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Año 0 No. 2. Diciembre • Los Rituales •

No. 2 "Los rituales"

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Porque las fiestas no son lo que parecen, el segundo número de nuestra revista celebra aquellos ritos cotidianos que no percatamos.

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• Los Rituales •

No. 2 Los rituales

Antonio Aldair Moreno (México, D.F., 1994). Fotógrafo. Egresado de Centro ADM. Actualmente trabaja sobre la serie fotográfica

Historias y noches, que trata sobre "los seres nocturnos de la ciudad". Éste a la vez engendra a Always young forever negatives donde retrata

"a una juventud que toma caminos del exceso glorioso", apunta que esto es precisamente lo que "hace lucir a una persona radiante".

Ha participado como fotógrafo en las fiestas más importantes de la ciudad, en las que destacan las organizadas por la revista Vice y

en el Hotel W. Ha retratado a íconos como Amanda Lepore y Kimm Ann Foxmann. Es propietario del fanpage

https://www.facebook.com/historiasynoches, del twitter @historiasynoches y de la página homónima en instagram. Sin embargo, lo

puedes encontrar en "las fiestas más underground del D.F.", asegura.

No. 2, diciembre 2013

Año 0

Director General: Tonatiuh Chan

Directora Creativa: Karina Zavaleta

Redacción: Eva Núñez

Edición: Karina Zavaleta y Tonatiuh Chan.

Diseño Original: Bárbara Castañeda

Ilustraciones: Denisse Ruiz

Fotografías: Óscar Isaac Ríos

Antonio Aldair Moreno

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Consejo editorial (en orden alfabético):

Estefanía Iraís Jiménez Salinas

Karina Zavaleta Huitrón

Óscar Isaac Ríos Mena y Sánchez

Tonatiuh Chan Higareda

La responsabilidad de los textos publica-

dos en Morbífica recae exclusivamente

en sus autores, y su contenido no refleja

necesariamente el criterio del consejo

editorial.

www.revmorbifica.com

Agradecemos la colaboración

en este número a:

Alberto Uscanga

Antonio Moreno

Fernando Colín

Isaac Ríos

Carmen Muñiz

Alejandro Toledo

Corina González

Denisse Ruiz

Y a los organizadores

de la FIRPPI

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Editorial

CuentoDías de luto/ Fernando Colín

PoesíaS/T por Corina González

Yuh Quimati NoyolloFIRPPI: Feria Interactiva de Revistasy Publicaciones Periódicas Independientes/Óscar Ríos

Primus Inter ParisAlicia en la playa/ Alejandro Toledo

Del ReseñarioCuatro escritores ritualesde Alberto Ruy Sánchez/ Carmen Muñiz

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•Contenido•

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•Editorial•

Muy lejos estamos ya de los rituales medievales, aunque, sin

saberlo, todavía realizamos acciones diariamente que bien

podrían formar parte de uno. Nuestras creencias salen a flote

día a día posicionando una veneración que raya en lo absurdo,

en el comportamiento compulsivo. La adoración a las cosas

más insignificantes son la letanía diaria de la

contemporaneidad; por eso en este número, Morbífica decide

dedicarle un espacio a aquellas ceremonias que para muchos de

nosotros no tendrían sentido, pero para los escritores y sus

personajes son dignos de un culto. Créannos, lector, que

después de terminar esta edición, usted mirará todo con una

espeluznante ceremonidad.

Fernando Colín en su cuento “Días de luto” nos echa en

cara lo banal del ritual de mirarse frente al espejo; Corina

González y su poema nos remite a un rito para obtener el

amor. Por otra parte, el cuento “Alicia en la playa” del escritor

Alejandro Toledo nos lleva a una ceremonia de encuentros que

no son lo que parecen. El equipo de Morbífica presenta un

fotorreportaje de la Feria Interactiva de Revistas y Publicaciones

Periódicas independietes (FIRPPI) que se realizó este pasado 30 de

noviembre y en el cual la revista tuvo participación. Para

finalizar, la reseña al libro Cuatro escritores rituales nos

aclarará qué hay de cierto en el proceso de un escritor antes de

la primera palabra.

