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UAH OBRAS COLECTIVAS ARQUITECTURA 1 Madrid ciudad reciclada Máster universitario en Proyecto avanzado de arquitectura y ciudad. Rosa Cervera, Coordinadora

Madrid ciudad reciclada

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Libro-catálogo de trabajos de los alumnos del Máster universitario en Proyecto avanzado de arquitectura y ciudad de la Universidad de Alcalá de Henares, 2010.

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Madrid ciudad reciclada

Máster universitario en Proyecto avanzado de arquitectura y ciudad.

Rosa Cervera, Coordinadora 

¿Puede una ciudad ser reciclada?, ¿qué entendemos por reciclaje de la ciudad? o ¿cómo podemos aplicar el término “reciclaje” a los entornos urbanos? serían algunas de las preguntas que nos podríamos formular tras leer el título de este libro.

Una de las principales problemáticas con las que se enfrenta la huma-nidad en el momento presente es el modo de implantación de los asen-tamientos humanos en el planeta. El exponencial y espectacular creci-

miento tanto demográfico como de medios y consumos de los últimos dos siglos hacen que el modo de construir ciudad que había sido válido y coherente hasta ahora esté, en el presente, claramente cuestionado y encrisis. La ocupación sin límite del territorio finito y el consumo de los li-

mitados recursos nos hacen plantearnos el modo de conquistar la Tierra.

El concepto “ciudad reciclada” conlleva intervenir en la ciudad pre-exis- tente construyendo una nueva capa que permita a la urbe adaptarse a los nuevos condicionantes de época aprovechando del modo más eficaz sus bienes. Reciclar la ciudad es construir “hacia adentro” en vez de pensar en la ciudad en expansión ilimitada. Hablar de “reciclaje de la ciudad” es aprovechar la oportunidad que la ciudad ofrece para actuar nuevamenteen ella, es re-usar la ciudad bajo criterios de equilibrio entre los paráme-

tros estrictamente humanos y los medioambientales. Es re-construir, re-utilizar e intervenir en el patrimonio ya construido y todo ello con los

 Rosa Cervera

La ciudad reciclada

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claros objetivos de mejorar la calidad de vida del ciudadano, rentabilizarlos espacios, potenciar los usos, estimular la economía, reducir los con-

sumos, minimizar el impacto ambiental y las emisiones contaminantes,producir energía, etc. La ciudad no puede ser entendida como una si-

tuación cerrada y definitiva en el tiempo sino como un estadio más en la sucesión de estratos cronológicos que la construyen, es decir, como una ciudad viva que vive con las diferentes generaciones que la habitan y que debe de adaptarse a las circunstancias cambiantes que reclamacada época sin tener, por ello, que construir nueva ciudad. La perspec-

tiva que hoy se tiene del modo en que los recursos limitados de nuestro planeta están siendo utilizados demanda una revisión de los parámetros y variables que hasta finales de siglo XX modelaban la arquitectura y lossistemas urbanos. El Máster Universitario en Proyecto Avanzado de Ar-

quitectura y Ciudad, MUPAAC, en coherencia con lo anterior, aborda lossistemas urbanos a partir de la búsqueda de una “ciudad eficiente”, a par-

tir de la revisión y nuevo modo de uso de lo existente.

El Taller de Proyecto del MUPAAC tiene como objetivo fundamental la comprensión conjunta de la arquitectura y la ciudad, entendiendo queambos aspectos son manifestaciones de un único mismo hecho. El pensa-

miento contemporáneo que ha tendido a la disociación de los problemas arquitectónicos y de los problemas urbanos, a nuestro juicio, amputa la realidad e impide a la arquitectura cumplir su fin. Es por ello por lo que como parte esencial de la formación del alumno del máster se potencia el trabajo a las diversas escalas eliminando las tradicionales barreras entrearquitectura, diseño urbano y urbanismo. Así es viable llegar a una com-prensión del fenómeno complejo que es la arquitectura y por tanto es via-

ble llegar a una solución creativa propositiva que aborde las necesidades contemporáneas de la ciudad a partir de los condicionantes preexistentes.

La formación previa de los alumnos del máster, que cuentan con el gra- do profesional, permite enfrentarnos a la ciudad de modo panorámico,desde la escala de peatón, focalizándonos en cada usuario, en cada vi-

vienda, en cada edificio, en cada manzana, en cada calle, en cada zona, etc., pero también desde la escala del barrio en su conjunto, entendido además éste como un fragmento de ciudad que nos lleva a relacionarlo con la totalidad del fenómeno urbano. Este análisis telescópico nos da una visión global de la problemática y numerosas pistas para encontrar el proyecto idóneo tanto en contenidos como en formas expresivas. Porotra parte parece también inexcusable abordar el fenómeno arquitectó-nico y urbano desde la complejidad del mundo del siglo XXI. Condicionan-tes sociales, donde la convivencia de culturas y razas diversas es la tóni-

ca; condicionantes demográficos, con súbitas variaciones de poblacióny consumos; condicionantes económicos, con cambios de ciclo y de ac-

tividad bruscos; condicionantes medioambientales, con impacto natural y depredación de recursos, y condicionantes energéticos, con riesgos de abastecimiento y necesidad de fuentes alternativas y viables, tienen que estar en el punto de mira de la acción proyectual.

