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1 Los rostros de la tierra José J. Quintero D. , Esther Z. Rosas L. , Federico del Cura D.

Los rostros de la tierra - biorediberoamerica.org...trabajo conjunto de los autores en el Proyecto: Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos

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1

Los rostrosde la tierra

José J. Quintero D. , Esther Z. Rosas L. , Federico del Cura D.

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Los autores son Docentes-Investigadores de

la Universidad Politécnica Territorial de Mérida

Kléber Ramírez (UPTMKR), pertenecen al Grupo

de Estudios Multidisciplinarios (GEM), son los

Editores de la revista institucional arbitrada Voces:

tecnología y pensamiento. Este texto es fruto del

trabajo conjunto de los autores en el Proyecto:

Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos culturales asociados a la agricultura ante escenarios de cambio climático en el estado Mérida (FONACIT

2013001542)

José Juvencio Quintero Delgado

Licenciado en Letras por la Universidad de los Andes (ULA, 1989), Magister en Literatura Iberoamericana por la Universidad de los Andes (ULA, 1992).

Ha cultivado la fotografía durante los últimos 30 años, actualmente dicta la cátedra de Fotografía Básica en el PNFTurismo de la UPTMKR. Es el Di-rector–Editor de la revista Voces: tecnología y pensamiento. Sus trabajos como investigador se vinculan a la cultura. Tiene bajo su responsabili-dad el proyecto La incidencia del componente cultural como capacidad adaptativa para la resiliencia ante el desastre climático de 2005 en los habitantes de Santa Cruz de Mora del estado Mérida (FONACIT 2013002042).

Esther Z. Rosas Lobo

Licenciada en Educación por la Universidad de los Andes (ULA, 1996), Magister en Planificación de la Educación por la Universidad Bicentenaria de Aragua (UBA, 2000), Doctora en Lingüística por la Universidad de los Andes (ULA, 2008).

Sus trabajos de investigación han estado suscritos por una parte, a la Lingüística Aplicada, especialmente a la enseñanza-aprendizaje de la lengua extranjera, por otra parte, a los estudios culturales ligados a la actividad agrícola, al estudio de la resiliencia en comunidades rurales vulnerables a los desastres naturales…

Federico Del Cura Delgado.

Geógrafo por la Universidad de Los Andes (ULA, 1986), Magister en Gerencia por la Universidad Fermín Toro (UFT, 2005), Experto Universitario en Gestión de Proyectos en Educación, Ciencia y Cultura por la Universidad de Educación a Distancia de España (UNED, 2005), Doctorando en Ciencias Gerenciales por la Universidad Nacional Experimental de las Fuerzas Armadas (UNEFA).

Ha desarrollado una amplia carrera profesional inicialmente en el ejercicio privado en consultoría en el área ambiental y educativa. En la docencia universitaria de pre y postgrado en cátedras como Agroclimatología, Biodiversidad, Planificación Eco-regional y Gerencia de la Ejecución de Proyectos.

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Universidad Politécnica Territorial de Mérida Kléber Ramírez:

Rector: Dr. Ángel Z. Antúnez P.

Vicerrector Académico: Dr. Walter A. Espinoza R.

Secretario: MSc. Iván A. López R.

Responsable Administrativo: Ing. Jesús T. Montilla

Responsable de Desarrollo Territorial: Esp. Deny j.

Avendaño P.

Resposable Éstrategico de Políticas Estudiantiles: Ing. Maria J. Salas M.

Coordinación de Gestión Editorial de la UPT de Mérida Kléber Ramírez:

Dr. Jesús A. Delgado M. (Coordinador)

Comisión de ArbitrajeDr. Ramiro Prato V.

MSc. Marilyn Medina L.

MSc. Frank Tovar

Los Rostros de la TierraPrimera Edición 2017

Coordinación de Gestión Editorial de la UPT de Mérida Kléber Ramírez

José J. Quintero D., Esther Rosas L.

Federico Del Cura D.

Diseño: Mariemilia Arellano. Foto de Portada: José J. Quintero D.

HECHO EL DEPÓSITO DE LEYDeposito legal: ME2017000178

ISBN: En Trámite. Población de Chacantá. Pueblos del Sur. Fotógrafía: José J. Quintero D.01

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Los rostrosde la tierra

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02 Cultivo de “Churí”Auyama de gran tamaño (Curcubita)

Fotógrafoía Federico Del Cura D.

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Prólogo.................................................................................................................................................................................................................

Presentación...........................................................................................................................................................................................................

Introducción............................................................................................................................................................................................................

Germoplasma.........................................................................................................................................................................................................

Las Colectas..........................................................................................................................................................................................................

Cultura...................................................................................................................................................................................................................

Religión, epónimo de la cultura andina.....................................................................................................................................................................

Paisaje...................................................................................................................................................................................................................

El geosímbolo como resistencia de lo auténtico........................................................................................................................................................

Cultivos..................................................................................................................................................................................................................

Coexistencia de agrosistemas.................................................................................................................................................................................

Pueblos..................................................................................................................................................................................................................

Red indígena y pueblos coloniales...........................................................................................................................................................................

Lo humano.............................................................................................................................................................................................................

El Ethos Andino......................................................................................................................................................................................................

Cierre a tres voces..................................................................................................................................................................................................

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Contenido

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03 Entrevista al productor Juvencio Contreras Chacantá

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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7Prólogo

PrólogoLos orígenes de Los rostros de la tierra se funden con

una investigación universitaria más extensa que versa

sobre germoplasma y cultura. Para decirlo con más

precisión, una indagación que explora las labores agro-

culturales en los territorios andinos del estado Mérida.

Si tratamos específicamente el caso del agro, el trabajo

versaría sobre los problemas propios a tal quehacer: la

conservación de semillas, las estrategias que pueden

aplicarse ante las variaciones climáticas y el cambio

climático, el uso de transgénicos, la defensa ante

plagas, etc. En lo que concierne a la cultura los asuntos

varían desde el tipo de práctica que se implementa

en las tareas agrícolas, la ordenación particular de las

relaciones socioeconómicas de las comunidades, las

prácticas religiosas, lingüísticas y míticas ligadas a la

siembra, la gobernanza de estos sectores, hasta llegar

a estudiar los niveles de bienestar y calidad de vida

que cada comunidad ensambla particularmente en su

hábitat y en su circunstancia social.

Esas son las nociones iniciales por donde se canalizó

la investigación y, como toda propuesta universitaria,

su cauce corresponde al aspecto y las formalidades

metodológicas que le son propias. Dicho de esta

manera, la conclusión inmediata que cabría pensar

es que estamos ante un texto que desarrolla un

planteamiento del tipo que caracteriza a ese saber

profesional, pesquisas pensadas bajo el apretado

entramado de la ciencia donde los resultados que

arroja el trabajo juegan un papel central, imponiendo

una conclusión y redirigiendo recomendaciones o

planteamientos novedosos hacia el fenómeno de

estudio en concreto. El resultado final se apoya sobre

el piso de una exposición que confirme o deniegue los

constructos previos que la situación determinada haya

aportado a la tendencia investigativa en estudio, eso

sería lo normal, lo corriente.

Sin embargo, en este libro ha ocurrido una particular

decantación de los estados de percepción de los

investigadores sobre lo estudiado, que enmienda y

reconstruye la significación de los materiales recabados

en el trabajo de campo. De cómo se explica esto trataré

de dar luz en las siguientes líneas.

La historia se inicia en uno de los periodos de análisis

y discusión de lo recabado en las tareas asumidas,

en algún momento álgido del deliberar, no exento de

tormenta y debate, se produjo un corte, esta cesura

da inicio a un proceso de reflexión que se separa de la

lógica del pensar profesional para comenzar a recrearse

en otro tipo de entendimiento capaz de dar lugar a una

escritura diferente. En nuestras conversaciones se hizo

evidente una señal de que algo quedaba fuera, “algo” se perdía en los datos acumulados por la metodología

clásica de una investigación, en los cuestionarios, las

estadísticas, las gráficas, los apuntes detallados, las

fieles transcripciones de las entrevistas; la sospecha de

lo que se escapaba se acrecentaba en cada discusión,

reconocíamos un “plus” que no podía ser atrapado por

el método que estábamos empleando.

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Celebración de San Isidro Labrador Timotes

Fotógrafía: José J. Quintero D.04

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9Prólogo

Con estas inquietudes personales, y ya como un tema

a resolver, acudimos nuevamente a la mesa de trabajo,

repensando los términos en los que habíamos formulado

la investigación, reparamos en sus límites, nos hicimos

conscientes de que pisábamos otros terrenos pero

que, a la postre, reclamaban atención porque habían

calado en el ánimo de todos. Después de muchos litros

de café y de otros tantos días, llegó el consenso, la

investigación, que en principio era diáfano río, se había

transformado en delta. Lo que habíamos observado

había transmutado nuestra percepción, se ramificaba

y obligaba a tomar decisiones que resolvieran, de otro

modo, el impacto que el contacto con la naturaleza y con

las poblaciones campesinas produjo en la subjetividad

de cada uno. Necesitábamos contar, explicar en otros

términos, se imponía la urgencia de narrar desde otro

ángulo, con otra perspectiva.

Decirlo parece poco, suena a rutinario gaje de un oficio

que advierte y prevé esas derivas. Tal vez un argumento

de este tipo podría contemplarse dentro de las

variaciones de lo posible pero, es justo confesar, reiniciar

un proyecto aparte a lo ampliamente planificado, asumir

otro trabajo diferente al ya emprendido, significa dar un

giro en pleno vuelo que de ninguna manera es cómodo,

aunque, qué duda cabe, conlleva una expectativa no

exenta de goce y disfrute.

Así pues, el roce con el campo, con la naturaleza,

con sus pobladores, suscitó vivencias e inquietudes

que culminaron en la decisión de intentar forjar una

manifestación que describiera, en la medida de

nuestras posibilidades, la impronta que con timbre

claro marcó dichas experiencias, las cuales influyeron

solapadamente sobre nuestro espíritu, como un oleaje

suave pero constante que rompe en las playas del

alma, invadiendo el ánimo y sedimentando sobre él

un universo de sensaciones que no tienen cabida en

las redacciones estrictamente académicas. Esa es

sustancialmente la razón que nos condujo a escribir

Los rostros de la tierra.

Notará el lector curioso que los textos que componen

el libro resultan dispares en estilo y forma. Ello

responde a su concepción, ya que se diseñó para

ser redactado por secciones encargadas de forma

específica a cada uno de los tres autores, todos con

disciplinas profesionales diferentes y dependiendo

de la mayor o menor competencia que se tuviese en

las materias que moldean los capítulos. No obstante,

cabe afirmar que escribir sobre los campos que cada

quien mejor dominaba profesionalmente no fue óbice

para la manifestación de la sensibilidad, esa capacidad

de poder sentir moralmente, de emocionarnos ante la

grandeza de la contemplación de valores estéticos,

naturales o éticos que constituyen la bisagra donde

gravita el pulso de esta publicación.

En este punto vale decir que el libro es un producto que

fluctúa entre dos aguas, no se apega ni se subyuga

al tipo de redacción académica pero, aclarémoslo,

tampoco fluye como una inspiración alterada que niega

evidencias o datos. Su escritura tiene una orientación

que, fundamentalmente, sucumbe a la necesidad

de expresar lo percibido en la coexistencia con una

naturaleza totalizadora, tanto geográfica como humana,

por lo que ya sea como mínima formalidad que ubique

y emplace a sus variados contextos, ya sea como una

narración empapada de emoción, o como una ventana

de imágenes que retratan la peculiaridad que surte

a Mérida de una identidad impar y magnífica, estos

textos deberían leerse, en todo caso, como el resultado

de un homenaje desde una sensibilidad particular fruto

del contacto con lo cotidiano rural, una ofrenda a ese

universo de gentes, costumbres, tradiciones y paisajes

que pueblan y dan forma a las tierras andinas.

Consecuentemente, la impresión que da su escritura es la

de ser un libro mestizo, heterogéneo, un hibrido que busca

hablar, contar y mostrar. Su operar escudriña en cada fuente

a su alcance para hallar lo que le permita acercarlo de la

mejor forma, de la más eficiente manera, al público.

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Habitante de El Valle, Mérida en la Celebración de San Isidro Labrador.

Fotógrafía: José J. Quintero D.05

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11Prólogo

Es este factor final, el lector, el que guía las preocupaciones de los autores para dotar al texto de una disposición que permita la inclusión de un auditórium más amplio, que se desvincule de la especificidad propia de las producciones académicas concebidas en función de pares universitarios y profesionales, para actuar en un nivel que dé apertura a una lectura plural. El giro sobre el cual meditamos esta publicación presume la disposición de un trabajo que involucre y no que rechace, Los rostros de la tierra está pensado para trabar una complicidad que abarque un tipo de comprensión dilatado, se concibe como un espacio donde la escritura como la imagen funcionan de manera análoga, tratando de invadir sensibilidades y buscando la empatía con lo contado. Por ende, vale decir que la intención que subyace en el diseño de este libro, en última instancia, apunta a la legibilidad, hay una clara conciencia de que, en Usted, apreciado y variado lector, este libro cobra vida y se materializa. Por consiguiente, es mestizo porque en el fondo las almas mestizas son connaturales con todo y con todos, esa es la finalidad que nos hemos propuesto como punto de llegada. Es el deseo de los autores, Federico, Esther y mi persona, que el relato que nazca de esta lectura pueda aportarle renovadas y ricas visiones a estos rostros de la tierra.

José J. Quintero Delgado

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Iglesia y Plaza Bolívar de Chacantá. Pueblos del Sur

Fotógrafía: José J. Quintero D.06

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Presentación

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Entrevista etnográfica. Productor Patrocinio Rivera, Palo Negro, Mistajá

Fotógrafía: Viviana C. Lobo

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1501Presentación

Este libro es uno de los productos de lo que constituye

un proyecto de investigación singular en el acontecer

investigativo dentro de la Universidad Politécnica

Territorial de Mérida “Kléber Ramírez” (UPTMKR),

no porque antes no se hayan realizado valiosas

investigaciones, sino ante todo por la originalidad de

su carácter colectivo y por la trascendencia de sus

objetivos, tanto en el territorio como en el tiempo, lo

cual le da un tinte de originalidad pues en ninguna

investigación había sido abordada de esta manera en

los 30 años de historia universitaria.

Para hablar de sus inicios habría que remontarse

a finales del año 2012, cuando el Ministerio de

Ciencia y Tecnología, a través del FONACIT, realiza la

convocatoria para la presentación de Proyectos de

Investigación en el marco del Programa Nacional de

Estímulo a la Investigación e Innovación (PEII), donde se

acude con una propuesta denominada Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos culturales asociados a la agricultura ante escenarios de cambio climático en el Estado Mérida. Casi un año más tarde se recibe

su aprobación bajo el código FONACIT 2013001542,

así como los fondos para su ejecución en diciembre del

2013, logrando iniciar su producción el año siguiente.

El proyecto buscaba por una parte la consolidación de

un incipiente Banco de Semillas en la UPTMKR, pero

integrando “los saberes culturales campesinos en el rescate y conservación de germoplasma autóctono y local con potencial productivo ante escenarios de cambio climático…”, objetivo éste que sin duda logró

captar la atención de los analistas de proyectos, ya que

ampliaba y enriquecía los horizontes tradicionales de

las investigaciones en el campo agrícola, al incorporar

conceptos, herramientas y métodos de otras disciplinas

científicas y sus investigadores. El proyecto planteaba

que junto al germoplasma debía registrarse gran parte

del conocimiento ancestral para su adecuado cultivo y

consumo, ya que ambos son requisitos indispensables

para su conservación.

El cumplimiento de objetivos tan ambiciosos no

ha podido más que iniciarse, descubrimos que el

trabajo es prácticamente inacabable, no solo por lo

intrincado del territorio merideño, sino por el carácter

tan amplio y cambiante de la cultura y los cultivos.

Sin embargo, se han alcanzado algunos logros, se

realizaron valiosas prospecciones de germoplasma,

que han sido incorporadas al banco institucional y

a otros bancos locales creados en el marco de este

proyecto junto a diversas iniciativas institucionales, a

su vez se ha desarrollado un programa computacional

para su registro y adecuado manejo de la información.

Adicionalmente, se realizaron catálogos de fotografías

organizados y clasificados en categorías para facilitar

su utilización, este material se complementó con

videos de informantes clave en cada localidad visitada,

lo cual suministrará una valiosa información que será

analizada en documentos que se expondrán al público

en el momento oportuno.

Por último, hemos utilizado las tecnologías de la

información y comunicación para difundir vía web y

redes sociales, algunas de las actividades, fotografías y

otras iniciativas como seminarios y talleres divulgativos

en función de dar a conocer los resultados del proyecto

y la necesaria difusión del material teórico y conceptual

que le da base.

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BARINASMÉRIDA

ZULIA

TÁCHIRA

TRUJILLOZULIA

Fuente: PDVSA (2016)

LAGO DE MARACAIBO

SITUACIÓN RELATIVA NACIONAL

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1701Presentación

El área de estudioSi se observa una imagen desde el espacio del territorio

merideño se evidencia que el paisaje está definido

por dos inmensas cordilleras, las cuales marcan

su geografía y determinan su condición de estado

andino venezolano por excelencia. De sus montañas

surgen innumerables ríos, lagunas y pequeños valles

intramontanos donde se han asentado pueblos

generando la actividad productiva para su sustento. En

tan peculiares condiciones ambientales, la búsqueda

de vías de comunicación ha marcado, históricamente,

ciertos espacios hacia mercados e intercambios con el

resto del país y aislado a otros otorgando un carácter

distintivo en cada caso.

