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52 53 LA POLÍTICA COMO PASIÓN ROMÁNTICA Verano de 1933. Cataluña se encontraba inmersa en la celebra- ción del centenario de la Renaixença y Esquerra Republicana saboreaba una hegemonía política casi completa en el Principado. Uno de sus principales ideólogos, el historiador Rovira i Virgili, publicó un artículo llamativo con motivo del jubileo del rena- cimiento cultural catalán. El intelectual recordaba los vínculos entre política y poesía. Según su interpretación, la revolución era fruto de la poesía. Para el historiador nacionalista, los políticos habían de ser los realizadores de los horizontes dibujados por la épica. “El verdadero renacimiento de una nación es, en realidad, un hecho de poesía. Y los realizadores del sueño lírico, es decir, los políticos, han de tener muy presentes y han de honrar con dignidad los orígenes poéticos y espirituales de la fuerza impul- sora que rehace las naciones deshechas y levanta a los pueblos caídos” (La Humanitat, 29-7-1933). Este deje poético recorrió la actividad y los discursos de los prin- cipales dirigentes de ERC a lo largo de la Segunda República. De El sentido épico de la política Esquerra Republicana, la Segunda República y la conmemoración de 1714. FERNANDO SÁNCHEZ-COSTA hecho, su periódico oficioso, La Humanitat, rezuma también un notable tono lírico. Sus editoriales eran, a menudo, chispazos lite- rarios. El periódico oficioso de la Lliga, en cambio, utilizaba un registro más contenido. La Veu de Catalunya estaba escrita con un tono culto pero austero. En el fondo, esta diferencia estilística revela actitudes de fondo distintas. Es cierto que en la posición y los discursos de los dirigentes de la Lliga había pasión nacional y emoción política. Pero esta pasión se veía siempre tamizada por un aire tecnicista, por una cierta comprensión profesional y racional de la política. En la actitud de los dirigentes de ERC es posible identificar con mayor intensidad una concepción de la política romántica, épica y mesiánica. Sus postulados parecen verse dominados a veces por la retórica, por la literatura o por la poesía. Para los líderes catalanistas republicanos, la política no consistía en una técnica. Era, más bien, una pasión vital, una pasión transformadora del mundo; un pathos que parecía incen- tivado por la mística de las masas, por la experiencia reciente y fascinante de las congregaciones masivas y enardecidas. Son los mismos nacionalistas republicanos los que confiesan esta inclinación romántica. En un discurso en Borges Blanques, en mayo de 1934, Lluís Companys reconocía la contradicción que sentía entre sus pulsiones y su responsabilidad. “Nos hemos pasado la vida haciendo una campaña, una propaganda revolu- cionaria y subversiva plantando cara y en contra del impúdico régimen monárquico imperialista. Y de pronto, poseídos de este temperamento inquieto, de esta íntima inquietud romántica de querer ir siempre más allá, nos encontramos en funciones de Gobierno. Es una tortura, porque querríamos ir más allá, por- que nos empuja, no solo nuestro pensamiento doctrinal, sino el romanticismo de nuestra vida (…) y para no producir un desequi- librio contraproducente y catastrófico, el deber de Gobierno nos obliga a medir nuestros pasos” (La Humanitat, 15-5-1934). Este discurso no era una excepción aislada en el mundo republicano catalanista. Unos días antes, en un acto conmemorativo del líder POLÍTICA

El sentido épico de la política. Esquerra Republicana, la Segunda República y la conmemoración de 1714

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LA POLÍTICA COMO PASIÓN ROMÁNTICA Verano de 1933. Cataluña se encontraba inmersa en la celebra-ción del centenario de la Renaixença y Esquerra Republicana saboreaba una hegemonía política casi completa en el Principado. Uno de sus principales ideólogos, el historiador Rovira i Virgili, publicó un artículo llamativo con motivo del jubileo del rena-cimiento cultural catalán. El intelectual recordaba los vínculos entre política y poesía. Según su interpretación, la revolución era fruto de la poesía. Para el historiador nacionalista, los políticos habían de ser los realizadores de los horizontes dibujados por la épica. “El verdadero renacimiento de una nación es, en realidad, un hecho de poesía. Y los realizadores del sueño lírico, es decir, los políticos, han de tener muy presentes y han de honrar con dignidad los orígenes poéticos y espirituales de la fuerza impul-sora que rehace las naciones deshechas y levanta a los pueblos caídos” (La Humanitat, 29-7-1933).

