Saint Just. El espíritu de la Revolución

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    EL ESPRITU DE LA REVOLUCIN Saint Just

    PREFACIO .................................................................................................. 3 LIBRO PRIMERO ........................................................................................ 3

    CAPTULO PRIMERO. De los presentimientos de la Revolucin ............ 3 CAPTULO SEGUNDO. De las intrigas de la Corte .................................. 4 CAPTULO TERCERO. Del pueblo y las facciones de Pars.................... 5 CAPTULO CUARTO. Del ginebrino ......................................................... 6 CAPTULO QUINTO. De dos hombres clebres ...................................... 6 CAPTULO SEXTO. De la Asamblea Nacional ......................................... 7

    LIBRO SEGUNDO ...................................................................................... 8 CAPTULO PRIMERO. De la naturaleza de la Constitucin francesa ...... 8 CAPTULO SEGUNDO. De los principios de la Revolucin Francesa ..... 8 CAPTULO TERCERO. De la relacin, de la naturaleza y de los

    principios de la Constitucin ........................................................................... 8 CAPTULO CUARTO. De la naturaleza de la democracia francesa ......... 9 CAPTULO QUINTO. De los principios de la democracia francesa ........ 10 CAPTULO SEXTO. De la naturaleza de la aristocracia ......................... 10 CAPTULO SPTIMO. Del principio de la aristocracia francesa ............ 11 CAPTULO OCTAVO. De la naturaleza de la monarqua ....................... 11 CAPTULO NOVENO. De los principios de la monarqua ...................... 13 CAPTULO DCIMO. De las relaciones entre todos estos principios .... 13 CAPTULO UNDCIMO. Consecuencias generales .............................. 13 CAPTULO DUODCIMO. De la opinin pblica .................................... 13

    LIBRO TERCERO ..................................................................................... 14 CAPTULO PRIMERO. Prembulo ......................................................... 14 CAPTULO SEGUNDO. De qu modo hizo la Asamblea Nacional sus

    leyes suntuarias ............................................................................................ 14 CAPTULO TERCERO. De las costumbres ............................................ 15 CAPTULO CUARTO. Del rgimen feudal .............................................. 15 CAPTULO QUINTO. De la nobleza ........................................................ 16 CAPTULO SEXTO. De la educacin ...................................................... 16 CAPTULO SPTIMO. De la juventud y del amor .................................. 16 CAPTULO OCTAVO. Del divorcio .......................................................... 17 CAPTULO NOVENO. De los matrimonios clandestinos ........................ 17 CAPTULO DCIMO. De la infidelidad de los esposos .......................... 17 CAPTULO UNDCIMO. De los bastardos ............................................. 18 CAPTULO DUODCIMO. De las mujeres ............................................. 18 CAPTULO DECIMOTERCERO. De los espectculos ........................... 18 CAPTULO DECIMOCUARTO. Del duelo ............................................... 18 CAPTULO DECIMOQUINTO. De los modales ...................................... 19

    CAPTULO DECIMOSEXTO. Del ejrcito de lnea ................................. 19 CAPTULO DECIMOSPTIMO. De las guardias nacionales ................. 19 CAPTULO DECIMOCTAVO. De la religin de los franceses y de la

    teocracia ....................................................................................................... 20 CAPTULO DECIMONONO. De la religin del sacerdocio ..................... 21 CAPTULO VIGSIMO. De las novedades del culto entre los franceses

    ...................................................................................................................... 21 CAPTULO VIGESIMOPRIMERO. De los monjes .................................. 21 CAPTULO VIGESIMOSEGUNDO. Del juramento ................................. 22 CAPTULO VIGESIMOTERCERO. De la federacin ............................. 22

    LIBRO CUARTO Del estado poltico ......................................................... 23 CAPTULO PRIMERO. De la independencia y de la libertad ................. 23 CAPTULO SEGUNDO. Del pueblo y del prncipe en Francia ............... 23 CAPTULO TERCERO. De la ley slica ................................................. 24 CAPTULO CUARTO. Del cuerpo legislativo en sus relaciones con el

    estado poltico .............................................................................................. 25 CAPTULO QUINTO. De los tribunales, de los jueces, de la apelacin y

    de la recusacin ........................................................................................... 25 CAPTULO SEXTO. Atribuciones diversas ............................................. 25 CAPTULO SPTIMO. Del Ministerio Pblico ........................................ 26 CAPTULO OCTAVO. De la sociedad y de las leyes ............................. 27 CAPTULO NOVENO. De la fuerza represiva civil ................................. 27 CAPTULO DCIMO. De la naturaleza de los crmenes ........................ 27 CAPTULO UNDCIMO. De los suplicios y de la infamia ...................... 28 CAPTULO DUODCIMO. Del procedimiento penal .............................. 29 CAPTULO DECIMOTERCERO. De las detenciones ............................ 29 CAPTULO DECIMOCUARTO. De la libertad de prensa ....................... 29 CAPTULO DECIMOQUINTO. Del monarca y del ministerio ................. 30 CAPTULO DECIMOSEXTO. De las administraciones .......................... 30 CAPTULO DECIMOSPTIMO. De los impuestos y de su necesaria

    relacin con los principios de la Constitucin............................................... 31 CAPTULO DECIMOCTAVO. Reflexin sobre la contribucin patritica y

    sobre dos hombres clebres ........................................................................ 31 CAPTULO DECIMONONO. De los tributos y de la agricultura ............. 31 CAPTULO VIGSIMO. De las rentas vitalicias...................................... 32 CAPTULO VIGESIMOPRIMERO. De la enajenacin de las propiedades

    pblicas ........................................................................................................ 32 CAPTULO VIGESIMOSEGUNDO. De los asignados ........................... 33 CAPTULO VIGESIMOTERCERO. De los principios de los impuestos y

    de los tributos ............................................................................................... 33

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    CAPTULO VIGESIMOCUARTO. De la capital ....................................... 33 CAPTULO VIGESIMOQUINTO. De las leyes de comercio ................... 33 CAPTULO VIGESIMOSEXTO. Consideraciones generales .................. 34

    LIBRO QUINTO. Derecho de gentes ........................................................ 34 CAPTULO PRIMERO. Del amor a la patria ........................................... 34 CAPTULO SEGUNDO. De la paz y de la guerra ................................... 34 CAPTULO TERCERO. De los embajadores .......................................... 35 CAPTULO CUARTO. Del pacto de familia y de las alianzas ................. 35 CAPTULO QUINTO. Del ejrcito de tierra ............................................. 36 CAPTULO SEXTO. De la armada naval, de las colonias y del comercio

    ...................................................................................................................... 36 CAPTULO SPTIMO. De las gabelas .................................................... 36 CAPTULO OCTAVO. De los bosques .................................................... 37 CAPTULO NOVENO. De los monumentos pblicos .............................. 37 CAPTULO DCIMO. Conclusiones ........................................................ 37

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    PREFACIO Europa marcha a pasos agigantados hacia su revolucin y ni aun todos los

    esfuerzos aunados del despotismo podrn detenerla. El destino, que es el espritu de la locura y de la cordura, se abre camino a

    travs de los hombres y todo lo conduce hasta su fin. La revolucin francesa no es la consecuencia de un momento determinado, sino que tiene sus causas, su desarrollo y su trmino; sta es la tesis que he tratado de desarrollar.

    Nada tengo que decir respecto a este intento de ensayo y les ruego que lo juzguen como si no procediera de un francs o un europeo, y que quienquiera sea el lector, pueda al leerlo apreciar los sentimientos de su autor. Nada ms que eso les pido, y no tengo ms orgullo que el de mi propia libertad.

    La idea me la dio un ingls, el seor de Cugnieres, miembro de la Sociedad Filantrpica de Londres, en una erudita carta que escribiera al seor Thuiller, secretario de la municipalidad de Blrancourt, cuando dicha municipalidad quem la declaracin del clero.

    Infinidad de hombres hablaron de dicha revolucin, pero la mayora de ellos nada dijeron de importancia. Hasta ahora no s de ninguno que se haya tomado la molestia de buscar en el fondo de su corazn lo que haba en l de virtud para averiguar que parte de libertad mereca para s. No pretendo hacer el proceso de nadie, pues todo ser humano tiene derecho a pensar lo que guste, pero aquel que hable o escriba debe cuenta de sus propias virtudes a sus conciudadanos.

    Durante la revolucin hubo continuamente en Francia dos partidos obstinados: el del pueblo, que queriendo colmar de poder a sus legisladores amaba las cadenas que forjaba para s mismo, y el del prncipe soberano, que queriendo elevarse por encima de todos, se preocupaba menos de su propia gloria que de su fortuna. En medio de tales intereses, me busqu a m mismo; miembro del pueblo soberano, quise saber si era libre y si la legislacin mereca mi obediencia. Con ese propsito busqu el principio y la armona de nuestras leyes, y no dira como Montesquieu que encontraba sin cesar nuevas razones para obedecer, sino que yo slo las hallaba para obedecer exclusivamente a mi propia virtud.

    Quienesquiera que seis, legisladores, si yo hubiese descubierto que pensabais aherrojarme, habra huido de una patria tan desdichada y os hubiese colmado de maldiciones!

    De m no esperis adulacin o stira. He dicho lo que he pensado con absoluta buena fe; soy muy joven y he podido pecar contra la poltica de los tiranos y censurar famosas leyes o costumbres generalmente aceptadas, pero precisamente por ser joven, me pareci estar ms cerca de la naturaleza.

    Como en ningn momento tuve el propsito de escribir un ensayo histrico, no he entrado en ciertos detalles referentes a los pueblos vecinos; tampoco habl del derecho pblico europeo, excepto cuando ese derecho pblico

    interesaba al de mi patria. Sin embargo sealar que los pueblos slo han encarado la revolucin francesa en sus relaciones con los gravmenes que sobre ellos pesaban y su comercio, y que nunca calcularon las nuevas fuerzas que podran tomar de su virtud.

    LIBRO PRIMERO

    CAPTULO PRIMERO. De los presentimientos de la Revolucin Las revoluciones son menos un accidente de las armas que un accidente

    de las leyes. Desde haca varios siglos la monarqua nadaba en sangre, pero no se desintegraba; existe, sin embargo, una poca en el ordenamiento poltico en la cual todo se descompone mediante un germen secreto de consuncin. Todo se deprava y degenera; las leyes pierden su natural sustancia y languidecen, y si en esas circunstancias se presenta en sus fronteras un pueblo brbaro, todo se allana ante su furor y el Estado se regenera mediante la conquista. Si no es atacado por los extranjeros, su corrupcin lo devora y se reproduce; si el pueblo ha abusado de su libertad cae en la esclavitud, pero si el prncipe ha abusado de su poder, entonces el pueblo es libre.