En esta variada geografía el Geógrafo Elías Méndez,

diferencia cinco ventanas o paisajes que identifica

como: Páramo Merideño, Pueblos del Sur, Valle del

Mocotíes, Zona Panamericana o Sur del Lago de

Maracaibo y Área Metropolitana de Mérida, de estos

se seleccionaron cuatro para la presente publicación:

Zona de Páramo

Pueblos del Sur

Área Metropolitana de Mérida.

Zona de transición Jaji – La Azulita (Zona

Panamericana o Sur del Lago de Maracaibo y Área

Metropolitana de Mérida).

La zona Páramo, caracterizada por sus bajas

temperaturas y alturas superiores a los 3000 msnm,

queda definida en la intersección de tres sistemas de

montaña y sus valles intramontanos: el del río Chama,

columna vertebral de la red hidrográfica; el valle del río

Motatán (que drena hacia Trujillo) y el valle alto del Santo

Domingo, con su recorrido hacia el estado Barinas. En

los márgenes de todos estos ríos se localizan depósitos

de sedimentos en forma de pequeñas terrazas y conos

de deyección, que sirven de asiento a una agricultura

comercial intensiva que abarca un conjunto de pueblos

de importancia económica y cultural para el estado.

Los Pueblos del Sur, ocupan casi un tercio del territorio

merideño, pero solo alberga el 4% de su población.

Esta zona se caracteriza por lo intrincado de su vialidad

y lo abrupto del relieve, lo que históricamente ha

dificultado las comunicaciones con centros poblados y

de mercado importantes. Sin embargo, ha desarrollado

un carácter marcado por el esfuerzo, una economía

estabilizada en rubros agrícolas como el café.

Del Área Metropolitana de Mérida, que es la más

heterogénea del estado, se ha seleccionado una parte

de la cuenca del río Mucujún, específicamente la

población de El Valle que por su cercanía a la ciudad

de Mérida, capital del estado, fusiona lo urbano con

muchos de los elementos rurales parameros; por ello

se entrelazan los servicios agroturísticos (hoteles, venta

de artesanías, productos de la zona elaborados como

mermeladas, el vino de mora y el tradicional pastel

andino), con el desarrollo de la truchicultura, cultivos

hidropónicos en invernaderos y siembras hortícolas

tradicionales.

Por último, se ha incorporado una zona de contacto

o transición entre Mérida y la Zona Sur del Lago de

Maracaibo, caracterizada desde la época precolombina

como un corredor de paso para el intercambio de los

pueblos indígenas del agua y los de tierra, al disminuir

lo abrupto del relieve de la Sierra de La Culata

(Páramo del Campanario) y formar una estribación,

que nuevamente aumenta sus pendientes hacia el

Páramo del Tambor. Esta zona de intercambio muestra

características particulares que han dinamizado su base

agrícola introduciendo nuevos sistemas de producción

que van desde el cultivo del trigo, el café, la producción

de ganadería de leche, hasta cultivos en invernaderos,

con flores y hortalizas.

Page 20: Los rostros de la tierra - biorediberoamerica.org...trabajo conjunto de los autores en el Proyecto: Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos

Iglesia de Pueblo Nuevo del Sur, Mérida

Fotógrafía: José J. Quintero D.08

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1901Presentación

El Proyecto

Este libro representa una pequeña parte del trabajo

realizado, que refiere y comenta parte tanto del

germoplasma que se cultiva y consume en las

poblaciones mencionadas, así como las vivencias de

sus cultivadores y su mundo construido en estrecha

relación con la práctica de la agricultura. El proyecto

matriz del que parte este texto continuará amplián-

dose a otras localidades del estado y generando, en

su dinámica investigativa, otros productos de interés

tanto para investigadores, en aspectos conceptuales

y metodológicos, como para el público en general, al

captar en numerosas fotografías, historias de vida y

videos una parte del inmenso patrimonio cultural del

interior del estado.

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Cruz Redentorista. Páramo de la Culata, El Valle, Mérida

Fotógrafía: Mariana I. Del Cura L.09

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Introducción

Page 24: Los rostros de la tierra - biorediberoamerica.org...trabajo conjunto de los autores en el Proyecto: Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos

Carroza en la Festividad de San Isidro Labrador. Timotes, Mérida

Fotógrafía: Federico Del Cura D.

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2302Introducción

Germoplasma y cultura resumen los dos grandes

componentes que justifican este esfuerzo investigativo

y procuran la adhesión que queremos lograr en los

lectores. Se hace necesario, por un lado, llamar la

atención sobre la erosión genética de la biodiversidad,

elemento que atenta contra la seguridad alimentaria,

más aún ante escenarios de cambio climático capaces

de afectar el sistema agroalimentario de la región y,

por ende, a la población. Por otro lado, es necesario

destacar el “factor cultura”, pues es él quien modela

las maneras con las que cada colectivo humano

asume y conforma la intelección de sus experiencias,

ya que otorga sentido y articula todas las señales,

signos y símbolos capaces de dar funcionabilidad a

los entornos humanos de acuerdo a una codificación

específica, por lo tanto, conocer todos estos aspectos

(hábitos, usanzas, costumbres, etc.), que rodean a la

agricultura de las poblaciones en estudio, permiten

una comprensión más precisa, un acercamiento que

devela la red de ramificaciones que entrecruzan esta

actividad.

En el primero de los aspectos, el germoplasma, el proyecto ha acopiado una serie de colectas de semillas en el territorio del estado Mérida y ha establecido un procedimiento para su almacenamiento adecuado en los Bancos Territoriales de cada localidad, donde este

Los Aspectosmaterial se ha incorporado para su uso en la docencia e investigación. Además se ha vinculado con la Biorediberomérica (Red para la Recuperación de la Diversidad de Semillas Locales y su Entorno Cultural en Comunidades Rurales, en la búsqueda de Sostenibilidad para Iberoamérica), traspasando de esta manera, las fronteras territoriales y nacionales para posicionarse a nivel internacional.

En el segundo, el análisis cultural, se concreta en una variedad de estudios y productos que aportan el registro gráfico de una multiplicidad de elementos, distintos enfoques de análisis cultural y la revisión de prácticas cognitivas asociadas a la agricultura, para interpretar, de un modo más amplio, el complejo sistema de relaciones implícitos en esta actividad humana.

Queremos resaltar que, la propensión que parece predominar en la producción agrícola ha separado, consciente o inconscientemente, a la cultura como elemento integrado e integrador dentro de las prácticas agrícolas. El interés se ha desplazado a los métodos, a las especializaciones que garanticen un rendimiento mayor de las cosechas, dejando en el olvido cualquier vinculación que, aun proviniendo de su origen, enraíce las siembras con el contexto vivencial humano. La injerencia de criterios puramente técnicos obvia la experiencia ancestral, soslaya la simbiosis con el ser humano que posee cada cultivo, ignora impunemente la existencia de saberes culturales arraigados por

motivaciones estructurales propias a necesidades orgánicas que, claro está, no tienen su génesis en los estímulos actuales. Buena parte de los problemas de sostenibilidad que enfrentamos hoy son consecuencia de haber perdido la capacidad de recobrar esta visión de conjunto, la práctica común que observamos es el relegar la importancia del elemento cultural y la integralidad de su sentido vinculado al agro, lo cual desencadena, a su vez, un desprecio por todos aquellos elementos enlazados en el crisol de la siembra y que, en un principio, funcionaban como síntesis de un todo: ambiente, clima, agua, hombre y cultivo aparecían vertidos en un universo armónico donde la agresión o el deterioro de uno de estos componentes era incompatible, en esencia, con los frutos que resultaban de su funcionamiento. Este libro rescata lo cultural específicamente y deja atrás las prácticas cognitivas.

Lógicamente el análisis del factor cultural requería un equipo de investigadores enfocados en el tema de la cultura y la imprescindible participación de los actores locales, sin los que cualquier intento resultaría en una presentación tradicional de material genético, que sin menospreciar su valor, buscaba superarse en esta in-vestigación.

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11 Productor Patrocinio Rivera junto a una planta de Chirimoya (Annona chirimola) Fotógrafía: Federico Del Cura D

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2502Introducción

De lo fotografiadoPara ello se hizo necesario escoger respecto a lo cul-tural, una forma de trabajo, un procedimiento, un mé-todo capaz de amalgamar una variedad de elementos disímiles, para lo cual resulta el enfoque cualitativo el más apropiado, porque nos permite dibujar la realidad de vida del agricultor, aprehender su mundo a través de las descripciones e interpretaciones realizadas a partir de un registro gráfico, fotografías en las que quedan plasmados momentos, paisajes, actividades, rostros, de las que se valieron los investigadores. La culmina-ción de este periplo cierra con un llamado a la reflexión sobre la peculiaridad distintiva del hombre de campo, la que radica en que el habitante de los pueblos se dibuja despojado de máscaras, de imposiciones, sus hábitos no implican ataduras sociales que los aparten de su entorno, que les dicten conductas desasidas de lo raigal de su existir, esta circunstancia los dota de un capital cultural que les permite vivir en una mayor armonía con la naturaleza y consigo mismo.

Pero, en este punto, nos parece significativo detener-nos y hacer un meritorio punto y aparte que explique la relevancia del recurso fotográfico en el proceso, con-fección y montaje de este libro. Resulta que lo que se planificó como una herramienta de apoyo, un recurso de soporte que apelaba principalmente al registro de una actividad de investigación, termina divergiendo y transformándose en caudal, en procedimiento primario para pensar, valorar y comprender la ocurrencia de lo palpado en los trabajos de campo realizados. La tarea investigativa entonces, pivota en la fotografía para ha-

cer un giro hacia la interpretación simbólica, recurre a ella como presencia de un tiempo, de un acontecer que debe conservarse, documentarse, pero, en el camino, la fotografía abre otras posibilidades que complemen-tan, amplían y desarrollan oportunidades inexploradas en los planteamientos iniciales del trabajo.

Ejemplo de ello lo constituye el hecho de que es la mi-rada fotográfica la que da el sentido de ordenación a este texto, crea el esquema de estructuración, la forma en que será mostrado, lo cual responde a un patrón de acercamiento fotográfico que traza un arco que va des-de lo más vasto del paisaje hasta la intimidad del sujeto de pueblo, del campesino y, en su paso cubre cultivos y pueblos. Esta manera de presentación, se plantea para que el lector se involucre naturalmente, como en un viaje, en una proximidad que sigue los pasos de un “encuentro natural”, como si se adentrase físicamente en la geografía merideña exento de la mediación del investigador y, aunque esto no sea totalmente posible, queda la pretensión de que se interprete de tal manera para que el contacto sea más vivencial y pertinente. Ahora bien, es cierto que la serie de fotografías selec-cionadas para este trabajo tendrán tantas connotacio-nes como observadores haya, cada quien se detendrá en ellas de acuerdo a identificaciones, vivencias, cono-cimientos o la utilización que prefiera. La propia toma de la imagen refleja ya cierta valoración en su autor, aquello que atrajo su atención y quiso capturar en la fotografía a sabiendas de las limitaciones que impo-

ne este medio, sin embargo, la ordenación y la inter-pretación que ha sido dada evidencia una conciencia intencionada en su tratamiento, pues se intenta hacer converger la complejidad funcional de los diversos ele-mentos culturales y agrarios involucrados.

Por lo tanto, la fotografía aquí ha pasado de ser un mero repositorio de lo visto, un simple elemento que atestigua una presencia, para convertirse en documen-to motivador, su uso se sobrepone al simple papel de una constatación y se torna en razón estimulante que consolida un discernimiento más cercano al fenómeno, un entendimiento de lo fotografiado que no solamente evoque y reconstruya la avidez del encuentro fotográ-fico, sino que además se convierta en un instrumento del pensar, un recurso del análisis. Decía Susan Sontag en su maravilloso libro Sobre la fotografía, que “1… al enseñarnos un nuevo código visual las fotografías alteran y amplían nuestras nociones de lo que merece la pena mirar y de lo que tenemos derecho a observar. Son una gramática y, sobre todo, una ética de la visión.” En función de estos términos hemos actuado y ahonda-do sobre lo fotografiado. La pesquisa que se ha urdido sobre las imágenes explora otros resultados y no se confina únicamente a la impresión directa de las imá-

genes.

¹ Sontag Susan, Sobre la fotografía, Alfaguara, México, 2006. Pág. 13

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Flor de una planta de cebolla (Allium cepa) Fotógrafía: Freddy Jauregui12

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2702Introducción

CodaLa simbiosis entre germoplasma y cultura indaga sobre

el hecho agrario desde una perspectiva muy particular

y es ésta precisamente el insumo para explorar en la

cultura del campesino merideño y entender qué lo hace

diferente, singular, atractivo e inspirador.

Aquí se aspira a conservar, al igual que hacen los

bancos de semillas, imágenes de la memoria colectiva

del patrimonio merideño: paisajes, cultivos, pueblos

y el elemento humano, que forman parte de una

realidad en continuo cambio que necesariamente

debemos registrar con todas las herramientas posibles,

para poder lograr una valoración, comprensión y

preservación adecuada de su singularidad y riqueza.

Los textos que usted encontrará, aunque redactados

de forma individual, van conectando los conceptos

fundamentales que guiaron la investigación y dan,

además de una base epistemológica y una coherencia

metodológica, una posibilidad de conectarse con lo

tratado desde la sensibilidad, acudiendo de forma

sencilla a un tratamiento que persigue reavivar el

encuentro que los investigadores sostuvieron al tratar

de asir la magia de los paisajes, cultivos, pueblos y

gentes de la región andina.

De allí que la fotografía alcance, además de las ca-racterísticas técnicas, otras consideraciones propias de la capacidad o experiencia de quien las interpreta. Nuestra intencionalidad final se orienta a que el lector pueda, mediante las imágenes, su ordenación y dispo-sición en el texto y la glosa que las acompaña, encade-nar y captar un cúmulo de sensaciones que transmitan la riqueza y complejidad del entorno andino y su cos-mos humano.

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La biodiversidad en un cultivo agroecológico (fresa, maíz y caraota)

Fotógrafía: Federico Del Cura D.

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29

Germoplasma

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Ofrenda a San Isidro Labrador con productos del agro. Timotes, Mérida.

Fotógrafía: Federico Del Cura D.14

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3103Germoplasma

Para algunos lectores resultará extraño el imaginar que uno de los principios de los ecosistemas considerados como estables o en equilibrio, sea el perpetuarse, es decir, sobrevivir en su conjunto más allá de que los individuos que los conforman puedan tener una vida efímera y también a pesar de que los permanentes cambios tienen como fin último el perdurar, el equilibrio idealizado de los ecologistas.

Así, cada especie ha desarrollado a través de la evolu-ción sus propias estrategias para reproducirse y tras-mitir a las futuras generaciones sus características, esto es el germoplasma. Éste puede definirse como el conjunto de genes que se transmiten mediante repro-ducción, o definido de otra manera, cualquier material animal o vegetal que pueda emplearse para la propa-gación. Dentro del material vegetal, la semilla es con-siderada el mecanismo de reproducción sexual más complejo y evolutivamente más exitoso, siendo las plantas con semillas las más abundantes y diversas en el planeta. Estas son denominadas angiospermas, y como característica general producen flores que son polinizadas a partir de las cuales se genera el fruto. La semilla de estas plantas tiene la capacidad de generar nuevos individuos, por tanto, son el germoplasma que

permite asegurar su reproducción.

Una de las características más relevantes de las se-

millas es que mantienen latencia, lo que significa que

pueden no germinar mientras las condiciones son

desfavorables y posponer el desarrollo hasta que exis-

tan condiciones apropiadas para las futuras plantas

jóvenes. Igualmente, contienen alimento almacenado

para que ésta desarrolle su aparato fotosintético. Dicha

condición de latencia es la que permite almacenarlas

durante períodos más o menos largos en condiciones

apropiadas y llevarlas a germinación cuando se estime

conveniente.

El seleccionar y almacenar semillas es tan antiguo como

la misma agricultura. Desde que el hombre abandonó

la caza y la pesca como medio principal de superviven-

cia, tuvo que domesticar la diversidad de plantas que

le ofrecía la naturaleza y comenzar a distinguir aquellas

que le resultaban más apropiadas, almacenando sus

semillas de un ciclo a otro y llevándolas consigo cuan-

do se desplazaba, lo que dio inicio a lo que actualmente

conocemos como los bancos de semillas. Pero no todas

las plantas se reproducen mediante semillas, existen

otras formas de reproducirlas, se trata de los bulbos,

esquejes o estacas, mediante estolones, tubérculos y

mediante rizomas, pero estos resultan más difíciles de

generar, almacenar y conservar, por lo que se requieren

otras estrategias diferentes a los bancos, como son los

jardines y laboratorios de propagación in vitro.