Este deje poético recorrió la actividad y los discursos de los prin-cipales dirigentes de ERC a lo largo de la Segunda República. De

El sentido épico de la política Esquerra Republicana, la Segunda República y la conmemoración de 1714.

fernando sánchez-costa

hecho, su periódico oficioso, La Humanitat, rezuma también un notable tono lírico. Sus editoriales eran, a menudo, chispazos lite-rarios. El periódico oficioso de la Lliga, en cambio, utilizaba un registro más contenido. La Veu de Catalunya estaba escrita con un tono culto pero austero. En el fondo, esta diferencia estilística revela actitudes de fondo distintas. Es cierto que en la posición y los discursos de los dirigentes de la Lliga había pasión nacional y emoción política. Pero esta pasión se veía siempre tamizada por un aire tecnicista, por una cierta comprensión profesional y racional de la política. En la actitud de los dirigentes de ERC es posible identificar con mayor intensidad una concepción de la política romántica, épica y mesiánica. Sus postulados parecen verse dominados a veces por la retórica, por la literatura o por la poesía. Para los líderes catalanistas republicanos, la política no consistía en una técnica. Era, más bien, una pasión vital, una pasión transformadora del mundo; un pathos que parecía incen-tivado por la mística de las masas, por la experiencia reciente y fascinante de las congregaciones masivas y enardecidas.

Son los mismos nacionalistas republicanos los que confiesan esta inclinación romántica. En un discurso en Borges Blanques, en mayo de 1934, Lluís Companys reconocía la contradicción que sentía entre sus pulsiones y su responsabilidad. “Nos hemos pasado la vida haciendo una campaña, una propaganda revolu-cionaria y subversiva plantando cara y en contra del impúdico régimen monárquico imperialista. Y de pronto, poseídos de este temperamento inquieto, de esta íntima inquietud romántica de querer ir siempre más allá, nos encontramos en funciones de Gobierno. Es una tortura, porque querríamos ir más allá, por-que nos empuja, no solo nuestro pensamiento doctrinal, sino el romanticismo de nuestra vida (…) y para no producir un desequi-librio contraproducente y catastrófico, el deber de Gobierno nos obliga a medir nuestros pasos” (La Humanitat, 15-5-1934). Este discurso no era una excepción aislada en el mundo republicano catalanista. Unos días antes, en un acto conmemorativo del líder

PoLÍtIca

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sindicalista Francesc Layret, el líder radical-socialista Marcelino Domingo había remarcado el impulso romántico que impelía a la izquierda de Cataluña. “¿Qué habría hecho Layret en la hora actual? ¿Sabéis qué habría hecho? ¡Luchar! Luchar con ese gran espíritu suyo para la realización de sus ideales nacionalistas. Nosotros vivimos sujetos a las pasiones románticas, y debemos luchar. Los matices y los convencionalismos sociales nos atan, pero ¡lucharemos!” (La Humanitat, 3-5-1934).

Al fin y al cabo, los líderes nacional-obreristas seguían de cerca los pasos de Salvador Seguí, el sindicalista barcelonés al que tantas veces apelaban. Años antes, el Noi del Sucre había proclamado la futilidad de la vida si no se cubría de una misión heroica: “La vida no tiene ningún interés sin un sentido heroico y sin un objetivo ideal. Embriagarse de materialidad, de vulgaridad, de plebeyismo, es algo corriente y fácil; garantiza la vida fisioló-gica o vegetativa, pero cierra el paso al disfrute del placer que proporciona ser actor y escribir la historia de la humanidad” (La Humanitat, 10-3-1935). Durante el verano y el otoño de 1934, los dirigentes y las bases de la izquierda catalana sentirían constan-temente la propensión épica y trágica de ser actores de la historia. Años más tarde, en su magnífica Notícia de Catalunya, Vicens Vives fustigaría con dureza esa actitud. Tras afear al nacionalismo conservador el abandono de su discurso reformista y el olvido del compromiso social, acusaría al nacionalismo progresista de haber dejado “libres los frenos de la rauxa, cobijado en un misticismo mesiánico de corte celtíbero”1.

DEL ONCE DE SEPTIEMBRE AL SEIS DE OCTUBREEl clima épico fue aumentado durante el año 1934. Mi tesis, en este punto, es que este ambiente discursivo, que desembocó en el levan-tamiento del 6 de octubre, se enmarca y bebe simbólicamente del imaginario del Once de Septiembre. No quiero afirmar con ello que

los hechos del 6 de octubre estuvieran determinados por la cultura conmemorativa catalana, pero sí que los relatos que habían fomen-tado la identidad histórica catalana desde finales del siglo XIX –en especial, las dos guerras “heroicas” contra Castilla– se convirtieron en un terreno abonado para el crecimiento de las actitudes dramáti-cas y drásticas que estallaron la noche del 6 de octubre. La narrativa conmemorativa de 1714 fue la partitura sobre la que Companys escribió las notas de su desafío constitucional.