    Europa, que por la naturaleza de sus relaciones polticas an no tiene por qu temer a ningn conquistador, durante mucho tiempo slo tendr que hacer frente a revoluciones civiles. Desde hace varios siglos la mayora de los imperios de este continente ha cambiado de leyes, y el resto no tardar en hacer otro tanto. Despus de Alejandro de Macedonia y del Bajo Imperio, al haber dejado de existir el derecho de gentes, las naciones slo cambiaron de reyes.

    El nervio de las leyes civiles de Francia ha mantenido a la tirana desde el descubrimiento del Nuevo Mundo; dichas leyes triunfaron sobre las costumbres y el fanatismo, pero necesitaban de rganos que las hiciesen respetar. Esos rganos eran los parlamentos, y cuando stos se alzaron contra la tirana, la derrumbaron.

    Como todo el mundo sabe, el primer golpe asestado a la monarqua sali precisamente de tales tribunales. Debe agregarse a esto que el genio de algunos filsofos de este siglo haba convulsionado el carcter pblico y formado a gentes de bien o a insensatos igualmente fatales para la tirana, que a fuerza de menospreciar a los grandes, empezaban a avergonzarse de su esclavitud, as como tambin corresponde decir que el pueblo, arruinado por los excesivos impuestos, se irritaba contra leyes tan extravagantes y que ese mismo pueblo fue afortunadamente alentado por ciertas dbiles facciones. Un pueblo abrumado de impuestos siente poco temor a las revoluciones y a los brbaros.

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    Francia rebosaba de descontentos dispuestos a manifestarse a la primera seal, pero el egosmo de unos, la cobarda de otros, el furor del despotismo en sus ltimos das, la multitud de pobres que devoraban la Corte, el crdito y el temor a los acreedores, el antiguo amor hacia los reyes, el lujo y la frivolidad de los ms insignificantes, y en ltima instancia el cadalso, impeda la insurreccin.

    La miseria y los rigores climticos del ao 1788 conmovieron la sensibilidad popular. Las calamidades y los beneficios unieron los sentimientos y el pueblo os decirse a s mismo que era desgraciado y se quej.

    La savia de las antiguas leyes se deterioraba da a da. La desgracia de Kornmann indign a Pars, pues el pueblo, a causa de su fantasa y de su conformidad, se apasionaba por todo lo que significara infortunio, detestando a los grandes a quienes envidiaba. Estos se indignaron contra los gritos del pueblo; el despotismo se hace tanto ms violento cuanto menos respetado es o cuanto ms se debilita. El seor de Lamoignon, temeroso de los parlamentos, los suprimi, haciendo que el pueblo los echara de menos, pero finalmente fueron restablecidos. Luego vino el seor Necker, que multiplic los resortes administrativos para controlar los impuestos, se hizo adorar, convoc a los Estados Generales, devolvi su altivez al pueblo e infundi celos en el nimo de los grandes, provocando un enorme incendio. Pars fue bloqueado, haciendo que el espanto, la desesperacin y el entusiasmo sobrecogieran a todo el pueblo. La comn desdicha uni las fuerzas de todos, y todos se atrevieron hasta el fin, porque haban empezado por atreverse. El esfuerzo no fue grande, pero s afortunado, y el primer chispazo de la revuelta derrib al despotismo, demostrando una vez ms que los tiranos perecen a causa de la debilidad de las leyes que ellos mismos han enervado.

    CAPTULO SEGUNDO. De las intrigas de la Corte La multitud rara vez es engaada. Luis, simple en medio del fasto, ms

    amigo de la economa que administrador, amigo de la justicia sin poder ser justo, dgase lo que se diga, siempre fue considerado como tal por su pueblo, que furioso, gritaba en las calles de Pars: Viva Enrique IV, viva Luis XVI y mueran Lamoignon y los ministros!

    Luis reinaba como hombre privado: era duro y frugal para consigo mismo, y dbil Y brusco con los dems, y porque crea en el bien, se imaginaba estar hacindolo. Pona herosmo en las cosas pequeas y debilidad en las grandes; expulsaba al seor de Montbarey del ministerio por haber ofrecido secretamente una suntuosa comida, pero vea con sangre fra a toda su Corte saquear las finanzas del Estado, o ms bien no vea nada, pues su sobriedad haba tornado en hipcritas a quienes lo rodeaban. Sin embargo, tarde o temprano lo averiguaba todo, pero le importaba ms ser confundido con un simple observador que actuar como monarca.

    Cuanto ms vea el pueblo -infalible juez- que Luis era engaado al mismo tiempo que l, tanto ms lo apreciaba en su propsito de manifestar su mala voluntad hacia la Corte. Esta y el ministerio que ejerca el gobierno, socavados por su propia depravacin, por el abandono del soberano y el menosprecio del Estado, se bamboleaban definitivamente, y junto con ellos, la propia monarqua.

    Mara Antonieta, ms bien engaada que engaadora y ms ligera que perjura, dedicada enteramente a sus placeres, pareca no reinar en Francia, sino tan slo en el Trianon.

    El hermano del rey tena por toda virtud un ingenio bastante cultivado, pero no el suficiente para dejarse engaar.

    La duquesa Jules de Polignac, nico personaje oscuro de aquella Corte, enga a sus iguales, al ministerio y a la reina, y se enriqueci; debajo de su apariencia frvola se ocultaba un alma criminal que la impulsaba a cometer, riendo, toda clase de horrores, y a depravar los sentimientos de aquellos a quienes quera seducir, terminando por ltimo de ahogar su secreto en las peores infamias.

    Prefiero guardar silencio respecto al carcter de tantos hombres que carecan de l. La imprudencia y las locuras del ministro Calonne y las sinuosidades y la avaricia del seor de Brienne, eran una muestra del espritu de la Corte, en la que slo se hablaba de costumbres, de libertinaje y de probidad, de modas, de virtudes o de caballos. Dejo a otros la tarea de relatar la historia de las cortesanas y de los prelados, bufones de la Corte, en la que la calumnia mataba al honor y el veneno eliminaba a la gente de bien. Maurepas y Vergennes murieron; especialmente este ltimo apreciaba el bien que nunca supo hacer. Era un strapa virtuoso, y despus de su muerte, la Corte pudo librarse a un verdadero torrente de impudicias e indignidades que complet la ruina de las antiguas mximas. Apenas puede concebirse la bajeza de los cortesanos, pues los buenos modales disimulaban los ms cobardes delitos, y la confianza y la amistad nacan de la vergenza de conocerse y de la molestia que significaba tener que engaarse entre s. La virtud era una palabra ridcula, el oro se venda al oprobio, el honor se meda en su peso en oro y el trastorno de las fortunas era increble. La Corte y la capital cambiaban diariamente de rostros a causa de la necesidad de huir de los acreedores o de ocultar la propia existencia; las ropas cortesanas cambiaban continuamente de manos, y entre aquellos que las haban vestido, uno estaba cumpliendo trabajos forzados, otro refugiado en algn pas extranjero y el ltimo se haba ausentado para poder vender o lamentar la prdida de las posesiones de sus antepasados. As fue como la familia de los Gumen devor la Corte, compr y vendi favores reales, dispuso a su antojo de los empleos y cay finalmente por culpa de su orgullo, as como se haba elevado gracias a su bajeza. La avidez del lujo atormentaba al comercio y pona a las plantas de los ricos a toda una multitud de artesanos. Eso fue lo

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    que mantuvo al despotismo, pero como a fin de cuentas el rico no pagaba, el Estado perda en fuerza lo que ganaba en violencia.

    Difcilmente podr la posteridad imaginarse cun vido, avaro y frvolo era el pueblo, y hasta qu punto las necesidades que su presuncin haba forjado lo colocaban en situacin de dependencia para con los grandes, pues estando los crditos de la multitud hipotecados sobre los favores de la Corte y las trapaceras de los deudores, el engao llegaba por reproduccin hasta el Soberano, descendiendo luego de ste hasta las provincias, y formando as en el cuerpo de la nacin una cadena de indignidades.

    Todas las necesidades eran extremas e imperiosas y todos los medios para remediarlas desesperados.

    CAPTULO TERCERO. Del pueblo y las facciones de Pars Nada he dicho de algunos hombres distinguidos por su nacimiento, pues

    slo se preocupaban por satisfacer sus absurdos derroches. La Corte era una nacin evaporada que no pensaba, como se pretende, establecer una aristocracia, sino tan slo subvenir a los gastos de sus libertinajes. La tirana exista y los cortesanos se limitaron a abusar de ella; imprudentemente espantaron a todo el pueblo mediante ciertos movimientos de los cuerpos de ejrcito, y el hambre, causada por la sequa de aquel ao y la exportacin del trigo, complet el cuadro. El seor Necker invent el remedio de la exportacin para alimentar el tesoro pblico, que aquel financista cuidaba como a la propia patria, pero el hambre sublev al pueblo y el peligro perturb a la Corte. Esta tema a Pars, que da tras da se tornaba ms facciosa a travs de la audacia de los escribanos, o la escasez de recursos, y porque la mayora de las fortunas Se confundan, ahogadas, en la fortuna pblica.

    El nombre de faccin de Orleans proceda de la envidia que provocaba a la Corte la opulencia, la buena administracin y la popularidad de aquella casa principesca. Se sospechaba que tena ciertas inclinaciones partidarias, a causa de su alejamiento de Versalles, y se hizo todo lo posible por causar su prdida, porque no se logr domesticarla.

    La Bastilla fue abandonada y tomada, y el despotismo que slo se basa en la ilusin de los esclavos, pereci con ella.

    El pueblo careca de buenas costumbres, pero estaba vivo. El amor por la libertad naci como un brote y la debilidad dio origen a la crueldad. No s que jams se hubiera visto, excepto entre los esclavos, que el pueblo enarbolara la cabeza de los ms odiosos personajes en la punta de sus lanzas, bebiera su sangre, arrancara sus corazones y los comiera. La muerte de ciertos tiranos en Roma constitua una especie de religin.

    Algn da podr verse, y quiz con mayor justicia, tan espantoso espectculo en Amrica, pero yo lo he visto en Pars y he odo los gritos de alegra del pueblo desenfrenado, jugando con los jirones de carne y chillando: Viva la libertad, vivan el Rey y el seor de Orleans.

    La sangre de la Bastilla sacudi a toda Francia, y la inquietud antes irresoluta se desencaden contra las rdenes reales y el ministerio. Fue un instante pblico semejante a aquel en que Tarquino fue expulsado de Roma. Ni siquiera se pens en la ms importante de las ventajas, la huida de las tropas que bloqueaban a Pars, y el pueblo se limit a regocijarse de la conquista de una prisin del Estado. Aquello que llevaba sobre s la huella de la esclavitud que los abrumaba, impresionaba ms sus imaginaciones que lo que amenazaba la libertad de que an no disfrutaban. Era el triunfo de la servidumbre. El pueblo haca pedazos las puertas de las calabozos, abrazaba a los cautivos an encadenados, los baaba en lgrimas, hizo soberbios funerales a las osamentas descubiertas durante el registro de la fortaleza y pase en triunfo, a modo de trofeos, las cadenas, los cerrojos y otras muestras de esclavitud. Algunos de los prisioneros no haban visto la luz desde haca cuarenta aos y sus delirios despertaban inters, provocaban lgrimas e incitaban a compasin, dando la impresin de que el pueblo hubiese tomado las armas para terminar con las rdenes reales de prisin. Daba lstima examinar las tristes murallas del fuerte cubiertas de jeroglficos lastimeros. Uno de ellos deca: Jams volver, pues, a ver a mi pobre mujer y a mis hijos, 1702!