Para conservar el primer tipo de plantas, los agricul-

tores han seleccionado y acopiado semillas de forma

artesanal durante siglos, y las grandes empresas del

agronegocio han producido variedades con las carac-

terísticas más comerciales y rentables, de acuerdo a

indicaciones del mercado. En ambos casos las nuevas

variedades difieren grandemente de sus orígenes, a tal

punto que hoy día sus fuentes de partida han podido

desaparecer o ser tan distintas que ni siquiera estén

incorporadas en la alimentación actual. A nivel mundial

se reconocen ocho centros de dispersión (teoría inicial-

mente formulada por el científico Ruso Nicolái Vavílov),

que plantea que la mayoría de los cultivos se genera-

ron en centros de gran desarrollo agrícola y de allí se

expandieron, o dispersaron, al resto del mundo, y es lo

que da sentido a lo que se denominan cultivos autóc-

tonos, ya que la difusión y el grado de globalización de

algunos cultivos hacen casi imposible y también inne-

cesario su trazabilidad genética.

Los bancos de semillas son una estrategia de conser-

vación que trata de asegurar que no sólo se atesoren

aquellas especies más comerciales o en consumo en

una época de desarrollo de la sociedad, sino que tam-

bién se preserven plantas y variedades que por diver-

sos motivos han dejado de cultivarse, ya que en ellas

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15 Vainas de caraota conservadas como semilla en un banco campesino

Fotógrafía: Federico Del Cura D.

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3303Germoplasma

pudieran existir características genéticas valiosas que

se apreciaron en un determinado momento y que aho-

ra corren el riesgo de perderse. Así que, fundamental-

mente, los bancos son, en primer lugar, una forma de

prever que desaparezca para siempre material genéti-

co por descuido o ignorancia.

La segunda razón, es que muchas de estas semillas,

que generan los alimentos que consumimos pudieran

comenzar a considerarse como “propiedad” de las em-

presas que las han modificado, por tanto, convertidas

en un bien económico con todas sus características, es

decir, que su reproducción estaría sujeta a la posibili-

dad de que en cada ciclo de cultivo, el agricultor deba

pagar por su adquisición.

El concepto asociado a esta visión de la naturaleza

y extrapolado a la agricultura es el de biodiversidad.

De apariencia simple, tiene en verdad cierta comple-

jidad conceptual y en particular una difícil medición,

su definición incluye simultáneamente varios niveles

de organización natural analizados por las disciplinas

científicas, lo que significa un acercamiento desde la

botánica, la ecología, la agronomía entre otras cien-

cias con sus propios métodos, de allí la utilidad de una

definición amplia que luego permita un acercamiento

según niveles de análisis, “la variabilidad entre los or-

ganismos vivientes de todas las fuentes, incluyendo,

entre otros, los organismos terrestres, marinos y de

otros ecosistemas acuáticos, así como los complejos

ecológicos de los que forman parte; esto incluye di-

versidad dentro de las especies, entre especies y de

ecosistemas” 2, así definida pueden apreciarse su dife-

renciación en al menos tres niveles:

El primero de ellos, el de diversidad genética, definida

como la variación de los genes dentro de las especies

(intraespecífica). Para conocer el grado de variación es

necesario la evaluación del genotipo de los individuos

de una determinada especie que se encuentre en una

región geográfica específica. Si existe una disminución

en el grado de variación genética interna (diversidad

que da sustento al concepto de fondo genético), esto

irá en detrimento de ella al generar características en-

dogámicas con consecuencias negativas.

El segundo nivel es el de diversidad de especies, viene

dada por el número total de ellas que se encuentran

en una región, también denominada como diversidad

taxonómica, o sea, el número de grupos vegetales y

animales que allí se encuentran y las interacciones que

se establecen entre dichos grupos.

Por último, el tercer nivel es el de diversidad ecosisté-

mica, entendida como la diversificación de la vida en los

distintos hábitats terrestres. Los distintos mecanismos

de adaptación han permitido a los seres vivos no vivir

aislados, sino que formen parte de un complejo siste-

ma de interrelaciones entre ellos y con el ambiente; de

esta manera se constituyen los ecosistemas. Resulta

evidente entonces, que es imposible el mantenimien-

to de la diversidad de especies si los ecosistemas son

destruidos, de hecho, es precisamente su destrucción

la que ha conducido a la desaparición de muchas es-

pecies en los últimos siglos.

2 Aguilera M., y J. Silva (1997). Especies y Biodiversidad.

(Interciencia, Ed) Interciencia, 6 (22), 209 – 306.

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Diversidad de cambur y plátano en frutería popular. Fotógrafía: Federico Del Cura D.

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3503Germoplasma

En principio, debería considerarse que un análisis

de los ecosistemas naturales y de los agrosistemas

esboza elementos metodológicos y logísticos bastante

diferentes en cuanto a su complejidad y formas de

abordarlos. La agricultura plantea como principio un

nivel de conocimiento amplio sobre un número limitado

de especies, y sobre los sistemas de producción

construidos a partir de ellas. Es quizás su revalorización

e integración dentro de sistemas naturales y culturales

más complejos lo que nos resulta hoy día más difícil de

medir y entender.

En el primer nivel, el genético, es con frecuencia donde

se hace mayor énfasis desde la perspectiva comercial,

al analizar variedades que pudieran resultar más

“adaptadas” a las condiciones extremas que se esperan

en los escenarios de cambio climático, abarcando desde

el rescate de semillas y métodos ancestrales hasta

modificaciones genéticas que le permitan a nuevas

variedades un buen desarrollo en las condiciones

ambientales que vayan surgiendo. En ambos casos

puede producirse un proceso contradictorio ya que

mientras se rescatan estas variedades o se crean

nuevas, a su vez se abandonan otras, lo que suele

suceder con frecuencia, incrementándose la “erosión

genética” que se critica. La hipótesis más aceptada es

que a mayor diversidad genética mayores posibilidades

se tendrá de localizar variedades capaces de producir

en la complejidad de escenarios climáticos que pueden

generarse.

El análisis de la biodiversidad a nivel ecosistémico

en la agricultura no ha sido muy amplio, quizás en el

caso venezolano encuentre su mejor expresión en la

consideración del “conuco”, forma de conservación in

situ, que podría alcanzar este nivel dado el grado de

diversidad que puede lograr esta forma de agricultura

campesina en el país. A nivel ecosistémico, quizás

el mayor ejemplo de análisis y conservación sea el

conocido como “Sistemas Ingeniosos de Producción Agrícola Mundial (SIPAM) 3; Como característica común

esos sistemas son ricos en biodiversidad agrícola

y están asociados con la vida silvestre y constituyen

recursos importantes de la cultura y los conocimientos

nativos, de forma tal que estudios como el que aquí

realizamos pudieran en un futuro sustentar propuestas

para analizar la consideración del “conuco” como un

SIPAM.

Las experiencias andinas tratadas en este libro conectan

de primera mano con las nociones de germoplasma,

éste se desprende de su atavío teórico para fungir

como cotidianidad, como día a día, en las poblaciones

rurales andinas, en algunos casos privilegiando

la biodiversidad, en otros dando prioridad a la

perspectiva comercial pero procurando protagonismos

a este aspecto de la naturaleza que se representa,

siempre en un grado máximo de importancia, en sus

manifestaciones culturales.

3 Iniciado en el año 2002 por la FAO y definidos como “Sistemas

destacables de uso de la tierra y paisajes, ricos en diversidad

biológica, de importancia mundial, que evolucionan a partir

de la coadaptación de una comunidad con su ambiente y sus

necesidades y aspiraciones, para un desarrollo sostenibile». FAO

(2016). Sistemas Ingeniosos de Producción Agrícola Mundial

(SIPAM). Disponible on line: http://www.fao.org/giahs/giahs-

home/es/

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A nivel mundial la Organización para la Agricultura

y la Alimentación (FAO) y sus organizaciones co-

nexas como el Grupo Consultivo Internacional so-

bre Investigaciones Agrícolas (CGIAR) y su Instituto

Internacional de Recursos Fitogenéticos (IPGRI por

sus siglas en inglés, creado en 1974, y a partir

del año 2006 como Bioversity International), han

generado lineamientos para “fomentar la recolec-ción, conservación, documentación, evaluación y utilización de germoplasma vegetal” 4 ya que la

erosión genética de la biodiversidad es un ele-

mento que atenta contra la seguridad alimentaria,

más aun ante escenarios de cambio climático. Por

tanto, la prospección de germoplasma para la agri-

cultura es una acción necesaria en el rescate de

material nativo con potencial de resiliencia ante

estos cambios del sistema climático global.

Las actividades genéricas asociadas al manejo de

recursos fitogenéticos incluyen como primer paso

las prospecciones, luego, las colectas y, poste-

riormente su caracterización, evaluación, conser-

vación e intercambio. Las prospecciones que se

realizaron en el proyecto son una primera aproxi-

mación al reconocimiento en cada área geográfi-

ca de las especies existentes y que los técnicos y

agricultores reconocen como de valor en la alimen-

tación local y regional. Esta primera aproximación

permitirá la planificación futura con mayor nivel de

detalle de colectas selectivas, en los tiempos más

propicios y con los recursos apropiados.

Las colectas son la forma mundialmente recono-

cida como adecuada para captar las accesiones o

muestras que se incorporarán a un banco, de for-

ma que se cuenta con estándares internacionales

y nacionales que permitan que el material sea re-

colectado con criterios técnicos, más en este caso

por parte de una institución de carácter universi-

tario.

4 Painting, K.A., Perry M.C., Denning, R.A. y Ayad, W.G. (1993). Guía para la Documentación de recursos Genéticos.

Roma: Consejo Internacional de Recursos Fitogenéticos.

Las Colectas

Selección de productos del campo, ofrenda a San Isidro Labrador. Timotes, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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18 La cultura merideña engalana a las yuntas de bueyes. San Isidro Labrador.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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Cultura

Page 42: Los rostros de la tierra - biorediberoamerica.org...trabajo conjunto de los autores en el Proyecto: Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos

19 Jóvenes del caserío El Cambur. Pueblo Nuevo del Sur, Mérida. Fotógrafía: José J. Quintero D.

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41La Cultura04

Pensar la culturaLa cultura como experiencia, tomada desde un punto

de vista global, se constituye como un proceso de for-

mación cambiante, multiforme, heterogéneo y desigual,

que combina los perfiles, rasgos y particularidades con

los que cada comunidad dibuja su identidad. Así vista,

la cultura equivale a un construir, es un forjar donde

se cuecen las aristas que determinan un tipo de vida,

un rol, es el emprendimiento de la ruta que permite

al hombre reconocerse en el espacio que demarcan

las huellas de su andar, en ella y por ella, se levantan

los límites de la humanidad, nos reconocemos en los

trazos de su proceder, en sus símbolos, en el devenir

coral que implica, reúne y destila la argamasa de un

obrar colectivo.

La cultura es un proceso histórico que, en su diacro-

nía, sedimenta sucesivas capas de múltiples procede-

res que generan el material capaz de dar forma a la

peculiaridad. La evolución que constantemente esto

supone, concreta lo único, lo propio de cada obrar, por-

que la particularidad está hecha de transformaciones,

de permanentes cambios que se mostrarán cifrados

en los códigos del proceder cultural de cada colectivo.

Cuando, como seres trashumantes en nuestro pasa-

jero transcurrir por los imperativos del tiempo, intenta-

mos un acercamiento a este fenómeno y tratamos de

enfocarlo para entender sus mecanismos, lo hacemos

a partir del presente, del aspecto sincrónico que guarda

dentro de sí las claves para interpretar y comprender la

importancia vital, inestimable, inmersa en la multiva-

riada gama de sus ensayos. Este presente, momento

de convocatorias, se transmuta en escenario, en ta-

blado de representaciones, es en él donde intentamos

ponderar los vestigios, aportes y singularidades de los

cuales somos testigos, y como investigadores estamos

obligatoriamente convocados a conocer, interpretar y

comprender el abanico de prácticas que los sistemas

humanos exhiben y dentro de los cuales nos encontra-

mos inmersos.

Hemos de tener en cuenta el hecho de que las mani-

festaciones culturales pueden clasificarse de manera

sencilla en dos grandes categorías, una primera, re-

lacionada con la materialidad, construida por las ne-

cesidades sociales que dan pie a que las poblaciones

instauren los recursos adecuados para el manejo de su

cotidianidad (edificaciones, instituciones, infraestruc-

tura de servicios, vialidad, monumentos, colecciones,

parques, etc.), es lo que conocemos como patrimonio cultural tangible. La otra vertiente se refiere al actuar,

es un “llevar a cabo”, un ejecutar que se concreta como

performance, como escenificación de la memoria, así

las narrativas autóctonas y los imaginarios colectivos

se construyen en función de conservar y preservar los

valores, se reeditan las prácticas heredadas del pasado

para poder interpretar el momento presente y tratar de

legarlo a las generaciones futuras, a ello se le cono-

ce como patrimonio cultural intangible. Estas dos

orientaciones de la cultura están presentes en los pro-

pósitos de divulgación que guían estas páginas, más

sin embargo, la balanza se inclina hacia el patrimonio

cultural intangible de las poblaciones en estudio, ya que

este rasgo de la cultura es más volátil, su huella tiende

a desvanecerse con el pasar de las generaciones, por

ello consideramos que se debe recopilar y preservar

con mayor cuidado y atención.

Las aspiraciones que motivan este trabajo procuran

recabar del ámbito cultural de cada comunidad estu-

diada, aquellos aspectos relevantes que pongan en evi-

dencia el quehacer representativo de su patrimonio, en

consecuencia nuestra búsqueda procura dejar cons-

tancia de las manifestaciones que retienen y concretan

la riqueza de su legado cultural.

Page 44: Los rostros de la tierra - biorediberoamerica.org...trabajo conjunto de los autores en el Proyecto: Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos

Altar dedicado a San Isidro labrador El Valle, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.20

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4304La Cultura

En esta estima nos hemos planteado “pensar la cultura” como un abordaje gráfico que facilite la contemplación. Nos guía la intención de presentar una perspectiva donde los semblantes característicos que condicionan cada pueblo, cada comunidad, queden expuestos con la mayor fidelidad posible. El propósito es que quien acceda a estas páginas comulgue con las imágenes en un encuentro donde medie, fundamentalmente, la capacidad de empatía ante el paisaje cultural presen-tado, por lo tanto, el texto busca una interacción que produzca una síntesis entre las situaciones expuestas fotográficamente y los valores del lector, es decir, la intuición que deriva de sus ideas se verá confrontada con un registro textual y gráfico que es una invitación a revalorizar, a hacer una revisión, un re-descubrimiento de una geografía cultural propensa a desvirtuarse, ya sea por interpolaciones de tipo mediáticas que juegan un papel intrusivo en las proyecciones culturales, o ya sea porque las particularidades de cada comunidad frecuentemente remiten a una interpretación general, genérica en todo caso, que hace valer de igual forma lo diverso, en este caso el estereotipo de “lo andino”, allanando en esta reducción las diferencias que, aun por pequeñas que sean, dan cuerpo, propiedad y sin-gularidad a los estilos y el talante de vida inscrito en cada asentamiento humano desde el punto de vista vivencial, histórico, estético, etnológico o antropológico.

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21 Hombres del campo, sus historias, pueblos y cultivos. Chacantá, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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4504La Cultura

Una mirada fotográfica sobre la culturaDicho lo anterior, es necesario aclarar que la mirada que presentamos tiene una lógica particular de acer-camiento al hecho cultural. Quisimos construir una parábola que tendiese su arco desde una panorámica angular, como lo haría un lente de cámara de rango ancho, hasta un mundo de precisión mínima, un te-leobjetivo, -para continuar con la metáfora fotográfica-, haciendo zoom a su máximo alcance. Ese será el en-tramado donde se arme el esqueleto de este texto, la prioridad gráfica que comporta el desarrollo y la reve-lación de las aristas propias de los entornos tratados.

Cuando hablamos de la angularidad del enfoque nos estamos refiriendo al entorno natural, al paisaje amplio, la naturaleza como protagonista de la mirada, su pers-pectiva poderosa que es enclave primigenio, previo a cualquier obrar humano. Esa primera parte mostrará el ámbito donde se ubican los entornos culturales. Por lo tanto, la propuesta trata de dejar en claro la influencia y el poder modelador de un panorama de montañas que, calladamente, aporta a los estilos de vida que alberga una superficie, un espacio, que requiere de una disposición particular para el trabajo y las destre-zas agrícolas. El protagonista de esta primera parte es pues, el paisaje natural de montaña, en estas grficas el elemento humano no desaparece pero queda mínima-mente referenciado, es un minúsculo punto frente a la potencia de la naturaleza.

La segunda y tercera parte de este texto las podría-mos designar como “El Encuentro”. Nos referimos a

la reunión, al cruce entre naturaleza y ser humano. Y hemos querido nombrar la segunda parte: “Los Culti-vos”, ya que este encuentro ancestral entre hombre y natura siempre deriva en agricultura (agri-cultura, con-junción maravillosa de la lengua que hermana en una sola palabra el encuentro de ambos elementos). Aquí la preponderancia sigue siendo de la naturaleza pero ya mediada, modelada por la mano del hombre, pre-sentaremos imágenes del trabajo rural, del surco como vestigio del humano hacer, interviniendo, sembrando, transmutándose en semilla que resignifica a lo natural; es naturaleza, sí, pero naturaleza intervenida, ya no el grito agreste sino ahora la modulada voz de lo agrícola.

