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San Alberto Hurtado SJ LA VIDA AFECTIVA EN LA ADOLESCENCIA E STUDIO DE PSICOLOGÍA PEDAGÓGICA Serie de Artículos publicados en «La Revista Católica» 1

Hurtado - Vida Afectiva de La Adolescencia

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San Alberto Hurtado SJ

LA VIDA AFECTIVA EN LA ADOLESCENCIA

E S T U D I O D E P S I C O L O G Í A P E D A G Ó G I C A

S e r i e d e A r t í c u l o sp u b l i c a d o s e n

« L a R e v i s t a C a t ó l i c a »

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INTRODUCCIÓN

La adolescencia y el educador

Época trascendental en la vida es la adolescencia. Naci-miento de una nueva personalidad. Profunda crisis fisioló-gica, sentimental y moral. Primeras concepciones de un plan de vida que encuadre su personalidad naciente. Ensa-yos de adaptación al ambiente social. Fijación de normas de vida. Eso es fundamentalmente la adolescencia.

Todo este proceso psicológico, profundo y extenso, va realizándose como a tientas al principio, en medio de ensa-yos más o menos dolorosos. Una multitud de tendencias, contradictorias muchas de ellas, bullen en el alma del ado-lescente y le tirantean en todas direcciones: tendencias a lo noble, a lo generoso, hasta el heroísmo, junto muchas veces con inclinaciones egoístas, de indolencia, de pereza. Una alegría turbulenta cede el paso a una honda melanco-lía; a una descarada insolencia, una timidez invencible. Así alternan también la sociabilidad y la tendencia a la sole-dad; la fe en la autoridad y el radicalismo revolucionario; el impulso aventurero y la tranquila reflexión. Es un ser nue-vo que nace en medio de dolores, los dolores propios de todo nacimiento. La naturaleza se acerca con sus ensayos al centro mismo de la personalidad que está formándose. Y antes de centrarse ve ante sí todos los caminos que le brinda la vida y que le atraen con fuerzas desconocidas.

No se ha visto a nadie que haya designado los comien-zos de la adolescencia como años felices, aunque todos recuerden en ellos años de una alegría desbordante. Y na-turalmente el joven que se encuentra en medio de este

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desorden interior tan complejo, no se comprende a sí mis-mo y siente un anhelo inmenso de ser comprendido. La educación no puede darse en esta época de la vida sin una comprensión profunda del alma del adolescente. El que lo comprende, por el sólo hecho de comprenderlo influye so-bre él porque señala, subraya, afirma en él determinados rasgos entre la multitud de formas contradictorias. Esta comprensión puede rebajar y destruir si acentúa y valoriza a los ojos del adolescente los rasgos menos valiosos; y puede engrandecer, llevarlo aún al heroísmo, si afirma los rasgos nobles y los encausa dentro del plan de la Providen-cia.

El único método de educación en estos años es la com-prensión elevadora; y padres y educadores no podrán edu-car por más que amen a los jóvenes si no quieren hacerse cargo de sus problemas, escucharlos vibrando con las preocupaciones de su alma, apoyar con su experiencia más fuerte las debilidades de un alma tierna que lucha como a ciegas.

Comprensión llena de respeto necesita el adolescente. El es medio hombre y medio niño: a veces enteramente niño, y otras enteramente hombre; pero en todo caso exi-ge que se le tome en serio, que se le respete como si fuese un hombre. Susceptible en extremo tiene un sentimiento exagerado de su propia dignidad, que necesita ser tratado con mucha indulgencia. El alma que florece por primera vez solicita tanto más respeto de los demás, sobre todo de los adultos, cuanto que no está todavía enteramente segu-ra de sí.

Tomar en serio al adolescente, penetrar dentro de su alma, respetar su personalidad naciente, comprender sus problemas, orientarlos suavemente, eso es educarlos. El

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tomar en serio al adolescente es lo que caracteriza la edu-cación inglesa y alguna de las tendencias de la Educación Nueva en lo que tienen de más aceptable. Por desgracia esta comprensión no es el patrimonio innato de todo padre de familia ni de todo educador. Su alma está muy lejos de su propia adolescencia: ha madurado en exceso, como dice Holderlin. Pertenece a otra generación; y cada gene-ración tiene su psicología propia, su manera de ver, su manera de sentir. Por eso es que muchos adolescentes no se sienten comprendidos por sus padres y educadores, no se atreven a acudir a ellos en los momentos difíciles de su vida y han de resolver sólos problemas trascendentales que requieren una experiencia más vasta y un juicio más sereno que el suyo. ¡Cuántos daños graves se habrían im-pedido si en su crisis de adolescencia hubiesen encontrado estos jóvenes una mano más fuerte que la suya que los guiase con seguridad y con cariño! Al menos ¡cuántos pa-sos inútiles habrían ahorrado si hubiesen conocido la expe-riencia de los que les han precedido en el mismo camino!

Adolescencia y afectividad

Entre las tendencias nuevas que solicitan al adolescente las de orden afectivo son las que más vivamente exigen ser orientadas por el educador. Aspectos completamente nuevos para él aparecen repentinamente en sus relaciones con las personas que le rodean: entusiasmo desbordante por algunas, sentimientos de intimidad nunca antes gusta-da con algunos compañeros, afectos tiernos, delicados, caballerosos para con adolescentes del otro sexo, rachas de pasión que le perturban, necesidad de ser completados, guiados por personas mayores que encarnan para él todo un ideal, multitud de tendencias que suben y bajan, alter-nan fácilmente con sentimientos contrarios y que les traen profundamente desorientados.

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Todo lo que le rodeaba cuando niño no le preocupa. Hasta ahora había vivido sumergido en este mundo gozan-do de sus encantos, casi sin distinguirse de él, sin tender a los objetos como a algo distinto de sí mismo, como a algo que él debiese poseer o perfeccionar. Pero adolescente, cosas y personas adquieren para él una coloración del todo diferente: se refieren a su persona, le invitan a colaborar con ellas, se le muestran como un bien apetecible. Co-mienza una lucha en su alma, un desgarrarse ante tenden-cias que le solicitan de todas partes, muchas de las cuales —él lo comprende— han de ser sacrificadas.

¡Feliz el adolescente que en estos momentos encuentra un amigo, cabe sí que le descubre el sentido de su vida y le esclarece el plan providente de Dios sobre todo lo que le rodea!

Modesta colaboración a la educación de los adolescen-tes son estas páginas, resumen de las conclusiones de la moderna psicología y de observadores avisados, que en esta materia son psicólogos de mayor valer que los de la-boratorio. Spranger, Mendousse, Aspiazu, Foerster, los conferencistas de la Association des parents, son los auto-res que más directamente nos han inspirado. Con frecuen-cia son citados textualmente aún sin cuidar de hacer refe-rencias. Cuando un pensamiento cristaliza una idea, no hay por qué buscar otro mejor, en una obra que no aspira a la originalidad, sino a difundir las sanas ideas que orien-ten a la adolescencia en el más íntimo de sus problemas.

Una discusión teórica sobre la naturaleza de la vida afectiva ha parecido necesaria dado el enorme auge de modernas teorías, espiritualistas sólo en apariencia, que pretenden reducir toda la floración afectiva del alma a una pasión de los sentidos. Vindicar la espiritualidad de los

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afectos más nobles ayudará a comprender mejor su pleno significado y su función en la vida.

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I. NATURALEZA DE LA VIDA AFECTIVA

Dualismo de tendencias

Mucho se ha discutido estos últimos años —y la discu-sión continúa todavía— sobre la naturaleza de la vida afec-tiva. Hasta ahora se admitía comúnmente la existencia de afectos de orden superior, y de otros de orden meramente sensible. La conocida metáfora de Platón del alma humana comparada a un carro llevada por dos caballos era enten-dida casi sin discusión en el sentido de las dos series de tendencias que agitan el alma una de orden ideal, supe-rior, estético, y otras de carácter corporal entre las cuales se cuentan las libidinosas. Ambas tendencias son igual-mente primarias e irreductibles entre sí. Pero ha venido el psicoanálisis y, aunque mucho pueda discutirse sobre el pensamiento definitivo de Freud en esta materia, es indu-dable que gran número de psicoanalistas y de vulgarizado-res del psicoanálisis han querido reducir todas las activida-des humanas en su último substratum psicológico al impul-so sexual, entendido en el sentido del impulso dirigido a la consecución de la libido. Toda actividad espiritual, toda creación ideal, todas las manifestaciones del amor y la amistad son concebidas por estos autores como meras transformaciones de la sexualidad. El fundamento ontoló-gico último de estas manifestaciones a primera vista más espirituales, sería por tanto sexual. Un estudio sobre la evolución de los instintos superiores nos confirmaría, se-gún los psicoanalistas, en la creencia que las pasiones su-periores no son sino un estadio de dicha evolución, aquel

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precisamente en que los instintos sexuales se espirituali-zan, se subliman.

Los psicoanalistas hablan de sublimación por estimar, adhiriendo a la opinión general, que los objetivos sociales a que aspiran las tendencias sublimadas son superiores a los móviles de suyo egoístas que orientan los instintos más inmediatamente sexuales.

La teoría psicoanalítica en cuanto sostiene la unidad primitiva absoluta de las tendencias afectivas es rechaza-da en el terreno de la psicología. Con razón afirma Max Scheler que si la opinión de Freud es que los actos espiri-tuales, así los que intervienen en todo como conocimiento y actividad artística, como en las labores profesionales, provienen de una libido reprimida es innecesario discutir tal opinión, pues una alquimia espiritual que transforme la libido en pensamiento, en bondad y otras actividades se-mejantes es algo completamente inexplicable. Es además ininteligible cómo en la hipótesis freudiana que la libido sea la energía psíquica total, pueda la libido dar origen a fuerzas y energías destinadas a reprimir y poner diques a la misma libido... Aquí aparece la libido como un ser mito-lógico, semejante hasta en los detalles al "yo" fichtiano que se limita a sí mismo".

Spranger explica el extravío teórico del psicoanálisis por el hecho que Freud aunque ha superado el materialismo fisiológico, no ha salido, sin embargo, del campo del mate-rialismo psicológico. La tácita suposición metafísica freu-diana sería ésta: la existencia del impulso sexual es com-prensible por sí misma, no así la naturaleza de los impul-sos que necesitan hacerse comprensibles, y para hacerlos comprensibles introduce gratuitamente la hipótesis que la sexualidad está a la base de todas las demás tendencias,

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que no son sino sus transformaciones. Pero, notémoslo bien, no es ésta sino una afirmación gratuita. Y las afirma-ciones gratuitas no se refutan: se niegan, mientras no se las pruebe. Con razón dice Spranger que "semejante psico-logía no es psicología de fondo, sino en verdad, psicología de superficie. Se atiene a lo más asequible sensiblemente, y afirma que esto se halla detrás de todo, como verdadera fuerza generadora".

La sexualidad es evidentemente un componente de la vida afectiva, un elemento de especial importancia que se halla en íntima relación con los otros elementos de afecti-vidad dada la indisoluble unidad del compuesto humano, pero no la fuente única de la vida afectiva. Al establecer esta afirmación no caemos en el error de considerar la se-xualidad como una degeneración, como una caída del es-píritu en lo natural y material. Lo corporal no es como lo sostenían los maniqueos y los gnósticos el ángel caído. En la totalidad del alma son ambos aspectos: el erótico ideal y el sexual sensible, igualmente primitivos. Sólo el amor ideal, como una fuerza distinta de la sexualidad es el que puede interpretar el sentido del proceso de la generación corporal, como un destello del contenido espiritual de la naturaleza creadora. Ambas tendencias están llamadas no a luchar sino a completarse. Sólo en el amor ideal se reali-za plenamente el sentido de la sexualidad.

Una consecuencia inmediata de la multiplicidad de fuen-tes de la vida afectiva es que el amor estético y la sexuali-dad pueden andar separados. Tendremos entonces que pueden existir por un lado el afecto ideal puro, ignorante de la vida sexual y que receloso se mantiene lejos de ella con infinito pudor y timidez para realizar más plenamente el sentido del amor trascendente que le embarga; y por otro una mera sexualidad sin afectividad ideal, que será

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únicamente un fenómeno natural, vacío del sentido que debe llenarle. El amor puramente ideal puede ir tan lejos en su separación de la sexualidad que trascendiendo todas las bellezas creadas ame únicamente la belleza misma, la belleza increada que su mente ha conocido como infinita-mente superior a todas las bellezas creadas. Otras veces este ideal trascendente sin dejar de ser él la fuente princi-palísima de tracción irá unido a un objeto empírico acci-dental en que se incorpore el ideal mismo, muchísimo más perfecto que la forma material en que se transparenta.

El adolescente conoce ambas manifestaciones de la vida afectiva, pero mientras continúe siendo espiritual en un rincón de su ser no puede contentarse con la sola se-xualidad, sino que aspirará a un amor más ideal y trascen-dente. Más aun, se sentirá deprimido al verse solicitado por intereses puramente corporales, condenado a una lu-cha que le impide realizar plenamente la integración armó-nica de su personalidad.

