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REVISTA TIERRA ADENTRO 195

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La garita vieja de Mexicali ha sido un proveedor constante de

deportados que todos los días llegan al centro de la ciudad sin

más pertenencias que lo que llevan puesto, y en la búsqueda de

refugio han contribuido al deterioro de sus inmuebles desocu-

pados. Esto, y la falta constante de mantenimiento, dan como

resultado construcciones de más de cien años que apenas se

pueden sostener. El sistema de alcantarillado y drenaje, desde

la calle Melgar en la Plaza de la Amistad —la pagoda que repre-

senta la comunión entre China y Mexicali— hasta la avenida

Justo Sierra —el Paseo de la Reforma que nos merecemos, llena

de hoteles de cinco estrellas, casinos y antros—, nos regala a

todas horas la peste de sus aguas negras. A medida que nos

alejamos de la garita el paisaje cambia. Del centro histórico a

cualquiera de las tres carreteras por las que se puede entrar

a Mexicali o abandonarla, se observa la urgencia por merecer

el título de capital del estado. Las vías rápidas, los puentes, los

fraccionamientos que venden el estilo de vida californiano, la

fachada futurista de los edificios más recientes y sus dos garitas

—que ostentan el galardón del cruce fronterizo más transitado

del mundo— parecen construidos más para probar que esta

ciudad puede ser modernidad, sueldos altos y confort. Como si

alejándose del primer cuadro, y colonizando la periferia, pudié-

ramos olvidar su origen.

Los pioneros llegaron aquí escapando, y los pocos que no eran

perseguidos venían de paso, sin intenciones de quedarse. Por

ciento once años, Mexicali ha buscado ser reconocida como un

triunfo del hombre sobre la adversidad del clima. Esa es la base

de todo su orgullo: ser la ciudad que capturó al sol. Los prime-

ros chinos que llegaron a esa ciudad cuando apenas estaba su-

gerida fueron los siete sobrevivientes de la tragedia del cerro El

Chinero: un grupo de cincuenta chinos que huía de la persecu-

ción xenófoba de Sinaloa y Sonora intentaba llegar al puerto de

San Felipe, pero el guía perdió el rumbo y vagaron durante días

por el desierto. Cuarenta y tres orientales murieron de hambre

y sed en distintos puntos del camino. Esos siete sobrevivientes

fueron los primeros en abrir el paso en los campos de algodón

a los braceros chinos. Debido a la incomunicación del Distrito

Norte con el resto del país y a la escasez de habitantes mexica-

nos, en Mexicali era urgente la mano de obra barata que ellos

representaban.

En 1904 la Southern Pacific Way introdujo el ferrocarril y se

realizó el primer trazo urbano, del que aún subsisten seis ca-

lles: Lerdo, Juárez, Hidalgo, México, Melchor Ocampo y Morelos.

Conforme la ciudad se fue expandiendo, las principales activi-

dades comerciales se mantuvieron en ese primer cuadro, que

quedaba delimitado hacia el norte por la frontera y al oeste por

un barranco artificial, excavado a fuerza de dinamita en el in-

tento de controlar la inundación de 1905. De manera que, al

mismo tiempo que la ciudad crecía, ese sector permaneció, de

alguna forma, separado simbólicamente. Dada la cercanía con

los campos de trabajo del Valle Imperial, a veces se le conoció

con la expresión popular de “Tango”, una deformación del down-

town del idioma inglés, que terminó por constituir el “centro” de

Mexicali en el imaginario de sus habitantes, sin estar geográfi-

camente en ese lugar.

En esa ubicación particular se estableció el barrio chino, La

Chinesca, que era el punto donde se desarrollaban las mayores

transacciones económicas, ya que la comunidad china repre-

sentaba el grueso de la población. La organización interna de

los chinos era un sistema de asociaciones para apoyarse unos

← Centro naturista San Miguel, en Azueta y Juárez. El resto del edificio está abandonado.

← El Puente Colorado une el centro de Mexicali con Pueblo Nuevo por el oeste.

Cómo se perdió el centro de Mexicali de la ciudad subterránea al abandonoPor Elma Correa

FotograFías de Paulina Sánchez

Bajo el “Tango”, el centro histórico de Mexicali, reposa La Chinesca: un barrio subterráneo desde el que los inmigrantes chinos manejaban la economía de manera clandestina a inicios del siglo pasado. Entre las décadas de 1920 y 1930, la Ley Seca en Estados Unidos dejó un derrame económico importante que hizo que el centro viviera un repunte. Elma Correa narra el lento declive de esta zona desde entonces hasta el terremoto de abril de 2010, a la par Paulina Sánchez lo registra visualmente.

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a otros y fortalecer su influencia. Se agrupaban de acuerdo a su

apellido, región de origen, tipo de trabajo, etc. Desde el momento

en que emigraban ya estaban afiliados a una asociación y se

sometían a su reglamento, que normaba desde la designación

de las labores que se realizarían en Mexicali y su función en y

para la comunidad, hasta el control de los gastos personales.

Cada asociación tenía su propia forma de resolver los conflictos

entre sus miembros, sin acudir a las leyes mexicanas.

A la zona donde se concentraba La Chinesca y sus alrededores

se le conocía como “el pueblo”, ya que los cachanillas —gentilicio

surgido de la abundancia de esta planta en la región— debían

trasladarse desde la periferia para realizar sus trámites cotidianos.

Era tan común llamarla así que, cuando se levantaron los caseríos

del otro lado del barranco, se nombró Pueblo Nuevo a esa colo-

nia. Para conectarla con el área comercial, a través de la grieta se

construyó el puente Colorado, que se conserva en la actualidad.

Los empresarios estadounidenses que tenían intenciones de

asentarse en el Valle Imperial, particularmente en el límite fron-

terizo, sabían que el sistema de riego que corrió por primera vez

el 14 de junio de 1901 convertiría esas extensiones en un emporio

agrícola, y que necesitaría de mucho trabajo para sostenerse. Así

nació la ciudad de Mexicali, en simetría bilateral con Calexico,

su gemela angloparlante. Sus nombres se formaron de anagra-

mas contrarios con las palabras México y California, como si

las sílabas estuvieran viéndose al espejo. Calexico quiere decir:

“donde termina California y comienza México”. Mexicali debe

significar lo contrario, pero al ser la ciudad más septentrional

del territorio mexicano, es el lugar donde termina Latinoamérica

y comienza el primer mundo (aunque por cuestiones poético-

climáticas, se haya popularizado que América Latina termina

en Playas de Tijuana, ahí donde las rejas de la franja divisoria

se pierden en el Pacífico).

Estas dos ciudades paralelas estuvieron separadas en su mo-

mento sólo por “el bordo”, un montón de tierra que se elevaba

sobre las tuberías de los canales que transportaban el progreso

que domaría al desierto. No había aduanas ni se necesitaba pa-

saporte para recorrer ambos poblados como si fueran uno. La

única diferencia visible era que en Calexico vivían los patrones,

mientras que a Mexicali llegaban los pioneros que serían contra-

tados por empresas agrícolas como la California Development,

Imperial Land y la Colorado River Land Company.

Durante las décadas de los veinte y treinta Mexicali tuvo un

gran impulso. En ese periodo se construyeron la mayoría de los

edificios que ahora se consideran patrimonio cultural: la adua-

na, el Hotel Imperial, la casa de juegos El Tecolote, el parque

Héroes de Chapultepec, la escuela Cuauhtémoc (hoy Casa de

la Cultura), el palacio de gobierno (hoy Rectoría de la uabc), el

edificio de correos, el edificio Guajardo, el panteón de los Pio-

neros, la Catedral de Nuestra Señora de Guadalupe, la primera

Biblioteca Pública (hoy Archivo Histórico del Estado), el Palacio

Municipal (hoy Facultad de Artes de la uabc), las escuelas Leo-

na Vicario y Benito Juárez, el Mercado Municipal, la Cervece-

ría Mexicali y el Banco Agrícola Peninsular (hoy sede de Bellas

Artes), entre otros.

Ese esplendor de infraestructura debe agradecerse a la Ley

Volstead o Ley Seca, que promulgaba la prohibición de la ven-

ta, producción, distribución y consumo de bebidas alcohólicas

en territorio estadounidense, lo que provocó que proliferaran

centros nocturnos, casinos, cantinas y cabarets a lo largo de la

frontera para cubrir la necesidad de esparcimiento de los nor-

teamericanos. Mientras los yuanes y los dólares se apilaban,

también aumentaban los problemas sociales, el alcoholismo y

la violencia, resultado de la permisividad y el consumo de lico-

res sin regulación. Para hacer frente a esta situación aparecieron

varias ligas moralistas que, con sus exigencias, consiguieron que

se levantara un gran tramo del cerco fronterizo entre Mexicali y

Calexico, además del triunfo que les significó la clausura —tem-

poral— de las casas de juego más populares.

Las buenas señoras, preocupadas por la poca moral y la at-

mósfera pendenciera de Mexicali —la mal portada—, podían

dormir en paz con sus cuatro pares de faldillas y mallones de

manta de tres vueltas que impedían el paso del pecado. En la

superficie del “Tango” se observaban establecimientos admi-

nistrados por chinos de actitud meditabunda, como cafés, res-

taurantes, casas de cambio, cantinas de parroquianos que no

permitían la entrada a gringos problemáticos, abarrotes, tiendas

de ropa y zapatos, mezclados con bancos y oficinas administra-

tivas del ayuntamiento de la ciudad.

Todo en orden.

Debajo había un entramado de subterráneos, un laberinto de

túneles que los chinos construyeron para protegerse del clima,

y después, al estar interconectados con Calexico, para poner

en funcionamiento, de modo clandestino, prostíbulos, casinos

y fumaderos de opio. También servían como vías para el tráfico

de personas y de alcohol, o como albergue temporal para los

chinos recién llegados que no se reportaban a la oficina de mi-

gración. Esto, controlado por la mafia china desde su base en

Macao, junto a Cantón —lugar de origen de casi todos los in-

migrantes—, y en colaboración con la facción de la mafia que

actuaba en San Diego.

Las noticias de esa ciudad bajo tierra fueron un poco secreto a

voces, un poco rumor sin confirmar, hasta mayo de 1923, cuando

un incendio puso en evidencia esa forma de vida que recuer-

da a una granja de hormiguitas. Al Capone, Frank Nitti y Lucky

← El mercado “El Ahorro” fue la primera tienda de abarrotes de Mexicali, ahora abandonada. Los sótanos y túneles de la estructura están inundados.

↓ Entrada a un sótano utilizado como casino clandestino junto al restaurante Victoria, detrás del Templo Metodista chino.

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industrialización, la llegada de las maquiladoras cambió de for-

ma definitiva los focos de actividad económica. Los comercios

sobrevivieron apenas, y cuando parecía que volverían a despun-

tar vino la devaluación de 1974. Para cuando llegó la de 1994, con

la competencia desleal que supuso la inauguración de Plaza La

Cachanilla en 1989 —un centro comercial que por casi diez años

fue el más grande y moderno del noroeste, al estilo de los malls

californianos, y lo nunca antes pensado: con mil seiscientas to-

neladas de refrigeración—, el centro histórico parecía un pue-

blo fantasma de estructuras abandonadas o por abandonarse.

Muchos de los dueños originales murieron intestados, dejando

en el limbo legal sus propiedades. Varios de los predios más

grandes, algunos de manzanas completas, configuraron su ad-

ministración como sociedades anónimas que perdieron pronto

el interés porque no eran espacios redituables.

En esas circunstancias, la Falla de San Andrés decidió que era

momento de recordar a Baja California que su futuro es con-

vertirse en una isla que terminará estrellándose sin remedio

contra Alaska, y el 4 de abril de 2010 nos regaló un terremoto de

7.2 grados en la escala de Richter que sorprendió a todos en el

sopor de las tres de la tarde. La sacudida de la Placa Continen-

tal contra la Placa del Pacífico dejó a más de cinco mil familias

damnificadas y pérdidas de cientos de miles de pesos en daños.

A pesar de que el epicentro se registró en el Valle de Mexica-

li, el centro histórico fue una de las áreas más afectadas por la

antigüedad de su arquitectura. Un conjunto habitacional que

representaba un icono de la zona, los condominios Monte Al-

bán, construidos en el límite entre el centro y Pueblo Nuevo, se

vinieron abajo, y La Chinesca soportó lo que al parecer fue uno

de sus últimos estertores. O tal vez no.

Un grupo de ciudadanos nativos del centro histórico, coman-

dados por un joven comerciante, Rubén Hernández Chen, ideó

un plan para rescatar sus calles y callejones. Una reestructura-

ción completa busca revitalizar los comercios, los bares, canti-

nas, restaurantes y cafés, en colaboración con el Municipio y las

autoridades de las instituciones culturales. El plan incluía reco-

rridos guiados por los sótanos de La Chinesca que todavía re-

sisten bajo el peso de los curiosos. Su energía era conmovedora.

Los golpes que propina la vida, también.