En los talleres del máster de los cursos 2007-08 y 2008-09 se decidió trabajar sobre Madrid abordando fragmentos de la ciudad donde todas

 Rosa Cervera

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 El final  de la ciudad.  Dehesa de la Villa

Texto Fernando Ochoa

Proyectos Laura Santana Laura Coti Judith Reynoso Jenniffer Santana María Heras Raimundo Undurraga

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¿Dónde termina la ciudad? Si esta pregunta se puede responder, quien vive en esa ciudad se siente de un modo que no puede conocer si no hay respuesta… Sin embargo, esta cuestión que parece importante difícilmente entra dentro de los cálculos del urba-nista: sus predicciones y el material que maneja no suelen tener que ver con categorías como ésa, que él supone cambiantes... Aun así, en pleno centro del En-sanche de Madrid, un vecino del barrio de Argüelles o un vecino de la plaza de Quevedo se sienten cerca del final de la ciudad: “unas calles más hacia poniente y llegas al Parque del Oeste, a la Ciudad Universita-ria, a la Casa de Campo…” “Naturaleza… “ Sabemos, en todo caso, que ésos no son el final de Madrid, ni ninguno de ellos una reserva natural precisamente. Bueno, basta que lo parezcan. Si uno lo siente así ex-perimenta la ciudad con un alivio que no tiene quien vive “por” el norte, el este o “en” el sur de Madrid, donde la mancha de intervenciones urbanas medio desconectadas no parece tener fin, aunque sí lo hu-biera en el tablero de cada planificador de cada una en su momento. De hecho Madrid ha tenido la fortu-na de permanecer aparentemente virgen justo en el punto en que nació: desde la plaza de Oriente donde

el actual Palacio Real sustituye los alcázares musul-mán y cristiano, se contempla un mar verde que par-te de los jardines del palacio (los “del Moro”) y llega ininterrumpidamente hasta el horizonte de la Casa de Campo. Los dos planos que puede ver desde allí el peatón, como “telari” de un decorado teatral, son la sábana verde hasta un primer horizonte, y detrás el horizonte de las montañas. No ve los barrios que se esconden entre ambos, detrás del primer horizonte; no ve Somosaguas, y ojos que no ven…

A su vez el vecino de Somosaguas siente en la medi-da que sea que vive “cerca de la Naturaleza” y “fuera de la ciudad”

En el caso de la ciudad las apariencias sí importan.

Podrá decirse que hablamos de un urbanismo sico-lógico, pero qué clase de sicología no reconocida, y que por eso mismo rara vez llega a satisfacer, impli-can para empezar denominaciones como “espacio verde”, “pulmón”, etcétera. Si hay una necesidad, cuál es, y cómo se da por cumplida: seguro que no desde el higienismo que tantas veces prevé reserva de ver-

¿Cómo se diseña espacio verde? ¿Para qué? Qué se espera de él además de que tenga “carril bici” y matorrales trasladados de algún dibujo. ¿Hay un decálogo distinto del oportunismo ecologista, o de cualquier otro siempre basado en nuevos parámetros? Algunos alumnos del MUPAAC del curso 2008-2009 se han enfrentado a problemas de este género en un punto muy sensible de la ciudad de Madrid, la “Dehesa de la Villa”.

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de cada tal o cual superficie en términos meramen-te porcentuales, y según consignas geométricas y formales que se dirigen exclusivamente a evitar la suspicacia del promotor… Esos espacios serán más tarde diseñados en planta casi siempre por alguien que no conoce el ejercicio de anticipar cómo se vi-virá su dibujo cuando se levante en el espacio real. Semejante anticipación no depende de la geometría descriptiva y sólo puede hacerse a partir de un ba-gaje personal de experiencias vitales y de proyecto mutuamente alimentados -que a su vez sólo puede inscribirse dentro de una tradición de otros proyec-tos y experiencias centenarios del mismo modo que una escritura personal existe solamente en el seno de un lenguaje. Ese bagaje y sólo él puede proveer a quien proyecta de grados de certeza y de riesgo en la ejecución viva de lo que ha proyectado… La situación real es que ni el diseñador ni la escuela que le ense-ña sospechan que ningún bagaje deba crearse en el

espíritu para empezar, ni cómo educarlo… El riesgo de mal funcionamiento es asumido tan irresponsable e inconscientemente como el despilfarro económi-co que inmediatamente produce. Nuestro “espacio verde” está diseñado por “profesionales” que selec-cionan por catálogo las especies vegetales –vaya, el “verde”- y no diferencian una de otra como un pintor que no reconociera las formas -y pusiera una “línea” en una zona de su cuadro copiándola con cuidado del diccionario... Es imposible que semejante panorama, que es generalizadamente el de la formación uni-versitaria de planeadores y proyectistas en nuestro país, dé en la práctica otro resultado que un espacio “verde” descaracterizado: espacio para la delincuen-cia, como decía Charles Moore.

Si pretendiéramos cultivar ese bagaje del que habla-ba, seguramente nos fuera útil pensar en la imagen colectiva de la ciudad: la imagen mental que, más acá

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de los planos, tienen de ella punto por punto los veci-nos que la habitan. Pero ese concepto que Lynch tan maravillosamente establece, debe extenderse de modo que no sólo tenga que ver con la buena o mala orientación puramente funcional… Finalmente un urbanismo que trascienda los criterios de función y de uso, cualesquiera que sean: que la ciudad funcione debe exigirse sólo por añadidura. Y por inclusión, no por exclusión de usos.