El amor estético o ideal no es por tanto una función de la vida sexual, ni la vida sexual es una degeneración de la vida afectiva superior. Ambas se diferencian en su origen y en su fin, pero se unen por cuanto residen en el mismo sujeto; se reúnen además en los momentos en que nace en el alma ese amor que es a la vez espiritual y corporal que lleva al ser humano a perpetuarse en este mundo.

El amor estético

Antes de estudiar la naturaleza íntima del amor estético no está demás indicar las notas propias del instinto sexual para que aparezca más claramente la diferencia entre am-bos. No es ciertamente sexual toda tendencia en la cual el cuerpo aparece como fuente de placer ya que la nutrición y el movimiento dan origen a satisfacciones corporales de

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orden muy diferene a las libidinosas. Dejando a un lado las controversias psicológicas nos contentaremos con apuntar aquí que en sentido estricto esta noción coincide con el placer producido por los órganos destinados a la genera-ción. Otra clase de conmociones podrán ser sensibles, pero no sexuales en sentido estricto.

Una tendencia afectiva en cambio es amor ideal cuando sin apetencia de goce o posesión real y corporal une al sujeto a un objeto visto ya sea real, ya imaginariamente. Esta intuición del objeto es elemento necesario del goce estético. El amor estético es originariamente una unión de las almas facilitada por la transparencia de las mismas en la apariencia del cuerpo. La raíz del amor estético es la gracia de la fuerza corporal, pero no únicamente en cuanto belleza sensible, en cuanto forma, en cuanto líneas, en cuanto ritmo, ni en cuanto colorido, sino en cuanto todos estos elementos son la expresión de un alma. Es la forma del alma la que hace hermoso el cuerpo al brillar a su tra-vés. La forma fundamental del amor estético es por tanto la contemplación del cuerpo animado.

Se distingue claramente este amor del amor paterno, del amor fraternal no menos que del sentimiento religioso de caridad, o amor cristiano.

Es un amor a algo bello; y no simplemente amor al arte, o amor a la idea sino en primer término amor a una belleza viva. Tiene su punto de partida en la contemplación de la belleza del cuerpo humano. En los grados superiores de su evolución el amor estético se hace más hondo convirtién-dose en el amor a la pura belleza psíquica.

Junto a este sentimiento de admiración de la belleza corporal se mezcla en el amor estético un sentimiento de gratitud indefinible porque puede el hombre contemplar algo tan bellamente organizado, sentimiento que en último

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término tiene un fondo religioso. A este aspecto va tam-bién unido un infinito temor ante la revelación de la natu-raleza que le hace reprimir deseos más bajos tan pronto aparecen. La fuerza nostálgica de este amor hacía arran-car al poeta de la Divina Comedia armonías sublimes. Goe-the ya anciano recordando sus amores de mocedad escri-bía:

Ante su mirada, como ante el poder del sol,ante su aliento como ante las auras de la primavera,se derrite, por largo tiempo que se haya mantenido gla-cialmente rígido,el amor propio, hundido en sus cavernas invernales.No hay egoísmo ni obstinación que dure;ante su llegada desaparecen estremecidos.... de esta venturosa elevaciónme siento partícipe cuando estoy ante ella.

Un íntimo temblor, la adoración de algo elevado, una profunda timidez, y la vergüenza de la propia insignifican-cia caracterizan al amor estético. El cual se dirige, a través de la apariencia humana, hacia la idea eterna que la anima y la convierte en la forma que tiene, en la medida que la armoniza, en la vida que la anima. Todo esto lo expresa bellísimamente Platón, y con razón la humanidad ha dado a este amor el nombre de Platónico.

Evolución del amor estético

Lo primero que atrae la atención del adolescente es la contemplación de la belleza corporal, las líneas, la forma, el color y no tanto el espíritu que se transparenta por me-dio de ellas, aunque en todo momento la transparencia del alma es un elemento fundamental de este amor. A medida que la evolución psíquica se va acentuando aprende el adolescente a ver la belleza más y más espiritualizada y

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entonces puede una forma que en el sentido corporal no era bella llegar a resultar bella en el sentido ideal. Hay estudios interesantes sobre la impresión producida por personas feas que resultan bellas tan pronto hablan y su interior se transparenta de alguna manera sensible. Platón refiriéndose a Sócrates dice que exteriormente parecía un sátiro, pero que era en su interior un dios de hermosas proporciones; Alcibíades, en cambio, joven de líneas armo-niosas, pero de alma ruin, producía una impresión de re-pulsión al ser conocido íntimamente. Las almas ricas as-cienden espontáneamente a este plano del amor estético y llegan a penetrar lo espiritual a pesar de su símbolo mate-rial, o por lo menos llegan a aprehenderlo sin necesidad de la belleza corporal. Esta forma de amor ideal es evidente-mente más fecunda que la primera.

La contemplación de la belleza corporal es, pues, el acto preparatorio, inaugural, por decirlo así, del amor estético. Viene después el descubrimiento de las cualidades espiri-tuales del sujeto, hecho que más que del carácter de des-cubrimiento participa del de adivinación de su alma. En la adolescencia esta adivinación es con frecuencia irreal: el amante cree haber descubierto realmente las cualidades del sujeto amado, pero en el fondo no ha hecho más que proyectar en otra alma las cualidades que él desea ardien-temente encontrar en ella.

Cuando la íntima penetración de las almas ha sido obte-nida, vibrarán éstas al unísono, sonarán acordes. Habrá brotado entre ellas la simpatía comprensiva, la armonía profunda de las almas. Esta simpatía crecerá o disminuirá según se funde en una adivinación real o irreal de las al-mas. El fundamento de la simpatía es la contemplación externa de la belleza que llega a convertirse en una com-penetración de las almas, en una comunidad de las vidas

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que participan de los mismos valores profundos y espiri-tuales.

A medida que avanza el hombre tiende a desprenderse cada vez más de la envoltura sensible que simboliza el ideal estético y busca en el más allá una persona de alma ilimitadamente bella, que él pueda comprender y con la cual pueda simpatizar. El término ideal de este proceso es el presentimiento de lo divino, incluso bajo el disfraz de la realidad, y una aspiración inmensa de unirse a la divinidad. Esto es propio de la edad adulta. El descubrimiento de lo divino en algunos va unido a errores panteístas, en otros está libre de esta equivocación, pero no es menos cierto que el último término del amor estético trasciende al hom-bre.

Fundamento del amor estético

¿Qué es lo que hace que la forma corporal nos aparezca bella en ciertas ocasiones, bella en cuanto refleja un alma hermosa? A esta pregunta planteada en el terreno filosófi-co no podemos responder sino que la causa reside en el poder de adivinación que poseemos para captar lo psíqui-co a través de su envoltura corporal. La belleza psíquica que cautiva consiste en que el alma ha podido seguir libre-mente la íntima ley de su desarrollo, evolucionando en armonía con todas sus tendencias fundamentales.

Podemos con todo avanzar una precisión ulterior sobre el fundamento del amor ideal y es la polaridad de las al-mas, sobre la cual descansa ordinariamente. Un alma tien-de espontáneamente a amar más bien que aquella que se le parece, otra alma que le ofrezca un complemento espiri-tual. El alma ingenua, natural, sencilla, la que florece en la inconsciencia de sí misma siente un ansia ardiente de la forma clara, fundada en la conciencia neta de sí misma. La

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que es en sí indivisa y oscura siente el anhelo de lo dividi-do y consciente de sí mismo. El espíritu maduro, por el contrario, siente el anhelo de un alma plástica. Estas dos formas de alma se buscan para completarse, para dar y recibir mutuamente las cualidades que han de perfeccio-nar su personalidad mediante un recíproco dar y recibir. Así se explican esas afectividades entre seres a primera vista completamente diferentes, que los observadores su-perficiales no suelen comprender y que tienen, sin embar-go, en la misma diferencia de caracteres su explicación psicológica más profunda.

Realismo e irrealismo en el amor estético

El amor estético no siempre se funda en la realidad. Al brotar por primera vez los efectos de una manera particu-lar, aunque a veces también después, el amor ideal se ali-menta de elementos que no se encuentran realmente en la persona amada. La comprensión de la realidad por el ado-lescente está muy lejos de ser total y con frecuencia cree él descubrir en la otra persona los rasgos psíquicos que inconscientemente desea encontrar en ella. No considera a la persona que ama tal como es, sino tal como quisiera que fuese. Para distinguir el ideal de la realidad sería nece-saria una madurez física mucho mayor.

Hay en este procedimiento psicológico un elemento educativo de gran valor, pues el amante ve en la persona amada el propio modelo dotado de las cualidades que él ha de imitar.

La persona que transparenta un ideal estético es para la otra persona la encarnación viviente del valor del mundo y de la vida. Eso va a veces tan lejos que el valor que uno busca cree encontrarlo realizado en forma completa en la persona viva objeto de su afecto. La fe del adolescente en

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el ideal es la fe en una persona. ¡Ay si esta persona no cumple lo que promete! El mundo entero puede aparecer al desilusionado adolescente como reducido a escombros. El adolescente es exigente; reclama del otro lo absoluto, lo perfecto. La mujer, aun pasada la juventud, persiste en considerar el mundo a través de la persona que refleja el ideal estético que se ha forjado. Puede también decirse que los jóvenes que continúan encarnando los valores en una persona y no se acostumbran a estimar el valor en sí mismo tienen un rasgo que no es masculino y que habrán de corregir.

La afectividad en la adolescencia es de suyo inconstan-te precisamente a causa de su falta de realismo. Los afec-tos de adolescencia pasan necesariamente por una crisis. Al avanzar en la vida el joven penetra más profundamente la realidad, cambia interiormente, desarrolla más su verda-dera individualidad y todos estos factores hacen que la proyección sentimental que cimentaba el afecto no pueda mantenerse más tiempo y que la crisis afectiva no tarde en producirse. Esta crisis acaba con muchos afectos.

En ningún caso, con todo, los afectos de adolescencia sucumben totalmente. Los que han sido conmovidos por un mismo afecto durante estos años no pueden despren-derse después íntima y totalmente el uno del otro. De las relaciones de adolescencia penden demasiadas cosas que recuerdan años muy hermosos de la vida, hermosos preci-samente por ese carácter de ensueño, de irrealidad. Los años de adolescencia son años de mucha confianza en la vida, confianza que fue encarnada en los afectos que en-tonces brotaron. Queda, pues, una tranquila nostalgia, qui-zás en la superficie un lazo flojo, mientras en el fondo de las naturalezas afectivamente ricas sigue ardiendo quizás tenuemente el recuerdo de los afectos de la primavera de

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la vida. El ideal que se ha amado en esos años no muere totalmente.

Carácter ideal del amor estético en la ado-lescencia

El hecho más importante de la psicología de la afectivi-dad en la adolescencia es que en los años de evolución la naturaleza mantiene separado el amor estético al instinto sexual. Al madurar plenamente el hombre, esto es al dejar de ser adolescente, ambos aspectos pueden unirse y ar-monizarse, lo cual no quiere decir que si el amor persiste exclusivamente espiritual sin ninguna tendencia corporal ese amor sea de suyo menos fuerte ni menos valioso. En el alma del adolescente el amor estético y el instinto sexual están, pues, rigurosamente separados en el terreno de la conciencia. En la adolescencia la sexualización de lo eróti-co destruiría el amor ideal. Esta es una afirmación de gran trascendencia y cuyas consecuencias pedagógicas estudia-remos próximamente.

Esto no quiere decir que no exista una unión subcons-ciente, que se traduce a veces por los arrebatos de celo, que muestran que si no en la conciencia al menos en la subconciencia hay un enlace entre ambas tendencias. El amor estético puro, tal como se puede concebir por su no-ción misma, no da ocasión a celos ya que la participación de un goce estético es de suyo ilimitada. No hay que olvi-dar con todo que el ser humano es uno y que hay una ínti-ma unión entre todos los procesos anímicos y que esta unión substancial hace que el objeto de atribución de nuestras acciones experimente simultáneamente tenden-cias diferentes, que no por existir al propio tiempo se des-truyen ni se estorban, ni afean las inferiores a las superio-

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res con tal que el ímpetu pasional inferior no sea plena-mente querido por la voluntad libre del individuo.

Los fundamentos teóricos de la afectividad en la adoles-cencia que hemos estudiado nos han sido suministrados por la psicología empírica y en particular por Spranger. La psicología behaviorista no menos que la psicología profun-da tienen pocas conclusiones que ofrecernos sobre el par-ticular.

Pasemos ya a estudiar las diversas manifestaciones de la vida afectiva que se presentan durante la adolescencia: la amistad, el amor, las relaciones entre los adolescentes de edad diferente, el entusiasmo afectivo. Terminaremos esta materia considerando la variabilidad de la vida afecti-va en la adolescencia.

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II. LA AMISTAD

Rousseau hace notar que el primer sentimiento de que es capaz un joven educado cuidadosamente no es el del amor, sino el de la amistad.