El año pasado se invirtió una cantidad considerable de recursos

y esfuerzo humano para convertir el pasaje frente a la catedral

en una especie de Alameda sin álamos donde los mexicalenses

pudieran recrearse y salir a pasear en familia. Se remodeló la

calle cambiando el sucio pavimento por empedrados bucóli-

cos, se colocaron faroles coquetos y los artistas plásticos de la

ciudad —acompañados de los que aspiran a serlo— dejaron su

impronta en forma de murales. El resultado no era tan despre-

ciable como uno podría imaginar. Se llevaron a cabo un par de

conciertos auspiciados por la municipalidad y algunos festivales

de cerveza. Las cosas parecieron funcionar unos meses hasta

que el ex alcalde, antes de dejar su cargo, permitió la libre cir-

culación de los automóviles sobre los empedrados y sobre las

ilusiones de varios. El conato de resucitación dejó al centro de

Mexicali sólo la humillación. Por lo demás, continúa inmóvil,

apenas sostenido, viendo pasar los inviernos y los veranos entre

ruinas. Reflejo del pasmo de sus habitantes, esa geometría básica

y descuidada parece a la espera de que la naturaleza le reclame

de una vez el espacio usurpado. El centro es la postal más triste:

senil, sin control de sus esfínteres, perplejo y solitario, plagado

de pichones.

Brodsky escribió de San Petersburgo, “ésta es una ciudad en

la que resulta más fácil soportar la soledad que en ningún otro

lugar: porque la propia ciudad es presa de la soledad. La idea de

que estas piedras nada tienen que ver con el presente y menos

aún con el futuro brinda un extraño consuelo”. Qué suerte que

nunca estuvo en Mexicali.

Elma correa (Baja California, 1983) es narradora.

paulina sánchez (Baja California, 1979) es maestra en Comunicación de la Ciencia y la Cultura por el iteso. Es fotógrafa y realizadora documental. Actualmente trabaja en la postproducción de su ópera prima HOTEL DE PASO.

Hotel de PaSo

Entre 1935–1936 el Hotel Santa Clara abrió sus

puertas en el predio donde se estableció la prime-

ra aduana de Mexicali. Para la década de los ochen-

ta, su nombre había cambiado a El Centenario. Se

rumoraba que había mucha droga, tanto para venta

como consumo, y que los pleitos eran cosa cotidia-

na. Lo que sí es cierto es que fue utilizado durante

muchos años como escondite para los migrantes

que estaban a la espera de cruzar sin documentos

al otro lado. En sus últimos años, el hotel no tenía

luz ni agua. A inicios del año 2008 quedó comple-

tamente abandonado. Una vez desmantelado, se

convirtió en un picadero. A pesar de sus condicio-

nes precarias, dos años después, la asociación civil

Ángeles sin fronteras negoció la renta del lugar con

el fin de convertirlo en un albergue para los cien-

tos de migrantes que son deportados diariamente.

Descubrí la existencia del Hotel de los Migrantes

Deportados en el verano de 2010, cuando trabajé

en el registro fotográfico documental del “Tango”.

Así fue como nació la idea del proyecto documental

HOTEL DE PASO, que concibe al hotel como un eje

para contar las historias que hospeda: las dinámicas

que surgían en el interior del hotel, cuánta gente

entraba y salía y cómo son las relaciones que se

crean entre ellos.

—Paulina Sánchez

Luciano corrían farras, instalaban destilerías y arrojaban billetes

verdes desde los balcones de los hoteles más lujosos de Mexicali.

Es una coincidencia sospechosa que La Chinesca se incendiara

y quedara expuesta cuando los tres gángsters tomaron el control

del tráfico de opio y morfina en esta frontera. Con el incendio y

el descubrimiento del tamaño de la red de túneles, las autorida-

des tomaron medidas para limitar a los chinos y evitar que, al

recuperarse del incendio —que les reportó pérdidas materiales

calculadas en más de tres millones de dólares—, tomaran nuevo

impulso en sus actividades, usando prácticas de segregación como

restricciones comerciales y la imposición de impuestos especiales.

Ese incendio, y uno más de consecuencias similares en la dé-

cada de 1960, fueron suficientes para que se propagaran toda

clase de historias sobre una ciudad subterránea habitada lo mis-

mo por dragones y monstruos míticos que por guerreros caídos

en desgracia o malvados orientales de bigotes y uñas tan largos

como su odio. Lo cierto es que después del segundo incendio no

quedó un solo chino en los túneles.

El abandono del subsuelo de La Chinesca fue gradual. Como

respuesta natural al fraccionamiento de predios y la venta de

locales a los mexicanos, se clausuraron pasadizos, lo que cerró la

comunicación e impidió el tránsito. Actualmente la mayor parte

de los sótanos está inundada y sólo algunos trayectos en luga-

res específicos hacen las veces de refugio a personas sin hogar.

El centro histórico de Mexicali tuvo su primera crisis con la

mudanza de los servicios gubernamentales y los grupos em-

presariales más importantes a mejores instalaciones en sec-

tores modernos de la ciudad. Luego, durante el auge de la

↑ El restaurante Dong Cheng, uno de los más antiguos, sobrevive pese a que no ha sido reparado después del temblor de 2010.

↖ El Hotel del Norte, en la Esquina Melgar y Madero, en la primera calle de la ciudad. Junto a la Plaza de la Amistad y la garita vieja.

← El Hotel de los Migrantes Deportados, a un par de cuadras de la línea internacional.

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Hospitalidad recobradaPor Giorgio Lavezzaro

ilustraciones de David Sauceda

trEs

A Julieta, compañía y palabra,

inquebrantable cada vez

(Del lat. hospitalıtas, -atis).

3. f. Estancia de los enfermos

en el hospital.

Despertar en la madrugada, temblando. Levantarse a buscar

una pastilla, todas ellas, para aligerar la piel convulsa. Dudar

frente a la prescripción indicada pero también sobre qué hacer.

Regresar, tras el fracaso, a la cama. Palpar la permanencia del

temblor desde los pies hasta los dientes. Pensar en la última

salida: ir al hospital.

No tuve seguro social durante un tiempo. Implicaba vivir en

la incertidumbre frente a la posibilidad de que el cuerpo su-

cumbiera a la enfermedad o al accidente. Pero ahora que estoy

asegurado sé que esto implica una paradoja: no estar seguro de

que, en caso de enfermar, se pueda tener atención. La primera

vez que caí en una sala de urgencias conocí el eufemismo del

lenguaje frente al apremio; no importa si es por una bala o un

agujero en el estómago, una fractura o una luxación, un parto

o un intento de suicidio, siempre hay filas en donde formarse,

gente esperando camas, doctores o el alivio de la muerte.

La burocracia que permea en las instituciones hos-

pitalarias fractura el amparo que se espera de

un médico.

Es imposible saber esto la primera vez.

Fantaseaba con llegar a la sala de urgen-

cias y que estuviera habitada, repleta,

por doctores —éticos y profesiona-

les— listos para recibir cualquier

enfermedad; que el cuerpo hu-

mano ha sido traducido desde

sus síntomas, que no hay du-

das frente al diagnóstico o

el tratamiento; que llama-

mos doctores a los médi-

cos porque apelamos a

ese halo metafísico que

los exime del error.

Pero no es así, creemos demasiado en los simulacros cinema-

tográficos y, durante la enfermedad, la fe aflora. O el imaginario

colectivo se desborda en la figura del médico e imaginamos que

ellos dejan de ser humanos, susceptibles de error, por el hecho

mismo de que se deposita, ciegamente, la vida en su tacto.

Salir durante la madrugada rumbo al hospital. No saber a dónde

ir. Intentar un pensamiento rápido, lúcido. Fracasar. Depender,

enteramente, de la pareja. Confiar en que frente al peligro de

muerte —fantasma implícito del dolor súbito— ella sabrá qué

hacer. Llegar entonces a la sala de urgencias luego del trayecto

incómodo, tortuoso, de un lapso que parece inagotable.

Lo primero que me sorprendió al llegar a la sala de espera fue la

gente que se acumula y se instala: pacientes, de la enfermedad o

de la espera. Lo segundo que me sacudió fue olvidar al mundo y

pensar, exclusivamente, en mí. Como si en ese momento no me

interesaran los males ajenos, sólo saber cuánto tiempo pasaría

entre el dolor y la cura —porque asumía, otra vez víctima de la

mentira o la fe, que la encontraría en ese lugar.

Al inicio pensaba con cierta ira, aunque fuera por instantes,

que nadie merecía atención antes de mí; deseaba, con la misma

rabia efímera, que nadie estorbara mi camino. En ese lapso

miraba de soslayo a la gente aglomerada en el mismo cuarto

y me parecía inverosímil que todos tuvieran emergencias al mis-

mo tiempo. Después, al ver la fila en la que habría que ser pacien-

te, llegó un cierto alivio —aunque ahora sé que fue producto del

azar—: apenas una persona más iba a urgencias, aunque había

muchos enfermos en la sala. Luego llegó la espera.

Aguardar. Ver las caras y los cuerpos rápidamente, como en

fuga: apenas pasar la vista por los otros como una caricia in-

voluntaria. Ensayar historias detrás de algún paciente. Aban-

donarlas de inmediato por el dolor que, por un momento, se

olvida; como si llegar al hospital implicara por añadidura el

alivio. Ver con más detalle quién va delante en la fila. Imaginar

qué le ocurre haciendo un collage con los comentarios de los

familiares, las imágenes de sus rostros, las facciones del pacien-

te y la fantasía propia. Diagnosticar con premura y juzgar: no es

más grave que lo propio. Luego saber la realidad y resignarse.

El otro llegó primero.

A partir de dos de las acepciones de la palabra “hospitalidad”, Giorgio Lavezzaro intenta recobrar su significado: desde el ejercicio de paciencia del enfermo en un hospital hasta el indigente que es acogido para paliar, aunque sea de manera provisional, sus males. En ambos casos, se trata de dejarse enteramente en las manos del otro.

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El agua caliente, el jabón y los productos para el cabello no

funcionan porque, aunque el aroma se va por completo, hay

algo que se metió debajo del humor y sigue palpitando con la

niebla que levita de la piel humeante, incluso cuando el vaho

de los espejos se ha secado. El disgusto regresa con la cena por-

que los alimentos llevan, escondidos, el reclamo por un estó-

mago vacío, de días o semanas, y no se sacian con el hambre

efímera, apetito “clasemediero”. Luego vienen las

arcadas secas, el regusto de la comida,

las agruras por el exceso, un males-

tar que ya no se puede disimular.

Entonces se fantasea con que

el malestar es culpa del misera-

ble en la puerta. Se piensa que,

aunque éste pueda parecer

pacífico, podría traer una

horda violenta a su barrio.

¿Qué pasaría si llega otro,

otros, con el mismo sino

y se instalan, ¡a vivir!, en

la entrada del edificio? Se

los podría echar —¿es lícito

correr a alguien de la calle?—,

pero ¿con qué argumento si no

han hecho nada, si ni siquie-

ra han llegado? El problema

es sólo uno (quien habita en el pór-

tico), pero ¿y si trae consigo, no una

comuna indigente, sino un problema

sanitario, chinches o liendres? Es una

posibilidad. Uno se quiere convencer

o formular argumentos para seguir hu-

yendo de un malestar que viene de adentro.

¿Se debería hacer algo para quitarlo de ese lugar de la calle —¡si

es tan amplia, por qué se instaló justo ahí!—? ¿Cómo se recobra

la tranquilidad que se ha vulnerado?

Notar el frío, a quemarropa, que saja la piel. Comenzar el bruxis-

mo hasta sentir en la mandíbula castañas, hasta que los dientes

se parten y se astillan: castañear. Saberse, de pronto, semides-

nudo, sentir la inutilidad del pudor. Luego el sufrimiento irre-

frenable del estómago, la disentería que obliga a los sólidos a

volverse agua, ceder al impulso del esfínter indomable y derra-

marse sobre sí mismo. Sentir un alivio mínimo con el calor de

la orina que, antes de que el ambiente enfríe, genera una tibieza

que se parece al confort. Intentar levantarse, buscar cualquier

cosa para limpiar el desastre; rendirse ante la imposibilidad de

estar en pie. Luego el mareo, el hambre que roe las vísceras. Las

arcadas secas, el regusto del mezcal. La resaca que es más que

la resaca, una abstinencia tal que puede matar de sed etílica.

Es imposible seguir con el simulacro. Hay un resabio de malestar

inentendible, una suerte de culpa que provoca insomnio. Como

si el único modo de pagar —¿qué, por cierto?— fuera

la permanencia en vela, cuidando, desde la fanta-

sía, el malestar del indigente. Luego sobrevie-

ne un gesto de rabia, de incomprensión. No

hay manera de saber qué ocurrió

antes de que llegara a la calle

ni cómo llegó hasta ahí; ade-

más, no es posible ayudar a

todo el mundo —se intenta

el consuelo en un lugar co-

mún—. Luego, un desfile

imaginario de manos vacías

regresan al recuerdo; todas las

que han quedado extendidas en

espera de caridad y que, por una

razón u otra, han permaneci-

do esperando luego de que

se transcurre, con la vista

oblicua o el paso rápido o la

sentencia corta: ahora no. Pero

no es cosa de uno que exista la po-

breza, que el mundo tenga esas vallas

infranqueables. ¿Por qué la intranquilidad?

Podría ser cualquiera. Vuelve el fantasma. Se siente

en la carne el azar incomprensible que nos ha colocado

de este lado del muro y nos mantiene ahí.