Un tercer momento de este desarrollo referencia este “encuentro” pero ahora cerrando más su campo visual, es entonces cuando la presencia del hombre se hace predominante porque vamos a presentar a “Los Pue-blos”, el enclave, el cosmos humano, su circunstancia como sujetos sociales. Las imágenes presentarán ese obrar, la cultura, el patrimonio tangible e intangible, y allí aparecerán los símbolos de la naturaleza estam-pados en las obras, en las creencias, en los ritos. En la vida de los pueblos el hábitat natural es una mani-festación constante, un pelaje que se desliza bajo lo rutinario barnizando cada suceso y cada ambiente.

Cierra este texto con el punto focal en su máximo al-cance, el cuarto momento es “El Hombre”, el rostro. Presentaremos este microcosmos humano en retra-

tos, veremos los gestos, cada imagen tratará de dar espacio para indagar en la personalidad, en la psique del hombre de campo, en la ruralidad que habita en la mirada de seres que conservan el vínculo con la tie-rra, que no han sido alienados por la ciudad, por la artificialidad de las metrópolis. Este último enfoque nos dice, nos habla, mediante unos ojos, o un gesto, de la convivencia armónica del ser y, acaso, estas imágenes se vuelvan espejo de la conciencia. Si miramos con detenimiento las facciones que poseen los rostros de estas fotografías, nosotros, habitantes de las ciudades, descubriremos la asombrosa presencia de un linaje atávico que hemos silenciado, tal vez podamos palpar la mordaza que hace mutis de la eterna naturaleza, esa que, aunque nos empeñemos en negar, aún nos habita y reclama.

Johann Gottfried Herder (1744-1803), decía que la cul-tura “es el alma del pueblo, el flujo de energía moral que da cohesión perfecta a una sociedad”5. Siguiendo a Herder, no nos queda duda de que en esa profun-didad del “alma” de los pueblos de las que habla el filósofo alemán, habita una condición inmarcesible que vincula a la cultura con la naturaleza, y en este lazo, la agricultura es el cordón que nos ata indisolublemente con nuestros inicios, con lo que somos y con lo que seremos.

5 Scruton, Roger; Cultura para personas inteligentes, Penínsu-

la, Barcelona, 2001. Pág. 11.

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Religión, epónimo

de la cultura andina

22 Vasallos reverencian al santo en la festividad de San Benito El Valle, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

La religión, para Michaelle Ascencio (2012) “es el sistema de creencias y prácticas relativas a las cosas sagradas”, y está constituida por factores distintivos pertenecientes a las personas, como la experiencia mística, la fe, las instituciones religio-sas, el rezo, la oración, la petición, el temor, entre otras del mismo tenor, mientras que la puesta en acción de la religión “esa forma o manera como se vive cotidianamente la religión” sobrepasa, según la mencionada autora, las fronteras de la religión para convertirse en “religiosidad”6.

La religiosidad es potestad del individuo, es la puesta en práctica de su religión, aun independien-temente de ésta en un sentido estricto. Es decir, un sujeto puede reflejar, manifestar, hacer palpable su religiosidad incluso cuando no asista regular-mente a la iglesia, a la misa del domingo, entre otras, en tanto que ésta persona ya ha concebido y adquirido una serie de imágenes y símbolos que le son significativos, con los cuales ha ideado un sistema de creencias, de valores e imaginarios que juegan a su favor y a los que le son fieles, en los que creen.

La religión está, por una parte, directamente re-lacionada con la iglesia como institución y con lo que ésta ha impuesto como sagrado, y, por otra, está ligada, adherida al hombre, quien la ha col-

mado de símbolos significativos que “expresan la atmósfera del mundo y la modelan” 7. El hombre religioso se comporta, actúa, vive, siente, se habi-túa de tal o cual forma dependiendo del momen-to y las circunstancias que esté enfrentando, de allí que tenga la propensión a dejarse llevar por el estado de ánimo que más se ajuste al momento, entre estos figuran la confianza, la melancolía, la autoconmiseración y muchos otros.

Pero, lo imperativo en este actuar es la fe, pilar en el que descansa la realidad del hombre religioso, esa creencia, genera una confianza que se convier-te en una complicidad con sus símbolos religiosos que lo persuaden para actuar de cierta y determi-nada manera. Es esa “actividad consagrada”, esos actos rituales en los que se fusiona la realidad de los creyentes con sus convicciones religiosas, lo que hace plausible la sumisión a sus sistemas de creencias, entendido como fe. Actos de los que los actores no dudan y en el caso andino, del campo merideño, exhiben a plenitud, usando los produc-tos agrícolas de sus cosechas como manifestación de fe.

6 Michaelle Ascencio, 2012, De que vuelan, vuelan imagina-rios religiosos venezolanos. 7 Clifford Geertz, 1992, La Interpretación de las Culturas.

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Laguna en Sector El ParamitoJají, Mérida. Fotógrafía: Jose J. Quintero D.

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Paisaje

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La erosión marca el paisaje en un sector de El Cambur Pueblo Nuevo del Sur, Mérida. Fotógrafía: Federico Del Cura D.

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5105Paisaje

El concepto de paisaje es eminentemente visual, es un

registro de la observación hecha por el individuo. Impli-

ca a un sujeto observador, que toma distancia del ob-

jeto observado para captar en su conjunto una imagen.

Así analizado el paisaje geográfico es, en una primera

aproximación, un concepto estático con tres variables

básicas: la localización (dónde), la escala (desde dón-

de, el tamaño de la visión) y el momento (cuándo). La

fotografía sería una de sus expresiones, a la que luego

el espectador dota de las cualidades propias de su con-

dición; belleza, añoranza, calidez, una inagotable lista

de atributos por los cuales el hombre fotografía cons-

tantemente paisajes que parecen variar infinitamente,

tanto en la interpretación de su significado como en

su apariencia material, aun cuando el territorio es, por

naturaleza, limitado.

Pero, al agregar su aspecto funcional, el paisaje resulta

dinámico y cambiante, incluso de forma natural aun-

que en escalas del tiempo mucho más amplias, fun-

damentalmente como resultado de la acción humana,

entonces llega a definirse “como una unidad espa-cio-temporal integral que responde a factores climáti-cos, geológicos, geomorfológicos, hidrológicos, podo-lógicos, biológicos y culturales. Expresa las relaciones entre los componentes físico, bióticos y humanos”8.

Las ciencias geográficas han desarrollado todo un

cuerpo conceptual en torno al paisaje, definiendo tres

aspectos como fundamentales para su estudio: la

estructura, el funcionamiento y la temporalidad. “La estructura se refiere al arreglo y distribución espacial de los componentes que conforman el paisaje. El fun-cionamiento implica las relaciones e interacciones que tienen cada uno de los componentes del paisaje y de-terminan diversos procesos socioecológicos. La tempo-ralidad indica la escala de tiempo con la que el paisaje se transforma de acuerdo con su funcionamiento” 9

Surgirían así expresiones que de alguna manera definen

en nuestra mente diversos paisajes; los paisajes

merideños, los rurales o expresiones como médanos o

páramos, se dibujan en nuestra imaginación y son, en la

realidad, términos complejos de espacios geográficos,

conjunción de variables físicas, bióticas y humanas con

significados culturales. Entran entonces en escena los

conceptos de composición y percepción.

8 Mazzoni, E. (2014). Unidades de paisaje como base para la

organización y gestión territorial. En: Estudios Socioterritoria-

les vol.16  supl.1 Tandil dic. 2014 9 Romero C. (2014). Estructura del Paisaje y sus Funciones.

Disponible en: Colección Didáctica Cátedra de Ecología.

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Paisaje agrícola vía Mesa Cerrada. Timotes, Mérida.

Fotógrafía: Federico Del Cura D.25

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5305Paisaje

La cambiante geografía de la percepción es clave para

entender esta ciencia en la expresión histórica del com-

portamiento humano en la conformación y utilización

del paisaje. No existe un paisaje inmutable, que ob-

jetivamente proporcione su biodiversidad y sus recur-

sos naturales. Todo paisaje es interpretado y percibido

variablemente por las geografías personales, inmersas

en sus respectivas expresiones vivenciales, históricas

y sociales. Es decir, “la visión del paisaje geográfico es personal, mezclando la realidad con la fantasía, con los sueños, con los temores, con las esperanzas que tiene todo ser humano.10

Históricamente el desarrollo de la civilización ha estado

unido al proceso de la agricultura y la generación de

asentamientos humanos, e inexorablemente, al agua.

El territorio merideño muestra una muy amplia amal-

gama de paisajes, desde la alta montaña, marcada por

los procesos de glaciación, sus lagunas, ríos y terra-

zas, hasta las planicies lacustres en el Sur del Lago de

Maracaibo, en todos ellos, el hombre ha ido marcando

su impronta, componiendo paisajes sobre unidades fi-

siográficas como los valles, terrazas, vertientes, lomas

y montañas. Pueblos que se conformaron sobre el es-

fuerzo humano y vías de comunicación que remontan

sobre desfiladeros y ríos torrenciales para evitar el ais-

lamiento.

Siendo el territorio merideño parte integrante del gran

conjunto andino, no sólo venezolano, sino surameri-

cano, la imagen más extendida de su agricultura está

ligada al tópico de los “andenes”, cultivos en terrazas

con muros de piedra que marcan el desarrollo ances-

tral de la agricultura incaica, origen del nombre Andes,

para la gran cordillera suramericana, pero que tuvo un

menor desarrollo en el caso venezolano, cuya aparición

parece ser mucho más cercana en el tiempo. El avance

de la frontera agrícola en la alta montaña merideña es

un fenómeno reciente ligado a la agricultura comercial,

la implantación de modernos sistemas de riego e inclu-

so el aumento global de las temperaturas, lo que no le

resta belleza y poesía.

Más allá de una explicación científica, para el ser hu-

mano el paisaje condensa y da armonía a la estrecha

relación entre el relieve, el clima y la vegetación a tra-

vés de la percepción visual. Rememora vivencias o

intuye experiencias no vividas, por eso las pinturas o

fotografías del paisaje son tan apreciadas y comparti-

das, a través de ellas, el observador puede percibir el

silencio y el frío que suele acompañar las experiencias

del nacido en estas tierras o del viajero.

10 Cunill, P. (2007). Geohistoria de la sensibilidad en Venezue-

la. Fundación Empresas Polar. Caracas.

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El geosímbolo como resistencia de lo auténtico

El Pico Bolívar y la Sierra Nevada de Mérida, geosímbolos que identifican al Estado.

Fotógrafía: José J. Quintero D.26

El vocablo geosímbolo remite a la conjunción de lo natural y lo cultural. En una primera instancia etimológica, la palabra se conforma por la cópula de geo, como lo geográfico, y símbolo, como una construcción exclusiva humana. En consecuencia, este signo lingüístico se convierte en referente que combina dentro de sí, concepciones culturales motivadas por hitos de carácter geomorfológico.

Giménez entiende por geosímbolo al “paisaje, como belleza natural, como entorno ecológico pri-vilegiado, como objeto de apego afectivo, como tie-rra natal, como lugar de inscripción de un pasado histórico y de una memoria colectiva…” (1996)11. Puede verse que Giménez abre la significación de la palabra al vincularla con un pasado y con la me-moria, permitiendo entender la naturaleza como parte de las construcciones humanas, incluso, sin ser él su creador. El geosímbolo es una apropia-ción del entorno que dinamiza los sistemas natu-rales, poniéndolos en función de los intereses del ser humano. Esta apropiación, así vista, se consti-tuye en una fusión que narra la simbiosis histórica entre hombre y naturaleza.

Cunill (2007)12 enriquece esta concepción al visua-lizarlo como “espacios que por su conformación en la sensibilidad geohistórica, expresan la espiritua-lidad de un lugar; en otras palabras, el geosímbolo viene a ser un signo del espíritu de un determinado sitio geográfico, que refleja y forja una identidad”. Los Páramos Merideños abundantes en geosímbo-

los, nos dotan de una enorme variedad de ellos, van desde su emblemática Sierra Nevada, lagunas, ríos, montañas, valles hasta incluir el modelaje an-trópico que se hace de sus paisajes, como son sus pueblos, sitios de reunión, monumentos; sin obviar aquellos elementos mínimos que expresan una pertenencia cultural, esa que construye la huella de su día a día en la realidad, mercados, plazas, comercios emblemáticos y tradicionales, los cua-les han sido referentes para que el poblador forje su identidad, la que cada pueblo siente con orgullo, la que los distingue, une y a su vez los diferencia del resto.

El geosímbolo constituye un factor de superviven-cia de la esencia y el espíritu atávico de lo meri-deño, de lo andino, resiste de pie ante los retos invasivos que presentan los procesos globalizado-res, los cuales tienden a homogeneizar, anulando la diversidad y riqueza heredada de un pasado auténtico, ése que supo fusionar e interpretar a la naturaleza dentro de las necesidades esenciales de los pobladores de estas regiones.

11 Giménez, G. (1996) Territorio, cultura, identidades. La región cultural. En: Cultura y Región (compilación), Barbero, Roche y Robledo, Universidad Nacional de Colombia.12 Cunill, P. (2007). Geohistoria de la Sensibilidad en Venezuela. Caracas: Fundación Empresas Polar.

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Cultivos hortícolas en la zona alta de El Valle, Mérida.

Fotógrafía: Mariana I. Del Cura L.27

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Cultivos

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Siembra de papa y rosales, laderas de Tafayes. Timotes, Mérida.

Fotógrafía: Federico Del Cura D.

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5906Cultivos

Seguramente una gran parte de la población pien-sa que las plantas utilizadas en la agricultura son un producto existente en la naturaleza, cuya presencia ha sido objeto de aprovechamiento por el hombre de diversas maneras. Sin embargo, en la mayoría de los casos no es así. Las plantas cultivadas representan un largo proceso de “domesticación”, en el cual los agri-cultores fueron seleccionando las características más deseadas, para crear así nuevas plantas que poco a poco se diferenciaron de sus originarias, generando variantes locales y esparciendo sobre el territorio los alimentos en la medida en que las sociedades también alcanzaban cierto grado de desarrollo, ello permitió el surgimiento de asentamientos poblacionales sedenta-rios y el intercambio de productos entre áreas geográ-ficas diversas y distantes.

Desde la perspectiva de las ciencias agronómicas, la agricultura es un hecho tecnológico, mecánico, de ge-neración de alimentos a partir de una base física mani-pulable y perfectible para el logro de los objetivos de la producción. Así entendida, la naturaleza es un recurso (suelo, agua, aire), del cual el hombre hace uso con más o menos éxito al incorporar otros no naturales, so-bre todo tecnológicos, que tienen como base el capital, el conocimiento y la fuerza de trabajo.

Para los ecologistas se trataría de un sistema (elemen-

tos, relaciones y funciones), específicamente de un

ecosistema, con la particularidad de ser en gran medi-

da creado por el hombre, aunque sometido a relaciones

naturales, y por tanto, carente del equilibrio dinámico

que caracteriza los ecosistemas “sin intervención”. El

mayor esfuerzo de la “agricultura ecológica” estaría

dado entonces por “copiar a la naturaleza y sus prin-cipios”, convertir los cultivos en agroecosistemas tan

similares a la naturaleza que se mimeticen con ésta13.

Una tercera aproximación a la comprensión de la agri-

cultura como actividad antrópica, sitúa a los seres

humanos como parte de la naturaleza, pero no de los

ecosistemas 14 , ya que luego de un largo proceso de

evolución biológica, el hombre se habría separado de

ésta y habría tomado otro rumbo, el de la “evolución cultural, entendida como un sistema parabiológico de adaptación y transformación continua del entorno eco-sistémico”. En este sentido la agri-cultura es conside-

rada como una construcción cultural, una “perturba-ción tecnológica” 15 de los ecosistemas naturales.

13 Altieri M, y Nichols C. (2013). Agroecología y resiliencia al cam-

bio climático: principios y consideraciones metodológicas. En N. C.

(Ed), C. Nichols, & M. Altieri, Agroecología y Cambio Climático.

Metodologías para evaluar la resilencia socio-ecológica en

comunidades rurales (págs. 7-20). Lima: Redagres.14 SIcard, T. (2013). La dimensión Ambiental del Cambio Climático

en la Agricultura. En C. Nichols, M. Altieri, & L. Ríos, Agroecología

y resilencia socioecológica;adaptándose al cambio climático

(págs. 180-192). Lima: Redagres-CYTED-SOCLA. (p. 181)15 Sicard, T. (2013) ibidem. (p. 183).

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Faena de labradores en los cultivos. Sector Paramito. Jají, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.29

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6106Cultivos

La interpretación del hecho agrícola que hemos rea-

lizado, se basa en una amplitud de criterios e integra-

ción de saberes en la actuación de los seres humanos

en sus relaciones con el entorno. La producción de

alimentos a partir de una base natural, es tecnología

sí, pero también el resultado de un complejo sistema

cultural construido por distintos grupos humanos a lo

largo de la historia, por tanto, lleno de construcciones

teóricas de tipo simbólico, formas de pensar y de en-

tender el mundo, de organizarse. La agricultura repre-

senta una relación compleja del hombre y su medioam-

biente, del cual forma parte, pero con una capacidad

única de transformación que lo distingue y separa de

otras especies integrantes del ecosistema, la cultura.