Las camaraderías entre niños no dejan casi nunca un rastro. Se hacen y se deshacen al azar de los encuentros. Las amistades de los adolescentes en cambio, las amista-des de colegio como se las llama, son tan tenaces a veces que resisten a la mayor parte de las causas de destruc-ción, a las diferencias de gustos, de intereses, de profesio-nes, de ideas, hasta a las largas separaciones. Los amigos de adolescencia no se desprenden nunca totalmente el uno del otro. Entre los catorce y los dieciocho años el im-pulso que lleva a un adolescente a buscar la amistad de otro compañero es un sentimiento tan fresco, tan rico a pesar de su imprecisión, tan vivamente sentido y tan nue-vo que todo el hombre se conmueve.

Las grandes obras de la literatura mundial están llenas de recuerdos de amistades profundas. Virgilio nos recuer-da en la Eneida la escena de la amistad fiel hasta la muer-te de Niso y Euríalo. Ya antes la Sagrada Escritura nos ha-blaba llena de emoción de la amisad de David y Jonatás, San Agustín, en sus Confesiones, con palabras tan bellas en su original, que es imposible traducirlas sin descolorar-las llora la muerte del "amigo que florecía junto conmigo en la flor de la adolescencia... Mi corazón se ha entenebre-cido de dolor y todo cuanto veía era muerte para mí. Y la patria me era suplicio, y la casa paterna asombrosa infeli-cidad, y todo lo que había comunicado con él, sin él me era

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gran tormento. Mis ojos le buscaban en todas partes y no le encontraban; y odiaba todo porque no le tenía a él y porque no podría decir: ya viene él, como cuando vivía y estaba ausente".

Michelet hablando de una amistad de adolescencia cali-fica el primer encuentro con su amigo como el mayor acontecimiento de su juventud. Y ¿quién recordando sus años de adolescencia no se detendrá conmovido ante esas impresiones llenas de frescura y de emoción como des-pués difícilmente volverá a encontrar?

La plasticidad del carácter es tal en esta época que es casi imposible que un régimen y una educación idénticos no creen, aun en las almas más diferentes, una especie de parentesco espiritual que muy difícilmente puede obtener-se entre los que se acercan a la veintena. La camaradería entre estudiantes universitarios es totalmente diferente de las amistades de colegio. Los universitarios viven juntos, pasean juntos, forman parte de las mismas asociaciones y, sin embargo, el vínculo formado entre ellos no es de ordi-nario tan durable ni tan fuerte a no ser en las almas más sensibles, más depuradas, que conservan su adolescencia psíquica algunos años más.

Amor y amistad

Una duda asalta con frecuencia a los educadores sobre la naturaleza de los sentimientos que unen a los adoles-centes entre sí. ¿Cuándo hay amor, cuándo amistad? Cice-rón definía la amistad: "El perfecto acuerdo de dos almas sobre las cosas divinas y humanas junto a una benevolen-cia recíproca"; y San Francisco de Sales decía que la amis-tad es un mutuo y manifiesto afecto por el cual nos desea-mos y procuramos el bien los unos a los otros, según las reglas de la razón y de la honestidad. Aristóteles más bre-

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vemente aún la llama "un alma en dos cuerpos". La simpa-tía juvenil será por tanto amistad cuando domine en ella una mutua confianza, la necesidad de estima, la comunión de ideas, la prosecución común de fines ideales. Estos son los elementos más propios y característicos de la amistad.

A los sentimientos propios de la amistad se mezcla, sin embargo, a veces un amor más sensible, que llega a pare-cerse al amor sexual, por el deseo de confidencias, por los celos, por el ansia de posesión exclusiva, y por las tormen-tas interiores. Estos afectos por el sólo hecho de presentar-se a la mente no desvirtúan, sin embargo, la amistad de su carácter de pasión espiritual, ya que dada la íntima unión del ser humano, en todos sus afectos reacciona el hombre entero y no cada una de sus partes por separado. Hasta para formar las ideas exclusivamente espirituales, realiza de alguna manera el alma humana el axioma de los esco-lásticos "anima corporata". El alma en esta vida obra como informando íntimamente al cuerpo. Es de todo punto falsa la concepción de Descartes que imaginaba el alma como unida extrínsecamente al cuerpo, como el cochero está unido al coche en que uno viaja, o el marinero al barco que dirige, pudiendo por tanto prescindir en sus operaciones superiores del cuerpo en que está prisionera. La concep-ción escolástica en cambio nos afirma que el cuerpo y el alma son dos principios substanciales incompletos que se unen para formar un solo sujeto, una sola naturaleza, una sola sustancia. No es, pues, de extrañarse que aún los sen-timientos espirituales traigan consigo su repercusión orgá-nica, que por el sólo hecho de existir no los vician ni conta-minan.

Pero si bien es cierto que puede subsistir el sentimiento de amistad a pesar que se introduzcan subrepticiamente sentimientos de orden superior, corre, con todo, peligro de

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degenerar si se consiente voluntariamente en ellos. La aceptación plenamente querida de elementos de orden libidinoso, tales como la búsqueda de caricias, los celos consentidos, la prolongación de confidencias tiernas, indi-can una ansia de posesión exclusiva que desvirtúa la pure-za de la amistad y la convierte en un amor peligroso.

Resulta difícil a veces distinguir entre amor y amistad y es, sin embargo, necesario ensayar una delimitación de los campos para estar seguros de encauzar correctamente la afectividad del adolescente. El P. Arturo Veermeersh, S.I., universalmente conocido como una de las mayores autori-dades en materias morales en su hermoso libro De castita-te, desgraciadamente agotado, pretende distinguir así el amor y la amistad:

"El amor quiere una posesión absolutamente exclusiva. La amistad en cambio admite una participación afectiva con otros, aunque restringida a un grupo pequeño. El amor nace más bien de la simpatía física. La simpatía física no basta a la amistad, no es necesaria, ni suficiente, ni reque-rida en absoluto. El amor nace súbitamente: una mirada, un encuentro determina el incendio, aunque a veces una larga incubación pueda preceder la declaración. La amis-tad nace poco a poco, a medida que se descubren las cua-lidades morales. El amor se funda entre caracteres opues-tos: uno que domina, otro que obedece; uno fuerte y otro débil. La amistad existe preferentemente (no dice exclusi-vamente) entre jóvenes del mismo carácter y de la misma edad.

El amor es inquieto, la amistad es serena, desinteresa-da.

El amor pide declaraciones repetidas, después adopta el lenguaje mudo. Es celoso; busca las peleas profundas, des-

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pués acercamientos que reanimen la llama. Se pelea bus-cando la dulzura de la reconciliación. La amistad está me-nos cortada por incidentes; es tan poco celosa que los ami-gos sirven de confidentes; no tolera los sobreentendidos.

El amor se expresa por cartas. La amistad, menos, o no las emplea. El amor se pierde por el alejamiento físico, ya que la causa física que lo ha producido no existe. La amis-tad subsiste a pesar del alejamiento.

El amor causa cierto escrúpulo. La amistad no lo causa.

El amor está ansioso de ver, de abrazar, de estrechar la mano, ya que el tacto tiene un papel muy importante. La amistad no busca caricias.

El amor afecta cierto misterio, aparenta ocultar el senti-miento, incubarlo en secreto. La amistad en cambio no afecta secreto alguno.

El amor provoca fácilmente pensamientos y movimien-tos malos. La amistad, no.

Valor pedagógico de la amistad

No cabe duda después de lo que acabamos de exponer que las amistades entre adolescentes traen consigo el peli-gro de hacerse demasiado sensibles y aun de degenerar en pasiones vituperables, y sin llegar a tanto pueden dis-minuir la plena expansión de la personalidad, reteniéndola atada dentro de los límites egoístas. Este peligro existe sobre todo en los internados que no ofrecen los medios adecuados para que el joven pueda llevar una vida no sólo intelectual y religiosamente plena, sino también sentimen-tal o físicamente adaptada a sus años.

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La manera de combatir las amistades peligrosas no con-siste tanto en insistir constantemente en el peligro que ofrecen, sino ante todo en poner al joven en un ambiente donde respire amor a lo grande, a lo bello, amplitud de corazón, heroísmo. En segundo lugar hay que ofrecerle objetos nobles que atraigan y cristalicen las fuerzas afecti-vas exuberantes de su alma, que nadie podrá extinguir sin destruir al propio tiempo su personalidad. Si esto no basta-se, porque el ambiente ha sido anormal, estrecho, mezqui-no y el corazón se ha prendido de lo primero que ha en-contrado a su paso, hágasele ver cuánto lo empequeñece-rá tal efecto desordenado y ofrézcasele al propio tiempo un campo apropiado a su vida afectiva donde encuentre una compensación superior a la pasión que le domina. Si el remedio es aun insuficiente y la pasión tiene verdadera-mente los caracteres de anormal, hágase ver al joven por un médico psiquiatra, pues tal curación excede el dominio de los consejos de los padres y del sacerdote y requiere la ayuda de un médico especialista. El médico y el sacerdote unidos serán los mejores auxiliares del padre de familia en la orientación de la afectividad desordenada de su hijo.

Por lo que respecta a las amistades ordenadas, a aque-llas que revisten las cualidades de la verdadera amistad que señala el P. Veermeersch, no hay por qué temerlas, sino que al contrario hay que alentarlas entre adolescentes llamados a luchar juntos en el mundo.

La amistad bien atendida es la manifestación más es-pontánea de los sentimientos altruistas, con frecuencia comprometidos por la sequedad de una educación dema-siado intelectualista. Ella nos permite prever el grado de generosidad de que será capaz un sujeto y salvo casos anormales de pubertad retardada puede decirse que un joven incapaz de amistad en los años que siguen a la ado-

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lescencia, da pocas esperanzas que sea un hombre que llegue alguna vez a olvidarse por algo que valga la pena.

La buena amistad incita poderosamente a la virtud, por-que convida a imitar las buenas cualidades del amigo; ya que como dice Santo Tomás: "Cualquiera virtud puede atraernos la amistad de los hombres, pues toda virtud es un bien y el bien es amable para todos y vuelve amables a los que lo poseen. Mas, ya que sola la virtud puede hacer-nos amables, síguese que todo defecto, todo vicio en el objeto amado es un obstáculo para la amistad, de donde se infiere igualmente por la razón contraria que la amistad crece, aumenta y se afirma a medida que la virtud va de-sarrollándose".

El P. Gillet, General de los Padres Dominicos, basándose en estas mismas ideas de Santo Tomás insiste en que por regla general el aislamiento es perjudicial al adolescente que lo cultiva y perjudicial a los demás. Sufre el que se aísla porque en la edad en que comienzan la pasiones fuertes es necesario domarlas y cambiarlas en virtudes, tarea en que el adolescente será inmensamente ayudado por el ejemplo de los jóvenes apasionados y virtuosos. Un joven se desanima menos en esta lucha por la vida moral y divina cuando tiene ante sus ojos el ejemplo reconfortante de sus compañeros de batalla. Pero aunque el aislamiento no paralizase las actividades del estudiante, sino que hasta las intensificase "yo me alzaría todavía contra él —dice el P. Gillet— no por sus inconvenientes sociales". En una épo-ca en que todas las fuerzas del mal se unen para realizar sus esfuerzos, es de todo punto necesario que los que par-ticipan de un mismo ideal superior, se unan, es decir, se amen, para satisfacer esas necesidades sociales.

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III.EL AMOR ENTRE ADOLESCENTES

La amistad es el primer sentimiento que se presenta en la adolescencia, pero no el único. Relativamente pronto comienza también a hacer su aparición un sentimiento indefinido que pasa por vicisitudes, que ocasiona a veces crisis violentas en el alma, verdaderas tragedias, que forti-fica otras veces su voluntad para el bien, la regenera y la ensalza. Es el amor.

En los primeros años, hasta los diez aproximadamente, los niños viven ajenos al amor: sus relaciones y sus juegos se basan más que en la gracia del sexo en la fuerza y atre-vimiento que descubren en el otro. El incentivo completa-mente inconsciente de la dualidad de sexos se hace con todo sentir en ciertas ocasiones y se exterioriza en alguna delicada consideración u homenaje infantil, que rompe la línea general de la conducta egocéntrica tan propia de la niñez.

De los diez a los trece años es normal que exista entre los niños de ambos sexos una huraña y orgullosa separa-ción. A ellos "no les importa nada las chiquillas"; ellas los encuentran "tontos groseros". Detrás de esta aparente repulsión puede advertirse, sin embargo, el interés incons-ciente que una parte siente por la otra, interés oculto aún para los compañeros más íntimos, pero que se echa de ver en el cambio de actitud de los niños al ser observados por las muchachas, para causarles impresión con sus fanfarro-nadas. Ellas en cambio se vuelven más silenciosas, más compuestas y en ocasiones, si están varias reunidas y son de carácter vivo, se tornan provocativas y se atreven a

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atacar de palabra. El atractivo sexual no existe en esta edad, como algo consciente.