Cómo se diseña el espacio “verde”, para qué. Qué se espera de él además de que tenga “carril bici” y mato-rrales trasladados de algún dibujo. ¿Hay un decálogo distinto del oportunismo ecologista, o de cualquier otro siempre basado en nuevos parámetros? Qué categorías tenemos ya, y sólo después cuáles es ur-gente crearse. ¿Qué hace el espacio verde dentro de la ciudad del Ensanche? ¿Cuál ha funcionado como se esperaba, o de otro modo, y cuál no? ¿Y fuera, en los

barrios periféricos del siglo XX? Cómo debe crecer la ciudad sin degradar el territorio. Qué clase de verde y cuánto y cómo se preservará –o creará ¿Es suficiente un criterio porcentual?…

Algunos alumnos del MUPAC del curso 2008-2009 se han enfrentado a problemas de este género en un punto muy sensible de la ciudad de Madrid, la “Dehe-sa de la Villa”, donde se les ha propuesto un proyecto de intervención en los términos que ellos mismos de-terminaran previo análisis.

Se sitúan precisamente en esa franja donde los ma-drileños sienten que la ciudad termina.

Tirar una tapia

La Dehesa de la Villa se encuentra en el noroeste de Madrid, junto a la Ciudad Universitaria que un día le perteneció. Desde que fue cedida a la Villa en 1152 por Alfonso VII no ha dejado de ver modificada su fisiono-mía siglo tras siglo: las encinas fueron desaparecien-do por el pastoreo, hasta que se sustituyeron al final del XIX por los pinos que vemos hoy, y sus dominios han ido diezmándose poco a poco a dentelladas. Por hablar sólo de los últimos cincuenta años, después de la guerra le han sido amputados los terrenos que aho-ra ocupan el Cuartel y la Colonia de la Policía, los del Instituto Virgen de la Paloma, varias áreas residen-ciales, un hospital, un centro de investigación… Has-ta el punto que parece que lo que queda de la Dehesa debiera primero de todo ser protegido, lo que en el Madrid que vivimos no es tan evidente. Afortuna-damente ningún proyecto de entre los presentados aspira a modificar el tratamiento verde ni el tipo de paisaje de la zona, convirtiéndolo en alguna otra cosa: se acepta el pinar que los madrileños han heredado como una bendición, y no se imagina tumbarlo para levantar en su lugar alguna idea genial no verificada -como la que Siza pretende plantar hoy a despecho del histórico Salón del Prado. Es de agradecer.

Después, se intenta casi en todos los casos preser-var el “bosque en la ciudad” que la Dehesa es para sus vecinos, según sus propias palabras. Esta per-cepción, esta metáfora que vive en el imaginario de quienes conocen ese espacio, es valiosísima para el proyectista: la Dehesa les parece un bosque, y es verdad que esta visión se adueña de quien llega y la conoce. Preservar ese espacio significa, por ejemplo,

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que uno no añadirá más carriles-bici a los que ya puso casi aleatoriamente la administración: ¿quién necesi-ta un carril donde todos los caminos son posibles? Ni jardines, que uno no esperaría encontrar en un bos-que. Luego hablaremos más de esto.

No se transforma mucho, pues, lo que todavía queda. ¿Pero debe el urbanista reclamar en su proyecto los terrenos que han sido invadidos de construcciones aquí y allá que han ido reduciendo la Dehesa sistemá-ticamente? ¿Deben ser devueltos los bocaos? Y si entramos en el terreno de la restauración hemos de decidir su género: ¿una restauración científica, vio-llietiana? ¿una “remodelación” como las que en arqui-tectura transforman edificios antiguos en museos?

Es remarcable que pocos proyectos se han puesto en la situación casi siempre complicada de expropia-ciones y derribos. Y cuando lo han hecho ha sido con visión de cirujano. Han preferido en general un pro-yecto barato y sencillo de ejecutar, en que pareciera que sólo con ordenar lo que hay, lo “bueno” y lo “malo”; sólo por el mero hecho de aclararlo todo resultara perfecto. ¿No viven perfectamente en armonía, por

poner un ejemplo, los edificios científicos o expositi-vos en el interior del Retiro? ¿No están los jardines chinos, ingleses, musulmanes llenos de pabellones? Pues casi como pabellones han sido tratados los edi-ficios sueltos que salpican el jardín hoy día: un centro médico, unas oficinas del ayuntamiento, pequeños bares con terrazas…En algún proyecto se ha modifi-cado su uso; en otros se han fijado márgenes en que, de aparecer nuevas necesidades a construir, pudie-ran organizarse sin molestar.

Cuando son edificios sueltos la estrategia va muchas veces por ahí. Pero cuando son conjuntos enteros… Los bloques de viviendas que invadieron la Dehesa hace cincuenta años son intocables a estas alturas y están perfectamente asentados. Pero no se pueden disimular. Luego veremos cómo se los ha intentado domesticar.

Un caso intermedio entre esos edificios sueltos y estas colonias grandes son conjuntos de mediano tamaño y muy baja edificabilidad, como el Instituto de la Paloma, el cuartel de la Policía, o la colonia de viviendas de la Policía. Su situación en la Dehesa es

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crítica. De recuperarse para la res publica, la gran ex-tensión de sus terrenos compensaría la pérdida de su poca superficie construida…

Y sin embargo seguramente ni siquiera aquí es nece-sario derribar. Tal vez basta con tirar la tapia del Ins-tituto de la Paloma para que sus edificios parezcan seguir perteneciendo a la Dehesa, y además para eli-minar el estrangulamiento que el parque sufre junto a Francos Rodríguez. De hecho el paseante “siente” actualmente que la Dehesa termina en esa calle, y no suele considerar como tal el apéndice verde que bordea el instituto. Así el pinar que hay más allá se reencontraría con la mancha de la Dehesa. Ese solo gesto haría al mismo tiempo que las instalaciones deportivas del instituto se unieran a las exteriores, y que los terrenos de la colonia residencial de la policía pasasen a sentirse como parte del espacio verde. Así ocurre por ejemplo en el proyecto de Jennifer Santa-na. Tal vez, según la misma alumna, añadiendo algo más de vegetación al pinar que la colonia conserva. ¿Cuánto más? Hasta que la colonia, que nunca ha de-jado de ser parte del Dehesa, no sólo lo sea sino que lo parezca.