Con este número demostramos que la literatura no está

excenta de los ritos más extraños, porque ella es en sí misma es

una ceremonia digna de reverencias.

Los editores

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•Cuento•

Días de LutoPor Fernando Colín

Si he de llegar al infierno será a causa del pecado de la vanidad.

Me declaro culpable en todos los sentidos, pero, ¡vamos!,

cualquier mujer que posea los mismos atributos que yo, debe

saber que está condenada a incurrir en esta falta, y eso que no me

hallo lejos de los cuarenta.

Mi madre envidió mi belleza desde siempre, mi padre no

paraba de alardear con sus amistades mis encantos y un alto

porcentaje de mis parejas sentimentales enloqueció a causa de los

celos. Era natural que yo viera mi agraciado físico más como una

virtud que como un vicio. No me explico entonces qué

demonios pasó aquel día en el probador de damas.

Como todos los días, me levanté a las siete de la mañana a

ejercitarme, para los hombres es imposible no lanzarme una

mirada atrevida, a pesar de estar acompañados de sus parejas. Yo

no soy tonta y noto lo mismo que ellos, así que se me ha vuelto

rutina. Mientras caminaba por la calle, miraba mi reflejo en todos

los autos, me detenía en cada puerta que tuviera cristal de espejo,

volteaba a verme a cada ventana para arquear mi espalda y

contemplar el contorno de mis senos, ahí estaban, redondos

todavía, la cintura seguía delgada y las caderas, anchas; con un

ligero movimiento de mi cuello acomodaba mi cabello del lado

que luciera más, y lanzaba un diminuto beso a cada uno de los

objetos obsesionados con reflejar mi hermosura.

Esa noche tenía una cena con un experimentado arquitecto que

estaba por presentar el más ambicioso de sus proyectos y que,

por supuesto, le dejaría grandes remuneraciones: tenía que

atraparlo. Me detuve en una tienda de ropa donde había quedado

encantada con la lencería que allí ofrecen. Vi un par de modelos

que seguramente le encantarían al arquitecto, los tomé y, de

camino al probador, no pude evitar reírme de dos niñas que eran

increíblemente obesas. Estoy segura de que me miraron con

envidia cuando las muy gordas pretendían probarse unos

horrendos vestidos. Hay una diferencia abismal entre sus cuerpos

y el mío; mientras ellas ganaban concursos de devorar

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•Cuento•hamburguesas en el menor tiempo posible, yo me coronaba

como la reina de belleza de mi ciudad. Entré al probador antes

que ellas, pues estaba segura de que perderían su tiempo. Se

asomó mi resplandeciente sonrisa cuando me percaté de que

estaba rodeada de cuatro enormes espejos. Podía mirar desde

todos los ángulos todo lo que el arquitecto tendría esta noche;

obvio, siempre y cuando estuviera dispuesto a pedirme

matrimonio en unas semanas. Así que me quité la ropa deportiva

y comenzó la función: ambos modelos me quedaron increíbles,

no paré de modelarlos durante más de quince minutos hasta que

una furiosa voz interrumpió mi espectáculo.

-¡Ya estoy harta de ti!, ¿no puedes dejar de mirarte en el espejo ni

una sola maldita vez? –Me dijo el reflejo que estaba delante de

mí-. -Estamos de acuerdo contigo, compañera, -dijeron las

otras tres- de hecho, hemos planeado empezar a ocultarnos.

En un principio me exalté, no creía lo que pasaba; después

comprendí lo que verdaderamente era preocupante:

-Ustedes no pueden hacer eso, necesitan de mí para existir, ¡qué

se han creído!

-No necesariamente –respondió la primera que me habló-. En

realidad nosotras venimos de tu alma, el hecho de que dejemos

de proyectarnos no quiere decir que dejemos de existir. Aquí el

problema es que estamos cansadas de que todos los días haces

esas ridículas poses de modelo frustrada, así que estoy con

ustedes, compañeras, dejemos de proyectarnos.

