo cierto es que existe una leyenda, consignada en hechos históricos, de los enfrentamientos de los pueblos purépecha y mexica donde se pone de manifiesto el valor y la astucia del ejército michoaque al mando de Zuangua (Siguangua), penúltimo rey de Michoacán.

En los albores del siglo XVI la mayor parte del territorio del México prehispánico se encontraba bajo el señorío del belicoso y dominador pueblo azteca o mexica, cuyos vasallos pagaban tributos consistentes en oro en polvo; plumas de Quetzal, garza y otras aves; semillas de cacao, joyas de oro, plata y cobre, copal, cochinilla, grana, mantas de algodón pintadas o bordadas; miel, maderas finas, pieles de tigre, jaguar o venado, ámbar, animales y aves exóticas, etc., y claro, una inmensa cantidad de esclavos: hombres y mujeres.

Después de tlatoanis (reyes o monarcas), como Chimalpopoca, Itzcóatl, Moctezuma Ihuilcamina, Axayácatl, Tizóc y Ahuízotl, reinaba en el inmenso reino mexica, el soberbio y egocéntrico Moctezuma Xocoyotzin, quien se consideraba y era tratado como

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un dios por sus súbditos, a quienes obligaba a inclinarse y besar el suelo ante su presencia, dentro o fuera del palacio Real, y ya en la Sala del Trono, cualquier persona o personaje, sin importar su jerarquía, era obligado a entrar descalzo, inclinado, hacer tres reverencias y nunca mirar a los ojos del engreído y vanidoso rey, so pena de muerte para quien infringiera estas ordenanzas.

Pero, como decimos actualmente, había una piedrita en el zapato, que tenía sumamente molesto a Moctezuma y sus caciques, y no era uno sino dos asuntos los que le quitaban el sueño:

A 50 leguas de la Gran Tenochtitlán, y colindando con el territorio mexica estaba el también poderoso, vasto, rico e inexpugnable reino michoaque, al que no había podido sojuzgar, a pesar de dos o tres incursiones en las que había perdido decenas de miles de hombres entre muertos y cautivos, en batallas tan cruentas como la que dio origen al nombre que le dieron a un lugar aledaño a Taximaroa; Huarirapeo, (lugar de sangre o lugar sangriento) y que existían regiones como la comprendida desde Maravatío (Maravatío) hasta Zitácoro (Zitácuaro) donde se veían blanquear los millones de huesos humanos, resultado de los combates entre los ejércitos contrincantes: (mexica contra michoaque), siendo siempre los guerreros azteca quienes regresaban a Tenochtitlán diezmados y heridos en sus cuerpos y amor propio. Cabe mencionar que Taximaroa estaba considerada como el bastión principal de la frontera, la que era defendida por una serie de fortines que abarcaban desde los actuales Acámbaro, Maravatío, Taximaroa, Tuxpan, Zitácuaro, Jungapeo, Susupuato, Tuzantla, Cutzamala y Ajuchitlan, y que Taximaroa estaba defendida, a su vez, por una muralla que llamaban uatzotacate; dicha trinchera consistía en una hilera de troncos de roble y encino, que, encajados en la tierra 2 metros, sobresalían “dos alturas de hombre” (3 metros y medio) y abarcaban un espacio de casi 2 metros de anchura, la cual era rellenada con “tierra roja” (arcilla)

hecha barro y las estacas terminadas en punta, lo que hacía casi imposible trasponer dicha empalizada.

La segunda cuestión que tenía molesto a Moctezuma y su camarilla era una que tuvo lugar hacía muy poco tiempo: con motivo de una invitación por medio de los embajadores a Zuangua (Siguangua), monarca en turno de los michoaques (michoacanos), e hijo del gran Tzitzispandácuare, con el objeto de concertar una rendición pacífica de parte de los mismos y que su imperio pasara a formar parte de los dominios de los mexica; Zuangua aceptó la invitación con diplomacia y atendiendo a su nobleza y dignidad reales se presentó en Tenochtitlan, en donde fue escoltado, casi custodiado, hasta el lujoso y señorial palacio de Moctezuma. Pero al ingresar a la sala del trono, la cual refulgía por la enorme cantidad de plumas, piedras preciosas y oro macizo que en profusión engalanaban el recinto, el solio, el vestido y la persona del orgulloso rey de los aztecas, Zuangua no se dejó impresionar y erguido, y para estupor de los presentes, caminó hacía Moctezuma sin descalzarse, sin arrodillarse a besar el piso, sin hacer las tres reverencias obligadas y para mayor espanto de los séquitos, miró directamente a los ojos del azorado Señor de los mexicas, entablando un diálogo en el que Moctezuma le habló de sus pretensiones, a las que Zuangua se negó rotundamente a acceder, abandonando con cortesía, pero con dignidad la estancia real. Regresando a Tzintzunzan, la capital de su imperio, comenzó a pertrechar y reorganizar sus valientes y numerosos ejércitos, previendo una próxima incursión de las huestes azteca.

En efecto, Moctezuma, sintiéndose agraviado en su arrogancia y ultrajadas su autoestima y vanidad también llamó a filas y organizó y armó a sus mesnadas (ejércitos), reforzándolas con todos los de los pueblos aliados o conquistados por los azteca, poniéndolas bajo las órdenes de Tlahuicole, el osado y valiente

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guerrero Tlaxcalteca, cautivo de los mexica, temido por su gran estatura y los diestros y mortíferos golpes de su enorme macuáhuitl (macana o porra), con puntas de Tzinapu (obsidiana). Tlahuicole aprestó y arengó a sus guerreros y emprendieron la marcha rumbo a Taximaroa, que era la “raya” (frontera o lindero del reino purépecha, con la finalidad de avasallar y someter a quienes también se nombraban Hijos del Sol.