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Unir verde con verde

La otra estrategia para “salvar” el retal que queda de la Dehesa que fue tiene que ver, en proyectos de muchos alumnos, con unirla a otros espacios verdes próximos. Esta vocación de continuidad del espacio verde tiene unas raíces profundas y verificadas en el urbanismo moderno. El mismo Madrid tiene de hecho, gracias a la continuidad entre el parque del Moro, el del Oeste, los jardines de la Bombilla y la Casa de Campo los efectos de límite de la ciudad, fachada de ciudad y conexión con la naturaleza de los que hablábamos al principio… Así que la estrategia es probadamente eficaz.

A esa estrategia se adhirieron históricamente el plan Vidagor, o el Cinturón Verde, ambos muy parcialmen-te llevados a cabo… Y más cerca nuestro el actual proyecto de Reforma del río Manzanares sobre la M-30. Es sin embargo cierto que una y otra vez los cinturones verdes planeados son en esta ciudad de-fraudados por la voracidad de la urbanización, y final-mente la única posibilidad parece ser ésta de restau-rar a posteriori una mancha más o menos continua conectando las islas verdes que van quedando. Casi todos los alumnos han partido de un marco estraté-gico de continuidad verde que enlace la Dehesa con las islas verdes que la rodean.

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El espacio verde es incluido en el proyecto de María Heras como una forma privilegiada de lo que ella llama espacio “vacío”. Ha localizado primero, y diag-nosticado después, qué especies de espacio vacío de construcciones hay en los alrededores de la De-hesa: desde vacíos verdes o potencialmente verdes, “benignos”, conectados con el espacio público y com-prensibles como tales, (así los que rodean casi todas las construcciones); hasta los vacíos patológicos que producen el “vacío mental” de la desorientación y desconexión lynchiana (espacios incomprensibles donde el peatón no se arriesga a entrar)… Que en la zona sur de la Dehesa son muchos. Se ha propuesto

vertebrarlos en una sola continuidad que refuerce el primer vacío –público- a expensas del vacío mental. Muchas veces le ha sido tan sencillo como tirar una tapia… Pero lo fascinante es que la zona que pare-cía pedir a gritos semejante conexión, por estar sólo parcialmente construida y por padecer la dificultad de una abrupta orografía, coincide con una banda de cotas muy clara, circunstancia que es inmediata-mente aprovechada por María para crear en ella un bello mirador-corredor. De no detectarse esta “opor-tunidad” esos terrenos estarían, como de hecho casi irremediablemente están condenados a padecer en el futuro una suma inconexa de intervenciones parti-

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culares incapaces de salvar, mientras chocan con el abrupto terreno, ninguna posibilidad de comunica-ción peatonal conjunta y clara entre ellas.

El proyecto de Raimundo Undurraga es igualmente delicado. Su análisis del planeamiento verde madri-leño que llega hasta nuestros días, y la comparación con el estado final de resultados le dan pautas muy fiables de intervención. La propuesta tendría, de ba-rajarse efectivamente, un oportunismo político que la haría muy eficaz en el contexto de los planes que tiene entre manos la administración en el momento presente. Su marco arranca, por el oeste, de las in-mediaciones del Manzanares, donde actualmente se ejecuta un Plan Especial, y llega a la Dehesa atrave-sando los terrenos verdes y no tan verdes de la Ciu-dad Universitaria. Hacia el este pretende alcanzar el Parque de Ofelia Nieto, el de Rodríguez Sahagún, y por último hasta el parque de la Ventilla, muy cer-ca del Parque Norte. Pasa pues junto al Proyecto del Paseo de la Dirección y, en el límite, llegaría hasta el Plan Chamartín, comprometiendo con el del Man-zanares tres proyectos actuales de Ayuntamiento en una ambiciosa conexión “verde” del oeste con el

norte de Madrid, que vendría casi sumada a la sola ejecución de ellos. Casi “ocho por el precio de tres”. El diagnóstico es aún más elegante porque, igual que en el proyecto de María, en éste de Raimundo parece que haya bastado con “aclarar” lo que ya estaba ahí, y lo que ahora se está haciendo, para que aparezca por sí misma una mancha de puro paisaje atravesando la ciudad .

Qué hay que proyectar para que esta conexión sea posible.

La unidad verde hacia el oeste

Para empezar, como hemos dicho, desde la Dehesa de la Villa habría que llegar y atravesar la Ciudad Univer-sitaria. Primero aclarando el paso por el lado norte de ésta, allí donde visualmente la continuidad es ininte-rrumpida. Aunque el proyecto de Raimundo prefiere restringir sus expectativas de conexión verde a esta zona, la operación sería más efectiva de lo que pare-ce, porque más acá de esa franja a enlazar, la Ciudad Universitaria entera es toda ella una verdadera ciu-

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cuña del Manzanares que pudiera salvar físicamente para el peatón lo que por ahora es sólo visual, saltando la A6 hasta el Hipódromo y después la M40, quedaba fuera de las expectativas de nuestro proyecto.