Los denominados cultivos son precisamente ese pro-

ducto de la agri-cultura, expresión del conocimiento

humano en el desarrollo de las plantas en armonía con

la naturaleza, creando paisajes característicos únicos,

en cierta manera construyendo una nueva versión de

la naturaleza. Esta construcción ha sido asociada en los

últimos 50 años a monocultivos, expresión técnica de

la denominada revolución verde, ligada a la utilización

intensiva de paquetes tecnológicos de alto rendimiento

para un cultivo específico y la especialización de los

territorios en torno a la satisfacción de los mercados.

En el otro extremo, pequeños agricultores y sus grupos

familiares desarrollaron formas de utilización más in-

tensiva del espacio en torno a sus necesidades y sos-

tenimiento, en los denominados huertos y “conucos”, donde se mezclan diversidad de plantas y animales

combinados en unidades funcionales de difícil medi-

ción en sus rendimientos, pero con garantía de preser-

vación en su dinámica con la naturaleza.

En el caso de la agricultura, el modelo de la revolu-

ción verde recibe grandes cuestionamientos, aunque

no siempre igual cantidad de propuestas que permitan

desplazarlo, al menos a la escala necesaria, mante-

niendo niveles adecuados de rendimiento que cubran

las necesidades de la creciente población mundial. La

mayoría de las opiniones coinciden en que el cambio

es necesario, pero a partir de allí las condiciones so-

ciales, económicas y ecológicas son tan diversas en

las fronteras nacionales, que la búsqueda de solucio-

nes globales parece ilusoria en el corto plazo, aun así,

estamos obligados a esta búsqueda ante la amenaza

de un futuro distópico. Aunque en apariencia parezca

sencillo, el mundo científico está lejos de conocer en

detalle las características funcionales de los ecosiste-

mas naturales, de forma que reproducir las caracterís-

ticas más deseables de estos en los agroecosistemas

pasa, en principio, por un mejor conocimiento de los

primeros y, en segundo lugar, por conocer y reproducir

a escala mayor la aproximación que durante genera-

ciones han realizado los agricultores con éxito, al cubrir

la demanda de alimentos, mantener la productividad y

conservar en cierta forma el equilibrio inicial.

En ese análisis, la biodiversidad es una de las variables

que se considera más importante para la estabilidad

de los ecosistemas, por ello parece evidente que en

la agricultura un monocultivo sea más vulnerable a

modificaciones externas, pues alteraría las condicio-

nes de diseño que la revolución verde creó para él. Su

contrapartida sería otra condición extrema, los ecosis-

temas naturales, apenas impactados por algún tipo de

recolección selectiva y población de escaso tamaño.

Entre ambos extremos se sitúan la multiplicidad de

posibilidades que permite la conjunción de diversas

condiciones edáficas, climáticas, socioculturales y tec-

nológicas, por ello no puede existir una única combina-

ción válida de equilibrio.

La ubicación en una zona de contacto entre dos gran-

des centros de domesticación de cultivos como el

Maya, al norte y el Inca al sur, seguramente posibi-

litó la adaptación en estas tierras de rubros como el

maíz y una diversidad de tubérculos y raíces, además

de auyamas, caraotas y otros cultivos denominados

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Variedad de ajíes en una cocina campesina Chacantá, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.30

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6306Cultivos

“andinos” asociados en policultivos, comunes a la zona

norte del sistema montañoso andino continental, deno-

minado también Andes Tropicales. Diversidad que se

vio incrementada con la llegada de los españoles y

su imposición del trigo, principalmente en las laderas

montañosas del estado, y bajo la influencia del comer-

cio internacional mucho tiempo después por el café y la

caña de azúcar. La llegada de los Españoles al “Nuevo Mundo” generó un proceso de difusión de plantas y

animales a una escala sin precedentes, este proceso

multidireccional cambió para siempre la forma en que

nos alimentamos, luego la globalización y la tecnología

han hecho el resto.

Hoy en día en el medio rural merideño, en similitud con

el mestizaje de sus gentes, coexisten superpuestos

múltiples sistemas agroproductivos de distinto origen

y supremacia en el tiempo, desde los denominados

cultivos originarios y sus variantes, solos o asociados,

pasando por el trigo impuesto en el proceso coloniza-

dor y sobreviviente en la alimentación familiar en los

páramos más alejados de los circuitos comerciales, los

complejos sistemas como el café y la caña panelera,

hasta los más modernos de la horticultura comercial

y la ganadería de altura, también lamentablemente en

los últimos años, la funesta aparición de los invernade-

ros, que cubren de plástico innecesario el paraíso na-

tural, todos tecnificados en paquetes con uso intensivo

de los recursos.

En esta compleja realidad, presionada por los reque-

rimientos alimenticios de una creciente población y

maltratada con erradas políticas públicas hacia la acti-

vidad agrícola, el rescate y preservación de los recur-

sos fitogenéticos resulta una tarea complicada, que

en muchos casos quiere ser matizada con elementos

políticos que nada aportan y por el contrario desvir-

túan la esencia de su valoración. Bajo el principio de

la precaución debemos colectar y preservar el mayor

número de especies y variedades, ya que la ignorancia

de sus cualidades no es excusa para abandonarlas, en

ellas pueden existir propiedades que el día de mañana

las conviertan en valiosas y, tal vez, en indispensables.

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Coexistencia de

agrosistemas

Invernadero en las cercanías de la Pobla-ción de El Molino. Pueblos del Sur, Mérida.

Fotógrafía. Federico Del Cura D.

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La llegada de los Españoles al “Nuevo Mundo” ge-nera no sólo un proceso de difusión de plantas y animales a una escala sin precedentes, también impone la combinación de sistemas productivos con bases sociales y tecnológicas muy diferentes. La Europa en el siglo XV era un mundo agrícola donde la riqueza de los países se media por sus cosechas de granos: centeno, trigo, avena16. La im-plantación Colonial de estos sistemas productivos trata de realizarse tempranamente a partir de la isla de La Española, aunque el proceso de pobla-miento andino se realiza desde la Nueva Granada, iniciando en Cúcuta y pasando por La Grita hacia el Valle de Mocotíes, de allí sube por el río Chama hacia los Páramos.

Esto se ve facilitado por la utilización de los cul-tivos y la mano de obra indígena, justificados ini-cialmente en las “encomiendas de indios” y los “resguardos de Tierras indígenas”, sistema que se mantiene debido al “aislamiento Andino” con altibajos hasta bien avanzado los años 1700, im-poniendo al trigo y la cebada junto a la papa y el maíz, en policultivos y conucos emplazados en pe-queñas propiedades “estancieras”17.

La implantación de la Compañía Guipuzcoana, en 1728, señala la introducción de nuevos cultivos con intención de exportación, café, cacao, tabaco, dando paso al surgimiento de las Haciendas como infraestructuras productivas, al asociar el cultivo

con instalaciones para el procesamiento necesa-rio de estos rubros. Esto último es posible en Los Andes sólo con la apertura de salidas a puertos en el Lago de Maracaibo, consolidándose caminos y poblaciones en estos recorridos. De forma similar se genera el sistema “cañamelero”, en algunas re-giones específicas del valle medio del río Chama.

Ya en el siglo XX, los sistemas productivos altoan-dinos son apoyados desde el Estado venezolano con la construcción de numerosos sistemas de riego que posibilitan la introducción de otros ru-bros, sobre todo huertos, orientados al mercado nacional. Surge así un nuevo sistema papero y el “sistema hortícola”.

Por último, en la segunda mitad del siglo XX, se po-tencia la ganadería intensiva, y la introducción de potreros, sustituyendo en gran parte al sistema ca-fetalero. Hoy día, la mayoría de estos sistemas co-existen en el territorio merideño en una amalgama que posibilita y caracteriza su enorme diversidad.

16 Fuentes C. y Hernández D. (1992, p 28). Cultivos Tradi-cionales de Venezuela. Caracas: Fundación Bigott.17

Definida por Suarez a partir de la “estancia de pan coger, de ganado menor y mayor y de labrar”. (Suarez N. (2001, p. 29) Formación Histórica del Sistema Cañamelero Merideño 1600 -1900. Archivo Arquidiocesano de Mérida. Serie estu-dios 2. Mérida.

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Vista aérea de la plaza e iglesia de Chacantá, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.32

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Pueblos

Page 70: Los rostros de la tierra - biorediberoamerica.org...trabajo conjunto de los autores en el Proyecto: Conservación del germoplasma local y rescate de la memoria territorial en entornos

Tejados del pueblo de El Molino, Pueblos del Sur, Mérida.

Fotógrafía. Federico Del Cura D.

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6907Pueblos

Hablar de pueblo no es una tarea sencilla, en princi-

pio porque con este vocablo nos podemos referir a los

habitantes de una región, al tamaño de una localidad,

pero también a la clase social de un grupo de indi-

viduos. Para evitar la confusión que pueda contener

la polisemia de este término hablaremos, específica-

mente, de nuestros pueblos andinos como centros

poblados pequeños, diseminados sobre el territorio del

estado, muchos de ellos basados sobre asentamientos

indígenas que con la llegada de los españoles a las

tierras andinas merideñas debieron asumir los trazados

impuestos por los colonizadores y la funcionalidad de la

nueva articulación territorial.

El diseño de partida consistía en una especie de ta-

blero de ajedrez con una plaza y calles alrededor, don-

de aquella no era sólo el elemento central del diseño,

sino de casi todas las actividades propias del pueblo.

En principio, y como función fundamental, la plaza fun-

gía como el mercado de la población, articulando a su

alrededor el cabildo, la iglesia y las viviendas de las

familias pudientes. También servía de escenario para

las reuniones políticas, artísticas, solemnes, religiosas,

etc., lo que claramente supone su carácter predomi-

nante sobre los demás lugares del pueblo.

Este diseño de cuadrícula, aún prevalece en los pue-

blos andinos, aunque la plaza, propiamente tal, ha sido

objeto de modificaciones que han surgido con el paso

del tiempo y la historia del país, así fue como con la

llegada de la República las plazas mayores se convir-

tieron en plazas Bolívar en honor al Libertador Simón

Bolívar. Más tarde en el siglo XIX, por imposición de

Guzmán Blanco, se convirtieron en una especie de jar-

dines, pues Blanco, presa de la belleza de los jardines

de la plaza de Versalles hizo de las nuestras unas mini

copias de aquéllas, donde ya el mercado no tenía cabi-

da y evidentemente desapareció de sus espacios.

Lo destacable de todo esto es que aún en la actualidad

nuestros pueblos andinos no sólo han mantenido su

estructura física, sino que han conservado esas carac-

terísticas heredadas. Hoy en día, alrededor de las pla-

zas se suscitan los eventos de importancia en la vida

socio-cultural y cotidiana de cada uno de esos pueblos,

pero a su vez, se han convertido en un espacio forjador

y conservador de identidades no sólo individuales sino

también colectivas, allí convergen valores, tradiciones

y costumbres que se muestran como un pasaje en el

tiempo. Los pueblos merideños son imagen de la me-

moria histórica colectiva de nuestros antepasados y

tierra abonada de cultura. No se trata solamente de un

lugar poblado, sino de lugares de convergencia cultural

donde sus habitantes conviven armónicamente plaga-

dos de historia, de sentimientos, de valores, de cos-

tumbres identificados con la naturaleza que les arropa

y cobija para el sustento diario y que, a pesar del frío,

inclemente en ocasiones, el calor humano, la noción de

familia y las costumbres adquiridas derriten sus hielos

alrededor del fogón. Las poblaciones andinas se cons-

truyen en la confluencia de personas reservadas, poco

extrovertidas y hasta tímidas, que se consumen en su

intimidad, pero a su vez exhiben un grado de pertenen-

cia muy arraigado con su medio que les permite acom-

pañarse colectivamente en la cotidianidad, y donde su

modo familiar de vivir permea todos los estadios de la

vida, incluso los más íntimos y personales.

Es un hecho cierto que nuestros pueblos andinos han

florecido a la luz de la agricultura, actividad que les ha

otorgado bienestar económico gracias a las largas fae-

nas que dedican a este fin y, que además, ha cultivado

en ellos ese valor y amor por el trabajo, características

que los diferencia de los habitantes de otros pueblos

de nuestro país.

Se trata entonces de unos poblados con una cultura

institucionalizada sólida, con valores, formas de actuar,

de pensar, de vivir, que ha modelado su actuar y los ha

hecho acreedores de un capital cultural que escolta sus

costumbres, valores, creencias, etc., y que quizás esté

actuando encubierto entre sus colinas y su identidad.

Esto los ha hecho poco vulnerables aunque no ajenos a

los cambios externos producto de la tecnología, la glo-

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La arquitectura merideña recrea el estilo colonial español. Pueblos del Sur, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.34

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7107Pueblos

balización, la modernidad. De allí que podemos ver en

ellos los pintorescos y llamativos ritos religiosos para

conmemorar distintos hechos de importancia de sus

habitantes, como por ejemplo la ofrenda a San Isidro

Labrador como el Santo Patrono de la agricultura, los

Vasallos de la Candelaria, entre otros muchos más.

En suma, los habitantes de los pueblos andinos son

personas que disfrutan de lo sencillo, lo hogareño de

sus tareas cotidianas, de todo aquello que se hace

posible en la prodigalidad de un medio protegido por

imponentes montañas y un clima severo que ni siquiera

la Guerra Federal pudo penetrar totalmente. Pueblos

armonizando y viviendo esa fuerza natural a diario, ha-

ciendo de su hábitat una zona de auténtica paz, con

calidad de vida y un tipo de confort labrado día con

día que dista mucho de ser meramente económico.

Estos pueblos sumergidos en una especie de cápsula

ciudadana muy particular han preservado sus rasgos

culturales, convirtiéndolos en un caldo de cultivo para

hacer grandes cosas.

Estas características propias de los pueblos y sus habi-

tantes son precisamente las que los alejan de su con-

traparte, la ciudad y su gente. La ciudad, la metrópolis,

ese lugar que alberga a un gran número de poblado-

res dedicados a una diversidad enorme de actividades

económicas que, hasta cierto punto, bloquean buena

parte del disfrute familiar, del hogar, de las amistades y

hasta de los bienes metálicos que esas actividades les

proveen. Esas ciudades en las que se ubican las sedes

principales de las grandes empresas, las oficinas gu-

bernamentales centrales, entre otras del mismo tenor,

son las mismas en las que escasean las zonas verdes y

la lucha por preservarlas es vencida por la cotidianidad

y la necesidad de albergue de sus pobladores, donde

la relación del hombre con la naturaleza es casi nula

y la frialdad emocional supera la calidez del clima. En

ese lugar coliden, tal cual vehículos en hora pico, los

sentimientos, costumbres, valores, etc., tan disímiles

como cada habitante que ahí mora, de allí que cada

quien cree una especie de mundo paralelo que dificulta

el encuentro con sus vecinos. El resultado es entonces

personas con una frágil independencia de su vida y su

quehacer, pero a la vez con una tremenda indolencia

por la vida y el destino de los demás.

La diferencia que estamos tratando de mostrar no se

centra en lo meramente rural o urbano, no hablamos

de pueblos y ciudades, sino de su gente. Si así fuera

la comparación solo tocaría elementos estructurales y

densidad poblacional por nombrar solo algunos, en su

lugar, aflora lo humano, ese acervo cultural que, cons-

ciente o inconscientemente, conservan los habitantes

de los pueblos y que les da tiempo para ser auténticos,

para disfrutar de las pequeñas cosas, para vivir sin las

desgastantes imposiciones que modelan el compor-

tamiento en las grandes urbes, para disfrutar de una

calidad de vida forjada, día a día, en los duros hábitos

de la labranza.

Aunque parezca, no buscamos con la escritura de es-

tas líneas idealizar al hombre de pueblo en detrimento

del hombre citadino, sino más bien llamar a la reflexión

a quienes vivimos en esta “selva de cemento”, porque

muchos de los que hoy habitan esas grandes ciudades

son personas que emigraron de los campos en bus-

ca de mejores oportunidades de vida, entonces cabe

preguntarse ¿qué pasó con ellos?, ¿acaso ese acervo

cultural desapareció, se modificó, cambió? Con fran-

queza no lo creemos, nuestras raíces permanecen

pero también se adaptan, a lo bueno y a lo malo tal

vez muchas de esas vidas sin sosiego estén anhelando

volver a casa, a la casa del campo, a sus costumbres,

a su familia, y quizás sea precisamente ese deseo in-

consciente el que les permite sobrellevar su alienada

realidad en las ciudades.

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Red indígena y pueblos coloniales

En las iglesias de los pueblos andinos confluyen la historia y la fe. Pueblos del Sur.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

35

Algunos autores señalan que los grupos humanos asen-

tados en la Cordillera de Mérida tenían más de quince

siglos en la región a la llegada de los españoles. Estos

grupos étnicos, según todas las evidencias, provenían

principalmente de grupos Chibchas, con persistencia

hoy día en Colombia, y con los que se tienen innume-

rables vinculaciones de raíces culturales, mitológicas

y de técnicas agrícolas, entre otros muchos aspectos.

