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Año V, Número 73, 1ra. quincena de marzo de 2014 * Reincidente no incluye sección de Sociales Año V, Número 73, 1ra. quincena de marzo de 2014 C onfieso que mi hastío no abreva en los mares atormentados que cantan la desesperación de Sísifo, ni en los desasosiegos de urdim- bre pessoniana. El tedio en mí no es un lujo autodestructivo, sino la manera más cruda de envejecer. Las pequeñas alegrías que tengo ahora están teñidas siempre de cierta cordura idiota. Hace años alcancé a librarme del desempleo atroz que no cesaba de perse- guirme al hacerme burócrata; fueron las de cal por las de arena. Me hice empleado gubernamental, pero pron- to me di cuenta de que pertenecía a una nueva especie que aún no acababa de cuajarse, un nuevo tipo social de trabajador, el organismo. Me integraba a las primeras generaciones de empleados/obreritos que trabajaban en una oficina. Lo mismo hacíamos reportes administra- tivos que ayudábamos a planear investigaciones esta- dísticas, cargábamos cajas, estudiábamos matemáticas, ordenábamos toneladas de papel en bodegas inmundas, o bien simulábamos trabajar con científico ahínco. Era la vida común de un hijo de esclavos que había ido a la Universidad. El miedo no era mucho ni poco, pero era manejable. Era en ese momento un obrerito/empleado chantilly, el esclavo feliz que mira su alrededor y se con- suela al ver a otros, muchos otros sin empleo. La esclavitud siempre comenzó con el miedo pero no siempre terminó con la muerte. Solo el esclavo hege- liano, el que se atreve a arriesgar la vida, puede salir de la esclavitud. Yo no era de esos, mi condición chantillyme hacía adaptarme a todas las benevolencias y miserias de la burocracia. Comencé a sentirme más acendradamen- te esclavo cuando ese miedo empezó a crecer; y éste em- pezó a inflarse más y más cuando los dueños en turno del Estado nos congelaron el salario. El desprecio de la llamada sociedad civil a la burocracia es bilioso y se pre- tende justiciero. Al principio no se sintió mucho, pero cuando corrieron los años, la devastación de la pobreza empezó a pudrirme la vida. Yo y los como yo recurri- mos cada vez más a la usura. Miedo y usura, y después más miedo y más usura. No era héroe ni quería serlo, tenía miedo y prefería tener miedo que ser libre y no te- ner trabajo. Los problemas empezaron a crecer cuando pasaron dos años, y después otros dos, y después otros tres; la falta de dinero hizo crisis y encarnó en miseria moral. La oficina se volvió un pantano, el clubal que me había inscrito huyendo del paro comenzó a cuartearse. La gente desbordó su ansiedad y enrareció todo; como aquel día en que no hubo agua para beber en la oficina -algún empleado/obrerito había hecho mal su traba- jo-, y tuvimos que comprar vasos de agua ahí mismo dentro de la oficina. Recuerdo que yo compré uno por solo 1.50 pesos; o como cuando los intentos de llamada telefónica ahí dentro eran cobrados como llamadas rea- lizadas, recuerdo que en ese momento le dije a mi jefa que la lógica carcelaria se había sumado a nuestra des- ventura, todo tenía precio, hasta las llamadas telefónicas que no hubo tenían precio; también cuando la oficina se volvió super y todo mundo mercadeaba ahí dentro. Se vendían chocolates, discos, perfumes; se prestaban dinero o servicios. Llegué a comprar un chile en nogada en abonos, en tres abonos de veinte pesos; incluso hubo, en el underground oficinista, la rifa de una prostituta con todo y hotel. Los pobres medrando a los pobres. En ese momento ya no había dudas, estábamos instalados en una esclavitud ya no tan feliz. Dejé de ser obrerito/ empleadito chantillypara volverme obrerito/empleadito Caxtiyotla (como me empezaron a decir mis amigos). Pero conforme pasaba todo esto, se iba dando una metamorfosis en mí: la capacidad de adaptación se ex- pandió al máximo. Saber que el dinero que ya no tenía- mos enriquecía a otros burócratas y que en eso consistía el premio que a ellos otorgaba el Banco Mundial por llevar a efecto sus indicaciones, dejó de ser una afrenta y pasó a convertirse en simple información. Estaba en una suerte de guerra no ya con el mundo, sino conmi- go mismo. Pasé del autoengaño férreamente practicado al cinismo dolorido de los que todavía tenían trabajo y podían aspirar a una pensión miserable cuando llegara la hora de ser un verdadero perdedor, la hora de la vejez. La desregulación liberal precarizó la vida del esclavo. La pobreza ya estaba ahí, instalada de planta. Yo y los como yo debíamos todo, la casa/obrerita, los zapatos que lle- vábamos puestos, la despensa de mañana y pasado ma- ñana, el agua que usábamos para lavar nuestros platos y nuestros cuerpos. Empezamos a comer menos y a beber más. Todo hacía pensar en una bomba de tiempo que tarde o temprano estallaría. Pero no fue así, nada explo- tó, solo cambio. Puedo decir ahora, después de doce años, que poco a poco voy dejando de ser obrerito/Caxtiyotla, es decir sór- dido mendigo de vida, y poco a poco me estoy volviendo un organismo. Un organismo social por supuesto, co- razones. Puesto que pronto mi capacidad de adaptación alcanzará toda su versatilidad, pronto dejaré de ser hom- bre. Y como pese a todo un esclavo tiene siempre algo de hombre, cuando deje de ser hombre ya no podré ser jamás esclavo. Habré eludido la dialéctica del miedo y la muerte y seguiré viviendo hasta que toda esta travesía que cuento me instale un cáncer en algún lugar de mi cuer- po. Ahora aguanto todo. Por ejemplo, el lunes pasado fue otra como cuando el agua que se acabó en la oficina, esta vez fue la de los baños. Ahí estábamos, cerca de doscien- tos burócratas encerrados junto a unos baños rebosantes de mierda. Otra vez alguien había hecho mal su trabajo. La violencia simbólica de la situación ya no nos ofen- día ni humillaba. Ese día esperamos a que llegara el agua que nunca llegó, cada quien se las arregló como pudo. Al otro día, cuando tampoco había agua en los baños, ningún frenesí desató el caos. Simplemente cooperamos entre todos para solucionar la situación; terminamos pa- gando cuatro pesos por deposición ese día. Esta miseria me recordó la de los mineros hidalguenses, a quienes sus patrones ingleses rentaban el pico y la pala para tra- bajar, además de la vela que esos campesinos/mineros se pegaban con parafina al sombrero para poder ver. Uno ya no se preguntaba ¿por qué me pasó esto?, ni ¿cuán- do terminará?, ni ¿por qué existen estos universos ano- dinos y miserables?, sino ¿qué hago ahora?, ¿qué nueva combinación de fichas es necesaria para seguir viviendo? La violencia ha terminado su peregrinaje, se ha cumpli- do cabalmente. Nadie regresará el golpe, pensar en esos términos es ya una tontería. Los esclavos han dejado de cantar y calientan una sopa de lentejas aceda para sus hi- jos. No hay vejez que aguante hasta el final la dialéctica, la obligación de seguir pensando. Triunfo del organismo, que también piensa y compra y consume y paga puntual su plástico a la usura. Una de las ventajas de dejar de ser un hombre y pa- sar a ser un organismo es poder aceptar sin reservas la insipidez de los idiotas educados, incluida la mía. Ya na- die necesita convencerme o engañarme; la pereza men- tal y el mundo de los taimados han triunfado y celan mucho a sus pupilos más avanzados. Un organismo se adapta a todo y ya no siente y vive esa adaptación como lucha o desafío. Pero el principal beneficio de dejar la esclavitud es el abandono de la esquizofrenia dura de lo social y la conciencia, y el paso a una esquizofrenia light, donde todas las miserias se obvian y se vuelven noria. Y tan se obvian en el tiovivo de los días que terminan ge- nerando una especie de espiritualidad que soporta todo. Todo mundo aquí de pronto es sabio y está de regreso, ya todos comprendimos que de suyo el mundo siempre ha sido injusto. Es el inicio de la metafísica de las le- chugas, ya todos los misterios y las incógnitas nos abu- rren. No queremos asomarnos a mundos donde siempre hemos sido apaleados, nos interesa más la luz del atar- decer que prevenir el cáncer que acabará con nosotros. A la manera como algunas mujeres de clase media en vez volverse alcohólicas, administran sus soporíferas vi- das espiritualizándolas. Me he vuelto un burócrata con “deberes metafísicos”, me he ahorrado los trabajos del espíritu, pero también me he cuidado de no ser un lum- pen, sin saber bien a bien si lo he logrado; estoy cansa- do sin haber combatido. Mis enemigos son poderosísi- mos, tan poderosos que me han sacado de la especie y el género que unívocamente me correspondían y me han instalado al nivel de un plasma. Un plasma que habla y hace estadística. ¡Buen trabajo! “Felices y humillados como perros apaleados” escribió Rimbaud, de los pobres cuando cantan en la iglesia. Este es el final de mi his- toria, no he sido abatido porque siempre fui un cobar- de; no he sido corrompido porque nunca tuve nada que poner en la mesa de los rufianes. La espiritualidad de la que hablo, a la que he llegado, en realidad me es ajena; un organismo ya no se desdobla y busca más vida des- de el dolor de la conciencia. Solo espera a que llegue la muerte. ¿Cómo serán los años por venir ahora que ya no soy más un hombre? ¿Cómo será envejecer sin memoria y esperanza, ácimo como el pan de los pobres más po- bres, los pobres del desierto? * Al autor, egresado del Colegio de Filosofía de la FFyL de la BUAP, se le vio la última vez haciendo la cola para pensionados a las afueras de un conocido banco de nuestra Angelópolis. * Reincidente no incluye sección de Sociales Bonfilio Aguilar Jímenez* No sé con certeza cuánto duró mi esclavitud. ¿Desde cuándo empezó? Tal vez desde que fui consciente de las obligaciones que mis padres, los dioses, el Estado y el Capital me habían encomendado, las cuales con el paso del tiempo me redujeron a la condición en la que me encuentro; tal vez desde que me di cuenta de que siempre estaba diciéndome, rezándome en secreto, a la manera de un mantra: “en algún lugar la verdadera vida me está esperando”. C onfieso que mi hastío no abreva en los mares atormentados que cantan la desesperación de Sísifo, ni en los desasosiegos de urdim- bre pessoniana. El tedio en mí no es un lujo autodestructivo, sino la manera más cruda de envejecer. Las pequeñas alegrías que tengo ahora están teñidas siempre de cierta cordura idiota. Hace años alcancé a librarme del desempleo atroz que no cesaba de perse- guirme al hacerme burócrata; fueron las de cal por las de arena. Me hice empleado gubernamental, pero pron- to me di cuenta de que pertenecía a una nueva especie que aún no acababa de cuajarse, un nuevo tipo social de trabajador, el organismo. Me integraba a las primeras generaciones de empleados/obreritos que trabajaban en una oficina. Lo mismo hacíamos reportes administra- tivos que ayudábamos a planear investigaciones esta- dísticas, cargábamos cajas, estudiábamos matemáticas, ordenábamos toneladas de papel en bodegas inmundas, o bien simulábamos trabajar con científico ahínco. Era la vida común de un hijo de esclavos que había ido a la Universidad. El miedo no era mucho ni poco, pero era manejable. Era en ese momento un obrerito/empleado chantilly, el esclavo feliz que mira su alrededor y se con- suela al ver a otros, muchos otros sin empleo. La esclavitud siempre comenzó con el miedo pero no siempre terminó con la muerte. Solo el esclavo hege- liano, el que se atreve a arriesgar la vida, puede salir de la esclavitud. Yo no era de esos, mi condición chantilly me hacía adaptarme a todas las benevolencias y miserias de la burocracia. Comencé a sentirme más acendradamen- te esclavo cuando ese miedo empezó a crecer; y éste em- pezó a inflarse más y más cuando los dueños en turno del Estado nos congelaron el salario. El desprecio de la llamada sociedad civil a la burocracia es bilioso y se pre- tende justiciero. Al principio no se sintió mucho, pero cuando corrieron los años, la devastación de la pobreza empezó a pudrirme la vida. Yo y los como yo recurri- mos cada vez más a la usura. Miedo y usura, y después más miedo y más usura. No era héroe ni quería serlo, tenía miedo y prefería tener miedo que ser libre y no te- ner trabajo. Los problemas empezaron a crecer cuando pasaron dos años, y después otros dos, y después otros tres; la falta de dinero hizo crisis y encarnó en miseria moral. La oficina se volvió un pantano, el club al que me había inscrito huyendo del paro comenzó a cuartearse. La gente desbordó su ansiedad y enrareció todo; como aquel día en que no hubo agua para beber en la oficina -algún empleado/obrerito había hecho mal su traba- jo-, y tuvimos que comprar vasos de agua ahí mismo dentro de la oficina. Recuerdo que yo compré uno por solo 1.50 pesos; o como cuando los intentos de llamada telefónica ahí dentro eran cobrados como llamadas rea- lizadas, recuerdo que en ese momento le dije a mi jefa que la lógica carcelaria se había sumado a nuestra des- ventura, todo tenía precio, hasta las llamadas telefónicas que no hubo tenían precio; también cuando la oficina se volvió super y todo mundo mercadeaba ahí dentro. Se vendían chocolates, discos, perfumes; se prestaban dinero o servicios. Llegué a comprar un chile en nogada en abonos, en tres abonos de veinte pesos; incluso hubo, en el underground oficinista, la rifa de una prostituta con todo y hotel. Los pobres medrando a los pobres. En ese momento ya no había dudas, estábamos instalados en una esclavitud ya no tan feliz. Dejé de ser obrerito/ empleadito chantilly para volverme obrerito/empleadito Caxtiyotla (como me empezaron a decir mis amigos). Pero conforme pasaba todo esto, se iba dando una metamorfosis en mí: la capacidad de adaptación se ex- pandió al máximo. Saber que el dinero que ya no tenía- mos enriquecía a otros burócratas y que en eso consistía el premio que a ellos otorgaba el Banco Mundial por llevar a efecto sus indicaciones, dejó de ser una afrenta y pasó a convertirse en simple información. Estaba en una suerte de guerra no ya con el mundo, sino conmi- go mismo. Pasé del autoengaño férreamente practicado al cinismo dolorido de los que todavía tenían trabajo y podían aspirar a una pensión miserable cuando llegara la hora de ser un verdadero perdedor, la hora de la vejez. La desregulación liberal precarizó la vida del esclavo. La pobreza ya estaba ahí, instalada de planta. Yo y los como yo debíamos todo, la casa/obrerita, los zapatos que lle- vábamos puestos, la despensa de mañana y pasado ma- ñana, el agua que usábamos para lavar nuestros platos y nuestros cuerpos. Empezamos a comer menos y a beber más. Todo hacía pensar en una bomba de tiempo que tarde o temprano estallaría. Pero no fue así, nada explo- tó, solo cambio. Puedo decir ahora, después de doce años, que poco a poco voy dejando de ser obrerito/Caxtiyotla, es decir sór- dido mendigo de vida, y poco a poco me estoy volviendo un organismo. Un organismo social por supuesto, co- razones. Puesto que pronto mi capacidad de adaptación alcanzará toda su versatilidad, pronto dejaré de ser hom- bre. Y como pese a todo un esclavo tiene siempre algo de hombre, cuando deje de ser hombre ya no podré ser jamás esclavo. Habré eludido la dialéctica del miedo y la muerte y seguiré viviendo hasta que toda esta travesía que cuento me instale un cáncer en algún lugar de mi cuer- po. Ahora aguanto todo. Por ejemplo, el lunes pasado fue otra como cuando el agua que se acabó en la oficina, esta vez fue la de los baños. Ahí estábamos, cerca de doscien- tos burócratas encerrados junto a unos baños rebosantes de mierda. Otra vez alguien había hecho mal su trabajo. La violencia simbólica de la situación ya no nos ofen- día ni humillaba. Ese día esperamos a que llegara el agua que nunca llegó, cada quien se las arregló como pudo. Al otro día, cuando tampoco había agua en los baños, ningún frenesí desató el caos. Simplemente cooperamos entre todos para solucionar la situación; terminamos pa- gando cuatro pesos por deposición ese día. Esta miseria me recordó la de los mineros hidalguenses, a quienes sus patrones ingleses rentaban el pico y la pala para tra- bajar, además de la vela que esos campesinos/mineros se pegaban con parafina al sombrero para poder ver. Uno ya no se preguntaba ¿por qué me pasó esto?, ni ¿cuán- do terminará?, ni ¿por qué existen estos universos ano- dinos y miserables?, sino ¿qué hago ahora?, ¿qué nueva combinación de fichas es necesaria para seguir viviendo? La violencia ha terminado su peregrinaje, se ha cumpli- do cabalmente. Nadie regresará el golpe, pensar en esos términos es ya una tontería. Los esclavos han dejado de cantar y calientan una sopa de lentejas aceda para sus hi- jos. No hay vejez que aguante hasta el final la dialéctica, la obligación de seguir pensando. Triunfo del organismo, que también piensa y compra y consume y paga puntual su plástico a la usura. Una de las ventajas de dejar de ser un hombre y pa- sar a ser un organismo es poder aceptar sin reservas la insipidez de los idiotas educados, incluida la mía. Ya na- die necesita convencerme o engañarme; la pereza men- tal y el mundo de los taimados han triunfado y celan mucho a sus pupilos más avanzados. Un organismo se adapta a todo y ya no siente y vive esa adaptación como lucha o desafío. Pero el principal beneficio de dejar la esclavitud es el abandono de la esquizofrenia dura de lo social y la conciencia, y el paso a una esquizofrenia light, donde todas las miserias se obvian y se vuelven noria. Y tan se obvian en el tiovivo de los días que terminan ge- nerando una especie de espiritualidad que soporta todo. Todo mundo aquí de pronto es sabio y está de regreso, ya todos comprendimos que de suyo el mundo siempre ha sido injusto. Es el inicio de la metafísica de las le- chugas, ya todos los misterios y las incógnitas nos abu- rren. No queremos asomarnos a mundos donde siempre hemos sido apaleados, nos interesa más la luz del atar- decer que prevenir el cáncer que acabará con nosotros. A la manera como algunas mujeres de clase media en vez volverse alcohólicas, administran sus soporíferas vi- das espiritualizándolas. Me he vuelto un burócrata con “deberes metafísicos”, me he ahorrado los trabajos del espíritu, pero también me he cuidado de no ser un lum- pen, sin saber bien a bien si lo he logrado; estoy cansa- do sin haber combatido. Mis enemigos son poderosísi- mos, tan poderosos que me han sacado de la especie y el género que unívocamente me correspondían y me han instalado al nivel de un plasma. Un plasma que habla y hace estadística. ¡Buen trabajo! “Felices y humillados como perros apaleados” escribió Rimbaud, de los pobres cuando cantan en la iglesia. Este es el final de mi his- toria, no he sido abatido porque siempre fui un cobar- de; no he sido corrompido porque nunca tuve nada que poner en la mesa de los rufianes. La espiritualidad de la que hablo, a la que he llegado, en realidad me es ajena; un organismo ya no se desdobla y busca más vida des- de el dolor de la conciencia. Solo espera a que llegue la muerte. ¿Cómo serán los años por venir ahora que ya no soy más un hombre? ¿Cómo será envejecer sin memoria y esperanza, ácimo como el pan de los pobres más po- bres, los pobres del desierto? * Al autor, egresado del Colegio de Filosofía de la FFyL de la BUAP, se le vio la última vez haciendo la cola para pensionados a las afueras de un conocido banco de nuestra Angelópolis. * Reincidente no incluye sección de Sociales DIARIO DEL ESCLAVO Bonfilio Aguilar Jiménez TRABAJO ACADÉMICO Y PRECARIEDAD DE LA CARRERA DOCENTE María de Lourdes Herrera Feria OCTAVIO PAZ Y LA ESENCIA DE LA POESÍA Miguel Ángel Rodríguez Rodríguez LOS BONOS VERDES Enrique Condés Breña DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista ENGAÑO Enrique Condés Lara DICCIONARIO (poblano) DEL DIABLO Humberto Sotelo Mendoza REINCIGRAMA Fernando Contreras AQUÍ, PUROS CUENTOS Paco Rubín FRANTASÍAS José Fragoso Cervón ARITMOMANÍA Gabriela Breña BEBIDAS ILUSTRES (IV) Bonfilio Aguilar Jímenez* No sé con certeza cuánto duró mi esclavitud. ¿Desde cuándo empezó? Tal vez desde que fui consciente de las obligaciones que mis padres, los dioses, el Estado y el Capital me habían encomendado, las cuales con el paso del tiempo me redujeron a la condición en la que me encuentro; tal vez desde que me di cuenta de que siempre estaba diciéndome, rezándome en secreto, a la manera de un mantra: “en algún lugar la verdadera vida me está esperando”.