El segundo espacio verde, si puede llamarse así, está señalado con más perspicacia: es el del arbolado de la colonia de chalés de Puerta de Hierro. Pegada a la Dehesa, la colonia es de uso rigurosamente privado, con casi todo el volumen de sus árboles dentro de las parcelas. Y sin embargo, desde la perspectiva de la

dad-jardín pública a la que el imaginario del madrileño considera “espacio verde” con toda propiedad. Allí la trama sólida de las manzanas del ensanche en Mon-cloa se pulveriza y esponja como una transición hacia los pinares de la Casa de Campo más allá del Manza-nares, que para el ciudadano son casi “monte”. Degra-dado perfecto. Tocar la ciudad universitaria es consi-derado en casi todos los proyectos oxigenar, salvar la Dehesa. Además, de llegar a conectarse apropia-damente la Dehesa con la Ciudad Universitaria, ésta traería con ella las asociaciones más o menos menta-les y físicas que a su vez tiene con el Parque del Oeste o los jardines del Moro, de las que venimos hablando.

En una lámina de “Verdes Clasificados” con la que los alumnos comenzaron analizando la situación, apare-ce esta consideración de la Ciudad universitaria tal como la hemos explicado, y de la que casi todos sus proyectos personales se han servido. Pero aparecen igualmente otros dos “Verdes” dignos de mención. Pri-mero los del Club de Campo y el Club Puerta de Hierro: pese a ser privados participan de la sensación visual de “horizonte difuminándose hacia la Naturaleza” con la que la Casa de Campo se pierde hacia el Pardo. La

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Dehesa el verde “salta” y parece traspasar todo lími-te. También el análisis morfológico de la zona ratifi-ca esa impresión..: ¡al que pasa por ahí le basta que la conexión sea puramente visual! Los proyectos de los alumnos han aprovechado esta ambigüedad para reforzarla.

Pero aún queda algo por contar de esta conexión de la Dehesa hacia el Oeste. Qué traman los alumnos para hacer efectiva, para el peatón o el coche, la proximi-dad física con la Ciudad Universitaria… Los proyec-

tos tienen que aclarar las comunicaciones: a partir del “cerro de los locos” de la Dehesa, el peatón no ve un modo claro de seguir hasta ciudad universitaria, y se lanza campo a través. A veces se despista, y vuelve atrás… Además, las intervenciones deben sortear el estrangulamiento que la implantación tardía del CIE-MAT ha creado a la Ciudad Universitaria por esa zona.

Laura Santana hace un nuevo trazado de sendas ba-sándose en la lógica gravitatoria del agua. Raimundo hace bajar dos nuevos caminos hacia el Paraninfo. In-

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mediatamente confía en su arbolado para, en mitad del contexto abierto de la Dehesa, llamar la atención sobre él en la percepción jerárquica del paseante. Pero antes que nada localiza para esos caminos el único punto, cuello de botella por culpa de los edi-ficios de la Junta, desde el que pudieran avanzar sin dar demasiados rodeos. Este nodo, que ha de unirse a toda otra serie de ellos que diseña en su intervención, se convertirá por su carácter crítico en el lugar indi-cado para una actuación más arquitectónica: la amal-gama de gradas y plazas que constituyen el proyecto de detalle de Raimundo.

Para Laura Cotí se trata más bien de derribar los lí-mites físicos de esos complejos científicos: sin sus tapias los grupos de edificios parecerán conjuntos de “pabellones “más o menos compactos pero inte-riores al espacio verde. Se trata de la misma estra-tegia de “destapiar” que proponía para el instituto Virgen de La Paloma, y de la que todavía tendremos algo más que decir.

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María absorbe y unifica, justo por debajo del CIEMAT, la banda de vacíos, colegios mayores y residencias que dan contra la Ciudad Universitaria y llegan has-ta Pablo Iglesias. Esta banda será la que comunique a todo lo largo Dehesa y Ciudad Universitaria, allí donde hasta ahora se interponía entre ellas, y esto gracias a una serie de paseos trasversales que su proyecto prevé, y que están hilvanados por otro lon-gitudinal que los ordena como vértebras. El ancho que resulta de esta comunicación “verde” es de una amplitud insospechable en esa zona.

La unidad verde hacia el este.

Hacia el Este, algunos proyectos buscan continuar la mancha verde de la Dehesa hasta el Parque Ro-dríguez Sahagún y el Parque de la Ventilla. ¿Cómo se proyectan estos encuentros? La situación aquí es más difícil que en la Ciudad Universitaria. Para empe-zar el barrio entero de Valdezarza se interpone en el camino, y en menos medida el de Antonio Machado…Los alumnos parecen tener la solución encapsulada

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Esta asignatura se ha pensado para que se desarrollase dentro del segun-do itinerario del master: Intervención en la Ciudad. Con ella se intenta re-flexionar sobre uno de los temas más controvertidos y que no se aborda de manera explícita en ninguna otra asignatura: ¿qué hacer no sólo con la lec-tura del lugar, del contexto sino hasta qué punto es interesante o necesario tomar en cuenta la realidad arquitectónica preexistente? En otras pala-bras, ¿cómo abordar la intervención de la ciudad consolidada o histórica?

