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18 Miércoles 25 de febrero del 2015 GESTIÓN BAJO LA LUPA También se afirma que alimenta la inequidad porque los salarios aumentan para los trabajadores que poseen las capacidades apro- piadas pero se estancan o reducen para los menos instruidos. Por tan- to, lo que necesitamos es más y me- jor educación. Adivino que esto suena familiar —es lo que escuchamos de las “ca- bezas parlantes” en la TV, en artícu- los de opinión de líderes empresaria- les como Jamie Dimon, de JPMorgan Chase, y en “documentos marco” del centrista Proyecto Hamilton—. Se repite tanto, que muchos probable- mente asumen que es algo incuestio- nablemente cierto. Pero no lo es. Para empezar, ¿está siendo real- mente veloz el cambio tecnológico? El inversionista de riesgo Peter Thiel ha comentado con sarcasmo: Además, no existe evidencia de que una brecha de capacidades es- té frenando la generación de em- pleo. Después de todo, si las empre- sas estuvieran desesperadas por trabajadores con ciertas calificacio- nes, estarían ofreciendo atractivos salarios para captarlos. ¿Dónde están estas profesiones afortunadas? Podemos encontrar ejemplos aquí y allá, aunque lo in- teresante es que algunas de las ma- yores ganancias recientes en sala- rios corresponden a ocupaciones manuales calificadas —operadores de máquinas de coser, soldadores— gracias a que ciertos rubros de pro- ducción manufacturera están re- tornando a Estados Unidos. Pero la noción de que existe demanda para quienes están altamente calificados es falsa. Finalmente, si bien en algún momento el argumento de la edu- cación/inequidad pudo haber pa- recido plausible, hace mucho tiempo que dejó de reflejar la rea- lidad. El Proyecto Hamilton afir- ma que “los salarios de los más ca- lificados y mejor pagados han con- tinuado creciendo sostenidamen- te”, aunque lo cierto es que los in- gresos ajustados por inflación de los estadounidenses altamente instruidos no han aumentado des- de finales de los noventa. Entonces, ¿qué ocurre real- mente? Las ganancias corporati- vas se han disparado como por- centaje del ingreso nacional, pero no existe señal de un alza en la ta- sa de rentabilidad de la inversión. ¿Cómo se explica esta aparente contradicción? Bueno, es lo que uno esperaría si las ganancias cre- cientes reflejan el poder monopó- lico en lugar de los retornos sobre el capital. En cuanto a los sueldos y sala- rios, los grados universitarios no son importantes —todos los grandes aumentos van a parar a un reducido grupo que mantie- ne puestos estratégicos en las grandes corporaciones o cabal- ga las encrucijadas de las finan- zas—. La inequidad no es un asunto de quién posee los cono- cimientos sino de quién tiene el poder. Hay mucho que puede hacerse para corregir esta desigualdad de poder. Se podría gravar con ma- yores impuestos a las corporacio- nes y los millonarios, e invertir esos ingresos en programas de apoyo para las familias trabaja- doras. Se podría elevar el salario mínimo y facilitar la sindicaliza- ción. No es difícil imaginar un es- fuerzo verdaderamente serio pa- ra hacer que el país sea menos desigual. Pero dada la determinación de un partido de mover la política económica en la dirección contra- ria, estar a favor de tal esfuerzo hace que uno suene partidista. De allí el deseo de que todo se vea co- mo un problema educativo, aun- que debemos reconocer esa eva- sión por lo que es: una profunda y nada seria fantasía. M is lectores saben que en ocasiones hago escarnio de la “gente muy se- ria”: los políticos y analistas que repiten solemnemente ideas convencionales y las hacen pa- recer reflexivas y realistas. Pero no es lo mismo sonar serio y ser serio, y algunas de esas posicio- nes aparentemente sensatas son en realidad formas de elu- dir temas verdaderamente complicados. El principal ejemplo de los úl- timos años fue el desvío del dis- curso de la élite, que evitó la tra- gedia del elevado desempleo en Estados Unidos y se decantó por el supuestamente crucial asunto de cómo financiaremos los pro- gramas de seguridad social den- tro de dos décadas. Esa obsesión está perdiendo re- levancia, aunque está aparecien- do una nueva forma de evadir lo importante, también disfrazada de seriedad, que esta vez intenta trasladar el discurso nacional so- bre la inequidad de los ingresos en una discusión sobre los su- puestos problemas educativos del país. Y es una evasión porque sea lo que sea que la gente seria quie- ra creer, la creciente inequidad no es un asunto de educación, sino de poder. Quiero ser claro: estoy a favor de una mejor educación, que esté disponible y sea accesible para to- dos. No obstante, lo que continúo viendo es gente que insiste en que las fallas educativas son la raíz de la todavía débil generación de em- pleos, del estancamiento de los sa- larios y de la creciente inequidad. Si bien suena seria y profunda, es una visión que no se ajusta a la evi- dencia y, además, es una forma de ocultarse del verdadero e inevita- ble debate político. El argumento es el siguiente: Estamos viviendo un periodo nunca antes visto de cambios tec- nológicos y demasiados trabaja- dores estadounidenses carecen de las capacidades necesarias pa- ra afrontarlos. Esta “brecha” está limitando el crecimiento econó- mico porque las empresas no pue- den hallar a los trabajadores que requieren. “Estamos viviendo un periodo nunca antes visto de cambios tecno- lógicos y demasiados trabajadores estadouni- denses carecen de las capacidades necesarias para afrontarlos”. Conocimiento no es poder LA EDUCACIÓN NO ES LA RESPUESTA AL PROBLEMA DE LA INEQUIDAD DE IN- GRESOS EN ESTADOS UNIDOS. BLOOMBERG “Queríamos autos voladores, pero lo que obtuvimos fueron 140 carac- teres”. Después de elevarse breve- mente después de 1995, la produc- tividad parece haberse ralentizado fuertemente. Antonio Yonz Martínez Traducción NYT SYNDICATE Si las empresas estuvieran desesperadas por trabajadores con ciertas calificaciones estarían ofreciendo atractivos salarios para captarlos. Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008 DESAYUNANDO CON KRUGMAN