Era enorme el número de guerreros que conformaban los escuadrones mexica, que eran encabezados por los Cuauhuéhuetl (Caballeros Aguila), quienes comandaban y organizaban cada uno de ellos; les seguían los Caballeros Tigre, Los Caballeros Jaguares, etc., hasta los últimos rangos militares, todos vestidos, emplumados y enjoyados según su categoría y armados con sus chimalli (escudos), hachas de piedra, porras y macanas reforzadas con metales, lanzas con punta de pedernal, arcos, flechas, átlat (lanzadardos con sus respectivos y mortíferos dardos).

Mientras tanto, Zuangua el Cazonci, vocablo que en náhuatl significa el que no se descalza o el que no se quita los cacles (sandalias de cuero), al enterase de la próxima incursión de los azteca, concentró en Taximaroa a sus también innumerables ejércitos que rivalizaban con sus sempiternos enemigos en valor, vestimentas, joyeles y arreos de guerra, con sus rodelas (escudos) de oro, plata o cobre, sus varas (lanzas) con punta de tzinapu, hachas de cobre, porras claveteadas y macanas con cilindros de metal, además de sus temibles hondas. En el centro del caserío y al pie del Cu (templo) dedicado a Tata Huriata (Padre Sol), estaba colocada una gran pila en forma de tazón circular, labrada en una sola pieza de piedra arenisca, con una altura de 0.97 mts. por 2.70 mts. de diámetro y 0.27 mts. de espesor, con un peso de 5 a 6 toneladas y que era utilizada en las ceremonias y ritos religiosos. El Cazonci ordenó que dicho recipiente fuese llenado con pulque,

bebida muy utilizada en esa época, en lugar de plantar sus estandartes y colocar sus batallones fuera de la uatzotacate que defendía la ciudad, mandó abrir la entrada de la misma y colocar una inmensa cantidad de bastimento (comida y bebida), en torno a la mencionada pileta de piedra: había puscuas (atoles de varios sabores de frutas), memelas (tortillas de maíz), corundas (maíz, molido, cocido y envuelto en hojas verdes del mismo) churipos (carne de animales cocida con chiles), conejos, gallinas silvestres, guajolotes, tlacuaches, venados, armadillos, topos, ardillas, hurones, garzas, patos, achoques y pescados asados o condimentados con axí (chiles) y tomates; también había frixoles tiernos (ejotes), calabacitas, elotes, chayotes, hongos, verdolagas, huitlacoches (hongos del maíz), quelites, etc., todo guisado y condimentado según la cocina michoaque. También había xícaras (jícaras) rebosantes de capulines, tejocotes, frutillas y maíz tostado con miel de abeja y de maguey, zarzas, moras, chumpines, pichecuas, talayotes y demás productos comestibles del rico y feraz territorio michoacano.

Una vez que fueron colocados todos estos alimentos, y avisado el Cazonci que el enemigo estaba por arribar a la población, éste hizo evacuar a todos sus habitantes, ocultando a sus escuadrones en lugares estratégicos alrededor de Taximaroa, y, simulando una retirada dejaron el tendido de comida y bebida, las fogatas y las antorchas de los Cúes (templos) encendidas y las puertas de la uatzotacate abiertas. Los azteca, fatigados por las 50 leguas recorridas, hambrientos y sedientos, jamás imaginaron que estaban ante una estrategia, creyendo que los Purépecha habían emprendido una precipitada y vergonzosa huída, comenzaron a lanzar gritos de triunfo, a entonar himnos de victoria y se dispusieron a saciar su hambre y su sed, comiendo y bebiendo hasta la saciedad, lo cual provocó que hartos, ebrios y cansados cayeran en profundo sueño, mientras los ejércitos de Zuangua emergiendo de sus escondites mataron a los centinelas,

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liquidando en breve lucha a la mayoría de los casi inermes integrantes de las Mesnadas azteca, quienes regresaron a Tenochtitlán con un grupo de hombres maltrechos al mando de un Tlahuicole herido y avergonzado, quien, enfrentando la ira de Moctezuma le rogó que fuese muerto, luchando contra varios contrincantes, para morir como un guerrero de su categoría y paliar un poco su vergonzosa derrota.

Esta hermosa leyenda, de contenido histórico, ha quedado en las crónicas como un testimonio del Valor, la Nobleza y el genio militar de los Purepecha y su emperador Zuangua, quien murió al poco tiempo víctima de la viruela, peste que iba extendiéndose como el heraldo de la llegada de otra: la de los conquistadores españoles.

Como un mudo testigo de esta narración, tenemos la fortuna de contar con la pila de piedra que aún existe en el interior del templo principal de nuestra actual Cabecera Municipal, que durante algún tiempo fungió como pila bautismal, que es motivo de admiración de propios y extraños y que nunca hubo traición sino estrategia pura en la defensa de la antigua y muy digna Taximaroa, hoy moderna y progresista Ciudad Hidalgo.

Martha Elba Durán Valdovinos

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Hidalgo en los Libros. Introducción,

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Estampas - Bibliografía