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TEMA 6: EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN. CARACTERÍSTICAS Y FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA CANOVISTA. 1. La Restauración: características 2. Constitución de 1876 3. Funcionamiento del sistema canovista 4. Oligarquía y caciquismo en Andalucía 5. El republicanismo y el movimiento obrero 5.1. El republicanismo 5.2. El movimiento obrero: a) Evolución del anarquismo b) Evolución del socialismo marxista 1. La Restauración: características La permanente inestabilidad política y social durante el Sexenio Democrático preparó a la sociedad española para la restauración de la monarquía, en la persona del príncipe D. Alfonso, hijo de Isabel II. El proyecto de la Restauración borbónica fue hábilmente dirigido por Antonio Cánovas del Castillo, que será además el artífice del sistema político que pervivirá en España durante varias décadas y la principal figura política del reinado de Alfonso XII. El pronunciamiento del General Martínez Campos en Sagunto en 1874 fue el punto de partida de la Restauración, preparada sin prisas por Cánovas, quien poco a poco fue ganando adeptos para la causa Alfonsina y consiguió la abdicación de Isabel II y que el príncipe firmara el Manifiesto de Sandhurst, que sintetizaba el programa de la nueva monarquía: conservadora y católica, defensa del orden social y respeto del sistema político liberal. La Restauración contó con el decidido apoyo de la aristocracia y de la burguesía terrateniente surgida de la desamortización, deseosa de que finalizara un periodo que amenazaba su posición, así como de la burguesía industrial catalana, que clamaba por el fin de la conflictividad laboral y rechazaba la política librecambista del sexenio. También fue apoyada por un amplio sector del ejército, partidario del restablecimiento del orden, e incluso por el Vaticano, alarmado por el anticlericalismo revolucionario. El nuevo sistema político tenía un carácter claramente conservador y se basaba en un sistema parlamentario y liberal, aunque su funcionamiento fue escasamente democrático. Sus objetivos eran, además de restaurar la monarquía, devolver el poder político a las clases conservadoras, restablecer el orden social y recuperar la autoridad del Estado. Fue ideado y ejecutado por Cánovas, por lo que es incluso conocido como “sistema canovista”: él fue el responsable máximo del diseño del sistema y de la dirección del proceso de implantación del mismo. Cánovas era un político de sólida formación intelectual, con grandes conocimientos de la Historia de España; pero tuvo también una amplia formación en la práctica política, iniciada en las filas de la Unión liberal de O´Donnell. Ya tuvo protagonismo en la era isabelina (recordemos que redactó, por ejemplo, el Manifiesto de Manzanares). Cánovas defendía el sistema liberal, que había puesto las bases de la modernización política, social y económica de España, pero también era consciente de los graves problemas, prácticamente endémicos, del liberalismo de la era isabelina: el carácter excluyente y partidista de los moderados, que forzaba la vía insurreccional para acceder al poder a los otros partidos, el intervencionismo de los militares y los continuos enfrentamientos civiles, multiplicados durante los experimentos del Sexenio Democrático. Por todo ello, los principios doctrinales en los que se basó el nuevo sistema político fueron los siguientes:

Tema 6. El régimen de la Restauración. Características y funcionamiento del sistema canovista

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Page 1: Tema 6. El régimen de la Restauración. Características y funcionamiento del sistema canovista

TEMA 6: EL RÉGIMEN DE LA RESTAURACIÓN. CARACTERÍSTI CAS Y FUNCIONAMIENTO DEL SISTEMA CANOVISTA.