-¿Y qué será de ustedes?, ¿planean abandonarme? No pueden

reflejarse en alguien que no sea yo.

-Cualquier lugar es mejor que seguir habitando en tu patético ser

–me dijo la que se encontraba a mi derecha-, pero no nos iremos.

Estaremos aquí por el resto de tus días, nos reiremos mucho

cuando nos busques desesperadamente en cada espejo, en cada

ventana, en cada cristal, en cada río. Será muy divertido.

-¡Son unas malditas!

-Idénticas a ti –exclamó la imagen que se hallaba a mi izquierda-.

-¡Lárguense!- repliqué energúmena- Nunca necesité de nadie, ni

de mi envidiosa madre ni de mi celoso padre. Con este físico es

más que suficiente. Todos, ¿oyeron bien?, ¡TODOS-LOS-

HOMBRES-SE-MUEREN-POR-MÍ!

-Ruega porque no desees reflejarte en la mirada del arquitecto

algún día.

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•Cuento•-No te preocupes, compañera, a ella sólo

le importa amanecer con el gordo.

Y comenzaron a reírse nuevamente. Me

quedé atónita durante unos segundos

mientras veía cómo se desvanecían las

cuatro representaciones de mi persona.

Fue algo horrible. Salí del probador y las

niñas obesas ya no me miraban con

envidia, parecían tenerme lástima.

Abandoné la tienda e inmediatamente

dejé de verme en cualquier material

reflejante, algo así como lo que le pasa a

los vampiros. En la noche pude

arreglármelas para verme espléndida, el

arquitecto no paraba de babear cada que

me miraba, pero eso no importa en lo

absoluto. No volví a ser la misma desde

aquella tarde.

Llevo semanas sin poder mirar mi bello

rostro, es como si me faltara el aire. He

dejado de comer, ya no salgo a ninguna

parte, siento que me veo horrenda. A veces

extraño a mis padres, desearía que mi

egocentrismo no los hubiera alejado de mí.

Lo peor es que me siento incapaz de

controlar a algún hombre, nunca me había

sentido tan insegura delante de ellos, ¿de

qué me sirve vivir si no puedo contemplar

mi encanto? No tiene ningún sentido, estoy

robando oxígeno como los viejos y nadie

puede ayudarme, ni siquiera esta estúpida

sesión con ustedes a mi alrededor dándome

frases de apoyo. Es todo lo que tengo que

decir. Si me disculpan, tengo que volver a mi

casa, son días de luto, mi alma se ha quitado

la vida.

Fernando Colín Medina (México, D.F., 1992). Narrador. Estudiante de la licenciatura de Lengua y Literaturas Hispánicas en laFES Acatlán. Ganó en el periodo 2009-2010 el Concurso Interpreparatoriano de la ENP-UNAM en la modalidad de cuento.

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•Poesía•

PoemaPor Corina González

Te nombré ave,

te puse plumas,

te arropé en el viento.

Cada día pasa y mis apetitos

no sacio:

tienes un sabor suave y claro

el sabor de quien ha probado

mujer.Canto necia, canto cerca de ti y lo gozo.

Pertenezco a la naturaleza

que no perdona su propio pecado

que expía y acomete sus pasiones

con quien respira ilusionado.

Ana Laura Corina González Carranza (México, 1994). Estudiante de Literatura Dramatica y Teatro en la FFyL-UNAM. Escri-be poesia desde los 14 años.

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•Yuh Quimati Noyollo•

FIRPPI:Feria Interactiva de Revistas y Publicaciones PeriódicasIndependientes

Fotorreportaje por Óscar Ríos

Foto superiror, de izquierda a derecha: Olivia Schroeder, RP de

Revista Síncope; el escritor Antonio Calera, Cecilia Moreno; Julián

Woodside, periodista y crítico.