Durante todo el periodo republicano, la conmemoración del Once de Septiembre tuvo un ingrediente común: el sentido épico, el homenaje a los “héroes” y a los “mártires”. La narrativa conme-morativa de 1714 se encuadraba siempre en un género heroico con regusto trágico. La Guerra de Sucesión y la resistencia final de los barceloneses se leían como una verdadera epopeya, como un poema narrativo extenso, de acción bélica, empresas nobles y personajes heroicos. El esquema de fondo era claro. Unos patriotas se enfrenta-ban a un destino adversos y prácticamente inevitable, pero preferían morir con dignidad antes que vivir sometidos al yugo de la escla-vitud. Esta perspectiva no era nueva. Engarzaba perfectamente con los tonos heroicos y dramáticos con los que los historiógrafos cata-lanes del XIX habían pintado la resistencia y caída de Barcelona ante las tropas de Felipe V. Este tono favoreció una predisposición subconsciente a los gestos dramáticos y definitivos. Como explica Stepháne Michonneau, la conmoración del Once de Septiembre construyó desde el principio una ética del militantismo en la que el sacrificio por la causa era una forma de compromiso político2.

Los discursos hegemónicos sobre las guerras de 1640 y 1714 ofrecerían las pautas para el comportamiento rupturista del Gobierno de Companys en 1934. La historiografía catalana había insistido reiteradamente en que la causa de los conflictos con Castilla había sido la ruptura de los pactos entre la Monarquía y el Principado. Una vez el monarca incumplía su palabra de res-

1 J. Vicens Vives: Notícia de Catalunya. Ed. Destino, Barcelona, 1969, pág. 210. 2 S. Michonneau: Barcelona: memòria i identitat. Ed. Eumo, Barcelona, 2002.

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petar las Constituciones catalanas, el Principado quedaba libre y desligado de su juramento de fidelidad. En la cultura política y de memoria catalanista, la Guerra de los Segadores aportaba la justi-ficación teórica de la rebelión, mientras que la Guerra de Sucesión presentaba los modelos heroicos de comportamiento ante una situación crítica. En el verano de 1934, cundió la idea en Cataluña y en el republicanismo izquierdista español de que el Gobierno español pretendía romper el pacto constitucional y se encaminaba a traicionar abiertamente a la República. La rebelión, por tanto, estaba justificada, como lo había estado en 1640. El modelo de conducta a seguir lo ofrecía, a su vez, Rafael de Casanova.

Los líderes de ERC habían predicado más de una vez la noción de sacrificio por la patria. En 1931, Macià proclamaba que el Once de Septiembre “es la demostración ante el mundo de que, por las libertades, nuestros antepasados estaban dispuestos a morir antes que a retroceder” (La Publicitat, 12-9-1931). Dos años más tarde, en un momento de turbulencias políticas, el alcalde de Barcelona, Jaume Aiguader, pedía a los barceloneses que tomaran el testigo de los defensores de la ciudad en 1714. “En el espíritu heroico de nuestros antepasados encontramos el impulso necesario para mantener las libertades que se nos han dado” (La Humanitat, 12-9-1933). En diversos momentos cruciales de la República, los líderes catalanes se remitieron a la idea de sacrificio por la patria y su libertad. El mismo 14 de abril de 1931, al proclamar la República, Francesc Macià ligó su vida a la suerte del nuevo régimen y pidió a los catalanes una disponibilidad absoluta para defender sus libertades. “Los que formen el Gobierno de Cataluña estarán de ahora en adelante dispuestos a defender las libertades del pueblo catalán y a morir por ellas. Esperamos que vosotros, pueblo de Cataluña, estaréis dispuestos, como nosotros, a morir por Cataluña y por la República”3.

Es posible que, en un principio, este tipo de frases fueran un recurso retórico efectista y gallardo, una hipérbole propia del discurso político. Pero lo cierto es que iban abonando un ambiente discursivo en el que podían brotar con más facilidad actitudes vehementes. Con el paso del tiempo, esta suerte de advertencias irían adquiriendo mayor consistencia y verosi-militud. En su discurso de investidura como president de la Generalitat el último día de 1933, Companys revistió este enun-ciado de un barniz de dramatismo personal. Macià acababa de morir. La CEDA había ganado las elecciones en España pocas semanas atrás. Ante el Parlamento catalán, Companys expresó que “sea lo que sea aquello que el futuro me reserve, estoy dis-puesto a sacrificar mi vida por Cataluña, por la República y por la libertad” (La Humanitat, 2-1-1934). Companys había hablado sobre una potente tradición martirial, sobre el recuerdo de Clarís y Casanova. Probablemente, unos meses más tarde creería estar encarnado y realizando estas palabras, cumpliendo así las exi-gencias históricas de la Patria.