La organización espacial de los grupos se establecía

principalmente en torno a centros de jerarquía religiosa

y económica. El principal Ja-Mu, (Jamú o Zamú), en la

actual Lagunillas, en función de la laguna sagrada de

Io-Jama. Mu-Ku-Chies y Timotes en la Sierra Norte y

Macaria (Acequias) y Aricagua (en la Sierra Sur)18

El proceso de conquista aprovechó estas bases pobla-

cionales en los pueblos de doctrina y encomiendas,

sobre todo para utilizar a los indígenas como mano de

obra, y produjo numerosos reasentamientos en la me-

dida en que exterminaba o inducía la huida de los que

quedaban. De allí tantas fundaciones y refundaciones

generadas por las huestes españolas a lo largo de los

primeros siglos de conquista donde impusieron su pro-

pio diseño en la construcción de los pueblos actuales,

plaza, iglesia, calles, que siguen el patrón en las más

variadas condiciones topográficas definiendo pintores-

cos pueblos coloniales.

18 La investigadora Clarac utiliza los denominados “radi-cales” de las lenguas del tronco chibcha para explicar el origen de estos nombres de poblaciones merideñas (p. 27) en Clarac, J. (1996). Mérida a través del tiempo. Los anti-

guos habitantes y su eco cultural. Mérida: Universidad de Los Andes.

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La mirada atenta y reflexiva refiere la personalidad del hombre andino.

Fotógrafía: José J. Quintero D.36

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Lo Humano

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El sosiego del hombre campesino en armonía con la placidez de su entorno.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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7708Lo Humano

En la ruta de las piedrasUn recorrido por las carreteras y paisajes de los andes merideños es una inmersión en las alturas. Adentrarse en la magnificencia del paisaje de montaña resulta en una vivencia seductora, detiene lo cotidiano y permuta en asombro el encuentro con los horizontes de la sierra. El desborde de esta naturaleza desnuda, en algunos casos apenas punteada de sedosos frailejones, en otros de tupidos bosques, de chispeantes ríos y apacibles lagunas, invita al vuelo, al hábito del ave, al atisbo de una mirada que avizore esos límites bordados de frío, donde la infinitud se perfila ascendente en un rumor de guijarros remontándose hasta coronarse en cumbres.

La montaña modela en su silencio no solo paisajes sino también a las gentes de estas tierras. El elemen-to humano que puebla estas zonas tiene vocación de cóndor, habitante de ventisqueros, ha instalado en su alma la impavidez del ánimo, su carácter oscila, como el clima, entre la generosa claridad de las mañanas y la taciturna espesura de las neblinas en los atardeceres. Esta faena preconiza un hacer único, especial, un modo de vida que perfila el carácter y la personalidad de los habitantes de los pueblos andinos.

Aludir a la voz “pueblo” es mencionar lo humano, claro está que no como individualidad, sino como la comple-ja suma de una concreción que se encadena, eslabón por eslabón, en los telares del tiempo, en la tierra rural que acuna el nacer. Así entonces, “pueblo” en vez de entenderse simplemente como una concentración de individuos en un espacio determinado, se interpreta como conciencia de lo comunitario, conciencia imbuida en un sustrato de historia, modelada desde su génesis en valores que remiten a una visión particular capaz

de otorgarle una identidad, por ello es en los pueblos donde el hombre, con su discurrir, fragua las narra-ciones que ensamblan la tradición. Queda en evidencia entonces que la savia que recorre a toda población, permitiendo edificar las estructuras que dan materia a lo social y político, desde las formas más simples a las más extrañas, se labran en la agonía humana, en la lucha de los individuos, en la sustancia que de ellos fluye, constructora, capaz de crear y alimentar las más diversas empresas de la cultura.

No obstante, una observación atenta que tome en cuenta las conductas revela una clara diferenciación entre las sendas por donde desandan los polos de la vida ciudadana. Es evidente para cualquiera la diferencia que existe entre el habitante del pueblo y el de la ciudad. El desacuerdo entre ellos se presenta como contraste, como oposición pero basada en un supuesto estatuto de superioridad que da preeminencia al habitante de la ciudad sobre el de pueblo. Esta aura de superioridad y suficiencia se cimienta en detalles que el hombre de pueblo exterioriza y que pasan a ser considerados como marcas de tosquedad, un modo de rusticidad social, por ejemplo, los pormenores y matices del uso de la lengua en los actos de habla, la vestimenta como marca de uso diario y no como dictados de la moda, las costumbres de pueblo rezagadas con respecto a los vertiginosos cambios de comportamiento que ocurren en las ciudades, impuestos en los últimos tiempos por modelos globalizados, el pretendido “atraso”

del hombre de pueblo frente a las innovaciones que triunfan en la “civilización”, etc. También, por mucho tiempo se justificó el nivel educativo como la evidencia clave que sustentaba este margen de superioridad pero, en el presente, no es un argumento de peso debido a que grandes masas conviven en las ciudades marginadas de los procesos educativos y de posibilidades de superación personal por la vía del conocimiento, además, la afluencia de estudiantes de poblaciones rurales venidas a las ciudades, si no nivela, sí reduce estas fronteras, por lo tanto la incidencia de profesionalización no es un factor que abone a la pretendida pose de superioridad.

Lo que no queda claro en el hecho comparativo es en qué grado y bajo qué perspectiva se diferencian y singularizan. Existe una distinción, es evidente, algo desvincula y separa a los habitantes de pueblo de los habitantes de ciudad, algo que va más allá de la simple circunstancia referida a la distancia que sep-ara sus ámbitos físicos. Esta oposición trasciende no sólo las cosmovisiones sino, incluso, la manera en que conforman cada cual su ethos, en otras palabras, el tono, el carácter, la calidad de vida, el estilo moral y la disposición de ánimo; pero, ¿qué es esto en verdad? ¿Hay algo detrás del proscenio, o únicamente estamos en presencia de sombras? Si de algo podemos estar seguros es que las apariencias formales, las banali-dades del figurar, no son lo que los distancia, o por lo menos, no son solamente estas simples premisas

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El habitante del campo merideño trasluce su cordialidad y afabilidad en el trato

Fotógrafía: José J. Quintero D.38

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7908Lo Humano

la razón de tales disimilitudes. ¿Cuál es entonces la condición que convierte a ambas presencias humanas en actores de diferente linaje?

La esclarecida filósofa española María Zambrano afirmaba: “El hombre de pueblo es, simplemente, el hombre. Y su figura es la primera aparición de la persona humana libre de personaje, de máscara.”19 Tal alegato no solamente afirma la esencialidad del hombre de pueblo sino que, además, permite inferir que el artificio es el signo que coloniza al agitado ciudadano de las mega-urbes modernas, la simulación emboza su alienado vivir, ese doblez impone un fingimiento que disfraza de apariencias la conmoción de la vida urbana.

Los pueblos se conforman con las contribuciones que hacen sus habitantes en todos los ámbitos del convivir social, estos actos se articulan como en un rompecabezas en el que cada cual suma una pieza, un detalle personal a la geografía de su entorno, lo que hace que cada comunidad sea un elemento único e irrepetible dotado de una identidad propia. Esa identi-dad particular del hombre de pueblo se puede explicar por oposición. Si establecemos una comparación por reflejo, si confrontamos nuestra imagen en el espejo que contiene del otro lado al hombre del campo, a ese otro sujeto humano que es el reverso de la moneda, al que si perjudicamos también nos hacemos daño, quizá podamos visualizar lo que en ellos pervive y en

nosotros falta. Partamos de una propuesta que indague en nuestras carencias como hombres de ciudad para dejar en evidencia qué hay, qué subsiste en ellos, algo

que ya no está claramente presente en nosotros.

Para reconocer ese algo basta apelar a un ejercicio de simple observación, basta con convivir mínimamente junto a las gentes de los pueblos, esto nos permitirá llegar a algún grado de certeza, a una deducción que pueda interpretar sus actitudes. En el desempeño del hombre de pueblo pueden aún rastrearse los rasgos de lo que significó levantar poblados y sociedades frente a la rudeza de las arduas geografías andinas, la acumu-lación del trabajo de la tierra durante generaciones ha requerido de un tesón constante que se evidencia en sus costumbres, su modo de ser no tiene contrapartida en el hombre citadino porque posee una continuidad patrimonial, ha sido construido y sigue construyéndose fundamentalmente en la faena agrícola. Para la gente de ciudad, este nudo con la naturaleza se ha desatado, esta proximidad se ha borrado prácticamente de las rutinas de sus habitantes.

Un encuentro con lo humano de los pueblos va más allá de la simple contemplación de una geografía, de la admiración del paisaje o de la peculiaridad de cada población, en los pueblos está “la semilla”, el contacto primigenio con la naturaleza, allí la matriz ancestral se nos devela como el componente que entraña el principio y el devenir. Si deponemos el afán de arrogancia y altivez, palparíamos la tensión que mana del cosmos que nos contiene y que la ceguera urbana obvia y acalla de forma arrogante. Aquél que sin prejuicios entre en contacto con los habitantes de un determinado pueblo, que asuma con equidad y mente abierta los rasgos y peculiaridades de una geografía cultural rural, no

importando, incluso, que dicho encuentro sea fugaz y epidérmico, sentirá ese brote visceral, la manifiesta emoción que procede de una impresión soterrada, un rasgo telúrico que vibra en una cuerda escondida, que se angosta muchas veces pero que nunca se rompe, y nos une, indefectiblemente, al mundo natural. Las impresiones que nos generan los seres que habitan los pueblos son múltiples, sus cadencias en el ritmo y el modo de hablar, la maneras de actuar, la indumentaria, o cualquier otra característica externa son elementos importantes que aunque parezcan poseer un valor menor, aún así, permiten indagar, cavilar, discutir, y reflexionar en función de la relación que cada personaje de pueblo entabla con su entorno, y de cómo ese diálogo también es parte de lo que cada quien, en lo primordial, es. El proceder del hombre de pueblo se torna, en una mente aguda, en acicate para inquirir sobre sí mismo y sobre la representación de aquello que constituye el lazo vital con el existir.

En la mirada de los hombres que habitan los pueblos andinos uno puede toparse con este sentir, solo basta seguir la ruta de las piedras y dejarse llevar.

19 Zambrano, María; Persona y democracia, Siruela, Madrid, 1996. Pág. 173.

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El núcleo familiar funciona como una fortaleza de trabajo en los pueblos.

Fotógrafía: José J. Quintero D.39

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8108Lo Humano

Los rostros de la tierraPero, ¿dónde está esa esencialidad que nos habla del contacto indisoluble entre el hombre y la naturaleza? ¿Cómo entenderla? Son preguntas difíciles de responder, más si habitamos las grandes ciudades, si nos hemos ensordecido con el ruido estentóreo de las megalópolis del presente, sin embargo, por velado que esté en nosotros ese hilo inaugural de la vida, siempre habrá un remanente, un sutil halo de lo natural que emane de la más frenética conducta o del proceder artificial llevado al extremo. Las respuestas más cercanas a estas interrogantes no son respuestas, sino impresiones, sensaciones, emociones, sobresaltos del espíritu. Desde los predios de la razón develar el nexo donde se traba la esencia entre el hombre y la naturaleza corresponde al terreno de la ontología, lo cual escapa a las posibilidades de este trabajo, mas sin embargo, existen otras vías que han explorado estos cuestionamientos mediante la palabra, siguiendo un camino de sensaciones han indagado estas inquietudes hurgando y removiendo en el verbo las urgencias que recorren el alma de los hombres en deuda con el llamado de la tierra.

¿Qué han visto los poetas en los hombres de pueblo que ha sacudido su sensibilidad? La desazón que nace en el habitante de la ciudad al contemplar la vida del hombre de pueblo es un sentimiento univer-sal. La tranquilidad de la existencia; el contacto con espacios donde la naturaleza sigue teniendo frecuente protagonismo; la apacibilidad de las relaciones de sus

pobladores; el permanente contacto y cuidado que se brinda a la familia; la holganza del tiempo; la necesidad material apoyada en el poseer lo necesario y suficiente sin la obsesión acumuladora nacida al amparo de las grandes ciudades; las conductas sencillas de los hom-bres y mujeres que cultivan el ocio, la camaradería, gentes que se asisten, se conocen, que no se ignoran, se saludan y comparten desde la conversación más sencilla y elemental hasta una comida espontánea, sin necesidad de concertar agendas que tengan una mo-tivación previa; nos asombra saber que hay espacios donde el trabajo es un medio de subsistencia, sólo eso, no una condena, no una razón para el abandono de las responsabilidades familiares, no una obcecación por el triunfo, o una razón para oprimir, para denigrar, para hurtar, para ejercer el latrocinio sobre enormes masas de personas desvalidas de recursos y expolia-dos de sus derechos fundamentales. Nada de esto se palpa en lo humano del campo, no en las dimensiones que las padecemos los que vivimos en las ciudades, sus carencias tienen otro tono, no son varapalos con formas compulsivas de neurosis, esquizofrenia o para-noia, sus privaciones no llevan un linaje de agobio, de

acoso en el vivir.

Por todo esto la vida en los pueblos, la vida de cam-

po, ha sido siempre un polo de admiración para los

poetas, universalmente ellos han cantado lo bucólico,

resaltando sus bondades, poniendo en evidencia el

sentido, eso que antes llamábamos la esencialidad, la conexión necesaria que todos tenemos con la naturale-za. Para la ciencia este es un tema poco atractivo por sus características poco mensurables, la probabilidad de perderse en la subjetividad del sentimiento no da a la ratio muchos incentivos, pero para aquellos que hacen de la sensibilidad y el sentimiento una facultad capaz de evidenciar otra lectura de las alternativas que propone la realidad, el acercamiento a estos problemas está más que justificado, pues constituye la forma más directa y expedita para la aprehensión de esa inefable sensación que excava, conmueve y sacude el alma hu-mana.

Un ejemplo maravilloso de lo que decimos está en lo que grandes bardos han dejado patente. En la historia de la poesía universal existe una corriente muy antigua que se remonta a las obras clásicas grecolatinas. Lo que se conoce como el «Beatus ille» (Dichoso aquel…), es una tradición poética que desde ese lejano pasado hasta nuestros tiempos ha tenido brillantes cultores, los cuales han podido hacer cuajar en el lenguaje la emo-ción que despierta el vivir la profunda sustancia natural inmanente en cada humano, esa que ha sido opacada, enmudecida por la estridencia de la vida citadina, pero que resurge repentina ante la contemplación de una realidad profunda, honda, recóndita que contrasta con las apariencias y máscaras con las que suele revestirse la cotidianidad del diario proceder.

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Agricultor en plena tarea de preparación del terreno para la siembra.

Fotógrafía: José J. Quintero D.40

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8308Lo Humano

Es de un célebre poema del poeta lírico romano Horacio (65 a.C.- 8 a.C.), de donde parte esta tendencia a la alabanza, a la exaltación de la vida sencilla y desprendida del campo frente a la vida de la ciudad:

Dichoso aquél que lejos de los negocios, como la antigua raza de los hombres, dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus propios bueyes, libre de toda deuda, y no se despierta, como el soldado, al oír la sanguinaria trompeta de guerra, ni se asusta ante las iras del mar, manteniéndose lejos del foro y de los umbrales soberbios de los ciudadanos poderosos.

El poema de Horacio canta las bondades de la vida campestre, el desprendimiento del poder y de las tareas que no concuerden con la placidez de la vida sencilla, su éxtasis nos llega como un eco de veinte siglos atrás, increpándonos, haciéndonos reflexionar sobre esa zona de contacto donde se encuentran el hombre y la naturaleza.

No menos famoso es el hermoso poema Vida Retirada de Fray Luis de León (1527 - 1591), quien en pleno Renacimiento Español también cantó, magníficamente, estas emociones, colocamos unos fragmentos:¡Qué descansada vida 

la del que huye del mundanal ruido,  y sigue la escondida  senda, por donde han ido  los pocos sabios que en el mundo han sido!  ¡Que no le enturbia el pecho  de los soberbios grandes el estado,  ni del dorado techo  se admira, fabricado  del sabio Moro, en jaspe sustentado! …El aire del huerto orea  y ofrece mil olores al sentido;  los árboles menea  con un manso ruido  que del oro y del cetro pone olvido. 

Estos ejemplos de la poesía del Beatus ille exaltan ese momento del descubrimiento de lo natural que subyace en el alma, recrea el arrobamiento que se produce al reconocer lo propio y elemental de nuestra condición más íntima, estos versos muestran el despertar de una sensibilidad anestesiada que se postra ante la revelación del vínculo indisoluble con ese cosmos profusamente acallado y desvalorizado.

Todas las grandes civilizaciones en la historia lo han entendido así, sus producciones literarias dan cuenta de esta unión indisoluble, tan elemental ha sido que, en

los 4.000 años de historia de la humanidad, sólo nues-tro tiempo ha hecho del lazo hombre-naturaleza piezas separadas. Perennemente los más disímiles pueblos y culturas han priorizado este tema en sus narraciones, un ejemplo cercano y relevante por su enorme difusión se da en Centroamérica, la gran cultura Maya nos legó el Popul Vuh (El Libro del Pueblo), el origen de lo huma-no que en él se construye revela esta estructura donde el hombre nace, evoluciona y se consolida como pro-ducto de la naturaleza. Allí, desde los fallidos hombres de barro se asciende a los hombres de madera, para luego culminar cuajando la humanidad en los hombres de maíz. Cosmogonías como ésta existen en todos los pueblos indígenas de América y del mundo, los mitos de la creación son una fuente riquísima para rastrear la necesidad del hombre de recrear su existencia en consonancia con su talante natural, talante que vislum-bramos claramente en la mirada de los hombres que pueblan los andes merideños, en esa ristra de pueblos que han atesorado un gentilicio en concordancia con su escenario geográfico, atados a la tierra, a la siem-bra, a las costumbres de su lar nativo.