De izquierda a derecha: César Cortés

Vega, escritor y artista visual; el

escritor Felipe Soto Viterbo

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•Yuh Quimati Noyollo•

De izq. a dcha.: Jimena Gómez, editora y

coordinadora general de Revista Marvin;

Luis Miguel Pérez, editor general en Telecá-

pita y en Sopitas.com; Paola Palazón,

directora general de Time Out México

De izq. a dcha: Paola Palazon; Karina Zavaleta,

directora creativa de Revista Morbífica; Tonatiuh

Chan, director general de Revista Morbífica; Jimena

Gómez.

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•Yuh Quimati Noyollo•

Foto superior: Stand de Revista Morbífica

Foto a la derecha: Revista Expoesia Vi-

sual

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•Yuh Quimati Noyollo•

Foto inferior: Stand de la gaceta Pet-Rat

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•Yuh Quimati Noyollo•

Foto a la izquierda: Stand de Telecápita

Foto inferior: Stand de Latino Toons

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•Primus Inter Paris•

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Por Alejandro Toledo

—Nada como La Playa —dijo el chofer salmantino mientras

explicaba brevemente lo que era la noche en esa ciudad de tierra

adentro. El pasajero aisló la frase y así, fuera de su ámbito

natural, la encontró absurda y extraña: si convertía el pronombre

en verbo resultaba una orden, un consejo, había que nadar como

la playa lo hacía, con su vaivén, a su ritmo… Pero no se trataba

de eso: era agradable pensar que en ese momento podría ir al

mar y meterse en sus aguas e incluso ser como ellas, fundirse en

el oleaje, mas el mar estaba lejos y lo que ocurría era que entre

las opciones que ofrecía la vida nocturna de esta Salamanca no

española, sino mexicana y guanajuatense, el chofer sopesaba dos

sitios de nombre acuoso para recomendar a su pasajero: Los

Pantanos o La Playa, curiosa disyuntiva, y ese último le parecía el

lugar en donde, por lo menos así le ocurría a él, se sentiría más a

gusto: nada, pues, como La Playa.

—A La Playa iremos entonces —pidió el hombre, el pasajero,

que había llegado al mediodía para una serie de reuniones de

trabajo que continuarían a la mañana siguiente. Tenía varios

meses realizando ese viaje quincenal y comenzaba a apropiarse

de la historia de Salamanca, en el principio una ciudad hostil a la

que ahora creía entender un poco, acaso porque le recordaba

otra ciudad conocida por él, la de Tampico, a la que solían

llevarlo sus padres en la infancia durante las vacaciones de

verano, una ciudad también atada o crucificada por una refinería

petrolera. El olor a combustible era el mismo, y le penetraba

igual cuando pasaban en tranvía por la refinería de su niñez,

Alicia en La playa

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•Primus Inter Paris•

precisamente en camino hacia la playa, que ahora, cuatro décadas

más tarde, en esta noche de octubre en que era conducido a esa

Playa sin mar que era el antro salmantino.