Una suerte de empatía: se recuerdan aquellas estancias en

las clínicas u hospitales, esas veces en que se estiró la mano

para pedir clemencia y enfrascarse dentro de la justicia hospi-

talaria: trato igual para todos sin importar la circunstancia o el

padecer. La fragilidad del accidente o la llegada inevitable de

la enfermedad, esos instantes que arrastran hasta la sencillez

del suelo, hasta los límites de lo humano. Volverse, de un mo-

mento a otro, pacientes —categoría similar a la del miserable

pero dentro de un hospital—. Descubrirse a merced del mundo

o convertirse en menesteroso. No gozar de simpatía ninguna o

favores que impidan el suplicio; entregarse a la vulnerabilidad

que implica dejarse abrir por el escalpelo o permitir que otro

acomode un hueso roto. O verse en una sala desierta, esperando

una radiografía y mirar cómo el mundo pasa, sin inmutarse,

frente a tu dolor: espejismo del bulto frente a la entrada de casa.

Está mal hecho el mundo. Desde ningún flanco de la muralla se

ha edificado la civilidad debajo de la civilización.

Rogar porque cese el hambre o los temblores o el dolor. Sentir

otra presencia, el daño de su tacto. Sumar escalofrío al pánico.

Resistirse al contacto, querer soltarse. Y luego la voz que invita,

que intenta ayudar. La desconfianza repta hasta los dientes y el

reflejo de morder regresa: castañear. La insistencia de la voz o

la mano que ya no lastima. Dejar de resistirse, ceder ante la po-

sibilidad de una muerte pronta o el confort de la ayuda extran-

jera. En cualquier caso, el alivio. Imaginar qué clase de persona

levanta a otra en la calle, en pleno siglo xxi. Acaso quien prac-

tica la medicina o la enfermería, alguien de ayuda humanitaria

o quien busca desalojar las calles para dar albergue a la fuerza,

un policía que traslada los cuerpos. Descartar las opciones de

ayuda. Seguir los pasos que arrastran hasta alguna puerta. Dis-

frutar de todos modos del tacto suave o de la voz que da sosiego.

Llegar a un sitio iluminado y perder los ojos, por segundos, frente

al bruñido blanco de la luz artificial. Descubrir que es una casa

—ni hospital ni albergue ni delegación—, que no es un médico

o auxiliar humanitario o policía quien asiste, sino una persona

cualquiera. O no cualquiera.

Las dudas y las reflexiones se interrumpen, porque se escucha

que, en otro sitio, alguien, desde otra manera de ver el mismo

evento, enfrenta el escenario de otro modo. Este es el espectro

más insistente, el que quita la calma y llena de preguntas el am-

biente: el que habita la contingencia de otra realidad. Porque

hace saber que sí se podría hacer algo —quizá minúsculo, sí,

pero bastante—: dar lo que se tiene, enfrentar la pequeñez desde

la que uno mismo puede amparar a un extraño.

Otro ve lo mismo pero no lo mira igual: él contempla a un hom-

bre en la calle, no a un bulto o indigente o miserable, con el es-

tertor de la resaca; luego intuye el sol, implacable, que aplastó

toda sombra durante el día; por fin adivina la sed, el hambre, el

dolor de cabeza, porque no es difícil, en realidad, notar el pano-

rama que ha vivido aquel día ese hombre en el suelo —el resto

son fantasmas inútiles o desasosiego.

Ese otro le pide a su mujer que prepare algún alimento. El

rostro femenino desaprueba el gesto humanitario pero luego

es cómplice en la cocina y prepara algo para calmar el hambre

mientras el otro dispone el fármaco para la abstinencia alco-

hólica. El hombre sucio espera en la estancia mientras el otro,

que ya lo ha pasado a su casa, prepara un café con brandy, bien

cargado, mientras la mujer sirve los platos. Alimento y trago o

maná para el apetito. El hombre que ofrece aquellas viandas

sabe, en el fondo, que el único mal que puede paliar es el de la

cruda. El hombre que era sed, hambre y resaca se vuelve asom-

bro, un pasmo que se ahoga por la avidez al comer y el alivio

que proporciona el calor del brandy.

Cobijó al extranjero, debajo de los fantasmas del robo o el ase-

sinato, y reveló a alguien que sufre y, como cualquiera que pade-

ce, agradece el alivio. Aquel hombre, quien ofreció lo que podía,

dejó que el otro saliera de su casa, satisfecho, conmovido. Ese

otro no aspira a la imagen del héroe, esa que implica emancipar

del asfalto al “indigente” y volverlo un hombre “de provecho”. El

hecho mismo de alterar por un día el padecer de otro es bastan-

te, aunque nos parezca insuficiente y no calme la pobreza o la

desigualdad o el hambre de una nación, un pueblo o un barrio.

El hombre de la historia lo sabe: se conforma con ver cómo,

por una noche, llegó hasta el límite de sí mismo y una mano

vacía se colmó, también por una noche.

Giorgio lavezzaro (Distrito Federal, 1985) es traductor. Le interesan los géneros literarios como recursos, cree en la docta ignorancia y piensa que entender cabalmente la psique es un simulacro frente a la angustia.

david sauceda (Nuevo León, 1988) es artista graduado de la Licenciatura en Artes de la universidad de Monterrey.

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46 47cr E aci ó n cr E aci ó n

el gran terreMoto intermitentemente PredicHo Por Leonardo Teja

ilustraciones de Daniel Alcalá/Arróniz Arte Contemporáneo

Habla la camisa

“Sea lo que sea que signifique la existencia —amenazaba fu-

riosa mi Única Camisa de Lino Blanco—, hoy se traduce en una

fiesta de terraza en el centro de la ciudad, y en un grupo de des-

conocidos que, derramando la cerveza, bailarán los ritmos del

momento en torno a una parrilla donde se asará carne. Sea lo

que sea la existencia, hoy nos junta de nuevo. A mí me tiende

sobre el lomo de un burro de planchar, mientras tú despiertas

reanimada lentamente por los voltios que salen del muro. La

última vez que nos encontramos me cruzaste el pecho con tu

potencia mal calibrada, y perdí uno de mis botones. Pero hoy

será diferente por la promesa de la catástrofe; cuando venga

el Gran Terremoto, la coincidencia me hará la prenda favorita

con la que se busque refugio en los callejones, mientras tú sólo

tendrás la esperanza puesta en la rapiña, cuando todo esto co-

lapse, pinche plancha”.

tErraza

Y, en efecto, fue distinto, porque puse todo el cuidado del que soy

capaz en modular el calor de la plancha, pues ya no me quedaba

otro botón de repuesto después del evento rencorosamente des-

crito por mi Única Camisa de Lino Blanco. Tomé el tiempo su-

ficiente para reconciliar a ambas partes: la plancha estuvo en

silencio mientras mi Única Camisa de Lino Blanco se desaho-

gaba. Al final, llegamos a un acuerdo beneficioso para todos,

excepto para las comunidades más recónditas del Amazonas, y

la plancha aceptó calibrarse para el tratamiento de algodón. Yo

llegaría un poco arrugado, y tarde, a la fiesta de la terraza, pero

ya se sabe que al lino se le disculpa lo impresentable; además

no quería estar a la hora impresa en la invitación, porque Román

y su hermana gemela, Fernanda, siempre llegan temprano a esos

eventos. Ella es encantadora y él está cojo. Ella trabaja en uno

de los rastros de la ciudad y él predice desgracias, casi siempre

terremotos. Las últimas veces sólo hablaba del Gran Terremo-

to que devastará todo lo que conocemos; quizá mi Único Par de

Botas de Caimán se lo dijo a mi Única Camisa de Lino Blanco,

de otra manera no se explica su obsesión con el tema.

Llegué cuando se alzaba una gruesa columna de humo sobre

el edificio. Después de cruzar el jardín, subí. La gente estaba

ya reunida y había formado los habituales grupos, quizá con

Gente dice: araña teje tela. Yo digo: tela teje araña.

Gente dice teje vida, pero vida teje gente. Todo

conectado.

Usted escribe cuento, pero cuento escribe usted;

buscamos causa tiempo pasado, pero muchas veces

causa en futuro. Confunden causa y efecto.Mario Levrero

← Paisaje en construcción, grafito sobre papel recortado, 2009.

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48 49cr E aci ó ncu E n to

algunas variantes. Los extremos más visibles de la concurrencia

eran la anfitriona y una de las invitadas. Ambas resaltaban por

ser la mujer más pequeña y la mujer más alta de la fiesta, res-

pectivamente. Las hermanaba el hecho de que llevaban puesto

el mismo vestido blanco; como sólo se habían fabricado en una

talla, a la mujer más alta de la fiesta se le veían las cicatrices de

las rodillas, y la mujer más pequeña de la fiesta parecía arrastrar

tras de sí la cola de algún lagarto albino. Tiempo después, pude

leer la etiqueta del vestido de la mujer más alta de la fiesta: De-

sign in France. Made in China. “Blanco” había sido el código de

vestimenta que se especificó en el anverso de la invitación; los

concurrentes debían llevar una de sus prendas dominantes en

ese color. A los transgresores del protocolo no se les impedía el

ingreso, pero les esperaba una bienvenida atroz consistente en

la inmersión al fondo de un barril rebosante de vinagre.

Tras varios años de asistencia periódica a estos eventos, me

había unido a un grupo más o menos conocido; recuerdo que

al principio no sabíamos de qué hablar entre nosotros,

después nos decíamos siempre lo mismo. El paticojo

sólo hablaba del Gran Terremoto, de las visiones

de destrucción que le venían los domingos antes de

untarle mantequilla al pan tostado; el clímax es-

taba anunciado por los nudos de nervios que le

flanqueaban la mandíbula debido al bruxismo

tensional. Para esos momentos de la mañana,

decía su hermana gemela, ella llevaba varias

horas en el matadero. No sólo cuando ha-

bla de cuchillos su boca me parece

el filo de una guillotina recién

usada, también experimento

esa sensación cuando sonríe.

En la fiesta de la terraza, a su

cuello lo saturaban treinta y seis perlas de redondez irregular

hilvanadas a una gargantilla. Giacomo también estaba ahí, junto

a los gemelos, invariablemente vestido de negro. Había sorteado

la zambullida en el barril rebosante de vinagre porque había

llegado acompañado de Colombo, un magnífico ejemplar de

West Highland White Terrier. En el momento en que me les

uní, la charla estaba a cargo de Giacomo; el cojo y su hermana

escuchaban atentos los pormenores sobre un panettone que la

madre de Giacomo había horneado para su único hijo durante

la última visita desde Génova. Después de haber comido un

poco, Giacomo había guardado las sobras en un rincón del re-

frigerador. Odiaba secretamente el panettone, pero no se atrevía

a deshacerse de él por ningún método, pues una pena le sitiaba

el corazón cada vez que recordaba a su madre midiendo escru-

pulosamente las porciones. De ese evento habían pasado siete

meses, y desde entonces el pan presentaba varias fases de anar-

quía en su estructura. Nunca logro recordar si Colombo también

es genovés, así que cuando llega mi turno de hablar evito intro-

ducir el tema de los Reyes Católicos y del fatídico año de 1492.

Es una verdadera pena porque es uno de mis temas favoritos.

El Fatídico año dE 1942

Ocho años antes de 1950, en el fatídico año de 1942, el Único

Maestro de Poesía que He Tenido era joven y se ganaba la vida

como redactor de la Agencia de Información Nacional, en Cuba.

Después de leerle el Único Poema que He Escrito me citó en una

de las bancas que daban al parque central; vimos en silencio

la tenacidad de los gorriones para mantenerse en la faz de la

Tierra: hurgaban las baldosas con sus picos en busca de alguna

miga que llevar a sus familias; a veces no tenían suerte, otras

veces eran devorados por algún gato del parque. Aquellos go-

rriones que estaban solteros hallaban en las colillas de cigarro

una pieza invaluable para la construcción de su patrimonio.

Alguna vez leí que las colillas servían como aislante térmico,

y que su incorporación en los presupuestos de ma-

teriales de los cimientos del nido garantizaba que

el inmueble estuviera libre de plagas indeseables.

Cuando nos aburrieron los gorriones,

el Único Maestro de Poesía que He

Tenido separó el culo de la

banca y se fue. Antes de que

la distancia imposibilitara

del todo la comunicación,

me citó al día siguiente en la

misma banca a la misma hora.

Pensé que eso era parte de mi formación como poeta,

pero al día siguiente, el Único Maestro de Poesía que He Tenido

me dijo que nadie sirve para la poesía, pero menos yo, pues de

cualquier manera no me hacía falta. En vez de darme algunas

palabras de aliento me encomendó una misión: extrajo del saco

nueve hojas de papel unidas por un clip: eran un artículo de

sociología firmado por la Dra. Martirio Fonte; yo tendría que

encontrarla y darle un mensaje de él, el Único Maestro de Poesía

que He Tenido. Resultó que un jueves del fatídico año de 1942

ellos dos habían pasado una tarde juntos: una historia que sólo

cambia de rostros y lugares: la caminata a través de ocho calles

en el corazón de Camagüey, la mesa de un café y una habitación

de un hotel amarillo. Antes de hacerse viejo y convertirse en el

Único Maestro de Poesía que He Tenido, se encargaba de cubrir

una serie de reportajes relativos a la persecución de setenta

italianos cuya residencia en la isla representaba un peligro para

la estabilidad, en ese entonces, neocolonial. Antes de doctorarse

en sociología, la señorita Fonte se encontraba en la provincia

de Camagüey. Inmersa en los trámites para seguir sus estudios

en la Ciudad de México conoció a un joven que con el tiempo

dejaría Cuba y se instalaría, también, en la Ciudad de México:

el Único Maestro de Poesía que He Tenido. Aunque habían lle-

gado puntuales a la coincidencia, no fue así para el segundo

encuentro. el Único Maestro de Poesía que He Tenido había

dudado en la hora, estaba entre las 15 hrs o las 5 pm. Escogió

la segunda opción, pero la señorita Fonte nunca apareció, o lo

había hecho dos horas antes y, tras veinte minutos de espera

infructuosa, había decidido seguir su camino. Ahora mi trabajo

consistía en buscarla en las entrañas de un edificio de la Fa-

cultad de Ciencias Políticas, donde ella desempeña el puesto

de vaca sagrada, y preguntarle si había llegado a aquella cita.