1. La Restauración: características 2. Constitución de 1876 3. Funcionamiento del sistema canovista 4. Oligarquía y caciquismo en Andalucía 5. El republicanismo y el movimiento obrero 5.1. El republicanismo 5.2. El movimiento obrero: a) Evolución del anarquismo b) Evolución del socialismo marxista

1. La Restauración: características La permanente inestabilidad política y social durante el Sexenio Democrático preparó a la sociedad española para la restauración de la monarquía, en la persona del príncipe D. Alfonso, hijo de Isabel II. El proyecto de la Restauración borbónica fue hábilmente dirigido por Antonio Cánovas del Castillo, que será además el artífice del sistema político que pervivirá en España durante varias décadas y la principal figura política del reinado de Alfonso XII. El pronunciamiento del General Martínez Campos en Sagunto en 1874 fue el punto de partida de la Restauración, preparada sin prisas por Cánovas, quien poco a poco fue ganando adeptos para la causa Alfonsina y consiguió la abdicación de Isabel II y que el príncipe firmara el Manifiesto de Sandhurst, que sintetizaba el programa de la nueva monarquía: conservadora y católica, defensa del orden social y respeto del sistema político liberal. La Restauración contó con el decidido apoyo de la aristocracia y de la burguesía terrateniente surgida de la desamortización, deseosa de que finalizara un periodo que amenazaba su posición, así como de la burguesía industrial catalana, que clamaba por el fin de la conflictividad laboral y rechazaba la política librecambista del sexenio. También fue apoyada por un amplio sector del ejército, partidario del restablecimiento del orden, e incluso por el Vaticano, alarmado por el anticlericalismo revolucionario. El nuevo sistema político tenía un carácter claramente conservador y se basaba en un sistema parlamentario y liberal, aunque su funcionamiento fue escasamente democrático. Sus objetivos eran, además de restaurar la monarquía, devolver el poder político a las clases conservadoras, restablecer el orden social y recuperar la autoridad del Estado. Fue ideado y ejecutado por Cánovas, por lo que es incluso conocido como “sistema canovista”: él fue el responsable máximo del diseño del sistema y de la dirección del proceso de implantación del mismo. Cánovas era un político de sólida formación intelectual, con grandes conocimientos de la Historia de España; pero tuvo también una amplia formación en la práctica política, iniciada en las filas de la Unión liberal de O´Donnell. Ya tuvo protagonismo en la era isabelina (recordemos que redactó, por ejemplo, el Manifiesto de Manzanares). Cánovas defendía el sistema liberal, que había puesto las bases de la modernización política, social y económica de España, pero también era consciente de los graves problemas, prácticamente endémicos, del liberalismo de la era isabelina: el carácter excluyente y partidista de los moderados, que forzaba la vía insurreccional para acceder al poder a los otros partidos, el intervencionismo de los militares y los continuos enfrentamientos civiles, multiplicados durante los experimentos del Sexenio Democrático. Por todo ello, los principios doctrinales en los que se basó el nuevo sistema político fueron los siguientes:

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- La superación de la inestabilidad política de la era isabelina y la pacificación del país. - La defensa de lo que Cánovas llamaba “constitución interna”, es decir, lo que consideraba principios

políticos esenciales heredados de la historia y que no podían ser discutidos, porque eran las “verdades madre”: la Monarquía y las Cortes, instituciones básicas en torno a las cuales debía construirse el nuevo sistema. A ellas se sumaban otros principios fundamentales como la propiedad y la libertad.

- El predominio del poder civil sobre el militar - La necesidad de evitar la confrontación entre las fuerzas políticas: Cánovas era enemigo de posturas

inflexibles y defendía la necesidad de buscar acuerdos (consenso) y realizar pactos para conseguir la convivencia pacífica.