En síntesis, el discurso sobre 1714 venía a decir: el pueblo de Barcelona prefirió perder la vida antes que vivir bajo la opresión. A lo largo del año 1934 este esquema mental y narrativo volvería a la vida pública catalana. En junio, el Tribunal de Garantías declaró nula la Lei de Contratos de Conreo. El Parlamento cata-lán redobló el pulso. Tres días más tarde, aprobó de nuevo la ley declarada inconstitucional. La situación se recondujo mínima-mente durante el verano, pero la tensión estaba ya desbordada. La CEDA acusó al Gobierno radical de Samper de contempori-zar con ERC. Gil Robles dejó caer al Gobierno y aseguró que reformaría el Estatuto de Cataluña. La formación de un nuevo Ejecutivo, con participación de ministros de la CEDA, empujó al republicanismo izquierdista a romper su relación con las ins-tituciones. El día 6 estalló el movimiento revolucionario en toda España, que en Cataluña se concretó con la proclamación del Estado Catalán dentro de la República Federal Española.

3 Proclamación de la República Catalana desde el balcón de la Diputación. Citado por F. Curull: Catalunya, republicana i autónoma (1931-1936). Edicions de la Magrana, Barcelona, 1984, p. 53. 1984, pág. 53.

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Otra vez en la historia, el Gobierno catalán había optado por el gesto romántico y heroico. Otra vez –así lo pensaban al menos los impulsores del golpe– Catalunya se batía contra el poder central por sus libertades. Otra vez David contra Goliat. Otra vez Ulises contra el destino, Prometeo contra los dioses. Pero esta vez la heroicidad tendría una duración muy limitada: una noche. Una noche extraña, con tonos militares y patrióticos en la radio, con proclamas radiofónicas desde el Palacio de la Generalitat y desde la Consejería de Interior. Unas horas extrañas, en las que nadie dio órdenes de movilización a las milicias de Esquerra Republicana, agazapadas y preparadas en sus sedes. Una luna de rebeldía a la que puso fin el general Batet cercando y atacando el palacio de la Generalitat.

En esa noche decisiva estuvo presente, sin duda, el espíritu de Casanova. Su recuerdo, su evocación, habían preparado de alguna manera las decisiones que se tomaron. Companys siguió su esque-ma sacrificial. No lo afirmamos solo nosotros. Los propios prota-gonistas del periodo hicieron la comparación. Carlos Pi i Sunyer, alcalde de Barcelona por ERC, vivió aquella noche de cerca, desde el otro gran edificio de la plaza san Jaime. En sus memo-rias establece explícitamente el paralelismo entre 1714 y 1934: “La proclamación de Companys del Estado Catalán dentro de la República Federal Española, no puede menos de sugerir la evoca-ción de aquella que el 11 de septiembre de 1714 los tres Comunes de la Generalitat dirigieron al pueblo de Barcelona, afirmando, antes de caer, y de cara al futuro y la ejemplaridad histórica, que combatían ‘per la pàtria i la llibertat de tota Espanya”4.

Vale la pena fijarse en este punto. Pi i Sunyer reconoce explícita-mente que la acción de Companys no había sido una mera acción de ruptura nacional. No era la proclamación de la independencia de Catalunya, sino más bien la proclamación de Barcelona como capital de la genuina República española, esto sí, explícitamente

federal. La interpretación de Pi i Sunyer encajaba perfectamente con la hermenéutica decimonónica sobre la Guerra de Sucesión. Hasta finales del XIX, la guerra de Sucesión se había leído en Cataluña más en clave liberal que en clave nacional. La causa aus-tracista era la causa de la libertad frente al absolutismo represen-tado por Felipe V. Así lo habían entendido, al menos, los historió-grafos catalanes del XIX. Cataluña había luchado por su identidad, pero también por la libertad de toda España. Es la idea que había retomado Azaña en su histórica defensa del Estatuto catalán en 1932, cuando afirmó que los defensores de las libertades catalanas habían sido los últimos defensores de las libertades españolas.