Todavía hoy se plantea la enseñanza de la Arquitectura como recuerdo que lo hacía hace unos diez años un alumno de doctorado español recién llegado de Estados Unidos “que planteaba dos supuestas actitudes pe-dagógicas, para él, enfrentadas: una más tradicional, que tendría la His-toria como referencia constante, pero entendida ésta como una descrip-ción ordenada de sucesos, y que hacía descansar en la sistematización de este conocimiento su principal criterio pedagógico, “y una segunda actitud, más reciente, a su juicio, que estaba más preocupada por la re-lación de conocimientos diversos, procuraba la búsqueda de conceptos nuevos, lo cual llevaba una veces a indagar en la Arquitectura, otras en la Filosofía o en campos del conocimiento tan dispares como las Matemá-ticas o la Música, soluciones a los problemas que las nuevas condiciones sociales planteaban. Es precisamente el hecho de tener que explicar la contradicción absurda y el sofisma que implica esta supuesta dicotomía pedagógica, que parece estar aceptada hoy de manera bastante gene-ralizada, lo que realmente nos preocupa y por lo que decidimos plantear una asignatura como ésta.

 Isabel Ordieres Díez Profesora Titular de la ETSAG

La asignatura: El planteamiento del proyecto desde la teoría de la preexistencia

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El marco cultural que estaría detrás de esta nueva actitud en la ense-ñanza sería el de una crisis. Crisis ideológica como resultado del cambio de paradigmas de las sociedades posindustriales y que ha abierto paso a la incertidumbre y a la experimentación en busca de respuestas ante el problema de la identidad que la Arquitectura contemporánea padece. ¿Cómo soslayar una crisis buscando la identidad de la arquitectura cuan-do está se niega a la reflexión desde el interior de ésta, cuando se actúa de manera sorda y ciega ante las premisas anteriores temporales, sin las cuales es imposible construir cualquier conclusión nueva?

No sabemos si es el propio sentimiento de frustración por el fracaso de las expectativas acerca de cómo hacer la ciudad moderna, asumido de forma definitiva en los setenta, lo que ha llevado a buscar salidas que prefieren buscar de manera artificiosa contestación en campos fuera de la propia práctica profesional. El reflexionar sobre esta estrategia podría resultar muy ilustrativo sobre los verdaderos problemas de la profesión hoy. Tras haberse asumido el conjunto de discursos de la posmodernidad, para muchos parece haber quedado en el ambiente sólo incertidumbre, escepticismo y grandes dosis de pragmatismo.

En la asignatura que planteamos de lo que se trata, es precisamente de enfrentarse a algunos términos del actual discurso arquitectónico. Con-cretamente queremos hacer reflexionar al alumno sobre la sistemática negación actual del papel de la tradición y la situación preexistente. Esta negación no se manifiesta ya abiertamente puesto que se insiste en mu-chas memorias de proyectos, de cara a la galería, en la contextualización, concepto que ha llegado a increíbles cotas de ambigüedad y que, en últi-ma instancia, queda en eso, en literatura ajena a verdaderas decisiones definitorias de proyecto.

Sin embargo también parece apuntarse en los últimos años, quizás como reacción ante una cierta actitud cínica imperante, a la recuperación de dicha tradición desde supuestos nuevos. Nosotros también queremos plantear desde la experiencia de esta asignatura la posibilidad de hacer viable una redefinición de tradición que vuelva operativa y estimulante para el arquitecto actual la herencia del pasado y la importancia del lugar.

Como bien sabemos, fue precisamente en el arranque del Movimiento Moderno cuando los estudios históricos y el interés por la tradición tu-vieron su momento más bajo. Se rechazó de plano la Historia de manera claramente militante, como una expeditiva manera de limpiarse las ad-herencias historicistas del eclecticismo reinante. Este “matar el padre” (en términos psicoanalíticos tan en boga entonces) fue la única manera que se intuyó para que la arquitectura moderna adquiriera su mayoría de edad y se independizase.

Sin embargo, después del revisionismo crítico del Movimiento Moderno, a partir de los años sesenta, y de todo lo vivido en las últimas décadas, buena parte de los historiadores y teóricos contemporáneos de la arqui-tectura se interesan cada vez más por recuperar la historia entendida como tradición, superadas acciones combativas pedagógicas en contra

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de ella. Se está intentando deshacer un mal entendido sentido del tér-mino, tal y como han sugerido grandes historiadores de la arquitectura actual como Frampton o el mismo Colquhoun, entre otros.

Para acercar al alumno con un cierto criterio al tema de esta asignatura se ejemplifica el debate sobre la relación tradición-arquitectura dete-niéndose en varios momentos que aclaran cómo éste legado crítico y teórico fue asumido en esta primera época tras el Movimiento Moderno y como su aportación está siendo “leída” por la crítica y desde la práctica profesional actualmente.

La teoría de la preexistencia de Rogers

Una de las respuestas más tempranas dentro del Movimiento Moderno en torno a la posición que debería adoptar el arquitecto respecto a la tradición fue la de Ernest Rogers (1909-1969) con su búsqueda de lo que él denominó “continuitá”. Fue uno de los críticos y teóricos provenientes debe decir del mundo de la arquitectura que más centró el interés en un reposicionamiento de la Historia respecto al método del proyecto arqui-tectónico. Para difundir su discurso utilizó la revista Casabella-Continui-tá, en la que ya antes Persico había aportado interesantes reflexiones sobre este tema, y de la que sería director entre 1953-19641. Desde ella se enfrentará a una de las cuestiones que habían quedado en suspenso tras las vanguardias, el problema del prejuicio frente a la tradición, que se había tenido que replantear abruptamente y de forma obligatoria por la necesidad de reconstrucción de las ciudades europeas tras la contien-da bélica.