Reincidente 73

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* Reincidente no incluye sección de Sociales

Año V, Número 73, 1ra. quincena de marzo de 2014

* Reincidente no incluye sección de Sociales

Año V, Número 73, 1ra. quincena de marzo de 2014

Confieso que mi hastío no abreva en los mares

atormentados que cantan la desesperación

de Sísifo, ni en los desasosiegos de urdim-

bre pessoniana. El tedio en mí no es un lujo

autodestructivo, sino la manera más cruda de envejecer.

Las pequeñas alegrías que tengo ahora están teñidas

siempre de cierta cordura idiota. Hace años alcancé a

librarme del desempleo atroz que no cesaba de perse-

guirme al hacerme burócrata; fueron las de cal por las

de arena. Me hice empleado gubernamental, pero pron-

to me di cuenta de que pertenecía a una nueva especie

que aún no acababa de cuajarse, un nuevo tipo social de

trabajador, el organismo. Me integraba a las primeras

generaciones de empleados/obreritos que trabajaban en

una oficina. Lo mismo hacíamos reportes administra-

tivos que ayudábamos a planear investigaciones esta-

dísticas, cargábamos cajas, estudiábamos matemáticas,

ordenábamos toneladas de papel en bodegas inmundas,

o bien simulábamos trabajar con científico ahínco. Era

la vida común de un hijo de esclavos que había ido a la

Universidad. El miedo no era mucho ni poco, pero era

manejable. Era en ese momento un obrerito/empleado

chantilly, el esclavo feliz que mira su alrededor y se con-

suela al ver a otros, muchos otros sin empleo.

La esclavitud siempre comenzó con el miedo pero

no siempre terminó con la muerte. Solo el esclavo hege-

liano, el que se atreve a arriesgar la vida, puede salir de la

esclavitud. Yo no era de esos, mi condición chantilly me

hacía adaptarme a todas las benevolencias y miserias de

la burocracia. Comencé a sentirme más acendradamen-

te esclavo cuando ese miedo empezó a crecer; y éste em-

pezó a inflarse más y más cuando los dueños en turno

del Estado nos congelaron el salario. El desprecio de la

llamada sociedad civil a la burocracia es bilioso y se pre-

tende justiciero. Al principio no se sintió mucho, pero

cuando corrieron los años, la devastación de la pobreza

empezó a pudrirme la vida. Yo y los como yo recurri-

mos cada vez más a la usura. Miedo y usura, y después

más miedo y más usura. No era héroe ni quería serlo,

tenía miedo y prefería tener miedo que ser libre y no te-

ner trabajo. Los problemas empezaron a crecer cuando

pasaron dos años, y después otros dos, y después otros

tres; la falta de dinero hizo crisis y encarnó en miseria

moral. La oficina se volvió un pantano, el club al que me

había inscrito huyendo del paro comenzó a cuartearse.

La gente desbordó su ansiedad y enrareció todo; como

aquel día en que no hubo agua para beber en la oficina

-algún empleado/obrerito había hecho mal su traba-

jo-, y tuvimos que comprar vasos de agua ahí mismo

dentro de la oficina. Recuerdo que yo compré uno por

solo 1.50 pesos; o como cuando los intentos de llamada

telefónica ahí dentro eran cobrados como llamadas rea-

lizadas, recuerdo que en ese momento le dije a mi jefa

que la lógica carcelaria se había sumado a nuestra des-

ventura, todo tenía precio, hasta las llamadas telefónicas

que no hubo tenían precio; también cuando la oficina

se volvió super y todo mundo mercadeaba ahí dentro.

Se vendían chocolates, discos, perfumes; se prestaban

dinero o servicios. Llegué a comprar un chile en nogada

en abonos, en tres abonos de veinte pesos; incluso hubo,

en el underground oficinista, la rifa de una prostituta

con todo y hotel. Los pobres medrando a los pobres. En

ese momento ya no había dudas, estábamos instalados

en una esclavitud ya no tan feliz. Dejé de ser obrerito/

empleadito chantilly para volverme obrerito/empleadito

Caxtiyotla (como me empezaron a decir mis amigos).

Pero conforme pasaba todo esto, se iba dando una

metamorfosis en mí: la capacidad de adaptación se ex-

pandió al máximo. Saber que el dinero que ya no tenía-

mos enriquecía a otros burócratas y que en eso consistía

el premio que a ellos otorgaba el Banco Mundial por

llevar a efecto sus indicaciones, dejó de ser una afrenta

y pasó a convertirse en simple información. Estaba en

una suerte de guerra no ya con el mundo, sino conmi-

go mismo. Pasé del autoengaño férreamente practicado

al cinismo dolorido de los que todavía tenían trabajo y

podían aspirar a una pensión miserable cuando llegara

la hora de ser un verdadero perdedor, la hora de la vejez.