    La imaginacin y la piedad hicieron milagros y todo el mundo pudo imaginarse hasta qu punto el despotismo haba perseguido a nuestros antepasados, mientras compadeca a sus vctimas, dejando, de paso, de temer a sus verdugos.

    En un principio, el arrebato y la ingenua alegra hicieron inhumano al pueblo, pero su accin le devolvi el orgullo y ste lo hizo sentir celoso de su gloria. Por un momento volvi a tener sus mejores costumbres y se avergonz de los muertos con que manchara sus manos. Felizmente fue lo suficientemente bien inspirado, ya sea por el temor o por las insinuaciones de las gentes de bien, para darse a s mismo los jefes que necesitaba y obedecerlos.

    Todo se hubiese perdido si las luces y la ambicin de algunos no hubiesen dirigido aquel fuego que ya no se poda apagar.

    Si el seor de Orleans hubiera tenido realmente su faccin, se habra puesto entonces al frente de la misma, asustando y salvaguardando a la vez a la Corte, como otros lo hicieron en su lugar. Nada de ello hizo, como es sabido, limitndose a contar con el asesinato de la familia real, que estuvo a punto de ser cometido cuando todo Pars corri hacia Versalles. Sin embargo, por poco que juzguemos con cordura las cosas, veremos que las revoluciones de estos tiempos se limitan a una guerra de esclavos imprudentes que se baten con sus propias cadenas y marchan hacia adelante como embriagados.

    La conducta del pueblo se torn tan fogosa, su desinters tan escrupuloso y su rabia tan inquieta, que fcilmente se notaba que slo aceptaba consejos de s mismo. No respet nada que significara soberbia, pues su brazo intua la

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    igualdad que an no conoca. Despus de vencer en la Bastilla, y cuando se trat de conocer los nombres de los vencedores, casi ninguno se atrevi a dar el suyo, pero apenas Se sintieron seguros, pasaron del temor a la audacia. El pueblo ejerci entonces una especie de despotismo a su manera, y la familia real y la Asamblea de los Estados marcharon cautivos hacia Paris, en medio de la pompa ms ingenua, pero tambin la ms temible que hasta ese momento se haba podido ver. Pudo entonces comprobarse que el pueblo no actuaba para elevar a nadie, sino para igualar a todos. El pueblo es un eterno nio; con todo respeto hizo obedecer a sus amos y despus los obedeci con orgullo, estando en realidad ms sometido a ellos en esos momentos de gloria que cuanto pudo haberlo estado antao. Estaba vido de consejos y hambriento de alabanzas, sin dejar por ello de ser modesto. El temor le hizo olvidar que era libre y nadie se atreva a detenerse o hablarse en las calles, tomando cada cual a los dems por conspiradores: eran los celos de la libertad.

    El principio se haba sentado y ya nada detuvo sus progresos; el despotismo desapareca y estaba disperso, sus ministros huan y el temor agitaba sus reuniones.

    El cuerpo de electores de Pars, colmado de hombres desesperados, ebrios de miseria y de lujo, reuni en su derredor a muchos partidarios. Esta faccin careci de principios determinados y no pens siquiera en drselos; por ello fue que se esfum con el delirio de la revolucin. Tuvo sus virtudes e incluso firmeza y constancia en determinado momento; se recuerda con respeto el herosmo de Thuriot de la Rosiere, que intim al gobernador de la Bastilla, y al seor de Saint-Ren que hizo huir a veinte mil hombres de la municipalidad, hacindose traer plvora y fuego; tambin a Duveyrier y a Du Faulx, aquel sabio anciano, que escribiera poco despus la historia de la revolucin. Ellos no fueron facciosos. Otros se enriquecieron, que era precisamente lo nico que deseaban. El pequeo nmero de gente de bien no tard en alejarse, y el resto se disip, cargado de espanto y de botn.

    CAPTULO CUARTO. Del ginebrino El crdito del ginebrino (Referencia a Necker) iba muriendo da a da,

    debido a que el azar haba confundido su poltica y su seguridad. Los designios ms sabios de los hombres ocultan con frecuencia un escollo que los destruye, y mediante un inesperado contragolpe lo cambia todo, los arrastra y hasta los confunde.

    Si realmente es cierto que la verdadera virtud se reconoce por los cuidados que pone en esconderse, nada ms sospechoso que el amor intemperante del ginebrino por el monarca y el pueblo. Este hombre haba comprendido que no poda enrolarse en un partido ms slido que el del pueblo en momentos en que la Corte se desplomaba, ni tampoco ms natural, dado su origen plebeyo. Recogi, pues, todas sus fuerzas cuando se trat la convocatoria a Estados

    Generales, y se puede decir que con la representacin igualitaria de los tres rdenes asest un golpe mortal a la tirana. Su alegra fue profunda al producirse su deposicin, aunque ignoro hasta dnde podan llegar sus esperanzas. Efectivamente, tal como l mismo se lo haba predicho, Su retorno fue similar al de Alejandro a su regreso a Babilonia, y el peso de su gloria aplast a sus enemigos y a l mismo. Puso menos virtud que orgullo en su tarea de salvar a Francia y no tard en ser odiado en el fondo de los corazones de sus conciudadanos, por su condicin de fabricante de impuestos.

    La Asamblea Nacional, con el pretexto de honrar sus luces, lo humill por este medio, y sac provecho de su confianza y de su vanidad. El pueblo lo perdi de vista; Pars haba recobrado su valor y dos hombres prodigiosos ocupaban la atencin de todos. La Asamblea Nacional caminaba a pasos agigantados y el ginebrino, encerrado en su ministerio, fue temido y luego indiferente para todo el mundo. Haba marrado su oportunidad y slo era un hombre razonable que se envolvi en su gloria, convirtindose en enemigo de la libertad que ya de nada le serva. Haba halagado al pueblo bajo el despotismo, pero cuando el pueblo alcanz su libertad, halag a la Corte; su poltica fue prudente, y le dej como herencia la oreja del monarca que l haba sabido salvar.

    Aquel hombre de cabeza de oro y pies de barro, tuvo un admirable talento para simular; posey en su ms suprema perfeccin el arte del halago, no slo porque insinuaba con gracia y ternura la verdad que convena a sus proyectos, sino adems porque finga hacia su amo el apego de un gran corazn.

    Llev la ambicin hasta el desinters, como lo hara el labrador que agota sus fuerzas sobre el campo que algn da querr segar. La insurreccin lo derrib porque elev a todos los corazones por encima de l y hasta por encima de s mismos. Creo que si el ginebrino no hubiese retornado, habra sojuzgado a Suiza, su verdadera patria.

    CAPTULO QUINTO. De dos hombres clebres Quienquiera que despus de una sedicin aborda al pueblo con franqueza

    y le promete la impunidad, lo asusta y lo tranquiliza, se compadece de sus desdichas y lo halaga, he ah al Rey.

    La obra maestra de esta verdad est en que dos hombres (Se refiere a Bailly, alcalde de Pars y al Marqus de Lafayette) hayan podido reinar juntos. El temor de todos los llev a la cumbre y su comn debilidad los uni.

    El primero, que al principio fue virtuoso, se envaneci luego con su suerte y madur audaces propsitos. Cada uno de ellos se apoder de unas migajas: el primero, todopoderoso en la municipalidad, se beneficiaba en la Asamblea Nacional de un tranquilo crdito a su favor y tiranizaba a todos con suavidad. Vindolo hacer cosquillas al pueblo y manejar todo con extrema blandura, ocultando su genio y engaando a la opinin hasta el extremo de pasar por un

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    hombre dbil y poco temible, resultaba imposible reconocer en l la altura de carcter que mostrara en Versalles.

    El segundo fue ms altanero, cualidad que sentaba mejor a su cargo. Supo, sin embargo, ser amable y solcitamente falso, cortesano ingenuo y orgulloso con la mayor sencillez, y lo pudo todo sin desear nada.

    La coalicin de aquellos dos personajes fue notable por algn tiempo; uno tena en sus manos el gobierno y el otro la fuerza pblica. Entre ambos fomentaban las leyes que convenan a sus ambiciones, ordenaban los movimientos que convenan a Pars, desempeaban en pblico el papel que cada uno conviniera para s, y trataban a la Corte con un respeto lleno de violencia. Agreguen a todo ello un perfecto entendimiento, la popularidad, la buena conducta, el desinters, su amor aparente al prncipe y a las leyes, la brillante elocucin, y por si esto fuera poco la generosidad, y entonces se explicar que tuvieran a sus pies el cetro que se habra roto entre sus manos. Se convirtieron en los dolos del pueblo entre quien los tesoros del Estado eran prdigamente distribuidos con honestos pretextos. Ocupaban los brazos de los desdichados y manejaban con destreza las pasiones pblicas; la reputacin de aquellos dos hombres era algo as como una fiebre popular: eran adorados y tenan cautiva, gracias a ello, la libertad de la que siempre se manifestaban los ms fervientes defensores y amigos. Despus de la toma de la Bastilla, solicitaron astutamente recompensas para los vencedores y exhibieron por todas partes su presuntuoso celo por la libertad en oposicin a la prudente tibieza de conducta de las comunas. Continuamente acicateaban al pueblo, pero la Asamblea saba moderarlo sabiamente; ello era debido a que los primeros queran reinar por medio del pueblo, y la segunda deseaba que el pueblo reinara por intermedio de ella.

    La Asamblea que penetraba en las intenciones de los hombres, comprendiendo que se le deseaba hacer sentir con exceso el precio de la insurreccin de la capital, contemporiz mientras vio que los espritus seguan inquietos, consigui entretanto poner a las facciones bajo su yugo y utiliz sus propias fuerzas para destruirlas.

    La sangre fra de las comunas fue para aquellos dos hombres lo mismo que el genio y la desconfianza de Tiberio fueran antao para Seyano.

    Les dejo el trabajo de adivinar el alcance de su ambicin, si la paciencia no la hubiese consumido.

    Los distritos de Pars formaban una democracia que lo hubiese trastornado todo si en lugar de ser la presa de los facciosos, se hubieran conducido de acuerdo a sus propios espritus. El distrito de los Cordeliers, que se convirtiera en el ms independiente de todos, fue por ello el ms perseguido por aquellos hroes del momento, precisamente porque contrariaba sus proyectos.

