Módulo 1. Historia de Las Ciudades

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sociologia

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  • Historia de lasciudades

    Martn Mora Martnez

    P07/80053/00041

  • FUOC P07/80053/00041 Historia de las ciudades

    ndice

    Introduccin ....................................................................................... 5

    Objetivos .............................................................................................. 6

    1. Historia de las urbes .................................................................... 71.1. El mbito urbano: de los lugares a los espacios ........................ 71.2. Cuerpo y urbe ........................................................................... 91.3. Habitar: psicologa o urbanismo? ........................................... 111.4. La urbe como forma de vida .................................................... 13

    2. Formas de la urbe ........................................................................ 232.1. Metrpolis ................................................................................. 232.2. Ciudad panorama / ciudad museo ........................................... 252.3. De la metrpolis a la metpolis ................................................ 262.4. Cartografiar o narrar ................................................................. 29

    3. Personajes liminares .................................................................... 323.1. Transente o cartgrafo ............................................................ 323.2. Viandante o narrador ................................................................ 333.3. caro y Odiseo ........................................................................... 353.4. Flneur, azotacalles, pata de perro ............................................ 36

    Resumen ............................................................................................... 45

    Actividades .......................................................................................... 47

    Bibliografa ......................................................................................... 48

  • FUOC P07/80053/00041 5 Historia de las ciudades

    Introduccin

    En este mdulo se presenta una crnica del espacio urbano y algunos indiciospara su problematizacin. La lgica seguida consiste en plantear algunos ejeshistricos y conceptuales de la idea de lo urbano, sus configuraciones a partirde finales del siglo XIX hasta la actualidad, as como algunas formas de laidentidad urbana tpicas de cada poca.

    De esta manera, en la primera unidad se desarrollarn conceptos como lo ur-bano, el espacio y los lugares; la relacin entre el cuerpo y el espacio urbano;la relacin polmica entre el urbanismo y la psicologa; y la presentacin dela urbe como una forma de vida.

    En la segunda unidad, veremos una historia de las formas de la urbe en algunasde sus expresiones: como metrpolis y distintas formas de ciudad (panorama,museo, metpolis). Adems, abordaremos una propuesta alternativa de trabajourbano desde el enfoque de Michel de Certeau.

    En la tercera unidad, en sintona con la propuesta de Certeau, introducimosel debate en diferentes tensiones analticas y sus expresiones como personajesde la urbe: como personajes liminales. Aparecern, por lo mismo, los vaivenesestratgicos entre la contemplacin de la urbe y su intervencin con prcticasde espacio, el paseo ocioso y la aparicin del viandante, la descripcin y laplaneacin urbana o la intervencin del investigador como actor en el juegode estas prcticas y la conclusin en una especie de apologa del paseante comopersonaje ineludible de nuestras ciudades.

    Se ofrece, asimismo, una introduccin a la problemtica de lo urbano en re-lacin con la globalizacin, con la intencin de estudiarla con mayor deteni-miento en el siguiente mdulo.

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    Objetivos

    Con la lectura y discusin de este mdulo, estaris en condiciones de proble-matizar el mbito urbano en la dimensin que va desde el urbanismo y laplaneacin de expertos en arquitectura, hasta la aparicin de la psicologa so-cial como propuesta de anlisis y prctica social. Por este motivo, se estar encondiciones de:

    1. Conocer las caractersticas de la historia del mbito urbano a partir del sigloXIX.

    2. Comprender la tensin entre el mbito urbano visto como lugar y comoespacio.

    3. Apreciar el mbito urbano como narracin y como prctica social de espa-cio.

    4. Distinguir algunas formas del mbito urbano.

    5. Identificar formaciones de identidad urbana como formas de vida, desdeun enfoque de personajes liminares.

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    1. Historia de las urbes

    1.1. El mbito urbano: de los lugares a los espacios

    El espacio urbano es la forma de vida que parece extenderse por los confinesdel mundo moderno como una forma peculiar de nuestro siglo, y que ha de-jado de operar sobre el binomio urbano-rural. En efecto, el espacio de nuestrotiempo quiz deambulara entre los polos de lo urbano y lo comunal: entre lametrpolis con sus formas de sociabilidad pausadas y agitadas, y lo comunalcon la apariencia de lo ms persistente e ntimo.

    El espacio urbano empieza de esta manera, con palabras, signos trazados enla pgina en blanco. Describir el espacio, practicarlo, nombrarlo, trazarlo, sa-turarlo con nombres. Al tener a la urbe como discurso, pretexto o simple no-menclatura, basta con cerrar los ojos para que el espacio suscitado por sus pa-labras, de diccionario o de cuerpo trazado, se anime, se pueble, se realice, nosmuestre su verdadera vocacin comunicativa mediante la recuperacin de lasprcticas de los habitantes.

    Establezcamos una puntualizacin importante: el territorio debe ser en-tendido como lo susceptible de ser ocupado, y el espacio como lo que espracticado. En otras palabras, el espacio se constituye como una prcticade la narracin a partir del territorio, como la consolidacin psicosocialde la geometra urbana.

    Es muy importante entender que ya no es posible mirar la ciudad desde elpaisaje ni la naturaleza desde la ciudad, que es insostenible una dicotomaentre el urbanismo como oposicin al ambiente buclico. Con el desarrolloacelerado de la tcnica se ha ocultado, tal vez para siempre, a la naturaleza.Deber olvidarse la vieja dicotoma entre centro y periferia, cosmos y caos,interior y exterior que ha venido acompaando al hombre tcnico surgido enla Grecia clsica.

    Conviene puntualizar que las ciudades albergan no slo una materialidad ar-quitectnica, sino, especialmente, una serie de maneras de ser, de mirar y depracticar el espacio. Hablaramos entonces de un estilo, de unos modales, deuna red de prcticas emplazadas en las ciudades. Unos modales propios de losurbanitas entendidos no como habitantes de la ciudad, sino como practican-tes de lo urbano y cuyo ejemplo ms delicado es el transente.

  • FUOC P07/80053/00041 8 Historia de las ciudades

    Son inevitables (y deseables) las relaciones con disciplinas distintas pero en-caminadas hacia lo urbano: la arquitectura, el urbanismo, la antropologa, laetnologa, la sociologa, la economa, etc., porque estamos convencidos de queno existe ninguna disciplina que no haga del humano, del urbano, su hori-zonte. En suma, el espacio urbano echa races en nuestras formas de la cor-poralidad. El espacio urbano es la mezcla de la carne y de la piedra, como lo

    traduce bellamente Richard Sennett1 al sealarnos que

    "Los espacios urbanos cobran forma en buena medida a partir de la manera como laspersonas experimentan un cuerpo." (Sennett, 1997: 394).

    El espacio urbano es el mbito de los mbitos. El espacio de los mil y un es-pacios como ventanas, puertas, puentes. Es la encrucijada que cierra y abrelas relaciones: de la construccin de la memoria con la materialidad hecharecuerdos; de las narraciones vitales con las prcticas narradas.

    (1)

    Richard Sennet

    Cuando Michel Foucault2 presenta una clebre y polmica conferencia en elCercle d'tudes Architecturales en 1967, permite iniciar una provechosa dis-tincin entre la utopa como el emplazamiento sin lugar real, el proyecto enel tiempo; y la heterotopa como los contraemplazamientos simultneos, em-palmados en el espacio. Como lugares fuera de todos los lugares, aunque per-fectamente localizables.

    Es posible establecer otra distincin entre la ciudad como un territorioplanificado y utpico y lo urbano como un espacio de naturaleza prac-ticada y heterotpica.

    (2)

    Michel Foucault

    Ejemplo

    Para tener una visin literaria de estas configuraciones espaciales y de sus personajes,recomendamos la lectura de los relatos de Jorge Luis Borges3 Tln, Uqbar, Orbis Tertius; ElAleph y La Biblioteca de Babel, o del libro Historia universal de la infamia.

    (3)

    Jorge Luis Borges

  • FUOC P07/80053/00041 9 Historia de las ciudades

    El espacio urbano no es tan slo una sumatoria de dificultades o de oportuni-dades fsicas, ni tampoco una simple adicin de equipamientos que cada unoutiliza para trabajar, disfrutar, consumir, distraerse, vivir. El espacio pblico estambin una continua escenificacin. Es el lugar por excelencia de la sociabi-

    lidad en el sentido de Georg Simmel4: en donde los extraos se cruzan, con-versan y conocen a "otros", a desconocidos, en condiciones aparentemente deigual a igual, siempre en el registro de la espontaneidad y de la improvisacin.La posicin social de cada participante parece no jugar un rol tan directo parafijar las segregaciones, reagrupamientos o evitaciones. Parece quedar un mar-gen de autonoma suficiente para que lo excepcional surja del azar. Por estemotivo, podramos afirmar con cierta precisin lo siguiente:

    El verdadero lugar urbano es aquel que nos modifica y es capaz, en cier-tas circunstancias, de producirnos.

    1.2. Cuerpo y urbe

    Si se examinan las descripciones y anlisis de autores clsicos en la sociologay psicologa urbanas como Park, Simmel, Wirth o Tarde, se tendr la tentacinde mirar cuntos tipos de interaccin son posibles en la trazadura de las calles.Tambin la proliferacin de tipos urbanos caractersticos: extranjeros, noctm-bulos, migrantes, desarraigados, sonmbulos, insomnes, flneurs, aventurerosy jugadores. Y como es claro constatar, siempre con una connotacin mascu-lina que no puede ser producto del azar. Parece como si lo femenino siguieraperteneciendo al mbito de lo domstico, de lo privado.

    (4)

    Georg Simmel

    Segn Michel de Certeau5, conviene separar de la geometra unvoca la expe-riencia de un "afuera" que marca la relacin con el mundo. Es decir, distinguirentre los lugares y los espacios. Certeau lo presenta en su extraordinaria obraLa invencin de lo cotidiano I. Artes de hacer, en la tercera parte: "Prcticas deespacio".

    Un lugar es el orden cualquiera de elementos distribuidos en relaciones decoexistencia y en el que queda eliminada la posibilidad de que dos cosas seencuentren en el mismo sitio y de manera simultnea. Alude a la idea de te-rritorio, enunciada lneas arriba.

    "Ah impera la ley de lo 'propio': los elementos considerados estn unos al lado de otros,cada uno situado en un sitio 'propio' y distinto que cada uno define. Un lugar es puesuna configuracin instantnea de posiciones. Implica una indicacin de estabilidad."(Certeau, 2000: 129).

    (5)

    Michel de Certeau

  • FUOC P07/80053/00041 10 Historia de las ciudades

    Hay espacio cuando se toman en consideracin los vectores de direccin, lascantidades de velocidad y la variable del tiempo. Por el mismo motivo, el es-pacio es un cruce de movilidades y el efecto producido por las operacionesque lo temporalizan. A diferencia del lugar, carece de la estabilidad de un sitio"propio", no est localizado, es dinmico.