La desregulación liberal precarizó la vida del esclavo. La

pobreza ya estaba ahí, instalada de planta. Yo y los como

yo debíamos todo, la casa/obrerita, los zapatos que lle-

vábamos puestos, la despensa de mañana y pasado ma-

ñana, el agua que usábamos para lavar nuestros platos y

nuestros cuerpos. Empezamos a comer menos y a beber

más. Todo hacía pensar en una bomba de tiempo que

tarde o temprano estallaría. Pero no fue así, nada explo-

tó, solo cambio.

Puedo decir ahora, después de doce años, que poco a

poco voy dejando de ser obrerito/Caxtiyotla, es decir sór-

dido mendigo de vida, y poco a poco me estoy volviendo

un organismo. Un organismo social por supuesto, co-

razones. Puesto que pronto mi capacidad de adaptación

alcanzará toda su versatilidad, pronto dejaré de ser hom-

bre. Y como pese a todo un esclavo tiene siempre algo

de hombre, cuando deje de ser hombre ya no podré ser

jamás esclavo. Habré eludido la dialéctica del miedo y la

muerte y seguiré viviendo hasta que toda esta travesía que

cuento me instale un cáncer en algún lugar de mi cuer-

po. Ahora aguanto todo. Por ejemplo, el lunes pasado fue

otra como cuando el agua que se acabó en la oficina, esta

vez fue la de los baños. Ahí estábamos, cerca de doscien-

tos burócratas encerrados junto a unos baños rebosantes

de mierda. Otra vez alguien había hecho mal su trabajo.

La violencia simbólica de la situación ya no nos ofen-

día ni humillaba. Ese día esperamos a que llegara el agua

que nunca llegó, cada quien se las arregló como pudo.

Al otro día, cuando tampoco había agua en los baños,

ningún frenesí desató el caos. Simplemente cooperamos

entre todos para solucionar la situación; terminamos pa-

gando cuatro pesos por deposición ese día. Esta miseria

me recordó la de los mineros hidalguenses, a quienes

sus patrones ingleses rentaban el pico y la pala para tra-

bajar, además de la vela que esos campesinos/mineros se

pegaban con parafina al sombrero para poder ver. Uno

ya no se preguntaba ¿por qué me pasó esto?, ni ¿cuán-

do terminará?, ni ¿por qué existen estos universos ano-

dinos y miserables?, sino ¿qué hago ahora?, ¿qué nueva

combinación de fichas es necesaria para seguir viviendo?

La violencia ha terminado su peregrinaje, se ha cumpli-

do cabalmente. Nadie regresará el golpe, pensar en esos

términos es ya una tontería. Los esclavos han dejado de

cantar y calientan una sopa de lentejas aceda para sus hi-

jos. No hay vejez que aguante hasta el final la dialéctica,

la obligación de seguir pensando. Triunfo del organismo,

que también piensa y compra y consume y paga puntual

su plástico a la usura.

Una de las ventajas de dejar de ser un hombre y pa-

sar a ser un organismo es poder aceptar sin reservas la

insipidez de los idiotas educados, incluida la mía. Ya na-

die necesita convencerme o engañarme; la pereza men-

tal y el mundo de los taimados han triunfado y celan

mucho a sus pupilos más avanzados. Un organismo se

adapta a todo y ya no siente y vive esa adaptación como

lucha o desafío. Pero el principal beneficio de dejar la

esclavitud es el abandono de la esquizofrenia dura de lo

social y la conciencia, y el paso a una esquizofrenia light,

donde todas las miserias se obvian y se vuelven noria. Y

tan se obvian en el tiovivo de los días que terminan ge-

nerando una especie de espiritualidad que soporta todo.

Todo mundo aquí de pronto es sabio y está de regreso,

ya todos comprendimos que de suyo el mundo siempre

ha sido injusto. Es el inicio de la metafísica de las le-

chugas, ya todos los misterios y las incógnitas nos abu-

rren. No queremos asomarnos a mundos donde siempre

hemos sido apaleados, nos interesa más la luz del atar-

decer que prevenir el cáncer que acabará con nosotros.

A la manera como algunas mujeres de clase media en

vez volverse alcohólicas, administran sus soporíferas vi-

das espiritualizándolas. Me he vuelto un burócrata con

“deberes metafísicos”, me he ahorrado los trabajos del

espíritu, pero también me he cuidado de no ser un lum-

pen, sin saber bien a bien si lo he logrado; estoy cansa-

do sin haber combatido. Mis enemigos son poderosísi-

mos, tan poderosos que me han sacado de la especie y el

género que unívocamente me correspondían y me han

instalado al nivel de un plasma. Un plasma que habla

y hace estadística. ¡Buen trabajo! “Felices y humillados

como perros apaleados” escribió Rimbaud, de los pobres

cuando cantan en la iglesia. Este es el final de mi his-

toria, no he sido abatido porque siempre fui un cobar-

de; no he sido corrompido porque nunca tuve nada que

poner en la mesa de los rufianes. La espiritualidad de la

que hablo, a la que he llegado, en realidad me es ajena;

un organismo ya no se desdobla y busca más vida des-

de el dolor de la conciencia. Solo espera a que llegue la

muerte. ¿Cómo serán los años por venir ahora que ya no

soy más un hombre? ¿Cómo será envejecer sin memoria

y esperanza, ácimo como el pan de los pobres más po-

bres, los pobres del desierto?

* Al autor, egresado del Colegio de Filosofía de la FFyL

de la BUAP, se le vio la última vez haciendo la cola

para pensionados a las afueras de un conocido banco de

nuestra Angelópolis.

* Reincidente no incluye sección de Sociales

DIARIO DEL ESCLAVO

Bonfilio Aguilar Jiménez

TRABAJO ACADÉMICO Y PRECARIEDAD

DE LA CARRERA DOCENTE

María de Lourdes Herrera Feria

OCTAVIO PAZ Y LA

ESENCIA DE LA POESÍA

Miguel Ángel Rodríguez Rodríguez

LOS BONOS VERDES

Enrique Condés Breña

DESDE LA FACULTAD

Mariano Torres Bautista

ENGAÑO

Enrique Condés Lara

DICCIONARIO (poblano)

DEL DIABLO

Humberto Sotelo Mendoza

REINCIGRAMA

Fernando Contreras

AQUÍ, PUROS CUENTOS

Paco Rubín

FRANTASÍAS

José Fragoso Cervón

ARITMOMANÍA

Gabriela Breña

BEBIDAS ILUSTRES (IV)

Bonfilio Aguilar Jímenez*

No sé con certeza cuánto duró mi esclavitud. ¿Desde cuándo empezó? Tal vez desde que fui

consciente de las obligaciones que mis padres, los dioses, el Estado y el Capital me habían

encomendado, las cuales con el paso del tiempo me redujeron a la condición en la que me

encuentro; tal vez desde que me di cuenta de que siempre estaba diciéndome, rezándome en

secreto, a la manera de un mantra: “en algún lugar la verdadera vida me está esperando”.

Confieso que mi hastío no abreva en los mares atormentados que cantan la desesperación de Sísifo, ni en los desasosiegos de urdim-bre pessoniana. El tedio en mí no es un lujo

autodestructivo, sino la manera más cruda de envejecer. Las pequeñas alegrías que tengo ahora están teñidas siempre de cierta cordura idiota. Hace años alcancé a librarme del desempleo atroz que no cesaba de perse-guirme al hacerme burócrata; fueron las de cal por las de arena. Me hice empleado gubernamental, pero pron-to me di cuenta de que pertenecía a una nueva especie que aún no acababa de cuajarse, un nuevo tipo social de trabajador, el organismo. Me integraba a las primeras generaciones de empleados/obreritos que trabajaban en una oficina. Lo mismo hacíamos reportes administra-tivos que ayudábamos a planear investigaciones esta-dísticas, cargábamos cajas, estudiábamos matemáticas, ordenábamos toneladas de papel en bodegas inmundas, o bien simulábamos trabajar con científico ahínco. Era la vida común de un hijo de esclavos que había ido a la Universidad. El miedo no era mucho ni poco, pero era manejable. Era en ese momento un obrerito/empleado chantilly, el esclavo feliz que mira su alrededor y se con-suela al ver a otros, muchos otros sin empleo.

La esclavitud siempre comenzó con el miedo pero no siempre terminó con la muerte. Solo el esclavo hege-liano, el que se atreve a arriesgar la vida, puede salir de la esclavitud. Yo no era de esos, mi condición chantilly me hacía adaptarme a todas las benevolencias y miserias de la burocracia. Comencé a sentirme más acendradamen-te esclavo cuando ese miedo empezó a crecer; y éste em-pezó a inflarse más y más cuando los dueños en turno del Estado nos congelaron el salario. El desprecio de la llamada sociedad civil a la burocracia es bilioso y se pre-tende justiciero. Al principio no se sintió mucho, pero cuando corrieron los años, la devastación de la pobreza empezó a pudrirme la vida. Yo y los como yo recurri-mos cada vez más a la usura. Miedo y usura, y después más miedo y más usura. No era héroe ni quería serlo, tenía miedo y prefería tener miedo que ser libre y no te-ner trabajo. Los problemas empezaron a crecer cuando pasaron dos años, y después otros dos, y después otros tres; la falta de dinero hizo crisis y encarnó en miseria moral. La oficina se volvió un pantano, el club al que me había inscrito huyendo del paro comenzó a cuartearse. La gente desbordó su ansiedad y enrareció todo; como aquel día en que no hubo agua para beber en la oficina -algún empleado/obrerito había hecho mal su traba-jo-, y tuvimos que comprar vasos de agua ahí mismo dentro de la oficina. Recuerdo que yo compré uno por solo 1.50 pesos; o como cuando los intentos de llamada telefónica ahí dentro eran cobrados como llamadas rea-lizadas, recuerdo que en ese momento le dije a mi jefa que la lógica carcelaria se había sumado a nuestra des-ventura, todo tenía precio, hasta las llamadas telefónicas que no hubo tenían precio; también cuando la oficina se volvió super y todo mundo mercadeaba ahí dentro. Se vendían chocolates, discos, perfumes; se prestaban

dinero o servicios. Llegué a comprar un chile en nogada en abonos, en tres abonos de veinte pesos; incluso hubo, en el underground oficinista, la rifa de una prostituta con todo y hotel. Los pobres medrando a los pobres. En ese momento ya no había dudas, estábamos instalados en una esclavitud ya no tan feliz. Dejé de ser obrerito/empleadito chantilly para volverme obrerito/empleadito Caxtiyotla (como me empezaron a decir mis amigos).

Pero conforme pasaba todo esto, se iba dando una metamorfosis en mí: la capacidad de adaptación se ex-pandió al máximo. Saber que el dinero que ya no tenía-mos enriquecía a otros burócratas y que en eso consistía el premio que a ellos otorgaba el Banco Mundial por llevar a efecto sus indicaciones, dejó de ser una afrenta y pasó a convertirse en simple información. Estaba en una suerte de guerra no ya con el mundo, sino conmi-go mismo. Pasé del autoengaño férreamente practicado al cinismo dolorido de los que todavía tenían trabajo y podían aspirar a una pensión miserable cuando llegara la hora de ser un verdadero perdedor, la hora de la vejez. La desregulación liberal precarizó la vida del esclavo. La pobreza ya estaba ahí, instalada de planta. Yo y los como yo debíamos todo, la casa/obrerita, los zapatos que lle-vábamos puestos, la despensa de mañana y pasado ma-ñana, el agua que usábamos para lavar nuestros platos y nuestros cuerpos. Empezamos a comer menos y a beber más. Todo hacía pensar en una bomba de tiempo que tarde o temprano estallaría. Pero no fue así, nada explo-tó, solo cambio.