En caso de una respuesta afirmativa, la entrevista continuaría

hacia “¿a qué hora lo había hecho, 15 hrs o 5 pm?”. Eso era todo.

Antes de saber que vendría el Gran Terremoto intermitente-

mente predicho, llevar el mensaje a la Dra. Fonte era lo único

que me hacía levantarme de la cama. Pero si uno sabe que un

cataclismo destruirá todo aquello que se conoce, sólo puede

pensar en el sofisticado cuello de Fernanda (imposible que al-

guien así de encantador haya compartido vientre con ese gene-

rador de nuestra psicosis actual).

ElEctrocardioGrama

La única vez que he comprado un tubo de Preparación H fue

un miércoles a las 19.42 hrs, según decía el ticket del supermer-

cado. En los primeros minutos de la madrugada mi teléfono

sonó hasta despertarme y me obligó a estirar el brazo izquier-

do hacia el buró. Una voz entrecortada me avisó que un amigo

muy cercano acababa de morir embestido por una tonelada de

acero gobernada por un motor de ocho cilindros; la patente

de fabricación se hallaba resguardada en la bóveda del edificio

Chrysler, en Nueva York.

La voz que salía del aparato me daba los pocos detalles del

incidente: también había muerto una chica que yo no cono-

cía pero que mi amigo amaba al punto de perseguirla entre las

avenidas tras un disparate de ebriedad. Los dos habían llegado

puntuales a la coincidencia del acero, y ni siquiera hubo la ne-

cesidad de llevarlos al hospital, porque ya no tenía caso. La voz

← De la serie Paisaje alemán, grafito sobre modelo a escala, 2010.

↑ De la serie Constructores III, grafito sobre papel recortado, 2009.

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50 51cr E aci ó ncu E n to

en el teléfono me avisó del homenaje que les harían durante

unos minutos en la radiodifusora local; yo sería el encargado

de fabricar un texto a manera de epitafio. En ese momento,

entre las sábanas que me aislaban del mundo y sus reglas, sen-

tí la primera punzada, proveniente de un epicentro inédito:

el esfínter.

El texto no valía ni el zapato que perdió mi amigo al momento

de estrellarse contra el pavimento. Sin esperar a que la impresora

terminara su trabajo, salí hacia el único supermercado del barrio

donde vivía en aquel tiempo. Estaba en la fila de la caja cuando

vi por primera vez al Gran Terremoto; unos lentes oscuros colga-

ban del tercer botón de su camisa. Lucía impaciente y las ojeras

otorgaban severidad a sus gestos. El empacador se empecinaba

en meter un tubo de Preparación H en una bolsa biodegradable,

pero el Gran Terremoto se negaba a ultranza mientras esperaba

a que el cajero le entregara el voucher. Cuando el tubo de Prepa-

ración H estaba en su mano, como una especie de trofeo, el Gran

Terremoto garabateó su firma sin despegar la pluma; más que

su nombre, el trazo parecía la sección de un electrocardiograma.

Después salió del lugar dando grandes zancadas y no lo volví a

ver en muchos años. Delante de mí una rubia organizaba me-

tódicamente sobre la banda transportadora la compra del día:

los empaques de toallas femeninas hacían frontera rosada con

un cartón de huevos y un ramillete de espinacas.

lvbina

Un hombre sale del consultorio en el que ha estado la última

hora de la mañana y enfila sus pasos a la boca del callejón que

sospecha es atajo en el regreso a casa; tiene razón. Debe ganar

cualquier minuto posible, pues su abuela ha insistido en que el

Gran Terremoto intermitentemente predicho llegará en cual-

quier momento, y hay que estar preparados. En el bolsillo de

la camisa del hombre viaja una receta médica con los procedi-

mientos que hay que llevar a cabo antes de la próxima visita. Sin

embargo, la recomendación que se quedó en lo verbal no deja

de darle vueltas en la cabeza a aquel hombre: antes de concluir

la sesión, la doctora había salido del consultorio por una de las

rosas que adornaban la recepción; el único propósito fue mos-

trarle al hombre la manera más adecuada de estimular a Lvbina.

Las instrucciones fueron parabólicas y por demás calígines, pero

en ningún momento carentes de lubricidad. Con las manos for-

mando un cuenco, la doctora sostuvo la rosa que aún goteaba

por el tallo; con los pulgares recorrió los contornos de la flor, y

cuando llegaba a desprender por accidente algún pétalo, detenía

las acciones para decir: hay que evitar que ocurra esto.

Todo porque no se podía operar a Lvbina durante las primeras

fases del estro. Hacía dos noches que el instinto de conservación

mantenía a Lvbina al pie de la puerta invocando la presencia de

cualquier macho del vecindario; masturbándola hasta que sus

ancas tamborilearan el piso con felicidad ilícita, aquel hombre

le mitigaría los deseos de ser atravesada por una de esas ver-

gas cactáceas que posee el gato promedio. Córtate las uñas al

ras de la carne y quítate cualquier alhaja, alcanzó a escuchar el

dueño de Lvbina mientras el recepcionista imprimía la factura.

El atajo es un callejón donde convergen las espaldas de dos

edificios. Hay pocas puertas en relación con la cantidad de ven-

tanas. El dueño de Lvbina camina por la acera donde no pega

el sol; mientras, arma el plano mental de la colonia para ubicar

una florería. Se pregunta si debe usar guantes.

Metro y medio lo separan de una ventana que alguien lu-

cha por abrir desde adentro, se sabe por los ruidos que hacen

los postigos. Cuando el dueño de Lvbina ha consumido un me-

tro con sus pasos, la ventana se abre y queda vibrando hasta

que una mano la detiene. Hay razones de peso para creer que

lo que resguarda esa ventana de la vista del callejón es un baño:

el patrón del cristal distorsiona todo aquello con lo que entra

en transferencia, y el inconfundible vapor de la regadera sube

al cielo. La mano que apareció para amortiguar la vibración del

vidrio tiene las uñas crecidas y pintadas con esmalte rojo, a la

falange del anular la anilla medio centímetro de oro; cualquier

otro rasgo se pierde en la espesura que recubre aquella mano.

El tiempo que ha ahorrado en el callejón le permite al dueño

de Lvbina pasar a comprar las rosas antes de llegar a casa. Si el

florista es presto en su labor no habrá retraso en el organigrama.

En el momento en que el dueño de Lvbina llega con el florista,

éste se encuentra castrando los pistilos de cuatro casablancas.

¿En qué le puedo ayudar?

Quiero una rosa, por favor.

Lo mínimo es una docena.

Bueno, me las llevo.

¿Qué color?

Cualquiera está bien.

¿En caja o ramillete?

Lo que no genere costo extra.

Imposible. Cualquier cosa lo “genera”: la caja es caja, y para

formar el ramillete se ocupan varios instrumentos para nivelar

los tallos.

En caja entonces.

¿Qué va a hacer usted con ellas? ¿Llegará ahogado apestando

al perfume de otra mujer, o tiene pensado masturbar a un gato,

“joven tigre”?

Tengo un poco de prisa, ¿sabe? El asunto de la

inminente llegada del Gran Terremoto

tiene a mi abuela un poco tensa…

Ah, vaya. Entonces la segunda opción. Son 50 con 70.

Gracias.

No hay nada que agradecer; tenga un buen día.

calostro

La última vez que vi al Gran Terremoto, estaba sentado al borde de

una silla de respaldo recto. Con movimientos gatunos intentaba

mantener quietos los pies de una mujer que, sin prisa ni emoción,

se desvestía sobre una pista de baile que también fungía como

mesa. El lugar estaba poco iluminado, los meseros se movían entre

las sombras con la pericia de un animal nocturno para cumplir las

exigencias de los clientes. Cada vez que el Gran Terremoto lograba

inmovilizar el talón de la bailarina, se apresuraba a contarle

los dedos del pie, como si no supiera que raras veces son más

de cinco. Entonces un trastabilleo interrumpía brevemente el

espectáculo y sacaba del trance a la bailarina, pero a nadie le

importaba la ejecución de la coreografía. Para ese momento

la parte superior del vestido ya colgaba debajo de unas tetas

pesadas y redondas. Entre aullidos y estridencias la bailarina

recuperó el pie de entre las manos del Gran Terremoto; éste regresó

a sentarse con toda la espalda, e invirtió su trago en la boca

hasta terminarlo. La ebriedad dotaba a su rostro de una tristeza

absoluta. A metro y medio la bailarina terminaba de quitarse

el vestido quedando totalmente desnuda al centro de la pista.

↑ De la serie Constructores III, grafito sobre papel recortado, 2009.

→ Construction Sites, impresión digital recortada, 2013.

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63co n v E rsaci ó n a b i E r ta

Desde el terremoto del 19 de septiembre de 1985 en el Distrito Federal, México se ha colocado a la vanguardia en materia de planeación, prevención y mitigación de los efectos de los sismos. Sin embargo, persisten mitos y debates acerca de este fenómeno natural y la manera en que nos preparamos para él. Éste no es un tema de interés exclusivo para los habitantes del Valle de México: Baja California, Jalisco, Colima, Michoacán, Guerrero, Chiapas y Oaxaca, por ejemplo, pueden ser epicentro de sismos de gran magnitud. De acuerdo a la información del Centro Nacional de Prevención de Desastres, 33% de la población de México habita en zonas expuestas a un terremoto de alto impacto. Es importante notar, además, que muchas de estas zonas se encuentran en expansión demográfica, y la nueva población no siempre está consciente de lo que implica un sismo en materia de protección civil.

Para esta Conversación abierta entrevistamos a investigadores, expertos y empresarios que dedican su vida a temas relacionados con la prevención y mitigación de los efectos de los sismos. Obtuvimos más de doce horas de grabaciones, sobre las cuales trabajamos para presentar los textos que abordan los estudios y opiniones de cada uno de nuestros entrevistados. Entre sus comentarios podemos encontrar muchas divergencias, pero si en algo coinciden todos es en que la planeación y preparación de toda la sociedad mexicana es la clave esencial para enfrentar un sismo de gran magnitud. De la misma manera en que en el estudio y planeación en materia sísmica intervienen todos los niveles de gobierno, las más altas instituciones académicas, asociaciones civiles y empresas privadas; es necesario que todos nos unamos a esta conversación.

Para apoyar esto, en la última página encontrarán una serie de consejos que conforman un plan interno de protección civil.

ilustraciones de Claudia Luna (Distrito Federal, 1988).

DivergenciasSíSMicaS

xyoli Pérez caMPoSJefa del Servicio Sismológico Nacional (ssn)

▷▷ ssn.unam.mx

El Servicio Sismológico Nacional fue creado a comienzos del siglo xx y actualmente depende del Instituto de Geofísica de la unam, en donde trabaja los trescientos sesenta y cinco días del año. Xyoli Pérez Campos, doctora en Geofísica por la Universidad de Stanford y jefa del ssn, aclara cuáles son sus tareas y disipa algunas dudas y mitos sobre los sismos.

El Servicio Sismológico Nacional es el organismo que se encar-

ga de emitir la información de localización y magnitud de to-

dos los sismos ocurridos en el país, de manera oportuna y con

cálculos robustos. De manera oportuna significa: a los cinco

minutos de ocurrido un sismo de magnitud mayor a cuatro.

Para cualquier sismo menor no necesariamente se genera su

información a los cinco minutos, tarda más tiempo.

Esto es con fines informativos pero también de toma de de-

cisiones. Que las autoridades conozcan la localización correc-

ta y la magnitud del sismo les permite detonar protocolos y

saber a dónde dirigir los esfuerzos de ayuda y de rescate. La

diferencia con el Centro de Instrumentación y Registro Sísmi-

co, los encargados de la alerta, es que ellos sólo detectan que

ha habido un sismo, y que es grande, pero no precisan su loca-

lización ni su magnitud. Son dos sistemas muy diferentes. El

Servicio Sismológico Nacional tiene estaciones en toda la Re-

pública —sólo hay tres estados sin estaciones: Tabasco, Tlax-

cala y Coahuila—, de tal forma que podemos detectar sismos

de magnitudes mayores a 3.8 en cualquier parte del territorio

62 co n v E rsaci ó n a b i E r ta

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nacional. Esto es una gran diferencia con respecto a la alerta,

que solamente está enfocada en sismos de magnitudes inter-

medias que ocurren en los estados ubicados en las costas del

Pacífico.