    CAPTULO SEXTO. De la Asamblea Nacional Constituye un fenmeno inaudito en el curso de los acontecimientos

    vividos, el hecho de que, en la poca en que todo estaba confuso, las leyes civiles impotentes, el monarca abandonado y el ministerio evaporado, haya habido un cuerpo poltico, dbil vstago de la confundida monarqua, que tomara en sus manos las riendas, temblara al principio, se afirmara luego, afirmndolo todo a su vez, destruyendo de paso a los partidos, y haciendo temblar a sus enemigos; un cuerpo que a la vez fuera coherente en su poltica, constante en medio de tantos cambios, procediera con habilidad al principio para saber hacerlo luego con firmeza y finalmente con vigor, sin olvidar jams de ser prudente.

    Vale la pena ver con qu penetrante sabidura la Asamblea Nacional supo elevarse por encima de todos, con qu arte dom el espritu pblico, y cmo, a pesar de estar rodeada de trampas y desgarrada en su propio seno, logr prosperar cada vez ms. Tambin ser til analizar cmo encaden ingeniosamente al pueblo a su libertad y lo lig estrechamente a la constitucin, erigiendo sus derechos en mximas y seduciendo sus pasiones; de qu modo sac de las luces y vanidades de aquella poca el mismo partido que supiera sacar Licurgo de las costumbres de la suya, y vale tambin la pena ver con qu previsin asent sus principios, de tal modo que el gobierno cambi de sustancia y ya nada pudo detener su savia.

    Es tambin en vano que algunos luchen contra esa prodigiosa legislacin que slo peca en pequeos detalles; cuando el Estado cambia de principios, no es posible dar marcha atrs. Todo aquello que pudiera oponrsele no es un principio, y el principio establecido arrastra todo consigo.

    La posteridad sabr mejor que nosotros qu mviles animaban a este prodigioso cuerpo legislativo. Debemos convenir en que la pasin amparada por grandes caracteres y brillantes inteligencias, dio el primer sacudn a sus resortes, y que el pobre resentimiento de algunos proscriptos cal a travs de la ingenuidad de los derechos del hombre; pero debemos confesar tambin, por poco que la gratitud conceda importancia a la verdad, que tal compaa, la ms hbil que se haya visto en mucho tiempo, estaba colmada de almas rgidas dominadas por el amor al bien, y por espritus exquisitos iluminados por el amor a la verdad. El secreto de su andar a la luz del da fue efectivamente impenetrable, y precisamente por eso el pueblo se dobleg ante una razn superior que lo conduca aun a pesar suyo; todo era dbil y huidizo en sus propsitos, y todo fuerza y armona en las leyes que dictaba.

    Pronto veremos cules fueron las consecuencias de aquellos afortunados acontecimientos.

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    LIBRO SEGUNDO

    CAPTULO PRIMERO. De la naturaleza de la Constitucin francesa Un estado que al principio es libre, como Grecia antes de Felipe de

    Macedonia, que luego pierde su libertad, como la perdiera Grecia bajo la frula de aquel prncipe, har intiles esfuerzos para reconquistarla. El principio ha dejado de existir, y aunque pudiera serle devuelta la libertad como se la devolviera la poltica romana a los griegos o le fuera ofrecida a Capadocia para debilitar a Mitrades, o como la poltica de Sila quiso devolvrsela a la propia Roma, todo sera intil: las almas han perdido si mdula -si as se me permite decirlo-, y carecen de vigor suficiente para alimentarse de libertad. Aman todava su nombre, la desean como desearan la holgura y la impunidad, pero ya no conocen sus virtudes.

    Por el contrario, un pueblo esclavo que sale de pronto de las sombras de la tirana, nunca ms querr volver a ellas, porque la libertad ha hallado en l almas nuevas, incultas y violentas, a las que educa por medio de mximas que jams oyeran hasta ese momento y que las transportan, y que cuando se pierde el aguijn, dejan el corazn cobarde, orgulloso e indiferente, mientras que la esclavitud slo lo tornaba tmido.

    La calma es el alma de la tirana y la pasin el alma de la libertad; la primera es un fuego que incuba y la segunda un fuego que se consume; una se escapa al menor movimiento y la otra slo se debilita a la larga, y se apaga para siempre. Slo se es virtuoso una vez.

    Cuando un pueblo que ha logrado su libertad establece sabias leyes, su revolucin est hecha, y si esas leyes son propias del territorio, la revolucin es duradera.

    Francia ha coaligado la democracia, la aristocracia y la monarqua; la primera forma el estado civil, la segunda el poder legislativo, y la tercera el poder ejecutor.

    En donde slo existiera Una perfecta democracia, o sea la libertad exagerada, no podra coexistir la' monarqua; de haber slo aristocracia, no existiran leyes constantes, o si el prncipe hubiese sido lo que era antao, no podra existir la libertad.

    Era preciso que los poderes fuesen modificados de modo tal que ni el pueblo, ni el cuerpo legislativo, ni la monarqua adquiriesen un ascendiente tirnico. En tan vasto imperio se necesitaba un prncipe, pues el rgimen republicano slo conviene a un pequeo territorio. Cuando Roma creci, necesit magistrados cuya autoridad fue inmensa.

    Francia trat hasta donde pudo de adoptar la forma de un Estado popular y slo tom de la monarqua lo que no poda dejar de asimilar. A pesar de todo, el poder ejecutor sigui siendo la suprema ley, Con el objeto de no chocar con el amor que el pueblo senta por sus reyes.

    Cuando Codro muri, las personas de bien que queran implantar la libertad, declararon Rey de Atenas a Jpiter.

    CAPTULO SEGUNDO. De los principios de la Revolucin Francesa Los antiguos legisladores lo haban hecho todo en bien de la Repblica,

    pero Francia lo hizo en bien del hombre. La antigua poltica exiga que la fortuna del Estado volviese a manos de los

    particulares, en cambio, la poltica moderna busca que la felicidad de los individuos se refleje en el Estado. La primera refera todo a la conquista porque el Estado era pequeo y estaba rodeado por otras potencias, y de su destino dependa el destino de los individuos; por el contrario, la segunda slo tiende a la conservacin, pues el Estado es vasto, y del destino de los particulares depende el destino del imperio.

    Cuanto ms pequeo es el territorio de las Repblicas, ms severas deben ser sus leyes, pues los peligros que corren son ms frecuentes, las costumbres ms vehementes y un solo individuo puede arrastrar a todo el mundo a su prdida. Por el contrario, cuanto ms vasto es, ms suaves debern ser las leyes, pues los peligros son menos frecuentes, las costumbres ms moderadas y todo el mundo puede venir en ayuda de cada uno de sus ciudadanos.

    Los reyes no pudieron subsistir en contra de la severidad de las leyes de una Roma en embrin; dicha severidad, aunque excesivamente atenuada, restableci a los reyes en una Roma en pleno crecimiento.

    Los derechos del hombre habran destruido a Atenas o a Lacedemonia. Tanto en una como en otra, los ciudadanos slo conocan a su querida patria y se olvidaban hasta de s mismos en su honor. Los derechos del hombre, en cambio, dan mayor solidez a Francia, donde la patria se olvida de s misma en favor de sus hijos.

    Los antiguos republicanos se entregaban a las ms peligrosas tareas, al exterminio, al exilio o a la muerte, en aras de la patria, pero en Francia la patria renuncia a su gloria en bien de la tranquilidad de sus hijos y slo les pide su propia conservacin.

    CAPTULO TERCERO. De la relacin, de la naturaleza y de los principios de la Constitucin

    Si la democracia de Francia se pareciera a la que los ingleses trataron en vano de establecer, por ser su pueblo demasiado presuntuoso; si su aristocracia fuera como la de Polonia, cuyos principios se basan exclusivamente en la violencia, y si su monarqua se inspirara en las de la mayora de los pases de Europa, en que la voluntad del amo es la nica ley, el choque entre esos tres poderes no hubiese tardado en destruirlos. Precisamente eso fue lo que pensaron los que afirman que algn da habrn de desgarrarse entre s. Pero les ruego que examinen cun sana es

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    la complexin de Francia: la soberbia no es de ninguna manera el alma de la democracia, sino la libertad moderada; tampoco la violencia es el arma que esgrime la aristocracia, sino la igualdad de derechos, y la voluntad no es el mvil de su monarqua, sino la justicia.

    De la naturaleza de la libertad La naturaleza de la libertad est en que sta resista a la conquista y a la

    opresin, y por consiguiente debe ser pasiva. Francia ha sabido comprender que la libertad que conquista necesariamente se corrompe, y con eso queda todo dicho.

    De la naturaleza de la igualdad La igualdad que instituy Licurgo, que reparti las tierras, cas a las

    doncellas sin dote, orden que todo el mundo hiciera sus comidas en pblico y se cubriera con ropas idnticas; relacionada con la til pobreza de la Repblica, slo habra servido para provocar revueltas o inducir a la pereza en Francia. Tan slo la igualdad de derechos polticos era aconsejable en un Estado como Francia, cuyo comercio es parte inseparable del derecho de gentes, como habr de aclararlo ms adelante. La igualdad natural servir donde el pueblo sea dspota y no pague tributos. Conviene seguir de cerca las consecuencias naturales de semejante condicin en relacin con una constitucin mixta.

    De la naturaleza de la justicia La justicia se dicta en Francia en nombre del monarca, protector de las

    leyes, no por voluntad sino tan slo por intermedio de la palabra del magistrado o del embajador, y por consiguiente aquel que haya cometido prevaricato, no ofende al monarca sino a la patria.

    El principio de la libertad La servidumbre consiste en depender de leyes injustas; la libertad, de leyes

    razonables; y el libertinaje, de s mismo. Nunca dud que los belgas no podran ser libres, pues no supieron darse leyes.

    El principio de la igualdad El espritu de la igualdad no reside en que el hombre pueda decir al

    hombre: Soy tan poderoso como t. No hay poderes legtimos; ni las leyes de Dios son poderes, sino solamente la teora de lo que es justo. El espritu de la igualdad consiste en que cada individuo sea una parte idntica de la soberana, es decir del todo.

    El principio de la justicia La justicia es el espritu de todo lo que es bueno y el colmo de la sabidura,

    que, sin ella, es solamente artificio y no podr prosperar durante mucho tiempo.

    El fruto ms valioso de la libertad es precisamente la justicia, guardiana de las leyes, que son la patria misma. Mantiene viva la virtud en el pueblo y lo induce a amarla; por el contrario, si el gobierno es inicuo, el pueblo que

    solamente es justo cuando las leyes que lo gobiernan lo son tambin y lo estimulan a serlo, se torna engaoso y deja de tener patria.

    Nunca he sabido que el propsito poltico de cualquier constitucin antigua o moderna haya sido la justicia y el orden interno. La primera que ha perseguido ese fin ha sido la francesa; todas las dems, con inclinaciones a la guerra, a la dominacin de los otros pueblos, o a la riqueza, alimentaban en s mismas el germen de su destruccin, y la guerra, la dominacin y la riqueza las corrompieron. El gobierno se volvi srdido, y el pueblo, avaro y sin freno.