Puedo decir ahora, después de doce años, que poco a poco voy dejando de ser obrerito/Caxtiyotla, es decir sór-dido mendigo de vida, y poco a poco me estoy volviendo un organismo. Un organismo social por supuesto, co-razones. Puesto que pronto mi capacidad de adaptación alcanzará toda su versatilidad, pronto dejaré de ser hom-bre. Y como pese a todo un esclavo tiene siempre algo de hombre, cuando deje de ser hombre ya no podré ser jamás esclavo. Habré eludido la dialéctica del miedo y la muerte y seguiré viviendo hasta que toda esta travesía que cuento me instale un cáncer en algún lugar de mi cuer-po. Ahora aguanto todo. Por ejemplo, el lunes pasado fue otra como cuando el agua que se acabó en la oficina, esta vez fue la de los baños. Ahí estábamos, cerca de doscien-tos burócratas encerrados junto a unos baños rebosantes de mierda. Otra vez alguien había hecho mal su trabajo. La violencia simbólica de la situación ya no nos ofen-día ni humillaba. Ese día esperamos a que llegara el agua que nunca llegó, cada quien se las arregló como pudo. Al otro día, cuando tampoco había agua en los baños, ningún frenesí desató el caos. Simplemente cooperamos entre todos para solucionar la situación; terminamos pa-gando cuatro pesos por deposición ese día. Esta miseria me recordó la de los mineros hidalguenses, a quienes sus patrones ingleses rentaban el pico y la pala para tra-bajar, además de la vela que esos campesinos/mineros se pegaban con parafina al sombrero para poder ver. Uno ya no se preguntaba ¿por qué me pasó esto?, ni ¿cuán-do terminará?, ni ¿por qué existen estos universos ano-

dinos y miserables?, sino ¿qué hago ahora?, ¿qué nueva combinación de fichas es necesaria para seguir viviendo? La violencia ha terminado su peregrinaje, se ha cumpli-do cabalmente. Nadie regresará el golpe, pensar en esos términos es ya una tontería. Los esclavos han dejado de cantar y calientan una sopa de lentejas aceda para sus hi-jos. No hay vejez que aguante hasta el final la dialéctica, la obligación de seguir pensando. Triunfo del organismo, que también piensa y compra y consume y paga puntual su plástico a la usura.

Una de las ventajas de dejar de ser un hombre y pa-sar a ser un organismo es poder aceptar sin reservas la insipidez de los idiotas educados, incluida la mía. Ya na-die necesita convencerme o engañarme; la pereza men-tal y el mundo de los taimados han triunfado y celan mucho a sus pupilos más avanzados. Un organismo se adapta a todo y ya no siente y vive esa adaptación como lucha o desafío. Pero el principal beneficio de dejar la esclavitud es el abandono de la esquizofrenia dura de lo social y la conciencia, y el paso a una esquizofrenia light, donde todas las miserias se obvian y se vuelven noria. Y tan se obvian en el tiovivo de los días que terminan ge-nerando una especie de espiritualidad que soporta todo. Todo mundo aquí de pronto es sabio y está de regreso, ya todos comprendimos que de suyo el mundo siempre ha sido injusto. Es el inicio de la metafísica de las le-chugas, ya todos los misterios y las incógnitas nos abu-rren. No queremos asomarnos a mundos donde siempre hemos sido apaleados, nos interesa más la luz del atar-decer que prevenir el cáncer que acabará con nosotros. A la manera como algunas mujeres de clase media en vez volverse alcohólicas, administran sus soporíferas vi-das espiritualizándolas. Me he vuelto un burócrata con “deberes metafísicos”, me he ahorrado los trabajos del espíritu, pero también me he cuidado de no ser un lum-pen, sin saber bien a bien si lo he logrado; estoy cansa-do sin haber combatido. Mis enemigos son poderosísi-mos, tan poderosos que me han sacado de la especie y el género que unívocamente me correspondían y me han instalado al nivel de un plasma. Un plasma que habla y hace estadística. ¡Buen trabajo! “Felices y humillados como perros apaleados” escribió Rimbaud, de los pobres cuando cantan en la iglesia. Este es el final de mi his-toria, no he sido abatido porque siempre fui un cobar-de; no he sido corrompido porque nunca tuve nada que poner en la mesa de los rufianes. La espiritualidad de la que hablo, a la que he llegado, en realidad me es ajena; un organismo ya no se desdobla y busca más vida des-de el dolor de la conciencia. Solo espera a que llegue la muerte. ¿Cómo serán los años por venir ahora que ya no soy más un hombre? ¿Cómo será envejecer sin memoria y esperanza, ácimo como el pan de los pobres más po-bres, los pobres del desierto?

* Al autor, egresado del Colegio de Filosofía de la FFyL de la BUAP, se le vio la última vez haciendo la cola para pensionados a las afueras de un conocido banco de nuestra Angelópolis.

* Reincidente no incluye sección de Sociales

DIARIO DEL ESCLAVO Bonfilio Aguilar Jiménez

TRABAJO ACADÉMICO Y PRECARIEDAD DE LA CARRERA DOCENTE

María de Lourdes Herrera FeriaOCTAVIO PAZ Y LA

ESENCIA DE LA POESÍA Miguel Ángel Rodríguez Rodríguez

LOS BONOS VERDES Enrique Condés Breña

DESDE LA FACULTAD Mariano Torres Bautista

ENGAÑO Enrique Condés Lara

DICCIONARIO (poblano) DEL DIABLO

Humberto Sotelo MendozaREINCIGRAMA

Fernando ContrerasAQUÍ, PUROS CUENTOS

Paco RubínFRANTASÍAS

José Fragoso CervónARITMOMANÍA

Gabriela BreñaBEBIDAS ILUSTRES (IV)

Bonfilio Aguilar Jímenez*

No sé con certeza cuánto duró mi esclavitud. ¿Desde cuándo empezó? Tal vez desde que fui consciente de las obligaciones que mis padres, los dioses, el Estado y el Capital me habían encomendado, las cuales con el paso del tiempo me redujeron a la condición en la que me

encuentro; tal vez desde que me di cuenta de que siempre estaba diciéndome, rezándome en secreto, a la manera de un mantra: “en algún lugar la verdadera vida me está esperando”.

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La OIT no ve una mejora de aquí a cuatro años. De hecho, ha planteado que para el año 2018, los desempleados en el planeta ascenderán a 215

millones. Nosotros nos preguntamos: ¿A donde llega-rán estas cifras hacia el 2030? ¿Y para el 2050? Este desolador panorama, a los ojos de un historiador, es ante todo un punto de inflexión en una trayectoria cuya temporalidad arrancó hace mucho y se dirige hacia otra época de la historia humana. Es la etapa del angustiante ajuste por el pasaje del declive del empleo humano que va dejando sus puestos ocupados cada vez más por esas extensiones de la mano de obra humana que empezaron por sencillas herramientas, en el siglo XVIII dieron el salto hacia las máquinas odiadas por los artesanos -que incluso fueron atacadas algunas por un grupo desespe-rado en Inglaterra- y que ahora ¡estamos en la época del amenazante robosapiens!

Nuestra generación está viendo como se acelera la evolución y expansión de estas sofisticadas obras de la mecatrónica. Actualmente, son aproximadamente un billón de empleos en todo el mundo realizados por hu-manos que podrían ya sustituirse por tan portentosas obras de la creatividad humana. ¿Por qué no se da este cambio? Eso es una cuestión relativa al tercer paso de los tres regímenes del pensamiento técnico: los relativos a la concepción y creación están en marcha práctica-mente desde hace un siglo. El tercero, el pensamiento técnico operatorio, donde entran en juego factores de viabilidad, costos, etc., es el régimen cuya transición es-tamos viendo aparecer de manera gradual, casi imper-ceptible pero también inexorable. Las tareas domésticas

cada vez cuentan con más autómatas, los servicios ban-carios más usuales, las bandas con platillos que ya vemos en algunos restaurantes de comida japonesa sustituyen a meseros y las cafeteras expendedoras sustituyen a los baristas. La lista de autómatas en operación cotidiana es diferente según el país del que estemos hablando.

Pero entonces, las cuestiones siguen latentes: ¿Cuál es el futuro empleo de los niños y jóvenes de hoy y ma-ñana? ¿Qué tan dolorosa y que tan larga será esta etapa de transición en la que se verán desiertos de humanos los centros industriales y las oficinas? Hace poco escri-bimos acerca de las tareas netamente humanas para las que deberá estar preparado el sistema educativo y sus respectivos docentes. Ese nuevo mundo no solo se ca-racterizará por diamantinas ciudades salpicadas de ras-cacielos, con bandas transportadoras y los rápidos y si-lenciosos platívolos visualizados ya por dibujantes y ar-quitectos. El principal componente, el elemento carac-terístico de tal escenario, es el que paradójicamente se ve más alejado. Muchos saben a qué nos referimos: la organización social, la nivelación de los estándares de vida, de los procesos educativos y la posibilidad para cada ser humano de desarrollar su potencial al máximo.

En el mundo que actualmente presenciamos y vivi-mos, de una concentración agresiva, insultante e inhu-mana de la riqueza y el poder en unas cuantas e invisi-bles manos; la sociedad solidaria, redistributiva, equita-tiva, mejor conocida como “sustentable”, parece alejarse más que construirse o fortalecerse. El consumismo que estimulan las grandes cadenas de tiendas para tener guar-darropas atiborrados, infinidad de accesorios y “gadgets”

personalizados que jamás se usan, provoca no solamente la multiplicación de stocks en cada hogar, sino un desper-dicio de recursos que degrada el ambiente de continentes enteros como África y América Latina, y de los países “emergentes” como Brasil, China, India, Rusia y un largo etcétera. Se ha dicho ya que si cada humano consumiera la cantidad de energía y recursos que consume un miem-bro de la clase media estadounidense, ¡necesitaríamos ya en este momento 6 planetas para su sostenimiento!

Todas estas son cuestiones que debe contemplar el sistema educativo y, principalmente, la Universidad pú-blica. La Universidad trampolín para la proyección ma-lograda de un solo -y grotesco- personaje, demostró rápida –y afortunadamente- sus peligrosos límites. La lógica del Buscón de Quevedo, para el que era más im-portante el parecer que el ser, debe sustituirse por la de la autenticidad. No basta con tener acreditados al 100% los programas de estudio si las plantas de profesores de-jan mucho que desear; si prevalecen investigadores que envejecen sin renovarse paralelamente y al mismo rit-mo; y lo que es peor, egresados que se enfrentan des-protegidos y mal preparados a un mercado laboral más exigente y menos dinámico que antes.

* El autor es Doctor en Historia por la Universidad de París I, Panthêon- Sorbonne y actualmente se desem-peña como profesor-investigador TC en el Colegio de Antropología Social de la FFyL de la BUAP.

Mariano E. Torres Bautista*

Ernst Jünger (1895-1998) quien, desde el lado alemán en la I Guerra Mundial estuvo en pri-mera línea de combate en el frente occidental,

prácticamente desde el inicio de la contienda y vivió las batallas del Somme y de Cambrai, relató cómo en mayo de 1917, tras una escaramuza, sorprendido se topó con el hecho de que estaba peleando contra indios, no con-tra ingleses, ni contra franceses, ni contra belgas, sino contra “indios que atravesando los mares habían llegado hasta aquel trozo de tierra dejado de la mano de Dios para ir a romperse los cráneos contra de unos fusileros de Hannover. Tras de capturar a algunos, añadió, “...conseguí tranquilizar un poco a nuestros prisioneros; al parecer les habían contado cosas terribles de noso-tros”. (Tempestades de Acero. Tusquets, Barcelona, 1987. p. 159). En el bando francés, Gabriel Chevallier (1895-1969), quien como soldado de infantería sobrevivió a todo el conflicto, escribió: “Los zuavos y los soldados del ejército colonial, atezados, tatuados, feroces, sin do-blarse bajo sus enormes mochilas, y que exageran sus rictus de individuos sin opinión, obtienen un enorme éxito. La gente piensa que son unos bandidos que no darán cuartel; inspiran confianza. Y he aquí a los negros, que resultan reconocibles de lejos por los dientes blan-cos en sus rostros oscuros, los negros pueriles y crueles que decapitan a sus adversarios y les cortan las orejas para hacerse amuletos con ellas. Este detalle regoci-ja. ¡Buenos negros!” (El Miedo. Acantilado, Barcelona, 2009. p. 341). Combatientes de otras nacionalidades anotaron también en sus memorias y testimonios sobre la Gran Guerra las impresiones (sorpresa, incredulidad, desprecio, etc.) y supuestas características (ferocidad, crueldad, salvajismo) que distinguían a los soldados de las colonias que fueron movilizados entre 1914 y 1918.

La utilización de tropas de los pueblos colonizados por las potencias imperiales en la I Guerra Mundial no

fue menor, aunque la mayoría de cronistas y estudiosos europeos, quizá porque es inevitable ocultarla, la men-cionan muy de pasada o colateralmente. No obstante, es uno de los elementos que hizo verdaderamente mun-dial una contienda bélicamente circunscrita a escenarios europeos y, un poco, a Oriente Próximo.

Luego del extraordinario desgaste y las enormes ba-jas que sufrieron los bandos en choque en las primeras semanas de hostilidades, cayó la euforia nacionalista y xenófoba inicial que llevó a cientos de miles de jóvenes franceses, alemanes, rusos, austriacos, húngaros, serbios, ingleses, belgas, turcos, etc. a enrolarse voluntariamente en sus ejércitos. En consecuencia, los gobiernos promul-garon leyes de reclutamiento más exigentes y ampliaron las edades mínima y máxima para el servicio de armas. Aún así, tras un año de guerra, resultaba más difícil en-contrar oficiales y soldados preparados que producir ar-mas y, conteniendo un poco sus prejuicios raciales, los go-biernos imperiales echaron mano de los recursos huma-nos de sus posesiones en ultramar. El problema no era menor porque en diciembre de 1915, los aliados habían llegado a la conclusión de que necesitaban producir a los alemanes no menos de 200 mil bajas mensuales.