El Servicio se creó en 1910 y, por decreto presidencial, en 1929

se le encargó a la unam. Operamos veinticuatro horas al día, los

siete días de la semana, los trescientos sesenta y cinco días del

año. Esto es un poco complicado precisamente porque, por un

lado, todos los técnicos están contratados bajo los parámetros

de la unam, en un horario universitario con vacaciones, pero

tenemos un esquema de personal de guardia que garantiza la

operación continua. No descansamos.

Para mi un día normal en el Sismológico es complicado por-

que hay muchísimas reuniones de diferentes tipos. Desde cues-

tiones administrativas, con cenapred y Gobernación, hasta

reuniones logísticas y de operación con el personal del servi-

cio. Y eso también se combina con mis clases y con el manejo

de proyectos de investigación. Es bastante activo.

Actualmente trabajo dos líneas de investigación: estructura

sísmica y fuente sísmica. En fuente estamos estudiando el sis-

mo del 18 de abril, viendo cómo liberó la energía, qué patrón

tuvo, cómo se deslizó. Todos esos detalles. En lo relativo a es-

tructura, tengo un proyecto muy interesante sobre la placa de

Cocos, que tiene una geometría muy particular. Actualmente

hay una zona en Oaxaca, Puebla y Veracruz, en la que su geo-

metría no está muy bien definida: ¿cuál es su geometría y por

qué ha cambiado? En eso me estoy enfocando ahora.

Este asunto de la geometría de la placa tiene implicaciones

muy interesantes, desde qué tipo de sismos se van a tener, por

qué en unas zonas hay menos sismos que en otras, cómo se re-

lacionan con el vulcanismo. Todo ese tipo de cosas son investi-

gaciones de punta en el mundo.

Sin embargo, existen muchísimas preguntas abiertas que

no parece que vayan a tener solución a corto plazo, como la

predicción. Hay que plantearse preguntas más simples e irlas

resolviendo en periodos de tres, cinco, diez años. Se buscan pre-

guntas que van a dar una respuesta, quizás algo que pueda apli-

carse a corto plazo. El problema de la sismología (que es muy

diferente a la ingeniería sísmica) es que es demasiado básica.

Se trata de entender al sismo en su origen, en su trayecto y en

su registro, pero no se va más allá de la superficie. No tiene que

ver con los edificios y las estructuras, pero lo que nosotros re-

solvamos desde la fuente o el trayecto lo van a poder usar los

ingenieros para aplicarlo.

Hay demasiadas ramas en la sismología y muchísimos te-

mas de interés, por fortuna. Cada quién va cubriendo una parte.

Entonces, una pregunta fundamental puede ser la base para la

siguiente, y así se puede llegar a la aplicación en algo que le sirva

realmente a la sociedad en términos de su bienestar.

En ese sentido, el del fracking es un tema delicado y no resuel-

to. No es que el proceso mismo genere una falla, sino que la falla

ya existe; entonces el sismo que iba a ocurrir en algunos años,

ocurre hoy. No es que la falla por sí sola genere los sismos. Lo

mismo ocurre con la extracción o inyección de cualquier fluido;

por hundimiento diferencial en las ciudades también se pueden

llegar a provocar sismos que van a llegar antes de lo que natu-

ralmente estaban programados.

Para que se libere la energía de un sismo de magnitud siete,

parecido al que ocurrió hace algunos días, necesitas treinta y

dos sismos de seis. Lo cual no ocurre, siempre hay un déficit

de energía liberada. La placa se va a seguir moviendo y acu-

mulará más energía hasta que sea suficiente como para gene-

rar otro sismo de esa magnitud u otros más leves. Entonces

1) que haya un sismo grande no quiere decir que no vendrá

otro grande después; 2) si hay sismos pequeños no quiere de-

cir que se esté liberando energía suficiente para que no venga

uno grande después. Y que ocurran muchos tampoco signifi-

ca que debemos esperar uno grande. Ése es uno de los pro-

blemas de la predicción: no hay un patrón que permita saber

qué va a pasar. Sin embargo, hay zonas más propensas a los

sismos, como toda la costa del Pacífico o el Golfo de California,

incluida la frontera subiendo por Mexicali y hacia Tijuana. Tam-

bién en el centro del país. Por ejemplo, en 1912 hubo un sismo de

magnitud 6.9 en Acambay, Estado de México. Xalapa también

tuvo uno de gran magnitud, en 1920. Son zonas con un alto po-

tencial sísmico. No existe una amenaza fuerte de sismos muy

grandes en el Distrito Federal; sin embargo, su riesgo sísmico

es muy alto pues es una zona muy vulnerable debido a las ca-

racterísticas de su suelo.

Existe mucha desinformación, estamos llenos de mitos y ru-

mores. Una de mis preocupaciones es justamente tratar de di-

fundir información y que se conozca el fenómeno porque, al

hacerlo, es menor el pánico y mejor la respuesta.

En la página web del Servicio Sismológico Nacional hay

información básica (por ejemplo, tiene un apartado de sismo-

logía para niños, y otro con información sismológica general).

En septiembre del año pasado salió un libro muy bueno: Los

sismos: una amenaza cotidiana, escrito por el Dr. Víctor Ma-

nuel Cruz Atienza, que es un investigador del Departamento

de Sismología del Instituto de Geofísica de la unam. Es ade-

cuado para el público en general y, al mismo tiempo, preciso

en lo técnico.

Juan Manuel eSPinoSa arandaDirector General del Centro de Instrumentación y Registro Sísmico, A.C. (cires)

▷▷ cires.org.mx

El cires es una asociación civil que opera el Sistema de Alerta Sísmica Mexicano (sasmex), que en años recientes alerta sobre sismos a la población de las ciudades de Acapulco, Chilpancingo, Morelia, Oaxaca, Toluca y el Distrito Federal. El ingeniero Juan Manuel Espinosa Aranda, Director General y fundador de este Centro, formado como investigador en la unam, explica su funcionamiento, el reto tecnológico y humano que representa su futuro, así como los problemas con las “alarmas sísmicas” y las “apps de alerta sísmica”.

El cires fue propuesto por el Dr. Emilio Rosenblueth Deutsch,

a través de la Fundación Javier Barros Sierra. Se fundó en junio

de 1986 a raíz del terremoto de 1985 en el Distrito Federal, con

el objetivo de mitigar daños por sismo al reforzar el trabajo de

toma eficaz de datos de los efectos de los temblores en el suelo,

desde entonces realiza sus trabajos desde el Instituto de Inge-

niería y el Servicio Sismológico Nacional, en la unam, con fines

de investigación. El número de aparatos que los especialistas

en ingeniería sísmica recomendaron se instalaran en un ini-

cio, rebasaba por mucho la capacidad de respuesta del ámbi-

to universitario. Además, se tiene la experiencia de eventuales

problemas en el ámbito administrativo de la unam, como las

huelgas, que ponen en riesgo la continuidad de ciertas tareas:

sería desastroso que se perdieran datos por una anomalía ad-

ministrativa. Por ello, se veía como una ventaja básica que el

cires fuese una asociación sin fines de lucro, que contara prin-

cipalmente con el apoyo del gobierno del Distrito Federal, por-

que es la ciudad más afectada por el riesgo sísmico. Nuestra

El problema de la sismología es que es demasiado básica. Se trata de entender al sismo en su origen, en sutrayecto y en su registro, pero no se va más allá de la superficie.

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instalaciones a nuestro cargo. Para evitar la corrosión y mejorar

la respuesta de los instrumentos, éstos operan bajo atmósferas

de gas inerte. Proporcionamos desde servicios de operación y

conservación hasta diseño y desarrollo de equipos con calidad

internacional y refacciones para registro sísmico, incluyendo la

renovación de aparatos obsoletos. Formamos recursos huma-

nos de universidades mexicanas, que apoyan las diversas tareas

del Centro. Se cuenta además con la asesoría de especialistas

en diversas disciplinas y colaboradores con alta disponibilidad

y profesionalismo para asegurar que, cuando ocurra un sismo,

se tengan los resultados esperados.

la alErta sísmica

En 1989, el gobierno del Distrito Federal apoyó el desarrollo y

construcción del Sistema de Alerta Sísmica, con el objetivo de

proteger a la comunidad escolar y accionar automáticamente

algunas medidas de mitigación en caso de que se presentara un

sismo fuerte. El sistema comenzó a operar experimentalmente

en 1992 en algunas escuelas públicas de formación básica con el

apoyo de autoridades de la sep. La idea original de la alerta fun-

cionó muy bien porque los sismos que llegan a ocurrir en la cos-

ta de Guerrero tardan casi sesenta segundos en llegar al Distrito

Federal, y los niños eran capaces de realizar acciones de preven-

ción en lapsos menores antes de que el sismo fuera percibido.

La Alerta Sísmica es pionera en el mundo a raíz de que en

1993 se incluyó su difusión pública. Ese año se logró un convenio

con la Asociación de Radiodifusores del Valle de México para

que retransmitieran la señal de alerta cuando fuera necesario.

Desde entonces telecontrolamos muchas de las radiodifusoras

del Valle de México y algunas televisoras que han decidido par-

ticipar. Además de las radiodifusoras, y siguiendo la idea origi-

nal, la señal llega también a varias escuelas de manera directa.

Entre las funciones automáticas que se operan con su aviso, se

incluye detener el Metro del Distrito Federal. Es uno de los servi-

cios automáticos que se han logrado involucrar. Empezamos en

las escuelas anticipando los efectos de sismos moderados, casi

siempre de magnitud mayor a cinco, y llegamos hasta las ra-

diodifusoras con avisos de Alerta Pública si el sismo —según

indiquen los parámetros para su pronóstico— se presume como

fuerte, posiblemente de magnitud igual o mayor a seis.

El criterio para emitir el aviso de alerta a la población se dis-

cutió en grupos multidisciplinarios, cada uno experto en su área.

Un sismo de magnitud cinco en la región de Guerrero puede ser

percibido por personas que viven en suelo blando del Distrito

Federal. Con frecuencia la gente dice: “yo sentí que tembló”, así

que se envía un aviso de Alerta Preventiva para estos sismos.

Se decidió también que el aviso de Alerta Pública se haría para

sismos de magnitud mayor a seis. Debe quedar claro que se trata

de un proceso empírico. No teníamos, en ese entonces, ningún

referente en el mundo, excepto nosotros mismos.

Contamos con un Sistema Automático Confiable: nadie in-

terviene durante la función final de alertar. Esto se hace auto-

máticamente con software y programas de comunicación muy

elaborados que hemos desarrollado en el Centro. Podemos com-

parar el Sistema de Alerta con un robot y, para asegurar que el

robot funciona, tiene que estar haciendo una tarea regular. Si no

la hace, nos avisa y revisamos las anomalías. Irónicamente, esto

nos convierte en los esclavos del robot, pero con eso logramos

un alto porcentaje de éxito.

Desde el punto de vista de la ingeniería, si sabemos dónde

se originan los terremotos, podemos colocar sensores en esa

región. Como no tenemos la precisión de su localización, ins-

talamos una red densa de sensores que cubren razonablemente

las zonas sísmicas probables. Cada sensor utiliza algoritmos de

reconocimiento que permiten asignar un rango de magnitud

estimado del sismo en el momento en que está empezando a

ocurrir para transmitir el aviso de alerta a la población. Actual-

mente contamos con noventa y seis sensores en servicio. Tal vez

con cien sensores adicionales tendríamos la cobertura ideal para

la región sísmica del sur de la República Mexicana, que incluya

a Chiapas, la zona del Istmo y Veracruz.

Para difundir los avisos de Alerta Sísmica a la población, en

2008 agregamos una herramienta de difusión de avisos de emer-

gencia como la que se utiliza para advertir de peligros naturales

en Estados Unidos. La National Oceanic Atmospheric Adminis-

tration (noaa) hace la determinación de peligros de diferente

tipo, de manera similar a nuestros atlas de riesgo, y transmi-

te avisos a la población que se encuentre en zonas vulnerables.

Se trata de radios receptores que, al captar un mensaje de la

dependencia a cargo por alguna emergencia, se activan solos, y

advierten del peligro. Esa herramienta tiene un grado de desa-

rrollo avanzado y depurado para los fines que fue concebido.

Este radio receptor incluye una referencia electrónica para que

se tenga conocimiento de en qué lugar del país, ciudad y región

está instalado y, dependiendo de los atlas de riesgo, puede aler-

tar sobre diferentes tipos de calamidades. Es una herramienta

muy evolucionada, pero que sorpresivamente no servía para

avisar de terremotos. Nos dimos a la tarea de revisarla, estudiar-

la y comprender sus códigos y formatos. Perfeccionamos el radio

receptor y lo registramos como Sistema de Alerta de Riesgos

Mexicano (sarmex), y su mejoras tecnológicas han sido reco-

nocidas internacionalmente, al punto que será propuesto para

su utilización en California, Estados Unidos, donde no han libe-

rado alguna alerta sísmica. La forma de alertar sismos a la gente

responsabilidad es buscar que eso se mitigue. En enero de 1986

se publicó Investigación para aprender de los sismos de 1985, un

informe técnico en el que se exponen aspectos para investigar

diferentes ámbitos en los que el terremoto de 1985 afectó a la

ciudad; hemos tenido casi treinta años para prepararnos.