Después de este período, que se prolonga en algunos durante varios años, sucede una etapa en que los senti-mientos sociales tan propios de la adolescencia, comien-zan a hacerse sentir con fuerza. El joven siente un ansia de sobrepasarse que se traduce por manifestaciones altruis-tas, como renunciar a satisfacciones personales en favor de otras personas, el interesarse por causas nobles, el ha-cer servicios a los demás aunque esto signifique privacio-nes y sacrificios. Entre estos sentimientos sociales hacen sus primeras apariciones las manifestaciones de amor, que no es al principio el sentimiento que mueve una persona hacia otra de distintos sexo para poseerla con exclusión de todos los demás, sino un afecto vago que le empuja a salir de sí mismo, a buscar un derivativo a la inquietud que pro-ducen en él las sensaciones nuevas que comienza a expe-rimentar y que, al propio tiempo, permita cristalizar esos deseos generosos que brotan en su alma de buscar algo mejor que él y semejante a él. No todos conciben ese obje-to como una persona de distinto sexo a la cual hayan de amar. Los que sienten nacer en sí esta pasión se dividen entre los que buscan conscientemente al adolescente de otro sexo, los que flirtean; y los que se retraen.

Los adolescentes que flirtean se exponen a llevar una vida muy superficial, a gastar el tiempo, las energías y el dinero en exterioridades, sobre todo en arreglarse para impresionar a la persona que pretenden. En el fondo su actitud es egoísta. Los adolescentes que llevan esta vida de paseos, de fiestas, de pololeos son en general los de menos valor en ambos sexos, lo que hace que lejos de en-riquecer su personalidad con el trato mutuo, la empobrez-can, y se contenten con manifestaciones puramente exte-

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riores de amor. Estas almas que no aman profundamente tampoco tienen fe en ninguna causa grande. Quien se con-tenta con dar el gran capital de su alma por cosas de poco precio no conserva caudal para adquirir objetos de verda-dero valor.

Los adolescentes que se retraen ante las personas del otro sexo les rinden homenajes menos exteriores, pero más profundos. La imagen amada les impide hundirse en el fango, forma en su alma una fuerza generadora y les inspira un concepto de confianza en la vida que les ayuda-rá poderosamente a luchar y a triunfar.

Spranger no cree que en estos años de adolescencia pueda aparecer un grande y verdadero amor, porque en estas exaltadas manifestaciones se busca demasiado el joven a sí mismo, y porque el alma humana no ha madura-do todavía suficientemente para abrazar en un mismo afecto la persona total, sino que se detiene tan sólo en las perfecciones aisladas. Esta consideración va además agra-vada del hecho que las cualidades que cautivan el corazón en esta época no son propiamente las que el individuo des-cubre realmente en la persona amada, sino las que su fan-tasía ha proyectado en ella, las que habría deseado encon-trar... y no siempre, por desgracia, el deseo se conforma a la realidad.

Pedagogía del amor en la adolescencia

La primera consecuencia pedagógica que brota de todo lo expuesto es la necesidad de orientar estos primeros impulsos afectivos, indicando al adolescente tan pronto se presenten cuál es su naturaleza, cuál su función en la vida, cuál la actitud de alma que ha de tomar ante ellos.

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En ningún caso puede aceptarse la actitud simplista de indignarse ante el niño que se atreve a manifestar cándi-damente a sus padres o educadores el estado de su alma y de pretender poner silencio a sus agitaciones interiores con una palabra de autoridad, con un decirle que de esos asuntos no se habla, que se le va a castigar si continúa pensando en pololeos, o que se le va a poner interno en un colegio. Esa pedagogía demasiado simplista y antinatural no obtendrá su resultado. El niño, aunque de cortos años, es una persona humana que merece respeto y la única manera posible de educarlo consistirá en entrar dentro de su alma, procurando con delicadeza darse cuenta de cuál es su estado de espíritu, cuál la profundidad o superficiali-dad de sus sentimientos y con la experiencia de padre o maestro, pero, con el cariño de amigo hacerle caer en la cuenta de los designios de Dios sobre su vida, y del valor pedagógico de cada uno de sus procesos afectivos.

El niño ha nacido en un ambiente de familia donde for-zosamente ha de vivir. En ese ambiente ha de encontrarse con las amigas de sus hermanas, sus primas, otras niñas que cautivarán sus afectos. El educador ha de prever esta situación y no pretender solucionarla —en los casos nor-males— por el aislamiento, sino por la educación progresi-va de sus instintos dentro del ambiente social en que Dios lo ha colocado.

Una de las primeras indicaciones que ha de darle es que el "flirt" ha de ser combatido enérgicamente, pues él ex-pondría su vida afectiva aún no llegada su madurez, a una catástrofe y a un desengaño fatal, al darse cuenta que el primer ideal de su vida se deshace sin dejar huella. Al idea-lismo podría substituir un escepticismo profundo de la vida.

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Una pregunta surge espontáneamente después de lo expuesto: ¿Cuál es el camino de impedir las manifestacio-nes prematuras del amor? ¿Luchar con él hasta aniquilar-lo? ¿O más bien orientarlo, sublimarlo? El P. Gillet, en su hermoso libro L'education du coeur se hace también esta pregunta: una vez que la educación ha plantado en el alma del joven la honradez humana, la belleza moral, ¿debe ex-cluir de su vida los bienes de orden sentimental o sensi-ble?, ¿debe sacrificarlos, o simplemente subordinarlos? Su-bordonnés, oui; sacrifiés non es su respuesta. La sensibili-dad del joven, sus sentidos tan afinados, su corazón impa-ciente de latir son una riqueza incomparable, un don que Dios le ha dado para ayudarle a darse con más bríos y ge-nerosidad allí donde le llama su deber de hombre honrado y de estudiante católico. Estos sentimientos en su forma plena han de tener un sitio en su vida cuando llegue el momento oportuno. Entretanto conviene que el joven pro-ceda con cautela para no dejarse tomar por el corazón. Puede realizar una vida social conforme a su edad, pero habrá de aplicar la mayor parte de sus energías, aún las de orden afectivo al rudo cumplimiento de su deber de esta-do, animándose en su empresa por un gran ideal clara-mente visto.

Pascal ha dicho que los grandes pensamientos nos vie-nen del corazón. Esto es verdad sobre todo tratándose del joven. Cuando un ideal elevado cae en un alma ardiente, pronta a inflamarse, todas sus energías se agrupan a su rededor. Un joven, sano de espíritu y de corazón, no va de ordinario a la verdad y al deber con un espíritu tranquilo y un querer seco, sino todo entero, con su espíritu, su cora-zón y aún sus sentidos. Todo esto vibra en él y le da ese no sé qué de irradiante que impresiona aun a los más cobar-des.

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Pero para obtener esta actitud es menester que el edu-cador haga vibrar el alma del adolescente con todos los grandes ideales, utilice las energías totales de su ser y no se contente con proponerle un frío razonamiento que le dejará indiferente.

El educador le hará comprender los graves problemas que agitan a la humanidad y que solicitan su colaboración: la miseria del pobre y demás dolores humanos le ofrecen un campo donde ejercer su sed de amor. Para ello ha de consagrar entre tanto sus energías a completar e intensifi-car su formación intelectual, sentimental, literaria, religio-sa y artística que le permitan realizar después una obra eminentemente altruista y generosa. No podrá hacer él nada grande por los demás, si él no es antes una persona de valer, un alma cultivada en todos sentidos. Hasta los estudios más fríos y desligados de la vida afectiva del jo-ven adquirirán así un realce y un nuevo motivo para ser abrazados.

En este trabajo de orientación de las fuerzas afectivas de la adolescencia los estudios sociales deberían tener un lugar preferente, si no en la amplitud de su desarrollo, por lo menos en la intención de los educadores, pues contribu-yen poderosamente a formar el espíritu de simpatía y de colaboración social. La comprensión de la solidaridad hu-mana es un poderoso derivativo al sentimiento vago de amor que apunta en el alma.

La contemplación de la miseria humana, la visita a los hospitales, a las cárceles y sobre todo a los hogares pobres serán de gran eficacia para hacer comprender a los jóve-nes las posibilidades de acción que se les presentan y que solicitan su colaboración generosa. Esta colaboración con-sistirá en su limosna, sus consejos, en sus visitas, pero

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sobre todo en el don total de su amor al pobre que les mueva a estudiar y a formarse convenientemente para trabajar por una solución de justicia social que levante el nivel material y moral de sus protegidos. El amor ideal que bulle en el alma del joven encontrará así un objetivo digno, apropiado a su edad, y será el mejor estímulo para cumplir su deber de estudiante. Es mala política, la política de los anti, la política de las negaciones. En lugar de matar los sentimientos o de ponerles barreras por todas partes ofréz-caseles un campo de acción más elevado.

Esta resolución supone que el adolescente encuentra en su casa y en el colegio un ambiente de idealismo genero-so. Por desgracia ocurre con frecuencia que los hijos viven en un ambiente demasiado preocupado del lucro, de la situación material y donde se cierra la puerta a toda idea que no se traduce en dinero o en comodidades. Padres hay que condenan como quijotadas todas las manifestaciones de generosidad de sus hijos y que no aprecian mientras están en el colegio, sino las notas de exámenes, los pre-mios, lo que después se traducirá en una mejor situación social. Es cierto que el gran deber del estudiante es el es-tudio, cierto también que la pereza es muy astuta y se dis-fraza a veces de deseos de apostolado para dar pábulo a actividades más atrayentes que las monótonas del estudio, pero no es menos cierto que el corazón del niño si ha de secarse definitivamente necesita ponerse en contacto con los grandes problemas que despierten su espíritu de sacri-ficio. El ambiente de egoísmo que por desgracia se respira en tantos hogares, entierra muchos idealismos de la juven-tud y causa después neurosis profundas, acompañadas de egoísmo, avaricia, espíritu de casta, y termina con conside-rar la vida como un mercado. El remedio está en ofrecer al niño y al joven un ambiente donde sus aspiraciones espon-táneas encuentren cabida, donde su vida afectiva pueda

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desarrollarse y donde el deber de estado no sea propuesto como una imposición exterior, sino como una realización de lo más sublime del amor.

El ideal religioso ofrece un campo aun más vasto donde puede actuarse el sentimiento del amor: en primer lugar en la persona adorable del Hombre-Dios, cuya vida no fue sino amor, cuya actuación toda se resumió en esta frase: "pasó por el mundo haciendo el bien", cuyo símbolo más perfecto es el corazón, insignia del amor. Al propio tiempo ese ser, que es Dios, quiere ser amado de sus criaturas. Las invita a una felicidad perfecta, a la plena satisfacción a todas sus aspiraciones. Sólo El podrá saciar la sed infinita de amor que tortura sus almas, y, sin embargo, es desco-nocido de tantos hombres, perseguido por muchos otros, que se ven sumidos en la tristeza, en la desesperación y expuestos a un eterno odio y sufrimiento. Estos sufrimien-tos expuestos gradualmente fortalecerán la voluntad del niño y canalizarán sus aspiraciones amorosas. Su vida reli-giosa, que ha de ser el fundamento más firme de todas sus vivencias, no sólo le ofrecerá un fundamento intelectual, sino también un apoyo afectivo, y ella misma al propio tiempo será la mejor salvaguardia para impedir que se agote prematuramente el amor ideal que nace en su alma.

La pedagogía del amor en la adolescencia exige, pues, como elemento fundamental, no la destrucción de su vida afectiva, sino su orientación hacia ideales superiores en un ambiente de generosidad y de belleza que preparen la eclosión oportuna del afecto llegado a su plenitud.

Los conocidos versos de Rubén Darío resumen muy bien esta actitud:

Yo me contento, Amor,con sembrar rosas

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en el camino azul por donde vas.Tú, sin mirarlas,en su sedaposas el pie,quizás mañana las verás.Yo me contento, Amor,con sembrar rosas... Dios hará lo demás...

La orientación que acabamos de indicar es fundamental en la pedagogía del amor, pero no la única. Esos ideales superiores que el adolescente ha procurado vivir con toda su alma impedirán que se agote en flor su vida afectiva y la irán haciendo madurar gradualmente dentro de una vida social ordenada. Pero vendrá un momento en que muchos jóvenes llegados ya a su pleno desarrollo se sentirán atraí-dos a actuar con exclusividad su afecto sobre una joven. ¿Cómo orientar esos pasos decisivos de la vida? He ahí un problema no menos importante que el anterior.

Una de las tesis más fecundas de la psicología experi-mental moderna es la de la influencia de la motivación en la formación de un plan de vida. Las teorías de Lindworsky tan bien fundadas sobre las experiencias de Michotte y de Prün afirman que el primer valor por el que se determina el hombre una línea de conducta es el motivo de la misma claramente visto. No son las actuaciones externas, la repe-tición de actos, los factores determinantes en la educación de la voluntad, sino antes que todo la clara visión de un motivo poderoso que inspire la acción.

El gran motivo que ha de mover al joven a organizar su vida afectiva es ante todo el conocimiento claro de lo que esta vida afectiva es en sí, de la función humana y social del amor, distinguiendo para ello el afecto noble de sus

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parodias y caricaturas. Vamos a exponer claramente estos conceptos sirviéndonos con frecuencia de las ideas tan bien expuestas por el P. Aspiazu en su hermoso libro "Tú y Ella".