En los menesteres de este trabajo hemos palpado de primera mano el devenir de las gentes de pueblo, sus hábitos, sus creencias, sus fiestas, costumbres, todo lo

que abarca su circunstancia cultural; en cada pueblo

que visitamos prevalecía este equilibrio donde la pre-

ponderancia del factor humano tiene un límite cercano,

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41 Músico de los vasallos de la festividad de San Benito. El Valle, Mérida.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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8508Lo Humano

visible, llega hasta la esquina del pueblo, hasta el final

del sembradío, hasta las afueras de la escuela, hasta

la tapia del solar, porque de ese lugar en adelante la

naturaleza se enseñorea del ámbito y de la vida, recla-

ma la preeminencia sobre el entorno que ha cedido, en

pequeña medida, a los hombres para que estos puedan

coexistir. Los pueblos de los Andes son fronteras, son

préstamos; el campesino, el hombre de pueblo, lo sabe,

lo intuye, lo celebra, respeta las fronteras y reside en

armonía.

En el momento que iniciamos este trabajo no previmos

cómo el sentido de una investigación se potencia

cuando se involucra con lo humano, bajo el influjo de

su vecindad las referencias de estudio se trastocan.

Nuestra inicial perspectiva basada en la posibilidad

de estudiar la conservación de los cultivos, observar

las técnicas de siembra, la necesidad de preservar

el germoplasma nativo, de conservar y clasificar

la semilla autóctona que podría ser, en un mañana

probable, la salida a problemas futuros del agro,

terminó por tomar un cariz no previsto, digamos que se

dignificó al comenzar a valorar cómo estos elementos

de la siembra se fusionaban en cada habitante, en

cada mujer, en cada niño que nos topábamos. Sus

rostros, sus manos, la sonrisa tímida entrecortada,

el respeto en los modales, la percepción de un lento

fluir existencial, de un caminar sin desasosiegos ha

ocupado buena parte de las motivaciones que dan

empuje a la redacción de este texto, las imágenes

que lo acompañan tratan de dar testimonio de este

inmenso ciclo de acciones que no desmiente, que

no oculta su dependencia con la naturaleza, con la

prodigalidad de su hábitat, las fotografías dan fe de

una experiencia que está a la mano, que merece el

acercamiento, que traduce humildad y prudencia,

ponderación y probidad. Acercarse a ellos sin la

soberbia y autosuficiencia del hombre de las ciudades,

sin las máscaras, puede resultar aleccionador, puede

darnos otra visión del existir, una que permita el diálogo

con ese aspecto atenuado de nuestro ser, la plática con

nosotros mismos que el planeta, agredido y violentado,

nos reclama. Tal vez ese déficit de insuficiencia moral

que ha caracterizado a la raza humana de los últimos

siglos, pueda modificarse, mostrar su lado compasivo,

desprendido y generoso cuando se permita contemplar

lo humano que habita en los pueblos, cuando este

correlato sirva de engranaje a la conciencia, cuando

entre en contacto con los rostros de la tierra.

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El Ethos Andino

42 La vida apacible de los pueblos andinos permite disfrutar el estar a solas.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

Existe un ethos individual y uno colectivo, este úl-timo está vinculado directamente con las comu-nidades, con la forma en que éstas conforman su manera de relacionarse, con el diseño de la estruc-tura social que enmarcará sus modos de vida. En consecuencia, parte de lo que podríamos llamar su “estilo de convivencia”, tiene una dependencia directa con la manera en que cada colectividad establezca las razones, hábitos, costumbres y es-tilos afectivos que les permitan trabar un modo de existencia que los beneficie o, por el contrario, los afecte.

Señala el filósofo español José Antonio Marina en su libro La inteligencia fracasada, que existen so-ciedades inteligentes y sociedades estúpidas. Las inteligentes moldean su cultura, sus valores y su sistema de creencias en función de una conviven-cia armoniosa que permita eliminar el ruido social que perturbe un transcurrir, un discurrir en con-cordia. Esto alude directamente a la cooperación, a la camaradería que se da entre las gentes de una comunidad. Así, en estos términos y de forma muy similar, debemos entender el tipo de praxis que ha pervivido sin ruptura en el destino habitual las poblaciones de los andes merideños, soportando sin fisuras el paso del tiempo y la mutabilidad que viene con las sucesivas generaciones.

Y, vale aclarar, no es que estilos afectivos negati-vos no existan en estos pueblos, los hay, pero se ejercen en el uso de la subjetividad, en el cosmos personal, no son la norma social, no condicionan un proceder común, ni mucho menos se constitu-yen como identificación, por el contrario, la sensa-ción que se recoge estando allí posee una calidez

diametralmente opuesta, la convivencia descubre un trato que dilata y amplifica un pacto social con-certado en pos de procurar acuerdos, minimizando discrepancias. Son sociedades orientadas hacia el diálogo, la cooperación y un generoso deseo de ayudar.

La clave de esta forma de vida estriba, en buena medida, en una de las opiniones que J. A. Marina esgrime, él dice: “…las sociedades pueden en-canallarse cuando carecen de tres sentimientos básicos: compasión, respeto y admiración.”20 No escasean estos sentimientos en las latitudes an-dinas, por el contrario, es precisamente este tipo de sentir basado en la compasión por el prójimo, en el trato respetuoso ya sea para con propios o extraños, o en la admiración, fervor y devoción que brindan no sólo a sus semejantes, sino también a sus costumbres, sus tradiciones y a la maravillo-sa naturaleza de su entorno, lo que dota a estos pueblos merideños de ese halo particular que, potente, se experimenta al más leve contacto con sus pobladores, exhibiendo de las más diversas maneras unos atributos que condensan valores fé-rreos, principios claros y una impasible serenidad en el modo de ser, todo aglutinado en una órbita de cortesía que trasluce y significa el aplomo de la calidad de vida.

20 Marina, José Antonio; La inteligencia fracasada, Ana-grama, Barcelona, 2005. Pág. 155.

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Niños y niñas cumplen labores de “monaguillos” .

Fotógrafía: José J. Quintero D.43

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Cierre a tres voces

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Niños y adultos son protagonistas de las fiestas y tradiciones merideñas.

Fotógrafía: José J. Quintero D.44

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9109Cierre a tres voces

Este es un libro que fue escrito a seis manos. Pero, tanto el espíritu de trabajo en equipo que lo inspiró, como la inclusión de algunos textos de elaboración mixta, pensados, discutidos y diseñados en conjunto, así como la certeza de que su surgimiento es producto de la integración y el esfuerzo, nos decantó por optar hacia una cohesión que lograse, en alguna medida, la unidad, no sólo temática y de estilo (lo que pudo o no lograrse), sino algo aún más significativo, una unión de juicios y discernimientos labrados de fraternidad, compañerismo y amistad que se amarran a la escritura. Debido a ello su redacción se presenta como una composición de una sola voz, una voz coral fundida en la continuidad de sus textos.

Mas sin embargo, y como epílogo de la redacción, decidimos hacer un Final a Tres Voces, un cierre que dejara fluir el nudo de emociones particulares que, en cada uno de sus autores, provocó este encuentro fascinante que transitó por la idiosincrasia de una cultura apacible, visitando los predios de una sabiduría que echa sus raíces en los algodonosos fríos de densas neblinas y en el silencioso vuelo mineral de sus tierras.

La alegoría que entraña el nombre de este libro pretende ser un homenaje a las gentes que, al cobijo de serranías y cordilleras, modelan la peculiaridad de estas latitudes dando continuidad a su modo de ser, continuidad que se asegura, que se remoza de generación en generación. Los rostros de la tierra se reavivan día a día en los semblantes de los niños, en el curioso interés de sus miradas y en el brillo de sus sonrisas, ellos prolongan la urdimbre de la cultura en los andes merideños. Estas líneas se cierran adornándose con estos “pequeños nuevos rostros de la tierra”, con la niñez que reabre perennemente el ciclo de la vida.

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La tímida curiosidad de los niños andinos se deja ver en sus rostros.

Fotógrafía: José J. Quintero D.45

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9309Cierre a tres voces

Esther Rosas LoboIniciar un proyecto de investigación es tarea poco sen-

cilla, menos aun cuando se busca integrar diversas

áreas del saber y donde cada una es desarrollada por

separado pero bajo una visión de conjunto, tratando de

que la diferencia no rompa la armonía. Intento exitoso al

final del camino, gracias a la perseverancia y el trabajo

en equipo realizado. Hoy esa persistencia y entereza

están dando sus frutos, este libro es prueba de ello,

aunque pequeña, dado el tamaño de la investigación,

es muy valiosa y apreciada académica y emocional-

mente por nosotros. Tres amigos, colegas que hemos

venido creciendo, evolucionando como equipo y como

investigadores, adquiriendo diversas destrezas investi-

gativas y descubriendo otras que no habíamos conoci-

do conscientemente ni aprovechado académicamente,

trabajando de manera organizada, con pausa pero sin

prisa, dando giros y reveses hasta que cada uno de

nosotros logró encontrar ese elemento, ese punto que

le movía para trabajar en este proyecto.

En mi caso, siendo del páramo merideño, me llamó la

atención la identidad andina tan marcada y diferencia-

dora de otras, que aún estando en el mismo país, es

tan singular por sus costumbres heredadas, por su ma-

nera de vivir el día a día, sus detalles, sus momentos,

su concepto de familia, exhibiendo un comportamiento

un tanto tosco, pero cálido y servicial a la vez, mani-

festado con una particular manera de hablar moldeada

por las costumbres, que no les impide la fluidez comu-

nicacional ni minimiza el fuerte brazo axiológico que les

ha permitido convivir con sus semejantes en compañía

de la imponente naturaleza que les escolta.

Desde mi punto de vista, la elaboración de este trabajo

me llevó, por una parte, a escribir sobre algo que me es

familiar, la vida en el pueblo. Esa que se añora, la en-

trañable, la que se tiene a ratos, en ocasiones muy es-

peciales y cortas como ráfagas de viento que dan sus-

tento al alma. Esa convivencia poco privada que desfila

entre apodos y otros rasgos, muchas veces jocosos,

que nos individualizan y nos distinguen de simples nú-

meros o seres anónimos. Esa camaradería propia de

los amigos que se reúnen en la plaza, van a la misa,

visitan el hospital, comparten unos tragos, incluso has-

ta la embriaguez e, inevitablemente, donde reclamar

privacidad es una quimera. Hacer vida en un pueblo

merideño es, sin duda, muy agradable, aun cuando no

se cuenta plenamente con los servicios y recursos que

la ciudad ofrece, la calidad de vida es valorada en tiem-

po y desapego a lo meramente banal.

En los pueblos la modernidad no ha dejado de rasgar

sus cimientos, pero no ha logrado penetrar definitiva-

mente en sus costumbres ni en sus creencias, esas

que muchas veces admiradas desde el ojo de un es-

pectador forastero incrédulo o de otro desconcertado

por la magnitud emocional que estas manifestaciones

imprimen en estas personas de pueblo. Muchas veces

las condiciones materiales de estos pueblos han sido

olvidadas por quienes tienen el poder de mejorarlas,

pero las creencias y costumbres de su lar poco o nada

se ven afectadas ante las carencias materiales, pues

poseen un torrencial cultural que se desborda por do-

quier. Por ello su importancia en este tema.

Por otra parte, este proceso de investigación que vivi-

mos en grupo, pero con intereses diferentes ha dejado

aflorar mi gusto por el estudio de la lengua desde di-

versas perspectivas. En esta oportunidad dejamos que

nuestros agricultores hablaran de su cotidianidad de

manera tranquila, amena, como si contaran un cuento,

con vivencias, experiencias, pormenores de cada situa-

ción, así pudimos aprehender para del hecho cultural

que los circunda haciéndonos cómplices de la situa-

ción a medida que conversábamos y grabábamos in

situ. Era inevitable asentir o negar con ellos algunas

de sus experiencias, o furtiva e inocentemente, dejar

salir un comentario, una sonrisa, un lamento, etc., que

se compartía con el entrevistado. No se trató de meras

preguntas y respuestas, sino de una conversación en-

riquecedora.

Disfrutamos de vocablos como “máiz” en vez de maíz,

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46 Los niños juegan un rol preponderante en las tradiciones.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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9509Cierre a tres voces

de “mandao” en vez de diligencia o tarea, del emble-

mático “dios le pague” en vez de gracias, en fin mu-

chas voces como éstas que si bien son el reflejo de

una escasa educación formal, no les impide la comu-

nicación efectiva, pues la de ellos es una educación

que se afirma en una herencia cultural, compleja, ba-

sada en valores, costumbres y modos de vida que la-

bran lo particular de su formación, esa que quizás los

más letrados añoran en salas prodigiosas de distintos

congresos y asambleas de las diversas naciones. Esos

relatos luego fueron la savia para extraer los elemen-

tos culturales que giran alrededor de la agricultura.

Fue precisamente el discurso de los agricultores uno

de los elementos que nos dejó ver cómo constructos

tan disímiles como agricultura y lenguaje se conectan

armónicamente para exponer la riqueza cultural que los

agricultores merideños exhiben en sus relatos, esa que

ha guiado su forma de actuar, de vivir, de trabajar, en

suma de comportarse dentro del grupo social que le es

propio. Fue así como descubrimos ese potencial capital

que los deja convivir con la naturaleza sin que ésta sea

un obstáculo, sino más bien un aliado para su calidad

de vida.

En este libro no se hace gala de los relatos de los agri-

cultores, ese es objeto de otro producto de esta inves-

tigación, en su lugar se exhibe fotografía, ese recurso

capaz de detener el tiempo, preservar momentos, pai-

sajes y hasta emociones con una fina utilización de un

lente fotográfico que despierta la imaginación humana

a gran escala. Cada imagen está acompañada por un

texto escrito que resume esos momentos irrepetibles

que los agricultores y el paisaje nos regalaron. Esos

que nos dieron la pauta para hablar de ellos, de sus

bondades, sus virtudes muchas veces menospreciadas

por aquellos que han olvidado cómo ser personas para

actuar como robots a merced de los placeres metálicos

y en detrimento de la familia, del hogar y de la persona

en tanto tal.

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47 La infancia es el alma de la cotidianeidad en los campos merideños

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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9709Cierre a tres voces

Federico Del Cura D.A este proyecto de investigación los autores le debe-

mos una gran cantidad de actividades enriquecedoras,

algunas de ellas transformadas en productos culmina-

dos, otros en transcurso y sobre todo experiencias ge-

neradas en la construcción misma del proceso inves-

tigativo. La grata experiencia de crear esta publicación

es en sí una recompensa al trabajo universitario que en

ocasiones resulta desestimulante, y del cual la mayoría

de las veces damos cumplimiento mediante apretados

informes y algunas cifras que le dan la forma requerida

y el consabido finiquito. Escribir para el público es, sin

embargo, un reto que renueva el espíritu inicial que nos

animaba en la investigación, que nos emociona en la

fatigosa y en ocasiones repetitiva labor docente, que

nos lleva nuevamente a la obligada lectura, pero no

ya en la búsqueda del dato que nos falta, sino para el

cultivo del intelecto, necesario para escribir, volver a

releer para dar forma a la idea y continuar hasta que

nos decidamos a dar a la luz ese producto de nuestra

creación que aspira a enlazar con el lector en textos e

imágenes cuyo objetivo no es otro que el de perdurar

en el tiempo, en la memoria.

Tal cual semilla, que estratégicamente lleva consigo las

características que le permitirán a su especie su mul-

tiplicación y supervivencia, este libro aspira transmitir

a nuestros lectores el espíritu que nos impulsa en la

investigación de los recursos fitogenéticos ligados a la

agricultura y de los entornos culturales donde ella se

desarrolla en el estado Mérida, de tal forma que gene-

remos en ustedes el interés hacia la preservación de

nuestro patrimonio cultural, construido sobre una base

natural de inigualable belleza. Lo que Cunill 21 denomi-

naría una geografía de la sensibilidad especial andina.

Queda tanto por hacer que ésta se nos antoja una obra

incompleta, tanto en espacios por trabajar en el territo-

rio merideño, como en aspectos a incluir en la investi-

gación. En ambos aspectos avanzaremos, por un lado

incorporando poco a poco espacios representativos de

la agricultura en el paisaje del estado, por otro, agre-

gando elementos al análisis, perspectivas que enrique-

cen su tratamiento y generen productos de difusión

tanto a la comunidad científica como a un público lector

más amplio, con capacidad de apreciar estos esfuerzos

editoriales alejados de los circuitos comerciales.

Por otro lado, nos asalta la duda de su utilidad en la

Venezuela actual, perdida en espirales inflacionarios de

magnitud inimaginable y obligada en una vertiginosa

y desenfrenada búsqueda de la satisfacción diaria de

las necesidades básicas. Pensamos en la búsqueda de

las fuerzas interiores, esas que están presentes en la

construcción del paisaje y la identidad andina, que se

sobrepone a lo adverso, convive en armonía e incre-

menta los recursos existentes.

La segunda satisfacción es la de haber aumentado

nuestro conocimiento de la gente, sobre todo de esos

pequeños pueblos alejados de las redes viales prin-

cipales. Los calificativos que se le dan de laboriosa,

amable, hospitalaria, reservada, son todos merecidos,

ganados y honrados a lo largo del tiempo en los Andes.