Los alemanes, como perdieron desde el principio de la guerra sus pocas colonias, no pudieron sumarlas a su esfuerzo bélico. En cambio, los ingleses sí gozaron de esa “ventaja” y movilizaron alrededor de millón y medio de sol-dados hindúes a lo largo de los cuatro años de guerra, mu-chos de ellos desplegados en Medio Oriente para luchar contra los turcos. Canadá “contribuyó” con cerca de medio millón de hombres, Nueva Zelanda con 110 mil, Australia con alrededor de 350 mil hombres, Sudáfrica con 200 mil, África Oriental británica con 35 mil, las colonias de África occidental británica con más de 50 mil hombres.

Francia enganchó unos 600 mil soldados coloniales, la mayoría de ellos norteafricanos que no eran volunta-

rios, sino reclutas; cerca de 150 mil fueron enviados a Eu-ropa y usados como carne de cañón: a partir de su su-puesto salvajismo, frecuentemente los emplearon como tropas de choque y sus posibilidades de morir fueron 2.5 veces superiores a las de un soldado francés de infantería.

El imperio otomano empleó kurdos para su caballe-ría irregular y alrededor de varios cientos de miles de sol-dados sirios e iraquíes, aunque los consideraba inferiores a las tropas turcas. La monarquía dual austro húngara, volcada hacia el frente oriental para contener a los rusos, aprovechó su condición de imperio multinacional para movilizar en 1914 a unos 3 y medio millones de hombres, y buena proporción del millón 250 mil bajas que tuvo en los primeros seis meses fueron jóvenes húngaros, ruma-nos, eslovacos, croatas, magiares, checos. Por su lado, los zares no dudaron en emplear a los súbditos no rusos (co-sacos, bielorrusos, polacos, armenios, tártaros, georgianos, ucranios, etc.) de su vasto imperio para alimentar a sus ejércitos: se calcula que en 1916 no había en sus filas más de un 2 por ciento de soldados de clase trabajadora pro-cedentes de centros urbanos.

El impacto que tuvieron en las colonias el recluta-miento y traslado de cientos de miles de sus hombres para ser llevados a otras latitudes a pelear y morir por sus amos y señores, aunque diverso, fue muy grande y de largo aliento. Estableció las bases iniciales para su futura liberación al darles posibilidades de encontrar su propia identidad. Australia, por ejemplo, forjó su identi-dad nacional en su participación en la I Guerra: antes de Galípoli era tan solo seis antiguos territorios coloniales, después fue ya una nación.

* El autor es Doctor en Sociología Política por la Uni-versidad de Granada, España y actualmente es director del Museo de la Memoria Histórica Universitaria de la BUAP.

Enrique Condés Lara*

2013 dejó desempleadas a más de 201 millones de personas en el planeta. La recuperación económica, desigual en todos los países, apunta a ser la consecuencia de este síntoma social. Pero la situación será peor, al menos eso indica la Organización Mundial del Trabajo (OIT). Tan solo de 2012 a 2013 otros cinco millones de trabajadores más perdieron su fuente laboral.

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La educación universitaria no escapa a esta tendencia, aún la de carácter público. Perdida la función social de la educación y reducida a un simple negocio, como ha venido ocu-

rriendo sistemáticamente durante la última genera-ción, la labor educativa no se puede sustraer a la lógica operativa de la empresa: lograr mayores ganancias con la mínima inversión; bien mirado, parece que la labor educativa se ha reducido a un ejercicio contable.

Gracias a la reciente reforma laboral, se puede ha-cer, sin tropiezos, la menor inversión en capital hu-mano. La inseguridad en el empleo se ha instalado como un mecanismo de control y adoctrinamiento: si los profesores no tienen certidumbre en el empleo no están en posición de exigir mejores condiciones de trabajo, no exigirán aumentos salariales, no irán a la huelga, no reclamarán derechos sociales, acatarán di-ligente y pasivamente todas las disposiciones, el sueño dorado de cualquier burócrata. Servirse de trabajo ba-rato –y vulnerable— es una práctica de negocios que se remonta a los inicios mismos de la empresa privada, pero de nefastas consecuencias para alcanzar la prego-nada calidad educativa.

Los nuevos profesionales que aspiran a incorpo-rarse a la docencia deben sobreponerse a una práctica cada vez más frecuente: el trabajo por horas, por me-dio tiempo o aún por tiempo completo sin contrato, con la promesa de que una vez demostrada su capa-cidad se formalizara la relación laboral, aunque sea temporal, con todas las de la ley. En ese proceso pue-den suceder irregularidades de todo tipo, por ejem-plo: incumplimiento con el pago de prestaciones y del salario devengados; negar la contratación al final del período escolar ya trabajado; exigencia de favores personales y, en el mejor de los casos, formalizar un contrato por una carga menor a la ya desempeñada. Así, el profesorado universitario se ha visto reducido a la categoría de trabajadores temporales a los que se asegura una precaria existencia sin acceso a la carrera académica.

Aquí es pertinente apuntar que desde sus inicios el conjunto de personas que han hecho del trabajo con el conocimiento su proyecto de vida, son la esencia y el núcleo fundamental de la Universidad. Es necesario recordarlo hoy, en un contexto de política universitaria que, fundamentada en criterios neoliberales, insiste en concebir a la Universidad como una empresa de pro-ducción, rentable en términos económicos, adminis-trada bajo los cánones de la eficiencia, para producir el “talento humano” que requiere el mercado laboral, al más bajo costo y con la calidad demandada por éste. El apunte es necesario, y debe ser reiterativo, porque en últimas fechas algunas instancias burocráticas de nuestra institución insisten en que la renovación de los vínculos de la comunidad universitaria con la socie-dad pasa, única y exclusivamente, por la subordinación de la Universidad a los intereses de la empresa; con presentaciones power point de por medio, se publicita,

ante grandes y pequeños empresarios, el potencial que ofrece la Universidad, pasando por alto a otros secto-res sociales, otrora presentes en la construcción de la Universidad poblana.

Esa misma burocracia que detenta los mejores sa-larios sin mecanismos que regulen su contratación, ni su permanencia o ascenso, ha registrado un crecimien-to drástico en relación al profesorado y los estudiantes de las facultades: profesorado y estudiantes han man-tenido la proporción entre ellos, pero la proporción de administrativos se ha disparado. Su crecimiento solo es explicable porque para controlar a la gente, se debe disponer de una fuerza administrativa que lo haga.

Pero no debemos confundirnos, el escenario fun-damental del trabajo universitario es la cátedra, en-tendida ésta como el espacio en el cual se produce el trabajo colegiado de docentes, jerarquizados de acuerdo con criterios relacionados con sus niveles de formación, experiencia y producción académica, re-sultado de su práctica profesional y docente. Y, más puntualmente, los actores esenciales del proceso edu-cativo son los profesores y los alumnos. Allí radica la esencia de la Universidad; es lo que tiene permanen-cia en el tiempo, es un continuo que trasciende a los individuos, es un patrimonio cultural de los pueblos y las naciones. Los parámetros establecidos para eva-luar la calidad de las universidades, con propósitos de su jerarquización en relación con la excelencia acadé-mica, están referidos a los niveles de formación, ca-pacidad y productividad de su cuerpo docente. Ello es lo universalmente reconocido.

El modelo de educación superior impuesto en nuestro país bajo los postulados y preceptos del neo-liberalismo, ha sido nefasto en términos de la conso-lidación y el avance de sus comunidades académicas, en la mayoría de universidades públicas. Las moda-lidades de profesores ocasionales o transitorios y de hora cátedra alcanzan niveles insospechados, mien-tras que las plantas de personal docente de carre-ra, permanecen estáticas y en muchos casos dismi-nuyen. La proporción entre los profesores de planta y los docentes temporales es del orden de 1 a 5 en el conjunto de las universidades públicas. En la ma-yoría de las universidades privadas, esta proporción puede ser más alta. (Gonzalo Arango Jiménez: Re-cuperar la dignidad del docente universitario: una tarea inaplazable. En: http://www.universidad.edu.co//index.php?option=com_content&view=article&id=1867:recuperar-la-dignidad-del-docente-uni-versitario-una-tarea-inaplazable&catid=36:ensayos-acadcos&Itemid=81).

Gradualmente se han venido modificando los Es-tatutos en las universidades para derribar las barreras que daban protección a la carrera docente y facilitar la contratación a destajo. La inestabilidad laboral ha llevado a que se presente una especie de esclavización de los docentes transitorios, pues la contratación para nuevos períodos depende del comportamiento que ex-

hiban ante sus jefes. Los “colaboradores”, que aceptan asignaciones de trabajo académico exageradas y exte-nuantes, tendrán mayor posibilidad de ser recontrata-dos en los próximos períodos. También se establecen relaciones de padrinazgo por parte de directivos uni-versitarios para quienes sin chistar, sean incondiciona-les seguidores y adeptos de los administradores acadé-micos de turno, conformándose clientelas que mane-jan a su antojo. Abundantes son los casos en que son manipulados, usando el halago o el chantaje, para con-seguir que sufraguen por los candidatos favoritos de las administraciones. Hay casos extremos en los cuales se va más allá: se promueven organizaciones gremia-les a modo y al servicio de las rectorías, para impedir y violentar el ejercicio de los derechos laborales del profesorado. Así, el docente, en la defensa de sus de-rechos, se encuentra solo y aislado frente a un sistema que alienta la precarización de su trabajo.

Es urgente que emprendamos la recuperación de la dignidad del trabajo docente y defendamos la exis-tencia de condiciones que hagan posible la confor-mación y consolidación de la comunidad académica, condición indispensable para construir universidades de excelencia, al servicio del desarrollo económico y social del país. Para ello debemos fortalecer la unidad del cuerpo docente, en el entendido que no es solo la suerte de los docentes la que está en juego, sino la exis-tencia misma de un patrimonio cultural, en riesgo de desaparecer bajo los criterios mercantilistas y econo-micistas, y la indolencia de las políticas gubernamen-tales y sus agentes.

* La autora es Doctora en Historia por la Universidad Libre de Berlín. Docente de tiempo completo en el Colegio de Historia de la FFyL de la BUAP.

María de Lourdes Herrera Feria*

En las últimas décadas, hemos presenciado el declive de la carrera docente. Por diversas razones, la renovación del profesorado y su trabajo se realizan en el terreno de la

incertidumbre y han debido sujetarse a arreglos temporales y extralegales en los que brillan por su ausencia los

derechos laborales, mientras que los profesores con plazas definitivas y de tiempo completo se resisten a pasar a retiro

por el temor a perder el nivel de ingresos alcanzado por méritos académicos y antigüedad.

ESCRÍBENOS •Paracualquieraclaración •Paraalgúncomentario •Parahaceralgunacontribución •Paraexternarunacrítica •Paraprotestarporalgo •Paraalgunamentada(peroleve) •Paradiscutirelfuturodelahumanidad •Paradudas(quenoseanexistenciales) •Parapreguntas(nocapciosas)

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Miguel Ángel Rodríguez Rodríguez*

La primera referencia al romanticismo alemán que uno puede encontrar en la obra de Octa-vio Paz es justamente la del irónico Heinrich Heine. Es en Luna Silvestre (1932-1933)

cuando, a modo de epígrafe, cita a Heine: “de día era una pálida y lánguida luna,/ de noche era un ardiente sol.” Merodeaba el poeta los 18 años.

Imposible ignorar que al alba del siglo XX, el ro-manticismo alemán estuvo presente entre las elites del Ateneo de la Juventud y los Contemporáneos. Alfonso Reyes admiraba a Goethe y le dedicó varios ensayos reunidos en el tomo XXVI de sus obras completas y Antonio Caso vivía con la efigie del autor del Fausto. Por su parte, Xavier Villaurrutia, traductor de William Blake, escribe que:

Nunca como en el romanticismo alemán, nunca como ahora, en la poesía moderna y contemporánea, que tan na-turalmente se enlaza con el verdadero romanticismo y que parece continuarlo y prolongarlo de mil maneras obscuras o luminosas, abiertas o secretas, las relaciones entre la vigi-lia y el sueño han sido más estrechas ni más profundas.[1]

La influencia de Villaurrutia en Paz es abordada por Jorge Cuesta. En la reseña a su primer poemario (Raíz del hombre, 1937), en donde la presencia del Eros de D. H. Lawrence prevalece, el crítico más severo de la lite-ratura de su tiempo profetiza “...en su poesía el dominio de un destino sobre él.” ¿Cómo se cumplió esa profecía?

Cuesta apunta que “la relación oscura” del poeta con el objeto le permite al joven Paz “apoderarse del lenguaje de otros poetas”. Identifica las voces presentes en su creación: Rafael López Velarde, Carlos Pellicer, Xavier Villaurrutia y Pablo Neruda. Era el tiempo del llamado y el aprendizaje, eran voces de Hispanoaméri-ca abiertas a la diversidad de las formas estéticas.