Tenemos a nuestro cargo una red de ochenta instrumen-

tos donados por la Fundación ica, el Conacyt y el gobierno

del Distrito Federal (conocida como la Red Acelerográfica de

la Ciudad de México o racm); esta Red permite obtener el

registro de los efectos de los sismos en los diferentes tipos de

suelo de la ciudad. Son datos públicos para conocer, estudiar

e investigar. El conocimiento obtenido a través del acervo de

la racm ha logrado mejoras sistemáticas en los reglamentos

de construcción de la ciudad. Los datos generados por la Red

están en función principalmente de sismos fuertes, que son los

que preocupan, y sus distancias a la ciudad.

En cuanto a desarrollo de tecnología, fabricamos equipos

electrónicos y realizamos los diseños del sistema, aunque se

trata de producciones realmente pequeñas. En más de veinte

años no ha habido una sola falla provocada por un rayo en las

El acervo de la Red Acelerográfica de la Ciudad de México ha logrado mejoras sistemáticas en los reglamentos de construcción de la ciudad.

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Page 36: REVISTA TIERRA ADENTRO 195

en California sería una copia de lo que hacemos en el Valle de

México, lo cual nos parece meritorio.

En México estamos a la vanguardia del desarrollo tecnológico.

Se realizó una inversión de cincuenta mil de estos equipos com-

prados por el Gobierno del Distrito Federal, y otros cuarenta

mil adquiridos por la Secretaría de Gobernación, que se entre-

gan a entidades como Guerrero y Oaxaca. Es una herramienta

muy elaborada, poderosa y bastante confiable. Además, tiene

la ventaja de avisar sobre otros peligros, lo que la convierte en

una herramienta ideal como medio de comunicación para pro-

tección civil, salud, medio ambiente, etc. Para el caso de sismos,

el sarmex tiene pregrabado el sonido oficial de la Alerta Sísmi-

ca. En el mercado sólo hay un distribuidor del radio receptor

sarmex. Se está promoviendo que otras marcas ofrezcan este

mismo desarrollo, de manera que pueda ser más económico, ya

que ahora es relativamente caro.

Existen otras alertas comerciales, pero no están avaladas por

el cires. Por ejemplo, SkyAlert presenta varios productos pero

sólo uno de ellos ha sido valorado positivamente: SkyAlert usb.

Otras compañías ofrecen detectores de movimiento tipo pén-

dulo, que han sido muy cuestionados por su desempeño y servi-

cio. Para regular estas iniciativas comerciales, se prepara a nivel

gubernamental una norma sobre este tipo de alertas: que espe-

cifique, por ejemplo, la manera de redistribuir la información, de

manera que su atraso o su participación no afecte el fin del sis-

tema en cuanto a la rapidez con que se emite la alerta. SkyAlert

sólo tiene permiso para retransmitir el aviso de alerta que noso-

tros generamos en un servicio por medio de radio comunicación

tipo bíper. Este no es el caso para el producto SkyAlertApp, cuya

aplicación para telefonía celular depende del internet móvil, que

no es un buen método dado que su efectividad depende de la

demanda, hora del día y del tráfico que pueda haber en la red:

si se intenta enviar un mensaje de alerta, este mecanismo de

transmisión no da prioridades, porque los teléfonos no están

diseñados para esta modalidad. Adicionalmente, SkyAlert ha

anunciado que está invirtiendo en sensores, acelerómetros, pero

que no tienen la resolución adecuada para medir temblores. A

veces los temblores son tan pequeños que hacen falta herra-

mientas de otro tipo para poderlos observar y medir. SkyAlert

asume que generar un aviso de Alerta Sísmica es más sencillo

de lo que parece, y lo que van a lograr es un servicio que no está

certificado ni contrastado con ámbitos serios de la comunidad

científica. Es importante que todos los que se sumen a este es-

fuerzo tengan un mínimo de tecnología y de conocimiento del

fenómeno sísmico.*

Hay, sin embargo, otra modalidad en los teléfonos celulares.

Para comprenderlo, digamos que se trata de un número telefó-

nico comodín que todos los teléfonos celulares reconocen. Cual-

quiera de los que estemos vinculados a una célula que dirige un

mensaje al número comodín recibiremos esa llamada como si

fuera un bíper y simultáneamente nos enteramos. Sin embargo,

esa función tiene que estar habilitada por el concesionario. El

gobierno puede tener la facultad de solicitar al concesionario

que le proporcione ese servicio. O el concesionario, en recono-

cimiento a sus clientes, podría ofrecerlo en las células donde

fuese necesario. Ésta sería una herramienta que conviene que

se integre.

Ahora que el servicio del sasmex ha probado su utilidad, lo

que sigue es incorporar mayor número de herramientas de di-

fusión: a través de radiodifusoras, televisoras, radios especiales,

medios de comunicación y dispositivos que surjan, siempre y

* Nota del editor: en julio de 2014 el Instituto Federal de Telecomunicaciones emitió un comunicado donde pide calma y prudencia en el uso de aplicaciones para alerta sísmica.

cuando consideren las restricciones y características para apro-

vechar el mayor tiempo de oportunidad de la Alerta Sísmica. La

tecnología móvil, como lo hemos mencionado, puede servir no

sólo para alerta sísmica, sino para advertir de otras amenazas

una vez que exista cobertura para la comunicación de datos.

Vamos en la dirección correcta, pero no sé si vamos suficien-

temente rápido. Es mucho lo que hay que corregir y perfeccionar.

Con facilidad nos distraemos porque hay otras prioridades en

el día a día y, como se menciona en la sabiduría popular china,

“un gran terremoto regresa cuando el anterior ya se nos olvidó”.

Cuando ocurre un sismo es común que la gente se pregunte

cómo obtener un dispositivo o algo que los alerte. Hoy en día

contamos con tecnología mejorada y normas de construcción

orientadas para reducir daños ante sismos, pero hay que ga-

rantizar su continuidad y promover la práctica de simulacros;

el éxito de la Alerta Sísmica dependerá en gran medida de co-

nocer qué acciones realizar cuando suene la alerta. Este es un

tema que escapa a la tecnología y a la ciencia sobre sismos; es

un tema de educación, comunicación, sociología, política y cul-

tura de protección civil en torno al contexto de riesgo y sistemas

de alerta temprana. Hay escuelas donde algunos profesores no

promueven la práctica de simulacros, acciones fundamentales

para la cultura de la prevención. A los terremotos no hay que

temerles: hay que informarse y tomar medidas de prevención.

carloS ValdéS gonzálezDirector General del Centro Nacionalde Prevención de Desastres

▷▷ cenapred.unam.mx/es/

¿Qué tanto hemos avanzado en cuestiones de protección civil? ¿México está preparado para un sismo de escala similar al de 1985? Carlos Valdés González, Director General del Centro Nacional de Prevención de Desastres, nos habla de lo que pasa antes y después del temblor, la alerta sísmica y las recomendaciones generales para estar más seguros en eventos sísmicos.

Los grandes sismos pueden ser fenómenos que nos obligan a

dejar lo que estábamos haciendo. El terremoto de 1985 es el

que ha provocado mayor número de víctimas como desastre

y mayor costo económico al país, lo que hoy equivaldría a seis

mil quinientos millones de dólares. Es por eso que hoy tene-

mos una visión diferente de los sismos. Podemos anticipar los

SkyAlert asume que generar un aviso de Alerta Sísmica es más sencillo de lo que parece, y lo que van a lograres un servicio que no está certificado ni contrastado con ámbitos serios de la comunidad científica.

fenómenos hidrometeorológicos o la actividad volcánica varios

días antes de que ocurran, lo que nos permite actuar, enviar

gente de protección civil y evacuar a los habitantes. Los sismos

son una historia completamente diferente. Cualquier día, en

cualquier momento, puede temblar. La prevención puede darse

de dos formas: la material, que consiste en revisar la infraes-

tructura con la que contamos, saber bajo qué reglamento están,

las deficiencias que podría tener el edificio, contratar seguros;

y a nivel individual o familiar, incluso en el ambiente laboral:

poniendo en funcionamiento el plan interno de protección civil.

El Distrito Federal es un área muy diversa para el comporta-

miento sísmico, otro aspecto que debe tomarse en cuenta en

materia de prevención. El lago de Texcoco fue desapareciendo,

aunque hay mínimos remanentes en Xochimilco y cerca del aero-

puerto. Este lago sigue inundando y saturando el suelo blando

68 co n v E rsaci ó n a b i E r ta

Page 37: REVISTA TIERRA ADENTRO 195

en la zona centro de la ciudad, lo que ocasiona que esas localida-

des se comporten, básicamente, como gelatina. Si colocamos un

recipiente de gelatina en el extremo de una mesa y damos

un golpe, podemos ver que la gelatina no sólo da un brinco y

se detiene, sino que comienza a moverse. Ese es el comporta-

miento en la zona centro del Distrito Federal, que conocemos

sísmicamente como zona del lago. Por el contrario, en el sur de

la ciudad. existe un derrame de roca volcánica, por lo que sólo

se siente el primer golpe, no el movimiento completo. En la zona

blanda, la gente debería estar más preparada.

Otro punto importante es el de las alertas sísmicas. Lo ideal

sería que no las necesitáramos; sería deseable que no hubiera

alarmas contra incendios porque nadie provoca un incendio,

porque revisamos el cableado eléctrico, porque estamos seguros

de que las conexiones de gas y todo lo demás funcionan perfec-

tamente. La alerta sísmica es sólo una herramienta. Hay mucha

discusión sobre ellas. ¿Cuánto cuestan estas aplicaciones en el

teléfono celular? Nada, porque no hay garantía de que transmi-

tan el aviso de manera oportuna. Antes de un sismo no habrá

problemas en telecomunicaciones, pero si envío un mensaje a

miles de personas, existe la posibilidad de que no llegue a todos

cincuenta segundos antes del sismo. Eso puede suceder con las

alertas del celular: empiezan a sonar cuando ya pasó todo. Por

ello necesitamos saber cómo funcionan, incluso la del Centro de

Instrumentación y Registro Sísmico. Estos instrumentos no pre-

dicen el sismo, sino que lo registran cuando ya ocurrió. No son

sistemas mágicos; están sujetos a su buen funcionamiento, a

que la transmisión sea la adecuada, a que no haya robos de es-

taciones sensoras y de sistemas de comunicación.

Si no estoy preparado y prevenido, cincuenta segundos no al-

canzan ni para rezar. En cambio, si atiendo a todas las sugeren-

cias internas de protección civil, pueden sobrarme hasta veinte

segundos porque me coloco en el lugar indicado, porque sé lo

que tengo que hacer. Aunque todas las herramientas son valio-

sas, no debemos confiar en que por sí solas nos van a salvar la

vida si no hemos hecho una serie de ejercicios anteriores. Hay

que considerar que un sismo puede provenir de un lugar que no

tenga cobertura para nuestra alarma sísmica, por lo que voy a

sentir el movimiento, sin que haya habido una alerta.

Cuando revisamos la historia de los sismos importantes, nos

damos cuenta que en México han ocurrido más de ciento ochen-

ta sismos mayores de magnitud 6.5 en la escala de Richter en

los últimos ciento catorce años. En 2013, por ejemplo, el Servicio

Sismológico Nacional registró cerca de cinco mil cien sismos

en todo el territorio; un promedio de catorce al día. Se trata de

sismos pequeños, pero nos permiten identificar en qué lugares

ocurren y cuál es el potencial de sismos mayores. Sin embargo,

nadie puede predecir un sismo. Compararnos con otros lugares

del mundo no es útil; aquí el sismo importante fue de 8.1, ésas

son las magnitudes que nos deben preocupar. No tiene tanto

sentido pensar en un sismo mayor de nueve; en algunos lugares,

un sismo de siete grados es potencialmente dañino. El sismo de

Haití, de magnitud 7, provocó cerca de trescientos veinticinco

mil muertos y ha impedido que el país termine de reconstruirse.

No estamos totalmente preparados, pero al menos los sismos

de estas magnitudes no son críticos. Un sismo como el del 85

podría suponer mayor número de daños porque la ciudad ha

crecido, y se han habitado muchas otras zonas. Crecen las ciu-

dades, pero el desarrollo no ha sido ordenado.

Debemos insistir en que nadie puede predecir un sismo; la

ciencia no ha llegado en ningún lugar del mundo a esa capaci-

dad. Japón tiene la tecnología, el conocimiento y el dinero, pero

no les ha ido muy bien desde el sismo de Kobe y después del sis-

mo de 2011 de Tohoku y el tsunami. Si no podemos apostar a la

predicción, podemos hacerlo a la prevención. Si las estructuras

son seguras, si la gente sabe qué hacer, si existe un plan fami-

liar, las cosas resultarán de forma adecuada ante un sismo. Si

sabemos a qué estamos expuestos y cómo atender una situación

de riesgo, seremos un mejor país. A Japón le va mejor porque

son más ordenados. Les dicen qué hacer y no lo discuten. Aquí

nos dicen lo mismo y nos quejamos y no lo hacemos. No hay

más diferencias, sólo son un poco más ordenados. En el cena-

pred nos encargamos de prevenir desastres, aquellos fenómenos

que afectan el quehacer cotidiano, donde la gente no tiene la

capacidad para resolverlo internamente. En cuanto llegan to-

dos los que atienden el desastre, intentamos que todo regrese

rápidamente a la normalidad. Apostamos a la parte preventiva.