La parodia del amor

El educador ha de hacer comprender al adolescente que ese delicado y sublime sentimiento que se llama amor, no es un afecto egoísta que se cultiva para pasar el rato, para darse importancia, o para ilusionarse pensado que ha lle-gado a la madurez del "hombre". El amor verdadero no es ese sentimiento bullanguero de que se jacta el joven, que se ostenta con vanidad en los paseos públicos... Eso es una parodia del amor.

Más atrevida caricatura del amor es aún la de aquellos que se atreven a llamar amor a lo que es la negación mis-ma del amor. ¡Llamar amor al egoísmo que no teme, ni se avergüenza de prostituir un ser humano a sus caprichos para depararle un rato de placer! ¡Amor a la pasión salva-je, sin freno ni control alguno! Ojalá leyeran los jóvenes la hermosa novela de Hugo Wast Flor de Durazno y medita-ran a solas el contraste de las dos pasiones: la callada, honda y respetuosa del gaucho de las sierras; la salvaje codicia del futre capitalino que no aspira sino a cosechar prematuramente el árbol, para luego abandonarlo deseca-do. Y al leer esas páginas no podrán menos de pensar:

¿Cuál mayor culpa ha tenidoen una pasión errada:la que cae de rogada,o el que ruega de caído?¿O cuál es más de culparaunque cualquiera mal haga:la que peca por la paga,

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o el que paga por pecar?

Con razón el poea melancólico Bécquer se horroriza ante este muladar, que pretende cubrir con el nombre del amor:

... de un corazón llegué al abismoy me incliné por verlo,y mi, alma y mis ojos se turbaron:¡tan hondo era y tan negro!

Duramente ha de ser trabada esta concepción egoísta de la vida, censurada por la sociedad en los órdenes, me-nos en la vida afectiva.

Caza el niño inocente pajarillos y los lanza desplumados al arroyo... Y el padre, el maestro y la sociedad le vitupe-ran, porque es crimen dañar al pajarito... ¿Y a los que des-pluman y echan al arroyo... corazones e inocencias... ¿Eso es amor? ¿Dónde hay sublimación ni grandeza en semejan-te brutalidad? ¡Aire y agua limpia! dan ganas de gritar al encontrarse con tanta porquería etiquetada con nombre sagrado. Aire que purifique y agua que lave y escurra la suciedad escondida en esos corazones cazadores nocher-niegos y traficantes sin conciencia. ¿Eso es amor? No pro-fanes sagrado, ni utilices de ese modo tu corazón, acos-tumbrándolo a paladear gustos rastreros que lo inhabilitan para gozar después la miel de la vida deleitosa. No le cor-tes las alas; déjale subir y planear en las regiones de lo grande y de lo bello". ¡Qué abominación merece esa horri-ble parodia del amor a la que rinden culto a millares los jóvenes cobardes de una sociedad afeminada, que no con-serven del amor sino el nombre y el deseo de poseerlo!

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Amoríos

No son la pasión repugnante que marchita cuanto en-cuentra a su paso. Son más bien las primeras ligeras con-mociones del alma que comienza a florecer; las primeras chispas que brotan del corazón juvenil y que en su inexpe-riencia las toma por el fuego que es el amor. Ansia indefini-da de amar, presentimiento extraño que conmueve con suavidad y a veces dolorosamente su ser.

La inexperiencia de la vida lanza al adolescente por el camino del amor sin freno, ni guía en un camino peligroso. Hay, pues, que ponerse en guardia contra este abuso de las frecuentaciones amorosas comenzadas prematuramen-te, en una edad en que no puede todavía nacer un verda-dero amor. La moda, el ambiente artificial en que viven nuestros niños y adolescentes, la vida social verdadera-mente ridícula que se les hace vivir desde pequeñitos ha-ciéndoles creer que son hombres, la ligereza de conver-saciones que escuchan continuamente, el cinematógrafo al que van a una distribución imprescindible son causa de esa mala costumbre de considerar autorizados esos amo-ríos de jóvenes. Aunque en sí no constituyan una falta mo-ral acarrean con todo graves inconvenientes. Se toma la vida a la chacota, se mira todo con ligereza, se acostumbra a mirar a las personas de otro sexo como objeto de diver-sión, como perritos japoneses para divertirse, que pueden ser abandonados o cambiados sin dificultad. Y todo esto produce un vacío, un cierto escepticismo de la vida, que perseverará después al andar de los años, a más de aca-rrear una gran pérdida de tiempo y el descuido de los de-beres primordiales. Un estudiante habituado desde chico a esa vida de pololeos no se acostumbrará nunca a tomar nada en serio, no hará nada grande en la vida, será siem-pre superficial, inquieto, juguete de la sensibilidad.

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Esas ligerezas de joven, son liviandades que después se pagan caro, quebrantan el corazón para el amor verdade-ro, que tiene tanto de regalo como de sacrificio y le obli-gan a la gran penitencia del no poder, ni saber amar... como y cuando se quiere y se debe. El flirteo como el jue-go y el vicio no cesan ni siquiera en el matrimonio. Flirtear es caminar al borde del precipicio en el que aparecen mu-chas... muchas víctimas.

Por este motivo los jóvenes de la "Nueva Alemania", pujante movimiento de juventud, estamparon en sus de-claraciones este principio: "El nuevo-alemán rehusa decidi-damente el llamado flirteo. Y esto apoyado en tres princi-pios: el primero, biológico: es un hecho en la biología que lo mismo el tipo viril que el femenino, deben durante los años de crecimiento desarrollarse por separado, según su peculiaridad. El segundo principio es psicológico, o "ley de gaste y desgaste en el amor". Cada hombre tiene una cantidad de amor que gastar. Si un joven gasta en flirteos la más preciada parte de su amor, la gran tensión genera-dora no existirá más tarde en el matrimonio... y esta es la causa de la catástrofe de tantas uniones. El tercer principio es de orden moral: lo que en los primeros años de instituto parece inocente ¿lo es en los últimos? Los hechos y esta-dísticas dicen lo contrario. Asentamos, pues, el principio que, quien a pesar de los avisos no renuncia al flirteo, no debe seguir en la Federación. Un galanteo prematuro debi-lita además las facultades creadoras del joven". Así piensa esa legión de millares de adolescentes de cuerpos robus-tos y de alma sana que recorre cantando las montañas de Alemania, profesando una fe optimista y viril.

El joven que desahoga prematuramente su afectividad no podrá después cuando quiera reconcentrar toda la san-gre de su corazón para entregarla de verdad a otro cora-

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zón: advertirá entonces con dolor que en el camino de la vida la perdió gota a gota al ir deshojando amores ligeros.

Lo que hasta aquí llevamos dicho no significa que todo afecto que despierta temprano sea amorío y no amor. El amor en absoluto no tiene edades. Y cuando el afecto es amor legítimo, oro puro, es indudable que podrá ayudar y estimular al adolescente que lo cultiva. En él encontrará un estímulo para su pureza, un aliento para su vida de estu-dio, un ideal que le haga superarse y ennoblecerse. Pero en la adolescencia esos afectos son raros. Esas manifesta-ciones si son verdadero amor serán discretas, delicadas, no bullangueras:

Amores para ser buenoscalladitos han de ser.Verdadero concepto del amor

¡Cuán pocos saben lo que es amor! La palabra anda de boca en boca, pero la realidad ¡qué desfigurada aparece! Los sabios del corazón son harto menos en número que los sabios de la ciencia, con ser éstos escasos.

¿Qué es amor? Ley de la vida. Pureza. Deseo de cum-bres. Aire sutil de las alturas que aspira a lo más excelso. Eso es amor.

Deseo de superarse a sí mismo. Deseo de perfeccionar todo lo que a él debiera unirse. Un nuevo sentido de la vida: no el gozar egoístamente, no el saciar las pasiones brutales, sino una donación total de sí. Amor es ansia de felicidad, pero más ajena que propia. Sacrificio. Necesidad de complemento en una amistad que sea una entrega to-tal. Eso es amor.

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Amor es bondad. Y la bondad no es un perfume hecho para estar encerrado en un frasco, sino para vivir dando cuanto tiene, difundiéndose y entregándose más que exi-giendo y pidiendo. Y se preparar para dar, y trabaja para poder dar más y se muestra en obras, más que en suspiros y palabras, porque

Yo digo que si el cariñono es macho y no se acompañade actos, pues que no hay razónpara salirlo a contar,no es cariño; eso es hablar,y hablar... es conversación.

Amor es perennidad. Lazo que no se resuelve nunca, fuego que hunde dos corazones, que enrojece las almas y las transforma.

Amor es abnegación, la medida del amor es entregarse entero, hasta los jirones de su propia alma.

Si un día el amorno es el vivo fulgorque enardece el viviry hace suave el dolorde su mismo sufrir, como flor sin olorbien merece morir.

Amor es silencio; pasión honda y recatada. Afecto silen-cioso como las aguas profundas; aprieta el pecho y no lo rompe. Coincide también con el sentimiento del que escri-be

Nunca sabré decirte que te quiero.Un amor sin palabras es el mío;

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limpio como una gota de rocío,grato como una flor en el sendero.

¡Con qué profundidad describe Benavente lo que es amor!: "Hilo sutil que baja del cielo como tejido de luz y de sol y de luz de luna... que a los humanos hace parecer divi-nos y trae a nuestra frente resplandores de aurora y pone alas en nuestro corazón, y nos dice que no todo es farsa, en la farsa que hay algo de divino en nuestra vida que es verdad y es eterno, y no puede acabar cuando la farsa acaba".

Hilo sutil que baja del cielo, y no fango de pasión que sube a borbotones de los bajos instintos.

Que a los humanos hace parecer divinos, y no salpica-dos de la ciénaga del vicio.

Y trae a nuestra frente resplandores de aurora, no fue-gos fatuos de amoríos, ni hogueras incendiarias de brutal pasión.

Y pone alas en nuestro corazón, nos hace subir camino del cielo donde todo se purifica, y no duda en sacrificarlo todo por llegar allá en compañía de quien ama.

Amor es ley de la vida, y como ley, recta, imperiosa.Hilo del cielo. Fortaleza. Sacrificio. Eso es amor.

¿Amoríos? Hojas sueltas de flores distintas... Amores, hojas juntas de una sola flor. Inquietan y fatigan el corazón los amoríos; en el amor el corazón descansa.

Por desgracia ¡qué raro es encontrar este amor!

La elección de la compañera

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Elegir la compañera de la vida es un problema que im-primirá un sello imborrable. El poder elegir, decía Dante, es el mayor don que Dios ha dado al hombre. De su recto uso depende una suma inmensa de felicidad, de aquí que este problema ha de ser tratado con suma seriedad. Esta seriedad de la vida no hay que cansarse de inculcarla a los adolescentes para que no se dejen llevar por las ilusiones aparentes, por el encanto de un rostro terso, que pronto se surcará de arrugas, por el brillo de unos ojos que la menor tristeza puede empañar, sino que sean las cualidades ver-daderas las que le decidan a unir indisolublemente su vida a otra vida. Para no engañarse en tan grave problema bus-cará el consejo de sus padres, de un amigo fiel y experi-mentado, considerará el paso que va a dar a la luz de la fe e implorará el auxilio de Dios por la oración continua. Hu-millado con estas claridades sus ojos se tornarán a buscar la joven ideal.

¿Quieres que te indique sus cualidades? Las entresaca-ré, completándolas de las páginas escritas por un gran amigo de los jóvenes. Medítalas.

Modestia en el rostro, carmín pudoroso que emerge del alma limpia e inocente, espejo de vida juvenil no mancha-da.

Dulzura en los labios. La sonrisa es flor del alma cuando nace y se asienta en labios que no saben de palabras ás-peras, ni conocieron frases manchadoras, ni forjaron críti-cas insanas.

Pureza del corazón... Un corazón que sepa amar sacrifi-cándose, que no busque el amor para sí, sino para ti.

... Con aquella larguezaque se ignora a sí misma porque es grande y sencilla.

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La mujer se resigna, se sacrifica, reza,sabe elevarse siempre sobre su propia arcilla.

Trabaja con sus manos: sabe de cocina, de puericultura, sabe poner inyecciones, ordenar una casa. Ayuda a sus padres, es hermana mayor de los pobres y de los desvali-dos y ansía convertirse en su madre, para darse más a ellos.

Es bella. Y cultiva su belleza como se cultiva un don de Dios. La ama no por loca vanidad, no por ella, sino por ti —su futuro esposo— para unirte más a sí, para llevarte más a Dios. No es una soberbia y altanera mujer que solicite cumplimientos, que pase el día en el tocador y ante el es-pejo, es la hermosa violeta del campo, bella y fragante sin artificio extraño.

Sabe pensar. Sin haber penetrado nunca en los intrinca-dos sistemas filosóficos que continuamente inventa la sabi-duría humana, ha pensado muchas veces en el problema fundamental, el problema de la vida, tiene su filosofía del vivir, cultiva su espíritu.