Krugman elconocimiento no es poder

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18 miércoles 25 de febrero del 2015 Gestiónbajo la lupa

También se afirma que alimenta la inequidad porque los salarios aumentan para los trabajadores que poseen las capacidades apro-piadas pero se estancan o reducen para los menos instruidos. Por tan-to, lo que necesitamos es más y me-jor educación.

Adivino que esto suena familiar —es lo que escuchamos de las “ca-bezas parlantes” en la TV, en artícu-los de opinión de líderes empresaria-les como Jamie Dimon, de JPMorgan Chase, y en “documentos marco” del centrista Proyecto Hamilton—. Se repite tanto, que muchos probable-mente asumen que es algo incuestio-nablemente cierto. Pero no lo es.

Para empezar, ¿está siendo real-mente veloz el cambio tecnológico? El inversionista de riesgo Peter Thiel ha comentado con sarcasmo:

Además, no existe evidencia de que una brecha de capacidades es-té frenando la generación de em-pleo. Después de todo, si las empre-sas estuvieran desesperadas por trabajadores con ciertas calificacio-nes, estarían ofreciendo atractivos salarios para captarlos.

¿Dónde están estas profesiones afortunadas? Podemos encontrar ejemplos aquí y allá, aunque lo in-teresante es que algunas de las ma-yores ganancias recientes en sala-rios corresponden a ocupaciones manuales calificadas —operadores de máquinas de coser, soldadores— gracias a que ciertos rubros de pro-ducción manufacturera están re-tornando a Estados Unidos. Pero la noción de que existe demanda para quienes están altamente calificados es falsa.

Finalmente, si bien en algún momento el argumento de la edu-cación/inequidad pudo haber pa-recido plausible, hace mucho tiempo que dejó de reflejar la rea-lidad. El Proyecto Hamilton afir-ma que “los salarios de los más ca-lificados y mejor pagados han con-tinuado creciendo sostenidamen-te”, aunque lo cierto es que los in-gresos ajustados por inflación de los estadounidenses altamente instruidos no han aumentado des-de finales de los noventa.