Villaurrutia -recuerda Octavio Paz en Los hijos del limo- “...me enseñó a leer los poemas con otros ojos; mejor dicho, me enseñó que la lectura de un poema no se hace sólo con los ojos sino con todos los sen-tidos y con el entendimiento”. Y recuerdo aquí ahora que aprender con todos los sentidos es aspirar a una conexión más íntima con el universo. Era una idea de Johann Georg Hamann -que Hölderlin compar-tía- precursor del romanticismo alemán, que le llegó a Octavio Paz a través Johann Gottfried Herder. Era el “siento luego existo” de los románticos alemanes.[2]

Uno de los ensayos tempranos de Paz gira en torno al El cristianismo, Nietzsche, la música, Dios, la redención y ahí menciona ya algunos rasgos fundamentales del romanticismo:

Esto es el nuevo romanticismo, que busca, defiende y rescata no a la conciencia del hombre, no al individuo, no a lo que separa y aísla, sino a lo que liga. Romanticismo que no enarbola la bandera de la pasión individual, del senti-miento oprimido, del yo en libertad, como en el diecinueve, sino la del instinto, la de la sensación, la de lo más antiguo: esa solidaridad carnal, remota y pura que, de un modo os-curo, nos hace hermanos del hombre y nos da la clave de nuestra semejanza bajo la gran noche amenazante. [3]

La solidaridad carnal alude a la pertenencia origi-nal a un mismo cuerpo, a una misma raíz, sin la cual las sombras dominarán la historia de los humanos. No es un romanticismo protagonizado por el resen-timiento oscuro sino por la voz de los instintos que se resuelve en la fraternidad humana.

La claridad de ideas que Octavio Paz tiene del ro-manticismo y la experiencia poética no son simétricas con la madurez de su pensamiento político.

Desde el comienzo encontramos que la pregun-ta por la esencia de la poesía es anterior a cualquier intento de comprensión de lo político. Sin importar que en 1936 haya escrito poemas en defensa de la Re-pública española y en 1937 haya vivido, en Yucatán, la experiencia de dar clases en una escuela secundaria socialista y haya luchado fugazmente en España con-tra Franco; digo, con esa agitada trayectoria de partici-pación en la vida pública, sus ideas políticas no tenían la madurez de su formación estética.

Octavio Paz busca, por encima de todo, poetizar el cosmos.

Y poetizar al mundo no era fácil o, más bien dicho, era una empresa harto espinosa en un tiempo sitiado por la sombría pesadilla de los totalitarismos, un mal sueño que Octavio Paz experimentó con el fascismo español.

La libertad era entonces una carencia o una frágil presencia amenazada por los cuatro costados.

Cinco años después de su participación en el II Congreso de escritores antifascistas en Valencia (1937), Paz escribe un ensayo memorable en el número cinco de El hijo pródigo: Poesía de soledad y poesía de comunión (1942).

En ese ensayo de juventud, el poeta critica severa-mente a la sociedad capitalista que convierte en mer-cancías a los humanos y, de igual forma, el capitalis-mo termina con la condena de la poesía -después de pretender inútilmente someterla con falsas alabanzas. La razón es que la poesía y el arte resultan un despil-farro vital para la prisa capitalista, pues la embriaguez dionisiaca no puede ser compatible con la eficacia y la eficiencia del mercado. Y todo ocurre en defensa del instinto burgués por excelencia, que se traduce en “un sistema social basado sólo en la conservación de todo y especialmente de las ganancias económicas”: el ins-tinto de conservación.

La de Paz es una crítica con ecos nietzscheanos, a la que habría que agregarle algunas preguntas que Nietzsche elabora sobre el instinto de conservación en Aurora: ¿conservación para qué?, ¿promoción de la humanidad hacia dónde?, ¿al grado supremo de felici-dad individual?

Octavio Paz adelanta una respuesta polémica, una forma agonista de participación y de reflexión, que des-cubre en la tradición poética española y que habrá de extender a sus reflexiones filosóficas e históricas poste-riores. Se trata de fundir, de hacer pensables en unidad, los extremos contrarios: una poesía de comunión (mís-tica) y una poesía de soledad (profana). El poeta mexi-cano afirma una forma de participación y formación del ser humano: entre el éxtasis divino de San Juan de la Cruz y la soledad profana de Francisco de Quevedo.

En ese escrito Octavio Paz incursiona desde la poesía en la filosofía de la historia. Se hace la pregun-ta por el sentido del ser. Escribe, de manera similar a Sloterdijk, que para que en la historia de la humanidad ocurra la integración “será menester un hombre nuevo y una nueva sociedad, en la que la inspiración y la ra-zón, las fuerzas irracionales y las racionales, el amor y la sociedad, lo colectivo y lo individual, se reconcilien.”

Cuando Octavio Paz lee la filosofía poética que Juan David García Bacca, despliega los comentarios a

su traducción de Hölderlin y la esencia de la poesía de Martin Heidegger, en 1944, el mexicano está en el ca-mino de encontrar la voz del poeta: entre los signos de los dioses y la voz del pueblo, entre la piedra y la flor.

El poeta mexicano descubre que el diálogo de los hombres es, simultáneamente, permanencia y fugaci-dad. La palabra y los signos entramados en su poesía, en sus ensayos, y en su crítica, aspiran, como el propio Hölderlin vislumbró, a "...hacer que lo celestial -por naturaleza pasajero- permanezca."

Robert Hozven, en un estudio publicado por El Colegio Nacional, no duda en identificar la obra de Octavio Paz con el espíritu del presente perpetuo.[4] El instante presente, que funde las dimensiones del tiempo y abre las posibilidades al Ser:

...la posibilidad de unificarse sobre lo permanente. So-mos un diálogo desde el tiempo en que "El tiempo es". Desde que surgió el Tiempo, y se lo detuvo, somos nosotros, desde ese momento, históricos. Y ambas cosas: ser un diálogo y ser históricos, son igualmente antiguas, pertenencias la una de la otra, una y la misma. [5]

Detener lo permanente del vertiginoso caudal es fundar el Ser. La Poesía es justamente eso: la funda-ción del Ser por la Palabra. Por ello el Dasein resulta de naturaleza poética y la historia encuentra en ella, enfatiza Hölderlin y repite Heidegger, "el fundamen-to y soporte...": una base de viento que abre un nuevo pensar, un comienzo abismal.

NOTAS1 Xavier Villaurrutia, La poesía de Nerval, en Obras, FCE,

México, 1996, p. 897. 2 George J. Hamann sostenía que el lenguaje y los símbolos

de Dios se encuentran en cada expresión de la naturale-za, los ríos, las piedras, las montañas y todas las creaciones del Señor. Son voces que nos revelan el verdadero conoci-miento, que no es la claridad conceptual del sistema sino la densa expresión de una voluntad inescrutable. Para Ha-mann la perspectiva racional no es más que "un velo desti-nado a ocultar el espectáculo aterrador de la verdadera rea-lidad, que no tiene estructura alguna, sino que es un salvaje remolino (...) del espíritu creador que ningún sistema pue-de captar." Es la presencia de Dios en cada individualidad de la creación la que impide la universalidad de la norma científica. Se observa en este pensador un acendrado des-dén por todo impulso que conduzca a la actividad racional. Desdén que puede ser equivalente al mostrado por la Ilus-tración con las verdades del pasado. El conocimiento para él, sigue en esto a su amigo David Hume, proviene de los sentidos. El conocimiento crece sobre una sustancia básica anterior a la razón, es decir, en la percepción, la sensación, "un instinto natural, que ningún razonamiento o proceso de pensamiento puede producir o impedir." Es un senti-miento intenso y fácilmente diferenciable. Nadie duda a la hora del odio. La utopía del progreso le merecía desprecio por la ingenuidad e insensatez en la que pretendían funda-mentar el conocimiento. Escribe Hamann: "...tres cosas las que no puedo comprender, posiblemente cuatro: un hom-bre de sano juicio que busque la piedra filosofal, la cuadra-tura del círculo, la extensión de los mares y un hombre de genio que siga la religión de la sana razón."

3 Octavio Paz,"Vigilias III”, en Primeras letras (1931-1943), FCE, México, 1988, p. 91.

4 Robert Hozven, Octavio Paz, viajero del presente, El Co-legio Nacional, México, 1994.

5 Ibid., p. 27.

*El autor es Doctor en Ciencias Políticas por la UNAM y se desempeña como profesor-investigador TC en el programa de Maestría en Ciencias Políticas de la Fa-cultad de Derecho de la BUAP.

A Jorge Juanes

Desde Las Primeras Letras Octavio Paz muestra un vivo interés por el pensamiento romántico. En Vigilias. Fragmentos del diario de un soñador (1935-1945), un libro compuesto con breves ensayos, la influencia romántica dominaba las ideas estéticas y filosóficas del poeta. ¿Cómo llegan las ideas del romanticismo alemán a la poética de Octavio Paz?

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5

Mujer.- Ser que durante los albores de la civilización sustituyó a la lucha de clases (cuando aún no exis-tía la lucha de clases) como motor de la historia.

Por lo menos así se desprende de las “encuestas” (ela-boradas con el propósito “de que las obras de los hombres y sus hechos más memorables no se hun-dan en el olvido”) de Heródoto –denominado el padre de la historia— en donde nos presenta las razones del por qué los griegos y los llamados “bárbaros” se hicieron la guerra.

A diferencia de lo que muchos piensan, no fue Hele-na la primera mujer raptada. Heródoto nos cuenta que este “honor” recayó en Ío, hija del rey de Ar-gos, Grecia. Resulta que apenas llegados del mar Eritreo, los fenicios se lanzaron en vastas expedi-ciones; un buen día desembarcaron en Argos para exponer sus mercancías, y allí divisaron en la pla-ya a un grupo de bellas mujeres. Como un solo hombre, los mercaderes se arrojaron sobre ellas, entre quienes se encontraba la citada Ío, quien fue raptada y llevada a Egipto. Poco tiempo después, unos griegos desembarcaron en Tiro y raptaron a la hija del rey de Fenicia. De ese modo, prosigue Heródoto, ambos pueblos “quedaron a mano”.

Pero los griegos, no contentos con lo anterior, en una expedición a Asia, en Cólquide, raptaron a Me-dea, la hija del rey. Éste protestó enérgicamente, exigiendo una reparación del daño. “¿Reparación? ─contestaron los griegos─. ¿Acaso la obtuvimos nosotros por el rapto de Io?...No cuente con ello”.

Años o décadas después, Paris, el hijo de Príamo, rey de Troya, que estaba al corriente de todas esas his-torias, decidió raptar a Helena, la esposa del es-partano Menelao. Los griegos enviaron de inme-diato un mensajero para reclamar a la raptada y exigir reparación, pero los troyanos respondieron : “¿Reparación?...¿Nos la dieron ustedes por el rap-to de Medea?”

Y fue así como se suscitaron cruentas batallas, entre ellas la famosa guerra de Troya.

Ahora bien, sin duda algunos lectores –sobre todo lec-toras─ replicarán: ¿pero qué culpa tuvieron las mu-jeres de dichas batallas, si ellas fueron las víctimas?

A este respecto los troyanos le comentaron a Heró-doto, no sabemos si con un escalofriante sentido de la ironía o con una inefable falta de autocríti-ca: “Raptar mujeres es evidentemente indecoroso, pero tomar estas cosas tan a pecho, al grado de querer vengarlas, ¡qué locura! Las gentes serias no proceden así”. Y, con singular arrogancia, agrega-ron: “Es obvio que si no fueran ellas (las raptadas) las primeras en desearlo, nadie raptaría jamás a las mujeres por la fuerza. Nosotros, ¿acaso hemos for-

jado tantas historias por las mujeres que nos han arrebatado? Pero los griegos, por una mujer de La-cedemonia equiparon una flota entera y destruye-ron el poderío de Príamo” (Heródoto, Los Nueve Libros de la Historia. Jacques Lacarriére, De pa-seo con Heródoto, FCE, 1986, pp. 40-42).

¡Vaya cinismo!...¿o lucidez?...Usted, estimado lector, ¿a quién le da la razón?

El diablo, por supuesto, se la da a los troyanos.Mujer divina.- Una de las canciones más célebres de

Agustín Lara en la que capta magistralmente los grandes mitos que existen sobre la mujer (ser di-vino y demoniaco a la vez, ser que encarna el cielo pero a la vez el infierno, ser que nos fascina por su magia y nos envuelve con sus filtros).