Rogers vió como ineludible superar el antihistoricismo de la modernidad más radical para encararse al gran dilema de cómo hacer arquitectura en la ciudad histórica, debate que era inevitable alcanzase su máxima exi-gencia en una cultura de la ciudad como la italiana. Rogers, como otros arquitectos, empezaron a ver en la filosofía el punto de apoyo para sus-tentar sus posturas contextualistas. Se volvieron a Husserl y a su fe-nomenología, introduciendo en el discurso de la revista el concepto de Unwelt (ambiente) gracias a dos filósofos italianos como Antonio Banfi y Enzo Paci, que tuvieron una repercusión decisiva en su obra.

Otro concepto que aportará Rogers será el de lugar, asociado a las relacio-nes entre sujeto y objeto, es decir no con una noción biologicista sino intro-duciéndolo en el interior de la cultura. Gran parte de su contribución girará en torno a un tema fundamental “las preexistencias ambientales”, tanto referentes a la naturaleza como a la arquitectura construida por el hombre.

Trascendiendo la dicotomía que parecía existir tras la Guerra entre con-tinuidad o crisis, el planteó una solución aparentemente paradójica: re-cuperar la tradición y el valor de la historia sin incurrir en formalismos

1 Sus artículos están recogidos en dos antologías: Experiencia de la arquitectura, Nueva Visión, Buenos Aires, 1958 y Editoriali de Architettura, Einaudi, Turín, 1968.

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miméticos, intentando tomar como referencia sobre todo a los maes-tros del Movimiento Moderno, no siguiendo su obra como modelos, sino aprendiendo de su metodología y exigencia ética.

Al introducir de nuevo en el debate de la cultura arquitectónica italiana la idea de tradición y de historia o monumento (pues consideraba que la tradición no es más que la que la presencia unificada de muchas expe-riencias), asumía que dicha tradición, que al fin y al cabo estaba implícita en las obras de la Arquitectura Moderna, se había dejado de lado sólo de manera provisional para poder enfrentarse radicalmente al acade-micismo nostálgico y reaccionario. La ciudad tradicional debía verse a partir de ese momento, según Rogers, como una voluntad de relación con la realidad, que determinaba su personalidad propia, criticando los principios de la Carta de Atenas publicada en 1942, pero, como sabemos, redactada ya en 1933.

Sus teorías serían asumidas en los años sesenta en Italia por un amplio elenco de arquitectos que fueron profundamente influidos por su obra desde Rossi, Aymonino, Tafuri, Grassi, Giancarlo de Carlo, o Gregotti. En España fue seguido por arquitectos como Oriol Bohigas y, ampliamen-te, en los países latinoamericanos. Todos ellos se sintieron obligados a construir una nueva teoría de la arquitectura y el urbanismo que respon-diera tanto a exigencias internas de la disciplina como al compromiso social y cultural que se vivía en esos momentos en la izquierda europea.

La insistencia ante los alumnos por analizar la contribución de Rogers se debe a que consideramos que su aportación está tomando nueva vigencia en ciertos ambientes2 tras la devaluación del historicismo posmoderno. La reconsideración hermenéutica de la “memoria”, de la que tanto se está hablando en los últimos tiempos, ha actualizado la potencialidad que las propuestas de Rogers pueden aportar a la arqui-tectura del siglo XXI.

Fue Rogers el que se atrevió a asumir la idea de continuidad con la ar-quitectura moderna, a redefinir nociones tales como modernidad y tradi-ción, hasta llegar a replantearse en que consiste la contemporaneidad, la historia y el concepto de estilo. Por ello, apoyados por el propio discurso de Rogers podemos aventurarnos a lanzar estas preguntas de inicio a nuestros propios alumnos:

¿Es posible entender la lectura e incluso el diálogo con la tradición des-de los nuevos supuestos de la posmodernidad o, por el contrario, se está haciendo cada vez más grande el foso que parece separar ambos conceptos?¿Cuáles son las causas de esta situación actual?

2 López Reus, Eugenia: Ernesto Rogers y la arquitectura de la continuità, Eunsa, Pamplona, 2002, que ha sido traducido al italiano como Ernesto Nathan Rogers continuità e contemporaneità, Marinotti, Milán, 2009. Esta autora colabora como profesora invitada en esta asignatura desde que se inició, de igual forma que Miguel Jaime, también doctor arquitecto, y que ha dedicado buena parte de su investigación a temas afines.

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¿Podría abordarse teóricamente una actualización del concepto de tra-dición tanto para la intervención en la ciudad histórica como en la arqui-tectura contemporánea?

¿Implicaría ello un esfuerzo de redefinición del concepto de “contempo-raneidad”, más allá del discurso posmoderno?

La contraposición entre tradición y modernidad parece que deriva de una errónea comprensión de ambos términos puesto que no debería reducir-se la modernidad al uso obligado de ciertos materiales como el acero, el titanio, el vidrio o el hormigón mientras que la arquitectura vernacular sería la reducción a unos materiales y tipologías constructivas que ven-drían a representar una especie de pintoresca escenografía, nostálgica y sentimental tal y como se entendió en el historicismo decimonónico. En este punto, superponiéndolo al discurso de Rogers acerca de cómo construir de nuevo en la ciudad histórica consolidada, nosotros en nuestra asignatura queremos asumir también otras posibilidades de reflexión y maduración proyectual como es la que aporta la arquitectura abiertamente vernacular en ambientes más rurales o menos consolida-dos y sobre la que pesa una verdadera maldición que podría resumirse en esta pregunta retórica: ¿que están haciendo con nuestros pueblos, ten-dremos que ver como desaparece por desprecio y falta de autentica va-loración nuestra arquitectura popular rural? ¿tendremos que ver cómo, en el mejor de los casos, se realizan verdaderas imposturas kitsch o se inventan absurdamente, insosteniblemente, tipologías arquitectónicas en el ámbito rural que responden al gusto miope de constructores igno-rantes y de clientes mal aconsejados que identifican todavía la arquitec-tura tradicional con miseria y subdesarrollo?