    "El espacio es al lugar lo que se vuelve la palabra al ser articulada, es decir, cuando quedaatrapado en la ambigedad de una realizacin, transformado en un trmino pertinentede mltiples convenciones, planteado como el acto de un presente (o de un tiempo), ymodificado por las transformaciones debidas a contigidades sucesivas." (Certeau, 2000:129).

    Las prcticas de espacio dinamizan tendencias para dilatar y sustituir el espa-cio, para abrir ausencias en el continuum espacial, densificarlo o miniaturizar-lo, ampliarlo o aislarlo. Todas estas figuras modlicas del movimiento hacenaparecer discursos y sueos como similares. Van de un lugar originario (topos)a un no lugar (utopos) que producen con su marcha una manera de practicary construir espacios.

    Los espacios son las descongelaciones de los tmpanos denominadoslugares. Los espacios son heterotpicos, mientras que los lugares son te-rritoriales y geomtricos. Esta observacin es importante para distinguirel urbanismo y la psicologa ambiental de la psicologa social.

    Como ocurre en la literatura, en la que es posible distinguir los estilos o mane-ras de escribir, tambin se pueden distinguir las maneras de hacer, de caminar,de leer, de producir, de hablar, etc. Estos estilos de actuar generan una crea-tividad a la que con toda autenticidad cabe denominar arte. Para dar cuentade estas prcticas, Certeau apela a la categora de trayectoria: un movimientotemporal en el espacio, la unidad de una sucesin (hilo de sucesos) diacrnicade puntos recorridos.

    Por ms til que sea esta planificacin de la trayectoria, siempre se tiene laimpresin del punto final y se obvia la articulacin temporal de los lugares. Esdecir, se privilegia el espacio en relacin con el lugar: predomina una huella enlugar de los actos y una reliquia en lugar de las acciones, un desecho y el signode su desaparicin. Por lo tanto, la insistencia de Certeau en su modelo delas tcticas/ardides como interruptores dentro de esta lgica binaria y comopropulsores de una distincin entre contemplar y recorrer el espacio.

    Una nueva precisin en el tema del espacio y sus explicaciones: un su-ceso es lo que sucede, lo que tiene una sucesin temporal; un relato esuna relacin de hechos; y un acontecimiento es lo que puede ser con-tado, una narracin.

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    Espacios vivos como los relatos que los reaniman y los inventan a cada ins-tante. Narracin de carne y piedra, decamos, con Sennett. Casi dan ganas decantar con Kandinsky la tonada de la fluctuacin de la ciudad: "Una gran ciu-dad construida segn todas las reglas de la arquitectura y de pronto, sacudidapor una fuerza que desafa los clculos". El simple gesto del peatn solitario,adormilado, que deambula en busca de su habitual taza de caf en su espaciofamiliar, en el bar de la esquina, ya ha descompuesto la maana de la ciudad:sin saberlo ni quererlo, ya es un cuerpo que cuaja la relacin con la urbe, unaurbe inevitablemente incorporada.

    1.3. Habitar: psicologa o urbanismo?

    Certeau resume diciendo que elespacioesunlugarpracticado. Por lo mis-mo, la geometra que define la calle desde el punto de vista de los urbanistas,se transforma (para su rabia, siempre inmediata) en espacio por intervencinde los caminantes. Se problematiza la relacin entre el territorio y el espacio,entre la geometra y la narracin. No es ajena entonces la similitud con elproceso de lectura y escritura que ya ha sido analizado de manera profusa pormuchos autores: la lectura es el espacio producido por la prctica del lugar queconstituye un sistema de signos, esto es, un escrito.

    En suma, al distinguir el lugar del espacio es posible aadir movilidad al bino-mio del mirn y el errante (Certeau, de nuevo) y enlazar tanto con perspectivay prospectiva como con mapas y recorridos.

    Mediante el anlisis de las prcticas cotidianas, la oposicin entre lugar y es-pacio remite de manera narrativa a dos posibilidades: una reducible a una leydel lugar, estarah, como el cadver que parece fundar un lugar en forma detumba o lpida; y por otro lado, las operaciones que densifican espacios me-diante la agencia humana y en los que un movimiento condiciona la produc-cin de un espacio y de una historia. Perfilan la entidad discursiva que vinculaal mapa con el recorrido.

    Salta un hecho importante: los relatos efectan un incesante trabajo detransformacin de los lugares en espacios o de los espacios en lugaresy organizan los repertorios de relaciones cambiantes que se dan entreunos y otros.

    Al contrario de los anlisis de Foucault, de lo que se trata es de entender quelas triquiuelas minsculas de la indisciplina sacan su eficacia de la relacinentre el espacio y el procedimiento para hacerlo su operador: hacerlo bailar alson de su msica. Hacer hablar al espacio.

  • FUOC P07/80053/00041 12 Historia de las ciudades

    La preocupacin por el problema del habitar se encuentra en el ncleo delpensamiento social del siglo XIX. Desde entonces, una nostalgia finisecularacua los conceptos que ya se han convertido en lugar comn: la escisin entrela metrpoli abstracta y la comunidad armnica contina siendo metfora dela escisin de la vida moderna. La "casa de muecas" del siglo XIX, el interieurburgus, es el lugar en el que se busca intilmente recomponer la armona

    perdida: confort, seala el propio Walter Benjamin6 en sus notas, proviene deconsuelo.

    Benjamin llamaba la atencin sobre la dificultad de trabajar este concepto demanera histrica:

    "La dificultad en la reflexin sobre el habitar radica en que, por una parte, se debe re-conocer en ella todo aquello que es remoto -quiz eterno-, la imagen de la estancia delhombre en el vientre materno; mientras que, por otra parte, a pesar de este motivo pro-tohistrico, en el habitar debe ser comprendida, en su forma ms extrema, una condicinde la existencia del siglo XIX." (Benjamin, 1989: 19).

    Es indudable que esta nueva inflexin del pensamiento urbano se encuentradifuminada en la accin de una selecta camada de arquitectos a travs de loscuales la cultura arquitectnica se pone a tono con los tiempos que corren.Siempre a contrapelo del entender psicosocial de lo urbano. Siempre comopregunta alternativa: analizar el habitamiento de lo urbano, como psicologao como urbanismo?

    El desplazamiento de los temas desde la vanguardia metropolitana a la pre-gunta por el habitar ha fragmentado la tensin que permaneca intacta: se hapasado de un problema histrico a una pregunta por los fundamentos. Quienha marcado tambin las nuevas coordenadas para pensar el habitamiento fueHeidegger, al otorgarle un estatuto de objeto privilegiado para permitir la pre-gunta por el ser.

    Heidegger afirmaba, en plena reconstruccin de posguerra, que la faltade habitamiento no era la verdadera necesidad, sino que el problema esque se debe aprender a habitar.

    La facilidad con la que un texto plagado de metforas espaciales puede recon-ducirse para pensar la construccin del hbitat humano induce rpidamente eldesarrollo de un sinfn de teoras arquitectnicas y urbanas ya instaladas en unclima de crtica abierta al modernismo, a su ambicin cuantificadora. En estaencrucijada, la psicologa y el urbanismo se encuentran con las manos puestasen los extremos de un mismo objeto: lo urbano y sus maneras de habitar.

    (6)

    Walter Benjamin

  • FUOC P07/80053/00041 13 Historia de las ciudades

    Finalmente, hay otra operacin que tiene importantes consecuencias en uncampo como el de la cultura urbana, que ha sido marcado por los instrumentosde la lingstica y tambin por los problemas filosficos de la existencia mo-derna que la tradicin estructuralista francesa localiza mediante los estudioslingsticos. El punto de coincidencia entre esta filosofa y reflexin urbanaradica en la posibilidad de lectura de la arquitectura y de la ciudad como unanarracin, hilvanada mediante prcticas del espacio, como sealan Foucaulto Certeau.

    1.4. La urbe como forma de vida

    El orden espacial est organizado como una retahla de posibilidades y prohi-biciones, y el caminante efecta una labor de actualizacin selectiva en la quehace que algunas estn y otras desaparezcan, las desplaza, improvisa, inventaatajos, sobrepasa e irrumpe en los lmites dados a cada lugar. El orden espaciales seleccionado.

    Como apunta Barthes, el usuario de la ciudad toma fragmentos del enunciadopara actualizarlos en secreto. El caminante crea discontinuidad, esto es, unaretrica en la cual la marcha hace mvil al medio ambiente hilando una suce-sin de lugares que establecen, mantienen o interrumpen el contacto: lugaresde conexin, topoifticos.

    Reaparece el estilo para sealarse como el arte de dar vueltas a las frases tal ycomo se dan vueltas y rodeos en los recorridos. Como lenguaje ordinario quees, esta prctica de la hibridez, ars combinatoria, combina estilos y usos contodo el mrito de una manera de hacer.

    Si las prcticas del espacio, al igual que los tropos retricos, hacen que hayatanto sentidos literales como figurados, entonces el espacio geomtrico de unaapabullante cantidad de urbanistas, arquitectos y psiclogos ambientales pa-rece funcionar como si fuera el "sentido propio" y normativo que los lingistasconstruyen para distinguir las desviaciones propias del sentido figurado.

    Lo cierto es que, en la calle, en el uso peatonal parece no existir este sentidopropio. La gente desconoce las instrucciones de uso que los expertos atribuyena cada espacio urbano. sta parece que es slo una ficcin producida por el usoparticular metalingstico de la ciencia que se peculiariza por la distincin.

    Por el mismo motivo, el nfasis continuado para problematizar estasnormalizaciones que el urbanismo produce: trastocar los usos del espa-cio, reinventar el habitamiento de los lugares, reordenar al gusto de lagente aquello que ha sido diseado framente desde la planeacin cen-tralizada.

    Bibliografa

    Puede encontrarse una bue-na crnica de estas relacionescon la ciudad en la obra si-guiente:F. de Aza (1999). La inven-cin de Can. Madrid: Alfa-guara.

  • FUOC P07/80053/00041 14 Historia de las ciudades

    Plantear la urbe como una forma de vida nos lleva a conectar con su origen.

    La metrpolis que anunciaron Charles Baudelaire7, Simmel y Benjamin comoformas de vida nacientes a finales del siglo XIX. Los anlisis de este ascensometropolitano se hacen desde ciudades emblemticas: Berln para Simmel yBenjamin; Pars para Baudelaire.

    El nacimiento de la metrpolis es visto, con matices distintos en los tres auto-res, como una celebracin de lo urbano. Celebracin de la metrpolis en tantociudad real, rescate de las posibilidades de experiencia humana en relacin conel fenmeno urbano, reivindicacin del espacio pblico de la ciudad y comombito apropiado para esto. Estas coordenadas constituyen, en realidad, unaforma de mirar la ciudad cuyas claves deben buscarse en la sociologa urbanadesde la Escuela de Chicago, y en la que Sennett y Berman son deudores di-rectos de la trada de autores arriba citados.