Gloriosa e iluminada, imitando un poco en su silueta a la central

eléctrica de Battersea de Londres, a lo lejos gobernaba la

refinería. En su ascenso, las volutas de humo se perdían en la

oscuridad hasta convertirse en ese olor penetrante, ya propio de

la ciudad como una segunda piel, que acaso no se irá de aquí ni

siquiera cuando el país agote sus recursos petroleros. Le pareció

curioso el cruce de caminos, cómo las cosas, en él o para él,

habían comenzado a relacionarse. Una tarde, al abrir la ventana

para intentar refrescarse un poco, fue de pronto agredido por ese

aroma de la infancia que era el del petróleo quemado. Le habían

referido, pero hasta entonces lo sentía como un cuento ajeno,

cómo era que Salamanca de ser una tranquila ciudad del interior

se transformó por completo al convertirse en el espacio en

donde fue construido un moderno complejo petrolero, lo que

implicó la llegada del dinero y de la gente distinta, los que venían

de Ciudad Madero y Tampico (con costumbres, habla y

vestimenta diferentes, más abiertos en sus ropas y en sus

maneras), y otras metamorfosis que se irían manifestando al

correr de los años. Presumían los salmantinos un gran río, el

Lerma, cuyas orillas los fines de semana eran el sitio preferido de

las familias para el día de campo. Y en alguna parte del Lerma se

formaba un promontorio de arena conocido como “la playa”: se

nadaba hasta ahí y se descansaba, fingiendo que se estaba en el

mar. Quizá bautizaron al antro (al que era ahora conducido, en

esta noche última de octubre) en recuerdo de ese oasis perdido,

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•Primus Inter Paris•

esa extinta playa de río convertida por la memoria en un refugio

nocturno de buena o mala muerte.

Por eso prefirió ir a La Playa, porque le recordaba con el

nombre tanto a esas playas de la infancia con olor a chapopote

como a esa otra playa del Lerma perdida para la ciudad de

Salamanca

con la llegada de la refinería. Una tarde, le habían contado, se

empezaron a escuchar las sirenas de los bomberos, y en la

ciudad

circuló una frase acaso tan absurda y extraña como aquella de

“nada como La Playa”: era que se estaba incendiando el río.

¡Qué imagen!, se dijo entonces, cuando le refirieron ese relato,

ahí se concentraba la degradación de una comunidad. El río ya

no era potable ni nadable sino que se convirtió, además, en río

de fuego, por los desperdicios de la refinería que en él

circulaban.Imaginó, esa noche en que era llevado por un chofer

a La Playa, el espectáculo nocturno del río envuelto en llamas, y

congregó en las orillas del Lerma, como una ficción armada al

vuelo, a la gente de Salamanca contemplando ese hermoso y

terrífico paisaje, mientras los bomberos echaban agua al agua,

agua al río, para apagar el incendio acuático.

Eran casi las diez de la noche. El automóvil tomó las orillas de

Salamanca, bordeó el río y regresó a la zona urbana. Pasaron

por una colonia lúgubre en donde grupos de muchachos, en las

esquinas, se intercambiaban botellas y cigarrillos.

—Ni se le ocurra caminar por aquí de noche —advirtió el

chofer—, es un barrio de maleantes. Para volver, mejor pida un

taxi al chico de la puerta.

Llegaron a una calle iluminada donde estaban varios coches

detenidos y un puesto ambulante de hot-dogs y hamburguesas.

Se entraba por un estacionamiento abierto, al aire libre; al fondo

estaba La Playa, un bodegón poco sofisticado. Pagó una

cantidad ridícula al entrar, como cover, y vio la pista de baile y

las mesas desnudas.

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•Primus Inter Paris•—Es temprano. Las chicas apenas están llegando y se van a disfrazar por el Halloween —le explicaron.

Planeó estar un par de horas. Tomaría sólo cerveza y pediría al mesero que la destapara en su presencia, no fuera que le quisieran

servir bebidas adulteradas. Al escoger mesa se sintió como el que hubiera navegado por horas a remo en un mar bravío y llegara,

luego de múltiples penurias, a buen puerto: lo agobiaban el viaje en autobús de cuatro horas, las largas sesiones de trabajo… Por finFoto

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•Primus inter paris•

un descanso.

Tomó un trago, dos; acabó pronto un par de botellas.

Desfilaron frente a él, como en una cámara lenta ocasionada

por el sopor que le inundaba, chicas o señoras en ropa deportiva

o de calle que ingresaban a La Playa como ciudadanas comunes,

y que luego de un rato en el vestidor salían convertidas en

figurantes de carnaval. Se preparó para un espectáculo grotesco

de pirujillas obligadas a cambiar su vestuario regular, tampoco

muy honroso ni despampanante, por el de fantasmas, brujas o

muertas vivientes… aunque esto último lo eran ya de algún

modo y para siempre.El lugar se fue llenando de parroquianos,

vestidos todos de civil, y espectros femeninos. La orquesta

estaba integrada por vampiros de rostro poco amable a quienes

sus labores parecían provocar un aburrimiento atroz. Si su facha

era desguanzada la música se escuchaba alegre, como nacida de

otro temperamento. Circulaban por la pista de baile y sus costas,

como faros iluminados o islas a la deriva, algunos bellos senos,

que eran más fruto de la arquitectura de brasieres y escotes que

de naturalezas voluptuosas o juveniles, y que si se acercaba uno

a ellos languidecían como pulpos muertos. Bailó el hombre una

o dos veces pero no se animó a llevar a alguna de esas “chicas”