2. Constitución de 1876 Estos principios se llevarían a la práctica mediante la redacción de una nueva Constitución que fuera aceptada por todas las fuerzas políticas que aceptasen la Restauración y a través de la alternancia pacífica en el poder. La Constitución, de cuya redacción se encargó una comisión de notables, fue promulgada en 1876, e intentaba encontrar el equilibrio entre la moderada de 1845 y la revolucionaria de 1869: defendía los valores tradicionales como la familia, la religión y la propiedad, pero incorporaba a medio plazo algunos de los principios democráticos del 68. Es un texto breve y abierto de 89 artículos, que permite mantener la alternancia de partidos. Fue la más duradera de la España liberal y es un modelo de flexibilidad y síntesis, con una regulación ambigua que remite a leyes posteriores para regular algunos aspectos. Establecía los siguientes principios fundamentales: - Soberanía compartida entre el Rey y las Cortes, igual que la del 45 por lo que elimina la soberanía

nacional de la del 69. - Sin embargo incorpora una amplia declaración de derechos inspirada en la del 69 (inviolabilidad del

domicilio y la correspondencia, seguridad personal, libertad de expresión, de conciencia, de enseñanza, de reunión y asociación…) que serían regulados en leyes posteriores. Los derechos más importantes podían ser suspendidos en circunstancias especiales por medio de una ley o una decisión del gobierno si las cámaras no estaban reunidas. Entre 1876 y 1917 hubo 19 suspensiones ya partir de ese año el estado de excepción fue casi constante.

- Se reconoce a la Corona como uno de los pilares del régimen y se le otorgan una serie de prerrogativas como derecho de veto, poder legislativo compartido con las Cortes; convocar, suspender y disolver las Cortes; nombramiento de los ministros; declaración de guerra y firma de la paz y la jefatura suprema del ejército. Pero es una Monarquía parlamentaria, es decir, el poder ejecutivo es ejercido de hecho por los ministros, que son responsables ante el Parlamento.

- En cuanto a las Cortes, eran bicamerales • Congreso elegido por sufragio censitario

• Senado en el que se representan las clases poderosas del país: � senadores “de derecho propio”: los hijos del rey y su sucesor inmediato, Grandes de

España y jerarquías eclesiásticas, militares y administrativa � senadores “vitalicios”, nombrados por el rey � senadores elegidos por sufragio censitario de los mayores contribuyentes durante cinco años

- Del sufragio no se concretaba nada, por lo que se reguló por leyes posteriores. Esto permitió pasar del sufragio censitario (Ley electoral de 1878), en el que votaban el 5%, al sufragio universal masculino (Ley electoral de 1890)

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- Respecto a la cuestión religiosa, se llega a una solución de compromiso: se declara la confesionalidad católica del Estado y se restablece el mantenimiento de culto y clero, pero se admite el derecho a profesar otras religiones, aunque en el ámbito privado,

- Otros aspectos, como la administración de justicia o los Ayuntamientos se tratan de forma ambigua y remiten a un desarrollo legislativo posterior.