    Organizada a principios de siglo, la Escuela de Chicago incorpor tambincomo base a Simmel, pero su lectura se centraba en aspectos diferentes de losindicados por l para el caso de Venecia. En Chicago se seleccionan los aspectosculturalistas de Simmel: esto es, la lectura de la ciudad como un determinantede la cultura (en un sentido amplio). Era un Simmel, adems, ledo en la clave"antiurbana" que caracterizaba el pensamiento norteamericano: la metrpolisera el mbito destructor de las relaciones y la cultura de la "comunidad". Entodo caso, la calle es la protagonista de esta literatura, el lugar de la experienciaurbana, de la experiencia moderna por excelencia.

    La celebracin de la metrpolis a la que llevan estas ideas tiene indudablemen-te un sentido progresista en un contexto antiurbano como el norteamericano,pero es tambin indudable que borra buena parte de las aproximaciones delos observadores crticos en los que se apoya, como Simmel y Benjamin. Paraeste ltimo, la multitud exultante de Baudelaire tiene como contrapartida laturba amenazadora. Dicha diferencia se nota con claridad en la reivindicacinque a menudo se realiza de Haussmann como un constructor de espacios p-blicos, de una ciudad para paseantes, mediante su estupendo proyecto de losbulevares en Pars.

    (7)

    Charles Baudelaire

    En muchos sentidos, Haussmann puede ser descrito como el estratega burgus,el destructor del Pars "onrico" y laberntico de Baudelaire (el Pars de los pasa-jes), el que privilegia la ciudad del trnsito: es el constructor de la ciudad mo-derna cuyo advenimiento era inevitable. Y con este advenimiento, una nuevaforma de vida: la metropolitana.

    Simmel lo resume de manera brillante en su ensayo de 1903, Las grandes urbesy la vida del espritu:

    Contenidocomplementario

    Para ver una imagen de lagran ciudad como nueva for-ma del mbito urbano y deltemor que inspiraba, se reco-miendan pelculas como porejemplo Metrpolis, El Gabine-te del Doctor Galigari o inclu-so Nosferatu, en la versin deMurnau.

  • FUOC P07/80053/00041 15 Historia de las ciudades

    "El mayor problema de la vida moderna deriva de la exigencia por parte del individuode mantener la autonoma y la individualidad de su propia existencia contra el sistemaopresivo de las fuerzas sociales, de las tradiciones histricas, de la cultura externa, y delaspecto tecnolgico de la existencia." (Simmel, 2001: 376).

    Bibliografa

    G. Simmel (2001). El individuo y la libertad. Ensayos de crtica de la cultura (pp. 247-2618).Barcelona: Pennsula.

    (8)G. Simmel (2001). El individuo y la libertad. Ensayos de crtica de la cultura (pp.247-261). Barcelona: Pennsula.Lasgrandesurbesylavidadelespritu

    Los ms profundos problemas de la vida moderna manan de la pretensin del indivi-duo de conservar la autonoma y peculiaridad de su existencia frente a la prepotenciade la sociedad, de lo histricamente heredado, de la cultura externa y de la tcnicade la vida (la ltima transformacin alcanzada de la lucha con la naturaleza, que elhombre primitivo tuvo que sostener por su existencia corporal). Ya se trate de la lla-mada del siglo XVIII a la liberacin de todas las ligazones histricamente surgidas enel estado y en la religin, en la moral y en la economa, para que se desarrolle sintrabas la originariamente naturaleza buena que es la misma en todos los hombres; yade la exigencia del siglo XIX de juntar a la mera libertad la peculiaridad conforme ala divisin del trabajo del hombre y su realizacin que hace al individuo particularincomparable y lo ms indispensable posible, pero que por esto mismo lo hace de-pender tanto ms estrechamente de la complementacin por todos los dems; ya veaNietzsche en la lucha ms despiadada del individuo o ya vea el socialismo, precisa-mente en la contencin de toda competencia, la condicin para el pleno desarrollode los individuos; en todo esto acta el mismo motivo fundamental: la resistencia delindividuo a ser nivelado y consumido en un mecanismo tcnico-social. All dondeson cuestionados los productos de la vida especficamente moderna segn su inte-rioridad, por as decirlo, el cuerpo de la cultura segn su alma (tal y como esto meincumbe a m ahora frente a nuestras grandes ciudades), all deber investigarse larespuesta a la ecuacin que tales figuras establecen entre los contenidos individualesde la vida y los supraindividuales, las adaptaciones de la personalidad por medio delas que se conforma con las fuerzas que le son externas.

    El fundamento psicolgico sobre el que se alza el tipo de individualidades urbanitas esel acrecentamiento de la vida nerviosa, que tiene su origen en el rpido e ininterrumpidointercambio de impresiones internas y externas. El hombre es un ser de diferencias,esto es, su consciencia es estimulada por la diferencia entre la impresin del momen-to y la impresin precedente. Las impresiones persistentes, la insignificancia de susdiferencias, las regularidades habituales de su transcurso y de sus oposiciones, con-sumen, por as decirlo, menos consciencia que la rpida aglomeracin de imgenescambiantes, menos que el brusco distanciamiento en cuyo interior lo que se abarcacon la mirada es la imprevisibilidad de impresiones que se imponen. En tanto que lagran urbe crea precisamente estas condiciones psicolgicas (a cada paso por la calle,con el tempo y las multiplicidades de la vida econmica, profesional, social), produceya en los fundamentos sensoriales de la vida anmica, en el quantum de conscienciaque esta nos exige a causa de nuestra organizacin como seres de la diferencia, unaprofunda oposicin frente a la pequea ciudad y la vida del campo, con el ritmo desu imagen senso-espiritual de la vida que fluye ms lenta, ms habitual y ms regular.

    A partir de aqu se torna conceptuable el carcter intelectualista de la vida anmicaurbana, frente al de la pequea ciudad que se sita ms bien en el sentimiento y enlas relaciones conforme a la sensibilidad. Pues stas se enrazan en los estratos msinconscientes del alma y crecen con la mayor rapidez en la tranquila uniformidad decostumbres ininterrumpidas. Los estratos de nuestra alma transparentes, conscientes,ms superiores, son, por el contrario, el lugar del entendimiento. El entendimientoes, de entre nuestras fuerzas interiores, la ms capaz de adaptacin; por lo que sloel sentimiento ms conservador sabe que tiene que acomodarse al mismo ritmo de losfenmenos. de este modo, el tipo del urbanita (que, naturalmente, se ve afectado porcientos de modificaciones individuales) se crea un rgano de defensa frente al desa-rraigo con el que le amenazan las corrientes y discrepancias de su medio ambienteexterno: en lugar de con el sentimiento, reacciona frente a stas en lo esencial conel entendimiento para el cual, el acrecentamiento de la consciencia, al igual que pro-dujo la misma causa, procura la prerrogativa anmica. Con esto, la reaccin frentea aquellos fenmenos se traslada al rgano psquico menos perceptible, distante almximo de la profundidad de la personalidad.

  • FUOC P07/80053/00041 16 Historia de las ciudades

    Esta racionalidad, reconocida de este modo como un preservativo de la vida subjeti-va frente a la violencia de la gran ciudad se ramifica en y con mltiples fenmenosparticulares. Las grandes ciudades han sido desde tiempos inmemoriales la sede dela economa monetaria, puesto que la multiplicidad y aglomeracin del intercambioeconmico proporciona al medio de cambio una importancia a la que no hubierallegado en la escasez del trueque campesino. Pero economa monetaria y dominiodel entendimiento estn en la ms profunda conexin. Les es comn la pura obje-tividad en el trato con hombres y cosas, en el que se empareja a menudo una justi-cia formal con una dureza despiadada. El hombre puramente racional es indiferentefrente a todo lo autnticamente individual, pues a partir de esto resultan relacionesy reacciones que no se agotan con el entendimiento lgico (precisamente como enel principio del dinero no se presenta la individualidad de los fenmenos). Pues eldinero slo pregunta por aquello que les es comn a todos, por el valor de cambioque nivela toda cualidad y toda peculiaridad sobre la base de la pregunta por el merocunto. Todas las relaciones anmicas entre personas se fundamentan en su indivi-dualidad, mientras que las relaciones conforme al entendimiento calculan con loshombres como con nmeros, como con elementos en s indiferentes que slo tieneinters por su prestacin objetivamente sopesable; al igual que el urbanita calcula consus proveedores y sus clientes, sus sirvientes y bastante a menudo con las personasde su crculo social, en contraposicin con el carcter del crculo ms pequeo, enel que el inevitable conocimiento de las individualidades produce del mismo modoinevitablemente una coloracin del comportamiento plena de sentimiento, un msall de sopesar objetivo de prestacin y contraprestacin.

    Lo esencial en el mbito psicolgico-econmico es aqu que en relaciones ms pri-mitivas se produce para el cliente que encarga la mercanca, de modo que productory consumidor se conocen mutuamente. Pero la moderna gran ciudad se nutre casipor completo de la produccin para el mercado, esto es, para consumidores comple-tamente desconocidos, que nunca entran en la esfera de accin del autntico pro-ductor. En virtud de esto, el inters de ambos partidos adquiere una objetividad des-piadada; su egosmo conforme a entendimiento calculador econmico no debe te-mer ninguna desviacin por los imponderables de las relaciones personales. Y, evi-dentemente, esto est en una interaccin tan estrecha con la economa monetaria,la cual domina en las grandes ciudades y ha eliminado aqu los ltimos restos de laproduccin propia y del intercambio inmediato de mercancas y reduce cada vez msde da en da el trabajo para clientes, que nadie sabra decir si primeramente aquellaconstitucin anmica, intelectualista, exigi la economa monetaria o si sta fue elfactor determinante de aqulla. Slo es seguro que la forma de la vida urbanita es elsuelo ms abonado para esta interaccin. Lo que tan slo deseara justificar con lasentencia del ms importante historiador ingls de las constituciones: en el transcur-so de toda la historia inglesa, Londres nunca actu como el corazn de Inglaterra, amenudo actu como su entendimiento y siempre como su bolsa.