Sabe alimentar continuamente la llama del amor, en sí y en el que ama; y sabe que no hay peor camino para aca-bar presto con el amor que entregarse entera y brutalmen-te. Ama, pero con reserva y dejará libre cauce al ímpetu de su corazón puro sólo cuando la seguridad del camino co-menzado dé satisfacción cumplida a la tranquilidad de su vida futura. Y entonces estará dispuesta a seguir amando siempre... aunque la lámpara del amor no arda sino con una llama.

Comprende que la vida es mezcla de deber y de sueño. Endulza el deber, con el sueño del amor, pero sabe matar

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el sueño cuando impide el paso al deber aunque el sueño sea gozo, y el deber sea dolor.

Y por encima de todo es piadosa; cristiana, no beata; profundamente cristiana. Conoce su religión, se esfuerza por vivirla. Saca de ella los grandes móviles de su vida y ha meditado en sus ricos veneros. Cristiana, hija de Dios, templo del Espíritu Santo, miembro de Cristo: lo sabe, lo vive... No temas: te será fiel hasta la muerte, será para ti la dulce compañera que te amará con la ternura, con la fidelidad con que Cristo amó a su Iglesia, que dio su vida por ella.

Estas bellas cualidades pueden resumirse en estos lla-nos pensamientos, programa de la esposa ideal:

Sencilla para pensarprudente para sentir,recatada para amar,discreta para callary honesta para decir;robusta cual una encina,casera cual golondrinaque en casa canta la paz...algo arisca y mortecina como paloma torcaz.

Una mujer así puede hacer feliz al hombre que le confía su vida. A ella podrá decirle como Gabriel y Galán:

Ven, alma virgen, al reclamo amigode un alma de "hombre" que te espera ansiosa,porque presiente que vendrán contigoel pudor de la virgen candorosa,la gravedad de la mujer cristianay el casto amor de la leal esposa.

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El autor de estas estrofas escribió también una poesía bellísima que los jóvenes que están preocupados por la elección de la compañera de su vida deberían leer y releer. "El Ama", resumen de la concepción cristiana del hogar. Cuando el poeta quiso "ser como su padre era", buscó una mujer "como su madre" entre las hijas de su hidalga tierra. Y fue como su padre...

Y fue mi esposaviviente imagen de la madre muerta,un milagro de Dios que ver me hizootra mujer como la santa aquella...

Ella no pensaba en pasear y divertirse, sino en compar-tir con su marido las duras obligaciones de su vida, en acompañarle a la soledad de los campos, en atender con solicitud maternal a los que con el sudor de su frente rega-ban sudando los campos de la familia. Ella era el ama bue-na, la esposa amante que llenaba de alegría la casa. Cuan-do ella desaparece la vida se tiñe de tristeza y deja un va-cío en el alma que nada puede curar sino la esperanza de reunirse con ella un día.

Pero bien se conoceque no vive ella; el corazón, la vida de la casa,que alegraba el trajín de las tareas;la mano bienhechoraque con las sales de enseñanzas buenas,amasó tanto pan para los pobresque regaban, sudando nuestra hacienda...¡Desde que ella murió,la vida en la alqueríase tiñó para siempre de tristeza!...En familia todos rezan

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reunidos, el rosario,sin decirnos por quién...¡pero es por ella!

Esa es la esposa que han de soñar los jóvenes que se plantean para un porvenir más o menos lejano el problema de fundar un hogar. Y el que desea encontrar una mujer "como su madre" ha de realizar en su corazón las virtudes de su padre y cultivar en su alma las mismas cualidades que él suspira encontrar en su futura compañera. Si él anhela recibir una esposa virgen, que le entregue todo su cariño, de la cual nunca tenga que avergonzarse, procure a su vez vivir en pureza y lealtad y entrega total a la com-pañera de su vida. Y el matrimonio vendrá así a ser la unión de dos almas en un común amor:

Ya se va la noche bellaYa viene alumbrando el día.No queda más que una estrella;Esa es la tuya y la mía.¡Vámonos los dos a ella.El respeto en el amor

El amor verdadero viene siempre vestido de respeto. Es es la valla que defiende la pureza de los que se aman. Si se rompe el cerco del respeto el amor se ha convertido en egoísmo y en placer.

El tiene derecho a concentrar todos sus cariños en su joven amada. Ella será para él la persona más querida, la de las íntimas confidencias, la de los planes futuros llenos de ensueños. Ella será la esposa, la madre de los hijos...

Pero, lo será, no lo es. Hoy todavía es la flor no deshoja-da que ha crecido en el jardín de una familia cristiana y honestísima, rodeada de exquisitos cuidados paternales,

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prevenida con el cariño de Dios, que desde la eternidad la preparaba para él. ¡Con qué respeto debe mirar esta flor intacta! ¡Con qué agradecimiento ha de elevarse a Dios que se la ha guardado, a sus padres que con desvelos in-cesantes se la han formado y se la han entregado!

Y antes que llegue el día de la bendición de Dios, ¿se va a atrever a deshojar esa flor, a turbar esos ojos limpios y transparentes, a inquietar su corazón para siempre, a abu-sar de su confianza que inocente se entrega creyendo tra-tar con un cristiano y un caballero?

Deshojar esa flor ¡es audacia, no es amor! Es placer indómito y salvaje, que abusa de la confianza, se escuda en el silencio de un pecado humillante y en último término se goza no en la flor, sino en el vicio egoísta. Amar es del alma, codiciar del cuerpo. Esta es la idea que hermosa-mente expone Benavente en "La propia estimación" paran-goneando la actitud del que sacrifica todo su egoísmo, y la actitud del que dice "El mío es egoísmo también, pero es otro egoísmo ideal; es sacrificarlo todo, aunque el sacrificio destroce nuestra vida".

Esta actitud generosa y llena de respeto está hermosa-mente resumida en estos versos

A las mujeres respetacomo cumple un caballero,tus labios siempre sinceros,tu mente siempre discreta;mírala como el poeta,que juzga de ángel su ser,y, si llegas a temerque te impulse otra corriente,acuérdate solamenteque tu madre fue mujer.

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La poetisa italiana Alinda Bonacci compara hermosa-mente el alma amada con una gotita de rocío, blanca, lin-da y transparente. ¡Qué no acontezca que un pajarillo roce audazmente la rama donde está suspendido, tiemble la gota, caiga, se encuentre con el polvo del camino y se con-vierta en lodo! ¿Quién podrá devolver a la gota inmaculada antes su prístino esplendor. L'anima humana e la caduta stilla. ¡Qué triste cosa ver convertido el objeto de los amo-res en una gota caída y caída por aquél a quien ella se en-trega repleta de confianza y de aspiraciones de felicidad!

Cuando el amor se trueca en codicia, los ojos de los dos ya nunca se encuentran con la intimidad de antes... Tienen algo que ocultarse. El amor se enfangó y nació el pecado. Y andando el tiempo ¡qué amargos ratos reservan esas faltas de respeto! La confianza del uno en el otro está per-dida. La mujer sabe —y lo mismo dígase del marido res-pecto a la mujer— que no es amor sino codicia la pasión de su marido... No vive tranquila de su felicidad. Teme a cada momento una triste sorpresa. La primera sombra en sus ojos es un indicio revelador y no puede menos de pensar: "quién a mí me faltó antes, quién no fue caballero guar-dando mi debilidad... ¡quién no pudo sacrificarse por mí!... ahora que ya lejano el juramento, quizás borrado de la memoria el día sagrado... ¿ahora?... ¿quién faltó por mí ni podrá faltar contra mí?... Y el raciocinio es lógico.

Si el hombre va únicamente tras la codicia, llega un mo-mento en que ella no puede ser codiciada. Es madre, ha nevado en su cabeza, sus encantos de juventud los ha traspasado a los hijos en herencia... Pero si el hombre va tras el amor, ella es la única que debe continuar siendo amada, ella que ha dejado marchitar su belleza, sacrificar sus diversiones, perder su salud, agotar su vida por cuidar a su marido y darse toda a sus hijos.

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Los hijos han de poder saberlo todo el día de mañana de labios de sus padres; cuando niños y también cuando ma-yores, cuando se den cuenta por sí mismos de todo lo pa-sado... Que no tengan que avergonzarse de nada ante ellos. Que nada les haga perder la autoridad para exigir a los que llevan su nombre que lo lleven con dignidad, que puedan siempre decirles "sed como nosotros".

¡Qué hermosa resulta una paternidad trabajosamente preparada en este ambiente de respeto para realizar el plan divino de la creación! Feliz el padre que pudo como Gabriel y Galán decir con sinceridad:

Quiero vivir y a Dios voy,y a Dios no se va muriendo,se va al oriente subiendo,por la breve vida de hoy;de luz y de sombra soy,y quiero darme a las dos;quiero dejar en mí en posrobusta y santa semilla,de esto que tengo de arcilla,de esto que tengo de Dios.

Para adquirir esa actitud de respeto que prohíba al indi-viduo hasta la más mínima acción incorrecta nada podrá suministrar argumentos tan poderosos como la religión. El gran pedagogo suizo, Foerster, dice: "Quien estudie con atención la patología de este peligro, hallará que la única defensa verdaderamente eficaz está en impedir que la tentación conquiste en nosotros el mundo de las imáge-nes. Pero sólo la religión penetra tan hondamente y por tantos caminos en toda el alma, y puede mantener tan pura la fantasía —que es el campo más expuesto al peligro— y educarla, de modo que la atención no halle por donde

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prender en el ánimo: El alma consagrada por la presencia de Dios adquiere un hábito de defensa inconsciente, com-parable al movimiento reflejo que hacen los párpados para defender nuestros ojos del polvo de la calle".

En materia de afectividad desordenada la lucha consiste no en reforzar las imágenes, sino en apartarlas, y echar cuanto antes sobre ellas el manto del olvido, a fin de que se vayan borrando de la fantasía. Hay por lo tanto que evi-tar el concurso del pensamiento en la cuestión; porque si la pasión consigue la complejidad de la inteligencia, inme-diatamente crea en provecho propio un movimiento to-rrencial de ideas y sentimientos accesorios, que perturban aún las voluntades más firmes. Con razón ha dicho Payot que las grandes conquistas intelectuales se hacen pensan-do mucho en ellas; las grandes conquistas sobre la sensua-lidad se hacen no pensando nunca en ellas.

La perennidad del amor

Una última idea que interviene en el verdadero concep-to del amor que hay que inculcar a los jóvenes es la de la perennidad del amor. El primer amor debe ser el último, o, como decía Marquina: "Vivir de un único amor, morir de una sola herida". Tres cosas hay en el mundo que no se olvidan jamás —decía Fucini— la juventud, la madre, el primer amor.

Pero el primer amor no es la primera chispa. Es el pri-mer fuego. Como el pedernal, el corazón va sintiendo gol-pes, pero por más que dé chispas no prende por lo general al primer golpe. A los dieciocho años hay simpatía, ansia de gozo, pero difícilmente amor.

Si el primer amor se falsea y se convierte en instrumen-to de egoísmo fácilmente los siguientes continuarán lle-

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vando la misma marca de fábrica: parodias de amor o amoríos, que no nacen del alma.

Jugar con un corazón inocente es un acto criminal; cor-tar los frutos y abandonar luego la planta es un egoísmo propio de un malvado. Desviar el primer amor por otros que le parecen más llenos es equivocarse lamentablemen-te. Amar santamente para consagrar ese amor al pie del altar y serle fiel hasta la muerte, debe ser el bello ideal del joven cristiano. Ese amor le traerá la paz, sublimará su alma. Y rechace toda tentación contra él recordando que hay amores que comienzan gustando y acaban hiriendo, mordiendo y matando.

Fuerte como la muerte sólo será el amor preparado en la lucha y renuncia de los años de juventud. Sólo él permi-te realizar el ensueño que describe Aspiazu: "El tiempo corre en su desenfrenada carrera. Con él la vida huye tam-bién; y, poco a poco, a la primavera de los dos se sucede un verano de virilidad y un otoño de fortaleza y... un in-vierno... Como los cuerpos, las almas se robustecerán tam-bién; las alegrías vividas entre los dos, lo mismo que las lágrimas bebidas por ambos habrán contribuido a hundir en el alma las raíces de mutuo cariño, que interesa cada vez más a los esposos y a los frutos del amor que son los hijos. El amor se torna más recio y más sufrido, más firme y más sacrificado; perdido el brillo encantador de los pri-meros días, se cubre de la pátina del tiempo, más fuerte-mente bella, aunque menos aparente. No es otro amor, pero es otra belleza y otro encanto. Se ha transformado y depurado por la vida común y por la cantidad de un jura-mento exquisitamente oculto en dos cofres que conservan intactos los sellos de la promesa y entero el lazo de la fide-lidad. Así nace, como hiedra que abraza a la vida del cari-ño verdadero, una confianza fuerte, acrecentada a diario

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en el ajetreo del vivir, lejos de los celos y temores, que mientras existen no sirven sino para dañar la vida y roer el más hermoso de sus frutos la seguridad del amor".