Seguramente vendrán sismos más importantes. Mi sugerencia

ante la alerta sísmica es que deberíamos de estar más habitua-

dos a lo que hay que hacer y al sonido de la misma. Yo estudié en

Estados Unidos, en una zona de tornados, y cada primer miér-

coles de mes, a las doce del día, hacían funcionar la alerta por

un minuto. Recuerdo que estaba uno en el lunch y comenzaba

a sonar; esto hacía que tuviéramos siempre presente lo que hay

que hacer en caso de tornado. Aquí sólo hacemos un simulacro

al año y eso no es suficiente; el sonido de la alerta petrifica a la

gente. Cuando suena la alarma todo el mundo se queda estático

por varios segundos. Mientras más eficientemente hagamos las

cosas que nos han dicho que tenemos que hacer, más fácil será.

Lo hemos discutido con médicos. A los doctores les pregunta-

mos qué hacen si están con un paciente, ¿se quedan o salen? Es

un tema muy difícil. Mi sugerencia sería que hay que salir por-

que, viendo las cosas con un poco de frialdad, a mí me sirve mu-

cho más un médico vivo que un médico que intentó salvar sólo

a un paciente. También debemos tomar en cuenta los aspectos

legales que esto implica, preguntarnos si era posible hacer algo

más. Lo mismo sucede con los maestros, cabezas de grupo, ¿de-

ben quedarse con sus alumnos, en vez de abandonarlos en caso

de que se sienta un sismo muy fuerte? Podemos prevenir todo

esto si llevamos a cabo simulacros; así aprendemos qué hacer.

Lo que hay que hacer después de un temblor es salir de los

edificios. Es mejor llevar zapatos cómodos, tener a la mano una

linterna, actuar de manera eficiente. Existen muchos mitos so-

bre la protección civil, como el del triángulo de la vida. Éste se

practica en Estados Unidos porque ahí los materiales de cons-

trucción son más ligeros; por eso, si me pongo al lado de un es-

critorio, el colapso de esa estructura ligera dejaría un hueco para

sobrevivir. En México, las construcciones suelen ser de mampos-

tería (paredes de ladrillo, concreto reforzado o acero). Si se vie-

ne abajo un edificio, las probabilidades de que quede un hueco

donde resguardarnos serán muy bajas. Hay que cambiar la idea

del triángulo por el de la columna de la vida. Buscar las zonas

más fuertes; mientras más grande y con más columnas, mejor.

Hay que cambiar la idea del triángulopor el de la columna de la vida.Buscar las zonas más fuertes; mientras más grande y con más columnas, mejor.

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Acerca de las zonas sísmicas, hay algunas en donde la gene-

ración de los sismos demora más, por ejemplo en Los Cabos.

Hace treinta años en este lugar no había nada; comenzaron a

establecerse ahí centros turísticos importantes y, ante un sismo,

la gente dice: “Oiga, aquí no nos dijeron que temblaba”. Las per-

sonas que habitan Los Cabos vienen del interior de la República,

de otros estados, y no saben que ahí hay sismos importantes, de

magnitud siete. El Golfo de Baja California es parte de la separa-

ción de la gran península, y los sismos son comunes; en Mexicali

más todavía: comienza ahí el sistema de fallas de San Andrés y

sus habitantes están parados directamente sobre la falla. Mexi-

cali es una de las ciudades en donde las construcciones son más

severas, pero también aquí los desarrollos poblacionales crecen

en forma explosiva; cuando uno le pregunta a la gente cuántos

son originarios de esta ciudad, es difícil encontrar a uno que haya

nacido ahí. Todos van llegando de diferentes lugares del país y

no tienen idea de qué pasa en un sismo; además, ahí los tem-

blores son más intensos, más violentos, mucho más fuertes que

los que sentimos en el Distrito Federal, y todo esto son cosas

que necesitamos saber. Debemos informar a la gente, las gran-

des fábricas deben llevar a cabo simulacros, hay que invertir en

capacitación, es todo un proceso que hay que aprender y seguir.

No hay lugar en donde podamos garantizar que no tiembla.

Por ejemplo, ahora se ha sentido una serie de sismos entre Li-

nares y Monterrey, y la gente dice que antes no temblaba. Les

digo que claro que sí; si vemos este mapa que tenemos en esta

pared, la Sierra Madre Oriental sufre un doblez impresionante en

este lugar. Esto prueba que en el pasado ahí ocurrieron sismos

importantísimos, pero la gente no lo sabe. Los sismos son más

frecuentes en la costa del Pacífico que en zonas como Monte-

rrey, o en Delicias, Chihuahua. A la gente que se sorprende con

los sismos le digo: “Pregúntenle a los antepasados, pregúntenle

a los abuelitos, a los bisabuelos, y les van a decir: ‘Sí, hace mu-

cho sentimos un sismo’”. Incluso en Yucatán se han generado

sismos pequeños. ¿Dónde no tiembla? Pues al norte de Canadá,

ahí no tiembla pero hace un frío de la fregada. Tampoco tiem-

bla en la parte central de Brasil, pero es una zona inhabitada.

Ni en el norte de Rusia, pero ni quién se vaya a meter ahí por el

clima. Entonces, sí hay zonas donde la sismicidad es muy esca-

sa, pero en términos generales, lo verdaderamente importante

es saber qué hacer.

¿Estamos preparados para un sismo como el del 85? Vale la

pena que nos lo preguntemos. Protección Civil surgió a raíz de

ese fenómeno. Al principio la gente no sabía si éramos un reem-

plazo de bomberos. Ahora existe la Coordinación Nacional de

Protección Civil, y en cada entidad federativa hay una depen-

dencia que se encarga de ello. También tenemos instrumentos

financieros que son importantes, como el Fondo Nacional de

Desastres Naturales, que actúa ante las emergencias y solven-

ta de inmediato el apoyo, a más tardar en un par de días desde

que empieza el desastre. Está por lanzarse —se planea que sal-

ga en línea el 19 de septiembre— la carrera de Técnico Básico

en Gestión Integral del Riesgo. Se podrá cursar en línea y con-

templa treinta y tres materias. La idea es que la gente tenga un

panorama amplio.

Creo que aún nos queda mucho por caminar. Hemos avan-

zado desde el gobierno, pero hay que preguntarle a cada una

de las personas si lo han hecho también como ciudadanos.

Es momento de que la gente sepa qué hacer en caso de sismos,

cómo actuar en los simulacros, tener un plan familiar. Quizá

después podríamos volver a preguntarnos si avanzamos como

personas y responder que sí. Debemos continuar con este es-

fuerzo porque los fenómenos pueden ser más complicados y

diversos. Nuestro grado de vulnerabilidad ha cambiado. Si que-

remos vivir en las costas, o cerca de un volcán, o en la ciudad,

debemos entender que en algún momento nos enfrentaremos

al fenómeno y no queremos que se convierta en desastre. Lo

único que podemos hacer es entender el fenómeno, aceptar las

condiciones de vivir ahí y prevenir.

gerSon HuertaIngeniero civil

▷▷ gruposai.com.mx

A partir del terremoto del 85, la ingeniería civil en México despuntó en el ámbito de la investigación y la academia; sin embargo, los resultados no siempre son buenos. Aquí, Gerson Huerta, director de Grupo SAI (dedicados a la supervisión y construcción de todo tipo de estructuras), explica cómo la planeación urbana se dictamina gracias a intereses económicos y no a la estabilidad que ofrece la planeación antisísmica.

Las cosas han cambiado desde el sismo del 85. La ingeniería

estructural mexicana tuvo un desarrollo importante y hoy es

punta de lanza, en Latinoamérica e incluso en otras partes del

mundo. Sin embargo, en el Distrito Federal enfrentamos una do-

ble problemática porque estamos en un mal lugar para cimentar

y en una zona de alta sismicidad. No ocurre lo mismo en otras

zonas de la República o en otros países, con sismos muy fuertes

pero con suelo firme. El resultado es que la ingeniería mexicana

está muy avanzada en investigación y en la academia, pero te-

nemos desventajas en la parte económica. En otros países tie-

nen los recursos para utilizar dispositivos antisísmicos, mejor

tecnología; no es así en México: somos capaces de diseñar es-

tructuras que soporten sismos de gran magnitud, pero los re-

cursos destinados a las estructuras son deficientes. Hacemos

edificios con muy poco dinero.

Creo que el Distrito Federal debería resistir grandes sismos;

los edificios que colapsen será por otro tipo de condiciones.

Además de los edificios existentes desde hace más de trein-

ta años, que no cumplen la actual normatividad, la primera es

que el desarrollo urbano no responde a una planeación sísmica,

sino a intereses económicos. En la colonia Roma, por ejemplo,

se están construyendo edificios que técnicamente no se debe-

rían hacer. Si no lo calculo yo, lo calcula otro, el edificio se hará

de todos modos. Al final, se levantan edificios que no deberían

hacerse aquí, sino en otras zonas de la ciudad. Obedece a un in-

terés económico de los desarrolladores, en el que está involu-

crado hasta el gobierno por su condescendencia. Por otro lado

existe un problema de arquitectura. La planeación arquitectó-

nica de los edificios, por lo menos en la urbe, responde a las

necesidades del automóvil: los estacionamientos condicionan

ahora la geometría de un edificio. En donde hace treinta años

hubiéramos puesto muros, ahora hay plantas libres porque todo

mundo quiere meter coches. Esto ocasiona diseños estructu-

rales bastante audaces —aunque atractivos—, pero si pudiéra-

mos evitarlos tendríamos edificios más seguros. Los arquitectos

determinan la forma de los edificios y en ocasiones responden

más a cuestiones estéticas o a caprichos personales. A veces lle-

gan diciendo que vieron edificios audaces en Europa o en otras

Debemos informar a la gente, las grandes fábricas deben llevar a cabo simulacros,hay que invertir en capacitación, es todo un proceso que hay que aprender y seguir.

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75co n v E rsaci ó n a b i E r ta

partes del mundo, sin considerar la diferencia de zona sísmi-

ca ni cuánto se invirtió en ingeniería antisísmica. Los recursos

que se asignan a la ingeniería en un edificio son muy pocos. El

desarrollador prefiere invertir más en acabados de lujo que en

la estructura misma. Afortunadamente contamos con un regla-

mento de construcciones, el cual nos protege legalmente si nos

apegamos a él. Si se cumple con eso, ya estamos del otro lado.

Aun cuando el edificio podría estar mejor.

La ingeniería estructural no es una ciencia exacta. Los nú-

meros y los cálculos parten siempre de hipótesis (de cómo

se comporta el acero o el concreto, por ejemplo). Además hay

que contemplar cuántas manos intervienen en los procesos, sa-

ber si se le echó más agua al concreto disminuyendo su resisten-

cia, por poner un caso. Nunca vamos a tener todo considerado:

las obras son artesanales. Generalmente es un maestro de obra

el primero en saber lo que pasa, el primero en encender los focos

rojos. Si no se le hace caso, hay negligencia por creer que se sabe

todo y que un maestro no tiene nada que enseñarnos. El maestro

cuida al residente, el residente cuida al constructor, el construc-

tor cuida al estructurista. Al menos así debería funcionar.

Los edificios que se han construido en los últimos años no

deberían tener el mismo destino que los que se cayeron en

1985; las nuevas construcciones tienen mucha más resistencia.

El peligro está en todas las construcciones a las que no se les

ha hecho nada desde ese sismo, sobre todo los contemporáneos

a esa década. Los cambios deberían darse en la reglamentación

y en el ordenamiento de la ciudad. Es absurdo que el gobierno

no considere a los ingenieros estructurales a la hora de planear

el desarrollo de la ciudad. El plan de desarrollo urbano responde

a otras necesidades y me parece que es un grave error: hay algo

que se llama dinámica estructural que nos dice qué edificios son

vulnerables dependiendo del tipo de estructura, número de nive-

les y del suelo donde se construirán; no sólo es cuestión de poner

más varillas o columnas de cierto tamaño, es un fenómeno que

se llama resonancia. Es importante que se invierta más en la

estructura, que los mismos usuarios tengan más conciencia al

respecto. Es cierto que vende más un edificio bonito, con mejores

acabados. Pero, si la estructura falla, los acabados se caerán.

Hace falta cultura de la sismicidad en México. Existen reglas

sencillas de protección civil que hemos estudiado pero que no se

difunden. En vez de eso, abundan los carteles de qué hacer en

caso de sismo. Dicen “párate debajo del marco de la puerta”.

Eso es, muchas veces, absurdo. La cultura de la sismicidad en

el Distrito Federal debería ser un tema más serio, para saber

qué peligros existen en el lugar particular donde vivimos. Por

ejemplo, en la uam han trabajado en mapas de riesgos sísmicos

donde se han identificado los edificios vulnerables de la colonia

Roma, pero no hay difusión de este trabajo. Sé que habría pá-

nico y que es una parte política-social delicada, pero es mejor

a que en el próximo sismo fuerte sea mayor cualquier tragedia.