Conocer personas es sin duda la mayor satisfacción del

trabajo realizado, cualquier otro hallazgo de relevancia

científica está subordinado a este primero. Los rostros

cálidos de viejos y niños, hermosamente fotografiados,

y compartidos en esta publicación y en los catálogos

generados en la investigación son una fuente de inspi-

ración y un legado que aportamos con orgullo.

21 Cunill, P. (2007). Geohistoria de la Sensibilidad en Vene-

zuela. Caracas: Fundación Empresas Polar.

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48 La mirada de la mujer merideña trasluce la bondad en el alma de lo andino.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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9909Cierre a tres voces

El tercero de los aspectos sobre los que el equipo tiene

una especial complacencia es la posibilidad de aumen-

tar su conocimiento sobre los pueblos merideños. La

merideña, es la geografía de las dificultades, aquellas

que limitaron el desarrollo de asentamientos poblacio-

nales durante siglos y a la que el esfuerzo personal

y colectivo sabe imponerse y convivir armoniosamen-

te logrando la construcción de paisajes entrañables.

Como geógrafo, nada más placentero que junto al

recorrido por los parajes del estado, la lectura de los

maestros Pedro Cunill, Antonio Luis Cárdenas, Elías

Méndez, Leonel Vivas y tantos otros que dedicaron su

vida a esta ciencia compleja, el tiempo y la experiencia

aumenta mi admiración por su obra al comprender que

como expresa el primero de ellos, “todo paisaje es in-terpretado y percibido variablemente por las geografías personales, inmersas en sus respectivas expresiones vividas históricas y sociales. Es decir, la visión del pai-saje geográfico es personal, mezclando la realidad con la fantasía, con los sueños, con los temores, con las esperanzas que tiene todo ser humano”22

Las numerosas salidas de campo nos brindaron la

oportunidad de recorrer el territorio del estado Mérida,

al menos en algunos de sus espacios más distintivos,

aunque suene a un tópico repetitivo, la fotografía es

un pálido reflejo de su magnificencia. El carácter mís-

tico de las montañas reverenciadas en tantos cultos

ancestrales tiene su razón de ser y no carece de senti-

do real. El transitar por parajes solitarios y aún por los

pequeños pueblos acerca al ser humano a un contacto

vivencial casi perdido en la civilización tecnificada y co-

nectada en redes sociales tan extensas como difusas

en sus nexos. Este enlace no ha hecho más que au-

mentar nuestra admiración por la geografía merideña

llena de espacios intimidantes en su magnitud, de vér-

tigo en sus empinadas vertientes, pero íntimos en sus

rincones parameros propios para el recogimiento y la

meditación, en una correspondencia que une lo interior

y lo exterior porque nada nos es ajeno.

Por último, en lo personal aprecio el conocimiento de

las labores agrícolas, los cultivos y sus prácticas aso-

ciadas, la íntima relación del agricultor y la naturaleza

que lo hace capaz de producir una infinita variedad de

alimentos como si se tratara de un hecho propio de la

naturaleza. Pero los que hemos cultivado desde una

planta en nuestro apartamento o intentado la siembra

de algún rubro sabemos que no es así, la producción

agrícola, con un nivel mínimo de éxito es un acto de

creación que requiere del conocimiento de múltiples

factores, de paciencia en los ciclos naturales y un

equilibrio entre la intervención y la acción natural, a los

que la mayoría de los citadinos no tenemos acceso.

Desde el ámbito universitario nos acercamos con otros

argumentos del conocimiento en la aspiración de que

el diálogo enriquezca los aportes de esta conjunción a

un mundo necesitado no sólo de mayores cantidades

de alimentos, sino también de formas más sanas de

producirlos, por ello ningún aporte debe ser desdeña-

do, ningún cultivo menospreciado, ninguna capacidad

marginada. No hace falta atribuirle al planeta o a la

naturaleza una condición humana, aspiramos mostrar

los rostros de la tierra.

22 Cunill, P. (2007). Geohistoria de la Sensibilidad en Venezue-

la. Caracas: Fundación Empresas Polar p. 12.

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49 Entre juegos, gritos y sonrisas transcurre la infancia de los pueblos merideños.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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10109Cierre a tres voces

José Juvencio Quintero DelgadoA la hora de redactar estas líneas finales me asaltan inquietudes que, por su pertinencia en el tratamiento de lo hecho, se me antojan como legítimas dudas que no deben inhibirse y que, por supuesto, demandan una explicación. Por consiguiente, en el ocaso de la redac-ción de este libro, mi reflexión va a tratar de discer-nir sobre las motivaciones y razones que lo justifican, trataré de ahondar sobre el porqué escribirlo y cómo autenticar su validez textual. Para ello, juzgo que hay dos argumentaciones necesarias que debo emprender

al intentar responder estas preguntas.

La primera, busca explicar la necesidad de integrar lo más armónicamente posible en la redacción, aun con las evidentes diferencias que lógicamente existen, a las tres voces que tienen la responsabilidad de llevarlo a cabo. La misión que nos propusimos actuó en función de limar las discrepancias y contradicciones de estilo y perspectiva que pudieran convertirse en disonancias de sentido para los lectores, de tal modo que, una de las tareas que más ha demandado tiempo y cuidado, ha sido el tratar de articular de la manera más natural posible la disertación que guía al texto, para poder lo-grar la necesaria coherencia que respete los perfiles

individuales y equilibre el discurso.

Decía Manuel García Pelayo, hablando precisamente de libros, en su obra Las culturas del libro, que “…el insatisfecho hombre occidental ha sentido la ne-cesidad de ampliar constantemente su horizonte o de buscar nuevos horizontes, solo perceptibles desde sus

adecuadas perspectivas, y de este modo ha concebi-do el libro como un constante punto de partida, como un momento de un continuado desarrollo dialéctico; no como revelación de un Logos, sino como desvelación de distintos logos frecuentemente contradictorios entre sí, hasta tal punto que uno de los problemas de hoy planteados es el de su integración o articulación en una visión unitaria” 23.

La cita ilustra, con pertinencia singular, la redacción de este libro, ya que uno de los primeros problemas que percibimos fue la necesidad de tratar de integrar las vi-siones diferentes que sobre las situaciones propuestas y desarrolladas teníamos; miradas que en cada autor poseen una condición propia porque están planteadas desde abordajes que ponen en juego no sólo la perso-nalidad de cada quien con su posición, vocación y pro-pensión específica, sino también por el hecho de que cada uno representaba la perspectiva de una distinta disciplina del conocimiento, de manera que una tarea inicial a la que nos vimos compelidos fue el diseñar, en pleno camino, una estrategia de enfoque y escritura que convergiera en un espacio donde los intereses de cada uno pudieran concertar y ajustarse a la finalidad del texto

.

García Pelayo lo expresa como la “desvelación de distintos logos frecuentemente contradictorios entre sí…”, y si bien, esto de lo contradictorio es un hecho

forzosamente inevitable que aparece en un primer mo-

mento como un obstáculo a superar, no obstante, lue-

go, se transforma en estímulo, en aliento que incentiva

la búsqueda de la coherencia compositiva del libro, sin

que llegue a zanjar las diferencias de estilo que subya-

cen entre los autores, sin embargo, la experiencia de

amoldarnos a un esquema de conjunto nos permitió

engranar, realmente, en la noción del trabajo en equipo.

Dicha noción de “trabajo en equipo”, que con tanta frecuencia escuchamos en los predios universitarios y del saber, sólo se calibra en su totalidad cuando la escritura es el medio por donde se canalizan los resul-tados, el texto es la desembocadura, la compuerta por donde desagua ese flujo de sedimento cognoscible que se ha acopiado en la investigación, más aún cuando se pondera la condición de que su lectura sea para un amplio público. Por eso Manuel García Pelayo habla de “una visión unitaria”, porque cuando la aspiración de divulgar lo realizado rebasa el terreno de lo dirigido a los pares académicos, es decir, a tus compañeros de facultad o a los especialistas dedicados a indagar en profundidad sobre el tema; cuando te aventuras a tratar de poner en un lenguaje accesible, apto para la sensibilidad de las masas, las proyecciones de lo lo-grado sin por ello abandonar la reflexión académica, es cuando en verdad calibramos en profundidad la propie-dad y conveniencia de lo trabajado.

23 García Pelayo, Manuel; Las culturas del libro, Monte Ávila

Editores, Caracas, 1997. Págs. 125- 126.

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50 El cuidado hacia los niños no está exento de complacencias por padres y abuelos.

Fotógrafía: Federico Del Cura D.

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10309Cierre a tres voces

Debe quedar en claro entonces, que este libro no está

escrito para especialistas, no es un tratado que se sub-

sume en los campos de un exclusivismo universitario,

más bien podríamos considerarlo como un abordaje

que persigue comunicar y hacer reflexionar sobre los

lazos existentes entre la cultura y el agro a un número

de lectores cuantitativamente mayor, es un ejercicio de

acercamiento a un fenómeno que normalmente se ha

presentado desde la óptica de la especialización pro-

pio del estudio que llevan a cabo las disciplinas cientí-

ficas. Los abordajes científicos han desmembrado esta

relación, la especificidad de las técnicas del agro o los

intríngulis teóricos de la cultura, aunque de suma im-

portancia, no han facilitado a las multitudes compren-

der la correlación de ambos términos, y ésta es una

intelección necesaria que hay que abonar pero que,

ahora, parece lejana y poco evidente. Urge por lo tanto,

desde la tribuna universitaria, hacer llegar a un auditó-

rium más dilatado una reflexión sobre la necesidad de

ver más íntegramente las conexiones indisolubles que

existen entre la cultura y el campo.

Por consiguiente, en estas páginas subyace una inten-

cionalidad de fondo que al diseñarse con la finalidad

de ser transmitida a un lector genérico, produce textos

que están escritos con sencillez para ser leídos por to-

dos, pero también existe en ellos un rasgo de premedi-

tación, pues poseen un núcleo de emoción que expone

lo investigado de una manera que permita conectar

con la sensibilidad de cualquier alma, se aspira que lo

mostrado genere empatía, que lo dicho apunte hacia

la conciencia produciendo conmoción, despertando la

necesidad de tomar partido o de reflexionar mínima-

mente sobre la forma en que articulamos la relación

con la bio-cultura.

La conjunción de estas tres conciencias que hemos

decidido emprender el proyecto, ambiciona convocar

algún tipo de reencuentro con un olvido innegable, con

esa omisión flagrante que hemos impuesto desde las

inercias agobiantes de nuestros automatismos: lo ru-

ral, la cultura agraria. Tal vez esta sea una posibilidad,

una vía de ver y valorar en los ámbitos del campo las

oportunidades para retomar el nudo con la naturale-

za, amplificando así el repertorio de conductas que

nos dispongan, de una mejor manera, a la apreciación

de otros modos de acometer y de comprometerse con

la vida, partiendo para ello de la diversidad biológica

y cultural. Un intento distinto, que permita acopiar el

mayor número de indicios sobre lo que entraña recu-

perar la vinculación que todos tenemos con estos dos

aspectos; en fin, deslindar cómo ello se traduce en una

mejor comprensión de la calidad de vida que surge del

contacto apropiado con el entorno natural que nos cir-

cunda, con la cultura que de allí se desprende y que,

frecuentemente olvidamos, un exhorto que quiere mirar

más allá de los límites de las ciudades, de las calles

y las paredes que nos circundan y arrinconan en un

vivir que antepone, como norma general, una particular

excitación que no pocas veces nos destina al desaso-

siego.

La segunda razón a la que voy a acudir es de orden

personal. Cuando fui convocado para colaborar en la

investigación que dio pie a este libro no pude predecir

que, en la deriva natural que acompaña a cada trabajo,

iba a terminar timoneando hacia la fusión de dos de

mis aficiones cardinales: los estudios sobre la cultura y

el interés por la fotografía. La contribución que he apor-

tado al trabajo se ha movido entre estas dos grandes

motivaciones que, en diferentes momentos de la vida,

he considerado senderos vitales. El primero, se me ha

convertido en obsesión, en entrega incesante a la bús-

queda e indagación de teorías, miradas y conceptos

con los que pueda interpretar la experiencia fenome-

nológica que implica la cultura. Ello ha significado una

inmersión, un ahondar en páginas y páginas de disci-

plinas y pensadores que, con sus variados enfoques,

han permitido darle sentido, no sólo a un trabajo de

investigación, sino, substancialmente, han proporcio-

nado la capacidad de poder entender y valorar mejor

la riqueza que poseen los múltiples procesos culturales

de los que somos testigos, tomando conciencia de su

prodigalidad implícita en pautas, matices y formas de

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51 La picardía de los niños merideños se adorna de gestos, miradas y juegos.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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10509Cierre a tres voces

actuación que cada población, cada colectivo diferen-

ciado, logra plasmar nítidamente en la originalidad del

marco referencial que los distingue.

Del otro lado aparece una pasión, un eco con talante de

mocedad, ejercicio práctico que llega desde las brumas

del pasado, un afán arrinconado, escondido bajo la piel

como una inquietud, un renovado entusiasmo inscrito

en mi lista de tareas postergadas pero latentes, la foto-

grafía. Ahora pudo resurgir, ella es el medio por el cual

ha sido factible el desandar y aprehender, esas infini-

tas formas de lo otro, la exterioridad que está más allá

de uno mismo y que nunca termina por comprenderse

totalmente. Por lo tanto, más que como simple recurso

exploratorio de la investigación, la fotografía actuó en

este trabajo como una dimensión con un discurso pro-

pio, fue factor interviniente sobre esa realidad, ajena y

foránea, de la cual intenta apropiarse. La representa-

ción del mundo, la fidelidad a ese flujo incesante que

llamamos vivir, solo es dado capturarlo, detenerlo, me-

diante un único intermediario: una cámara fotográfica,

artefacto prodigioso que tiene la posibilidad de tender

un puente entre el cosmos interno del individuo, he-

cho de introspección e idealismo, y el desconcertante

universo material, multiforme y abigarrado que lo en-

vuelve.

Convertir lo que es indetenible en imagen, cristalizar

la vastedad de ese río de sucesos, atrapar el torrente

del tiempo para darle un rasgo de intemporalidad, se

convierte, sorprendentemente, en un medio productor

de sentido, un oficio para armonizar la existencia. La

fotografía es herramienta que, en su inmovilidad, en

la fijeza de su permanencia, permite dar coherencia

a lo que vemos, abre un paréntesis en el tiempo, en

su incesante pleamar, podemos repensarlo desde una

mirada que haga pausa en su expresión, en la signifi-

cación y alcance de los hechos que el mismo tiempo

despliega, se crea así la posibilidad de darle el valor, ya

no solo teórico, sino vivencial a lo que presenciamos.

Así pues, quiero resaltar lo que esencialmente para mí

ha emanado de este trabajo, no es otra cosa sino la

conjugación dichosa de ambas inquietudes, de estas

dos grandes vertientes que estructuran la investiga-

ción: el estudio de la cultura como premisa racional que

indaga profundamente en las raíces, en el logos que

ha articulado un extenso devenir teórico; y el ejercicio

de la fotografía como recurso práctico, que permite re-

pensar las categorías estudiadas pero con asidero en

la realidad, en las variedades del conformar la cultura

que emergen de algunas poblaciones rurales del es-

tado Mérida.

Se produce entonces una ilación de estos dos ámbitos

del proceder investigativo, se concreta un nexo entre

ellos que, al ponerse en función de la indagación del

espacio existencial del campo, hace que se tensen

entre sí destilando un conjeturar que motiva la reve-

lación, es decir, el desvelamiento (García Pelayo), un

inferir que posee una dimensión de sentido acorde a

la experiencia de la realidad tratada: el ámbito rural, el

espacio humano de pueblo, decantados en las páginas

de esta obra.

El hacer visible esta experiencia, el propagar por algún

medio estas páginas, concilia la investigación con la

eventualidad de una recepción que, más que aspirar

un vasto alcance, ansía una difusión en un horizonte de

recepción cultural, donde la legibilidad contemplativa

de texto e imágenes, abone en el espíritu de cada lector

su validez textual, que no es otra que esa posibilidad

de hacer comulgar, de vivificar en su consciencia, los

presupuestos de preservación, amparo, permanencia

e importancia de la identidad, las costumbres y los

procesos particularmente valiosos que residen en las

poblaciones vinculadas al hecho agrícola, al mundo del

campo.

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5252La Sierra de La Culata funge como simbólico cierre donde se cobijan los Rostros de la Tierra.

Fotógrafía: José J. Quintero D.

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107

Este libro es un producto que fluctúa entre dos aguas, no se apega

ni se subyuga al tipo de redacción académica, pero tampoco fluye

como una inspiración alterada que niega evidencias o datos.

Su escritura tiene una orientación que sucumbe a la necesidad

de expresar lo percibido en la coexistencia con una naturaleza

totalizadora, tanto geográfica como humana, por lo que su lectura

puede ser hecha ya sea como reflexión académica, como narración

empapada de emoción, o como una ventana de imágenes que

retratan la peculiaridad que surte a Mérida de una identidad impar

y magnífica.

Estos textos son un homenaje, una ofrenda a ese universo de

gentes, costumbres, tradiciones y paisajes que pueblan y dan

forma a las tierras andinas.

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Los rostrosde la tierra