    En un rasgo aparentemente insignificante en la superficie de la vida no unifican, nomenos caractersticamente, las mismas corrientes anmicas. El espritu moderno seha convertido cada vez ms en un espritu calculador. Al ideal de la ciencia naturalde transformar el mundo en un ejemplo aritmtico, de fijar cada una de sus partes enfrmulas matemticas, corresponde la exactitud calculante a la que la economa mo-netaria ha llevado la vida prctica; la economa monetaria ha llenado el da de tantoshombres con el sopesar, el calcular, el determinar conforme a nmeros y el reducirvalores cualitativos a cuantitativos. En virtud de la esencia calculante del dinero hallegado a la relacin de los elementos de la vida una precisin, una seguridad en ladeterminacin de igualdades y desigualdades, un carcter inequvoco en los acuerdosy convenios, al igual que desde un punto de vista externo todo esto se ha producidopor la difusin generalizada de los relojes de bolsillo. Pero son las condiciones de lagran ciudad las que para este rasgo esencial son tanto causa como efecto. Las rela-ciones y asuntos del urbanita tpico acostumbran a ser tan variados y complicados,esto es, por la aglomeracin de tantos hombres con intereses tan diferenciados seencadenan entre s sus relaciones y acciones en un organismo tan polinmico, quesin la ms exacta puntualidad en el cumplimiento de las obligaciones y prestaciones,el todo se derrumbara en un caos inextricable. Si todos los relojes de Berln comen-zaran repentinamente a marchar mal en distintas direcciones, aunque slo fuera porel espacio de una hora, todo su trfico vital econmico y de otro tipo se perturbarapor largo tiempo. A este respecto es pertinente, en apariencia todava de forma ex-terna, la magnitud de las distancias que convierten todo esperar y esperar en vanoen un sacrificio de tiempo en modo alguno procurable. De este modo, la tcnica dela vida urbana no sera pensable sin que todas las actividades e interacciones fuesendispuestas dela forma ms puntual en un esquema temporal fijo, suprasubjetivo.

    Pero tambin aqu hace su aparicin lo que en general slo puede ser la nica tarea deestas reflexiones: que desde cada punto en la superficie de la existencia, por muchoque parezca crecer slo en y a partir de sta, cabe enviar una sonda hacia la profun-

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    didad del alma; que todas las exteriorizaciones ms triviales estn finalmente ligadaspor medio de lneas direccionales con las ltimas decisiones sobre el sentido y el es-tilo de la vida. La puntualidad, calculabilidad y exactitud que las complicaciones yel ensanchamiento de la vida urbana le imponen a la fuerza, no slo estn en la msestrecha conexin con su carcter econmico-monetarista e intelectualista, sino quedeben tambin colorear los contenidos de la vida y favorecer la exclusin de aquellosrasgos esenciales e impulsos irracionales, instintivos, soberanos, que quieren deter-minar desde s la forma vital, en lugar de recibirla como una forma general, esque-mticamente precisada desde fuera. Si bien no son en modo alguno imposibles en laciudad las existencias soberanas, caracterizadas por tales rasgos esenciales, s son, sinembargo, contrapuestas a su tipo. Y a partir de aqu se explica el apasionado odio denaturalezas como las de Ruskin y Nietzsche contra la gran ciudad; naturalezas queslo en lo esquemticamente peculiar, no precisable para todos uniformemente, en-cuentran el valor de la vida y para las cuales, por tanto, el valor de la vida surge dela misma fuente de la que brota aquel odio contra la economa monetaria y contrael intelectualismo.

    Los mismos factores que se coagulan conjuntamente de este modo en la exactitud yprecisin al minuto de la forma vital en una imagen de elevadsima impersonalidad,actan, por otra parte, en la direccin de una imagen altamente personal. Quiz nohaya ningn otro fenmeno anmico que est reservado tan incondicionadamentea la gran ciudad como la indolencia. En primer lugar, es la consecuencia de aquellosestmulos nervioso que se mudan rpidamente y que se apian estrechamente ensus opuestos, a partir de los cuales tambin nos parece que procede el crecimientode la intelectualidad urbanita, por cuyo motivo hombres estpidos y de antemanomuertos espiritualmente no acostumbran a ser precisamente indolentes. As como undisfrutar de la vida sin medida produce indolencia, puesto que agita los nervios tantotiempo en sus reacciones ms fuertes hasta que finalmente ya no alcanzan reaccinalguna, as tambin las impresiones ms anodinas, en virtud de la velocidad y diver-gencias de sus cambios, arrancan a la fuerza a los nervios respuestas tan violentas, lasarrebatan aqu y all tan brutalmente, que alcanzan sus ltimas reservas de fuerzasy, permaneciendo en el mismo medio ambiente, no tienen tiempo para reunir unanueva reserva. La incapacidad surgida de este modo para reaccionar frente a nuevosestmulos con las energas adecuadas a ellos, es precisamente aquella indolencia, querealmente muestra ya cada nio de la gran ciudad en comparacin con nios de me-dios ambientes ms tranquilos y ms libres de cambios.

    Con esta fuente fisiolgica de la indolencia urbanita se rene la otra fuente que fluyeen la economa monetaria. La esencia de la indolencia es el embotamiento frente alas diferencias de las cosas, no en el sentido de que no sean percibidas, como sucedeen el caso del imbcil, sino de modo que la significacin y el valor de las diferenciasde las cosas y, con ello, las cosas mismas, son sentidas como nulas. Aparecen al indo-lente en una coloracin uniformemente opaca y griscea, sin presentar ningn valorpara ser preferidas frente a otras. Este sentimiento anmico es el fiel reflejo subjetivode la economa monetaria completamente triunfante. En la medida en que el dineroequilibra uniformemente todas las diversidades de las cosas y expresa todas las dife-rencias cualitativas entre ellas por medio de diferencias acerca del cunto, en la me-dida en que el dinero, con su falta de color e indiferencia, se erige en denominadorcomn de todo valor, en esta medida, se convierte en el nivelador ms pavoroso, so-cava irremediablemente el ncleo de las cosas, su peculiaridad, su valor especfico, suincomparabilidad. Todas nadan con el mismo peso especfico en la constantementemvil corriente del dinero, residen todas en el mismo nivel y slo se diferencian porel tamao del trozo que cubren en ste. En algn caso particular, esta coloracin, omejor dicho decoloracin, de las cosas por medio de su equivalencia con el dinero,puede ser imperceptiblemente pequea; pero en la relacin que el rico tiene con losobjetos adquiribles con dinero, es ms, quiz ya en el carcter global que el espritupblico otorga ahora en todas partes a estos objetos, se ha acumulado en magnitudessumamente perceptibles.

    Por esto las grandes ciudades, en las que en tanto que sedes principales del trficomonetario la adquiribilidad de las cosas se impone en proporciones completamentedistintas de lo que lo hace en relaciones ms pequeas, son tambin los autnticosparajes de la indolencia. En ella se encumbra en cierto modo aquella consecuenciade la aglomeracin de hombres y cosas que estimula al individuo a su ms elevadaprestacin nerviosa; en virtud del mero crecimiento cuantitativo de las mismas con-diciones, esta consecuencia cae en su extremo contrario, a saber: en este peculiar fe-nmeno adaptativo de la indolencia, en el que los nervios descubren su ltima posi-bilidad de ajustarse a los contenidos y a la forma de vida de la gran ciudad en el hechode negarse a reaccionar frente a ella; el automantenimiento de ciertas naturalezas alprecio de desvalorizar todo el mundo objetivo, lo que al final desmorona inevitable-mente la propia personalidad en un sentimiento de igual desvalorizacin.

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    A la par que el sujeto tiene que ajustar completamente consigo esta forma existencial,su automantenimiento frente a la gran ciudad le exige un comportamiento de natu-raleza social no menos negativo. La actitud de los urbanitas entre s puede caracteri-zarse desde una perspectiva formal como de reserva. Si al contacto constantementeexterno con innumerables personas debieran responder tantas reacciones internascomo en la pequea ciudad, en la que se conoce a todo el mundo con el que unose tropieza y se tiene un relacin positiva con cada uno, entonces uno se atomizarainternamente por completo y caera en una constitucin anmica completamenteinimaginable. En parte esta circunstancia psicolgica, en parte el derecho a la des-confianza que tenemos frente a los elementos de la vida de la gran ciudad que nosrozan ligeramente en efmero contacto, nos obligan a esta reserva, a consecuenciade la cual a menudo ni siquiera conocemos de vista a vecinos de aos y que tan amenudo nos hace parecer a los ojos de los habitantes de las ciudades pequeas comofros y sin sentimientos.

    S, si no me equivoco, la cara interior de esta reserva externa no es slo la indiferencia,sino, con ms frecuencia de la que somos conscientes, una silenciosa aversin, unaextranjera y repulsin mutua, que en el mismo instante de un contacto ms cercanoprovocado de algn modo, redundara inmediatamente en odio y lucha. Toda la or-ganizacin interna de un trfico vital extendido de semejante modo descansa en unaplataforma extremadamente variada de simpatas, indiferencias y aversiones tantodel tipo ms breve como del ms duradero. La esfera de la indiferencia no es aqu tangrande como parece superficialmente,; la actividad de nuestra alma responde casi acada impresin por parte de otro hombre con una sensacin determinada de algnmodo, cuya inconsciencia, carcter efmero y cambio parece tener que sumirla sloen una indiferencia. De hecho, esto ltimo nos sera tan antinatural como insopor-table la vaguedad de una sugestin sin orden ni concierto recproco, y de estos dospeligros de la gran ciudad nos protege la antipata, el estadio latente y previo delantagonismo prctico. La antipata provoca las distancias y desviaciones sin las queno podra ser llevado a cabo este tipo de vida: su medida y sus mezclas, el ritmo desurgir y desaparecer, las formas en las que es satisfecha, todo esto forma junto con losmotivos unificadores en sentido estricto el todo inseparable de la configuracin vitalurbana: lo que en sta aparece inmediatamente como disociacin es en realidad, deeste modo, slo una de sus ms elementales formas de socializacin.

    Pero esta reserva, junto con el sonido armnico de la aversin oculta, aparece denuevo como forma o ropaje de una esencia espiritual de la gran ciudad mucho msgeneral. Confiere al individuo una especie y una medida de libertad personal para lasque en otras relaciones no hay absolutamente ninguna analoga: se remonta con elloa una de las grandes tendencias evolutivas de la vida social, a una de las pocas paralas que cabe encontrar una frmula aproximativa general.

    El estadio ms temprano de las formaciones sociales, que se encuentra tanto en lasformaciones histricas, como en las que se estn configurando en el presente, es ste:un crculo relativamente pequeo, con una fuerte cerrazn frente a crculos colin-dantes, extraos o de algn modo antagonistas, pero en esta medida con una unintanto ms estrecha en s mismo, que slo permite al miembro individual un mnimoespacio para el desenvolvimiento de cualidades peculiares y movimientos libres, delos que es responsable por s mismo. As comienzan los grupos polticos y familia-res, as las formaciones de partidos, as las comunidades de religin; el automanteni-miento de agrupaciones muy jvenes exige un estricto establecimiento de fronterasy una unidad centrpeta y no puede por ello conceder al individuo ninguna libertady peculiaridad de desarrollo interno y externo.