a la mesa, porque olían a sudor y vejez. Ante el paisaje que se le

presentaba pensó en la palabra “bizarro”, que por degeneración

anglófona o incluso francófona ha pasado a definir en

castellano, sin que la RAE aún lo acepte, no lo valiente sino lo

extravagante o grotesco. Se quedó conforme con “grotesco”.

Siguió viendo, aunque de modo más aislado, a mujeres que

ingresaban a La Playa con ropa común y entraban al vestidor

para cumplir su metamorfosis. Algunas no eran ya tan maduras,

mejoraba el panorama. Se distrajo de nuevo entre la cerveza y el

baile; y cuando ya se sentía un poco alegre, y en medio de una

vueltecita de rumba o mambo, vio al fondo en una mesa a un

par singular: una era una Alicia y la otra un Sombrerero Loco,

con disfraces no comprados en la plaza sino como

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•Primus inter paris•confeccionados en casa por algunas manos hábiles. De buena

factura se veían, trajes y cuerpos. Pese a la indumentaria y el

maquillaje, las adivinaba no mayores de treinta años.

Volvió a su sitio y llamó al mesero, le pidió que le trajera a Alicia.

Con prontitud éste le explicó el asunto a la dama y señaló al

hombre desde la distancia; ella se levantó contenta, susurró algo

al oído del Sombrerero Loco y caminó hacia su mesa. Saludo,

beso en la mejilla, sillas que se acercan, lo normal en este tipo de

encuentros en los que hay el sobreentendido de que el que invita

trago o botella tiene derecho a tomarse ciertas libertades con la

dama. No esperaba un diálogo literario. Se enteró que Alicia y el

Sombrerero Loco eran hermanas, y que una de sus películas

favoritas, en un videocasete muy querido por ellas visto y revisto

hasta que la cinta se rompió, era la adaptación que de los libros

de Lewis Carroll hizo Walt Disney.

Eran ellas de Michoacán; trabajaban en Guanajuato porque

sentían que ahí sus amistades estaban lejos y era difícil

encontrarse con alguien que las reconociera, aunque se habían

llevado ya sus sorpresas.

que multiplicar la compañía entre dos y podía no alcanzarle el

efectivo. Con la tarjeta de crédito era igual de receloso que con

los tragos, y prefería no sacarla para que no le fueran a clonar el

plástico.

—¿Y qué puedo hacer contigo?

—Muchas cosas —murmuró Alicia.

—¿Hasta dónde podemos llegar?, ¿cuáles son los límites?

—No hay límites.

—¿Y eso cuánto cuesta?

Ella le explicó con frialdad: mira, al fondo del salón hay un

cuarto, es tanto para mí y tanto para la casa, ¿cómo ves?, ¿te

animas, cariño?, ¿quieres que invite a mi hermana?

De lo que siguió no guarda un registro claro. Había, sí, una

habitación de espejos y una cama. Mas si le preguntaran los

detalles de lo sucedido, en la prosaica realidad de un asalto,

mezclaría el hecho cierto con sus lecturas de los libros de Lewis

Carroll y sus imaginaciones delirantes en torno a un posible

encuentro carnal del reverendo Charles Lutwidge Dodgson con

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Alejandro Toledo (Cd. de México, 1963). Escritor y periodista. Autor de diversas obras de diferentes géneros literarios entre los que destacan sus libros

de cuentos "Atardecer con lluvia" y "Corpus: ficciones sobre ficciones"; de la novela "Mejor matar al caballo"; su trabajo periodístico le ha llevado a

publicar "De puño y letra: historias de boxeadores", "Todo es posible en la paz: de la noche de Tlatelolco a la fiesta olímpica" y " A sol y asombro".