    Consecuencias Un pueblo es libre cuando no puede ser oprimido o conquistado; igual,

    cuando es soberano, y justo, cuando la ley lo gobierna.

    CAPTULO CUARTO. De la naturaleza de la democracia francesa Las comunas francesas podan elegir su camino entre dos escollos: o era

    preciso que la diversidad de clases diese el poder legislativo a la representacin de las mismas, en cuyo caso, si la aristocracia y la monarqua hubiesen dominado la nacin, el gobierno habra sido desptico, y si el pueblo se hubiese sobrepuesto sobre las otras dos, el gobierno habra sido popular; o bien era necesario que las tres clases confundidas formasen una sola, o mejor aun no formasen ninguna, en cuyo caso el pueblo sera su propio intermediario y por consiguiente, libre y soberano.

    Las clases se prestaban ms a la tirana que una representacin nacional; en las primeras el amo es el principio del honor poltico, y en la segunda, el pueblo es el principio de la virtud. En cuanto al legislador, necesita todo su talento para organizar esa representacin, de modo que ella derive, no de la constitucin sino de su principio, pues de lo contrario creara Una aristocracia de tiranos.

    El principio era la libertad, la soberana; por ello es que no se cre ninguna graduacin inmediata entre las asambleas primarias y la legislatura, y en lugar de regular la representacin de acuerdo a los organismos judiciales o administrativos, se estableci en relacin a la extensin del Estado, al nmero de sus habitantes, a su riqueza, o dicho de otro modo, de acuerdo al territorio, a la poblacin y a los impuestos.

    Conviene reflexionar respecto al principio de las antiguas asambleas de las bailas. Cunto trabajo cuesta imaginar que el honor poltico pueda crear virtudes! Los Estados Generales deban ser la Corte del Gran Mogol y la virtud tan fra como su propio principio. Por eso fue que cuando se vio a los representantes populares hollar con sus plantas el honor poltico, ya las primeras sesiones de los Estados en un verdadero torbellino de pasiones, la virtud estuvo a punto de hacerse popular y sacudi a la tirana en sus cimientos hasta el momento en que, golpeada por sus propias manos, se desplom definitivamente.

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    CAPTULO QUINTO. De los principios de la democracia francesa Las democracias antiguas carecan de leyes positivas y fue por ello que se

    elevaron hasta la cspide de la gloria que se adquiere con las armas, pero tambin fue lo que lo complic todo: cuando el pueblo se reuna en asamblea, el gobierno dejaba de ser absoluto y todo se mova conforme a la voluntad de los discurseadores. La confusin era la libertad, y era el ms hbil o el ms fuerte el que se impona sobre los dems. Fue as como el pueblo de Roma despoj al Senado de sus poderes, y los tiranos al pueblo de Atenas y de Siracusa de sus libertades.

    El principio de la democracia francesa reside en la aceptacin de las leyes y en el sufragio, y la forma de aceptacin es el juramento. La prdida de los derechos de ciudadano anexa a la negativa de prestarlo, no es un castigo, sino el propio espritu de esa negativa. Tal juramento es slo una pura aceptacin de las leyes, y a stas no se les puede exigir el carcter que se les rehsa, que se les quita a ellas mismas. Alguien dijo que la aceptacin del rey no vala nada y que algn da el pueblo pedira cuentas de los derechos del hombre y de la libertad. Pero qu es entonces el juramento que el pueblo ha prestado? Sin duda que tal aceptacin es ms sagrada, ms libre y ms verdadera que la aclamacin de las asambleas; la aceptacin depende del rey, pues slo l es el soberano y nosotros seguimos siendo sus esclavos.

    Hablar ms adelante de la sancin del monarca y demostrar que en un Estado libre no puede aqul ejercer su absoluta voluntad ni por consiguiente tener oposicin.

    Si el pueblo rehusara el juramento, habra que suprimir la ley, pues as como la negativa al juramento de la menor fraccin del pueblo provoca la suspensin de la actividad, as tambin la negativa de la mayor parte de ste produce la abrogacin de la ley.

    Los sufragios en Francia son secretos, pues su publicidad hubiese perdido a la constitucin; el secreto en Roma ahog a la virtud porque la libertad declinaba da a da, pero en Francia produjo un efecto excelente, pues la libertad acababa de nacer. El pueblo era esclavo de los ricos y estaba acostumbrado a ser adulador y vil; el gran nmero de acreedores intimidaba, las asambleas eran poco numerosas y los compromisos demasiado conocidos estaban excesivamente multiplicados. La publicidad de los sufragios hubiese creado un pueblo de enemigos o de esclavos.

    Se hicieron promesas a muchos bribones, y pocos de ellos consiguieron votos, aunque no faltaron algunos. El azar hubiese destruido la emulacin, que quiz conviniera a los empleos municipales, pero que habra empaado el honor poltico que los haca respetar; tampoco convena a las magistraturas judiciales, pues interesa que los jueces sean aptos. La eleccin al azar slo sirve en la Repblica en la cual reina la libertad individual.

    Como el principio de los sufragios es la soberana, cualquier ley que pudiese alterarla es tirana. El derecho que se arrogan los poderes

    administradores de transferir las asambleas fuera de sus territorios, es tirana, y tambin lo es el poder que se atribuyen de enviar comisarios a las asambleas del pueblo o de ocupar en ellas un lugar de privilegio; al hacer tal cosa, sofocan la libertad que es su propia vida, llevando a ellas la calma y el orden que son su muerte. El comisario es slo un individuo ms en las asambleas populares; si alza su voz para ser escuchado, debe ser castigado. La espada segaba la vida de los extranjeros que en Atenas osaban mezclarse en sus comicios, pues al hacerlo violaban el derecho de soberana.

    Todo aquello que atente contra una constitucin libre es un crimen atroz y la mancha ms insignificante que cae sobre ella contamina a todo el cuerpo legislativo. Nada suena tan agradablemente al odo de la libertad como el tumulto y los gritos de una asamblea popular. Gracias a ellos se despiertan los ms grandes sentimientos, se desenmascaran las indignidades, el mrito personal brilla en todo su esplendor, y todo lo que es falso abre paso a la verdad.

    El silencio de los comicios equivale a la languidez del espritu pblico, y cuando es absoluto, significa que el pueblo se ha corrompido o se siente poco orgulloso de su gloria.

    Exista en Atenas un tribunal que ejerca la censura en las elecciones. Tal censura es ejercida en Francia por los poderes administradores, pero es preciso no confundir la libertad con la calidad de los elegidos; la una es de la incumbencia de la libertad, y la otra, de la incumbencia de su gloria. Una es la soberana, y la otra la ley.

    La censura proscribe al extranjero que no puede amar a una patria en la que no tiene intereses personales; al infame que ha deshonrado las cenizas de su padre al renunciar al derecho de sucederlo; al deudor insolvente que carece de patria; al hombre que an no ha cumplido veinticinco aos y cuya mente an no est formada; o al que no paga tributos por sus actividades, porque lleva una vida que lo convierte en ciudadano del mundo.

    La censura en las elecciones se limita, pues, al examen de tales condiciones, y se ejerce sobre aquel que es elegido y de ningn modo sobre quien elige. La eleccin no es violada por el censor, sino tan slo examinada por la ley.

    CAPTULO SEXTO. De la naturaleza de la aristocracia Alguien ha dicho que la divisin de clases perturbaba el sentido de aquel

    artculo de los derechos del hombre, que dice: No existir ms diferencia entre los hombres que la que creen sus virtudes y talentos. Podra decirse tambin que las virtudes y los talentos destruyen la igualdad natural, pero del mismo modo que el valor que se les atribuye se relaciona con las convenciones sociales, la divisin de clases Se relaciona con las convenciones polticas.

    La igualdad natural era tambin falseada en Roma, donde segn Dionisio de Halicarnaso, el pueblo estaba dividido en ciento noventa y tres centurias

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    desiguales, cada una de las cuales slo tena un sufragio, aunque algunas de ellas fuesen menos numerosas en proporcin a sus riquezas, a su mediocridad o a su indigencia.

    Por el contrario, la igualdad natural subsiste en Francia. Todos participan por igual de la soberana debido a la condicin uniforme del tributo que reglamenta el derecho de sufragio; la desigualdad slo afecta al gobierno, ya que todos pueden elegir, aunque no ser elegidos. La clase totalmente indigente es poco numerosa y est condenada a la independencia o a la emulacin, y goza de los derechos sociales de la igualdad natural, de la seguridad y de la justicia. Aquel que no paga tributos, no padece esterilidad.

    Si la condicin del tributo no hubiese determinado la aptitud para los empleos, la constitucin habra sido popular y anrquica; si esa condicin hubiese sigo exagerada y nica, la aristocracia habra degenerado en tirana, y es por ello que los legisladores debieron adoptar Un trmino medio que no desanimase a la pobreza e hiciese innecesaria la opulencia.

    Tal desigualdad no hiere los derechos naturales, sino tan slo las pretensiones sociales.

    Para establecer la igualdad natural en la Repblica, deben repartirse las tierras y contener a la industria.

    Si la industria es libre, se convierte en la fuente de la cual fluyen los derechos polticos, y entonces la desigualdad de hecho produce una ambicin que es la virtud.

    Dcese que en aquellas Repblicas en que no estn separados los poderes, no existira constitucin posible, pero debera agregarse tambin que en donde los hombres fueran socialmente iguales, no habra armona duradera.

    La igualdad natural confundira a la sociedad, dejara de existir el poder y la obediencia y el pueblo huira hacia los desiertos.

    La aristocracia francesa, mandataria de la soberana nacional, elabora las leyes a las que presta su obediencia y que el prncipe hace ejecutar; reglamenta los impuestos, y determina la paz y la guerra. El pueblo es a la vez moarca sometido e individuo libre.

    El poder legislativo es permanente, pero sus miembros cambian cada dos aos. Tan incesantemente necesaria es la presencia y la fuerza del pensamiento a la conducta del hombre, como la sabidura y el vigor del poder legislativo es perpetuamente til a la actividad de un buen gobierno, y por ello debe velar sobre el espritu de las leyes depositarias de los intereses de todos los ciudadanos.

    Cuando se trat de reglamentar la duracin de la representacin, se descubri que la mayora de las personas sospechosas para la revolucin opinaba a favor de un largo perodo. Contra tal opinin podran alegarse varias buenas razones: la ms slida consiste en que la costumbre de reinar nos convierte en enemigos del deber. En una aristocracia totalmente popular, los

    legisladores son muy sabiamente elegidos y reemplazados por el pueblo; su representacin debe ser inviolable o bien la aristocracia estara perdida, y tampoco debern responder de su conducta, ya que en realidad no gobiernan. La ley debe ser pasiva entre el veto suspensivo del prncipe y la prudencia de la legislacin que se dictar.