Benavente nos ofrece para terminar esta materia un pensamiento que resume muy bien nuestra tesis:

Los amores fáciles y alegres que sólo conocen la ilusión y el deseo, ven deshojarse todas sus flores en una breve primavera; pero para el amor de los esposos, para los amores santos y fieles que saben esperar, son nuestras flores, flores tardías, las rosas de otoño, no son las flores del amor, son las flores del deber, cultivadas con lágrimas de resignación, con aroma del alma, con algo de eterno".

Estas son las ideas fundamentales que podrán servir de base al educador para orientar la vida amorosa de los ado-lescentes y para sugerirles motivos que arrastren su volun-tad a un plano de pureza e idealismo. Sin esta concepción noble del amor ayudada por la gracia divina, es cosa impo-sible que un joven tenga la energía suficiente para vencer las pasiones bajas tan vehementes en la primavera de la vida.

Después de haber estudiado con alguna atención la psi-cología del amor, trataremos brevemente de otras mani-festaciones de la vida afectiva que se echan de ver en la adolescencia.

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IV.RELACIONES AFECTIVAS ENTRE ADOLESCEN-

TES Y PERSONAS DE EDAD DIFERENTE

El complemento psíquico

Hay una primera manifestación de esta afectividad que no es en el fondo más que una desviación del sentimiento que lleva a la persona de más edad a buscar a la joven, reemplazada por el niño gracioso o por el adolescente. Sentimiento enfermizo que no produce sino efectos perni-ciosos a pesar de las desgraciadas protestas de algunos autores de mentalidad también enfermiza. Felizmente reu-niendo diversas observaciones de educadores chilenos y de algunos otros países americanos nos parece que pode-mos llegar a la conclusión que esta forma anormal de la afectividad no se ha desarrollado entre nuestra juventud, en la forma alarmante que reviste el mal en otros países europeos tenidos generalmente por más ordenados en su vida sentimental. Es de alegrarse que se haya introducido una cierta tradición en nuestro ambiente escolar que des-califica esas relaciones sentimentales entre compañeros que no son de la misma edad. Estos afectos ofrecen un desahogo menos normal a las tendencias superiores del espíritu debido a la dificultad de proseguir en común un ideal superior impersonal lo que hace que más fácilmente el afecto pueda seguir las vías del instinto animal.

Otra forma hay de afectividad entre personas de edad diferente que no ofrece los peligros de la anterior. Es un amor espiritual en el cual las cualidades sensibles influyen

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menos y en el que la influencia predominante corresponde a la polaridad de las almas, al complemento psíquico.

La persona mayor busca a la más joven para darle algo que a esta le falta, y ésta a su vez ofrece a la persona de mayor edad la nativa pureza que ya no posee y que echa de menos dolorosamente. El de más edad quisiera guiar al adolescente, preservándole de extravíos y al propio tiempo es atraído por el recuerdo nostálgico de los años idos. El alma joven medio adormecida aún e ingenuamente recep-tiva busca inconscientemente al alma fuerte, concentrada en una dirección y por tanto dominadora.

En este afecto hay un fondo altamente educativo busca-do por la naturaleza: un acercamiento del adulto al joven para que ambos se completen y se enriquezcan comuni-cándose la experiencia, la belleza de la sabiduría en el sen-tido platónico, la solicitud de una parte y la diferencia de parte de otra, que recuerda los vínculos que unen al her-mano mayor y al pequeño, o al padre y al hijo cuando el primero ha guardado la adolescencia de corazón.

Este afecto para que pueda desarrollarse sin peligro exige que los interesados no ofrezcan en sí nada de repro-chable y que la educación de la castidad del mayor haya sido realizada convenientemente. De lo contrario este afecto puede revestir una forma demasiado apasionada, como ocurre con mayor frecuencia entre las adolescentes y sus maestras. Los diarios íntimos de muchachas, muchos de ellos publicados, demuestran cómo el alma femenina no sólo siente gratitud por sus maestras sino que adhiere a ellas como a una explicación del mundo de la vida.

Los educadores no se han de cerrar a las confidencias de las almas jóvenes que acuden a ellos en busca de expe-riencia, de fuerza, de dirección y les han de abrir los teso-

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ros de su alma más conocedora de la vida. Pero esta co-municación no podrá realizarse sino poniéndose a tono con el adolescente, vibrando con sus entusiasmos, con sus ideales... siendo joven de corazón. Un "viejo desilusiona-do", pesimista, regañón, que no sabe sino recordar sus desengaños que renuncie a educar; su experiencia carece de sentido para los problemas del joven.

Las formas de este afecto se acercan tanto más a un amor puramente espiritual cuanto mayor resulta la diferen-cia de edad. Sólo subsiste entonces el contacto polar de las almas que buscan su complemento psicológico para los fines queridos por el Autor de la naturaleza.

El entusiasmo de los adolescentes por los mayores

Otro de los elementos que intervienen para despertar y cimentar las relaciones afectivas entre los adolescentes y personas de edad diferente es el entusiasmo que los jóve-nes sienten por las cualidades superiores que creen ellos descubrir en los mayores: valor intelectual, valor moral, valor de acción o cualquier superioridad aun en el juego, en la fuerza, en la simpatía.

Como dice Wagner, el entusiasmo juvenil no es más que otra forma del amor estético, es una tendencia hacia el ideal de la virilidad, de la gracia, de la fuerza que resplan-dece en la causa noble que sirve la persona admirada. La juventud —dice Platón— es una embriaguez espiritual pro-ducida por lo que es grande y noble y bello y todos los vi-nos sobre todo los más generosos y finos pueden producir esta embriaguez.

El entusiasmo de los adolescentes se manifiesta no sólo con las personas con las cuales entran en contacto coti-

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diano sino a veces también por personajes extranjeros a los cuales ni siquiera han conocido, pero a quienes aman de verdad, y a veces aún por las grandes figuras de la anti-güedad como Sócrates, Alejandro, César, en los tiempos más modernos el Gran Capitán, Napoleón, O'Higgins, hasta por personajes legendarios como don Quijote que apenas es tomado como un personaje cómico.

Todo lo que hay de sublime en las grandes acciones de la humanidad interesa y enamora al adolescente y su alma vibra de entusiasmo. De ahí el valor pedagógico extraordi-nario de las lecturas durante la adolescencia, de las bio-grafías en particular, que sin darse ellos cuenta, van mode-lando su alma. Con frecuencia óyese decir a los jóvenes inexpertos que pueden ellos leer y ver en el biógrafo lo que quieran porque eso no daña sus almas, sin darse cuenta de la ruina inmensa que una página ha podido pro-ducir en su alma. Uno de los elementos pedagógicos de mayor valor no nos cansamos de repetir es la lectura bien escogida y ¡cuán de desear es que tengamos en Chile bio-grafías interesantes que prestar a nuestros jóvenes para encauzar sus sentimientos generosos!

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V. VICISITUDES DE LA VIDA AFECTIVA

DEL ADOLESCENTE

Desde Aristóteles viene continuamente hablándose del humor inconstante de los adolescentes. Sus aspiraciones son tan mudables como los accesos del hambre y sed de un enfermo. Un obstáculo inesperado, alguna falta descu-bierta en el amigo, o simplemente el paso de nuevos de-seos al primer plan de la conciencia, puede substituir la indiferencia al amor. Algunas veces los dos estados alter-nan sucesivamente y llegan hasta a subsistir juntos en un estado complejo que no encuentra su equivalente en nin-gún otro momento de la vida. Las oscilaciones entre el amor y el odio, la admiración y el desprecio y generalmen-te entre las formas extremas del sentimiento son frecuen-tes. Algunos sujetos después de una traición vulgar, una decepción, o un fracaso caen en un cinismo afectado y parecen querer matar en ellos mismos todos los sentimien-tos delicados que habían cultivado hasta entonces. Otras veces a un período de exaltación afectiva sucede un perío-do de sequedad de espíritu y de aridez interior, que les mueve a quemar sus escritos, sus poesías, a renunciar hasta a los vestigios de un estado de espíritu que ya no pueden comprender. Muchos son los que han pasado, por esas alternativas.

Cambios en las emociones familiares

Las emociones familiares están sujetas a las mismas vicisitudes. A pesar del afecto vivamente sentido por los padres y el hogar, la monotonía de la vida doméstica mo-

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lesta al joven aun al que es bueno, sobre todo si es emoti-vo, hasta el punto de hacerle difícil y aun intolerable la vida de familia y de mostrarse duro con sus padres y her-manos. Michelet dice: "que esta crisis del afecto familiar se deja sentir aun en las familias mejor equilibradas". A veces el tono demasiado autoritario de la voz paternal, y la falta de delicadeza en hacer sentir su autoridad agrava este estado de cosas. Por otra parte el instinto social comienza a hacerse sentir en los adolescentes no menos que la ten-dencia a la autonomía y son causa de que los que comien-zan la pubertad prefieran la compañía de los amigos a la de los padres y hermanos. Y ¡cuán conveniente es que los padres de familia conozcan esta crisis normal en el espíritu de sus hijos para que les ayuden a atravesarla y no la agraven con exigencias infundadas!

Los espíritus retardados en su evolución intelectual o moral llevan estas marcas de desafección para con sus padres hasta límites extremos. No es raro encontrar que molestan sin cesar a sus padres pidiéndoles dinero, y, una vez obtenido, les agradecen su generosidad con insultos y amenazas. Mendousse cita el caso del hijo de una pobre viuda que echado del liceo y mantenido por su madre en un colegio que le costaba mucho dinero, reconoce los sa-crificios de la pobre mujer, en una carta como ésta: "Cuan-do no se puede dar a los hijos con qué se diviertan, no hay que mandarlos al mundo". Rousseau hace ya muchos años, notaba esta conducta refiriéndose sobre todo a los jóvenes viciosos y decía: "Que su imaginación llena de un solo objeto se rehúsa todo lo demás; ellos no conocen ni la piedad filial, ni la misericordia, y sacrificarán el padre, la madre y todo el universo al menor de sus caprichos". Son constataciones bien tristes, pero es necesario no cerrar los ojos para no verlas, pues sólo así se puede desviarlas me-diante una educación solícita. Felizmente una educación

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recta, un ambiente familiar afectuoso, respetuoso, com-prensivo y firme a la vez puede encauzar tan perfectamen-te al alma humana como tenemos ocasión de constatarlo todos los días en jóvenes que no desvían ni un ápice en sus relaciones familiares y sociales.

Sentimientos sociales alternos

Dispuestos a colaborar en las obras de beneficencia, a compadecer los sufrimientos físicos y morales, y con fre-cuencia hasta con sacrificios considerables, ofrecen los adolescentes en otros momentos síntomas de un espíritu de ligereza y de crueldad. Por un capricho hacen sufrir a los pobres profesores y vigilantes que tienen una persona-lidad menos apta para tratar con ellos, maltratan a los jó-venes compañeros recién llegados, crueldades que en al-gunos establecimientos son muy conocidas, y que en mu-chas fábricas de Europa constituían una verdadera ver-güenza entre los aprendices a la cual ha venido a poner remedio la Juventud Obrera Cristiana.

Al llegar los adolescentes a los 17 ó 18 años dan sínto-mas con frecuencia de una vanidad muy característica, mezcla de orgullo y jactancia que se gloria de sus cualida-des intelectuales, de su situación social, real o ficticia y hacen que sean despiadados con otros que ellos conside-ran inferiores. Cuando no poseen estas cualidades las afec-tan de una manera ridícula como no volverán a hacerlo en otras épocas de la vida en que los verdaderos valores son mejor comprendidos.

No faltan tipos, es cierto, que no parecen reflejar ningu-na de estas alternativas tan características, sino que pare-cen viejos precoces. Hay que reconocer que algunos son

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así porque tal es su organización psico-fisiológica, por lo demás, perfectamente normal; pero de ordinario esos tales no son otra cosa porque tienen un gran defecto de vitali-dad congénita, debido a una educación familiar muy defec-tuosa que ha muerto la personalidad del hijo a fuerza de constantes reprensiones, o exagerando los mimos y cari-cias que han impedido al niño que llegue a ser un hombre.

Causas de la variabilidad afectiva del ado-lescente

Hay quienes creen encontrar la causa de esta variabili-dad en el deseo de afirmarse que apunta en el adolescente y esta teoría está en los fundamentos de toda la construc-ción ideológica de Adler. Otros piensan que la variabilidad obedece al deseo de saborear en toda su intensidad emo-ciones contradictorias.

Es indudable que una de las causas más profundas de tal estado de espíritu ha de ser buscada en la falta de ma-durez psíquica del adolescente; su alma no ha cristalizado las tendencias que la animan, sino que siente un bullir dentro de sí de afectos en sentidos los más diferentes. Todas las tendencias que habrán de solicitarle en la vida se presentan entonces invitándole a gustar de ellas; por otra parte él no conoce todavía por propia experiencia los valores reales que encierra cada una, y no sabe distinguir-los de las apariencias de amor o de afecto. Es, pues, natu-ral que se sienta bastante desorientado y se lance ya a unos, ya a otros objetos según el mayor o menor atractivo que le ofrezcan.