3. Funcionamiento del sistema canovista El funcionamiento práctico del sistema sería posible por la existencia de dos grandes partidos que aceptaran la legalidad constitucional y realizaran el turno pacífico en el poder. Es decir, se trataba de un sistema bipartidista, según el modelo inglés, del que Cánovas era gran admirador por su demostrada estabilidad. Estos partidos eran el Conservador, dirigido por el propio Cánovas y el Liberal , cuyo líder era Práxedes Mateo Sagasta. Sus características eran: estaban compuestos y apoyados por las clases propietarias y por elementos de las clases medias. En general, el partido conservador tenía más apoyos en las clases altas terratenientes mientras que en el partido liberal tenía más seguidores en la burguesía industrial y las clases medias urbanas, entre ellos numerosos profesionales. Desde el punto de vista ideológico, ambos coincidían en lo fundamental: defendían la Monarquía, la Constitución, la propiedad, el sistema capitalista y la consolidación del Estado liberal, unitario y centralista. Además, ambos eran partidos de minorías, de notables, por lo que los dos estaban alejados de la realidad social del país, de mayoría campesina y analfabeta. No eran, por tanto, partidos de masas con una organización amplia. El Partido Conservador tuvo en Cánovas a su fundador y principal líder. Su origen se encuentra en el pequeño grupo liberal conservador que apareció en las Cortes Constituyentes del 69 en torno al cual se formó el partido Alfonsino. Incluía a muchos miembros de la Unión Liberal, a los antiguos moderados, convencidos ya de que el regreso de Isabel II era inviable, e incluso revolucionarios “arrepentidos”. El Partido Liberal tuvo un nacimiento más complejo. Su figura principal fue Sagasta, político pragmático, transigente y conciliador, al que se debe también el éxito de la Restauración. Sagasta era líder del partido constitucional, que unió el ala derecha de los progresistas con el ala izquierda de la Unión Liberal. Tras algunos años de vacilaciones acabaron aceptando las reglas de juego del turno pacífico y se incorporaron al partido incluso los republicanos moderados de Castelar. Pese a sus diferencias, en la práctica sus actuaciones no eran muy diferentes: los conservadores tendían más al inmovilismo político y a la defensa de la Iglesia y del orden social y los liberales apoyaban un reformismo progresista y laico, pero tenían un acuerdo tácito de no promulgar nunca una ley que el otro partido tuviera que abolir al volver al poder. A la derecha e izquierda de los dos partidos, conocidos como dinásticos, se situaron otros como el regionalista catalán o los “restos” del Partido Demócrata, pero su presencia en el Parlamento era testimonial. Fuera del sistema, es decir, en la ilegalidad, se encontraban los carlistas, a la derecha, y la mayor parte de los republicanos, los marxistas y los anarquistas a la izquierda. Sin embargo, los principales problemas fueron provocados por el funcionamiento del sistema: para ejercer el gobierno se establecía el turno pacífico, es decir, la alternancia en el poder entre los dos partidos dinásticos. El partido que subía al poder necesitaba la confianza de la corona y la mayoría en el Parlamento y para conseguirlo se controlaba el proceso electoral.