LA PERSPECTIVA CONSERVADORATambién desde las filas conservadoras se estableció la comparación entre 1934 y 1714. Claro que, en este caso, la alusión serviría para lamentar la repetición de los errores seculares. Los conservadores argumentaban que “esa noche trágica”, “esa noche de locura” había “comprometido y destruido todo el esfuerzo inteligente y abnegado de tantas generaciones de patriotas” (Editorial, La Veu de Catalunya, 10-10-1934). Se había cometido el mismo error que en 1714 y que en tantas otras ocasiones de la historia de Cataluña. Se había optado de nuevo por el todo o nada, por la salida romántica y épica antes que por la solución progresiva y transaccional. En su monumental Història de Catalunya (publicada precisamente entre 1934 y 1935) Ferran Soldevila criticó la actitud numantina de los catalanes al final de la Guerra de Sucesión. Según su versión, fue la tozudez heroica la que precipitó el desmantelamiento de la per-sonalidad catalana. En un interesante juego de hermenéutica entre pasado y presente, Soldevila lamentababa que la postergación del seny y la sumisión a la rauxa en 1714 hubieran tenido un efecto sumamente contraproducente, poniendo en juego toda la arquitec-tura institucional y cultural del Principado.

Otro referente del catalanismo liberal-conservador, Manuel Brunet, cargó duramente contra Companys y ERC apelando a la 4 C. Pi i Sunyer: La República y la Guerra. Memorias de un político catalán. México, 1975, pág. 284.

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experiencia histórica. Desde las páginas de La Veu de Catalunya aseguró que si los líderes republicanos hubieran conocido mejor la historia de Catalunya no se hubieran embarcado en una aven-tura tan desgraciada. Brunet afirmaba que “el 6 de octubre es una monstruosidad que solo podía salir de la cerviz de unos hombres que no saben un carajo de historia de Cataluña. En la historia de nuestro país hay unos cuantos seis de octubre” (La Veu de Catalunya, 7-11-1935). El principal error no era tanto haberse jugado el autogobierno logrado con tanto esfuerzo, sino haberlo hecho siguiendo la estrategia de fuerzas extracatalanas. En pala-bras de Francesc Vendrell: “La tragedia revolucionaria no ha sido un movimiento catalanista, ni tan solo autonomista, sino solo una tartufada provinciana a las órdenes de la revolución general espa-ñola” (La Veu de Catalunya, 28-10-1934). Brunet establecía el símil. Si en 1714 Cataluña se había jugado su futuro por defender la causa extranjera del archiduque Carlos, ahora había puesto en peligro su autonomía para actuar al compás de la izquierda espa-ñola. En ambos casos los resultados habían sido nefastos.

La crítica del golpe de Companys desde el recuerdo de 1714 no sonaba del todo extraña. De hecho, la Lliga Regionalista –luego Lliga Catalana– había sentido siempre una cierta incomodidad ante esta conmemoración. Habían participado siempre, pero con algunos recelos. Una distancia conceptual y emocional que había sentado ya Enric Prat de la Riba, fundador del partido, en un artículo el 11 de septiembre de 1899 publicado en La Veu de Catalunya. Prat reconocía entonces el valor heroico y el mérito nacional de los mártires de 1714. De hecho, aseguraba que su actitud trágica había sido la semilla de la futura resurrección catalana. Pero Prat de la Riba precisaba también que la Época Moderna no era su principal referente en la historia de Cataluña. Se sentía más atraído por el periodo medieval, que consideraba la edad de oro de la patria. Entonces los héroes no resultaban venci-dos y abatidos, sino que eran sensatos, calculadores, triunfantes y exitosos. El “padre” del nacionalismo contemporáneo reclamaba

catalanes conscientes y trabajadores, más que “iluminados”. Y así, concluía: “A todos los héroes mártires de la nación catalana, tanto los de 1714 como los de 1640 o más allá, recordémosles, para llorarles, para compadecerles, para agradecerles su esfuerzo y su sacrificio, pero no para imitarles. Ya ha tenido suficientes mártires Cataluña; para ser fuerte y grande necesita héroes que se impongan, genios que ganen”. Y remataba: “En vez del todo o nada, hagamos como los grandes fundadores de nuestro pueblo, que ponían los hitos de la tierra allí donde podían, restaurándola poco a poco. (…) Guardémonos de cerrar a nuestra patria en una nueva prisión de Xátiva, siguiendo una política de romántica intransigencia. (…) Guardémonos de empujar nuevamente a Cataluña a acontecimientos que podrían resultarle fatales, como lo fueron entonces”.

[Este texto es la adaptación y traducción de un capítulo del libro A l’ombra del 1714 del mismo autor.]

fernando sánchez-costa es doctor en hIstorIa contemPoránea. autor y edItor de dIversos LIbros y artÍcuLos de hIstorIa y teorÍa de La hIstorIa como A l’ombrA del 1714. memòriA públicA i debAt polític A lA bArcelonA republicAnA.