Por otra parte el amor en esta época se alimenta con mayor intensidad de la propia vida interior que de la perso-na real a quien se dirige. Es el florecer del alma el que

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alumbra estos ideales. El don de ver valores auténticos no se ha formado todavía plenamente. Grillparzer dice que en esta época amamos sólo la imagen que nos pinta nuestra fantasía. La persona que creemos amar no es más que el lienzo sobre el cual el adolescente pone los colores de su fantasía. Con una imagen trivial Spranger dice que las per-sonas reales son sólo las perchas en las cuales el adoles-cente cuelga los trajes de gala de su fantasía. En esa edad llega a tanto esta idealización que un adolescente pudo decir una vez que estaba perdidamente enamorado, pero que aún no sabía de quien, frase de alto valor psicológico tratándose de la adolescencia. Siendo esto así, es muy natural que con frecuencia la propia fantasía proyecte es-tos colores ideales, aun a objetos indignos, a los que ador-na de rasgos de belleza sacados de la fuerza desbordante de su alma ardiente. Es natural también que la realidad termine por aparecer y que la fantasía no pueda continuar recubriendo a una persona que por muchos conceptos se revela indigna. La consecuencia natural es que al desper-tar el adolescente de un sueño tan doloroso al cual en su inexperiencia se había entregado por entero, cambie brus-camente su amor en odio o desdén. Por el contrario descu-bre a veces en seres de suyo exteriormente sin atractivo cualidades de alma que los agigantan a su vista tan aman-te de los valores auténticos, y su frialdad se cambia en admiración y en amor apasionado.

Una causa general que no conviene olvidar de esta in-constancia de la vida afectiva de la adolescencia, está en la misma superficialidad de sus afectos, causa a primera vista tautológica, puesto que aducimos como causa de la variabilidad la superficialidad, hechos al parecer idénticos, pero que en realidad envuelven un matiz de causa a efec-to. La vida afectiva del adolescente aparece a primera vis-ta como muy honda y lo es en ciertos sentimientos propios

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de su edad, pero sobre todo tratándose del amor, la pro-fundidad del afecto es de ordinario aparente. El afecto que experimenta entonces no es el arranque irresistible que le lleva a una persona con exclusión de las demás, sino más bien —como ya lo indicábamos antes— algo más vago que le empuja a salir de sí mismo y a buscar un derivativo a la inquietud interior que lo atormenta y al propio tiempo un objeto que le pueda servir de forma de cristalización de las tendencias amorfas que se agitan. No está demás notar que estas consideraciones valen sobre todo tratándose de los adolescentes que ya la estabilidad afectiva de las muje-res aun desde jóvenes parece mayor, de lo cual encontra-mos un hermoso ejemplo en los personajes tan reales que nos presenta Don Manuel Rivas Vicuña en su hermosa no-vela "El Cristo del Maestro".

En la vida de Félix Dahn encontramos el caso de este joven de catorce años que se enamora de una muchachita de trece años que vive en la vecindad. Todos sus silencio-sos homenajes son para ella; procura siempre encontrarla, de suerte que en 7 años la ha saludado 2.772 veces, pero apenas osa dirigirle la palabra, apenas si alguna vez la ha hablado... pero en su alma ella es la reina, la suma revela-ción del universo en cuyo honor escribe numerosas poesías. El mismo escribe después: "No fue una pasión, ¡a los 14 años!; no fue tampoco, más tarde un verdadero amor, pues la historia hubiese transcurrido de otro modo; hubiese habido una historia; pero no salió de todo aquello más que muchos, muchos miles de versos, y algo en ver-dad digno de alta estimación, una salvaguardia mágica para mi pureza..."

..."Ningún deseo tendría hacia ella. Su imagen santa, muda, radiante de hermosura ha permanecido durante mi vida como una reina celestial que flota en los aires sobre

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altas nubes aliadas de luz sin provocar ningún deseo a una belleza corpórea inaccesible".

Otra causa de la inestabilidad afectiva del adolescente parece residir en el hecho que un mismo objeto experi-menta a veces simultáneamente diferentes amores, uno hacia quien personifica la pureza, el candor, y otro —que a veces parece predominar— hacia quien personifica la sen-sualidad. Las acometidas de este afecto sensual son fuer-tes, pero dejan en el alma del adolescente una impresión más bien penosa, como lo ha comprobado la encuesta he-cha por Th.L. Smith. Esta lucha entre la ternura y la sen-sualidad acrecienta la inestabilidad afectiva del adolescen-te. El adolescente de educación psicológica normal tiende a rechazar aquellos afectos dirigidos a la posesión libidino-sa, pues se da cuenta que una experiencia libidinosa pre-coz dañaría el enriquecimiento ulterior de su sensibilidad, paralizando o disminuyendo el trabajo interior necesario para transformar en sentimiento humano la pasión animal. Por eso tiende más bien hacia objetos irreales que no de-terminan ni limitan su vida afectiva. Las autobiografías y recuerdos de juventud están llenos de testimonios de ado-lescentes que entre los catorce y los veinte años se han enamorado locamente de criaturas ideales forjadas por la poesía, la historia o por ellos mismos. En estos años se vive más para lo ideal que para lo real, o como dice hermo-samente Stanley Hall: "se vive para aquello por lo cual se puede también morir".

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VI.CONSECUENCIAS PEDAGÓGICAS

En primer lugar salta a la vista el valor inmenso de la vida afectiva del adolescente en la formación de su perso-nalidad. El amor que bulle en su ser lo eleva. Los hombres no hubiesen sabido lo que es el ideal si no hubiesen expe-rimentado el amor en su alma. El embellece la vida, subli-ma cuanto el hombre encuentra a su paso y añade nuevas energías que prolongan la esfera del espíritu para engen-drar un yo mejor.

Pero esta tendencia tan fecunda, tan noble si es desvia-da puede comprometer definitivamente la vida superior del hombre y matar en su fuente todas sus grandes aspira-ciones. Como decía un poeta francés:

Le coeur de l'homme vierge est un vase profond.Lorsque la premiere eau qu'on y verse est impureLa mer y passerai sans laver la souillure,Car l'abime est inmense et la tache est au fond.

La vida afectiva del adolescente más que ninguna otra de las manifestaciones de su espíritu exige, pues, la obra del educador siempre inclinado sobre el adolescente para dirigir las manifestaciones del afecto. El corazón del ado-lescente ha de ser tratado como uno de esos hermosos rosales que se planta en los jardines ingleses, que es conti-nuamente podado, no tronchado. Los brotes prematuros, aquéllos que aparecen muy juntos a la tierra son cortados para que el tallo fuerte se levante airoso, y su amplia copa florezca hermosas rosas grandes y fragantes. El alma no

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dirigida en sus afectos semeja a un rosal silvestre lleno de tallos generosos por todos lados, pero que dan rosas raquí-ticas.

Este cultivo de la vida afectiva del adolescente exige la acción continua y solícita del padre y del educador siempre inclinado sobre su alma. Pero este cultivo será imposible si padres y educadores no gozan de la confianza de los niños, y para gozar de su confianza hay que guardar perpetua-mente la adolescencia de corazón.

No cumplen por tanto su misión educadora aquellos establecimientos donde los alumnos no encuentran en el educador al amigo, sino únicamente al profesor que cree haber cumplido su misión enseñándole bien la ciencia y preparando un examen brillante. Eso no es educar, sino instruir, y lo que valoriza la vida no es la instrucción, sino la educación. Porque después de todo la instrucción da algo al hombre, pero no lo hace mejor y lo que importa en la vida no es tener algo, sino ser algo. En los colegios diri-gidos por sacerdotes se puede contar con un medio de la mayor importancia pedagógica: el padre espiritual, sacer-dote al que pueden acudir los jóvenes en busca de apoyo y dirección. Educadores tan poco sospechosos de parcialidad en los colegios católicos como Barrés y Payot alaban sin restricción este medio de cultivo espiritual.

La pedagogía del adolescente, dice Lancaster, se resu-me en esta palabra: Inspire enthusiastic activity: una acti-vidad entusiasta e inspirada. El oficio del educador, consis-tirá por tanto menos a suscitar la vida afectiva juvenil, que en darle direcciones y alimentos apropiados. Cuando ésta sea raquítica, claro está, que deberá estimularla como se aviva un enfermo mediante una inyección, pero de ordina-

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rio tendrá sólo que canalizar un caudal emotivo demasiado rico ofreciéndole un ideal superior.

Viniendo ya a tratar más en detalle los medios de que se puede valer el educador para canalizar la vida afectiva del adolescente, señalaremos en primer lugar, el ponerlo en contacto con la belleza. Todo lo que es bello, noble, armonioso, por el sólo hecho de serlo, educa. Por lo tanto que el hogar y la escuela, aunque sean pobres, sean be-llos, sean hechos con gusto; que el mobiliario, los cuadros, los jardines, que todo refleje algo de belleza. El alma plásti-ca del niño y del adolescente se va modelando al contacto de lo bello. Lo bello es bello porque es armónico. Y la ar-monía es el fundamento de un orden moral, la armonía que se manifiesta en el respeto de todas las relaciones esenciales de la naturaleza.

Lo que decimos del contacto con la belleza se diga tam-bién del cultivo de las cualidades humanas de urbanidad, educación, cortesía, caballerosidad, respeto. Respeto por todo: por el hombre y hasta por las cosas. Esas cualidades humanas desarrolladas plenamente ofrecen un hermoso fundamento a un alma bella. Es un error el de aquéllos que sólo insisten en las que llaman virtudes sobrenaturales, despreciando las que llaman cualidades humanas. La dis-tinción creo que no es fundada, pues estas que llaman vir-tudes humanas cultivadas por un alma en gracia no son sino la efloración de la más sobrenatural de las virtudes, la caridad. En el orden actual no hay virtud que sea puramen-te humana para el cristiano.

Este culto de lo bello en lo exterior y en lo interior del alma supone necesariamente un espíritu generoso, que luche despiadamente contra el ambiente materialista que presenta la vida como una bolsa de comercio, y que se

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empeña en valorizar todas las cosas a los ojos del niño por un equivalente en notas y premios en la vida de colegio, en dinero en la vida postescolar. Ese criterio estrecho es sumamente perjudicial, mata la verdadera vida afectiva y fomenta el egoísmo que convierte el amor y la amistad en utilidad y placer. La amistad sería "un comercio en que el amor propio se propone siempre ganar algo", según la má-xima que transcribe Rochefoucauld, y el amor, en un me-dio de saciar el instinto cuando joven, o de tener una com-pañera cuando la edad avance.

El amor y la amistad en cambio no son egoísmo sino las alas más fuertes que ha dado Dios al hombre para levan-tarse del fango de este mundo.

La amistad, si es demasiado sensible, es peligrosa; pero cuando reúne las características de la verdadera amistad es una fuerza poderosa para el bien. El amor educado gra-dualmente, actuando una vez que el hombre ha llegado a su madurez y entretanto sirviendo para animar todas las actividades del adolescente dará a éste una energía y una plenitud que le hará ir al bien con toda su alma.

Finalmente al tratar del amor hagámoslo siempre con el respeto debido al más noble de los sentimientos. No nos olvidemos, como dice San Juan, de que Dios es amor. La obra de Dios ha de llevar su sello, y el hombre para elevar-se ha de imitar a Dios, ha de amar. Nada hay tan noble como un gran amor.

¡Si hasta en su fondo mejor,la religión es amorque trasciende a lo divino!

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ÍNDICE

LA VIDA AFECTIVA EN LA ADOLESCENCIA..................1INTRODUCCIÓN...............................................................3

La adolescencia y el educador......................................3Adolescencia y afectividad............................................5

I. NATURALEZA DE LA VIDA AFECTIVA.......................7Dualismo de tendencias................................................7El amor estético..........................................................10Evolución del amor estético........................................12Fundamento del amor estético...................................13Realismo e irrealismo en el amor estético..................14Carácter ideal del amor estético en la adolescencia. . .16

II. LA AMISTAD.............................................................19Amor y amistad...........................................................20Valor pedagógico de la amistad..................................23

III. EL AMOR ENTRE ADOLESCENTES..........................27Pedagogía del amor en la adolescencia......................29La parodia del amor....................................................35Amoríos.......................................................................37La elección de la compañera.......................................41La perennidad del amor..............................................49

IV. RELACIONES AFECTIVAS ENTRE ADOLESCEN-TES Y PERSONAS DE EDAD DIFERENTE................53El complemento psíquico............................................53El entusiasmo de los adolescentes por los mayores....55

V. VICISITUDES DE LA VIDA AFECTIVA DEL ADOLESCENTE..................................................57Cambios en las emociones familiares.........................57Sentimientos sociales alternos....................................59Causas de la variabilidad afectiva del adolescente.....59

VI. CONSECUENCIAS PEDAGÓGICAS..........................63

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E S T E L I B R O S E T E R M I N Ó D E E D I T A R

E L D Í A 2 4 D E J U N I O

N A C I M I E N T O D E S A N J U A N B A U T I S T A

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