    CAPTULO SPTIMO. Del principio de la aristocracia francesa Las antiguas aristocracias, cuyo principio resida en la guerra, deban

    formar un cuerpo poltico impenetrable, constante en sus empresas, vigoroso en sus consejos, independiente del azar, y que al mismo tiempo que sujetaba las riendas de la natural soberbia del pueblo para mantener la paz interior, lo alimentara de orgullo republicano, hacindolo intrpido y audaz en lo exterior.

    As como tales aristocracias estables e inamovibles podan acomodar sus actos a ciertas mximas peculiares que no eran leyes positivas, as tambin les resulta difcil a las comunas francesas, peridicamente renovadas, seguir adelante por la senda de la sabidura, si dicha sabidura no es la propia ley que las gobierna.

    De tales consideraciones se deduce que la aristocracia francesa no siente inclinacin por las conquistas, precisamente porque desea una serie de resoluciones que interrumpiran la vicisitud y el genio variable de las legislaturas.

    Por eso ser mejor que ame la paz y no se aparte de su propia naturaleza consistente en la igualdad y en la armona interior; si en un momento dado se dejara arrastrar pbr el atractivo del poder, todo se derrumbara a su alrededor. Los movimientos de protesta que se vera obligada a contener enervaran sus fuerzas, perdiendo en lo interior lo que ganara en el exterior, y sus victorias no seran menos fulmneas que los desastres para su constitucin en un pueblo insolente y verstil.

    Tan pronto el pueblo romano termin de conquistar el mundo, hizo lo propio con su senado, y cuando por fin saci sus apetitos, el delirio de su poder volvi a arrastrarlo a la esclavitud.

    El principio de la aristocracia francesa es, pues, la estabilidad.

    CAPTULO OCTAVO. De la naturaleza de la monarqua La monarqua francesa es muy similar a la primera que reinara en Roma.

    Sus reyes proclamaban los decretos pblicos, mantenan las leyes, mandaban los ejrcitos y se limitaban en todo a ejecutar. Por ello fue que la libertad nunca dio un paso hacia atrs e incluso liquid a la realeza. Pero esa revolucin deriv menos del desarrollo de la libertad civil, por muy ardiente que sta fuera, que del sorprendente poder que quiso de pronto usurpar el monarca por encima de las leyes vigorosas que lo rechazaron. Francia estableci la monarqua sobre la base de la justicia para que no pudiera tornarse exorbitante.

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    El monarca no reina, sino que, sea cual fuere el sentido de la palabra, gobierna. El trono es hereditario en su familia, y es, a la vez, indivisible. Ms adelante tratar sobre este punto; ahora nos limitaremos a examinar el poder monrquico en su propia naturaleza.

    La intermediacin de los ministros hubiese sido peligrosa si el monarca fuera soberano, pero en cambio es el prncipe el verdadero intermediario: recibe las leyes del cuerpo legislativo y da cuenta a ste de su ejecucin. Slo puede apelar el texto, devolviendo a las legislaturas lo que hace a su espritu.

    Por intermedio de la sancin que pronuncia el monarca, ejerce menos su poder todopoderoso que una delegacin inviolable del poder del pueblo; la forma de su aceptacin, as como tambin la de su rechazo, es una ley positiva, de modo tal que dicha aceptacin o rechazo es la prctica de la ley y no de la voluntad; es el freno, y no la defensa, de una institucin precaria que requiere cierta madurez; es el nervio de la monarqua, y no de la autoridad real. Lo que pudiera haber de poder en el rechazo expira con la legislatura que engendrara la ley; el pueblo renueva en ese momento la plenitud de su soberana y rompe la suspensin relativa del monarca.

    En un gobierno mixto, todos los poderes deben ser reprimentes, pues toda incoherencia es armona, y toda uniformidad, desorden.

    La libertad necesita un ojo que observe al legislador y una mano que lo detenga. Esta mxima puede ser buena, y lo es ms aun en un Estado cuyo poder ejecutivo, que nunca cambia, es depositario de las leyes y de los principios que la inestabilidad de las legislaciones podra conmover.

    La monarqua francesa, inmvil en medio de una constitucin en continuo movimiento, carece de intermediarios y posee en cambio magistraturas que se renuevan cada dos aos.

    nicamente es vitalicio el ministerio pblico, porque ejerce una permanente censura sobre los cargos continuamente renovados; como todo cambia en derredor de l, las magistraturas lo consideran siempre nuevo.

    La monarqua, a diferencia de las clases medias del pueblo por donde circula la suprema voluntad, ha dividido su territorio en una especie de jerarqua que trasmite las leyes de la legislacin al prncipe, de ste a los departamentos, de stos a los distritos, y de estos ltimos a los cantones, de tal modo que el imperio, cubierto por los derechos del hombre como lo est tambin de generosas cosechas, nos ofrece el espectculo de la libertad siempre cerca del pueblo, de la igualdad cerca del rico, y de la justicia cerca del dbil.

    Parece ser que la armona moral slo es sensible mientras se parezca a la regularidad del mundo fsico. Examinemos la progresin de las aguas, desde el mar que lo abarca todo hasta los arroyos que baan las praderas, y tendremos la imagen de un gobierno que todo lo fertiliza.

    Todo emana de la nacin y todo vuelve a ella y la enriquece; todo fluye del poder legislativo y todo toma hasta l y all se purifica, y ese flujo y reflujo de la

    soberana y de las leyes, une y separa a los poderes que se repelen y se buscan unos a otros.

    La nobleza y el clero, que fueran antao el respaldo de la tirana, desaparecieron con ella; la primera dej de ser y el segundo slo es lo que siempre debi ser.

    En los siglos pasados, la constitucin era la voluntad de un solo hombre y la omniporencia de varios; el espritu pblico era el amor hacia el soberano, precisamente porque se tema a los grandes. La opinin pblica era supersticiosa porque el Estado estaba repleto de monjes que rendan pleitesa a la ignorancia de los grandes y a la estupidez del pueblo; cuando ste dej de temer a los grandes, humillados en el siglo pasado, y el crdito de los hombres poderosos abandon a los monjes, el vulgo reverenci menos a los hbitos, la opinin se destruy poco a poco y las costumbres siguieron el mismo camino.

    Antes de que la opinin pblica abriera del todo los ojos, los tesoros de una asamblea capitular llevados a la Casa de la Moneda, habran servido para armar al clero. Todo era fanatismo e ilusin. Afortunadamente se ha despojado sin el menor escndalo a los templos y a las casas de religiosos; se han vaciado y demolido los lugares sagrados, llevando al tesoro pblico los ornamentos sagrados, los santos y los relicarios; en cierto modo se han desatado y suprimido los votos monsticos, pero los sacerdotes en ningn momento elevaron al cielo su indignacin y por el contrario recibieron en su mayora la noticia de su supresin como una bendicin. La opinin ya no estaba en el mundo ni entre ellos y dej de confundirse al incensario con Dios. Todo es relativo en este mundo; el propio Dios y todo lo que es bueno es un prejuicio para el dbil, y la verdad slo es sensible al cuerdo.

    Cuando el cardenal de Richelieu humill a los grandes y a los monjes, odiados a causa de la sangre vertida en las guerras civiles, se convirti en un dspota y empez a inspirar temor, preparando sin pensarlo el nimo popular, matando al fanatismo que desde entonces slo pudo exhalar sus ltimos suspiros, y cambiando la opinin pblica, que en lo sucesivo les fue cada vez ms desfavorable.

    El clero remed al fanatismo cuando se qued sin crdito popular y Port-Royal sirvi de arena de lucha para su polmica con la Sorbona. Nadie tom seriamente partido en tales querellas y tan slo sirvieron de diversin a modo de espectculo en el cual Se reproducen las resoluciones de los imperios que han dejado de serlo.

    En lo sucesivo todo quedaba unido entre s por una dependencia secreta, en la que todo se someta a la voluntad del tirano. La opinin fue el temor y el inters, y por eso aquel siglo fue el de los aduladores. Los ejrcitos no necesitaban de la nobleza, que asustaba al despotismo, pero ms tarde Luis XIV la ech de menos y la busc para enterrarse con ella bajo los restos de la monarqua; slo encontr esclavos, aunque la vanidad consigui convertir a algunos de ellos en hroes. Bajo el reinado siguiente los cargos fueron

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    devueltos a la nobleza, pero ya era tarde: el pasado la haba corrompido. El pueblo sinti celos y despreci a quienes lo mandaban, sirvindole sus desdichas a modo de virtud, hasta que por fin llegamos a la poca en que estalla la revolucin.

    Habindose quedado sin nobleza, la monarqua se torna popular.

    CAPTULO NOVENO. De los principios de la monarqua Es posible que sea paradjico en poltica que una monarqua sin honores, y

    un trono que sin ser electivo como el de Moscovia o disponible como el de Marruecos, sea una magistratura hereditaria ms augusta que el propio imperio.

    He dicho monarqua sin honores porque el monarca ya no es la fuente de stos, sino el pueblo, dispensador de los cargos; tiene, sin embargo, una virtud relativa que emana de los celos y de la vigilancia de que es objeto y motivo.

    Me refiero al espritu fundamental de la monarqua; sta parecer siempre popular, sea cual fuere su inclinacin a la tirana, as como tambin el pueblo se sentir celoso por su monarqua, sea cual fuere su amor a la libertad.

    La monarqua no tendr sbditos y sus hijos sern su pueblo, porque la opinin habr ridiculizado al despotismo; cuando ya no tenga hjos ni sbditos, el pueblo ser libre.

    Su carcter ser benvolo, porque tendr que tratar con miramientos a la libertad, y habr de reconocer a la igualdad y dictar justicia.

    Observar las leyes con una especie de sentimiento religioso para no tener que renunciar a su voluntad, ni para reprimir la de todos los dems; ser compasiva cuando deba ser tirnica y severa cuando defienda la libertad.

    El pueblo la querr: porque sus sentimientos se adormecern ante su blandura y sus ojos ante su magnificencia; sin embargo su imaginacin har un prejuicio de la libertad, y la ilusin ser tambin una patria.

    CAPTULO DCIMO. De las relaciones entre todos estos principios A simple vista y como otros, he credo que los principios de la constitucin

    francesa, incoherentes por propia naturaleza, se desgastaran con el andar del tiempo y no lograran unirse entre s; pero cuando logr penetrar a fondo en el espritu del legislador, he visto cmo sala el orden de semejante caos, y cmo se separaban sus diversos elementos y creaban vida.

    El mundo inteligente en medio del cual una Repblica en particular es como una familia en la Repblica misma, ofrece innumerables contrastes y a veces tan sobresalientes particularidades, que slo pueden ser un bien relativo sin el gran designio de la constitucin general, del mismo modo que en el mundo fsico las imperfecciones de detalle concurren a la armona universal.

    En el estrecho crculo que abarca al alma humana, todo le parece desajustado como ella misma, porque lo ve todo desligado de su origen y de su fin.

    La libertad, la igualdad y la justicia son los principios necesarios de lo que no es depravado, y todas las estipulaciones descansan sobre ellas como el mar sobre su base y contra sus orillas.

    Nadie poda presumir que la democracia de un gran imperio pudiese producir la libertad, que la igualdad pudiese nacer de la aristocracia y la justicia de la monarqua; la nacin recibi lo que crey conveniente de libertad para ser soberana, la legislacin se hizo popular gracias a la igualdad y el monarca conserv el poder que necesitaba para ser justo. Qu hermoso es ver cmo ha discurrido todo en el seno del Estado monrquico que los legisladores han elegido muy juiciosamente para ser la forma de un gran gobierno, donde la democracia constituye, la aristocracia hace las leyes y la monarqua gobierna!

    Todos los poderes derivan de sus respectivos principios y se elaboran sobre su base inmvil; la libertad los ha hecho nacer, la igualdad los mantiene y la justicia reglamenta su prctica.

    En Roma, en Atenas y en Cartago, los poderes eran a veces una sola magistratura, y la tirana estaba siempre cerca de la libertad, por cuya razn se estableci la censura de diversas maneras. En cambio en Francia no existe un poder en el sentido estricto de la palabra; las leyes son la nica autoridad, sus ministros dan cuenta de sus actos unos a otros y todos ellos a la opinin pblica que es el espritu de los principios.

    CAPTULO UNDCIMO. Consecuencias generales En una constitucin como sa, en la que el espritu se acalora y se enfra

    ininterrumpidamente, es de temer que ciertas personas hbiles, ignorando las leyes, logren ocupar el lugar que corresponde a la opinin pblica llena de mximas que acrecientan la esperanza de la impunidad. Estoy cansado de oir decir que Arstides es justo, exclamaba un griego de sentido comn.

    Ha de temerse siempre al monarca, que, como Dios, tiene sus propias leyes a las cuales se somete, pero en cuyas manos est todo el bien que desea, sin poder hacer el mal. Si fuera guerrero, poltico o popular, la constitucin se inclinara peligrosamente sobre el abismo; sera preferible, entonces, que la nacin fuera vencida a que triunfase el monarca, y personalmente deseo que Francia obtenga continuas victorias en su propio seno y derrotas en la casa de sus vecinos.

    Los poderes deben ser moderados, las leyes implacables, y los principios incontrovertibles.

    CAPTULO DUODCIMO. De la opinin pblica La opinin pblica es la consecuencia y la depositaria de los principios. En

    todas las cosas el principio y el fin se tocan en el punto en que estn dispuestos a disolverse. La diferencia que existe entre el espritu pblico y la opinin, estriba en que el primero se nutre de las relaciones de la constitucin

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    o del orden, mientras que la opinin, por el contrario, se nutre exclusivamente del espritu pblico.

    La constitucin de la antigua Roma representaba la libertad; el espritu pblico, la virtud; y la opinin, la conquista. En el Japn, la constitucin (si es posible utilizar ese trmino para el caso) es la violencia, el espritu pblico es el temor, y la opinin es la desesperacin. En los pueblos de la India, la constitucin significa quietud; el espritu pblico, menosprecio por la gloria y las riquezas; y la opinin tan slo indolencia.

    En Francia, constitucin equivale a libertad, igualdad y justicia; espritu pblico significa soberana, fraternidad y seguridad; y opinin, es lo mismo que decir Nacin, Ley y Rey.

    Creo haber demostrado cun verdaderos eran los principios de la constitucin, poniendo de paso en evidencia la relacin que existe entre ellos. Ahora tratar de buscar la relacin de la constitucin con sus principios y con sus leyes.

    LIBRO TERCERO

    CAPTULO PRIMERO. Prembulo La constitucin es el principio y el nudo de las leyes; toda institucin que no

    emane de la constitucin es tirnica. He ah por qu las leyes civiles, las polticas y las que hacen al derecho de gentes deben ser positivas y no dejar nada librado ya sea a la fantasa o a la presuncin de los hombres.

    CAPTULO SEGUNDO. De qu modo hizo la Asamblea Nacional sus leyes suntuarias

    Se equivocan quienes creen que la Asamblea Nacional francesa se sinti inhibida por la deuda pblica y que sta empequeeci su perspectiva legisladora. Todos los fundamentos estaban dados, y las leyes suntuarias, tan peligrosas de establecer, se ofrecieron ante la Asamblea por s mismas. El lujo mora de inanicin, la necesidad exiga imperiosas reformas, el feudalismo destruido daba mayor fuerza al pueblo y derribaba de su pedestal a la nobleza, y el pueblo, insultado durante tan largo tiempo, aplauda con gusto su cada. La deuda pblica fue un pretexto para apoderarse de los bienes del clero, y de ese modo los restos de la tirana sirvieron para preparar una Repblica.

    Montesquieu lo previ al decir: Aboliendo en una monarqua las prerrogativas de los seores, del clero, de la nobleza y de las ciudades, pronto tendris ante vosotros un Estado popular o un Estado desptico; popular en el caso de que los privilegios fueran destruidos por el pueblo, y desptico si el golpe fuese asestado por los reyes.

    Roma lleg a ser libre, pero si Tarquino hubiese regresado a Roma, la libertad lograda habra sido destruida aun ms categricamente de lo que lo

    fuera la de los locrenses por Dionisio el Joven. Otro tanto y aun ms podra decirse de Francia, que para peor careca de costumbres y que ya nunca podra tener leyes.

    Cualquiera poda construir o reparar; en cambio las comunas mostraron su infinita sabidura destruyendo y aniquilando.

    Era preciso lograr una justa proporcin entre dos extremos, segn la reflexin del gran hombre que acabo de citar: tendris ante vosotros un Estado popular o un Estado desptico. La obra maestra de la Asamblea Nacional consisti precisamente en haber sabido atemperar aquella democracia.

    Veremos ms adelante qu partido supo sacar de lo que he llamado leyes suntuarias; de qu modo sus instituciones supieron atenerse a su propia naturaleza, cmo el vigor de las nuevas leyes logro apartar definitivamente el vicio de que estaban imbuidas las antiguas, y cmo los usos, los modales y los prejuicios considerados ms inviolables adoptaron el tono exacto de la libertad.

    Bajo el reinado del primer y segundo emperadores romanos, el senado quiso restablecer las antiguas leyes suntuarias que la virtud antao elaborara, pero tal propsito result impracticable por cuanto la monarqua estaba slidamente establecida, y el imperio opulento se ahogaba en disipados placeres, ebrio de felicidad y de gloria. Poda concebirse, pues, que el pueblo, voluntaria y alegremente, buscara otros placeres, otra felicidad y otra gloria, en la mediocridad? Haban conquistado al mundo y no crean seguir necesitando sus virtudes ancestrales.

    La pobreza es tan mala enemiga de la monarqua que aunque la que gobernaba a Francia estuviese extenuada, el lujo haba llegado sin embargo a su punto culminante, y fue preciso que la vergenza y la impotencia amenazasen con imperiosas reformas, para evitar que los excesos llevasen a mayores excesos aun y finalmente a la mUerte.

    Hubo que tomar delicadas precauciones, operando primero la reforma de las clases y de las administraciones, en lugar de la de los individuos.

    Eliminando las pensiones graciables y los honores otorgados a los nobles, se satisfizo al celoso vulgo, el cual, ms vanidoso que interesado, no vio al principio, y luego no pudo o no se atrevi a quejarse, de que el lujo perdido por los nobles se hubiese llevado consigo la fuente del suyo propio. Haba ms distancia desde el lugar en que se estaba hasta el lugar de donde se vena, que hasta aquel adonde se iba, y el cuerpo era demasiado pesado para volver sobre sus pasos. Licurgo saba mejor que nadie que sus leyes seran difcilmente aplicables, pero que una vez que l lograra que stas echaran races, las mismas seran muy profundas. Entreg el cetro de Lacedemonia al hijo de su hermano, y cuando estuvo seguro de que el respeto que inspiraba a su pueblo le hara conservar sus leyes hasta su retorno de Delfos, se dirigi al exilio y no volvi jams, ordenando previamente que sus restos fueran

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    arrojados al mar. Lacedemonia conserv sus leyes y cada vez fue ms floreciente.

    De todo ello puede deducirse que cuando un legislador ha sabido adaptarse inteligentemente a los defectos de un pueblo e incorporar a su personalidad las virtudes de ese mismo pueblo, habr logrado lo que se propona. Licurgo, por ejemplo, asegur la castidad entre su pueblo violando el pudor, e indujo al espritu pblico a la guerra gracias a su ferocidad.

    Los legisladores franceses no suprimieron el lujo que tanto agradara a sus conciudadanos, sino a los hombres que alardeaban de l y eran detestados por la mayora; aparentemente no quisieron atacar el mal sino buscar el bien.

    La causa ms importante de sus progresos en ese sentido, ha sido el hecho de que todos los hombres se despreciaban entre s. El vulgo desdeaba al vulgo y los nobles aparentaban la grandeza de que carecan, de modo tal que todo el mundo qued vengado.

    CAPTULO TERCERO. De las costumbres Las costumbres son las relaciones que la naturaleza estableci entre los

    hombres, y comprenden la piedad filial, el amor y la amistad. En sociedad, las costumbres siguen siendo las mismas, pero desnaturalizadas; la piedad filial equivale a temor, el amor a galantera, y la amistad a familiaridad.

    Una constitucin libre es buena en la medida que acerca las costumbres a su origen primero, en que los padres son amados, las inclinaciones puras y los vnculos de amistad sinceros. Slo entre los pueblos bien gobernados se encuentran ejemplos de estas virtudes que requieren por parte de los hombres toda la energa y la sencillez de la naturaleza misma. Los gobiernos tirnicos estn repletos de hijos ingratos, de esposos culpables y de falsos amigos, y el mejor testimonio de esta aseveracin es la propia historia de todos los pueblos. Mi propsito es referirme solamente a Francia, en cuyas costumbres civiles no hay virtudes ni vicios, y por el contrario aqullas son muestras de su decadencia; la piedad filial equivale a respeto, el amor es un vnculo civil, la amistad, placer, y todas juntas, inters.

    Existe otra especie de costumbres, las privadas, deplorable cuadro que a veces la pluma se niega a describir. Son ellas la inevitable consecuencia de la sociedad humana y derivan de la tormenta del amor propio y de las pasiones. Los alaridos de los declamadores no dejan de perseguirlas sin lograr reformarlas y la descripcin que de ellas hacen slo sirve para terminar de corromperlas. Con frecuencia se ocultan bajo el velo de la virtud, y el verdadero arte de la ley estriba precisamente en mantenerlas indefinidamente bajo ese velo. He ah lo que qued de los sagrados preceptos de la naturaleza, cuya sombra civilizada veremos ms adelante.

    La naturaleza ha surgido del corazn de los hombres y se ha escondido en su imaginacin; no obstante, si la constitucin sirve, logra reprimir las

    costumbres o las utiliza en su propio beneficio, al igual que un cuerpo sano se nutre de viles alimentos.

    Las leyes de testamento y tutelas son el espritu del respeto filial; y las leyes de bienes gananciales, de donaciones, de dotes, de separacin y divorcio, son el espritu del vnculo conyugal; los contratos son el espritu del estado civil, o sus relaciones sociales, llamadas intereses. He aqu los desechos de la amistad y de la confianza; la violencia de las leyes hace que se pueda prescindir de la gente de bien.

    Las leyes civiles francesas, a fuerza de ser infinitas, armoniosas e inagotables, parecern admirables a quienquiera pueda profundizar los recursos que la naturaleza brindaba a los hombres al darles la razn. La sabidura les ha dado por eternos fundamentos las diversas consideraciones del contrato social; en su mayora tienen su origen en el derecho romano, es decir en la fuente ms pura que haya existido jams. Slo es de lamentar que conviertan en obligacin interesada a los ms caros sentimientos del hombre y que su nico principio sea la avariciosa propiedad.

    Efectivamente, el derecho civil es el sistema de propiedad. Es concebible que el hombre se haya alejado hasta tal punto de ese amable desinters que parece ser la ley social de la naturaleza como para honrar a tan triste propiedad con el nombre de ley natural? Siendo como somos seres pasajeros bajo el cielo que nos cubre, no nos ense acaso la muerte que muy lejos de que la tierra nos pertenezca, es nuestro estril polvo quien pertenece a ella? Pero de qu sirve traer a la memoria una moral que en lo sucesivo ser intil al hombre a menos que el crculo de su propia corrupcin lo traiga de vuelta a la naturaleza? No pretendo ser visionario, pero s quiero decir que la tierra debe ser repartida entre los humanos despus de la muerte de su madre comn, y que la propiedad tiene leyes que pueden estar imbuidas de sabidura, e impiden que la corrupcin se difunda y que el mal abuse de s mismo. El olvido de tales leyes hizo nacer el feudalismo, y su rememoracin sirvi para derribarlo; sus ruinas ahogaron a la esclavitud, devolviendo al hombre a su propia naturaleza, y al pueblo a sus leyes.

    CAPTULO CUARTO. Del rgimen feudal La supresin de las reglas feudales destruy la mitad de las leyes que

    deshonraba a la otra mitad. De no ser impropio irritarse contra el mal que ha dejado de tener vida, con gusto develara los horrores que en nuestra era sirvieron de ejemplo de una servidumbre desconocida en la misma antigedad, de una servidumbre basada en la moral y que llegara a convertirse en un culto absolutamente ciego.

    Me he preguntado multitud de veces la razn de que mi pas no hubiese quemado las races mismas de tan detestables abusos, de que un pueblo libre pagara derechos de mutacin y de que los derechos tiles de la servidumbre hubieran seguido siendo redimibles. No poda convencerme de que nuestros

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    sabios legisladores hubiesen podido equivocarse al respecto y prefer creer que los laudemios y ventas fueron conservados para facilitar la venta de los dominios nacionales, que por su naturaleza estn exentos de tales tributos, as como tambin que haban sido conservados para no causar una autntica revolucin en la condicin civil, pues de no haber existido, todo el mundo habra vendido y comprado. Finalmente prefiero decir que los derechos tiles fueron redimibles porque el mal se haba erigido a la larga en una mxima, y era preciso por lo tanto limarlo de manera lenta, siendo por el contrario funesto tratar de destruirlo violentamente.

    La libertad cuesta siempre muy poco, cuando slo ha de pagarse con dinero. Las comunas francesas han conservado todo aquello que llevaba implcito un carcter de propiedad til, lo que constitua el lado ms sensible de los hombres de nuestra poca. Antao los nobles habrlan dicho: Llevoslo todo, pero dejadnos la boca y la espuela; pero en la actualidad, la sangre de los nobles se ha enfriado hasta tal punto, que ellos mismos consideran a la nobleza como un simple derecho de peaje. Hablan de sus abuelos nicamente alrededor de la mesa familiar, y el pueblo, a su vez, slo venera a los feudos movientes.

    Se ha suprimido el derecho de servicio de caminos, dejando intactas a las avenidas, y se ha suprimido asimismo el honor, dejando sin embargo desnuda a la vanidad despojada; pero se ha respetado el inters, y yo creo que ello ha sido acertado. La propiedad hace solcito al hombre y ata los corazones ingratos al trozo de la misma que les corresponde. Cuando las prerrogativas honorificas dejan de tener atractivo entre las costumbres polticas, que son el trato mismo de la vanidad, toman arrogantes y perversos a los seres mezquinos.

    El famoso decreto que destruy al rgimen feudal no oblig a los propietarios a devolver sus ttulos, pero en su lugar el empadronamiento o el simple uso bast para completar el censo. No se quiso frustrar al verdadero propietario, pero tampoco ignorar al usurpador.

    CAPTULO QUINTO. De la nobleza Las diferencias existentes entre las clases formaban parte de las

    costumbres polticas, y del destino de unas result tambin el de las otras. El famoso decreto relativo a la nobleza hereditaria purg al espritu pblico y destruy por completo el falso honor de la monarqua. De todo aquello qued tan slo el recuerdo de algunos nombres afortunados como D'Assas, Chambord, Lameth o Luckner, y los nombres famosos de los hroes muertos dejaron de ser mancillados por las bajezas e indignidades de los vivos. Puede decirse que casi toda la nobleza entregada a la molicie y a la vida licenciosa careca de abuelos y de posteridad, haba abusado de sus mximas, ridiculizndolas y convirtindolas tan slo en una sombra que se desvaneci a la luz del da.

    Si la esclavitud ha sido un crimen en todas las pocas, podra decirse que la tirana tuvo ciertas virtudes entre nuestros abuelos, algunos de los cuales fueron dspotas humanos y magnnimos. En cambio, en nuestros das slo existan atroces sibaritas, que vivan del recuerdo de la sangre de sus abuelos.

    La antigua gloria se haba descolorido. Qu bienes poda esperar la patria de aquel orgullo agotado que slo lament la opulencia y los placeres de su pasado ascendiente? Qu es ms digno de admiracin: un pueblo que lo arriesg todo en busca de su libertad, o una aristocracia que nada os en aras de su orgullo? El crimen estaba maduro y cay por su propio peso, y para terminar, digamos que la nobleza fue devuelta a su propia naturaleza y la Iglesia a su Dios.

    La ley no proscribi la virtud sublime, sino que quiso que cada cual la adquiriese por s mismo y que la gloria de nuestros abuelos no nos tomara indiferentes respecto de nuestras virtudes personales.

    La mxima del honor hereditario es perfectamente absurda. Si la gloria que hemos merecido es nuestra tan slo despus de nuestra muerte, por qu aquellos que la han adquirido sin esfuerzo alguno habran de poder disfrutarla audazmente durante todo el curso de sus ociosas vidas?

    CAPTULO SEXTO. De la educacin Francia an no ha legislado sobre educacin hasta el momento en que

    escribo estas lneas, pero no me cabe duda alguna de que tales leyes habrn de desprenderse del tronco de los derechos del hombre. Por consiguiente slo dir que la educacin en Francia ensear modestia, poltica y guerra.

    CAPTULO SPTIMO. De la juventud y del amor Los grandes legisladores se han distinguido principalmente por la audacia

    de sus instituciones relativas al pudor y por ello pido a Dios que no me permita tener el deseo de establecer la gimnasia entre nosotros. El culto severo que hoy da profesa Europa no permite el uso de tales enseanzas y por mi parte me limito a lamentar que nos parezcan tan extraas y que nuestra delicadeza obedezca tan slo a nuestra corrupcin. La antigedad se vio colmada de instituciones que pueden producirnos vrtigo, pero que son a la vez la prueba incontrastable de su graciosa sencillez.

    El pudor se manifest en forma de rubor cuando los sentimientos fueron culpables y los gobiernos se debilitaron. En ninguna parte son tan modestas y a la vez bulliciosas las mujeres como lo fueron o lo son en los Estados tirnicos. Cunto ms conmovedora resultaba la ingenuidad de las vrgenes griegas! Todas las virtudes antiguas se convirtieron en simples miramientos en nuestra poca, y todos nosotros en ingratos civilizados.

    La educacin moderna pule las costumbres de las jvenes y las desgasta; las embellece y las hace disimuladas, pero como por otra parte no logra ahogar la naturaleza, sino que tan slo la deprava, se convierte en un vjcio y

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    se limita a esconderse. De ah derivan las tristes inclinaciones que pervierten las costumbres y los imprudentes matrimonios que angustian a las leyes.

    Francia debera envidiar a uno de sus vecinos su afortunado temperamento que induce a sus ciudadanos a casarse con otros de inferior condicin sin sentir vergenza alguna, y aun eso no es bastante, pues sera incluso preferible que lo hicieran sintindose honrados con ello. Cierto es que la flema de los hombres de ese clima, una inclinacin furibunda al amor y una cierta altivez que los impulsa a contrariar sus verdaderas obligaciones son, mas aun que la virtud, la razn de dichas costumbres. Sea cual fuere el principio, no es menos cierto que es favorable a la libertad y que vengan a la naturaleza, tal y como la ley de los cretenses toma a lo natural al permitir la insurreccin y la vida licenciosa.

    CAPTULO OCTAVO. Del divorcio Roma tena una costumbre indigna de sus virtudes: el repudio, que

    espiritualmente representa algo ms repugnante que el propio divorcio. Este equivale en cierto modo a la voluntad unnime, mientras que el primero es la voluntad de un solo individuo. Cierto es que las casos de repudio estaban determinados por las leyes, y que stas, por la fuerza misma del carcter pblico, favorecan a las costumbres pblicas y privadas, pero no menos cierto es tambin que tales instituciones no habran tardado en pervertir a ciertas naciones en las que reina el libeninaje.

    Qu sentimientos podan experimentar quienes pretendan admitir el divorcio en Francia, o cules las ilusiones que los guiaban? No se ha vuelto a hablar de semejante tema. La separacin es igualmente una infamia que mancilla la dignidad del contrato social: Qu habr de responder a tus hijos cuando me pregunten dnde est su madre?

    Cuanto ms disolutas son las costumbres privadas, ms importante es tambin que se dicten leyes justas y humanas contra tales desarreglos. La virtud no debe ceder un pice a los hombres en particular.

    No existe pretexto valedero para el perjurio que cometen los esposos que se abandonan. En la poca en que existan los votos religiosos, estaba establecido que ni siquiera Dios poda alterar tan sagrados vnculos, y los esposos en ningn modo podan apartarse al pie de los altares. Su carcter era indisoluble, como el de hermano y hermana -deca Teofilacto. Sea cual fuere la religin o las creencias, el juramento de estar unidos es Dios propiamente dicho. El judo o el musulmn que se convierte no podr utilizar su conversin para alterar el vncul