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En un sistema parlamentario, el partido que obtiene la mayoría en las elecciones recibe el encargo del rey para formar gobierno, pero en la Restauración se invertían los términos; el turno se producía por acuerdo mutuo o por el desgaste interno del partido en el poder. Entonces el rey encargaba formar gobierno al partido de la oposición y se convocaban elecciones para obtener la mayoría parlamentaria. Había, pues, que asegurar que el partido encargado de formar gobierno y de convocar elecciones resultara ganador, lo que se hacía mediante el fraude electoral. Para controlar las elecciones el ministro de la Gobernación elaboraba una lista de los candidatos que debían ser elegidos en cada circunscripción o distrito electoral (encasillado) y nombraba los diputados “cuneros”, ajenos al distrito por el que se presentaban. A continuación, la lista era trasladada por los gobernadores civiles a los alcaldes y caciques locales, quienes garantizaban el resultado deseado. Todo un conjunto de trampas ayudaban a conseguirlo: el pucherazo, la alteración de los resultados, se conseguía falsificando el censo (incluyendo a personas muertas e impidiendo votar a los vivos), manipulación de las actas electorales, compra de votos, coacciones, amenazas… En este proceso tenían un papel relevante los caciques, individuos o familias que por su poder económico y su influencia controlaban una circunscripción electoral. Era más evidente en zonas rurales, con altos índices de analfabetismo, donde los caciques locales controlaban los Ayuntamientos, lo que les permitía conseguir certificados e informes personales, controlar el sorteo de las quintas, resolver trámites burocráticos o dar trabajo a quienes dependían de sus jornales para sobrevivir. Mediante estos “favores” mantenían sometida a gran parte de la población. El sistema de la Restauración dio la estabilidad deseada a la vida política española, pero su funcionamiento era inmoral y provocó el desencanto y la frustración de gran parte del electorado, que se abstuvo cada vez más de participar (nunca se superó el 20%). El encasillado generó toda una trama de influencias, de favores y enchufismo que hizo que la corrupción se extendiera a todos los niveles y los diputados cuneros ni conocían los problemas de los ciudadanos a los que representaban ni se preocupaban por ellos. Respecto a los gobiernos del turno dinástico, hasta 1898 la alternancia funcionó con regularidad. El partido conservador se mantuvo en el poder entre 1875 y 1881, periodo en el que la estabilidad del régimen se vio favorecida por el fin de las dos guerras heredadas del sexenio, la carlista y la de Cuba. Respecto a la guerra carlista, la vuelta de la monarquía con la Restauración borbónica en la persona de Alfonso XII “enfrió” la causa carlista y muchos carlistas históricos acabaron reconociendo a Alfonso XII. La guerra terminó en 1876 y tras la derrota carlista fueron abolidos los fueros vascos y navarros y en su lugar se establecieron “conciertos económicos” que otorgaban cierto grado de autonomía fiscal (cada provincia entregaría anualmente una cantidad estipulada al Estado, recaudada por las diputaciones provinciales). El final de esta guerra permitió enviar más tropas a Cuba y en 1878 se firmó el Convenio de Zanjón, que incluía una amplia amnistía, la abolición de la esclavitud (aunque no fue reconocida hasta 1886) y la promesa de reformas políticas y administrativas, cuyo retraso o incumplimiento reavivaría el conflicto. El momento más crítico se produjo a la muerte del rey, en 1885. La prematura muerte del monarca obligó a una larga regencia que desempeñó Mª Cristina de Habsburgo, viuda del rey, en nombre de su recién nacido hijo, el rey Alfonso XIII. Ante estas circunstancias, muchos dudaron de que el sistema pudiera mantenerse y evitar la vuelta a los anteriores males, pero el temor a la desestabilización hizo que los dos partidos firmaran el Pacto de El Pardo, que inició el “gobierno largo” de los liberales (1885-90). Estos iniciaron un periodo reformista que permitió salvar el sistema: establecimiento del sufragio universal (en 1885 para elecciones municipales y en 1890 ya de forma general, la abolición de la esclavitud…) Sin embargo el sufragio universal no democratizó el sistema, porque se mantuvo el fraude electoral.