Entonces, ¿qué ocurre real-mente? Las ganancias corporati-vas se han disparado como por-centaje del ingreso nacional, pero no existe señal de un alza en la ta-sa de rentabilidad de la inversión. ¿Cómo se explica esta aparente contradicción? Bueno, es lo que uno esperaría si las ganancias cre-cientes reflejan el poder monopó-lico en lugar de los retornos sobre el capital.

En cuanto a los sueldos y sala-rios, los grados universitarios no son importantes —todos los grandes aumentos van a parar a un reducido grupo que mantie-ne puestos estratégicos en las grandes corporaciones o cabal-ga las encrucijadas de las finan-zas—. La inequidad no es un asunto de quién posee los cono-cimientos sino de quién tiene el poder.

Hay mucho que puede hacerse para corregir esta desigualdad de poder. Se podría gravar con ma-yores impuestos a las corporacio-nes y los millonarios, e invertir esos ingresos en programas de apoyo para las familias trabaja-doras. Se podría elevar el salario mínimo y facilitar la sindicaliza-ción. No es difícil imaginar un es-fuerzo verdaderamente serio pa-ra hacer que el país sea menos desigual.

Pero dada la determinación de un partido de mover la política económica en la dirección contra-ria, estar a favor de tal esfuerzo hace que uno suene partidista. De allí el deseo de que todo se vea co-mo un problema educativo, aun-que debemos reconocer esa eva-sión por lo que es: una profunda y nada seria fantasía.

M is lectores saben que en ocasiones hago escarnio de la “gente muy se-

ria”: los políticos y analistas que repiten solemnemente ideas convencionales y las hacen pa-recer reflexivas y realistas. Pero no es lo mismo sonar serio y ser serio, y algunas de esas posicio-nes aparentemente sensatas son en realidad formas de elu-dir temas verdaderamente complicados.

El principal ejemplo de los úl-timos años fue el desvío del dis-curso de la élite, que evitó la tra-gedia del elevado desempleo en Estados Unidos y se decantó por el supuestamente crucial asunto de cómo financiaremos los pro-gramas de seguridad social den-tro de dos décadas.

Esa obsesión está perdiendo re-levancia, aunque está aparecien-do una nueva forma de evadir lo importante, también disfrazada de seriedad, que esta vez intenta trasladar el discurso nacional so-bre la inequidad de los ingresos en una discusión sobre los su-puestos problemas educativos del país. Y es una evasión porque sea lo que sea que la gente seria quie-ra creer, la creciente inequidad no es un asunto de educación, sino de poder.

Quiero ser claro: estoy a favor de una mejor educación, que esté disponible y sea accesible para to-dos. No obstante, lo que continúo viendo es gente que insiste en que las fallas educativas son la raíz de la todavía débil generación de em-pleos, del estancamiento de los sa-larios y de la creciente inequidad. Si bien suena seria y profunda, es una visión que no se ajusta a la evi-dencia y, además, es una forma de ocultarse del verdadero e inevita-ble debate político.

El argumento es el siguiente: Estamos viviendo un periodo nunca antes visto de cambios tec-nológicos y demasiados trabaja-dores estadounidenses carecen de las capacidades necesarias pa-ra afrontarlos. Esta “brecha” está limitando el crecimiento econó-mico porque las empresas no pue-den hallar a los trabajadores que requieren.

“Estamos viviendo un periodo nunca antes visto de cambios tecno-lógicos y demasiados trabajadores estadouni-denses carecen de las capacidades necesarias para afrontarlos”.

Conocimiento no es poderLa educación no es La respuesta aL probLema de La inequidad de in-

gresos en estados unidos.

BLOOmBERG

“Queríamos autos voladores, pero lo que obtuvimos fueron 140 carac-teres”. Después de elevarse breve-mente después de 1995, la produc-tividad parece haberse ralentizado fuertemente.

Antonio Yonz martínezTraducción

NYT SYNdicATE

Si las empresas estuvieran desesperadas por trabajadores con ciertas calificaciones estarían ofreciendo atractivos salarios para captarlos.

Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008

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