Es en este punto en el que, dentro del desenvolvimiento de la asignatura, introducimos otra línea teórica complementaria y creemos que absolu-tamente necesaria para la formación del alumno, que en alto porcentaje proviene de países latinoamericanos e incluso de otros países europeos: la elaborada por los miembros tanto del GATEPAC en relación con la ar-quitectura popular con análisis tan sugerentes como el de Fernando Gar-cía Mercadal en su “La casa popular en España” de 1930.

Las aportaciones de la vanguardia racionalista española de los años vein-te y treinta y del periodo de recuperación de la modernidad en los años cincuenta.

La primera generación enseñó a mirar con nuevos ojos esta arquitectura. Ahora sabemos que lo que da carta de naturaleza a esta arquitectura ver-nacular o tradicional son dos características aparentemente distintas, y que en el fondo serían imposibles la una sin la otra:

Por un lado el “funcionalismo inconsciente” que logra con el mínimo coste y esfuerzo el máximo de aprovechamiento, o dicho en otros términos me-nos economicistas, la racionalidad, resultado de la íntima sinceridad en la utilización de los propios recursos locales combinada con los valores altamente recomendables de “sostenibilidad” en la manera de construir.

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Y segunda característica, su profundo significado antropológico, funda-mental como respuesta a los angustiosos interrogantes planteados hoy frente al empobrecimiento de la calidad de vida del hombre contempo-ráneo y una arquitectura estandarizada a la baja, sometida a las leyes de un sistema productivo implacable, impersonal, internacionalizada en el peor sentido de la palabra, globalizadora, que niega o descuida la memo-ria, la riqueza y posibilidades de las formas culturales, los lugares que han dado la vida y generado la historia de una comunidad.

La generación de arquitectos españoles que recuperaron la Modernidad en la arquitectura de los cincuenta volvieron con fuerza a replantear la necesidad de asumir de alguna manera la tradición cultural: el Grupo R y sobre todo Sostres3 y Coderch4, y, en Madrid, Fisac5, y Fernández del Amo6. Por centrarnos sólo en la Península Ibérica, también rescatamos como fundamental aportación la fructífera labor pedagógica que en este sentido tuvo la figura del gran maestro Fernando Tavora, especialmente en discí-pulos como Siza Vieira y Souto Moura. Si la primera generación nos enseñó a mirar y a comprender todos estos valores, estos arquitectos nos enseña-ron a dialogar con ellos, a servirnos de ellos para mejorar la obra moderna.

Para la década de los cincuenta era ya sintomático constatar que los pri-meros tanteos de relectura del concepto de tradición, en este caso en relación a la arquitectura “culta”, lo dieran los propios padres de la histo-riografía moderna como Bruno Zevi. Se reconoce que su libro La poetica dell’architettura neoplastica, de 1953, mostraba el neoplasticismo, ade-más de como una metodología proyectual, muy influenciada por Wrigth, como un excepcional instrumento crítico que permitía analizar los mo-numentos del pasado con penetración, desestructurádolos para tomar las fases generatrices y sus connotaciones cualificadoras y que todo ello parece haber tenido también cierta influencia en el Grupo R catalán.

Arquitectos inclasificables dentro de los cánones del Movimiento Mo-derno, pero arrebatadoramente brillantes y sugestivos como, por ejem-plo, Alvar Aalto, abrieron de manera contundente la posibilidad de una arquitectura enraizada en lo local, y llevaron a que los grandes pontífices

3 Sostres, José María, Opiniones sobre arquitectura. Comisión de Cultura del Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos Técnicos, Consejería de Educación y Cultura de Murcia. Colección de Arquitectura nº 10, Murcia, 1983, Muro, Carles y Quetglas, Josep: Josep M.Sostres, cinc assaigs d’arquitectura, Barcelona, Colegio Oficial de Arquitectos de Cataluña, 1990 y Armesto, Antonio. José Antonio Coderch, Madrid, Santa&Cole ed., 2008.

4 Empezaríamos por citar su famoso alegato en el Team X de 1960. “No son genios los que necesitamos ahora” además del libro de Soria, Eric: Conversaciones con JA. Coderch de Sentmenat, Colegio de Aparejadores y Arquitectos de Murcia, 1997.

5 Fisac, Miguel: Arquitectura popular manchega, (1985), Colegio de Arquitectos de Ciudad Real, 2005.

6 Destacaríamos su discurso de recepción de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando y Palabra y obra. Escritos reunidos, Madrid, Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid,1995.

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¿Se puede aplicar el término “reciclaje” a los entornos urbanos? Reciclar la ciudad es aprovechar la oportunidad que la misma ofrece para actuar nuevamente en ella, es re-usarla buscando un equilibrio entre los parámetros sociales y los medioambien-tales. Es re-construir y re-utilizar, en definitiva, intervenir en lo existente para conseguir una ciudad eficiente que de respuestas a las nuevas necesidades del siglo xxi.

En el libro “Madrid ciudad reciclada” revisamos y aportamos dis-tintas soluciones a cuatro fragmentos de la ciudad de Madrid de muy diferente carácter: el barrio de Tetuán-Valdeacederas, el ensanche de Salamanca, la Dehesa de la Villa y los terrenos de reconversión del antiguo barrio de Chamartín.