Hoy contamos con dispositivos que amortiguan los movi-

mientos sísmicos, evitando la resonancia. Durante un sismo,

cuando se mueve el suelo, el edificio responde también con

movimiento. Es Ley de Newton: la masa se desplaza por la fuer-

za de inercia. Por el contrario, si el suelo se mueve y no provoca

movimientos amplios en el edificio, no se sobreesforzarán las

columnas. Eso se logra, por ejemplo, aislando la cimentación,

de tal manera que ésta se mueve, pero no la construcción. Otros

sistemas amortiguadores tienen control electrónico. Hay mucha

investigación y desarrollo en este tema, sobre todo en Japón y

Nueva Zelanda, una larga lista de propuestas que se enfocan

básicamente a disminuir el movimiento de los edificios. Cuando

logremos que el edificio quede estático, se acabará el problema

de los daños estructurales.

El sismo del 85 tocó fibras sensibles de la sociedad y signifi-

có un cambio muy importante a nivel social, en particular en la

ingeniería y la arquitectura. Conozco testimonios de gente que

ahora tiene mucho más cuidado con aspectos a los que antes

no se les prestaba atención. Entra en juego el dolor: algunos

profesores míos, varios años después el sismo, seguían diciendo

que lo más triste del mundo es que se cayera un edificio que tú

construiste, saber que la gente murió en él. No puedo permitir-

me eso. Si hoy temblara con la magnitud del 85, la catástrofe

sería mucho menor, pero las zonas afectadas serían las mismas

de siempre. Quisiera creer que los simulacros nos ayudarán, pero

dudo que sea el caso. Estas prácticas no se toman con suficien-

te seriedad; no se están realizando simulacros que sirvan para

cuando suceda el verdadero terremoto, por la ausencia de cultu-

ra sísmica. Deberíamos depender más de una conciencia técnica

al planear el desarrollo urbano y de una ética para invertir más

en la estructura de los edificios.

aleJandro cantúDirector general de SkyAlert

▷▷ skyalert.mx

La aplicación para teléfonos móviles de SkyAlert tuvo un incremento enorme de usuarios a raíz de los temblores que ocurrieron entre abril y mayo del 2014: aproximadamente un millón y medio. Sin embargo, los especialistas se muestran escépticos. ¿Qué es y cómo funciona SkyAlert? ¿Una aplicación puede ser sinónimo de protección civil?*

SkyAlert nace como una plataforma de comunicación de men-

sajería crítica. Esta plataforma se utiliza a nivel mundial para

comunicar mensajes durante emergencias. Nosotros la usamos

para acercar la alerta sísmica a la sociedad a través de los distin-

tos productos que ofrecemos; la misión de nuestra empresa es

salvar vidas gracias a la mejor tecnología disponible. Operamos

desde hace dos años y medio y, hasta ahora, seguimos ocupando

la fuente de información del cires. Tomamos la información de

los sismos, la metemos a nuestra plataforma y la entregamos

a los diferentes usuarios.

Siempre estamos invirtiendo como empresa, una S.A. de C.V.;

es decir, sí tenemos fines de lucro. Es nuestra visión de empren-

dedores y empresarios la que nos motiva a tener la capacidad de

ser innovadores. En nuestra corta vida ya estamos ofreciendo

* Nota del editor: el lunes 28 de julio, cuatro días después de realizada esta entrevista, SkyAlert tuvo una falla que ocasionó que alertara sobre un sismo fuerte que nunca ocurrió. En un comunicado SkyAlert declaró que “la emisión de la alerta fue generada por la recepción de un mensaje del cires, malinter-pretado por el sistema [...] hemos trabajado en conjunto con personal de cires, y se han determinado y ejecutado las acciones necesarias para prevenir este tipo de incidentes”. Las críticas para la empresa fueron mucho más severas.

una amplia gama de servicios. Desconozco el alcance del cires

en los últimos años, pero tengo entendido que en más de veinte

años fueron unos cuatrocientos usuarios.

Sin embargo, trabajamos de la mano con el mismo cires, el

cenapred y Protección Civil a nivel federal y local. Comparti-

mos nuestros desarrollos y nuestras próximas metas. Entien-

do que se están haciendo regulaciones sobre la calidad de los

servicios que se proporcionan en cuanto a las alertas sísmicas.

Hemos sido considerados para tomar un punto porque estas

alertas se deben realizar con el estándar internacional, no sólo

con el mexicano. Estamos muy bien posicionados en esto ya que

somos la empresa tecnológica, en cuestión de alerta sísmica,

más reconocida del país.

Nuestro sistema ya identifica cuándo tienen señal o no. Eso

nos permitió desarrollar la primera alerta sísmica portátil del

mundo, SkyAlert usb, o SkyAlert Pro, el dispositivo de oficina

portátil. También podemos hacer simulacros masivos. Otra de

las ventajas que tenemos es que nuestros dispositivos son es-

clavos; es decir, ninguno de ellos se puede alertar de forma local.

Con eso disminuimos el cien por ciento de las alertas sísmicas

falsas.

En el último año hemos hecho inversiones adicionales para

traer sistemas de medición y detección de sismos: nuestra red

de detección SkyAlert tiene tecnología japonesa y queremos

complementar lo que ya existe. Nuestro sistema opera con éxito

en Japón e Israel. No estamos experimentando con algo que no

sabemos si funciona. Claro que hay complicaciones, como que

el celular se quede sin cobertura, y para eso también ofrecemos

otros productos. Somos aliados tecnológicos de Microsoft y el

desarrollo de SkyAlert está en la nube. Mientras más usuarios

tenemos, más crecemos automáticamente. Tenemos el premio

al desarrollo social más importante en Latinoamérica y Caribe

este año, entregado por Microsoft, y nos nombraron innovadores

por el Massachusetts Institute of Technology (mit).

Contamos con más de un millón y medio de usuarios, lo que

nos motiva a dar mejores servicios. Eso nos habla de cómo la so-

ciedad está buscando tecnología para estar prevenidos. Estamos

cubriendo esa demanda que la gente buscaba. Este tipo de he-

rramientas pueden ser la diferencia entre la vida y la muerte.

Los edificios que se han construidoen los últimos años no deberían tener el mismo destino que los que se cayeron en 1985.

74 co n v E rsaci ó n a b i E r ta

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76 77E s paci os y proy Ec tos E s paci os y proy Ec tos

↖ El recinto es un espacio de exhibición para expresiones artísticas alternativas, con conciencia social y ambiental.

↑ El catálogo de Almadía se encuentra disponible para el público.

↑ Los asistentes pueden disfrutar de bebidas en la barra de este espacio.

→ En la librería de sie7eocho las editoriales independientes encuentran un foro para dialogar.

La vida cultural en provincia enfrenta proble-

mas como el centralismo y la burocracia, pero

quizás el más notorio es la falta de espacios

para los jóvenes. Y no se trata de la negligencia

de las instituciones —porque existen progra-

mas y políticas culturales—, sino de una falla

en la aproximación. Los mecanismos para

gestionar los proyectos resultan tan laberínti-

cos que los jóvenes optan por la creación de

colectivos independientes o la gestión de es-

pacios alternativos para el desarrollo de sus

propuestas. Sólo así ha sido posible mostrar las

necesidades de los colectivos para que las ins-

tituciones se vuelvan y observen lo que ocurre.

Cuernavaca, por ejemplo, se ha visto beneficia-

da por los artistas exiliados que buscan alejarse

del caos del Distrito Federal sin perder la cer-

canía que les permite flotar en el mapa cultural

del país. Muchos de ellos han fundado talleres

( Javier Sicilia, Citlali Ferrer, Francisco Rebolle-

do, por citar algunos) y su influencia ha logrado

que se generen nuevos soportes y canales.

Una de estas propuestas es sie7eocho, punto

de cultura que se ha ido consolidando como

un espacio versátil gracias a su oferta cultu-

ral y a sus vínculos de colaboración con otros

colectivos.

un Espacio para nuEstros tiEmpos

Carlos Kubli, incansable gestor cultural, enca-

beza sie7eocho en Cuernavaca, una ciudad que

experimenta una intensa vida artística, pero

donde se vive acechado por el miedo que ha

desatado la violencia. Además, el público local

responde a su propia lógica fluctuante, nóma-

da, a veces apática y de autoconsumo entre los

gremios. No hay diálogo interdisciplinario. Aquí

radica el verdadero valor de sie7eocho: su no-

table predilección por lo multidisciplinario y lo

experimental, en un ámbito donde los centros

culturales no promueven la profesionalización

de quienes participan en el marco de sus acti-

vidades y no ejercitan la crítica y la retroali-

mentación. Kubli forma parte de una propuesta

ecléctica, abierta y de calidad.

Su oferta cultural tiene un enfoque contem-

poráneo que promueve valores de conciencia

social, respeto y cuidado al medio ambiente.

Basta recordar la reciente intervención de

grafiteros morelenses en diversos espacios,

entre los que se incluyó al mismo sie7eocho

y al Centro Cultural de España (en virtud del

trabajo que se ha hecho para la despenaliza-

ción de la actividad del grafiti como un delito

en Morelos). También está la realización de

diversas actividades en el marco de Cinema

Planeta: Festival Internacional de Cine y Me-

dio Ambiente de México, como los talleres

de reciclaje visual con Bruno Varela o un slam de

poesía con temática verde.

En los últimos tres años, sie7eocho ha teni-

do mayor presencia en la actividad cultural en

Cuernavaca, prueba de ello es que la Secretaría

de Cultura de Morelos lo ha utilizado como foro

alterno para conciertos y talleres de artistas

nacionales. Teniendo como líneas principales

el cine, el arte contemporáneo y la literatura,

ha logrado objetivos inéditos en Morelos por

espacios similares (Planta Baja desapareció

después de dos intentos, y Amoleercafé cerró

el año pasado), como el montaje de la exposi-

ción Fresh Kills, traída desde Nueva York por

la galería Anonymous; la presencia de Margo

Glantz en la presentación editorial de Coronada

de moscas; la primera exposición en México de

Tercera caída, con la presencia del autor, Feli-

pe Ehrenberg, además de un sinfín de concier-

tos, lecturas, exposiciones y performances de

artistas locales. Este esfuerzo se ha realizado

siempre cuidando la alta calidad en la produc-

ción de los eventos, y usando recursos no tra-

dicionales para su realización, como el apoyo

en artes escénicas y multimedia.

Un elemento interesante de sie7eocho es la

concepción del espacio como algo maleable.

Es cosa rara ver la disposición del escenario

con la misma orientación dos veces seguidas.

El público no permanece pasivo en el mismo

lugar, sino que debe confrontar la obra desde

otra perspectiva o incluso ser parte de ella.

una piEdra En El camino

Quizá debido al creciente interés en Morelos

por los movimientos literarios y la edición in-

dependiente, o sólo por capricho, sie7eocho es

un punto importante para el desarrollo de esta

disciplina. Para ello, han abierto una librería

donde se encuentran títulos de editoriales

independientes como Almadía, Sexto Piso,

Astrolabio, La Cartonera, Ediciones Acapul-

co, Simiente, Lengua de Diablo y Tumbona,

entre otras. Al mismo tiempo, escritores como

Daniela Tarazona, Gerardo Grande, Edgar Ar-

taud, Mario Bellatin, Kenia Cano, Bernardo Es-

quinca, Javier Moro (y el Gabinete Salvaje) y

Sandra Lorenzano han presentado libros, per-

formances, conciertos, cortometrajes u obra

pictórica.

La Piedra, junto con Moria, ha sido uno de

los colectivos literarios con mayor participa-

ción en sie7eocho. Surgió primero como una

revista literaria que apostaba por las nuevas

plumas locales. En sus cuatro años de exis-

tencia publicó a escritores de calidad que no

habían tenido la oportunidad de ver su obra

en papel impreso, enfrentándolos a la crítica.

La beca Edmundo Valadés permitió que eso

ocurriera durante dos años y que fuera distri-

buida de forma gratuita, por lo que alcanzó no-

toriedad en lugares fronterizos como Tijuana

o Chiapas. Con el paso del tiempo, las activi-

dades de La Piedra se multiplicaron por varias

razones: la primera fue la fundación del colec-

tivo, enfocado en la producción de eventos y

en el desarrollo de talleres de profesionaliza-

ción de gestores culturales y editores. La Pie-

dra supo que la única forma de enriquecer la

escena era colaborando con otros colectivos y

adentrarse, como sie7eocho, en la exploración

interdisciplinaria.

La Piedra y sie7eocho forman parte de una

ebullición nacional de iniciativas que se apoyan

a través de redes sociales y nuevas tecnologías.

Su constante reinvención y adaptación a los me-

dios han hecho que las instituciones los tomen

en cuenta y que su trabajo continúe en el ámbito

de lo alternativo y no burocrático. Son proyec-

tos que se sienten incluyentes y cercanos.

davo valdés (Morelos, 1988) es autor de Ignoto (Secretaría de Morelos, 2014).

maleny vázquez pedroza (Morelos, 1991) es colaboradora de Papel o Tijeras, suplemento en línea del colectivo La Piedra.

Sie7eocHo: colectiVo y MultidiSciPlinarioPor Davo Valdés

FotograFías de Maleny Vázquez Pedroza

Morelos se ha visto beneficiado por los artistas que buscan alejarse de la capital, quienes se han dedicado a dar talleres y promover la cultura del estado. Una de estas iniciativas es sie7eocho, que, con ayuda de colectivos como La Piedra y la revista Moria, se ha convertido en un espacio multidisciplinario en el que se encuentran libros, escritores, músicos, cineastas y grafiteros.

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