Evitando en todo momento la cursilería, el llamado “músico poeta” alcanza en esa pieza una maestría “poética” insuperable. La canción dice lo siguiente:

“Mujer, mujer divina/ tienes el veneno que fascina en tu mirar/mujer alabastrina/ tienes vibración de so-natina pasional/ tienes el perfume de un naranjo en flor/ el altivo porte de una majestad/ sabes de los filtros que hay en el amor/ tienes el hechizo de la liviandad/ la divina magia de un atardecer/ y la maravilla de la inspiración/ tienes en el ritmo de tu ser/ todo el palpitar de una canción”.

En su excelente investigación acerca del modernismo, José Emilio Pacheco tuvo el gran mérito de de-mostrar que la prosa del llamado “músico poeta” se inspiró en dicha corriente literaria (El Moder-nismo, UNAM, 1972).

Mujeres divinas.- Canción de Martín Urieta en la que se confirma que los hombres no dejamos de amar a las mujeres por más “ingratas y pérfidas” que se hayan portado con nosotros.

Mujeres fatal.- Pieza de Joaquín Sabina que, si bien tiene el mérito de describirnos con precisión los rasgos principales del tipo de mujer a que se refie-re, dista mucho, sin embargo, de avizorar los abis-mos pecaminosos del llamado “sexo débil” que lo-gra Agustín Lara.

Entre las mejores “estrofas” de dicha canción destacan las siguientes:

“Hay mujeres que ni cuando mienten dicen la ver-dad/ Hay mujeres que abren agujeros negros en el alma/ Hay mujeres que empiezan la guerra fir-mando la paz/ Hay mujeres envueltas en pieles sin cuerpo debajo/ Hay mujeres en cuyas caderas no se pone el sol/ Hay mujeres que van al amor como van al trabajo”.

* El autor es investigador en el Museo de la Memoria Histórica Universitaria de la BUAP.

HORIZONTALES

1. Municipio en el que nació el Joaquín Guzmán Loera.

10. Agencia antinarcóticos esta-dounidense.

11. Delicados, de buena calidad (inv.).

12. Hachís.14. Terminación de aumentativo.15. Onomatopeya de los ruidos de

los movimientos acompasados, como los del corazón, reloj, etc.

16. A nivel.18. Isla francesa del océano Atlán-

tico.19. Estado donde nació el narco-

traficante Ernesto Ábrego Cár-denas.

22. Hijo del “Chapo” detenido en Jalisco, absuelto por falta de pruebas.

23. Aire en inglés.24. Del verbo doler.25. Símbolos del nitrógeno y tan-

talio.27. Hogar.28. Narcotraficante aliado del

“Chapo”, al igual que “El Laz-ca”, “El Mayo”, etc.

29. Esposa de Joaquín Guzmán Loera.

31. Altar.32. Camino.34. Vaso de la colmena.35. Abreviatura de licenciado.38. Musa de la historia y de la poe-

sía épica.39. Centro de readaptación social

donde fue asesinado el herma-no del “Chapo”, Arturo.

42. Dos mil en números romanos.44. En el gnosticismo inteligencia

eterna emanada de la divinidad suprema.

45. Remueva la tierra con el arado.46. (Mandino), escritor estadouni-

dense, autor de El vendedor más grande del mundo.

47. Río de Francia.49. (Beltrán), narcotraficantes a

cargo de los grupos de asesinos conocidos como “Los Pelones” y “Los Güeros”.

51. Utilice.52. Capital del estado de Jalisco.

VERTICALES

1. (Bella), primer presidente de la República Argelina Democrá-tica y Popular.

2. Alcohólicos Anónimos.3. Cerca de, aproximadamente,

por poco (inv.).4. ( Jaime Eduardo Rueda), nar-

cotraficante colombiano, asesi-no del candidato a la presiden-cia por el Partido Liberal, Luis Carlos Galán.

5. Prefijo negativo.6. Moverse circularmente.7. Futbolista brasileño, fue miem-

bro del seleccionado nacional (inv.).

8. Símbolos del tesla y potasio.9. Organización de Izquierda Re-

volucionaria (sigla).10. (Estévez), columnista de FOR-

BES, que dice que el 50% de los mexicanos considera al “Chapo” más poderoso que al mismo gobierno mexicano.

13. (Arellano), hermanos fundado-res del Cártel de Tijuana.

15. Del verbo tinturar.17. (Valle de las piedras), forma-

ción rocosa cerca del municipio de Zacatlán Puebla (inv.).

19. Fruto del manzano.20. Escuché, percibí con el oído.21. Institúyele normas.26. Dios entre los mahometanos.27. Unidad monetaria de Bulgaria.30. (“El Güero”), antiguo líder del

cártel de Sinaloa junto con el “Chapo”.

33. Procurador General de la Re-pública cuando fue apresado el “Chapo”, en 1993.

35. Porción de cocaína que se aspi-ra de una vez.

36. Iniciativa privada (inic.).37. Introduce un clavo a fuerza de

golpes.40. Toldo (sin una letra).41. Arma arrojadiza (inv.).43. Avión ruso de combate.46. Hembra del oso.48. (U), líder independentista bir-

mano.50. Símbolo del itrio y abreviatura

de litro.51. Antigua ciudad de los caldeos.

EL CLAVOIsadora tomó el diminuto clavo de aquella caja.Lo sostuvo entre sus dedos, lo hizo bailar. Iba y venía

entre los giros.Vueltas al mundo en ochenta días tan solo unos instantes.Pequeño, de metal.Una flor pero sin pétalos y sin belleza, casi insignificante.Punto final para escribirlo en la pared con tinta de mar-

tillo.Lo acercó a la pared, quizá como cuando Dios colocó al

sol en medio de la nada.Lo dejó quieto, calladito.El ruido vino después cuando el martillo lo rozó con

agresivas caricias.Cada martilleo simulaba un palpitar de corazón, relám-

pagos, voces sin voz, constantes melodías.Y el clavo se iba hundiendo como en arenas movedi-

zas, se iba perdiendo al interior como el deseo de un hombre entre las piernas de una dama.

Iba llegando al fin, a su destino.Isadora colgó entonces el espejo, como se cuelga el sui-

cida en una soga, como se cuelga el péndulo en el tiempo, como los días colgados en el calendario,

como se cuelga el abrigo en el perchero luego de la tormenta.

Colgó entonces su belleza en el espejo cuando Isadora se miró.

Y las dos Isadoras sonreían.

CRISIS ECONÓMICAConsecuencia de la crisis económica, el poeta se declaró

en bancarrota.Despidió a su musa pagándole la indemnización con el

azul de su último verso y una de las siete vidas del gato que caminaba sobre el tejado mirando la luna de aquel poema.

BÚSQUEDABuscó dentro de su bolsillo alguna moneda.No encontró ninguna, pero al hurgar, encontró un re-

cuerdo olvidado cerrado con candado.

TRAZOSSobre la hoja dibujó una jaula y adentro un ave que que-

ría volar más allá del horizonte del papel.

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Enrique Condés Breña*

Para cumplir con el objetivo del tratado se dividió a los países en grupos en base a su desarrollo económico. Los 38 países más industrializados

“se comprometían a reducir un 5.2% sus emisiones de gases de efecto invernadero de 2008 a 2012 con res-pecto al nivel alcanzado en 1990.” Uno de los medios para lograr dicha meta fue la creación de un mercado global en el cual se intercambian los llamados Bonos de Carbono o Bonos Verdes. Dichos bonos represen-tan toneladas métricas de gases contaminantes que un país puede adquirir si supera su cuota de producción. Cada bono representa una tonelada métrica de gases de efecto invernadero y una tonelada métrica se pro-duce con el consumo de alrededor de 2.3 barriles de petróleo, lo cual no es mucho si se considera que un barril son solo 159 litros.

La principal fuente de dichos gases contaminantes es el empleo de combustibles fósiles: petróleo, carbón y gas natural; principalmente para la producción de ener-gía eléctrica. Según estimaciones del Departamento de Energía de Estados Unidos, para el año 2006 el consu-mo energético mundial ascendió a 472,274 miles de bi-llones de BTU’s, lo cual convertido a watts/hora ascien-de a alrededor de 138,41 PWh. (Peta equivale a 1015). Se calcula que el 85% de dicha energía fue producida mediante la quema de combustibles fósiles. Asimismo, se pronostica que la demanda energética continuará au-mentando durante los próximos años, lo cual implica un aumento en la cantidad de emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera.

El proceso mediante el cual el planeta mantiene una temperatura promedio constante consiste en que la ra-diación solar llega a la Tierra, pero la mayoría es re-flejada de vuelta al espacio por los polos. Parte de esa radiación es atrapada por los gases de invernadero en la atmósfera calentando el planeta. Pero si la concen-tración de dichos gases aumenta, es mayor la cantidad de calor que no escapa de vuelta al espacio, elevándose la temperatura. Esto a su vez crea un círculo vicioso, ya que al aumentar la temperatura, el tamaño de los polos se reduce, disminuyendo la cantidad de radiación que es reflejada de vuelta, con lo cual se desencadena una espiral degenerativa interminable. De igual manera, el derretimiento de los polos altera el balance entre agua dulce y agua salada en el mundo, modificando las co-rrientes oceánicas sin las cuales muchos países se volve-rían inhabitables por el calor y el frío extremos. Según Chomsky, “la única amenaza remotamente comparable al uso de armas nucleares es el serio peligro de una ca-tástrofe climática.” Con la finalidad de evitarla, se firmó el Protocolo de Kyoto con los Bonos de Carbono como uno de sus principales atractivos económicos.

Pese al muy importante rechazo estadounidense, dado que Estados Unidos es responsable del 25% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero y solo posee el 4% de la población mundial, el Protoco-lo finalmente entró en vigor en 2004 al ser ratificado por Rusia y con ello lograr la ratificación por al menos los países industrializados responsables del 55% de las emisiones. Con ello comenzó a realizarse el intercam-bio de bonos de carbono entre países y empresas. El procedimiento que se sigue es el siguiente:1. A comienzo de año, cada país fija de manera vo-

luntaria el tope de emisiones que pretende alcan-zar ese año en aras de contribuir a la lucha contra el cambio climático.

2. A lo largo del año, las diferentes industrias de cada país irán produciendo y emitiendo diversas canti-dades de gases de efecto invernadero que se irán contabilizando y acumulando.

3. Al finalizar el año se hace una comparación en-tre el tope fijado y la cantidad de emisiones que se produjeron.

4. Los países que tengan un superávit certificado en-tre su tope de emisiones y las emisiones generadas podrán poner dicho sobrante a la venta en el mer-cado internacional en la forma de bonos de carbo-no.

5. Paralelamente, aquellos países que hayan tenido un déficit en sus emisiones, tendrán la obligación de buscar y adquirir en el mercado internacional bonos de carbono para compensar su excedente de emisiones.A simple vista podría parecer un mecanismo efi-

ciente y sencillo para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, pero son solo apa-riencias. Considerando que el dinero y la economía son los que motivan las decisiones y jalan los hilos apropia-dos en el mundo, rápidamente se puede degenerar en una situación en la cual aquel que pueda pagar podrá seguir contaminando. Si se compara el costo de pagar las multas o en este caso comprar los bonos contra dete-ner una producción industrial e invertir en proveer a la planta de nuevo equipo de trabajo que permita cumplir con las regulaciones, perdiéndose la inversión original para construir y equipar dicha planta, no cuesta mucho trabajo darse cuenta hacia donde se inclina la balan-za. Los dueños del capital podrán seguir contaminan-do igual y además ahora podrán decir que son “social y ecológicamente responsables” porque todas sus emi-siones están siendo compensadas. Considerando que el tope de emisiones lo fija cada país de manera volunta-ria, rápidamente uno se puede dar cuenta de que todo es una tomada de pelo, se trata solo de pura palabrería y buenas intenciones. Las reducciones de emisiones serán mínimas cuando lleguen a darse porque siempre habrá alguien interesado en comprar los bonos.

Aunada a la falta de compromiso en la lucha contra el cambio climático por parte del gobierno estadouni-dense, se presenta la inexistencia de un organismo su-pranacional reconocido por todos los países que regule y monitoree el cumplimiento de los tratados y acuerdos internacionales e imponga sanciones en caso de inob-servancia. La ONU pretende ser un foro abierto al de-bate de temas de interés y competencia global pero fi-nalmente no posee un poder real para hacer cumplir los acuerdos, y el derecho a veto imposibilita que muchos de dichos acuerdos siquiera vean la luz. Un modelo de un ente supranacional con poder pero sin un recono-cimiento absoluto es la Corte Penal Internacional que empezó a funcionar en 2002 pero solo cuenta con el re-conocimiento de 60 países. De nada sirve un organismo con un reconocimiento limitado que acote su campo de acción a unos cuantos puntos del planeta. He ahí la relevancia del reconocimiento universal. Para recalcar la falta de interés de los líderes mundiales basta mencio-nar que la FIFA posee 208 países miembros, más países que aquellos que agrupa la ONU. Frente a eso, el reco-nocimiento de 60 países de la Corte Penal Internacio-nal o la ratificación del Protocolo de Kyoto por parte de los países industrializados responsables del 55% de las emisiones son cosas risibles.