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A finales de siglo, el impacto de la crisis del 98 afectó a los políticos y a los partidos dinásticos y por primera vez en algunas grandes ciudades como Barcelona, Bilbao o Valencia la oposición rompió el monopolio de los partidos dinásticos, pero el turno, aunque desprestigiado y sin la fuerza anterior, se mantuvo durante el reinado de Alfonso XIII, declarado mayor de edad en 1902, hasta que se produjo la crisis de 1917. 4. Oligarquía y caciquismo en Andalucía Durante la mayor parte de la Historia Contemporánea de Andalucía, tanto la preeminencia económica como el protagonismo político estuvieron en manos de un reducido grupo social. Esta realidad incuestionable constituye el fenómeno conocido como caciquismo, que mostró en Andalucía su cara más cruda. Sin embargo, hay que tener claro que el sistema caciquil en Andalucía era muy parecido al español, con algunos rasgos peculiares que ahora analizaremos La clase política andaluza durante la Restauración era un grupo eminente y mayoritariamente agrario, una élite rural conformada en los procesos desamortizadores. Otros sectores económicos, aún sin ser mayoritarios, no dudaron en incorporarse al sistema político diseñado desde Madrid, a la vez que utilizaban Ayuntamientos y Diputaciones en defensa de sus intereses. Este fue el caso del sector minero onubense, del potente grupo comercial aglutinado en tomo al puerto fluvial de Sevilla, del mundo mercantil malagueño o del pesquero gaditano. Todos estos grupos ofrecieron ejemplos de empresarios urbanos inscritos de manera activa en los esquemas de la política oficial. El primer rasgo que define a las élites políticas andaluzas en este periodo es el control de un patrimonio importante. Otras características son la endogamia, que dibujó un panorama marcado por las relaciones familiares y privadas, entremezcladas con vinculaciones económicas que fueron tejiendo por toda Andalucía a escala provincial, comarcal y local una tupida red de intereses y dependencia de carácter clientelar. En otras palabras, el parentesco, entendido en un sentido amplio, se convirtió en un elemento decisivo, aglutinador de las facciones, los clanes y los partidos de cada localidad, en tomo a los cuales se solía articular, además la sucesión de cargos y liderazgos. La conexión entre esas redes clientelares y el sistema político dibujado desde el poder central mediante la vinculación a uno de los dos partidos oficiales (el liberal o el conservador), dotó al sistema caciquil en Andalucía de una gran fortaleza. El engranaje funcionó bastante bien a la hora de controlar los procesos electorales. Cacicatos locales se integraron en superiores cacicatos comarcales y éstos, a su vez, reconocieron la dirección de un notable de rango provincial: Burgos y Mazo en Huelva, los Ybarra y Rodríguez de la Borbolla en Sevilla, los Carranza en Cádiz, Francisco Romero Robledo en la comarca de Antequera o los de La Chica en Granada. Estos servían de contacto con Madrid y con los grandes dirigentes allí instalados. Asimismo, el desgaste del sistema político de la Restauración fue mucho más lento en Andalucía que en España. Desde la segunda década del siglo XX, notables provinciales y caciques locales se esforzaron por sostener la farsa a la que se había reducido el sistema de partidos, en una apuesta continuista cada vez más difícil de sostener. El aumento de la presión gubernamental a través de la figura de los gobernadores civiles, el recurso al voto rural para ahogar al voto urbano en las circunscripciones de las capitales de provincia y la compra de un voto que se encarecía, consiguieron ahogar las iniciativas modernizadoras. Este impulso modernizador venía de las clases medias a las que ya no satisfacía la tradicional representación clientelar, al comprobar cómo sus intereses económicos y sus preocupaciones sociales eran postergados por las élites dinásticas. A la altura de los años 20, las clases medias andaluzas temían una auténtica movilización social de la clase obrera y desde una mentalidad profundamente conservadora, rechazaron proyectos más

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progresistas. Las clases medias se limitaron a descalificar duramente al régimen pero no propusieron una alternativa coherente. Estos sectores acabaron recibiendo con alivio el golpe militar de Primo de Rivera en 1923 ya que respondía a sus demandas de una autoridad fuerte frente a la inoperancia de los viejos políticos corruptos.

5. El republicanismo y el movimiento obrero

5.1. El republicanismo Los puntos principales de su programa eran cuatro: 1. Superioridad de la república sobre la monarquía: consideraban el régimen republicano más acorde con la democracia. Frente a los partidos monárquicos, simples organizaciones de notables, los republicanos formaron el primer partido moderno, de masas. 2. Separación Iglesia-Estado: defendían un Estado laico con un programa anticlerical. 3. Sufragio universal. 4. Preocupación por los problemas de las clases populares: destacaban dos temas: la abolición del impuesto de consumos y la modificación del sistema de quintas. Los republicanos preferían el servicio militar obligatorio para todos. El republicanismo en esta etapa se escindió en cuatro grupos: • federales (Pi i Margall), • progresistas (Ruiz Zorrilla), • centralistas (Salmerón) • posibilistas (Castelar). Castelar terminó por aceptar la colaboración con Sagasta. Los tres restantes se coaligaron en varios momentos y a partir de la aprobación del sufragio universal se comprobó que tenía un electorado amplio. En las elecciones de 1893 triunfaron en Barcelona, Valencia, Oviedo y Málaga, aunque lo que más alarmó a los políticos monárquicos fue su triunfo en Madrid.