    A partir de este estadio, la evolucin social se encamina al mismo tiempo hacia dosdirecciones distintas y, sin embargo, que se corresponde. En la medida en que el gru-po crece (numrica, espacialmente, en significacin y contenidos vitales, en precisa-mente esta medida, se relaja su unidad interna inmediata, la agudeza de su originariadelimitacin frente a otros grupos se suaviza por medio de relaciones recprocas yconexiones; y al mismo tiempo, el individuo gana una libertad de movimiento muypor encima de la primera y celosa limitacin; y una peculiaridad y especificidad parala que la divisin del trabajo ofrece ocasin e invitacin en los grupos que se hantornado ms grandes. Segn esta frmula se han desarrollado el estado y el cristia-nismo, los gremios y los partidos polticos y otros grupos innumerables, a pesar, na-turalmente, de que las condiciones y fuerzas especficas del grupo particular modifi-quen el esquema general.

    Pero tambin me parece claramente reconocible en el desarrollo de la individualidaden el marco de la vida de la ciudad. La vida de la pequea ciudad, tanto en la Anti-gedad como en la Edad Media, pona al individuo particular barreras al movimientoy relaciones hacia el exterior, a la autonoma y a la diferenciacin hacia el interior,bajo las cuales el hombre moderno no podra respirar. Incluso hoy en da, el urbanita,

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    trasladado a una ciudad pequea, siente un poco la misma estrechez. Cuanto mspequeo es el crculo que conforma nuestro medio ambiente, cuanto ms limitadaslas relaciones que disuelven las fronteras con otros crculos, tanto ms temprano unapeculiaridad cuantitativa o cualitativa hara saltar en pedazos el marco del todo.

    Desde este punto de vista, la antigua Polis parece haber tenido por completo el carc-ter de la pequea ciudad. La constante amenaza a su existencia por enemigos cerca-nos y lejanos provoc aquella rgida cohesin en las relaciones polticas y militares,aquella vigilancia del ciudadano por el ciudadano, aquel celo de la totalidad frente alindividuo particular, cuya vida particular era postrada de este modo en una medidatal respecto de la que l, a lo mximo, poda mantenerse mediante el despotismo sindao alguno para su casa. La inmensa movilidad y agitacin, el peculiar colorido dela vida ateniense se explica quizs a partir del hecho de que un pueblo de personali-dades incomparablemente individuales luchase contra la constante presin internay externa de una desindividualizadora pequea ciudad. Esto produjo una atmsferade tensin en la que los ms dbiles fueron postrados y los ms fuertes fueron exci-tados a la apasionada autoafirmacin. Y, precisamente con esto, alcanz en Atenas suestado floreciente aquello que, sin poder describirlo exactamente, debe caracterizarsecomo "lo general humano" en el desarrollo espiritual de nuestra especie.

    Pues sta es la conexin cuya validez, tanto objetiva como histrica, se afirma aqu:los contenidos y formas de la vida, ms amplios y ms generales, estn ligados inte-riormente con las ms individuales; ambos tienen su estadio previo comn o tam-bin su adversario comn en formaciones y agrupaciones angostas, cuyo automan-tenimiento se resiste lo mismo frente a la amplitud y generalidad fuera de ellas comofrente al movimiento e individualidad libres en su interior. As como en el feudalis-mo el hombre "libre" era aquel que estaba bajo el derecho comn, esto es, bajo elderecho del crculo social ms grande, pero no era libre aquel que, bajo exclusin deste, slo tena su derecho a partir del estrecho crculo de una liga feudal, as tambinhoy en da, en un sentido espiritualizado y refinado, el urbanita es "libre" en contra-posicin con las pequeeces y prejuicios que comprimen al habitante de la pequeaciudad. Pues la reserva e indiferencias recprocas, las condiciones vitales espiritualesde los crculos ms grandes, no son sentidas en su efecto sobre la independencia delindividuo en ningn caso ms fuertemente que en la denssima muchedumbre de lagran ciudad, puesto que la cercana y la estrechez corporal hacen tanto ms visible ladistancia espiritual; evidentemente, el no sentirse en determinadas circunstancias enninguna otra parte tan solo y abandonado como precisamente entre la muchedum-bre urbanita es slo el reverso de aquella libertad. Pues aqu, como en ningn otrolugar, no es en modo alguno necesario que la libertad del hombre se refleje en susentimiento vital como bienestar.

    No es slo la magnitud inmediata del mbito y del nmero de hombres la que, a causade la correlacin histrico-mundial entre el agrandamiento del crculo y la libertadpersonal, interno-externa, convierte a la gran ciudad en la sede de lo ltimo, sinoque, entresacando por encima de esta vastedad visible, las grandes ciudades tambinhan sido las sedes del cosmopolitismo. De una manera comparable a la forma de de-sarrollo del capital (ms all de una cierta altura el patrimonio acostumbra a crecer enprogresiones siempre ms rpidas y como desde s mismo), tan pronto como ha sidotraspasada una cierta frontera, las perspectivas, las relaciones econmicas, persona-les, espirituales, de la ciudad aumentan como en progresin geomtrica, cada exten-sin suya alcanzada dinmicamente se convierte en escaln, no para una extensinsemejante, sino para una prxima ms grande. En aquellos hilos que teje cual araadesde s misma, crecen entonces como desde s mismos nuevos hilos, precisamentecomo en el marco de la ciudad el unearned increment de la renta del suelo proporcionaal poseedor, por el mero aumento del trfico, ganancias que crecen completamentedesde s mismas.

    En este punto, la cantidad de la vida se transforma de una manera muy inmediata enla cualidad y carcter. La esfera vital de la pequea ciudad est en lo esencial concluidaen y consigo misma. Para la gran ciudad es decisivo esto: que su vida interior seextienda como crestas de olas sobre un mbito nacional o internacional ms amplio.Weimar no constituye ningn contraejemplo, porque precisamente esta significacinsuya estaba ligada a personalidades particulares y muri con ellas, mientras que lagran ciudad se caracteriza precisamente por su esencial independencia incluso de laspersonalidades particulares ms significativas; tal es la contraimagen y el precio de laindependencia que el individuo particular disfruta en su interior.

    La esencia ms significativa de la gran ciudad reside en este tamao funcional msall de sus fronteras fsicas: y esta virtualidad ejerce de nuevo un efecto retroactivoy da a su vida peso, importancia, responsabilidad. As como un hombre no finalizacon las fronteras de su cuerpo o del mbito al que hace frente inmediatamente consu actividad, sino con la suma de efectos que se extienden espacial y temporalmente

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    a partir de l, as tambin una ciudad existe ante todo a partir de la globalidad de losefectos que alcanzan desde su interior ms all de su inmediatez. Este es su contornoreal, en el que se expresa su ser.

    Esto ya indica que hay que entender la libertad individual el miembro complemen-tador lgico e histrico de tal amplitud, no en sentido negativo, como mera libertadde movimiento y supresin de prejuicios y estrechez de miras; lo esencial en ella es,en efecto, que la especificidad e incomparabilidad que en definitiva posee toda natu-raleza en algn lugar, se exprese en la configuracin de la vida. Que sigamos las leyesde la propia naturaleza (y esto es, en efecto, la libertad), se torna entonces por vezprimera, para nosotros y para otros, completamente visible y convincente cuandolas exteriorizaciones de esta naturaleza tambin se diferencian de aquellas otras; antetodo nuestra intransformabilidad en otros demuestra que nuestro tipo de existenciano nos es impuesto por otros.

    Las ciudades son en primer lugar las sedes de la ms elevada divisin del trabajo eco-nmica; producen en su marco fenmenos tan extremos como en Pars la beneficio-sa profesin del Quatorzim: personas, reconocibles por un letrero en sus viviendas,que se preparan a la hora de la comida con las vestimentas adecuadas para ser rpi-damente invitadas all donde en sociedad se encuentran 13 a la mesa. Exactamenteen la medida de su extensin, ofrece la ciudad cada vez ms las condiciones decisivasde la divisin del trabajo: un crculo que en virtud de su tamao es capaz de absor-ber una pluralidad altamente variada de prestaciones, mientras que al mismo tiem-po la aglomeracin de individuos y su lucha por el comprador obliga al individuoparticular a una especializacin de la prestacin en la que no pueda ser suplantadofcilmente por otro.

    Lo decisivo es el hecho de que la vida de la ciudad ha transformado la lucha con lanaturaleza para la adquisicin de alimento en una lucha por los hombres, el hechode que la ganancia no la procura aqu la naturaleza, sino el hombre. Pues aqu noslo fluye la fuente precisamente aludida de la especializacin, sino la ms profun-da: el que ofrece debe buscar provocar en el cortejado necesidades siempre nuevasy especficas. La necesidad de especializar la presentacin para encontrar una fuen-te de ganancia todava no agotada, una funcin no fcilmente sustituible, exige ladiferenciacin, refinamiento y enriquecimiento de las necesidades del pblico, queevidentemente deben conducir a crecientes diferencias personales en el interior deeste pblico.

    Y esto conduce a la individualizacin espiritual en sentido estricto de los atributosanmicos, a la que la ciudad da ocasin en relacin a su tamao. Una serie de causassaltan a la vista. En primer lugar, la dificultad para hacer valer la propia personalidaden la dimensin de la vida urbana. All donde el crecimiento cuantitativo de signi-ficacin y energa llega a su lmite, se acude a la singularidad cualitativa para as,por estimulacin de la sensibilidad de la diferencia, ganar por s, de algn modo, laconsciencia del crculo social: lo que entonces conduce finalmente a las rarezas mstendenciosas, a las extravagancias especficamente urbanitas del ser especial, del ca-pricho, del preciosismo, cuyo sentido ya no reside en modo alguno en los contenidosde tales conductas, sino slo en su forma de ser diferente, de destacar-se y, de estemodo, hacerse notar; para muchas naturalezas, al fin y al cabo, el nico medio, porel rodeo sobre la consciencia del otro, de salvar para s alguna autoestimacin y laconsciencia de ocupar un sitio. En el mismo sentido acta un momento insignifican-te, pero cuyos efectos son bien perceptibles: la brevedad y rareza de los contactos queson concedidos a cada individuo particular con el otro (en comparacin con el trficode la pequea ciudad). Pues en virtud de esta brevedad y rareza surge la tentacin dedarse uno mismo acentuado, compacto, lo ms caractersticamente posible, extraor-dinariamente mucho ms cercano que all donde un reunirse frecuente y prolongadoproporciona ya en el otro una imagen inequvoca de la personalidad.

    Sin embargo, la razn ms profunda a partir de la que precisamente la gran ciudadsupone el impulso hacia la existencia personal ms individual (lo mismo da si siem-pre con derecho y si siempre con xito) me parece sta: el desarrollo de las culturasmodernas se caracteriza por la preponderancia de aquello que puede denominarse elespritu objetivo sobre el subjetivo; esto es, tanto en el lenguaje como en el derecho,tanto en las tcnicas de produccin como en el arte, tanto en la ciencia como en losobjetos del entorno cotidiano, est materializada en suma de espritu cuyo acrecen-tamiento diario sigue el desarrollo espiritual del sujeto slo muy incompletamente ya una distancia cada vez mayor. Si, por ejemplo, abarcamos de una ojeada la enormecultura que desde hace cientos de aos se ha materializado en cosas y conocimientos,en instituciones y en comodidades, y comparamos con esto el progreso cultural delos individuos en el mismo tiempo (por los menos en las posiciones ms elevadas), semuestra entonces una alarmante diferencia de crecimiento entre ambos, es ms, enalgunos puntos se muestra ms bien un retroceso de la cultura del individuo en re-

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    lacin a la espiritualidad, afectividad, idealismo. Esta discrepancia es, en lo esencial,el resultado de la creciente divisin del trabajo; pues tal divisin del trabajo requieredel individuo particular una realizacin cada vez ms unilateral, cuyo mximo creci-miento hace atrofiarse bastante a menudo su personalidad en su totalidad. En cual-quier caso, frente a la proliferacin de la cultura objetiva, el individuo ha crecido me-nos y menos. Quiz menos conscientemente que en la praxis y en los oscuros senti-mientos globales que producen de ella, se ha reducido a una quantit ngligeable, a unapartcula de polvo frente a una enorme organizacin de cosas y procesos que poco apoco le quitan de entre las manos todos los progresos, espiritualidades, valores y quea partir de la forma de la vida subjetiva pasan a la de una vida puramente objetiva.

    Se requiere slo la indicacin de que las grandes ciudades son autnticos escenariosde esta cultura que crece por encima de todo lo personal. Aqu se ofrece, en construc-ciones y en centros docentes, en las maravillas y comodidades de las tcnicas quevencen al espacio, en las formaciones de la vida comunitaria y en las institucionesvisibles del estado, una abundancia tan avasalladora de espritu cristalizado, que se hatornado impersonal, que la personalidad, por as decirlo, no puede sostenerse frentea ello. Por una parte, la vida se le hace infinitamente ms fcil, en tanto que se leofrecen desde todos los lados estmulos, intereses, rellenos de tiempo y conscienciaque le portan como en una corriente en la que apenas necesita de movimientos na-tatorios propios. Pero por otra parte, la vida se compone cada vez ms y ms de estoscontenidos y ofrecimientos impersonales, los cuales quieren eliminar las coloracio-nes e incomparabilidades autnticamente personales; de modo que para que esto mspersonal se salve, se debe movilizar un mximo de especificidad y peculiaridad, sedebe exagerar esto para ser tambin por s misma, aunque slo sea mnimamente. Laatrofia de la cultura individual por la hipertrofia de la cultura objetiva es un motivodel furioso odio que los predicadores del ms extremo individualismo, Nietzsche elprimero, dispensan a las grandes ciudades; por lo que precisamente son amados tanapasionadamente en las grandes ciudades, y justamente aparecen a los ojos de losurbanitas como los heraldos y salvadores de su insatisfechsimo deseo.

    En la medida en que se pregunta por la posicin histrica de estas dos formas del in-dividualismo que son alimentadas por las relaciones cuantitativas de la gran ciudad:la independencia personal y la formacin de singularidad personal, en esta medida,la gran ciudad alcanza un valor completamente nuevo en la historia mundial delespritu. El siglo XVIII encontr al individuo sometido a violentas ataduras de tipopoltico y agrario, gremial y religioso, que se haban vuelto completamente sin sen-tido; restricciones que imponan a los hombres a la fuerza, por as decirlo, en formaantinatural y desigualdades ampliamente injustas. En esta situacin surgi la llama-da a la libertad y a la igualdad: la creencia en la plena libertad de movimiento delindividuo en todas las relaciones sociales y espirituales, que aparecera sin prdidade tiempo en todo corazn humano noble tal y como la naturaleza la ha colocadoen cada uno, y a la que la sociedad y la historia slo haban deformado. Junto a esteideal del liberalismo creci en el siglo XIX, gracias al romanticismo y a Goethe, poruna parte, y a la divisin del trabajo, por otra, lo siguiente: los individuos liberadosde las ataduras histricas se queran tambin diferenciar los unos de los otros. El por-tador del valor "hombre" no es ya el "hombre general" en cada individuo particular,sino que precisamente unicidad e intransformabilidad son ahora los portadores desu valor. En la lucha y en los cambiantes entrelazamientos de estos dos modos dedeterminar para el sujeto su papel en el interior de la totalidad, transcurre tanto lahistoria externa como la interna de nuestro tiempo.

    Es funcin de las grandes ciudades proveer el lugar para la lucha y el intento de uni-ficacin de ambos, en tanto que sus peculiares condiciones se nos han manifestadocomo ocasiones y estmulos para el desarrollo de ambos. Con esto alcanzan un fruc-tfero lugar, completamente nico, de significaciones incalculables, en el desarrollode la existencia anmica; se revelan como una de aquellas grandes figuras histricasen las que las corrientes contrapuestas y abarcadoras de la vida se encuentran y de-senvuelven con los mismos derechos. Pero en esta medida, ya nos resulten simpticaso antipticas sus manifestaciones particulares, se salen fuera de la esfera que convie-ne a la actitud del juez frente a nosotros. En tanto que tales fuerzas han quedadoadheridas tanto en la raz como en la cresta de toda vida histrica, a la que nosotrospertenecemos en la efmera existencia de una clula, en esta medida, nuestra tareano es acusar o perdonar, sino tan slo comprender. *

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    * El contenido de este ensayo, por su misma naturaleza, no se remonta a una lite-ratura aducible. La fundamentacin y explicacin de sus principales pensamientoshistrico-culturales est dada en mi Philosophie des Geldes.

    Actividad

    Haced la narracin de un espacio urbano cotidiano, utilizando el modelo que se men-ciona en el libro de Perec, Especies de espacios, de ejercicios de observacin del captulosobre la calle.

  • FUOC P07/80053/00041 23 Historia de las ciudades

    2. Formas de la urbe

    2.1. Metrpolis

    La metrpolis es la forma general que asume el proceso de racionalizacinde las relaciones sociales en la fase moderna y que puede enclavarse en laexpansin capitalista que acompaa al siglo XX. Como forma cultural de lamodernidad, ha sido materia de anlisis para muchos pensadores de este siglo.De esta modernidad entendida como la realizacin de una trada de procesos:industrializacin, burocratizacin y politizacin.

    Se considera que uno de los textos pioneros en el anlisis de las urbes moder-nas es el de la conferencia de 1903, arriba mencionada, que dict Simmel bajoel nombre de "Las grandes ciudades y la vida del espritu". Tanto Park comoWirth coinciden en situarlo como texto fundador de las investigaciones urba-nas de la Escuela de Chicago, por ejemplo. De Park debe constatarse que des-pus de abandonar el periodismo para decantarse por los incipientes estudiossociolgicos urbanos estuvo en los cursos de Simmel en la Humboldt Univer-sitat de Berln, durante el curso de 1899-1900, e inspir, sin duda alguna, sustrabajos sobre el extranjero en la ciudad de Chicago que han influido extraor-dinariamente en las subsecuentes indagaciones sobre grupos urbanos, perso-najes anmicos y marginales y guetos en las ciudades.

    De esta manera, en otro texto simmeliano que analiza la sociologa del espacio, se dice quela ciudad "no es una entidad espacial con consecuencias sociolgicas, sino una entidadsociolgica que est constituida espacialmente" (Simmel, 1977: 137). En efecto, la cone-xin ms clara se da a partir sobre todo del captulo final del libro sobre el dinero, en elque Simmel analiza con exquisita agudeza el estilodevidamoderno.

    La metrpolis, forma en la que suele traducirse la nocin de granciudadco-moformamodernadelaurbanizacin y que aqu empleamos, es el "asien-to de la economa monetaria" y es la forma general que asume el proceso deracionalizacin de las relaciones sociales que constituyen, asimismo, la evolu-cin de las formas de produccin.

    En consecuencia, la metrpolis expresa una intelectualizacin de la vidafrente al reto de preservar la vida subjetiva del individuo ante los nuevosaspectos cualitativos y cuantitativos de la realidad urbana.

    Este proceso de interiorizacin de la economa como patrn de las relacioneshumanas est en el origen de la actitud hastiada que caracteriza a la metrpolisde la que escriben Baudelaire y Benjamin. Es lo que Simmel apunta al referirse

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    a la indolencia "como el embotamiento frente a las diferencias de las cosas",que aparecen como uniformemente opacas, grises, devaluadas, equilibradasuniformemente con el dinero como fiel de la balanza.

    "La actitud de los urbanitas entre s puede caracterizarse desde una perspectiva formalcomo de reserva (...) S, si no me equivoco, la cara interior de esta reserva externa no esslo la indiferencia, sino, con ms frecuencia de la que somos conscientes, una silenciosaaversin, una extranjera y repulsin mutua." (Simmel, 2001: 253).

    Para Simmel, el mayor problema de la vida moderna deriva de la exigencia porparte del individuo de mantener la autonoma y la individualidad de su propiaexistencia contra el sistema opresivo de las fuerzas sociales, de las tradicioneshistricas, de la cultura externa y del aspecto tecnolgico de la existencia.

    En este sentido, la base psicolgica del tipo de personalidad propia de la socie-dad metropolitana consiste en la intensificacin de toda clase de estimulacio-nes nerviosas producidas por los vertiginosos cambios de estmulos internosy externos. De esta manera, el metropolitano es un ser selectivo cuyo tonopsicolgico es estimulado por la diferencia entre una impresin momentneay aquella otra que la ha precedido.

    El individuo de la urbe, el urbanita, puede ser visto como un nmada. Enmovimiento perpetuo, obligado a transcurrir, a transbordar la ciudad, a hacertiempo en correspondencias entre todos los fragmentos de universos pequeosque se tocan, que se enciman, que se penetran mutuamente: bajo el signo deCan, est obligado a fundar el territorio a su paso, a crear la urbe en la ciudad,a urbanizar la vida.

    La vida metropolitana resume lo que Baudelaire vea como tpico de lamodernidad: lo transitorio, lo fugitivo y lo contingente.

    Si lo planteamos esquemticamente, diremos que las impresiones duraderas,las impresiones que difieren slo ligeramente unas de otras, y las impresionesconformadas regular y habitualmente, afectan a la conciencia menos que elrpido amontonarse de imgenes y la discontinuidad, que son, stas s, con-diciones psicolgicas especficamente creadas por la metrpolis.

    La metrpolis conecta de esta manera con su vocacin de cosmopolitismo. Lavida urbana se transforma de una manera vital y reclama situaciones decisivascomo el hecho de que la vida interior se extienda sobre mbitos nacionaleso internacionales cada vez ms amplios: as como la persona no termina enlas fronteras de su cuerpo o del mbito de su actividad, una ciudad existe antetodo como la suma de sus efectos espaciotemporales.

    Bibliografa

    Para una lectura adicionalde Baudelaire, se recomien-da el libro El pintor de la vidamoderna, y especialmente lostextos sobre la modernidad,el dandi, el elogio del maqui-llaje y el militar.

  • FUOC P07/80053/00041 25 Historia de las ciudades

    Resulta inevitable esbozar una sonrisa ladeada y socarrona al contrastarestas aejas puntualizaciones simmelianas con la cacareada novedad delo que denominamos globalizacin, que ha campeado por terrenos aca-dmicos como novedad y hasta convertirse en otra versin del pensa-miento nico.

    2.2. Ciudad panorama / ciudad museo

    Si lo terico es lo visual (theorein), la ciudad-panorama es un simulacro te-rico que existe al olvidar las prcticas a ras de suelo y los andares paso a pa-so. De esta manera, abajo viven los practicantes de la ciudad: los errantesocaminantes (marcheurs, Wandersmnners), paseantes "cuyo cuerpo obedece atrazos gruesos y finos (caligrafa) de un texto urbano" que "escribensinpoderleerlo", como explica Certeau.

    En efecto, la bsqueda de una manera de representacin area de los lugaressiempre va enlazada con una teora, con un panorama, con un horizonte. Afinal de cuentas, las tres palabras aluden ms o menos a lo mismo: orei, "loque hace visible las cosas". De esta manera, para decirlo de paso, la teora esuna metfora eminentemente visual que ha perdido su poder evocativo parapasar a designar cualquier cosa, menos la mirada y su eje de realizacin.

    Todas estas redes de escritura y textos componen una historia mltiple, sinautor ni espectador, formada por trayectorias y alteraciones de espacios: unahistoria interminable. Las prcticas del espacio son las maneras de hacer, sonlas operaciones con otra espacialidad que no es una geomtrica o geogrficade construcciones visuales, tericas o panpticas. Son prcticasantropolgi-casdelespacio (con el sello de Merleau-Ponty, quien distingue entre espaciogeomtrico y espacio existencial o antropolgico), poticas y mticas que seinscriben en una ciudad opaca y ciega, trashumante o metafrica. Leed denuevo a Certeau:

    "La vista en perspectiva y la vista en prospectiva constituyen la doble proyeccin de unpasado opaco y de un futuro incierto en una superficie que puede tratarse (...). Planificarla ciudad es, a la vez, pensarlapluralidad misma de lo real y darefectividad a estepensamiento de lo plural; es conocer y poder articular." (Certeau, 2000: 142-143).

    El lenguaje del poder juega a los buenos modales y se pone piel de corderoy mirada lnguida: se urbaniza. Sin embargo, la ciudad sigue bullendo fueradel panptico y su ilusin de dominio. Bajo el discurso ideolgico petrificanteproliferan los ardides annimos imposibles de manejar. Una esperanza estaren la sospecha de que las ciudades se deterioran al mismo tiempo que losprocedimientos que las han organizado. La ciudad-concepto se desmorona. Noobstante, alegremente, puesto que ninguno de los cambios que tanto aterrana los urbanistas es nocivo totalmente.

  • FUOC P07/80053/00041 26 Historia de las ciudades

    Como colofn, diremos que de la ciudad-panorama se pasa a la ciudad-con-cepto, creada por el discurso utpico y urbanstico y que est definida por unatriple operacin que la estructura:

    la produccin de unespaciopropio (una ciudad congelada para diseccio-narla);

    las resistencias son sustituidas con un notiempo, o sistema sincrnico(una ciudad con identidad intemporal); y

    la creacin de unsujetouniversal y annimo que es la urbe misma: laciudad.

    En suma, una triple congelacin: espacio, tiempo, hombre; categoras de unamodernidad que, a pesar de todas las vociferaciones posmodernas y sus acli-tos, siguen siendo visualizadas como ejes de discusin.

    2.3. De la metrpolis a la metpolis

    La urbanizacin ha recibido la presin combinada del crecimiento demogr-fico y de la emigracin rural, y se ha acelerado a partir de los aos cincuentaen casi todo el planeta. Este crecimiento de grandes aglomeraciones urbanasplantea problemas polticos, sociales y culturales cada vez ms importantes.

    La urbanizacin metropolitana no es imputable exclusivamente a un sistemapoltico y econmico particularmente centralizado, ni a una historia especficaeurocntrica u "occidentalizada", como mienten quienes siguen viendo mun-dos de distinto orden. Es un proceso similar en todo el planeta: una metropo-lizacin simultnea a la urbanizacin ms clsica, alimentada en parte con lamigracin (rural o desde las pequeas ciudades) y concretada en la extensiny densificacin de grandes ciudades. Las grandes urbes, las metrpolis.

    Desde siempre, las ciudades han sido polos de acumulacin y de concentra-cin de riqueza. Las metrpolis no escapan a esta dinmica, sino que la po-tencializan. Se desarrollan bajo el signo del dinero, como lo plantea brillan-temente Simmel en su Filosofa del Dinero: el dinero se convierte en el valorde cambio absoluto y se congela al mximo hasta depositarse como la reser-va en oro que sostiene las economas de los pases. En efecto, las metrpolisconcentran de manera creciente las actividades estratgicas, identificadas porfunciones (informacin, investigacin, I+D, comercio) y en sectores de activi-dad (prensa y editoriales, universitario, administracin pblica) y de las pro-fesiones, especialmente las liberales (ingeniera y arquitectura, derecho, medi-cina, psicologa, etc.).

  • FUOC P07/80053/00041 27 Historia de las ciudades

    La metropolizacin no consiste slo en dinmicas "fsicas": son tambin din-micas sociales y econmicas que atraen hacia las ciudades a las categoras so-ciales ms influyentes y ms cualificadas. Asimismo, este proceso se distinguepor las diferenciaciones socioespaciales: por una parte, segregaciones y exclu-siones por medio de guetos; por otra, un aburguesamiento y gentrificacin.

    Con gentrificacin aludimos al recambio de la poblacin de un rea me-diante la introduccin de grupos sociales "superiores", atrados por in-tervenciones de recuperacin, tanto inmobiliaria como urbana, de al-gunas zonas de la ciudad (en Barcelona, pondramos por caso CiutatVella, el Raval, la calle Aviny, el Borne, etc., zonas de moda y lo mscool en la actualidad).

    La dinmica de segregacin en dos vas lleva a una periferizacin de las cate-goras sociales de empleados y tcnicos y a una homogeneizacin social de losbarrios intermedios. En los grandes centros urbanos se percibe el crecimien-to de una poblacin de solteros y solteras, de parejas jvenes, de estudiantes.Como es de esperar, este habitamiento distintivo produce la emergencia deactividades apropiadas a esta nueva masa de poblacin: bares y restaurantes,tiendas de moda, cafeteras y bares "de diseo", salas de msica y conciertos,discotecas.

    Sin embargo, podramos hacer una observacin acerca del proceso de gentrifi-cacin tal y como se vena dando en los dos extremos del Atlntico (aunqueahora se manifieste una orientacin muy parecida). A diferencia de la tenden-cia europea a reocupar los centros de las ciudades con lo ms vanguardista ycotizado, en las ciudades del continente americano el hbitat suburbano estsocialmente ms valorizado: los suburbios son ms atractivos y se produce un

  • FUOC P07/80053/00041 28 Historia de las ciudades

    auge vertiginoso de ciudades cerradas o cotos, guetosresidenciales: cercadospor altos muros, con vigilancia en las puertas de acceso y como pequeas islasde bienestar y alto nivel de vida.

    La metrpolis se ha visto con diferentes rostros a lo largo del siglo.

    Con dominiourbano, sin lugares, como una red simple de interconexio-nes compuesta por transportes visibles y de redes de comunicacin invi-sibles, y con una socialidad fundada ya no en la proximidad, sino en elmovimiento.

    Con conurbaciones que apuntan hacia la megalpolis, y es el caso de ciu-dades como Caracas, So Paulo, Ciudad de Mxico, Guadalajara o NuevaYork.

    Como ciudadessincentro, entendidas como regiones con distintos cen-tros simblicos: histrico, cultural, econmico, industrial, etc.

    Como exurbis , edge-city , ciudadporosa, telpolis, ciudadcollage, ciudadglobal,ciberciudad, etc., y todas las categoras experticiales (eintiles, a decir verdad) que se nos ocurran en los prximos sesenta mi-nutos.

    La metpolis probablemente tiene el mrito de inscribir en su filiacin a lametrpolis y a la megalpolis. En sentido estricto, pueden definirse como elconjunto de espacios en el que se integran, en el funcionamiento cotidiano,toda clase de actividades econmicas, territorios y habitantes. Los espacios quela conforman son profundamente heterogneos y no necesariamente conti-guos. Sera, en trminos urbansticos, lo equivalente a la heterotopa foucal-tiana.

    Se forman a partir de diferentes metrpolis preexistentes: policentradas, mso menos aglomeradas y dispersas, heterogneas, polarizadas y segmentadas,densas. Siguen dinmicas de crecimiento radiocntricas o lineales o, incluso,metastsicas, en funcin de la absorcin de territorio que les es posible. Urba-nizan el espacio, espacializan los lugares, como dira Certeau.

    Esbozar una nocin como la de metpolis nos permite afrontar el futuro de lasciudades que ya son un presente en las zonas conurbadas. Puede reflexionarseacerca de la paulatina concentracin de gente y actividades en pocos espacioscada vez ms enormes. Sera la lgica que permite entender la desaparicin deciudades y poblaciones pequeas en una densificacin tumultuosa que correel riesgo de explotar o asfixiar progresivamente a las metpolis. Sin embargo,cada progreso de las tecnologas de la comunicacin y del transporte las reac-

  • FUOC P07/80053/00041 29 Historia de las ciudades

    tivan y cada nueva dinmica urbana incrementa la brecha y la disparidad en-tre las ciudades. Al fin y al cabo, la tendencia parece ir hacia la creacin deuna docena de gigantescas ciudades diseminadas por el planeta.

    No se trata de un evolucionismo simplista afirmar que el desarrollo de los in-tercambios y el desarrollo de las ciudades estn correlacionados. Las dinmicasurbanas aparecen vinculadas a la evolucin de las modalidades de tecnologasde intercambio y comunicacin. Es decir, a los medios de comunicacin, dedistribucin de actividades, de conservacin y de transporte de bienes y deinformaciones.

    De esta manera, las primeras ciudades han estado vinculadas a la escritura, entanto que tcnica primaria de comunicacin, conservacin y desplazamientode la informacin. El desarrollo de las nuevas formas de urbanizacin ha idode la mano del progreso tcnico de las comunicaciones: de la escritura a latelemtica, pasando por el papiro, el papel, la imprenta, el telgrafo, la radio yla televisin; de las tcnicas de conservacinydeacumulacin: las tcnicasagrcolas y agroalimentarias como pilares de la urbanizacin; de las informa-ciones: del papiro y el papel al CD-ROM; de las riquezas: desde las piedras ylos intercambios hasta la moneda y el dinero electrnico.

    Para resumir: metropolizacin y metpolis constituyen un marco deanlisis en el que pueden incluirse fuerzas econmicas, sociales, polti-cas y culturales. Permite el juego de problematizacin de esta retricaeconomicista que impera con discurso global y nico para explicar lasdesigualdades en el desarrollo de las urbes contemporneas.

    2.4. Cartografiar o narrar

    Certeau parte del anlisis de las descripciones que realizan los ocupantes deapartamentos en Nueva York que hicieron Linde y Labov hacia 1975. Ellosreconocan dos tipos de descripciones, que denominaban map (mapa) y tour(recorrido). En el primer caso, el modelo es del tipo siguiente: "Al lado dela cocina, est la recmara de las nias". En el segundo tipo: "Das vuelta a laderecha y entras en la sala de estar".

    Una oscilacin entre la situacin y la trayectoria. Una oscilacin que fluctaentre los extremos de una alternativa: o bien ver (el mirn que se inserta enel orden de los lugares), o bien ir (el paseante que se vuelca en acciones espa-cializantes). En suma, una fluctuacin que o bien presenta cuadros y mapascon un contenido, o bien organiza movimientos, trayectorias, recorridos coninstrucciones de marcha.

  • FUOC P07/80053/00041 30 Historia de las ciudades

    El caso es que se hallan implicados dos lenguajes simblicos y antropolgicosdel espacio y, al parecer, se pasa de uno al otro, de la cultura ordinaria al dis-curso cientfico. En el discurso diario, las narraciones de recorrido estn pun-teadas por giros de tipo mapa que tienen varias funciones, a saber:

    indicar un efecto obtenido mediante el recorrido ("al pasar por all, ves...");

    sealar un dato postulable como lmite ("...que hay una pared...");

    establecer su posibilidad ("...pero tambin hay una puerta...");

    o plantear una obligacin ("...aunque es de un solo sentido...").

    El caso es que la cadena de operaciones espacializantes parece marcada conreferencias a lo que produce, lugares, o a lo que implica, un orden local. Noresulta extrao, por lo mismo, que los relatos cotidianos estn imbricados deesta manera pero que hayan sido disociados a lo largo del tiempo entre lasrepresentaciones literarias y cientficas del espacio. Literatura y teora urbana,novela e historia de vida, ficcin y testimonio, invencin y memorias, y msdicotomas aejas.

    Certeau hace una bella observacin cuando evoca que en Atenas siguen lla-mando al transporte pblico con su antiguo nombre: metaphorai. De esta ma-nera, todo el mundo se monta en metforas todo el da para ir de un sitioa otro. Y hace ver que los relatos urbanos podran ser denominados de igualmanera, con toda la justicia etimolgica posible.

    Podra creerse de verdad que las metforas pueblan hasta los dichos ms ruti-narios triviales y modestos de los hombres ordinarios, y que todo el lenguajeest sumergido en la marea de los sentidos. Se vera la estrecha relacin entrelas prcticas de decir y de caminar, y podra vislumbrarse que el trnsito entrelugares puede seguir una de tres modalidades:

    a) epistmica, de conocimiento: "Aqu no es la plaza Nosferatu";

    b) altica, de existencia: "El infierno es un lugar imposible de encontrar"; y

    c) deontolgica, de obligacin: "De aqu tienes que salir a como d lugar".

  • FUOC P07/80053/00041 31 Historia de las ciudades

    Abundando ms sobre elmapa, Certeau seala que la forma geogrfica actualdel mapa aparece en el intervalo de nacimiento del discurso cientfico moder-no (del siglo XV al XVII), y se libra de los itinerarios que eran su condicin deposibilidad en cartas anteriores.

    En los mapas medievales se consignaban ante todo los trazos rectilneosde recorridos como indicaciones performativas de los peregrinajes, conla sealizacin de las etapas que haba que seguir en trminos de ciuda-des: dnde dormir, rezar, comer, alojarse, etc., y tambin las distanciasmedidas en horas y das de camino.

    Eran autnticos memoranda prescriptivos de acciones, de recorridos que habaque seguir, en los que domina el recorrido que deber hacerse. De hecho, en

    condiciones habituales sigue dndose esta clase de cartografa de ruta9. O esque acaso nadie ha dibujado nunca en un papel cualquiera los datos para llegara una cita o para cumplir con un encargo?

    (9)Cartografa de ruta

    Bajad por el paseo de Gracia y girad a la izquierda por la calle X (que ya conocis), hastallegar frente a la iglesia. A la izquierda est la puerta. Subid cerca de cincuenta escalonespor una escalera estrecha y encontraris la puerta a la derecha. Entrad. Al final del pasillo,en la cocina, abrid el cajn ms bajo del armario de la despensa y, encima de las cajas decereales, encontraris la comida de la gata.

    Actividad

    Analizad las caractersticas del mbito metropolitano, averiguad en qu modelo de ciudadvivs y escribid un texto de medio folio explicando el porqu de vuestra seleccin.

  • FUOC P07/80053/00041 32 Historia de las ciudades

    3. Personajes liminares

    3.1. Transente o cartgrafo

    Dos maneras de mirar corresponden a dos distintos observadores del espa-cio. No es extrao entender que las proyecciones pblicas de un artista como

    Krzysztof Wodiczko10 creen a sus espectadores como participantes en el ritualde desvestir a los edificios y monumentos, para rerse del mito que los sostie-ne. Siendo los espectadores participantes ms que activos en el strip-tease dela cultura oficial, hibridan sus roles de mirn y de paseante de una maneraque Certeau celebrara.

    La corrupcin del fetichismo de los edificios como panpticos, alminares delcontrol especulativo y del capital inmoralmente gestado. Irona callejera: bo-fetada con guante blanco a usureros y especuladores, a autoridades corrupti-bles, y a la exquisita troupe-de-connaiseurs de la cultura urbana.

    En la tensin entre cartografiar o narrar el espacio de las ciudades, resalta latrayectoria que va gestando la ciudad con diferentes atributos: ciudad-pano-rama, ciudad-monumento, ciudad-concepto. Para el caso de la ciudad-pano-rama, conviene recordar que ejemplifica el espacio como juego de imgenespuestas ante todo para la contemplacin.

    Las ciudades disfrutables como teln de fondo de un entramado de activida-des que, cmo olvidarlo, excluyen y depositan en el extremo opuesto, el delespectador, a sus habitantes.

    Ciudades slo reconocibles en mapas y desde la velocidad del autobsturstico: ciudad de la consigna "mrame pero no me toques".

    Ved tambin

    En el mdulo 4 analizaremosalgunas de las propuestas ar-tsticas de Wodiczko, ganadordel Premio de Arte Hiroshimaen 1999.

    (10)

    Krzysztof Wodiczko

    Por su parte, la ciudad-monumento se ofrece a los espectadores como obrade arte regada por doquier. Ciudades al estilo de Florencia, Praga, Guanajuato,por citar algunas. En algunos sentidos, y en partes concretas de la ciudad,Barcelona podra acercarse a esta definicin de ciudad. Las quejas ms querecurrentes de los habitantes acerca de la plaga extenuante de guiris, de turistas,son bastante elocuentes.

    En el caso de la ciudad-concepto, la separacin entre mirones y caminantesde la ciudad se diversifica en relacin con el tipo de concepto asociado a laciudad: ciudad turstica, ciudad dormitorio, ciudad fbrica, ciudad de segun-das residencias, ciudad patrimonio de la humanidad, ciudad metrpoli, ciu-

    Florencia

  • FUOC P07/80053/00041 33 Historia de las ciudades

    dad de paso, etc. En cada caso, las prcticas de apropiacin del espacio urba-no seguirn sus propias tcticas y harn posible unas peculiares maneras devivirla, desde ojos mirones y desde pasos errantes.

    El nmero elevado de intentos de reordenacin, recuperacin y dems eufe-mismos con los que justifican la tarea de echar del lugar a quienes han ocu-pado el sitio, al lado de los congresos, reuniones, proyectos de investigacin,coloquios sobre el tema, tesis doctorales y similares, son ms que significati-vas de la interminable pugna entre el mirn y el errante que Certeau describepuntualmente.

    3.2. Viandante o narrador

    Con frecuencia, puede compararse al transente en su papel de paseante conel yuppie (acrnimo compuesto por las palabras young y professional: jovenprofesional). Este personaje metropolitano por excelencia, protagonista urba-no, tiene los medios para aprovechar la ciudad y vivirla al mximo. Si hacemoscaso a Amendola, tiene su antagonista:

    "Su opuesto es el yuffie, el fracasado metropolitano (la f est por failure, fracaso), que en ladura lucha por el xito ha sido engullido en la marginalidad fsica y social de la ciudad."(Amendola, 2000: 125).

    La diferencia entre las dos descripciones del espacio no implica una presenciao una ausencia de las prcticas de caminata. Es evidente que estn all, regadaspor todas partes. Ms bien, los mapas se constituyen como los lugares propiosen los que exponer los productos del conocimiento formando cuadros legi-bles.

    En cambio, los relatos de espacio exhiben airosamente las operaciones quehacen posible que los lugares propios sean triturados y revolcados por las ma-neras peculiares de usar estos lugares. De esta manera, los relatos cotidianoscuentan lo que se puede hacer y fabricar: desde una geografa preestablecidaextensible desde las recmaras en las que "nada puede hacerse", hasta las bo-degas y corrales que "sirven para todo". Los relatos cuentan lo posible: las fa-bricaciones del espacio.

    Los relatos estn animados por una contradiccin en la que figura la relacinexistente entre la frontera y el puente; es decir, entre un espacio (legtimo,cuadriculado por la ley de lo propio) y su exterioridad (extranjera, alienada,bizarra, transgresora). Sin embargo, como todo lmite situado mediante coor-denadas ms o menos claras, tambin es vnculo y articulacin: tambinespaso.

  • FUOC P07/80053/00041 34 Historia de las ciudades

    En efecto, all donde el mapa corta, regionaliza, nacionaliza, separa y localiza,el relato que le acompaa lo atraviesa. De este modo, la narracin es diegti-ca: instaura un camino y pasa a travs de su ruta. Es gua y transgresin, estopolgica (hecha con las deformaciones del espacio) y no tpica (lugares).

    El punto de quiebre de las narraciones es el punto ciego en el que la razn fallapara entrar en otra dimensin, la del accidente del tiempo: lo imprevisible.Eliminar lo imprevisto como algo ilegtimo, antinatural, excretado, irracional,es impedir la posibilidad de una prctica del espacio viva y mtica en la que laciudad es una fbula indeterminada, metafrica, indisciplinada.

    Los descriptores tipo recorrido de los mapas (el velero como indicacin delmar y la navegacin, la huella como la direccin de la caminata, la casa comoindicacin del alojamiento, etc.) van siendo borrados paulatinamente de losmapas. "Coloniza su espacio", dice Certeau, elimina las imgenes pictricas enprovecho de una planicie de lneas que abomina de la profundidad que danlos pictogram