Muchos hablan en contra de la necesidad de un or-ganismo supranacional “con dientes”, con el argumento de que simplemente con buenas intenciones y accio-nes voluntarias, los países lograrán resolver los proble-mas que aquejan a la humanidad. Lamentablemente, la historia dice lo contrario. Muchas personas también se refieren a los bonos de carbono como una oportunidad de obtener inversión extranjera. En efecto, el protocolo permite a los países más industrializados realizar inver-siones en proyectos ecológicos en países subdesarrolla-dos o incluso la misma venta de los bonos se puede ver como una manera de obtener ingresos del extranjero. Pero en términos globales, es irrelevante si una emisión ha sido compensada o no, si uno ya limpió su conciencia con dinero. Esas emisiones contaminan igual que aque-llas que no fueron compensadas. Hace falta más que eso para reducir de manera real las emisiones contaminan-tes a la atmósfera. No importa si un país acata las nor-mas y reduce sus emisiones si los otros simplemente se dedican a compensar.

Es necesario cambiar nuestra mentalidad y com-prender que no somos seres aislados, encerrados en nuestras burbujas individuales. Todos nos encontra-mos atados a lo que suceda en el planeta, sin importar credo, nacionalidad o posición social. Es necesaria la construcción e implementación del concepto de hu-manidad como un común denominador que nos eng-lobe a todos y nos haga adquirir conciencia de la ne-cesidad de actuar a la brevedad y comprometernos aa implementar soluciones reales.

En conclusión, si bien los bonos de carbono y el Protocolo de Kyoto son un comienzo en la lucha con-tra el cambio climático, en términos reales son poco más que buenas intenciones. Se necesita más que eso si pretendemos subsistir como especie en condiciones de vida similares a las actuales. Basándose en el princi-pio de precaución que plantea adoptar medidas pese a que no exista certeza científica de su necesidad, es más fácil y económico adoptar medidas ahora aún cuando a futuro se demuestre que no eran necesarias, que co-menzar a futuro una contención de daños cuando las consecuencias de no actuar a tiempo sean inminen-tes. Pero para ello es indispensable realizar una au-tocrítica acerca de las condiciones actuales de la vida cotidiana donde se privilegia el desperdicio más que la utilización responsable y consciente de los recursos naturales.

*El autor es Ingeniero en Sistemas por la UNAM.

El Protocolo de Kyoto es un tratado ambiental internacional firmado en la ciudad de Kyoto, Japón en diciembre de 1997. En él se plantea la necesidad de controlar la cantidad de emisiones de gases contaminantes a la atmósfera con la finalidad de frenar su influencia y su impacto en los sistemas climáticos del planeta. Esto en gran medida debido a los resultados arrojados por la huella ecológica que para 1999 se calculaba en un 120%. Es decir, dos años después de que se firmase dicho tratado, ya se había superado en un 20% la capacidad del planeta para asimilar la actividad humana y prevenir su degradación, o sea, la capacidad de los recursos para regenerarse.

«Sit tibi terra levis»Que la tierra te sea ligera

Sereno y ejemplarLuis Villoro

(1922-2014)

Ya nos haces faltaPuebla de Zaragoza, febrero de 2014.

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Director y editor: Enrique Condés LaraConsejo Editorial: Mariano E. Torres Bautista, Juan Lozada León, José Fragoso Cervón,

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RE~INCIDENTE. Año 5. No. 73. Primera quincena de marzo de 2014. Es una publicación quincenal editada por el C. Enrique Condés Lara, domicilio Costado del Atrio de San Francisco 22 bis. Cuadrante de san Francisco, Delegación Coyoacán, CP. 04320, tel. (55) 55-17-76-63. Correo electrónico: [email protected]. Editor res-ponsable: Enrique Condés Lara. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo 04-2011-032210460200-101. ISSN: 2007-476X. Otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Certificado de Licitud y Contenido No. 15198 otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas de la Secretaría de Gobernación. Impresa en los talleres de El Errante, Editor. Privada Emiliano Zapata No. 5947, San Baltasar Campeche, Puebla Pue. C.P. 72550. Este número se terminó de imprimir en marzo de 2014 con un tiraje de 5000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización de RE-INCIDENTE.

Solución alReincigRama de eSte númeRo

Nos encontrábamos en la nave del hongo distinguidos miembros de la banda de los atascados, acabando con la miscelánea que

mediante la aportación de los ahí reunidos logra-mos abundantemente (yerba, polvo, licor, etc.). Era una tarde- noche tranquila y ya hasta las chanclas salió a relucir el tema de nuestro amigote el Vivo.

El que empezó la alucinante verborrea fue el navegante (alucinado) de la casa. Ya endenantes les he relatado algunas vivencias de él, del Vivo, de que es una persona que desde la cuna se alimentó con buena preparación académica, de que sus niveles básicos de educación escolar los terminó con bue-nas calificaciones, que alcanzó a terminar la licen-ciatura en letras y que no se sabe porque razones (los poetas no necesitan títulos para conmover al mundo) no se tituló. “Es de esos pinches especíme-nes raros”, dije entonces.

El Cru siguió con sus percepciones lampareadas por el entrecruzamiento de estupefacientes (has-ta la madre). Recordó: “Yo siempre lo he conocido como un bohemio que no le ha temblado la mano para levantar su vaso y brindar por lo que sea, con tal de brindar, por eso siempre ha sido integrante de la banda de los atascados; en determinados momentos –añadió— tampoco le hizo malos gestos a un toque o un viaje de hongos, aunque creo que eso mermó su naturaleza y lo puso en manos de la cadavérica”.

Serafín Santos también ya metido en los humos de la demencia (totalmente intoxicado) expresó: “No manches Cru. Si eso fuera lo que mermó su salud ya estaríamos muertos desde hace tiempo to-dos nosotros”. Recordó también que el susodicho Vivo perteneció a la Infame Turba, un grupo de au-tollamados poetas jóvenes poblanos (puros borra-chines); mencionó al incomprendido Meneses, al notable Eutiquio, al letrado licenciado Pimentel, y otros allegados como Tontotiú, Bonfis y Palmerín. “Ya en esos tiempos, el físico lo traicionaba y algu-

nas veces estuvo en el Hospital reponiéndose de los excesos”, comentó el Cru.

“Sin embargo, se sintió un cambió cuando co-noció a su domadora”, prosiguió el José. Mira lo re-tiró de “algunas” fiestas y hasta lo puso a trabajar en serio, creando una mediana empresa editorial. Con una pequeña computadora y con mucha dedicación y trabajo, armaron su patrimonio y su familia. No obstante, de unos años a la fecha, si bien no deja-ba de asistir a uno que otro encuentro con la ban-da para discutir y pronosticar los cambios políticos en todos los niveles, ya no chupaba, ya no quemaba, ya no viajaba, solo opinaba sarcásticamente (ade-más de poner el vehículo y hacer solidariamente de chofer de la banda)”. Las bromas de los atascados siempre salían a relucir: “Es que si toma, le pega su señora”, bromeaban los atascados. “Mira lo tiene de esclavo”, “es un mandilón”, “¿Te dio permiso Mira?” “¿Te dejaron salir?”, “¿Hasta qué horas te jalan la cadena?”, lo cotorreaban los cuates (vaya amigos) y contestaba siempre con una triste sonrisa.

Pocos sabíamos que la calaca le estaba coque-teado y queriéndoselo llevar. Y no hay lugar para dudas, la cabrona flaca siempre se lleva a los buenos y deja a la escoria, con algunas excepciones como nosotros.

Pero esa pinche huesuda no contaba con que antes de cantar victoria, se tenía que enfrentar a la guerrera naturaleza de el Vivo y, principalmente, con su invencible compañera Mira. Juntos empren-dieron la batalla contra la flaca. Ella le dio un riñón que se le desconchinfló y él salvó la vida.

“Hoy conmovidos felizmente hacemos un sen-tido reconocimiento a estos dos entrañables amigos que lograron vencer a la elegante Catrina”, terminó el José su perorata, medio chilletas.

*El autor es Doctor en Sociología Jurídica por la BUAP, y cuatachín.

José Fragoso Cervón*

El 49% de los jóvenes mexicanos de hoy concluirán su educación media superior.

Eso significa que para el 51% quedan los empleos mal pagados, la marginalidad, el paro, la frustración.

El 12% de las personas entre 55 y 64 años de edad tienen edu-cación universitaria, mientras que de los jóvenes de entre 25 a 34 años el 23% la tienen. La media de la OCDE es del 39%.

Claro que cuando esos viejos eran jóvenes, se creaban suficientes fuen-tes de trabajo, la competencia no era atroz y hasta los viejos tenían un espacio en el mercado laboral.

Entre 2005 y 2010, el gasto por estudiante e institución educa-tiva a nivel primaria, secundaria y educación media superior au-mentó en México un 4%, aunque este ritmo de aumento es muy inferior a la media de la OCDE de 17%.

Durante el mismo periodo y en el mismo país de los mexica-nos, el gasto por estudiante e institución de educación supe-rior aumentó un 5%, también inferior al aumento promedio de la OCDE de 8%, pero mayor que el incremento observado en Australia (1%), Dinamarca (2%), los Países Bajos (2%), la Repú-blica Eslovaca (3%) y Eslovenia (4%), donde ni por asomo tienen los rezagos de aquí.

El gasto anual promedio por estudiante desde la primaria hasta la educación superior es de 20% del PIB per cápita; inferior a la media de la OCDE del 28% del PIB per cápita.

México tiene las tasas de matrícula más bajas entre los jóvenes de 15 a 19 años de edad (56%) entre los países de la OCDE, a pesar de tener la mayor población de este grupo etario en la his-toria del país. La media de la OCDE es de 84%.

...Y podemos preguntarnos: ¿qué hacemos en la OCDE? ¿Jugar al pato feo? ¿A coleadas siendo el último de la f ila? ¿A manitas calientes siendo artríticos?

Fuente: http://www.oecd.org/edu/Mexico_EAG2013%20Country%20note%20%28ESP%29.pdf

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IRLANDÉS CLÁSICO(Preparación)En un vaso o taza para café, llené tres cuartas partes con café caliente y el resto con whisky, de preferencia irlandés. Agregue con cuidado un batido de crema con azúcar y decore con canela.

ON THE ROCKS(Preparación)En un vaso bajo y ancho coloque dos cubos de hielo.Añada un buen tanto de whisky.Aguarde unos minutos antes de consumir para que “se oxigene” el licor.

MANHATTANEs conocido como el coctel de la mafia y fre-cuentemente aparece en escenas cinemato-gráficas. Un conocido experto en su prepara-ción es Bart Simpson. (Preparación)Mezcle tres porciones de whisky (canadiense o bourbon, de preferencia) con una porción de vermut dulce, unas gotas de amargo de angostura y varios cubos de hielo.Sírvalo colado en una copa de coctel bien fría.Decore con una cereza.Variaciones: Puede sustituir el vermut dulce por vermut seco y poner una cáscara de li-món en vez de la cereza.

OLD FASHIONED(Preparación)En un vaso de boca ancha, mezcle unas gotas de amargo de angostura con una cucharada de azúcarLlene hasta la mitad con whisky blended y agite bien.

Agregué varios hielos, otro tanto de whisky y una rebanada de naranja.

WHISKY SOUR(Preparación)En una coctelera se mezclan y agitan con cubitos de hielo tres porciones de whisky, una porción de jugo de limón y una cucharada de azúcar glas.Se sirve en un vaso corto y de boca ancha, deco-rado con una cereza.

EL WHISKYLos orígenes del whisky son inciertos y se pierden en la Irlanda de la alta Edad Media. Se sabe que a mediados del siglo XV, algunos monjes lo des-tilaban en Irlanda y también lo había ya en Escocia. En 1500 era consumi-do en la corte del rey Jacobo IV y se le consideraba como antídoto contra la pena (sorrow), por lo que en los funerales se bebía en grandes cantidades. Resultado de la destilación de cebada malteada en alambiques con forma de cebolla, debe envejecer durante varios años en barricas de roble. Exis-ten variantes: irlandés (whisky, se caracteriza por su triple destilación); nor-teamericano (Bourbon, elaborado con maíz que se mezcla con centeno, trigo o cebada); canadiense (Rye whisky, hecho con centeno malteado), y recien-temente japonés e hindú. Sin embargo, son el scotch y el blend (mezcla de maltas), los más acreditados. Hay más de 500 marcas distintas registradas y el buen whisky no necesita enfriarse, ni rebajarse con agua, si acaso un pe-dazo de hielo.

Por cuarta ocasión consecutiva REINCIDENTE se engalana presentando algunas de las bebidas y los

cocteles más apreciados y populares, aquellos sin los cuales docenas de millones de personas no podrían vivir.

Ahora como base el afamado whisky.