5.2.El movimiento obrero:

a) Evolución del anarquismo: El anarquismo dominó en el litoral mediterráneo (Cataluña, Levante y Andalucía). Su programa era el siguiente: - no participación en política. - una parte de los anarquistas creían en el uso de la violencia esporádica: por ejemplo asesinatos de Cánovas del Castillo (1897) y Canalejas o la bomba en El Uceo (1893). Es lo que ellos llamaban propaganda por el hecho. Sus enemigos eran los burgueses y los políticos de la Restauración. - no creían en la organización. Sin embargo, ante el avance de los socialistas se adoptó el anarcosindicalismo: los sindicatos anarquistas recurrían a formas organizativas pero sería una organización espontánea, sin líderes, en la que todo se decidiría mediante asambleas y comités. El primer sindicato fue Solidaridad Obrera con Ángel Pestaña y Salvador Seguí. En 1910 se creó la CNT (Confederación Nacional del Trabajo). - protagonizaron algunos alzamientos campesinos como el de Jerez de la Frontera en enero de 1892, relatado en La Bodega de Blasco Ibáñez. A comienzos de la década de 1880 los efectivos de la FTRE (Federación de Trabajadores de la Región Española) en Andalucía alcanzaron los 60.000 afiliados. La crisis de subsistencia que se vivió en muchas zonas de Andalucía a comienzos de los 80 provocó una fuerte crispación social que explotó en forma de asaltos a tahonas, robos, incendios de pajares... El Gobierno decidió aprovechar esta coyuntura para intentar desarticular la pujante FTRE andaluza. El pretexto ideal lo encontró en los llamados sucesos de la Mano Negra, una presunta sociedad secreta de origen anarquista a quien se imputó sin pruebas una serie de asesinatos ocurridos en la comarca de Jerez.

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Durante 1883 centenares de sindicalistas fueron perseguidos por las fuerzas militares y policiales, apaleados, exhibidos en cuerdas de presos y trasladados a las cárceles de Jerez y Cádiz. Los procesos terminaron con la ejecución de siete condenados en 1884. Ante esta situación muchas federaciones obreras se autodisolvieron y otras entraron en declive. Cuatro años más tarde se produjo el mal llamado asalto campesino a Jerez, el8 de enero de 1892. Fue una marcha de protesta protagonizada por unos centenares de braceros para pedir ante la cárcel jerezana la liberación de los sindicalistas presos y en la que se pretendió involucrar allider cantonalista y anarquista gaditano Fermín Salvochea. La muerte durante aquellos sucesos de dos burgueses dio lugar a varias ejecuciones a garrote vil, la detención de cientos de trabajadores, la prohibición de la prensa y la clausura de muchas asociaciones obreras. b) Evolución del socialismo marxista: En 1879 se fundó el PSOE siendo Pablo Iglesias su primer líder. En el Congreso del PSOE celebrado en Barcelona en 1888 se fundó el sindicato socíalista, la UGT. El socialismo marxista estaba más extendido en Madrid y en los núcleos mineros e industriales (Huelva, Asturias y Vizcaya). Hasta 1910 no consiguió el PSOE su primer diputado en la persona de Pablo Iglesias. En 1921 se fundó el PCE al escindirse del PSOE por la negativa de éste último a unirse a la III Intemacional. Su crecimiento en Andalucía fue muy débil al centrarse en el proletariado industrial. La primera agrupación socialista nació en Málaga en 1885, presidida por Rafael Salinas. En los años finales del XIX contaron con 27 agrupaciones en toda Andalucía. Programa del PSOE en 1879: "El Partido Socialista Obrero considera necesario para realizar su aspiración obtener las siguientes medidas políticas y económicas: derechos de asociación, reunión, petición, manifestación y coalición. Libertad de prensa. Sufragio universal... Jornada legal de 8 horas de trabajo para los adultos. Prohibición del trabajo de los niños menores de 14 años y reducción de la jornada de trabajo a 6 horas para los de 14 a 18... Salario igual para los trabajadores de uno Y otro sexo. Descanso de un día por semana... " Contesta las siguientes cuestiones: