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“Llámeme Licenciado!”

¿Qué significa ser profesional?

Después de algunos años de impartir lecciones y de

ser director en varias universidades, tanto públicas

como privadas, escucho reiteradamente una frase en

los estudiantes: “yo estudio porque quiero ser profesional”. Otros, más directamente, dicen: “yo

quiero un título para ser profesional”.

De manera similar, muchos colegas manifiestan

frecuentemente: “yo soy profesional porque tengo

una licenciatura, una maestría o un doctorado”. Este

espejismo de que basta el título para ser profesional

es reforzado por los mismos colegios o gremios

profesionales, que deciden si alguien es ingeniero,

médico, farmacéutico o sociólogo, según tengan o

no un diploma universitario en alguno de esos

campos.

Yo quisiera reflexionar en estas líneas acerca de algo

que nos interesa a todos los que laboramos en el

sector educación, yo quisiera que reflexionemos

acerca de la pregunta: ¿ qué es ser profesional?

Contrario a los que muchos estudiantes y profesores

piensan, considero que el ser profesional no tiene

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que ver directamente con títulos universitarios y

grados académicos. No es la licenciatura, la maestría

o el doctorado lo que hace que una persona sea

profesional. Aún más, muchas veces los títulos son

obstáculos para que un graduado universitario se

convierta en profesional, pues nos refugiamos, nos

escudamos en los títulos para no tener que

demostrar sí somos o no somos competentes.

Vivimos en una cultura en la que nos fascina

anteponer a nuestro nombre el título que tenemos:

nos llamamos Licenciado, Máster o Doctor. El título

ha pasado a ser parte de nuestro nombre, como lo es

el nombre de pila o los apellidos. E incluso, hemos

llegado a creer que es señal de respeto nombrar a

una persona por su título universitario. Pero muchas

veces, y quizás la mayoría de ellas, hacemos eso

para no tener que demostrar nuestras competencias. Cuantas veces escuchamos decir: yo

no hago esa tarea por que un profesional no limpia el

piso o no hace mandados. ¿El que puede lo más no

puede lo menos? Pero también, ¿cuántas veces

vemos la secretaria o el conserje sin títulos

universitarios que realizan su labor

profesionalmente?

Todos los que leen estos párrafos estaríamos de

acuerdo en afirmar que Pelé, el famoso futbolista

brasileño es un profesional, y sin embargo, él al

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igual que la mayoría de futbolistas famosos de la

actualidad, nunca se graduaron en una universidad.

Los pintores reconocidos, como Dalí o Picasso,

nunca obtuvieron una licenciatura o una maestría en

Bellas Artes o en Pintura, y sin embargo, son

universalmente reconocidos como profesionales.

Vayámonos a algo más concreto: muchos de los

principales empresarios de cualquier país de América Latina nunca sacaron ni siquiera un

bachillerato universitario en Administración de Negocios y sin embargo, en no pocos casos, esas

personas sin títulos sentaron las bases de las economías de sus países. Aún más, resaltemos una

contradicción: hoy más que nunca proliferan los

graduados en Administración de Empresas, hoy más

que nunca hay una explosión de los MBA, pero

también hoy más que nunca esos graduados en

Administración de Negocios no intentan, y en

muchos casos ni sueñan, con fundar su propia

empresa.

Entonces, reaparece de nuevo la pregunta: ¿Qué es

ser profesional? ¿ Por qué personas que no son

graduadas universitarias son verdaderos profesionales y por qué graduados universitarios,

inundados de títulos, no son profesionales?

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Pareciera que el ser profesional no tiene que ver

tanto con la cantidad de títulos de una persona sino

con tres factores interrelacionados: primero, la

capacidad de cumplir con las metas del trabajo y de resolver problemas; segundo, la capacidad de

una persona de innovar constantemente su labor; tercero, la capacidad de amar lo que se hace.

Veamos estos tres elementos. La capacidad de

cumplir con las metas del trabajo y resolver problemas es algo que no se deriva

automáticamente del título universitario de la

persona. Aún más, cada vez con mayor frecuencia

los puestos en las empresas no calzan con las

profesiones. Uno de los problemas de las

universidades hoy en día es que siguen ofreciendo

carreras que ya no coinciden con las necesidades del

sector empresarial y de la sociedad civil.

La capacidad de resolver problemas y de cumplir

con las funciones del puesto tiene que ver más bien

con la capacidad de adaptar un conocimiento teórico

a la realidad de la empresa, tiene que ver con la

capacidad de tener iniciativa, de ser emprendedor,

tiene que ver con la capacidad de asimilar los

fracasos, de caerse y ponerse de pie, tiene que ver

con el deseo insaciable de ir más allá de lo mínimo,

tiene que ver con la capacidad de controlar el enojo

y el estrés, con la capacidad de comprender el

entorno de la empresa, tiene que ver con la

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capacidad de aprender por cuenta propia, de trabajar

en equipo. Ser profesional tiene que ver con

muchas cosas y muy poco con los conocimientos - en poco tiempo obsoletos- que nos dejó el diploma universitario. Ser profesional, mas que

con conocimientos, tiene que ver con habilidades,

destrezas, aptitudes y actitudes. Ser profesional

requiere además el reconocimiento que, si bien mi puesto me genera un salario, yo desempeño ese puesto no para mí sino para los demás.

Hablemos muy brevemente del segundo elemento

constitutivo del ser profesional: innovar

constantemente el trabajo que desempeñamos. Lo

que hacemos cotidianamente en la empresa se puede hacer cotidianamente de maneras diferentes: cuando llegamos a una empresa

generalmente hay un manual de puestos que describe

las funciones o tareas de nuestro cargo: una persona

llega a ser profesional –posea o no un título

universitario- cuando logra hacer añicos -de

manera positiva- las funciones que al principio describían al puesto. Una persona es profesional

cuando le impregna un sello propio, un sello

personal, al puesto que desempeña: en este momento

se fusionan la personalidad del individuo con el

puesto que ocupa. Por el contrario, nada más

perjudicial que tomar al pie de la letra las funciones

del cargo contenidas en el manual de puestos.

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El tercer elemento constitutivo del ser profesional,

dijimos, es el amor que le ponemos a lo que hacemos. Difícilmente Picasso, Dalí, Pelé o el

empresario hubieran hecho esas grandes obras si no

hubieran tenido amor por lo que hacían. ¿Cuántos

odontólogos, médicos y abogados les desagrada su

trabajo? ¿Cuántos agricultores sin título son felices

con sus labores? Podríamos llegar a afirmar que éste

es el elemento principal del “ser profesional” y que

los dos anteriores dependen de él: si no queremos lo

que hacemos, difícilmente vamos a cumplir bien

las metas de nuestro trabajo y difícilmente vamos a ser innovadores de nuestro puesto.

Entonces, si los títulos y grados universitarios no

hacen a la persona profesional, surge la

pregunta:¿para que mantener abiertas las

instituciones de educación superior?

La respuesta es simple: hoy más que nunca se

requieren instituciones de educación superior que

produzcan profesionales y no únicamente gente con

títulos. En otras palabras, hoy más que nunca se

requieren centros de educación superior que basen

su formación no tanto en conocimientos –que son

efímeros- como en habilidades, destrezas, aptitudes

y actitudes. Podríamos mencionar muchas de estas

cualidades: aprender a aprender, trabajo en

equipo, espíritu emprendedor y crítico, capacidad de resolver problemas, liderazgo, capacidad de

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comprender el entorno, etc. Pero entre todas esas

cualidades que determinan que un titulado llegue a

ser un profesional destaca una: la toma de

consciencia de que, independientemente de que seamos informáticos, administradores de

empresas, biólogos o sociólogos, nuestro trabajo tiene un fin social: servir a nuestros semejantes. La meta de un titulado es muchas veces ganar dinero

a toda costa; un profesional también puede

aspirar a ganar dinero pero tiene claro que lo puede hacer en el tanto que sirva a los demás.

Esta es la meta que nos debemos proponer todos

los que laboramos en el sector universitario: formar gente competente con sensiblidad social; nuestra meta debe ser formar profesionales cuya carta de presentación sea no el título sino la manera en que hace las cosas. Para ello requerimos diseñar y ofrecer planes de estudios,

que más que conocimientos, inculquen en los estudiantes habilidades, destrezas, aptitudes y

actitudes.

Créditos:

Dr. Willy Soto Acosta

Catedrático Universidad Nacional de Costa Rica

[email protected]


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