Actualmente se encarga de las obras completas de Efrén Hernández y es miembro del Sistema Nacional de Creadores de Arte.

la inocente Alice Lidell, instantáneas que esa noche fueron parte integral de sus visiones. Es decir, en su recuerdo habría mucho de

fantasía literaria pero también agresiones más que reales, todo sumido en un remolino de mareo alcohólico y dolor. Confundiría

además los rostros de Alicia y el Sombrerero Loco (conocidos en el medio prostibulario como Carmelo y Rafael), volvería a sentir

golpes duros en el rostro, el estómago, las partes bajas… Y se vería luego, náufrago de sí mismo, desnudo a orillas del Lerma, como

fue encontrado el sábado a media tarde, percibiendo en el ambiente un repulsivo olor a chapopote. En la zozobra sintió que de un

momento a otro el río comenzaría a arder.

•Primus inter paris•

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•Del Reseñario•

Cuatro escritores Ritualesde Alberto Ruy Sánchez

Por Carmen Muñiz

Cada cabeza es un mundo, reza el dicho, y el escritor no está excento de esto: para los

autores, plasmar la complejidad de su discurso se vuelve conceptivo. Alberto Ruy

Sánchez lo demuestra a través de cuatro ensayos literarios en su libro Cuatro

escritores rituales. Cada uno de éstos explica el proceso de cuatro escritores

latinoamericanos que han definido la literatura contemporánea: Juan Rulfo, Álvaro

Mutis, Severo Sarduy y Juan García Ponce.

La obra parece haber sido pensada desde la frase, que de hecho cita Ruy Sánchez en

su prólogo, del escritor cubano José Lezama Lima (“la fiesta del nacimiento de

nuevos sentidos “) para definir a la narrativa contemporánea. Si bien este libro es de

género ensayístico es de apreciar el entrenamiento y experiencia narrativa del autor

para adentrar al lector en lo que pareciesen retratos de aquellos personajes de la

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•Del Reseñario•

literatura. Entre cada figurización se vislumbra la hipótesis de Ruy Sánchez: el acto de

escribir va más allá de la construcción de ideas, es una epifanía que encuentra verdades

diferentes, según sea el lector. Por otro lado, el creador también tiene su catarsis, la

revelación de lo poético en él es transmitir un fragmento de la eternidad a su receptor.

He ahí el verdadero rito de la creación literaria, Rulfo, Mutis, Sarduy y García Ponce

han otorgado nuevos valores a la literatura porque supieron dejar sus realidades en el

infinito imaginario del que los lee. El misticismo de éstos nos revela (valga el verbo)

Ruy Sánchez radica en la pulcra estilística y una narrativa inigualable. Sus mensajes son

provocativos y hasta incómodos, pero al mismo tiempo vivos y sensibles.

Aberto Ruy Sánchez resume la historia de la escritura en este libro y en estos cuatro

autores, porque él, sin saberlo, también nos transmite en cada uno de sus ensayos el

proceso ritual de la imaginación.

Ficha: RUY Sánchez, Alberto, Cuatro escritores rituales, col. Cuadernos de Malinalco, México, Gobierno del Estado, Instituto Mexiquense

de Cultura, 1997.

Carmen Muñiz Rodríguez (México, 1992). Estudiante de la carrera de Ciencias de la Comunicación en la UNAM. Se define como una “asidua

lectora que empieza a descubrir cada vez más su gusto por la escritura”.

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Revista Morbífica es una publicación mensual. Se terminó de imprimir el 14 de diciembre del 2013. Se tiraron 200 ejemplares en pa-

pel ahuesado de 90 gramos, forros en cartulina opalina de 225 gramos con acabado. Para su composición se utilizaron tipos Gara-

mond (16/14 y 12/10) y Mongolian Baiti (25/20)). Impresión digital: Copimagen, Cerro del agua No. 17, Local A, Del. Coyoacán,

México, D.F.